José Pellicer y Tovar

…–1629

Vida de don Luis de Góngora

Édition de Adrián Izquierdo
2018
Source : BNE, ms. 3918 (vol. 7): 1r-11v.
Ont participé à cette édition électronique : Mercedes Blanco (relecture), Jaime Galbarro (relecture), François-Xavier Guerry (stylage et édition TEI), Aude Plagnard (stylage et édition TEI) et Hector Ruiz (stylage et édition TEI).

Introducción §

1. [Título] Una biografía literaria de Góngora 1 §

La «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas», que figura en el ms. 3918, vol. 7 del Parnaso Español, fue compuesta por el joven erudito zaragozano para los preliminares de sus Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, príncipe de los poetas líricos de España, publicadas en Madrid en 1630. Aunque este breve texto nunca llegó a publicarse en las Lecciones solemnes por razones que detallaremos más adelante, Pellicer proyectó incorporarla en los preliminares de esta obra, como se deduce de un aviso a los lectores y de una hoja con el título «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo por don Joseph Pellicer Salas y Tovar», que quedó en el impreso. El escueto título que aparece en el manuscrito, muy probablemente, responde a la naturaleza de borrador o de texto de trabajo que tiene, como veremos, el documento; el título más extenso, el que se anuncia en los preliminares, hace hincapié en los ‘escritos’ de Góngora y en la ‘defensa de su estilo’, razón de ser de esta biografía, compuesta algo más de dos años después de la muerte del poeta. La vita de Pellicer solo llegará a la imprenta en el siglo XX, cuando Raymond Foulché-Delbosc la publica dos veces: primero en 1915 en su Revue hispanique y, seis años más tarde, en su edición de las Obras poéticas de Góngora.

Existe, además, lo que la crítica ha venido considerando una versión anterior de este texto: la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» —compuesta por fray Hortensio Félix Paravicino para los preliminares del ms. Chacón, también estudiada y editada en el ámbito de este proyecto digital2—, así como un tercer texto diferente de los mencionados pero que repite el título de la «vida» del ms. Chacón, Vida y escritos de don Luis de Góngora, y que se publicó por primera vez en algunas tiradas de Todas las obras de don Luis de Góngora de Gonzalo de Hoces de 1633 y en casi todas las demás ediciones derivadas de esta3. A modo de resumen, contamos con los siguientes títulos:

— «Vida y escritos de don Luis de Góngora» en el ms. Chacón (atribuida con buenas razones a Hortensio Félix Paravicino).

— «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» en el BNE, ms. 3918 (llamada «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo por don Joseph Pellicer Salas y Tovar» en los preliminares de las Lecciones solemnes).

— «Vida y escritos de don Luis de Góngora» de las ediciones de Hoces.

Estas diferentes «Vidas», emparentadas entre sí, se integran en el conjunto de discursos de defensa salidos del círculo de amigos y apologistas cercanos al gran poeta cordobés. Pellicer se propone, además de encomiar a Góngora y celebrar sus escritos, defender su estilo y arremeter contra las ediciones espurias y mal cuidadas de sus obras. El propósito es característico de la etapa de la polémica que Melchora Romanos califica de «post-gongorismo combativo» o del «gongorismo sin Góngora»4. Las claras intenciones laudatorias, matriz de este texto, las reiterará Pellicer en las Lecciones solemnes, en cuyos preliminares, como dijimos, pensaba incluir esta vita, un libro, que, junto con el comentario de Salcedo Coronel del Polifemo, darán inicio a una apretada competición por la defensa de la obra del poeta y la exégesis de sus poemas mayores5.

2. [Autor] Pellicer: un joven erudito en el centro de la polémica §

Joseph Pellicer de Ossau de Salas y Tovar (Zaragoza, 1602 - Madrid, 1679) fue un fecundo escritor (existen más de doscientas obras suyas catalogadas) y uno de los más fervientes gongoristas de su época6. Desde muy temprano manifiesta en sus obras su gran admiración por los versos del poeta cordobés y, por los años en que escribe esta vita, no escatima elogios en sus Lecciones solemnes (Madrid: Imprenta del Reino, 1630), en El Fénix y su Historia natural (Madrid: Imprenta del Reino, 1630) o en la Fama, exclamación, túmulo y epitafio… (dedicada a Paravicino)7 para aquel que tiene por el mayor poeta de España. Sus contemporáneos, para la fecha en que escribe las Lecciones, lo consideraban ya el «adalid» del gran poeta8.

Primogénito de una familia noble de Aragón, estudió en Alcalá de Henares y Salamanca y vivió en la corte desde su infancia, donde desarrolló su carrera profesional componiendo un número sorprendente de textos poéticos e históricos. En 1629 fue nombrado Cronista de Castilla (cargo pretendido por Lope de Vega en varias ocasiones) y Cronista Mayor de los Reinos de la Corona de Aragón en 1640, tras la muerte de Bartolomé Leonardo de Argensola9. Ya maduro, y siendo caballero de las órdenes de la Montera y de Santiago, compuso una relación cronológica de su dilatada obra en su Bibliotheca formada de los libros y obras de Joseph Pellicer de Ossau y Tovar (Valencia: Gerónimo Villagrasa, 1671-1676) en la que da noticia de su ingente quehacer literario a lo largo del XVII. Son destacables —además de sus conocidos Avisos— su producción propagandística a raíz de la declaración de guerra del rey francés en 1635 (Defensa de España contra las calumnias de Francia) y en relación con la revuelta de Cataluña y la secesión de Portugal (La Astrea Sáfica, Idea del Principado de Cataluña y la Fama Austriaca). Como hombre al servicio del rey, legitimó con su pluma la postura de la monarquía hispánica.

No se puede negar la gran capacidad de trabajo de este precoz polígrafo. De esa erudita precocidad se enorgullece, aunque con protestas de modestia no muy convincentes, en los preliminares de sus Lecciones solemnes, por ejemplo. Además, solía hacer gala de su linaje alardeando de sus cuatro ilustres apellidos (Pellicer, Ossau, Salas y Tovar). De tal presunción se burlaron Quevedo (en La Perinola) y Lope (en El Laurel de Apolo), entre otros rivales literarios. Sin embargo, no debemos olvidar que Pellicer es un hombre realmente erudito y no carente de talento, muy leído en su tiempo y estimado pese a los ataques que le valieron sus precoces éxitos y su vanidad, a quien la posteridad ha venido tratando con tal vez excesiva dureza. Su imagen como pedante, de erudición espuria, historiador poco riguroso y a veces fabulador, presente ya en la decimonónica Historia crítica de los falsos cronicones, de José Godoy Alcántara10, queda fijada durante todo el siglo XX por las apreciaciones de Dámaso Alonso. Más recientemente el historiador Richard Kagan opinó que este escritor «propagandista» de la Corona y «diestro mitógrafo» dispuesto a torcer las fuentes históricas y a inventar otras con fines tanto personales como políticos, fue la quintaesencia de las «plumas contratadas» (hired pens) de la historiografía barroca11. Pese a todo, la manipulación de la historia y la falsa erudición que se le achacan a Pellicer eran debilidades en que incurrían muchos hombres de letras de su tiempo, aunque la torrencial facundia del aragonés lo señalara entre estos historiadores mendaces como uno de los más prolíficos zurcidores de historias y genealogías. Cierto es que este escritor estuvo en el epicentro de varias disputas intelectuales, como demostró Dámaso Alonso en su conocido «Todos contra Pellicer»12. Sin embargo, como no se puede reducir su considerable labor a esos roces con otros miembros de la república literaria, hace ya unas décadas, tanto Aurora Egido como Robert Jammes echaban en falta «una visión completa del prolífico autor de las Lecciones solemnes» y «un estudio ecuánime en el que se reduzcan a su dimensión exacta las invectivas que llovieron sobre él»13. Hace ya más de treinta años, Luis Iglesias Feijoo halló un manuscrito que recoge un interesante intercambio epistolar entre Pellicer y algunos de sus contemporáneos14, en el que resaltan aspectos positivos del personaje y de la estimación que de él se hacía, que vienen a matizar la deplorable imagen que hemos heredado. El citado conjunto epistolar —en el que destacan nombres como Antonio Hurtado de Mendoza, Francisco de Quevedo, Alonso y Lorenzo Ramírez de Prado, los condes de Lemos, de Oropesa, de Atarés, el Almirante de Castilla, don Francisco de Amaya, Manuel de Faria y Sousa, y otros muchos—, confirma el calado de la relación intelectual y social que Pellicer mantuvo con los hombres de letras y los nobles españoles a lo largo del XVII.

  Es bien conocida la historia de las estocadas que se van lanzando por estos años el entonces joven Pellicer y el ya consagrado Lope de Vega, en obras como el Laurel de Apolo (Madrid, Juan González, 1630), El Fénix y su historia natural y las Lecciones solemnes (ambos también de 1630)15. En un manuscrito autógrafo con poesías de Pellicer localizado hace unos años por Juan Manuel Oliver figuran dos sonetos satíricos contra Lope («A un poeta que decía que en España no había quien supiese el griego…» y «No debe decir mal quien sabe que tiene faltas propias»)16. En La Dorotea (1632)17, también se recogen algunas referencias de Lope contra Pellicer. Este último, a pesar de la virulenta guerra literaria mantenida con el Fénix en vida de este —«siendo quien menos debió a su pluma en vida», como recuerda en su Bibliotheca 18— depone las armas y le dedica un elogio funeral incluido en la Fama póstuma de Pérez de Montalbán (Madrid, Imprenta del Reino, 1636)19. En la mencionada carta a Nicolás Antonio recuerda haber escrito dicho elogio, que versa así: «Urna Sacra, panegírico funeral a la muerte de fray Lope de Vega Carpio (cuyo nombre es su única alabanza) y el epitafio que aún hoy permanece, cerca de su sepultura, en la bóveda de la parroquial de San Sebastián»20.

3. [Cronología] Textos y pretextos: tres vitae de Góngora §

Como apuntábamos al referirnos a los títulos, tenemos, en primer lugar, la vida incluida en el ms. Chacón titulada «Vida y escritos de don Luis de Góngora». La atribución a Paravicino de esta primera versión —denominada por Alfonso Reyes y la crítica posterior «vida menor»— ha quedado probada gracias a una de las epístolas encontradas y escudriñadas por Luis Iglesias Feijoo en el manuscrito que lleva la signatura 9/5770 de la Real Academia de la Historia de Madrid. En segundo lugar, tenemos lo que la crítica ha venido llamando «vida mayor» de Góngora, titulada «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas», cuyo manuscrito es objeto del presente estudio. Destinada a publicarse en el primer tomo, y luego en el prometido segundo de las Lecciones solemnes del zaragozano, esta vita no llegó a la estampa y se conserva hoy en manuscrito en la Biblioteca Nacional de España21. Foulché-Delbosc la edita en un artículo de 1915 y por segunda vez en 1921, junto con la «vida menor», en el tercer volumen de su famosa edición de las Obras poéticas de Góngora. Y en tercer lugar tenemos, como decíamos, la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» publicada en las ediciones madrileñas de Gonzalo de Hoces y Córdoba de Todas las obras de don Luis de Góngora.

