Góngora

1580/1625

Poesía

Édition de Antonio Carreira
2016
Source : Luis de Góngora, Obras completas, ed. de Antonio Carreira, Madrid, Fundación José Antonio de Castro, 2000, vol. 1.
Ont participé à cette édition électronique : Jaime Galbarro (Stylage), Sara Pezzini (Édition TEI et stylage), Hector Ruiz (Édition TEI et stylage), Aude Plagnard (Édition TEI et stylage), François-Xavier Guerry (Édition TEI et stylage) et Frédéric Glorieux (Informatique éditoriale).

Introducción de Antonio Carreira §

 

Alguna vez se ha dicho que España no tuvo, o apenas, época positivista. Otros países que sí la tuvieron realizaron una gran labor, de la que todos somos deudores. Los clásicos griegos y latinos que han sobrevivido están ahí, al alcance de la mano, como si se tratara del último premio Planeta. Para establecer el texto fidedigno de cada obra o fragmento, así como su equivalencia en lenguas modernas, fueron necesarias generaciones de filólogos dispuestas a desojarse sobre los papiros, los pergaminos y los escolios, a fin de llegar a una conclusión segura. Aquí, por lo sucedido con algún poeta importante, cuyos poemas auténticos andan revueltos con borradores, atribuidos y apócrifos, podríamos exclamar con José F. Montesinos: «Un poco más de positivismo, por caridad».

El positivismo, en lo que ahora nos interesa, significa lucha contra el error, y eso no debería estar sujeto a la moda, ya que los errores nos amenazan por todas partes. En buena medida son los responsables del purgatorio sufrido por Góngora desde el siglo xviii al xx. Sabemos, por testimonios fiables, que Góngora pasaba días en remirar un verso. Lo sabríamos aun sin ellos, porque su obra, no muy amplia, es de una perfección sin igual en la literatura española, por lo que requiere máximo cuidado en su organización, puntuación y prosodia. Alguna vez hemos pensado que la obra de Góngora fue objeto de veneración temprana, ya que sus primeros lectores creían en él por fe, a partir de destellos fragmentarios, más que por haber alcanzado a comprender sus textos; tan estragados aparecen, ya desde las primeras copias, manuscritas o impresas. Dicho de otro modo: los amigos y lectores de Góngora lo entendieron con frecuencia solo a medias, y eso les bastó para percatarse de que allí había un fenómeno inusitado, mejor, inaudito, porque aquella música sonaba como ninguna lo había hecho antes. Y hemos conjeturado, asimismo, que la desaparición de los autógrafos de autor tan arropado por admiradores cabe explicarla porque si ponía mucho celo en pulir cada poema, una vez copiado en limpio ponía otro tanto en eliminar el borrador.

Tales copias han dado lugar a dos tipos de manuscritos: los que cayeron en manos de amanuenses poco duchos, y se degradaron en un proceso imparable, y los atesorados por amigos del poeta, que siguieron el camino inverso, y fueron estimadísimos, muy por encima de los impresos. Los mss. Estrada y Rennert, por ejemplo, son superiores en calidad al antígrafo que usó el poeta para corregirlo cuando revisaba su obra con don Antonio Chacón. Lo mismo podemos decir del ms. Llaguno, del que el propio poeta regaló al duque de Alba, del que parece haber pertenecido al duque de Medina Sidonia, y de otro que conserva la Hispanic Society. Pero la devoción que suscitó la obra de Góngora, desgraciadamente, quedó en el ámbito privado y no pasó a los impresos. La calidad de estos es muy escasa, y fue descendiendo, porque los editores carecían de un dechado al que referirse, y también por razones comerciales. La segunda tirada de la edición hecha por Hozes en 1633 es un espanto, pues casi no tiene verso sano. Debió de componerse a toda prisa, visto el éxito de la anterior. Y lo malo es que sirvió de base a ediciones posteriores, cada vez más deleznables, que solo en parte fueron capaces de subsanar sus errores más gruesos, o ni siquiera lo intentaron, como la lujosa de Foppens. Una vez más estamos ante la oposición entre el trabajo bien hecho, sin escatimar tiempo ni esfuerzo, con todo tipo de escrúpulo, por incondicionales que se afanaban en depurar la obra del poeta, frente al criterio de un editor que solo aspira a ganar dinero. El Escrutinio antepuesto a algún manuscrito termina rogando al lector que dé a la estampa el texto subsiguiente y que es, en efecto, uno de los más sanos. El ruego no tuvo eco, por razones que ignoramos; de haberse cumplido, quizá la suerte póstuma de Góngora hubiera sido muy otra, a pesar de la estética dieciochesca y su resaca creadora. Todavía a comienzos del siglo xx Unamuno justifica su negativa a colaborar en un homenaje a Góngora diciendo que la edición a su alcance, la de la bae, tiene machacados los tipos, está mal puntuada, llena de erratas, y le produce mareo.

Afortunadamente, las cosas cambiaron pronto, gracias sobre todo a la labor de extranjeros. Edward Churton, Lucien-Paul Thomas, Zdislas Milner, Alfonso Reyes, Walter Pabst, Leo Spitzer, Eunice J. Gates llamaron la atención sobre Góngora con sus trabajos. Foulché-Delbosc, con su edición del ms. Chacón en 1921, dejó en la sombra a todas las anteriores. Importa, pues, destacar esto: la recuperación de Góngora no fue obra de la generación del 27, como se dice a la ligera, sino de los estudiosos antes citados, y en especial de Foulché-Delbosc, editor de un buen manuscrito, aprovechado pronto por Reyes y Alonso. Los poetas del 27 contaron con esos antecedentes, y con la biografía de Góngora publicada por Artigas en 1925, como piedra angular en su labor difusora; de no ser así, les hubiera ocurrido lo mismo que a Unamuno.

A partir de 1921, la obra de Góngora fue objeto de ediciones parciales: el Polifemo, publicado por Alfonso Reyes en 1923, los romances, por Cossío, en 1927, las Soledades, por Dámaso Alonso, en 1927 y 1936; también la muy notable edición de Obras completas por los hermanos Millé en 1932. La posguerra no resultó favorable a Góngora, y menos aún la época de la poesía social. Pasado ese segundo purgatorio, comenzaron las ediciones críticas: las letrillas, por Robert Jammes, en 1963; los sonetos, por Biruté Ciplijauskaité en 1981; el teatro, a cargo de Laura Dolfi (1984 y 1993), y las canciones, al fin, por un español, José María Micó (1990). Quedaban el Panegírico, que José Manuel Martos preparó y no publicó, las décimas, ahora dispuestas por Sara Pezzini. El Polifemo, tras la magna investigación de Antonio Vilanova sobre sus fuentes y temas (1957) fue objeto de varias ediciones cuidadas entre las que destacan la de Dámaso Alonso (1960) y la de Jesús Ponce Cárdenas (2010). Las Soledades las editó espléndidamente Robert Jammes (1994) junto con la versión primitiva descubierta por Rodríguez-Moñino. Uno y otro poema esperan, no obstante, su edición crítica en sentido estricto.

A quien esto escribe le tocó editar los romances, en 1998. Cossío se había limitado a reproducir, sin notas y con algún percance inesperado, los de la edición Foulché-Delbosc. Y circulaban unas vagas listas de atribuidos y apócrifos que ni siquiera eran siempre romances. Había que comenzar por el principio, es decir, por inventariar los testimonios donde se contenían y atribuían. Poco antes Rodríguez-Moñino había realizado una labor inmensa, poniendo en orden gran parte de la bibliografía poética de los siglos de oro relativa a impresos, publicando el Catálogo de manuscritos de la Hispanic Society, y coleccionando él mismo no pocos cancioneros valiosos. Más tarde se han descrito fondos de varias bibliotecas, públicas y privadas, que antes era forzoso explorar códice por códice. Así lo hizo Robert Jammes en los años sesenta, y nosotros lo continuamos en los ochenta, recorriendo las de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Córdoba, Santander, Sevilla, Lisboa, Oporto y otros lugares, siguiendo pistas a manuscritos de los que había referencias vagas, o que valían poco, por ser copia de impresos o por hacer al desgaire las atribuciones. Si bien es cierto que gran parte de los aparatos críticos apenas tiene utilidad directa, pues son un precipitado compuesto por los detritus, descuidos y malentendidos de la transmisión, nunca se sabe a dónde puede haber ido a parar la adiáfora esclarecedora.

El resultado es que los 94 romances de Góngora por primera vez contienen al pie todas las variantes conocidas a fines del siglo xx. Eso en cuanto al aparato, la parte más trabajosa y sostén del texto mismo, que solo sirve, paradójicamente, cuando el editor no lo utiliza bien, porque entonces el lector encuentra al pie de página la variante preferible que a lo mejor el especialista ha desdeñado. Claro es que el método filológico no consiste en entresacar las variantes que a uno más le gustan. Eso sería inaceptable porque lleva a la construcción de un texto fantasmal, que no ha existido nunca, fruto de una estimativa anacrónica. Parece preferible elegir, entre las distintas tradiciones, la que proporcione un texto más correcto, de acuerdo con los usos del autor que edita y con la interpretación que de él hace. De esa forma se ofrece un texto real, que circuló en época próxima al autor, que puede ser incluso idéntico al original salido de sus manos, objeto y justificación de la actividad filológica. Pero como nuestro conocimiento del texto y usos del autor es siempre insuficiente, queda ahí el aparato crítico, que suministra al lector los materiales disponibles para juzgar. Una edición crítica se convierte, así, en una prueba de honradez intelectual. El positivismo es implacable: lo que se hace hay que hacerlo bien y hasta el final. Otra cosa es que se esperen novedades sorprendentes en un trabajo de este tipo. Por lo general, no aparecen; en su lugar queda la confianza en que se ha hecho lo posible por no escamotear ni falsear dato alguno. El lector, ante la coherencia del texto y con la apoyatura del aparato crítico, se siente seguro, más cuanto más inseguro se confiesa el editor.

En la edición de los romances se ha procurado colacionar cuantos testimonios han llegado a nuestra noticia. Una edición crítica es algo serio, que no perdona esfuerzo ni deja cabo suelto, pero a veces lucha con dificultades insuperables. Para ilustrar esto último pondremos algún ejemplo: un ms. visto por Gallardo en la biblioteca episcopal de Córdoba a comienzos del s. xix, que contenía poemas de Góngora y varios a él atribuidos, solo se pudo colacionar a través del extracto que da el propio Gallardo en su Ensayo, porque había desaparecido. Pues bien, impresa nuestra edición, en una oferta hecha a la Biblioteca Nacional, pudimos identificarlo como el descrito por Gallardo. El ms., siglo y medio después de su extravío, para ya en nuestro primer depósito bibliográfico, y en un trabajo hemos estudiado sus poemas, entre los cuales figuran varios auténticos y atribuidos que solo habíamos aprovechado fragmentariamente. Tampoco fue posible localizar dos mss. gongorinos de Foulché-Delbosc que llegó a consultar Millé; perdido su rastro durante decenios, aparecieron por fin en Buenos Aires. Esto mismo es de esperar que ocurra con otros, como el M-132 o el M-163 de la BNE mencionados por Gallardo, pues el ideal de una edición es que envejezca pronto, gracias a nuevos hallazgos.

La fama del poeta fue, según se sabe, enorme, y empezó pronto. Ante el obispo de Córdoba hubo de disculparse, ya en 1589, diciendo que muchas coplas que se le achacaban no eran suyas. Es la primera noticia de un proceso que llega a nuestros días. Quevedo, en el prólogo a La cuna y la sepultura (1634), escribe estas palabras, que, por cierto, quitan hierro a las exageraciones que se han esgrimido acerca de su rivalidad con don Luis:

Viendo quán impíamente han perseverado en esta maldad los invidiosos de las obras de D. Luis de Góngora, sin hartarse de vengança en la primera impresión, añadiendo en esta postrera cosas que no hizo, he determinado de imprimir lo que e escrito todo.

Góngora no tomó más precaución que elaborar, a ruego de Chacón, una pequeña lista de poemas que rechazaba, y en la cual acaso figura alguno que sí le pertenece. Aparte los romances, abundan las letrillas, las canciones y los sonetos que se le han atribuido. Las Obras completas de la Fundación Castro (2000) reúnen todas las poesías que se pueden dar por suyas, unas 60, a las que ahora hemos añadido una espinela que nos parece auténtica y quedó excluida de la edición precedente por exceso de rigor.

En 1994 había salido nuestro libro Nuevos poemas atribuidos a Góngora, que aportaba 137 piezas desconocidas no romancísticas. La mayoría de ellas no serán de Góngora; y cuando hay algún resquicio que permita aceptar su autoría, se dice expresamente, aunque con las naturales reservas. En el caso de los romances la cosa es peliaguda por el número, desmesurado, de atribuciones, por la insistencia de varias de ellas en distintos testimonios fiables, y por el estado fragmentario de algunas, que apenas permite siquiera opinar sobre el texto mismo. En buena objetividad filológica, al editor no le corresponde dirimir esa cuestión. Un poema está atribuido en tal sitio. Eso es un hecho que no cabe discutir. Sí estudiar el origen del testimonio, la fecha del cuadernillo, la letra de la atribución, que coincidirá o no con la del texto mismo, y puede haber sido tachada, o luego revalidada, por otro lector. A veces las cosas no son tan claras, como cuando un poema se adscribe a Góngora, y varios que le siguen llevan la indicación habitual: «del mismo». En medio, a lo mejor, queda uno que carece de ella. Hay que decidir si pertenece a la serie, si falta algún folio, o adivinar a qué «mismo» se refiere el epígrafe. Tenemos, pues, varios grados de certidumbre en la atribución, que siempre es problemática.

Uno de estos romances habla de la batalla de Lepanto. ¿Qué sentido tiene que Góngora componga un romance sobre una batalla librada cuando él era niño? ¿Hubo conmemoraciones de ella en Córdoba o Madrid mucho más tarde? No lo sabemos. Los textos dudosos, si presentan versos o estilemas privativos de los auténticos, lo más probable es que sean meras imitaciones. Así ocurre con el romance «Al corral salió Lucía», atribuido en veintiún testimonios, y sin embargo rechazado por el propio poeta. Caso contrario es otro del que solo se conoce el íncipit y la atribución, hecha en un ms. histórico sobre el reinado de Felipe II. También constituye rareza un atribuido que se coló en la parte canónica de Chacón: por un lado es extraño que solo reaparezca en un códice de la Vaticana derivado del mismo antígrafo, y por otro, que se le haya asignado una fecha en el manuscrito donde luego se advierte su carácter espurio. Góngora, con buena memoria, podía datar mejor o peor sus poemas, pero uno ajeno es imposible.

Como se ve, la casuística es amplia, y los criterios para clasificar tanto poema, variados. En el caso de los romances, la edición divide esos 221 atribuidos en cuatro grupos de autenticidad decreciente. Los primeros catorce, de los que algunos solo contienen unos pocos versos, son los únicos que se adscriben con algún fundamento, nunca demasiado. Ni siquiera el que tiene más posibilidades de pertenecer a Góngora, por haberse dedicado a los votos de una sobrina, está libre de sospechas. El más trabajoso de descartar fue el romance con octavas «En buen hora, oh gran Filipe», fechable en 1619, atribuido en once mss., tres de ellos buenos, y que suma 460 versos llenos de alusiones históricas al monasterio de Guadalupe. Recuérdese lo que antes se dijo del positivismo: el nivel de rigor con que se acomete un trabajo hay que mantenerlo hasta el final, porque una edición es como un edificio, cuyas partes son solidarias unas de otras. Ahora bien, los romances atribuidos tienen un interés innegable por la recepción de Góngora en su tiempo. La fascinación que su soberanía poética pudo ejercer sobre tantos ingenios, empeñados en seguir e imitar sus temas y estilo, no conoce igual en la época áurea. Quizá el romance más próximo a los de Góngora lo compuso un amigo suyo, el doctor Vaca de Alfaro, para un certamen dedicado a la Concepción. Lo hemos incluido en Gongoremas (1998) a fin de hacer asequible el texto impreso en un raro opúsculo sevillano de 1617; quien tenga curiosidad de leerlo comprobará la habilidad que podía alcanzar la devoción hacia don Luis, tanta que se llega a sospechar si no habrá metido baza el propio modelo, como se dijo que había hecho en La gloria de Niquea de su amigo Villamediana. Ese romance, de haber circulado por los manuscritos, se habría atribuido a Góngora sin dudarlo, y estaría ahora engrosando la lista de apócrifos. Eso ocurrió con otros que pertenecen al Dr. Salinas, Liñán, Lasso de la Vega, Quevedo, Hurtado de Mendoza, Paravicino, Pérez de Ribas o Salas Barbadillo, pero se asignan a Góngora en distintos lugares. Su fama era una fuerza gravitatoria que atraía los poemas huérfanos o de autoría dudosa, siempre que alcanzaran un nivel de calidad comparable al de los genuinos, o que tocaran alguno de los temas en ellos reconocibles. En cambio, casi nunca sus poemas se atribuyen a otros. Téngase en cuenta una cosa elemental: hoy creemos saber con certeza cuál es la obra nuclear de este o aquel autor, si bien con dudas en parcelas periféricas, gracias a corpora respaldados por testimonios fidedignos. En vida de aquellos poetas, la mayoría de los cuales murieron sin ver impresa su obra, no había forma de averiguar a quién pertenecía un texto. Por ello es de justicia reconocer el tino de un público que supo apreciar en seguida la poesía de Góngora, aunque a la vez siguiera aficionado a la del divino Ledesma.

La anotación de obras que distan cuatrocientos años de nosotros, compuestas con criterio artístico exigente por un poeta de cultura amplia y dispar de la nuestra, supone un desafío, como lo supuso ya para los primeros comentaristas, que solían irse por las ramas de la intertextualidad. Lo primero que ha de aprender un anotador de clásicos es a desconfiar de los diccionarios. Ni siquiera los más sesudos, como el de Covarrubias o el de Correas, son siempre dignos de fe. Correas da como refranes comunes versos de Góngora que nunca fueron tal cosa, o que solo llegaron a serlo por la misma fama del poeta. Covarrubias es muy irregular, a partir de cierta letra le entra la prisa, unas voces las trata mal en un sitio, mejor en otro, y practica cierto grado de autocensura. Un diccionario como el de Autoridades, tan precioso, está dañado en ciertas entradas por estarlo las ediciones usadas para el despojo. Y de vez en cuando define palabras sacándolas de Góngora, por el sentido que parecen tener en uno de sus poemas, con lo cual se forma el círculo vicioso en que cayó más tarde Alemany. Los diccionarios de la Academia derivan, para las voces clásicas, del de Autoridades, y son peligrosos porque no fechan las acepciones, a lo que ahora ayuda el corde. El del marginalismo se ha hecho con criterio flojo y sobre ediciones deleznables. Esto último invalida también el de construcción emprendido por Cuervo. Afortunadamente, hoy contamos con la versión ampliada del Tesoro lexicográfico a cargo de Lidio Nieto y colaboradores, y con el Diccionario Histórico, cuando esté terminado.

Pero no solo se habla con las palabras de los diccionarios, sino con frases que las combinan según unas reglas concretas, y con frecuencia formando clichés fijos. En ese campo estamos peor servidos. Dejando a un lado el viejo intento de Cejador, reimpreso por Abraham Madroñal, no hay fraseologías aceptables, fuera de la segunda parte del Correas y de las recogidas por otros paremiólogos posteriores, como Galindo, que sigue inédito. Es indispensable controlar al máximo las ediciones manejadas al alegar loci similes, única forma de averiguar, en muchos casos, si un determinado uso era común o pertenece al idiolecto del autor. Tampoco existe una buena Morfología histórica de la lengua, que aclare cuáles usos eran tenidos por vulgares o por refinados. Los autógrafos epistolares de Góngora demuestran que el poeta no era leísta, como sí son buenos manuscritos, aunque se dejó arrastrar algo por la tendencia en su etapa madrileña, o que prefería la forma arcaica estonces a entonces; también sus versos muestran discrepancias respecto a usos actuales, como la palabra aun, siempre monosílaba, o los términos idïoma y cadahalso, tetrasílabos. Por varios indicios sabemos que se decía greguescos, y no gregüescos, Etiópia y no Etiopía, Eufrates y no Éufrates, lacéria y no lacería, que oscilaba la acentuación de cultismos como ambrosía, océano, médula, cíclope, caracteres y otros por el estilo, lo que afecta de lleno al núcleo de la obra poética, es decir, a su prosodia.

En resumen, anotar todos los poemas de Góngora es empresa descomunal, por el tiempo y el espacio que requiere, y sobre todo porque la tarea ha de partir de un texto seguro, establecido en ediciones críticas hechas mediante colación exhaustiva de testimonios casi nunca fechables y a menudo contaminados. Y no cabe aquí actuar sine interpretatione, sino que el editor, responsable de ella, debe ocuparse de todos los aspectos: el texto genuino, justificado en el aparato crítico; el sentido, aclarado en las notas. No menos habrá de atender a la difusión, en el caso de Góngora, de unos poemas que llegaron a ser tan consabidos como los del romancero viejo. Eso significa abarcar gran parte de la literatura del siglo xvii, en español y portugués, ya que la lengua de don Luis es una pleamar que lo inunda todo, en España y América. Góngora fue, con mucha diferencia, el poeta más leído, citado, glosado e imitado de nuestra lengua, incluso por sus enemigos. Los autores de historias literarias se creyeron aquello de que era un poeta de minorías, pero los hechos demuestran todo lo contrario, no ya en la poesía sino en la novela, como ha estudiado Rafael Bonilla. Hoy por hoy esa empresa ha de esperar que la acometan equipos de jóvenes investigadores. Una muestra de ella podrá verse en el volumen de Góngora que prepara Amelia de Paz para la Biblioteca Clásica.

En alguna ocasión hubimos de recordar que una edición con texto limpio y sin notas como la presente supone ya una mediación considerable. Parece que el lector está desvalido ante un texto virgen, casi recién salido de manos del autor, pero son muchas las dificultades que encuentra ya resueltas sin apenas advertirlo. La primera es el orden en que se ofrecen los poemas, y que es cronológico aun a sabiendas de que las fechas de Chacón pueden tener pequeños errores, varios de los cuales están corregidos hace tiempo; dentro de ese orden, se guarda otro relativo a la métrica, que va de los sonetos, canciones y otras formas de arte mayor a las décimas, letrillas y romances. Luego viene la puntuación, cuyo criterio es muy similar al que rige la lírica de sor Juana editada por Antonio Alatorre. No hace falta decir que una puntuación adecuada allana considerablemente la comprensión de un texto difícil, lo cual no supone indicar pausas obligatorias en la lectura; los signos de puntuación no son marcas de prosodia sino de sintaxis, que orientan sobre la distribución y jerarquización de los sintagmas, frases y oraciones del poema. En algunos trabajos hemos señalado casos de una simple coma mal puesta que hacía a unos versos decir lo contrario de lo pretendido por el poeta. De ello hemos hablado en el prólogo a la edición conjunta de las Soledades, con el Primero Sueño de sor Juana a cargo de Alatorre (2009), y no vamos a repetirnos. Allí también insistíamos en el aspecto prosódico que es preciso tener en cuenta para no desafinar en la interpretación de la música gongorina: Chacón da buenos consejos, pero a veces se equivoca. El uso certero de las diéresis o de las sístoles (o que hoy nos lo parecen) procura ajustar el lenguaje gongorino a su tiempo, no al que vino tras las normas de la Real Academia. Por ejemplo, para Góngora dos diptongos, uno de origen latino y otro románico, no son iguales; la diéresis es mucho más tolerable en el primero. La sinalefa se hace con naturalidad, pero suele omitirse ante vocal tónica. También los hiatos pueden volverse sinéresis cuando el ritmo del verso lo requiere, y lo mismo la aspiración de hache procedente de f- latina, que no es preceptiva sino ocasional. Los versos de Góngora hay que escucharlos antes de leerlos, porque la fonética de las palabras no es un elemento fijo, sino más bien fluctuante, como pueden serlo también el acento y el género; las exigencias del verso prevalecen siempre sobre las leyes de la gramática. También la disposición gráfica, los sangrados, las mayúsculas, las cursivas, las comillas —a veces difíciles de situar—, las rayas, las didascalias y los epígrafes, todo ello ha sido pasado por filtro de tal manera que, aunque parezca excesivo en ocasiones, al menos deja claro cuál es la postura del editor. Sabido es que hay términos cuya bisemia exigiría un tercer tipo de letra, que fuese mayúscula y minúscula a la vez. En tales casos solo una nota podría resolver el conflicto, pero aun sin su ayuda, haremos bien en escuchar el verso de Góngora, porque en los sonidos no existen mayúsculas ni minúsculas, y es nuestra propia discreción la que ha de decidir si estamos o no ante una dilogía. Las notas del ms. Chacón, que se han conservado por proceder del poeta, intentan dar un mínimo de elementos referenciales para orientar al lector, quien con ellas y lo antes expuesto encuentra hecha casi la mitad de su tarea.

Por último, queremos dejar constancia de que esta edición de la poesía gongorina, hecha en el marco del Observatoire de la vie littéraire (obvil), es una revisión y puesta al día de la precedente.

 

Antonio Carreira

Índice §


Poemas de autoría segura
Año Incipit
1 1580 Suene la trompa bélica
2 1580 La más bella niña
3 1580 Los rayos le cuenta al sol
4 1580 Ciego que apuntas y atinas
5 1580 Hermana Marica
6 1581 Que pida a un galán Minguilla
7 1581 Ándeme yo caliente
8 1581 Da bienes Fortuna
9 1581 Las redes sobre el arena
10 1581 En el caudaloso río
11 1581 Érase una vieja
12 1582 Sobre dos urnas de cristal labradas
13 1582 De pura honestidad templo sagrado
14 1582 Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
15 1582 Al tramontar del sol la ninfa mía
16 1582 Oh claro honor del líquido elemento
17 1582 Raya, dorado Sol, orna y colora
18 1582 Cual parece al romper de la mañana
19 1582 Suspiros tristes, lágrimas cansadas
20 1582 Ya besando unas manos cristalinas
21 1582 Oh piadosa pared, merecedora
22 1582 Rey de los otros, río caudaloso
23 1582 ¡Oh niebla del estado más sereno
24 1582 Mientras por competir con tu cabello
25 1582 Corcilla temerosa
26 1582 Que se nos va la pascua, mozas
27 1582 En la pedregosa orilla
28 1582 Diez años vivió Belerma
29 1583 Fragoso monte, en cuyo vasto seno
30 1583 Ya que con más regalo el campo mira
31 1583 Verdes hermanas del audaz mozuelo
32 1583 Ni en este monte, este aire, ni este río
33 1583 Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro
34 1583 Culto jurado, si mi bella dama
35 1583 Ilustre y hermosísima María
36 1583 Manda Amor en su fatiga
37 1583 Amarrado al duro banco
38 1583 La desgracia del forzado
39 1584 Cantastes, Rufo, tan heroicamente
40 1584 Con diferencia tal, con gracia tanta
41 1584 La dulce boca que a gustar convida
42 1584 No destrozada nave en roca dura
43 1584 Varia imaginación, que en mil intentos
44 1584 No enfrene tu gallardo pensamiento
45 1584 Gallardas plantas, que con voz doliente
46 1584 Del color noble que a la piel vellosa
47 1584 Aquí entre la verde juncia
48 1584 Noble desengaño
49 1584 Aquel rayo de la guerra
50 1585 ¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
51 1585 Tres veces de Aquilón el soplo airado
52 1585 Sacra planta de Alcides, cuya rama
53 1585 Aunque a rocas de fe ligada vea
54 1585 Si las damas de la corte
55 1585 Si en todo lo qu’hago
56 1585 Entre los sueltos caballos
57 1585 Crïábase el Albanés
58 1585 Ensíllenme el asno rucio
59 1585 Escuchadme un rato atentos
60 1586 Deste más que la nieve blanco toro
61 1586 Levantando blanca espuma
62 1586 Ilustre ciudad famosa
63 1586 Triste pisa, y afligido
64 1587 Servía en Orán al rey
65 1587 Hanme dicho, hermanas
66 1588 No en bronces, que caducan, mortal mano
67 1588 Tú, cuyo ilustre entre una y otra almena
68 1588 Por niñear, un picarillo tierno
69 1588 Grandes, más que elefantes y que abadas
70 1588 Téngoos, señora Tela, gran mancilla.
71 1588 Duélete de esa puente, Manzanares
72 1588 Levanta, España, tu famosa diestra
73 1588 Ahora que estoy de espacio
74 1588 Desde Sansueña a París
75 1588 Pensó rendir la mozuela
76 1589 Sacros, altos, dorados capiteles
77 1589 Arrojose el mancebito
78 1590 Hoy es el sacro y venturoso día
79 1590 Lloraba la niña
80 1590 Famosos son, en las armas
81 1590 Frescos airecillos
82 1590 Dejad los libros ahora
83 1590 Qué necio que era yo antaño
84 1590 Si sus mercedes me escuchan
85 1591 Ya, señoras de mi vida
86 1591 Clavellina se llama la perra
87 1591 Buena orina y buen color
88 1591 A vos digo, señor Tajo
89 1591 Castillo de San Cervantes
90 1591 Tendiendo sus blancos paños
91 1592 Ya no más, ceguezuelo hermano
92 1592 Vuela, pensamiento, y diles
93 1593 Árbol de cuyos ramos fortunados
94 1593 Un buhonero ha empleado
95 1593 Mandadero es el arquero
96 1593 A toda ley, madre mía
97 1593 No me bastaba el peligro
98 1593 Murmuraban los rocines
99 1594 Si ya la vista, de llorar cansada
100 1594 Descaminado, enfermo, peregrino
101 1594 Muerto me lloró el Tormes en su orilla
102 1594 Cada uno estornuda
103 1594 Moriste, ninfa bella
104 1595 Herido el blanco pie del hierro breve
105 1595 Ya de mi dulce instrumento
106 1595 Sin Leda y sin esperanza
107 1596 Cosas, Celalba mía, he visto extrañas
108 1596 Cuantas al Duero le he negado ausente
109 1596 Despuntado he mil agujas
110 1596 Temo tanto los serenos
111 1597 Quién es aquel caballero
112 1598 Este monte de cruces coronado
113 1598 Sea bien matizada la librea
114 1598 Donde las altas ruedas
115 1599 Las aguas de Carrïón
116 1600 Pender de un leño, traspasado el pecho
117 1600 Las tablas del bajel despedazadas
118 1600 Yacen aquí los huesos sepultados
119 1600 Qué de invidiosos montes levantados
120 1600 No os diremos, como al Cid
121 1600 Los dineros del sacristán
122 1600 Allá darás, rayo
123 1600 ¿Por qué llora la Isabelitica?
124 1600 Sobre unas altas rocas
125 1601 Dineros son calidad
126 1601 En tanto que mis vacas
127 1602 Verdes juncos del Duero a mi pastora
128 1602 Vuelas, oh tortolilla
129 1602 Cura que en la vecindad
130 1602 Oh cuán bien que acusa Alcino
131 1602 Según vuelan por el agua
132 1602 En un pastoral albergue
133 1603 De ríos, soy el Duero, acompañado
134 1603 Ayer deidad humana, hoy poca tierra
135 1603 Lilio siempre real nací en Medina
136 1603 Clavar victorïoso y fatigado
137 1603 Hermosas damas, si la pasión ciega
138 1603 Si Amor entre las plumas de su nido
139 1603 Llegué a Valladolid, registré luego
140 1603 Jura Pisuerga, a fe de caballero
141 1603 Oh qué malquisto con Esgueva quedo
142 1603 ¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle
143 1603 Valladolid, de lágrimas sois valle
144 1603 La plaza, un jardín fresco; los tablados
145 1603 Sobre trastes de guijas
146 1603 Abra dorada llave
147 1603 De un monte en los senos, donde
148 1603 Una moza de Alcobendas
149 1603 ¿Qué lleva el señor Esgueva?
150 1603 En dos lucientes estrellas
151 1603 En los pinares de Júcar
152 1603 Cuando la rosada Aurora
153 1603 Trepan los gitanos
154 1604 Del león, que en la Silva apenas cabe
155 1604 Montaña inaccesible, opuesta en vano
156 1604 De puños de hierro ayer
157 1604 De Tisbe y Píramo quiero
158 1605 Pensé, señor, que un rejón
159 1605 Qué cantaremos ahora
160 1605 A un tiempo dejaba el sol
161 1606 Vencidas de los montes Marianos
162 1606 Clarísimo marqués, dos veces claro
163 1606 Velero bosque, de árboles poblado
164 1606 Volvió al mar Alcïón, volvió a las redes
165 1606 Verde el cabello undoso
166 1606 Musas, si la pluma mía
167 1606 Con la estafeta pasada
168 1607 Oh tú, cualquiera que entras, peregrino
169 1607 Alta esperanza, gloria del estado
170 1607 Cisnes de Guadïana, a sus riberas
171 1607 Deja el monte, garzón bello, no fíes
172 1607 Corona de Ayamonte, honor del día
173 1607 A los campos de Lepe, a las arenas
174 1607 Al sol peinaba Clori sus cabellos
175 1607 Esa palma es, niña bella
176 1607 Pintado he visto al Amor
177 1607 Flechando vi, con rigor
178 1607 Donde esclarecidamente
179 1608 Sacro pastor de pueblos, que, en florida
180 1608 Mientras Corinto, en lágrimas deshecho
181 1608 Gracias os quiero dar sin cumplimiento
182 1608 De dónde bueno, Juan, con pedorreras
183 1608 De la florida falda
184 1608 Del mar (y no de Huelva)
185 1608 En trescientas santas Claras
186 1608 Truena el cielo, y al momento
187 1608 Con mucha llaneza trata
188 1608 El lienzo que me habéis dado
189 1608 Presentado es el menudo
190 1608 Marco de plata excelente
191 1608 Pastor que en la vega llana
192 1608 Las flores del romero
193 1609 Este, a Pomona cuando ya no sea
194 1609 Llegué a este Monte fuerte, coronado
195 1609 Oh marinero, tú que, cortesano
196 1609 En el cristal de tu divina mano
197 1609 Los blancos lilios que de ciento en ciento
198 1609 Señora doña puente Segoviana
199 1609 De chinches y de mulas voy comido
200 1609 ¿Son de Tolú, o son de Puerto Rico?
201 1609 Música le pidió ayer su albedrío
202 1609 Mal haya el que en señores idolatra
203 1609 Oh montañas de Galicia
204 1609 Serrana que en el alcor
205 1609 Virgen: a quien hoy fïel
206 1609 Mañana sa Corpus Christa
207 1609 ¿A qué nos convidas, Bras
208 1609 El pan que veis, soberano
209 1609 A la dina dana dina, la dina dana
210 1609 ¿Qué comes, hombre? —¿Qué como?
211 1609 Oveja perdida, ven
212 1609 Alma niña, ¿quieres, di
213 1609 No son todos ruiseñores
214 1609 Los montes que el pie se lavan
215 1609 Esperando están la rosa
216 1609 En el baile del ejido
217 1610 En tenebrosa noche, en mar airado
218 1610 El cuarto Enrico yace mal herido
219 1610 Pálida restituye a su elemento
220 1610 Nilo no sufre márgenes, ni muros
221 1610 Señores corteggiantes, ¿quién sus días
222 1610 La fuerza que infestando las ajenas
223 1610 En roscas de cristal serpiente breve
224 1610 Larache, aquel africano
225 1610 Esta bayeta forrada
226 1610 Recibid ambas a dos
227 1610 Dos conejos, prima mía
228 1610 Sin duda os valdrá opinión
229 1610 Apeóse el caballero
230 1610 Aunque entiendo poco griego
231 1610 Saliéndome estotro día
232 1611 Consagrose el seráfico Mendoza
233 1611 Este, que Babia al mundo hoy ha ofrecido
234 1611 El conde mi señor se fue a Napóles
235 1611 Si ya el griego orador la edad presente
236 1611 A la que España toda humilde estrado
237 1611 No de fino diamante, o rubí ardiente
238 1611 Máquina funeral, que desta vida
239 1611 Ícaro de bayeta, si de pino
240 1611 Oh bien haya Jaén, que en lienzo prieto
241 1611 En esta, que admiráis, de piedras graves
242 1611 La perla que esplendor fue
243 1611 Ociosa toda virtud
244 1611 Por más daños que presumas
245 1611 No me pidáis más, hermanas
246 1611 La que ya fue de las aves
247 1611 Murió Frontalete, y hallo
248 1611 Tenemos un doctorando
249 1611 Cloris, el más bello grano
250 1612 Urnas plebeyas, túmulos reales
251 1612 Oh de alto valor, de virtud rara
252 1612 Este, que en traje lo admiráis togado
253 1612 Poco después que su cristal dilata
254 1612 Despidióse el francés con grasa buena
255 1612 Estas, que me dictó, rimas sonoras [Fábula de Polifemo y Galatea]
256 1612 Por este culto bien nacido prado
257 1612 Cuán venerables que son
258 1612 No vengo a pedir silencio
259 1613 Ceñida, si asombrada no, la frente
260 1613 En hábito de ladrón
261 1613 Don Juan soy, del Castillejo
262 1613 En vez de acero bruñido
263 1613 Cuántos silbos, cuántas voces
264a 1613 Pasos de un peregrino son, errante [Dedicatoria Soledades]
264b 1613 Era del año la estación florida [Soledad Primera]
264c 1614 Éntrase el mar por un arroyo breve [Soledad Segunda]
265 1614 Si ociosa no, asistió naturaleza
266 1614 Vive en este volumen el, que yace
267 1614 Segundas plumas son, oh lector, cuantas
268 1614 Salí, señor don Pedro, esta mañana
269 1614 Esta en forma elegante, oh peregrino
270 1614 A la Mamora, militares cruces
271 1614 Llegué, señora tía, a la Mamora,
272 1614 Escribís, oh Cabrera, del segundo
273 1614 Moriste en plumas no, en prudencia cano,
274 1614 A la pendiente cuna
275 1614 Royendo sí, mas no tanto,
276 1614 Sotés, así os guarde Dios,
277 1614 Yace Bonamí; mejor
278 1614 La vaga esperanza mía
279 1614 Al campo salió, el estío,
280 1614 Contando estaban sus rayos
281 1614 Cuatro o seis desnudos hombros
282 1614 De la semilla, caída
283 1614 Al pie de un álamo negro,
284 1615 Hojas de inciertos chopos el nevado
285 1615 Un culto Risco en venas hoy süaves
286 1615 Entre las hojas cinco generosa,
287 1615 No entre las flores, no, señor don Diego,
288 1615 Pisó las calles de Madrid el fiero
289 1615 En villa humilde sí, no en vida ociosa,
290 1615 Restituye a tu mudo horror divino,
291 1615 La vidrïera mejor
292 1615 Tres vïolas del cielo,
293 1615 Perdona al remo, Lícidas, perdona
294 1615 Ya que al de Béjar le agrada
295 1615 Cuando toquen a los maitines,
296 1615 No solo el campo nevado
297 1615 Ven al portal, Mingo, ven;
298 1615 ¿A que tangem em Castella?
299 1615 ¿Cuál podréis, Judea, decir
300 1615 Al gualete, hejo
301 1615 Niño, si por lo que tienes
302 1615 Esta noche un Amor nace,
303 1615 ¡Oh, qué vimo, Mangalena!
304 1615 ¿Qué gente, Pascual, qué gente?
305 1615 ¡Oh, qué verás, Carillejo,
306 1616 Generoso esplendor, si no luciente,
307 1616 Esta, que admiras, fábrica, esta prima
308 1616 Piadoso hoy celo, culto
309 1616 Tenía Mari Nuño una gallina
310 1616 Era la noche, en vez del manto obscuro
311 1617 En vez de las Helíades, ahora
312 1617 Florido en años, en prudencia cano,
313 1617 Si arrebatado merecí algún día
314 1617 Cristales el Po desata
315 1617 Caballo que despediste,
316 1618 El racimo que ofreció
317 1618 La ciudad de Babilonia,
318 1619 En vez, Señora, del cristal luciente,
319 1619 Esta de flores, cuando no divina,
320 1619 La Aurora, de azahares coronada,
321 1619 ¿En año quieres que plural cometa
322 1619 Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
323 1619 Vamos, Filis, al vergel,
324 1619 Guerra me hacen dos cuidados
325 1619 Ya que indignada caída
326 1619 Ojos eran, fugitivos,
327 1619 ¿Callaré la pena mía,
328 1619 ¿Quién oyó?
329 1619 Manzanares, Manzanares,
330 1620 Purpúreo creced, rayo luciente
331 1620 Al que de la conciencia es del tercero
332 1620 A este que admiramos en luciente
333 1620 Ave real de plumas tan desnuda,
334 1620 Dulce arroyuelo de la nieve fría
335 1620 Peinaba al sol Belisa sus cabellos
336 1620 Prisión del nácar era, articulado,
337 1620 Mis albarcoques sean de Toledo,
338 1620 Hurtas mi vulto, y cuanto más le debe
339 1620 La bella Lira muda yace ahora
340 1620 Mátanme los celos de aquel andaluz:
341 1620 Dulce niña, el barro bello
342 1620 No hay que agradeceros nada
343 1620 ¿Para qué me dais tormento,
344 1620 Ánsares de Menga
345 1620 No vayas, Gil, al Sotillo,
346 1620 ¡Cuántos silbos, cuántas voces
347 1620 Las esmeraldas en hierba,
348 1620 Al tronco de un verde mirto,
349 1620 Hiedra vividora,
350 1620 Por las faldas del Atlante,
351 1620 En la fuerza de Almería
352 1620 Con su querida Amarilis
353 1620 Minguilla la siempre bella,
354 1621 Este funeral trono, que luciente,
355 1621 Las que a otros negó piedras oriente,
356 1621 Los rayos que a tu padre son cabello,
357 1621 Teatro espacïoso su ribera
358 1621 Sella el tronco sangriento, no lo oprime,
359 1621 Ser pudiera tu pira levantada,
360 1621 Aljófares risueños de Albïela:
361 1621 Al tronco Filis de un laurel sagrado
362 1621 El conde mi señor se fue a Cherela,
363 1621 Suspenda, y no sin lágrimas, tu paso,
364 1621 Cuanto el acero fatal
365 1621 Mil veces vuestro favor,
366 1621 Este de mimbres vestido
367 1621 A los ladrones ladré;
368 1621 Hoy el Josef es, segundo,
369 1621 Caído se le ha un clavel
370 1621 Aprended, Flores, en mí
371 1621 En lágrimas salgan mudos
372 1621 Guarda corderos, zagala,
373 1621 Las tres auroras que el Tajo,
374 1622 El conde mi señor se va a Napóles
375 1622 Al tronco descansaba de una encina
376 1622 Mataron al señor Villamediana:
377 1622 Siempre le pedí al Amor,
378 1622 Esta hermosa prisión,
379 1622 Al hermoso dueño mío,
380 1622 Señor, pues sois mi remedio,
381 1622 Yace aquí Flor, un perrillo
382 1622 Tropezó un día Dantea,
383 1622 «Ave del plumaje negro,
384 1622 La cítara que pendiente
385 1622 Quién pudiera dar un vuelo
386 1623 Con razón, gloria excelsa de Velada,
387 1623 Mariposa, no solo no cobarde,
388 1623 En este occidental, en este, oh Licio,
389 1623 Menos solicitó veloz saeta
390 1623 Oro no rayó así flamante grana
391 1623 En la capilla estoy y condenado
392 1623 Camina mi pensión con pie de plomo,
393 1623 De la Merced, señores, despedido,
394 1623 Sople rabiosamente conjurado
395 1623 Cuantos forjare más hierros el hado
396 1623 Ni a rayo el sol perdonó,
397 1624 Los días de Noé bien recelara
398 1624 Undosa tumba da al farol del día
399 1624 Ciudad gloriosa, cuyo excelso muro
400 1624 Doctor barbado, crüel
401 1624 Con Marfisa en la estacada
402 1624 Casado el otro se halla
403 1624 Oh tú de los bachilleres,
404 1624 ¡Oh jurisprudencia! ¡Cuál
405 1624 Un conde prometedor
406 1624 Quisiera, roma infeliz,
407 1624 Tejió de piernas de araña
408 1624 Pondérenos la experiencia,
409 1624 Nace el niño y, velo a velo,
410 1625 Las duras cerdas que vistió celoso
411 1625 Tu beldad, Clori, adoré,
412 1625 Al cardenal mi señor
413 1625 Absolvamos el sufrir,
414 1625 A la fuente va, del Olmo,
415 1626 El líquido cristal que hoy desta fuente
416 1626 Generoso mancebo,
417 1626 Todo se murmura
418 1626 Doña Menga, ¿de qué te ríes?

Poemas de autenticidad probable
Año Incipit
419 ¿Ca. 1580? Por el nombre me da pena
420 ¿1582? Cisne gentil (después que crespo el vado
421 ¿1582? Generoso don Juan, sobre quien llueve
422 ¿1587-1588? ¿Qué es, hombre o mujer, lo que han colgado?
423 ¿1590? Ya que rompí las cadenas
424 1593 Huésped, sacro señor, no: peregrino
425 ant. a 1594 Señora doña Luisa de Cardona,
426 Post. a 1597 Señor marqués trinitario,
427 1598 Señor, aquel Dragón de inglés veneno,
428 ¿1598? Por tu vida, Lopillo, que me borres
429 ¿1598? Hecha la entrada, y sueltos los leones,
430 Véase el poema 453bis
431 ¿1603? Cantemos a la jineta,
432 Post. a 1603 Musa que sopla y no inspira,
433 ant. a 1604 Yace debajo de esta piedra fría
434 1604 Entre los dos reyes magos,
435 1606 En una fortaleza preso queda
436 1606 Senteme a las riberas de un bufete
437 1607 Detente, buen mensajero,
438 ¿1609? Erase en Cuenca lo que nunca fuera,
439 ¿1609? Pálido sol en cielo encapotado,
440 1609 Vimo, señora Lopa, su epopeia,
441 ¿1609? Lugar te da sublime el vulgo ciego,
442 ¿1609? Anacreonte español, no hay quien os tope,
443 ¿1609? ¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia
444 1610 Aquí yace un capellán
445 1610 Que pretenda el mercader
446 ant. a 1611 Tenga yo salud,
447 ¿1612? Arroyo, ¿en qué ha de parar
448 ¿1612? No más moralidades de corrientes,
449 ¿1613? Con poca luz y menos disciplina,
450 Post. a 1613 Pare en este mármol frío,
451 1614 Murió Simón, en efeto,
452 1614 Del que ya ilustró el Carmelo
453 1615 Por la estafeta he sabido
453bis 1615 Los edictos con imperio
454 ant. a 1616 Alma mil veces dichosa
455 Post. a 1616 Dicho me han por una carta
456 ¿ant. a 1617? Antes que alguna caja luterana
457 1617 Cierto opositor, si no
458 ¿Post. a 1617? No sois, aunque en edad de cuatro sietes,
459 Post. a 1617 En vuestras manos ya creo
460 ¿1618? Cierto poeta, en forma peregrina
461 1618 Vences, en talento cano,
462 ¿1621? Doce sermones estampó Florencia,
463 ant. a 1622 Patos de la aguachirle castellana,
464 ant. a 1622 «¡Aquí del conde Claros!», dijo, y luego
465 1622 ¿Quién pudo a tanto tormento
466 ¿1623? Quedando con tal peso en la cabeza,
466bis 1623 De las ya fiestas reales
467 ant. a 1624 Si de consuelo está necesitado
468 1624 Es el Orfeo del señor don Juan
469 1624 El más insigne varón
470 ¿? No de la sangre de la diosa bella
471 ¿? Donde con labio alterno el Eritreo
472 ¿? Tan ciruelo a san Fulano
473 ¿? Hágasme tantas mercedes,
474 ¿? Valeroso el de las quinas,
475 ¿? Señora la siempre niña,
476a ¿? Oh, tú, que pendiente al hombro,
476b ¿? Oh, tú, que pendiente al hombro,
477 ¿? Si orator nostro meruisset tempore Graius,

Poemas de autoría segura §

1580 §

1

De Las Lusiadas de Luis de Camões, que tradujo Luis de Tapia, natural de Sevilla §

    Suene la trompa bélica
    del castellano cálamo,
dándoles lustre y ser a las Lusíadas,
    y con su rima angélica
5     en el celeste tálamo
encumbre su valor sobre las Híadas,
    Napeas y Hamadríadas:
    con amoroso cántico
    y espíritu poético
10     celebren nuestro Bético
del Mauritano mar al mar Atlántico,
    pues vuela su Calíope
desde el blanco francés al negro etíope.
    Aquí la fuerza indómita
15     del Pacheco diestrísimo
descubre de su rey el pecho y ánimo,
    la India deja atónita
    con su valor rarísimo,
y al Samorín soberbio, pusilánimo.
20     Muéstrase aquí magnánimo
    Alburquerque, y solícito
    capitán integérrimo,
    que al amador misérrimo
crudamente castiga el hecho ilícito,
25     y a Goa y su potencia
dos veces la sujeta a su obediencia.
    Almeida, que a los árabes
    con la venganza hórrida
sus muros y edificios va talándoles,
30     y a los rumes y alárabes,
    debajo de la tórrida,
con valerosa espada domeñándoles,
    y mayor pena dándoles
    con el hijo belígero,
35     que en el seno Cambaico
    contra el moro y hebraico
muere mostrando su furor armígero,
    sirviéndole de túmulo
de mamelucos el sangriento cúmulo.
40     Cuanto pechos heroicos
    te dan fama clarífica,
oh Lusitania, por la tierra cálida,
    tanto versos estoicos
    te dan gloria mirífica,
45 celebrando tu nombre y fuerza válida:
    dígalo la Castálida,
    que al soberano Tapia
    hizo que (más que en árboles,
    en bronces, piedras, mármoles)
50 en su verso eternice su prosapia,
    dándole el odorífero
lauro, por premio del gran dios lucífero.

2 §

    La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy vïuda y sola,
y ayer por casar,
5     viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice,
que escucha su mal:
    «Dejadme llorar
10     orillas del mar.
    »Pues me distes, madre,
en tan tierna edad
tan corto el placer,
tan largo el pesar,
15     y me cautivastes
de quien hoy se va
y lleva las llaves
de mi libertad,
    dejadme llorar
20     orillas del mar.
    »En llorar conviertan,
mis ojos, de hoy más,
el sabroso oficio
del dulce mirar,
25     pues que no se pueden
mejor ocupar,
yéndose a la guerra
quien era mi paz.
    Dejadme llorar
30     orillas del mar.
    »No me pongáis freno
ni queráis culpar,
que lo uno es justo,
lo otro, por demás;
35     si me queréis bien,
no me hagáis mal:
harto peor fuera
morir y callar.
    Dejadme llorar
40     orillas del mar.
    »Dulce madre mía,
¿quién no llorará,
aunque tenga el pecho
como un pedernal,
45     y no dará voces,
viendo marchitar
los más verdes años
de mi mocedad?
    Dejadme llorar
50     orillas del mar.
»Váyanse las noches,
pues ido se han
los ojos que hacían
los míos velar;
55     váyanse, y no vean
tanta soledad,
después que en mi lecho
sobra la mitad.
    Dejadme llorar
60     orillas del mar».

3 1 §

    Los rayos le cuenta al sol
con un peine de marfil
la bella Jacinta, un día
que por mi dicha la vi
5     en la verde orilla
    de Guadalquivir.

4 §

    Ciego que apuntas y atinas,
caduco dios, y rapaz,
vendado que me has vendido
y niño mayor de edad:
5     por el alma de tu madre,
que murió, siendo inmortal,
de invidia de mi señora,
que no me persigas más.
Déjame en paz, Amor tirano,
10     déjame en paz.
    Baste el tiempo mal gastado
que he seguido, a mi pesar,
tus inquïetas banderas,
forajido capitán;
15     perdóname, Amor, aquí,
pues yo te perdono allá,
cuatro escudos de paciencia,
diez de ventaja en amar.
Déjame en paz, Amor tirano,
20     déjame en paz.
    Amadores desdichados,
que seguís milicia tal,
decidme, ¿qué buena guía
podéis de un ciego sacar?
25     De un pájaro, ¿qué firmeza?
¿Qué esperanza, de un rapaz?
¿Qué galardón, de un desnudo?
De un tirano, ¿qué piedad?
Déjame en paz, Amor tirano,
30     déjame en paz.
    Diez años desperdicié,
los mejores de mi edad,
en ser labrador de Amor
a costa de mi caudal;
35     como aré y sembré, cogí:
aré un alterado mar,
sembré una estéril arena,
cogí vergüenza y afán.
Déjame en paz, Amor tirano,
40     déjame en paz.
    Una torre fabriqué,
del viento en la raridad,
mayor que la de Nembrot
y de confusión igual;
45     gloria llamaba a la pena,
a la cárcel, libertad,
miel dulce al amargo acíbar,
principio al fin, bien al mal.
Déjame en paz, Amor tirano,
50     déjame en paz.

5 §

    Hermana Marica,
mañana, que es fiesta,
no irás tú a la amiga,
ni yo iré a la escuela.
5     Pondráste el corpiño
y la saya buena,
cabezón labrado,
toca y albanega;
    y a mí me pondrán
10 mi camisa nueva,
sayo de palmilla,
media de estameña,
    y si hace bueno
trairé la montera
15 que me dio, la Pascua,
mi señora abuela,
    y el estadal rojo
con lo que le cuelga,
que trajo el vecino
20 cuando fue a la feria.
    Iremos a misa,
veremos la iglesia,
daranos un cuarto
mi tía la ollera;
25     compraremos de él
(que nadie lo sepa)
chochos y garbanzos
para la merienda.
    y en la tardecica,
30 en nuestra plazuela,
jugaré yo al toro,
y tú, a las muñecas
    con las dos hermanas,
Juana y Madalena,
35 y las dos primillas,
Marica y la tuerta.
    Y si quiere madre
dar las castañetas,
podrás tanto dello
40 bailar en la puerta;
    y al son del adufe
cantará Andrehuela:
No me aprovecharon,
madre, las hierbas.
45     Y yo, de papel,
haré una librea,
teñida con moras
por que bien parezca,
    y una caperuza
50 con muchas almenas;
pondré por penacho
las dos plumas negras
    del rabo del gallo
que acullá en la huerta
55 anaranjeamos
las carnestolendas;
    y en la caña larga
pondré una bandera
con dos borlas blancas
60 en sus tranzaderas;
    y en mi caballito
pondré una cabeza
de guadamecí,
dos hilos por riendas,
65     y entraré en la calle
haciendo corvetas;
yo y otros del barrio,
que son más de treinta,
    jugaremos cañas
70 junto a la plazuela
por que Barbolilla
salga acá y nos vea:
    Bárbola, la hija
de la panadera,
75 la que suele darme
tortas con manteca,
    porque algunas veces
hacemos yo y ella
las bellaquerías
80 detrás de la puerta.

1581 §

6 §

Que pida a un galán Minguilla
cinco puntos de jervilla,
    bien puede ser;
mas que calzando diez Menga,
5 quiera que al justo le venga,
    no puede ser.
Que se case un don Pelote
con una dama sin dote,
    bien puede ser;
10 mas que no dé algunos días
por un pan las damerías,
    no puede ser.
Que la viuda en el sermón
dé mil suspiros sin son,
15     bien puede ser;
mas que no los dé, a mi cuenta,
por que sepan dó se sienta,
    no puede ser.
Que esté la bella casada,
20 bien vestida y mal celada,
    bien puede ser;
mas que el bueno del marido
no sepa quién dio el vestido,
    no puede ser.
25 Que anochezca cano el viejo,
y que amanezca bermejo,
    bien puede ser;
mas que a creer nos estreche
que es milagro, y no escabeche,
30     no puede ser.
Que se precie un don Pelón
que se comió un perdigón,
    bien puede ser;
mas que la bisnaga honrada
35 no diga que fue ensalada,
    no puede ser.
Que olvide a la hija el padre
de buscalle quién le cuadre,
    bien puede ser;
40 mas que se pase el invierno
sin que ella le busque yerno,
    no puede ser.
Que la del color quebrado
culpe al barro colorado,
45     bien puede ser;
mas que no entendamos todos
que aquestos barros son lodos,
    no puede ser.
Que, por parir, mil loquillas
50 enciendan mil candelillas,
    bien puede ser;
mas que público o secreto
no haga algún cirio efeto,
    no puede ser.
55 Que sea el otro letrado
por Salamanca aprobado,
    bien puede ser;
mas que traiga buenos guantes
sin que acudan pleiteantes,
60     no puede ser.
Que sea médico más grave
quien más aforismos sabe,
    bien puede ser;
mas que no sea más experto
65 el que más hubiere muerto,
    no puede ser.
Que acuda a tiempo un galán
con un dicho y un refrán,
    bien puede ser;
70 mas que entendamos por eso
que en Floresta no está impreso,
    no puede ser.
Que oiga Menga una canción
con piedad y atención,
75     bien puede ser;
mas que no sea más piadosa
a dos escudos en prosa,
    no puede ser.
Que sea el padre Presentado
80 predicador afamado,
    bien puede ser;
mas que muchos puntos buenos
no sean estudios ajenos,
    no puede ser.
85 Que una guitarrilla pueda
mucho después de la queda,
    bien puede ser;
mas que no sea necedad
despertar la vecindad,
90     no puede ser.
Que el mochilero o soldado
deje su tercio embarcado,
    bien puede ser;
mas que lo crean de la guerra
95 porque entró roto en su tierra,
    no puede ser.
Que se emplee el que es discreto
en hacer un buen soneto,
    bien puede ser;
100 mas que un menguado no sea
el que en hacer dos se emplea,
    no puede ser.
Que quiera una dama esquiva
lengua muerta y bolsa viva,
105 bien puede ser;
mas que halle, sin dar puerta,
bolsa viva y lengua muerta,
no puede ser.
Que el confeso al caballero
110 socorra con su dinero,
    bien puede ser;
mas que le dé, porque presta,
lado el día de la fiesta,
    no puede ser.
115 Que junte un rico avariento
los doblones ciento a ciento,
    bien puede ser;
mas que el sucesor gentil
no los gaste mil a mil,
120     no puede ser.
Que se pasee Narciso
con un cuello en paraíso,
    bien puede ser;
mas que no sea notorio
125 que anda el cuerpo en pulgatorio,
    no puede ser.

7 §

Ándeme yo caliente
y ríase la gente.
    Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
5 mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno,
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
    y ríase la gente.
10     Coma en dorada vajilla
el príncipe mil cuidados,
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
15 que en el asador reviente,
    y ríase la gente.
    Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
20 de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del rey que rabió me cuente,
    y ríase la gente.
    Busque muy en hora buena
25 el mercader nuevos soles;
yo, conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
30     y ríase la gente.
    Pase a media noche el mar,
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama,
que yo más quiero pasar
35 del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
    y ríase la gente.
    Pues Amor es tan crüel,
que de Píramo y su amada
40 hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel,
y la espada sea mi diente,
    y ríase la gente.

8 §

    Da bienes Fortuna
que no están escritos:
cuando pitos, flautas,
cuando flautas, pitos.
5     ¡Cuán diversas sendas
se suelen seguir
en el repartir
honras y haciendas!
A unos da encomiendas,
10 a otros, sambenitos.
Cuando pitos, flautas,
cuando flautas, pitos.
    A veces despoja
de choza y apero
15 al mayor cabrero;
y a quien se le antoja,
la cabra más coja
parió dos cabritos.
Cuando pitos, flautas,
20 cuando flautas, pitos.
    Porque en una aldea
un pobre mancebo
hurtó solo un huevo,
al sol bambolea,
25 y otro se pasea
con cien mil delitos.
Cuando pitos, flautas,
cuando flautas, pitos.

9 §

Las redes sobre el arena,
y la barquilla, ligada
a una roca que las ondas
convierten de piedra en agua,
5     el pobre Alcïón se queja
por ver a la hermosa Glauca,
fuego de los pescadores
y gloria de aquella playa2.

10 §

En el caudaloso río
donde el muro de mi patria
se mira la gran corona
y el antiguo pie se lava,
5     desde su barca Alcïón
suspiros y redes lanza,
los suspiros, por el cielo,
y las redes, por el agua;
    y, sin tener mancilla,
10 mirábalo su amor desde la orilla.
    En un mismo tiempo salen
de las manos y del alma
los suspiros y las redes
hacia el fuego y hacia el agua.
15     Ambos se van a su centro,
do su natural los llama,
desde el corazón, los unos,
las otras, desde la barca;
    y, sin tener mancilla,
20 mirábalo su amor desde la orilla.
    El pescador, entretanto,
viendo tan cerca la causa,
y que tan lejos está
de su libertad pasada,
25     hacia la orilla se llega,
adonde con igual pausa
hieren el agua los remos,
y los ojos della, el alma;
    y, sin tener mancilla,
30 mirábalo su amor desde la orilla.
    Y, aunque el deseo de verla
para apresurarlo arma
de otros remos la barquilla,
y el corazón, de otras alas,
35     por que la ninfa no huya
no llega más que a distancia
de donde tan solamente
escuche aquesto que canta:
    «Dejadme, triste, a solas
40 dar viento al viento y olas a las olas.
    »Volad al viento, suspiros,
y mirad quién os levanta
de un pecho que es tan humilde
a partes que son tan altas.
45     Y vosotras, redes mías,
calaos en las ondas claras,
adonde os visitaré
con mis lágrimas cansadas.
    Dejadme, triste, a solas
50 dar viento al viento y olas a las olas.
    »Dejadme vengar de aquella
que tomó de mí venganza
de más leales servicios
que arenas tiene esta playa;
55     dejadme, nudosas redes,
pues que veis que es cosa clara
que, más que vosotras nudos,
tengo, para llorar, causas.
    Dejadme, triste, a solas
60 dar viento al viento y olas a las olas».

11 §

    Érase una vieja
de gloriosa fama,
amiga de niñas,
de niñas que labran;
5     para su contento
alquiló una casa
donde sus vecinas
hagan sus coladas.
    Con la sed de amor
10 corren a la balsa
cien mil sabandijas
de natura varia,
    a que con sus manos,
pues tiene tal gracia,
15 como el unicornio,
bendiga las aguas;
    también acudía
la viuda honrada,
del muerto marido
20 sintiendo la falta
    con tan grande extremo,
que allí se juntaba
a llorar por él
lágrimas cansadas ...3

1582 §

12

En la muerte de dos señoras mozas hermanas, naturales de Córdoba §

    Sobre dos urnas de cristal labradas,
de vidrio en pedestales sostenidas,
llorando está dos ninfas ya sin vidas
el Betis en sus húmidas moradas,
5     tanto por su hermosura de él amadas,
que, aunque las demás ninfas doloridas
se muestran, de su tierno fin sentidas,
él, derramando lágrimas cansadas,
    «Almas —les dice—, vuestro vuelo santo
10 seguir pienso hasta aquesos sacros nidos,
do el bien se goza sin temer contrario,
    que, vista esa belleza y mi gran llanto,
por el cielo seremos convertidos,
en Géminis vosotras, yo en Acuario».

13 §

    De pura honestidad templo sagrado,
cuyo bello cimiento y gentil muro,
de blanco nácar y alabastro duro
fue por divina mano fabricado;
5     pequeña puerta de coral preciado,
claras lumbreras de mirar seguro,
que a la esmeralda fina el verde puro
habéis para viriles usurpado;
    soberbio techo, cuyas cimbrias de oro
10 al claro sol, en cuanto en torno gira,
ornan de luz, coronan de belleza;
    ídolo bello, a quien humilde adoro,
oye piadoso al que por ti suspira,
tus himnos canta, y tus virtudes reza.

14 §

    Tras la bermeja Aurora el Sol dorado
por las puertas salía, del oriente,
ella de flores la rosada frente,
él de encendidos rayos coronado;
5     sembraban su contento o su cuidado,
cuál con voz dulce, cuál con voz doliente,
las tiernas aves con la luz presente,
en el fresco aire y en el verde prado,
    cuando salió, bastante a dar, Leonora,
10 cuerpo a los vientos y a las piedras alma,
cantando de su rico albergue, y luego,
    ni oí las aves más, ni vi la Aurora,
porque al salir, o todo quedó en calma,
o yo, que es lo más cierto, sordo y ciego.

15 §

    Al tramontar del sol la ninfa mía,
de flores despojando el verde llano,
cuantas troncaba la hermosa mano,
tantas el blanco pie crecer hacía.
5     Ondeábale, el viento que corría,
el oro fino con error galano,
cual verde hoja de álamo lozano
se mueve al rojo despuntar del día;
    mas luego que ciñó sus sienes bellas
10 de los varios despojos de su falda
(término puesto al oro y a la nieve),
    juraré que lució más su guirnalda,
con ser de flores, la otra ser de estrellas,
que la que ilustra el cielo en luces nueve.

16 §

    Oh claro honor del líquido elemento,
dulce arroyuelo de corriente plata
cuya agua entre la hierba se dilata
con regalado son, con paso lento:
5     pues la por quien helar y arder me siento
(mientras en ti se mira) Amor retrata
de su rostro la nieve y la escarlata
en tu tranquilo y blando movimiento,
    vete como te vas, no dejes floja
10 la undosa rienda al cristalino freno
con que gobiernas tu veloz corriente,
    que no es bien que confusamente acoja
tanta belleza en su profundo seno
el gran señor del húmido tridente.

17 §

    Raya, dorado Sol, orna y colora
del alto monte la lozana cumbre,
sigue con agradable mansedumbre
el rojo paso de la blanca Aurora;
5     suelta las riendas a Favonio y Flora,
y usando al esparcir tu nueva lumbre
tu generoso oficio y real costumbre,
el mar argenta, las campañas dora,
    para que de esta vega el campo raso
10 borde, saliendo Flérida, de flores;
mas si no hubiere de salir acaso,
    ni el monte rayes, ornes ni colores,
ni sigas de la Aurora el rojo paso,
ni el mar argentes ni los campos dores.

18 §

    Cual parece al romper de la mañana
aljófar blanco sobre frescas rosas,
o cual por manos hecha artificiosas
bordadura de perlas sobre grana,
5     tales de mi pastora soberana
parecían las lágrimas hermosas
sobre las dos mejillas milagrosas,
de quien mezcladas leche y sangre mana,
    lanzando a vueltas de su tierno llanto
10 un ardiente suspiro de su pecho,
tal que el más duro canto enterneciera:
    si enternecer bastara un duro canto,
mirad qué habrá con un corazón hecho,
que al llanto y al suspiro fue de cera.

19 §

    Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas a Alcides consagradas;
5     mas del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
    Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
10 que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me lo deja enjuto,
    por que aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.

20 §

    Ya besando unas manos cristalinas,
ya anudándome a un blanco y liso cuello,
ya esparciendo por él aquel cabello
que Amor sacó entre el oro de sus minas,
5     ya quebrando en aquellas perlas finas
palabras dulces mil sin merecello,
ya cogiendo de cada labio bello
purpúreas rosas sin temor de espinas,
    estaba, oh claro Sol invidïoso,
10 cuando tu luz, hiriéndome los ojos,
mató mi gloria, y acabó mi suerte.
    Si el cielo ya no es menos poderoso,
por que no den los tuyos más enojos,
rayos, como a tu hijo, te den muerte.

21 §

    Oh piadosa pared, merecedora
de que el tiempo os reserve de sus daños,
pues sois tela do justan mis engaños
con el fiero desdén de mi señora,
5     cubra esas nobles faltas desde ahora,
no estofa humilde de flamencos paños,
do el tiempo puede más, sino, en mil años,
verde tapiz de hiedra vividora;
    y vos, aunque pequeño, fiel resquicio,
10 por que del carro del crüel destino
no pendan mis amores por trofeos,
    ya que secreto, sedme más propicio
que aquel que fue en la gran ciudad de Nino
barco de vistas, puente de deseos.

22 §

    Rey de los otros, río caudaloso,
que en fama claro, en ondas cristalino,
tosca guirnalda de robusto pino
ciñe tu frente, tu cabello undoso:
5     pues dejando tu nido cavernoso
de Segura en el monte más vecino
por el suelo andaluz tu real camino
tuerces soberbio, raudo y espumoso,
    a mí, que de tus fértiles orillas
10 piso, aunque ilustremente enamorado,
tu noble arena con humilde planta,
    dime si entre las rubias pastorcillas
has visto, que en tus aguas se han mirado,
beldad cual la de Clori, o gracia tanta.

23

A la pasión de los celos §

    ¡Oh niebla del estado más sereno,
furia infernal, serpiente mal nacida!
¡Oh ponzoñosa víbora escondida
de verde prado en oloroso seno!
5     ¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,
que en vaso de cristal quitas la vida!
¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,
de la amorosa espuela duro freno!
    Oh celo, del favor verdugo eterno,
10 vuélvete al lugar triste donde estabas,
o al reino, si allá cabes, del espanto;
    mas no cabrás allá, que pues ha tanto
que comes de ti mesmo y no te acabas,
mayor debes de ser que el mismo infierno.

24 §

    Mientras por competir con tu cabello
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;
5     mientras a cada labio, por cogello,
siguen más ojos que al clavel temprano,
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello;
    goza cuello, cabello, labio, y frente,
10 antes que lo que fue en tu edad dorada
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
    no solo en plata o víola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

25 §

    Corcilla temerosa,
    cuando sacudir siente
al soberbio aquilón con fuerza fiera
    la verde selva umbrosa,
5     o murmurar corriente
entre la hierba, corre tan ligera
    que al viento desafía
    su voladora planta:
    con ligereza tanta,
10 huyendo va de mí la ninfa mía,
    encomendando al viento
sus rubias trenzas, mi cansado acento.
    El viento delicado
    hace de sus cabellos
15 mil crespos nudos por la blanca espalda,
    y habiéndose abrigado
    lascivamente en ellos,
a luchar baja un poco con la falda,
    donde, no sin decoro,
20     por brújula, aunque breve,
    muestra la blanca nieve
entre los lazos del coturno de oro;
    y así, en tantos enojos,
si trabajan los pies, gozan los ojos.
25     Con aquel dulce brío
    que me da el soplo escaso
del viento al descubrir su planta bella,
    sigo, esforzando el mío,
    su fugitivo paso,
30 no más por alcanzalla que por vella;
    ella, mi intento viendo,
    vuelve a mí la serena
    süave luz, y enfrena
mi dulce alcance, el mismo efecto haciendo
35     sus luces soberanas
en mí que en Atalanta las manzanas.
    Yo, pues, ciego y turbado,
    viéndola como mide
con más ligeros pies el verde llano
40     que del arco encorvado
    la saeta despide
del Parto fiero la robusta mano,
    y viendo que en mí mengua
    lo que a ella le sobra,
45     pues nuevas fuerzas cobra,
apelo de los pies para la lengua,
    y en alta voz le digo:
«No huyas, ninfa, pues que no te sigo.
    »Enfrena, oh Clori, el vuelo,
50     pues ves que el rubio Apolo
pone ya fin a su carrera ardiente;
    ten de ti misma duelo,
    deponga un rato solo
el honesto sudor tu blanca frente.
55     Bastante muestra has dado
    de crüel y ligera,
    pues en tan gran carrera
tu bellísimo pie nunca ha dejado
    estampa en el arena,
60 ni en tu pecho crüel mi grave pena.
    »Ejemplos mil al vivo
    de ninfas te pondría
(si ya la antigüedad no nos engaña),
    por cuyo trato esquivo
65     nuevos conoce hoy día
troncos el bosque y piedras la montaña;
    mas sírvate de aviso
    en tu curso el de aquella,
    no tan cruda ni bella,
70 a quien ya sabes que el pastor de Anfriso
    con pie menos ligero
la siguió ninfa, y la alcanzó madero».
Quédate aquí, canción, y pon silencio
    al fugitivo canto,
75 que razón es parar quien corrió tanto.

26 §

Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Mozuelas las de mi barrio,
loquillas y confïadas:
5 mirad no os engañe el tiempo,
la edad y la confianza;
    no os dejéis lisonjear
de la juventud lozana,
porque de caducas flores
10 teje el tiempo sus guirnaldas.
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Vuelan los ligeros años
y con presurosas alas
15 nos roban, como harpías,
nuestras sabrosas vïandas:
    la flor de la maravilla
esta verdad nos declara,
porque le hurta la tarde
20 lo que le dio la mañana.
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Mirad que cuando pensáis
que hacen la señal de la alba
25 las campanas de la vida,
es la queda, y os desarma
    de vuestro color y lustre,
de vuestro donaire y gracia,
y quedáis, todas, perdidas
30 por mayores de la marca.
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Yo sé de una buena vieja
que fue un tiempo rubia y zarca,
35 y que, al presente, le cuesta
harto caro el ver su cara,
    porque su bruñida frente
y sus mejillas se hallan,
más que roquete de obispo,
40 encogidas y arrugadas.
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Y sé de otra buena vieja,
que un diente que le quedaba
45 se lo dejó, estotro día,
sepultado en unas natas,
    y con lágrimas le dice:
«Diente mío de mi alma,
yo sé cuándo fuistes perla,
50 aunque ahora no sois nada».
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.
    Por eso, mozuelas locas,
antes que la edad avara
55 el rubio cabello de oro
convierta en luciente plata,
    quered cuando sois queridas,
amad cuando sois amadas,
mirad, bobas, que detrás
60 se pinta la ocasión, calva.
Que se nos va la pascua, mozas,
    que se nos va la pascua.

27 §

    En la pedregosa orilla
del turbio Guadalmellato,
que al claro Guadalquivir
le paga el tributo en barro,
5     guardando unas flacas yeguas,
a la sombra de un peñasco,
con la mano en la muñeca
estaba el pastor Galayo;
    pastor pobre y sin abrigo
10 para los hielos de mayo,
no más de por estar roto
desde el tronco a lo más alto.
    Quejábase reciamente
del Amor, que lo ha matado
15 en la mitad de los lomos
con el arpón de un tejado,
    por la linda Teresona,
ninfa que siempre ha guardado,
orillas de Vecinguerra4,
20 animales vidrïados,
    hija de padres que fueron
pastores de este ganado,
el uno, orilla de Esgueva,
el otro, orilla de Darro.
25     De esta, pues, Galayo andaba
tiesamente enamorado,
lanzando del pecho ardiente
regüeldos amartelados.
    No siente tanto el desdén
30 con que della era tratado,
cuanto la terrible ausencia
le comía medio lado;
    aunque para consolarse
sacaba de rato en rato
35 un cordón de sus cabellos,
y tejido de su mano,
    tan delicado y curioso,
tan curioso y delicado,
que si el cordón es tomiza
40 los cabellos son esparto.
    Con lágrimas lo humedece
el yegüero desdichado,
aunque después con suspiros
quedó enjuto y perfumado,
45     y en un papelón de estraza,
habiéndolo antes besado,
lo envuelve, y saca, del seno,
de su pastora un retrato
    que en un pedazo de anjeo,
50 no sin primor ni trabajo,
con una espátula vieja
se lo pintó un boticario;
    y, clavando en él la vista,
en tono romadizado
55 estos versos cantó, al son
de un mortero y de su mano:
    «Dulce retrato de aquella
enemiga desabrida
que para acabar mi vida
60 no tiene en sus ojos mella:
    la paciencia se me apoca
de ver cuán al vivo tienes
la frente entre las dos sienes
y los dientes en la boca,
65     y que es tal el regalado
mirar de tus ojos bellos,
que el que está más lejos dellos,
ese está más apartado;
    y así, aunque me hagan guerra,
70 mirándolos me estaría,
toda la noche y el día,
comiendo turmas de tierra.
    Retrato, pues, soberano,
que, según es tu primor,
75 tuvo al hacerte, el pintor,
cinco dedos en su mano:
    si no quies verme difunto,
según por ti me derriengo,
mírame, pues ves que tengo
80 la nariz tan en su punto;
    mírame, ninfa gentil,
que ayer me miré en un charco,
y vi que era rubio y zarco,
como Dios hizo un candil».

28 §

    Diez años vivió Belerma
con el corazón difunto
que le dejó en testamento
aquel francés boquirrubio.
5     Contenta vivió con él,
aunque a mí me dijo alguno
que viviera más contenta
con trecientas mil de juro.
    A verla vino doña Alda,
10 viuda del conde RoduIfo,
conde que fue en Normandía
lo que a Jesucristo plugo,
    y, hallándola muy triste
sobre un estrado de luto,
15 con los ojos que ya eran
orinales de Neptuno,
    rïéndose muy de espacio
de su llorar importuno
sobre el muerto corazón
20 envuelto en un paño sucio,
    le dice: «Amiga Belerma,
cese tan necio diluvio,
que anegará vuestros años
y ahogará vuestros gustos.
25     Estese allá Durandarte
donde la suerte le cupo;
buen pozo haya su alma,
y pozo que esté sin cubo.
    Si él os quiso mucho en vida,
30 también lo quisistes mucho,
y si tiene abierto el pecho,
queréllese de su escudo.
    ¿Qué culpa tuvistes vos
de su entierro, siendo justo
35 que el que como bruto muere,
que lo entierren como a bruto?;
    muriera él acá en París,
a do tiene su sepulcro,
que allí le hicieran lugar
40 los antepasados suyos.
    Volved luego a Montesinos
ese corazón que os trujo,
y enviadle a preguntar
si por gavilán os tuvo.
45     Descosed, y desnudad,
las tocas de anjeo crudo,
el monjilón de bayeta
y el manto, basto, peludo;
    que, aun en las viudas más viejas
50 y de años más caducos,
las tocas cubren a enero,
y los monjiles, a julio,
    cuanto más, a una muchacha
que le faltan días algunos
55 para cumplir los treinta años,
que yo desdichada cumplo.
    Seis hace, si bien me acuerdo,
el día de Santiñuflo,
que perdí aquel mal logrado
60 que hoy entre los vivos busco.
    Holguéme de cuatro y ocho,
haciéndoles dos mil hurtos
a las palomas, de besos,
y a las tórtolas, de arrullos.
65     Sentí su fin; pero más
que muriese sin ver fructo,
sin ver flujo de mi vientre,
porque siempre tuve pujo;
    mas no por eso ultrajé
70 mi buena tez con rasguños,
cabal me quedó el cabello,
y los ojos, casi enjutos.
    Aprended de mí, Belerma,
holguémonos de consuno,
75 llévese el mar lo llorado,
y lo suspirado, el humo.
    No hiléis memorias tristes
en este aposento obscuro,
que, cual gusano de seda,
80 moriréis en el capullo.
    Haced lo que en su fin hace
el pájaro sin segundo,
que nos habla en sus cenizas
de pretérito y futuro.
85     Llorad su muerte, mas sea
con lagrimillas al uso;
de lo mal pasado nazca
lo por venir más seguro.
    Pongámonos a la par
90 dos toquitas de repulgo,
ceja en arco, manos blancas,
y dos perritos lanudos.
    Hiedras verdes somos ambas,
a quien dejaron sin muros,
95 de la muerte y del amor
baterías e infortunios:
    busquemos por do trepar,
que, a lo que de ambas presumo,
no nos faltarán en Francia
100 pared gruesa, tronco duro.
    La iglesia de san Dionís
canónigos tiene muchos,
delgados, cariaguileños,
carihartos y espaldudos:
105     escojamos como en peras
dos déligos capatuncios,
de aquestos que andan en mulas
y tienen algo de mulos;
    de estos Alejandros Magnos
110 que no tienen por disgusto,
por dar en nuestros broqueles,
que demos en sus escudos.
    De todos los doce pares
y sus nones, abrenuncio,
115 que calzan bragas de malla
y, de acero, los pantuflos;
    ¿de qué nos sirven, amiga,
petos fuertes, yelmos lucios?:
armados hombres queremos,
120 armados, pero desnudos.
    De vuestra mesa redonda,
francos paladines, huyo,
donde ayunos os sentáis,
y os levantáis más ayunos;
125     la de cuatro esquinas quiero,
que la ventura me puso
en casa de un cuatro picos,
de todos cuatro picudo,
    donde sirven, la cuaresma,
130 sabrosísimos besugos,
y turmas, en el carnal,
con su caldillo y su zumo».
    Más iba a decir doña Alda,
pero a lo demás dio un nudo,
135 porque de don Montesinos
entró un pajecillo zurdo.

1583 §

29

En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba §

    Fragoso monte, en cuyo vasto seno
duras cortezas de robustas plantas
contienen aquel nombre en partes tantas
de quien pagó a la tierra lo terreno:
5     así cubra de hoy más cielo sereno
la siempre verde cumbre que levantas,
que me escondas aquellas letras santas
de que a pesar del tiempo has de estar lleno.
    La corteza do están desnuda, o viste
10 su villano troncón de hierba verde,
de suerte que mis ojos no las vean.
    Quédense en tu arboleda, ella se acuerde
de fin tan tierno, y su memoria triste,
pues en troncos está, troncos la lean.

30

Habla con don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán, quien estaba entonces en Córdoba, siendo allí su padre corregidor §

    Ya que con más regalo el campo mira,
pues del hórrido manto se desnuda,
purpúreo el sol, y aunque con lengua muda
süave Filomena ya suspira,
5     templa, noble garzón, la noble lira,
honren tu dulce plectro y mano aguda
lo que al son torpe de mi avena ruda
me dicta Amor, Calíope me inspira.
    Ayúdame a cantar los dos extremos
10 de mi pastora y, cual parleras aves
que a saludar al sol a otros convidan,
    yo ronco, tú sonoro, despertemos
cuantos en nuestra orilla cisnes graves
sus blancas plumas bañan y se anidan.

31

A unos álamos blancos §

    Verdes hermanas del audaz mozuelo
por quien orilla el Po dejastes presos
en verdes ramas ya y en troncos gruesos
el delicado pie, el dorado pelo:
5     pues entre las rüinas de su vuelo
sus cenizas bajar en vez de huesos,
y sus errores largamente impresos
de ardientes llamas vistes en el cielo,
    acabad con mi loco pensamiento
10 que gobernar tal carro no presuma,
antes que lo desate por el viento
    con rayos de desdén la beldad suma,
y las reliquias de su atrevimiento
esconda el desengaño en poca espuma.

32 §

    Ni en este monte, este aire, ni este río
corre fiera, vuela ave, pece nada,
de quien con atención no sea escuchada
la triste voz del triste llanto mío;
5     y aunque en la fuerza sea, del estío,
al viento mi querella encomendada,
cuando a cada cual dellos más le agrada
fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,
    a compasión movidos de mi llanto,
10 dejan la sombra, el ramo, y la hondura,
cual ya por escuchar el dulce canto
    de aquel que, de Estrimón en la espesura,
los suspendía cien mil veces. ¡Tanto
puede mi mal, y pudo su dulzura!

33 §

    ¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro
blanco mármol, cuál ébano luciente,
cuál ámbar rubio o cuál oro excelente,
cuál fina plata o cuál cristal tan claro,
5     cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro
orïental safir, cuál rubí ardiente,
o cuál, en la dichosa edad presente,
mano tan docta de escultor tan raro
    vulto dellos formara, aunque hiciera
10 ultraje milagroso a la hermosura
su labor bella, su gentil fatiga,
    que no fuera figura, al sol, de cera,
delante de tus ojos, su figura,
oh bella Clori, oh dulce mi enemiga?

34

A Juan Rufo, jurado de Córdoba §

    Culto jurado, si mi bella dama,
en cuyo generoso mortal manto
arde, como en cristal de templo santo,
de un limpio amor la más ilustre llama,
5     tu musa inspira, vivirá tu fama
sin invidiar tu noble patria a Manto,
y ornarte ha, en premio de tu dulce canto,
no de verde laurel caduca rama,
    sino de estrellas inmortal corona.
10 Haga, pues, tu dulcísimo instrumento
bellos efectos, pues la causa es bella,
    que no habrá piedra, planta, ni persona,
que suspensa no siga el tierno acento,
siendo tuya la voz, y el canto della.

35 §

    Ilustre y hermosísima María,
mientras se dejan ver a cualquier hora
en tus mejillas la rosada Aurora,
Febo en tus ojos, y en tu frente el día,
5     y mientras con gentil descortesía
mueve el viento la hebra voladora
que la Arabia en sus venas atesora
y el rico Tajo en sus arenas cría;
    antes que de la edad Febo eclipsado,
10 y el claro día vuelto en noche obscura,
huya la Aurora del mortal nublado;
    antes que lo que hoy es rubio tesoro
venza a la blanca nieve su blancura,
goza, goza el color, la luz, el oro.

36 §

    Manda Amor en su fatiga
que se sienta y no se diga,
pero a mí más me contenta
que se diga y no se sienta.
5     En la ley vieja de Amor
a tantas fojas se halla
que el que más sufre y más calla,
ese librará mejor;
mas triste del amador
10 que, muerto a enemigas manos,
le hallaron los gusanos
secretos en la barriga.
Manda Amor en su fatiga
que se sienta y no se diga,
15 pero a mí más me contenta
que se diga y no se sienta.
    Muy bien hará quien culpare
por necio a cualquier que fuere
que como leño sufriere
20 y como piedra callare;
mande Amor lo que mandare,
que yo pienso muy sin mengua
dar libertad a mi lengua,
y a sus leyes una higa.
25 Manda Amor en su fatiga
que se sienta y no se diga,
pero a mí más me contenta
que se diga y no se sienta.
    Bien sé que me han de sacar
30 en el auto con mordaza,
cuando Amor sacare a plaza
delincuentes por hablar;
mas yo me pienso quejar,
en sintiéndome agraviado,
35 pues el mar brama alterado
cuando el viento lo fatiga.
Manda Amor en su fatiga
que se sienta y no se diga,
pero a mí más me contenta
40 que se diga y no se sienta.
    Yo sé de algún joveneto
que tiene muy entendido
que guarda más bien Cupido
al que guarda su secreto;
45 y si muere el indiscreto
de amoroso torozón,
morirá sin confesión
por no culpar su enemiga.
Manda Amor en su fatiga
50 que se sienta y no se diga,
pero a mi más me contenta
que se diga y no se sienta.

37 §

    Amarrado al duro banco
de una galera turquesca,
ambas manos en el remo
y ambos ojos en la tierra,
5     un forzado de Dragut
en la playa de Marbella
se quejaba, al ronco son
del remo y de la cadena:
    «¡Oh sagrado mar de España,
10 famosa playa serena,
teatro donde se han hecho
cien mil navales tragedias!:
    pues eres tú el mismo mar
que con tus crecientes besas
15 las murallas de mi patria,
coronadas y soberbias,
    tráeme nuevas de mi esposa,
y dime si han sido ciertas
las lágrimas y suspiros
20 que me dice por sus letras;
    porque si es verdad que llora
mi captiverio en tu arena,
bien puedes al mar del Sur
vencer en lucientes perlas.
25     Dame ya, sagrado mar,
a mis demandas respuesta,
que bien puedes, si es verdad
que las aguas tienen lengua;
    pero, pues no me respondes,
30 sin duda alguna que es muerta,
aunque no lo debe ser,
pues que vivo yo en su ausencia.
    Pues he vivido diez años
sin libertad y sin ella,
35 siempre al remo condenado,
a nadie matarán penas».
    En esto, se descubrieron
de la Religión seis velas,
y el cómitre mandó usar,
40 al forzado, de su fuerza.