Para entender las razones que llevaron a Pellicer a componer la vita que estudiamos ahora y su relación con la versión anterior, la atribuida a Paravicino, se impone hacer un poco de historia. Como es sabido, fray Hortensio Félix Paravicino fue amigo y también uno de los testamentarios de Góngora y, en esa calidad, le otorga a Pellicer el 6 de junio de 1628 un poder para la publicación de sus Lecciones solemnes22. La licencia de las Lecciones data de un mes más tarde (12 de julio de 1628) y la fe de erratas del 16 de diciembre de 1629. En el año y medio transcurrido entre la licencia y la fe de erratas intervienen una serie de sucesos que van a vincular directa o indirectamente a Pellicer, Paravicino, Lope y Calderón de la Barca con la escritura y reescritura de estas vitae «menor» y «mayor» del recién fallecido poeta andaluz23.

Iglesias Feijoo estudia una carta enviada por el trinitario a Pellicer desde Burgos, que lleva fecha de 1 de octubre de 1629. En ella hace alusión Paravicino al escándalo con los cómicos y, seguidamente, le pide a Pellicer que lo deje de «fuera de Estacada tan agena de [su] Profession», con el fin de evitar nuevos motivos de ataque y burlas si su nombre llegaba a figurar en las Lecciones solemnes24. Tal precaución no es de extrañar, pues el fraile también le pidió a Pellicer que no lo mencionase en absoluto en las Lecciones solemnes, de ahí que nos hayan llegado ejemplares con estados en los aparece citado y otros en los que no 25. En el contexto de la polémica, además, no podemos pasar por alto que si bien el religioso era amigo de Pellicer (este último lo llamó «mi mayor amigo»)26, también supo mantener buenas relaciones con Lope de Vega, por lo que cabe conjeturar, como segunda explicación de su negativa a figurar en la obra, que Paravicino prefería mantenerse al margen de la guerra entre Lope y Pellicer. Para no retrasar la inminente publicación de sus Lecciones, este último compuso apresuradamente la «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» (vida mayor), sobre la base de la vita del religioso que ya figuraba en los preliminares del manuscrito Chacón y que, como sabemos, Pellicer pudo consultar, puesto que lo menciona, equivocando el número de sus tomos, en la columna 608 de sus Lecciones solemnes27

Pero volviendo a la vida objeto de este estudio, parece que Pellicer no logró incluirla en las Lecciones por no haber podido conseguir a tiempo la licencia para este apéndice de última hora, y para no posponer la salida del libro. En ella dice, refiriéndose a las dos piezas encomiásticas, vida y epigrama al retrato, de Paravicino, incluidos en los preliminares del manuscrito Chacón: «Ambas cosas deseé yo imprimir, pero no pude conseguir de su modestia si no es la una, y esa con dificultad no poca». Respetando la petición del trinitario de no publicar la vita, incluye, sin nombre de autor, la «estancia» epigramática que empieza «De amiga idea de valiente mano», en el manuscrito Chacón asociada con el retrato del poeta, y que reaparece debajo del que adorna las Lecciones28.

El aparato paratextual de las Lecciones solemnes de Pellicer, concebido para dar acogida a esta vita, llega casi a la veintena de escritos y no tiene desperdicio. Tal despliegue de textos es reminiscente de la novedosa utilización de la imprenta por parte de Lope de Vega y su original manejo de frontispicios, emblemas, retratos, prólogos, dedicatorias, aprobaciones, etc. con fines promocionales y de acercamiento al poder29. Dicho aparato tampoco está alejado de la tradición de los accessus ad auctores medievales que, conjuntamente con la explicación del título, temas, filosofía e intención del texto traducido o comentado, recogían una vita auctoris. Como estos preliminares no son idénticos en todos los ejemplares del libro, basamos nuestra descripción en el ejemplar que conserva la Hispanic Society de Nueva York. Este, tras la portada, contiene un emblema con el lema Invidiae ultrix modestia). En el vuelto de la portadilla (que precede la portada) figura una cita en griego del orador Arístides con su correspondiente traducción latina (aduersus inuidos amussos). Ambos, emblema y fragmento, están relacionados con la envidia. El emblema es nada menos que la «empresa de don Joseph», como la describirá más tarde en su Bibliotheca, que consiste en un erizo encogido al que dos perros tratan en vano de morder lastimándose las lenguas. Al acercarnos a las Lecciones solemnes, en palabras de Cruz Casado, «se tiene la impresión de que estamos ante un libro blindado contra la envidia»30. Este sentimiento, y su compleja relación con el éxito literario, tan recurrentes en Pellicer, eran en este período parte esencial «de la retórica de la autorrepresentación y de la formación de una identidad creativa individual», como ha estudiado Javier Portús31.

Seguidamente, aparece la dedicatoria al cardenal infante don Fernando de Austria, hermano de Felipe IV, junto con el escudo de armas del dedicatario. A continuación figura, en el ejemplar consultado, una hoja con una advertencia «a los lectores» que, como explica Iglesias Feijoo, tiene el vuelto en blanco y fue introducida en los preliminares, sin formar parte de estos, como se comprueba al examinar las signaturas32. En ella se explica lo sucedido con la biografía que nos ocupa:

Yo había dispuesto que se estampase aquí la vida de Don Luis de Góngora, que tengo escrita, junto con los Elogios de Varones Insignes que hacen en sus escritos mención honrosa de él. No ha podido conseguirse esto, porque fue necesario sacar nueva licencia del Consejo para imprimirla y, siendo forzosa la dilación, era cierta la mala obra que se le hacía al librero en detener despacho del libro. Por esto, y por la priesa que daban los deseosos de él, determiné dejar la vida para el segundo tomo de Lecciones solemnes, donde saldrá con todas las demás obras muy brevemente33.

La premura con que quiere sacar sus Lecciones, además del contratiempo que significó la petición de Paravicino, está también relacionada con la carrera desatada entre Pellicer y Salcedo Coronel por publicar sus primeros comentos de las obras mayores de Góngora. Como se sabe, aunque la censura de las Lecciones lleva fecha de junio de 1628, Salcedo se adelanta a Pellicer con la publicación de su Polifemo comentado en 162934.

En nuestro ejemplar, la hoja añadida precede a una extensa dedicatoria al serenísimo señor don Fernando de Austria, seguida a su vez por la batería de textos legales (censura del padre fray Julián Abarca, licencia del ordinario por Diego de Rivas, censura del padre Juan Luis de la Cerda, la suma de privilegio, la de tasas y la fe de erratas). A continuación nos regala Pellicer su propio retrato, en un grabado de Jean de Courbes, con un fondo arquitectónico formado por un arco y dos pilastras. En el filo del arco aparece el lema «Don Joseph Pellicer de Salas y Tobar. Su edad XXVI años» y en la clave, el escudo de su linaje. En la cartela inferior que completa este conjunto iconográfico se leen unos versos laudatorios de su amigo Juan Francisco de Molina (Josephum placido spectadum pingere vultu…). Tras su juvenil retrato le sigue la extensa dedicatoria «A los ingenios doctísimos de España, beneméritos de la erudición latina», antes de terminar con el copioso «Índice de los autores que don Joseph cita en estas lecciones, divididos en sesenta y cuatro clases». Como se ve, Pellicer, que acababa de ser nombrado Cronista de Castilla, iba forjando su imagen de autor por medio de una calculada serie de estrategias promocionales —tales como el retrato y la divisa que incluía en sus libros—además de reflejar en las obras que publicaba su conexión con escritores famosos como Góngora, Paravicino o Anastasio Pantaleón de Ribera.

Con calculada progresión, aparece después una hoja que abre lo que podríamos llamar una segunda sección preliminar, que reza, con grandes tipos en el centro de la página: «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo, por don Joseph Pellicer de Salas y Tovar». Le sigue, en el vuelto, el retrato calcográfico del poeta cordobés, también de Jean de Courbes. Su marco ovalado, con la inscriptio: «Don Luis de Góngora y Argote, capellán de sus Majestades, racionero de la Santa Iglesia de Córdoba y príncipe de los poetas líricos de España», se inserta en una composición arquitectónica. La Fama corona de laureles al poeta mientras clama en su trompa, como lo aclara la filacteria: «Tu nombre oirán los términos del mundo»35; a ambos lados, en dos cartelas, se pueden leer los datos de nacimiento y muerte del poeta, rematados en la base por el número de años, meses y días vividos36. Completan el grabado los versos de Paravicino ya mencionados.

Concluye esta sección con un encomio en versos castellanos titulado «Túmulo honorario a la memoria grande, y en lo mortal e inmortal de don Luis de Góngora…» y una inscripción latina que relata el origen, cargos, excelencias y virtudes del poeta. Es precisamente al final de este último texto prologal donde encontramos el reclamo de página «Vida», que seguramente daba paso, en la página siguiente, al texto que nos ocupa, y que hubiera rematado estos prolijos preliminares. Tras una rápida mirada al conjunto que acabamos de describir se puede decir que hay mucho de Pellicer en una primera sección, en la que el joven no escatima espacio para hacer alarde de su origen y erudición al tiempo que defiende su labor como comentarista de Góngora. El grabado de Góngora por Courbes, la estancia de Paravicino, más el túmulo honorario y la inscripción latina, forman el inicio de una segunda sección paratextual cuyo núcleo debía ser la «vida y escritos» de Góngora que quedó manuscrita.

A modo de resumen, los preliminares de las Lecciones solemnes, además de los escritos que solían preceder todo impreso en la época (portada, censuras, erratas, etc.) se estructuran así:

- Advertencia en griego (y traducción en latín) de Arístides y grabado; ambos contra la envidia.

- Dedicatoria a don Fernando de Austria, su escudo y el texto «Serenísimo Señor».

- Parte que dedica Pellicer a ensalzar su figura. Es la más extensa y cuenta con: el retrato (por el mismo grabador que el de Góngora), «A los ingenios doctísimos…» (que en realidad es un ataque directo a Lope de Vega) y siete folios de «Índice de los autores» (un despliegue vanidoso de todo lo que dice haber consultado).

- Dos páginas dedicadas a Góngora (retrato con estancia y túmulo), más una página con la indicación de la vita ausente y una nota «A los lectores» explicando por qué no se imprimió.

Como puede observarse, Pellicer se coloca en el centro mismo de los preliminares y se dedica a sí mismo su parte más extensa.

Contra sus Lecciones solemnes se alzaron voces como las de Andrés Cuesta37, Tamayo de Vargas38 y Andrés de Uztarroz39. Según Tamayo de Vargas en su aprobación de una de las ediciones de Hoces, «convenía que todos gozasen de él [del ingenio de Góngora] sin más ornamento que de su propia perfección, sin los lunares de glosas y adiciones sin propósito, que hasta aquí le han violentado y obscurecido más que declarado e ilustrado»40. El libro de Pellicer también fue denunciado ante la Inquisición. Uno de los censores, Alonso Vázquez de Miranda, señaló los «errores de ignorancia clarísima, no por malicia» de Pellicer, quien «se dejó llevar de un deseo vano de ostentar varia lección y noticias, aunque hubiese menos ocasión de escribirlas, defecto de la edad juvenil o adolescente en que se halla»41. Y en efecto Pellicer, cuando compuso las Lecciones, tenía menos de veintiséis años y los comentos y edición de algunos de los poemas mayores de Góngora (Polifemo, Soledades, Panegírico y Tisbe) eran una tarea que solo habían emprendido «sesudos y cuajados varones, como el cordobés Pedro Díaz de Ribas»42. Como indica al concluir su monumental trabajo, Pellicer ha hojeado «más de dos mil y quinientos autores de todas lenguas y todas ciencias» y ha ilustrado los poemas con más de doce mil autoridades y noticias43. A pesar de lo que pueda haber de hiperbólico en estas cifras, y dejando de lado las digresiones irrelevantes y otros fallos, hay que reconocer, en palabras de Jammes, el «inmenso servicio que los comentaristas han prestado a la poesía de Góngora y la historia literaria: se puede afirmar que, sin ellos, las Soledades hubieran quedado casi incomprensibles, y no solo para nosotros, lectores modernos, cuya cultura es tan diferente de la del público del XVII, sino también para los propios contemporáneos de Góngora…»44.

  Por último, a modo de resumen, veamos cómo se fue gestando cronológicamente la «vida mayor» de Pellicer a partir de la original escrita por Paravicino y en relación con los sucesos mencionados:

- Paravicino, testamentario de Góngora, le otorga poder para publicar las Lecciones solemnes el 6 de junio de 1628. De esta misma fecha también es la licencia del ordinario.

- La censura de fray Julián Abarca data del 4 de junio de 1628 y la del Padre de la Cerda, del 14 de julio de 1628.

- La suma del privilegio es de un mes más tarde, del 12 de julio de 1628.

- La vita original fue escrita por Paravicino entre junio y diciembre de 1628. El terminus post quem sería el mes de junio de 1628, ya que alude a la edición de Vicuña, registrada por el Padre Pineda el 3 de junio de ese año. El terminus ante quem vendría a ser el 12 de diciembre de 1628, fecha de la dedicatoria de Chacón del manuscrito que contiene esta vita.

- En enero de 1629 comienza el escándalo entre Paravicino y Calderón.

- Paravicino le pide a Pellicer por carta de 1 de octubre de 1629 que no publique su vita en las Lecciones solemnes.

- Pellicer accede a su petición y se propone componer esta vida de Góngora (si damos por bueno el testimonio del interesado) antes de que el conjunto del volumen, incluidos los preliminares, quedara listo para la impresión, como muy tarde, antes de la fecha de la tasa (la fecha más tardía de los paratextos legales), o sea el 27 de febrero de 1630.

En suma, pues, la redacción de «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» fue emprendida entre el 1 de octubre de 1629 y la puesta en venta de las Lecciones solemnes poco después de la fecha de la tasa45. Dada su ausencia en el libro y la fiabilidad imperfecta de las declaraciones de Pellicer, no puede afirmarse que la redacción estuviera concluida en esas fechas.

4. [Estructura] Epitafio y monumento de Góngora §

Estas vitae de Góngora —tanto la versión inicial de Paravicino como la amplificada de Pellicer— fueron construidas siguiendo las líneas maestras del discurso encomiástico prescrito por la retórica clásica. De manera general, su estructura recoge lo que son —acotados por un breve exordio y un epílogo— los hechos antes, durante y después de la vida del biografiado (ex tempore quod ante eos fuit; ex tempore quod ipisi vixerunt; ex tempore quod est insecutum)46. Así, la laus personae que levanta el biógrafo basándose en los argumenta a persona recogerá a lo largo del texto referencias relativas al genus, natio, patria, sexus, aetas, educatio e disciplina, habitus corporis, fortuna, condicionis, animi natura, studia, etc. del biografiado47.

Abre Pellicer esta vita de Góngora indicando sucintamente lo que se propone: «decir de tan excelente varón y referir sus alabanzas». Manejando los tópicos del exordio, deplora su falta de elocuencia para hablar de tan excelso sujeto, y asumir el sublime cometido de su escrito: obrar por la vida póstuma e inmortal de un hombre como Góngora, «que vivió para decoro, reputación y honor de su patria»48. No olvida tampoco revelar con modestia la tópica incertidumbre del biógrafo en cuanto a su capacidad y estilo (captatio benevolentiae)49, ni el énfasis en la brevedad, característico de este tipo de narraciones, siguiendo la formulación característica de las virtutes narrationis (claridad, brevedad y credibilidad). El encomio retórico que sigue a este exordio, escrito en orden cronológico, engarza los argumentos relativos a la patria, la familia, la infancia, la madurez y la muerte de Góngora, destacando la hidalguía de su linaje dentro del marco de la ilustre ciudad de Córdoba. Conforme a los patrones de la descriptio personae, incluye Pellicer una laus urbis natalis en la que destaca el tópico de la benignidad del clima cordobés, que favorece el ingenio de sus habitantes50. Ofrece además como parte del discurso encomiástico de la urbe, una nómina de poetas ilustres con la que, echando mano de la historia, logra establecer nexos entre la pasada grandeza de la urbe romana que produjo a Séneca y a Lucano, y los tiempos más recientes que han dado a luz a Juan de Mena y a Luis de Góngora. Valiéndose de la técnica del sobrepujamiento, siguiendo una norma del género panegírico, afirma que el nombre de Góngora, opaca a todos los anteriores. Aprovecha Pellicer estas primeras líneas del urbis encomium para hablar de Homero, el habitante más famoso de Esmirna, ciudad rica e ilustre pero que recordamos sobre todo por haber sido la patria del poeta51. Este por lo demás, es gloria de su patria Córdoba sino también de toda España, punto sobre el cual también insiste Pellicer en los preliminares de las Lecciones:

Estaba la Poesía Castellana convalecida apenas de Juan de Mena, y halagada de la blandura de Garcilaso, iba arribando en Don Diego de Mendoza, Francisco de Herrera; entretúvose mejorada en los dos insignes Leonardos de Argensola, hasta que se cobró en Góngora, que la puso en perfección, llenando de espíritu generoso la capacidad de los genios españoles…52

En las líneas siguientes se detendrá Pellicer en el origen noble y la holgura económica de la familia Góngora y Argote — describiendo la formación intelectual de un padre dado al estudio del Derecho y las Humanidades— como bases sólidas sobre las cuales pudo el joven desplegar todo su talento natural. Procede Pellicer a hablar de la vida del sujeto como tal (ex tempore quod ipsi vixerunt), comenzando por su fecha de nacimiento y su infancia. No olvida manifestar, amparado en fuentes que no identifica («según acuerdan las historias»; «según oigo decir a sus contemporáneos»), la extremada precocidad del joven, la índole sobresaliente de su carácter (tópico del puer senilis), su afán de conocimiento y disciplina, y el ingenio extraordinario que le valió temprana fama desde sus tiempos de estudiante. Esta sección intermedia, como era de esperar, es la más extensa, ya que en ella se concentra la descripción física y moral del sujeto, así como la defensa de su obra y estilo.

Al relatar brevemente los años mozos de Góngora, Pellicer hace hincapié en su paso por Salamanca, en donde floreció su vocación poética (educatio et disciplina). Refiere la enfermedad del joven como consecuencia del clima salmantino («destemplanza fría de aquel suelo») y de los errores juveniles («distraimientos a que se incitan los mozos llevados del apetito y del ejemplo») que pusieron al poeta en los umbrales de la muerte. Góngora fue muy dado a los naipes toda su vida —son abundantes en su poesía metáforas sacadas del juego— y a ello, entre otras cosas, alude Pellicer, quizá, hablando de distraimientos, aunque el biógrafo los reduce a sus años mozos y los excusa con la inmadurez juvenil y el ejemplo de los amigos. También Artigas recuerda que en Salamanca «se hojeaban los naipes tanto o más que el Digesto»53. La situación de Góngora durante los años que pasó en Salamanca fue holgada y pudo vivir allí con mucha comodidad debido a los beneficios que le había cedido su tío Francisco. Según Pellicer, tras el episodio de la enfermedad, la fortaleza del joven lo devolvió a la vida. Para ilustrar este pasaje, incluye un poema de Góngora, —«Muerto me lloró el Tormes en su orilla»— en el que, además de corroborar el argumento del texto que está construyendo con la auctoritas del personaje mismo de quien escribe, busca ejemplificar el talento y precocidad literaria del cordobés con un ingenioso poema basado en una asociación de conceptos.

Sin embargo, este poema no es, como relata Pellicer, de los años mozos de Góngora. Quizá llevado por el hilo del discurso encomiástico en el que busca ofrecer mayor verosimilitud retórica y dar pruebas de cómo la vitalidad del biografiado logra derrotar la enfermedad, como recomendaban los tratados retóricos54, yerra Pellicer en las fechas. Como demostró en su tiempo Manuel González y Francés, este poema data de unos quince años después, cuando Góngora, ya racionero en su ciudad natal, tuvo que regresar a Salamanca en 1593, enviado (junto con el canónigo Alonso Venegas de Cañaveral) por el cabildo para dar el parabién al obispo electo de Córdoba, don Jerónimo Manrique, que ya lo era de Salamanca desde 1579 (y a quien dedicara el soneto «A don Jerónimo Manrique, Obispo de Salamanca, electo de Córdoba»55. Enfermó en la ciudad del Tormes y se vio obligado a extender su estancia cuatro meses, hasta noviembre de 159356.

La utilización de versos de Góngora para ilustrar su vida, y en particular esta sección dedicada a la alabanza del sujeto por medio de sus hechos encomiables y virtudes, es recurrente en esta vita que recoge cuatro de sus sonetos. Como decíamos, con este primer soneto se busca destacar el talento natural (ingenium) que, combinado con los estudios, llevó a Góngora a ser el poeta más erudito de su tiempo. No podía faltar la alabanza al conocimiento de las lenguas que demuestra el joven desde entonces (disciplina),y su excelencia en la lengua latina y todavía más, en la castellana. Según Pellicer, puede disculparse el haber dado rienda en sus primeros pasos como poeta a un ingenio como el suyo, “agudo y vehemente”, haciendo —por ser joven y por mal advertido— versos satíricos que molestaron a algunos, debilidad de que se dolía siendo ya maduro o anciano. Pone así Pellicer en boca de Góngora esta suerte de mea culpa para mayor gloria suya, en el que describe a un poeta arrepentido de lo picante de su sátira, o sea consciente de su fuerza y capaz de restringir su uso por razones virtuosas.

Es técnica común en la narración encomiástica achacar algunos desaciertos del biografiado a la inmadurez juvenil. Sin embargo, la predilección por lo escatológico y lascivo se manifiesta tanto en romances y letrillas juveniles como en composiciones muy posteriores. El chiste, lo burlesco y la parodia están muy presentes en la poesía que compuso Góngora a lo largo de su vida. Su musa no perdió ni la sal, ni el picante, con los años y, para comprobarlo, baste leer décimas escritas en 1624 por un Góngora más que sesentón como «Casado el otro se halla», que contiene juegos de palabras bien atrevidos, o «Con Marfisa en la estacada», que evoca las desventuras de un impotente57. En resumen, «los matices de humor o las inflexiones jocosas», a menudo fuentes de experimentación y mezcla, no faltan ni en los poemas graves, ni en uno de los preferidos del poeta, la Fábula de Píramo y Tisbe58, ni en «el más oficial y ambiciosamente noble de los poemas de Góngora, el Panegírico al duque de Lerma»59.