38 §

    La desgracia del forzado,
y del cosario la industria,
la distancia del lugar
y el favor de la Fortuna,
5     que por las bocas del viento
les daba a soplos ayuda
contra las cristianas cruces
a las otomanas lunas,
    hicieron que, de los ojos
10 del forzado, a un tiempo huyan
dulce patria, amigas velas,
esperanzas y ventura.
    Vuelve, pues, los ojos, tristes,
a ver cómo el mar le hurta
15 las torres, y le da nubes,
las velas, y le da espumas;
    y viendo más aplacada
en el cómitre la furia,
vertiendo lágrimas, dice,
20 tan amargas como muchas:
«¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
    »Ya no esperen ver, mis ojos,
pues ahora no lo vieron,
25 sin este remo las manos,
y los pies sin estos hierros;
    que, en esta desgracia mía,
Fortuna me ha descubierto
que cuantos fueren mis años
30 tantos serán mis tormentos.
¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
    »Velas de la Religión,
enfrenad vuestro denuedo,
35 que mal podréis alcanzarnos,
pues tratáis de mi remedio;
    el enemigo se os va,
y favorécelo el tiempo
por su libertad no tanto,
40 cuanto por mi captiverio.
¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?
    »Quedaos en aquesa playa,
de mis pensamientos puerto,
45 quejaos de mi desventura
y no echéis la culpa al viento.
    Y tú, mi dulce suspiro,
rompe los aires, ardiendo,
visita a mi esposa bella,
50 y en el mar de Argel te espero.
¿De quién me quejo con tan grande extremo,
si ayudo yo a mi daño con mi remo?»

1584 §

39

A Juan Rufo, de su Austriada §

    Cantastes, Rufo, tan heroicamente
de aquel César novel la augusta historia,
que está dudosa entre los dos la gloria,
y a cuál se deba dar ninguno siente;
5     Y así la Fama, que hoy de gente en gente
quiere que de los dos la igual memoria
del tiempo y del olvido haya victoria,
ciñe de lauro a cada cual la frente.
    Debéis con gran razón ser igualados,
10 pues fuistes cada cual único en su arte:
él solo en armas, vos en letras solo,
    y al fin ambos igualmente ayudados:
él, de la espada del sangriento Marte;
vos, de la lira del sagrado Apolo.

40 §

    Con diferencia tal, con gracia tanta
aquel ruiseñor llora, que sospecho
que tiene otros cien mil dentro del pecho,
que alternan su dolor por su garganta;
5     y aun creo que el espíritu levanta,
como en información de su derecho,
a escribir del cuñado el atroz hecho
en las hojas de aquella verde planta.
    Ponga, pues, fin a las querellas que usa,
10 pues ni quejarse ni mudar estanza
por pico ni por pluma se le veda;
    y llore solo aquel que su Medusa
en piedra convirtió, por que no pueda
ni publicar su mal ni hacer mudanza.

41 §

    La dulce boca que a gustar convida
un humor entre perlas distilado,
y a no invidiar aquel licor sagrado
que a Júpiter ministra el garzón de Ida,
5     amantes, no toquéis, si queréis vida,
porque entre un labio y otro colorado
Amor está, de su veneno armado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.
    No os engañen las rosas, que a la Aurora
10 diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno:
    manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora,
y solo del Amor queda el veneno.

42 §

    No destrozada nave en roca dura
tocó la playa más arrepentida,
ni pajarillo de la red tendida
voló más temeroso a la espesura;
5     bella ninfa, la planta mal segura,
no tan alborotada ni afligida,
hurtó de verde prado, que escondida
víbora regalaba en su verdura,
    como yo, Amor, la condición airada,
10 las rubias trenzas y la vista bella
huyendo voy, con pie ya desatado,
    de mi enemiga en vano celebrada.
Adiós, ninfa crüel; quedaos con ella,
dura roca, red de oro, alegre prado.

43 §

    Varia imaginación, que en mil intentos,
a pesar, gastas, de tu triste dueño,
la dulce munición del blando sueño,
alimentando vanos pensamientos,
5     pues traes los espíritus atentos
solo a representarme el grave ceño
del rostro dulcemente zahareño,
gloriosa suspensión de mis tormentos:
    el sueño, autor de representaciones,
10 en su teatro, sobre el viento armado,
sombras suele vestir de vulto bello.
    Síguelo; mostrarate el rostro amado
y engañarán un rato tus pasiones
dos bienes, que serán dormir y vello.

44

A don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán §

    No enfrene tu gallardo pensamiento
del animoso joven mal logrado
el loco fin, de cuyo vuelo osado
fue ilustre tumba el húmido elemento.
5     Las dulces alas tiende al blando viento
y, sin que el torpe mar del miedo helado
tus plumas moje, toca levantado
la encendida región del ardimiento.
    Corona en puntas la dorada esfera
10 do el pájaro real su vista afina,
y al noble ardor desátese la cera,
    que al mar, do tu sepulcro se destina,
gran honra le será, y a su ribera,
que le hurte su nombre tu rüina.

45 §

    Gallardas plantas, que con voz doliente
al osado Faetón llorastes vivas,
y ya, sin invidiar palmas ni olivas,
muertas podéis ceñir cualquiera frente:
5     así del sol estivo al rayo ardiente
blanco coro de náyades lascivas
precie más vuestras sombras fugitivas
que verde margen de escondida fuente,
    y así bese, a pesar del seco estío,
10 vuestros troncos, ya un tiempo pies humanos,
el raudo curso de este undoso río,
    que lloréis (pues llorar solo a vos toca
locas empresas, ardimientos vanos)
mi ardimiento en amar, mi empresa loca.

46 §

    Del color noble que a la piel vellosa
de aquel animal dio, Naturaleza,
que de corona ciñe su cabeza,
rey de las otras, fiera generosa,
5     vestida vi a la bella desdeñosa,
tal, que juzgué, no viendo su belleza,
según decía el color con su fiereza,
que la engendró la Libia ponzoñosa.
    Mas viéndola, que Alcides muy ufano
10 por ella en tales paños bien podía
mentir su natural, seguir su antojo,
    cual ya en Lidia torció con torpe mano
el huso, y presumir que se vestía
del nemeo león el gran despojo.

47 §

    Aquí entre la verde juncia
quiero, como el blanco cisne
que envuelta en dulce armonía
la dulce vida despide,
5     despedir mi vida amarga
envuelta en endechas tristes,
y querellarme de aquella
tan hermosa como libre.
    Descanse entretanto, el arco,
10 de la cuerda que lo aflige,
y pendiente de sus ramos
orne esta planta de Alcides,
    mientras yo a la tortolilla
que sobre aquel olmo gime
15 le hurto todo el silencio
que para sus quejas pide.
    Bellísima cazadora,
más fiera que las que sigues
por los bosques, cruel verdugo
20 de mis años infelices:
    tan grandes son tus extremos
de hermosa y de terrible,
que están los montes en duda
si eres diosa o si eres tigre.
25     Préciaste de tan soberbia
contra quien es tan humilde,
que, considerados bien,
todos los monteros dicen
    que los dos nos parecemos
30 al robre que más resiste
los soplos del viento airado,
tú en ser dura, yo en ser firme;
    en esto solo eres robre,
y en lo demás, flaca mimbre,
35 no solo a los recios vientos,
mas a los aires subtiles.
    Ya no persigues crüel,
después que a mí me persigues,
a los ciervos voladores
40 ni a los fieros jabalíes;
    ni de tu dichoso albergue
las nobles paredes visten,
los despojos de las fieras
que, como a mí, muerte diste,
45     no porque no gustes dello,
sino por que no te obligue
el encontrarme en la caza
a que siquiera me mires.
    Los monteros te suspiran
50 por todos estos confines,
y el mismo monte se agravia
de que tus pies no lo pisen,
    por el rastro que dejaban
de rosas y de jazmines,
55 tanto, que eran a sus campos,
tus dos plantas, dos abriles.
    Haz tu gusto, que yo quiero
dejar (pues dello te sirves)
el espíritu cansado
60 que mis flacos miembros rige;
    conseguiremos en esto
ambos a dos nuestros fines:
tú, el de crüel en dejarme,
yo, el de leal en morirme.
65     Tú, rey de los otros ríos,
que de las sierras sublimes
de Segura al oceano
el fértil terreno mides,
    pues en tu dichoso seno
70 tantas lágrimas recibes
de mis ojos que en el mar
entran dos Guadalquivires,
    ruégote que su crueldad
y mi firmeza publiques
75 por todo el húmedo reino
de la gran madre de Aquiles,
    por que no solo en las selvas,
mas los que en las aguas viven,
conozcan quién es Daliso
80 y quién es la ingrata Nise.

48 §

    Noble desengaño,
gracias doy al cielo,
que rompiste el lazo
que me tenía preso;
5     por tan gran milagro
colgaré en tu templo
las graves cadenas
de mis graves yerros,
    las fuertes coyundas
10 del yugo de acero
que con tu favor
sacudí del cuello.
    Las húmidas velas
y los rotos remos
15 que escapé del mar
y ofrecí en el puerto
    ya de tus paredes
serán ornamento,
gloria de tu nombre,
20 y de Amor descuento.
    Y así, pues que triunfas
del rapaz arquero,
tiren de tu carro
y sean tu trofeo
25     locas esperanzas,
vanos pensamientos,
pasos esparcidos,
livianos deseos,
    rabiosos cuidados,
30 ponzoñosos celos,
infernales glorias,
gloriosos infiernos.
    Compóngante himnos,
y digan, sus versos,
35 que libras captivos
y das vista a ciegos;
    ante tu deidad
hónrense mil fuegos
del sudor precioso
40 del árbol sabeo.
    Pero ¿quién me mete
en cosas de seso
y en hablar de veras,
en aquestos tiempos
45     donde el que más trata
de burlas y juegos,
ese es quien se viste
más a lo moderno?
    Ingrata señora,
50 de tus aposentos
(más dulce y sabrosa
que nabo en adviento)
    aplícame un rato
el oído atento,
55 que quiero hacer auto
de mis devaneos:
    qué de noches frías
que me tuvo el hielo
tal, que por esquina
60 me juzgó tu perro,
    y alzando la pierna
con gentil denuedo
me argentó de plata
los zapatos negros.
65     Qué de noches de estas,
señora, me acuerdo
que, andando a buscar
chinas por el suelo
    para hacer la seña
70 por el agujero,
al tomar la china
me ensucié los dedos.
    Qué de días anduve
cargado de acero,
75 con harto trabajo
porque estaba enfermo;
    como estaba flaco,
parecía cencerro:
hierro por de fuera,
80 por de dentro hueso.
    Qué de meses y años
que viví muriendo
en la Peña pobre,
sin ser Beltenebros,
85     donde me acaeció
mil días enteros
no comer sino uñas
haciendo sonetos.
    Qué de necedades
90 escribí en mil pliegos,
que las ríes tú ahora
y yo las confieso,
    aunque las tuvimos
ambos en un tiempo,
95 yo, por discreciones,
y tú, por requiebros.
    Qué de medias noches
canté en mi instrumento:
Socorred, señora,
100 con agua a mi fuego,
    donde, aunque tú no
socorriste luego,
socorrió el vecino
con un gran caldero.
105     Adiós, mi señora,
porque me es tu gesto
chimenea en verano
y nieve en invierno,
    y el bazo me tienes
110 de guijarros lleno,
porque creo que bastan
seis años de necio.

49 §

    Aquel rayo de la guerra,
alférez mayor del reino,
tan galán como valiente
y tan noble como fiero,
5     de los mozos invidiado,
admirado de los viejos,
y de los niños y el vulgo
señalado con el dedo;
    el querido de las damas
10 por cortesano y discreto,
hijo hasta allí regalado
de la fortuna y del tiempo;
    el que vistió las mezquitas
de victoriosos trofeos,
15 el que pobló las mazmorras
de cristianos caballeros;
    el que dos veces, armado
más de valor que de acero,
a su patria libertó
20 de dos peligrosos cercos:
    el gallardo Abenzulema
sale a cumplir el destierro
a que lo condena el rey,
o el amor, que es lo más cierto.
25     Servía a una mora, el moro,
por quien el rey anda muerto,
en todo extremo hermosa
y discreta en todo extremo.
    Diole unas flores, la dama,
30 que para él flores fueron,
y para el celoso rey,
hierbas de mortal veneno;
    pues, de la hierba tocado,
lo manda desterrar luego,
35 culpando su lealtad
para disculpar sus celos.
    Sale, pues, el fuerte moro,
sobre un caballo overo,
que a Guadalquivir el agua
40 le bebió, y le pació el heno,
    con un hermoso jaez,
rica labor de Marruecos,
las piezas, de filigrana,
la mochila, de oro y negro;
45     tan gallardo iba el caballo,
que en grave y airoso huello
con ambas manos medía
lo que hay de la cincha al suelo.
    Sobre una marlota negra
50 un blanco albornoz se ha puesto,
por vestirse las colores
de su inocencia y su duelo.
    Bordó mil hierros de lanzas
por el capellar, y en medio,
55 en arábigo una letra
que dice: Estos son mis yerros.
    Bonete lleva, turquí,
derribado al lado izquierdo,
y sobre él tres plumas, presas
60 de un precioso camafeo:
    no quiso salir sin plumas,
por que vuelen sus deseos,
si quien le quita la tierra
también no le quita el viento.
65     No lleva más de un alfanje,
que le dio el rey de Toledo,
porque para un enemigo
él le basta, y su derecho.
    De esta suerte sale el moro
70 con animoso denuedo,
en medio de dos alcaides,
de Arjona y del Marmolejo.
    Caballeros lo acompañan
y lo sigue todo el pueblo,
75 y las damas, por do pasan,
se asoman llorando a verlo;
    lágrimas vierten ahora
de sus tristes ojos bellos
las que desde sus balcones
80 aguas de olor le vertieron.
    La bellísima Balaja,
que llorosa en su aposento
las sinrazones del rey
le pagaban sus cabellos,
85     como tanto estruendo oyó,
a un balcón salió corriendo,
y enmudecida le dijo,
dando voces con silencio:
    «Vete en paz, que no vas solo,
90 y en tu ausencia ten consuelo,
que quien te echa de Jaén
no te echará de mi pecho».
    Él con el mirar responde:
«Yo me voy, y no te dejo;
95 de los agravios del rey
para tu firmeza apelo».
    Con esto pasó la calle,
los ojos atrás volviendo
cien mil veces, y de Andújar
100 tomó el camino derecho.

1585 §

50

A Córdoba §

    ¡Oh excelso muro, oh torres coronadas
de honor, de majestad, de gallardía!
¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,
de arenas nobles, ya que no doradas!
5     ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,
que privilegia el cielo y dora el día!
¡Oh siempre glorïosa patria mía,
tanto por plumas cuanto por espadas!:
    si entre aquellas rüinas y despojos
10 que enriquece Genil y Dauro baña
tu memoria no fue alimento mío,
    nunca merezcan mis ausentes ojos
ver tu muro, tus torres y tu río,
tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!

51 §

    Tres veces de Aquilón el soplo airado
del verde honor privó las verdes plantas,
y al animal de Colcos otras tantas
ilustró Febo su vellón dorado,
5     después que sigo (el pecho traspasado
de aguda flecha) con humildes plantas,
¡oh bella Clori!, tus pisadas santas
por las floridas señas que da el prado.
    A vista voy (tiñendo los alcores
10 en roja sangre) de tu dulce vuelo,
que el cielo pinta de cien mil colores,
    tanto, que ya nos siguen los pastores
por los extraños rastros que en el suelo
dejamos, yo, de sangre, tú, de flores.

52

Deprecación a Apolo por la salud de una dama §

    Sacra planta de Alcides, cuya rama
fue toldo de la hierba; fértil soto
que al tiempo mil libreas le habéis roto
de frescas hojas, de menuda grama:
5     sed hoy testigos de estas que derrama
lágrimas Licio, y de este humilde voto
que al rubio Febo hace, viendo a Cloto
de su Clori romper la vital trama:
    ardiente morador del sacro coro,
10 si libre a Clori por tus manos deja
de alguna hierba algún secreto jugo,
    tus aras teñirá este blanco toro,
cuya cerviz así desprecia el yugo,
como el de Amor la enferma zagaleja.

53 §

    Aunque a rocas de fe ligada vea
con lazos de oro la hermosa nave
mientras en calma humilde, en paz süave,
sereno el mar la vista lisonjea;
5     y aunque el céfiro esté, por que lo crea,
tasando el viento que en las velas cabe,
y el fin dichoso del camino grave
en el aspecto celestial se lea,
    he visto blanqueando las arenas
10 de tantos nunca sepultados huesos,
que el mar de Amor tuvieron por seguro,
    que de él no fío, si sus flujos gruesos
con el timón, o con la voz, no enfrenas,
¡oh dulce Arión, oh sabio Palinuro!

54 §

    Si las damas de la corte
quieren por dar una mano
dos piezas del toledano,
y del milanés un corte,
5 mientras no dan otro corte,
    busquen otro,
que yo soy nacido en el Potro.
    Si por unos ojos bellos,
que se los dio el cielo dados,
10 quieren ellas más ducados
que tienen pestañas ellos,
alquilen quien quiera vellos,
    y busquen otro,
que yo soy nacido en el Potro.
15     Si un billete cada cual
no hay tomallo ni leello
mientras no le ven por sello
llevar el cuño real,
damas de condición tal,
20     buscad otro,
que yo soy nacido en el Potro,
    Si a mi demanda y porfía,
mostrándose muy honestas,
dan más recias las respuestas
25 que cañones de crujía,
para tanta artillería
    busquen otro,
que yo soy nacido en el Potro.
    Si algunas damas bizarras,
30 no las quiero decir viejas,
gastan el tiempo en pellejas,
y ellas se aforran en garras,
vayan al Perú por barras,
    y busquen otro,
35 que yo soy nacido en el Potro.
    Si la del dulce mirar
ha de ser con presunción
que ha de acudir a razón
de a veinte mil el millar,
40 pues fue el mío de al quitar,
    busquen otro,
que yo soy nacido en el Potro,
    Si se precian por lo menos
de que duques las recuestan,
45 y a marqueses sueño cuestan
y a condes muchos serenos,
a servidores tan llenos
    huélalos otro,
que yo soy nacido en el Potro,

55 §

    Si en todo lo qu’hago
soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?
    Labré a mi despecho
5 una pieza mala,
no pude hacer sala,
y cámara he hecho;
quedará sin techo,
y el cuerpo vacío,
10 que un servidor mío,
cual banco, quebró,
y me recibió
peor que una daga.
Si en todo lo qu’hago
15 soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?
    Camisas corté,
y ante todas cosas,
de mil mariposas
20 las faldas labré;
si mal hecho fue,
la aguja lo ha hecho,
cuyo ojo es estrecho
para seda floja,
25 y dame congoja
que el lienzo se estraga.
Si en todo lo qu’hago
soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?
30     Presentome quien
mis gustos regula,
con higos de Mula,
pasas de Lairén;
de Lisboa también
35 cuanto tiene nombre,
y el asno del hombre
rompió de una coz
barros de Estremoz,
conservas de Braga.
40 Si en todo lo qu’hago
soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?
    Salí con trabajo
de mi casa un día,
45 a hora que corría
grande aire de abajo;
el aire me trajo
un papel con porte,
que a un ciego en la corte
50 fue, salvo su honor,
alcoholador,
si no fue bisnaga.
Si en todo lo qu’hago
soy desgraciada,
55 ¿qué quiere qu‘haga?
    Corriendo inquïeta,
un día caí;
con el ojo di
en parte secreta;
60 olí cual mosqueta,
aunque no tan bien,
regada de quien
mis servicios niega,
y a la flor que riega
65 mil servicios paga.
Si en todo lo qu’hago
soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?
    Aire creo que es
70 con flaqueza extraña
quien me ha hecho caña,
y flauta después;
órgano con pies,
que, sin saber dónde,
75 organista esconde,
fuelle y follador,
del papa al pastor
es bien satisfaga.
Si en lodo lo qu’hago
80 soy desgraciada,
¿qué quiere qu’haga?

56 §

    Entre los sueltos caballos
de los vencidos cenetes,
que por el campo buscaban
entre la sangre lo verde,
5     aquel español de Orán
un suelto caballo prende,
por sus relinchos, lozano,
y por sus cernejas, fuerte,
    para que lo lleve a él
10 y a un moro captivo lleve,
un moro que ha captivado,
capitán de cien jinetes.
    En el ligero caballo
suben ambos, y él parece,
15 de cuatro espuelas herido,
que cuatro alas lo mueven.
    Triste camina el alarbe
y, lo más bajo que puede,
ardientes suspiros lanza
20 y amargas lágrimas vierte.
    Admirado el español
de ver, cada vez que vuelve,
que tan tiernamente llore
quien tan duramente hiere,
25     con razones, le pregunta,
comedidas y corteses,
de sus suspiros la causa,
si la causa lo consiente.
    El captivo, como tal,
30 sin excusas le obedece,
y a su piadosa demanda
satisface desta suerte:
    «Valiente eres, capitán,
y cortés como valiente,
35 por tu espada y por tu trato
me has captivado dos veces.
    Preguntado me has la causa
de mis suspiros ardientes,
y débote la respuesta
40 por quien soy y por quien eres:
    en los Gelves nací, el año
que os perdistes en los Gelves,
de una berberisca noble
y de un turco matasiete;
45     en Tremecén me crié
con mi madre y mis parientes,
después que perdí a mi padre,
cosario de tres bajeles.
    Junto a mi casa vivía,
50 por que más cerca muriese,
una dama del linaje
de los nobles melioneses,
    extremo de las hermosas
cuando no de las crüeles,
55 hija, al fin, de estas arenas
engendradoras de sierpes.
    Cada vez que la miraba
salía un sol por su frente,
de tantos rayos ceñido
60 cuantos cabellos contiene.
    Juntos así nos crïamos,
y Amor, en nuestras niñeces,
hirió nuestros corazones
con arpones diferentes:
65     labró el oro en mis entrañas
dulces lazos, tiernas redes,
mientras el plomo, en las suyas,
libertades y desdenes.
    Apenas vide trocada
70 la dureza desta suerte,
cuando tú me captivaste:
mira si es bien que lamente».

57 §

    Crïábase el Albanés
en la corte de Amurates5,
no como prendas captivas
en rehenes de su padre,
5     sino como se crïara
el mayor de los sultanes,
del Gran Señor, regalado,
querido de los bajaes,
    mancebo de altos principios
10 y de pensamientos graves,
de esperanzas vinculadas
con su generosa sangre,
    gran capitán en las guerras,
gran cortesano en las paces,
15 de los soldados escudo,
espejo de los galanes.
    Recién venido era entonces
de vencer, y de ganalles
al Húngaro dos banderas,
20 y al Sofí cuatro estandartes.
    Mas ¿qué aprovecha domar
invencibles capitanes
y contraponer el pecho
a mil peligros mortales,
25     si un niño ciego lo vence,
no más armado que en carnes,
y en el corazón le deja
dos arpones penetrantes?
    Dos penetrantes arpones,
30 que son los ojos süaves
de las dos más bellas turcas
que tiene todo el Levante;
    que no hay turquesas tan finas
que a sus ojos se comparen,
35 discretas en todo extremo
y de gracias singulares.
    No lo defendió el escudo,
hecho de finos diamantes,
porque el amoroso fuego
40 es al rayo semejante,
    que el duro hierro en sus manos
lo disminuye y deshace:
no para en el hierro Amor,
que, sin errar tiro, sabe
45     poner en el alma el hierro,
y en la cara las señales.
Fue tan desdichado en paz,
cuanto, en la guerra, triunfante,
    rendido, en paz, de mujeres,
50 siendo en guerra un fiero Marte;
bien conoció su valor
Amor, pues para enlazalle
    (por tener sujeto, Amor,
al que sujetó al dios Marte),
55 un lazo vio que era poco,
y quiso con dos vendalle.6

58 §

    «Ensíllenme el asno rucio
del alcalde Antón Llorente,
denme el tapador de corcho
y el gabán de paño verde,
5     el lanzón en cuyo hierro
se han orinado los meses,
el casco de calabaza
y el vizcaíno machete,
    y para mi caperuza
10 las plumas del tordo denme,
que por ser Martín el tordo
servirán de martinetes:
    pondrele el orillo azul
que me dio para ponelle
15 Teresa la del Villar,
hija de Pascual Vicente;
    y aquella patena en cuadro,
donde de latón se ofrecen
la madre del virotero
20 y aquel dios que calza arneses,
    tan en pelota y tan juntos,
que en nudos ciegos los tienen
al uno, redes y brazos,
y al otro, brazos y redes,
25     cuyas figuras en torno
acompañan y guarnecen
ramos de nogal y espigas,
y por letra, pan y nueces».
    Esto decía Galayo
30 antes que al Tajo partiese,
aquel yegüero llorón,
aquel jumental jinete,
    natural de do nació,
de yegüeros descendiente,
35 hombres que se proveen ellos,
sin que los provean los reyes.
    Trajéronle la patena,
y suspirando mil veces,
del dios garañón miraba
40 la dulce Francia y la suerte.
    Piensa que será Teresa
la que descubren y prenden
agudos rayos de invidia,
y de celos nudos fuertes:
45     «Teresa de mis entrañas,
no te gazmies ni ajaqueques,
que no faltarán zarazas
para los perros que muerden;
    aunque es largo mi negocio,
50 mi vuelta será muy breve,
el día de san Ciruelo
o la semana sin viernes.
    No te parezcas a Venus,
ya que en beldad le pareces,
55 en hacer de tantos huevos
tantas frutas de sartenes.
    Cuando sola te imagines,
para que de mí te acuerdes,
ponle a un pantuflo aguileño
60 un reverendo bonete.
    Si creciere la tristeza,
una lonja cortar puedes
de un jamón, que bien sabrá
tornarte de triste alegre;
65     ¡oh cómo sabe una lonja,
más que todos cuantos leen,
y rabos de puercos, más
que lenguas de bachilleres!
    Mira, amiga, tu pantuflo,
70 porque verás, si lo vieres,
que se parece a mi cara
como una leche a otra leche;
    acuérdate de mis ojos,
que están, cuando estoy ausente,
75 encima de la nariz
y debajo de la frente».
    En esto, llegó Bandurrio
diciéndole que se apreste,
que para sesenta leguas
80 le faltan tres veces veinte.
    A dar, pues, se parte el bobo
estocadas y reveses
y tajos orilla el Tajo,
en mil hermosos broqueles.

59 §

    Escuchadme un rato atentos,
cudiciosos noveleros,
pagadme destas verdades
los portes, en el silencio;
5     del nuevo mundo os diré
las cosas que me escribieron,
en las zabras que allegaron,
cuatro amigos chichumecos:
    dicen que es allá la tierra
10 (lo que por acá es el suelo)
muy abundante de minas
porque lo es de conejos;
    que andaban, los naturales,
desnudos por los desiertos,
15 pero que ya andan vestidos,
si no es el que se anda en cueros;
    que comían carne cruda,
pero que ya en este tiempo
la cuecen y asan todos,
20 si no es el mujeriego;
    que no hay zorras, en ayunas,
y que hay monas, en bebiendo,
y que hay micos que preguntan:
«¿Véseme el rabo de lejos?»;
25     que hay unos gamos abades,
y unos bien casados ciervos,
según picos de bonetes,
y garcetas de sombreros;
    que hay unos fieros leones,
30 digo fieros, por sus fieros,
que son leones de piedra
desatados en sus hechos;
    que hay unas hermosas grullas,
que darán por vos el sueño
35 si les ocupáis las manos
con un diamante de precio;
    que hay también unas cigüeñas
que anidan en monasterios,
largas, por eso, de pico,
40 y de honrar torres de viento;
    que hay unas bellas picazas
vestidas de blanco y negro
cuya música es palabras
y cuyo manjar es necios;
45     que hay unas gatas que logran
lo mejor de sus eneros
con gatos de refitorios
y con gatos de dineros;
    que hay unas tigres que dan,
50 con manos de vara, y menos,
tal bofetón a una bolsa,
que escupe las muelas luego;
    que andan unos avestruces
que saben digerir yerros
55 de hijas y de mujeres:
¡oh qué estómagos tan buenos!;
    que hay unas vides que abrazan
unos ricos olmos viejos
por que sustenten sus ramas
60 sus cudiciosos sarmientos;
    que hay en aquellas dehesas
un toro... Mas luego vuelvo,
y quédese mi palabra
empeñada en el silencio.

1586 §

60

En una enfermedad de don Antonio de Pazos, obispo de Córdoba §

    Deste más que la nieve blanco toro,
robusto honor de la vacada mía,
y destas aves dos, que al nuevo día
saludaban ayer con dulce lloro,
5     a ti, el más rubio dios del alto coro,
de sus entrañas hago ofrenda pía,
sobre este fuego, que vencido envía
su humo al ámbar y su llama al oro,
    por que a tanta salud sea reducido
10 el nuestro sacro y docto pastor rico,
que aun los que por nacer están le vean,
    ya que de tres coronas no ceñido,
al menos mayoral del Tajo, y sean
grana el gabán, armiños el pellico.

61 §

    Levantando blanca espuma,
galeras de Barbarroja
ligeras le daban caza
a una pobre galeota
5     en que alegre el mar surcaba
un mallorquín con su esposa,
dulcísima valenciana
bien nacida, si hermosa.
    Del Amor agradecido,
10 se la llevaba a Mallorca,
tanto a celebrar las pascuas
cuanto a festejar las bodas.
    Y cuando a los sordos remos
más se humillaban las olas,
15 más se ajustaba a la vela
el blando viento que sopla,
    espïándola detrás
de una punta insidïosa
estaba el fiero terror
20 de las playas españolas;
    sobresaltola en el punto
que por una parte y otra
sus cuatro enemigos leños
tristemente la coronan.
25     Crece en ellos la cudicia
y en estotros la congoja,
mientras se queja la dama,
derramando tierno aljófar:
    «Favorable, cortés viento,
30 si eres el galán de Flora,
válgasme en este peligro
por el regalo que gozas.
    Tú, que, embravecido, puedes,
los bajeles que te enojan,
35 embestillos en la arena
con más daño que en las rocas;
    tú, que con la misma fuerza
cuando al humilde perdonas
sueles de armadas reales
40 escapar barquillas rotas:
    salga esta vela a lo menos
de estas manos rigurosas,
cual de garras de halcón
blancas alas de paloma».

62

A la ciudad de Granada, estando en ella §

    Ilustre ciudad famosa,
infïel un tiempo, madre
de Cegríes y Gomeles,
de Muzas y Redüanes,
5     a quien dos famosos ríos,
con sus húmidos caudales,
el uno baña los muros
y el otro purga las calles;
    ciudad, a pesar del tiempo,
10 tan populosa y tan grande,
que de tus rüinas solas
se honraran otras ciudades:
    de mi patria me trujiste,
y no a dar memorïales
15 de mi pleito a tus oidores,
de mi culpa a tus alcaldes,
    sino a ver de tus murallas
los soberbios homenajes,
tan altos, que casi quieren
20 hurtalle el oficio a Atlante;
    y a ver de la fuerte Alhambra
los edificios reales,
en dos cuartos, divididos,
de Leones y Comares,
25     do están las salas manchadas
de la mal vertida sangre
de los no menos valientes
que gallardos Bencerrajes,
    y las cuadras espaciosas
30 do las damas y galanes
ocupaban a sus reyes
con sus zambras y sus bailes;
    y a ver sus hermosas fuentes
y sus profundos estanques,
35 que, los veranos, son leche
y, los inviernos, cristales;
    y su Cuarto de las Frutas,
fresco, vistoso y notable,
injuria de los pinceles
40 de Apeles y de Timantes,
    donde tan bien las fingidas
imitan las naturales,
que no hay hombre a quien no burlen
ni pájaro a quien no engañen;
45     y a ver sus secretos baños,
do las aguas se reparten
a las, sostenidas, pilas
de alabastro, en pedestales,
    do con sus damas la reina,
50 bañándose algunas tardes,
competían en blancura
las espumas con sus carnes;
    y de tu Chancillería
a ver los seis tribunales,
55 donde cada dosel cubre
tres o cuatro majestades;
    y a ver su real portada,
labrada de piedras tales,
que fuera menos costosa
60 de rubíes y diamantes,
    para cuyo noble intento,
por que más presto se acabe,
se echan a culpas de cera
condenaciones de jaspe;
65     y a ver tu sagrado templo,
donde es vencida en mil partes,
de la labor, la materia,
Naturaleza, del arte,
    de cuya fábrica ilustre
70 lo que es piedra injuria hace
al fino oro que perfila
sus molduras y follajes
    (de claraboyas ceñido
por do los rayos solares
75 entran a adorar a quien
les da la lumbre que valen;
    cuyo cuerpo aun no formado
nos promete en sus señales
más fama que los que Roma
80 edificó a sus deidades,
    y que aquel, cuyas cenizas
en nuestras memorias arden,
de aquella, a quien por su mal
vio el que mataron sus canes),
85     y al de Salomón, aunque eran
sus piedras rubios metales,
marfil y cedro, sus puertas,
plata fina, sus umbrales;
    y a ver su hermosa torre,
90 cuyas campanas süaves,
del aire, con su armonía,
ocupan las raridades,
    tan perfecta, aun no acabada,
que no solo los que saben
95 más del arte dicen que es
obra de arquitecto grande,
    mas del pórfido lo bello,
lo hermoso del filabre,
aunque con lenguas de piedra,
100 loan al maestro sage;
    y a ver tu real capilla,
en cuyo túmulo yace
con su cristiana Belona
aquel católico Marte,
105     a cuyos gloriosos cuerpos,
aunque muertos, inmortales,
por reliquias de valor
España les debe altares;
    y a ver tu fértil escuela
110 de Bártulos y de Abades,
de Galenos y Avicenas,
de Scotos y de Tomases;
    y a ver tu Colegio insigne
(tanto, que puede igualarse
115 a los que el agua del Tormes
beben, y la de Henares),
    cuyas becas rojas vemos
poblar universidades,
plazas de audiencias, y sillas
120 de iglesias mil catedrales;
    y a ver el templo y la casa
de los jerónimos frailes,
donde está el mármol que sella
al gran Gonzalo Fernández,
125     digo, los heroicos huesos
de aquel sol de capitanes
a quien mi patria le dio
el apellido y los padres,
    cuyas armas siempre fueron,
130 aunque abolladas, triunfantes
de los franceses estoques
y de los turcos alfanjes,
    de que dan gloriosas señas
las banderas y estandartes,
135 los yelmos y los escudos,
tablachines y turbantes
    de los jenízaros fieros
y de los bárbaros traces,
de los segundos Reinaldos
140 y de los nuevos Roldanes,
    que a solo honrar su sepulcro
de trofeos militares,
unos rompieron el mar,
y otros bajaron los Alpes;
145     y a ver tu Albaicín, castigo
de rebeldes voluntades,
cuerpo vivo en otro tiempo,
ya lastimoso cadáver;
    y a ver tu apacible vega,
150 donde combatieron antes
nuestros cristianos maestres
con tus paganos alcaides;
    y a ver tu Generalife,
aquel retrato admirable
155 del terreno deleitoso
de nuestros primeros padres,
    do el ingenio de los hombres,
de murtas y de arrayanes
ha hecho a Naturaleza
160 dos mil vistosos ultrajes,
    donde se ven tan al vivo
de brótano tantas naves,
que dirán, si no se mueven,
que es por faltarles el aire;
165     y a ver los cármenes frescos
que al Darro cenefa hacen
de aguas, plantas y edificios,
formando un lienzo de Flandes
    (do el céfiro al blanco chopo
170 mueve con soplo agradable
las hojas de argentería,
y las de esmeralda al sauce),
    donde hay de árboles tal greña,
que parecen, los frutales,
175 o que se prestan las frutas
o que se dan dulces paces;
    y del verde Dinadámar
a ver los manantïales,
a quien las plantas cobijan
180 por que los troncos les bañen,
    entre cuyos verdes ramos
juntas, las diversas aves
a cuatro y a cinco voces
cantan motetes süaves;
185     y al Jaragüí, donde espiran
dulce olor los frescos valles,
las primaveras, de gloria,
los otoños, de azahares,
    cuyo suelo viste Flora
190 de tapetes de Levante
sobre quien vierte el abril
esmeraldas y balajes;
    y a ver de tus bellas damas
los bellos rostros, iguales
195 a los que en sus hierarquías
las doradas plumas baten,
    por quien, nevado Genil,
es muy justo que te alabes
que excedes al sacro Ibero
200 y al rubio Tajo deshaces,
    pues en tus nobles orillas
milagros de beldad nacen,
invidia de otras riberas,
eclipsi de otras beldades,
205     tan gallardas sobre bellas,
que no han visto, las edades,
ni mantos de mayor brío
ni mirar de más donaire;
    tan discretas de razones
210 y tan dulces de lenguaje,
que dirás que entre sus perlas
distila Amor sus panales.
    Estas son, ciudad famosa,
las que del Duero al Hidaspe
215 te dan el honor y el lustre
que al oro dan los esmaltes.
    En tu seno ya me tienes,
con un deseo insaciable
de que alimenten mis ojos,
220 tus muchas curiosidades,
    dignas de que por gozallas
no solo se desamparen
las comarcanas del Betis,
mas las riberas del Ganges,
225     y que se pasen por verlas
no solo dudosos mares,
mas las nieves de la Escitia,
de Libia los arenales;
    pues eres, Granada ilustre,
230 granada de personajes,
granada de serafines,
granada de antigüedades,
    y al fin, la mayor de cuantas
hoy con el tiempo combaten,
235 y que mira, en cuanto alumbra,
el rubio amador de Dafnes.

63 7 §

    Triste pisa, y afligido,
las arenas de Pisuerga
el ausente de su dama,
el desdichado Zulema,
5     moro alcaide y no vellido,
amador con ajaqueca,
arrocinado de cara
y carigordo de piernas.
    No lleva por la marlota
10 bordada cifra, ni empresa
en el campo de la adarga,
ni, en la banderilla, letra,
    porque es, el moro, idïota,
y no ha tenido poeta
15 de los sastres de este tiempo,
cuyas plumas son tiseras8.
    Los ojos tiene en el río,
cuyas ondas se lo llevan,
y él, envueltas en las ondas,
20 lleva sus lágrimas tiernas.
    Tanto llora el hideputa
que, si el año de la seca
llorara en dos hazas mías,
acudiera a diez hanegas.
25     Los espacios que no llora
de memorias se alimenta,
porque le dan, las memorias,
lo que los ojos le niegan.
    Piensos se da, de memorias,
30 rumiando glorias y penas,
como rábanos mi mula,
y una mona, berenjenas.
    Contempla luego en Balaja,
la cual, mientras la contempla,
35 olas de imaginación
o se la traen o la llevan,
    y ella se está merendando
duraznicos en su huerta,
y tirándole los cuescos
40 al que tal pasa por ella.
    Ojos claros, cejas rubias,
al vivo, se le presentan,
lanzando rayos los ojos,
y flechas de amor, las cejas.
45     El moro, contemplativo,
a los de su dama vuela,
como, a los ojos del búho,
cernícalos de uñas prietas.
    «Ay, mora bella —le dice—,
50 no menos dulce que bella:
no estraguen tu condición
las condiciones de ausencia».
    «—Ay, moro, más gemidor
que el eje de una carreta:
55 pues no soy tu mora yo,
no me quiebres la cabeza».
    «—Recibe allá este suspiro
y este llanto de esta tierra,
donde el rey me ha desterrado,
60 y mis cuidados me entierran».
    «—Llore alto, moro amigo,
suspire recio y con fuerza,
que han de andar, llanto y suspiro,
más de noventa y seis leguas».
65     En esto, ya salteado
de una varonil vergüenza,
a lavar el tierno rostro,
de su caballo se apea;
    también se apea, el galán,
70 porque quiere en el arena
sembrar perejil guisado
para vuestras reverencias.

1587 §

64 §

    Servía en Orán al rey
un español, con dos lanzas,
y, con el alma y la vida,
a una gallarda africana,
5     tan noble como hermosa,
tan amante como amada,
con quien estaba una noche,
cuando tocaron al arma:
    trecientos cenetes eran
10 de este rebato la causa,
que los rayos de la luna
descubrieron sus adargas;
    las adargas avisaron
a las mudas atalayas,
15 las atalayas, los fuegos,
los fuegos, a las campanas,
    y ellas, al enamorado,
que, en los brazos de su dama,
oyó el militar estruendo
20 de las trompas y las cajas.
    Espuelas de honor lo pican
y freno de amor lo para:
no salir es cobardía,
ingratidud es dejalla.
25     Del cuello pendiente ella,
viéndole tomar la espada,
con lágrimas y suspiros
le dice aquestas palabras:
    «Salid al campo, señor,
30 bañen mis ojos la cama,
que ella me será también,
sin vos, campo de batalla;
    vestíos y salid apriesa,
que el general os aguarda:
35 yo os hago a vos mucha sobra,
y vos a él, mucha falta.
    Bien podéis salir desnudo,
pues mi llanto no os ablanda,
que tenéis de acero el pecho,
40 y no habéis menester armas».
    Viendo el español brïoso
cuánto le detiene y habla,
le dice así: «Mi señora,
tan dulce como enojada...»

65 §

    Hanme dicho, hermanas,
que tenéis cosquillas
de ver al que hizo
a Hermana Marica;
5     por que no mováis,
él mismo os envía
de su misma mano
su persona misma,
    digo, su aguileña
10 filomocosía
(ya que no pintada,
al menos, escrita),
    y su condición,
que es tan peregrina
15 como cuantas vienen
de Francia a Galicia.
    Cuanto a lo primero,
es, su señoría,
un bendito zote
20 de muy buena vida,
    que come a las diez
y cena de día,
que duerme en mollido
y bebe con guindas;
25     en los años, mozo,
viejo, en las desdichas,
abierto de sienes,
cerrado de encías;
    no es grande de cuerpo,
30 pero bien podría
de cualquier higuera
alcanzaros higas;
    la cabeza al uso,
muy bien repartida,
35 el cogote atrás,
la corona encima,
    la frente espaciosa,
escombrada y limpia,
aunque con rincones,
40 cual plaza de villa;
    las cejas, en arco,
como ballestillas
de sangrar a aquellos
que con el pie firman;
45     los ojos son grandes,
y mayor, la vista,
pues conoce un galgo
entre cien gallinas;
    la nariz es corva,
50 tal, que bien podría
servir de alquitara
en una botica;
    la boca no es buena,
pero, al mediodía,
55 le da ella más gusto
que la de su ninfa;
    la barba, ni corta
ni mucho crecida,
porque así se ahorran
60 cuellos de camisa;
    fue un tiempo castaña,
pero ya es morcilla:
volveranla penas
en rucia o tordilla;
65     los hombros y espaldas
son tales, que habría,
a ser él san Blas,
para mil reliquias;
    lo demás, señoras,
70 que el manteo cobija,
parte son visiones,
parte, maravillas;
    sé decir, al menos,
que en sus niñerías
75 ni pide a vecinos
ni falta a vecinas.
    De su condición
deciros podría,
como quien la tiene
80 tan reconocida,
    que es, el mozo, alegre,
aunque su alegría
paga mil pensiones
a la melarquía;
85     es de tal humor,
que en salud se cría
muy sano, aunque no
de los de Castilla.
    Es mancebo rico
90 desde las mantillas,
pues tiene (demás
de una sacristía)
    barcos en la sierra
y, en el río, viñas,
95 molinos de aceite
que hacen harina,
    un jardín de flores
y una muy gran silva
de varia lección,
100 adonde se crían
    árboles que llevan,
después de vendimias,
a poder de estiércol
pasas de lejía.
105     Es enamorado
tan en demasía,
que es un mazacote,
que diga, un Macías,
    aunque no se muere
110 por aquestas niñas
que quieren con presa
y piden con pinta:
    dales un botín,
dos octavas rimas,
115 tres sortijas negras,
cuatro clavellinas;
    y a las damiselas
más graves y ricas,
costosos regalos,
120 joyas peregrinas,
    porque para ellas
trae cuanto de Indias
guardan en sus senos
Lisboa y Sevilla:
125     tráeles de las huertas
regalos de Lima,
y de los arroyos,
joyas de la China.
    Tampoco es amigo
130 de andar por esquinas
vestido de acero
como de palmilla,
    porque para él
de la Ave María
135 al cuarto de la alba
anda la estantigua.
    Y porque a su abuela
oyó que tenían,
los de su linaje,
140 no más que una vida,
    así desde entonces
la conserva y mira
mejor que oro en paño
o pera en almíbar.
145     No es de los curiosos
a quien califican
papeles de nuevas
de estado o milicia,
    porque son (y es cierto,
150 que el Bernia lo afirma)
hermanas de leche
nuevas y mentiras.
    No se le da un bledo
que el otro le escriba,
155 o dosel lo cubra
o adórnelo mitra;
    no le quita el sueño
que de la Turquía
mil leños esconda
160 el mar de Sicilia,
    ni que el Inglés baje
hacia nuestras islas,
después que ha subido
en la que lo envía.
165     Es su reverencia
un gran canonista,
porque en Salamanca
oyó Teología,
    sin perder mañana
170 su lección de prima,
y al anochecer,
lección de sobrina;
    y así es desde entonces
persona entendida,
175 si a su oído tañen
una chirimía.
    De las demás lenguas
es gran humanista,
señor de la griega
180 como de la escita;
    tiene por más suya
la lengua latina,
que los alemanes
la persa o la egipcia;
185     habla la toscana
con tal policía,
que quien lo oye dice
que nació en Coímbra;
    y en la portuguesa
190 es tal, que dirían
que mamó en Logroño
leche de borricas.
    De la Cosmográfia
pasó pocas millas,
195 aunque oyó al Infante
las siete partidas;
    y así, entiende el mapa
y de sus medidas
lo que el mapa entiende
200 del mal de la orina.
    Sabe que en los Alpes
es, la nieve, fría,
y caliente, el fuego
en las Filipinas;
205     que nació, Zamora,
del Duero en la orilla,
y que es natural,
Burgos, de Castilla;
    que desde la Mancha
210 llegan a Medina
más tarde los hombres
que las golondrinas.
    Es hombre que gasta
en Astrología
215 toda su pobreza
con su picardía:
    tiene su astrolabio
con sus baratijas,
su compás y globos
220 que pesan diez libras;
    conoce muy bien
las siete Cabrillas,
la Bocina, el Carro
y las tres Marías.
225     Sabe alzar figura
si halla por dicha
o rey o caballo
o sota caída.
    Es fiero poeta,
230 si lo hay en la Libia,
y cuando lo toma
su mal de poesía,
    hace verso suelto
con Alejandría,
235 y con algarrobas
hace redondillas;
    compone romances
que cantan y estiman
los que cardan paños
240 y ovejas desquilan,
    y hace canciones
para su enemiga,
que de todo el mundo
son bien recibidas,
245     pues en sus rebatos
todo el mundo limpia
con ellas de ingleses
a Fuenterrabía.
    Finalmente, él es,
250 señorazas mías,
el que dos mil veces
os pide y suplica
    que con los gorrones
de las plumas rizas
255 os hagáis gorronas
y os mostréis harpías,
    que no sepultéis
el gusto en capillas,
y que a los bonetes
260 queráis las bonitas.

1588 §

66

Del marqués de Santa Cruz §

    No en bronces, que caducan, mortal mano,
oh católico sol de los Bazanes
que ya entre glorïosos capitanes
eres deidad armada, Marte humano,
5     esculpirá tus hechos, sino en vano,
cuando descubrir quiera tus afanes,
y los bien reportados tafetanes
del Turco, del Inglés, del Lusitano.
    El un mar, de tus velas coronado,
10 de tus remos, el otro, encanecido,
tablas serán de cosas tan extrañas.
    De la inmortalidad el no cansado
pincel las logre, y sean tus hazañas
alma del tiempo, espada del olvido.

67

A don Luis de Vargas §

    Tú, cuyo ilustre (entre una y otra almena
de la imperial ciudad) patrio edificio
al Tajo mira en su húmido ejercicio
pintar los campos y dorar la arena9:
5     descuelga de aquel lauro enhorabuena
aquellas dos, ya mudas en su oficio,
reliquias dulces del gentil Salicio10,
heroica lira, pastoral avena.
    Llégalas, oh clarísimo mancebo,
10 al docto pecho, a la süave boca,
poniendo ley al mar, freno a los vientos;
    sucede en todo al castellano Febo,
que ahora es gloria mucha y tierra poca,
en patria, en profesión, en instrumentos.

68 §

    Por niñear, un picarillo tierno
hurón de faltriqueras, sutil caza,
a la cola de un perro ató por maza
(con perdón de los clérigos) un cuerno.
5     El triste perrinchón, en el gobierno
de una tan gran carroza, se embaraza;
grítale el pueblo, haciendo de la plaza,
si allá se alegran, un alegre infierno.
    Llegó en esto una viuda mesurada,
10 que entre los signos, ya que no en la gloria,
tiene a su esposo, y dijo: «Es gran bajeza
    que un gozque arrastre así una ejecutoria
que ha obedecido tanta gente honrada
y se la ha puesto sobre su cabeza».

69 §

    Grandes, más que elefantes y que abadas,
títulos liberales como rocas,
gentileshombres, solo de sus bocas,
illustri cavaglier, llaves doradas;
5     hábitos, capas, digo, remendadas,
damas de haz y envés, viudas sin tocas,
carrozas de ocho bestias, y aun son pocas
con las que tiran y que son tiradas;
    catarriberas, ánimas en pena,
10 con Bártulos y Abades la milicia,
y los derechos, con espada y daga;
    casas y pechos, todo a la malicia,
lodos con perejil y hierbabuena:
esto es la corte; buena pro les haga.

70

A la tela de justar de Madrid11 §

    —Téngoos, señora Tela, gran mancilla.
—Dios la tenga de vos, señor soldado.
—¿Cómo estáis acá afuera? —Hoy me han echado,
por vagabunda, fuera de la villa.
5     —¿Dónde están los galanes de Castilla?
—¿Dónde pueden estar, sino en el Prado?
—Muchas lanzas habrán en vos quebrado.
—Más respeto me tienen: ni una astilla.
    —Pues ¿qué hacéis ahí? —Lo que esa puente,
10 puente de anillo, tela de cedazo:
desear hombres, como ríos ella,
    hombres de duro pecho y fuerte brazo.
—Adiós, Tela, que sois muy maldiciente,
y esas no son palabras de doncella.

71 §

    Duélete de esa puente, Manzanares;
mira que dice por ahí la gente
que no eres río para media puente,
y que ella es puente para muchos mares.
5     Hoy, arrogante, te ha brotado a pares
húmedas crestas tu soberbia frente,
y ayer me dijo humilde tu corriente
que eran en marzo los caniculares.
    Por el alma de aquel que ha pretendido
10 con cuatro onzas de agua de chicoria
purgar la villa y darte lo purgado,
    me di, ¿cómo has menguado y has crecido,
cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria?
–Bebiome un asno ayer, y hoy me ha meado.

72

De la armada que fue a Inglaterra §

Levanta, España, tu famosa diestra
desde el francés Pirene al moro Atlante,
y al ronco son de trompas belicosas
haz, envuelta en durísimo diamante,
5 de tus valientes hijos feroz muestra
debajo de tus señas victoriosas;
tal, que las flacamente poderosas
fieras naciones, contra tu fe armadas,
al claro resplandor de tus espadas
10 y a la de tus arneses fiera lumbre,
    con mortal pesadumbre
    ojos y espaldas vuelvan
y, como al sol las nieblas, se resuelvan,
o, cual la blanda cera desatados
15 a los dorados luminosos fuegos
    de los yelmos grabados,
queden, como de fe, de vista ciegos.
Tú, que con celo pío y noble saña
el seno undoso al húmido Neptuno
20 de selvas inquïetas has poblado,
y cuantos en tus reinos uno a uno
empuñan lanza contra la Bretaña,
sin perdonar al tiempo, has envïado
en número de todo tan sobrado,
25 que a tanto leño el húmido elemento,
y a tanta vela, es poco todo el viento,
fía que en sangre del inglés pirata
    teñirá de escarlata
    su color verde y cano
30 el rico de rüinas oceano;
y aunque de lejos con rigor traídas,
ilustrará tus playas y tus puertos
    de banderas rompidas,
de naves destrozadas, de hombres muertos.
35 Oh ya isla católica y potente
templo de fe, ya templo de herejía,
campo de Marte, escuela de Minerva,
digna de que las sienes que algún día
ornó corona real de oro luciente
40 ciña guirnalda vil de estéril hierba,
madre dichosa y obediente sierva
de Arturos, de Eduardos y de Enricos,
ricos de fortaleza, y de fe ricos;
ahora condenada a infamia eterna
45     por la que te gobierna
    con la mano ocupada,
del huso en vez, del cetro y de la espada;
mujer de muchos, y de muchos nuera,
oh reina torpe, reina no, mas loba
50     libidinosa y fiera,
fiamma dal ciel su le tue trezze piova!
Tú, en tanto, mira allá los otomanos,
las jonias aguas que el Sicano bebe,
sembrar de armados árboles y entenas,
55 y con tirano orgullo en tiempo breve,
domando cuellos y ligando manos,
y sus remos hiriendo las arenas,
despoblar islas y poblar cadenas.
Mas cuando su arrogancia y nuestro ultraje
60 no encienda en ti un católico coraje,
mira, si con la vista tanto vuelas,
    entre hinchadas velas
    el soberbio estandarte
que a los cristianos ojos, no sin arte,
65 como en desprecio de la Cruz sagrada,
más desenvuelve, mientras más tremola,
    entre lunas bordada
del caballo feroz la crespa cola.
Fija los ojos en las blancas lunas,
70 y advierte bien, en tanto que tú esperas
gloria naval de las britanas lides,
no se calen rayendo tus riberas,
y pierdan el respeto a las colunas,
llaves tuyas y término de Alcides;
75 mas si con la importancia el tiempo mides,
enarbola, oh gran madre, tus banderas,
arma tus hijos, vara tus galeras,
y sobre los castillos y leones
    que ilustran tus pendones,
80     levanta aquel león fiero
del tribu de Judá, que honró el madero;
que él hará que tus brazos esforzados
llenen el mar de bárbaros nadantes
    que entreguen anegados
85 al fondo el cuerpo, al agua los turbantes.
Canción, pues que ya aspira
a trompa militar mi tosca lira,
después me oirán, si Febo no me engaña,
el Carro helado y la abrasada Zona
90     cantar de nuestra España
las armas, los trïunfos, la corona.

73 §

    Ahora que estoy de espacio
cantar quiero en mi bandurria
lo que en más grave instrumento
cantara, mas no me escuchan.
5     Arrímense ya las veras
y celébrense las burlas,
pues da el mundo en niñerías,
al fin, como quien caduca.
    Libre un tiempo, y descuidado,
10 Amor, de tus garatusas,
en el coro de mi aldea
cantaba mis aleluyas.
    Con mi perro y mi hurón,
y mis calzas de gamuza,
15 por ser recias para el campo
y por guardar las velludas,
    fatigaba el verde suelo,
donde mil arroyos cruzan
como sierpes de cristal
20 entre la hierba menuda,
    ya cantando orilla el agua,
ya cazando en la espesura,
del modo que se ofrecían
los conejos, o las musas.
25     Volvía de noche a casa,
dormía sueño y soltura,
no me despertaban penas
mientras me dejaban pulgas.
    En la botica otras veces
30 me daba muy buenas zurras,
del triunfo, con el alcalde,
del ajedrez, con el cura.
    Gobernaba de allí el mundo
dándole a soplos ayuda
35 a las católicas velas
que el mar de Bretaña surcan;
    y hecho otro nuevo Alcides,
trasladaba sus columnas
de Gibraltar a Japón,
40 con su segundo Plus Vltra.
    Daba luego vuelta a Flandes,
y de su guerra importuna
atribuía la palma
ya a la fuerza, ya a la industria;
45     y con el beneficiado,
que era doctor por Osuna,
sobre Antonio de Lebrija
tenía cien mil disputas.
    Argüíamos también,
50 metidos en más honduras,
si se podían comer
espárragos sin la bula.
    Veníame por la plaza,
y de paso vez alguna
55 para mí compraba pollos,
para mis vecinas, turmas.
    Comadres me visitaban,
que en el pueblo tenía muchas:
ellas me llamaban padre,
60 y taita, sus criaturas.
    Lavábanme ellas la ropa,
y en las obras de costura
ellas ponían el dedal
y yo ponía la aguja.
65     La vez que se me ofrecía
caminar a Extremadura,
entre las más ricas deIlas
me daban cabalgaduras.
    A todas quería bien,
70 con todas tenía ventura,
porque a todas igualaba
como tijeras de murtas.
    Esta era mi vida, Amor,
antes que las flechas tuyas
75 me hicieran su terrero
y blanco de desventuras.
    Enseñásteme, traidor,
la mañana de san Lucas,
en un rostro como almendras
80 ojos garzos, trenzas rubias:
    tales eran trenzas y ojos
que tengo por muy sin duda
que cayera en tentación
un viejo con estangurria.
85     Desde entonces acá sé
que matas, y que aseguras,
que das en el corazón,
y que a los ojos apuntas.
    Sé que nadie se te escapa,
90 pues cuando más de ti huya,
no hay vara de Inquisición
que así halle al que tú buscas.
    Sé que es, tu guerra, civil,
y sé que es, tu paz, de Judas;
95 que esperas para batalla
y convidas para justa.
    Sé que te armas de diamante
y nos das lanzas de juncia,
y para arneses de vidrio
100 espada de acero empuñas.
    Sé que es la del rey Fineo
tu mesa, y tu cama dura,
potro en que nos das tormento;
tu sueño, sueño de grullas.
105     Sé que para el bien te duermes
y que para el mal madrugas,
que te sirves como grande
y que pagas como mula.
    Perdona, pues, mi bonete,
110 no muestres en él tu furia;
válgame esta vez la Iglesia,
mira que te descomulga.
    Levantas el arco y vuelves
de tus saetas las puntas
115 contra los que sus jüicios
significan bien sus plumas,
    mas con los que ciñen armas
bien callas y disimulas:
de gallina son tus alas,
120 vete para hideputa.

74 §

    Desde Sansueña a París,
dijo un medidor de tierras
que no había un paso más
que de París a Sansueña.
5     Mas, hablando ya en jüicio,
con haber quinientas leguas,
las anduvo en treinta días
la señora Melisendra,
    a las ancas de un polaco
10 como Dios hizo una bestia,
de la cincha allá, frisón,
de la cincha acá, litera.
    Llevábala don Gaiferos,
de quien había sido ella,
15 para lo de Dios, esposa,
para lo de amor, cadena.
    Contemple cualquier cristiano
cuál llevaría la francesa
las que el griego llama nalgas,
20 y el francés, asentaderas.
    Caminaban en verano,
y pasábanlo en las ventas,
los dos nietos de Pepino,
con su abuelo y agua fresca.
25     Desdichado de ti, Pierres,
que en un rocín en soletas
valles y barrancos saltas
y en el campo llano vuelas.
    Con este escudero solo
30 y una espada ginovesa
que se la prestó Roldán
para el robo de su Helena,
    atravesaron a España
cuando más estaba llena
35 de ermitaños de Marruecos,
fray Hamete y fray Zulema.
    Andando, pues, ya pisando
de las faldas pireneas
los ribetes, de Navarra,
40 zurcidos ya con su lengua,
    apeóse don Gaiferos
a hacer que ciertas hierbas
huelan más que los jazmines,
aunque nunca tan bien huelan.
45     Melisendra, melindrosa,
cansada, también se apea
para oír, al señor Pierres,
de París aquestas nuevas:
    «Después que dejaste a Francia,
50 como todo ha sido guerras,
trocaron, los monsïures,
las madamas en banderas12.
    Quedó la corte tan sola
que en la juvenil ausencia
55 valían, veinticinco años,
veinticinco mil de renta.
    Quedaron todas las damas,
de su inclinación, depuestas,
el apetito, con hambre,
60 y los ojos, con dïeta:
    desayunábanse a días,
y cortábanse las flemas
con dos garnachas maduras,
magníficas de Venecia.
65     Venturosa fuiste tú,
que tuviste en esta era
un moro para la brida
y otro para la jineta.
    Don Guarinos el galán,
70 pretendiendo a Berenguela,
vistió un lacayo, y tres pajes,
de una fïada librea;
    fuese rompiendo el vestido,
fuese acercando la deuda,
75 y fue huyendo, la dama,
de su gala y su pobreza.
    Don Godofre el heredado,
hijo de Dardín Dardeña,
desempedrando las calles,
80 los hígados nos empiedra.
    Sirve a doña Blanca Orliens,
y como no hay más que verla,
las gafas es doña Blanca,
y el terrero, doña Negra.
85     Doña Alda, nuestra vecina,
la que Amor prendió a la puerta
del templo de San Dionís,
cada rato pide iglesia;
    fuese a la guerra Tristán,
90 el marido de Lucrecia,
y ella busca otro Tarquino
que le rasque la conciencia.
    Dicen que, cuando escribiste
a tu prima la doncella,
95 Rugero leyó la carta
y otro le quitó la nema;
    y que ella después acá,
la vez que se sangra, deja
que le aprieten bien la cinta,
100 mas no que saquen lanceta.
    Por madama de Valois
se cargaron de rodelas
cuatro o seis caballerotes
como cuatro o seis entenas;
105     veíalos con salud,
veíalos con paciencia,
ni sé cuándo la hablaban
ni cuándo reñían por ella.
    Raimundo con sus tres pajes
110 mil músicas dio a la puerta
de una dama que lo oía
abrazada de un poeta;
    y el socarrón otro día
les enviaba una letra,
115 escondiendo el dulce caso
entre almalafas de seda.
    Hallarás a Flordelís
haciendo, cuando la veas,
de las hermosas de Francia
120 lo que el sol, de las estrellas;
    bonetes la solicitan,
caballeros la pasean,
y ella dicen que da a un paje
lo que a tantos amos niega.
125     Dijo bien Dudón un día,
viendo dalle tantas vueltas:
«–Basta, señores, que andamos
tras la paja muchas bestias».
    En esto llegó Gaiferos
130 atando las agujetas,
y, porque el aire, de abajo,
corría, pican apriesa.

75 §

    Pensó rendir la mozuela
el alférez de mentira,
soldado por cien mil partes
y rompido por las mismas.
5     Pensó que la sujetara
el gavïón de la liga,
y de las terciadas plumas
la crespa volatería;
    y la capa verde obscura,
10 golpeada la capilla
con más inciertos reveses
que una mula (y sea la mía);
    y la saltaembarca azul,
con más corchetes de alquimia
15 que, la noche de San Juan,
saca toda la justicia;
    y los greguescos de seda
aforrados en telilla,
mucho más acuchillados
20 que mulatos en esgrima;
    y la espada en tiros cortos
mal pendiente de la cinta,
por las obras, temerosa,
por las palabras, temida,
25     Pensó con lo dicho el hombre
sujetar la mujercilla,
torciendo rubios bigotes
ayudados de alquitira,
    hablándola con los ojos,
30 pisando de gallardía,
suspirando por la calle
y apuntalando su esquina.
    Camafeo de la moza
ser el necio pretendía,
35 y a la verdad era feo,
aunque cama no tenía;
    pero tenía un rasguño
del bigote para arriba,
que le hizo de merced
40 el padre de las pupilas;
    y aun creo que al otro lado
le hubiera hecho otra firma,
a no tenello ocupado
con no sé qué niñería:
45     con un cierto bofetón
que en la casa de Sevilla
llevó, vencido en la entrada,
con las manos menos limpias.
    Una, pues, alegre noche,
50 que la halló, por su desdicha,
alumbrando con la cara
su calleja sin salida,
    llegándose poco a poco
debajo la ventanilla,
55 como estudiante francés
este salmo le decía:
    «Yo soy de Santo Domingo,
una ciudad de Castilla,
donde, aunque es de la Calzada,
60 hay descalzas hidalguías;
    bien nacido como el sol
gracias a los Chavarrías,
inquieto fui desde niño,
inclinado a la milicia;
65     apenas tenía quince años,
cuando un día a mediodía
dejé mi tierra por Flandes,
sepulcro de nuestras crismas,
    donde padecí peligros
70 tan grandes, que juraría
que no me halló la muerte
por que triunféis de mi vida.
    Cuando en el sitio de Ypres,
estaba yo en Gravelinga
75 con un bravo romadizo
sonando la batería.
    Nunca salí de mi tienda
mientras Anvers padecía,
porque no me acabó un sastre
80 unas calzas amarillas,
    y aun allí, por mi ventura,
no me halló una culebrina
que me pasó por los ojos
poco más de media milla.
85     Otra vez que hubo en Bruxelas
una pendencia reñida,
puse paz desde un terrado,
aunque casi no me oían;
    y aun me acuerdo, por más señas,
90 que todo el mundo decía
que, a ser yo de la pendencia,
me prendiera la justicia.
    Dejé al fin guerras y Flandes,
porque era tierra tan fría
95 y yo, triste, andaba enfermo
de cámaras cada día.
    Como partí de allá pobre,
atravesé a Picardía,
y en un bergantín, el mar,
100 de la Rochela a Galicia.
    Del golfo de estas desgracias,
señora, he llegado a vista
de vuesa merced; Dios quiera
que fuese en su enjuta orilla.
105     Bien le debo a la fortuna
el fin de tantas desdichas;
mas otra fuerza mejor
de todas ellas me libra,
    porque al salir de mi tierra
110 saqué, entre muchas reliquias,
algunas plumas del gallo,
pero más de la gallina.
    Asado vivo por vos,
y quisiera, reina mía,
115 que, ya que habéis sido fuego,
fuérades también parrillas».
    Atenta escuchó la moza
toda la oración prolija,
unas veces con enfado,
120 pero más veces con risa.
    No le respondió palabra,
mas ella y otra su prima
le exprimieron al asado
el zumo de una jeringa.

1589 §

76

De san Lorenzo el real del Escurial §

    Sacros, altos, dorados capiteles,
que a las nubes borráis sus arreboles,
Febo os teme por más lucientes soles,
y el cielo por gigantes más crüeles.
5     Depón tus rayos, Júpiter, no celes
los tuyos, Sol; de un templo son faroles,
que al mayor mártir de los españoles
erigió el mayor rey de los fïeles,
    religiosa grandeza del monarca
10 cuya diestra real al nuevo mundo
abrevia, y el oriente se le humilla.
    Perdone el tiempo, lisonjee la Parca,
la beldad desta octava maravilla,
los años deste Salomón segundo.

77

Segunda parte de la fábula de los amores de Hero y Leandro, y de sus muertes13 §

    Arrojose el mancebito
al charco de los atunes,
como si fuera el estrecho
poco más de medio azumbre.
5     Ya se va dejando atrás
las pedorreras azules
con que enamoró en Abido
mil mozuelas agridulces.
    Del estrecho la mitad
10 pasaba sin pesadumbre,
los ojos en el candil,
que del fin temblando luce,
    cuando el enemigo cielo
disparó sus arcabuces,
15 se desatacó la noche
y se orinaron las nubes.
    Los vientos desenfrenados
parece que entonces huyen
del odre donde los tuvo
20 el griego de los embustes.
    El fiero mar alterado,
que ya sufrió como yunque
al ejército de Jerjes,
hoy a un mozuelo no sufre.
25     Mas el animoso joven,
con los ojos cuando sube,
con el alma cuando baja,
siempre su norte descubre.
    No hay ninfa de Vesta alguna
30 que así de su fuego cuide
como la dama de Sesto
cuida de guardar su lumbre:
    con las almenas la ampara,
porque ve lo que le cumple,
35 con las manos la defiende
y con las ropas la cubre;
    pero poco le aprovecha,
por más remedios que use,
que el viento con su esperanza
40 y con la llama concluye.
    Ella entonces, derramando
dos mil perlas de ambas luces,
a Venus y a Amor promete
sacrificios y perfumes;
45     pero Amor, como llovía,
y estaba en cueros, no acude,
ni Venus, porque con Marte
está cenando unas ubres.
    El amador, en perdiendo
50 el farol que lo conduce,
menos nada y más trabaja,
más teme y menos presume;
    ya tiene menos vigor,
ya más veces se zabulle,
55 ya ve en el agua la muerte,
ya se acaba, ya se hunde.
    Apenas expiró, cuando,
bien fuera de su costumbre,
cuatro palanquines vientos
60 a la orilla lo sacuden,
    al pie de la amada torre
donde Hero se consume,
no deja estrella en el cielo
que no maldiga y acuse;
65     y viendo el difunto cuerpo,
la vez que se lo descubren
de los relámpagos grandes
las temerosas vislumbres,
    desde la alta torre envía
70 el cuerpo a su amante dulce,
y la alma a donde se queman
pastillas de piedra zufre.
    Apenas del mar salía
el sol a rayar las cumbres,
75 cuando la doncella de Hero,
temiendo el suceso, acude,
    y, viendo hecha pedazos
aquella flor de virtudes,
de cada ojo derrama
80 de lágrimas dos almudes.
    Juntando los mal logrados,
con un punzón de un estuche
hizo que estas tristes letras
una blanca piedra ocupen:
85     Hero somos y Leandro,
no menos necios que ilustres,
en amores y firmezas
al mundo ejemplos comunes.
    El amor, como dos huevos
90 quebrantó nuestras saludes:
él fue pasado por agua,
yo estrellada mi fin tuve.
    Rogamos a nuestros padres
que no se pongan capuces,
95 sino, pues un fin tuvimos,
que una tierra nos sepulte.

1590 §

78

En una fiesta que se hizo en Sevilla a san Hermenegildo §

Hoy es el sacro y venturoso día
en que la gran metrópoli de España,
que no te juró rey, te adora santo;
hoy con devotas ceremonias baña,
5 el blanco clero, el aire en armonía,
los pechos en piedad, la tierra en llanto;
hoy a estos sacros himnos, dulce canto,
ayuda con silencio la nobleza,
haciendo devoción de su riqueza;
10 hoy, pues, aquesta tu latina Escuela
    a la docta abejuela,
no sin devota emulación, imita,
vuela el campo, las flores solicita,
campo de erudición, flor de alabanzas,
15 por honrar sus estudios de ti y dellas,
    en tanto que tú alcanzas
ver a Dios, vestir luz, pisar estrellas.
Hoy la curiosidad de su tesoro
con religiosa vanidad ha hecho
20 extraña ostentación, alta reseña;
hoy cada corazón deja su pecho,
cuál en púrpura envuelto, cuál en oro,
y su valor devotamente enseña.
Quién lo que, con industria no pequeña
25 labró costoso el persa, extraño el china,
rica labor, fatiga peregrina,
alegremente en sus paredes cuelga;
    quién de ilustrarlas huelga
con modernos angélicos pinceles
30 milagrosas injurias del de Apeles,
quién da a la calle y quita a la floresta,
de suerte que los grandes, los menores,
    en tu solemne fiesta
ven pompa, visten oro, pisan flores.
35 Príncipe mártir, cuyas sacras sienes,
aún no impedidas de real corona,
la fiera espada honró del Arrïano;
tú, cuya mano al cetro si perdona,
no a la palma que en ella ahora tienes
40 (digna palma, si bien heroica mano),
pues eres uno ya del soberano
campo glorioso de gloriosas almas,
que ciñen resplandor, que enristran palmas,
do se trïunfa y nunca se combate,
45     mi lengua se desate
en dulces modos, y los aires rompa
a celestial soldado ilustre trompa.
Conozca el Cancro ardiente, el Carro helado,
oh católico sol de vicegodos,
50     la espada que te ha dado
vida a ti, gloria al Betis, luz a todos.
Estas aras que te ha erigido el clero,
y estas, que te cantamos, alabanzas,
juntas con lo que tú en el cielo vales,
55 a Filipo le valgan, el tercero,
en quien de nuestro bien las esperanzas
están, como reliquias en cristales;
logra sus tiernos años, sus reales
pensamientos católicos segunda,
60 tal, que su espada por su Dios confunda
la nueva torre que Babel levanta,
    y, ardiendo en saña santa,
haga que adore en paz quien no lo ha visto
el gran sepulcro que mereció a Cristo;
65 que pues de sus primeros nobles paños
invocó a tu deidad por su abogada,
    es bien que vean sus años
larga paz, feliz cetro, invicta espada.
Y tú, oh gran madre, de tus hijos cara,
70 émula de provincias glorïosa,
en lo que alumbra el sol, la noche ciega,
ciudad más que ninguna populosa,
para quien no tan solo España ara,
y siembra Francia, mas Sicilia siega,
75 no porque el Betis tus campiñas riega
(el Betis, río y rey tan absoluto,
que da leyes al mar, y no tributo),
ni porque ahora escalen su corriente
    velas del occidente,
80 que, más de joyas que de viento llenas,
hacen montes de plata sus arenas,
mas por haber tu suelo humedecido
la sangre deste hijo sin segundo,
    en ti siempre ha tenido
85 la fe escudo, honra España, invidia el mundo.

79 §

    Lloraba la niña
(y tenía razón)
la prolija ausencia
de su ingrato amor.
5     Dejola tan niña
que apenas creo yo
que tenía los años
que ha que la dejó.
    Llorando la ausencia
10 del galán traidor,
la halla la luna
y la deja el sol,
    añadiendo siempre
pasión a pasión,
15 memoria a memoria,
dolor a dolor.
Llorad, corazón,
que tenéis razón.
    Dícele su madre:
20 «Hija, por mi amor,
que se acabe el llanto
o me acabe yo».
    Ella le responde:
«No podrá ser, no;
25 las causas son muchas,
los ojos son dos;
    satisfagan, madre,
tanta sinrazón,
y lágrimas lloren
30 en esta ocasión
    tantas como dellos
un tiempo tiró
flechas amorosas
el arquero dios.
35     Ya no canto, madre,
y si canto yo,
muy tristes endechas
mis canciones son;
    porque el que se fue,
40 con lo que llevó,
se dejó el silencio
y llevó la voz».
Llorad, corazón,
que tenéis razón.

80 §

    Famosos son, en las armas,
los moros de Canastel;
valentísimos son todos,
y más que todos, Hacén,
5     el Roldán de Berbería,
el que se ha hecho temer
en Orán, del Castellano,
y en Ceuta, del Portugués.
    Tan dichoso fuera el moro
10 cuan dichoso podía ser,
si le bastara la adarga
contra una flecha crüel,
    que de un arco de rigor
con un arpón de desdén
15 le despidió Belerifa,
la hija de Alí Muley.
    Atento a sus demasías
en amar y aborrecer,
quiso el niño dios vendado
20 ser testigo y ser jüez:
    miraba al fiero africano
rendido más de una vez
a una esperanza traidora
y a un desengaño fïel,
25     ya rindiendo, a su enemiga,
y entregándole a merced
las llaves del albedrío,
los pendones de la fe;
    mirábalo en los ramblares,
30 ora a caballo, ora a pie,
rendir al fiero animal
de las otras fieras rey,
    y de la real cabeza
y de la espantosa piel
35 ornar de su ingrata mora
la respectada pared;
    mirábalo el más galán
de cuantos África ve
en servicio de las damas
40 vestir morisco alquicel,
    sobre una yegua morcilla,
tan extremo en el correr
que no logran las arenas
las estampas de sus pies,
45     admirablemente ornada
de un bien labrado jaez
(obra, al fin, en todo digna
de artífice cordobés),
    solicitar los balcones
50 donde se anida su bien,
comenzando en armonía
y feneciendo en tropel.
    No le dio al hijo de Venus,
el moro, poco placer,
55 y detestando el rigor
que se usaba contra él,
    miraba a la bella mora
salteada, en su vergel,
de un cuidado que es amor,
60 aunque no sabe quién es;
    ya en el oro del cabello
engastando algún clavel,
ya a las lisonjas del agua
corriendo con vana sed,
65     de pechos sobre un estanque
hace que a ratos estén
bebiendo sus dulces ojos
su hermoso parecer.
    Admiradas sus captivas
70 del cuidado en que la ven,
risueña le dijo una,
y aun maliciosa también:
    «Así quiera Dios, señora,
que alegre yo vuelva a ver
75 las generosas almenas
de los muros de Jerez,
    como esa curiosidad
es cuna, a mi parecer,
de un Amor recién nacido,
80 que volará antes de un mes».
    Sembró de purpúreas rosas,
la vergüenza, aquella tez
que ya fue de blancos lilios,
sin saberla responder.
85     Comenzó, en esto, Cupido
a disparar, y a tender,
la más que mortal saeta,
la más que nudosa red,
    y comenzó Belerifa
90 a hacer contra Amor después
lo que contra el rubio sol
la nieve suele hacer.

81 §

    Frescos airecillos,
que a la primavera
le tejéis guirnaldas
y esparcís violetas,
5     ya que os han tenido
del Tajo en la vega
amorosos hurtos
y agradables penas,
    cuando, del estío
10 en la ardiente fuerza,
álamos os daban
frondosas defensas,
    álamos crecidos,
de hojas inciertas,
15 medias de esmeraldas
y de plata medias,
    de donde a las ninfas,
y a las zagalejas,
del sagrado Tajo,
20 y de sus riberas,
    mil veces llamastes,
y vinieron ellas
a ocupar del río
las verdes cenefas,
25     y vosotros luego,
calándoos apriesa,
con lascivos soplos
y alas lisonjeras
    sueño les trajistes
30 y descuido a vueltas,
que en pago os valieron
mil vistas secretas,
sin tener del velo
    invidia ni queja,
35 ni andar con la falda
luchando por fuerza:
    ahora, pues, aires,
antes que las sierras
coronen sus cumbres
40 de confusas nieblas,
    y que el aquilón
con dura inclemencia
desnude las plantas
y vista la tierra
45     de las secas hojas
que ya fueron tregua
entre el sol ardiente
y la verde hierba,
    y antes que las nieves
50 y el hielo conviertan
en cristal las rocas,
en vidrio las selvas,
    batid vuestras alas,
y dad ya la vuelta
55 al templado seno
que alegre os espera.
    Veréis de camino
una ninfa bella,
que pisa orgullosa
60 del Betis la arena,
    montaraz, gallarda,
temida en la sierra
más por su mirar
que por sus saetas:
65     ahora la halléis
entre la maleza
del fragoso monte
siguiendo las fieras,
    ahora, en el llano
70 con planta ligera
fatigando al corzo
que herido vuela,
    ahora, clavando
la armada cabeza
75 del antiguo ciervo
en la encina vieja,
    cuando, ya cansada
de la caza, vuelva
a dejar al río
80 el sudor en perlas
    y al pie se recueste
de la dura peña
de quien ella toma
lección de dureza,
85     llegaos a orealla,
pero no muy cerca,
que lleváis suspiros
y ha corrido ella.
    Si está calurosa,
90 soplad desde afuera,
y cuando la ingrata
mejor os entienda,
    decidle, airecillos:
«Bellísima Leda,
95 gloria de los bosques,
honor de la aldea,
    enfermo Daliso
junto al Tajo queda,
con la muerte al lado
100 y en manos de ausencia.
    Suplícate humilde,
antes que lo vuelvan
su fuego, en ceniza,
su destierro, en tierra,
105     en premio glorioso
de su amor, merezca,
ya que no suspiros,
a lo menos, letra,
    con la punta, escrita,
110 de tu aguda flecha,
en el campo duro
de una dura peña
    (porque no es razón
que razón se lea
115 de mano tan dura
en cosa más tierna),
    adonde le digas:
Muere allá, y no vuelvas
a adorar mi sombra
120 y a arrastrar cadenas».

82 §

    Dejad los libros ahora,
señor licenciado Ortiz,
y escuchad mis desventuras,
que a fe que son para oír:
5     yo soy aquel gentilhombre,
digo, aquel hombre gentil
que por su dios adoró
a un ceguezuelo rüín;
    sacrifiquele mi gusto,
10 no una vez, sino cien mil,
en las aras de una moza
tal cual os la pinto aquí:
    el cabello es de un color
que ni es cuarto ni florín,
15 y la relevada frente,
ni azabache ni marfil;
    la ceja, entre parda y negra,
muy más larga que sutil,
y los ojos, más compuestos
20 que son los de quis vel qui,
    entre cuyos bellos rayos
se deriva la nariz,
terminando las dos rosas,
frescas señas de su abril;
25     cada labio colorado
es un precioso rubí,
y cada diente, el aljófar
que el alba suele vertir;
    el aliento de su boca,
30 todo lo que no es pedir,
mal haya yo si no excede
al más süave jazmín.
    Con su garganta y su pecho
no tienen que competir
35 el nácar del mar del Sur,
la plata del Potosí;
    la blanca y hermosa mano,
hermoso y blanco alguacil
de libertad y de bolsa,
40 es de nieve y de neblí.
    Lo demás, letrado amigo,
que yo os pudiera decir,
por mi fe que me ha rogado
que lo calle, el faldellín;
45     aunque, por brújula, quiero,
si estamos solos aquí,
como a la sota de bastos,
descubriros el botín:
    cinco puntos calza estrechos,
50 y esto, señor, baste; al fin,
si hay serafines trigueños,
la moza es un serafín.
    Pudo conmigo el color,
porque una vez que la vi
55 entre más de cien mil blancas
ella fue el maravedí,
    y porque no sin razón
el discreto en el jardín
coge la negra violeta
60 y deja el blanco alhelí.
    Dos años fue mi cuidado,
lo que llaman por ahí,
los jacarandos, respecto,
los modernos, tahalí;
65     en cuyos alegres años,
desde el ave al perejil,
por esta negra odisea,
la bucólica le di.
    Sus piezas en el invierno
70 vistió flamenco tapiz,
y en el verano sus piezas,
andaluz guadamecí;
    hoy desechaba lo blanco,
mañana, lo carmesí,
75 hasta que en la Peña Pobre
quedó ermitaño Amadís:
    preguntadlo a mi vestido,
que riéndose de mí,
si no habla por la boca,
80 habla por el bocací.
    Ya iba quedando en cueros
a la lumbre de un candil,
casi pasando el estrecho
de no tener y pedir,
85     cuando, Dios en hora buena,
me fue forzoso partir
a la ciudad de la corte,
a la villa de Madrid.
    Comenzó a mentir congojas,
90 y a suspirar y gemir
más que viuda en el sermón
de su padre fray Martín.
    Dijo que acero sería
en esperar y sufrir:
95 fue después cera, y si acero,
ella se tomó de orín.
    Ternísima me pidió
que, ya que quedaba así
la ovejuela sin pastor,
100 no quedase sin mastín;
    y así, le dejé un mulato
por espía y adalid,
que me espió a mí en saliendo,
y se lo vino a decir.
105     Dejela en su antiguo lustre,
y, luego que me partí,
echó la carnaza afuera,
¡oh maldito borceguí!
    Púsome el cuerno un traidor
110 mercadante corchapín,
que tiene bolsa en Orán,
e ingenio en Mazalquivir;
    rico es, y mazacote
de los más lindos que vi,
115 precioso, pero pesado,
como palo de Brasil.
    ¡Oh interés, y cómo eres,
o por fuerza o por ardid,
para los diamantes, sangre,
120 para los bronces, buril!:
    deme Dios tiempo en que pueda
tus proezas escribir,
y quítemelo en buen hora
para los hechos del Cid.
125     Y vos, tronco a quien abraza
la más lujuriosa vid
que este lagrimoso valle
ha sabido producir,
    vivid en sabrosos nudos,
130 en dulces trepas vivid
siempre juntos, a pesar
de algún loco paladín.

83 §

    ¡Qué necio que era yo antaño,
aunque hogaño soy un bobo!
Mucho puede la razón,
y el tiempo no puede poco.
5     A fe que dijo muy bien
quien dijo que eran de corcho
cascos de caballo viejo
y cascos de galán mozo.
    Serví al Amor cuatro años,
10 que sirviera mejor ocho
en las galeras de un turco
o en las mazmorras de un moro.
    Lisonjas majaba, y celos,
que es el esparto de todos
15 los majaderos captivos
que se vencen de unos ojos.
    De esta dura esclavitud,
hace un año por agosto,
me redimió la merced
20 de un tabardillo dichoso:
    a este mal debo los bienes
que en dulce libertad gozo,
y vame tanto mejor
cuanto va de cuerdo a loco
25     Heme subido a Tarpeya
a ver cuál se queman otros
en tan vergonzosas llamas
que su honor volará en polvo;
    y he de ser tan inhumano,
30 que, a quien otra vez, piadoso,
ayudara con un grito,
acudiré con un soplo.
    Háganse, tontos, cenizas,
que con cenizas de tontos
35 discretos cuelan sus paños,
manchados, pero no rotos.
    Quince meses ha que duermo,
porque ha tantos que reposo,
sobre piedras, como piedra,
40 sobre plumas, como plomo.
    No rompen mi sueño celos,
ni pesadumbre, mi ocio,
ni serenos, mi salud,
ni mi hacienda, mal cobro.
45     Tengo amigos, los que bastan
para andarme siempre solo,
y vame tanto mejor
cuanto va de cuerdo a loco.
    Con doblados libros hago
50 los días de mayo, cortos,
las noches de enero, breves,
por lo lacio y por lo tosco.
    Cuando ha de echarme la musa
alguna ayuda de Apolo,
55 desatácase el ingenio,
y algunos papeles borro
    a devoción de una ausente,
a quien, ausente y devoto,
con tiernos ojos escribo
60 y con dulce pluma lloro.
    Discreciones leo a ratos,
y necedades respondo
a tres ninfas que en el Tajo
dan al aire trenzas de oro,
65     y a la que ya vio Pisuerga,
la aljaba pendiente al hombro,
seguir la casta Dïana
y eclipsar su hermano rojo.
    Salgo alguna vez al campo
70 a quitar al alma el moho,
y dar verde al pensamiento,
con que purgue sus enojos.
    En mi aposento otras veces
una guitarrilla tomo,
75 que como barbero templo
y como bárbaro toco;
    con esto engaño las horas
de los días perezosos,
y vame tanto mejor
80 cuanto va de cuerdo a loco,
    Pagaba al tiempo dos deudas
que tenía tras de un torno,
mas ya ha días que a la iglesia
del desengaño me acojo,
85     en cuyo lugar sagrado
me ha comunicado Astolfo
todo el licor de su vidrio,
y la razón, sus antojos,
    con que veo a la Fortuna,
90 de la fábrica de un trono,
levantar un cadahalso
para la estatua de un monstro,
    y por las calles del mundo
arrastrar colas de potros
95 a quien de carro triunfal
se apeó en el Capitolio.
    Veo pasar como humo,
afirmado, el Tiempo cojo,
sobre un cetro imperïal
100 y sobre un cayado corvo.
    Después que me conocí,
estas verdades conozco,
y vame tanto mejor
cuanto va de cuerdo a loco.

84 §

    Si sus mercedes me escuchan,
les contaré a sus mercedes,
no las hazañas del Cid
ni de Zaida los desdenes,
5     sino más de cuatro cosas
que sé yo que se cometen
o se dejan de hacer
por el decir de las gentes.
    Sale el otro cazador,
10 o Rodamonte de liebres
o Bravonel de perdices,
vestido de necio y verde,
    y, si se siente cansado
su ventor, al lugar vuelve
15 con lo que compró al ventero,
por el decir de las gentes.
    Aun no echó, el cobarde, mano
a la de Ioannes me fecit
cuando se calzan, sus pies,
20 las alas de un alfaneque,
    y, al trasponer de una esquina,
da a la capa tres piquetes
y seis mellas a la espada,
por el decir de las gentes.
25     Estase el otro don tal
desde las doce a las trece
rezando aquella oración
de la mesa sin manteles,
    y sálese luego al barrio
30 escarbándose los dientes
con un falso testimonio,
por el decir de las gentes.
    Embolsa, el otro escribano,
cien Fernandos y Isabeles
35 en cien monedas de oro
por que escriba, o por que teste,
    y si os ordena un poder,
y vos le dais diecisiete,
os vuelve un maravedí
40 por el decir de las gentes.
    Hace, un doctor, dos de claro,
de San Andrés a la puente14,
sin topar aros de casa
aunque sea año de peste;
45     es el pienso de su mula
pensar en los alcaceres,
y alquila un sayo de seda
por el decir de las gentes.
    Yo canto lo que me dijo
50 un poeta, cuyas sienes
ciñe el, bañado, tejón
en las orillas del Betis;
    y alguno que me ha escuchado
abrió la boca, de un jeme,
55 tendió la oreja, de un palmo,
por el decir de las gentes.

1591 §

85

A unas monjas, convaleciente de la enfermedad que refiere §

    Ya, señoras de mi vida,
dejando el rascar sabroso,
salgo a misa de sarnoso,
como a misa de parida.
5     Iré esta tarde a completas
a ese templo de garduñas,
donde colgaré las uñas,
como el cojo las muletas.

86 §

    Clavellina se llama la perra;
quien no lo creyere, bájese a olella.
    No tiene el soto ni el valle
tan dulce olorosa flor,
5 que todo es aire su olor,
comparado con su talle;
alábenla, y cuando calle
pongan todos lengua en ella.
Clavellina se llama la perra;
10 quien no lo creyere, bájese a olella.
    Dios se lo perdone a quien
Clavellina la llamó;
Palma la llamara yo
y los que la han visto bien,
15 porque rellena la ven
de dátiles toda ella.
Clavellina se llama la perra;
quien no lo creyere, bájese a olella.
    No hay cosa que así consuele,
20 porque, si no se me antoja,
otras huelen por la hoja,
y esta por el ojo huele;
gusto da más que dar suele
otra clavellina bella.
25 Clavellina se llama la perra;
quien no lo creyere, bájese a olella.

87 §

    Buena orina y buen color,
y tres higas al doctor.
    Cierto doctor medio almud
llamar solía, y no mal,
5 al vidrio del orinal
espejo de la salud;
porque el vicio o la virtud
del humor que predomina,
nos lo demuestra la orina
10 con clemencia o con rigor.
Buena orina y buen color,
y tres higas al doctor.
    La sanidad, cosa es llana
que de la color se toma,
15 porque la salud se asoma
al rostro como a ventana,
si no es alguna manzana
arrebolada y podrida,
como cierta fementida
20 galeota del Amor.
Buena orina y buen color,
y tres higas al doctor.
    Balas de papel escritas
sacan médicos a luz,
25 que son balas de arcabuz
para vidas infinitas;
plumas doctas y eruditas
gasten, que de mí sabrán
que es mi aforismo el refrán:
30 vivir bien, beber mejor.
Buena orina y buen color,
y tres higas al doctor.
    Oh bien haya la bondad
de los castellanos viejos,
35 que al vecino de Alaejos
hablan siempre en puridad,
y al santo, que la mitad
partió con Dios de su manto,
no echan agua, porque el santo
40 sin capa no habrá calor.
Buena orina y buen color,
y tres higas al doctor.

88 §

    A vos digo, señor Tajo,
el de las ninfas y ninfos,
boquirrubio toledano,
gran regador de membrillos;
5     a vos, el vanaglorioso
por el extraño artificio
en España más sonado
que nariz con romadizo;
    famoso entre los poetas,
10 tan leído como el Christus,
y de todos celebrado
como el día del domingo;
    por las musas pregonado,
más que jumento perdido,
15 por río de arenas de oro
sin habéroslas cernido:
    llamado sois con razón,
de todos, sagrado río,
pues que pasáis por en medio
20 del ojo del Arzobispo15.
    Vos, que en las sierras de Cuenca
(mirad qué humildes principios)
nacéis de una fuentecilla
adonde se orina un risco;
25     vos, que, por pena, cada año,
de vuestros graves delictos,
os menean las espaldas
más de ducientos mil pinos16:
    acordaos de todo aquesto
30 y bajad el toldo, amigo,
cuando furioso regáis
los jardines de Filipo17;
    cuando sean vuestras aguas
munición de cien mil tiros,
35 admiración de los ojos
y batería de castillos;
    cuando vuestras aguas sean
relojes de peregrinos,
que miden el sol por cuartos
40 y la luna por sus quintos;
    cuando mil nevados cisnes
pasen vuestros vados fríos,
cuando beban vuestras aguas
mil ciervos de Jesucristo.

89 §

    Castillo de San Cervantes,
tú que estás par de Toledo,
fundote el rey don Alfonso
sobre las aguas de Tejo;
5     robusto, si no galán,
mal fuerte y peor dispuesto,
pues que tienes más padrastros
que un hijo de un racionero:
    lampiño debes de ser,
10 castillo, si no estoy ciego,
pues siendo de tantos años,
sin barbacana te veo.
    Contra ballestas de palo
dicen que fuiste de hierro,
15 y que anduviste muy hombre
con dos morillos honderos.
    Tiempo fue (papeles hablen)
que te respectaba el reino
por jüez de apelaciones
20 de mil católicos miedos.
    Ya menos preciado, ocupas
la aspereza de ese cerro,
mohoso como en diciembre
el lanzón del viñadero.
25     Las que ya fueron corona
son alcándara de cuervos,
almenas que, como dientes,
dicen la edad de los viejos.
    Cuando más mal de ti diga
30 dejar de decir no puedo,
si no tienes fortaleza,
que tienes prudencia al menos:
    tú, que a la ciudad mil veces,
viendo los moros de lejos,
35 sin ser Espíritu Santo
hablaste en lenguas de fuego,
    en las rüinas ahora
del sagrado Tajo viendo
debajo de los membrillos
40 enjerirse tantos miembros,
    lo callas a sus maridos,
que es mucho, a fe, por aquello
que tienes tú de Cervantes
y que ellos tienen de ciervos.
45     Entre todas las mujeres
serás bendito, pues siendo
en el mirar atalaya,
eres piedra en el silencio.
    Como castillo de bien,
50 que hagas lo que te ruego,
aunque te he obligado poco
con dos docenas de versos:
    cuando la bella terrible,
hermosa como los cielos,
55 y por decillo mejor,
áspera como su pueblo,
    alguna tarde saliere
a desfrutar los almendros,
verdes primicias del año
60 y damísimo alimento,
    si de las aguas del Tajo
hace a su beldad espejo,
ofrécele tus rüinas
a su altivez por ejemplo;
65     háblale mudo mil cosas,
que las oirá, pues sabemos
que a palabras de edificios
orejas los ojos fueron.
    Dirasle que con tus años
70 regule sus pensamientos,
que es verdugo de murallas
y de bellezas, el tiempo;
    que no crean a las aguas
sus bellos ojos serenos,
75 pues no la han lisonjeado,
cuando la murmuran luego;
    que no fíe de los años
ni aun un mínimo cabello,
ni le perdone los suyos
80 a la ocasión, que es gran yerro;
    que no se duerma entre flores,
que despertará del sueño
mordida del desengaño
y del arrepentimiento,
85     y abrirá entonces, la pobre,
los ojos, ya no tan bellos,
para bailar con su sombra,
pues no quiso con su cuerpo.
    ¡Oh qué diría de ti
90 si tú le dijeses esto,
antigualla venerable,
si no quieres ser trofeo!
    Mi musa te antepondrá
a Santángel y Santelmo,
95 aunque no quisiese Roma
y Malta quisiese menos;
    que aunque te han desmantelado,
y tienes menos pertrechos,
a tulliduras de grajos
100 te defenderás más presto.

90 §

    Tendiendo sus blancos paños
sobre el florido ribete
que guarnece la una orilla
del frisado Guadalete,
5     halló el sol, una mañana
de las que el abril promete,
a la violada señora
Violante de Navarrete,
    moza de manto tendido,
10 lavandera de rodete,
entre hembras, luminaria,
y entre lacayos, cohete.
    Quiso a un mozo de nogal,
de mostacho a lo turquete,
15 cuyas espaldas pudieran
dar tablas para un bufete;
    de la cámara de Marte
gentilhombre matasiete,
como lo muestra en la cinta
20 la llave de un pistolete;
    que viste coleto de ante
virgen de todo piquete,
no tanto porque el flamenco
lo dio a prueba de mosquete,
25     cuanto porque el español,
en las lides que lo mete,
hace más fugas con él
que Guerrero en un motete.
    Dejolo ya por un paje
30 bien peinado de copete,
que arrima a una guitarrilla
su poquito de bajete,
    dignísimo citarista
de un canicular bonete,
35 poeta en Andalucía
como cristiano Hamete.
    Por hacelle, pues, a solas,
de sus pechugas, banquete
sobre la piadosa sombra
40 de algún álamo alcahuete,
    descalzar le ha visto, el alba,
botines de tafilete
y lavar cuatro camisas
del veinteicuatro Alderete.
45     Los blancos paños cubrían
el verde claro tapete
que dio flores a Violante
para más de un ramillete,
    cuando por la puente abajo
50 el lavadero acomete,
un mozuelo vellorí,
entre lacayo y corchete;
    y, llegando al vado, lleno
de celos hasta el gollete
55 y de vino hasta las asas,
esto a los aires comete:
    «Violante, que, un tiempo, fuiste
pelota de mi trinquete,
de mis botones, ojal,
60 y de mis cintas, ojete:
    Palomeque y Fuenmayor
me han dicho que es, un pobrete,
ídolo de tus cuidados,
y, de tu libertad, brete;
65     un músico que tremola
las plumas de un martinete,
bujía en lo delicado,
y, en lo moreno, pebete.
    Llamaranlo a desafío
70 los renglones de un billete,
cuando yo presuma de él
que lo lea y que lo acete;
    y entonces vístase el pollo,
sobre un jaco, un coselete,
75 que yo le torceré el alma
como tuerces tú un roquete.
    Y juro a las aceitunas
del santo monte Olivete
que yo...» Entonces, dando ella
80 a un desengaño carrete,
    «Más quisiera –le responde–
una lonja entre un mollete
que tus bravatas, Carrasco,
humos de blanco y clarete.
85     Quiero bien a ese galán,
y, si no te quies mal, vete,
que arena viene pisando
el de lo pardeguillete».
    Con un suspiro que fuera
90 respuesta de un morterete
respondió Carrasco el bravo,
cuando hablar más le compete.
    Llegó entonces Jimenillo,
y, terciando el de florete
95 guarnecido de oro y pardo,
con el mulato arremete:
    haciendo que una guitarra
las negras sienes le apriete,
música siembra en sus pasas,
100 y en el campo, pinabete.
    Mostrole las herraduras
el sevillano jinete,
al tiempo que el jerezano
le asegundaba un puñete;
105     participó de él Violante,
mas túvolo por juguete,
guardándole a su Medoro,
con un abrazo, un rosquete.

1592 §

91 §

Ya no más, ceguezuelo hermano,
    ya no más.
    Baste lo flechado, Amor,
más munición no se pierda;
5 afloja al arco la cuerda
y la causa a mi dolor,
que en mi pecho tu rigor
escriben las plumas juntas,
y en las espaldas las puntas
10 dicen que muerto me has.
Ya no más, ceguezuelo hermano,
    ya no más.
    Para el que a sombras de un robre
sus rústicos años gasta
15 el segundo tiro basta,
cuando el primero no sobre;
basta para un zagal pobre
la punta de un alfiler;
para Bras no es menester
20 lo que para Fierabrás.
Ya no más, ceguezuelo hermano,
    ya no más.
    Gran vergüenza tuya es
que pongas el mismo afán
25 en traspasar un gabán
que en enclavar un arnés.
Pues ya, rendido a tus pies,
envuelto en mi sangre lloro,
no des al viento más oro
30 con las flechas que le das.
Ya no más, ceguezuelo hermano,
    ya no más.
    Tan asaeteado estoy,
que me pueden defender
35 las que me tiraste ayer
de las que me tiras hoy;
si ya tu aljaba no soy,
bien a mal tus armas echas,
pues a ti te faltan flechas,
40 y a mí, donde quepan más.
Ya no más, ceguezuelo hermano,
    ya no más.

92 §

Vuela, pensamiento, y diles
a los ojos que te envío
que eres mío.
    Celosa el alma te envía
5 por diligente ministro,
con poderes de registro,
y con malicias de espía;
trata los aires de día,
pisa de noche las salas,
10 con tan invisibles alas
cuanto con pasos subtiles.
Vuela, pensamiento, y diles
a los ojos que te envío
    que eres mío.
15     Tu vuelo con diligencia
y silencio se concluya
antes que venzan la suya
las condiciones de ausencia,
que no hay fiar resistencia
20 de una fe de vidrio tal
tras de un muro de cristal,
y batido de esmeriles.
Vuela, pensamiento, y diles
a los ojos que te envío
25     que eres mío.
    Mira que su casa escombres
de unos soldados fiambres,
que perdonando a sus hambres,
amenazan a los hombres;
30 de los tales no te asombres
porque, aunque tuercen los tales
mostachazos criminales,
ciñen espadas civiles.
Vuela, pensamiento, y diles
35 a los ojos que te envío
    que eres mío.
    Por tu honra y por la mía,
de esta gente la descartes
que le serán estos Martes
40 más acïagos que el día,
pues la lanza de Argalía
es ya cosa averiguada
que pudo más por dorada
que por fuerte la de Aquiles.
45 Vuela, pensamiento, y diles
a los ojos que te envío
    que eres mío.
    Si a músicos entrar dejas,
ciertos serán mis enojos,
50 porque aseguran los ojos
y saltean las orejas;
cuando ellos ajenas quejas
canten, ronda, pensamiento,
y la voz, no el instrumento,
55 les quiten tus alguaciles.
Vuela, pensamiento, y diles
a los ojos que te envio
    que eres mío.

1593 §

93

A don Cristóbal de Mora §

    Árbol de cuyos ramos fortunados
las nobles moras son quinas reales,
teñidas en la sangre de leales
capitanes, no amantes desdichados:
5     en los campos del Tajo más dorados
y que más privilegian sus cristales,
a par de las sublimes palmas sales,
y más que los laureles levantados.
    Gusano, de tus hojas me alimentes,
10 pajarillo, sosténganme tus ramas,
y ampáreme tu sombra, peregrino;
    hilaré tu memoria entre las gentes,
cantaré, enmudeciendo ajenas famas,
y votaré a tu templo mi camino.

94 §

    Un buhonero ha empleado
en higas hoy su caudal,
y aunque no son de cristal
todas las ha despachado;
5 para mí le he demandado,
cuando verdades no diga,
    una higa.
    Al necio, que le dan pena
todos los ajenos daños
10 y, aunque sea de cien años,
alcanza vista tan buena,
que ve la paja en la ajena
y no en la suya dos vigas,
    dos higas.
15     Al otro, que le dan jaque
con una dama atreguada,
y más bien peloteada
que La Coruña del Draque,
y fïada del zumaque,
20 le desmiente tres barrigas,
    tres higas.
    Al marido, que es tan llano,
sin dar un maravedí,
que le hinche el alholí
25 su mujer cada verano,
si piensa que grano a grano
se lo llegan las hormigas,
    cuatro higas.
    Al que pretende más salvas
30 y ceremonias mayores
que se deben, por señores,
a los Infantados y Albas,
siendo nacido en las malvas
y crïado en las ortigas,
35     cinco higas.
    Al pobre pelafustán
que de arrogancia se paga,
y presenta la bisnaga
por testigo del faisán,
40 viendo que las barbas dan
testimonio de las migas,
    seis higas.
    Al que de sedas armado,
tal para Cádiz camina,
45 que ninguno determina
si es bandera o si es soldado,
de su voluntad forzado,
llorado de sus amigas,
    siete higas.
50     Al mozuelo, que en cambray,
en púrpura y en olores,
quiere imitar sus mayores,
de quien hoy memorias hay
que los sayos de contray
55 aforraban en lorigas,
    ocho higas.
    Al bravo que echa de vicio,
y en los corrillos blasona
que mil vidas amontona
60 a la muerte en sacrificio,
no tiniendo del oficio
más que mostachos y ligas,
    nueve higas.
    Al pretendiente engañado,
65 que, puesto que nada alcanza,
da pistos a la esperanza
cuando más desesperado,
figurando ya granado
el fruto de sus espigas,
70     diez higas.

95 §

    Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.
    Vio una monja celebrada
tras la red, el niño Amor,
5 tan quebrada de color
cuanto de mil requebrada;
ser su devoto le agrada,
y a ella no el recibillo,
aunque fuera de membrillo,
10 tan en carnes por enero.
Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.
    Moriéndose ella de risa
mientras de frío el mozuelo,
15 de limosna le dio un velo
de que haga una camisa;
y, despidiéndolo aprisa,
fue a responder discreciones
a los pesados renglones
20 de un poeta forastero.
Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.
    Admitiolo en su servicio
la bellísima señora,
25 y desde la misma hora
no le perdona el oficio;
a cuantos en sacrificio
le dan el alma, lo envía;
préstenle horas al día
30 y paciencia al mensajero.
Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.
    A un galán lleva un recado,
a una capilla un billete,
35 una demanda a un bonete,
y una pregunta a un letrado,
unos celos a un casado,
a un viudo un parabién,
a un pelón lleva un desdén,
40 y un pésame a un majadero.
Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.
    Acabó tarde el garzón,
aunque comenzó a las ocho,
45 y cortó con un biscocho
la cólera, a la oración.
Reniega de la afición,
porque Toledo no es
para menos que los pies
50 de un rocín o un cancionero.
Mandadero es el arquero,
y sí que era mandadero.

96 §

    A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
regalos de señoría
y obras de paternidad.
5     Aunque muy ajenos son,
señora, mis verdes años
de maduros desengaños
y perfecta discreción,
oíd la resolución
10 que me dio el tiempo, después
que me distes al marqués,
y yo me di a fray García:
a toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
15 regalos de señoría
y obras de paternidad.
    Narcisos, cuyas figuras
dan por paga los pobretes,
y libran, de muy jinetes,
20 mi yerro en sus herraduras;
Ganimedes en mesuras
enamorados y bellos,
bien sé yo que para ellos
vuesa merced no me cría.
25 A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
regalos de señoría
y obras de paternidad.
    Orlandos enamorados,
30 que después dan en furiosos,
en las paces belicosos,
en las guerras envainados,
de bigotes engomados
y de astróloga contera,
35 ¡nunca Dios me haga nuera
de la hermana de su tía!
A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
regalos de señoría
40 y obras de paternidad.
    Canónigos, gente gruesa,
que tienen a una cuitada
entre viejas conservada,
como entre paja camuesa,
45 dan poco y piden apriesa,
celan hoy, celan mañana:
muy humilde es mi ventana
para tanta celosía.
A toda ley, madre mía,
50 lo demás es necedad,
regalos de señoría
y obras de paternidad.
    Almibarados poetas,
por quien mi mirar no acaba
55 de ser nido y ser aljaba
de Amor y de sus saetas,
danme canciones discretas,
y es darme a mí sus canciones,
gastar en Guinea razones,
60 y cruces en Berbería.
A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
regalos de señoría
y obras de paternidad.
65     Basta un señor de vasallos
y un grave potente flaire;
los demás los lleve el aire,
si el aire quiere llevallos;
hagan riza sus caballos,
70 acuchillen sus personas,
recen sus tercias y nonas,
celebren su poesía.
A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
75 regalos de señoría
y obras de paternidad.
    Solo a estos doy mi amor
y mis contentos aplico,
madre; al uno porque es rico,
80 al otro porque es hechor.
Llévame el fraile el humor,
el marqués me lleva en coche;
démosle al uno la noche
y al otro démosle el día.
85 A toda ley, madre mía,
lo demás es necedad,
regalos de señoría
y obras de paternidad.

97 §

    ¿No me bastaba el peligro
de una grave enfermedad,
que, pues no me mató ella,
repito para inmortal,
5     sino condenarme ahora
a pretender, y labrar,
un lisonjero imposible,
y un süave pedernal?
    ¿Qué te ha hecho, crudo Amor,
10 esta pobre libertad,
blanco de tus demasías
(no las llamo flechas ya)?
    Forastero bienvenido
que vais para la ciudad:
15 si ya os detuviere en ella
o gusto o necesidad,
    guardaos, mil veces os digo,
de un basilisco mortal,
que está su mayor ponzoña
20 en su más dulce mirar;
    de un ángel, el más hermoso
que vistió la humanidad,
que de crüel y de bello
está dudoso lo más.
25     Témela el Amor, y tanto,
que han confirmado amistad,
mayor que se prometía
de mujer y de rapaz,
    todo, en daño de las almas:
30 ya yo lo sé por mi mal,
que he pisado entre sus flores
áspid que sabe matar.
    Armado, se esconde Amor,
de saetas de crueldad,
35 en los ojos que tremolan
traidoras señas de paz.
    Asegúrase el deseo,
fíase la voluntad,
y dan en las fieras puntas
40 del arquero desleal.
    Las señas de esta alevosa,
para que la conozcáis,
son, demás de los extremos
de su gloriosa beldad,
45     que si canta, se suspende
la armonía celestial,
y si llora, enjuga al alba
sus lágrimas de cristal.
    Con mi ejemplo y estas señas,
50 caballero, caminad,
que ella me condena a muerte,
y yo me voy a enterrar.

98 §

    Murmuraban los rocines
a la puerta de palacio,
no en sonorosos relinchos
(que eso es ya muy de caballos),
5     sino en bestial idïoma,
ni gruñendo ni rifando,
para mejor engañar
las varas de los lacayos.
    Cabecijuntos murmuran,
10 tres a tres y cuatro a cuatro,
de sus amos, lo primero,
por más parecer crïados.
    Un castaño comenzó,
rocín portugués, fidalgo,
15 cuyo pelo es un erizo,
por ser fruta de castaño,
    con más paramentos negros
que el rocín de Arias Gonzalo,
que en la cadera y el luto
20 más es tumba que caballo:
    «Sirvo –les dijo– a un ratiño,
Macías enamorado,
tan flaco en la carne él
como yo en los huesos flaco.
25     Como un esclavo le sirvo,
aunque nunca me ha herrado
ni la cadera con ese
ni la herradura con clavo.
    Dos cosas pretende en corte,
30 y ambas me cuestan mis pasos:
la verde insignia de Avís
y un serafín castellano;
    porque en África su abuelo
mató un león cuartanario,
35 desde una palma subido,
de cuarenta arcabuzazos,
    fatiga tanto al Consejo,
y al Amor fatiga tanto,
que no irá cruzado el pecho
40 sin ir el rostro cruzado,
    porque el padre de la moza
me dicen que le ha jurado
de darle la cruz, en leño,
que él pide al Consejo en paño».
45     Apenas el portugués
acabó sus quejas, cuando
una remendada pía
de un comiscal cortesano,
    mordiendo el freno tres veces
50 y otras tres humo espirando
(que es cólera, a lo que escriben
autores arrocinados),
    «Sirvo –les dice– a un pelón,
que no solo ha veinte años
55 que come de aventurero,
mas que duerme de prestado.
    Con esta gualdrapa corta,
y tan corta que ha guardado
mejor que si fuera cuello
60 la medida del dozavo,
    la tercia parte me cubre
deste nudoso espinazo,
que puede ser mojonera
de un término pleiteado.
65     No hay halcón hoy en Noruega,
donde el sol es más escaso,
tan solícito en cebarse
como mi dueño, o mi daño,
    que volando pico al viento
70 sale muy bien santiguado
a escuchar los almireces
de las casas do hacen plato:
    éntrase donde los oye,
limpiándose los zapatos,
75 y déjame a la pared
pegado como gargajo;
    no sé cómo lo reciben,
mas sí sé que días hartos,
mirándome a mí los pajes,
80 esto salen murmurando:
    –Juro a Dios que en el comer
es, el dueño deste haco,
sabañón en el invierno,
salpullido en el verano.
85     Desciende luego tras ellos,
a mi pesar, porque al cabo
ya que no hay cebada hay ocio,
que no es mal pienso el descanso;
    cobíjame los cuadriles
90 y sale podenqueando
nuevas que el día siguiente
valgan cocido y asado».
    De un procurador de cortes
habló allí un rocín más largo
95 que una noche de diciembre
para un hombre mal casado:
    «Escuchado he vuestras quejas
con las orejas de un palmo,
y a no sentir yo mis duelos,
100 sintiera vuestros trabajos.
    Diez años tiramos juntos
por toda tierra de campos
yo y un tío de Babieca
el carretón de Laín Calvo.
105     Serví a condes, serví a reyes,
hasta que por varios casos
tendimus in Latium, digo,
me miráis tendido y lacio.
    Trájome a Madrid mi dueño,
110 donde apenas hay establo
a do quepa mi largueza,
si no duermo como galgo;
    la calle Mayor abrevio,
y la carrera del Prado
115 desde el copete a la cola
la ocupo, si no la paso:
    como tan largo me ven,
piensan todos los muchachos
que soy algún pasadizo
120 de la posada a palacio.
    Por descendiente me juzgan
los que me miran de espacio,
en la materia y la forma,
de aquel caballo troyano,
125     y si como tanto hierro
como se queja mi amo,
ya que no lo esté de griegos,
estaré lleno de armados;
    de noche me quita el freno,
130 porque dice que lo gasto,
y lo pongo en cuatro días
como soneto limado».
    No le consintió acabar
un extranjero cuartago,
135 porque entendió que tenía
razones de su tamaño:
    «No sirvo –dijo– a pelones,
como vosotros, cuitados,
sino a un extranjero rico,
140 miserable por el cabo.
    y advertid que, siendo aquestos
hombres míseros y avaros,
veréis que se llaman todos
o Césares o Alejandros.
145     La paja me da por libras,
la cebada, por puñados,
y para engañar mi hambre
este artífice de engaños,
    unos antojos me pone
150 de unos vidrios tan doblados,
que hacen de una paja ciento,
y cuatrocientos, de un grano.
    Pero bien me satisfice
desta burla y deste agravio
155 un día, cuya memoria
a la venganza consagro:
    solía decir, trayéndome
por las caderas la mano:
–Como un banco estás, amigo,
160 poco te luce el regalo.
    Tantas veces me lo dijo,
que una dellas por un lado
le di muy bien a entender
que tenía pies el banco».
165     Dieron entonces las once,
y al mismo punto dejaron
su plática los rocines,
sus quínolas, los lacayos.
    Cualquier docto en esta lengua
170 podrá mañana temprano
ir a escuchar otro poco
las mulas de los letrados.

1594 §

99

A una casa de campo de una dama §

    Si ya la vista, de llorar cansada,
de cosa puede prometer certeza,
bellísima es aquella fortaleza
y generosamente edificada:
5     palacio es de mi bella celebrada,
templo de Amor, alcázar de nobleza,
nido del Fénix de mayor belleza
que bate en nuestra edad pluma dorada.
    Muro que sojuzgáis el verde llano,
10 torres que defendéis el noble muro,
almenas que a las torres sois corona:
    cuando de vuestro dueño soberano
merezcáis ver la celestial persona,
representadle mi destierro duro.

100

De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado §

    Descaminado, enfermo, peregrino
en tenebrosa noche, con pie incierto
la confusión pisando del desierto,
voces en vano dio, pasos sin tino.
5     Repetido latir, si no vecino,
distinto, oyó de can siempre despierto,
y en pastoral albergue mal cubierto
piedad halló, si no halló camino.
    Salió el sol, y entre armiños escondida,
10 soñolienta beldad con dulce saña
salteó al no bien sano pasajero.
    Pagará el hospedaje con la vida;
más le valiera errar en la montaña,
que morir de la suerte que yo muero.

101

A una enfermedad que tuvo en Salamanca, de que estuvo tres días tenido por muerto §

    Muerto me lloró el Tormes en su orilla,
en un parasismal sueño profundo,
en cuanto don Apolo el rubicundo
tres veces sus caballos desensilla.
5     Fue mi resurrección la maravilla
que de Lázaro fue la vuelta al mundo;
de suerte que ya soy otro segundo
Lazarillo de Tormes en Castilla.
    Entré a servir a un ciego, que me envía,
10 sin alma vivo, y en un dulce fuego,
que ceniza hará la vida mía.
    ¡Oh qué dichoso que sería yo luego,
si a Lazarillo lo imitase un día
en la venganza que tomó del ciego!

102 §

Cada uno estornuda
como Dios le ayuda.
    Sentencia es de bachilleres,
después que se han hecho piezas,
5 que cuantas son las cabezas
tantos son los pareceres;
en materia de mujeres
se desboca esta sentencia,
que hay espuelas de licencia,
10 sin haber freno de duda.
Cada uno estornuda
como Dios le ayuda.
    Cánsase el otro doncel
de querer la otra doncella
15 que es bella, y deja de vella
por una madre crüel;
y apenas se cansa él,
cuando sobra quien le cuadre,
porque para un mal de madre
20 cien escudos son la ruda.
Cada uno estornuda
como Dios le ayuda.
    Este no tiene por bueno
el amor de la casada,
25 porque es dormir con espada,
y la víbora en el seno;
a aquel del cercado ajeno
le es la fruta más sabrosa,
y coge mejor la rosa
30 de la espina más aguda.
Cada uno estornuda
como Dios le ayuda.
    Muchos hay que dan su vida
por edad menos que tierna,
35 y otros hay que los gobierna
edad más endurecida;
cuál flaca y descolorida,
cuál la quiere gorda y fresca,
porque Amor no menos pesca
40 con lombriz que con aluda.
Cada uno estornuda
como Dios le ayuda.

103

En la muerte de doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo §

    Moriste, ninfa bella,
en edad floreciente,
que la muerte entre flores
se esconde, cual serpiente;
5     moriste, y Amor luego
rompió el arco, impaciente:
casto Amor, no el que tira
flechas de oro luciente.
    Ninguno hay en la selva
10 que tu fin no lamente,
o sátiro sea, duro,
o virgen inocente;
    hasta el dios que sus cuernos
con guirnaldas desmiente,
15 por darlas a tu urna,
las niega ya a su frente.
    Eco, de nuestras voces
universal oyente,
no es ya sino de quejas
20 fïel correspondiente.
    Al viento la arboleda
más que nunca obediente,
con él tu muerte gime,
y él con ella la siente.
25     La casta cazadora
seguiste puntualmente,
ya en los montes armada,
ya desnuda en la fuente;
    ligera a los pies, fuiste,
30 del corcillo, y valiente
del jabalí cerdoso
al espumoso diente;
    de cuya profesión
testigo suficiente,
35 en el laurel sagrado,
la aljaba sea, pendiente.
    Tumba es hoy de tus huesos,
casta, si no decente,
el árbol cuyas ramas
40 no temen rayo ardiente
    (el árbol que teniendo
tu memoria presente,
no ya de aves lascivas
torpe nido consiente,
45     tierno gemido, apenas,
de tórtola doliente
que muerto esposo llore,
no, que lo llame ausente),
    adonde, de las ninfas,
50 diez a diez, veinte a veinte,
si el llanto es ordinario,
el concurso es frecuente.
    Oh alma, que eres ya
deidad resplandeciente:
55 Daliso, por que el tiempo
su prescripción no intente
    (el tiempo, de memorias
fiscal tan insolente
que a la inmortalidad
60 no perdona accidente),
    aquí, donde está el Betis
–creo– tu fin reciente
llorando por los ojos
de esta su antigua puente,
65     no túmulo te erige
de mármol diferente
donde el sol uno a uno
sus muchos rayos cuente,
    ni, ocupada la industria
70 de artífice excelente,
dará a tus cenizas
vasija competente,
    sino un padrón humilde
con la inscripción siguiente,
75 que piedad solicite
y su fe represente:
    Suspende, oh caminante,
el paso diligente,
y, cuando no admirado,
80 condolido detente:
    memoria soy de un sol
que el Turia fue su oriente,
y su occidente, el Tajo:
dilo de gente en gente.

1595 §

104

A una sangría del tobillo de una dama §

    Herido el blanco pie del hierro breve,
saludable si agudo, amiga mía,
mi rostro tiñes de melancolía,
mientras de rosicler tiñes la nieve.
5     Temo, que quien bien ama temer debe,
el triste fin de la que perdió el día
en roja sangre y en ponzoña fría
bañado el pie que descuidado mueve.
    Temo aquel fin, porque el remedio para,
10 si no me presta el sonoroso Orfeo
con su instrumento dulce su voz clara.
    Mas ¡ay! que, cuando no mi lira, creo
que mil veces mi voz te revocara
y otras mil te perdiera mi deseo.

105 §

    Ya de mi dulce instrumento
cada cuerda es un cordel,
y, en vez de vihuela, él
es potro de dar tormento,
5 quizá con celoso intento
de hacerme decir verdades,
contra estados, contra edades,
contra costumbres al fin;
no las comente el rüín
10 ni las tuerza el enemigo,
y digan que yo lo digo.
    Si el pobre a su mujer bella
le da licencia que vaya
a pedir sobre la saya,
15 y le dan debajo della,
¿qué gruñe, qué se querella
que se burlan de él los ecos?
y ¿qué teme en años secos
si el necio a su casa lleva
20 quien en años secos llueva?
Coja, pues, en paz su trigo,
y diga que yo lo digo.
    De veinte y cuatro quilates
es como un oro la niña,
25 y hay quien le dé la basquiña
y la sarta de granates:
tiénelo por disparates
su madre y búrlase dello;
mas él se los echa al cuello,
30 porque el mismo fruto espera
que han de hacer, que en la higuera
las sartas de cabrahígo18;
y digan que yo lo digo.
    Del mercader, si es lo mismo
35 con vara y pluma en la mano
condenarse en castellano
que irse al infierno en guarismo,
desátenme el silogismo
sus pulgadas y sus ceros,
40 su conciencia y sus dineros,
y tenga por cosa cierta
que, si le cierran la puerta,
en el cielo no hay postigo;
y diga que yo lo digo.
45     Ver sus tocas blanquear
a la viuda, eso me mueve
que ver cubierto de nieve
el puerto del Muladar:
déjase a solas pasar
50 de cualquiera forastero,
o peón o caballero,
y con sus amigas llora
a su esposo, la señora,
como la Cava a Rodrigo;
55 y digan que yo lo digo.
    Viendo el escribano que
dan a su legalidad,
por ser poco el de verdad,
nombre, las leyes, de fe,
60 su pluma sin ojos ve,
y su bolsa, aunque sin lengua,
por la boca crece o mengua
las razones del culpado,
la bolsa hecha abogado,
65 la pluma hecha testigo;
y digan que yo lo digo.
    Como consulta la dama
con el espejo su tez,
¿no consultará una vez
70 con la honestidad su fama?
Áspid al vecino llama
que le muerde el calcañar
cuando sale a visitar
al copete o la corona,
75 y a los dos no les perdona
desde la joya al bodigo;
y digan que yo lo digo.
    Milagros hizo, por cierto,
un alcalde, y lo vi yo,
80 que siendo vivo, le dio
almas de oro a un gato muerto,
y aun es de tanto concierto,
que se iguala y no se ajusta,
y si acaso a doña Justa
85 algo entre platos le viene,
deja la verdad, y tiene
a Platón por más amigo;
y digan que yo lo digo.
    Éntrase en vuestros rincones
90 comadreando la vieja,
bien como la comadreja
en nido de gorrïones;
con madejas y oraciones
os quiebra o degüella, en suma,
95 ora en huevos, ora en pluma,
la honra de vuestra hija;
destas terceras, clavija
sea la rama de un quejigo;
y digan que yo lo digo.
100     El doctor mal entendido,
de guantes no muy estrechos,
con más homicidios hechos
que un catalán forajido,
si son de puñal büido
105 las hojas de su Galeno,
y si partir puede el freno
y el dinero con su mula,
mate, y sírvale de bula
la carta que trae consigo;
110 y diga que yo lo digo.

106 §

    Sin Leda y sin esperanza,
rompe en mal seguro leño
su serenidad al mar
y a la noche su silencio,
5     un pobre pescadorcillo,
ausente de sus deseos
lo que hay del mar andaluz
a los valencianos senos.
    A calar salió sus redes,
10 mas el hijuelo de Venus,
suspendiéndolo de oficio,
lo condenó a pensamientos.
    A dulces memorias dado
y arrebatado a su cielo,
15 los remos deja a las aguas
y la red ofrece al viento.
    Barquero, barquero,
que se llevan las aguas los remos.
    No teme enemigas velas,
20 o de renegado griego
o de extranjero pirata,
de la laguna al estrecho,
    porque el Amor le asegura
que no hay cosario tan fiero
25 que para un cuerpo sin alma
embista un bajel sin dueño.
    Y así, la incierta derrota
prosigue, velando sueños,
animoso amante vivo,
30 humilde pescador muerto.
    Lágrimas vierten sus ojos,
suspiros lanza su pecho,
por pagar al mar, y al aire,
forzados y marineros.
35     Barquero, barquero,
que se llevan las aguas los remos.

1596 §

107 19 §

    Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:
cascarse nubes, desbocarse vientos,
altas torres besar sus fundamentos,
y vomitar la tierra sus entrañas;
5     duras puentes romper, cual tiernas cañas,
arroyos prodigiosos, ríos violentos,
mal vadeados de los pensamientos,
y enfrenados peor de las montañas;
    los días de Noé, gentes subidas
10 en los más altos pinos levantados,
en las robustas hayas más crecidas;
    pastores, perros, chozas y ganados
sobre las aguas vi, sin forma y vidas,
y nada temí más que mis cuidados.

108 §

    Cuantas al Duero le he negado ausente,
tantas al Betis lágrimas le fío,
y, de centellas coronado, el río
fuego tributa al mar, de urna ya ardiente.
5     Volcán desta agua y destas llamas fuente
es, ingrata señora, el pecho mío;
los suspiros lo digan, que os envío,
si la selva lo calla, que lo siente.
    Cenefas de este Erídano segundo
10 cenizas son, igual mi llanto tierno
a la de Faetón loca experiencia;
    arde el río, arde el mar, humea el mundo:
si del carro del sol no es mal gobierno,
lágrimas y suspiros son de ausencia.

109 §

    Despuntado he mil agujas
en vestir a moriscote,
ya de puro terciopelo,
ya de aguado chamelote:
5     no más capellar con cifra
ni más adarga con mote,
que ni yo soy boticario
ni Albayaldos era bote.
    Galanes, los que acaudilla
10 el del arco y del virote,
o tengáis el bozo en flor
o en espinas el bigote,
    escuchad los desvaríos
de un poeta monigote
15 en cuarenta consonantes
distilados del cogote;
    escuchad las desventuras
del más triste galeote
que dio, en la concha de Venus,
20 las espaldas al azote.
    Partir quiere a la visita
de un pastor y sacerdote,
que se casa con su iglesia
con cuarenta mil de dote20.
25     Alborótalo esta ausencia,
y no es mucho lo alborote,
que en casa del condenado
suena mal cuerda y garrote;
    porque en otra ida y venida,
30 cierto fullero angelote21
a la honra le dio pique,
y a la hacienda, capote.
    Esperando esta pelota
dicen que está un don Pelote,
35 para que en haciendo él falta
la toque del primer bote;
    para volar su perdiz
ha jurado un tagarote
que en viéndolo con espuelas
40 se quitará el capirote;
    y cierto amigo, que tiene
su poco de Escarïote,
dice que quiere probar
la conserva del pipote.
45     Conjurado se han los tres
de hacer al pobre zote
vecino de las riberas
de Jarama o de Torote.
    A las armas, mozalbitos,
50 que un navío filipote
os espera en El Ferrol:
¡plega a Dios que se derrote!
    Haced en Ingalaterra
nobilísimo cerote,
55 reduciendo al calvinista,
saqueando al hugonote;
    que sin venir de Bretaña
no puede haber Lanzarote,
aunque sea el que ministra
60 a Júpiter el zambrote.
    Dejad caminar al triste
Macías, o mazacote,
a la ausencia y a los celos
componiendo un estambrote.
65     Dejadle vuelva a jugar
con su querida en un trote,
él dice que de picado,
yo digo que de guillote.
    Dejad que ella en su partida
70 crezca el mar y el suelo agote,
fingiendo ofender su rostro,
sin darse ni un papirote;
    que le jure que en su ausencia
se vestirá de picote,
75 se tocará lienzo crudo
y se cubrirá anascote;
    y en hábito de culebra
luego otro día se ensote,
donde algún mártir asado
80 se lo sirvan en gigote22.
    Dejadlo, por vida mía,
y de camino se note
que no hay fïanza segura
ni posada sin escote.

110

A don Pedro Venegas, a cuya casa iba a jugar algunos días §

    Temo tanto los serenos,
serenísimo compadre,
que a mis picados deseos
les doy la casa por cárcel.
5     Escapé de Las Quemadas23
con un romadizo grave,
porque sienes de poetas
no se entienden con el aire,
    y así, guardo mi persona
10 debajo de treinta llaves,
porque, donde no hay salud,
ni hay gracia ni habrá sepades.
    Sabe Dios, señor don Pedro,
cuánto quisiera alentarme,
15 si no temiera los bordes
de los candeleros grandes,
    ya que los de las bujías,
cual pecados venïales,
gastaron de agua bendita
20 lo que ahorraron de sangre.
    Témoos mucho, porque sé
que padecieron, tres naipes,
muerte y pasión, por que algunos
pecadores se salvasen24:
25     pecadores que se ponen
por lo menos a llevarse
desde la oreja al bigote
los puntos que no lograstes.
    Mas, al fin, en esas cartas
30 la cólera desarmastes,
como el toro que en la capa
ejecuta su coraje.
    Sin duda el lagarto rojo
que os marca la mejor parte
35 del pecho, cuando perdéis,
os da bocados mortales,
    o lo que tiene de espada
lo muestra en atravesarse
por el tierno corazón,
40 que afligidas alas bate.
    Gallarda insignia, esplendor
de reales estandartes,
que das esfuerzo en las guerras
y calidad en las paces:
45     si ya en tu virtud hicieron,
los antiguos capitanes,
ríos de sangre africana,
montes de cuerpos alarbes,
    no permitas que un cruzado
50 en tu orden militante
soberbias armas empuñe
y humildes cristianos mate.
    Con todo eso, saldré al campo
(con tal que no muera nadie,
55 y que el balcón de la alcoba
nos parta el sol de la tarde)
    hasta la hora que Reyes,
mulatero girifalte,
se ceba en pechos de grajas
60 y en piernas de alcaravanes25.
    Buenas noches, gran señor
del pueblo de Gruñimaque,
y tan buenas, que el doctor
no os ronde los arrabales26.

1597 §

111 §

    –¿Quién es aquel caballero
que a mi puerta dijo: Abrid?
–Caballero soy, señora,
caballero de Moclín.
5     Nieto soy de cuatro grandes
de a tres varas de medir,
tan deudo del conde Claros,
que me acuesto sin candil.
    Mi hacienda es un escudo
10 orlado de treinta mil,
no maravedís de juro,
sino insignias del Sofí.
    Los cuarteles de mi escudo
lo pueden ser de un jardín:
15 un espino y dos romeros
y cuatro flores de lis;
    qué verde soy de linaje
no lo sepa algún rocín,
que me teñirá en gualdado,
20 estas mañanas de abril.
    Sangre, más que una morcilla,
honra, más que un paladín,
doña Blanca está en Sidonia,
y en mi bolsa, ni un ceutí.
25     Toda la tierra he corrido,
el mar he visto en latín:
mare vidi muchas veces,
pero no maravedí.
    La necesidad, que tiene
30 el ánima de un gentil,
la brújula de un gitano,
la conciencia de un neblí,
    en el real de don Sancho
me libraba algún cuatrín:
35 cuando las tinieblas visten
los gatos, de vellorí,
    dos hombres de armas y yo
salíamos por ahí
a captivar ferreruelos
40 que corrían el país;
    tal vez no solo la capa
nos dejaba san Martín,
sino también el espada
con que la solía partir;
45     gentilhombres hice a muchos
sin ser rey, a muchos di
espaldarazos, sin darles
el lagarto carmesí.
    Soy un Cid en quitar capas,
50 perdóneme el señor Cid:
quédesele el Campeador,
y el capeador para mí;
    mi camisa es la tizona,
que tiene filos de brin27,
55 y no ha sido la colada
después que me la vestí;
    si me hiere, Dios lo sabe;
a lo menos sé decir
que tengo sangre con ella,
60 como mujer varonil.
    ¡Oh cuánto puede, señora,
un cuello de caniquí!
Si no es rosa desta espina,
él miente como rüin.

1598 §

112

Al monte santo de Granada §

    Este monte de cruces coronado,
cuya siempre dichosa excelsa cumbre
espira luz y no vomita lumbre,
Etna glorioso, Mongibel sagrado,
5     trofeo es dulcemente levantado,
no ponderosa grave pesadumbre
para oprimir sacrílega costumbre
de bando contra el cielo conjurado.
    Gigantes, miden sus ocultas faldas,
10 que a los cielos hicieron fuerza, aquella,
que los cielos padecen, fuerza santa.
    Sus miembros cubre y sus reliquias sella
la bien pisada tierra. Veneraldas
con tiernos ojos, con devota planta.

113

Burlándose de un caballero prevenido para unas fiestas §

    Sea bien matizada la librea,
las plumas, de un color, negro el bonete,
la manga, blanca, no muy de roquete,
y atada al brazo prenda de Niquea;
5     cifra que hable, mote que se lea,
bien guarnecida espada de jinete,
borceguí nuevo, plata y tafilete,
jaez propio, bozal no de Guinea;
    caballo Valenzuela bien tratado,
10 lanza que junte el cuento con el hierro,
y sin veleta. El Amadís, que espera
    entrar cuidosamente descuidado,
firme en la silla, atento en la carrera,
y quiera Dios no se atraviese un perro.

114 §

    Donde las altas ruedas
    con silencio se mueven,
    y a gemir no se atreven
las verdes sonorosas alamedas,
5     por no hacer rüido
al Betis, que entre juncias va dormido,
    sobre un peñasco roto,
    al tronco recostado
    de un fresno levantado,
10 que escogió entre los árboles del soto
    porque su sombra es flores,
su dulce fruto dulces ruiseñores,
    Coridón se quejaba
    de la ausencia importuna,
15     al rayo de la luna,
que al perezoso río le hurtaba,
    mientras que él no lo siente,
espejos claros de cristal luciente.
    «Injusto Amor –decía–,
20     pues permites que muera
    en extraña ribera,
que por extraña tengo ya la mía,
    válganme contra ausencia
esperanzas armadas de paciencia».

1599 §

115 28 §

    Las aguas de Carrïón,
que a los muros de Palencia
o son grillos de cristal
o espejos de sus almenas,
5     un pescador extranjero
en un barquillo acrecienta,
llorando su libertad,
mal perdida en sus riberas,
    ¡Oh, qué bien llora!
10     ¡Oh, cómo se lamenta!
    Vio la ninfa más hermosa
que dio al aire rubias trenzas
en el coro de Dïana,
que bajaba de las selvas
15     tras un corcillo herido,
que, de bien flechado, vuela,
porque en la fuga son alas
las que en la muerte son flechas.
    ¡Oh, qué bien llora!
20     ¡Oh, cómo se lamenta!
    Las redes al sol tendía
sobre la caliente arena,
cuando se vio salteado
de la cazadora bella.
25     Más despedían, sus ojos,
que trae su aljaba, saetas,
y tanto más ponzoñosas
cuanto es más desdén que hierba.
    ¡Oh, qué bien llora!
30     ¡Oh, cómo se lamenta!
    «¡Oh fiera para los hombres,
perseguidora de fieras
–decía al son de los remos,
que gimen cuando él se queja–:
35     de ti murmuran las aguas,
por disimular mis quejas,
que no alcanzas lo que sigues
y matas lo que te espera».
    ¡Oh, qué bien llora!
40     ¡Oh, cómo se lamenta!

1600 §

116

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

    Pender de un leño, traspasado el pecho
y de espinas clavadas ambas sienes,
dar tus mortales penas en rehenes
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
5     pero más fue nacer en tanto estrecho,
donde, para mostrar en nuestros bienes
a dónde bajas y de dónde vienes,
no quiere un portalillo tener techo.
    No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,
10 del tiempo por haber la helada ofensa
vencido en flaca edad con pecho fuerte
    (que más fue sudar sangre que haber frío),
sino porque hay distancia más inmensa
de Dios a hombre, que de hombre a muerte.

117

Soneto cuatrilingüe, castellano, latino, toscano y portugués §

    Las tablas del bajel despedazadas
(signum naufragii pium et crudele),
del tempio sacro con le rote vele,
ficaraon nas paredes penduradas.
5     Del tiempo las injurias perdonadas,
et Orionis vi nimbosae stellae
raccoglio le smarrite pecorelle
nas ribeiras do Betis espalhadas.
    Volveré a ser pastor, pues marinero
10 quel Dio non vuol, che col suo strale sprona
do Austro os assopros e do Oceam as agoas,
    haciendo al triste son, aunque grosero,
di questa canna, già selvaggia donna,
saudade a as feras, e aos penedos, magoas.

118

De unos papeles que una dama le había escrito, restituyéndoselos en una caja §

    Yacen aquí los huesos sepultados
de una amistad que al mundo será una,
o ya para experiencia de fortuna,
o ya para escarmiento de cuidados.
5     Nació entre pensamientos, aunque honrados,
grave al amor, a muchos importuna,
tanto, que la mataron en la cuna
ojos de invidia y de ponzoña armados.
    Breve urna los sella, como huesos,
10 al fin, de malograda criatura,
pero versos los honran, inmortales,
    que vivirán en el sepulcro impresos,
siendo la piedra Felixmena dura,
Daliso el escultor, cincel sus males.

119 §

¡Qué de invidiosos montes levantados,
    de nieves impedidos,
me contienden tus dulces ojos bellos!
¡Qué de ríos del hielo tan atados,
5     del agua tan crecidos,
me defienden el ya volver a vellos!
    ¡Y qué, burlando dellos,
    el noble pensamiento
por verte viste plumas, pisa el viento!
10 Ni a las tinieblas de la noche obscura
    ni a los hielos perdona,
y a la mayor dificultad engaña;
no hay guardas hoy de llave tan segura
    que nieguen tu persona,
15 que no desmienta con discreta maña,
    ni emprenderá hazaña
    tu esposo cuando lidie,
que no la registre él, y yo no invidie.
Allá vueles, lisonja de mis penas,
20     que con igual licencia
penetras el abismo, el cielo escalas;
y mientras yo te aguardo en las cadenas
    desta rabiosa ausencia,
al viento agravien tus ligeras alas.
25     Ya veo que te calas
    donde bordada tela
un lecho abriga y mil dulzuras cela.
Tarde batiste la invidiosa pluma,
    que en sabrosa fatiga
30 vieras (muerta la voz, suelto el cabello)
la blanca hija de la blanca espuma,
    no sé si en brazos diga
de un fiero Marte, o de un Adonis bello;
    ya anudada a su cuello
35     podrás verla dormida,
y a él casi trasladado a nueva vida.
Desnuda el brazo, el pecho descubierta,
    entre templada nieve
evaporar contempla un fuego helado,
40 y al esposo, en figura casi muerta,
    que el silencio le bebe
    del sueño con sudor solicitado.
Dormid, que el dios alado,
    de vuestras almas dueño,
45 con el dedo en la boca os guarda el sueño.
Dormid, copia gentil de amantes nobles,
    en los dichosos nudos
que a los lazos de amor os dio Himeneo,
mientras yo, desterrado, destos robles
50     y peñascos desnudos
la piedad con mis lágrimas granjeo.
    Coronad el deseo
    de gloria, en recordando:
sea el lecho de batalla campo blando.
55     Canción, di al pensamiento
    que corra la cortina,
y vuelva al desdichado que camina.

120

Al marqués de Guadalcázar; de las damas de palacio §

    No os diremos, como al Cid,
que en cortes no habéis estado,
porque, aunque disimulado,
sé que venís de Madrid.
5 Señor don Diego, venid
mil veces en hora buena,
y aunque os hayan puesto pena,
haced del palacio plaza,
si no os ha puesto mordaza
10 la que os puso en su cadena29.
    Decidnos, señor, de aquellas
flores y luces divinas,
en palacio clavellinas
y en el firmamento estrellas;
15 ángeles que plumas bellas
baten en sus jerarquías,
donde son buenos los días,
pero las noches son malas,
porque al coger de las alas
20 sienten las plumas muy frías.
    Galantísimo señor,
deste cielo, la primera
sea el Puerto y la carrera
de las Indias del amor,
25 el más hermoso, el mejor
extremeño serafín
que dio a España Medellín30.
¡Dichosa la tierra que
besa el cristal de su pie
30 en la plata del chapín!
    Allí donde entre alhelíes
Guadïana se dilata,
la pluma peinó de plata
con el pico de rubíes
35 esta de tantos neblíes
garza real perseguida,
ya que en sus flores le anida
el Tajo glorioso el vuelo,
que en puntas corona el cielo
40 de ave tan esclarecida.
    Si la gloria de Chacón31
de la cabeza a los pies
azúcar y almendras es,
dulce será el corazón32.
45 Néctar sus palabras son;
mas sepa quien no lo sabe
que, de agudas flechas grave,
en sus palabras, Cupido,
como abeja, está escondido
50 en el panal más süave.
    A la bellísima Cerda33,
para el arco que da enojos,
saetas pide a sus ojos
y a su apellido la cuerda,
55 el niño dios, por que pierda
la libertad y el juicio
quien se lo da en sacrificio.
¡Venturoso el ermitaño
que trajese todo el año
60 destas cerdas el cilicio!
    Mucho tiene de admirable
la deidad de Monterrey34,
pues al mismo Amor da ley
por lo bello y por lo afable;
65 cuando dulcemente hable,
cuando dulcemente mire,
¿quién habrá que no suspire?
Cuando corone su frente
de los rayos del oriente,
70 ¿quién habrá que no se admire?
    De la beldad de las Navas35,
dice Amor que, cuando mira,
dorados arpones tira
más que tiene en sus aljabas;
75 las dos, pues, reales pavas
de la Coruña y Belmar36
muy bien pueden coronar
el palacio con sus plumas,
que obscurecen las espumas
80 del uno y del otro mar.
    Aquella belleza rara
que adora el Ebro por diosa,
sol es de Villahermosa,
hermosísimo de cara37;
85 aurora luciente y clara
deste sol aragonés,
si no naciera después,
fuera su hermana divina38,
mas si no es luna menina,
90 estrella de Venus es.
    De la que nació en el mar
las veneras cunas son,
y su hijo en el blasón
nos las hace venerar;
95 de aquel Fénix singular,
honor de los Pimenteles,
buscad, amantes fïeles,
entre estas conchas la perla39,
si dejan sus ojos verla,
100 que son caribes crüeles.
    Decidme de aquella dama
gloria del nombre de Ulloa40,
que, pues la Invidia la loa,
no es bien la calle la Fama;
105 cuarta Gracia Amor la llama
en el palacio real,
y a fe que no dice mal
el dios que hiela y abrasa,
que el título de su casa
110 y las Gracias, todo es sal.
    La extranjera soberana41
que en las montañas no solo,
mas en cuanto pisa Apolo
no la desvió Dïana,
115 oh venturosa alemana
que privas a cualquier hora
con la casta cazadora:
¡dichoso el que en ti aventura
el logro de tu hermosura
120 y el favor de tu señora!
    Aquel resplandor rosado
de la luz que al mundo viene,
aunque es Alvarado, tiene
más de alba que de Alvarado42;
125 no amanece, y da cuidado
a los dulces ruiseñores,
que esperan entre las flores
saludar al rayo nuevo
del lucidísimo Febo
130 que ha de dorar los alcores.
    Al Mondego dio cristal,
si de oro al Tajo no arena,
doña Beatriz de Villena,
trofeo de Portugal43;
135 y a la que no tiene igual
en hermosura y saber,
gloria, majestad y ser
de los Osorios de Astorga44,
Amor dice que le otorga
140 sus armas y su poder.
    Puesta en el brinco pequeño
de Altamira la mira alta45,
hallaréis que él solo esmalta
cuantas joyas os enseño;
145 crecerá, y quitará el sueño
a la beldad y a la gala;
en el balcón y la sala
prestará rayos al sol,
sin que haya ángel español
150 que no venza ala por ala.
    Las blancas tocas, señor,
no perdono de la guarda,
mayor sí, pero gallarda
tanto como la menor46;
155 santo y venerable honor
de mi patria y de su estado,
mas pastora de un ganado
que está convidando al lobo,
yo sé decir, aunque bobo,
160 que a Argos diera cuidado.

121 §

Los dineros del sacristán
cantando se vienen y cantando se van.
Tres hormas, si no fue un par,
fueron la llave maestra
5 de la pompa que hoy nos muestra
un hidalgo de solar.
Con plumajes a volar
un hijo suyo salió,
que asuela lo que él soló,
10 y la hijuela loquilla
de ámbar quiere la jervilla
que desmienta al cordobán.
Los dineros del sacristán
cantando se vienen y cantando se van.
15 Dos troyanos y dos griegos,
con sus celosas porfías,
arman a Helena en dos días
de joyas y de talegos;
como es dinero de ciegos,
20 y no ganado a oraciones,
recibe dueñas con dones
y un portero rabicano;
su grandeza es un enano,
su melarquía, un truhán.
25 Los dineros del sacristán
cantando se vienen y cantando se van.
Labra el letrado un real
palacio, por que sepades
que interés y necedades
30 en piedras hacen señal;
hácelo luego hospital
un halconero pelón,
a quien hija y corazón
dio en dote, que ser le plugo,
35 para la mujer, verdugo,
para el dote, gavilán.
Los dineros del sacristán
cantando se vienen y cantando se van.
Con dos puñados de sol
40 y cuatro tumbos de dado
repite el otro soldado
para conde de Tirol;
fénix lo hacen, español,
collar de oro y plumas bellas;
45 despidiendo está centellas
de sus joyas, mas la suerte
en gusano lo convierte,
de pájaro tan galán.
Los dineros del sacristán
50 cantando se vienen y cantando se van.
Herencia que a fuego y hierro
malogró cuatro parientes,
halló al quinto con los dientes
peinando la calva a un puerro;
55 heredó por dicha o yerro,
y a su gula no perdona;
pavillos nuevos capona
mientras francolines ceba,
y al fin, en su mesa Eva
60 siempre está tentando a Adán.
Los dineros del sacristán
cantando se vienen y cantando se van.

122 §

Allá darás, rayo,
en cas de Tamayo.
    De hospedar a gente extraña
o flamenca o ginovés,
5 si el huésped overo es
y la huéspeda castaña,
según la raza de España,
sale luego el potro bayo.
    Allá darás, rayo,
10     en cas de Tamayo.
    De muy grave la viudita
llama padre al capellán
con quien sus hijos están,
y Amor, que la solicita,
15 hace que por padre admita
al que recibió por ayo.
    Allá darás, rayo,
    en cas de Tamayo.
    Alguno hay en esta vida,
20 que sé yo que es menester
que a su querida mujer
(nunca fuera tan querida)
tomen, antes, la medida,
que a él le corten el sayo.
25     Allá darás, rayo,
    en cas de Tamayo.
    Con su lacayo en Castilla
se acomodó una casada;
no se le dio al señor nada,
30 porque no es gran maravilla
que el amo deje la silla,
y que la ocupe el lacayo.
    Allá darás, rayo,
    en cas de Tamayo.
35     Opilose vuestra hermana
y diole el doctor su acero;
tráela de otero en otero
menos honesta y más sana;
diole por septiembre el mana,
40 y vino a purgar por mayo.
    Allá darás, rayo,
    en cas de Tamayo.

123

[A dama moza casada con un viejo] §

A.

¿Por qué llora la Isabelitica?
    ¿Qué chiribica?

B.

Cheriba un ochavo de oro,
danme un cualto de pata, y lloro.

A.

5     ¿Quién del Amor hizo bravos
los más dulces desenojos?
¿Quién dio perlas a tus ojos,
que no las redima a ochavos?

B.

Un vieho de los dïabos
10 que adora y no saquifica.

A.

¿Por qué llora la Isabelitica?
    ¿Qué chiribica?

B.

    Ya en paharitos no tato,
que se los come la gata,
15 ni en cualtos, aunque de pata
milenta vomite el gato.

A.

Pague ese buen viejo el pato,
pues tal polla mortifica.
¿Por qué llora la Isabelitica?
20     ¿Qué chiribica?

B.

    Serle chero sanguisuela,
pues babosa es para mí47.

A.

Las venas del Potosí
sabrás chupar, Isabela.

B.

25 Esto mi señora abela
me lo enseñó desde chica.

A.

¿Por qué la Isabelitica?
    ¿Qué chiribica?
¿Es galán?

B.

     Sobre Martín
30 cae su gala, si lo es.

A.

¿Sírvete con algún tres?

B.

Servidor es muy rüín.

A.

No hay barbero viejo al fin
que no sea de Malpica.
35 ¿Por qué llora la Isabelitica?
    ¿Qué chiribica?

124 48 §

    Sobre unas altas rocas,
ejemplo de firmeza,
que encuentra, noche y día,
el mar, estando quedas,
5 aquel pescadorcillo
a quien su ninfa bella
dejó el año pasado,
la red sobre la arena,
¡oh, cómo se lamenta!
10     De una parte, las aguas,
de otra parte, las fieras,
y de entrambas, el viento,
lo escuchan, y se enfrenan,
que a todas ellas hacen
15 igual sabrosa fuerza,
lo dulce de la voz,
la razón de las quejas.
¡Oh, cómo se lamenta!
    «¿Hasta cuándo, enemiga,
20 competirá en dureza
tu duro corazón
con las más duras piedras?
¿Hasta cuándo harás
al son de mis querellas
25 lo que al latido hace,
de los canes, la cierva?»
¡Oh, cómo se lamenta!
    «Hoy hace, ingrata, un año
que, huyendo ligera,
30 no te conoce el suelo
y atrás el aire dejas;
hoy hace un año, ingrata,
que el mar, como por pena
de que tú no las pisas,
35 azota estas riberas».
¡Oh, cómo se lamenta!
    «Tu vuelo en todo el mundo,
por olas o por tierra,
lo más ligero alcanza,
40 lo más libre sujeta.
Si aquesta se te escapa,
di, Amor, ¿qué te aprovechan
los filos de tus alas,
las puntas de tus flechas?»
45 ¡Oh, cómo se lamenta!

1601 §

125 §

Dineros son calidad,
    verdad.
Más ama quien más suspira,
    mentira.
5     Cruzados hacen cruzados,
escudos pintan escudos,
y tahúres muy desnudos
con dados ganan condados;
ducados dejan ducados,
10 y coronas, majestad:
    verdad.
    Pensar que uno solo es dueño
de puerta de muchas llaves,
y afirmar que penas graves
15 las paga un mirar risueño,
y entender que no son sueño
las promesas de Marfira:
    mentira.
    Todo se vende este día,
20 todo el dinero lo iguala:
la corte vende su gala,
la guerra, su valentía;
hasta la sabiduría
vende la universidad:
25     verdad.
    En Valencia muy preñada
y muy doncella en Madrid,
cebolla en Valladolid
y en Toledo mermelada,
30 Puerta de Elvira en Granada
y en Sevilla doña Elvira:
    mentira.
    No hay persona que hablar deje
al necesitado en plaza,
35 todo el mundo le es mordaza,
aunque él por señas se queje,
que tiene cara de hereje,
y aun fe, la necesidad:
    verdad.
40     Siendo como un algodón,
nos jura que es como un hueso,
y quiere probarnos eso
con que es su cuello almidón,
goma su copete, y son
45 sus bigotes alquitira:
    mentira.
    Cualquiera que pleitos trata,
aunque sean sin razón,
deje el río Marañón
50 y entre el río de la Plata,
que hallará corriente grata
y puerto de claridad:
    verdad.
    Siembra en una artesa berros
55 la madre, y sus hijas todas
son perras de muchas bodas
y bodas de muchos perros,
y sus yernos rompen hierros
en la torna de Algecira:
60     mentira.

126 §

    «En tanto que mis vacas,
sin oíllos, condenan
en frutos los madroños
desta fragosa sierra,
5     quiero cantar, llorando
a sombras desta peña,
de áspera, invencible,
segunda Galatea,
    que, pues osó fïarle
10 en intricadas trepas
sus verdes corazones
esta amorosa hiedra,
    fiarle podré yo
lagrimosas endechas;
15 mas, ¡ay triste, que es sorda
segunda Galatea!
    ¡Mal haya quien emplea
su fe en la que, con arco y con aljaba,
parece niño Amor, y es fiera brava!
20     »Divina cazadora,
que, de seguir las fieras,
has dado en imitallas
y, para mí, excedellas:
    de esa tu media luna
25 junta las empulgueras,
y al desdén satisfaga
la más volante flecha,
    que saldrá a recibilla,
por jubilar sus penas,
30 en el pecho que huyes,
el alma que desdeñas».
    No pudo decir más,
porque entre la maleza
un jabalí espumoso
35 le salteó sus quejas;
    lebreles lo forzaron
a tomar la dehesa,
y a despreciar venablos
y perros que lo aquejan.
40     El vaquero, admirado
de que, rompiendo telas,
huya: «¡Oh fiera —le dice—,
segunda Galatea!
    ¡Mal haya quien emplea
45 su fe en la que, con arco y con aljaba,
parece niño Amor, y es fiera brava!»

1602 §

127 §

    Verdes juncos del Duero a mi pastora
tejieron dulce generosa cuna;
blancas palmas, si el Tajo tiene alguna,
cubren su pastoral albergue ahora.
5     Los montes mide y las campañas mora
flechando una dorada media luna,
cual dicen que a las fieras fue importuna
del Eurota la casta cazadora.
    De un blanco armiño el esplendor vestida,
10 los blancos pies distinguen de la nieve
los coturnos que calza esta homicida;
    bien tal, pues, montaraz y endurecida,
contra las fieras solo un arco mueve,
y dos arcos tendió contra mi vida.

128 §

    Vuelas, oh tortolilla,
    y al tierno esposo dejas
    en soledad y quejas;
    vuelves después gimiendo,
5     recíbete arrullando,
    lasciva tú, si él blando;
    dichosa tú mil veces,
    que con el pico haces
dulces guerras de amor y dulces paces.
10     Testigo fue a tu amante,
    aquel vestido tronco,
    de algún arrullo ronco;
    testigo también tuyo
    fue, aquel tronco vestido,
15     de algún dulce gemido;
    campo fue de batalla
    y tálamo fue luego:
árbol que tanto fue perdone el fuego.
    Mi piedad una a una
20     contó, aves dichosas,
    vuestras quejas sabrosas;
    mi invidia ciento a ciento
    contó, dichosas aves,
    vuestros besos süaves.
25     Quien besos contó y quejas,
    las flores cuente a mayo,
y al cielo las estrellas rayo a rayo.
    Injuria es, de las gentes,
    que de una tortolilla
30     Amor tenga mancilla,
    y que de un tierno amante
    escuche sordo el ruego
    y mire el daño ciego;
    al fin, es dios alado,
35     y plumas no son malas
para lisonjear a un dios con alas.

129 §

    Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura,
¿para qué le llaman cura,
si es la misma enfermedad?
5     El cura que seglar fue,
y tan seglar se quedó,
y aunque órdenes recibió
hoy tan sin orden se ve,
pues de sus vecinas sé
10 que perdió la continencia,
no le llamen reverencia,
que se hace paternidad.
Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura,
15 ¿para qué le llaman cura,
si es la misma enfermedad?
    Si una y otra es su comadre
de cuantas vecinas vemos,
de hoy más su nombre mudemos
20 de cura en el de compadre:
y si le llamare padre
algún rapaz tiernamente,
la voz de aquel inocente
misterio encierra, y verdad.
25 Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura,
¿para qué le llaman cura,
si es la misma enfermedad?
    Cura que a su barrio entero
30 trata de escandalizallo,
ya no es cura, sino gallo
de todo aquel gallinero;
si enfermó por su dinero
a las más que toca, el preste
35 ya no es cura, sino peste
por tan mala cualidad.
Cura que en la vecindad
vive con desenvoltura,
¿para qué le llaman cura,
40 si es la misma enfermedad?

130 §

    ¡Oh cuán bien que acusa Alcino,
Orfeo de Guadïana,
unos bienes sin firmeza
y unos males sin mudanza!
5     Pulsa las templadas cuerdas
de la cítara dorada,
y al son desata los montes,
y al son enfrena las aguas.
    ¡Oh cuán bien canta su vida,
10 cuán bien llora su esperanza!
Y el monte y el agua escuchan
lo que llora y lo que canta:
«La vida es corta, y la esperanza, larga,
el bien huye de mí, y el mal se alarga.
15     »El bien es aquella flor
que la ve nacer el alba,
al rayo del sol caduca,
y la sombra no la halla.
    El mal, la robusta encina
20 que vive con la montaña,
y de siglo en siglo el tiempo
le peina sus verdes canas.
    La vida es ciervo herido
que las flechas le dan alas;
25 la esperanza, el animal
que en sus pies mueve su casa.
La vida es corta, y la esperanza, larga,
el bien huye de mí, y el mal se alarga».

131 §

    Según vuelan por el agua
tres galeotas de Argel,
un aquilón africano
las engendró a todas tres;
5     y según los vientos pisa
un bergantín genovés,
si no viste, el temor, alas,
de plumas tiene los pies.
    Mortal caza vienen dando
10 al fugitivo bajel,
en que a Nápoles pasaba,
en conserva del virrey,
    un español con dos hijas,
una, sol, y otra, clavel,
15 que tuvieron a León
por oriente, y por vergel.
    Derrotólo un temporal
y, ya que no dio al través,
a vista dio, de Morato,
20 renegado calabrés.
    El tagarote africano,
que la español garza ve,
en su noble sangre piensa
esmaltar el cascabel;
25     peinándole va las plumas,
mas el viento burla dél,
interpuesto entre las alas
y entre la garra crüel.
    Ya surcan el mar de Denia,
30 ya sus altas torres ven,
grandeza del duque ahora,
título, ya, del marqués.
    De sus torres los descubren
y, en distinguiendo después
35 la cruz en el tafetán,
la luna en el alquicel,
    ocho o diez piezas disparan,
que en ocho globos o diez
envuelven, de negro humo,
40 al cosario su interés.
    Los brazos del puerto ocupa
con fatiga y con placer,
el bergantín, destrozado
desde la quilla al garcés.
45     El leonés (agradecido
al cielo, de tanto bien),
de libertad coronado,
dice, si no de laurel:
    «Oh puerto, templo del mar,
50 cuya húmida pared
antes faltará, que tablas
señas de naufragios den;
    fortaleza imperïosa,
terror de África, y desdén;
55 yugo fuerte y real espada,
que reprime y que da ley:
    defensa os debo, y abrigo,
mi libertad vuestra es,
y mi lengua, desatada
60 en alabanzas, también;
    con tus altos muros viva
tu ínclito dueño, a quien,
como a ti el Mediterráneo,
la invidia le bese el pie.
65     Inmortal sea, su memoria,
en la gracia de su rey,
por galardón proseguida,
si comenzó por merced,
    que servicios tan honrados,
70 y de Acates tan fïel,
inmortalidad merecen,
si no de vida, de fe».

132 §

    En un pastoral albergue,
que la guerra entre unos robres
lo dejó por escondido
o lo perdonó por pobre,
5     do la paz viste pellico
y conduce, entre pastores,
ovejas del monte al llano,
y cabras del llano al monte,
    mal herido y bien curado,
10 se alberga un dichoso joven,
que, sin clavarle, Amor, flecha,
lo coronó de favores.
    Las venas con poca sangre,
los ojos con mucha noche,
15 lo halló en el campo aquella
vida y muerte de los hombres.
    Del palafrén se derriba,
no porque al moro conoce,
sino por ver que la hierba
20 tanta sangre paga en flores.
    Límpiale el rostro, y la mano
siente al Amor que se esconde
tras las rosas, que la muerte
va violando sus colores
25     (escondiose tras las rosas,
por que labren sus arpones
el diamante del Catay
con aquella sangre noble).
    Ya le regala los ojos,
30 ya le entra, sin ver por dónde,
una piedad mal nacida
entre dulces escorpiones;
    ya es herido el pedernal,
ya despide, el primer golpe,
35 centellas de agua. ¡Oh piedad,
hija de padres traidores!
    Hierbas aplica a sus llagas,
que, si no sanan entonces,
en virtud de tales manos
40 lisonjean los dolores.
    Amor le ofrece su venda,
mas ella sus velos rompe
para ligar sus heridas;
los rayos del sol perdonen.
45     Los últimos nudos daba,
cuando el cielo la socorre
de un villano en una yegua,
que iba penetrando el bosque.
    Enfrénanlo de la bella
50 las tristes piadosas voces,
que, los firmes troncos, mueven,
y las sordas piedras oyen.
    Y la, que mejor se halla
en las selvas que en la corte,
55 simple bondad, al pío ruego
cortésmente corresponde.
    Humilde se apea el villano,
y sobre la yegua pone
un cuerpo con poca sangre,
60 pero con dos corazones.
    A su cabaña los guía,
que el sol deja su horizonte,
y el humo de su cabaña
les va sirviendo de norte.
65     Llegaron temprano a ella,
do una labradora acoge
un mal vivo con dos almas
y una ciega con dos soles.
    Blando heno, en vez de pluma,
70 para lecho les compone,
que será tálamo luego
do el garzón sus dichas logre.
    Las manos, pues, cuyos dedos
de esta vida fueron dioses,
75 restituyen a Medoro
salud nueva, fuerzas dobles,
    y le entregan, cuando menos,
su beldad y un reino en dote,
segunda invidia de Marte,
80 primera dicha de Adonis.
    Corona, un lascivo enjambre
de cupidillos menores,
la choza, bien como abejas,
hueco tronco de alcornoque.
85     ¡Qué de nudos le está dando
a un áspid la Invidia torpe,
contando de las palomas
los arrullos gemidores!
    ¡Qué bien la destierra Amor,
90 haciendo la cuerda azote,
por que el caso no se infame
y el lugar no se inficione!
    Todo es gala el africano,
su vestido espira olores,
95 el lunado arco suspende
y el corvo alfanje depone;
    tórtolas enamoradas
son sus roncos atambores,
y los volantes de Venus,
100 sus bien seguidos pendones.
    Desnuda el pecho anda ella,
vuela el cabello sin orden;
si lo abrocha, es con claveles,
con jazmines, si lo coge.
105     El pie calza en lazos de oro,
por que la nieve se goce,
y no se vaya por pies
la hermosura del orbe.
    Todo sirve a los amantes:
110 plumas les baten, veloces,
airecillos lisonjeros,
si no son murmuradores;
    los campos les dan alfombras,
los árboles, pabellones,
115 la apacible fuente, sueño,
música, los ruiseñores;
    los troncos les dan cortezas
en que se guarden sus nombres
mejor que en tablas de mármol
120 o que en láminas de bronce:
    no hay verde fresno sin letra,
ni blanco chopo sin mote;
si un valle «Angélica» suena,
otro «Angélica» responde.
125     Cuevas, do el silencio apenas
deja que sombras las moren,
profanan con sus abrazos,
a pesar de sus horrores.
    Choza, pues, tálamo y lecho,
130 cortesanos labradores,
aires, campos, fuentes, vegas,
cuevas, troncos, aves, flores,
    fresnos, chopos, montes, valles,
contestes de estos amores,
135 el cielo os guarde, si puede,
de las locuras del Conde.

1603 §

133

De una quinta del conde de Salinas, ribera de Duero §

    De ríos, soy el Duero, acompañado,
en estas apacibles soledades,
que, despreciando muros de ciudades,
de álamos camino coronado.
5     Este, que siempre veis alegre, prado
teatro fue de rústicas deidades,
plaza ahora, a pesar de las edades,
deste edificio a Flora dedicado.
    Aquí se hurta al popular rüido
10 el Sarmiento real, y sus cuidados
parte aquí con la verde primavera.
    El yugo desta puente he sacudido
por hurtarle a su ocio mi ribera49.
Perdonad, caminantes fatigados.

134

En el sepulcro de la duquesa de Lerma §

    ¡Ayer deidad humana, hoy poca tierra;
aras ayer, hoy túmulo, oh mortales!
Plumas, aunque de águilas reales,
plumas son; quien lo ignora, mucho yerra.
5     Los huesos que hoy este sepulcro encierra,
a no estar entre aromas orientales,
mortales señas dieran de mortales;
la razón abra lo que el mármol cierra.
    La Fénix que ayer Lerma fue su Arabia
10 es hoy entre cenizas un gusano,
y de conciencia a la persona sabia.
    Si una urca se traga, el oceano,
¿qué espera un bajel luces en la gavia?
Tome tierra, que es tierra el ser humano.

135

Para lo mismo §

    Lilio siempre real nací en Medina
del cielo, con razón, pues nací en ella;
ceñí de un duque excelso, aunque flor bella,
de rayos más que flores frente dina.
5     Lo caduco esta urna peregrina,
oh peregrino, con majestad sella;
lo fragrante, entre una y otra estrella
vista no fabulosa determina.
    Estrellas son de la guirnalda griega
10 lisonjas luminosas, de la mía
señas obscuras, pues ya el sol corona.
    La suavidad que espira el mármol (llega)
del muerto lilio es, que aun no perdona
el santo olor a la ceniza fría.

136

De los señores reyes don Felipe III y doña Margarita en una montería §

    Clavar victorïoso y fatigado
al español Adonis vio la Aurora,
al tronco de una encina vividora,
las prodigiosas armas de un venado.
5     Conducida, llegó a pisar el prado,
del blanco cisne que en las aguas mora,
su Venus alemana, y fue a tal hora,
que en sus brazos depuso su cuidado.
    «Este trofeo —dijo— a tu infinita
10 beldad consagro»; y la lisonja creo
que en ambos labios se la dejó escrita.
    Silbó el aire, y la voz de algún deseo
«Viva Filipo, viva Margarita
—dijo— los años de tan gran trofeo».

137

A las damas de palacio §

    Hermosas damas, si la pasión ciega
no os arma de desdén, no os arma de ira,
¿quién con piedad al andaluz no mira,
y quién al andaluz su favor niega?
5     En el terrero, ¿quién humilde ruega,
fïel adora, idólatra suspira?
¿Quién en la plaza los bohordos tira,
mata los toros, y las cañas juega?
    En los saraos, ¿quién lleva las más veces
10 los dulcísimos ojos de la sala,
sino galanes del Andalucía?
    A ellos les dan siempre los jüeces,
en la sortija, el premio de la gala,
en el torneo, de la valentía.

138

A una dama que, habiéndola conocido hermosa niña, la conoció después bellísima mujer §

    Si Amor entre las plumas de su nido
prendió mi libertad, ¿qué hará ahora,
que en tus ojos, dulcísima señora,
armado vuela, ya que no vestido?
5     Entre las vïoletas fui herido
del áspid que hoy entre los lilios mora;
igual fuerza tenías, siendo aurora,
que ya como sol tienes, bien nacido.
    Saludaré tu luz con voz doliente,
10 cual tierno ruiseñor en prisión dura
despide quejas, pero dulcemente.
    Diré cómo de rayos vi tu frente
coronada, y que hace, tu hermosura,
cantar las aves y llorar la gente.

139

Entrando en Valladolid, donde estaba la corte §

    Llegué a Valladolid, registré luego
desde el bonete al clavo de la mula;
guardo el registro, que será mi bula
contra el cuidado del señor don Diego50.
5     Busqué la corte en él, y yo estoy ciego,
o en la ciudad no está o se disimula;
celebrando dïetas vi a la gula,
que Platón para todos está en griego.
    La lisonja hallé, y la ceremonia,
10 con luto, idolatrados los caciques,
amor sin fe, interés con sus virotes.
    Todo se halla en esta Babilonia,
como en botica, grandes alambiques,
y más en ella títulos que botes.

140

A los ríos Pisuerga y Esgueva51 §

    Jura Pisuerga, a fe de caballero,
que de vergüenza corre, colorado,
solo en ver que de Esgueva acompañado
ha de entrar a besar la mano a Duero.
5     Es sucio Esgueva para compañero
(culpa de la mujer de algún privado),
y perezoso para dalle el lado,
y así ha corrido siempre muy trasero.
    Llegados a la puente de Simancas,
10 teme Pisuerga, que una estrecha puente
temella puede el mar sin cobardía.
    No se le da a Esguevilla cuatro blancas;
mas ¿qué mucho, si pasa su corriente
por más estrechos ojos cada día?

141 §

    ¡Oh qué malquisto con Esgueva quedo,
con su agua turbia y con su verde puente!
Miedo le tengo: hallará la gente
en mis calzas los títulos del miedo.
5     ¿Quiere ser río? Yo se lo concedo;
corra (que necesaria es su corriente)
con orden y rüido, el que consiente
Antonio en su reglilla de ordo pedo.
    Camine ya con estos pliegos míos
10 peón particular, quitado el parte,
y ejecute en mis versos sus enojos,
    que le confesaré de cualquier arte,
que, como el más notable de los ríos,
tiene llenos los márgenes de ojos.

142

Al mismo intento de la corte estando en Valladolid, ponderando su poca limpieza y la vanidad de las mujeres della §

    ¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle
de olor? ¡Oh fragrantísima ironía!
A rosa oléis, y sois de Alejandría,
que pide al cuerpo más que puede dalle.
5     Serenísimas damas de buen talle,
no os andéis cocheando todo el día,
que en dos mulas mejores que la mía
se pasea el estiércol por la calle.
    Los que en esquinas vuestros corazones
10 asáis por quien, alguna noche clara,
os vertió el pebre y os mechó sin clavos,
    ¿pasáis por tal que sirvan los balcones,
los días, a los ojos de la cara,
las noches, a los ojos de los rabos?

143

Al mal clima de Valladolid y a su confusión en tiempo de la corte §

    Valladolid, de lágrimas sois valle,
y no quiero deciros quién las llora,
valle de Josafat, sin que en vos hora,
cuanto más día de jüicio se halle.
5     Pisado he vuestros muros calle a calle,
donde el engaño con la corte mora,
y cortesano sucio os hallo ahora,
siendo villano, un tiempo, de buen talle52.
    Todo sois condes, no sin nuestro daño;
10 dígalo el andaluz, que en un infierno
debajo de una tabla escrita posa53.
    No encuentra al de Buendía en todo el año;
al de Chinchón sí, ahora, y el invierno,
al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa.

144

De unas fiestas en Valladolid §

    La plaza, un jardín fresco; los tablados
un encañado de diversas flores;
los toros, doce tigres matadores,
a lanza y a rejón despedazados;
5     la jineta, dos puestos coronados
de príncipes, de grandes, de señores;
las libreas, bellísimos colores,
arcos del cielo, o proprios o imitados;
    los caballos, favonios andaluces,
10 gastándole al Perú oro en los frenos,
y los rayos al sol en los jaeces,
    al trasponer de Febo ya las luces,
en mejores adargas, aunque menos,
Pisuerga vio lo que Genil mil veces.

145 §

    Sobre trastes de guijas
    cuerdas mueve de plata
Pisuerga, hecho cítara doliente;
    y en robustas clavijas
5     de álamos, las ata
hasta Simancas, que le da su puente:
    al son deste instrumento
partía un pastor sus quejas con el viento.
    «Oh río —le decía—,
10     que al tronco menos verde
lo guarnecen de perlas tus espumas:
    si la enemiga mía
    pasos por aquí pierde,
calzada el fugitivo pie de plumas,
15     por que no vuele tanto
deténganla tu música o mi llanto.
    »Si tú haces que oya
    debajo desta hiedra
mis lágrimas, que siguen tu armonía,
20     octavo muro a Troya
    renacer piedra a piedra
hará tu son de su ceniza fría,
    que es más posible caso
convocar piedras que enfrenalle el paso.
25     «Viento y quejas burlando,
    huye; sean ahora
término de su fuga tus riberas,
    que si un acento blando
    de cítara sonora
30 enfrenó ríos y desarmó fieras,
    tú, ya cítara hecho,
firmeza al pie le da, piedad al pecho».

146

En el dichoso parto de la señora reina doña Margarita §

    Abra dorada llave
las puertas de la edad, y el nuevo Jano,
    pues entre siglos sabe
que el tercer año guarda el Tiempo cano,
5     peinando día por día
para el tercer Filipo a quien lo envía,
    hoy lo introduzga a España,
de paz vestido y de victoria armado;
    la Copia a la campaña
10 rubias espigas dé con pie dorado,
    la Salud pise el suelo,
purgando el aire y aplacando el cielo.
    Tráiganos hoy Lucina
al palacio real, real venera
15     de nuestra perla fina,
madre de perlas, y que serlo espera
    de un sol luciente ahora,
si ha pocos años que nació la Aurora.
    Venga alegre, y con ella
20 vengan las Gracias, que, dichosas Parcas,
    rayos de amiga estrella
hilen, estambre digno de monarcas;
    cuide real Fortuna
del dulce movimiento de la cuna.
25     Felicidades sean
las que administren sus primeros paños,
    las Virtudes se vean
mover el pie de sus segundos años.
    Unas y otras edades
30 virtudes sean y felicidades.
    Armada a Palas veo,
soltar el huso y empuñar la lanza;
    lisonja es del deseo,
corresponda el deseo a la esperanza:
35     príncipe tendrá España,
que nunca una deidad tanta fe engaña.