Esta extensa sección de la vita busca desmentir la fama de procaz y chocarrero que nunca perdió del todo Góngora y que, para algunos espíritus gazmoños, desacreditaba sus poemas presuntamente graves. Según Pellicer, Góngora dejó de escribir burlas cuando se ordenó sacerdote, pero, como recuerda Artigas, para entonces el poeta pasaba ya de los cincuenta años y lo hizo para poder disfrutar de la capellanía que le fue otorgada por Felipe IV cuando fue a instalarse en la Corte en 161760. Sabemos que, como muchos de los escritores de su tiempo, Góngora, incluso siendo eclesiástico y, más tarde, sacerdote, no se privó de escribir este tipo de poemas, ni otros de carácter amatorio, aunque Pellicer pretenda disculpar estos últimos afirmando que los hizo a petición de «amigos y poderosos». A diferencia de Quevedo, nos recuerda Carreira, Góngora «es hedonista y no lo disimula»61. La prolija defensa del biógrafo, creemos, también pudo haber sido suscitada por las censuras eclesiásticas de la edición de López de Vicuña, en particular de la del padre Pineda, que además de atacar al Góngora poeta, arremete contra el sacerdote62.

Aprovecha Pellicer esta defensa de las virtudes de su biografiado para censurar a ciertos sacerdotes que usan de la inmunidad de lo sagrado para escribir sátiras en las que dan rienda suelta a sus odios, con lo cual es probable que aluda a Lope de Vega, en ese momento objeto de su mayor preocupación, como se verifica en el prólogo «A los ingenios doctísimos de España». Como decíamos, por estos años también componía Pellicer El Fénix y su historia natural y, tanto en los preliminares como en el texto de esta obra, arremete contra Lope en uno de los momentos más enconados de su enemistad. En la primavera de 1629, Pellicer difunde entre amigos el poema y Lope se burla de él en una comedia. En respuesta, Pellicer se defiende en los preliminares de El Fénix; en el Laurel de Apolo, que sale a la luz en febrero de 1630 Lope lanza varios dardos a Pellicer, que este le devuelve en los preliminares de las Lecciones. La vita de Pellicer que analizamos, escrita en los últimos meses de 1629, estrechamente ligada a estos preliminares, pasa a formar parte del conjunto de escritos polémicos cruzados entre Lope y Pellicer. Por lo tanto, podemos considerar este texto una extensión de la guerra literaria que, desde que salieron el Polifemo y las Soledades, parece haber enfrentado a ciertos amigos de Góngora y a algunos entusiastas de Lope de Vega63.

Fiel a su intención encomiástica, insiste Pellicer en el desengaño de sus locuras juveniles que experimentó Góngora al ir entrando en años, ayudado por su profunda inteligencia, y con más intensidad después de ordenarse sacerdote. Al propio tiempo sintió la necesidad de una conversión no ya moral o religiosa sino estilística, hacia una grandeza y sublimidad poéticas que excediesen la destreza tan admirada en los juegos, donaires y equívocos por los que se había hecho famoso. Según Pellicer, el rumbo que buscaba hacia una «reputación más sólida y fama más elevada», lo halló en el ejemplo del gran predicador Hortensio Félix Paravicino64. Cuenta, pues, el biógrafo, sin que podamos saber hasta qué punto basándose como lo pretende en declaraciones del propio poeta, que Góngora, admirador del orador sagrado, decidió transferir la majestad de frases y profunda erudición de que hacían gala sus sermones a la propia poesía, escribiendo entonces el Polifemo y las Soledades. El ejemplo de los discursos del trinitario y el trato frecuente animaron a Góngora a emprender estas labores poéticas de mayor empeño65.

Para Carreira, que estudia la reutilización de materiales anteriores por parte del poeta, este tenía «aversión por la reescritura» y huía de repetirse66, por lo que no cesó de renovarse a lo largo de los más de cuarenta años de su actividad como poeta. No está, pues, justificado marcar una cesura tajante entre un antes y un después en la escritura gongorina tras el supuesto cambio espiritual del cordobés. Así construye la historia Pellicer que, fiel a su propósito panegírico y edificante, busca mostrar que la gloria del poeta se asienta en la virtud. Según Pellicer, Paravicino habría precedido a Góngora en el empleo del lenguaje culto. Además de en la Vita que comentamos, lo declara en un pasaje de las Lecciones solemnes que fue sustituido, en la mayor parte de los ejemplares, por una prolija descripción de Sicilia67.

El «furor sublime» y el ardor que imprime Góngora a su Polifemo, tan admirados por algunos, le da pie a Pellicer para hablar de los maliciosos y envidiosos, y a insertar como respuesta el segundo soneto de Góngora, «Pisó las calles de Madrid el fiero»68. Este poema, como se sabe, compara a los críticos de su poesía con campesinos incultos que sueltan los perros al ver llegar a un forastero. Termina Góngora el soneto ofreciéndose, con dos «truenos» de su trasero, usar sus opiniones como papel higiénico y crear luz en las nalgas. Llama la atención que Pellicer incluyera este poema escatológico, que había sido denunciado por el padre Pineda por sucio y personal69. El soneto también le había dado pie a Jáuregui, en el exordio de su Antídoto, para demostrar que Góngora amedrentaba a los críticos, no por lo agudo de sus respuestas, sino porque, asqueados, tenían que dejarlo «por señor del campo viéndole empuñar un soneto merdoso y otro pedorro, y al menorete un monóculo o cagalarache»70.

Al escribir poco después Góngora la Soledad primera, sigue contando Pellicer, «padeció semejante invasión que el Polifemo», a lo que respondió con el desprecio y la risa, además de con este otro soneto que transcribe el zaragozano: «Con poca luz y menos disciplina»71. Según sostiene Begoña López Bueno, este poema lo escribe Góngora en 1615 como reacción inmediata tras conocer el Antídoto de Jáuregui, que es el «muy crítico y muy lego» autor a quien alude en los versos72. El cuarto y último soneto que incluye Pellicer, «Restituye a tu mudo horror divino»73, no se refiere a la Soledad segunda, como afirma el biógrafo, sino a la primera, como reza en el manuscrito Chacón. Estos tres sonetos, concluye la profesora López Bueno, «forman parte de un mismo contexto: el de la defensa y/o el ataque en un momento, el otoño de 1615, de especial dificultad para Góngora»74. Después de estudiar la datación de los tres sonetos, recogidos por el colector del manuscrito Gor75, y que incorpora Pellicer en esta Vida, López Bueno señala que los tres se compusieron y transmitieron por las mismas fechas: «Salta a la vista que los tres sonetos y las décimas forman un conjunto trabado de reacciones ofensivo-defensivas de Góngora en el momento en que la tormenta arreciaba más contra él»76. Podemos entender así por qué los escoge Pellicer para, unos quince años más tarde, dar voz al ya fallecido Góngora en la aún muy viva polémica sobre su poesía. Pero, lo que es más, si, como apunta la citada estudiosa, estos sonetos, junto con la décima «Por la estafeta he sabido»77, son «reacciones de Góngora ante las irónicas críticas de Lope en su carta inicial de 13 de septiembre de 1615 y, especialmente ante las censuras de gran calado de Jáuregui en su Antídoto…»78, Pellicer, inmerso en su guerra literaria contra Lope por los años en que escribe esta vita, ataca al Fénix sirviéndose de la voz de Góngora como arma.

Concluye así, con este último soneto, la digresión defensiva sobre el estilo antes de continuar con la vida del poeta, aunque aclara el biógrafo que habrá más en sus Lecciones solemnes, lo que vuelve a corroborar la trabazón de los paratextos con el cuerpo del libro: «Dejemos ahora el discurrir sobre el estilo, pues luego diremos de él en su defensa…». Retoma el patrón marcado por Quintiliano para configurar el elogio al mencionar la condición social (conditionis distantia), señalando que aunque fuera «el mayor hombre de España en su tiempo», Góngora sufrió necesidad e incomodidades: ser racionero de su iglesia era «estrecho puesto para caballero tan calificado y tan lucido ingenio». En consonancia con el animi natura, alaba el carácter de quien que en tales circunstancias sabía soportar su suerte y daba gracias por lo que tenía, buscando la simpatía del lector al evocar la injusta avaricia de la fortuna con su biografiado.

No parece ser, sin embargo, que, como afirma Pellicer, estuviera muy contento Góngora con lo que tenía. El poeta, que había viajado a la Corte esporádicamente en varias ocasiones, escribe poemas de circunstancia y composiciones de elogio como el Panegírico al duque de Lerma, y se asienta en Madrid en 1617, cuando tenía cincuenta y cinco años, como pretendiente cortesano79. Refiere Pellicer las gestiones del poeta en la Corte con el objeto de conseguir hábitos militares para sus sobrinos. El primero le llega con retraso, ya en 1622, debido a la caída de sus protectores y al cambio de reinado. De los años siguientes datan los sonetos «Camina mi pensión con pie de plomo», «De la Merced, señores, me despido» y «En la capilla estoy, y condenado», que hablan del cansancio, el desengaño y la apremiante preocupación por el dinero. Aflora en varias de las composiciones de estos años su angustia por la llegada de la vejez y su estado de salud en la situación que se encontraba («Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que católico se alienta», como reza el epígrafe del soneto «En este occidental, en este, oh, Licio») u otros en los que recoge el tópico de la brevedad engañosa de la vida («Menos solicitó breve saeta»), o su deseo de regresar a una vida más tranquila en Córdoba «De la Merced, señores, me despido». Pellicer, siempre cortesano, no se olvida de elogiar a la reina por haberse ocupado del enfermo en tan crítico momento. Este había caído en cama durante el viaje que Felipe IV realizó a Aragón acompañado de Olivares y de otros cortesanos a principios de 162680.

Una vez concluido con una muerte cristiana y serena el relato de la vida, pasa Pellicer a una semblanza del poeta (descriptio persona) siguiendo los cánones habituales. La evidentia que logra con esta descripción pone al biografiado, tanto en sus cualidades físicas como morales, ante los ojos de los lectores, todo ello enmarcado dentro de la finalidad persuasiva del texto. Refiere una frase amable que solía dirigirle el poeta: anécdota que subraya, además de su relación personal con Góngora, la generosidad del ilustre anciano frente a sus jóvenes émulos (acta et dicta).