147 §

    De un monte en los senos, donde
daba un tronco entre unas peñas
dulces sonorosas señas
de los cristales que esconde,
5 Eco, que al latir responde
del sabueso diligente,
condujo, perlas su frente,
fatigada cazadora,
que blancos lilios fue un hora
10 a las orlas de la fuente.
    Montaña que, eminente,
    al viento tus encinas
sonantes cuernos son, roncas bocinas:
    toca, toca, toca,
15     monteros convoca
    tras la blanca cierva
    que, sudando aljófar,
    corona la hierba.
    Treguas poniendo al calor,
20 lisonjean su fatiga,
no sé cuáles plumas diga,
del Céfiro o del Amor;
no a blanca o purpúrea flor
abeja, más diligente,
25 liba el rocío luciente,
que las dos alas, sin verlas,
desvanecieron las perlas
que invidia el nácar de oriente.
    Montaña que, eminente,
30     al viento tus encinas
sonantes cuernos son, roncas bocinas:
    toca, toca, toca,
    monteros convoca
    tras la blanca cierva
35     que, sudando aljófar,
    corona la hierba.
    De Clori bebe, el oído,
el son del agua risueño,
y al instrumento del sueño
40 cuerdas ministra el rüido;
duerme y, Narciso, Cupido
cuando más está pendiente,
no sobre el cristal corriente,
sobre el dormido cristal,
45 fiera, rompiendo el jaral,
rompe el sueño juntamente.
    Montaña que, eminente,
    al viento tus encinas
sonantes cuernos son, roncas bocinas:
50     toca, toca, toca,
    monteros convoca
    tras la blanca cierva
    que, sudando aljófar,
    corona la hierba.

148 §

    Una moza de Alcobendas
sobre su rubio tranzado
pidió la fe que le he dado,
porque eran de oro las prendas;
5 concertados sin contiendas
nuestros dulces desenojos,
me pidió sobre sus ojos
por lo menos un doblón;
yo, aunque de esmeralda son,
10 se lo libré en Tremecén.
    ¿Hice bien?
    En el dedo de un doctor
engastado en oro vi
un finísimo rubí,
15 porque es siempre este color
el antídoto mejor
contra la melancolía;
yo, por alegrar la mía,
un rubí desaté en oro;
20 el rubí me lo dio Toro,
el oro, Ciudad Real.
    ¿Hice mal?

149 §

    ¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva este río crecido,
y llevará cada día,
5 las cosas que por la vía
de la cámara han salido,
y cuanto se ha proveído,
según leyes de Digesto,
por jüeces que, antes desto,
10 lo recibieron a prueba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva el cristal que le envía
una dama y otra dama,
15 digo el cristal que derrama
la fuente de mediodía,
y lo que da la otra vía,
sea pebete o sea topacio,
que, al fin, damas de palacio
20 son ángeles hijos de Eva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva lágrimas cansadas
de cansados amadores,
25 que, de puro servidores,
son de tres ojos lloradas;
de aquel, digo, acrecentadas,
que una nube le da enojo,
porque no hay nube de este ojo
30 que no truene y que no llueva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva pescado de mar,
aunque no muy de provecho,
35 que, salido del estrecho,
va a Pisuerga a desovar;
si antes era calamar
o si antes era salmón,
se convierte en camarón
40 luego que en el río se ceba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva, no patos reales
ni otro pájaro marino,
45 sino el noble palomino
nacido en nobles pañales;
colmenas lleva y panales,
que el río les da posada;
la colmena es vidrïada,
50 y el panal es cera nueva.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.
    Lleva, sin tener su orilla
árbol ni verde ni fresco,
55 fruta que es toda de cuesco,
y, de madura, amarilla;
hácese della en Castilla
conserva en cualquiera casa,
y tanta ciruela pasa,
60 que no hay quien sin ella beba.
¿Qué lleva el señor Esgueva?
Yo os diré lo que lleva.

150 §

    En dos lucientes estrellas,
y estrellas de rayos negros,
dividido he visto el sol
en breve espacio de cielo;
5     el luciente oficio hacen
de las estrellas de Venus,
las mañanas, como el alba,
las noches, como el lucero.
    Las formas perfilan de oro,
10 milagrosamente haciendo,
no las bellezas obscuras,
sino los obscuros bellos;
    cuyos rayos para él
son las llaves de su puerto,
15 si tiene puertos un mar
que es todo golfos y estrechos.
    Pero no son tan piadosos,
aunque sí lo son, pues vemos
que visten rayos de luto
20 por cuantas vidas han muerto.

151 §

    En los pinares de Júcar
vi bailar unas serranas
al son del agua en las piedras
y al son del viento en las ramas;
5     no es blanco coro de ninfas
de las que aposenta el agua,
o las que venera el bosque
seguidoras de Dïana:
    serranas eran, de Cuenca,
10 honor de aquella montaña
cuyo pie besan dos ríos
por besar dellas las plantas.
    Alegres corros tejían,
dándose las manos blancas,
15 de amistad, quizá temiendo
no la truequen las mudanzas.
¡Qué bien bailan las serranas!
    ¡Qué bien bailan!
    El cabello en crespos nudos
20 luz da al sol, oro a la Arabia,
cuál de flores impedido,
cuál, de cordones de plata.
    Del color visten, del cielo,
si no son de la esperanza,
25 palmillas que menosprecian
al zafiro y la esmeralda.
    El pie, cuando lo permite
la brújula de la falda,
lazos calza, y mirar deja
30 pedazos de nieve y nácar.
    Ellas, en su movimiento,
honestamente levantan
el cristal de la columna
sobre la pequeña basa.
35 ¡Qué bien bailan las serranas!
    ¡Qué bien bailan!
    Una, entre los blancos dedos
hiriendo negras pizarras,
instrumento de marfil
40 que las Musas lo invidiaran,
    las aves enmudeció
y enfrenó el curso del agua;
no se movieron las hojas
por no impedir lo que canta:
45      Serranas de Cuenca
    iban al pinar,
    unas, por piñones,
    y otras, por bailar.
    Bailando, y partiendo,
50 las serranas bellas,
    un piñón con otro,
    si ya no es con perlas,
     de Amor las saetas
    huelgan de trocar,
55     unas, por piñones,
    y otras, por bailar.
     Entre rama y rama,
    cuando el ciego dios
    pide al sol los ojos
60     por verlas mejor,
     los ojos del sol
    las veréis pisar,
    unas, por piñones,
    y otras, por bailar.

152 54 §

    Cuando la rosada Aurora,
o violada, si es mejor
(escojan los epitétos,
que ambos de botica son),
5     las alboradas de abril,
vierte desde su balcón
como en posesión del día
perlas que desate el sol,
    entre ciertos alcaceles,
10 una sarta se halló,
de estas orientales perlas,
el machuelo de un doctor.
    Fïóselas el Aurora,
mas él, de buen pagador,
15 en solo un abrir de ojo,
en doblones la pagó.
    Al rüido de la paga,
que con trompetas llamó,
ya que no con atabales,
20 a dar la satisfación,
    salió el sol, y halló al machuelo,
y al médico su señor,
que había contado el dinero
con un pie, y aun con los dos.
25     Estaba el varón cual veis
(si es macho cada varón),
hecho un macho, por la liga
que en la moneda halló:
    remedio contra extranjeros
30 que el oro fino español
traducen en ginovés
para pasallo mejor;
    yo les doy que pasen este
que el macho desembolsó,
35 y en su lengua lo traduzgan
con observancia y rigor.
    No rocín de perulero,
digo, de conquistador,
con más oro y menos clavos
40 en aquel tiempo se herró,
    que se herró nuestro Esculapio,
bien bañado, y de ramplón,
porque tiene malos cascos,
y así lo afianzaron hoy.
45     Filósofo en el desprecio,
aun más que en la profesión,
debajo de los pies tiene
el tesoro que se halló;
    tanta riqueza aborrece,
50 hecho un Midas, y aun peor,
que el otro pidió si tuvo,
y él tiene, mas no pidió;
    hecho un sol, y hecho un mayo,
quiere que cada terrón
55 oro engendre, y cada hierba
trascienda, no siendo flor;
    liberal parte con todos
de lo que el macho le dio,
a patadas como mula
60 o con mosca o sin trabón.
    El macho piensa que baila
y, por que no falte son,
ya que ha engomado las cerdas,
su rabelillo tocó;
65     diole viento, y fue organillo
donde con admiración
oyó su trompa el soldado,
y, su zampoña, el pastor:
    que instrumentos manuales
70 como organillo y violón
taña, un macho, con un ojo,
ni se ha visto ni se oyó.
    No solo quiso tañer,
sino meter una voz,
75 y debió entender, su amo,
la letra de la canción,
    pues a un árbol de aquel prado
pidió apriesa un varejón
para llevalle el compás,
80 mas el macho no aguardó:
    hizo fuga a cuatro pies,
y el médico la siguió,
que es bestial músico el hombre,
y fue siempre en proporción.
85     Dejó la capa, corriendo,
sobre cierta provisión
de Mérida, que a un correo
por detrás se le cayó.
    Pasó tras su animalejo,
90 que alzaba el pie en ocasión
para pedille calzado
más que para dalle coz.
    Fatigolo por el campo,
y, después que lo cansó,
95 manso se dejó coger,
muy contento y muy burlón.
    El médico, como tal,
deseaba, y con razón,
su capa, como la suya
100 cualquiera predicador.
    Volvió al lugar donde estaba,
y, sin consideración,
se arrebozó luego en ella,
si no es que se emborrizó;
105     siente un no sé qué, y entiende
que es el zapato, mas no,
que está lejos el zapato,
y es más vecino el olor;
    huele la capa, y sospecha
110 que, entretanto que él corrió,
se ha enterrado en su capilla
algún pobre labrador;
    alarga la mano, y halla
los recaudos del peón:
115 el sello, mas no en papel,
sino en cera, que es peor;
    es amarilla la cera,
y en viéndola confirmó
que hay difunto en la capilla,
120 y, con mucha compasión,
    sin hisopo fue por agua
a Esgueva, y toda la dio
a la sepultura, y dijo
con sentimiento y dolor:
125     «¡Oh vos, cualquiera que entrastes
hoy en mi jurisdición,
donde mi capa, de paño,
si no de tumba, os sirvió!:
    sed príncipe o sed plebeyo,
130 séos decir, al menos, yo
que fuera guante de ámbar,
Lázaro, puesto con vos.
    ¿Fuistes galán del terrero,
desdeñado del amor,
135 que estáis suspirando aquí
el desdén que allá os mató?
    ¿O sois jüez agraviado
en muy baja provisión,
porque oléis a proveído
140 muy mal y muy sin razón?
    ¿O sois privado de quien
no solo aquí os despidió,
mas os echó su mal ojo,
que es basilisco un señor?
145     Sed cualquiera cosa de estas,
que yo hago translación
de vuestros huesos a Esgueva,
aunque todo pulpa sois;
    desenterrador me hago,
150 sobre médico que soy,
que esto es mucho más que ser
médico y enterrador:
    allá vais, coman os peces,
si no hay otro, cual a Arión,
155 delfín de algún espinazo,
que salga en vuestro favor».

153 §

Trepan los gitanos
   y bailan ellas,
otro nudo a la bolsa
   mientras que trepan.
5     Gitanos de corte,
que sobre su rueda
les mostró, Fortuna,
a dar muchas vueltas,
    si en un costal otros
10 han dado cien trepas,
en un zurrón estos
darán cuatrocientas.
    Desvanecen hombres,
mas ¿quién hay que pueda,
15 viendo andar de manos,
no dar de cabeza?
    Y, si unos dan brincos
de rubíes y perlas,
otros, como locos,
20 tiran estas piedras.
Otro nudo a la bolsa
    mientras que trepan.
    Canta en vuestra esquina
una canción tierna
25 el paje con plumas,
pájaro sin ellas,
    blando ruiseñor,
que en noche serena
dulce os adormece
30 y dulce os recuerda.
    Si su amo (en tanto)
por hierros de reja
(que os suspende el quiebro)
la hija os requiebra,
35     deste ruiseñor
os guardad, que os echa,
como alano, al paje
que os asga la oreja.
Otro nudo a la bolsa
40     mientras que trepan.
    A vos canta el paje,
buen viejo, que a ella
letrillas de cambio
le cantan, terceras:
45     que no hay pie de copla
de ningún poeta
como los de un banco,
y más, si no quiebra.
    No os fiéis del quicio,
50 requerid la puerta,
que, dada la unción,
sin habla os espera;
    bajad, si por dicha
no queréis que, mientras
55 forma el paje puntos,
meta, el amo, letra.
Otro nudo a la bolsa
    mientras que trepan.
    En Valladolid
60 no hay gitana bella
que no haga mudanzas
estándose queda:
    el pie sobre corcho
(mirad qué firmeza),
65 mueve con buen aire
mi honra y la vuestra;
    al son de un pandero
que a su gusto suena,
deshace cruzados,
70 que es buena moneda,
    y al conde más rico,
que baila con ella,
conde de gitanos
desnudo lo deja.
75 Otro nudo a la bolsa
    mientras que trepan.
    Miran de la mano
la palma que lleva
dátiles de oro,
80 la que no, no es buena;
    de las vidas hacen
cabes de a paleta,
que pasan las rayas
hasta las muñecas;
85     estrellas os hallan,
que mujeres destas
en medio del día
hacen ver estrellas;
    buscan os el aspa,
90 mas, según dan vueltas,
antes hallarán
las devanaderas.
Otro nudo a la bolsa
    mientras que trepan.
95     Sobre cuatro palmos
de una vara estrecha
hace, el mercader,
cien mil ligerezas;
    vuela por el mundo,
100 la pluma en la oreja,
dando extraños saltos
de una en otra feria
    sin temer caída,
porque sobre seda
105 caídas de gato
nunca dieron pena.
    Fardos a Logroño
se cargan apriesa,
que para trepar
110 se escombra la tienda.
Otro nudo a la bolsa
    mientras que trepan.
    Hay otros gitanos
de mejor conciencia,
115 saludables de uñas
sin ser grandes bestias,
    maestros famosos
de hacer barrenas
que taladran almas
120 por clavar haciendas,
    para cuyo fin
humildes menean
de la pasión santa
la santa herramienta:
125     clavos y tenazas,
y, para ascendencia,
de años a esta parte,
la santa escalera.
Otro nudo a la bolsa
130     mientras que trepan.

1604 §

154

De don Rodrigo Sarmiento, conde de Salinas §

    Del león, que en la Silva apenas cabe55,
o ya por fuerte, o ya por generoso,
que a dos Sarmientos, cada cual glorioso,
obedeció mejor que al bastón grave56,
5     real cachorro, y pámpano süave
es este infante en tierna edad dichoso,
Cupido con dos soles, que, hermoso,
de ángel tiene lo que el otro de ave.
    La alta esperanza en él se vea lograda
10 del claro padre, y de la antigua casa,
que a España le da héroes, si no leyes,
    tal que, do el norte hiela al mar, su espada
temida, y donde el sol la arena abrasa,
triunfador siempre, coma con su reyes.

155

Al puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus §

    Montaña inaccesible, opuesta en vano
al atrevido paso de la gente,
o nubes humedezcan tu alta frente,
o nieblas ciñan tu cabello cano:
5     Caístro el mayoral, en cuya mano
en vez de bastón vemos el tridente,
con su hermosa Silvia, sol luciente
de rayos negros, serafín humano,
    tu cerviz pisa, dura, y la pastora
10 yugo te pone de cristal, calzada
coturnos de oro el pie, armiños vestida.
    Huirá la nieve de la nieve ahora,
o ya de los dos soles desatada,
o ya de los dos blancos pies vencida.

156 57 §

    De puños de hierro ayer
en este mismo lugar,
fui gran hombre en el sacar
y hoy lo soy en el volver.
5 Los dineros van a ser
restitüidos por vos,
y el «por la gracia de Dios
don Filipe», al de Guzmán,
que porque faltas harán
10 los quiero dejar a dos.

157

Fábula de los amores y muertes de Píramo y Tisbe, que no acabó §

    De Tisbe y Píramo quiero,
si quisiere mi guitarra,
cantaros la historia, ejemplo
de firmeza y de desgracia.
5     No sé quién fueron sus padres,
mas bien sé cuál fue su patria;
todos sabéis lo que yo,
y para introdución basta.
    Era Tisbe una pintura
10 hecha en lámina de plata,
un brinco de oro y cristal,
de un rubí y dos esmeraldas;
    su cabello eran sortijas,
memorias de oro y del alma;
15 su frente, el color bruñido
que da el sol hiriendo al nácar;
    la alegría eran, sus ojos,
si no eran la esperanza
que viste la primavera
20 el día de mayor gala;
    sus labios, la grana fina,
sus dientes, las perlas blancas,
por que como el oro en paño
guarden las perlas en grana;
25     desde la barba al pie, Venus,
su hijuelo y las tres Gracias
deshojando están jazmines
sobre rosas encarnadas.
    Su edad (ya habéis visto el diente),
30 entre mozuela y rapaza:
pocos años en chapines,
con reverendas de dama.
    Señor padre era un buen viejo,
señora madre, una paila;
35 dulce pero simple gente,
conserva de calabaza.
    Regalaban a Tisbica
tanto, que si la mochacha
pedía leche de cisnes,
40 le traían ellos natas.
    Mas ¿qué mucho, si es la niña,
como quien no dice nada,
niña de sus cuatro ojos,
los ojos de sus dos almas?
45     Los brazos del uno fueron,
y del otro eran, las faldas,
los primeros años, cuna,
los siguientes, almohada...58

1605 §

158

Al conde de Salinas, de unas fiestas en que toreó Simón, un enano §

    Pensé, señor, que un rejón
era romperlo en un toro,
quebrar la lanza en un moro,
o un venablo en un león;
5 pero después que Simón
hace esta caballería,
sepa vuestra señoría
que ya se desembaraza
por baja, el toro, en la plaza,
10 como en la carnicería.
    Viendo, pues, que el que se humilla
libra mejor en el coso,
en fiestas que al poderoso
lo derriban de la silla,
15 yo apostaré que en Castilla
se humillan los más lozanos,
y que exponen mis hermanos
los más doctos sacristanes
sobre el Dimisit inanes
20 que perdonó los enanos.

159

De unas fiestas de Valladolid en que no se hallaron los reyes §

    ¿Qué cantaremos ahora,
señora doña Talía,
con que todo el mundo ría
cuando todo el mundo llora?
5 Inspirádmelo, señora,
y sea novedad que importe;
porque el gusto de la corte
pide nuevas a un poeta,
muchas más que a una estafeta,
10 con mucho menos de porte.
    No hagamos el instrumento
púlpito de pesadumbres,
que esto de enmendar costumbres
es peligroso y violento.
15 Nuevo dulce pensamiento
rasque cuerdas al laúd:
sea fiscal, la virtud,
de los vicios, que yo en suma
soy fiador de mi pluma
20 y alcaide de mi salud.
    Cada décima sea un pliego
de casos nuevos, que es bien,
cuando más casos se ven,
hurtalle el estilo a un ciego.
25 De los toros y del juego
generoso primer caso,
salga el aviso a buen paso:
que hoy, musa, con pie ligero
del monte Pichardo os quiero,
30 y no del monte Parnaso59.
    Juegan cañas, corren toros,
cortesanos caballeros,
por lo gallardo Rugeros,
y por lo lindo Medoros;
35 con vistosos trajes moros,
quién suspende, quién engaña
al gran teatro de España;
quién es todo admiración,
valiente con el rejón
40 como galán con la caña.
    Deseáronse este día
con las reales personas
los rayos de sus coronas,
glorïosa infantería;
45 y las, que el cielo nos fía,
luces divinas, aquellas
que (si piedras son estrellas),
estrelladas de diamantes,
a unos fueron Bradamantes,
50 a otros, Angélicas bellas.

160 §

    A un tiempo dejaba el sol
los colchones de las ondas,
y el orinal de mi alma,
la vasera de su choza:
5     él, porque tres veces quiere
en las tres lucientes bolas
de la torre de Marruecos
ver su caraza redonda;
    y ella, por que sus corderos,
10 en tanto que el alba llora,
se longanicen las tripas
de esmeraldas y de aljófar,
    a cuenta de los poetas
que baratan estas joyas
15 entre los que en avellanas
las pagan a «qué quies, boca».
    De luz, pues, y de ganado
se cubre la vega toda,
y el aire, de la armonía
20 que despide una zampoña
    profundamente tañida
de un cuitado que la sopla,
quizá tan profundamente,
que no hay Judas que la oya.
25     Guarda el pobre unas ovejas,
si el que se las deja solas
las guarda, y a sus rediles
no las vuelve, o vuelve pocas:
    culpa de un dios que, aunque ciego,
30 clava una saeta en otra,
y calienta, aunque desnudo,
el muro helado de Troya.
    De su carcaj le despide,
el rapaz, una garrocha,
35 cuya luciente cuchilla
en mortales zumos moja.
    Causa fue, pues, de este efecto
y de esta dulce congoja,
del sacro Betis la ninfa
40 que vio España más hermosa,
    tan celada de su padre,
que el lado aun no le perdona,
y si hay sombras de cristal,
la ninfa se ha vuelto sombra.
45     Viola en las selvas un día
en una virginal tropa
de secuaces de Dïana
saeteando una corza.
    Nunca la viera el cuitado,
50 y no dejara en mal hora
por el campo su hacienda,
por el río, su memoria.
    Desde entonces los carneros
van perdiendo sus esposas,
55 y de lanas de bayeta
les va el lobo haciendo lobas.
    Río abajo, río arriba,
pasos gasta, viento compra,
que se vende por suspiros,
60 y valen misericordia.
    Tantos días, tantas veces
oyó su voz lagrimosa,
el río, desde su urna,
que un día sacó la cholla,
65     y lo halló entre unos carrizos,
ventoseando unas coplas
en favor, a lo que dicen,
de su húmida señora,
    que lo oía entre unos sauces,
70 haciendo desdén, y pompa,
del pastor, y de sus versos,
zahareña, y glorïosa.
    De las plumas de una mimbre
cortó el viejo dos garzotas,
75 y en el envés de la ninfa
me las desnudó de hojas.
    Cansado, pues, el pastor
de invocar piedad tan sorda,
de mi bella pastorcilla
80 el dulce favor implora:
    un rato le ruega humilde
que su lira sonorosa
al aire haga, y al río,
cualque süave lisonja.
85     Condescendió con sus ruegos
Cloris, y luego a la hora,
hierba y flores a porfía
le tejieron una alfombra;
    pulsó las templadas cuerdas,
90 y al punto el cielo se escombra,
el aire se purifica,
la ribera se convoca.
    Las ninfas que de aquel soto
los muchos árboles honran,
95 vistiéndose miembros bellos,
desnudan cortezas toscas.
    A un verde arrayán florido
se calaron dos palomas,
blancas señas de que el aire
100 la madre de Amor corona;
    un dulce lascivo enjambre
de hijuelos de la diosa,
vertiendo nubes de flores,
jazmines llueven, y rosas.
105     Sofrenó el sol sus caballos
para oír a mi pastora,
tanto, que besó algún signo
las caderas luminosas;
    y fue tal la sofrenada,
110 que con las lucientes colas
ensuciaron y aun barrieron
dos tachones de la zona.
    Su verde cabello el Betis
descubrió, y su barba undosa,
115 y el húmido cuerpo luego,
vestido de juncos y ovas.
    La hija aguarda que el padre
todo el campo reconozca,
y a las detenidas aguas
120 fía luego la persona.
    Salió de espumas vestida
y, por lo que es vergonzosa,
calzada una celosía
de caracoles y conchas.
125     ¡Oh, lo que diera el pastor
por ser aquel día babosa
de algún caracol de aquellos!
Mas quédese aquí esta historia.

1606 §

161

Al marqués de Ayamonte partiendo de su casa para Madrid §

    Vencidas de los montes Marïanos
las altas cumbres, con rigor armadas
de calvos riscos, de hayas levantadas,
cunas inaccesibles de milanos,
5     y el río que a piratas africanos
espadañas opone en vez de espadas
(testigos son las torres coronadas
de Lepe, cuando no lo sean los llanos),
    pisado el yugo al Tajo y sus espumas,
10 que salpicando os dorarán la espuela,
el nido venerad humildemente
    del Fénix hoy que reinos son sus plumas.
¿Qué mucho, si el oriente es, cuando vuela,
una ala suya, y otra el occidente?

162

Al marqués de Ayamonte que, pasando por Córdoba, le mostró un retrato de la marquesa §

    Clarísimo marqués, dos veces claro,
por vuestra sangre y vuestro entendimiento,
claro dos veces otras, y otras ciento
por la luz de que no me sois avaro,
5     de los dos soles que el pincel más raro
dio de su luminoso firmamento
a vuestro seno ilustre, atrevimiento
que aun en cenizas no saliera caro:
    ¿qué águila, señor, dichosamente
10 la región penetró de su hermosura
por copiaros los rayos de su frente?
    Cebado vos los ojos de pintura,
en noche camináis, noche luciente,
que mal será con dos soles obscura.

163

A la embarcación en que se entendió pasaran a Nueva España los marqueses de Ayamonte §

    Velero bosque, de árboles poblado
que visten hojas de inquïeto lino;
puente instable y prolija, que vecino
el occidente haces, apartado:
5     mañana ilustrará tu seno alado
soberana beldad, valor divino,
no ya el de la manzana de oro fino
griego premio, hermoso, mas robado:
    consorte es, generosa, del prudente
10 moderador del freno mexicano.
Lisonjeen el mar vientos segundos,
    que en su tiempo (cerrado el templo a Jano,
coronada la paz) verá la gente
multiplicarse imperios, nacer mundos.

164

Al marqués de Ayamonte determinado a no ir a México §

    Volvió al mar Alcïón, volvió a las redes
de cáñamo, excusando las de hierro;
con su barquilla redimió el destierro,
que era desvío y parecía mercedes.
5     Redujo el pie engañado a las paredes
de su alquería, y al fragoso cerro
que ya con el venablo y con el perro
pisa Lesbín, segundo Ganimedes:
    gallardo hijo suyo, que, los remos
10 menospreciando, con su bella hermana,
la montería siguen importuna,
    donde la ninfa es Febo y es Dïana,
que en sus ojos del sol los rayos vemos,
y en su arco los cuernos de la luna.

165

De los marqueses de Ayamonte cuando se entendió pasaran a Nueva España §

    Verde el cabello undoso,
y de la barba al pie escamas vestido,
    aliento sonoroso
daba Tritón a un caracol torcido,
5     y en las alas del viento
voló el son por el húmido elemento.
    Cuantos las aguas moran
antiguos dioses y deidades nuevas,
    por las ondas que doran
10 los rayos de la luz dejan sus cuevas,
    y ocupan los vacíos
que a la playa perdonan los navios.
    «¿Veis —dice el dios marino—
estas que de la barra a las arenas
15     despliegan blanco lino,
solicitan timón, calan entenas?
    Nubes son, y no naves,
carros de un sol en dos ojos süaves.
    »En estos ojos bellos,
20 Febo su luz, Amor su monarquía
    abrevian, y así en ellos
parte a llevar al occidente el día
    con naval pompa extraña
la gloria de los Zúñigas de España.
25     »Si a un sol los caracoles
dejan su casa, dejan su vestido,
    a estos divinos soles
el fondo es bien dejar, más escondido,
    y coronar su popa
30 cuernos del toro que traslada a Europa.
    »Serenísimas plumas
vista del alcïón el austro insano;
    perlas sean las espumas,
y las olas cristal del oceano;
35     no ya cristal de roca,
que en solo el nombre cada bajel toca.
    »Regale sus orejas
en dulce sí, mas bárbaro instrumento,
    de corales y almejas,
40 de las ninfas el coro y su concento;
    no lisonjee aquel sueño
que la falsa armonía al griego leño».

166 §

    Musas, si la pluma mía
es vuestro plectro, dejad
ahora aquella deidad
en su casta montería;
5 y si queréis todavía
el instrumento hacer dardo
contra el corcillo gallardo,
dejad el bosque y venid,
que las calles de Madrid
10 arrabales son del Pardo.
    Venid, musas, que una res
adondequiera se mata,
y el que en Indias menos trata,
ese mayor Corzo es;
15 vuestros numerosos pies
calcen coturnos dorados,
que de las selvas cansados
los cónsules están ya,
y Venus mandado os ha
20 parecer en sus estrados.
    El más rígido Catón
brujulea una chacona,
y Lucrecia bien perdona
al baile, pero no al son.
25 Cosquillas del alma son
y lisonjas del sentido
las dulces burlas que os pido
hoy en la corte de España,
que Veras en la Montaña
30 tienen solar conocido.
    Ya los melindres están
tan fuertes, que Flordelís
se come entero un anís
como si fuera un gañán;
35 Brandimarte, su galán,
lo diga, cuyos aceros,
o los gasta en confiteros,
o a figones se los debe,
porque ya tanto se bebe,
40 que el más armado anda en cueros.
    Si en casa de un bachiller
de tres hojas de Digesto
entra el otro con mal gesto,
y saca buen parecer,
45 válganle a su fea mujer
tantas letras, que es dolor
que él le compre el resplandor,
y salgan de su posada,
ella en vista condenada,
50 y él en costas, que es peor.
    Una casa de brocado
de tres altos tiene Dido,
y en cada cual, bien servido,
un Eneas hospedado;
55 tómales muy bien tomado,
no el puñal, sino el dinero,
que ella ya no toma acero,
y una bolsa es buena daga
cuando a la vela se haga
60 el troyano forastero.
    Una toledana fina
contra un pobre cortesano
desnudó su blanca mano
de la vaina cebellina;
65 dejóselo en una esquina
desnudo como un quejigo;
mas ¿qué mucho, si yo digo,
y con experiencia harta,
que no hay manos que a su marta
70 no deban garras y abrigo?
    Desde el alba a la oración
pasean la forastera,
como si su casa fuera
la ermita de san Antón;
75 y es el mal, que es un figón
el paseado también,
y en la calle no lo ven,
porque anda trasero y bajo,
que ginoveses y el Tajo
80 por cualquier ojo entran bien.
    En el Prado tenía un paje
parada una perdiz bella,
mientras encaraba en ella
Ganimedes su lenguaje;
85 ella batiendo el plumaje
se le levantó al mozuelo,
y en levantándose, al vuelo
la derribó un arcabuz,
que a la arca hacen el buz
90 las pajaritas del cielo.
    Como si fuera empanada,
repulgando está a la niña
con los cogollos de piña
quien la tiene concertada,
95 que no es bien que sepa nada
del desconcierto que ha habido
el que ha de ser su marido
y comblezo de algún conde,
que lo ha hecho proveer donde
100 irá oliendo a proveído.

167

En persona de un caballero ausente, a una dama que amenazaba con su venida al mismo a quien él la había encomendado, sentida de que le hubiese dado aviso de su mala correspondencia §

    Con la estafeta pasada
me dio aviso un gentilhombre
que amenazáis con mi nombre
y que matáis con mi espada;
5 vivís, señora, engañada,
que el amor que os he propuesto
no es hijo de Marte en esto,
antes de él es tan distinto,
que si me habláis en el quinto,
10 no os he de hablar en el sexto.
    Que yo a la verdad resista
cosa me parece fea,
y que noble espada sea
mordaza de un coronista.
15 Si él fue testigo de vista
escríbalo en breve suma,
sépalo el mundo y presuma
que será la espada mía
cuchillo de escribanía
20 para cortarle la pluma.
    Si habéis sido vos malilla
y otro el basto os atraviesa,
y al que os ve el juego y le pesa
lo matáis con mi espadilla,
25 buscad, señora, en Castilla
otro triunfo matador,
que al que viere vuestro amor,
no tan solo no lo mato,
pero le saco barato,
30 mientras más viere, mejor.
    Yo nací, ansí os guarde Dios,
por lo necio y por lo firme,
más para por vos morirme
que para matar por vos.
35 Gasten una flecha o dos
en vengar vuestros antojos
niños con que dais enojos:
niños dije, y con razón,
pues si es niño Amor, lo son
40 las niñas de vuestros ojos.

1607 §

168

De las pinturas y relicarios de una galería del cardenal don Fernando Niño de Guevara §

    Oh tú, cualquiera que entras, peregrino,
si mudo admiras, admirado para
en esta bien por sus cristales clara,
y clara más por su pincel divino,
5     Tebaida celestial, sacro Aventino,
donde hoy te ofrece con grandeza rara,
el cardenal heroico de Guevara,
freno al deseo, término al camino.
    Del yermo ves aquí los ciudadanos,
10 del galeón de Pedro los pilotos,
el arca allí, donde hasta el día postrero
    sus vestidos conservan, aunque rotos,
algunos celestiales cortesanos:
guarnécelos de flores, forastero.

169

Al marqués de Ayamonte §

    Alta esperanza, gloria del estado,
no solo de Ayamonte mas de España,
si quien me da su lira no me engaña,
a más os tiene el cielo destinado.
5     De vuestra fama oirá el clarín dorado,
émulo ya del sol, cuanto el mar baña,
que trompas hasta aquí han sido, de caña,
las que memorias han solicitado.
    Alma al tiempo dará, vida a la historia
10 vuestro nombre inmortal, ¡oh digno esposo
de beldad soberana y peregrina!
    Corónense estos muros ya de gloria,
que serán cuna y nido generoso
de sucesión real, si no divina.

170

Convoca los poetas de Andalucía a que celebren al marqués de Ayamonte §

    Cisnes de Guadïana, a sus riberas
llegué, y a vuestra dulce compañía,
cuya süave métrica armonía
desata montes y reduce fieras,
5     no a escuchar vuestras voces lisonjeras,
sino al segundo ilustrador del día
consagralle la humilde musa mía,
que cantó burlas y eterniza veras;
    al Apolo de España, al de Ayamonte
10 culto honor. Si labraren vuestras plumas
digna corona a su gloriosa frente,
    flores a vuestro estilo dará el monte,
candor a vuestros versos las espumas
de Helicona darán, y de su fuente.

171

A su hijo del marqués de Ayamonte, que excuse la montería §

    Deja el monte, garzón bello, no fíes
tus años de él, y nuestras esperanzas,
que murallas de red, bosques de lanzas
menosprecian los fieros jabalíes.
5     En sangre a Adonis, si no fue en rubíes,
tiñeron mal celosas asechanzas,
y en urna breve funerales danzas
coronaron sus huesos de alhelíes.
    Deja el monte, garzón; poco el luciente
10 venablo en Ida aprovechó al mozuelo
que estrellas pisa ahora en vez de flores.
    Crüel verdugo el espumoso diente,
torpe ministro fue, el ligero vuelo
(no sepas más), de celos y de amores.

172

A la marquesa de Ayamonte, dándole unas piedras bezares que a él le había dado un enfermo60 §

    Corona de Ayamonte, honor del día,
estas piedras que dio un enfermo a un sano
hoy os tiro, mas no escondo la mano,
por que no digan que es cordobesía,
5     que dar piedras a vuestra señoría
tirallas es por medio de ese llano,
pesadas señas de un deseo liviano,
lisonjas duras de la musa mía.
    Término sean, pues, y fundamento
10 de vuestro imperio, y de mi fe constante
tributo humilde, si no ofrecimiento.
    Camino, y sin pasar más adelante,
a vuestra deidad hago el rendimiento
que al montón de Mercurio el caminante.

173

De la marquesa de Ayamonte y su hija, en Lepe §

    A los campos de Lepe, a las arenas
del abreviado mar en una ría,
extranjero pastor llegué sin guía,
con pocas vacas y con muchas penas.
5     Muro real, orlado de cadenas,
a cuyo capitel se debe el día,
ofreció a la turbada vista mía
el templo santo de las dos sirenas:
    casta madre, hija bella, veneradas,
10 con humildad, de prósperos vaqueros,
con devoción, de pobres pescadores;
    si ya a sus aras no les di terneros
dieron mis ojos lágrimas cansadas,
mi fe, suspiros, y mis manos, flores.

174

A doña Brianda de la Cerda61 §

    Al sol peinaba Clori sus cabellos
con peine de marfil, con mano bella;
mas no se parecía el peine en ella
como se obscurecía el sol en ellos.
5     Cogió sus lazos de oro y, al cogellos,
segunda mayor luz descubrió, aquella
delante quien el sol es una estrella,
y esfera, España, de sus rayos bellos,
    divinos ojos, que en su dulce oriente
10 dan luz al mundo, quitan luz al cielo,
y espera idolatrallos occidente.
    Esto Amor solicita con su vuelo,
que en tanto mar será, un arpón luciente,
de la Cerda inmortal mortal anzuelo.

175

De la profesión de una monja que tenía muchos años §

    Esa palma es, niña bella,
para vuestra profesión,
aunque más antiguas son
las de vuestras manos que ella;
5 temo, vespertina estrella,
que esa vuestra edad de hierro
la profesión hará entierro,
antes que la palma lleve
en esa mano de nieve
10 muchos dátiles de perro.
    Borlas lleva diferentes,
burlas digo, y desengaños,
tantas como vuestros años
y menos que vuestros dientes;
15 alcuza de las prudentes
sois, pues dicen más de dos
que, siendo tan muda vos,
queréis profesar en día
que tantas lenguas envía
20 el Espíritu de Dios62.

176

De un retrato de la marquesa de Ayamonte §

    Pintado he visto al Amor
y, aunque lo he visto pintado,
está vivo y aun armado
de dulcísimo rigor;
5 no es ciego, aunque es flechador,
porque sus divinos ojos
ni yerran ni dan enojos,
que en solo un casto querer
se dilata su poder
10 y se abrevian sus despojos.
    No con otro lazo engaña
ni a otras prisiones condena
que a la gloriosa cadena
de los Zúñigas de España;
15 ella, pues, donde el mar baña
las murallas de Ayamonte
(sol de todo su horizonte),
duras redes manda armar
como Tetis en el mar,
20 como Dïana en el monte.
    El arco en su mano bella,
su esposo la dura lanza,
él con el caballo alcanza
al que con las flechas ella:
25 al venado, que de aquella
montaña tantos inviernos
a los robres casi eternos
les juró la antigüedad
con los años de su edad,
30 con las puntas de sus cuernos;
    al jabalí en cuyos cerros
se levanta un escuadrón
de cerdas, si ya no son
caladas picas sin hierros;
35 de armas, voces, y de perros
seguido, mas no alcanzado,
muere al fin atravesado,
y no sé de cuál primero,
o del rejón, que es ligero,
40 o del arpón, que es alado.

177

De doña Brianda de la Cerda §

    Flechando vi, con rigor,
a una ninfa soberana
en el arco de Dïana
las saetas del Amor.
5 El corcillo volador,
con ver su muerte vecina,
aguarda, y la dura encina,
blanco de sus tiros hecha,
en el hierro de su flecha
10 besa su mano divina.
    Ved cuán milagrosa y cuánta
es su fuerza, pues la espera
con voluntad una fiera
y con respeto una planta;
15 dulcísima fuerza y tanta,
que herido della el viento,
silba cada vez contento,
deseando que a porfía
cien veces lo fleche al día,
20 por tener heridas ciento.
    Esto que alcanza y sujeta
sin que alas valgan, ni pies,
no es fuerza de Amor, ni es
celeridad de saeta,
25 sino la virtud secreta
de la mano y del cabello,
que da al arco marfil bello,
y a la cuerda, oro subtil,
conocido del marfil
30 desde que ondeó en su cuello.
    Deste, pues, arco que adoro,
cuando tejieron la cuerda,
su apellido dio la cerda
y sus cabellos el oro;
35 corvo honor del casto coro,
y emulación, si no celo,
del que con torcido vuelo
da al aire colores vanos,
que por serlo de sus manos
40 dará el ser arco del cielo.

178

De la marquesa de Ayamonte y su hija §

    Donde esclarecidamente
guarnecen antiguas torres
el cristal del oceano
en que se mira Ayamonte,
5     dos términos de beldad
se levantan junto a donde
los quiso poner Alcides,
con dos columnas, al orbe.
    El uno es la blanca Nais,
10 el otro, la rubia Cloris,
cuyas frentes de jazmines
son auroras de sus soles.
    Deidades ambas divinas,
veneradas en los bosques,
15 en tantos templos de Amor
cuantos son los cazadores,
    aras son devotas suyas
cuantos en barquillos pobres
o las redes o los remos
20 en el océano esconden:
    cuanto el campo, a los monteros,
y el mar da a los pescadores
sacrificio es de su fe
y fe de sus corazones.
25     Arde el monte, arde la playa,
y en los árboles del monte
arde algún silvestre dios
en algún antiguo robre.
    ¿Qué mucho, si entre las ondas
30 que en los escollos se rompen
ofrece el mar las cenizas
de algunos marinos dioses?
    Ellas, en vano seguidas
de suspiros y de voces,
35 el ciervo hacen, ligero,
aljaba de sus arpones;
    en cuyo alcance prolijo
deben a sus pies veloces
(a pesar de los coturnos),
40 las selvas, diversas flores.
    Si al campo el cristal calzado
viste de varios colores,
el nácar desnudo al mar
perlas da que lo coronen,
45     cuando requieren las nasas,
o cuando los velos cogen,
ilustrando con dos lunas
las tinieblas de la noche,
    a cuyos rayos lucientes
50 vieras las ondas entonces
negar las blancas espumas
a sus resacas y golpes,
    por no dejadas vencidas
en aquella playa noble,
55 a manos de la blancura
que hoy la nieve reconoce.

1608 §

179

A don Sancho Dávila, obispo de Jaén63 §

    Sacro pastor de pueblos, que, en florida
edad pastor, gobiernas tu ganado
más con el silbo que con el cayado
y más que con el silbo con la vida:
5     canten otros tu casa esclarecida,
mas tu palacio, con razón sagrado,
cante Apolo de rayos coronado,
no humilde musa de laurel ceñida.
    Tienda es, gloriosa, donde en lechos de oro
10 victorïosos duermen los soldados
que ya despertarán a triunfo y palmas;
    milagroso sepulcro, mudo coro
de muertos vivos, de ángeles callados,
cielo de cuerpos, vestüario de almas.

180 §

    Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
la sangre de su pecho vierte en vano,
vende Lice a un decrépito indïano
por cien escudos la mitad del lecho.
5     ¿Quién, pues, se maravilla de este hecho,
sabiendo que halla ya paso más llano,
la bolsa abierta, el rico pelicano,
que el pelícano pobre, abierto el pecho?
    Interés, ojos de oro como gato,
10 y gato de doblones, no Amor ciego,
que leña y plumas gasta, cien arpones
    le flechó, de la aljaba de un talego.
¿Qué Tremecén no desmantela un trato,
arrimándole al trato cien cañones?

181

A un fraile Francisco, en agradecimiento de una caja de jalea §

    Gracias os quiero dar sin cumplimiento,
dulce fray Diego, por la dulce caja;
tal sea el ataúd de mi mortaja,
y de mis guerras tal el instrumento.
5     Consagrad, musas, hoy vuestro talento
a la monja que almíbar tal le baja,
pues quien acabar suele en una paja
sella ahora el estómago contento.
    Cualquier regalo de durazno o pera
10 acoto suyo, si podrá un amigo
escotar un discípulo de Escoto.
    Confieso que de sangre entendí que era
cámara aquella, y si lo fue, yo digo
que servidor seáis, y no devoto.

182

De la jornada de Larache §

    —¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras?
—Señora tía, de Cagalarache.
—Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache?
—Treinta soldados en tres mil galeras.
5     —¿Tanta gente? —Tomámoslo de veras.
—¿Desembarcastes, Juan? —Tarde pïache,
que al dar un Santïago de azabache,
dio la playa más moros que veneras.
    —¿Luego es de moros? —Sí, señora tía:
10 mucha algazara, pero poca ropa.
—¿Hicieron os los perros algún daño?
    —No, que en ladrando con su artillería,
a todos nos dio cámaras de popa.
—Salud serían para todo el año.

183 §

    De la florida falda
que hoy de perlas bordó la Alba luciente,
    tejidos en guirnalda
traslado estos jazmines a tu frente,
5     que piden, con ser flores,
blanco a tus sienes, y a tu boca, olores.
    Guarda destos jazmines
de abejas era un escuadrón volante,
    ronco sí de clarines,
10 mas de puntas armado, de diamante;
    púselas en hüida,
y cada flor me cuesta una herida.
    Más, Clori, que he tejido
jazmines al cabello desatado,
15     y más besos te pido
que abejas tuvo el escuadrón armado;
    lisonjas son iguales
servir yo en flores, pagar tú en panales.

184

Fragmento de una canción64 §

    Del mar (y no de Huelva)
los escollos el sol (los muros) raya.
Gimiendo el alcïón, era en la playa
    ruiseñor en la selva,
5     cuando pescador pobre
mucha despide red, de poco robre.

185

A dos devotos de monjas que acudían en un mismo tiempo a muchos conventos §

    En trescientas santas Claras
estáis, señores, penados;
o sois espejos quebrados,
o tenéis trescientas caras;
5 reglas son de Amor muy raras,
que nunca dejó en su arte
el maestro Durandarte;
mas podéis decir los dos
que tenéis mucho de Dios,
10 pues estáis en toda parte.

186

A un hombre que temía tanto los truenos, que se sospechó de él lo que refiere esta décima §

    Truena el cielo, y al momento
la dueña enciende, devota,
cera, que la menor gota
es puntal de su aposento;
5 vos, Luis, para el mismo intento
traéis en las calzas cera,
pero no en la faldriquera,
porque gustáis ser tenido
más por hombre proveído
10 que por persona sincera.

187

A una monja, enviándole un menudo y un cuarto de ternera §

    Con mucha llaneza trata
quien, debiéndolo en escudos,
viene a pagar en menudos
a quien lo regala en plata;
5 de las terneras que mata
don Alonso de Guzmán,
hoy presentado me han
ese cuarto de ternera:
tomadlo, que yo quisiera
10 que fuera de tafetán.

188

A una monja que le había enviado una pieza de holanda §

    El lienzo que me habéis dado
por dos cosas me importuna,
por lo Delgado la una,
otra por lo presentado65;
5 holanda, niña, que ha andado
entre redes, no querría
que fuese caza algún día
desigual para los dos,
de tórtolas para vos,
10 para mí, de montería.

189

A la misma enviándole un menudo §

    Presentado es el menudo
y de que sabrá mejor
que los que el padre prïor
trajo de París no dudo66;
5 no va de flores desnudo,
que censuras y rigores
de vuestros superïores
nunca han permitido que entre
con fruto allá ningún vientre,
10 y así, es bien entre con flores.

190

A Marcos de Torres, que tenía un lavadero de lana donde solían ir a jugar §

    Marco de plata excelente
y torre segura y alta,
pues Monsïur de Peralta
ha llegado alegremente67,
5 baje el espíritu ardiente
hablando en lenguas de fuego,
que seremos allá luego
con naipes, dinero y gana,
y quizá iremos por lana
10 y nos trasquilará el juego.

191

A Marcos de Torres, detiniéndole un paje músico que le había enviado con un recado desde un lavadero de lana adonde estaba §

    Pastor que en la vega llana
del Betis derramas quejas,
ya entre lana sin ovejas
y ya entre ovejas sin lana,
5 yo entretengo hasta mañana
a tu músico zagal,
que a un ídolo de cristal,
que es diamante de desdén,
quiero que le cante bien
10 lo que yo le lloro mal.

192 §

Las flores del romero,
    niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
5     Celosa estás, la niña,
celosa estás de aquel,
dichoso, pues lo buscas,
ciego, pues no te ve,
    ingrato, pues te enoja,
10 y confïado, pues
no se disculpa hoy
de lo que hizo ayer.
    Enjuguen esperanzas
lo que lloras por él,
15 que celos entre aquellos
que se han querido bien
hoy son flores azules,
mañana serán miel.
    Aurora de ti misma,
20 que, cuando a amanecer
a tu placer empiezas,
te eclipsan tu placer:
    serénense tus ojos
y más perlas no des,
25 porque al sol le está mal
lo que a la aurora, bien;
    desata como nieblas
todo lo que no ves,
que sospechas de amantes,
30 y querellas después,
hoy son flores azules,
mañana serán miel.

193

De una quinta que hizo el mismo obispo [de Pamplona, don Antonio Venegas], en Burlada, lugar de su dignidad §

    Este, a Pomona cuando ya no sea,
edificio al silencio dedicado
(que si el cristal lo rompe, desatado,
süave el ruiseñor lo lisonjea),
5     dulce es refugio donde se pasea
la quïetud, y donde otro cuidado
despedido, si no digo burlado,
de los términos huye, desta aldea.
    Aquí la primavera ofrece flores
10 al gran pastor de pueblos, que enriquece
de luz a España, y gloria a los Venegas.
    Oh peregrino, tú, cualquier que llegas,
paga en admiración las, que te ofrece
el huerto, frutas, y el jardín, olores.

194

Al conde de Lemus, yéndolo a visitar a Monforte §

    Llegué a este Monte fuerte, coronado
de torres convecinas a los cielos,
cuna siempre real de tus abuelos,
del reino escudo, y silla de tu estado.
5     El templo vi, a Minerva dedicado68,
de cuyos geométricos modelos
si todo lo moderno tiene celos,
tuviera invidia todo lo pasado;
    sacra erección de príncipe glorioso,
10 que ya de mejor púrpura vestido,
rayos ciñe, de luz, estrellas pisa.
    ¡Oh cuánto deste Monte imperïoso
descubro! Un mundo veo; poco ha sido,
que seis orbes se ven en tu divisa.

195

Al duque de Feria, de la señora doña Catalina de Acuña §

    Oh marinero, tú que, cortesano,
al palacio le fías tus entenas,
al palacio real, que de sirenas
es un segundo mar napolitano,
5     los remos deja, y una y otra mano
de las orejas las desvía apenas,
que escollo es, cuando no Sirte de arenas,
la dulce voz de un serafín humano.
    Cual su acento, tu muerte será clara
10 si espira suavidad, si gloria espira
su armonía mortal, su beldad rara.
    Huye de la que, armada de una lira,
si rocas mueve, si bajeles para,
cantando mata al que matando mira.

196 §

    En el cristal de tu divina mano
de Amor bebí el dulcísimo veneno,
néctar ardiente que me abrasa el seno,
y templar con la ausencia pensé en vano;
5     tal, Claudia bella, del rapaz tirano
es arpón de oro tu mirar sereno,
que cuanto más ausente de él, más peno,
de sus golpes el pecho menos sano.
    Tus cadenas al pie, lloro al rüido
10 de un eslabón y otro mi destierro,
más desvïado, pero más perdido.
    ¿Cuándo será aquel día que por yerro,
oh serafín, desates, bien nacido,
con manos de cristal nudos de hierro?

197 §

    Los blancos lilios que de ciento en ciento,
hijos del Sol, nos da la primavera,
a quien del Tajo son en la ribera
oro su cuna, perlas su alimento;
5     las frescas rosas, que ambicioso el viento
con pluma solicita lisonjera,
como quien de una y otra hoja espera
purpúreas alas, si lascivo aliento,
    a vuestro hermoso pie cada cual debe
10 su beldad toda; ¿qué hará la mano,
si tanto puede el pie, que ostenta flores,
    por que vuestro esplendor venza la nieve,
venza su rosicler, y por que en vano,
hablando vos, espiren sus olores?

198

A la puente segoviana, que está sobre el río Manzanares en Madrid §

    Señora doña puente Segoviana,
cuyos ojos están llorando arena,
si es por el río, muy enhorabuena,
aunque estáis para viuda muy galana.
5     De estangurria murió. No hay castellana
lavandera que no llore de pena,
y fulano Sotillo se condena
de olmos negros a loba luterana.
    Bien es verdad que dicen los doctores
10 que no es muerto, sino que del estío
le causan parasismos los calores;
    que a los primeros del diciembre frío,
de sus mulas harán estos señores
que los orines den salud al río.

199 69 §

    De chinches y de mulas voy comido;
las unas, culpa de una cama vieja,
las otras, de un señor que me las deja
veinte días y más, y se ha partido.
5     De vos, madera anciana, me despido,
miembros de algún navío de vendeja,
patria común de la nación bermeja,
que en un mes, sin deudo, de mi sangre ha sido.
    Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado
10 tal coz el que quizá tendrá mancilla
de ver que me coméis el otro lado.
    Adiós, corte envainada en una villa,
adiós, toril de los que has sido prado,
que en mi rincón me espera una morcilla.

200 70 §

    ¿Son de Tolú, o son de Puerto Rico
ilustre y hermosísima María,
o son de las montañas de Bugía
la fiera mona y el disforme mico?
5     Gracioso está el balcón, yo os certifico;
desnudadlo de hoy más de celosía,
goce Cuenca una y otra monería,
den a unos de cola, a otros de hocico.
    Un papagayo os dejaré, señora
10 (pues ya tan mal se corresponde a ruegos
y a cartas de señoras principales),
    que os repita parlero cada hora
como es ya mejor Cuenca para ciegos,
habiéndose de ver fierezas tales.

201

De un caballero que llamó soneto a un romance §

    Música le pidió ayer su albedrío
a un descendiente de don Peranzules;
templáronle al momento dos baúles
con más cuerdas que jarcias un navío.
5     Cantáronle de cierto amigo mío
un desafío campal de dos Gazules,
que en ser por unos ojos entre azules,
fue peor que gatesco el desafío.
    Romance fue el cantado, y que no pudo
10 dejarlo de entender, si el muy discreto
no era sordo, o el músico era mudo;
    y de que lo entendió yo os lo prometo,
pues envïó a decir con don Bermudo:
«Que vuelvan a cantar aquel soneto».

202 §

    ¡Mal haya el que en señores idolatra
y en Madrid desperdicia sus dineros,
si ha de hacer, al salir, una mohatra!
    Arroyos de mi huerta lisonjeros
5 (¿lisonjeros? Mal dije, que sois claros):
Dios me saque de aquí y me deje veros.
    Si corréis sordos, no quiero hablaros,
mejor es que corráis murmuradores,
que llevo muchas cosas que contaros.
10     Tenedme, aunque es otoño, ruiseñores,
ya que llevar no puedo ruicrïados,
que entre pámpanos son lo que entre flores.
    Si yo tuviera veinte mil ducados,
tiplones convocara de Castilla,
15 de Portugal bajetes mermelados,
    y a fe que a la pajísima capilla,
tïorbas de cristal vuestras corrientes
prestaran dulces en su verde orilla.
    Pájaros suplan, pues, faltas de gentes,
20 que en voces, si no métricas, süaves,
consonancias desaten diferentes,
    si ya no es que de las simples aves
contiene la república volante
poetas, o burlescos sean o graves,
25     y cualque madrigal sea, elegante,
librándome el lenguaje en el concento,
el que algún culto ruiseñor me cante:
    prodigio dulce que corona el viento,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
en unas mismas plumas escondido
30 el músico, la musa, el instrumento.
    Mas ¿dónde ya me había divertido,
risueñas aguas, que de vuestro dueño
os habéis con razón siempre reído?
    Guardad entre esas guijas lo risueño
35 a este dómine bobo, que pensaba
escaparse de tal por lo aguileño,
    celebrando con tinta, y aun con baba,
las fiestas de la corte, poco menos
que hacérselas a Judas con octava.
40     Cantar pensé en sus márgenes amenos
cuantas Dianas Manzanares mira,
a no romadizarme sus Sirenos.
    La lisonja, con todo, y la mentira,
modernas musas del aonio coro,
45 las cuerdas le rozaron a mi lira.
    ¿Valió por dicha al leño mío canoro,
si puede ser canoro leño mío,
clavijas de marfil o trastes de oro?
    Sequedad lo ha tratado como a río;
50 puente de plata fue que hizo alguno
a mi fuga, quizá, de su desvío.
    No más, no, que aun a mí seré importuno,
y no es mi intento a nadie dar enojos,
sino apelar al pájaro de Juno:
55     gastar quiero de hoy más plumas con ojos,
y mirar lo que escribo. El desengaño
preste clavo y pared a mis despojos.
    La adulación se queden, y el engaño,
mintiendo en el teatro, y la esperanza
60 dando su verde un año y otro año,
    que si en el mundo hay bienaventuranza,
a la sombra de aquel árbol me espera,
cuyo verdor no conoció mudanza:
    su flor es pompa de la primavera,
65 su fruto, o sea lo dulce o sea lo acedo,
en oro engasta, que al romperlo es cera.
    Allí el murmurio de las aguas ledo,
ocio sin culpa, sueño sin cuidado
me guardan, si acá en polvos no me quedo
70     molido del dictamen de un letrado
en la tahona de un relator, donde
siempre hallé para mí el rocín cansado.
    Dichoso el que pacífico se esconde
a este civil rüido, y litigante,
75 o se concierta o por poder responde,
    solo por no ser miembro corteggiante
de sierpe prodigiosa, que camina
la cola, como el gámbaro, delante.
    ¡Oh soledad, de la quietud divina
80 dulce prenda, aunque muda, ciudadana
del campo, y de sus Ecos convecina!
    Sabrosas treguas de la vida urbana,
paz del entendimiento, que lambica
tanto en discursos la ambición humana:
85     ¿quién todos sus sentidos no te aplica?
Ponme sobre la mula, y verás cuánto
más que la espuela esta opinión la pica.
    Sea piedras la corona, si oro el manto
del monarca supremo, que el prudente
90 con tanta obligación no aspira a tanto;
    entre pastor de ovejas y de gente
un político medio lo conduce
del pueblo a su heredad, della a su fuente;
    sobre el aljófar que en las hierbas luce,
95 o se reclina, o toma residencia,
a cada vara, de lo que produce;
    tiéndese, y con debida reverencia
responde, alta la gamba, al que le escribe
la expulsión de los moros de Valencia.
100     Tan ceremonïosamente vive,
sin dársele un cuatrín de que en la corte
le den título a aquel, o el otro prive.
    No gasta así papel, no paga porte
de la gaceta que escribió las bodas
105 de doña Calamita con el Norte.
    Del estadista y sus razones todas
se burla, visitando sus frutales,
mientras el ambicioso, sus vaivodas.
    No pisa pretendiente los umbrales
110 del que trae la memoria en la pretina,
pues della penden los memorïales.
    El margen de la fuente cristalina
sobre el verde mantel que da a su mesa,
platos le ofrece de esmeralda fina.
115     Sírvelo el huerto con la pera gruesa,
émula en el sabor, y no comprada
de lo más cordïal de la camuesa.
    A la gula se queden la dorada
rica vajilla, el bacanal estruendo;
120 mas basta, que la mula es ya llegada:
a tus lomos, oh rucia, me encomiendo.

203 §

    ¡Oh montañas de Galicia,
cuya (por decir verdad)
espesura es suciedad,
cuya maleza es malicia!,
5 tal, que ninguno cudicia
besar estrellas, pudiendo,
antes os quedáis haciendo
desiguales horizontes;
al fin, gallegos y montes,
10 nadie dirá que os ofendo.
    Oh Sil, tú, cuyos cristales
desatas ociosamente,
mal coronada tu frente
de castaños y nogales,
15 ¡qué bien de los naturales
vas murmurando, y no paras!
Perdonen tus aguas claras
de Baco el poder injusto,
si ellos te niegan el gusto
20 y ellas te niegan las caras.
    ¡Oh posadas de madera,
arcas de Noé, adonde
si llamo al huésped, responde
un buey y sale una fiera!
25 Entrome (que non debiera)
el cansancio, y al momento
lágrimas de ciento en ciento
a derramallas me obliga,
no sé cuál primero diga,
30 humo o arrepentimiento.
    ¡Oh labrante mujeriego
de tierras, de holandas non,
cuyas aguijadas son
flechas del amor gallego!
35 Vuestra castidad no os niego,
antes digo será eterna,
pues descalza la más tierna,
lleva, la que menos ara,
pierna que guarda su cara,
40 cara que guarda su pierna.
    ¡Oh Narcisos de sayal,
antípodas de la gala,
cuyo pie entra en cualquier sala
sin guante de Fregenal!
45 Puedo decir, y no mal,
de Galicia y sus confines,
sin disculpar escarpines
de los cheiros de la algalia,
que a Génova y aun a Italia
50 se la gana en Juanetines.

204

A nuestra señora de Villaviciosa, por la salud de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba §

Serrana que en el alcor
de un pastor fuistes servida,
    conservad la vida
    de nuestro pastor.
5 ¿Quién, Señora, su favor
a píos afectos niega?
¡Ay, que os lo pide, mas ay, que os lo ruega
    el balido
de un ganado agradecido!
10     Albergue vuestro el vacío
de un alcornoque fue, rudo,
tanto de un pastor ya pudo
el devoto afecto pío;
por él y por su cabrío
15 renunciastes el poblado;
sin duda que es un cayado
el arco de vuestro amor.
Serrana que en el alcor
de un pastor fuistes servida,
20     conservad la vida
    de nuestro pastor.
    Si lo pastoral ya tanto,
serrana, os llevó gallarda,
guardad hoy al que nos guarda
25 generoso pastor santo;
tiempo le conceded cuanto
le desean sus rebaños,
que a fe que venza los años
del robre más vividor.
30 Serrana que en el alcor
de un pastor fuistes servida,
    conservad la vida
    de nuestro pastor.

205

En la misma ocasión §

Virgen: a quien hoy fïel
tantas arras sabe dar
    a su esposa,
sed propicia, sed piadosa,
5 pues sois Estrella del Mar,
y es un Mar de dones él71.
    Al padre de una piedad
tan generosa y tan rara,
que a pesar de la tïara
10 le deben la santidad,
si virtud vale, su edad
prolija sea y dichosa;
sed propicia, sed piadosa,
pues sois Estrella del Mar,
15 y es un Mar de dones él.
    Inmortal casi prescriba
los términos de la muerte,
que quien vive desta suerte,
desta suerte es bien que viva;
20 no cual otras fugitiva
su memoria sea, gloriosa;
sed propicia, sed piadosa,
pues sois Estrella del Mar,
y es un Mar de dones él.

206

En la fiesta del Santísimo Sacramento §

Juana

Mañana sa Corpus Christa,
    mana Crara;
alcoholemo la cara
e lavémono la vista.

Clara

5 ¡Ay, Jesú, como sa mu trista!

Juana

¿Qué tene?, ¿pringa señora?

Clara

Samo negra pecandora,
e branca la Sacramenta.

Juana

La alma sa como la denta,
10     Crara mana.
Pongamo fustana,
e bailemo alegra,
que aunque samo negra,
sa hermosa tú.
15 Zambambú, morenica de Congo,
    zambambú.
Zambambú, que galana me pongo,
    zambambú.
    Vamo a la sagraria, prima,
20 veremo la procesiona,
que aunque negra, sa presona
que la perrera me estima.
A ese mármolo te arrima.

Clara

Más tinta sudamo, Juana,
25 que dos pruma de escribana.
¿Quién sa aquel?

Juana

La perdiguera.

Clara

¿Y esotra chupamadera?

Juana

La señora chirimista.

Clara

¡Ay, Jesú, como sa mu trista!

Juana

30     Mira la cabilda, cuánta
va en rengre nobre señora,
cuya virtud me namora,
cuya majestá me panta.

Clara

¿Si viene la obispa santa?
35 ¡Chillémola!

Juana

¡Ay, qué cravela!
Pégate, Crara, cüela,
la mano le besará,
que mano que tanto da,
en Congo aun sará bienquista.

Clara

40 ¡Ay, Jesú, como sa mu trista!

207

A LO MISMO §

Gil

    ¿A qué nos convidas, Bras?

Bras

A un Cordero que costó
treinta dineros no más,
y luego se arrepintió
5     quien lo vendió.

Gil

¿Bastará a tantos?

Bras

Sí, Gil,
    y es de modo
que lo comerá uno todo,
y no lo acabarán mil.

Gil

10 Toca, toca el tamboril,
    suene el cascabel,
y vamos a comer de él.

Bras

    De rodillas inclinado,
no con báculo, no en pie,
15 llega al Cordero, que fue
por el otro figurado:
cómelo, Gil, que mechado
de tres clavos lo hallarás.

Gil

¿A qué nos convidas, Bras?

Bras

20 A un Cordero que costó
treinta dineros no más,
y luego se arrepintió
    quien lo vendió.

Bras

    De hierro instrumento no,
25 de palo sí, lo asó ya;
tan mal con el yerro está
quien dellos nos redimió.
Amor dio el fuego, y juntó
leños que el fénix jamás.

Gil

30 ¿A qué nos convidas, Bras?

Bras

A un Cordero que costó
treinta dineros no más,
y luego se arrepintió
    quien lo vendió.

208

A LO MISMO §

El pan que veis, soberano,
    un solo es grano,
en tierra virgen nacido,
    que molido
5 sin fracción en el madero,
    se da entero
adonde más dividido.
    Cuanto el altar hoy ofrece,
desde el uno al otro polo,
10 pan divino, un grano es solo
lleguen tres, o lleguen trece;
invisiblemente crece
su unidad, y de igual modo
se queda en sí mismo todo
15 que se da todo al cristiano.
El pan que veis, soberano,
    un solo es grano,
en tierra virgen nacido,
    que molido
20 sin fracción en el madero,
    se da entero
adonde más dividido.
    Este grano eterno, pues,
inmensamente pequeño,
25 del vital glorioso leño
cayó en la piedra después;
la piedra que días tres
en sus senos lo abscondió,
y nos lo restituyó
30 aún más entero y más sano.
El pan que veis, soberano,
    un solo es grano.
en tierra virgen nacido,
    que molido
35 sin fracción en el madero,
    se da entero
adonde más dividido.

209

A LO MISMO §

A la dina dana dina, la dina dana,
    vuelta zoberana.
A la dana dina dana, la dana dina,
    mudanza divina.
5     Maldonado, Maldonado,
el de la perzona zuelta,
    dina dana,
volteador afamado,
dale a tu alma una vuelta,
10     dana dina,
que zi contrita y abzuelta
llega a comer ezte pan,
no la taza le darán,
zino el cáliz que hoy ze gana.
15 A la dina dana dina, la dina dana,
    vuelta zoberana.
    Querida, la mi querida,
bailemoz, y con primor,
    dana dina.
20 Mudanza hagamoz de vida,
que ez la mudanza mejor,
    dina dana.
Entre en mi alma el Zeñor,
no como en Jerusalén,
25 que, aunque cuatrero de bien,
no azeguro la pollina.
A la dana dina dana, la dana dina,
    mudanza divina.

210

A lo mismo §

1.

    ¿Qué comes, hombre?

2.

¿Qué como?
Pan de ángeles.

1.

¿De quién?

2.

De ángeles.

1.

¿Sabe bien?

2.

    ¡Y cómo!
5     Fuerza da tanta, y valor,
este Pan, que en virtud de él,
huyendo de Jezabel,
llegó al monte del Señor
profeta en cuyo favor
10 fuego llovió el cielo airado,
y escuadrón de acero armado
resistencia hizo, de plomo.

1.

¿Qué comes, hombre?

2.

¿Qué como?
Pan de ángeles.

1.

¿De quién?

2.

15 De ángeles.

1.

¿Sabe bien?

2.

    ¡Y cómo!
    Deste, pues, divino Pan
cualquier bocado süave
encender los pechos sabe
20 que más helados están;
no ya cual la de Ceilán,
que hoy los manjares altera,
fragrante, sí, mas grosera,
corteza de cinamomo.

1.

25 ¿Qué comes, hombre?

2.

¿Qué como?
Pan de ángeles.

1.

¿De quién?

2.

De ángeles.

1.

¿Sabe bien?

2.

    ¡Y cómo!

211

A lo mismo §

    Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no solo tu pastor soy,
sino tu pasto también.
5     Por descubrirte mejor,
cuando balabas perdida,
dejé en un árbol la vida,
donde me subió tu amor;
si prenda quieres, mayor,
10 mis obras hoy te la den.
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no solo tu pastor soy,
sino tu pasto también.
15     Pasto, al fin, hoy tuyo hecho,
¿cuál dará mayor asombro,
o el traerte yo en el hombro
o el traerme tú en el pecho?
Prendas son de amor estrecho,
20 que aun los más ciegos las ven.
Oveja perdida, ven
sobre mis hombros, que hoy
no solo tu pastor soy,
sino tu pasto también.

212

A lo mismo §

1.

    Alma niña, ¿quieres, di,
parte de aquel, y no poca,
blanco mana que está allí?

2.

     Sí, sí, sí.

1.

5 Cierra los ojos, y abre la boca.

2.

    Ay, Dios, ¿qué comí,
    que me sabe así?

1.

    Alma a quien han reducido
contrición y penitencia
10 al estado de inocencia,
si golosa te ha traído
el mana que está incluido
en aquel cristal de roca,
cierra los ojos, y abre la boca.

2.

15     Ay, Dios, ¿qué comí,
    que me sabe así?

1.

    Niega, alma, en esta ocasión
a la vista, que la fe,
cerrados los ojos, ve
20 más que, abiertos, la razón;
argumento, y presunción,
vano es aquí, y ella, loca.
Cierra los ojos, y abre la boca.

2.

    Ay, Dios, ¿qué comí,
25     que me sabe así?

213 §

    No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata
    que tocan a la alba,
5 sino trompeticas de oro,
    que hacen la salva
    a los soles que adoro.
    No todas las voces ledas
son de sirenas con plumas
10 cuyas húmidas espumas
son las verdes alamedas.
Si suspendido te quedas
a los süaves clamores,
no son todos ruiseñores
15 los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata
    que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
    que hacen la salva
20     a los soles que adoro.
    Lo artificioso que admira
y lo dulce que consuela
no es de aquel violín que vuela
ni de esotra inquieta lira;
25 otro instrumento es quien tira
de los sentidos mejores.
No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata
30     que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
    que hacen la salva
    a los soles que adoro.
    Las campanitas lucientes
35 y los dorados clarines,
entre olorosos jazmines,
con sus canoros torrentes,
no solo recuerdan gentes,
sino convocan amores.
40 No son todos ruiseñores
los que cantan entre las flores,
sino campanitas de plata
    que tocan a la alba,
sino trompeticas de oro,
45     que hacen la salva
    a los soles que adoro.

214 §

    Los montes que el pie se lavan
en los cristales del Tejo,
cuando las frentes se miran
en los safiros del cielo,
5     tiranizados tenía
un cerdoso animal fiero,
terror del campo, y rüina
de venablos y de perros.
    Buscándolo, errante, un día
10 se perdió un galán montero,
segunda invidia de Marte,
primer Adonis de Venus.
    Escalando la montaña
y penetrando sus senos,
15 lo dejó la blanca luna
y lo halló el luciente Febo.
    ¡Oh, perdido primero
    tras un jabalí fiero!,
    no te pierdas ahora
20 tras esa que te huye cazadora.
    La luz le ofreció una ninfa,
que en duda pone a los cerros
a cuál se deban sus rayos,
al sol o a sus ojos bellos;
25     de tres arcos viene armada,
el uno contra los ciervos,
contra los hombres los dos,
blanco el uno, los dos, negros.
    De un cordón atraïllado,
30 un diligente sabueso
el viento solicitaba
y desafïaba al viento.
    Apenas vio al joven, cuando
las cumbres vence huyendo;
35 él la sigue, ambos calzados,
ella, plumas, y él, deseos.
    ¡Oh, perdido primero
    tras un jabalí fiero!,
    no te pierdas ahora
40 tras esa que te huye cazadora.
    Flores le valió la fuga
al fragoso, verde suelo,
varias de color, y todas,
hijas de su pie ligero.
45     A las malezas perdona
mal su fugitivo vuelo;
ellas sí, al coturno de oro,
engastes del cristal tierno.
    «¡Oh cobarde hermosura!
50 —dice, el garzón, sin aliento—,
no huyas de un hombre más
que sabes huir del tiempo».
    Volviendo los ojos ella
por flecharle más el pecho,
55 de que la alcance aun su voz,
acusa al aire, con ceño.
    ¡Oh, perdido primero
    tras un jabalí fiero!,
    no te pierdas ahora
60 tras esa que te huye cazadora.

215

Del palacio de la Primavera §

    Esperando están la rosa
cuantas contiene un vergel
flores, hijas de la aurora,
bellas cuanto pueden ser.
5     Ella, aunque con majestad,
no debajo de dosel
sino sobre alfombras verdes,
purpúrea se dejó ver.
    Como a reina de las flores,
10 guarda la ciñe fïel,
si son archas las espinas
que en torno della se ven.
    Al aparecer le hicieron
una inclinación cortés,
15 y con muy buen aire todas,
que mal pudieran sin él;
    no le hicieron reverencia,
aunque todas tienen pies,
porque su inmovilidad
20 su mayor disculpa fue.
    El vulgo de esotras hierbas,
sirviéndoles esta vez
de verdes lenguas sus hojas,
la saludaron también.
25     Quién pretende la privanza
de tan gran señora, y quién,
admirando su beldad,
no osa descubrir su fe;
    que el Cupido de las flores
30 es la abeja, y si lo es,
sus flechas abrevia todas
en el aguijón crüel;
    ella, pues, las solicita,
y las despoja después,
35 por señas, que sus despojos
son dulces como la miel.
    Las colores de la reina
vistió galán el clavel,
príncipe que es, de la sangre,
40 y aun aspirante a ser rey.
    En viéndola, dijo: «¡ay!»
el jacinto, y al papel
lo encomendó, de sus hojas,
por que se pueda leer.
45     Ambar espira el vestido
del blanco jazmín, de aquel
cuya castidad lasciva
Venus hipócrita es.
    La fuente deja, el narciso,
50 que no es poco para él,
y ya no se mira a sí,
admirando lo que ve.
    Oh, qué celoso está el lilio,
un mal cortesano que
55 calza siempre borceguí:
debe de ser portugués.
    Mosquetas y clavellinas
sus damas son. ¿Qué más quies,
oh tú, que pides lugar,
60 que bel mirar y oler bien?
    Las azucenas la sirven
de dueñas de honor, y a fe
que sus diez varas de holanda
les invidian más de diez.
65     Meninas son, las violetas,
y muy bien lo pueden ser
las primicias de las flores,
que antes huelen que se ven.
    De este real paraíso
70 verde jaula es, un laurel,
de tres dulces ruiseñores
que cantan a dos y a tres.
    Guardadamas es un triste,
fruncidísimo ciprés,
75 efecto, al fin, de su fruta
para lo que yo me sé.
    Bufones son, los estanques,
y en qué lo son lo diré:
en lo frío, lo primero
80 que se me ha de conceder;
    en el murmurar contino,
y en el reírse también,
aunque hacen poco ruido,
con ser hombres de placer;
85     en el pedir, y no agua,
que no es de agua su interés,
ni piden lo que no beben,
por siempre jamás, amén.
    Este de la primavera
90 el verde palacio es,
que cada año se erige
para poco más de un mes:
    las flores a las personas
ciertos ejemplos les den,
95 que puede ser yermo hoy
el que fue jardín ayer.

216 §

    En el baile del ejido
(nunca Menga fuera al baile)
perdió sus corales Menga
el disanto por la tarde.
5     Dicen que se los dio en ferias,
tres o cuatro días antes,
el Píramo de su aldea,
el sobrino del alcalde.
    Los corales no tenían
10 los extremos que ella hace,
y por que de cristal fuesen
llora Minguilla cristales.
    ¿Quién oyó, zagales,
    desperdicios tales,
15     que derrame perlas
    quien busca corales?
    Veinte los buscan perdidos,
y no es mucho, en casos tales,
que un perdido haga veinte,
20 pues un loco ciento hace;
    en el ejido los buscan,
que yendo Menga a lavarse,
se los dejó entre la juncia
del arroyo de los sauces,
25     do en pago de su blancura
menosprecian, arrogantes,
las blancas espumas que orlan
el verde y florido margen;
    que la nieve es sombra obscura,
30 y el marfil, negro azabache,
con la garganta de Menga,
columna de leche y sangre.
    ¿Quién oyó, zagales,
    desperdicios tales,
35     que derrame perlas
    quien busca corales?
    Ya el cura se prevenía
de los antojos, que saben
en rúbricas coloradas
40 hacer las letras más grandes,
    cuando albricias pidió a voces
Bartolillo con donaire,
por haber hallado en Menga,
en sus labios, sus corales.
45     Los ojos fueron de Antón
los que descubrieron antes
en la arena los claveles,
en la juncia, los granates;
    y, viendo purpurear
50 las rojas prendas del ángel,
al son, dijo, del salterio
que tañía Gil Perales:
    ¿Quién oyó, zagales,
    desperdicios tales,
55     que derrame perlas
    quien busca corales?

1610 §

217

A san Ignacio de Loyola, que metido en una laguna fría revocó a un hombre que iba a pecar §

Verso ajeno

Ardiendo en aguas muertas llamas vivas.

Glosa

    En tenebrosa noche, en mar airado
al través diera un marinero ciego,
de dulce voz y de homicida ruego
de sirena mortal lisonjeado,
5     si el fervoroso celador cuidado
del grande Ignacio no ofreciera luego
(farol divino) su encendido fuego
a los cristales de un estanque helado.
    Trueca las velas el bajel perdido,
10 y escollos juzga, que en el mar se lavan,
las voces que en la arena oye, lascivas;
    besa el puerto, altamente conducido
de las que, para norte suyo, estaban
ardiendo en aguas muertas llamas vivas.

218

En la muerte de Enrique IV, rey de Francia §

    El cuarto Enrico yace mal herido
y peor muerto de plebeya mano;
el que rompió escuadrones y dio al llano
más sangre que agua Orión humedecido,
5     glorïoso francés esclarecido,
conducidor de ejércitos, que en vano
de lilios de oro el ya cabello cano
y de guarda real iba ceñido.
    Una temeridad astas desprecia,
10 una traición cuidados mil engaña,
que muros rompe en un caballo Grecia.
    Archas burló el fatal cuchillo; oh España,
Belona de dos mundos, fiel te precia,
y armada tema la nación extraña.

219

En la muerte de doña Guiomar de Sá, mujer de Juan Fernández de Espinosa §

    Pálida restituye a su elemento
su ya esplendor purpúreo casta rosa,
que en planta dulce un tiempo, si espinosa,
gloria del sol, lisonja fue, del viento.
5     El mismo, que espiró, süave aliento
fresca, espira marchita y siempre hermosa;
no yace, no, en la tierra, mas reposa,
negándole aun al hado lo violento.
    Sus hojas sí, no su fragrancia, llora
10 en polvo el patrio Betis, hojas bellas,
que aun en polvo el materno Tejo dora.
    Ya en nuevos campos una es hoy de aquellas
flores que ilustra otra mejor aurora,
cuyo caduco aljófar son estrellas.

220

De Madrid §

    Nilo no sufre márgenes, ni muros
Madrid, oh peregrino, tú que pasas,
que a su menor inundación de casas
ni aun los campos del Tajo están seguros.
5     Émula la verán, siglos futuros,
de Menfis no, que el término le tasas;
del tiempo sí, que sus profundas basas
no son en vano pedernales duros.
    Dosel de reyes, de sus hijos cuna
10 ha sido y es zodíaco luciente
de la beldad, teatro de Fortuna.
    La invidia aquí su venenoso diente
cebar suele, a privanzas importuna.
Camina en paz, refiérelo a tu gente.

221

A lo poco que hay que fiar de los favores de los cortesanos §

    Señores corteggiantes, ¿quién sus días
de cudicioso gasta o lisonjero
con todos estos príncipes de acero,
que me han desempedrado las encías?
5     Nunca yo tope con sus señorías,
sino con media libra de carnero,
tope manso, alimento verdadero,
de jesüitas santas Compañías.
    Con nadie hablo, todos son mis amos,
10 quien no me da no quiero que me cueste,
que un árbol grande tiene gruesos ramos.
    No me pidan que fíe ni que preste,
sino que algunas veces nos veamos,
y sea el fin de mi soneto este.

222

De la toma de Larache §

    La fuerza que infestando las ajenas
argentó luna de menguante plata,
puerto hasta aquí del bélgico pirata,
puerta ya de las líbicas arenas,
5     a las señas de España sus almenas
rindió, al fiero león, que en escarlata
altera el mar, y al viento que lo trata
imperïoso aun obedece apenas.
    Alta haya de hoy más, volante lino
10 al Euro dé, y al seno gaditano
flacas redes seguro, humilde pino,
    de que, ya deste o de aquel mar, tirano
leño holandés disturbe su camino,
prenda su libertad bajel pagano.

223

Canción de la toma de Larache §

En roscas de cristal serpiente breve,
por la arena desnuda el Luco yerra,
el Luco, que con lengua al fin vibrante,
si no niega el tributo, intima guerra
5 al mar, que el nombre con razón le bebe,
y las faldas besar le hace de Atlante.
Desta pues siempre abierta, siempre hïante
  y siempre armada boca,
cual dos colmillos, de una y de otra roca,
10 África (o ya sean cuernos de su luna,
o ya de su elefante sean colmillos)
ofrece al gran Filipo los castillos,
carga hasta aquí, de hoy más militar pompa;
y del fiero animal hecha la trompa
15 clarín ya de la Fama, oye la cuna,
la tumba ve del sol, señas de España
los muros coronar que el Luco baña.
Las garras, pues, las presas españolas
del rey, de fieras no, de nuevos mundos,
20 ostenta el río, y glorïosamente
arrogándose márgenes segundos,
en vez de escamas de cristal, sus olas
guedejas visten ya de oro luciente.
Brama y, menospreciándolo serpiente,
25   león ya no pagano
lo admira reverente el oceano.
Brama, y cuantas la Libia engendra fieras,
que lo escuchaban elefante apenas,
surcando ahora piélagos de arenas,
30 lo distante interponen, lo escondido,
al imperio feroz de su bramido.
Respóndenle confusas las postreras
cavernas del Atlante, a cuyos ecos
si Fez se estremeció, tembló Marruecos.
35 Gloriosa, y del suceso agradecida,
dirige al cielo España, en dulce coro
de sacros cisnes, cánticos süaves,
a la alta de Dios, sí, no a la de un moro
bárbara, majestad, reconocida
40 por las fuerzas que le ha entregado: llaves
de las mazmorras de África más graves,
  forjadas, no ya donde
de las fraguas que ardiente el Etna esconde
llamas vomita, y sobre el yunque duro
45 gime Bronte y Estérope no huelga,
sino en las oficinas donde el Belga
rebelde anhela, el Berberisco suda,
el brazo aquel, la espalda este desnuda,
forjando las que un muro y otro muro
50 por guardas tiene, llaves ya maestras
de nuestros mares, de las flotas nuestras.
Al viento más opuesto abeto alado
sus vagas plumas crea, rico el seno
de cuanta Potosí tributa hoy plata;
55 leño frágil de hoy más al mar sereno
copos fíe de cáñamo anudado,
seguro ya sus remos de pirata.
Piloto el interés sus cables ata,
  ovando ya en el puerto
60 del soplo occidental, del golfo incierto.
Pescadora la industria, flacas redes,
que dio a la playa desde su barquilla,
graves revoca a la espaciosa orilla.
La libertad, al fin, que, salteada,
65 señas o de cautiva o despojada
dio un tiempo de Neptuno a las paredes,
hoy bálsamo espirantes cuelga ciento
faroles de oro al agradecimiento.
Vuestra, oh Filipo, es la fortuna, y vuestra
70 de África será la monarquía;
vuestras banderas nos lo dicen, puesto
duro yugo a los términos del día
en los mundos que abrevia tanta diestra;
que si a las armas no, si no al funesto
75 son de las trompas, que no aguardó a esto,
  Abila su coluna
a vuestros pies rindió, a vuestra fortuna.
Calpe desde su opuesta cumbre espera,
aunque lo ha dividido el mar en vano,
80 el término segundo del Tebano
complicado al primero, y penetrada
la ardiente Libia vuestra ardiente espada,
que el Nigris no en su bárbara ribera,
el Nilo sí con militar decoro,
85 la sed os temple ya en celada de oro.
Verás, canción, del César Africano
al nieto augusto, armada un día la mano,
hacer de Atlante en la silvosa cumbre,
a las purpúreas cruces de sus señas,
90 nuevos calvarios sus antiguas peñas.

224

De la toma de Larache §

    Larache, aquel africano
fuerte, ya que no galán,
al glorioso San Germán,
rayo militar cristiano,
5 se encomendó, y no fue en vano,
pues cristianó luego al moro,
y por más pompa y decoro,
siendo su compadre él mismo,
diez velas llevó al baptismo
10 con muchos escudos de oro.
    A la española el marqués
lo vistió, y dejar le manda
cien piezas que, aunque de Holanda,
cada una un bronce es.
15 Dellas les hizo después
a sus lienzos guarnición,
y viendo que era razón
que un lienzo espirase olores,
oliendo lo dejó a flores,
20 si mosquetes flores son.

225

En persona de don Gómez de Figueroa, en la máscara que se hizo en Córdoba cuando vino nueva de la toma de Larache §

    Esta bayeta forrada
en plata, señora mía,
luto es de mi alegría
bien nacida, y mal lograda;
5 y esta, por vos desatada,
hacha, en lágrimas de cera,
a tener lengua, os dijera
cuál me trae vuestro desdén,
que no es Alarache quien
10 me vistió desta manera.

226

A dos monjas, enviándoles una cesta de ciruelas cubierta de unas hojas de laurel §

    Recibid ambas a dos
la cesta que para mí
es de ciruela monjí,
y de fraile para vos;
5 y así, este verano, Dios
abanillos de buen aire
os dé, que hagáis donaire,
en quitando el laurel fresco,
de fruta que todo es cuesco,
10 por lo que tiene de flaire.

227

Enviando dos conejos a una monja parienta suya §

    Dos conejos, prima mía,
envío a vuesa merced,
tan muertos en una red
como aquel que los envía;
5 hágaseles este día
en vuestra celda el entierro,
por que por dicha o por yerro
mudéis, señora, de estilo,
que si mata red de hilo,
10 bien matará red de hierro.

228

A don Martín de Saavedra, viniendo a Madrid con cuartanas §

    Sin duda os valdrá opinión,
en palacio y en la villa,
el recebiros Castilla
con achaques de León;
5 prolijos achaques son,
mas el curallos condeno,
si no pretende un moreno,
como lienzo o como hilado,
salir, cuando más curado,
10 más blanco, si no más bueno.