Tras recalcar que otra de las virtudes del poeta era recibir los consejos y censuras de sus amigos —cuestión debatida en la polémica81—, pasa revista a los poetas grecorromanos a los que era aficionado Góngora. La lista es reveladora, ya que algunos de los autores que recoge Pellicer se utilizan como argumento, en el intercambio de censuras y defensas, para extraer fórmulas y recursos que permitan señalar novedades y presuntos fallos de su poesía. En esa nómina, que recoge desde los grandes Homero y Virgilio hasta autores tardoantiguos como Museo y Nono de Panópolis, pasando por prosistas del relato amoroso de aventuras, como Heliodoro, y líricos, como Anacreonte, predominan los autores griegos que, imitados por Góngora, darán a la poesía docta del XVII aires de antigua majestad. Al mencionar de modo preferente autores menos frecuentados, cultivadores de la epopeya, la égloga y el epilio, o que incluyeron en sus obras elementos de géneros diversos, o que insertaron casos amorosos, como Museo, Heliodoro y Aquiles Tacio, Pellicer aspira a refutar algunas de las mayores objeciones a la poesía de Góngora: la cuestión de los genera dicendi y del estilo. Tanto quiere Pellicer persuadirnos de la grandeza literaria de Góngora que llega a decir que no está del todo seguro de que leyera a estos autores: si los leyó, es admirable por haberlos superado, y de no haberlos leído, más aún, pues los recreó sin conocerlos. Para Pellicer, como para Pedro de Valencia, Francisco Cascales o Juan de Jáuregui, solo los antiguos eran dignos de ser modelos de un poeta ambicioso, por lo que omite a los intermediarios renacentistas, tanto neolatinos como italianos, incluso a poetas tan respetados e imitados como Pontano, Sannazaro, Tasso o Marino, que fueron eslabones fundamentales de la transmisión de la poética antigua82. La lista de estos autores clásicos arroja luz sobre el diálogo que mantenía Góngora con los modelos antiguos, siguiendo las doctrinas de la imitación compuesta de modelos y géneros, base de su estética, que permitía enriquecer y amplificar la lengua vulgar. Repite juicio similar sobre la imitación gongorina en sus Lecciones:

Anduvo don Luis con espíritu poético examinando cazas y pescas en Opiano; en Claudiano epitalamios y bodas; palestras y juegos en Píndaro; alabanzas de la soledad en Horacio; tormentas y borrascas en Virgilio; boscajes y selvas en Valerio Flaco; transformaciones fabulosas en Ovidio; sin que se le pierda rito ni desatienda ceremonia, tan frecuente en las fórmulas de la Antigüedad, que a perderse en los griegos y latinos, se hallarán en las Soledades las noticias83.

Esta opinión, en suma, ya la había expresado el gran helenista Pedro de Valencia, al decir que el Polifemo y las Soledades excedían «con grandes ventajas a todo lo mejor que he visto de griegos y latinos en aquel género»84.

Cuenta Pellicer que la modestia del poeta (animi natura) le impidió publicar su obra en vida, por lo que esta quedó «desamparada» y se publicó de un modo nefasto. Dada la fecha en que se escribe esta vita, Pellicer solo puede estar aludiendo a la edición muy controvertida de Juan López de Vicuña, aparecida en 1627: «se los estampó o la enemistad o la codicia, con prisa, con desaliño, con mentiras y con obras que le adoptó el odio de su nombre». Insiste en la dedicatoria de las Lecciones: «A mí me permitirán más desahogo para acabar de publicar sus obras tan ajadas en la edición pasada de la prensa»; «No fue mucho que con semejantes estratagemas saliesen las obras de don Luis de Góngora impresas tan indignamente, con tantos errores, y aun sin nombre»85. No contento aún, en el discurso prologal «A los ingenios doctísimos de España» afirma que una de las razones que le movió a comentar la poesía de Góngora

fue la lástima de ver las obras de don Luis impresas tan indignamente, acaso por la negociación de algún enemigo suyo que, mal contento de no haberlo podido deslucir en vida, instó en procurar quitarle la opinión después de muerto, trazando que se estampasen sus obras (que, manuscritas, se vendían en precio cuantioso) defectuosas, ultrajadas, mentirosas y mal correctas, barajando entre ellas muchas apócrifas y adoptándoselas a don Luis, para que desmereciese por unas el crédito que había conseguido por otras. Al fin salieron, estampadas, a luz, tan sembradas de horrores y de tinieblas que si el mismo don Luis resucitara, las desconociera por suyas, como de Ausonio dijo José Escalígero. Salieron también sin nombre, dando ocasión para que por libro anónimo se recogiesen por edictos; que todo esto sabe causar la envidia y la malicia…86.

Para reparar estos desmanes, un amigo, don Antonio Chacón Ponce de León, señor de Polvoranca, decidió reunir y encuadernar con primor sus poemas y dedicarlos al conde duque87. Paradojas de la historia: con tal magnífico regalo a Olivares, don Antonio Chacón, como recuerda Carreira, logró uno de esos ansiados hábitos que tanto persiguiera Góngora por la Corte88. Concluye Pellicer con otro ejemplo de su propio conocimiento del personaje y de las virtudes intrínsecas del poeta, que se negó, por modestia, a que le comentara su obra. Engarza con un tópico ejemplo de captatio en el que alude a su incapacidad como comentarista, como había hecho al principio; anuncia la división de las Lecciones (obras mayores en el primer tomo y menores en el segundo) y termina presentando un epitafio que no conservamos por mutilación de la página del manuscrito y que es probablemente el Túmulo honorario que acompañaba el retrato de Góngora en las Lecciones solemnes, o bien el epitafio en latín que de él forma parte y que aparece en el vuelto de la misma hoja.

5. [Fuentes] Fuentes orales y retóricas para la composición de la vita §

Como apuntábamos, dado que la intención del texto era alabar al poeta, el género oratorio al que recurre Pellicer es el genus demostrativum. Durante el Renacimiento, fueron fundamentales y de gran influencia para la construcción del discurso epidíctico los tratados de Hermógenes de Tarso, incorporados, junto al manual de Aftonio, a la enseñanza escolar del latín, así como los tratados de Menandro de Laodicea y la sección de «De laude et vituperatione» de la Institutio Oratoria de Quintiliano, el tratado retórico más amplio y brillante que nos ha legado la antigüedad. El texto, además, como indica desde el título, da cabida a elementos del género judicial, puesto que se propone la defensa del poeta frente a sus detractores. De ahí la inclusión de pruebas basadas en testimonios: pueden servir para ello los sonetos mismos que cita in extenso, y los episodios de la vida de Góngora que conoce de primera mano por haberlo conocido a él y a sus amigos; también la vastedad de su cultura demostrada en el número de autores antiguos a los que era aficionado el poeta, a los que imitó y superó y, por último, pruebas de fama como la existencia misma del manuscrito Chacón y el honor con que lo recibió el poderoso valido.

A diferencia de los detallados y eruditos comentarios de las Lecciones solemnes, no cita Pellicer sus fuentes, y las referencias a otros textos y contextos de la polémica, que debían resultar muy conocidos a sus lectores, aparecen insinuados o difuminados a lo largo de la vita. La única fuente que da Pellicer figura en una nota marginal en el manuscrito y se trata de la Historia de las antigüedades de la ciudad de Salamanca, escrita por el historiador de los reinos de Castilla y de Indias Gil González Dávila (1570-1658) y publicada en 1606 en esa ciudad. Para los datos relativos a la familia de Góngora es muy posible que haya consultado las obras de Pedro Díaz de Ribas, en particular De las Antigüedades y excelencias de Córdoba y la Crónica general de Ambrosio de Morales.

En general, notamos ciertos paralelismos entre los ‘datos biográficos’ que nos ofrece Pellicer y algunos de los poemas de Góngora, como si el biógrafo se estuviera apoyando en la obra misma del poeta para componer su semblanza89. Por ejemplo, la descripción de la fertilidad, campos, muros y despojos de Córdoba (entre ellos la torre de Los Argotes), recuerda, si bien tópico obligado en este tipo de composición, el temprano poema gongorino «Oh excelso muro, oh torres coronadas…». Asimismo Pellicer, como decíamos, se vale del poema «Muerto me lloró el Tormes en su orilla» para el pasaje de la enfermedad del poeta, y, si bien yerra en la fecha, sabe utilizarlo hábilmente para ejemplificar el topos de la fortaleza del biografiado. Habla de los «tres días en los umbrales de la muerte», dato que se encuentra en el poema («en cuanto don Apolo el rubicundo /tres veces sus caballos desensilla»). Anota además, en el margen del texto, que el poeta se quedó «sin habla» cuando enfermó al llegar a Salamanca, lo que correspondería al «parasismal sueño profundo». Al referir los deseos de Góngora de alejarse del agitado mundo cortesano para regresar a su ciudad natal, temiendo morir en el «año climatérico», quizá tuviera en mente el soneto antes mencionado cuyo primer cuarteto dice:

En este occidental, en este, oh Licio,
climatérico lustro de tu vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.90

Por último, es importante también señalar las fuentes orales, es decir, el conocimiento directo que tuvo Pellicer de la vida de Góngora a partir del propio poeta, con quien tuvo trato. A pesar de su deliberada intención laudatoria y su proyecto defensivo, Pellicer contaba con los útiles necesarios para combinar este conocimiento de primera mano con el esquema retórico para redactar una vita. La evocación de recuerdos personales que hemos señalado en la edición: «Ofrecí yo, en vida, a don Luis, el comentarle sus obras, y aunque él lo rehusó…» o «porque según él confesaba públicamente», por ejemplo, también aflora en las Lecciones solemnes: «Entre las obras que más estimó en su vida don Luis de Góngora, según él me dijo muchas veces, fue la principal el romance de Píramo y Tisbe»91.

6. [Conceptos debatidos] Preliminares y comentarios de las Lecciones solemnes: defensa e ilustración de la poética gongorina §

Habían trascurrido más de tres lustros desde el inicio de la polémica y la «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» tiene como trasfondo el conjunto de comentarios, pareceres, apologías, cartas, parodias y antídotos que siguieron a la difusión del Polifemo y las Soledades desde 1613. El propósito defensivo, manifiesto en el título que le da Pellicer en los preliminares de las Lecciones solemnes («Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo por don Joseph Pellicer Salas y Tovar») es de los más repetidos en los títulos de la polémica: «Defensa e ilustración de la «Soledad Primera», «Epístola de Manuel Ponce a Villamediana en defensa del léxico culterano», «Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe de Cristóbal de Salazar Mardones», y otros más. Sin mencionar nombres, el texto de Pellicer se hace eco de muchos de los planteamientos de apologistas y detractores, entre los que destacan, como hemos visto en las páginas anteriores: la defensa de la oscuridad como generadora de la magnificencia del estilo, las referencias a la «sublimidad» de la poesía gongorina, el empleo de tropos frecuentísimos, el estatuto de la lengua española respecto al latín y el papel central de Góngora en su elevación, así como la comentada «docilidad» del poeta para aceptar las sugerencias y corregir los poemas. En general, la vita busca desautorizar, en conjunto y sin aportar definiciones ni dar ningún nombre, a los detractores del cordobés, tildándolos de envidiosos e incapaces de entender su poesía.