229 §

    Apeóse el caballero
(víspera era, de San Juan)
al pie de una peña fría
que es madre de perlas ya,
5     tan liberal, aunque dura,
que al más fatigado más
le sirve, en fuente de plata
desatado, su cristal.
    Lisonjeado del agua,
10 pide al sol, ya que no paz,
templadas treguas al menos
debajo de un arrayán.
    Concedíaselas, cuando
vio venir de un colmenar
15 muchos siglos de hermosura
en pocos años de edad:
    con un cántaro una niña,
digo, una perla oriental,
arracada de su aldea,
20 si no lo es de la beldad,
    cantando viene, contenta
y valiente, por su mal,
la vasija hecha instrumento,
este atrevido cantar:
25  «Al campo te desafía
     la colmeneruela:
ven, Amor, si eres dios, y vuela;
  vuela, Amor, por vida mía,
  que, de un cantarillo armada,
30      en la estacada
mi libertad te espera cada día.
    »Este cántaro que ves
será contra tu fiereza
morrïón en la cabeza
35 y, embrazándolo, pavés.
Si ya tu arrogancia es
    la que solía,
   al campo te desafía
     la colmeneruela:
40 ven, Amor, si eres dios, y vuela;
  vuela, Amor, por vida mía,
  que, de un cantarillo armada,
     en la estacada
mi libertad te espera cada día».
45     Saludola el caballero,
cuyo sobresalto al pie
grillos le puso, de hielo,
y yendo a limallos él,
    Amor, que hace donaire
50 del más bien templado arnés,
embebida ya en el arco
una saeta crüel,
    perdona al pavés de barro,
no a la que embraza el pavés,
55 escondiéndole un arpón
donde las plumas se ven.
    Llegó el galán a la niña,
que en un bello rosicler
convirtió el color rosado,
60 y saludola otra vez.
    Ella, que sobre diamantes
tremolar plumajes ve,
y brillar espuelas de oro,
dulce lo miró, y cortés.
65     Lo lindo, al fin, lo luciente,
si la saeta no fue,
esta lisonja afïanzan,
que ella escucha sin desdén:
    «Colmenera de ojos bellos
70 y de labios de clavel,
    ¿qué hará aquel
que halla flechas en aquellos
cuando en estos busca miel?
Dímelo tú.
—Sépalo él.
75 —Dímelo tú, si no eres cruel.
    »Colmeneruela, animosa
contra el hijo de la diosa,
si ve tus ojos divinos
y esos dos claveles finos,
80     ¿qué hará aquel
que halla flechas en aquellos
cuando en estos busca miel?
Dímelo tú.
—Sépalo él.
—Dímelo tú, si no eres cruel».
85     Desde el árbol de su madre,
trincheado, Amor, allí,
solicita la venganza
del montaraz serafín.
    Segunda flecha dispara,
90 tal, que con silbo subtil
las plumas de la primera
las tiñe de carmesí.
    Tomole el galán la mano,
cometiéndole a un rubí
95 que le prenda el corazón
en su dedo de marfil.
    La sortija lo ejecuta,
y Amor, que fuego y ardid
está fomentando en ella,
100 la hace decir así:
    «Tiempo es, el caballero,
tiempo es de andar de aquí,
que tengo la madre brava,
y el veros será mi fin».
105     Él, contento, fía su robo
de las ancas de un rocín,
y ella, amante ya, su fuga,
del caballero gentil.
    Decidle a su madre, Amor,
110 si la viniere a buscar,
que una abeja le lleva la flor
a otro mejor colmenar;
    picar, picar,
que cerquita está el lugar.
115     Decidle que no se aflija
y perdone al llanto tierno,
pues granjeó galán yerno
cuando perdió bella hija:
el rubí de una sortija
120 se lo podrá asegurar,
que una abeja le lleva la flor
a otro mejor colmenar;
    picar, picar,
que cerquita está el lugar.

230

[FÁBULA DE HERO Y LEANDRO] §

    Aunque entiendo poco griego,
en mis greguescos he hallado
ciertos versos de Museo
ni muy duros ni muy blandos.
5     De dos amantes la historia
contienen, tan pobres ambos,
que ella, para una linterna,
y él no tuvo para un barco.
    Dice, pues, que doña Hero
10 tuvo por padre a un hidalgo,
alcaide que era de Sesto,
mal vestido y bien barbado.
    Su madre, una buena griega,
con más partos y postpartos
15 que una vaca, y el castillo,
una casa de descalzos
    cernícalos de uñas negras
en las almenas crïados:
muchos dones a un candil
20 y témporas todo el año.
    También dice este poeta
que era hijo, don Leandro,
de un escudero de Abido,
pobrísimo, pero honrado;
25     grandes hombres, padre y hijo,
de regalarse, el verano,
con gigotes de pepino,
y, los hibiernos, de nabo,
    la política del diente
30 cometían luego a un palo,
vara, y no de vagabundos,
pues no los ha desterrado.
    Era, pues, el mancebito
un Narciso iluminado,
35 virote de Amor, no pobre
de plumas y de penachos.
    De su barrio y del ajeno
diligentísimo braco,
grande orinador de esquinas,
40 pero ventor por el cabo;
    citarista, aunque nocturno,
y Orfeo tan desgraciado,
que nunca enfrenó las aguas
que convocó el dulce canto,
45     puesto que ya, de Anfïón
imitando algunos pasos,
llamó a sí muchas más piedras
que tuvo el muro tebano.
    Este, pues, galán, un día,
50 no sé si a pie o a caballo,
salió (Dios en hora buena)
no muy bien acompañado.
    Cualquier lector que quisiere
entrarse en el carro largo
55 de las obras de Boscán
se podrá ir con él de espacio,
    que yo a pie quiero ver más
un toro suelto en el campo,
que en Boscán un verso suelto,
60 aunque sea en un andamio.
    Y así, no sé dónde fueron
ni cómo se convocaron
los devotos convecinos
de templo tan visitado;
65     sé al menos que concurrieron
cuantos baña comarcanos
el sepulcro de la que iba
a las ancas de su hermano.
    Esto sólo de Museo
70 entendí; y abrevïando,
a la vela o romería
llegó en un rocín muy flaco
    el noble alcaide de Sesto,
y la alcaidesa, en un asno
75 (con perdón de los cofrades),
doña Hero, en un cuartago,
    gallarda de capotillo
y de sombrero bordado,
que le prestó para ello
80 la mujer de un veinticuatro.
    Los demás caballeritos
en la torre se quedaron,
cuál sin pluma y cuál con ella,
y todos de hambre pïando.
85     Alborotó la aula Hero,
que el muro del velo blanco
tenía dos saeteras
para los ojos rasgados,
    a quien se calaron luego
90 dos o tres torzuelos bravos
como a búho tal, y entre ellos,
el abideno bizarro.
    Pïola cual gorrïón,
cacareola cual gallo,
95 arrullola cual palomo,
hízola ruedas cual pavo.
    Ella, del guante al descuido
desenvainando una mano,
lo aseguró y le dio un bello
100 cristalino cintarazo.
    Quedó aturdido el mozuelo,
y, medio desatinado,
almíbar dejó, de amor,
caérsele por los labios:
105     poco fue lo que le dijo,
mas tan dulce, aunque tan bajo,
que, hecho sacristán, Cupido
le corrió el velo al retablo.
    Dejó caer el rebozo,
110 y descubrió un «sepan, cuantos
esta buena cara vieren,
que han de morir anegados».
    Crepúsculo era, el cabello,
del día, entre obscuro y claro,
115 rayos de una blanca frente,
si hay marfil con negros rayos;
    de ébano quiere el Amor
que las cejas sean dos arcos,
y no de ébano bruñido,
120 sino recién aserrado;
    los ojazos negros dicen:
«Aunque negros, gente samo,
condes, somos, de Buendía,
si no somos condes Claros».
125     Los títulos me perdonen,
y el dibujo prosigamos,
que si no los tuvo Grecia,
los pidió a España prestados:
    la nariz, algo aguileña,
130 que lo corvo, vinculado
lo dejó Ciro a los griegos,
como alfanje, en mayorazgo;
    de rosas y de jazmines
mezcló el cielo un encarnado
135 que, por darlo a sus mejillas,
se lo hurtó a la alba aquel año;
    en dos labios dividido,
se ríe un clavel rosado,
guardajoyas de unas perlas
140 que invidia el mar Indïano;
    lo torneado del cuello
y del pecho el alabastro
tentaciones son, Señor,
sed libera nos a malo;
145     entre lo que no se ve
y lo que brujuleamos
metió, una basquiña verde,
el bastón terciopelado.
    Estas eran las bellezas
150 de aquel ídolo de mármol
que a razones y a pellizcos
tenía ya, el mozuelo, blando.
    Favoreciolos la noche
prestándoles tiempo, y tanto,
155 que se contaron sus vidas
y sus muertes concertaron.
    Señora madre, devota,
se estuvo siempre rezando,
y señor padre, poltrón,
160 se salió a dormir al claustro.
    Con esto dieron lugar
a que el galán diese asalto
y escalase el pecho bobo,
sin tocar nadie a rebato.
165     Celebrada, pues, la fiesta,
por aquellos mismos pasos
(si bien con otros intentos)
que vinieron, se tornaron.
    Pulgas pican al pelón,
170 y tiénenlo tan picado,
que diera al tiempo las plumas
de su sombrerillo pardo
    para que le sincopara
el término señalado
175 a los gustos no cumplidos
y a los días mal logrados.
    Llegó, al fin, que no debiera,
en un día muy nublado
y una noche muy lloviosa,
180 luto el uno, la otra, llanto.
    Apenas la obscura noche
las cintas se ató del manto,
y no del manto de lustre,
sino de soplos del austro,
185     cuando el mozuelo orgulloso
hacia el mar, ya alborotado,
un pie con otro, se fue
descalzando los zapatos.
    Llegó desnudo a la orilla,
190 donde estuvieron un rato
las faldas de la camisa
a las ondas imitando.
    Haciendo con el estrecho,
que ya le parece ancho,
195 lo que el día de la purga
el enfermo con el vaso,
    la trémula seña aguarda
que de luz corone lo alto,
si tanta distancia puede
200 vencella farol tan flaco.
    Présaga, al fin, del suceso,
turbada, salió, del caso,
y cobarde al fiero soplo
del animoso contrario.
205     Leandro, en viendo la luz,
la arena besa, y gallardo,
«¡Oh, de la estrella de Venus
—le dice— ilustre traslado!:
    norte eres ya de un bajel
210 de cuatro remos por banco;
si naufragare, serás
Santelmo de su naufragio.
    A tus rayos me encomiendo,
que si me ayudan tus rayos,
215 mal podrá un brazo de mar
contrastar a mis dos brazos».
    Esto dijo, y repitiendo
«Hero y Amor», cual villano
que a la carrera ligero
220 solicita el rojo palio...

231 §

    Saliéndome estotro día,
candidísimo lector,
a tomar el sol (que hogaño
se usa tomar hasta el sol),
5     reventando, el pensamiento,
de moral, alimentó,
como a gusano de seda,
mi necia imaginación.
    Baboseando cuidados,
10 y ajenos, que es lo peor,
hiló su cárcel, la simple,
en dos horas de reloj:
    ¡qué impertinente clausura,
y qué propriamente error,
15 fabricar de ajenos yerros
las rejas de su prisión!
    En moneda de piedad
boberías son, de a dos,
que no valen ni aun en plata
20 un ceutí, aunque sea limón.
    Que el vaso de oro en que os sirve,
vuestro gusto, su licor
sea penado para mí,
si es glorioso para vos,
25 caridades excusadas,
    mía fe, son.
    Que las flechas venïales
de vuestro mortal amor,
que a vos no os pasan el sayo,
30 me pasen a mí el jubón;
    que los halcones del otro
poderoso gran señor,
doliéndome de sus gastos,
los cebe en mi corazón,
35 caridades excusadas,
    mía fe, son.
    Que me duela, del tahúr,
lo que hasta el alba perdió,
rïendo la alba igualmente
40 su pérdida y mi dolor;
    que la viudez me lastime,
de la que moza quedó,
si fue, el responso del muerto,
del vivo amonestación,
45 caridades excusadas,
    mía fe, son.
    Que sienta la ociosidad
del vagabundo doctor
que, herrando nunca su mula,
50 todas las curas erró;
    que a su mujer le dé el palo,
un marido, y sude yo,
pagándole ella en madera
lo que él en leña le dio,
55 caridades excusadas,
    mía fe, son.
    En este capullo estuvo
el jüicio de don yo
dos horas. Lector, a Dío,
60 que en bergamasco es adiós.

1611 §

232

A don fray Pedro González de Mendoza y Silva, electo arzobispo de Granada muy mozo §

    Consagróse el seráfico Mendoza,
gran dueño mío, y con invidia deja
al bordón flaco, a la capilla vieja,
báculo tan galán, mitra tan moza.
5     Pastor que una Granada es vuestra choza,
y cada grano suyo vuestra oveja,
pues cada lengua acusa, cada oreja,
la sal que busca, el silbo que no goza,
    sílbelas desde allá vuestro apellido
10 y al Genil, que esperándoos peina nieve,
no frustréis más sus dulces esperanzas,
    que sobre el margen, para vos florido,
al son alternan, del cristal que mueve,
sus ninfas coros, y sus faunos danzas.

233

Para la 4ª parte de la Pontifical del doctor Babia §

    Este, que Babia al mundo hoy ha ofrecido,
poema, si no a números atado,
de la disposición antes limado,
y de la erudición después lamido,
5     historia es culta, cuyo encanecido
estilo, si no métrico, peinado,
tres ya pilotos del bajel sagrado
hurta al tiempo, y redime del olvido.
    Pluma, pues, que claveros celestiales
10 eterniza en los bronces de su historia,
llave es ya de los tiempos, y no pluma.
    Ella a sus nombres puertas inmortales
abre, no de caduca, no, memoria,
que sombras sella en túmulos de espuma.

234

En la partida del conde de Lemos y del duque de Feria a Nápoles y a Francia §

    El conde mi señor se fue a Napóles;
el duque mi señor se fue a Francía:
príncipes, buen viaje, que este día
pesadumbre daré a unos caracoles.
5     Como sobran tan doctos españoles,
a ninguno ofrecí la musa mía;
a un pobre albergue sí, de Andalucía,
que ha resistido a grandes, digo soles.
    Con pocos libros libres (libres, digo,
10 de expurgaciones) paso, y me paseo,
ya que el tiempo me pasa como higo.
    No espero en mi verdad lo que no creo:
espero en mi conciencia lo que sigo,
mi salvación, que es lo que más deseo.

235

Al padre Francisco de Castro, de su libro de Retórica §

    Si ya el griego orador la edad presente,
o el de Arpinas dulcísimo abogado,
merecieran gozar, más enseñado
este quedara, aquel más elocuente,
5     del bien decir bebiendo en la alta fuente,
que en tantos ríos hoy se ha desatado,
cuantos en culto estilo nos ha dado
libros vuestra Retórica excelente.
    Vos reducís, oh Castro, a breve suma
10 el difuso canal desta agua viva;
trabajo tal el tiempo no consuma,
    pues, de laurel ceñido y sacra oliva,
hacéis a cada lengua, a cada pluma,
que hable néctar y que ambrosia escriba.

236

Del túmulo que hizo Córdoba en las honras de la señora reina doña Margarita §

    A la que España toda humilde estrado
y su horizonte fue dosel apenas,
el Betis esta urna en sus arenas
majestüosamente ha levantado.
5     ¡Oh peligroso, oh lisonjero estado,
golfo de escollos, playa de sirenas!
Trofeos son del agua mil entenas,
que aun rompidas no sé si han recordado.
    La Margarita, pues, luciente gloria
10 del sol de Austria y la concha de Baviera,
más coronas ceñida que vio años,
    en polvo ya el clarín final, espera,
siempre sonante a aquel cuya memoria
antes peinó, que canas, desengaños.

237

En la misma ocasión §

    No de fino diamante, o rubí ardiente,
luces brillando aquel, este centellas,
crespo volumen vio de plumas bellas
nacer la gala más vistosamente,
5     que obscura el vuelo, y con razón doliente,
de la perla católica que sellas,
a besar te levantas las estrellas,
melancólica aguja, si luciente.
    Pompa eres de dolor, seña no vana
10 de nuestra vanidad. Dígalo el viento,
que ya de aromas, ya de luces, tanto
    humo te debe. ¡Ay, ambición humana,
prudente pavón hoy con ojos ciento,
si al desengaño se los das, y al llanto!

238

En la misma ocasión §

    Máquina funeral, que desta vida
nos decís la mudanza estando queda,
pira, no de aromática arboleda,
si a más gloriosa Fénix construida;
5     bajel en cuya gavia esclarecida
estrellas, hijas de otra mejor Leda,
serenan la fortuna, de su rueda
la volubilidad reconocida:
    farol luciente sois, que solicita
10 la razón, entre escollos naufragante,
al puerto, y a pesar de lo luciente,
    obscura concha de una Margarita,
que rubí en caridad, en fe diamante,
renace a nuevo sol en nuevo oriente.

239

Al túmulo de Écija, en las honras de la señora reina doña Margarita §

    Ícaro de bayeta, si de pino
cíclope no, tamaño como el rollo,
¿volar quieres con alas a lo pollo,
estando en cuatro pies a lo pollino?
5     ¿Qué Dédalo te induce, peregrino,
a coronar de nubes el meollo,
si las ondas que el Betis de su escollo
desata ha de infamar tu desatino?
    No des más cera al sol, que es bobería,
10 funeral avestruz, máquina alada,
ni alimentes gacetas en Europa.
    Aguarda a la Ciudad, que a mediodía,
si mase Duelo no en capirotada,
la servirá mase Bochorno en sopa72.

240

A los túmulos que hicieron las ciudades de Jaén, Écija y Baeza en las honras de la reina doña Margarita de Austria §

    Oh bien haya Jaén, que en lienzo prieto
de luces mil de sebo salpicado
su túmbulo paró, y de pie quebrado
en dos antiguas trovas sin conceto.
5     Écija se ha esmerado, yo os prometo,
que en vultos de papel y pan mascado
gastó gran suma, aunque no han acabado
entre catorce abades un soneto.
    Todo es obras de araña con Baeza,
10 donde, fïel vasallo, el Regimiento
pinos corta, bayetas solicita:
    hallaron dos, y toman una pieza
para el tumbo real, o monimento.
¡Nunca muriera doña Margarita!

241

Octava fúnebre en el sepulcro de la señora reina doña Margarita §

    En esta, que admiráis, de piedras graves
labor no egipcia, aunque a la llama imita,
ungüentos privilegian hoy süaves
la muerta humanidad de Margarita,
5 si de cuantos la pompa de las aves
en su funeral leños solicita
hay quien distile aroma tal, en vano
resistiendo sus troncos al gusano.

242

Inscripción para el sepulcro de la señora reina doña Margarita §

    La perla que esplendor fue
de España y de su corona
yace aquí, y si la perdona,
oh peregrino, tu pie,
5 a este duro mármol, que
hoy en polvo la merece,
compungido lo agradece.
Si no lo estás, yo aseguro
ser menos, el mármol, duro
10 que entre ella y tu pie se ofrece.

243

En la misma ocasión §

    Ociosa toda virtud,
muerto su ejercicio llora
la perla que engasta ahora
el plomo deste ataúd:
5 reina que en muda quietud
duerme, y en silencio santo,
a dos mundos, y aunque es tanto,
es mucho que no lo rompa,
o de su fama la trompa,
10 o de sus reinos el llanto.

244

A don Diego Páez de Castillejo, animándolo a que hiciese versos §

    Por más daños que presumas,
vuela, Ícaro español,
que al templo ofreces, del Sol,
en poca cera tus plumas.
5 Blanco túmulo de espumas
haga el Betis a tus huesos,
que tus gloriosos excesos,
si de mi musa los fías,
los venerarán los días
10 en los álamos impresos.

245

A otra monja que le había pedido unas castañas y batatas §

    No me pidáis más, hermanas,
castañas con este frío,
que enjertas os las envío
y las volvéis regoldanas;
5 fruta que por las mañanas,
habiendo batatas bellas,
hace parir las doncellas,
milagros de monjas son,
que, sin obra de varón,
10 paren hijos para ellas.

246

A la señora doña Catalina de la Cerda, que, habiendo soltado un pajarillo, se le volvió a las manos §

    La que ya fue de las aves
más curiosa y menos cuerda,
cuando lazos de tu Cerda
la perdonaron süaves,
5 a los dulcemente graves
rayos de tus ojos bellos
vuelve a examinarse, y vellos,
fïada en que la harán salva
las veces que con el Alba
10 saludare al sol en ellos73.
    Émula del mayor vuelo,
y de la vista más clara,
vuela, y deslumbrada para
en el cristalino cielo
15 de tus manos, que al hijuelo
desarmaron de la diosa,
donde altamente reposa
contenta ya en ser igual,
si no al águila real,
20 a la simple mariposa.
    Muere fénix, y abrasada,
culta le renace pluma
de los cisnes, que la espuma
del Tajo ilustran sagrada,
25 dignamente celebrada74,
pues ya que tus soberanos
ojos sus intentos vanos
luminosamente hicieron,
urna de alabastro fueron
30 a sus cenizas tus manos.

247

A don Pedro de Cárdenas, de un caballo que le mató un toro §

    Murió Frontalete, y hallo
que el cuerno menos violento
le sacará sangre al viento,
pues mató vuestro caballo;
5 hipérbole es recelallo,
mas yo, don Pedro, recelo
(después que no pisa el suelo
vuestro Flegronte español)
que a los caballos del Sol
10 matará el Toro del cielo.

248

Vejamen que se dio en Granada a un sobrino del administrador del hospital real, que es la casa de los locos §

    Tenemos un doctorando,
discretos y generosos
oidores de las tibiezas
que con empacho supongo.
5     Tenemos un doctorando
criado en un oratorio
(en una casa de orates,
por no decilla de locos),
    tan comensal, tan hermano
10 aun de los más furïosos,
que un orate, fratres suyo
será pulla para todos.
    Este, pues, doctorandico
quiere, en la octava del Corpus,
15 por autorizar el suyo,
hacer burla de nosotros.
    Hanos convidado a verlo,
y creo que lo hacen pocos
de los que lo están mirando,
20 si no se ponen antojos 75;
    bien es verdad que su encia
se paga, y aun muy al doblo,
porque no nos puede ver:
y no penséis que es por odio,
25     sino por la oblicuidad
de sus dos serenos ojos,
tan serenos, que lo tienen
romadizado y con mocos.
    Este, pues, doctoranduncio
30 amaneció con golondros
de doctor, una mañana
que se le alteró el meollo.
    Pidiole borla el testuzo,
y entre vano y vergonzoso
35 le dijo a su señor tío:
«Pater noster, yo soy pollo
    del huevo que ya empollastes,
con vuestra pluma me honro:
dejadme caer en esta
40 tentación de semidocto;
    ya que lo soy de la haz,
hacedme del revés tordo,
dotor digo, y sea, una borla,
giralda del capitolio».
45     Correspondiole su tío
y, aunque algo escrupuloso
de su talento, a la costa
jinetes ofreció, de oro.
    Conócelo, porque ha sido
50 del ya menguado auditorio
de sus sermoncicos, uno,
y no ha querido ser otro;
    conócele que predica,
reventando muy de tosco,
55 frusleras italïanas
por monseñor de Bitonto;
    conócele que no tiene
ni más partes, ni más tomo,
que las de santo Tomás,
60 y del siempre agudo Scoto;
    conócelo, mas la honra
le hizo decir «Sí otorgo»,
aunque ahora la vergüenza
lo tiene como un madroño.
65     Hanos traído, pues, hoy
este nieto de Pus Podos
(por lo cumplido de pies,
según la regla de Antonio)76
    donde me ha obligado a mí,
70 por lo que tiene de potro
tortural y aun apretante,
si no de borrico y romo,
    a deciros las verdades
que he callado y ya conozco
75 de este discípulo mío,
de este ya mi oyente sordo:
    lo que trabajé con él
sábelo el santo glorioso
que celebramos hoy77, pues
80 quizá quedó menos ronco
    de dar voces al desierto
y de convertir escollos,
que yo de explicarle puntos
que hoy le he de dar por el rostro.
85     Es tan rudo su merced,
que puede sanar él solo
mal de madre, muchos más
que darlos, un alboroto.
    Presume, con todo eso,
90 su merced, de ingenïoso,
mas es, su ingenio, de seda,
que repite para torno,
    donde creo que ha torcido
la de este cándido copo:
95 de esta borla blanca, digo,
que ha pretendido baboso,
    y que ha hilado gusano,
donde se ha de quedar bobo,
que es capullo para unos
100 lo que es borla para otros.
    Concédale, pues, el claustro,
este doctoral adorno;
sirva de tilde, la insignia,
a la q de nuestro coco,
105     que hay señor q tilde, que
hanlo crecido de hombros
dos hebras de seda más
que cuatro dedos de corcho.
    ¡Vanidad de vanidades!
110 Tanto levanta del polvo,
su mitra, a la cogujada,
como su capelo al hongo;
    defecto natural suple
mal, remedio artificioso:
115 mono vestido de seda
nunca deja de ser mono.
    Consuélese voacé,
y goce en siglos dichosos
el debido honor a estudios
120 de un Tostado en nuestro horno;
    el magisterio romped,
por lo que tenéis de tronco,
los años de las encinas
de nuestro Romano Soto78;
125     seáis por lo autorizado
mucho más grave que el plomo,
metal que igualmente ignora
la facilidad y el moho;
    hágaos por bienquisto, el vulgo,
130 el mismo aplauso que a un toro;
victor os aclamen letras
de escolástico y redondo;
    tan pegado a las paredes
viváis, que algún invidioso
135 os rempuje algún suspiro,
cuando no os diga un responso;
    sonando al fin vuestro nombre
desde el Cancro al Capricornio,
trompas de la Fama digan
140 que se gradúan ya trompos.

249 §

    Cloris, el más bello grano,
si no el más dulce rubí,
de la Granada a quien lame
sus cáscaras el Genil,
5     enjaulando unos claveles
estaba en el Jaragüí,
purpúreas aves con hojas,
muda pompa del abril.
    Bien que muda, su fragrancia
10 era un canoro ámbar gris,
que ella no oye por ser roma,
sorda, digo, de nariz.
    De cañas labra subtiles
prisión tan cerrada, al fin,
15 que el aire dudaba entrar,
porque dudaba salir.
    Entre estos nudos, abeja,
que haciendo puntas mil
tratar quiso como a flor
20 a un ruiseñor carmesí,
    pagara su golosina
al cerrar la clave, si
en el quinto no pecara
mandamiento de marfil:
25     un dedo picó, el menor
de la arquitecta gentil,
juzgándolo quinta hoja
de una blanca flor de lis.
    Cuánto lo siente la moza
30 otro lo diga por mí,
que de casos criminales
soy coronista civil:
    lloró aljófar, lloró perlas
pienso yo que un celemín,
35 y aunque este pienso no es mío,
puntüalmente fue así.
    Discursos ha hecho el ocio
y aun se ha dejado decir
que la abejuela era, breve,
40 el ceguezuelo ruin:
    mal venerado, el Amor,
de este romo serafín,
sus armas envainó todas
en el aguijón subtil;
45     ganando, pues, cielo a dedos
el rapaz con este ardid,
perdió Cloris tierra a palmos
entre uno y otro alhelí.
    Solicitábala entonces
50 el señor don Belianís,
mostachos hasta los tufos,
con rumbos de paladín;
    tenía de mal francés
lo que de obispo Turpín,
55 y en español la dejó
trompa hecha de París.
    Dio pares luego, y no a Francia,
que estaba lejos de allí,
sino al Darro, al Dauro digo,
60 y aun huele mal en latín.
    Glorïoso Cupidillo,
en las ramas de un jazmín
colgando sus agridulces
instrumentos de herir,
65     a enjaular flores convida
las damas del Zacatín
en cañas, cuantas refinan
los trapiches de Motril.

1612 §

250

A la memoria de la muerte y del infierno §

    Urnas plebeyas, túmulos reales,
penetrad sin temor, memorias mías,
por donde ya el verdugo de los días
con igual pie dio pasos desiguales.
5     Revolved tantas señas de mortales,
desnudos huesos, y cenizas frías,
a pesar de las vanas, si no pías,
caras preservaciones orientales.
    Bajad luego al abismo, en cuyos senos
10 blasfeman almas, y en su prisión fuerte
hierros se escuchan siempre, y llanto eterno,
    si queréis, oh memorias, por lo menos
con la muerte libraros de la muerte,
y el infierno vencer con el infierno.

251

A don antonio Venegas, obispo de Pamplona79 §

    ¡Oh de alto valor, de virtud rara
sacro esplendor, en toda edad luciente,
cuya fama los términos de oriente
ecos los hace de su trompa clara!
5     Vuestro cayado pastoral, hoy vara,
dará flores, y vos, gloriosamente
del pellico a la púrpura ascendiente,
subiréis de la mitra a la tïara.
    No es voz de fabulosa deidad esta,
10 consultada en oráculo profano,
sino de la razón muda respuesta.
    Deja su urna el Betis, y lozano
cuantos engendra toros la floresta
por vos fatiga en hábito africano.

252

Para un retrato de don Juan de Acuña, presidente de Castilla, hijo del conde de Buendía §

    Este, que en traje lo admiráis togado,
claro, no a luces hoy de lisonjero
pincel, sino de claro caballero,
esplendor del Buendía que lo ha dado;
5     este, ya de justicia, ya de estado,
oráculo en España verdadero,
a quien por tan legal, por tan entero,
sus balanzas Astrea le ha fïado,
    clava serán de Alcides en su diestra,
10 que de monstros la edad purgue, presente,
y a los siglos invidia sea, futuros;
    este pues, gloria de la nación nuestra,
don Juan de Acuña es; buril valiente
al tiempo lo vincule en bronces duros.

253

Para un libro del licenciado Soto de Rojas §

    Poco después que su cristal dilata,
orla el Dauro los márgenes de un Soto,
cuyas plantas Genil besa devoto,
Genil, que de las nieves se desata.
5     Sus corrientes por él cada cual trata
las escuche el antípoda remoto,
y el culto seno de sus minas roto
oro al Dauro le preste, al Genil, plata.
    Él, pues, de rojas flores coronado,
10 nobles en nuestra España por ser Rojas,
como bellas al mundo por ser flores,
    con rayos dulces mil de sol templado
al mirto peina, y al laurel, las hojas,
monte de musas ya, jardín de amores.

254

Volviéndose a Francia el duque de Humena §

    Despidiose el francés con grasa buena
(con buena gracia digo, señor Momo),
hizo España el deber con el Vandomo,
y al pagar lo hará con el de Pena.
5     Reales fiestas le impidió al de Humena
la ya engastada Margarita en plomo,
aunque no hay toros para Francia como
los de Guisando su comida y cena.
    Estrellose la gala de diamantes
10 tan al tope, que alguno fue topacio,
y aun don Cristalïán mintió finezas.
    Partiose al fin, y tan brindadas antes
nos dejó las saludes de palacio,
que otro día enfermaron sus altezas.

255

Fábula de Polifemo y Galatea

Al conde de Niebla §

    Estas, que me dictó, rimas sonoras,
culta sí, aunque bucólica, Talía,
oh excelso conde, en las purpúreas horas
que es rosas la alba y rosicler el día,
5 ahora que de luz tu Niebla doras,
escucha, al son de la zampoña mía,
si ya los muros no te ven, de Huelva,
peinar el viento, fatigar la selva.
    Templado, pula en la maestra mano
10 el generoso pájaro su pluma,
o tan mudo en la alcándara, que en vano
aun desmentir al cascabel presuma;
tascando haga el freno de oro, cano,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
del caballo andaluz la ociosa espuma;
15 gima el lebrel en el cordón de seda,
y al cuerno, al fin, la cítara suceda.
    Treguas al ejercicio sean, robusto,
ocio atento, silencio dulce, en cuanto
debajo escuchas, de dosel augusto,
20 del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las musas hoy el gusto,
que, si la mía puede ofrecer tanto
clarín, y de la Fama no segundo,
tu nombre oirán los términos del mundo.
25     Donde espumoso el mar Sicilïano
el pie argenta de plata al Lilibeo,
bóveda o de las fraguas de Vulcano
o tumba de los huesos de Tifeo,
pálidas señas cenizoso un llano,
30 cuando no del sacrílego deseo,
del duro oficio da. Allí una alta roca
mordaza es a una gruta, de su boca.
    Guarnición tosca de este escollo duro
troncos robustos son, a cuya greña
35 menos luz debe, menos aire puro,
la caverna profunda, que a la peña;
caliginoso lecho, el seno obscuro
ser, de la negra noche, nos lo enseña
infame turba de nocturnas aves,
40 gimiendo tristes y volando graves.
    De este, pues, formidable de la tierra
bostezo el melancólico vacío
a Polifemo, horror de aquella sierra,
bárbara choza es, albergue umbrío
45 y redil espacioso donde encierra
cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde: copia bella
que un silbo junta y un peñasco sella.
    Un monte era de miembros eminente
50 este (que, de Neptuno hijo fiero,
de un ojo ilustra el orbe de su frente,
émulo casi del mayor lucero)
cíclope, a quien el pino más valiente
bastón le obedecía, tan ligero,
55 y al grave peso junco tan delgado,
que un día era bastón, y otro, cayado.
    Negro el cabello, imitador undoso
de las obscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina, proceloso,
60 vuela sin orden, pende sin aseo;
un torrente es, su barba, impetüoso
que, adusto hijo de este Pirineo,
su pecho inunda, o tarde o mal o en vano
surcada, aun de los dedos de su mano.
65     No la Trinacria en sus montañas fiera
armó de crüeldad, calzó de viento,
que redima feroz, salve ligera
su piel manchada de colores ciento:
pellico es ya la que en los bosques era
70 mortal horror al que con paso lento
los bueyes a su albergue reducía,
pisando la dudosa luz del día.
    Cercado es, cuanto más capaz más lleno,
de la fruta, el zurrón, casi abortada
75 que el tardo otoño deja al blando seno
de la piadosa hierba, encomendada:
la serba, a quien le da rugas el heno;
la pera, de quien fue cuna dorada
la rubia paja y, pálida tutora,
80 la niega avara y pródiga la dora.
    Erizo es, el zurrón, de la castaña
y, entre el membrillo o verde o datilado,
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
85 y de la encina (honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado)
el tributo: alimento, aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero.
    Cera y cáñamo unió, que no debiera,
90 cien cañas, cuyo barbaro rüido,
de más ecos que unió cáñamo y cera
albogues duramente es repetido;
la selva se confunde, el mar se altera,
rompe Tritón su caracol torcido,
95 sordo huye el bajel a vela y remo:
tal la música es, de Polifemo.
    Ninfa de Doris hija, la más bella,
adora, que vio el reino de la espuma;
Galatea es su nombre, y dulce en ella
100 el terno, Venus, de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca pluma:
si roca de cristal no es de Neptuno,
pavón de Venus es, cisne de Juno.
105     Purpúreas rosas sobre Galatea
la Alba entre lilios cándidos deshoja:
duda el Amor cuál más su color sea,
o púrpura nevada o nieve roja.
De su frente, la perla es, eritrea,
110 émula vana; el ciego dios se enoja
y, condenado su esplendor, la deja
pender en oro al nácar de su oreja.
    Invidia de las ninfas y cuidado
de cuantas honra el mar deidades era;
115 pompa del marinero niño alado
que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
ronco sí, escucha a Glauco la ribera
inducir a pisar, la bella ingrata,
120 en carro de cristal, campos de plata.
    Marino joven, las cerúleas sienes
del más tierno coral ciñe Palemo,
rico de cuantos la agua engendra bienes
del Faro odioso al Promontorio extremo,
125 mas en la gracia igual, si en los desdenes
perdonado algo más que Polifemo,
de la que, aun no lo oyó y, calzada plumas,
tantas flores pisó como él espumas.
    Huye la ninfa bella, y el marino
130 amante nadador ser bien quisiera,
ya que no áspid a su pie divino,
dorado pomo a su veloz carrera.
Mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
la fuga suspender podrá, ligera,
135 que el desdén solicita? ¡Oh, cuánto yerra
delfín que sigue en agua corza en tierra!
    Sicilia en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de Pomona:
tanto de frutas esta la enriquece
140 cuanto aquel de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece
a sus campañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas.
145     A Pales su viciosa cumbre debe
lo que a Ceres, y aun más, su vega llana,
pues si en la una granos de oro llueve,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve
150 o en pipas guardan la exprimida grana,
bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galatea,
    sin aras no: que el margen, donde para,
del espumoso mar, su pie ligero,
155 al labrador, de sus primicias ara,
de sus esquilmos es al ganadero;
de la Copia a la tierra poco avara
el cuerno vierte el hortelano, entero,
sobre la mimbre que tejió, prolija
160 si artificiosa no, su honesta hija.
    Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, cuando no arrastrados,
de tardos bueyes, cual su dueño errantes;
165 sin pastor que los silbe, los ganados
los crujidos ignoran resonantes
de las hondas, si en vez del pastor pobre
el céfiro no silba o cruje el robre.
    Mudo la noche el can, el día, dormido,
170 de cerro en cerro y sombra en sombra yace;
bala el ganado; al mísero balido,
nocturno el lobo, de las sombras, nace;
cébase y, fiero, deja humedecido
en sangre de una lo que la otra pace.
175 ¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño
el silencio del can sigan, y el sueño!
    La fugitiva ninfa, en tanto, donde
hurta un laurel su tronco al Sol ardiente,
tantos jazmines cuanta hierba esconde
180 la nieve de sus miembros, da a una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde
un ruiseñor a otro, y dulcemente
al sueño da sus ojos la armonía,
por no abrasar con tres soles el día.
185     Salamandria del Sol, vestido estrellas,
latiendo el can del cielo estaba, cuando,
polvo el cabello, húmidas centellas,
si no ardientes aljófares, sudando,
llegó Acis y, de ambas luces bellas
190 dulce occidente viendo al sueño blando,
su boca dio, y sus ojos cuanto pudo,
al sonoro cristal, al cristal mudo.
    Era Acis un venablo de Cupido,
de un fauno, medio hombre, medio fiera,
195 en Simetis, hermosa ninfa, habido,
gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
que acero sigue, idólatra venera,
rico de cuanto el huerto ofrece, pobre,
200 rinden las vacas y fomenta el robre:
    el celestial humor recién cuajado
que la almendra guardó, entre verde y seca,
en blanca mimbre se lo puso al lado,
y un copo, en verdes juncos, de manteca;
205 en breve corcho, pero bien labrado,
un rubio hijo de una encina hueca,
dulcísimo panal, a cuya cera
su néctar vinculó, la primavera.
    Caluroso, al arroyo da las manos
210 y, con ellas, las ondas a su frente,
entre dos mirtos que, de espuma canos,
dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
corrió Favonio lisonjeramente,
215 a la, de viento cuando no sea, cama
de frescas sombras, de menuda grama.
    La ninfa, pues, la sonorosa plata
bullir sintió, del arroyuelo, apenas,
cuando, a los verdes márgenes ingrata,
220 segur se hizo de sus azucenas.
Huyera, mas tan frío se desata
un temor perezoso por sus venas,
que a la precisa fuga, al presto vuelo
grillos de nieve fue, plumas de hielo.
225     Fruta en mimbres halló; leche exprimida,
en juncos; miel en corcho; mas sin dueño,
si bien al dueño debe, agradecida
su deidad, culta, venerado, el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
230 este de cortesía no pequeño
indicio la dejó, aunque estatua helada,
más discursiva y menos alterada.
    No al cíclope atribuye, no, la ofrenda;
no a sátiro lascivo, ni a otro feo
235 morador de las selvas, cuya rienda
el sueño aflija que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
ostentación gloriosa, alto trofeo
quiere que al árbol de su madre sea
240 el desdén hasta allí de Galatea.
    Entre las ramas del, que más se lava
en el arroyo, mirto levantado,
carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
su blanco pecho, de un arpón dorado;
245 el monstro de rigor, la fiera brava,
mira la ofrenda ya con más cuidado,
y aun siente que a su dueño sea, devoto,
confuso alcaide más, el verde soto.
    Llamáralo, aunque muda, mas no sabe
250 el nombre articular que más querría,
ni lo ha visto, si bien pincel süave
lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie, no tanto ya, del temor, grave,
fía su intento, y tímida, en la umbría
255 cama de campo y campo de batalla,
fingiendo sueño al cauto garzón halla.
    El bulto vio y, haciéndolo dormido,
librada en un pie toda sobre él pende
urbana al sueño, bárbara al mentido
260 retórico silencio que no entiende:
no el ave reina así el fragoso nido
corona inmóvil, mientras no desciende,
rayo con plumas, al milano pollo,
que la eminencia abriga, de un escollo,
265     como la ninfa bella, compitiendo
con el garzón dormido, en cortesía,
no solo para, mas, el dulce estruendo
del lento arroyo, enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
270 colorido el bosquejo que ya había
en su imaginación Cupido hecho
con el pincel que le clavó su pecho,
    de sitio mejorada, atenta mira
en la disposición robusta aquello
275 que, si por lo süave no la admira,
es fuerza que la admire por lo bello:
del casi tramontado sol aspira,
a los confusos rayos, su cabello;
flores su bozo es, cuyas colores,
280 como duerme la luz, niegan, las flores.
    En la rústica greña yace oculto
el áspid, del intonso prado ameno,
antes que del peinado jardín culto
en el lascivo, regalado seno:
285 en lo viril desata, de su vulto,
lo más dulce, el Amor, de su veneno;
bébelo Galatea, y da otro paso
por apurarle la ponzoña al vaso.
    Acis, aun más de aquello que dispensa
290 la brújula del sueño vigilante,
alterada la ninfa esté, o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
lince penetrador de lo que piensa,
cíñalo bronce o múrelo diamante,
295 que en sus paladïones Amor ciego,
sin romper muros, introduce fuego.
    El sueño de sus miembros sacudido,
gallardo el joven la persona ostenta
y, al marfil luego de sus pies rendido,
300 el coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido
al marinero, menos la tormenta
prevista le turbó, o pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.
305     Más agradable y menos zahareña,
al mancebo levanta venturoso,
dulce ya concediéndole, y risueña,
paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
310 a un fresco sitïal dosel umbroso,
y verdes celosías unas hiedras,
trepando troncos y abrazando piedras.
    Sobre una alfombra (que imitara en vano
el tirio sus matices, si bien era
315 de cuantas sedas ya hiló, gusano,
y artífice tejió, la primavera)
reclinados, al mirto más lozano
una y otra lasciva, si ligera,
paloma se caló, cuyos gemidos,
320 trompas de Amor, alteran sus oídos.
    El ronco arrullo al joven solicita,
mas, con desvíos Galatea, suaves,
a su audacia los términos limita,
y el aplauso al concento de las aves.
325 Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves,
que, en tanta gloria, infierno son no breve,
fugitivo cristal, pomos de nieve.
    No a las palomas concedió Cupido
330 juntar de sus dos picos los rubíes,
cuando al clavel el joven atrevido
las dos hojas le chupa, carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
negras vïolas, blancos alhelíes,
335 llueven sobre el que Amor quiere que sea
tálamo de Acis ya, y de Galatea.
    Su aliento humo, sus relinchos fuego,
si bien su freno espumas, ilustraba
las columnas Etón, que erigió el Griego
340 do el carro de la luz sus ruedas lava,
cuando, de amor el fiero jayán, ciego,
la cerviz oprimió a una roca brava
que a la playa, de escollos no desnuda,
linterna es ciega y atalaya muda.
345     Árbitro de montañas y ribera,
aliento dio, en la cumbre de la roca,
a los albogues que agregó la cera,
el prodigioso fuelle de su boca;
la ninfa los oyó, y ser más quisiera
350 breve flor, hierba humilde y tierra poca,
que de su nuevo tronco vid lasciva,
muerta de amor y de temor no viva.
    Mas, cristalinos pámpanos sus brazos,
amor la implica, si el temor la anuda,
355 al infelice olmo que pedazos
la segur de los celos hará, aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
que ha prevenido la zampoña ruda,
el trueno de la voz fulminó luego:
360 referidlo, Pïérides, os ruego.
    «¡Oh bella Galatea, más süave
que los claveles que troncó la Aurora;
blanca más que las plumas de aquel ave
que dulce muere y en las aguas mora;
365 igual en pompa al pájaro que, grave,
su manto azul, de tantos ojos dora
cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!
    »Deja las ondas, deja el rubio coro
370 de las hijas de Tetis, y el mar vea,
cuando niega la luz un carro de oro,
que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
cuantas el blanco pie conchas platea,
375 cuyo bello contacto puede hacerlas,
sin concebir rocío, parir perlas.
    »Sorda hija del mar, cuyas orejas
a mis gemidos son rocas al viento:
o dormida te hurten a mis quejas
380 purpúreos troncos de corales ciento,
o al disonante número de almejas
(marino, si agradable no, instrumento)
coros tejiendo estés, escucha un día
mi voz, por dulce cuando no, por mía.
385     »Pastor soy, mas tan rico de ganados,
que los valles impido, más vacíos,
los cerros desparezco, levantados,
y los caudales seco, de los ríos:
no los que, de sus ubres desatados
390 o derivados de los ojos míos,
leche corren y lágrimas, que iguales
en número a mis bienes son mis males.
    »Sudando néctar, lambicando olores,
senos que ignora aun la golosa cabra
395 corchos me guardan, más que abeja flores
liba inquïeta, ingenïosa labra;
troncos me ofrecen, árboles mayores,
cuyos enjambres, o el abril los abra
o los desate el mayo, ámbar distilan,
400 y en ruecas de oro rayos del sol hilan.
    »Del Júpiter, soy hijo, de las ondas,
aunque pastor; si tu desdén no espera
a que el monarca de esas grutas hondas
en trono de cristal te abrace nuera,
405 Polifemo te llama, no te escondas,
que tanto esposo admira la ribera
cual otro no vio Febo, más robusto,
del perezoso Volga al Indo adusto.
    »Sentado, a la alta palma no perdona
410 su dulce fruto mi robusta mano;
en pie, sombra capaz es, mi persona,
de innumerables cabras, el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
por igualarme, la montaña, en vano,
415 y en los cielos, desde esta roca, puedo
escribir mis desdichas con el dedo?
    »Marítimo alcïón roca eminente
sobre sus huevos coronaba, el día
420 la playa azul, de la persona mía;
mireme, y lucir vi un sol en mi frente
cuando en el cielo un ojo se veía:
neutra, el agua dudaba a cuál fe preste,
o al cielo humano o al cíclope celeste.
425     »Registra en otras puertas el venado
sus años, su cabeza colmilluda
la fiera cuyo cerro levantado
de helvecias picas es muralla aguda;
la humana suya el caminante errado
430 dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
albergue hoy por tu causa al peregrino,
do halló reparo, si perdió camino.
    »En tablas dividida, rica nave
besó la playa miserablemente,
435 de cuantas vomitó riquezas grave,
por las bocas del Nilo, el orïente.
Yugo aquel día, y yugo bien süave,
del fiero mar a la sañuda frente
imponiéndole estaba, si no al viento
440 dulcísimas coyundas, mi instrumento,
    »cuando entre globos de agua entregar veo
a las arenas, ligurina haya,
en cajas, los aromas del Sabeo,
en cofres, las riquezas de Cambaya,
445 delicias de aquel mundo, ya trofeo
de Escila, que, ostentado en nuestra playa,
lastimoso despojo fue dos días
a las, que esta montaña engendra, harpías.
    »Segunda tabla a un ginovés mi gruta
450 de su persona fue, de su hacienda:
la una reparada, la otra enjuta,
relación del naufragio hizo, horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
que en hierbas se recline, o en hilos penda,
455 colmillo fue del animal que el Ganges
sufrir muros lo vio, romper falanges,
    »arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
obras ambas de artífice prolijo,
y de malaco rey a deidad java
460 alto don, según ya mi huésped dijo:
de aquel la mano, de esta el hombro agrava;
convencida la madre, imita al hijo:
serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de los montes».
465     Su horrenda voz, no su dolor interno,
cabras aquí le interrumpieron, cuantas,
vagas el pie, sacrílegas el cuerno,
a Baco se atrevieron en sus plantas;
mas, conculcado el pámpano más tiernoParecer de Francisco de Córdoba
470 viendo, el fiero pastor, voces él tantas
y tantas despidió la honda piedras,
que el muro penetraron de las hiedras.
    De los nudos, con esto, más süaves,
los dulces dos amantes desatados,
475 por duras guijas, por espinas graves
solicitan el mar con pies alados:
tal redimiendo de importunas aves
incauto meseguero sus sembrados,
de liebres dirimió copia, así, amiga
480 que vario sexo unió y un surco abriga.
    Viendo el fiero jayán con paso mudo
correr al mar la fugitiva nieve
(que a tanta vista el líbico desnudo
registra el campo de su adarga breve)
485 y al garzón viendo, cuantas mover pudo
celoso trueno antiguas hayas mueve:
tal, antes que la opaca nube rompa,
previene, rayo, fulminante trompa.
    Con vïolencia desgajó infinita
490 la mayor punta de la excelsa roca,
que al joven, sobre quien la precipita,
urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la ninfa solicita
las deidades del mar, que Acis invoca:
495 concurren todas, y el peñasco duro
la sangre que exprimió, cristal fue, puro.
    Sus miembros lastimosamente opresos
del escollo fatal fueron apenas,
que los pies de los árboles más gruesos
500 calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
lamiendo flores y argentando arenas,
a Doris llega, que con llanto pío,
yerno lo saludó, lo aclamó río.

256

A los poetas que asistían en Ayamonte80 §

Por este culto bien nacido prado,
que torres lo coronan eminentes,
que guarnece el cristal de Guadïana,
su monte deja Apolo, de dos frentes,
5 con una y otra musa soberana,
sacro escuadrón de abejas, si no alado,
    susurrante y armado
de liras de marfil, de plectros de oro.
Este, pues, docto enjambre y dulce coro,
10 maravillas libando, no ya aquellas
    efímeras de flores
que a la madre gentil de los Amores
    deben, y a sus estrellas,
tan breve ser, que en un día que adquieren
15 alegres nacen y caducas mueren,
    sino otras maravillas,
    que marchitar en vano
pretende el tiempo, desde las orillas
que los términos besan del Tebano
20     hasta el hombro robusto
    del español Atlante,
    del muro de diamante
    del Pirineo adusto,
sacras plantas, perpetuamente vivas,
25 émulas no de palmas ni de olivas
(que en duración se burlan y en grandeza
de cuantas ostentó naturaleza),
sino de las pirámides de Egito,
    de la estatua de Rodas,
30     puesto que ya son todas
polvos de lo que dellas está escrito;
incultas se crïaron y difusas
    en lo que España encierra,
    pero ya poca tierra
35 alimento las hace de las musas,
    que en este prado solo
las ha querido recoger Apolo,
donde sus sombras solicitan sueño,
    tal, que el dios se ha dormido
40     en el campo florido,
y mudo pende su canoro leño,
    para quien luego apela
el docto enjambre que sin alas vuela,
    y con arte no poca,
45 las flores trasladando de su boca
    a la sacra vihuela,
dulzuras acrecientan a dulzuras.
    El rubio dios recuerda
y, pulsando una dulce y otra cuerda,
50     la métrica armonía
    que en Delfos algún día
al tiempo le hurtó cosas futuras,
de suavidad ahora el prado baña.
    Erudición dé España:
55     goza lo que te ofrece
    este jardín de Febo,
    dulce Helicona nuevo,
que torres honran y cristal guarnece;
    goza sus bellas plantas,
60     que maravillas tantas
admiraciones son, y desenojos,
néctar del gusto y gloria de los ojos.

257

Diálogo entre Coridón y otro §

1.

    ¡Cuán venerables que son,
cuán digno de reverencia,
las tocas de la apariencia,
el manto de la opinión!

2.

5 ¡Oh Coridón, Coridón!
Venza las tórtolas Dido
en uno y otro gemido,
turbe el agua a lo vïudo,
que a fe que el hierro desnudo
10 desmienta al monjil vestido.

1.

    De un serafín quintañón
el menos hoy blanco diente,
si una perla no es luciente,
es un desnudo piñón.

2.

15 ¡Oh Coridón, Coridón!
Antojos calzáis de necio,
pues no entendéis a Vegecio;
pero entendereislo al fin,
si el quintañón serafín
20 muerde duro o tose recio.

1.

    Galán no pasea el balcón
de la reclusa doncella,
que no lo conozca ella,
y no conoce varón.

2.

25 ¡Oh Coridón Coridón!
Fresco estáis, no sé que os diga,
si el Amor, por lo que obliga
un conocimiento desos,
le sacó prendas con huesos
30 del cofre de la barriga.

1.

    Solicita devoción
el rostro de la beata,
el jeme, digo, de plata,
engastado en un griñón.

2.

35 ¡Oh Coridón, Coridón!
No hay flor de abeja segura;
poca plata es su figura,
poca; mas, con todo eso,
en oro le paga el peso
40 quien en cuartos la hechura.

1.

    Tejiendo ocupa un rincón
Penélope, mientras yerra
por mar Ulises, por tierra
cenizas ya el Ilïón.

2.

45 Oh Coridón, Coridón!
Ella en tierra y él en mar
papillas pudieran dar
a un gitano, puesto que él
menos urdió en su bajel
50 que ella tejió en su telar.

258

Loa que recitó un sobrino de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba, en una comedia que le representaron él y otros caballeros estudiantes §

    No vengo a pedir silencio,
que la cómica española
no calza los zuecos que
la antigüedad rigurosa.
5     A solicitar sí vengo
una de las muchas trompas
del monstro que todo es pluma,
del ave que es ojos toda:
    de la Fama, que, sin duda,
10 muda a su pesar ahora,
ha concurrido a este acto,
o miembros vestida o sombras.
    Mas no creo será bien
que tanta modestia rompa,
15 tan vocinglero instrumento:
mienta, pues, ajenas formas,
    y a mí, en plectro agradecido
de cítara numerosa,
musa hoy culta me dicte
20 cuanto el Borístenes oya.
    En vez de prólogo quiero,
pues lo llama España loa,
ofender suavemente
las orejas (siempre sordas)
25     de tu prudencia (al encanto
de la mágica lisonja),
oh modelo de prelados,
cuando no primera copia
    de tu patrïarca santo,
30 luciente de España gloria:
sufre tus prerrogativas,
y breve rato o perdona
    o excusa al que parte indigna
es de tu casa Mardona,
35 que en antiguo valle ilustra
las Montañas generosas.
    Permite que por mi lira
el mundo todo conozca
tu calificada cuna,
40 tu educación virtüosa,
    y en tu adolescencia cana
tu siempre afección devota
al hábito que escogiste,
de que Barbadillo se honra 81;
45     tu perseverante estudio,
decorado con la borla,
honor del púlpito grave
y de la cátedra docta;
    tu penitencia ejemplar,
50 tu humildad, despreciadora
de los lugares en que
aun la obediencia coloca.
    Mas, como al fin se le debe
el candelero a la antorcha,
55 y puede esconderse mal
ciudad que el monte corona,
    los ojos venció del duque
tu esplendor, tus religiosas
canas, luciente homenaje
60 del muro de tu persona,
    y a tus pies contrita su alma,
bien como herida corza,
del díctamo solicita
las tres veniales hojas.
65     Con invidia luego, santa,
Filipo a tus pies se prostra,
y en cada rodilla suya
no menos que un orbe dobla;
    de su consciencia clavero
70 tres años, las dos heroicas
le introdujiste, virtudes:
justicia y misericordia.
    De méritos, ya de edad,
cargado, y de las, que corvan
75 aun las espaldas de Atlante,
comisiones onerosas,
    Córdoba te mereció,
cuando pudiera bien Roma
impedir tus venerables
80 sienes con sus tres coronas.
    Aquí, pues, de tu piedad
señas has dado no pocas:
léase en Burgos aquel
capítulo de tu historia
85     en el insigne convento,
digo, de San Pablo, pompa
de la provincia por ti,
si admiración no de Europa82.
    Las piedras de tu palacio
90 lenguas sean de tus obras,
que lenguas de piedra es bien
que eternicen tu memoria83.
    De esta santa iglesia hable
la fábrica caudalosa,
95 que agradecida ser quiere
de tus reliquias custodia84.
    Díganlo, si no, las mudas,
las cuotidïanas ondas
del profundo, del inmenso
100 oceano de limosnas
    que inunda la ciudad. Antes
que en él pierda yo la sonda,
me vuelvo a la, que me espera,
compañía, aunque bisoña,
105     que por tener las vacantes
de los estudios no ociosas,
le ha hecho al tiempo un engaño,
a que yo os convido ahora.

1613 §

259

A don Antonio de las Infantas, en la muerte de una señora con quien estaba concertado de casar en Segura de la Sierra §

    Ceñida, si asombrada no, la frente
de una y de otra verde rama obscura,
a los pinos dejando, de Segura,
su urna lagrimosa, en son doliente,
5     llora el Betis, no lejos de su fuente,
en poca tierra ya mucha hermosura;
tiernos rayos, en una piedra dura,
de un sol antes caduco que luciente.
    ¡Cuán triste sobre el pórfido se mira
10 casta Venus llorar su cuarta Gracia,
si lágrimas las perlas son que vierte!
    ¡Oh Antonio, oh tú, del músico de Tracia
prudente imitador! Tu dulce lira
sus privilegios rompa hoy a la muerte.

260

A un letrado llamado por mal nombre el licenciado Mojón, habiéndole hurtado una ropa de damasco §

    En hábito de ladrón
jüez de términos fue,
señor licenciado, el que
limitó vuestro mojón;
5 de tiro hizo un tirón
vuestra ropa damasquina,
porque era de seda fina,
que solo es bien se conceda
a los mojones la seda
10 que se concedió a la China.

261 85 §

    Don Juan soy, del Castillejo,
ilustrísimo señor,
famoso predicador,
sin barbas, mas con despejo.
5 No siempre el caballo viejo
echa en la plaza caireles,
que potros, tal vez, noveles
ilustrar los pedernales
suelen, si no por bozales,
10 perdidos por cascabeles.
    Vengo a vuestra señoría,
Dios sabe con qué dolor,
a quejarme del autor
desta pueril compañía,
15 que excluyó toda la mía
persona y autoridad
del coloquio; y en verdad
que perdió un buen compañero,
porque sin mí, y por enero,
20 todo ha de ser frïaldad.

262

De unas empanadas de un jabalí que mató el marqués del Carpio §

    En vez de acero bruñido,
que da horror, aunque da luz,
en los montes de Adamuz
cerdas Marte se ha vestido
5 contra el Adonis querido
de la Venus de Guzmán,
tan valiente, si galán,
en este robusto oficio,
que, rompiéndole el silicio,
10 nos ha dado al dios en pan.

263

Lisonjea a doña Elvira de Córdoba, hija del señor de Zuheros §

    ¡Cuántos silbos, cuántas voces
la nava oyó, de Zuheros,
sentidos bien de sus valles,
guardadas mal de sus ecos!
5     Vaqueros las dan, buscando
la hermosa, por lo menos,
cerrera, luciente hija
del toro que pisa el cielo.

1.

¿Qué buscades, los vaqueros?

2.

10 Una, ay, novilleja, una
que hiere con media luna
y mata con dos luceros.
    No contiene el bosque gruta,
ni tronco ha roído el tiempo,
15 que no penetre el cuidado,
que no escudriñe el deseo.
    La diligencia, calzada,
en vez de abarcas, el viento,
los montes huella, y las nubes,
20 turbantes de sus cabezos.

1.

¿Qué buscades, los vaqueros?

2.

Una, ay, novilleja, una
que hiere con media luna
y mata con dos luceros.
25     Aserrar quisiera escollos
la juventud, infiriendo
que peñascos viste duros
quien se niega a silbos tiernos.
    Tan sorda piedad acusa,
30 si rumiando no beleños
la alcanzaron tantas voces
en la región del silencio.

1.

¿Qué buscades, los vaqueros?

2.

Una, ay, novilleja, una
35 que hiere con media luna
y mata con dos luceros.

GIL

    Pediros albricias puedo.

VAQUEROS

¿De qué, Gil?

GIL

No deis más paso:
la novilla he visto.

VAQUEROS

    Paso.

GIL

40 Quedo, ay, quedetico, quedo.
Un no sé qué celestial,
que tiene de obscuro y claro,
para safiro, muy raro,
muy azul para cristal,
45 la niega con llave tal,
que cierra el paso al denuedo.
Pediros albricias puedo.

VAQUEROS

¿De qué, Gil?

GIL

No deis más paso:
la novilla he visto.

VAQUEROS

    Paso.

GIL

50 Quedo, ay, quedetico, quedo.
    Deidad previno celosa
este dïáfano muro,
donde el pie vague seguro,
de la novilla hermosa.
55 Desmintiendo, aquí reposa,
tanta prevención o miedo.
Pediros albricias puedo.

VAQUEROS

¿De qué, Gil?

GIL

No deis más paso:
la novilla he visto.

VAQUEROS

    Paso.

GIL

60 Quedo, ay, quedetico, quedo.
    Dulce la mira la Aurora
entre purpúreos albores
pacer las, que trenzó, flores,
beber las perlas que llora.
65 Los cuernos, el sol le dora,
que corona el mayo ledo.
Pediros albricias puedo.

VAQUEROS

¿De qué, Gil?

GIL

No deis más paso:
la novilla he visto.

VAQUEROS

    Paso.

GIL

70 Quedo, ay, quedetico, quedo.

264a

Soledades

Al duque de Béjar §

Pasos de un peregrino son, errante,
cuantos me dictó versos dulce musa,
    en soledad confusa
perdidos unos, otros inspirados.
5 ¡Oh tú que, de venablos impedido,
muros de abeto, almenas de diamante,
bates los montes que, de nieve armados,
gigantes de cristal los teme el cielo,
donde el cuerno, del eco repetido,
10 fieras te expone que, al teñido suelo,
muertas, pidiendo términos disformes,
espumoso coral le dan al Tormes!:
arrima a un fresno el fresno, cuyo acero,
sangre sudando, en tiempo hará breve
15     purpurear la nieve,
y, en cuanto da el solícito montero
al duro robre, al pino levantado,
émulos vividores de las peñas,
    las formidables señas
20 del oso que aun besaba, atravesado,
la asta de tu luciente jabalina,
o lo sagrado supla de la encina
lo augusto del dosel, o de la fuente
la alta zanefa lo majestüoso
25 del sitïal a tu deidad debido,
    ¡oh duque esclarecido!,
templa en sus ondas tu fatiga ardiente,
y entregados tus miembros al reposo
sobre el de grama césped no desnudo,
30 déjate un rato hallar del pie acertado
que sus errantes pasos ha votado
a la real cadena de tu escudo.
Honre süave, generoso nudo
libertad de Fortuna perseguida,
35 que a tu piedad, Euterpe, agradecida,
su canoro dará dulce instrumento,
cuando la Fama no su trompa, al viento.

264b [Soledad] Primera §

Era del año la estación floridaCarta de un amigo de Góngora
en que el mentido robador de Europa
(media luna las armas de su frente,Parecer de Francisco de Córdoba
y el Sol todo los rayos de su pelo),
5     luciente honor del cielo,
cuando el que ministrar podía la copa
a Júpiter mejor que el garzón de Ida,
náufrago y desdeñado, sobre ausente,
10 lagrimosas de amor dulces querellas
    da al mar; que condolido,
    fue a las ondas, fue al viento
    el mísero gemido
segundo de Arïón dulce instrumento.
15 Del siempre en la montaña opuesto pino
    al enemigo noto
    piadoso miembro roto,
breve tabla, delfín no fue pequeño
al inconsiderado peregrino
20 que a una Libia de ondas su camino
    fïó, y su vida a un leño.Parecer de Francisco de Córdoba
Del océano, pues, antes sorbido,
    y luego vomitado
no lejos de un escollo coronado
25 de secos juncos, de calientes plumas,
    alga todo y espumas,
halló hospitalidad donde halló nido
    de Júpiter el ave.
Besa la arena, y de la rota nave
30     aquella parte poca
que lo expuso en la playa dio a la roca,
    que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas.
Desnudo el joven, cuanto ya el vestido
35     océano ha bebido,
restituir le hace a las arenas,
    y al Sol lo extiende luego,
    que, lamiéndolo apenas
su dulce lengua de templado fuego,
40 lento lo embiste, y con süave estilo
la menor onda chupa al menor hilo.
No bien, pues, de su luz los horizontes,
que hacían desigual, confusamente
montes de agua y piélagos de montes,
45     desdorados los siente,
cuando, entregado el mísero extranjero
en lo que ya del mar redimió, fiero,
entre espinas crepúsculos pisando,
riscos que aun igualara mal volando
50     veloz, intrépida ala,
menos cansado que confuso, escala.
    Vencida al fin la cumbre,
    del mar siempre sonante,
    de la muda campaña
55 árbitro igual e inexpugnable muro,
    con pie ya más seguro
    declina al vacilante
breve esplendor de mal distinta lumbre,
    farol de una cabaña
60 que sobre el ferro está, en aquel incierto
golfo de sombras anunciando el puerto.
«Rayos —les dice—, ya que no de Leda
trémulos hijos, sed de mi fortuna
término luminoso». Y recelando
65 de invidïosa bárbara arboleda
    interposición, cuando
de vientos no conjuración alguna,
    cual haciendo, el villano,
la fragosa montaña fácil llano,
70     atento sigue aquella
(aun a pesar de las tinieblas bella,
aun a pesar de las estrellas clara)
     piedra, indigna tïara
(si tradición apócrifa no miente)
75 de animal tenebroso, cuya frente
carro es brillante de nocturno día:
    tal, diligente, el paso
    el joven apresura,
    midiendo la espesura
80     con igual pie que el raso,
fijo, a despecho de la niebla fría,
en el carbunclo, norte de su aguja,
o el austro brame o la arboleda cruja.
    El can ya, vigilante,
85 convoca despidiendo al caminante,
    y la que desvïadaParecer de Francisco de Córdoba
luz poca pareció, tanta es vecina,
que yace en ella la robusta encina,
mariposa en cenizas desatada.
90 Llegó, pues, el mancebo, y saludado
sin ambición, sin pompa de palabras,
de los conducidores fue, de cabras,
que a Vulcano tenían coronado.
    «¡Oh bienaventuradoParecer de Francisco de Córdoba
95     albergue, a cualquier hora,
templo de Pales, alquería de Flora!
    No moderno artificio
borró designios, bosquejó modelos,
al cóncavo ajustando, de los cielos,
100     el sublime edificio:
    retamas sobre robre
    tu fábrica son, pobre,
    do guarda en vez de acero
    la inocencia al cabrero,
105     más que el silbo al ganado.
    ¡Oh bienaventurado
    albergue, a cualquier hora!
    No en ti la Ambición mora,
    hidrópica de viento,
110     ni la que su alimento
    el áspid es, gitano;
no la que, en vulto comenzando humano,
    acaba en mortal fïera,
    esfinge bachillera
115     que hace hoy a Narciso
Ecos solicitar, desdeñar fuentes;
ni la que en salvas gasta impertinentes
la pólvora del tiempo más preciso:
    ceremonia profana
120 que la Sinceridad burla, villana,
    sobre el corvo cayado.
    ¡Oh bienaventurado
    albergue, a cualquier hora!
    Tus umbrales ignora
125     la Adulación, sirena
de reales palacios, cuya arena
    besó ya tanto leño,Parecer de Francisco de Córdoba
trofeos dulces de un canoro sueño.
No a la Soberbia está aquí la Mentira
130 dorándole los pies, en cuanto gira
    la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las espumas
    favor de cera alado.
    ¡Oh bienaventurado
135     albergue, a cualquier hora!»
No, pues, de aquella sierra, engendradora
más de fierezas que de cortesía,
    la gente parecía
    que hospedó al forastero
140 con pecho igual de aquel candor primero
    que, en las selvas contento,
tienda el fresno le dio, el robre alimento.
Limpio sayal, en vez de blanco lino,
    cubrió el cuadrado pino;
145 y en boj, aunque rebelde, a quien el torno
forma elegante dio sin culto adorno,
leche que exprimir vio la Alba aquel día,
    mientras perdían con ella
los blancos lilios de su frente bella,
150     gruesa le dan y fría,
impenetrable casi a la cuchara,
del viejo Alcimedón invención rara.
El que de cabras fue dos veces ciento
esposo casi un lustro (cuyo diente
155 no perdonó a racimo aun en la frente
de Baco, cuanto más en su sarmiento),
triunfador siempre de celosas lides
lo coronó el Amor, mas rival tierno,
breve de barba y duro no de cuerno,Parecer de Francisco de Córdoba
160 redimió con su muerte tantas vides:
    servido ya en cecina,
purpúreos hilos es de grana fina.
Sobre corchos después, más regalado
sueño le solicitan pieles blandas
165 que al príncipe entre holandas
púrpura tiria o milanés brocado.
No de humosos vinos agravado
es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre,
de ponderosa vana pesadumbre
170 es, cuanto más despierto, más burlado.
De trompa militar no, o destemplado
son de cajas fue el sueño interrumpido,
    de can sí, embravecido
    contra la seca hoja
175 que el viento repeló a alguna coscoja.
Durmió, y recuerda al fin, cuando las aves,
esquilas dulces de sonora pluma,
    señas dieron süaves
del Alba al Sol, que el pabellón de espuma
180     dejó, y en su carroza
rayó el verde obelisco de la choza.
Agradecido, pues, el peregrino
deja el albergue y sale acompañado
de quien lo lleva donde, levantado,
185 distante pocos pasos del camino,
imperïoso mira la campaña
un escollo, apacible galería
que festivo teatro fue algún día
de cuantos pisan faunos la montaña.
190     Llegó y, a vista tanta
obedeciendo la dudosa planta,
inmóvil se quedó sobre un lentisco,
verde balcón del agradable risco.
Si mucho poco mapa les despliega,
195 mucho es más lo que (nieblas desatando)
confunde el Sol y la distancia niega.
Muda la admiración habla callando,
y ciega un río sigue, que, luciente
    de aquellos montes hijo,
200 con torcido discurso, aunque prolijo,
tiraniza los campos útilmente:
orladas sus orillas de frutales,
quiere la Copia que su cuerno sea,Parecer de Francisco de Córdoba
si al animal armaron, de Amaltea,
205     dïáfanos cristales;
engazando edificios en su plata,
    de muros se corona,
rocas abraza, islas aprisiona,
de la alta gruta donde se desata
210 hasta los jaspes líquidos, adonde
su orgullo pierde y su memoria esconde.
«Aquellas que los árboles apenasCarta de un amigo de Góngora
dejan ser torres hoy —dijo el cabrero
con muestras de dolor extraordinarias—,
215 las estrellas nocturnas luminarias
    eran, de sus almenas,
cuando el que ves sayal fue limpio acero.
Yacen ahora, y sus desnudas piedras
    visten piadosas hiedras,
220     que a rüinas y a estragos
sabe el tiempo hacer verdes halagos».
Con gusto el joven, y atención, lo oía,
cuando torrente de armas y de perros
(que si precipitados no los cerros,
225 las personas tras de un lobo traía)
tierno discurso y dulce compañía
    dejar hizo al serrano,
que, del sublime espacïoso llano
al huésped al camino reduciendo,
230     al venatorio estruendo,
    pasos dando veloces,
número crece y multiplica voces.
Bajaba, entre sí, el joven, admirando
armado a Pan o semicapro a Marte
235 en el pastor mentidos que con arte
culto principio dio al discurso, cuando
rémora de sus pasos fue su oído,
    dulcemente impedido
de canoro instrumento, que pulsado
240 era de una serrana junto a un tronco,
sobre un arroyo, de quejarse, ronco,
mudo sus ondas, cuando no enfrenado.
Otra con ella montaraz zagala
juntaba el cristal líquido al humanoParecer de Francisco de Córdoba
245 por el arcaduz bello de una mano
que al uno menosprecia, al otro iguala.
Del verde margen otra las mejores
rosas traslada, y lilios, al cabello,
o por lo matizado o por lo bello,
250 si Aurora no con rayos, Sol con flores.
Negras pizarras entre blancos dedos
ingenïosa hiere otra, que dudo
que aun los peñascos la escucharan quedos.
    Al son, pues, deste rudo
255     sonoroso instrumento,
    lasciva el movimiento
    mas los ojos honesta,Parecer de Francisco de Córdoba
altera otra bailando la floresta.
Tantas al fin el arroyuelo, y tantas
260 montañesas da el prado, que dirías
ser menos las que verdes hamadrías
    abortaron las plantas:
    inundación hermosa
que la montaña hizo, populosa,
265     de sus aldeas todas
    a pastorales bodas.
    De una encina embebido
en lo cóncavo, el joven mantenía
la vista de hermosura, y el oído
270     de métrica armonía.Parecer de Francisco de Córdoba
    El sileno buscabaParecer de Francisco de Córdoba
de aquellas que la sierra dio bacantes,
ya que ninfas las niega ser, errantes,
    el hombro sin aljaba,
275     o si, del Termodonte
émulo el arroyuelo desatado
    de aquel fragoso monte,
escuadrón de amazonas desarmadoParecer de Francisco de Córdoba
    tremola en sus riberas
280     pacíficas banderas.
    Vulgo lascivo erraba,
    al voto del mancebo
el yugo de ambos sexos sacudido,
al tiempo que, de flores impedido
285     el que ya serenaba
la región de su frente rayo nuevo,
purpúrea terneruela, conducida
de su madre no menos enramada,
entre albogues se ofrece, acompañada
290     de juventud florida.
Cuál dellos las pendientes sumas graves
de negras baja, de crestadas aves,
cuyo lascivo esposo vigilante
doméstico es del Sol nuncio canoro,
295 y, de coral barbado, no de oro
ciñe, sino de púrpura, turbante.
    Quién la cerviz oprime
    con la manchada copia
de los cabritos más retozadores,
300     tan golosos, que gime
el que menos peinar puede las flores
    de su guirnalda propia.
    No el sitio, no, fragoso,
no el torcido taladro de la tierra,
305     privilegió en la sierra
la paz del conejuelo temeroso:
trofeo ya su número es a un hombro,Parecer de Francisco de Córdoba
    si carga no y asombro.
    Tú, ave peregrina,
310 arrogante esplendor, ya que no bello,
    del último occidente,
penda el rugoso nácar de tu frente
sobre el crespo zafiro de tu cuello,
que Himeneo a sus mesas te destina.
315 Sobre dos hombros larga vara ostenta
en cien aves cien picos de rubíes,
tafiletes calzadas carmesíes,
    emulación y afrenta
    aun de los berberiscos,
320 en la inculta región de aquellos riscos.
    Lo que lloró la Aurora
     (si es néctar lo que llora)
    y, antes que el Sol, enjuga
    la abeja que madruga
325 a libar flores y a chupar cristales,
en celdas de oro líquido, en panales
    la orza contenía
    que un montañés traía.
    No excedía la oreja
330     el pululante ramo
    del ternezuelo gamo,
    que mal llevar se deja,
y con razón, que el tálamo desdeñaCarta de un amigo de Góngora
la sombra aun de lisonja tan pequeña.
335 El arco del camino, pues, torcido,
    que habían con trabajo
por la fragosa cuerda del atajo
las gallardas serranas desmentido,
de la cansada juventud vencido
340 (los fuertes hombros con las cargas graves
    treguas hechas süaves),
sueño le ofrece a quien buscó descanso
el ya sañudo arroyo, ahora manso:
merced de la hermosura que ha hospedado,
345 efectos si no dulces del concento
que, en las lucientes de marfil clavijas,
las duras cuerdas de las negras guijas
hicieron a su curso acelerado,
en cuanto a su furor perdonó el viento.
350 Menos en renunciar tardó la encina
    el extranjero errante,
que en reclinarse el menos fatigado
sobre la grana que se viste fina
su bella amada, deponiendo amante
355 en las vestidas rosas su cuidado.
Saludolos a todos cortésmente,
    y, admirado no menos
de los serranos que correspondido,
las sombras solicita de unas peñas.
360 De lágrimas los tiernos ojos llenos,
reconociendo el mar en el vestido
(que beberse no pudo el Sol ardiente
las que siempre dará cerúleas señas),
    político serrano,
365 de canas grave, habló desta manera:
    «¿Cuál tigre, la más fieraCarta de un amigo de Góngora
    que clima infamó hircano,
    dio el primer alimento
al que, ya deste o de aquel mar, primero
370     surcó, labrador fïero,
el campo undoso en mal nacido pino,
    vaga Clicie del viento
en telas hecho, antes que en flor, el lino?
Más armas introdujo este marino
375 monstro, escamado de robustas hayas,Parecer de Francisco de Córdoba
a las, que tanto mar divide, playas,
    que confusión y fuego
al frigio muro el otro leño griego.
Náutica industria investigó tal piedra,
380     que, cual abraza hiedra
escollo, el metal ella, fulminante,
de que Marte se viste, y, lisonjera,
solicita el, que más brilla, diamante
en la nocturna capa de la esfera,
385 estrella a nuestro polo más vecina,
    y, con virtud no poca,
    distante la revoca,
    elevada la inclina
    ya de la Aurora bella
390 al rosado balcón, ya a la que sella
    cerúlea tumba fría
    las cenizas del día.
En esta, pues, fiándose atractiva
del norte amante dura, alado roble,
395 no hay tormentoso cabo que no doble,
ni isla hoy a su vuelo fugitiva.
Tifis el primer leño mal seguroParecer de Francisco de Córdoba
condujo, muchos luego Palinuro,
si bien por un mar ambos, que la tierra
400     estanque dejó hecho,
    cuyo famoso estrecho
una y otra de Alcides llave cierra.
Piloto hoy la Cudicia, no de errantes
árboles, mas de selvas inconstantes,
405 al padre de las aguas Oceano
     (de cuya monarquía
    el Sol, que cada día
nace en sus ondas y en sus ondas muere,
los términos saber todos no quiere)
410 dejó primero de su espuma cano,
    sin admitir segundo
en inculcar sus límites al mundo.
Abetos suyos tres aquel tridente
    violaron a Neptuno,
415 conculcado hasta allí de otro ninguno,Parecer de Francisco de Córdoba
besando las que al Sol el occidente
le corre, en lecho azul de aguas marinas,
    turquesadas cortinas.
A pesar luego de áspides volantes
420 (sombra del Sol y tósigo del viento)
de caribes flechados, sus banderas
siempre gloriosas, siempre tremolantes,
rompieron los que armó de plumas ciento
lestrigones el istmo, aladas fieras:
425 el istmo que al océano divide,
y, sierpe de cristal, juntar le impide
la cabeza, del norte coronada,
con la, que ilustra el sur, cola escamada
    de antárticas estrellas.
430 Segundos leños dio a segundo poloParecer de Francisco de Córdoba
en nuevo mar, que le rindió no solo
las blancas hijas de sus conchas bellas,
mas los, que lograr bien no supo Midas,
    metales homicidas.
435 No le bastó después a este elemento
conducir orcas, alistar ballenas,
murarse de montañas espumosas,
infamar blanqueando sus arenas
con tantas del primer atrevimiento
440 señas, aun a los bueitres lastimosas,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
para con estas lastimosas señas
temeridades enfrenar segundas.
Tú, Cudicia, tú, pues, de las profundas
estigias aguas torpe marinero,
445 cuantos abre sepulcros el mar fiero
    a tus huesos, desdeñas.
El promontorio que Éolo sus rocas
candados hizo de otras nuevas grutas
para el austro de alas nunca enjutas,
450 para el cierzo espirante por cien bocas,
doblaste alegre, y tu obstinada entena
cabo lo hizo de esperanza buena.
Tantos luego astronómicos presagios
frustrados, tanta náutica doctrina,
455 debajo aun de la zona más vecina
al Sol calmas vencidas y naufragios,
los reinos de la Aurora al fin besaste,
cuyos purpúreos senos perlas netas,
    cuyas minas secretas
460 hoy te guardan su más precioso engaste.
La aromática selva penetraste,
que al pájaro de Arabia (cuyo vuelo
    arco alado es del cielo,Carta de un amigo de Góngora
    no corvo, mas tendido)
465 pira le erige y le construye nido.
Zodíaco después fue cristalino
    a glorïoso pino,
émulo vago del ardiente coche
    del Sol, este elemento,
470 que cuatro veces había sido ciento
dosel al día y tálamo a la noche,
cuando halló de fugitiva plataParecer de Francisco de Córdoba
la bisagra (aunque estrecha) abrazadoraCarta de un amigo de Góngora
de un océano y otro, siempre uno,
475 o las colunas bese o la escarlata,
    tapete de la Aurora.
    Esta, pues, nave ahora
en el húmido templo de Neptuno
varada pende a la inmortal memoria
480     con nombre de Victoria.
De firmes islas no la inmóvil flota
en aquel mar del Alba te describo,
cuyo número, ya que no lascivo,
por lo bello, agradable y por lo vario
485 la dulce confusión hacer podía
que en los blancos estanques del Eurota
la virginal desnuda montería,
haciendo escollos o de mármol pario
o de terso marfil sus miembros bellos,
490 que pudo bien Acteón perderse en ellos.
El bosque dividido en islas pocas,
fragrante productor de aquel aroma
que, traducido mal por el Egito,
tarde lo encomendó el Nilo a sus bocas,
495 y ellas más tarde a la gulosa Grecia,
clavo no, espuela sí del apetito,
que cuanto en conocello tardó Roma
fue templado Catón, casta Lucrecia,Carta de un amigo de Góngora
quédese, amigo, en tan inciertos mares,
500     donde con mi hacienda
del alma se quedó la mejor prenda,
cuya memoria es bueitre de pesares».
    En suspiros, con esto,
y en más anegó lágrimas el resto
505 de su discurso el montañés, prolijo,
que el viento su caudal, el mar su hijo.
Consolallo pudiera el peregrino
con las de su edad corta historias largas,
si, vinculados todos a sus cargas,
510 cual próvidas hormigas a sus mieses,
no comenzaran ya los montañeses
a esconder con el número el camino,
y el cielo con el polvo. Enjugó el viejo
del tierno humor las venerables canas,
515 y levantando al forastero, dijo:
    «Cabo me han hecho, hijo,
deste hermoso tercio de serranas:
si tu neutralidad sufre consejo,
y no te fuerza obligación precisa,
520 la piedad que en mi alma ya te hospeda
hoy te convida al que nos guarda sueño
    política alameda,
verde muro de aquel lugar pequeño
que, a pesar de esos fresnos, se divisa.
525 Sigue la femenil tropa conmigo:
verás curioso y honrarás testigo
el tálamo de nuestros labradores,
que de tu calidad señas mayores
me dan que del océano tus paños,
530 o razón falta donde sobran años».
Mal pudo el extranjero, agradecido,
en tercio tal negar tal compañía
y en tan noble ocasión tal hospedaje.
Alegres pisan la que, si no era
535 de chopos calle y de álamos carrera,
el fresco de los céfiros rüido,
el denso de los árboles celaje,
en duda ponen cuál mayor hacía
guerra al calor o resistencia al día.
540 Coros tejiendo, voces alternando,
sigue la dulce escuadra montañesa
del perezoso arroyo el paso lento,
    en cuanto él hurta blando
(entre los olmos que robustos besa)
545 pedazos de cristal, que el movimientoParecer de Francisco de Córdoba
libra en la falda, en el coturno ella,
    de la columna bella
    ya que celosa basa,
dispensadora del cristal no escasa.
550 Sirenas de los montes su concento,
a la que menos del sañudo viento
    pudiera antigua planta
temer rüina o recelar fracaso,
pasos hiciera dar el menor paso
555     de su pie o su garganta.
Pintadas aves, cítaras de pluma,
coronaban la bárbara capilla,
mientras el arroyuelo, para oílla,
    hace de blanca espuma
560 tantas orejas cuantas guijas lava,
de donde es fuente a donde arroyo acaba.
Vencedores se arrogan los serranos
los consignados premios otro día,
ya al formidable salto, ya a la ardiente
565 lucha, ya a la carrera polvorosa:
el menos ágil, cuantos comarcanos
convoca el caso, él solo desafía,
consagrando los palios a su esposa,
    que a mucha fresca rosa
570 beber el sudor hace, de su frente,
    mayor aun del que espera
en la lucha, en el salto, en la carrera.
Centro apacible un círculo espacioso
a más caminos que una estrella rayos
575 hacía, bien de pobos, bien de alisos,
    donde la Primavera,
calzada abriles y vestida mayos,
centellas saca, de cristal undoso,
a un pedernal orlado de narcisos.
580     Este, pues, centro era
meta umbrosa al vaquero convecino,
y delicioso término al distante,
donde, aun cansado más que el caminante,
    concurría el camino.
585 Al concento se abaten, cristalino,
    sedientas las serranas,
cual simples codornices al reclamo
que les miente la voz, y verde cela
entre la no espigada mies la tela.
590 Músicas hojas viste el menor ramo
del álamo que peina verdes canas;
no céfiros en él, no ruiseñores
lisonjear pudieron breve rato
    al montañés, que, ingrato
595 al fresco, a la armonía y a las flores
    del sitio, pisa, ameno,
la fresca hierba cual la arena ardiente
de la Libia, y a cuantas da la fuente
sierpes de aljófar, aun mayor veneno
600 que a las del Ponto, tímido, atribuye,
según el pie, según los labios huye.
Pasaron todos, pues, y regulados
cual en los equinoccios surcar vemos
los piélagos del aire libre algunas
605     volantes no galeras,
    sino grullas veleras,
tal vez creciendo, tal menguando lunas
    sus distantes extremos,
caracteres tal vez formando alados
610 en el papel dïáfano del cielo
    las plumas de su vuelo.
Ellas en tanto en bóvedas de sombras
    (pintadas siempre al fresco)
cubren las que Sidón, telar turquesco,
615 no ha sabido imitar verdes alfombras.
Apenas reclinaron la cabeza
cuando, en número iguales y en belleza,
los márgenes matiza de las fuentes
segunda primavera de villanas,
620 que, parientas del novio aun más cercanas
que vecinos sus pueblos, de presentes
prevenidas, concurren a las bodas.
    Mezcladas hacen todas
teatro dulce, no de escena muda,
625 el apacible sitio: espacio breve
en que, a pesar del Sol, cuajada nieve,
y nieve de colores mil vestida,Parecer de Francisco de Córdoba
    la sombra vio florida
    en la hierba menuda.
630 Viendo, pues, que igualmente les quedaba
para el lugar a ellas de camino
lo que al Sol para el lóbrego occidente,
cual de aves se caló turba canora
a robusto nogal que acequia lava
635     en cercado vecino,
cuando a nuestros antípodas la Aurora
las rosas gozar deja de su frente,
tal sale aquella que sin alas vuela
hermosa escuadra con ligero paso,
640 haciéndole atalayas del ocaso
cuantos humeros cuenta la aldehuela.
    El lento escuadrón luego
    alcanzan de serranos,
y disolviendo allí la compañía,
645 al pueblo llegan con la luz que el día
cedió al sacro volcán de errante fuego,
a la torre, de luces coronada,
que el templo ilustra, y a los aires vanos
artificiosamente da, exhalada
650 luminosas de pólvora saetas,
    purpúreos no cometas.
Los fuegos, pues, el joven solemniza,
mientras el viejo tanta acusa tea
al de las bodas dios, no alguna sea
655 de nocturno Faetón carroza ardiente,
    y miserablemente
campo amanezca estéril de ceniza
    la que anocheció aldea.
De Alcides lo llevó luego a las plantas,
660     que estaban, no muy lejos,
trenzándose el cabello verde a cuantas
da el fuego luces y el arroyo espejos.
    Tanto garzón robusto,
tanta ofrecen los álamos zagala,
665 que abrevïara el Sol en una estrella,
    por ver la menos bella,
cuantos saluda rayos el Bengala,
    del Ganges cisne adusto.
La gaita al baile solicita el gusto,
670     a la voz el salterio;
cruza el Trïón más fijo el hemisferio,
y el tronco mayor danza en la ribera;
    el eco (voz ya entera)
no hay silencio a que pronto no responda;
675 fanal es del arroyo cada onda,
luz el reflejo, la agua vidrïera.
Términos le da el sueño al regocijo,
mas el cansancio no, que el movimiento
verdugo de las fuerzas es, prolijo.
680 Los fuegos (cuyas lenguas, ciento a ciento,
desmintieron la noche algunas horas,
cuyas luces, del Sol competidoras,
fingieron día en la tiniebla obscura)
murieron, y en sí mismos sepultados
685 sus miembros, en cenizas desatados,
piedras son de su misma sepultura.
Vence la noche al fin, y triunfa mudo
el silencio, aunque breve, del rüido.
    Sólo gime, ofendido,
690 el sagrado laurel, del hierro agudo.
Deja de su esplendor, deja desnudo
de su frondosa pompa al verde aliso
    el golpe no remiso
    del villano membrudo.
695     El, que resistir pudo
al animoso austro, al euro ronco,
chopo gallardo, cuyo liso tronco
papel fue de pastores, aunque rudo,
a revelar secretos va a la aldea,
700 que impide Amor que aun otro chopo lea.
Estos árboles, pues, ve la mañana
mentir florestas y emular vïales,
cuantos muró de líquidos cristales
    agricultura urbana.
705 Recordó al Sol, no, de su espuma cana,
la dulce de las aves armonía,
sino los dos topacios que batía,
orientales aldabas, Himeneo.
    Del carro, pues, febeo
710     el luminoso tiro,
mordiendo oro, el eclíptico safiro
pisar quería, cuando el populoso
    lugarillo el serrano
con su huésped, que admira cortesano,
715 a pesar del estambre y de la seda,
    el que tapiz frondoso
tejió de verdes hojas la arboleda,
y los (que por las calles espaciosas
    fabrican) arcos (rosas)
720 oblicuos, nuevos pénsiles jardines,
de tantos como víolas jazmines.
Al galán novio el montañés presenta
su forastero, luego al venerable
padre de la que en sí bella se esconde
725 con ceño dulce, y, con silencio afable,
beldad parlera, gracia muda ostenta,
cual del rizado verde botón, donde
abrevia su hermosura virgen rosa,
    las cisuras cairela
730 un color, que la púrpura que cela
por brújula concede vergonzosa.
    Digna la juzga esposa
de un héroe, si no augusto, esclarecido,
el joven, al instante arrebatado
735 a la que, naufragante y desterrado,
    lo condenó a su olvido.
Este, pues, sol que a olvido lo condena,
cenizas hizo las que su memoria
negras plumas vistió, que infelizmente
740 sordo engendran gusano, cuyo diente,
minador antes lento de su gloria,
inmortal arador fue de su pena.
Y en la sombra no más de la azucena,
que del clavel procura, acompañada,
745 imitar en la bella labradora
el templado color de la que adora,
víbora pisa tal el pensamiento,
que el alma, por los ojos desatada,
señas diera de su arrebatamiento,
750     si de zampoñas ciento
y de otros, aunque bárbaros, sonoros
instrumentos, no, en dos festivos coros
vírgines bellas, jóvenes lucidos,
    llegaran conducidos.
755 El numeroso al fin de labradores
    concurso impacïente
los novios saca: él, de años floreciente,
y de caudal más floreciente que ellos,
ella, la misma pompa de las flores,
760 la esfera misma de los rayos bellos.
    El lazo de ambos cuellos
entre un lascivo enjambre iba, de amores,
    Himeneo añudando,
mientras invocan su deidad la alterna
765 de zagalejas cándidas voz tierna
y de garzones este acento blando:

CORO I

«Ven, Himeneo, ven donde te espera,
con ojos y sin alas, un Cupido
cuyo cabello intonso dulcemente
770 niega el vello que el vulto ha colorido:
el vello, flores de su primavera,
y rayos el cabello de su frente.
Niño amó la que adora adolescente,
villana Psiques, ninfa labradora
775 de la tostada Ceres. Esta, ahora
en los inciertos de su edad segunda
crepúsculos, vincule tu coyunda
    a su ardiente deseo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».