Desde el punto de vista de la intertextualidad, es significativo el diálogo que establece Pellicer con la Carta a don Luis de Góngora en censura de sus poesías, de Pedro de Valencia, y con los Discursos apologéticos por el estilo del Polifemo y Soledades de Díaz de Ribas, que hemos ido desgranando en las notas a pie de página. Los Discursos y la vita de Pellicer, a su vez, se alzan como respuesta a muchas de las objeciones del Antídoto de Jáuregui. Asimismo, aunque el Escrutinio sobre las impresiones de las obras poéticas de don Luis de Góngora sea posterior a esta vita, —escrito probablemente cuando aún estaban muy recientes las ediciones de Hoces y atribuido al cordobés José Pérez de Ribas por Antonio Carreira— tampoco queríamos pasar por alto las concomitancias que guarda con este texto, precisamente por recoger las ideas que comparten los Discursos y la vita, y que también hemos ido indicando en las notas.

Si bien Pedro de Valencia reconoce la valía de la poética de Góngora, el arte, ingenio y experiencia que las sostienen, apunta no obstante algunos factores de una oscuridad que deplora, señalando las transposiciones, el uso de vocablos griegos e italianos y algunas metáforas burlescas que no convienen al estilo alto. Díaz de Ribas, por su parte, defiende la novedad del estilo de Góngora, que, según él, «es conforme a las reglas del arte»92; cree que aquellos que ven solo oscuridad carecen de ingenio, de lección o no supieron poner cuidado en la lectura «por no estar versados en la lección de los poetas antiguos, ni entender sus frasis tan llenas de tropos y tan remotas del lenguaje vulgar»93. Amplifica Pellicer estas ideas, como hemos visto, con la nómina de poetas griegos y latinos a quienes imitara y emulara Góngora. Al igual que las Lecciones solemnes, la apología de Díaz de Ribas busca «explicar y defender cómo el intento de nuestro poeta fue añadir a nuestra lengua belleza y cultura, y a nuestras Musas, gala y majestad»94. Otros argumentos e ideas presentes en los Discursos que se repiten en la vita (y en las Lecciones) son la mención del precedente de Juan de Mena95, la utilización de voces peregrinas y la invención («adornó del atavío y galas extranjeras, descubriendo campos no hollados»)96, el engrandecimiento de la lengua por parte de Góngora («enriqueció nuestra lengua con los tesoros de la latina, madre suya, no solo en las voces sino en la gracia del decir»97); y la emulación, casi superación, de los latinos: «Por comunicar estas virtudes [gravedad, venustidad y bizarría] a su estilo, las tradujo nuestro poeta, casi venciendo a los latinos en la colocación de las voces»98.

7. [Otras cuestiones] La vita de Pellicer y otros textos de la polémica. §

Buen conocedor del género y excelente articulador de los tópicos del encomio, engarza Pellicer temas, léxico y giros que vuelve a aprovechar en otro texto panegírico posterior: la dedicatoria a don Antonio Messia de Tovar y Paz, Señor de Monte Rubio, que figura en los preliminares de la Fama, exclamación, túmulo y epitafio… en honor a Paravicino. Además de los tópicos comunes del género (captatio benevolentiae, la precocidad en las letras del biografiado y su fama como «honor de la nación y deseo de las extranjeras», por ejemplo), existen notables similitudes tanto en el léxico como en el empleo de estructuras paralelísticas en los dos textos: se repiten, además de las alusiones a la ‘afabilidad del trato, la ‘docilidad del natural’, y la conservación del entendimiento antes de morir, voces como ‘granjear’ («opinión que le granjearon cuarenta y dos años de noticias»); ‘contristar’ («La virtud…que la contristaban desde inferior región»); ‘apurar’ («y apurada la fineza de su ciencia»); ‘descoger’ (¡Oh, como pudiera descoger aquí todo el aparato de la alabanza…»); ‘ dar residencia’ («Llegó la hora de dar residencia de tan superior talento»)99.

Otros aspectos relacionados directamente con la producción del texto literario y la condición intelectual y social del autor son destacables en esta vida, en particular los comentarios sobre la indecisión del poeta en cuanto a la publicación de su poesía hasta muy tarde, las referencias a su precaria situación económica y a la búsqueda constante de mecenazgo. En este sentido, es destacable el papel de Pellicer en la construcción de la imagen del autor, revindicando a un poeta lírico que se regía por un alto concepto del arte, un poeta sancionado por nobles y aristócratas que podía ofrecerse como modelo intelectual para las nuevas generaciones que estaban ya imitando la docta poesía del cordobés.

Como se puede ver al cotejar este texto de Pellicer con la vita de Paravicino que figura en el ms. Chacón, y como han estudiado Feijoo y Oliver100, las adiciones y supresiones son de especial interés. Señalemos entre las primeras la inclusión de referencias eruditas muy del gusto de Pellicer, quien, como decíamos, enumera más de una docena de autores clásicos griegos y latinos en relación con la imitiatio gongorina (Virgilio, Claudiano, Anacreonte, Horacio, Eurípides, etc.). Amplifica también la laus urbis natalis, aclarando en nota marginal que el padre de Góngora, don Francisco de Argote era hijo segundo de una familia ilustre, y cuya cabeza es don Diego Leonardo de Argote en el momento en que escribe la vita; recuerda la supuesta participación de sus ancestros en la conquista de Córdoba (no olvidemos que Pellicer fue notable aunque poco escrupuloso genealogista). Entre los añadidos, son también de destacar las referencias al episodio de la enfermedad en Salamanca, a la capacidad del joven para componer versos latinos, a las visitas del poeta a la celda de Paravicino y a la supuesta confesión de que se había inspirado en su estilo para los poemas mayores. También inserta el biógrafo un comentario sobre la dignidad con que se han de conducir los sacerdotes, amplía detalles de la guerra literaria tanto en vida como tras la muerte del poeta, traza una semblanza física y moral y menciona que fue enterrado sin epitafio. No faltan tampoco, entre las adiciones, la mención a la despreocupación por parte del poeta de la conservación de sus versos, lo que le da pie para aludir a la edición de Vicuña. Por lo demás, para corroborar tanto el precoz ingenio como las respuestas de Góngora a sus detractores, se vale de la propia ‘voz’ del poeta incluyendo cuatro sonetos. Por último, sin mencionar su nombre, apunta a Paravicino como autor de la vida y del epigrama del manuscrito Chacón, alusión que, para los íntimos del predicador, como observa Iglesias Feijoo, no era recóndita101.

En cuanto a lo que deja de lado en el texto en relación con la biografía compuesta por Paravicino, y que es mucho menos que lo que añade, cabe destacar, y en ello Pellicer demuestra una vez más su entera devoción al poeta cordobés, la escueta observación sobre los posibles excesos y licencias del estilo de Góngora102. Finalmente, en el ámbito de la elocutio, es notable el uso frecuente de latinismos y estructuras comparativas negativas, que el joven biógrafo parece imitar de Góngora: «No solo hacia las costumbres generales sino contra particulares defectos …»; «…nunca se anda en pesquisa de la verdad, sino del donaire…» ; «…no imaginó en cosa que tocase a indecencia; antes trató con tanto respeto…» ; «…no porque a mi juicio los viese, sino porque…» ; «…si los vio para imitarlos, fue mucho, y si no los vio, fue…».

8. [Conclusión] Rumbos nuevos a la inmortalidad §

No cabe duda de que la coincidencia de temas y la reutilización de términos y argumentos que recoge esta vita apuntan a las apologías y objeciones hechas por los polemistas desde los primeros pareceres, advertencias, epístolas y comentarios que fueron apareciendo en la Corte a raíz de la difusión del Polifemo y las Soledades. Además del gesto encomiástico que representa, casi de veneración, queda claro que Pellicer tenía por finalidad defender, como indica en la segunda parte del título y reitera en los paratextos y cuerpo de sus Lecciones solemnes, al «príncipe de los poetas líricos de España», «al mayor poeta de nuestra nación, la mejor pluma de ella».

A fin de cuentas, la vita compuesta por Pellicer en el lenguaje retórico de la república de las letras de su tiempo apunta a la ejemplaridad del modelo humano y literario. Góngora es en todo punto digno de imitación; el texto aspira a lo ideal y no a la exactitud histórica. En la escritura biográfica del período, la búsqueda de la ejemplaridad dejaba poco espacio para destilar una esencia individual103: apenas unas pocas anécdotas y los poemas citados, en que oímos la voz de Góngora, nos permiten tocar algo de su personalidad singular.

Nuestro texto, del que sabemos que estaba destinado a figurar en los preliminares de las Lecciones solemnes, sigue una práctica editorial de antigua raigambre que hacía preceder la obra de los grandes poetas o el comentario a dicha obra por un retrato y una biografía. La renovación de métodos y formas del género histórico produce un desarrollo en la escritura de vitae entre los humanistas europeos, que recibieron el legado antiguo de autores como Plutarco o Diógenes Laercio, la tradición medieval del accessus ad auctores y todos los modelos humanísticos para conformar una filosofía moral que tuvo en la escritura biográfica uno de sus géneros dilectos. Heredero de los esquemas que produjeron las vidas de Homero, Aristóteles, Cicerón y Virgilio, por ejemplo, y que reescribieron las varias de Boccaccio, Petrarca y Dante, Pellicer, joven erudito conocedor de la tradición, estaría emulando dicha estructura y por ello le resultaba necesario colocar su biografía en los preliminares de sus Lecciones solemnes. Sin embargo, no lo hizo, y las razones que da no eran tan perentorias como para explicar esta abstención: parece probable que lo obcecase, más que la impaciencia de los lectores, la prisa por mover una pieza en el tablero de su disputa con Lope de Vega.

9. Establecimiento del texto §

El texto se establece a partir del manuscrito 3918, volumen séptimo de la colección Parnaso Español, f. 1r-6r., que se encuentra en la Biblioteca Nacional de España (BNE)104. La colección de textos manuscritos de diferentes manos e impresos del XVII y el XVIII, Parnaso español, cuenta con catorce volúmenes según la numeración original del lomo (faltan los vols. 9, 11 y 12). El manuscrito de la vita es el primer texto de un volumen misceláneo que contiene textos manuscritos e impresos muy diversos. Mide 200 x 150 mm, es autógrafo, contiene algunas notas marginales y correcciones; el último folio fue cortado a ras de la escritura. Son reveladoras las notas marginales y correcciones que contiene, que apuntan a su uso como borrador o instrumento de trabajo, y que hemos ido anotando, en particular la adición marginal del sintagma «y religiosa pluma» al adjetivo grande, que ha servido para postular que fue Paravicino el autor de la vita del ms. Chacón. También, en relación con una de las primeras cuestiones que se discuten y defienden en la polémica, la del estilo y el género literario al que corresponden el Polifemo y las Soledades, es significativa la interpolación inicial sobre los cuatro estilos al lado del título. Por último, en la penúltima página, interesa la inserción marginal sobre la reputación de Góngora «que iba desmoronada» y a la que Pellicer, que ha dado pruebas de su devoción por la poética gongorina, intenta dar lustre.

En el manuscrito, los nombres propios de Góngora y sus familiares, así como el propio de Pellicer, van siempre subrayados. La segunda parte del título («Por don Joseph Pellicer de Salas», y los cuatro sonetos de Góngora que se incluyen, aparecen tachados.