CORO II

780 «Ven, Himeneo, donde, entre arreboles
de honesto rosicler, previene el día
(aurora de sus ojos soberanos)
virgen tan bella, que hacer podría
tórrida la Noruega con dos soles,
785 y blanca la Etïopia con dos manos.
Claveles del abril, rubíes tempranos,
cuantos engasta el oro del cabello,
cuantas (del uno ya y del otro cuello
cadenas) la concordia engaza rosas,
790 de sus mejillas siempre vergonzosas
    purpúreo son trofeo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».

CORO I

«Ven, Himeneo, y plumas no vulgares
al aire los hijuelos den, alados,
795 de las que el bosque bellas ninfas cela;
de sus carcajes, éstos, argentados,
flechen mosquetas, nieven azahares;
vigilantes aquéllos, la aldehuela
rediman del, que más o tardo vuela
800 o infausto gime, pájaro nocturno;
mudos coronen otros por su turno
el dulce lecho conyugal, en cuanto
    néctar le chupa, hibleo.
805 Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».

CORO II

«Ven, Himeneo, y las volantes pías
que azules ojos con pestañas de oro
sus plumas son, conduzgan alta diosa,
gloria mayor del soberano coro.
810 Fíe tus nudos ella, que los días
disuelvan tarde en senectud dichosa;
y la que Juno es hoy a nuestra esposa,
casta Lucina, en lunas desiguales
tantas veces repita sus umbrales,
815 que Níobe inmortal la admire el mundo,
no en blanco mármol por su mal fecundo,
    escollo hoy del Leteo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».

CORO I

«Ven, Himeneo, y nuestra agricultura
820 de copia tal a estrellas deba, amigas,
progenie tan robusta, que su mano
toros dome, y de un rubio mar de espigas
inunde liberal la tierra dura,
y al verde, joven, floreciente llano
825 blancas ovejas suyas hagan, cano,
en breves horas caducar la hierba;
oro le expriman, líquido, a Minerva,
y, los olmos casando con las vides,
mientras coronan pámpanos a Alcides,
830     clava empuñe Liëo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».

CORO II

«Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales
cuantas a Palas dulces prendas esta,
apenas hija hoy, madre mañana.
835 De errantes lilios unas la floresta
cubran, corderos mil que los cristales
vistan, del río, en breve undosa lana;
de Aracnes otras la arrogancia vana
modestas acusando en blancas telas,
840 no los hurtos de amor, no las cautelas
de Júpiter compulsen, que, aun en lino,
ni a la pluvia luciente de oro fino,
    ni al blanco cisne creo.
Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».
845     El dulce alterno canto
a sus umbrales revocó felices
los novios, del vecino templo santo.
Del yugo aun no domadas las cervices,
novillos, breve término surcado,
850 restituyen así el pendiente arado
al que pajizo albergue los aguarda.
Llegaron todos, pues, y, con gallarda
civil magnificencia, el suegro anciano
cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano
855     labradores convida
a la prolija rústica comida
que sin rumor previno en mesas grandes.
Ostente crespas blancas esculturas
artífice gentil de dobladuras
860 en los que damascó manteles Flandes,
mientras casero lino Ceres tanta
ofrece ahora, cuantos guardó el heno
dulces pomos, que al curso de Atalanta
    fueran dorado freno.
865     Manjares que el veneno
y el apetito ignoran igualmente
les sirvieron; y en oro no, luciente,
confuso Baco, ni en bruñida plata,
    su néctar les desata,
870 sino en vidrio topacios carmesíes
    y pálidos rubíes.
Sellar del fuego quiso, regalado,
los gulosos estómagos el rubio
imitador süave de la cera,
875 quesillo dulcemente apremïadoParecer de Francisco de Córdoba
    de rústica, vaquera,
blanca, hermosa mano, cuyas venas
la distinguieron de la leche apenas;
mas ni la encarcelada nuez esquiva,
880 ni el membrillo pudieran, anudado,
    si la sabrosa oliva
no serenara el bacanal diluvio.
Levantadas las mesas, al canoro
son de la ninfa un tiempo, ahora caña,
885 seis de los montes, seis de la campaña
(sus espaldas rayando el sutil oro
que negó al viento el nácar bien tejido),
terno de Gracias bello, repetido
cuatro veces en doce labradoras,
890 entró bailando numerosamente;
y dulce Musa entre ellas (si consiente
bárbaras el Parnaso moradoras)
    «Vivid felices —dijo —
largo curso de edad nunca prolijo,
895 y si prolijo, en nudos amorosos
    siempre vivid esposos.
Venza no solo en su candor la nieve,
mas plata en su esplendor sea cardada
cuanto estambre vital Cloto os traslada
900 de la alta fatal rueca al huso breve.
    Sean de la Fortuna
    aplausos la respuesta
    de vuestras granjerías:
    a la reja importuna,
905     a la azada molesta
fecundo os rinda, en desiguales días,
    el campo agradecido
oro trillado y néctar exprimido.
Sus morados cantuesos, sus copadas
910 encinas la montaña contar antes
deje que vuestras cabras, siempre errantes,
que vuestras vacas, tarde o nunca herradas.
Corderillos os brote, la ribera,
    que la hierba menuda
915 y las perlas exceda del rocío
    su número, y del río
la blanca espuma cuantos la tijera
    vellones les desnuda.
Tantos de breve fábrica, aunque ruda,
920 albergues vuestros las abejas moren,
y primaveras tantas os desfloren,
que, cual la Arabia madre ve, de aromas,
sacros troncos sudar fragrantes gomas,
vuestros corchos por uno y otro poro
925 en dulce se desaten líquido oro.
Próspera, al fin, mas no espumosa tanto
    vuestra fortuna sea,
que alimenten la Invidia en nuestra aldea
áspides más que en la región del llanto.
930 Entre opulencias y necesidades,
medianías vinculen, competentes,
    a vuestros descendientes,
previniendo ambos daños, las edades;
ilustren obeliscos las ciudades,
935 a los rayos de Júpiter expuesta,
aun más que a los de Febo, su corona,
cuando a la choza pastoral perdona
el cielo, fulminando la floresta.
Cisnes, pues, una y otra pluma, en esta
940 tranquilidad os halle labradora
    la postrimera hora,
cuya lámina cifre desengaños,
que en letras pocas lean muchos años».
Del himno culto dio el último acento
945 fin mudo al baile, al tiempo que seguida
la novia sale de villanas ciento
a la verde florida palizada,
cual nueva Fénix en flamantes plumas
matutinos del Sol rayos vestida,
950 de cuanta surca el aire, acompañada,
    monarquía canora,
y, vadeando nubes, las espumas
del rey corona, de los otros ríos,
en cuya orilla el viento hereda ahora
955     pequeños no vacíos
de funerales bárbaros trofeos
que el Egipto erigió a sus Ptolomeos.
Los árboles que el bosque habían fingido,
umbroso coliseo ya formando,
960     despejan el ejido,
    olímpica palestra
de valientes desnudos labradores.
Llegó la desposada apenas, cuando
    feroz ardiente muestra
965 hicieron dos robustos luchadores
de sus músculos, menos defendidos
del blanco lino que del vello obscuro.
Abrazáronse, pues, los dos, y luego,
humo anhelando el que no suda fuego,
970 de recíprocos nudos impedidos,
cual duros olmos de implicantes vides,
hiedra el uno es tenaz del otro, muro:
mañosos, al fin, hijos de la tierra,
    cuando fuertes no Alcides,
975 procuran derribarse, y, derribados,
cual pinos se levantan arraigados
en los profundos senos de la sierra.
Premio los honra igual, y de otros cuatro
ciñe las sienes glorïosa rama,
980 con que se puso término a la lucha.
Las dos partes rayaba del teatro
el Sol, cuando arrogante joven llama
    al expedido salto
la bárbara corona que lo escucha.
985 Arras del animoso desafío
un pardo gabán fue en el verde suelo,
a quien se abaten ocho o diez soberbios
montañeses, cual suele de lo alto
calarse turba de invidiosas aves
990 a los ojos de Ascálafo, vestido
de perezosas plumas. Quién, de graves
piedras las duras manos impedido,
su agilidad pondera; quién sus nervios
desata estremeciéndose gallardo.
995 Besó la raya, pues, el pie desnudo
del suelto mozo, y con airoso vuelo
pisó del viento lo que del ejido
tres veces ocupar pudiera un dardo.
La admiración, vestida un mármol frío,
1000 apenas arquear las cejas pudo;
la emulación, calzada un duro hielo,
torpe se arraiga, bien que impulso noble
de gloria, aunque villano, solicita
a un vaquero de aquellos montes, grueso,
1005     membrudo, fuerte roble,
que, ágil a pesar de lo robusto,
al aire se arrebata, violentando
lo grave tanto, que lo precipita,
Ícaro montañés, su mismo peso,
1010 de la menuda hierba el seno blando
piélago duro hecho a su rüina.
Si no tan corpulento, más adusto
    serrano lo sucede,
    que iguala y aun excede
1015     al ayuno leopardo,
al corcillo travieso, al muflón sardo
que de las rocas trepa a la marina,
    sin dejar ni aun pequeña
    del pie ligero bipartida seña.Carta de un amigo de Góngora
1020 Con más felicidad que el precedente,
pisó las huellas casi del primero
    el adusto vaquero.
Pasos otro dio al aire, al suelo coces.
Y premïados gradüadamente,
1025 advocaron a sí toda la gente,
cierzos del llano y austros de la sierra,
    mancebos tan veloces,
que cuando Ceres más dora la tierra,
y argenta el mar desde sus grutas hondas
1030     Neptuno sin fatiga,
    su vago pie de pluma
surcar pudiera mieses, pisar ondas,
    sin inclinar espiga,
    sin vïolar espuma.
1035 Dos veces eran diez, y dirigidos
a dos olmos que quieren, abrazados,
ser palios verdes, ser frondosas metas,
    salen cual de torcidos
arcos, o nervïosos o acerados,
1040 con silbo igual, dos veces diez saetas.
    No el polvo desparece
el campo, que no pisan alas hierba;
es el más torpe una herida cierva,
el más tardo la vista desvanece,
1045     y, siguiendo al más lento,
    cojea el pensamiento.
El tercio casi de una milla era
    la prolija carrera
que los hercúleos troncos hace breves,
1050     pero las plantas leves
    de tres sueltos zagales
la distancia sincopan tan iguales,
que la atención confunden judiciosa.
De la peneida virgen desdeñosa
1055 los dulces fugitivos miembros bellos
en la corteza no abrazó reciente
más firme Apolo, más estrechamente,
que de una y de otra meta glorïosa
las duras basas abrazaron ellos
1060     con triplicado nudo.
Árbitro Alcides en sus ramas, dudo
    que el caso decidiera,
bien que su menor hoja un ojo fuera
    del lince más agudo.
1065 En tanto, pues, que el palio neutro pende
y la carroza de la luz desciende
a templarse en las ondas, Himeneo,
por templar en los brazos el deseo
del galán novio, de la esposa bella,
1070 los rayos anticipa de la estrella,
cerúlea ahora, ya purpúrea guía
de los dudosos términos del día.
El jüicio, al de todos indeciso,
    del concurso ligero,
1075 el padrino con tres de limpio acero
cuchillos corvos absolvello quiso.
Solícita Junón, Amor no omiso,
al son de otra zampoña que conduce
ninfas bellas y sátiros lascivos,
1080 los desposados a su casa vuelven,
    que coronada luce
de estrellas fijas, de astros fugitivos
que en sonoroso humo se resuelven.
Llegó todo el lugar, y, despedido,
1085 casta Venus, que el lecho ha prevenido
de las plumas que baten, más süaves,
en su volante carro blancas aves,
los novios entra en dura no estacada,
que, siendo Amor una deidad alada,
1090 bien previno la hija de la espuma
a batallas de amor campo de pluma.

1614 §

264c

Soledad Segunda §

que a recebillo con sediento paso
de su roca natal se precipita,
5     mas su rüina bebe,
y su fin (cristalina mariposa,
    no alada, sino undosa)
en el farol de Tetis solicita.
Muros desmantelando, pues, de arena,
    medio mar, medio ría,
dos veces huella la campaña al día,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
escalar pretendiendo el monte en vano,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    de quien es dulce vena
15     el tarde ya torrente
arrepentido, y aun retrocedente.
20 retrógrado cedió en desigual lucha
    no, pues, de otra manera
    a la violencia mucha
del padre de las aguas, coronado
25 de blancas ovas y de espuma verde,
resiste obedeciendo, y tierra pierde.
    En la incierta ribera,
guarnición desigual a tanto espejo,
descubrió la Alba a nuestro peregrino
30 con todo el villanaje ultramarino,
que a la fiesta nupcial, de verde tejo
toldado, ya capaz tradujo pino.
Los escollos el Sol rayaba, cuando
    con remos gemidores
35 dos pobres se aparecen pescadores,
nudos al mar, de cáñamo, fïando.
Ruiseñor en los bosques, no, más blandoParecer de Francisco de Córdoba
el verde robre, que es barquillo ahora,
    saludar vio la Aurora,
40 que al uno en dulces quejas, y no pocas,
ondas endurecer, liquidar rocas.
Señas mudas la dulce voz dolienteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    permitió solamente
a la turba, que dar quisiera voces
45 a la que de un ancón segunda haya,Parecer de Francisco de Córdoba
cristal pisando azul con pies veloces,
salió improvisa, de una y otra playaParecer de Francisco de Córdoba
vínculo desatado, instable puente.
50 no solo dirigió a la opuesta orilla,
mas redujo la música barquilla,
que en dos cuernos del mar caló no brevesParecer de Francisco de Córdoba
sus plomos graves y sus corchos leves.
55     la marítima tropa,
    usando al entrar, todos,
cuantos les enseñó corteses modos
en la lengua del agua ruda escuela
con nuestro forastero, que la popa
60 del canoro escogió bajel pequeño.
Aquél, las ondas escarchando, vuela;
éste, con perezoso movimiento,
el mar encuentra, cuya espuma cana
    su parda aguda prora
65     resplandeciente cuello
hace de augusta Coya peruana,Carta de un amigo de Góngora
a quien hilos el sur tributó ciento
    de perlas cada hora.
Lágrimas no enjugó más de la Aurora
70 sobre víolas negras la mañana,
que arrolló su espolón con pompa vana
caduco aljófar, pero aljófar bello.
Dando el huésped licencia para ello,
recurren no a las redes que, mayores,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
75 mucho océano y pocas aguas prenden,
sino a las que ambiciosas menos penden,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
laberinto nudoso, de marino
Dédalo, si de leño no, de lino
fábrica escrupulosa, y aunque incierta,
80 siempre murada, pero siempre abierta.
Liberalmente de los pescadores
al deseo el estero corresponde,
sin valelle al lascivo ostión el justoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    arnés de hueso, donde
85     lisonja breve al gusto,
    mas incentiva, esconde:
contagio original quizá de aquella
    que (siempre hija bella
    de los cristales) una
90     venera fue su cuna.
Mallas visten de cáñamo al lenguado,
mientras, en su piel lúbrica fïado,
    las telas burlar quiso,
95 tejido en ellas se quedó burlado.
Las redes califica menos gruesas,
    sin romper hilo alguno,
pompa, el salmón, de las reales mesas,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
cuando no de los campos de Neptuno,
guloso de los cónsules regalo.
Estos y muchos más, unos desnudos,
otros de escamas fáciles armados,
    dio la ría pescados,
105 que, nadando en un piélago de nudos,
no agravan poco el negligente robre
espacïosamente dirigido
que, de carrizos frágiles tejido,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
110 si fabricado no de gruesas cañas,
bóvedas lo coronan de espadañas.
El peregrino, pues, haciendo en tanto
instrumento el bajel, cuerdas los remos,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
al céfiro encomienda los extremos
115     deste métrico llanto:
no son dolientes lágrimas süaves
    estas mis quejas graves,
voces de sangre, y sangre son, del alma.
¡oh mar!, quien otra vez las ha fïado
de tu fortuna aun más que de su hado.
    ¡Oh mar, oh tú, supremo
moderador piadoso de mis daños!:
125     tuyos serán mis años,
en tabla redimidos, poco fuerte,
    de la bebida Muerte,
que ser quiso, en aquel peligro extremo,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
ella, el forzado, y su guadaña, el remo.
130     Regiones pise ajenas,
o clima proprio, planta mía perdida,
    tuya será mi vida,
si vida me ha dejado que sea tuya
    quien me fuerza a que huya
135 de su prisión, dejando mis cadenas
rastro en tus ondas más que en tus arenas.
    Audaz mi pensamiento
el cenit escaló, plumas vestido,
    cuyo vuelo atrevido,
140 si no ha dado su nombre a tus espumas,
    de sus vestidas plumas
los anales dïáfanos del viento.
    Esta, pues, culpa mía
145 el timón alternar, menos seguro,
    y el báculo más duro
un lustro ha hecho a mi dudosa mano,
    solicitando en vano
las alas sepultar de mi osadía
150 donde el Sol nace o donde muere el día.
    Muera, enemiga amada,
muera mi culpa, y tu desdén le guarde,
    arrepentido tarde,
suspiro que mi muerte haga leda,
155     cuando no lo suceda,
o por breve, o por tibia, o por cansada,
lágrima antes enjuta que llorada.
    Naufragio ya segundo,
o filos pongan, de homicida hierro,
160     fin duro a mi destierro,
tan generosa fe, no fácil onda,
    no poca tierra esconda:
y obeliscos los montes sean, del mundo.
165     Túmulo tanto debe,
agradecido, Amor, a mi pie errante;
    líquido, pues, diamante
170 esta, que le fiaré, ceniza breve,
si hay ondas mudas y si hay tierra leve».
No es sordo el mar (la erudición engaña),Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    bien que tal vez, sañudo,
no oya al piloto, o le responda fiero:
175 sereno, disimula más orejas
    que sembró dulces quejas,
    en su undosa campaña.
Espongïoso, pues, se bebió y mudo
180 el lagrimoso reconocimiento,
de cuyos dulces números no poca
    concentüosa suma,
en los dos giros de invisible pluma
que fingen sus dos alas, hurtó el viento;
185 Eco, vestida una cavada roca,
solicitó curiosa y guardó avara
la más dulce, si no la menos clara
    sílaba, siendo en tanto
la vista de las chozas fin del canto.
190 Yace en el mar, si no continüada,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
isla mal de la tierra dividida,
cuya forma tortuga es, perezosa:
díganlo cuantos siglos ha que nada,
sin besar de la playa espacïosa
195 la arena, de las ondas repetida.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
A pesar, pues, del agua que la oculta,
concha, si mucha no, capaz ostentaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
de albergues, donde la humildad contenta
mora, y Pomona se venera culta.
200 Dos son las chozas, pobre su artificioAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
más aún que caduca su materia:
de los mancebos dos, la mayor, cuna,
de las redes la otra, y su ejercicio,
    competente oficina.
205 Lo que agradable más se determina
del breve islote ocupa su fortuna,
los extremos de fausto y de miseria
moderando. En la plancha los recibe
el padre de los dos, émulo cano
210 del sagrado Nereo, no ya tantoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
porque a la par de los escollos vive,
porque en el mar preside, comarcano,
al ejercicio piscatorio, cuanto
por seis hijas, por seis deidades bellas,
215 del cielo espumas y del mar estrellas.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
Acogió al huésped con urbano estilo,
y a su voz, que los juncos obedecen,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
tres hijas suyas cándidas le ofrecen,
que engaños construyendo están, de hilo.
si púrpura la rosa, el lilio nieve.
De jardín culto así en fingida gruta
salteó al labrador pluvia improvisa
de cristales inciertos, a la seña,
225 o a la que torció llave el fontanero:
urna de Acuario la imitada peña,
lo embiste incauto, y si con pie grosero
burlándolo aun la parte más enjuta.
230 La vista saltearon poco menos
    del huésped admirado
las no líquidas perlas, que al momento
a los corteses juncos (por que el vientoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
nudos les halle un día, bien que ajenos)
235 el cáñamo remiten, anudado,
y de Vertumno al término labrado
el breve hierro, cuyo corvo diente
las plantas le mordía cultamente.
Ponderador saluda afectüoso
240 del esplendor que admira, el extranjero,
al Sol en seis luceros dividido;
y, honestamente al fin correspondido
    del coro vergonzoso,
al viejo sigue, que prudente ordena
245 los términos confunda de la cenaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
la comida prolija de pescados,
raros muchos, y todos no comprados.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
Impidiéndole el día al forasteroAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
con dilaciones sordas, lo divierte
250 entre unos verdes carrizales, donde
armonïoso número se esconde
de blancos cisnes, de la misma suerte
que gallinas domésticas al grano,
a la voz concurrientes del anciano.
255 En la más seca, en la más limpia anea
vivificando están muchos sus huevos,
y mientras dulce aquél su muerte anuncia
    entre la verde juncia,
sus pollos éste al mar conduce nuevos,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
(cuando más escurecen las espumas)
nevada invidia sus nevadas plumas.
Hermana de Faetón, verde el cabello,
les ofrece el que joven ya gallardo
265 de flexüosas mimbres garbín pardo
tosco le ha encordonado, pero bello.
Lo más liso trepó, lo más sublime
venció su agilidad, y artificiosa
tejió en sus ramas inconstantes nidos,
270 donde celosa arrulla y ronca gime
la ave lasciva de la cipria diosa.
Mástiles coronó menos crecidos
gavia no tan capaz: extraño todo,
el designio, la fábrica y el modo.
275 A pocos pasos lo admiró no menos
montecillo, las sienes laureado,
traviesos despidiendo moradores
    de sus confusos senos,
conejuelos que, el viento consultado,
280 salieron retozando a pisar flores,
el más tímido al fin más ignorante
    del plomo fulminante.
Cóncavo fresno, a quien gracioso indultoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
285 que a la encina vivaz robusto imite,
y hueco exceda al alcornoque inculto,
verde era pompa de un vallete oculto,
cuando frondoso alcázar no de aquella,
que sin corona vuela y sin espada,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
290 susurrante Amazona, Dido alada,
de ejército más casto, de más bellaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
república, ceñida en vez de murosAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
de cortezas: en esta, pues, Cartago
reina la abeja, oro brillando vago,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
295 o el jugo beba de los aires puros,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
o el sudor de los cielos, cuando liba
de las mudas estrellas la saliva;
burgo eran suyo el tronco informe, el breveAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
corcho, y moradas pobres sus vacíos
300 del, que más solicita los desvíos
de la isla, plebeyo enjambre leve.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
Llegaron luego donde al mar se atreve,
si promontorio no, un cerro elevado,
    de cabras estrellado,
305     iguales, aunque pocas,
a la que, imagen décima del cielo,
flores su cuerno es, rayos su pelo.Parecer de Francisco de Córdoba
«Estas —dijo el isleño venerable—
y aquellas que, pendientes de las rocas,
310 tres o cuatro desean para ciento
(redil las ondas y pastor el viento)Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
libres discurren, su nocivo dienteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
paz hecha con las plantas inviolable».
Estimando seguía el peregrino,
315     al venerable isleño,
de muchos pocos numeroso dueño,
cuando los suyos enfrenó de un pino
el pie villano, que groseramente
los cristales pisaba de una fuente.
320 Ella, pues, sierpe, y sierpe al fin pisadaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
(aljófar vomitando fugitivo
    en lugar de veneno),
torcida esconde, ya que no enroscada,
las flores que de un parto dio, lascivo,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
325 aura fecunda al matizado seno
del huerto, en cuyos troncos se desata
de las escamas que vistió, de plata.
Seis chopos, de seis hiedras abrazados,
tirsos eran del griego dios, nacidoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
330 segunda vez, que en pámpanos desmienteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    los cuernos de su frente;Parecer de Francisco de Córdoba
y cual mancebos tejen anudados
festivos corros en alegre ejido,
coronan ellos el encanecido
335 suelo, de lilios, que en fragrantes copos
nevó el mayo, a pesar de los seis chopos.
Este sitio las bellas seis hermanas
    escogen, agraviando
340 con las mesas, cortezas ya livianas
del árbol que ofreció a la edad primera
duro alimento, pero sueño blando.
Nieve hilada, y por sus manos bellasAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
caseramente a telas reducida,
345     manteles blancos fueron.
Sentados, pues, sin ceremonias, ellas
en torneado fresno la comida
    con silencio sirvieron.
Rompida el agua en las menudas piedras,
350 cristalina sonante era tïorba,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
y las confusamente acordes aves,
entre las verdes roscas de las hiedras,
muchas eran, y muchas veces nueve
355 engañada su culta lira corva,
metros inciertos sí, pero süaves,
mientras, cenando en pórfidos lucientes,
    lisonjean apenas
360 al Júpiter marino tres sirenas.
Comieron, pues, y rudamente dadas
gracias el pescador a la divina
próvida mano, «¡Oh bien vividos años,
oh canas —dijo el huésped— no peinadas
365 con boj dentado o con rayada espina,
sino con verdaderos desengaños!
Pisad dichoso esta esmeralda bruta
en mármol engastada siempre undoso,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
jubilando la red en los, que os restan,
370 felices años, y la humedecida,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    o poco rato enjuta,
próxima arena de esa opuesta playa
sea de hoy más a vuestro leño ocioso;
375 y el mar que os la divide, cuanto cuestanAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    océano importuno
a las quinas (del viento aun veneradas)
    sus ardientes veneros,
380 Del pobre albergue a la barquilla pobre,
    vuestra planta, impedida,
si de purpúreas conchas no istriadas,
de trágicas rüinas de alto robre,
385 que, el tridente acusando de Neptuno,
    menos quizá dio astillas
que ejemplos de dolor a estas orillas».
«Días ha muchos, oh mancebo —dijo
    el pescador anciano—,
390 que en el uno cedí y el otro hermano
el duro remo, el cáñamo prolijo;
    muchos ha dulces días
que cisnes me recuerdan a la hora
    que, huyendo la Aurora
395 las canas de Titón, halla las mías,
a pesar de mi edad, no en la alta cumbre
de aquel morro difícil (cuyas rocas
tarde o nunca pisaron cabras pocas,
y milano venció con pesadumbre),
400 sino desotro escollo al mar pendiente,
de donde ese teatro de Fortuna
campo ya de sepulcros, que, sediento,
cuanto en vasos de abeto Nuevo Mundo,
405 tributos, digo, américos, se bebe
en túmulos de espuma paga breve.
Bárbaro observador, mas diligente,
de las inciertas formas de la Luna,
a cada conjunción su pesquería,
410 y a cada pesquería su instrumento,
más o menos nudoso, atribüido,
mis hijos dos en un batel despido,
que, el mar cribando en redes no comunes,
vieras intempestivos algún día
415 (entre un vulgo nadante, digno apenasAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
de escama, cuanto más de nombre) atunesAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
vomitar ondas y azotar arenas.
Tal vez desde los muros destas rocas
    cazar a Tetis veo
420 y pescar a Dïana en dos barquillas:
náuticas venatorias maravillas
de mis hijas oirás, ambiguo coro
menos de aljaba que de red armado,
    de cuyo, si no alado,
425 arpón vibrante supo mal ProteoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
en globos de agua redimir sus focas.
torpe, mas toro al fin, que, el mar violado
de la púrpura viendo de sus venas,
430 bufando mide el campo de las ondas
con la animosa cuerda, que prolija
al hierro sigue que en la foca huye,
o grutas ya la privilegien, hondas,
o escollos desta isla divididos.
435 Láquesis nueva mi gallarda hija,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
si Cloto no de la escamada fiera,
cuando desatinada pide, o cuando
    vencida restituye
440 los términos de cáñamo pedidos.
Rindióse al fin la bestia, y las almenas
de las sublimes rocas salpicando,
las peñas embistió, peña escamada,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
en ríos de agua y sangre desatada.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
445 Éfire luego, la que en el torcidoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
luciente nácar te sirvió no poca
risueña parte de la dulce fuente
(de Filódoces émula valiente,
cuya asta breve desangró la foca),
450 el cabello en estambre azul cogido,
celoso alcaide de sus trenzas de oro,
en segundo bajel se engolfó sola.
¡Cuántas voces le di! ¡Cuántas en vano
tiernas derramé lágrimas!, temiendo
455 no al fiero tiburón, verdugo horrendo
del náufrago ambicioso mercadante,
    ni al otro cuyo nombre
contra mis redes ya, contra mi vida,
460 sino algún siempre verde, siempre cano
vïolador del virginal decoro,
marino dios que, el vulto feroz hombre,
    corvo es delfín la cola.
465 Sorda a mis voces, pues, ciega a mi llanto,
abrazado, si bien de fácil cuerda,
un plomo fïó grave a un corcho leve,
que algunas veces despedido cuanto,
penda o nade, la vista no lo pierda,
470 el golpe solicita, el bulto mueve
prodigïosos moradores ciento
    del líquido elemento.
rebelde aun al diamante, el duro lomo
475 hasta el luciente bipartido extremo
    de la cola vestido,
solicitado sale del rüido,
y, al cebarse en el cómplice ligero
    del suspendido plomo,
480 Éfire, en cuya mano al flaco remo
un fuerte dardo había sucedido,
de la mano a las ondas gemir hizo
el aire con el fresno arrojadizo;
de las ondas al pez, con vuelo mudo,
485 deidad dirigió amante el hierro agudo:
entre una y otra lámina, salida
la sangre halló por do la muerte entrada.
Onda, pues, sobre onda levantada,
montes de espuma concitó herida
490 la fiera, horror del agua, cometiendo
ya a la violencia, ya a la fuga el modo
    de sacudir el asta,
que, alterando el abismo o discurriendo
    el océano todo,
495 no perdona al acero que la engasta.
Éfire en tanto al cáñamo torcido
el cabo rompió, y bien, que al ciervo herido
el can sobra, siguiéndolo la flecha.
Volvíase, mas no muy satisfecha,
500 cuando cerca de aquel peinado escollo
hervir las olas vio templadamente,
bien que haciendo círculos perfetos;
escogió, pues, de cuatro o cinco abetos,
el de cuchilla más resplandeciente,
505 que atravesado remolcó un gran sollo.
    Desembarcó triunfando,
y aun el siguiente Sol no vimos, cuando
en la ribera vimos, convecina,
dado al través el monstro, donde apenas
510 su género noticia, pías arenas
en tanta playa halló tanta rüina».
    Aura, en esto, marina
el discurso y el día juntamente
(trémula, si veloz) les arrebata,
515 alas batiendo líquidas, y en ellas
    dulcísimas querellas
de pescadores dos, de dos amantes
    Dividiendo cristales,
520 en la mitad de un óvalo de plata,
venía al tiempo, el nieto de la espuma,
que los mancebos daban alternantesAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
al viento quejas. Órganos de pluma,
    aves, digo, de Leda,
525 tales no oyó el Caístro en su arboleda,
tales no vio el Meandro en su corriente.
Inficionando, pues, süavemente
las ondas el Amor, sus flechas remos,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
hasta donde se besan los extremos
530 de la isla y del agua, no los deja.
    Lícidas gloria, en tanto,
de la playa, Micón de sus arenas,
    invidia de sirenas,
    convocación su canto
535 de músicos delfines, aunque mudos,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    en números no rudos
    el primero se queja
    de la culta Leusipe,
décimo esplendor bello de Aganipe,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
540     de Cloris el segundo,
escollo de cristal, meta del mundo.

LÍCIDAS

    «¿A qué piensas, barquilla,
pobre ya cuna de mi edad primera,
que cisne te conduzgo a esta ribera?
545 A cantar dulce, y a morirme luego:
    si te perdona el fuego
que mis huesos vinculan, en su orillaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
tumba te bese el mar, vuelta la quilla».

MICÓN

550 hijo del bosque y padre de mi vida,
de tus remos ahora conducida
a desatarse en lágrimas cantando,
    el doliente, si blando,
curso del llanto métrico te fío,
555 nadante urna de canoro río».

LÍCIDAS

fecundas no de aljófar blanco el seno,
ni del, que enciende el mar, tirio veneno,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
entre crespos buscaba, caracoles,
560     cuando de tus dos soles
fulminado ya, señas no ligeras
de mis cenizas dieron tus riberas».

MICÓN

    «Distinguir sabía apenasAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
el menor leño de la mayor urca
565 que velera un Neptuno y otro surca,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
y tus prisiones ya arrastraba graves;
    si dudas lo que sabes,
lee cuanto han impreso en tus arenas,
a pesar de los vientos, mis cadenas».

LÍCIDAS

570     «Las que el cielo mercedesAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
hizo a mi forma, ¡oh dulce mi enemiga!,
lisonja no, serenidad lo diga
    y los de mi fortuna
575 privilegios, el mar, a quien di redes
más que a la selva lazos Ganimedes».Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas

MICÓN

    «No ondas, no luciente
cristal, agua al fin dulcemente dura,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
580 de musculosos jóvenes desnudos.
    Menos dio al bosque nudos
que yo al mar, el que a un dios hizo, valiente,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
mentir cerdas, celoso espumar diente».Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas

LÍCIDAS

    «Cuantos pedernal duro
585 bruñe nácares boto, agudo raya
en la oficina undosa desta playa,
    suspende, y tantos ella
al flaco da, que me construyen, muro,
590 junco frágil, carrizo mal seguro».

MICÓN

blancas primero ramas, después rojas,
de árbol que nadante ignoró hojas,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
trompa Tritón del agua a la alta gruta
595     de Nísida tributa,
ninfa por quien lucientes son corales
los rudos troncos hoy de mis umbrales».

LÍCIDAS

    «Esta en plantas no escrita,
en piedras sí, firmeza honre Himeneo,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
que el tiempo vuela. Goza, pues, ahoraAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    los lilios de tu aurora,
que al tramontar del Sol mal solicitaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
abeja aun negligente flor marchita».

MICÓN

605     «Si fe tanta no en vano
desafía las rocas donde impresa
con labio alterno mucho mar la besa,
nupcial la califique tea luciente.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    Mira que la edad miente,
610 mira que del almendro más lozanoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
parca es interïor breve gusano».
Invidia convocaba, si no celo,
    al balcón de safiro
las claras, aunque etíopes, estrellasAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
615     y las Osas dos bellas,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    sediento siempre tiro
del carro, perezoso honor del cielo;Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
620 a la una luciente y otra fiera
el piscatorio cántico impedido,
con las prendas bajaran de Cefeo
si Tetis no (desde sus grutas hondas)Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
625     enfrenara el deseo.
¡Oh, cuánta al peregrino el amebeo
alterno canto dulce fue lisonja!
¿Qué mucho, si avarienta ha sido esponja
    del néctar numeroso
630     el escollo más duro?
¿Qué mucho, si el candor bebió ya puro
de la virginal copia, en la armonía,
el veneno del ciego ingenïoso
que dictaba los números que oía?
doliente afinidad, bien que amorosa
por bella más, por más divina parte,
solicitan su pecho a que (sin arte
    de colores prolijos)
640 en oración impetre oficïosa
    del venerable isleño
que admita yernos los que el trato hijos
    litoral hizo, aun antes
que el convecino ardor dulces amantes.
645     Concediolo risueño,
del forastero agradecidamente
y de sus propios hijos abrazado.
Mercurio destas nuevas diligente,
coronados traslada de favores
650 de sus barcas Amor los pescadores
al flaco pie del suegro deseado.
¡Oh del ave de Júpiter vendado
pollo, si alado no lince sin vista,
655 disposición especuló estadista
    clarísimo ninguno
de los que el reino muran de Neptuno!
¡Cuán dulces te adjudicas ocasiones
para favorecer, no a dos supremos
660 de los volubles polos ciudadanos,
sino a dos entre cáñamo garzones!
¿Por qué? Por escultores quizá vanosAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
de tantos de tu madre bultos canos
cuantas al mar espumas dan sus remos.
665 Al peregrino por tu causa vemos
alcázares dejar, donde, excedida
    para su hermosura,
    en que la arquitectura
670 a la geometría se rebela,
jaspes calzada y pórfidos vestida;
pobre choza, de redes impedida,
    entra ahora, ¡y lo dejas!
¡Vuela, rapaz, y, plumas dando a quejas,
675 los dos reduce al uno y otro leño,
mientras perdona tu rigor al sueño!
Las Horas ya, de números vestidas,
al bayo, cuando no esplendor overo
del luminoso tiro, las pendientes
680 ponían de crisólitos lucientesAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    coyundas impedidas,
mientras de su barraca el extranjero
dulcemente salía despedido
a la barquilla, donde lo esperaban
685 a un remo cada joven ofrecido.
Dejaron, pues, las azotadas rocas,
    que mal las ondas lavan
del livor aun purpúreo de las focas,
y, de la firme tierra el heno blando
690     con las palas segando,
de una desigualdad del horizonte,
    que deja de ser monte
    por ser culta floresta,
695 antiguo descubrieron blanco muro,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    por sus piedras no menos
que por su edad majestüosa cano;
mármol, al fin, tan por lo pario puro,
que al peregrino sus ocultos senos
700     negar pudiera en vano.
    Cuantas del oceano
    el Sol trenzas desata
contaba en los rayados capiteles,
que, espejos, aunque esféricos, fïeles,
705 bruñidos eran óvalos de plata.
La admiración que al arte se le debe
áncora del batel fue, perdonando
poco a lo fuerte, y a lo bello nada
    del edificio, cuando
710 ronca los salteó trompa sonante,
    al principio distante,
vecina luego, pero siempre incierta.
    Llave de la alta puerta
el duro son, vencido el foso breve,
715 levadiza ofreció puente no leve
tropa inquïeta contra el aire armada,
lisonja, si confusa, regulada
su orden de la vista, y del oído
    su agradable rüido:
720     verde no mudo coro
    de cazadores era,
Al Sol levantó apenas la ancha frente
725     del céfiro lascivo,
soplo vistiendo miembros, GuadaleteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
florida ambrosia al viento dio, jinete,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
que a mucho humo abriendo
730 la fogosa nariz, en un sonoro
relincho y otro saludó sus rayos.
Los overos, si no esplendores bayos,
    que conducen el día,
les responden, la eclíptica ascendiendo.
735 Entre el confuso, pues, celoso estruendo
de los caballos, ruda hace armonía
cuanta la generosa cetrería,
desde la Mauritania a la Noruega,
    insidia ceba alada,
740     sin luz, no siempre ciega,
sin libertad, no siempre aprisionada,
    que a ver el día vuelve
las veces que, en fïado al viento dada,
repite su prisión y al viento absuelve:
745 el neblí que, relámpago su pluma,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
o lo esconde el Olimpo, o densa es nube
    que pisa, cuando sube
tras la garza, argentada el pie de espuma;
750 el sacre, las del noto alas vestido,
sangriento chiprïota, aunque nacido
con las palomas, Venus, de tu carro;
el girifalte, escándalo bizarro
del aire, honor robusto de Gelanda,
755 si bien jayán de cuanto rapaz vuela,
corvo acero su pie, flaca pihuela
    de piel lo impide blanda;
el baharí, a quien fue en España cuna
760 o la alta basa que el oceano muerdeAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    de la egipcia coluna;
    la delicia volante
de cuantos ciñen líbico turbante,
    el borní, cuya ala
765 en los campos tal vez de Melïona
galán siguió valiente, fatigando
    tímida liebre, cuando
    la melionesa gala,
770     que de trágica escena
Tú, infestador en nuestra Europa nuevo
de las aves, nacido, aleto, donde
entre las conchas hoy del sur esconde
775     sus muchos años Febo,
    ¿debes por dicha cebo?
¿Templarte supo, di, bárbara mano
al insultar los aires? Yo lo dudo,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
que al precïosamente inca desnudo
780 y al de plumas vestido mejicano,
fraude vulgar, no industria generosa,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
del águila les dio, a la mariposa.
    De un mancebo serrano
el duro brazo débil hace junco,
785 examinando con el pico adunco
sus pardas plumas, el azor britano,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    tardo mas generoso
terror de tu sobrino ingenïoso,
ya invidia tuya, Dédalo, ave ahora,
790 cuyo pie tiria púrpura colora.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
que a luz lo condenó incierta la ira
del bello de la estigia deidad robo,
desde el guante hasta el hombro a un joven cela:
795 esta emulación, pues, de cuanto vuela
por dos topacios bellos con que mira,
    término torpe era
    de pompa tan ligera.
Can de lanas prolijo, que animoso
800 buzo será, bien de profunda ría,
    bien de serena playa,
cuando la fulminada prisión caya
    del neblí, a cuyo vuelo,
    tan vecino a su cielo,
número y confusión gimiendo hacía
en la vistosa laja, para él grave,
que aun de seda no hay vínculo süave.
En sangre claro y en persona augusto,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
810     si en miembros no robusto,
en modestia civil real grandeza.
La espumosa del Betis ligereza
bebió no solo, mas la desatada
815 majestad en sus ondas el lucienteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
el oro que süave lo enfrenaba,
arrogante, y no ya por las, que daba,
estrellas, su cerúlea piel al día,
820     sino por lo que sienteAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
de esclarecido, y aun de soberano,
en la rienda que besa la alta mano
de cetro digna. Lúbrica no tanto
culebra se desliza tortüosa
825 por el pendiente calvo escollo, cuanto
la escuadra descendía presurosa
por el peinado cerro a la campaña,
que al mar debe, con término prescripto,
más sabandijas de cristal que a EgiptoAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
830 horrores deja el Nilo que lo baña.
Rebelde ninfa, humilde ahora caña,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    las márgenes oculta
    de una laguna breve,
    a quien doral consulta
835     aun el copo más leve
ocioso, pues, o de su fin presago,
los filos con el pico prevenía
de cuanto sus dos alas aquel día
840 al viento esgremirán cuchillo vago.
La turba aun no del apacible lago
que tímido perdona a sus cristales
el doral. Despedida no saeta
845 de nervios partos igualar presuma
    sus puntas desiguales,
    que en vano podrá pluma
vestir un leño como viste un ala.
Puesto en tiempo, corona, si no escala,
850     las nubes, desmintiendo
su libertad el grillo torneado
que en sonoro metal lo va siguiendo,
    un baharí templado,
    a quien el mismo escollo,
855 a pesar de sus pinos, eminente,
el primer vello le concedió pollo,
que al Betis las primeras ondas fuente.
No sólo, no, del pájaro pendiente
las caladas registra el peregrino,
860 mas del terreno cuenta cristalino
    los juncos más pequeños,
verdes hilos de aljófares risueños.
Rápido al español alado mira
peinar el aire por cardar el vuelo,
865 cuya vestida nieve anima un hielo
que torpe a unos carrizos lo retira,
    infïeles por raros,
si firmes no por trémulos reparos.
Penetra, pues, sus inconstantes senos,
870     estimándolos menos
    entredichos que el viento;
mas a su daño el escuadrón atento
expulso lo remite a quien en suma
un grillo y otro enmudeció en su pluma.Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
875 Cobrado el baharí, en su propio luto
o el insulto acusaba precedente,
    o entre la verde hierba
    avara escondía cuerva
purpúreo caracol, émulo bruto
880     del rubí más ardiente,
cuando, solicitada del rüido,
el nácar a las flores fía torcido,
y con siniestra voz convoca cuantaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    negra de cuervas suma
885 infamó la verdura con su pluma,
con su número el Sol. En sombra tanta
alas desplegó Ascálafo prolijas,
    verde poso ocupando,
    que de césped ya blando
890 jaspe lo han hecho duro blancas guijas.
Más tardó en desplegar sus plumas graves
el deforme fiscal de Proserpina,
que en desatarse, al polo ya vecina,
la disonante niebla de las aves:
895 diez a diez se calaron, ciento a ciento,
al oro intüitivo, invidïado
    deste género alado,
si como ingrato no, como avariento,
que a las estrellas hoy del firmamento
900     se atreviera su vuelo,
    en cuanto ojos del cielo.
Poca palestra la región vacía
    de tanta invidia era,
mientras, desenlazado la cimera,
905     restituyen el día
a un girifalte, boreal harpía
que, despreciando la mentida nube,Anotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
    a luz más cierta sube,
910 Auxilïar taladra el aire luego
un duro sacre, en globos no, de fuego,
    en oblicuos sí engaños
mintiendo remisión a las que huyen,
    si la distancia es mucha,
915 griego al fin. Una en tanto, que de arribaAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
descendió fulminada en poco humo,
apenas el latón segundo escucha,
que del inferïor peligro al sumo
apela, entre los trópicos grifañosAnotaciones a la Segunda Soledad de Díaz de Rivas
920     que su eclíptica incluyen,
    repitiendo confusa
    lo que tímida excusa.
negra circunvestida piel, al duro
925 alterno impulso de valientes palas,
    la avecilla parece,
en el de muros líquidos, que ofrece,
corredor, el dïáfano elemento
al gémino rigor, en cuyas alas
930 su vista libra toda el extranjero.
desta primer región, sañudo espera
la desplumada ya, la breve esfera,
que, a un bote corvo del fatal acero,
935 dejó al viento, si no restitüido,
heredado en el último graznido.
Destos pendientes agradables casos
vencida se apeó la vista apenas,
que del batel, cosido con la playa,
940 cuantos da la cansada turba pasos,
    tantos en las arenas
el remo perezosamente raya,
a la solicitud de una atalaya
atento, a quien doctrina ya cetrera
945     llamó catarribera.
Ruda en esto política agregados
tan mal ofrece, como construidos,
bucólicos albergues, si no flacas
    piscatorias barracas,
950 que pacen campos, que penetran senos,
    de las ondas no menos
    aquéllos perdonados
que de la tierra éstos admitidos.
Pollos, si de las propias no vestidos,
955 de las maternas plumas abrigados,
vecinos eran destas alquerías,
mientras ocupan a sus naturales
Glauco en las aguas, en las hierbas Pales.
¡Oh cuántas cometer piraterías
960 un cosario intentó, y otro, volante!,
uno y otro rapaz, digo, milano,
    bien que todas en vano,
contra la infantería, que pïante
en su madre se esconde, donde halla
965 voz que es trompeta, pluma que es muralla.
A media rienda en tanto el anhelante
caballo, que el ardiente sudor niega
en cuantas le densó nieblas su aliento,
a los indignos de ser muros llega
970 céspedes, de las ovas mal atados.
Aunque ociosos, no menos fatigados,
quejándose venían sobre el guante
los raudos torbellinos de Noruega.
Con sordo luego estrépito despliega,
975 injurias de la luz, horror del viento,
sus alas el testigo que en prolija
desconfïanza a la sicana diosa
    dejó sin dulce hija,
y a la estigia deidad con bella esposa86.

265

A la purísima concepción de Nuestra Señora §

Verso ajeno

Virgen pura, si el sol, luna y estrellas?

Glosa

    Si ociosa no, asistió naturaleza
incapaz a la tuya, oh gran señora,
Concepción limpia, donde ciega ignora
lo que muda admiró de tu pureza.
5     Díganlo, oh Virgen, la mayor belleza
del día, cuya luz tu manto dora,
la, que calzas, nocturna brilladora,
los, que ciñen, carbunclos, tu cabeza.
    Pura la Iglesia ya, pura te llama
10 la Escuela, y todo pío afecto sabio
cultas en tu favor da plumas bellas.
    ¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio,
si la naturaleza aun hoy te aclama
Virgen pura, si el sol, luna y estrellas?

266

Para el principio de la Historia del señor rey don Filipe II, de Luis de Cabrera87 §

    Vive en este volumen el, que yace
en aquel mármol, rey siempre glorioso;
sus cenizas allí tienen reposo,
y dellas hoy él mismo aquí renace.
5     Con vuestra pluma vuela, y ella os hace,
culto Cabrera, en nuestra edad, famoso;
con las suyas lo hacéis victorïoso
del Francés, Belga, Lusitano, Trace.
    Plumas de un Fénix tal, y en vuestra mano,
10 ¿qué tiempo podrá haber que las consuma,
y qué invidia ofenderos, sino en vano?
    Escriba, lo que vieron, tan gran pluma,
de los dos mundos uno y otro plano,
de los dos mares una y otra espuma.

267

Para lo mismo §

    Segundas plumas son, oh lector, cuantas
letras contiene este volumen grave;
plumas siempre gloriosas, no del ave
cuyo túmulo son aromas tantas:
5     de aquel sí, cuyas hoy cenizas santas
breve pórfido sella en paz süave,
que en poco mármol mucho Fénix cabe,
si altamente negado a nuestras plantas.
    De sus hazañas, pues, hoy renacido,
10 debe a Cabrera el Fénix, debe el mundo,
cuantas segundas bate plumas bellas;
    a Cabrera, español Livio segundo,
eternizado, cuando no ceñido
de iguales hojas que Filipo estrellas.

268

A don Pedro de Cárdenas en un encierro de toros §

    Salí, señor don Pedro, esta mañana
a ver un toro que en un Nacimiento
con mi mula estuviera más contento
que alborotando a Córdoba la llana.
5     Romper la tierra he visto en su abesana88
mis prójimos con paso menos lento
que él se entró en la ciudad tan sin aliento,
y aun más, que me dejó en la barbacana.
    No desherréis vuestro Zagal89, que un clavo
10 no ha de valer la causa, si no miente
quien de la cuerda apela para el rabo.
    Perdonadme el hablar tan cortésmente
de quien, ya que no alcalde por lo Bravo,
podrá ser, por lo Manso, presidente90.

269

Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco §

    Esta en forma elegante, oh peregrino,
de pórfido luciente dura llave,
el pincel niega al mundo, más süave
que dio espíritu a leño, vida a lino.
5     Su nombre, aun de mayor aliento dino
que en los clarines de la Fama cabe,
el campo ilustra de ese mármol grave:
venéralo, y prosigue tu camino.
    Yace el Griego. Heredó naturaleza
10 arte, y el arte estudio, Iris colores,
Febo luces, si no sombras Morfeo.
    Tanta urna, a pesar de su dureza,
lágrimas beba, y cuantos suda olores
corteza funeral de árbol sabeo.

270

A la bajada de muchos señores de la corte al socorro de la Mamora, que estaba cercada §

    —¡A la Mamora, militares cruces!
¡Galanes de la corte, a la Mamora!
Sed capitanes en latín ahora
los que en romance ha tanto que sois duces.
5     —¡Arma, arma, ensilla, carga! —¿Qué? ¿Arcabuces?
—No, gofo, sino aquesa cantimplora;
las plumas riza, las espuelas dora.
—¿Ármase España ya contra avestruces?
    —Pica, bufón. ¡Oh tú, mi dulce dueño!
10 Partiendo me quedé, y quedando paso
a acumularte en África despojos.
    —¡Oh tú, cualquier, que la agua pisas, leño!:
escuche la vitoria yo, o el fracaso,
a la lengua del agua de mis ojos.

271

Refiriendo el suceso de la toma del fuerte y río de la Mamora §

    Llegué, señora tía, a la Mamora,
donde entre nieblas vi la otra mañana,
desde el seguro de una partesana,
confusa multitud de gente mora.
5     Pluma acudiendo va, tremoladora,
andaluza, extremeña y castellana,
pidiendo, si vitela no mongana,
cualque fresco rumor de cantimplora.
    Allanó alguno la enemiga tierra
10 echándose a dormir; otro soldado,
gastador vigilante, con su pico
    biscocho labra. Al fin, en esta guerra
no vi más fuerte sino el levantado.
De la Mamora, hoy miércoles. Juanico.

272

A Luis de Cabrera, para la Historia del señor rey don Filipo el segundo91 §

    Escribís, oh Cabrera, del segundo
Filipo las acciones y la vida,
con que el cielo aquistó, si admiró el mundo.
    Alto asunto, materia esclarecida,
5 digna, Livio español, de vuestra pluma,
y pluma tal a tanto rey debida.
    Léase, pues, de este prudente Numa
el largo cetro, la gloriosa espada,
en culto estilo ya con verdad suma.
10     Sea la felicísima jornada
en sus primeros años florecientes
lisonja de mi oreja fatigada.
    Provincias, mares, reinos diferentes,
peregrinó gentil, pisó ceñido
15 de enjambres, no de ejércitos, de gentes.
    Cual ya el único pollo, bien nacido,
de crestas vuela, de oro, coronado,
si bien de plata y rosicler vestido,
    que de tropas de aves rodeado,
20 la variedad matiza del plumaje
el color de los cielos turquesado;
    tal el joven procede en su viaje,
Fénix, mas no admirado del dichoso
Árabe en nombre, bárbaro en linaje,
25     ni del Egipcio un tiempo religioso,
sino hospedado del fïel Lombardo,
temido del Helvecio belicoso.
    Tantos siguen al príncipe gallardo,
que el río que vadean, cristalino,
30 o al mar no llega, o llega con pie tardo.
    Hierve, no de otra suerte que el camino
de próvidas hormigas, o de abejas
el aire al colmenar circunvecino:
    balcones, galerías son, y rejas
35 del número que ocurre a saludarlo,
las altas hayas, las encinas viejas.
    A los pies llega, al fin, del quinto Carlo,
que en sus brazos lo acoge, y tiernamente
lo abraza, y no desiste de abrazarlo...92

273

Al conde de Lemus, habiendo venido nueva de que era muerto en Nápoles §

Moriste en plumas no, en prudencia cano,
gloria de Castro, invidia de Caístro,
cisne gentil, cuyo final acento
entre fieras naciones sacó al Istro
5 lágrimas, y al segundo río africano
señas, aunque bozal de sentimiento.
Moriste, y en las alas fue, del viento,
lastimando, tu dulce voz postrera,
las orillas del Ganges, la ribera
10     del rey del occidente,
flechero Parahuay, que de veneno
la aljaba armado, de impiedad el seno,
    tu fin sintió doliente.
Oh tú, que de Sebeto en las arenas
15 mueres cisne llorado de sirenas.
Brazos te fueron de las Gracias cuna
y de las musas sueño la armonía
en tus primeros generosos paños.
Dichoso el esplendor vieras, del día,
20 si la que el oro ya de tu fortuna
el estambre hilara de tus años;
¡oh de la muerte irrevocables daños,
si de la invidia no ejecución fiera,
Parca crüel, más que las tres severa!:
25     si alimentan tu hambre
sierpes del Ponto y áspides del Nilo,
¿cuál pudo humedecer, livor, el hilo
    de aquel vital estambre?
Camisa del Centauro fue su vida,
30 aun antes abrasada que vestida.
No entre delicias, no, si ya crïado
entre grandezas, de la falda amada
a la magistral férula saliste.
En letras luego, en generosa espada
35 de Quirón no biforme ejercitado,
togado Aquiles cultamente fuiste.
Cuando de flores ya el vulto se viste,
al fogoso caballo Valenzuela
purpúreas plumas dándole tu espuela,
40     en el oficio duro
de la robusta caza, las riberas
del Sil te vieron fatigar las fieras,
    y aun a su cristal puro
de tu lanza llegar atravesado
45 el mismo viento en forma de venado.
De semidioses hija, bella esposa,
que nácar su color, perlas su frente,
corona de crepúsculos del día,
la tea de Himeneo mal luciente
50 te condujo ya al tálamo, y la rosa
que a las perlas del alba aun no se abría
libaste en paz. Mas, ay, que la armonía
del coro virginal, gemido alterno
de ave nocturna o pájaro de Averno
55     interrumpió no en vano.
Tú, a pesar de prodigios tantos, hecho,
si abejas los amores, corcho el lecho,
    el néctar soberano
despreciabas de Júpiter, dormido
60 al ventilar alado de Cupido...93

274

Al importuno canto de una golondrina §

    A la pendiente cuna
vuelves, al que fïaste nido estrecho,
    oh huéspeda importuna,
de las retamas frágiles de un techo,
5 que arboleda celosa aun no lo fía
de cuanta le concede luz el día.
    ¡Oh tú, de las parleras
aves la menos dulce y más quejosa!
    ¿Por qué el silencio alteras
10 de una paz muda, sí, pero dichosa?
¿Quieres en tu rüido que presuma
que miente voz la invidia y viste pluma?
    Magníficas orejas
ofendan, en alcázares dorados,
15     tus repetidas quejas,
mientras yo entre estos sauces levantados
aplauso al ruiseñor le niego breve
sobre la hierba que ese cristal bebe.
    ¿Cuál, di, bárbara arena,
20 de sierpes, has dejado, engendradora,
    por turbar la serena
dulce tranquilidad que en este mora
tan grato como pobre albergue, donde
sellado el labio, la quietud se esconde?
25     Aquí, pues, al cuidado
niego estos quicios, niego la cultura
    de ese breve cercado,
cuyo líquido seto plata es pura
de arroyo tan oblicuo, que no deja
30 la fragrancia salir, entrar la abeja.

275

En agradecimiento de una décima que el conde de Saldaña hizo en defensa del Polifemo y Soledades §

    Royendo sí, mas no tanto,
el mar con su alterno diente
el escollo está, eminente,
que del cíclope oyó el canto,
5 como a sí la invidia, en cuanto
cisne augustamente dino
de sitïal cristalino
su pluma hace, elegante,
si bastón no de un gigante,
10 báculo de un peregrino.

276

A un bufon muy frío llamado Sotés, acatarrado de la burla que se refiere a la margen §

    Sotés, así os guarde Dios,
que dice la noche helada
que la Fuenfrida nevada
es un Mongibel con vos;
5 y así, infiero que la tos
que os llevará al ataúd
con prolija lentitud
la causan vuestras frialdades,
porque de gracia y sepades
10 tenéis lo que de salud.
    Tanto sabéis enfrïar
al que por desdicha os topa,
que le haréis pedir ropa
a un día canicular.
15 ¿Qué mucho, si hacéis temblar,
en marzo y Andalucía,
la que os hace compañía,
cuando todo el mundo os niega
la que en deciembre y Noruega
20 pudiera ser noche fría?94
    Ventosedad, y no poca,
sacó de vuestra fatiga;
yo fío que ella os lo diga,
pues las noches tienen boca;
25 aunque la tendré por loca
si estimándoos en un clavo,
no os habla por otro cabo;
porque, señor don Sotés,
es noche, y noche de un mes
30 que sabe volver de rabo.

277

En la muerte de Bonamí, enano flamenco §

    Yace Bonamí; mejor
su piedra sabrá decillo,
pequeña aun para el anillo
de su homicida doctor.
5 De Átropos aun no el rigor
en tierra lo postró ajena,
que un gusano tan sin pena
se lo tragó, que al enano
le sobra más del gusano
10 que a Jonás de la ballena.

278 95 §

    La vaga esperanza mía
se ha quedado en vago, ¡ay triste!
Quien alas de cera viste,
¡cuán mal de mi sol las fía!
5     Atrevida se dio al viento
mi vaga esperanza, tanto,
que las ondas de mi llanto
infamó su atrevimiento,
bien que todo un elemento
10 de lágrimas urna es poca.
¿Qué diré a cera tan loca
o a tan alada osadía?
La vaga esperanza mía
se ha quedado en vago, ¡ay triste!
15 Quien alas de cera viste,
¡cuán mal de mi sol las fía!

279 §

    Al campo salió, el estío,
un serafín labrador,
que el sol en su mayor fuerza
no puede ofender al sol,
5     bien que, de su blanca frente,
ventecillo adulador,
si aljófares suda el nácar,
aljófares le enjugó.
    A dorar, pues, con su luz
10 tantas espigas salió,
cuantas al pie se le inclinan
sin esperar a la hoz.
    Qué no puede una beldad,
si la tierra dos a dos,
15 émulos, lilios aborta,
del pie que los engendró,
    por que no pise rastrojos
la alba de Villamayor,
sol de Uclés, y de Cupido
20 el más luciente arpón.

SEGADOR

    ¿A qué salió, Amor, me digas,
tu mayor gloria?

AMOR

A segar
más almas con el mirar
que tú, con la hoz, espigas.

SEGADOR

25     Si lo mejor ya te di
que en tus altares humea,
vuelva yo, Amor, a la aldea,
tan libre como salí.

AMOR

¿Tienes alma?

SEGADOR

Creo que sí.

AMOR

30 Pues ¿qué aguardas, segador,
si yo, con ser el Amor,
sus armas temo enemigas?

SEGADOR

    ¿A qué salió, Amor, me digas,
tu mayor gloria?

AMOR

A segar
35 más almas con el mirar
que tú, con la hoz, espigas.

280 §

    Contando estaban sus rayos
aun las más breves estrellas
en el cristal que guarnecen
los claros muros de Huelva,
5     cuando a las serenidades
cometieron (dulce ofensa
de la playa y de la noche)
poco leño y muchas quejas:
¡Ay, cómo gime, mas ay, cómo suena,
10         gime y suena
   el remo a que nos condena
       el niño Amor!
  Clarín que rompe el albor
       no suena mejor.
15     Quejas de un pescadorcillo,
honor de aquella ribera,
que una roca solicita,
sorda tanto como bella.
    Con un remo y otro, creo,
20 ondas terminando, y tierra,
que su fe escribe en el agua,
que su fe escribe en la arena.
¡Ay, cómo gime, mas ay, cómo suena,
       gime y suena
25    el remo a que nos condena
       el niño Amor!
   Clarín que rompe el albor
       no suena mejor.
    Lisonja del oceano
30 fue, y de la noche también,
cuanta celebra beldad
y cuanto acusa desdén.
    Del llanto, pues, numeroso
lo que pudo recoger,
35 a pesar de las tinieblas,
Eco piadosa, esto fue:
    «Viva mi fe;
viviré como desdichado,
      viviré,
40       moriré.
  »Dulce escollo, que aun ahora
raya el sol que no se ve:
    viva mi fe.
Si eres alabastro el pecho,
45 cuando no cristal el pie,
viviré como desdichado,
      viviré,
      moriré.
  »¿Qué roca de ti no sabe
50 aun más de lo que yo sé?
    Viva mi fe.
Pues tu nombre en su dureza
con tu dureza grabé,
viviré como desdichado,
55       viviré,
      moriré.
  «Desátenme ya tus rayos,
que yo los perdonaré.
    Viva mi fe.
60 Sepulcro el mar a su vuelo,
si no a Lícidas, le dé.
Viviré como desdichado,
      viviré,
      moriré».
65     Salió Cloris de su albergue,
dorando el mar con su luz,
por señas, que a tanto oro
holgó el mar de ser azul.
    Cáñamo anudando, engaña
70 al ejercicio común,
esto fïando del viento,
y él lo escuchó con quietud:
    «Pues nacistes en el mar,
nadad, Amor, o creed
75 que os ha de pescar la red
que veis ahora anudar.
        Par, par, par;
que vuela y sabe nadar.
  «Ciego nieto de la espuma,
80         par, par, par,
monstro con escama y pluma,
        par, par, par,
nadad pez, o volad pato,
        par, par, par,
85 que en estas redes que trato
el pato habéis de pagar.
  «Pues nacistes en el mar,
nadad, Amor, o creed
que os ha de pescar la red
90 que veis ahora anudar.
      Par, par, par,
que vuela y sabe nadar».

281 §

    Cuatro o seis desnudos hombros
de dos escollos o tres
hurtan poco sitio al mar
y mucho agradable en él.
5     Cuánto lo sienten las ondas
batido lo dice el pie,
que pólvora de las piedras
la agua repetida es.
    Modestamente sublime
10 ciñe la cumbre un laurel,
coronando de esperanzas
al piloto que lo ve;
    verdes rayos de una palma
(si no luciente, cortés
15 norte frondoso) conducen
el derrotado bajel.
    Este ameno sitio breve,
de cabra, apenas, montés
profanado, escaló un día
20 mal agradecida fe:
    joven, digo, ya esplendor
del palacio de su rey,
el hueco anima de un tronco
nueve meses habrá o diez,
25     a quien, si lecho no, blando,
sueño le debe fïel,
brame el austro y de las rocas
haga lo que del ciprés.
    Arrastrando allí eslabones
30 de su adorado desdén,
hierbas cultiva no ingratas
en apacible vergel.
    ¡Oh cuán bien las solicita
sudor fácil, y cuán bien,
35 émulas, responden ellas,
del más valiente pincel!
    Confusas entre los lilios
las rosas se dejan ver,
bosquejando lo admirable
40 de su hermosa crüel,
    tan dulce, tan natural,
que abejuela alguna vez
se caló a besar sus labios
en las hojas de un clavel.
45     Sierpe de cristal, vestida
escamas de rosicler,
se escondía ya en las flores
de la imaginada tez,
    cuando velera paloma,
50 alado, si no, bajel,
nubes rompiendo de espuma
en derrota suya un mes,
    le trajo, si no de oliva,
en las hojas de un papel,
55 señas de serenidad,
si al arco de Amor se cree.

282

En la beatificación de Santa Teresa §

    De la semilla, caída
no entre espinas ni entre piedras,
que acudió a ciento por uno
a la agradecida tierra,
5     media fue, y media colmada,
la santa que hoy se celebra,
de Ávila, según dispone
ley de medidas expresa,
    bien que de semilla tal
10 no solo quiere ser media,
sino costal de buriel,
cuando no halda de jerga.
    Patrïarca, pues, de a dos,
dividida en dos fue entera:
15 medio monja y medio fraile,
soror Ángel, fray Teresa.
    Monja ya y fraile, beata
hoy nos la hace la Iglesia:
trina en los estados y una,
20 si única no en la esencia.
    Al Carmelo subió, adonde
con flores vio y con centellas
zarza quizá alguna, pues
se descalzó para vella.
25     Bajó de él, legisladora,
en tablas más que de piedra
de su antigua institución
la recopilación nueva.
    Celante y caritativa,
30 tesbita como elisea,
en el carro y con el manto
baja, de sus dos profetas.
    Baja, pues, y en pocos años
tantas fundaciones deja
35 cuantos pasos da en España,
orbe ya de sus estrellas.
    Moradas, divino el arte
y celestial la materia,
fabricó, arquitecta alada,
40 si no argumentosa abeja.
    Tanto y tan bien escribió,
que podrá correr parejas,
su espíritu, con la pluma
del prelado de su iglesia,
45     pues, abulenses los dos,
ya que no iguales en letras,
en nombre iguales, él fue
Tostado, Ahumada, ella:
    grande en Ávila apellido,
50 por quien tuvo de nobleza
lo que de beldad, y de ambas,
lo que el pavón, de soberbia.
    Lisonjeáronla un tiempo
las rosas, las azucenas,
55 que en el cristal de su forma
incluyó naturaleza;
    mas, a breve desengaño
caduca su primavera,
frágil desmintió, el cristal,
60 ser de roca su firmeza:
    desengaño judicioso,
que con perezosa fuerza
interno royó gusano
la verde lasciva hiedra,
65     cuya sombra suspendía
frutos mil de penitencia,
de ciudad no, populosa,
mas de provincias enteras:
    no encaneció igual, ceniza,
70 oh Nínive, tu cabeza,
al sayal de las capillas,
que ejemplarmente hoy blanquea
    en nuestra Europa, de tanto
ciudadano anacoreta,
75 que, escondido en sí, es su cuerpo
gruta, de su alma, estrecha.
    ¡Oh, con plumas de sayal,
penitente pero bella
carmelita hierarquía,
80 gloria de la nación nuestra!
    ¡Oh religión propagada
antes que nacida, apenas
plantada, ya floreciente,
fecunda sobre doncella!
85     ¡Oh cuán muda que procedes!
¡Oh cuánto discurres lenta!
¿Qué mucho, si es tu instituto
cantar bajo y calzar cuerdas?
    Perdona si, entre los cisnes,
90 saludo tu sol, corneja,
tu sol, que Alba tiraniza
y espumas del Tormes sellan;
    perdona si, desatado
mi pobre espíritu en lenguas,
95 metal no ha sido, canoro,
muda caña sí de aquella
    santa, de familias madre,
que en dos viñas a una cepa
condujo, de un sexo y otro,
100 obreros, a horas diversas,
    cuyos silicios, limando
aun los hierros de sus rejas,
salvados le dan al cielo,
hechos cedazos de cerdas.
105     De esta, pues, virgen prudente
(a cuya nupcial linterna
el olio que guardó viva
está distilando muerta),
    a la beatificación,
110 laureada hasta las cejas
ha convocado Cordóba
sus Lúcanos y Senécas.
    Si extrañaren los vulgares
y acusaren la licencia,
115 escapularios del carmen
mis escapatorios sean;
    todo va con regla y arte,
que, a Dios gracias, arte y regla
nos dejó Antonio; produzga
120 todo escuchante la oreja:
    At carmen potest produci,
como verdolaga en huerta,
a cualquiera pie concede
la autoridad nebrisensia,
125     como sea pie de Carmen,
calce cáñamo o vaqueta;
y así, quod scripsi, scripsi,
a dos de otubre, en Trasierra.

283

A la vida de los hidalgos pobres que siguen la corte §

    Al pie de un álamo negro,
y, más que negro, bozal,
pues ha tanto que no sabe
sino gemir o callar,
5     algo apartado de Esgueva,
porque el sucio Esgueva es tal
que ni aun los álamos quieren
dalle sus pies a besar,
    estaba, en lo más ardiente
10 de un día canicular,
entre dos cigarras que
le cantan el sol que fa,
    un miércoles de ceniza
vestido de humanidad,
15 a cuya mesa ayunaran
los martes de carnaval,
    un hidalgo, introduciendo,
en las cuchilladas, paz,
de un follado incorregible,
20 puesto que mayor de edad:
    que la vejez de unas calzas
desgarros contiene más
que la juventud traviesa
del cantado Escarramán.
25     Repararlas pretendía,
si se pueden reparar
cuchilladas tan mortales,
con una aguja no más.
    ¡Mecánica valentía!,
30 bien que su temeridad
lo va entrando en un confuso
laberinto criminal,
    donde fincará, no obstante
que con fin particular
35 envaine su dedo el mismo
dedalísimo dedal,
    porque le ha mentido el hilo
y ha de quedarse, o andar
requiriendo a fojas ciento
40 las verdes bragas de Adam.
    Congójalo esto de suerte
que, desatado, nos da
lo Rengifo en el sudor
a veinte mil el millar;
45     porque el sudor de un hidalgo
todo ha de ser calidad,
tanto, que su escarpín diga
a cien pasos el solar.
    Mayores el sol hacía
50 las sombras del árbol ya,
cuando el prado pisó, alegre,
la potrada del lugar.
    Temiendo, pues, que la gente
no gustase de pasar
55 por las que fueron calzadas
a vista del arrabal,
    justicia en dos puntos hecho,
sin vara (de tafetán),
por lo menos llama cuantos
60 de latón esbirros trae,
    alfileres que le prendan
lo que, pendiendo de atrás,
nos hacía su pendencia
sentir no bien y ver mal.
65     Consiguiolo, y atacando
las que por su antigüedad
primadas fueran de España,
a mi voto, en Portugal,
    a solicitar se fue
70 dos mulas de cordobán,
que le hierran, de ramplón,
vecinos de Fregenal:
    infante quiere seguir
a los príncipes que irán
75 con Su Majestad a Irún
el octubre que vendrá;
    previene, pues, carrüaje,
no alegue anterioridad
cualque marqués de Alfarache
80 o conde de Rabanal.
    Porque, si no Montesino,
montañés, desea catar
a Francia, y con el de Guisa
tener estrecha amistad;
85     que tanta hambre no solo
cata a París la ciudad,
sino a la mesa redonda
do los doce comen pan.
    Penetrar quiere aquel reino,
90 pues a la necesidad
debe cuanto lemosino
en Francia puede gastar,
    seguro de encontrar nones
donde tantos pares hay,
95 si ya no es que en latín
son más francos que en vulgar.
    No está España para pobres,
donde esconde cada cual
en el arca de No he
100 lo que vais a demandar;
    las espaldas vuelven, todos,
al pedir, con priesa tal,
que al que buscares con peto
lo hallarás con espaldar.
105     Esto, pues, hará a Rengifo,
llevando más de real
en las venas que en la bolsa,
seguir a Su Majestad.

1615 §

284

A un caballero de Córdoba que estaba en Granada §

    Hojas de inciertos chopos el nevado
cabello, oirá el Genil tu dulce avena,
sin invidiar al Dauro en poca arena
mucho oro de sus piedras mal limado,
5     y del leño vocal solicitado,
perdonará no el mármol a su vena
ocioso, mas la siempre orilla amena
canoro ceñirá muro animado.
    Camina, pues, oh tú, Anfión segundo,
10 si culto no, revocador süave
aun de los moradores del profundo,
    que el Betis hoy, que en menos gruta cabe,
urna suya los términos del mundo
lagrimoso hará en tu ausencia grave.

285

A don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba, dedicándole el maestro Risco un libro de música §

    Un culto Risco en venas hoy süaves
concentüosamente se desata,
cuyo néctar, no ya líquida plata,
hace canoras aun las piedras graves.
5     Tú, pues, que el pastoral cayado sabes
con mano administrar al cielo grata,
de vestir, digno, manto de escarlata,
y de heredar a Pedro en las dos llaves,
    este, si numeroso, dulce escucha
10 torrente, que besar desea la playa
de tus ondas, oh Mar, siempre serenas.
    Si armonïoso leño silva mucha
atraer pudo, vocal Risco atraya
un Mar, dones hoy todo a sus arenas.

286

En la muerte de tres hijas del duque de Feria §

    Entre las hojas cinco generosa,
si verde pompa no de un campo de oro,
prendas sin pluma a ruiseñor canoro
degolló mudas sierpe venenosa.
5     Al culto padre no con voz piadosa,
mas con gemido alterno y dulce lloro
armonïosas lágrimas al coro
de las aves oyó, la selva umbrosa.
    Lloró el Tajo cristal, a cuya espuma
10 dio poca sangre el mal logrado terno,
terno de aladas cítaras süaves,
    que rayos hoy sus cuerdas, y su pluma
brillante siempre luz de un Sol eterno,
dulcemente dejaron de ser aves.

287

A don Diego Páez de Castillejo §

    No entre las flores, no, señor don Diego,
de vuestros años, áspid duerma breve
el ocio, salamandria más de nieve
que el vigilante estudio lo es de fuego;
5     de cuantas os clavó flechas el ciego,
a la que dulce más la sangre os bebe
hurtadle un rato alguna pluma leve,
que el aire vago solicite luego.
    Quejaos, señor, o celebrad con ella,
10 del desdén, el favor de vuestra dama,
sirena dulce, si no esfinge bella;
    escribid, que a más gloria Apolo os llama:
del cielo la haréis, tercero, estrella,
y vuestra pluma, vuelo de la Fama.

288

De los que censuraron su Polifemo §

    Pisó las calles de Madrid el fiero
monóculo galán de Galatea
y, cual suele tejer bárbara aldea
soga de gozques contra forastero,
5     rígido un bachiller, otro severo,
crítica turba al fin, si no pigmea,
su diente afila y su veneno emplea
en el disforme cíclope cabrero.
    A pesar del lucero de su frente,
10 lo hacen obscuro, y él, en dos razones
que en dos truenos libró de su occidente,
    «Si quieren —respondió— los pedantones
luz nueva en hemisferio diferente,
den su memorïal a mis calzones».

289

A Juan de Villegas, alcalde mayor de Luque por don Egas Venegas, señor de aquella villa §

    En villa humilde sí, no en vida ociosa,
vasallos riges con poder no injusto,
vasallos de tu dueño, si no augusto,
de estirpe, en nuestra España, generosa.
5     Del bárbaro rüido a curïosa
dulce lección te hurta tu buen gusto;
tal del muro abrasado hombro robusto,
de Anquises, redimió, la edad dichosa.
    No invidies, oh Villegas, del privado
10 el palacio gentil, digo, el convento
adonde hasta el portero es presentado;
    de la tranquilidad pisas contento
la arena enjuta, cuando en mar turbado
ambicioso bajel da lino al viento.

290

Alegoría de la primera de sus Soledades §

    Restituye a tu mudo horror divino,
amiga Soledad, el pie sagrado,
que captiva lisonja es, del poblado,
en hierros breves pájaro ladino.
5     Prudente cónsul, de las selvas dino,
de impedimentos busca, desatado,
tu claustro verde, en valle profanado
de fiera menos que de peregrino.
    ¡Cuán dulcemente de la encina vieja
10 tórtola viuda al mismo bosque incierto
apacibles desvíos aconseja!
    Endeche el siempre amado esposo muerto
con voz doliente, que tan sorda oreja
tiene la soledad como el desierto.

291

De la purificación de Nuestra Señora §

    La vidrïera mejor
    en sus brazos de cristal
    entra al Sol, hoy, celestial
    en la capilla mayor,
5     a cuyo resplandor,
    sin que más luz espere,
Simeón fénix arde y cisne muere.

292

En la muerte de tres hijas del duque de Feria §

    Tres vïolas del cielo,
tres de las flores ya breves estrellas,
    fragrante mármol, sellas,
que aljofaró, la muerte, de su hielo,
5 si las trenzas no están ciñendo ahora
de una alba que crepúsculos ignora.

293

Égloga piscatoria en la muerte del duque de Medina Sidonia §

Alcidón

Perdona al remo, Lícidas, perdona
    al mar, en cuanto besa
maravillas no bárbaras en esa
aguja que de nubes se corona;
5 el tridente de Tetis, de Belona
    incluye el asta. ¡Oh cuánto
sella esplendor, desmiente gloria humana,
esa al margen del agua constrüida,
si no índice mudo desta vida,
10     pompa aun de piedras vana,
urna hecho dudosa jaspe tanto,
de poca tierra, no de poco llanto!

Lícidas

Erré, Alcidón. La cudiciosa mano,
siguió las ondas, no en la, que ejercitan,
15 piedad o religión. Sobre los remos,
los marinos reflujos aguardemos,
    que su lecho repitan.

Alcidón

Lamer en tanto mira al oceano,
Lícida, el mármol que Neptuno viste
20 de tantas, si no más, náuticas señas
que militares ya despojos Marte,
    y las, que informó el arte
    de afecto humano, peñas,
    vulto exprimiendo triste.

Lícidas

25 ¿Quién, dime, son aquellas de quien dudo
cuál más dolor o majestad ostente,
    plumas una la frente,
palmas otra, y el cuerpo ambas desnudo?

Alcidón

    Mal la pizarra pudo
30 lisonjealles el color. Aquella
ara del Sol edades ciento, ahora
templo de quien el Sol aun no es estrella,
la grande América es, oro sus venas,
sus huesos plata, que dichosamente,
35 si ligurina dio marinería
a España en uno y otro alado pino,
    interés ligurino
    su rubia sangre hoy día
su medula chupando está, luciente.
40 Esotra naval siempre infestadora
de nuestras playas, África es, temida,
si no por los que engendran sus arenas,
por los, que visten púrpura, leones,
en tantos hoy católicos pendones
45 cuantas le ha introducido España almenas,
de quien tímido Atlante a más lucida,
a región más segura se levanta,
debida a tanta fuga ascensión tanta...96

294

De una yegua que le quiso feriar el duque de Béjar §

    Ya que al de Béjar le agrada
ser hoy de Feria, es muy justo
vuele en mi yegua, su gusto,
la garza más remontada;
5 mas será cosa acertada,
señor, que empuñe mi intento
sus escudos más de ciento
y de contado, por que
don Luis no la siga a pie,
10 corriendo ella más que el viento.

295

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

1.

Cuando toquen a los maitines,
toquen en Jerusalén,
tañan al alba en Belén,
    tañan, tañan,
5 que profecías no engañan.

2.

    ¿Por qué? Di.

1.

Por lo que oirás por ahí
a cien alados clarines.

2.

¿Cuándo?

1.

    Esta noche.

2.

      ¡Oh qué bueno!

1.

10 Toda, pues, gaita convoque
    los pastores;
dulces sean ruiseñores
del Sol que nos ha de dar,
no en cuna de ondas el mar,
15 sino en pesebre de heno
un portal desta campaña.

2.

    Taña el mundo, taña;
    toque al alba, toque.
    ¡Oh, lo que esta noche harán
20 cuando oyan las campanas
los que ilustran con sus canas
las tinieblas de Abraham!
Mas no las conocerán:
David, sí, cuyo rüido
25 lisonja será, a su oído,
de concertados violines.

1.

Cuando toquen a los maitines,
toquen en Jerusalén,
tañan al alba en Belén,
30     tañan, tañan,
que profecías no engañan.

2.

    Abra el limbo orejas, abra,
Dios eterno, que no dudo
que rompa el silencio mudo
35 desta noche, tu palabra.
No carabela, no zabra
traerá el aviso, que es mucho;
laúd sí, donde ya escucho
zalemas de serafines.

2.

40 Cuando toquen a los maitines,
toquen en Jerusalén,
tañan al alba en Belén,
    tañan, tañan,
que profecías no engañan.

296

A lo mismo §

Gil

No solo el campo nevado
hierba a producir se atreve
    a mi ganado,
pero aun es fïel la nieve
5 a las flores que da el prado.

Carillo

¿De qué estás, Gil, admirado,
    si hoy nació
cuanto se nos prometió?

Gil

    ¿Qué, Carillo?

Carillo

10 Toma, toma el caramillo,
y ven cantando tras mí:
por aquí, mas ay, por allí
nace el cardenico alhelí.

Gil

Ve, Carillo, poco a poco;
15     mira que
ahora pisó tu pie
un narciso, aquí más loco
    que en la fuente.

Carillo

Tente, por tu vida, tente,
20 y mira con cuánta risa
el blanco lilio en camisa
se está burlando del hielo.

Gil

Lástima es pisar el suelo.

Carillo

Písalo, mas como yo,
25     queditico.
Pisaré yo el polvico
    menudico;
pisaré yo el polvó,
    y el prado no.

Gil

30 ¿Oyes voces?