 

10. Bibliografía §

10.1 Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista §

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10.2. Obras citadas por el editor §

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Texto de la edición §

Vida de don Luis de Góngora105 por José Pellicer de SalasHablese de los quatro estilos106 §

Para decir de tan excelente varón y referir sus alabanzas, quisiera exceder en elocuencia a todos los oradores griegos y romanos, y hallarme en altura tanta que pudiera mi pluma eternizar la memoria de un ingenio que vivió para decoro, reputación y honor de su patria. Porque107 si alguna vez eché menos la gravedad del estilo y la alteza de la locución es ahora, para cifrar en breves razones y en sucinta relación cuanto he podido alcanzar de don Luis de Góngora108. Nació jueves once de julio, año de mil quinientos y sesenta y uno, en Córdoba, ciudad populosa, antigua y príncipe109 de la Andalucía, cuyo clima felicísimo, con generoso tesón y porfía noble, en todos siglos está enseñado a llevar110 grandes espíritus y los mayores del orbe todo111. Nacieron Séneca, Lucano primero; Juan de Mena112 después; don Luis ahora, en quien apuró113 lo más generoso y acendrado de su constelación estudiosa, tanto que114 para ser famoso este pueblo dichoso, todos le sobran, solo este hijo le bastaba, que ni la amenidad de su sitio, la fertilidad de sus campos, la excelencia de sus edificios y la nobleza de sus ciudadanos la darán tanto renombre como él, pues de la grandeza de Esmirna, ciudad principal, delicia de la Asia y patria de Homero, solo el nombre de Homero sabemos115.

Fue su padre don Francisco de Argote (hijo segundo de la casa que hoy posee don Diego Leonardo de Argote116, del hábito de Santiago)I, corregidor de muchas ciudades de España y de esta villa de Madrid, corte de reyes, madre de santos, de pontífices, de monarcas y de ingenios117. Sus antecesores, según acuerdan las historias, fueron de aquellos nobilísimos conquistadores de Córdoba con el rey Fernando el Santo, de cuyo valor dura hoy la tradición en la torre que llaman de Los Argotes118. Tuvo por madre a doña Leonor de Góngora, igual en la sangre a su marido, y por su virtud y dotes naturales, dignísima de [f. 1v] tanto hijo119. De modo que por ambos lados fue don Luis de familia ilustre y de lo más noble de su ciudad120, en que se verifica que no hace estorbo para la eminencia la nobleza, antes la realza y la da lucimiento mayor.

Pasó en casa de sus padres los años de la niñez, con la educación decorosa que puede presumirse de quien tiene pundonor121 y comodidad, descogiendo122 entre la medianía de los bienes de la fortuna la excelencia de los de naturaleza que poseía. Desatendió siempre, según oigo decir a sus contemporáneos, las travesuras de rapaz, tanto que admiraba ver que empezase a vivir a la luz del seso mucho más temprano de lo que podía esperarse de pocosII años123.

No todas veces se adelantan las esperanzas, muchas tardan, si bien es necesario para adelante124, pues va haciendo lugar125 para edad más crecida el que en la temprana da muestras de que ha de ser grande. Muchas premisas de lo que fue después se dejaron sospechar entonces, que por no malograrlas, sus padres le enviaron a que cultivase su natural126 dulcísimo, aunque verde. Quince años cumplía cuando comenzó a amanecer entre la doctrina127, el ingenio, en Salamanca, Atenas insigne de EspañaHistoria de Salamanca, Gil González 128 129. Llevose el aplauso y los ojos de la admiración y la envidia, haciendo a don Luis más bien visto que a muchos, y más singular que a todos la nobleza, la gala, el lucimiento y el ingenio130 que, desahogándose, empezó con el donaire131, por el despejo132, pasándose de lo bizarro133 a mostrar, entre lo picante134, lo agudo135. Conque136 fue adquiriendo el título de primero entre catorce mil ingenios que se describían137 o matriculaban en aquella escuela entonces. La mudanza de tierra, la destemplanza fría de aquel suelo, los distraimientos a que se incitan los mozos llevados del apetito y del ejemplo le negociaron una enfermedad rigurosa, de que se halló tres días en los umbrales de la muerte, sin hablaIII. La edad briosa y el regalo138, mediando la Providencia divina, le volvieron a la salud antigua y, habiendo convalecido, celebró su mal en aquel sazonadísimo139 soneto que dice:

Muerto me lloró el Tormes en su orilla,
en un parasismal sueño profundo,
en cuanto don Apolo el rubicundo
tres veces sus caballos desensilla
[f. 2r]
Fue mi resurrección la maravilla
que de Lázaro fue la vuelta al mundo,
de suerte que ya soy otro segundo
Lazarillo de Tormes en Castilla.
Entré a servir a un ciego, que me envía,
sin alma vivo, y en un dulce fuego,
que ceniza hará la vida mía.
¡Oh qué dichoso que sería yo luego,
si a Lazarillo le imitase un día
en la venganza que tomó del ciego!140

Estos versos hacía en aquella edad, y así no me maravillo que no se diese del todo a la atención de los derechos, que era la facultad a que le inclinaban sus padres, porque obedeciendo a su natural, se dejó arrastrar dulcemente de lo sabroso de la erudición y de lo festivo de las Musas, que en años tan tiernos parece que le criaron como a Hesíodo141, o que nació en su regazo, como ya se decía de Sidonio Apolinar142. Con este dulce divertimiento143 mal pudo granjear nombre de estudioso ni de estudiante, pero él trocaba gustoso estos títulos al de poeta erudito, el mayor de los de su tiempo, con que comenzó a ser mirado con admiración144 y aclamado con respeto. Supo con elegancia la lengua latina, en que llegó a escribir versos muy de buen aire. Pero en la castellana se adelantó tanto que, en su edad peligrosa, bebió145 con los equívocos españoles tanta sal146 a los números latinos, que se hallaron mal contentos muchos a quien su donaire llegó a tocar, entre las burlas del gracejo, con las veras de la ofensa, pues no se detenía en los defectos su estilo147, sino que se deslizaba a manchar con los rasgos148 las personas. Porque los años, el espíritu, el gusto, el desahogo mal podían templar la pluma, o embotarla, cuando el ingenio se cortaba tan agudo, no solo hacia las costumbres generales sino contra particulares defectos con más viveza que Marcial pudiera149. Este ardor vehemente, mal advertido150 en los primeros años, le contristaba en los mayores después y le ponía tan en el disgusto, que casi se rozaba en escrúpulo. Decía que el alivio que les quedaba a los lastimados de la sátira era advertir que siempre los consonantes se visten de la mentira151, y para ella152 nunca se anda en pesquisa de la verdad, sino del donaire que venga al propósito, o cuanto más de parte de la malicia o de la [f. 2v] risa saliere, es más bien vista y recibida mejor. Que no sé qué dulzura o atracción tiene el escuchar decir mal de otros, que nos suenan mejor los vituperios que los elogios, las calumnias que las alabanzas. Dolióse don Luis cuando vio, enseñado de la cordura, el daño que causó con sus burlas en la mocedad, y entre el desabrimiento que le hacía haber deslucido153 a muchos, topó fácilmente con el escarmiento, que redujo a enmienda, moderando en sus mayores años el natural que corrió precipitado en los menores. Templole el arrepentimiento en la vejez aquellos verdores de la juventud, viviendo siempre con miedo de la residencia154 que había de dar a Dios el día último de su vida, y lo que más le congojaba era no poder restituir con el dolor lo que desdoró con la pluma. De esto se lamentaba pesaroso, y así en su conversación y pláticas familiares, se hallaron honrados de su boca con grandes alabanzas cuantos se dieron por ofendidos de sus musas, culpándose a sí propio y desmintiendo sus versos mismos. Los que escribió amorosos fueron siempre de otra intención y a asuntos que amigos y poderosos le encomendaban, pues desde el día que se ordenó de sacerdote comunicó155 con tanto recato y con atención tan modesta las musas que no imaginó en156 cosa que tocase a indecencia; antes157 trató con tanto respeto su dignidad como quien cada día celebraba a Dios y le consagraba158. Ejemplar que deben seguir los sacerdotes todos, atendiendo a no hacer sagrado159 de su ministerio mismo, ni inmunidad del sacerdocio, para desde allí atreverse a acciones que sin este privilegio soberano a que se debe tan profunda veneración, no osaran intentarlas160. Pues es inmodestia grande y desatención irreligiosa durar en el odio y, a título161 del carácter162 divinamente impreso, desmandarse a la sátira el que debe cuidar de la edificación de los fieles. Por esto don Luis, llegándole con el nuevo oficio y con la consideración el desengaño de que los asuntos festivos o libres ni decían163 con el decoro de su profesión, ni el estilo vulgar se ajustaba al estilo a que le llamaba su espíritu, bien hallado con su vocación164 y juzgando que la opinión165 que tenía en todas naciones era por obras no dignas por sí solas de genio tanto, por versos donde lo más esencial166 venía a ser el chiste, el juguete o el equívoco de que es tan capaz la lengua española, quiso añadirse reputación más sólida y fama más elevada buscando un rumbo nuevo para la inmortalidad167. Hallole felicísimamente, porque según él confesaba [f. 3r] públicamente, estudió la cultura168 en aquel peregrino ingenio, padre de la elocuencia de España, maestro sin duda de los maestros de ella, orador perfecto de nuestra edad, fray Hortensio Félix Paravicino que, entonces como ahora, era asombro y ornamento de su nación. Decía don Luis que la atención con que oía sus oraciones evangélicas o sermones en el púlpito, la frecuencia con que asistía en169 su celda y la conformidad del ingenio, le despertaron a que aspirase a la alteza del lenguaje y grandeza de su estilo170, y para esta verdad cotejaba los versos que escribió los veinte años antes de su muerte, hallando diferencia bien considerable en los antecedentes. Llenas ya de este furor sublime171 las ideas, capaces de ardor tanto, intentó el poema del Polifemo. Escribiole, diole a luz con tanta admiración de los eruditos como envidia de los ignorantes172. Fue esta de las novedades que escandalizó a los que, contentos con la llaneza del estilo en que se hacían lugar173, llevaron mal que se introdujese lo que no habían de saber imitar, a quien escribió don Luis así:

Pisó las calles de Madrid el fiero
monóculo galán de Galatea
y, cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forasteros,
rígido un bachiller, otro severo,
crítica turba al fin, si no pigmea,
su diente afila y su veneno emplea
en el disforme cíclope cabrero.
A pesar del lucero de su frente,
le hacen obscuro, y él, en dos razones
que en dos truenos libró de su occidente,
«Si quieren — respondió — los pedantones
luz nueva en hemisferio diferente,
den su memorïal a mis calzones»174.

Escribió después la Soledad primera y, apenas la publicó, cuando padeció semejante invasión que el Polifemo, acusándole de oscuro los que no le entendían175. Respondió a los que no lo entendían con el desprecio, con la risa, pero mejor en otro soneto, sin género de duda grande:

Con poca luz y menos disciplina
al voto de un muy crítico y muy lego,
salió en Madrid la Soledad, y luego
a palacio con lento pie camina.
[f. 3v]
La puerta 176 le cerró de la Latina
quien duerme en español y sueña en griego,
pedante gofo, que, de pasión ciego,
la suya reza, y calla la divina.
Del viento es el pendón pompa ligera,
no hay paso concedido a mayor gloria,
ni voz que no la acusen de extranjera.
Gastando, pues, en tanto la memoria,
ajena invidia, más que propia cera,
por el Carmen la lleva a la Victoria177.

Del modo mismo se portaron sus émulos con la Soledad segunda178, reprehendiendo el estilo, las metáforas, las alusiones y demás tropos de que usa con frecuencia don Luis, que se desahogó de las calumnias en otro soneto no menor y más grave:

Restituye a tu mudo horror divino,
amiga Soledad, el pie sagrado,
que captiva lisonja es, del poblado,
en breves hierros 179 pájaro ladino.
Prudente cónsul, de las selvas dino,
de impedimentos busca, desatado,
tu claustro verde, en valle profanado
de fiera menos que de peregrino.
¡Cuán dulcemente de la encina vieja
tórtola viuda al mismo bosque incierto
apacibles desvíos aconseja!
Endeche el siempre amado esposo muerto
con voz doliente, que tan sorda oreja
tiene la soledad como el desierto180.

Dejemos ahora el discurrir sobre el estilo, pues luego diremos de él en su defensa181, y pasemos a las medras que don Luis tuvo y a los aumentos que alcanzó, pues no obstante que fue el mayor hombre de España en su tiempo, se halló tan atrasado en las comodidades, que parece que la Fortuna, en odio de la Naturaleza, quería tenerle ajado182 en la necesidad [f. 4r] y hacerle que gastase de la paciencia y del sufrimiento cuanto le faltaba de sus bienes, pues en su patria, Córdoba, nunca pudo conseguir más valimiento con la dicha183 que ser racionero de su iglesia, estrecho puesto para caballero tan calificado y tan lucido ingenio. No se desmandaba184 en tanta apretura al despecho, pues una de las mayores circunstancias que le constituían por varón singular fue la tolerancia con que padecía verse desmedrado sin alterarse, desconfiando de merecer aun los puestos que tenía y contentándose con ver que sus amigos se lastimasen de la cortedad de su suerte. Vino a la Corte a instancia de grandes señores185 que afectaron186 su comunicación pero no su utilidad, quedándose las finezas187 en la familiaridad sola sin acertar a ser aumentos. De esto se querella más de una vez en sus escritos188, pues estorbándole la parte más preciosa de esta vida y la alhaja de más estimación, que es el tiempo, los poderosos que le asistían se hacían afuera189 de todo cuanto era provecho suyo, y cierto que es la pensión190 más penosa que tiene un entendido haber de hacer servil el talento, el ingenio y la erudición a disposición de los príncipes, que los manejan no más de para crédito o entretenimiento, sin cuidar del acrecentamiento de lo que estiman. Nadie más bien visto que don Luis de Góngora, más bien admitido, más buscado de los mayores en calidad y en letras. Y con todo este valimiento191 todo cuanto pudo conseguir en la monarquía pasada192, con la inclinación que don Rodrigo Calderón193, en lo más encumbrado de su privanza, le tuvo, y con la gracia que halló en el duque de Lerma194, fue la merced de capellán de honor de la Majestad Católica del señor rey Felipe tercero, el Piadoso. Y en esta195, de la generosidad prudente del conde duque de Sanlúcar, el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos196. Aunque, si no le acortara los pasos la muerte, hallara en la incomparable benignidad de este príncipe un desquite grande de las fortunas pasadas, por ser de su natural inclinado a favorecer los hombres de tantos méritos. Vivió en esta Corte once años, adulado197 de la esperanza dulce que tiene atareados a los más pretendientes, muy oficioso198 en las sumisiones, cortesías y demás ceremonias vanas que ha inventado la necesidad y admitido [f. 4v] la elevación ambiciosa de los ministros que, embarazados199 en esta adoración, no encuentran con el despacho200, pues en cada expediente201 que se concluyen pierden muchos feligreses que los idolatran.

Adoleció202 al fin muy de peligro a sazón que sus amigos estaban ausentes, asistiendo al rey nuestro señor Felipe Cuarto, el Grande, que Dios guarde, en la jornada que hizo a Aragón203. Si bien por la solicitud de alguno que lo supo ser204, cuidó de su salud la Reina Nuestra Señora, que viva felices años, enviándole médicos y regalos, dando ejemplar con su esclarecido, piadoso y caritativo ánimo, en que estudien los monarcas el modo de acariciar a los beneméritos, que son las joyas más preciosas de una república205. Algo, aunque mal convalecido, deseó retirarse a su natural206, que maltratado de la dolencia que se le atrevió a la cabeza, en los intervalos o intercadencias del mal, conocía que para caminar jornada que no vuelve a repetirse y al fin para morir, era necesario más sosiego que el de la Corte, donde aun a morir no se acierta despacio207. Quiso desviarse de los tumultos y estorbos cortesanos, casi adivinando morir, como había temido, en el año climatérico208, se trasladó a Córdoba para que le diese piadoso monumento el pueblo mismo que le sirvió de cuna. No padeció el juicio, como se divulgó, aunque enfermó de la cabeza, que en la memoria fue donde hizo presa el achaque, embargándole al alma aquella potencia tan esencial para quien se mira cerca de desatarse de la cárcel penosa del cuerpo y desamparar esta porción frágil de tierra209. Restituyósela210 la soberana Providencia cuando más la había menester, junto con el conocimiento de que se iba faltando, para que no le cogiese desprevenido el golpe que esperaba211. Y así, habiendo cumplido con las obligaciones de católico cristiano y reconocido que iba a dar residencia212 al Juez Supremo de los más leves y más menudos pensamientos, protestando213 que moría en la obediencia de la Iglesia, nuestra madre, pidiendo y recibiendo los sacramentos, rindió el espíritu a su Hacedor el segundo día de Pentencostés, lunes, a veinticuatro de mayo de mil y seiscientos y veintisiete, habiendo vivido sesenta y cinco años, diez meses y trece días; brevísimo curso de tiempo y corto siglo214 para varón [f. 5r] tan grande.

Gran día fue este para la envidia de sus émulos y costoso para el cariño de sus amigos215; aquellos se gozaron en su muerte y estos se entristecieron, celebrándose a un tiempo exequias y regocijos. Enterráronle en la santa iglesia de Córdoba, en la capilla de los Góngoras, sin poner epitafio sobre su sepultura. Pero mucha inscripción es el silencio y, a quien sirve de sepulcro todo el orbe, su mismo nombre es el más capaz epitafio216.

Fue don Luis de proporcionada estatura, ni grande ni pequeña. El rostro aguileño, la frente espaciosa, que tiraba a calvo, los ojos grandes, la nariz corva y afilada, la color morena217 algo, la barba decente218, y en todo con señales de hombre insigne219. El semblante era afable, cortés y apacible; su conversación afable220, suave y gustosa. Su modestia fue, en gran manera, igual a su ingenio, que mezclada con la suavidad de sus costumbres, con la integridad de su ánimo, la festividad221 de su trato, le hacían amado y querido entre los hombres de mayor opinión. Amaba los ingenios y se alegraba con ellos tanto, que comunicándole yo algunas puerilidades mías, se las hacía repetir muchas veces diciendo que le remozaban. Fue docilísimo222 y se reducía223 con facilidad a enmendar lo que le censuraban. Jamás harbó224 soneto ni apresuró obra alguna: no contentándose con una y otra lima225, hacía que pasase por la censura rígida de sus amigos de quien tenía satisfacción. Era muy aficionado a Virgilio226, Claudiano227 y Horacio228. Estaba no mal en los principios de las ciencias229, de modo que la vez que en sus escritos se ofrece a hablar de alguna, se ve que no estaba mal alumbrado en los fundamentos. La erudición que alcanzó no fue muy honda, pero fue la bastante para que sus obras no carezcan de los ritos, fórmulas, costumbres y ceremonias de los antiguos en lo místico, alegórico, ritual y mitológico. Hállanse en las locuciones de don Luis muchas imitaciones de Eurípides230, Calímaco231, Apolonio Rodio232, Nonio Panopolitano233, Quinto Calabro234, Homero235, Museo236 y demás poetas griegos. En muchas partes se roza con las oraciones de Aristéneto237 y Dión Crisóstomo238, con lo venusto de Anacreonte239, Heliodoro240 y Aquiles Tacio241, no porque a mi juicio los viese, sino porque fue tan grande el natural de don Luis, que con él solo242 pudo igualar los griegos y latinos, pues, si los vio para imitarlos, fue mucho, y si no los vio, fue [f. 5v] mucho más. Quedaron los escritos de este insigne varón con su muerte desamparados y sin quien cuidase de ellos, sujetos a perderse en los originales y a echarse a perder en las copias, y no habiendo querido darlos a la prensa en vida con cuidado, se los estampó, o la enemistad, o la codicia, con prisa, con desaliño, con mentiras y con obras que le adoptó el odio de su nombre243. Tan otras salieron de las que eran antes, que llevaron bien sus afectos que se recogiesen de orden justificada y soberana244. No faltó, pues, quien, con la afición de amigo y la piedad de noble, tratase de conservarlas, acudiendo al reparo de la opinión de don Luis, que iba desmoronadaIV. Y así, don Antonio Chacón, señor de Polvoranca, caballero de grandes partes, que, con la familiaridad que tuvo con él alcanzó también mano para recogerlas todas habiéndole comunicado lo más retirado de ellas, las copió todas en sutiles vitelas, en bizarros245 caracteres y en costosas encuadernaciones, en cuatro tomos246, las consagró todas al nombre y protección del conde duque de Sanlúcar, para que en su excelentísima y numerosa biblioteca se conserven contra el olvido, mejor que las de Homero en la preciosa caja del otro príncipe247, para que las halle la posteridad veneradas y, entre el polvo docto, las respeten los siglos venideros. Escribió para estos volúmenes su vida, grande y religiosaV 248 pluma, con título de prefación, donde cumplió con la profesión de amigo legalmente249, dictando también para su retrato aquella estancia que va en el que yo estampo en este libro250, sin querer declarar su nombre. Ambas cosas deseé yo imprimir, pero no pude conseguir de su modestia si no es la una, y esa con dificultad no poca251. Ofrecí yo, en vida, a don Luis, el comentarle sus obras, y aunque él lo rehusó, entre la modestia y el agradecimiento252, yo he querido cumplir mi obligación y estudiar de camino sus escritos para que, arrimado a su fama, consiga por él algún género de opinión253. Salen ahora las obras más principales en este primer tomo, para que en el segundo les quede lugar a las menores, si bien varón tan grande como don Luis merecía espíritu más elevado que el mío254. Y no entiendan sus enemigos255 que ha muerto, pues en sus obras vive inmortal contra el tiempo, y a pesar de las envidias ha de durar su memoria eterna contra el tesón de los años y la porfía de los siglos, que en cuanto el mundo permaneciere, ha de estar constante el nombre heroico256 de don Luis de Góngora257.

Y a cuya memoria eterna, y a cuyas cenizas doctas, triste y piadosamente, don Joseph Pellicer de Salas y Tovar escribió este epitafio para que sirva en su monumento258.