Carillo

     Voces oyo,
y aun parecen de gitanos:
bien hayan los avellanos
    deste arroyo,
que hurtado nos los han.

Gil

35 Al Niño buscando van,
pues que van cantando dél
    con tal decoro:
«Támaraz, que zon miel y oro,
támaraz, que zon oro y miel.
40 A voz, el cachopinito,
    cara de roza,
la palma oz guarda hermoza
    del Egito.
Támaraz, que zon miel y oro,
45 támaraz, que zon oro y miel».

Carillo

¡Qué bien suena el cascabel!

Gil

Grullas no siguen su coro
con más orden que esta grey.

Carillo

Cántenle endechas al buey,
50 y a la mula otro que tal,
si ellos entran el portal.

Gil

Halcones cuatreros son
    en procesión.

Carillo

Ya las retamas se ven
55 del portal entre esos tejos.
    Míroos desde lejos,
    portal de Belén,
    míroos desde lejos,
    pareceisme bien.

Gil

60 Brasildo llega también
con todos sus zagalejos.

Carillo

    ¡Oh qué entrada
tan sonora, tan bailada
se puede hacer!

Gil

     ¡Oh qué ajeno
65 me siento de mí y qué lleno
de otro! Tocad el rabel.

A.

¿Qué diremos del clavel
    que nos da el heno?

B.

Mucho hay que digamos de él,
70     mucho y bueno.

Gil

Diremos que es blanco, y que
lo que tiene de encarnado
será más disciplinado
que ninguno otro lo fue;
75 que de las hojas al pie
huele a clavos, y que, luego
que un leño se arrime al fuego
    de su amor,
agua nos dará, de olor,
80 piadoso hierro crüel.

A.

¿Qué diremos del clavel
    que nos da el heno?

B.

Mucho hay que digamos de él,
    mucho y bueno.

297

A lo mismo §

    Ven al portal, Mingo, ven;
seguro el ganado dejas,
que aun entre el lobo y ovejas
nació la paz en Belén.
5     La paz del mundo escogido
en aquel ya leño grave,
que al hombre, a la fiera, al ave,
casa fue, caverna y nido,
hoy, pastor, se ha establecido
10 tanto, que en cualquiera otero
retozar libre el cordero
y manso el lobo se ven.
Ven al portal, Mingo, ven;
seguro el ganado dejas,
15 que aun entre el lobo y ovejas
nació la paz en Belén.
    Sobra el can, que ocioso yace
las noches que desvelado,
y rediles del ganado
20 los términos son que pace.
El siglo de oro renace
con nuestro glorioso niño,
a quien esta piel de armiño
de mi fe será rehén.
25 Ven al portal, Mingo, ven;
seguro el ganado dejas,
que aun entre el lobo y ovejas
nació la paz en Belén.

298

A lo mismo §

Portugués

¿A que tangem em Castella?

Castellano

A maitines.

Portugués

     ¿Noite é boa?

Castellano

Sí.

Portugués

    ¿E facem como em Lisboa
a frutinha de padella?

Castellano

5 Mucha.

Portugués

     ¿Jantaremos della?

Castellano

Luego que confeséis vos
que nació el Hijo de Dios
    noche tal,
no en Belén de Portugal,
10 sino en Belén de Judea.

Portugués

¿Zumbáis de Alfonso Correa,
    castejão?

Castellano

Ñafete, que el recién nacido
no es portugués.

Portugués

     Eso não.

Castellano

15 Ñafete, se ha derretido
todo el sebo.

Portugués

     Ficai lá.

Castellano

Ñafete, que va corrido,
corrido va.

Portugués

Ficai lá.
¿Ouvís, cão?

Castellano

     Parientes somos.

Portugués

20 Deos naceu em Portogal
e da mula do Portal
procedem os machos romos
que teim os frades Jeromos
no mosteiro de Belem.

Castellano

25 ¿Quién lo alumbró deso?

Portugués

     ¿Queim?

Castellano

¿El sebo de alguna vela?

Portugués

¿A que tangem em Castella?

Castellano

A maitines.

Portugués

     ¿Noite é boa?

Castellano

Sí.

Portugués

    ¿E facem como em Lisboa
30 a frutinha de padella?

Castellano

¿Dejó también casta el buey?

Portugués

Gerazão ficou nestremo.

Castellano

¿Luego era toro?

Portugués

     Era o Demo,
era muita que os daréi
35 pancada.

Castellano

    ¿A mí?

Portugués

     A vos, ao rey.

Castellano

Liquidado se ha.

Portugués

     ¿Falades?

Castellano

Haga nuestras amistades
mucha enmelada hojuela.

Portugués

¿A que tangem em Castella?

Castellano

40 A maitines.

Portugués

     ¿Noite é boa?

Castellano

Sí.

Portugués

    ¿E facem como em Lisboa
a frutinha de padella?

299

A lo mismo §

1.

    ¿Cuál podréis, Judea, decir
que os dio menos luz: el ver
la noche día al nacer,
o el día noche al morir?

2.

5 Las piedras sabran oír
antes que yo responder.

1.

Sabranse al menos romper,
para más os confundir.
    Si esta noche, o noche tal,
10 flores os sirvió la nieve,
zodíaco hecho breve
de mucho Sol un portal,
adonde un bruto animal,
viéndose rayos su pelo,
15 aun con el toro del cielo
se desdeña competir,
¿cuál podréis, Judea, decir
que os dio menos luz: el ver
la noche día al nacer,
20 o el día noche al morir?
    Si en expirando Dios, luego
del Sol os niega la luz,
y en las tinieblas su cruz
os fue columna de fuego,
25 ¿cuál daréis, ingrato y ciego
pueblo, competente excusa?
Si esta noche aun os acusa
los días que dejáis ir,
¿cuál podréis, Judea, decir
30 que os dio menos luz: el ver
la noche día al nacer,
o el día noche al morir?

300

A lo mismo §

1.

    Al gualete, hejo
    del senior Alá,
            ha, ha, ha.
    Haz, vuesa mercé,
5     zalema e zalá,
            ha, ha, ha.

2.

Bailá, Mahamú, bailá,
    falalá lailá,
tania el zambra la javevá,
10     falalá lailá,
que el amor del Nenio me matá,
            me matá,
    falalá lailá.

1.

    Aunque entre el mula e il vaquilio
15 nacer en este pajar,
o estrelias mentir, o estar
califa vos, chequetilio.

2.

Chotón, no l’oiga el cochilio
de aquel Herodes marfuz,
20 que maniana hasta el cruz
en sangre estarás bermejo.

1.

    Al gualete, hejo
    del senior Alá,
            ha, ha, ha.
25 Se del terano nemego
oies vosanced el rabia,
roncón tener yo en Arabia
con el pasa e con el hego.

2.

Yo estar jeque. Se conmego
30 andar, manteca, seniora,
mel vos, e serba madora,
comerás, senior el vejo.

1.

    Al gualete, hejo
    del senior Alá,
35             ha, ha, ha.

301

En la misma festividad. Por la vida y ascensos de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba97 §

1.

Niño, si por lo que tienes
de cordero, tus favores
sienten antes los pastores
que el mundo todo a quien vienes.
5 el pastor que de sus bienes
    liberal,
rico, si no tu portal,
ha hecho tu templo santo,
    viva cuanto
10 las piedras que ya dotó.
Esto, Niño, pido yo.

2.

    Y yo también.

Coro

Y todos, amén, amén.

1.

    Al que le concede el mundo
15 los méritos que le han dado
en nuestra España el cayado
tercero, si no segundo,
mar de virtudes profundo,
santo ejemplar de pastores,
20 tan modesto en los favores,
cuan sufrido en los desdenes,
el pastor que de sus bienes
    liberal,
rico, si no tu portal,
25 ha hecho tu templo santo,
    viva cuanto
las piedras que ya dotó.
Esto, Niño, pido yo.

2.

    Y yo también.

Coro

30 Y todos, amén, amén.

1.

    Años, pues, tan importantes,
iguales en la edad sean
a las piedras, que desean
para esto ser diamantes.
35 No pise las zonas antes
que bese el Tíber su pie
con esplendor tanto, que
nieguen carbunclos sus sienes
el pastor que de sus bienes
40     liberal,
rico, si no tu portal,
ha hecho tu templo santo,
    viva cuanto
las piedras que ya dotó.
45 Esto, Niño, pido yo.

2.

    Y yo también.

Coro

Y todos, amén, amén.

302

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

Esta noche un Amor nace,
niño y Dios, pero no ciego,
y tan otro al fin, que hace
    paz, su fuego,
5 con las pajas en que yace.
    De una Virgen, aun después
de ser madre, pura cuanto
lo dice el sol, que es su manto,
nace el Niño Amor que ves;
10 no es su arco, no, el que es
pompa del otro rapaz:
el símbolo sí, de paz,
que ambos polos satisface.
Esta noche un Amor nace,
15 niño y Dios, pero no ciego,
y tan otro al fin, que hace
    paz, su fuego,
con las pajas en que yace.
    No venda este Amor divino
20 de sus ojos la alegría:
vendaránsela algún día
que lo hagan adivino.
Sus bellos miembros el lino,
ya que no sus soles, vista;
25 que mal puede el heno, a vista,
abrigar, de quien lo pace.
Esta noche un Amor nace,
niño y Dios, pero no ciego,
y tan otro al fin, que hace
30     paz, su fuego,
con las pajas en que yace.

303

A lo mismo §

1.

¡Oh, qué vimo, Mangalena!
    ¡Oh, que vimo!

2.

    ¿Dónde, primo?

1.

No portalo de Belena.

2.

5 ¿E qué fu?

1.

     Entre la hena
mucho Sol con mucha raia.

2.

    Caia, caia.

1.

Por en Diosa que no miento.

2.

Vamo aiá.

1.

     Toca instrumento.

2.

10 Elamú, calambú, cambú,
    elamú.

1.

Tú, prima, sará al momento
escravita do nacimento.

2.

¿E qué sará, primo, tú?

1.

15     Saró bu,
se chora o menín Jesú.

2.

Elamú, calambú, cambú,
    elamú.

1.

    Cosa vimo que creeia
20 pantará: mucha jerquía,
cantando con melonía
a un niño que e Diosa e Reia,
ma tan desnuda que un bueia
le está contino vahando.

2.

25 Veamo, primo, volando
tanta groria e tanta pena.

1.

¡Oh, qué vimo, Mangalena!
    ¡Oh, qué vimo!

2.

    ¿Dónde, primo?

1.

30 No portalo de Belena.

2.

    Someme e, véndome a rosa
de Jericongo, María,
«Entra —dijo—, prima mía»,
que negra so, ma hermosa.

1.

35 ¿Entraste?

2.

     Sí, e maliciosa
a mula un coz me tiró.

1.

Caia, que non fu coz, no.

2.

¿Pos qué fu?

1.

     Invidia morena.
¡Oh, qué vimo, Mangalena!
40     ¡Oh, qué vimo!

2.

    ¿Dónde, primo?

1.

No portalo de Belena.

304

En la fiesta de la adoración de los reyes §

Pastor 1°

¿Qué gente, Pascual, qué gente?
¿Qué polvareda es aquella?

Pastor 2°

La Astrología de oriente,
cuyo postillón luciente
5     es una estrella.

Negro

¡Praza!

Pastor 1°

     ¿Quién nos atropella?

Negro

Mechora, rey de Sabá,
    guan guan guá,
morenica de Sofalá.

Pastor 2°

10     Hi, hi, hi.
¡Qué rey tan fuera de aquí
hoy nos ha venido acá!

Pastor 1°

    Ha, ha, ha.

Negro

¿Ríe la pastora?

Pastor 2°

     Sí.

Negro

15 Paparico, poco a poco,
que samo enfadado ya.

Pastor 1°

     Ha, ha, ha.

Negro

Entra, primo.

Pastor 2°

     Fuera allá,
no piense el Niño que es coco
20 el rey que a adorallo va.

Pastor 1°

    Hormiguero, y no en estío,
negros hacen al portal.

Negro

Hormiga sá, juro a tal,
hormiga, ma non vacío.

Pastor 2°

25 ¿Qué traéis?

Negro

     La reia mío
incienso ofrece sagrado.

Pastor 1°

Humo, al fin, el humo ha dado.

Negro

Sá de Dios, al fin, presente.

Pastor 1°

¿Qué gente, Pascual, qué gente?
30 ¿Qué polvareda es aquella?

Pastor 2°

La Astrología de oriente,
cuyo postillón luciente
    es una estrella.

305

A la purificación de Nuestra Señora §

Bras

¡Oh, qué verás, Carillejo,
hoy en el templo!

Carillejo

     ¿Qué, Bras?

Bras

Corre, vuela, calla, y verás
cómo en las manos de un viejo
5     pone hoy franca
la Palomica blanca,
    que pone, que pare,
que pare como Virgen,
que pone como Madre.
10     Subamos, Carillo, arriba,
subamos donde ya asoma
la deseada paloma
con el ramo de la oliva;
la esperanza siempre viva
15 de Simeón hoy la aguarda,
dejándose, su edad tarda,
aun la del Fénix atrás.
Corre, vuela, calla, y verás
cómo en las manos de un viejo
20     pone hoy franca
la Palomica blanca,
    que pone, que pare,
que pare como Virgen,
que pone como Madre.
25     Entre uno y otro gemido
del legal ofrecimiento,
escucha el Final acento
de aquel cisne encanecido:
«Ya, Señor, ya me despido
30 de mi vida con quietud,
pues he visto tu salud,
y la nuestra mucho más».
Corre, vuela, calla, y verás
cómo en las manos de un viejo
35     pone hoy franca
la Palomica blanca,
    que pone, que pare,
que pare como Virgen,
que pone como Madre.

1616 §

306

A don Luis de Ulloa, que enamorado se ausentó de Toro §

    Generoso esplendor, si no luciente,
no solo es ya de cuanto el Duero baña,
Toro, mas del zodíaco de España,
y gloria vos de su murada frente.
5     ¿Quién, pues, región os hizo, diferente,
pisar amante? Mal la fuga engaña
mortal saeta, dura en la montaña,
y en las ondas más dura, de la fuente:
    de venenosas plumas, os lo diga,
10 corcillo atravesado. Restituya
sus trofeos el pie a vuestra enemiga.
    Tímida fiera, bella ninfa huya;
espíritu gentil, no solo siga,
mas bese en el arpón la mano suya.

307

De la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, de la Santa Iglesia de Toledo, entierro del cardenal Sandoval98 §

    Esta, que admiras, fábrica, esta prima
pompa de la escultura, oh caminante,
en pórfidos rebeldes al diamante,
en metales mordidos de la lima,
5     tierra sella que tierra nunca oprima;
si ignoras cúya, el pie enfrena ignorante,
y esa inscripción consulta, que elegante
informa bronces, mármoles anima.
    Generosa piedad urnas hoy bellas
10 con majestad vincula, con decoro,
a las heroicas ya cenizas santas
    de los que, a un campo de oro cinco estrellas
dejando azules, con mejores plantas,
en campo azul estrellas pisan de oro.

308

En el sepulcro de Garcilaso de la Vega §

    Piadoso hoy celo, culto
sincel hecho de artífice elegante,
    de mármol espirante
un generoso anima y otro vulto,
5 aquí donde entre jaspes y entre oro
tálamo es mudo, túmulo canoro.
    Aquí donde coloca
justo afecto en aguja no, eminente,
    sino en urna decente,
10 esplendor mucho, si ceniza poca,
bien que, milagros despreciando egipcios,
pira es suya este monte de edificios.
    Si tu paso no enfrena
tan bella en mármol copia, oh caminante,
15     esa es la, ya sonante
émula de las trompas, ruda avena,
a quien del Tajo deben hoy las flores
el dulce lamentar de dos pastores,
    este, el corvo instrumento
20 que al Albano cantó, segundo Marte;
    de sublime ya parte
pendiente, cuando no pulsarlo al viento,
solicitarlo oyó, silva confusa,
ya a docta sombra, ya a invisible musa.
25     Vestido, pues, el pecho
túnica Apolo de diamante gruesa,
    parte la dura huesa
con la que en dulce lazo el blando lecho.
Si otra inscripción deseas, vete cedo:
30 lámina es cualquier piedra de Toledo.

309

Contra el interés §

Tenía Mari Nuño una gallina
    en poner tan contina
cuanto la vieja atenta a su regalo.
    Sucedió un año malo,
5 tal, que el pasto faltándole, süave,
    negó su feudo el ave:
    perdone Mari Nuño,
que la overa se cierra cuando el puño.
Mucho nos dicta en la paraboleja
10     de nuestra buena vieja
monseñor Interés. Sangró una ingrata
    cierto jayán de plata,
enano Potosí, cofre de acero
    de un bobo perulero,
15     a quien le dejó apenas
sangre real en sus lucientes venas.
Sintiendo los deliquios ella, luego,
    con la venda del ciego
la sangradura le ata, y se retira.
20     ¿Quién de lo tal se admira,
si en Dueñas hoy y en todo su partido
    lo más obedecido
    es lo que acuña el cuño?
Quien quisiere, pues, huevos, abra el puño.
25 Águila, si en la pluma no, en la vista,
    el togado es, legista,
atento al pleito de su litigante,
    si no a la rutilante
bolsa, de cuatro mil soles esfera.
30     ¡Ciego de aquel que espera
    vista, aunque no sea poca,
de un aguileño! Cósanme esta boca.
¡Con qué eficacia el pendolar ministro
    reduce su registro
35 de la ley de escritura a la de gracia,
    batida su eficacia
de un acicate de oro! El papel diga
    a cuánto rasgo obliga
    el dorado rasguño,
40 y qué overas cerró un cerrado puño.
Que peine oro en la barba tu hijo, Febo,
    ¿quién lo tendrá por nuevo,
si lo peina en las palmas de las manos
    cualquiera matasanos,
45 si Toledo no vio entre puente y puente
    a barbo dar, valiente,
    carrete más prolijo
que a rico enfermo tu barbado hijo?
Cuantos o mal la espátula desata
50     o desmiente la plata
fármacos oro son a la botica:
    caudales que lambica,
y simples hablen tantos como gasta.
    Envainad, musa. Basta
55     el, que ha pillado, zuño
quien os la pegará quizá de puño.

310

Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora. Para el certamen poético de las fiestas que el cardenal don Bernardo de Sandoval y Rojas hizo en la traslación de Nuestra Señora del Sagrario a la capilla que le fabricó §

    Era la noche, en vez del manto obscuro
tejido en sombras y en horrores tinto,
crepúsculos mintiendo al aire puro,
de un albor ni confuso ni distinto.
5 Turbada así de tésalo conjuro,
su esplendor corvo la deidad de Cinto
a densa nube fía, que dispensa
luz como nube y rayos como densa.
    Fulgores arrogándose, presiente
10 nocturno sol en carro no dorado,
en trono sí de pluma, que luciente
canoro nicho es, dosel alado,
concentüoso coro diligente
a tanto ministerio destinado;
15 en hombros, pues, querúbicos, María
viste al aire la púrpura del día.
    Al cerro baja, cuyos levantados
muros, alta de España maravilla,
de antigüedad salían coronados
20 por los campos del aire a recibilla.
En tantos la aclamó plectros dorados
cuantas se oyeron ondas en su orilla,
glorioso el Tajo en ministrar cristales
a impíreas torres ya, no imperïales.
25     Busca al pastor, que del metal precioso
sacro es cayado su torcido leño,
docto conculcador del venenoso
helvidïano áspid no pequeño.
Hallolo, mas hurtándose al reposo
30 que los mortales han prescrito al sueño.
El templo entraba cuando al santo godo
alta le escondió luz el templo todo.
    El luminoso horror tan mal perdona
cuan bien impide su familia breve,
35 pues con la menos tímida persona
un término de mármol fuera leve;
águila, pues, al sol que lo corona,
intrépido Ilefonso rayos bebe,
fïeles a una pluma que ha pasado,
40 con lo que ha escrito, de lo que ha volado.
    Póstrase humilde en el que tanta esfera
majestüoso rosicler le tiende,
y absorto en la de luz región primera
se libra tremolante, inmóvil pende;
45 de lo que ilustre luego reverbera,
se remonta a lo fúlgido que enciende,
ejecutorïando en la revista
todos los privilegios de la vista.
    Desde el sitial, la reina, esclarecido,
50 ornamento le viste de un brocado
cuyos altos no le era concedido
al serafín pisar, más levantado;
invidïoso aun antes que vencido,
carbunclo ya en los cielos engastado
55 en bordadura pretendió tan bella
poco rubí ser más que mucha estrella.
    De las gracias recíprocas la suma
que el don satisficieron soberano,
que celebraron la divina pluma,
60 otra la califique en otra mano.
Huyendo con su océano la espuma,
el margen restituye menos cano,
que iluminado el templo restituye
extenüada luz que a su luz huye.
65     ¡Oh Virgen siempre, oh siempre glorïosa
aun de humildes dignada afectos puros!
Fábrica te construye suntüosa
de jaspes varios y de bronces duros,
pastor, mas de virtud tan poderosa,
70 que al tiempo (de obeliscos ya, de muros
devorador sacrilego) se atreve
con la, que te erigió, piedra más breve.
    Augusta es gloria de los Sandovales,
Argos de nuestra fe tan vigilante,
75 que ciento ilustran ojos celestiales
aun la que arrastra púrpura flamante.
De los que estolas ciñen inmortales
crezca glorioso el escuadrón ovante
quien devoto consagra hoy a tu vulto
80 tan digno trono cuan debido culto.

1617 §

311

Al conde de Villamediana, de su Faetón §

    En vez de las Helíades, ahoraPasajero de Cristóbal Suárez de Figueroa
coronan las Pïérides el Pado,
y tronco la más culta, levantado,
suda electro en los números que llora.
5     Plumas vestido ya las aguas mora
Apolo, en vez del pájaro nevado
que a la fatal del joven fulminado
alta rüina voz debe canora.
    ¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma
10 les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento,
a cuantos dora el sol, a cuantos baña
    términos del océano la espuma,
dulce fía? Tu métrico instrumento,
oh Mercurio del Júpiter de España.

312

Al conde de Lemus, viniendo de ser virrey de Nápoles §

    Florido en años, en prudencia cano,
riberas del Sebeto, río que apenas
obscurecen sus aguas sus arenas,
gran freno moderó tu cuerda mano
5     donde mil veces escuchaste en vano
entre los remos y entre las cadenas,
no ya ligado al árbol, las sirenas
del lisonjero mar napolitano.
    Quede en mármol tu nombre esclarecido,
10 firme a las ondas, sordo a su armonía,
blasón del tiempo, escollo del olvido,
    oh águila de Castro, que algún día
será para escribir tu excelso nido
un cañón de tus alas pluma mía.

313

Panegírico al duque de Lerma §

    Si arrebatado merecí algún día
tu dictamen, Euterpe, soberano,
bese el corvo marfil hoy desta mía
sonante lira tu divina mano;
5 émula de las trompas su armonía,
el séptimo trïón de nieves cano,
la adusta Libia, sorda aun más, lo sienta,
que los áspides fríos que alimenta.
    Oya el canoro hueso de la fiera,
10 pompa de sus orillas, la corriente
del Ganges, cuya bárbara ribera
baño es supersticioso del oriente;
de venenosa pluma, si ligera,
armado lo oya el Marañon valiente,
15 y débale a mis números, el mundo,
del fénix de los Sandos un segundo.
    Segundo en tiempo, sí, mas primer Sando
en togado valor; dígalo armada
de paz su diestra, díganlo trepando,
20 las ramas de Minerva, por su espada,
bien que desnudos sus aceros, cuando
cerviz rebelde o religión postrada
obligan a su rey que tuerza, grave,
al templo del bifronte dios la llave.
25     Este, pues, digno sucesor del claro
Gómez Diego, del Marte cuya gloria
a las alas hurtó, del tiempo avaro,
cuantas le prestó plumas a la historia;
este, a quien guardará mármoles Paro,
30 que informe el arte, anime la memoria,
su primer cuna al Duero se la debe,
si cristal no fue tanto cuna breve.
    Del Sandoval, que a Denia aun más Corona
de majestad que al mar de muros ella,
35 Isabel nos lo dio, que al sol perdona
los rayos que él a la menor estrella;
hija del que la más luciente zona
pisa glorioso, porque humilde huella
(general de una santa compañía)
40 las insignias ducales de Gandía.
    Alta resolución, merecedora
del que ya le previene digno culto
su nieto generoso, oculto ahora,
bien que prescribe su esplendor lo oculto:
45 debido nicho la piedad le dora;
la devoción al no formado vulto
de bálsamo, en el oro que aun no pende,
alimenta los rayos que le enciende.
    Joven después, el nido ilustró mío,
50 redil ya numeroso del ganado
que el silbo oyó de su glorioso tío,
pastor de pueblos bienaventurado;
con labio alterno, aun hoy, el sacro río
besa el nombre en sus árboles grabado.
55 ¡Tanta le mereció Córdoba, tanta
veneración a su memoria santa!
    Dulce bebía en la prudente escuela
ya la doctrina del varón glorioso,
ya centellas de sangre con la espuela
60 solicitaba al trueno generoso,
al caballo veloz, que envuelto vuela
en polvo ardiente, en fuego polvoroso;
de Quirón no biforme aprende luego
cuantas ya fulminó armas el griego.
65     Tal vez la fiera que mintió al amante
de Europa, con rejón luciente agita;
tal, escondiendo en plumas el turbante,
escaramuzas bárbaras imita;
dura pala, si puño no pujante,
70 viento dando a los vientos, ejercita,
la vez que el monte no fatiga, vasto,
Hipólito galán, Adonis casto.
    De espumas, sufre el Betis, argentado,
remos que lo conduzgan, ofreciendo
75 el oro al tierno Alcides, que guardado
del vigilante fue, dragón horrendo;
delicias solicita su cuidado
a las nudosas redes, expuniendo
lo que incógnito más sus aguas mora,
80 que extraña el cónsul, que la gula ignora.
    Napea en tanto a descubrir comienza
bien peinado cabello, mal enjuto,
siendo al Betis un rayo de su trenza
lo que es al Tajo su mayor tributo;
85 salió al fin, y hurtando con vergüenza
sus bellos miembros a silvano astuto,
que infamar le vio un álamo prolijo,
esto en sonantes nácares predijo:
    «Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España
90 bien nacido esplendor, firme coluna,
que al bien creces común, si no me engaña
el oráculo ya de tu fortuna;
Cloto el vital estambre de luz baña
al que Mercurio le previene cuna,
95 al santo rey que a tu consejo cano
los años deberá de Octavïano».
    Siguió a la voz, mas sin dejar rompido
a Juno el dulce transparente seno,
aplauso celestial, que fue al oído
100 trompa luciente, armonïoso trueno.
A mayoral en esto promovido
su pastor sacro, el margen pisó, ameno,
en que, de velas coronado, el Betis
los primeros abrazos le da a Tetis.
105     No después mucho lazos tejió iguales
de Calíope el hijo intonso al bello
garzón augusto, que a coyundas tales
rindió no solo, mas expuso el cuello:
abeja de los tres lilios reales,
110 dándole Amor sus alas para ello,
dulce aquella libó, aquella divina
del cielo flor, estrella de Medina,
    deidad, que en isla no que errante baña
incierto mar luz gémina dio al mundo,
115 sino Apolos lucientes dos a España,
y tres Dïanas de valor fecundo;
gloria del tiempo Uceda, honor Saldaña,
orbes son del primero y del segundo;
sidonios muros besan hoy la plata
120 que ilustra la alta Niebla que desata.
    La antigua Lemus de real corona
ínclito es rayo su menor almena
a la segunda hija de Latona,
que de Sebeto aun no pisó la arena,
125 cuando al silencio métrico perdona
la tantos siglos ya muda sirena,
cantando las, que invidia el sol, estrellas,
negras dos, cinco azules, todas bellas.
    De un duque esclarecido la tercera
130 Cintia el siempre feliz tálamo honora,
la que, bien digna de mayor esfera,
su luz abrevia Peñaranda ahora;
al padre en tanto de su primavera
los verdes años ocio no desflora,
135 marqués ya en Denia, cuyo excelso muro
de africanos piratas freno es, duro.
    Al régimen atento de su estado,
a sus penates lo admitió el prudente
Filipo, afecto a su elocuente agrado,
140 aun entre acciones mudas elocuente.
Ya, mal distinto entonces, el rosado
propicio albor del Héspero luciente,
que ilustra dos eclípticas ahora,
purpureaba al Sandoval que hoy dora.
145     Cetro superïor, fuerza süave
a la gracia, si bien implume, hacía
del pollo, Fénix hoy que apenas cabe
en los prolijos términos del día,
de quien será en los siglos la más grave,
150 la mayor gloria de su monarquía:
elección grata al cielo aun en la cuna,
si a la emulación áulica importuna;
    a la invidia, no ya a la que el veneno
del quelidro, que más el sol calienta,
155 sino el alado precipicio ajeno
de las frustradas ceras alimenta;
esta, pues, que aun el más oculto seno
de los augustos lares pisa lenta,
celante altera el judicioso terno
160 de los sátrapas ya de aquel gobierno.
    Mentida un Tulio, en cuantos el senado
ambages de oratoria le oyó, culta,
la hiedra acusa, que del levantado
apenas muro la estructura oculta;
165 temor induce, y del temor cuidado,
tan ponderosamente, que resulta
la merced castigada, que en Valencia
los eslabones arrastró, de ausencia.
    ¡Oh ceguedad! ¿Acuerdo intenta humano
170 fatal corregir curso fácilmente?
Tal ya de su reciente mies villano
divertir pretendió raudo torrente;
mucho le opuso monte, mas en vano,
bien que, desenfrenada su corriente,
175 a cuanta Ceres inundó, vecina,
riego le fue la que temió rüina.
    Sale al fin, y del Turia la ribera,
vestida siempre de frondosas plantas,
dulce continüada primavera
180 le jura muchas veces a sus plantas.
De apacibilidad hace, severa,
homenaje recíproco otras tantas
el virrey, confirmando, su gobierno,
ósculo de justicia y paz alterno.
185     Examinó tres años su divino
talento el que no solo de alabanza,
mas de premio, paréntesis bien dino
al período fue, de su privanza.
Dejando al Turia sus delicias, vino
190 donde ya le tejía la esperanza
los verdes rayos de aquel árbol solo
que los abrazos mereció de Apolo.
    Camina, pues, de afectos aplaudido
a expectación tan infalible iguales,
195 cual del puente espacioso que has roído
con diente oculto, Guadïana, sales,
de los campos, apenas contenido,
que templo son bucólico de Pales.
La ceremonia en su recebimiento,
200 oro calzada, plumas le dio al viento.
    No del impulso conducido vano
de la ambición, al pie de su gran dueño
asciende, en cuya poderosa mano
dos mundos continente son, pequeño;
205 alas batiendo luego, al soberano
sucesor se remonta, en cuyo ceño
se ríe el Alba, Febo reverbera,
águila generosa de su esfera.
    Menos dulce a la vista satisface
210 cristal, o de las rosas ocupado
o del clavel que con la Aurora nace
de aljófares purpúreos coronado,
que un pecho augusto: ¡oh cuánta al favor yace
—en líbica no arena, en varïado
215 jaspe luciente sí—pálida insidia,
bebiendo celos, vomitando invidia!
    Servía y agradaba; esta le cuente
felicidad, y en urna sea, dorada,
piedra, si breve, la que más luciente
220 la antigüedad tenía destinada;
servía, y el enfermo rey prudente,
de su vida la meta ya pisada,
con el hijo asentía en el afeto,
dignando de dos gracias un sujeto.
225     Al mayor ministerio proclamado
de los fogosos hijos fue, del viento,
que al Betis le bebieron ya el dorado,
ya el cerúleo color de su elemento;
de sus miembros en esto desatado
230 el rey padre, luz nueva al firmamento
en nueva imagen dio: pórfido sella
la porción que no pudo ser estrella.
    El heredado auriga, Faetón solo
en la edad, no Faetón en la osadía,
235 al dïadema de luciente Apolo
en sombra obscura perdonó algún día;
luto vestir al uno y otro polo
hizo, si anegar no su monarquía
en lágrimas, que pío enjugó luego
240 de funerales piras sacro fuego.
    Entre el esplendor, pues, alimentado
de flores ya, süave ahora cera,
y el dulcemente aroma lagrimado
que fragrante del aire luto era,
245 los oráculos hizo, del estado,
digna merced del Sandoval, primera,
el Júpiter novel, de más coronas
ceñido que sus orbes dos de zonas.
    Su hombro ilustra luego suficiente
250 el peso de ambos mundos, soberano,
cual la estrellada máquina luciente
doctas fuerzas de monte hoy africano:
ministro escogió tal, a quien valiente
absuelto de sus vínculos en vano
255 el inmenso hará, el celestial orbe
que opreso gima, que la espalda corve.
    Próvido el Sando al gran consejo agrega
de espada votos, y de toga, armados,
que cuarto apenas admitió colega
260 la ambición de los triúnviros pasados;
de competente número la griega,
la prudencia romana sus senados
establecieron; bárbaro hoy imperio
concede a pocos tanto ministerio.
265     Tan exhausta, si no tan acabada,
halló no solo la real hacienda,
mas lastimosa aun a la insacïada
del interés voracidad horrenda,
que España, del marqués solicitada,
270 generosa a su rey le hizo ofrenda,
siglos de oro arrogándose la tierra,
Copia la paz y crédito la guerra.
    Confirmose la paz, que establecida
dejó en Vervin Filipo ya, segundo,
275 que las últimas sombras de su vida,
puertas de Jano, horror fueron del mundo;
de álamos temió entonces vestida
la urna del Erídano profundo
sombras que le hicieron, no ligeras,
280 sus Helíades no, nuestras banderas.
    Alegre en tanto, vida luminosa
el hijo de la musa solicita
a la tea nupcial, que perezosa
le responde su llama en luz crinita;
285 en sus conchas el Savo la hermosa,
guardó al tercer Filipo, Margarita,
cuyo candor en mejor cielo ahora
süave es risa de perpetua Aurora.
    Esta, pues, gloria nuestra, conducida
290 con esplendor real, con pompa rara
de Graz, con mayor fausto recebida
del octavo Clemente fue en Ferrara.
De joya tal quedando enriquecida
tan gran corona, de tan gran tïara,
295 en leños de Liguria el mar incierto
vencido, Vinaroz le dio su puerto.
    De Valencia inundaba las arenas
España entonces, que su antiguo muro,
digno sí, mas capaz tálamo apenas
300 del Himeneo pudo ser, futuro.
Desatadas la América sus venas
de uno ostentó y otro metal puro;
¿qué mucho, si pisando el campo verde
plata calzó el caballo que oro muerde?
305     Del leño aun no los senos, inconstante,
la bella Margarita había dejado,
y de su esposo ya escuchaba, amante,
lisonjas dulces a Mercurio alado,
al Sandoval en céfiros volante
310 de treinta veces dos acompañado
títulos en España esclarecidos,
en grana, en oro, el alba, el sol vestidos.
    Con pompa recebida al fin, gloriosa,
la perla boreal fue, soberana,
315 en ciudad vanamente generosa,
de nación generosamente vana.
Dulce un día después la hizo esposa
flamante el Castro en púrpura romana;
fuese el rey, fuese España, e irreverente
320 pisó el mar lo que ya inundó la gente.
    Esperaba a sus reyes Barcelona
con aparato, cual debía, oportuno
a rayo ilustre de tan gran corona,
a murado tridente de Neptuno;
325 ninguna de las dos real persona
ni de los cortesanos partió alguno
sin arra de su fe, de su amor seña,
aquella grande, estotra no pequeña.
    Al santüario luego su camino
330 del Monte dirigieron Aserrado,
donde el báculo viste, peregrino,
las paredes que el mástil derrotado;
deste segundo en religión Casino
sus pasos votan al Pilar sagrado;
335 ufana al recebillos se alboroza,
mirándose en el Ebro, Zaragoza.
    Del reino convocó los tres estados
al servicio, el marqués, y al bien atento
del interés real, y convocados,
340 dacio logró magnífico su intento;
sus parques luego el rey, sus deseados
lares repite, donde entró contento,
cuando a la pompa respondía el decoro
en estoque desnudo, en palio de oro.
345     Entre el concento, pues, nupcial, oyendo
del Arno los silencios, nuestro Sando
las armas solicita, cuyo estruendo
freno fue duro al florentín Fernando;
el Fuentes bravo, aun en la paz tremendo,
350 vestido acero, bien que acero blando,
terror fue a todos, mudo, sin que entonces
diestras fuesen de Júpiter sus bronces.
    La quietud de su dueño prevenida
sin efusión de sangre, la campaña
355 de Carrïón le duele, humedecida,
fértil granero ya de nuestra España,
pobre entonces y estéril, si perdida,
la mejor tierra que Pisuerga baña;
la corte les infunde, que del Nilo
360 siguió inundante el fructüoso estilo.
    De la esterilidad, fue, de la inopia,
Carrïón, dulcemente perdonado,
las espigas, los pomos de la Copia
al Júpiter, debidos, hospedado;
365 Pisuerga sacro por la urna propia,
y sacro mucho más por el cayado,
en muros tanto, en edificios medra,
que sus márgenes bosques son de piedra.
    Vigilante aquí el Denia, cuantos pudo
370 prevenir leños fía a Juan Andrea,
que a Argel su remo los conduzga mudo,
si castigado hay remo que lo sea;
venda el trato al jenízaro membrudo,
cuando al corso no hay turco que no crea
375 su bajel, que no importa, si en la playa
el mar se queda, que el bajel se vaya.
    ¡Oh Argel! ¡Oh de rüinas españolas
voraz ya campo tu elemento impuro!
¡Oh, a cuántas quillas tus arenas solas,
380 si no fatal, escollo fueron duro!
Imiten nuestras flámulas tus olas,
tremolando purpúreas en tu muro,
que en cenizas te pienso ver surcado
o de tus ondas o de nuestro arado.
385     No ya esta vez, no ya la que al prudente
Cardona, desmentido su aparato,
las velas que silencio diligente
convocaba, frustró segundo trato;
volviéronse los dos, que llama ardiente,
390 sin vanas previas de naval recato,
la justicia vibrando está, divina,
contra aquesta pirática sentina.
    En el mayor de su fortuna halago,
la que en la rectitud de su guadaña
395 Astrea es de las vidas, en Buitrago
rompió crüel, rompió el valor de España
en una Cerda. No mayor estrago,
no, cayendo, rüina más extraña
hiciera un astro, deformando el mundo,
400 enjugando el océano profundo,
    que de Lerma la ya duquesa, dina
de pisar glorïosa luces bellas,
que a su virtud del cielo fue Medina
cuna, cuando su tálamo no estrellas.
405 Cuantas niega a la selva convecina
lagrimosas dulcísimas querellas
da a su consorte ruiseñor vïudo,
músico al cielo, y a las selvas mudo.
    Prorrogando sus términos el duelo,
410 los miembros nobles, que en tremendo estilo
trompa final compulsará del suelo,
en los bronces selló, de su lucilo;
de Pisuerga al undoso desconsuelo
aun la urna incapaz fuera, del Nilo.
415 ¿Qué mucho, si afectando vulto triste,
llora la adulación, y luto viste?
    Parte en el duque la mayor tuviera
el sentimiento y aun el llanto ahora,
si la serenidad no le trujera
420 alta del Infantado sucesora;
la, que el tiempo le debe, primavera
al Favonio en el tálamo de Flora,
siempre bella, florida siempre, el mundo
al Diego deberá, Gómez, segundo;
425     al que, delicia de su padre, agrado
de sus reyes, lisonja de la corte,
en coyunda feliz tan grande estado,
el dote fue, menor, de su consorte,
Mecenas español, que al zozobrado
430 barquillo estudïoso ilustre es norte,
¡oh cuánta le darán acciones tales
jurisdicción gloriosa a los metales!
    No después mucho, madre esclarecida
a Margarita hizo el mejor parto
435 que ilustró el hemisferio de la vida
desde el adusto Can al gélido Arto.
Palas en esto, láminas vestida,
quinto de los planetas quiere al cuarto
de los Filipos, duramente hecho
440 genïal cuna su pavés estrecho.
    Sus Gracias Venus a ejercer conduce
el ministerio de las parcas, triste;
cardó una el estambre, que reduce
a sutil hebra la que el huso viste;
445 devanándolo otra, lo traduce
a los giros volúbiles que asiste,
mientras el culto de las musas coro
sueño le alterna dulce en plectros de oro.
    Agradecido el padre a la divina
450 Eterna Magestad, himnos entona
en regulados coros, que termina
la devoción de su real persona;
piadoso luego rey, cuantas destina
penas rigor legal, tantas perdona
455 a los que al son de sus cadenas gimen
en los tenaces vínculos del crimen.
    Señas dando festivas del contento
universal, el duque las futuras
al primero previene, sacramento,
460 que del Jordán lavó aun las ondas puras:
émulo su esplendor del firmamento,
si piedras no, lucientes, luces duras
construyeron salón, cual ya dio Atenas,
cual ya Roma teatro dio a sus scenas.
465     Diligencia en sazón tal, afectada
o casüal, concurso más solene
del rey hizo, britano, la embajada,
y el aplauso que España le previene,
de la vocal en esto diosa alada,
470 aunque litoral Calpe, aunque Pirene,
siempre fragoso, convocó la trompa
a la alta expectación de tanta pompa.
    Ambicïoso oriente se despoja
de las cosas que guarda en sí más bellas;
475 Ceilán cuantas su esfera exhala, roja,
engasta en el mejor metal centellas;
de sus veneros registró Camboja
las, que a pesar del Sol ostentó, estrellas
el esplendor, la vanidad, la gala,
480 en el templo, en el coso y en la sala.
    Desmentido altamente del brocado,
vínculo de prolijos leños ata
el palacio real con el sagrado
templo, erección gloriosa de no ingrata
485 memoria al duque, donde abrevïado
el Jordán sacro en márgenes de plata
dispensó ya el que, digno de tïara,
de la fe es, nuestra, vigilante vara.
    Ingenïoso polvorista luego
490 luminosos milagros hizo, en cuanto
purpúreos ojos dando al aire ciego,
mudas lenguas en fuego llovió, tanto,
que adulada, la noche, deste fuego,
no echó menos las joyas de su manto,
495 que en la fiesta hicieron subsecuente
la gala más lucida más luciente.
    Pisó el cenit, y absorto se embaraza,
rayos dorando, el Sol, en los doseles,
que visten, si no un fénix, una plaza,
500 cuyo plumaje piedras son noveles,
de Dafnes coronada mil, que abraza
en mórbidos cristales, no en laureles;
turbado las dejó, porque celoso
a Júpiter bramar oyó en el coso.
505     No en circos, no, propuso el duque atroces
juegos o gladiatorios o ferales;
no ruedas que hurtaron ya veloces
a las metas, al polvo las señales;
en plaza sí, magnífica, feroces,
510 a lanza, a rejón muertos, animales,
flechando luego en céfiros de España
arcos celestes una y otra caña.
    Apenas confundió la sombra fría
nuestro horizonte, que el salón brillante
515 nuevo epiciclo al gran rubí del día,
y de la noche dio al mayor diamante;
por láctea después segunda vía
un orbe desató y otro, sonante,
astros de plata, que en lucientes giros
520 batieron con alterno pie zafiros.
    Prolija prevención en breve hora
se disolvió, y el lúcido topacio,
que occidental balcón fue, de la Aurora,
ángulo quedó apenas del palacio.
525 De cuantos la edad mármores devora,
igual restituyendo al aire espacio
que ámbito a la tierra, mudo ejemplo
al desengaño le fabrica templo.
    Solicitado el holandés pirata
530 de nuestra paz, o de su aroma ardiente,
no solo no al Ternate le desata,
mas, su coyunda, a todo aquel oriente;
del mar es, de la Aurora, la más grata,
cuando no la mayor de continente
535 isla Ternate, pompa del Maluco,
de este, inquirida siempre, y de aquel buco.
    Esta, pues, que de aquel gran mundo ha sido
universal emporio de su clavo
al político lampo, al de torcido
540 labio y cabello tormentoso cabo,
domada fue de quien, por su apellido
y por su espada ya dos veces Bravo,
mayor será trofeo la memoria
que el Adelantamiento, a su victoria:
545     gracias no pocas a la vigilancia
del duque atento, cuya diligencia,
próxima siempre a la mayor distancia,
sombra individua es de su presencia.
Veneciana estos días arrogancia,
550 de vana procedida preeminencia,
al sacro opuesta celestial clavero
esgrimió casi el obstinado acero.
    ¡Oh del mar reina tú, que eres esposa,
cuyos abetos el león, seguros,
555 conduce, sacro, que te hace undosa
Cibeles, coronada de altos muros!
Alcïón de la paz ya, religiosa,
los reinos serenaste más impuros.
¡Oh Venecia, ay de ti! Sagrada hoy mano
560 te niega el cielo, que desquicia a Jano.
    Ay mil veces de ti, precipitada,
mas república al fin prudente, ¿sabes
la que a Pedro le asiste cuánta espada
a sus dos remos es, a sus dos llaves?
565 De una y de otra lámina dorada
sus miembros aun no el Fuentes hizo graves,
que señas de virtud dieron, plebeya,
las togadas reliquias de Aquileya.
    Confuso hizo el arsenal armado
570 reseña militar, naval registro
de sus fuerzas, en cuanto oyó el senado
alto del rey Católico ministro,
Néstor mancebo, en sangre y en estado
Castro excelso, dulzura de Caístro;
575 este, pues, varïando estilo y vulto,
duro amenaza, persüade culto.
    Oración en Venecia rigurosa,
en Lombardía trompas elocuentes,
vïolencia hicieron judiciosa
580 a la mayor corona de prudentes.
Adria, que sorbió ríos ambiciosa,
tímida ahora recusando Fuentes,
reducida desiste, humilde cede
al quinto Paulo y a su santa sede.
585     Jacobo, donde al Támesis el día
mucha le esconde sinüosa vela,
legítimas reliquias de María,
sucesión adoptada es, de Isabela;
lo materno que en él ceniza fría
590 de nuevos dogmas semivivo cela
a paz con el católico lo induce,
afecto que humea, si no luce.
    Este, pues, embrión de luz, que incierto
vivir apenas esplendor no sabe,
595 la nunca extinta púrpura de Alberto
alentó pía, fomentó süave;
España, a ministerio tanto, experto
varón delega, cuya mano grave,
alternando instrumentos, persüada
600 o con el caduceo o con la espada.
    El Tasis fue, de Acuña, esclarecido,
ya de Villamediana honor primero,
el que, a tan alto asunto delegido,
süavemente lo trató, severo;
605 el de sierpes, al fin, leño impedido,
el fulminante aun en la vaina acero
la paz solicitaron, que Bretaña,
que deberá al glorioso conde España:
    alma paz, que, después establecida
610 del Velasco, del rayo de la guerra,
la tantos años puerta concluida
abrió al tráfico el mar, abrió la tierra;
Iris santa, que, el símbolo ceñida
de la serenidad, a Ingalaterra,
615 a España en nudo las implica, blando,
de los odios recíprocos ovando.
    No menos corvo rosicler sereno
el país coronó agradable, donde
en varios de cristal ramos el Reno
620 las sienes al océano le esconde;
el belicoso de la Haya seno,
bélgico siempre título del conde,
tronco del néctar fue, que fatigada
labró la guerra, si la paz no, armada.
625     A la quietud de este rebelde polo
asintió el duque entonces, indulgente,
que por desenlazarlo un rato solo,
no ya depone Marte el yelmo ardiente;
su arco Cintia, su venablo Apolo,
630 arrimado tal vez, tal vez pendiente,
a un tronco este, aquella a un ramo fía,
ejercitados el siguiente día...

314

De la Fábula de Faetón que escribió el conde de Villamediana §

    Cristales el Po desataPasajero de Cristóbal Suárez de Figueroa
que al hijo fueron, del Sol,
si trémulo no farol,
túmulo de undosa plata;
5 las espumosas dilata
armas de sañudo toro
contra arquitecto canoro,
que orilla el Tajo eterniza
la fulminada ceniza
10 en simétrica urna de oro99.

315

De una caída que dio de un caballo el conde de la Oliva en el parque §

    Caballo que despediste,
no solo un bello español,
mas con los rayos del sol
la dura tierra barriste;
5 viste ya de plumas, viste,
que si en esto no sucedes
a la ave real, no puedes
debidamente llevallo,
que el águila aun es caballo
10 indigno de Ganimedes.

1618 §

316

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

1.

El racimo que ofreció
la tierra ya prometida,
esta noche esclarecida
en agraz he visto yo.

2.

5     Mas que no,
porque ha mucho que pasó.

1.

    Mas que sí,
porque ha poco que lo vi.

2.

    ¿Dónde? Di.

1.

10 En el heno que le dio
un portalillo pequeño,
mientras lo cuelga de un leño
el pueblo que alimentó.
    El bello racimo, que
15 trajeron por cosa rara
entre dos en una vara,
de aqueste figura fue.

2.

¿Sábeslo tú?

1.

Yo lo sé
del que lo profetizó.

2.

20     Mas que no,
porque ha mucho que pasó.

1.

    Mas que sí,
porque ha poco que lo vi.
    Entre dos se trajo aquel,
25 y aqueste verá Sïón
entre uno y otro ladrón,
siendo la inocencia él.

2.

¿Adivinas?

1.

Más fïel
fue ya quien lo adivinó.

2.

30     Mas que no,
porque ha mucho que pasó.

1.

    Mas que sí,
porque ha poco que lo vi.

317

Fábula de Píramo y Tisbe §

    La ciudad de Babilonia,
famosa, no por sus muros
(fuesen de tierra cocidos
o sean de tierra crudos),
5     sino por los dos amantes
desdichados, hijos suyos,
que muertos, y en un estoque,
han peregrinado el mundo,
    citarista dulce, hija
10 del Archipoeta rubio,
si al brazo de mi instrumento
le solicitas el pulso,
    digno sujeto será
de las orejas del vulgo:
15 popular aplauso quiero,
perdónenme sus tribunos.
    Píramo, fueron, y Tisbe,
los que en verso hizo culto
el licenciado Nasón,
20 bien romo o bien narigudo,
    dejar el dulce candor
lastimosamente obscuro
al (que túmulo de seda
fue, de los dos casquilucios)
25     moral que los hospedó,
y fue condenado al punto,
si del Tigris no en raíces,
de los amantes, en fructos.
    Estos, pues, dos babilonios
30 vecinos nacieron, mucho,
y tanto, que una pared
de oídos no muy agudos,
    en los años de su infancia,
oyó a las cunas los tumbos,
35 a los niños los gorjeos,
y a las amas los arrullos;
    oyolos, y aquellos días
tan bien la audiencia le supo,
que años después se hizo
40 rajas en servicio suyo.
    En el ínterim nos digan,
los mal formados rasguños
de los pinceles de un ganso,
sus dos hermosos dibujos:
45     terso marfil su esplendor,
no sin modestia, interpuso
entre las ondas de un sol
y la luz de dos carbunclos.
    Libertad dice llorada
50 el corvo süave yugo
de unas cejas, cuyos arcos
no serenaron diluvios.
    Luciente cristal lascivo,
la tez, digo, de su vulto,
55 vaso era de claveles
y de jazmines, confusos.
    Árbitro de tantas flores,
lugar el olfato obtuvo
en forma, no de nariz,
60 sino de un blanco almendruco.
    Un rubí concede o niega
(según alternar le plugo),
entre veinte perlas netas,
doce aljófares menudos.
65     De plata bruñida, era,
proporcionado cañuto,
el órgano de la voz,
la cerbatana del gusto.
    Las pechugas, si hubo Fénix,
70 suyas son; si no lo hubo,
de los jardines de Venus
pomos eran no maduros.
    El etcétera es de mármol,
cuyos relieves ocultos
75 ultraje mórbido hicieran
a los divinos desnudos
    la vez que se vistió Paris
la garnacha de Licurgo,
cuando Palas, por vellosa,
80 y por zamba perdió Juno.
    Esta, pues, desde el glorioso
umbral de su primer lustro,
niña la estimó, el Amor,
de los ojos que no tuvo.
85     Creció deidad, creció invidia
de un sexo y otro: ¿qué mucho
que la fe erigiese aras
a quien la emulación culto?
    Tantas veces, de los templos
90 a sus posadas redujo
sin libertad los galanes,
y las damas, sin orgullo,
    que viendo, quien la vistió
(nueve meses que la trujo)
95 de terciopelo de tripa,
su peligro en los concursos,
    las reliquias de Tisbica
engastó en lo más recluso
de su retrete, negado
100 aun a los átomos puros.
    ¡Oh Píramo lo que hace,
joveneto ya robusto
que sin alas podía ser
hijo de Venus segundo!
105     Narciso no, el de las flores
pompa, que vocal sepulcro
construyó a su boboncilla
en el valle más profundo,
    sino un Adonis caldeo,
110 ni jarifo ni membrudo,
que traía las orejas
en las jaulas de dos tufos;
    su copetazo, pelusa,
si tafetán su testuzo,
115 sus mejillas, mucho raso,
su bozo, poco velludo;
    dos espadas eran, negras
a lo dulcemente rufo,
sus cejas, que las doblaron
120 dos estocadas de puño.
    Al fin, en Píramo quiso
encarnar Cupido un chuzo,
el mejor de su armería,
con su herramienta al uso.
125     Este, pues, era el vecino,
el amante, y aun el cuyo,
de la tórtola doncella,
gemidora a lo viudo;
    que de las penas de Amor
130 encarecimiento es sumo
escuchar ondas sediento
quien siente frutas ayuno.
    Intimado el entredicho
de un ladrillo, y otro, duro,
135 llorando Píramo estaba
apartamientos conjuntos,
    cuando fatal carabela,
émula (mas no) del humo
(en los corsos repetidos),
140 aferró puerto seguro:
    famïliar tapetada
que, aun a pesar de lo adusto,
alba fue, y alba a quien debe
tantos solares anuncios.
145     Calificarle sus pasas,
a fuer de aurora, propuso:
los críticos me perdonen
si dijere con ligustros.
    Abrazola, sobarcada
150 (y no de clavos malucos),
en nombre de la azucena
desmentidora del tufo,
    siendo aforismo aguileño
que matar basta a un difunto
155 cualquier olor de costado,
o sea morcillo o rucio.
    Al estoraque de Congo
volvamos, Dios en ayuso,
a la que cuatro de a ocho
160 argentaron el pantuflo:
    avispa con libramiento
no voló como ella anduvo;
menos un torno responde
a los devotos impulsos,
165     que la mulata se gira
a los pensamientos mudos.
¡Oh Destino, inducidor
de los que has de ser verdugo!
    Un día que subió Tisbe,
170 humedeciendo discursos,
a enjugarlos en la cuerda
de un inquïeto columpio,
    halló en el desván acaso
una rima que compuso
175 el tiempo, sin ser poeta,
más clara que las de alguno.
    Había la noche antes
soñado sus infortunios,
y viendo el resquicio entonces,
180 «Esta es —dijo—, no dudo,
    esta, Píramo, es la herida
que en aquel sueño importuno
abrió dos veces el mío
cuando una el pecho tuyo.
185     La fe que se debe a sueños
y a celestiales influjos
bien lo dice de mi ama
el incrédulo repulgo.
    ¿Lo que he visto a ojos cerrados
190 más auténtico presumo
que del amor que conozco
los favores que descubro?
    Efecto improviso es,
no de los años diuturno,
195 sino de un niño, en lo flaco,
y de un dios, en lo oportuno.
    Pared que nació conmigo,
del Amor sólo el estudio,
no la fuerza de la edad,
200 desatar sus piedras pudo;
    mas, ay, que taladró niño
lo que dilatara astuto,
que no poco daño a Troya
breve portillo introdujo;
205     la vista que nos dispensa
le desmienta el atributo
de ciego en la, que le ata,
ociosa venda, el abuso».
    Llegó en esto la morena,
210 los talares de Mercurio
calzada en la diligencia
de seis argentados puntos,
    y, viendo extinguidos ya
sus poderes absolutos
215 por el hijo de la tapia
que tiene veces de nuncio,
    si distinguir se podía
la turbación de lo turbio,
su ejercicio ya frustrado
220 le dejó el ébano, sucio;
    otorgó al fin el infausto
advocamiento futuro
y, citando la otra parte,
sus mismos autos repuso.
225     Con la pestaña de un lince
barrenando estaba el muro,
si no adormeciendo Argos,
de la suegra substitutos,
    cuando, Píramo, citado,
230 telares rompiendo inmundos
que la émula de Palas
dio a los divinos insultos,
    «Barco ya de vistas —dijo—,
angosto no, sino augusto,
235 que velas hecho tu lastre,
nadas más cuando más surto:
    poco espacio me concedes,
mas basta, que a Palinuro
mucho mar le dejó ver
240 el primero breve surco.
    Si a un leño, conducidor
de la conquista o del hurto
de una piel, fueron los dioses
remuneradores justos,
245     a un bajel que pisa inmóvil
un Mediterráneo enjuto
con los suspiros de un sol,
bien le deberán coluros;
    tus bordes beso piloto,
250 ya que no tu quilla buzo,
si, revocando su voz,
favorecieres mi asunto».
    Dando luego a sus deseos
el tiempo más oportuno,
255 frecuentaron el desván,
escuela ya de sus cursos;
    lirones siempre de Febo
y de Dïana lechuzos,
se bebían las palabras
260 en el polvo del conducto.
    ¡Cuántas veces, impaciente,
metió el brazo, que no cupo,
el garzón, y lo atentado
le revocaron por nulo!
265     ¡Cuántas, el impedimento
acusaron de consuno
al pozo que es de por medio,
si no se besan los cubos!
    Orador, Píramo, entonces,
270 las armas jugó de Tulio,
que no hay áspid vigilante
a poderosos conjuros.
    Amor, que los asistía,
el vergonzoso capullo
275 desnudó a la virgen rosa
que desprecia el tirio jugo;
    abrió su esplendor la boba,
y a seguillo se dispuso:
trágica resolución
280 digna de mayor coturno.
    Media noche era por filo,
hora que el farol nocturno,
reventando de muy casto,
campaba de muy sañudo,
285     cuando tropezando Tisbe
a la calle dio el pie zurdo,
de no pocos endechada
caniculares aúllos.
    Dejó la ciudad de Nino,
290 y al salir, funesto búho
alcándara hizo umbrosa
un verdinegro aceituno.
    Sus pasos dirigió donde
por las bocas de dos brutos
295 tres o cuatro siglos ha
que está escupiendo Neptuno;
    cansada llegó a su margen,
a pesar del abril, mustio,
y lagrimosa la fuente
300 enronqueció su murmurio.
    Olmo que en jóvenes hojas
disimula años adultos,
de su vid florida entonces
en los más lascivos nudos,
305     un rayo, sin escuderos
o de luz o de tumulto,
le desvaneció la pompa
y el tálamo descompuso;
    no fue nada: a cien lejías
310 dio ceniza. ¡Oh cielo injusto,
si tremendo en el castigo,
portentoso en el indulto!:
    la planta más convecina
quedó verde; el seco junco
315 ignoró aun lo más ardiente
del acelerado incurso.
    Cintia caló el papahígo,
a todo su plenilunio,
de temores velloríes
320 que ella dice que son nublos.
    Tisbe, entre pavores tantos
solicitando refugios,
a las rüinas apela
de un edificio caduco.
325     Ejecutarlo quería,
cuando la selva produjo
del egipcio o del tebano
un cleoneo trïunfo,
    que en un prójimo cebado,
330 no sé si merino o burdo,
babeando sangre, hizo
el cristal líquido, impuro.
    Temerosa de la fiera
aun más que del estornudo
335 de Júpiter, puesto que
sobresalto fue machucho,
    huye, perdiendo en la fuga
su manto: fatal descuido,
que protonecio hará
340 al señor Piramiburro.
    A los portillos se acoge
de aquel antiguo reducto,
noble ya edificio, ahora
jurisdicción de Vertumno;
345     alondra no con la tierra
se cosió al menor barrunto
de esmerjón, como la triste,
con el tronco de un saúco.
    Bebió la fiera, dejando
350 torpemente rubicundo
el cendal que fue de Tisbe,
y el bosque penetró inculto.
    En esto llegó el tardón,
que la ronda lo detuvo
355 sobre quitalle el que fue,
aun envainado, verdugo.
    Llegó, pisando cenizas
del lastimoso trasunto
de sus bodas, a la fuente,
360 al término constituto,
    y no hallando la moza,
entre ronco y tartamudo
se enjaguó con sus palabras,
regulador de minutos;
365     de su alma la mitad
cita a voces, mas sin fruto,
que socarrón se las niega
el eco más campanudo.
    Troncos examina huecos,
370 mas no le ofrece ninguno
el panal que solicita
en aquellos senos rudos.
    Madama Luna a este tiempo,
a petición de Saturno,
375 el velo corrió al melindre
y el papahígo depuso,
    para leer los testigos
del proceso ya concluso
que publicar mandó el hado,
380 cuál más, cuál menos, perjuro:
    las huellas cuadrupedales
del coronado abrenuncio,
que en esta sazón bramando
tocó a vísperas de susto;
385     las espumas, que la hierba
más sangrientas las expuso
que el signo las babeó,
rugiente pompa de julio;
    indignamente estragados,
390 los pedazos mal difusos
del velo de su retablo,
que ya de sus duelos juzgo:
    violos y, al reconocellos,
mármol, obediente al duro
395 sincel de Lisipo, tanto
no ya desmintió lo esculpto,
    como Píramo, lo vivo,
pendiente en un pie a lo grullo,
sombra hecho de sí mismo
400 con facultades de bulto.
    Las señas repite falsas
del engaño a que lo indujo
su fortuna, contra quien
ni lanza vale ni escudo;
405     esparcidos imagina
por el fragoso arcabuco
(¿ebúrneos diré, o divinos?:
divinos digo, y ebúrneos)
    los bellos miembros de Tisbe;
410 y aquí otra vez se traspuso,
fatigando a Praxiteles
sobre copiallo de estuco.
    La Parca, en esto, las manos
en la rueca y en el huso,
415 y los ojos, como dicen,
en el vital estatuto,
    inexorable sonó
la dura tisera, a cuyo
mortal son Píramo, vuelto
420 del parasismo profundo,
    el acero que Vulcano
templó en venenosos zumos,
eficazmente mortales
y mágicamente infusos,
425     valeroso desnudó,
y no como el otro Mucio
asó intrépido la mano,
sino el asador tradujo
    por el pecho a las espaldas.
430 ¡Oh tantas veces insulso
cuantas vueltas a tu hierro
los siglos darán futuros!
    ¿Tan mal te olía la vida?
¡Oh bien hideputa puto
435 el que sobre tu cabeza
pusiera un cuerno de juro!
    De vïolas coronada
salió la Aurora con zuño,
cuando un suspiro de a ocho,
440 aunque mal distinto el cuño
    (cual, engañada, avecilla,
del cautivo contrapunto,
a implicarse desalada
en la hermana del engrudo),
445     la llevó donde el cuitado
en su postrimero turno
desperdiciaba la sangre
que recibió por embudo.
    Ofreciole su regazo
450 (y yo le ofrezco en su muslo
desplumadas las delicias
del pájaro de Catulo),
    en cuanto, boca con boca,
confitándole disgustos
455 y heredándole aun los tractos
menos vitales estuvo.
    Expiró al fin en sus labios,
y ella, con semblante enjuto
que pudiera por sereno
460 acatarrar un centurio
    con todo su morrïón,
haciendo al alma trabuco
de un ay, se caló en la espada
aquella vez que le cupo.
465     Pródigo desató el hierro,
si crüel, un largo flujo
de rubíes de Ceilán
sobre esmeraldas de Muso.
    Hermosa quedó la muerte
470 en los lilios amatuntos,
que salpicó dulce hielo,
que tiñó palor venusto.
    Llorolos, con el Eufrates,
no solo el fiero Danubio,
475 el siempre Araxes flechero,
cuándo parto y cuándo turco,
    mas con su llanto lavaron
el Bucentoro diurno,
cuando sale, el Ganges loro,
480 cuando vuelve, el Tajo rubio.
    El blanco moral, de cuanto
humor se bebió purpúreo,
sabrosos granates fueron
o testimonio o tributo.
485     Sus muy reverendos padres,
arrastrando luengos lutos
con más colas que cometas,
con más pendientes que pulpos,
    jaspes, y de más colores
490 que un áulico disimulo,
ocuparon en su huesa,
que el Syro llama sepulcro;
    aunque es tradición constante,
si los tiempos no confundo
495 (de cronógrafos, me atengo
al que calzare más justo),
    que ascendiente pío de aquel
desvanecido Nabuco,
que pació el campo medio hombre,
500 medio fiera y todo mulo,
    en urna dejó, decente,
los nobles polvos, inclusos,
que absolvieron de ser huesos
cinamomo y calambuco,
505     y en letras de oro: Aquí yacen
individuamente juntos,
a pesar del amor; dos,
a pesar del número, uno.

1619 §

318

A Nuestra Señora de Atocha, por la salud del señor rey don Filipe III §

    En vez, Señora, del cristal luciente,
licores nabateos espirante,
los faroles, ya luces de Levante,
las banderas, ya sombras de Occidente,
5     las fuerzas litorales, que a la frente
eran de África gémino diamante,
tanto disimulado al fin turbante
con generosidad expulso, ardiente,
    votos de España son, que hoy os consagra
10 sufragios de Filipo, a cuya vida
aun los siglos del Fénix sean segundos.
    Fiebre, pues, tantas veces repetida
perdone al que es católica bisagra,
para más gloria vuestra, de ambos mundos.

319

En la misma ocasión §

    Esta de flores, cuando no divina,
industrïosa unión, que ciento a ciento
las abejas, con rudo no argumento,
en ruda sí confunden oficina,
5     cómplice prometea en la rapina
del voraz fue, del lúcido elemento,
a cuya luz, süave es, alimento,
cuya luz su recíproca es, rüina.
    Esta, pues, confusión hoy coronada
10 del esplendor que contra sí fomenta,
por la salud, oh Virgen Madre, erijo
    del mayor rey, cuya invencible espada,
en cuanto Febo dora o Cintia argenta,
trompa es siempre gloriosa de tu Hijo.

320

A fray Esteban Izquierdo, fraile francisco, en agradecimiento de una bota de agua de azahar y unas pasas §

    La Aurora, de azahares coronada,
sus lágrimas partió con vuestra bota,
ni de las peregrinaciones rota
ni de los conductores esquilmada.
5     De sus risueños ojos desatada,
fragrante perla cada breve gota,
por seráfica abeja fue, devota,
a bota peregrina trasladada.
    Uvas os debe Clío, mas ceciales,
10 mínimas en el hábito, mas pasas,
a pesar del perífrasis absurdo.
    Las manos de Alejandro hacéis escasas,
segunda la capilla del de Hales,
Izquierdo Esteban sí, no Esteban zurdo.

321

En la jornada de Portugal100 §

    ¿En año quieres que plural cometa
infausto corta a las coronas luto
los vestigios pisar del Griego astuto?
Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta.
5     Salga a otro con lanza y con trompeta
mosquito antonïano resoluto,
y aun a pesar del tiempo más enjuto,
Amor con botas, Venus con bayeta;
    fresco verano, clavos y canela,
10 nieve mal de una Estrella dispensada101,
aposento en las gavias el más bajo;
    el primer día folïón y pela,
el segundo, en cualquier encrucijada,
inundaciones del nocturno Tajo.

322 §

    Tonante monseñor, ¿de cuándo acá
fulminas jovenetos? Yo no sé
cuánta pluma ensillaste para el que
sirviéndote la copa aun hoy está.
5     El garzón frigio, a quien de bello da
tanto la antigüedad, besara el pie
al que mucho de España esplendor fue,
y poca, mas fatal, ceniza es ya102.
    Ministro, no grifaño, duro sí,
10 que en Líparis Estéropes forjó,
piedra, digo, bezahar de otro Pirú,
    las hojas infamó de un alhelí,
y los Acroceraunios montes no.
¡Oh Júpiter, oh tú, mil veces tú!

323

En persona de un galán, a una dama que le había ofrecido ir a un jardín §

    Vamos, Filis, al vergel,
y dejarás invidiosa
de tus mejillas, la rosa,
de tus labios, el clavel;
5 libaré en ellos la miel
de quien son vaso y son flores
a los enjambres de amores.
Ven, Fili, que tardas ya;
mas ay, quien palabras da
10 bien sabrá mentir favores.

324 103 §

    Guerra me hacen dos cuidados
de contrarios accidentes:
uno de males presentes,
otro de bienes pasados;
5 en la memoria cebados,
voraz símil cada cual
del bueitre ha sido, infernal,
cuyo insaciable desdén
plumas ha vestido al bien,
10 garras ha prestado al mal.

325

Al mismo don Antonio Chacón, que, por acudir apresuradamente a excusar una pendencia, se desconcertó un pie §

    Ya que indignada caída
tan grave pie desconcierta
en pascua, señor, y en huerta
no sé cuál menos florida104,
5 décima va condolida
de vuestro fracaso, pues
si a lo claudicante no es,
visitarán a lo honrado
un pie no bien concertado
10 diez mal concertados pies.

326 §

    Ojos eran, fugitivos,
de un pardo escollo, dos fuentes,
humedeciendo pestañas
de jazmines y claveles,
5     cuyas lágrimas risueñas,
quejas repitiendo alegres
entre concentos de llanto
y murmurios de torrente,
    lisonjas hacen undosas
10 tantas al sol, cuantas veces
memorias besan de Dafnes
en sus amados laureles.
    Despreciando al fin la cumbre,
a la campaña se atreven,
15 adonde, en mármol dentado
que les peina la corriente,
    sus dos cortinas abrocha
(digo, sus márgenes breves)
con un alamar de plata
20 una bien labrada puente.
    Dichosas las ondas suyas
que, entre pirámides verdes
que ser quieren obeliscos
sin dejar de ser cipreses,
25     y entre palmas que celosas
confunden los capiteles
de un edificio, a pesar
de los árboles, luciente,
    cristales son, vagarosos,
30 destos bellos muros, de este
galán Narciso de piedra,
desvanecido sin verse,
    y con razón, que es alcázar
de la divina Sirene,
35 arco fatal de las fieras,
arpón dulce de las gentes.
    Armada el hombro de plumas,
Cintia, por las que suspende,
Cupido, por las que bate,
40 a la ambición es, del Betis.
    Un día, pues, que, pisando
inclemencias de diciembre,
treguas hizo su coturno
entre la nieve y la nieve,
45     corcillo, no de las selvas
sino del viento más leve
hijo veloz, de su aljaba
dos o tres alas desmiente.
    Síguelo, y en vez de cuantas
50 a los copos más recientes
blancas huellas les negó,
blancos lilios les concede.
    Joven, coronado entonces,
no sin esplendor, las sienes
55 de los trémulos despojos
de un volado martinete,
    cebando estaba, a las orlas
de un estanque transparente,
su baharí, que hambriento
60 picaba los cascabeles.
    Alterado del rüido
tienta el acero que pende,
cobra el caballo que pace,
si pace quien hierro muerde;
65     mas, salteado después
del bellísimo accidente,
si intempestivo se opone,
desalumbrado se ofrece:
    con media luna ve un sol
70 que rayos y flechas pierde
tras un corzo que no huye,
sino al Amor obedece.
    Sagaz el hijo de Venus,
vengativo como siempre,
75 vana piel le vistió al viento,
que aun las montañas la creen:
    engañó la cazadora,
conducida desta suerte
a ilustrar carro lascivo
80 de virginales desdenes.

327

Romance amoroso §

    ¿Callaré la pena mía,
o publicaré el dolor?
Si la callo, no hay remedio,
si lo digo, no hay perdón.
5     De cualquier suerte se pierden
alas de cera: ¿es mejor
que las humedezca el mar,
o que las abrase el sol?
¿Qué me aconsejas, Amor?
10     De un instrumento acordado
al dulce doliente son,
¿será su piedad más sorda
que el infierno, que lo oyó?
    Al son, pues, deste instrumento,
15 ¿intimarele al albor
quejas que beba su oído
en el cristal de una voz?
¿Qué me aconsejas, Amor?
    Con las centellas del alma
20 que ofrecen mis ojos hoy
(templada su actividad,
desmentido su color),
    ¿será bien que de tus alas,
no digo la más veloz,
25 sino la más dulce pluma
la acuse tanto rigor?
¿Qué me aconsejas, Amor?
    Niño dios, tú me aconseja,
que bien podrás, pues sé yo
30 lo que ignoras como niño
que lo sabes como dios.
    Oráculo de ti mismo,
desatar, no sólo, no,
mis dudas, pero aun el hielo,
35 sabrás, de su corazón.
¿Qué me aconsejas, Amor?

328

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

    ¿Quién oyó?
    ¿Quién oyó?
¿Quién ha visto lo que yo?
   Yacía la noche, cuando
5 las doce a mis ojos dio
el reloj de las estrellas,
que es el más cierto reloj.
   Yacía, digo, la noche,
y en el silencio mayor
10 una voz dieron los cielos,
    amor divino,
que era luz aunque era voz,
    divino amor.
    ¿Quién oyó?
15     ¿Quién oyó?
¿Quién ha visto lo que yo?
   Ruiseñor no era, del alba
dulce hijo, el que se oyó:
viste alas, mas no viste
20 vulto humano el ruiseñor.
   De varios, pues, instrumentos
al confuso acorde son,
gloria dando a las alturas,
    amor divino,
25 paz a la tierra anunció,
    divino amor.
    ¿Quién oyó?
    ¿Quién oyó?
¿Quién ha visto lo que yo?
30    Levanteme a la armonía,
y cayendo al esplendor,
o todo me negó a mí,
o todo me negué yo.
   Tiranizó mis sentidos
35 el soberano cantor,
el que ni ave ni hombre,
    amor divino,
era mucho de los dos,
    divino amor.
40     ¿Quién oyó?
    ¿Quién oyó?
¿Quién ha visto lo que yo?
   Restituidas las cosas
que el éxtasis me escondió,
45 a blando céfiro hice
de mis ovejas pastor.
   Dejelas, y en vez de nieve
pisando una y otra flor,
llegué donde al heno vi
50     amor divino,
peinalle rayos al sol,
    divino amor.
    ¿Quién oyó?
    ¿Quién oyó?
55 ¿Quién ha visto lo que yo?
   Humilde, en llegando, até
al pesebre la razón,
que me valió nueva luz,
topo ayer y lince hoy.
60    Oí balar al cordero,
que bramó un tiempo león,
y vi llorar niño ahora,
    amor divino,
al que ha sido siempre Dios,
65     divino amor.
    ¿Quién oyó?
    ¿Quién oyó?
¿Quién ha visto lo que yo?

329

A las primeras fiestas que se prevenían después de acabada la Plaza Mayor de Madrid. Pídele al río Manzanares que cite a los más bravos y viejos toros de Jarama para que vengan a estrenar la plaza §

    Manzanares, Manzanares,
vos que, en todo el acuatismo,
duque sois, de los arroyos,
y vizconde de los ríos:
5     soberbio corréis; mi pluma
miércoles sea corvillo
del polvo canicular
en que os veréis convertido;
    bien sea verdad que os harán
10 marqués de Poza el estío
los que, entrando a veros sucios,
saldrán de veros no limpios,
    no os desvanezcáis por esto,
que de la piedra sois hijo,
15 pues tomastes carne undosa
en las entrañas de un risco;
    enano sois de una puente
que pudierais ser marido,
si al besalla en los tres ojos
20 le llegareis al tobillo.
    ¿Al tobillo? Mucho dije:
a la planta apenas, digo,
y esa, no siempre desnuda,
porque calzada ha vivido.
25     Solicitad deligente,
alcanzándoos a vos mismo,
los abrazos de Jarama,
minotauro cristalino,
    para que sirváis la copa
30 a los parientes del signo
que lame en su piel diamantes
y pisa en abril safiros.
    Y sepa luego de vos
todo cuerno masculino
35 que de sus agitaciones
está ya acabado el circo:
    la real plaza, del fénix
de Pisuerga ilustre olvido,
teatro de carantoñas,
40 cadahalso de castigos.
    Decildes a esos señores
que ha más que fueron novillos,
que serán, sin duda, encenias
de este hermoso edificio,
45     espectáculo feroz,
émulo de los antiguos,
mas desmentido en España
de dos cañazos moriscos.
    Decildes que a tanta fiesta
50 prevengan, los más lucidos,
sus martinetes de hueso,
pompa de tantos cintillos;
    que estudien ferocidad,
y de sus corvos cuchillos,
55 si tienen sangre las sombras,
beban la sangre, los filos;
    que salgan de los toriles
entre feroces y tibios,
sin bramar a lo casado
60 ni escarbar a lo gallino;
    mas si escarbaren, que sea
para dar luz al abismo,
o sepulcros a los muertos
que no se comieren vivos.
65     Toros sean de Diomedes,
a cuyo rocín morcillo
el pienso más venïal
fue un celemín de homicidios.
    Que aspiren a ser leones
70 para que los haga erizos
pluralidad generosa
de rejones bien rompidos.
    ¿Qué más se querrá un bicorne
que verse hecho un sotillo
75 de fresnos azafranados,
desbarrigando pollinos?
    Perdonen, que el asonante
rebuzno ha hecho el relincho
del que morirá cornado
80 y escudos costó infinitos.
    Los menos, pues, criminales
por esta vez consentimos
que ronden, que prendan capas,
y den en fïado silbos
85     (porque un silbo es necesario
para cómicos delictos,
munición de mosqueteros
que pretendo por amigos);
    que, al fin, para embravecerse,
90 vacunos armen garitos
del juego del hombre, padre
de chachos o de codillos;
    y a fe que reyes fallados
y matadores vencidos
95 hagan a los bueyes, toros,
y a los toros, basiliscos.

1620 §

330

Al Serenísimo Infante cardenal §

    Purpúreo creced, rayo luciente
del Sol de las Españas, que en dorado
ya trono el Tíber os verá, sagrado,
leyes dar algún día a su corriente.
5     De coronas entonces vos la frente,
vuestro padre de orbes, coronado,
deba el mundo un redil, deba un cayado
a vuestras llaves, a su espada ardiente.
    Creced a fines tan esclarecidos,
10 oh vos, a cuyo glorïoso manto
sombras son eritreos esplendores,
    y en quien debidamente repetidos
de vuestros dos se ven, progenitores,
el nombre, lo católico, lo santo.

331

Al padre maestro Hortensio, de una audiencia del padre maestro fray Luis de Aliaga, confesor del señor rey don Felipe III §

    Al que de la conciencia es del tercero
Filipo digno oráculo prudente,
de una y otra saeta impertinente,
si mártir no lo vi, lo vi terrero.
5     Tanto, pues, lo ceñía ballestero,
cuanta lo estaba coronando gente,
dejándole el concurso el despidiente
hecho pedazos, pero siempre entero.
    Hortensio mío, si esta llamo audiencia,
10 ¿cuál llamaré robusta montería,
donde cien flechas cosen un venado?
    Ponderé en nuestro dueño una paciencia
que en la atención modesta fue alegría,
y en la resolución, sucinto agrado.

332

De don Francisco de Padilla, castellano de Milán105 §

    A este que admiramos en luciente,
émulo del diamante, limpio acero,
igual nos lo dio España caballero,
que de la guerra Flandes rayo ardiente.
5     Laurel ceñido, pues, debidamente,
las coyundas le fían del severo
süave yugo, que al Lombardo fiero
le impidió sí, no le oprimió, la frente.
    ¿Qué mucho, si frustró su lanza arneses,
10 si fulminó escuadrones ya su espada,
si conculcó estandartes su caballo?
    Del Cambresí lo digan los franceses:
mas no lo digan, no, que en trompa alada,
musa aun no sabrá, heroica, celebrallo.

333

En la muerte de un caballero mozo §

    Ave real de plumas tan desnuda,
que aun de carne voló jamás vestida,
cuya garra, no en miembros dividida,
inexorable es guadaña aguda,
5     lisonjera a los cielos o sañuda
contra los elementos de una vida,
florida en años, en beldad florida,
cuál menos piedad árbitra lo duda,
    no a deidad fabulosa hoy arrebata
10 garzón que en vez del venatorio acero
cristal ministre impuro, sino alado
    espíritu que, en cítara de plata,
al Júpiter dirige, verdadero,
un dulce y otro cántico sagrado.

334

Del rey y reina nuestros señores, en el Pardo, antes de reinar §

    Dulce arroyuelo de la nieve fría
bajaba mudamente desatado,
y del silencio que guardaba helado
en labios de claveles se reía.
5     Con sus floridos márgenes partía
si no su amor, Fileno, su cuidado:
no ha visto a su Belisa, y ha dorado
el sol casi los términos del día.
    Con lágrimas turbando la corriente,
10 el llanto en perlas coronó las flores,
que ya bebieron en cristal la risa.
    Llegó en esto Belisa,
la alba en los blancos lilios de su frente,
y en sus divinos ojos los amores,
15     que de un casto veneno
la esperanza alimentan de Fileno.

335

De los mismos §

    Peinaba al sol Belisa sus cabellos
con peine de marfil, con mano bella,
mas no se parecía el peine en ella
como se escurecía el sol en ellos.
5     En cuanto, pues, estuvo sin cogellos,
el cristal solo, cuyo margen huella,
bebía de una y otra dulce estrella
en tinieblas de oro rayos bellos.
    Fileno en tanto, no sin armonía,
10 las horas acusando, así invocaba
la segunda deidad del tercer cielo:
    «Ociosa, Amor, será la dicha mía,
si lo que debo a plumas de tu aljaba
no lo fomentan plumas de tu vuelo».

336

De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler §

    Prisión del nácar era, articulado,
de mi firmeza un émulo luciente,
un dïamante, ingenïosamente
en oro también él aprisionado.
5     Clori, pues, que su dedo apremïado
de metal aun precioso no consiente,
gallarda un día, sobre impacïente,
lo redimió del vínculo dorado.
    Mas ay, que insidïoso latón breve
10 en los cristales de su bella mano
sacrílego divina sangre bebe:
    púrpura ilustró menos indïano
marfil; invidïosa sobre nieve,
claveles deshojó la Aurora en vano.

337

Al doctor Narbona pidiéndole unos albarcoques que había ofrecido enviarle desde Toledo §

    Mis albarcoques sean de Toledo,
cultísimo doctor; lo damasquino
a un alfanje se quede, sarracino,
que en albarcoques aun le tengo miedo.
5     Vengan (aunque es la voz antigua) cedo,
no a manos del señor don Bernardino,
que por negarle un cuesco al más vecino,
degollará sin cadahalso un pedo106.
    Si expiró el cigarral, barbo luciente
10 supla las frutas de que se corona,
cuando no anguila que sus tactos miente:
    de parte de don Luis se les perdona
la calidad de entre una y otra puente,
como sean del golfo de Narbona107.

338

A un pintor flamenco, haciendo el retrato de donde se copió el que va al principio deste libro §

    Hurtas mi vulto, y cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en las colores que sediento bebe,
5     vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro lo imagino,
a quien (ya etéreo fuese, ya divino)
vida le fïó muda esplendor leve.
    Belga gentil, prosigue al hurto noble,
10 que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.
    Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco, ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.

339

Madrigal. Inscripción para el sepulcro de doña María de Lyra, natural de Toledo §

La bella Lira muda yace ahora
debajo deste mármol que, sin duda,
    lo ha convocado muda,
    como solía canora:
5     si el Tajo arenas dora,
ilustre piedras, culto monumento
a este de las musas instrumento.

340

Para doña María Hurtado, en ausencia de don Gabriel Zapata, su marido §

Mátanme los celos      de aquel andaluz:
háganme, si muriere,      la mortaja azul.
Perdí la esperanza      de ver mi ausente:
háganme, si muriere,      la mortaja verde.
5 Madre, sin ser monja,      soy ya descalza,
pues me tiene la ausencia      sin mi Zapata.
La mitad del alma      me lleva la mar:
volved, galeritas,      por la otra mitad.
Muera yo en tu playa,      Nápoles bella,
10 y serás sepulcro      de otra sirena.
Pídenme que cante,      canto forzada:
¡quién lo fuera vuestro,      galeras de España!
Mientras hago treguas      con mi dolor,
si descansan los ojos,      llore la voz.
15     Ausente de mi vida:
    tú en agua, yo navego
    en lágrimas de fuego
    después de tu partida;
    esta mi voz perdida
20 dulce te seguirá, pues dulce vuela;
suspiros no, que abrasarán tu vela.
    No de tu media luna
    ha sido, Amor, flechada
    saeta más alada
25     que la ausencia importuna;
    defensa hay sola una
contra su penetrante vuelo, y esa,
el duro, es, mármol de una breve huesa.

341

En persona de un portugués. A una dama que le había dado un búcaro §

    Dulce niña, el barro bello
con que tan rico me hallo
hice mal en aceptallo,
si dejastes de comello.
5 Granjeáramos en ello
gusto vos, y yo interés,
que mi conterráneo es,
el bucarillo süave,
y os dijera cuán bien sabe
10 aun en barro un portugués.

342

A Pedro Vergel, alguacil de corte, que en unas fiestas dio su caballo a un caballero a quien un toro había herido el suyo, y yendo a pie a darle de cuchilladas, no lo aguardó §

    No hay que agradeceros nada
cuando agradecerlo importe,
si es vuestra vara de corte,
que lo sea vuestra espada;
5 la resolución honrada,
más que la dichosa suerte,
canta la Fama de suerte
que nos dice en trompas de oro
que no solo os temió el toro,
10 pero que os huyó la muerte.

343

En persona de un ministro importunado de una dama que descubriese un secreto §

Redondilla ajena

    ¿Para qué me dais tormento,
aprovechando tan poco?
Perdido, mas no tan loco
que descubra lo que siento.

Glosa

    Sabiendo, señora, que,
como en firmeza lo he sido,
en silencio lo seré,
mármol que Amor ha erigido
5 por término de su fe;
    y habiéndoos dicho ya ciento
y más vueltas de cordel
cuán mudo es mi sufrimiento,
mi constancia cuán fïel,
10 ¿para qué me dais tormento?
    De rigores excusados
se arma vuestra porfía
contra unos labios sellados,
señas más de la fe mía
15 que los ojos más vendados.
    Las veces, pues, que provoco
vuestro desdén, si veis cuánto
desmentido os lo revoco,
ocioso es ya desdén tanto,
20 aprovechando tan poco.
    El tiempo gastáis en vano
solicitando, señora,
secreto tan soberano
que, aun callando, temo ahora
25 que su religión profano.
    Perdido diréis que toco
hipérboles, en que doy
indicios de seso poco,
y respondereos que estoy
30 perdido, mas no tan loco.
    Porque en la siempre süave
monarquía del Amor,
del suceso menos grave,
del más humilde favor
35 es el silencio la llave;
    con un establecimiento
del vendado legal dios
tan en favor de mi intento,
mirad cómo queréis vos
40 que descubra lo que siento.

344 §

Ánsares de Menga
al arroyo van:
ellos visten nieve,
él corre cristal.
5     El arroyo espera
las hermosas aves,
que cisnes süaves
son, de su ribera,
cuya Venus era
10 hija de Pascual.
Ellos visten nieve,
él corre cristal.
    Pudiera la pluma
del menos bizarro
15 conducir el carro
de la que fue espuma.
En beldad, no en suma,
lucido caudal,
ellos visten nieve,
20 él corre cristal.
    Trenzado el cabello
los sigue Minguilla,
y en la verde orilla
desnuda el pie bello,
25 granjeando en ello
marfil oriental
los que visten nieve,
quien corre cristal.
    La agua apenas trata
30 cuando dirás que
se desata el pie,
y no se desata,
plata dando a plata
con que, liberal,
35 los viste de nieve,
le presta cristal.

345 §

No vayas, Gil, al Sotillo,
    que yo sé
quien novio al Sotillo fue,
que volvió después novillo.
5     Gil, si es que al Sotillo vas,
mucho en la jornada pierdes;
verás sus álamos verdes,
y alcornoque volverás.
Allá en el Sotillo oirás
10 de algún ruiseñor las quejas,
yo en tu casa, a las cornejas,
y ya tal vez al cuclillo.
No vayas, Gil, al Sotillo,
    que yo sé
15 quien novio al Sotillo fue,
que volvió después novillo.
    Al Sotillo floreciente
no vayas, Gil, sin temores,
pues mientras miras sus flores,
20 te enraman toda la frente;
hasta el agua transparente
te dirá tu perdición,
viendo en ella tu armazón,
que es más que la de un castillo.
25 No vayas, Gil, al Sotillo,
    que yo sé
quien novio al Sotillo fue,
que volvió después novillo.
    Mas si vas determinado,
30 y allá te piensas holgar,
procura no merendar
de esto que llaman venado;
de aquel vino celebrado
de Toro no has de beber,
35 por no dar en qué entender
al uno y otro corrillo.
No vayas, Gil, al Sotillo,
    que yo sé
quien novio al Sotillo fue,
40 que volvió después novillo.

346

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

    ¡Cuántos silbos, cuántas voces
tus campos, Belén, oyeron,
sentidos bien de sus valles,
guardadas mal de sus ecos!
5     Pastores las dan, buscando
el, que, celestial cordero,
nos abrió piadoso el libro
que negaban tantos sellos.

1.

¿Qué buscáis, los ganaderos?

2.

10 Uno, ay, niño, que su cuna
los brazos son de la luna,
si duermen sus dos luceros.
    No pastor, no abrigó fiera
frágil choza, albergue ciego,
15 que no penetre el cuidado,
que no escudriñe el deseo.
    La diligencia, calzada,
en vez de abarcas, el viento,
cumbres pisa coronadas
20 de paraninfos del cielo.

1.

¿Qué buscáis, los ganaderos?

2.

Uno, ay, niño, que su cuna
los brazos son de la luna,
si duermen sus dos luceros.

1.

25 Pediros albricias puedo.

2.

¿De qué, Gil?

1.

No deis más paso,
que dormir vi al niño.

2.

Paso.

1.

Quedo, ay, queditico, quedo.
    Tanto he visto celestial,
30 tan luminoso, tan raro,
que (a pesar) hallarás claro
(de la noche) este portal.

2.

Enfrena el paso, Pascual,
deja a la puerta el denuedo.

1.

35 Pediros albricias puedo.

2.

¿De qué, Gil?

1.

No deis más paso,
que dormir vi al niño.

2.

Paso.

1.

Quedo, ay, queditico, quedo.

347

Del rey y reina nuestros señores en Aranjuez, antes de reinar §

    Las esmeraldas en hierba,
los alcázares de quien,
si jardinero el Jarama,
el Tajo su alcaide es,
5     Fileno, que lo narciso
desprecia por lo clavel,
con Belisa coronaba,
divino lilio francés:
    pastores que, en vez de ovejas,
10 y de corderos en vez,
rayos del sol guarda ella,
de abril guarda flores él.
    Amor, que indignas, sus flechas,
de tan altos pechos, ve,
15 los vínculos de Himeneo
nudos hizo de su red:
    de algún álamo lo diga
la corteza, que les fue
bronce en la legalidad,
20 y en la obediencia, papel.
    ¡Cuántos afectos les deben
los ecos de Aranjüez,
que, naciendo a ser deseos,
fueron suspiros después!
25     A cuya casta armonía
breves ofreció un laurel,
para números, sus hojas,
para lámina, su pie.
    Dulces les tejen los ríos,
30 si en sus márgenes los ven,
alegres coros de ninfas
dos a dos y tres a tres.
    Un día, pues,
que los cisnes de su espuma
35 tïorbas fueron de pluma,
esto el aire oyó sereno:
    «Viva el amor de Fileno,
cuando no exceda, a la par,
de la fe de su Belisa,
40      que no hay más.
    Viva la fe de Belisa,
cuando no mayor, igual
al amor de su Fileno,
     que no hay más.
45     Siempre amantes, venzan siempre
la recíproca amistad
de las vides con los olmos,
     que no hay más.
    Sus años sean, felices,
50 en número y en edad,
las encinas destos sotos,
     que no hay más.
    Y no sabiendo jamás
lo que la fortuna es,
55 bese la invidia sus pies,
     que no hay más».

348

A la consumación del matrimonio entre los príncipes don Filipo IV y doña Isabel de Borbón, nuestros señores, ahora reyes de España §

    Al tronco de un verde mirto,
enamorado Fileno
dos escuadrones vio armados
en la campaña de un sueño:
5     Amor conducía, en las señas
que tremolaban deseos,
esperanzas Bradamantes
entre cuidados Rugeros;
    las perezosas banderas
10 seguían, del tardo Tiempo,
horas, en el mal, prolijas,
días, en el bien, ligeros.
    Cerraron, pues, las dos haces,
y el bello garzón, durmiendo,
15 que, cerrados, es, los ojos,
aun más Cupido que el ciego,
    «¡A ellos —dice—, a ellos;
     cierra, cierra,
     arma, arma,
20      cierra, cierra,
suenen las trompas, suenen,
     guerra, guerra!
    »A ellos —dice—, soldados:
embestidlos, advirtiendo
25 que láminas son de pluma
cuantas mienten el acero;
    mas perdonad a sus alas,
aunque las ignora el viento,
que es fomentar su tardanza
30 disminuilles su vuelo.
    No hagáis volver las espaldas
a los enemigos nuestros:
huyendo quiero los días,
pero no retrocediendo.
35     Las horas vuelen; mas, ay,
que, si el bien, saben, que espero,
por hacerme desdichado,
joven me harán eterno.
    «¡A ellos —dice—, a ellos;
40      cierra, cierra,
     arma, arma,
     cierra, cierra,
suenen las trompas, suenen,
     guerra, guerra!»

349

Al rey y reina, nuestros señores, antes de reinar §

    Hiedra vividora,
    dichosa, vestía
    luciente alquería
    de aquel sol que adora
5     garzón siempre bello
    que un cordero al cuello
    su ganado es:
    a esta hiedra, pues,
    fía el sueño breve,
10     cuando perlas bebe
    la abeja en las flores,
    cuando ruiseñores
    en el mirto verde
«Recuerde —dicen—, recuerde
15     quien amores tiene,
que un sol con dos soles viene».
    Dulce más que el arroyuelo
que las azucenas pisa,
     llegó Belisa:
20 de rayos se bordó el suelo;
     y el zagal,
aunque es águila real,
su luz apenas sostiene,
que un sol con dos soles viene.
25     Gallardo más que la palma
que besa el aire sereno,
     salió Fileno:
en sus ojos salió el alma
     a recibilla,
30 y amorosa tortolilla
hizo el caso más solene,
que un sol con dos soles viene.

350 §

    Por las faldas del Atlante,
no como precipitado
sino como conducido,
arroyo desciende claro
5     a fecundar los frutales,
y a dar librea a los cuadros,
de las huertas del Xarife,
del jardín de su palacio.
    Divertido en caracoles
10 como jinete africano,
comienza cristal corriente
y acaba perlas sudando.
    Plantas lo beben, y hierbas;
pero en diferentes vasos,
15 de pórfidos, unas, duros,
de jaspes, otras, manchados,
    varias figuras informa,
y, a no informarlas él tanto,
Alfeo no fuera río
20 ni Aretusa fuera mármol.
    Sus convecinos leones
en bronce huelga que cuanto
lo bebieron ya sangrientos
lo restituyan dorados.
25     Sus ondas besa la copia,
mas nada lo tiene vano
sino el desatar aljófar
a los deliciosos baños
    donde Amor fomenta el fuego
30 con la leña de sus dardos
para templarle a Xarifa
uno con otro contrario:
    Xarifa, Cintia africana,
que, absuelto el hombro del arco,
35 en las termas de su abuelo
el sudor depone casto.
    En tanto, pues, que se baña,
y se compiten lo blanco
y aun se desmienten lo terso,
40 sus miembros y el alabastro,
    con dulce pluma, Celinda,
y no menos dulce mano,
en un laúd va escribiendo
lo que Amor le va dictando:
45       «Con arco y aljaba,
    ¿quién dicen que soy?
    ¿El hijo de Venus?
    ¿La hermana del Sol?
    ¿Quién dicen que soy?
50     ¿El hijo de Venus?
      Dicen bien.
     ¿La hermana del Sol?
      Dicen mejor.
      »La cuna real,
55     que con esplendor
    abrigo inquïeto
    en la infancia os dio,
     árbol fue en las selvas,
    que sombra prestó
60     a la melodía
    de algún ruiseñor.
     Esta cuna es, pues,
    quien solicitó
    a su natural
65     vuestra inclinación.
     ¿Quién dicen que soy?
     ¿El hijo de Venus?
      Dicen bien.
     ¿La hermana del Sol?
70       Dicen mejor.
     »Si ignoráis crüel
    cuántas beben hoy
    vuestro mirar, almas,
    fieras, vuestro arpón,
75      el reino lo diga
    donde más, por vos
    tiene, que el Xarife,
    vasallos Amor;
     el monte lo calle,
80     cuyos troncos no
    visten por cortezas
    pieles de león.
     ¿Quién dicen que soy?
    ¿El hijo de Venus?
85       Dicen bien.
     ¿La hermana del Sol?
      Dicen mejor».

351 §

    En la fuerza de Almería
se disimulaba Hacén,
Abencerraje hurtado
a la indignación del rey:
5     entre el cuchillo y su cuna
interpuso Bahamet
la parte del capellar
que lo bastó a defender.
    Negado, pues, al rigor,
10 galán se crïaba él,
tan hijo, y más, del alcaide
que Celidaja lo es;
    Celidaja, que en sus años
virgen era rosa, a quien
15 del verde nudo, la aurora
le desata el rosicler.
    Beldad ociosa crecía
en sus jardines tal vez,
al son de un laúd con ramas,
20 que eran cuerdas de un laurel,
    coros alternando y zambras
con sus moras, hasta que
daba al céfiro su frente
aljófares que beber;
25     de cuya dulce fatiga
apelaba ella después
al baño que le templaban
curiosidad y placer.
    Un día, en las, que le dieron
30 los jazmines del vergel,
estrellas fragrantes más
que claras la noche ve,
    averiguando la halló
los días de casi tres
35 lustros de su tierna edad
aquel niño dios, aquel
    fénix desnudo, si es ave,
pollo siempre, sin deber
segundas vidas al sol,
40 nieto del mar en la fe.
    Por no alterar a la mora,
en un listado alquicel,
manto del Abencerraje,
desmintió su desnudez.
45     Fïando a un mirto sus armas,
verde frondoso dosel
de un mármol que ni Lucrecia
ni fuente deja de ser,
    pliega el dorado volumen
50 de sus alas el doncel,
redimiendo ciegas luces
que más vendadas más ven.
    Del Abencerraje luego
copia hecho tan fïel
55 que los dudara el concurso
equivocado jüez,
    la ocupación inquiriendo,
donaire hace, y desdén,
de que solicite niña
60 lo que escusará mujer:
    «Ejerced —le dice—, hermana,
vuestra hermosura, y creed
que tan vana es la de hoy
como ingrata la de ayer;
65     fugitivas son las dos:
usad de esos dones bien,
que en un cristal guardáis frágil
lo caduco de un clavel.
    Si os reguláis con las flores
70 que visten esa pared,
horas son breves: el día
las ve morir que nacer.
    Gozaos en sazón, que el tiempo,
tesorero ya infïel
75 de ese oro que peináis,
de ese marfil que escondéis,
    desengaños restituye;
necia en el espejo fue
la memoria: mudad antes
80 parecer que parecer».
    Extrañando la dotrina
del joven que hermano cree,
la vergüenza a Celidaja
le purpureó la tez.
85     Ardiente veneno entonces
hielos comenzó a lamer,
y muda lima, a labrar,
süave mas sorda, red.
    El ya fraternal engaño,
90 mal bebido en su niñez,
disolvía, cuando Amor,
sintiendo el dichoso pie
    del que ya conduce amante,
cuanto cauteló el pincel
95 desvanece, y en su forma,
pisando nubes, se fue.

352

A don Antonio Ponce de León y Chacón, señor de la villa de Polvoranca, yendo a Colmenar §

    Con su querida Amarilis
va Danteo a Colmenar,
tan bella como divina,
tan culto como galán.
5     No han dejado, no, su albergue,
y ya lo siente el lugar,
que, imaginada, su ausencia,
aun, induce soledad.
    La sierra que los espera,
10 rejuvenecida ya,
la canas greñas de nieve
suelta en trenzas de cristal:
    arroyos que ignoran, breves,
la monarquía del mar,
15 no ya el prevenir delicias
a su cáñamo o sedal.
    Frutas conserva en sus valles
(indulto verde a pesar
del tiempo) al docto garzón
20 y a la hermosa deidad.
    Obediencia jura el monte
al venablo del zagal
y a las flechas de la ninfa,
que aun vuelan en el carcaj:
25     dará al valiente montero,
si no el cerdoso rival
de Adonis, la fiera alada
que las selvas en edad
    venza, y en ramas, su frente;
30 y a la bella montaraz
un corzo expondrá, en la forma,
y en la fuga, un vendaval.
    Agradecida Amarilis,
flores las abejas más
35 deberán a su coturno
que al novillo celestial.
    De las cortezas, Danteo,
del alcornoque vivaz,
fabricará albergues rudos,
40 mas distinto cada cual,
    a los enjambres copiosos,
que, políticos, harán
lo que su número breve
su economía, capaz...108

353 §

    Minguilla la siempre bella,
la que, bailando en el corro,
al blanco fecundo pie
suceden claveles rojos;
5     la que dulcemente abrevia
en los orbes de sus ojos
soles con flechas de luz,
Cupidos con rayos de oro:
    esta deidad labradora,
10 de donde comienza arroyo
a donde fenece río,
Tajo la venera undoso.
    Gil desde sus tiernos años
aras le erigió devoto,
15 humildemente celando
tanto culto, aun de sí propio;
    profanolo alguna vez
pensamiento que, amoroso,
volando en cera atrevido
20 nadó en desengaños loco.
    Del color de la violeta,
solicitaba su rostro
en la villana divina
el afecto más ocioso.
25     Esperanzas, pues, de un día,
prorrogando engaños de otro,
a silencio, al fin, no mudo
respondió mirar no sordo:
    sus zafiros celestiales
30 volvió a un suspiro tan solo,
como breve de cobarde,
como indistinto de ronco.
    La divinidad depuesta,
desde aquel punto dichoso
35 mirar se dejó en la aldea
y saludar en el soto.
    Con más aliento, aquel mayo,
un blanco sublime chopo
en su puerta amaneció,
40 de tan bello sol, coloso;
    en las hojas de las hiedras
a su muro dio glorioso
cuantos corazones verdes
palpitar hizo Favonio.
45     Las fiestas de san Ginés,
cuando sobre nuestro coso
fulminó rayos Jarama
en relámpagos de toros,
    mientras extinguía las fieras
50 el garzón, palor hermoso
la púrpura robó a Menga
y le restituyó el robo:
    cambiar le hicieron semblante,
mas guardándole el decoro,
55 en los peligros, el miedo,
en las victorias, el gozo.
    Paseó Gil el tablado,
de aquella hermosura trono,
que, en los crepúsculos, ciega,
60 del temor y el alborozo,
    nevó jazmines sobre él,
tan desmentidos sus copos,
que engañaran a la invidia
si él no les pusiera cobro.
65     Desde entonces la malicia
su diente armó venenoso
contra los dos, hija infame
de la intención y del ocio.
    Mucho lo siente el zagal,
70 pero Minguilla, de modo
que indignada aun contra sí
se venga en sus desenojos:
    las verdes orlas excusa
de la fuente de los olmos,
75 por no verse en sus cristales,
por no leerse en sus troncos;
    a los desvíos apela,
partiendo en lo más remoto
con el céfiro, suspiros,
80 con el eco, soliloquios.
    Llora Gil estas ausencias
al son de su leño corvo,
en números que, süaves,
desataran un escollo;
85     sus dichas llora, que fueron
en el infelice logro
pajarillos que serpiente
degolló en su nido, pollos;
    caducaron ellas antes
90 que los caducos despojos,
y el que nació favor casto
murió aplauso escrupuloso.
    En los contornos la inquiere,
doliéndose en los contornos
95 de que le niegue, un recato,
lo que concediera un odio.
    Teme que esta retirada,
si las flechas no le ha roto
al Amor recién nacido,
100 las arme de ingrato plomo.
    Buscándola en vano, al fin,
imitar al babilonio
ya quería, y en su espada
buscar por la punta el pomo,
105     cuando la brújula incierta
del bosque le ofreció, umbroso,
todo su bien no perdido,
aunque no cobrado todo,
    porque sin cometer fuga,
110 teatro hizo no corto
aquel campo, de un rigor
que árbol es hoy de Apolo.

1621 §

354

En el túmulo de las honras del señor rey don Felipe III §

    Este funeral trono, que luciente,
a pesar de esplendores tantos, piensa
fragrante luto hacer la nube densa
de los aromas que lloró el oriente,
5     avaro, niega con rigor decente,
y ponderoso oprime sin ofensa
en breve, mas real, polvo la inmensa
jurisdicción de un cetro, de un tridente,
    ley de ambos mundos, freno de ambos mares.
10 Rey, pues, tanto, que en África dio almenas
a sus pendones, y a su Dios, altares,
    que las reliquias expelió, agarenas,
de nuestros ya de hoy más seguros lares,
rayos ciñe en regiones más serenas.

355

Al conde de Villamediana, celebrando el gusto que tuvo en diamantes, pinturas y caballos §

    Las que a otros negó piedras oriente,
émulas brutas del mayor lucero,
te las expone en plomo su venero,
si ya al metal no atadas, más luciente.
5     Cuanto en tu camarín pincel valiente,
bien sea natural, bien extranjero,
afecta mudo voces, y parlero
silencio en sus vocales tintas miente.
    Miembros apenas dio al soplo más puro
10 del viento su fecunda madre bella,
Iris, pompa del Betis, sus colores,
    que fuego él espirando, humo ella,
oro te muerden en su freno duro,
oh esplendor generoso de señores.

356

Estando enfermo Su Majestad Filipo cuarto §

    Los rayos que a tu padre son cabello,
barba, Esculapio, a ti, peinas en oro;
tu facultad en lira humilde imploro,
dicte números Clío para ello.
5     Asiste al que dos mundos, garzón bello,
veneran rey, y yo deidad adoro;
purpureará tus aras blanco toro
que ignore el yugo su lozano cuello.
    Piedras lavó ya el Ganges, hierbas Ida
10 escondió a otros, la de tu serpiente,
o más limada hoy o más lamida,
    en polvo, en jugo virtüosamente
soliciten salud, produzgan vida:
humano primer Fénix siglos cuente.

357

De un jabalí que mató en el Pardo el rey nuestro señor §

    Teatro espacïoso su ribera
el Manzanares hizo, verde muro
su corvo margen y su cristal puro
undosa puente a calidonia fiera.
5     En un hijo del Céfiro la espera
garzón real vibrando un fresno duro,
de quien aun no estará Marte seguro,
mintiendo cerdas en su quinta esfera.
    Ambiciosa la fiera colmilluda,
10 admitió la asta, y su más alta gloria
en la deidad solicitó, de España.
    Muera feliz mil veces, que sin duda
siglos ha de lograr más su memoria,
que frutos ha heredado la montaña.

358

En la muerte de don Rodrigo Calderón §

    Sella el tronco sangriento, no lo oprime,
de aquel dichosamente desdichado,
que de las inconstancias de su hado
esta pizarra apenas lo redime,
5     piedad común; en vez de la sublime
urna que el escarmiento le ha negado,
padrón le erige en bronce imaginado,
que en vano el tiempo las memorias lime.
    Risueño con él, tanto como falso,
10 el tiempo, cuatro lustros en la risa,
el cuchillo quizá envainaba agudo.
    Del sitïal después al cadahalso
precipitado, ¡oh cuánto nos avisa!
¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo!

359

Al mismo §

    Ser pudiera tu pira levantada,
de aromáticos leños construida,
oh Fénix en la muerte, si en la vida
ave aun no de sus pies desengañada.
5     Muere en quietud dichosa y consolada,
a la región asciende, esclarecida,
pues de más ojos que desvanecida
tu pluma fue, tu muerte es hoy llorada.
    Purificó el cuchillo, en vez de llama,
10 tu ser primero, y glorïosamente
de su vertida sangre renacido,
    alas vistiendo, no de vulgar fama,
de cristiano valor sí, de fe ardiente,
más deberá a su tumba que a su nido.

360

En la muerte de una dama portuguesa en Santarén §

    Aljófares risueños de Albïela:
al blanco alterno pie fue, vuestra risa,
en cuantos ya tejió coros Belisa,
undosa de cristal, dulce vihuela;
5     instrumento hoy de lágrimas, no os duela
su epiciclo, de donde nos avisa
que rayos ciñe, que zafiros pisa,
que, sin moverse, en plumas de oro vuela;
    pastor os duela amante que, si triste
10 la perdió su deseo en vuestra arena,
su memoria en cualquier región la asiste,
    lagrimoso informante de su pena
en las cortezas que el aliso viste,
en los suspiros cultos de su avena.

361

A una dama que estando dormida la picó una abeja en la boca §

    Al tronco Filis de un laurel sagrado
reclinada, el convexo de su cuello
lamía en ondas rubias el cabello,
lascivamente al aire encomendado.
5     Las hojas del clavel, que había juntado
el silencio en un labio y otro bello,
vïolar intentaba, y pudo hacello,
sátiro mal de hiedras coronado;
    mas la invidia interpuesta de una abeja,
10 dulce libando púrpura, al instante
previno la dormida zagaleja.
    El semidiós, burlado, petulante,
en atenciones tímidas la deja
de cuanto bella tanto vigilante.

362

Tardándose el conde de Villaflor en volver a don Luis unos dineros que le había prestado en el juego109 §

    El conde mi señor se fue a Cherela,
lïó el volumen, y picó el bagaje;
segovianos de a ocho: buen viaje,
que no os pienso ver más en mi escarcela;
5     en lebrel convertidos, o en lebrela,
os llevará de la traílla un paje,
que en este ya canicular linaje
gasta lo que a presbíteros repela.
    Perros vivos al hombre, perros muertos
10 concede a la mujer su señoría:
bobo he sido en prestarle mi dinero;
    bien que si los refranes salen ciertos,
cuanto más bobo he sido, más espero
se me aparecerá Santa María110.

363

Nenias en la muerte del señor rey don Filipe III §

Suspenda, y no sin lágrimas, tu paso,
    oh peregrino errante,
este augusto depósito, este vaso,
émula su materia del diamante,
5 su forma, de la más sublime llama
que a egipcio construyó bárbara fama.
No admires, no, la variedad preciosa
    de piedras, de metales;
no la arte que, sudando estudïosa,
10 señas dará a los siglos de sí tales,
que caduque, que muera el tiempo, y ellas
besando, permanezcan, las estrellas.
Húrtale al esplendor (bien que profano,
    altamente debido)
15 la atención toda; no al objeto vano
ciego le fíes el mejor sentido:
abran las puertas exterioridades
al discurso; el discurso, a las verdades.
Rey yace excelso; sus cenizas sella
20     esta aguja eminente.
Quién fue, muda lo está diciendo aquella
piedra animada de sincel valiente,
religión sacra, que, doliente el vulto,
el un pecho da al celo, el otro al culto.
25 Su fin, ya que no acerbo, no maduro,
    dulcemente llorando,
acusa la clemencia en mármol duro,
de sus vertidas bien lágrimas blando,
al tronco de Minerva suspendida
30 la invicta espada que ciñó en su vida.
La Liberalidad, si el jaspe llora,
    ver, caminante, puedes,
tan copiosa de lágrimas ahora
cuanto fue cuatro lustros de mercedes;
35 desatada la América sus venas,
suplió munificencia tanta apenas.
Aquel mórbido bronce mira, y luego,
    oh huésped, solemniza,
no del buril mentida la que el fuego
40 en el palor bebió de la ceniza,
sino aquella que fue por excelencia
o pureza fecunda o continencia.
Estas virtudes, altamente santo,
    ejercitó el tercero
45 de los Filipos; tú, confuso en llanto,
las venera, y prosigue, oh forastero,
tus pasos antes que se acabe el día,
porque es breve aun del Sol la monarquía.

364

En la muerte de don Rodrigo Calderón §

    Cuanto el acero fatal
glorioso hizo tu fin
cuesta a la fama un clarín
del más sonoro metal;
5 si él ya promulgare mal
acto tan superïor,
ninguno podrá mejor
que tu muerte referillo,
siendo tu lengua el cuchillo
10 que examinó tu valor.

365

A la señora doña Francisca de Távora, habiendo dado una banda leonada a don Diego de Vargas §

    Mil veces vuestro favor,
serafín menino, beso,
en vuestra banda más preso
que en las redes del Amor.
5 Mi sangre le dio color,
luego que mi pecho entrada
a vuestra flecha dorada,
porque mi sangre, después
que leonada supo que es
10 vuestra color, fue leonada.

366

A don Antonio Chacón, que desde Colmenar Viejo le había enviado un requesón §

    Este de mimbres vestido
requesón de Colmenar
bien le podremos llamar
panal de suero cocido.
5 A leche y miel me ha sabido:
decidme en otro papel
lo que se confunde en él,
que sin duda alada oveja,
cuando no lanuda abeja,
10 leche le dieron, y miel.

367

Redondilla varia §

Dístico ajeno

Latraui ad fures: tacui cum venit amator;
    Sic placui domino, sic placui dominae.

Traducción

      A los ladrones ladré;
     al amante enmudecí;
     a mi amo agradé así,
     así a mi ama agradé.

368

En una fiesta de san Josef, estando descubierto el Santísimo Sacramento §

    Hoy el Josef es, segundo,
que sin término prescripto
guardó el pan, no para Egipto,
sino para todo el mundo.
5     Guardó el grano, aunque pequeño
incomprehensible, que
su tierra una Virgen fue,
y su piedra un duro leño:
deste, pues, grano fecundo
10 tan uno como infinito,
guardó el pan, no para Egipto,
sino para lodo el mundo.
    Meseguero desta mies
la hoz burló de un tirano,
15 conduciendo a Egipto el grano
que volvió a traer después:
en número, al fin, segundo,
y sin número bendito,
guardó el pan, no para Egipto,
20 sino para todo el mundo.

369

Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor §

    Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
5     Cuando el silencio tenía
todas las cosas del suelo,
y coronada del hielo
reinaba la noche fría,
en medio la monarquía
10 de tiniebla tan crüel,
caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
15     De un solo clavel ceñida
la Virgen, Aurora bella,
al mundo se lo dio, y ella
quedó cual antes florida;
a la púrpura caída
20 solo fue el heno fïel.
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!
25     El heno, pues, que fue dino,
a pesar de tantas nieves,
de ver en sus brazos leves
este rosicler divino,
para su lecho fue lino,
30 oro para su dosel.
Caído se le ha un clavel
hoy a la Aurora del seno:
¡qué glorioso que está el heno,
porque ha caído sobre él!

370

En persona del marqués de Flores de Ávila, estando enfermo §

    Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
5     La Aurora ayer me dio cuna,
la noche ataúd me dio;
sin luz muriera, si no
me la prestara la luna;
pues de vosotras ninguna
10 deja de acabar así,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
15     Consuelo dulce el clavel
es a la breve edad mía,
pues quien me concedió un día,
dos apenas le dio a él;
efímeras del vergel,
20 yo cárdena, él carmesí,
aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
25     Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas más horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
30 la flor que él retiene en sí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
35     Aunque el alhelí grosero
en fragrancia y en color
más días ve que otra flor,
pues ve los de un mayo entero,
morir maravilla quiero,
40 y no vivir alhelí.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.
45     A ninguna flor mayores
términos concede el sol
que al sublime girasol,
Matusalén de las flores;
ojos son aduladores
50 cuantas en él hojas vi.
Aprended, Flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y hoy sombra mía aun no soy.

371 §

    En lágrimas salgan mudos
afectos, que hasta hoy
ni aun en suspiros el alma
al aire se los fïó;
5     afectos que, el pie en un grillo,
andan con el corazón,
y se fueran por los ojos,
a no revocarlos yo.
    Salgan por los ojos, pues,
10 centellas sin esplendor,
entre ondas, sin rüido,
desmintiendo lo que son,
    que el recato aun al silencio
señas teme, si no voz:
15 tanta a la divina causa
se debe veneración.
    Adoro en perfiles de oro
dos bellas copias del sol;
tan bellas, que él pide rayos
20 a cualquiera de las dos;
    adórolas, y tan dulce,
tan mental culto les doy,
que no penetra sus aras,
si no es la imaginación.
25     Por no profanar, grosero,
su sagrado templo, estoy,
entre celos y temores
que la envidia me causó,
    previniendo diligente
30 el más luciente arpón
que viste plumas de fuego
en la aljaba del Amor,
    para ejercitarlo el día
que ausencia haga, un garzón,
35 más que yo, sí, venturoso,
pero más amante, no.
    Entretanto, la lisonja
me hurta a la emulación,
que, a una deidad, el silencio
40 mudo es adulador.

372 §

    Guarda corderos, zagala,
zagala, no guardes fe,
que quien te hizo pastora
no te excusó de mujer;
5     la pureza del armiño,
que tan celebrada es,
vístela con el pellico
y desnúdala con él;
    deja a las piedras lo firme,
10 advirtiendo que tal vez,
a pesar de su firmeza,
obedecen al sincel.
    Resiste al viento la encina,
mas con el villano pie,
15 que con las hojas corteses
a cualquier céfiro cree;
    aquella hermosa vid
que abrazada al olmo ves,
parte pámpanos discreta
20 con el vecino laurel;
    tortolilla gemidora,
depuesto el casto desdén,
tálamo hizo segundo
las ramas de aquel ciprés;
25     no para una abeja sola
sus hojas guarda el clavel:
beben otras el aljófar
que borda su rosicler;
    el cristal de aquel arroyo,
30 undosamente fïel,
niega al ausente su imagen
hasta que lo vuelve a ver;
    la inconstancia, al fin, da plumas
al hijo de Venus, que,
35 poblando dellas sus alas,
viste sus flechas también:
    no, pues, tu libre albedrío
lo tiranice interés,
ni amor que de singular
40 tenga más que de infïel.
    Sacude preciosos yugos,
coyundas de oro no den,
sino cordones de lana,
al suelto cabello ley.
45     Mal hayas tú si constante
mirares al sol, y quien
tan águila fuere en esto,
dos veces mal haya y tres;
    mal hayas tú si imitares
50 en lasciva candidez
las aves de la deidad
que primero espuma fue.
    Solicitando prolija
la ingratitud de un doncel,
55 ninfa de las selvas ya
vocal sombra vino a ser:
    si quieres, pues, zagaleja
(a tu hermosura, crüel),
dar entera voz al valle,
60 desprecia mi parecer.

373

De las señoras doña Francisca y doña Margarita de Távora, y doña María Cotiño §

    Las tres auroras que el Tajo,
teniendo en la huesa el pie,
fue dilatando el morir
por verlas antes nacer,
5     las Gracias de Venus son,
aunque dice, quien las ve,
que las Gracias solamente
las igualan en ser tres:
    flores que dio Portugal,
10 la menos bella, un clavel,
dudoso a cuál más le deba,
al ámbar o al rosicler.
    La que no es perla en el nombre,
en el esplendor lo es,
15 y concha suya, la misma
que cuna de Venus fue.
    Luceros ya de palacio,
ninfas son de Aranjüez,
napeas de sus cristales,
20 dríadas de su vergel.
    Tirano, Amor, de seis soles,
süave cuanto crüel,
si mata a lo castellano,
derrite a lo portugués.
25     Francelisa es quien abrevia
los rayos de todos seis:
sé que fulmina con ellos,
cómo los vibra no sé;
    en un favor homicida
30 envaina un dulce desdén,
sus filos, atrocidad,
y su guarnición, merced.
    Forastero, a quien conduce
cuanto aplauso pudo hacer
35 a los años de Fileno
Belisa, lilio francés:
    de los tres dardos te excusa,
y si puedes, más de aquel
que resucita al que ha muerto,
40 para matallo otra vez.

1622 §

374

Del conde de Villamediana, prevenido para ir a Nápoles con el duque de Alba §

    El conde mi señor se va a Napóles
con el gran duque. Príncipes, addío;
de acémilas de haya no me fío,
fanales sean sus ojos, o faroles.
5     Los más carirredondos girasoles
imitará siguiéndoos mi albedrío,
y en vuestra ausencia, en el puchero mío
será un torrezno la Alba entre las coles.
    En sus brazos Parténope festiva,
10 de aplausos coronado Castilnovo,
en clarines de pólvora os reciba;
    de las orejas yo teniendo al lobo,
incluso esperaré en cualque misiva
beneficio tan simple, que sea bobo.

375

De las muertes de don Rodrigo Calderón, del conde de Villamediana y conde de Lemus §

    Al tronco descansaba de una encina
que invidia de los bosques fue, lozana,
cuando segur legal una mañana
alto horror me dejó con su rüina.
5     Laurel que de sus ramas hizo dina
mi lira, ruda sí, mas castellana,
hierro luego fatal su pompa vana
(culpa tuya, Calíope) fulmina.
    En verdes hojas cano el de Minerva
10 árbol culto, del sol yace abrasado,
aljófar, sus cenizas, de la hierba.
    ¡Cuánta esperanza miente a un desdichado!
¿A qué más desengaños me reserva,
a qué escarmientos me vincula el hado?

376

Tomando ocasión de la muerte del conde de Villamediana, se burla del doctor Collado, médico amigo suyo §

    Mataron al señor Villamediana:
dúdase con cuál arma fuese muerto;
quién dice que fue media partesana;
quién, alfanje, de puro corvo, tuerto;
5 quién el golpe atribuye a Durindana,
y en lo horrible tuviéralo por cierto,
a no haber un alcalde averiguado
que le dieron con un doctor Collado.

377 §

    Siempre le pedí al Amor,
divina Fili, después
que mi rendimiento es
ejercicio a tu rigor,
5 que a un desdén otro mayor
le suceda; y que pues sabe
cuánto el morir me es süave
por ti, concederme quiera
vida en que siempre se muera,
10 muerte en que nunca se acabe.

378 §

    Esta hermosa prisión,
que tan dulce me lastima,
limarla deseo, y la lima
nuevo acrecienta eslabón.
5 Indignada, la razón
mi libertad solicita,
y los medios que ejercita
(cual hizo, aleando, el ave
el sutil lazo, más grave)
10 más los imposibilita.

379

De un caballero que había de hacer una jornada a Italia §

Bras

    Al hermoso dueño mío,
Carillejo, le dirás
que más ardo cuanto más
de sus ojos me desvío.

Carillejo

5 Bras, el Apenino frío
tanto ardor templará luego.

Bras

La jurisdicción le niego,
antes hacerlo presumo
Etna supirando humo,
10 cuando no llorando fuego.

Carillejo

    El mar será no pequeño
de sus llamas enemigo.

Bras

¿Qué podrá el mar, si conmigo
navega mi dulce dueño?

Carillejo

15 Mal redimirá tu leño
la que en el Tajo se queda.

Bras

Si a la naval arboleda
dieren las ondas enojos,
ausentes sus bellos ojos
20 estrellas serán de Leda.

Carillejo

    Tierras interpuestas ciento
divertirán tu cuidado.

Bras

El imán, cuanto apartado
más procede al polo atento.

Carillejo

25 ¿Váleste del pensamiento?

Bras

¿Qué fuera de mí sin él?

Carillejo

Su inconstancia es infïel.

Bras

Inquïeta es el abeja,
y poco su vuelo deja
30 de coronar el clavel.

Carillejo

    ¡Ay, si el viento se te opone!

Bras

Al norte que ausente miro
conduzga solo un suspiro,
y a las velas no perdone.

Carillejo

35 Quien el pie en la ausencia pone
hielos pisa y mortal siente
el veneno de su diente.

Bras

Bien puedes atribuirme
inmensidades de firme
40 a cada paso de ausente.

380

A don Agustín Fiesco, en quien un administrador de sus prebendas le tenía librados los alimentos que le pagaba por meses §

    Señor, pues sois mi remedio,
y sabéis que me he comido
medio mes que aún no he vivido,
enviadme el otro medio.
5 Traza no tengo, ni medio
para vivir, si no holgado,
a lo menos sin cuidado,
porque, en faltándome el mes,
cada falta cuido que es
10 opilación o preñado.

381

De un perrillo que se le murió a una dama, estando ausente su marido §

    Yace aquí Flor, un perrillo
que fue, en un catarro grave
de ausencia, sin ser jarabe,
lamedor de culantrillo:
5 saldrá un clavel a decillo
la primavera, que Amor,
natural legislador,
medicinal hace ley,
si en hierba hay lengua de buey,
10 que la haya de perro en flor.

382 §

    Tropezó un día Dantea,
ninfa del mar, con quien son
grosera la discreción,
y la hermosura, fea;
5 si caída es bien que sea
tropiezo tan a compás,
a la que presume más
de hermosa y de entendida,
darle quiso esta caída
10 para dejársela atrás.

383 §

    «Ave del plumaje negro,
si bien de tanto splendor
que, despreciando sus rayos,
vuestras plumas viste el sol:
5     no por vuestra beldad sola
reina de las aves sois,
sino porque ministráis
armas que fulmine Amor.
    Gloria será siempre vuestra,
10 y dudaré cuál mayor,
vestir luces a un planeta
o prestar flechas a un dios.
    Muchos siglos coronéis
esta dichosa región,
15 que cuando os mereció ave,
serafín os admiró.
    Modesta permitid ya
que los ojos de un pastor
lo menos luciente os sufran,
20 examinándose en vos;
    de un pastor que, en vez de ovejas,
sigue el impulso veloz
de vuestras hermosas alas
con las de su corazón.
25     ¡Cuántas veces, remontado
a esfera superïor,
de donde os perdía mi vista
os cobraba mi atención!
    Solicité vuestro nido,
30 que hallarse apenas dejó
sobre un escollo, de quien
aprendistes el rigor;
    visítolo, y si desierto
lo halla mi devoción,
35 cuantos juncos dejáis, fríos,
abraso en suspiros yo:
    cenizas lo digan, cuantas
están humeando hoy,
que humedecidas después,
40 aun no olvidan el calor.
    ¡Oh gloria de cuanto vuela,
invidia de cuantas son
águilas por previlegio,
por naturaleza no!:
45     perdonad al aire un día,
si no merecemos dos,
que el Tajo os espera cisne,
cuando no su margen flor».
    Esto Felicio cantaba,
50 al dulce doliente son
de ninfa que ahora es caña,
de caña que ahora es voz.

384

Para doña María Osorio, mujer de don Antonio Chacón §

    La cítara que pendiente
muchos días guardó, un sauce,
solicitadas sus cuerdas
de los céfiros süaves,
5     a Amarilis restituye,
que, orillas de Manzanares,
viste armiños por trofeo,
pisa espumas por ultraje.
    El dulce, pues, instrumento,
10 pisados viendo sus trastes
de los, que süavemente
articuló Amor, cristales,
    órgano fue de marfil
(bien que le faltaba el aire,
15 porque enmudeció los soplos
del viento más espirante),
    a cuyo son la pastora,
cantando, dejó llamarse
Filomena de las gentes,
20 Amarilis de las aves,
    el curso enfrenó del río,
y a su voz el verde margen,
respondiendo en varias flores,
aplausos hizo fragrantes.
25     De golosos cupidillos
mudo la corona enjambre,
libándole en la armonía
cuantos espira azahares;
    asistir quisieron todos
30 a esta lisonja que hace
al que anudaron esposo
los mismos lazos que amante:
    al siempre culto Danteo,
invidia de los zagales,
35 en valor, primero a todos,
en dichas, segundo a nadie.
    Manteniendo él, pues, los ojos,
de lilios, que dulces nacen
en la frente de Amarilis
40 a caducar nunca o tarde,
    néctar bebe numeroso
entre perlas y corales,
escuchando a la sirena
que tremola plumas de ángel:
45      «¿Quiéreme la Aurora
    por su ruiseñor?:
    busque otro mejor,
    que yo canto ahora
    a mi dulce amor.
50      »Con la alba me envía
    cuanto jazmín bello
    trenza en su cabello
    al nacer del día;
    poca es mi armonía
55     para tanta flor:
    busque otro mejor,
    que yo canto ahora
    a mi dulce amor.
     »¿La Aurora no sabe
60     que mujer casada
    es ave enjaulada,
    si muda no es ave?
    Ya mi voz süave
    saluda otro albor:
65     busque otro mejor,
    que yo canto ahora
    a mi dulce amor».

385

Al Santísimo Sacramento §

    Quién pudiera dar un vuelo
por todo lo que el sol mira,
y solicitar las gentes
a cena jamás oída:
5     cena grande, siempre cena,
a cualquier hora del día,
donde en poco pan se sirve
mucha muerte o mucha vida.
    Esta sí es comida,
10     y tan singular,
    que Dios nos convida
    a Dios en manjar.
    Mire, pues, cómo se sienta
a mesa el hombre tan limpia,
15 que aun los espíritus puros
crïaturas son indignas.
    Nupciales ropas el alma,
blanca, digo, estola, vista,
que, a pesar del oro, es,
20 la más blanca, la más rica.
    Esta sí es comida,
    y tan singular,
    que Dios nos convida
    a Dios en manjar.
25     ¡Oh tres y cuatro mil veces
magnificencia divina!:
el Verbo eterno hecho hoy grano
para la humana hormiga.
    ¿Quién, pues, hoy no se desata
30 en voces agradecidas?
Alternen gracias los coros,
y responda la capilla:
    Esta sí es comida,
    y tan singular,
35     que Dios nos convida
    a Dios en manjar.

1623 §

386

Al marqués de Velada, herido de un toro que mató luego a cuchilladas111 §

    Con razón, gloria excelsa de Velada,
te admira Europa, y tanto, que celoso
su robador mentido pisa el coso,
piel este día, forma no, alterada.
5     Buscó tu fresno, y extinguió tu espada
en su sangre su espíritu fogoso,
si de tus venas ya lo generoso
poca arena dejó calificada.
    Lloró su muerte el Sol, y del segundo
10 lunado signo su esplendor vistiendo,
a la satisfacción se disponía,
    cuando el monarca deste y de aquel mundo
dejar te mandó el circo, previniendo
no acabes dos planetas en un día.

387

De la ambición humana §

    Mariposa, no solo no cobarde,
mas temeraria, fatalmente ciega,
lo que la llama al Fénix aun le niega
quiere obstinada que a sus alas guarde,
5     pues en su daño arrepentida tarde,
del esplendor solicitada, llega
a lo que luce, y ambiciosa entrega
su mal vestida pluma a lo que arde;
    yace gloriosa en la que dulcemente
10 huesa le ha prevenido abeja breve,
¡suma felicidad a yerro sumo!
    No a mi ambición contrario tan luciente,
menos activo, sí, cuanto más leve,
cenizas la hará, si abrasa el humo.

388

Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que católico se alienta112 §

    En este occidental, en este, oh Licio,
climatérico lustro de tu vida,
todo mal afirmado pie es caída,
toda fácil caída es precipicio.
5     ¿Caduca el paso? Ilústrese el jüicio.
Desatándose va la tierra unida;
¿qué prudencia, del polvo prevenida,
la rüina aguardó del edificio?
    La piel no solo, sierpe venenosa,
10 mas con la piel los años se desnuda,
y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!
    ¡Oh aquel dichoso que, la ponderosa
porción depuesta en una piedra muda,
la leve da al zafiro soberano!

389

De la brevedad engañosa de la vida113 §

    Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,
5     que presurosa corre, que secreta,
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.
    Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras?
10 Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.
    Mal te perdonarán a ti las horas,
las horas que limando están los días,
los días que royendo están los años.

390

En alabanza de una dama de poca edad §

    Oro no rayó así flamante grana
como vuestra purpúrea edad ahora,
las dos que admitió estrellas vuestra aurora,
y soles expondrá vuestra mañana.
5     Ave, aunque muda, yo, émula vana
de la más culta, de la más canora,
en este, en aquel sauce que decora
verdura sí, bien que verdura cana,
    insinuaré vuestra hermosura, cuanta
10 contiene vuestro albor, y dulce espera
en horas no caducas vuestro día.
    Responda, pues, mi voz a beldad tanta;
mas no responderá, aunque Apolo quiera,
que la beldad es vuestra, la voz mía.

391

Al excelentísimo señor el conde-duque114 §

    En la capilla estoy y condenado
a partir sin remedio de esta vida;
siento la causa aun más que la partida,
por hambre expulso como sitïado.
5     Culpa sin duda es ser desdichado,
mayor, de condición ser encogida;
de ellas me acuso en esta despedida,
y partiré a lo menos confesado.
    Examine mi suerte el hierro agudo,
10 que a pesar de sus filos me prometo
alta piedad de vuestra excelsa mano.
    Ya que el encogimiento ha sido mudo,
los números, señor, de este soneto
lenguas sean, y lágrimas no en vano.

392

Dilatándose una pensión que pretendía §

    Camina mi pensión con pie de plomo,
el mío, como dicen, en la huesa;
a ojos yo, cerrados, tenue o gruesa,
por dar más luz al mediodía la tomo.
5     Merced de la tijera a punta o lomo
nos conhorta aun de murtas una mesa;
ollai la mejor voz es, portuguesa,
y la mejor ciudad de Francia, Como.
    No más, no, borceguí ni chiminea;
10 basten los años que ni aun breve raja
de encina la perfuma, o de aceituno.
    ¡Oh cuánto tarda lo que se desea!
Llegue; que no es pequeña la ventaja
del comer tarde al acostarse ayuno.

393

Determinado a dejar sus pretensiones y volverse a Córdoba §

    De la Merced, señores, despedido,
pues lo ha querido así la suerte mía,
de mis deudos iré a la Compañía,
no poco de mis deudas oprimido.
5     Si haber sido del Carmen culpa ha sido,
sobra el, que se me dio, hábito un día115:
huélgome que es templada Andalucía,
ya que vuelvo Descalzo al patrio nido.
    Mínimo, pues, si capellán indino
10 del mayor rey, monarca al fin de cuanto
pisa el sol, lamen ambos oceanos,
    la fuerza obedeciendo del destino,
el cuadragesimal voto en tus manos,
desengaño, haré, corrector santo.

394

De la esperanza §

    Sople rabiosamente conjurado
contra mi leño el austro embravecido,
que me ha de hallar el último gemido,
en vez de tabla, al áncora abrazado.
5     ¿Qué mucho si, del mármol desatado,
deidad no ingrata la Esperanza ha sido
en templo que de velas hoy vestido
se venera, de mástiles besado?
    Los dos lucientes ya del cisne pollos,
10 de Leda hijos, adoptó: mi entena
lo testifique dellos ilustrada.
    ¿Qué fuera del cuitado, que entre escollos,
que entre montes, que cela el mar, de arena,
derrotado seis lustros ha que nada?

395

Acredita la esperanza con historias sagradas §

    Cuantos forjare más hierros el hado
a mi esperanza, tantos oprimido
arrastraré cantando, y su rüido
instrumento a mi voz será, acordado.
5     Joven mal de la invidia perdonado,
de la cadena tarde redimido,
de quien por no adorarlo fue vendido,
por haberlo vendido fue adorado.
    ¿Qué piedra se le opuso al soberano
10 poder, calificada aun de real sello,
que el remedio frustrase del que espera?
    Conducido alimenta, de un cabello,
uno a otro profeta. Nunca en vano
fue el esperar, aun entre tanta fiera.

396

A la señora doña Antonia de Mendoza §

    Ni a rayo el sol perdonó,
ni a esplendor suyo dorado,
el día que, examinado
del cristal por do pasó116,
5 temerario os embistió
y os solicitó importuno,
sin valor quedando, alguno,
de vuestros ojos vencido,
si bien alega, corrido,
10 que fueron dos contra uno.

1624 §

397

De la jornada que Su Majestad hizo a Andalucía117 §

    Los días de Noé bien recelara
si no hubiera, Señor, jurado el cielo
en su arco tu piedad, o hubiera el hielo
dejado al arca ondas que surcara.
5     Denso es mármol la que era fuente clara
a ninfa que peinaba undoso pelo;
montes coronan, de cristal, el suelo,
atado el Betis a su margen para.
    A inclemencias, pues, tantas no perdona
10 el Fénix de Austria, al mar fïando, al viento,
no aromáticos leños, sino alados.
    Aun a tu Iglesia más que a su corona
importan sus progresos acertados:
serena aquel, aplaca este elemento.

398

Del casamiento que pretendió el príncipe de Gales con la Serenísima Infanta María, y de su venida §

    Undosa tumba da al farol del día
quien ya cuna le dio a la hermosura,
al sol que admirará la edad futura,
al esplendor augusto de María.
5     Real, pues, ave, que la región fría
del Arturo corona, esta luz pura
solicita no sólo, mas, segura,
a tanta lumbre vista y pluma fía.
    Bebiendo rayos en tan dulce esfera,
10 querrá el Amor, querrá el cielo, que cuando
el luminoso objeto sea consorte,
    entre castos afectos verdadera
divina luz su ánimo inflamando,
Fénix renazca a Dios, si águila al norte.

399

De san Francisco de Borja, para el certamen poético de las fiestas de su beatificación, en el cual dieron por jeroglífico la garza que, previniendo las tormentas, grazna al romper del día §

    Ciudad gloriosa, cuyo excelso muro
fábrica fue sin duda, la una parte,
de la lira de Apolo, si del duro
concento la otra del clarín de Marte,
5 cuyos campos el céfiro más puro
jardinero cultiva no sin arte:
a tus cisnes canoros no sea injuria
que ánsar del Betis cuervo sea, del Turia.
    Obscuro, pues, la voz como la pluma,
10 cantaré el generoso Borja santo,
si de su gloria la pureza suma
no ofenden las tinieblas de mi canto.
Depuso el fausto, parto de la espuma
la púrpura ducal creyendo: ¡tanto
15 le indujo horror la más esclarecida
corona en un cadáver definida!
    Fomentando este horror un desengaño
que a trompa final suena, solicita
crecer humilde el número al rebaño
20 del silbo, del cayado jesüita.
¿Del palacio a un redil? Efecto extraño
de impulso tan divino que acredita
al mayoral y alienta su ganado,
apostólico este, aquel sagrado.
25     Religioso tirón, no solo iguala,
sino excede en virtud al más perfecto;
sucediendo silicios a la gala,
que aun el más venïal liman afecto.
El ayuno a su espíritu era un ala,
30 la oración otra, siempre fiscal recto
de su conciencia, bien que garza el santo
las plumas peina orillas de su llanto.
    Tempestades previendo, suele esta ave
graznar volando al despuntar del día.
35 Él redimió después tormenta grave,
que antes amenazó su profecía.
Al que a Dios mentalmente hablar sabe,
mucho de lo futuro se le fía:
bajel lo diga, de quien fue piloto,
40 de escollos mil besado y nunca roto.
    Pisando pompas quien del mejor cielo
en su celda la luz bebía más clara
el sacro honor renuncia, del capelo,
glorioso ingreso a la tercer tïara;
45 húrtase al mundo, que, en tocando el suelo,
sierpe se hace aun de Moisén la vara;
religioso sea, pues, beatificado
quien duque pudo ser canonizado.

400

Contra los médicos §

    Doctor barbado, crüel
como si fuera doctora,
cien enfermos a esta hora
se están muriendo por él;
5 si el breve mortal papel
en que venenos receta
no es taco de su escopeta,
póliza es, homicida,
que el banco de la otra vida,
10 al seteno vista, aceta.

401

A un caballero que estando con una dama no pudo cumplir sus deseos §

    Con Marfisa en la estacada
entrastes tan mal guarnido,
que su escudo, aunque hendido,
no lo rajó vuestra espada.
5 ¿Qué mucho, si levantada
no se vio en trance tan crudo,
ni vuestra vergüenza pudo
cuatro lágrimas llorar,
siquiera para dejar
10 de orín tomado el escudo?

402 §

    Casado el otro se halla
con la del cuerpo bellido,
de quien perdonado ha sido
por ser don Sancho que calla;
5 los ojos en la muralla,
su real ve acrecentado
de uno y otro que entra armado
y sale sin alborozo
por aquel postigo mozo
10 que nunca fuera cerrado.

403

Contra los abogados §

    Oh tú de los bachilleres,
que siempre en balde has leído
y más pleitos has perdido
que una muchacha alfileres:
5 médico en derechos eres,
pues no has tomado a proceso
pulso, que en el buen suceso
hayan tu ciencia ostentado
la cera del demandado
10 o las cadenas del preso.

404

Contra los mismos §

    ¡Oh jurisprudencia! ¡Cuál
por esos lodos he visto
con caperucilla un mixto
de médico y colegial!
5 Peticiones a real
hace de su misma mano,
y, cual si fuera Ulpïano,
informaciones a tres,
y aun con esto dicen que es
10 carísimo en Cristo hermano.

405

Al conde de Villalba, a quien lo había remitido el conde de Villaflor, para que le diese una empanada de capón que le había prometido §

    Un conde prometedor
que Portugal dio a Castilla
(tal conociera su Villa
como conozco su Flor)118
5 me remite a vos, señor,
para que me deis en pan
y en adobo un Florïán119,
süavísimo bocón,
si le visten al capón
10 sotana de mazapán.

406

Contra una roma §

    Quisiera, roma infeliz,
decir de vos maravillas,
si bien entre esas mejillas
da higas vuestra nariz.
5     Sois tan roma, que colijo
(y lo tengo por constante)
que de vos y un elefante
aun saliera romo el hijo.
    Culpa es vuestra, que los días
10 que jardín pisáis florido,
por vagabundo un sentido
os lo destierran de Olías120:
    porque el respirar aun leve
en vuestra nariz no cabe
15 del menos jazmín süave,
de la violeta más breve.
    Libre viviréis, y sana,
del catarro aun más liviano:
Soplillo (aunque tan enano)
20 no cabrá en vuestra avellana121.
    Podéis sin inconvinientes
con la lengua alcoholaros,
cuando no queráis miraros
uno a uno vuestros dientes.
25     Roma, lástima es cuán poca
indulgencia nos presenta
vuestra nariz como cuenta,
como cepo vuestra boca.
    Sobre nariz, pues, tan braca,
30 una ventosa os echad,
ya que una ventosidad
no es conjuro que la saca.
    Casaos, si no lo estáis ya,
con quien de palos os dé;
35 porque no es Roma la que
sin cardenales está.
    Cáigale mi maldición
oh roma, a todo mortal
que intente ser curïal
40 de vuestro papa varón.
    Y baste, no algún desmán
le venga a mi fisonoma,
que despachado por roma
lo cure después Román122.

407 §

    Tejió de piernas de araña
su barba un colegïal,
pensando con ella el tal
gobernar a toda España.
5 Cuando el impulso lo engaña,
de las partes que no tiene,
pisándose a Madrid viene
la barba desde Sigüenza:
    tenga vergüenza.
10     Alguno conozco yo
que médico se regula
por la sortija y la mula,
por el ejercicio no:
toda su vida salió
15 a vender de balde peste;
nadie lo llamó, ¡y que a este
su ocio no le convenza!
    tenga vergüenza.
    El marido de la bella
20 que nos vende por fïel,
vistiéndose aquello, él,
que gana desnuda ella,
paciente sus labios sella,
buscándole ella por eso
25 entre dos plumas de hueso
una de oro en rica trenza:
    tenga vergüenza.
    La mayor legalidad,
si el preso tiene dinero,
30 salvadera hace el tintero,
salvando su libertad,
que mentira es la verdad
del que es litigante pobre;
gato, aun con tripas de cobre,
35 no habrá gato que no venza:
    tenga vergüenza.
    En tener dos no repara
doña Fulana Interés,
que solo de esgrima es
40 esto de guardar la cara,
de sí ya tan poco avara,
que el cuatrín no menos pilla
a Oliveros de Castilla
que a un hilero de Olivenza:
45     tenga vergüenza.
    ¡Cuánto hoy hijo de Eva,
afectando lo galán,
se desmiente en un Jordán
que ondas de tinta lleva,
50 forma sacando tan nueva
que la extrañan por lo sucio!
Rocín que, parando rucio,
morcillo a correr comienza
    tenga vergüenza.

408 §

    Pondérenos la experiencia,
lo que es el dinero hoy,
porque yo dosel le doy,
y tarima, a su excelencia;
5 tomando mayor licencia,
pues el cuño me perdona,
le daré también corona,
y difinir más no quiero
    qué es dinero.
10     Desvanecido un pelón,
y aun a título aspirante,
cera gasta de Levante
mientras enristra blandón.
Tan superflua ostentación
15 si no pretensión tan necia,
cera alumbre, de Venecia,
y a mí de Génova acero,
    que es dinero.
    Visitado en su posada
20 de una dama, cierto amante
al escudero portante
de porte le dio una espada.
Yo quiero que la Colada
sea del Cid Campeador;
25 armado vuelve mejor
de un escudo, un escudero,
    que es dinero.
    Fuelles de seda calzado,
calzones digo, un cencerro,
30 que ascendió de edad de hierro
a siglo más que dorado,
menos ahora tiznado
con terciopelado estruendo,
va por las calles diciendo,
35 hoy tratante, ayer herrero,
    qué es dinero.
    Pendolista, si enemigos
granjeó su pluma tantos,
uno más o menos, cuantos
40 su bella mujer amigos,
deje de inducir testigos
y conduzga infantería:
vendiendo la escribanía,
quédese con el tintero,
45     que es dinero.

409

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor §

    Nace el niño y, velo a velo,
deja en cabello a su madre,
que esto de dorar las cumbres
es muy del sol cuando nace.
5     Leves reparos al frío
son todos, pero más graves
que los alientos de un buey,
que, aunque calientes, son aire.
    De flacos remedios usa,
10 que, a servirse de eficaces,
estufar pudiera al norte
la menor pluma de un ángel.
    Tiembla, pues, y afecta el heno
cuanto pudieran prestalle,
15 Colcos, en preciosa lana,
Moscovia, en pelo süave.
    Parte corrige, la hierba,
del rigor helado; y parte
engaña, el sueño, negando
20 sus faroles celestiales.
    Mas luego los restituyen
ganaderos, que los traen
o resplandores que ignoran
o conceptos que no saben;
25     y viendo en tanto diciembre
que los campos, más fragrantes
hace, un niño junto a un buey,
que el sol en el toro hace,
    tañen en coros, tañen
30     salterios pastorales,
que por tïorbas y por liras valen.
    Tañen, todos los pastores,
instrumentos que, sonoros,
de los celestiales coros
35 son dulces competidores;
mereciendo sus amores
que ángeles los acompañen,
    tañen en coros, tañen
    salterios pastorales,
40 que por tïorbas y por liras valen.
    Más que no el tiempo templados,
suenan dulces instrumentos;
cielos trasladan, los vientos,
auroras copian, los prados.
45 Quiriendo en los más nevados
que los abriles se engañen,
    tañen en coros, tañen
    salterios pastorales,
que por tïorbas y por liras valen.

1625 §

410

Madrigal. A la Serenísima Infanta María, de un jabalí que mató en Aranjuez §

Las duras cerdas que vistió celoso
    Marte, viste hoy amante,
    y a deidad fulminante
el planeta ofrecido, belicoso,
5 de un plomo al rayo muere glorïoso.
    Muere, dichosa fiera,
que España ilustrará la quinta esfera.
Bellísima tú, pues, Cintia española,
    cerdosos brutos mata,
10     en cuanto de tu hermano
    no esplendor soberano,
sombra sí de las señas que tremola
    altamente desata
vapores de la invidia coligados,
15 ejércitos, provincias, potentados123.

411

A una dama que, habiendo dejado un galán por otro más rico, volvía a procurar su amistad §

    Tu beldad, Clori, adoré,
culto aun a tu sombra di,
sacrificándote en mí
cuanto me dictó mi fe.
5 Gloriosa, pues, llama sé
que aun en tus ojos lucía,
cuando yo víctima ardía
en tus aras; mas después
desvaneció el interés
10 la pobre ceniza mía.
    Oro te suspendió, y plata,
que lo que consume el fuego
humo es, inútil, y juego
del aire que lo desata;
15 tú, a los metales más grata
que al afecto del amante,
le corriste en un instante
a tu hermosura divina
desde la primer cortina
20 hasta el último volante.
    Tanto en pocos días, y tal,
vistió tus paredes voto,
que quebró con lo devoto
ateísta su caudal,
25 y con aversión igual
a su fe primera, el culto
negando a tu bello vulto,
el esplendor juzga vano
de todo mármol humano,
30 si bien dulcemente esculto.
    Perdóneme tu deidad
si acusare tu jüicio,
pues segundo sacrificio
pides a mi libertad;
35 si cudicia o voluntad
absolvieron un düelo,
si escapó, lamido el pelo
de tu llama, el desengaño,
¿víctima bruta otro año
40 me quieres? Corre tu velo.

412

De don Antonio Coloma, canónigo de Toledo y arcediano de Madrid, camarero del Serenísimo Infante don Fernando, tardándose en enviarle un regalo que le había prometido §

    Al cardenal mi señor
sirve el que en lo que promete
una copia es, con bonete,
del conde de Villaflor124.
5 Callo el nombre por su honor,
si bien, a lo cortesano,
cuanto ha prometido en vano
canónigo de Toledo,
que lo cumple decir puedo
10 de Madrid arcedïano125.

413 §

    Absolvamos el sufrir,
desatemos el callar;
mucho tengo que llorar,
mucho tengo que reír.
5     Pues no levanta la espuma
con su remo en la agua aquel
que ya levantó en papel
testimonios con su pluma,
por que otro tal no presuma
10 que ley se establece en vano,
quíntenle la diestra mano,
y mienta un guante el pulgar.
Mucho tengo que llorar.
    Al humo le debe cejas
15 la que a un sepulcro cabellos,
de ojos graves, porque en ellos
aun las dos niñas son viejas:
este mico de sus rejas,
y de los muchachos juego,
20 aojada ayer de un ciego,
hoy se nos quiere morir.
Mucho tengo que reír.
    Con la gala el interés
indignado ha descubierto
25 que no se dio perro muerto
sin ella aun en Leganés.
Cuánta verdad esto es
Madrid, que es grande, lo diga,
bien que juzga cierta amiga
30 que es mayor gala pagar.
Mucho tengo que llorar.
    Médico hay, aunque lego,
que a la menor calentura
su cura, no siendo cura,
35 da el olio y entierra luego;
lo que de ciencia le niego
se lo conceden de grado
un pergamino arrollado
y un engastado zafir.
40 Mucho tengo que reír.
    Trajo en dote, un serafín,
casa de jardín gallardo
con dos balcones al Pardo
y un postigo a Valsaín;
45 mientras pisan el jardín
visitas, el maridón,
espejo hecho el balcón,
sus canas ve pardear.
Mucho tengo que llorar.
50     La que ya en casta belleza
viuda igual no tenía,
y blanco muro ceñía
de cambray su fortaleza,
batiola con una pieza
55 de lama cierto señor,
y dejose ella mejor
aun escalar que batir.
Mucho tengo que reír.

414 §

    A la fuente va, del Olmo,
la rosa de Leganés,
Inesica la hortelana,
ya casi al anochecer.
5     La luna salir quería,
mas los dos soles de Inés
le dijeron a la luna
no tenía para qué.
    A los tres caños llegó,
10 y su mano a todos tres
correr les hizo el cristal
que ya les hizo correr.
    Llenaba su cantarilla
y vaciábala después,
15 cantando, por no llorar,
la tardanza de Miguel:
    Si viniese ahora,
    ahora que estoy sola.
Hola, que no llega la ola.
20 Hola, que no quiere llegar.
    Las olas calmó la niña,
porque, en oyendo el rabel
del mancebo que esperaba,
perdió la voz, de placer.
25     Mas viéndolo con Quiteria,
la de Gil, perdió otra vez
la voz, mas fue de pesar,
y escucholos sin querer:
Mala noche me diste, casada:
30     Dios te la dé mala.
    Sin permitirle acabar,
para Quiteria se fue,
que la recibió con señas,
si llegó mudilla Inés.
35     De sus cuatro labios ambas
más se dejaron caer
virtudes que del romero
califica no sé quién.
    Miguel a lo socarrón,
40 mientras se abrasan por él,
con aguas turbias apaga
el fuego en que las ve arder.
Turbias van las aguas, madre,
     turbias van:
45 mas ellas se aclararán.
    —Diga, señora la buena,
la que se precia de casta,
¿la propia a Gil no le basta,
que le hace criar la ajena?
50     —Amiga, sí, y tan sin pena
como tu bendita madre
costas le hizo a tu padre,
siendo tú del sacristán.
Turbias van las aguas, madre,
55      turbias van:
mas ellas se aclararán.
    Aclaráronse las aguas
tanto, que fue menester
que Miguel se moje entre ellas,
60 cantando como un angél:
Ya no más, queditico, hermanas,
     ya no más.
    Llegó en esta sazón Bras,
la mejor que pudo ser,
65 pues un favor le escuchó
lo que cantaba a un desdén:
    «Bien sé que a la muerte vengo,
zagala, en venirte a ver,
mas tal cariño te tengo
70 que no puedo más hacer».
    Seis meses, de ruiseñor,
de pelícano otros seis,
Bras ha servido a Inesilla;
otros tantos, de crüel
75     ha sufrido a la que ahora,
agradecida a su fe,
un listón le dio, encarnado
como Dios hizo un clavel.
    Por vengarse del ingrato,
80 favor le hizo y merced
del que a Bras será listón,
y a Miguelillo, cordel.
    Él, desmintiendo su rabia,
al plectro hizo morder
85 las cuerdas de su instrumento,
y cantando esto se fue:
«Vámonos, que nos pican los tábanos,
vámonos donde moriré.
    »Por Quiteria dormí al hielo,
90 y por Inés voy corrido:
si de necio me he perdido,
ninguno me tenga duelo;
si no me negare el suelo
aun adonde ponga el pie,
95 vámonos, que nos pican los tábanos,
vámonos donde moriré».

1626 §

415

Madrigal para inscripción de la fuente de quien dijo Garcilaso: «en medio del invierno», etc. §

El líquido cristal que hoy desta fuente
    admiras, caminante,
    el mismo es de Helicona:
    si pudieres, perdona
5     al paso un solo instante;
    beberás cultamente
    ondas que del Parnaso
a su Vega tradujo Garcilaso.

416

En la creación del cardenal don Enrique de Guzmán126 §

    Generoso mancebo,
purpúreo en la edad más que en el vestido,
en rosicler menos luciente Febo
    a invidiarte ha salido.
5     Tú, en tanto, esclarecido
del rubí en hilos reducido a tela,
dignamente serás hoy agregado
    al colegio sagrado,
fecundo seminario de claveros.
10 ¡Oh cuánta beberás en tanta escuela
religión pura, dogmas verdaderos,
gobierno prudencial, profundo estado,
    política divina!
    ¡Consistorio del Santo
15     Espíritu asistido!
Dígalo tanto dubio decidido,
    tanta sana doctrina.
    ¿Aclamaré, a los tales,
príncipes? Mucho más es cardenales,
20 flamante en celo el más antiguo manto;
si bien toda la púrpura de Tiro
grana es de polvo al último suspiro.
    Tu exaltación instada
de Filipo fue, el cuarto, del monarca
25     que al sol fatiga tanto
lustralle sus dos mundos en un día.
    Al siempre Urbano santo,
octavo en nombre, y en prudencia uno,
santísimo piloto de la barca,
30 que, repetido en él, Pedro le fía,
    no fue el ruego importuno
del Católico, pues si dilatada
tu creación, la gracia le fue hecha.
¡Oh quiera Dios unir en liga estrecha
35 estos dos de la Iglesia tutelares
y al joven cristianísimo con ellos!
Libarán tres abejas lilios bellos,
y melificarán, no en corchos vanos,
sino en las que abrirán nuestros leones
40 bocas, de paz tan dulce alimentadas.
Llaves dos tales, tales dos espadas,
escondiendo con velas ambos mares,
cuantos le dio sacrilegos altares
    Europa a la herejía
45     extirparán un día,
y otro, no solo, no, abominaciones,
darán de Babilonia al fuego, entrando
los muros de Sïón, mas alternando
himnos sagrados, cánticos divinos,
50 abrirán paso a cuantos peregrinos
tan libres podrán ya como devotos,
besando el mármol, desatar sus votos.
El conde-duque, cuya confidencia
reclinatorio es de su gran dueño
55     (¡cuán bien su providencia
timón del vasto ponderoso leño,
gobierno al fin de tanta monarquía,
    lamiendo escollos ciento
lo ha conducido en paz a salvamento!),
60 este, pues, pompa de la Andalucía,
gloria de los clarísimos Sidones,
de los Guzmanes, digo, de Medina,
solicitó süave tu capelo.
    ¿Qué mucho ya, si el cielo,
65 entre los muchos que te influye dones,
sobrino te hizo suyo, de una hermana
valerosa y real, sobre divina?
Dígalo el Betis, de quien es Dïana;
El Carpio, de quien es deidad, lo diga.
70     Tú a la Fortuna amiga
átomo no perdones de propicia.
Goza la dignidad cardenalicia,
unos días clavel, otros vïola.
La ingenuidad observes española,
75 la duplicidad huyas extranjera,
tus colegas admiren la severa
dulce afabilidad que te acompaña,
que al duodécimo lustro, si no engaña
    cuanto abrazan las zonas,
80 te espera el Tíber con sus tres coronas.

417 §

    Todo se murmura
y la culpa toda
tiene, la malicia,
fondo en invidiosa.
5     Luce un caballero
con hacienda poca;
anda otro, más rico,
su persona sola.
    Ríense los dos
10 (la razón les sobra)
de que el uno gaste,
de que el otro esconda.
    Ríese la zorra,
búrlase la mona,
15 de que le falte cola,
de que le sobre cola127.

418 §

D. P.

    Doña Menga, ¿de qué te ríes?

D. M.

Don Pascual, de que porfíes.

D. P.

    Tres años ha que te quiero.

D. M.

Seis años ha que me enfadas.

D. P.

5 Servite en dos empanadas
un jabalí casi entero.

D. M.

Pocos fueran en dinero
dos montes de jabalíes.

D. P.

Doña Menga, ¿de qué te ríes?

D. M.

10 Don Pascual, de que porfíes.
    ¿Qué joya de oro te abona?

D. P.

Toma de un pobre galán,
que moros mató en Orán,
cien reales, y perdona.

D. M.

15 De un galán de Melïona
quisiera más cien cequíes.

D. P.

Doña Menga, ¿de qué te ríes?

D. M.

Don Pascual, de que porfíes.

D. P.

    ¿Por un monigote dejas
20 un tan valiente soldado?

D. M.

Obligome.

D. P.

    ¿Qué te ha dado?

D. M.

¿No le han oído tus quejas
repicar en mis orejas
campanitas de rubíes?

D. P.

25 Doña Menga, ¿de qué te ríes?

D. M.

Don Pascual, de que porfíes.

Poemas de autenticidad probable §

419 (¿ca. 1580?)

Al mordelle la mano una mona a una monja de don Luis, y despedille un galán que era su amigo §

    Por el nombre me da pena
cualquier daño en tal persona,
Figueroa Magdalena,
y más de una mala mona
5 en una mano tan buena,
    aunque tengo por muy llano
de que el morderos la mano
no careció de misterio,
que monas de monesterio
10 no abren las bocas en vano.
    Dos razones hallo yo
que disculpen esta vez
a la mona que os mordió:
la una fue dar la nuez
15 a quien la muerte me dio;
    la otra, sin ocasión
fue el mostraros tan esquiva
contra vuestra devoción,
haciendo a la mano escriba
20 lo que mintió el corazón.
    y por que entiendan las gentes
que es el consejo más llano
el no agraviar a inocentes,
que si damas tienen mano,
25 también monas tienen dientes.
    Quédome porque la vena
no ha estado a tercia tan buena
como lo estuviera a nona,
porque fuera Luis de mona
30 ya que no soy Juan de Mena.

420 (¿1582?)

A una dama muy blanca, vestida de verde §

    Cisne gentil (después que crespo el vado
dejó, y de espuma la agua encanecida)
que al rubio sol la pluma humedecida
sacude, de las juncias abrigado;
5     copos de blanca nieve en verde prado,
azucena entre murtas escondida,
cuajada leche en juncos exprimida,
diamante entre esmeraldas engastado,
    no tienen que preciarse de blancura
10 después que nos mostró su airoso brío
la blanca Leda en verde vestidura.
    Fue tal, que templó su aire el fuego mío,
y dio, con su vestido y su hermosura,
verdor al campo, claridad al río.

421 (¿1582?)

A don Juan de Castilla y de Aguayo, autor de El perfecto regidor §

    Generoso don Juan, sobre quien llueve
la docta erudición su licor puro,
con que nos dais en flor fruto maduro,
y un bien inmenso en un volumen breve:
5     dele la eternidad, pues se lo debe,
para perpetuo acuerdo en lo futuro,
a vuestro vulto heroico en mármol duro
glorioso entalle de inmortal relieve,
    pues hoy da vuestra pluma nueva gloria
10 de Córdoba al clarísimo senado,
y pone ley al español lenguaje
    con doctrina y estilo tan purgado,
que al olvido hará vuestra memoria
ilustre injuria y valeroso ultraje.

422 (¿1587-1588?)

A Martín Alonso de Montemayor, que colgó en la capilla de los condes de Alcaudete un alfanje y una banderilla que trajo de Orán §

    —¿Qué es, hombre o mujer, lo que han colgado?
—Uno y otro: él, dorado, ella, amarilla.
—¿Cómo es su nombre? —Alfanje y banderilla,
moros ambos, y cada cual errado.
5     —¿Qué quieren ser? —Vergüenza de un soldado,
aunque él los cuelga aquí por maravilla.
—¿Qué piden a la iglesia? —Su capilla,
si a necedades vale lo sagrado.
    —Pues, maldito dïablo, reconoce
10 tu sentencia de olvido, y da la gloria
al conde, tu señor, de esos despojos,
    y, pues quien fama y número a los doce
creció no cuelga señas de victoria,
no hagas lenguas tú de nuestros ojos.

423 (¿1590?) §

    Ya que rompí las cadenas
de mis grillos y mis penas,
de extender con mucho error
la jurisdicción de Amor,
5 que ahora me da por libre,
    Dios me libre.
Y de andar más por escrito
publicando mi delito,
sabiendo de ajenas vidas
10 tantas culpas cometidas
de que puedo hacer alarde,
    Dios me guarde.
    De dama que se atribula
de comer huevos sin bula,
15 sabiendo que de su fama
un escrúpulo ni dragma
no podrá lavar el Tibre,
    Dios me libre.
Y del mercader devoto,
20 de conciencia manirroto,
que, acrecentando sus rentas,
pasa a menudo sus cuentas
y da las ajenas tarde,
    Dios me guarde.
25     De doncella con maleta,
ordinario y estafeta,
que quiere contra derecho,
pasando por el estrecho,
llegar entera a Colibre,
30     Dios me libre.
Y del galán perfumado,
para holocaustos guardado,
que hace cara a los afeites
para dar a sus deleites
35 espaldas, como cobarde,
    Dios me guarde.
    De dama que de un ratón
huye al postrero rincón,
desmayada de mirallo,
40 y no temerá a caballo
que Ruger su lanza vibre,
    Dios me libre.
Y del galán que en la plaza
acuchilla y amenaza,
45 y si sale sin terceros,
hará como don Gaiferos,
aunque Melisendra aguarde,
    Dios me guarde.
    De doncella que entra en casa
50 porque guisa y porque amasa,
y hace mejor un guisado
con la mujer del honrado
que con clavos y jengibre,
    Dios me libre.
55 Y de amigo cortesano
con las insignias de Jano
desvelado en la cautela,
cuyo soplo a veces hiela
y a veces abrasa y arde,
60     Dios me guarde.

424 (1593)

A don Jerónimo Manrique, obispo de Salamanca, electo de Córdoba §

    Huésped, sacro señor, no: peregrino
llegué a vuestro palacio. El cielo sabe
cuánto el deseo hizo más süave
la fatiga del áspero camino.
5     Mas ay, que apriesa en mis alcances vino
la cruda enfermedad, ministro grave
de aquella inexorable en quien no cabe
piedad, si no es de solo lo divino.
    Conseguí la salud por la piadosa
10 grandeza vuestra. Libre destos daños
piséis del Betis la ribera umbrosa,
    y, en púrpura teñidos vuestros paños,
concédaos Dios, en senectud dichosa,
en blancas plumas ver volar los años.

425 (ant. a 1594)

A doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo §

    Señora doña Luisa de Cardona,
del bel donaire y del color quebrado,
así goce el galán iluminado,
y logre la capilla cagalona,
5     que de su vista queda la persona
con ciertos dolorcillos en un lado,
que, si no son dolores de costado,
son flechas del que a nadie no perdona.
    Mil ratos he pasado sin sentido
10 después que Dios no quiere que la vea,
quiero decir, los que pasé durmiendo.
    Si ausencia por allá no causa olvido,
cuando en melada trate, o en jalea,
en sus manos mi espíritu encomiendo.

426 (Post. a 1597)

A un hijo del duque de Medina Sidonia, que por ser impotente se metió fraile trinitario §

    Señor marqués trinitario,
pida vuestra reverencia
que le dé su omnipotencia
quien le dio su escapulario,
5 y profeso Sagitario
salga armado, y no de acero,
creyendo que en un terrero
cualquiera de esas coronas
hará como tres personas,
10 que es un fraile verdadero.

427 (1598)

A cierto señor que le envió la Dragontea de Lope de Vega §

    Señor, aquel Dragón de inglés veneno,
crïado entre las flores de la Vega
más fértil que el dorado Tajo riega,
vino a mis manos: púselo en mi seno.
5     Para ruido de tan grande trueno
es relámpago chico: no me ciega;
soberbias velas alza: mal navega;
potro es, gallardo, pero va sin freno.
    La musa castellana bien la emplea
10 en tiernos, dulces, músicos papeles,
como en pañales niña que gorjea.
    Oh planeta gentil, del mundo Apeles,
rompe mis ocios, por que el mundo vea
que el Betis sabe usar de tus pinceles.

428 (¿1598?)

A la Arcadia, de Lope de Vega Carpio §

    Por tu vida, Lopillo, que me borres
las diecinueve torres del escudo,
porque, aunque todas son de viento, dudo
que tengas viento para tantas torres.
5     ¡Válgante los de Arcadia! ¿No te corres
armar de un pavés noble a un pastor rudo?
¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo!
¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!:
    no le dejéis en el blasón almena.
10 Vuelva a su oficio, y al rocín alado
en el teatro sáquele los reznos.
    No fabrique más torres sobre arena,
si no es que, ya segunda vez casado,
nos quiere hacer torres los torreznos.

429 (¿1598?)

A la gala, curiosidad y cuidado con que algunos caballeros entran a torear §

    Hecha la entrada, y sueltos los leones,
el que a mejor caballo bate espuela,
o la lanza, el rejón, o la cañuela
la dé a la redención de los peones,
5     y en altas y arriscadas ocasiones,
a vista ya de quien lo abrasa o hiela...

430 §

Véase el poema 453bis

431 (¿1603?)

A don Gaspar de Aspeleta, a quien derribó un toro en unas fiestas §

    Cantemos a la jineta,
y lloremos a la brida,
la vergonzosa caída
de don Gaspar de Aspeleta.
5 ¡Oh si fuera yo poeta,
qué gastara de papel
en decir cositas de él!
Dijera a lo menos yo
que el majadero cayó
10 por que cayesen en él.
    Dijera del caballero,
visto su caudal y traza,
que ha entrado poco en la plaza,
y menos su despensero;
15 que, si cayera en enero,
quedara con Saulo honrado,
aunque el apóstol sagrado,
cuando Dios lo hizo fiel,
cayó de alumbrado, y él
20 cayó de desalumbrado.

432 (Post. a 1603)

A Miguel Musa que escribió contra la canción de Esgueva §

    Musa que sopla y no inspira,
y sabe por lo traidor
poner los dedos mejor
en mi bolsa que en su lira,
5 no es de Apolo, que es mentira,
hija Musa tan bellaca,
sino del que hurtó la vaca
al pastor. A tal persona
pongámosle su Helicona
10 en las montañas de Jaca.
    Musa que en medio de un llano,
llevando gente consigo,
tradujo al mayor amigo
de francés en castellano;
15 Musa que a su medio hermano,
hijo del planeta rojo,
o por trato o por antojo,
sin besallo lo vendió,
no estoy muy seguro yo,
20 pues me ha besado en el ojo.
    Remitirele el proceso
a quien me pusiere dudas
en dalle nombre de Judas
por el trato o por el beso;
25 y aun acumularle a eso
la mano de Judas quiero,
pues me juró un caballero
que en casa de una señora,
la semana pecadora,
30 mató vela y candelero.
    Y en delitos tan soeces,
ved que gramática se usa,
que ha declinado esta Musa
por templum templi mil veces;
35 y a pesar de los jüeces
y de las leyes, acierta
con el templo y con la puerta,
si no es que dicen por yerro
que entra el gato como el perro
40 porque halló la puerta abierta.

433 (ant. a 1604)

Al sepulcro de una dama que tuvo veintidós años amistad con un caballero del apellido de la Cerda §

    Yace debajo de esta piedra fría
mujer tan santa, que ni escapulario,
ni cordón, ni correa, ni rosario,
de su cuerpo jamás se le caía.
5     Trajo veintidós años, día por día,
un cilicio de cerdas ordinario;
todo el año ayunaba a san Hilario,
porque nunca hilaba ni cosía.
    Fue su casa un devoto encerramiento
10 donde iban a hacer los ejercicios
y a llorar sus pecados las personas.
    Murió sin olio, no sin testamento,
en que mandó a una prima sus oficios,
y a cuatro amigas, cuatro mil coronas.

434 (1604) §

    Entre los dos reyes magos,
entre el chantre y el deán,
el buen obispo Laguna
cagó de pontifical.

435 (1606)

A la prisión que de de ciertos ministros hicieron los alcaldes Vaca y Madera en la fortaleza de la Alameda §

    En una fortaleza preso queda
quien no tuvo templanza, y desplumado
cual la corneja morirá enjaulado,
infamando sus plumas la almoneda.
5     ¡Oh, qué bien está el Prado en la Alameda,
mejor que la Alameda está en el Prado!,
y en un cofre estuviera más guardado,
que esta es cárcel de gatos de moneda.
    ¿Por qué le llaman Prado, si es montaña
10 de Jaca, y aun de Génova, que abriga
bandoleros garduños en España?
    Su nombre a cada cosa se le diga:
si es Prado, Vaca sea su guadaña,
si es montaña, Madera le persiga.

436 (1606)

A lo mismo §

    Senteme a las riberas de un bufete
a jugar con el tiempo a la primera;
pasose el año, y luego a la tercera
carta brujuleada me entró un siete.
5     Hizo mi edad cuarenta y cinco, y mete
una corona la ambición fullera,
y aunque es de falso, pide que le quiera
la que traigo debajo del bonete.
    Piérdase un vale, que el valer hogaño
10 no es muy seguro: no haya mazo alguno
cuya Madera pueda dar cuidado.
    Éntrome en la baraja, y no me engaño,
que, aunque pueda ganar ciento por uno,
yo no quiero ver Vacas en mi prado.

437 (1607)

Contra el abad de Rute, que hizo un epitafio a don Pascual, obispo de Córdoba, lleno de imperativos §

    Detente, buen mensajero,
aunque te parezca tarde,
que Dios de inscripciones guarde
de un pedante caballero:
5 don Pascual soy, que ya muero
en la región de los vivos
tras tantos imperativos;
si quies saber más, detente,
que harto más cortésmente
10 te lo dirán los archivos.

438 (¿1609?) §

    Érase en Cuenca lo que nunca fuera,
érase un caminante muy ayuno;
pidió un mollete, si había tierno alguno,
y diéronle un biscocho de galera.
5     Desta piedad fue un ángel la arrobera,
y si pidiera más el importuno,
le dieran los peñascos uno a uno
que el Júcar lava en su áspera ribera.
    De biscochos apela el caminante
10 para piedras, que en Cuenca eso se usa,
y de eso están las piedras tan comidas.
    Quizá vieron el rostro de Medusa
estos peñascos, como lo vio Atlante,
y damas son, de pedernal vestidas.

439 (¿1609?)

A Galicia §

    Pálido sol en cielo encapotado,
mozas rollizas de anchos culiseos,
tetas de vacas, piernas de correos,
suelo menos barrido que regado;
5     campo todo de tojos matizado,
berzas gigantes, nabos filisteos,
gallos del Cairo, búcaros pigmeos,
traje tosco y estilo mal limado;
    cuestas que llegan a la ardiente esfera,
10 pan de Guinea, techos sahumados,
candelas de resina con tericia;
    papas de mijo en concas de madera,
cuevas profundas, ásperos collados,
es lo que llaman reino de Galicia.

440 (1609)

A la Jerusalén Conquistada que compuso Lope de Vega §

    Vimo, señora Lopa, su epopeia,
e por Diosa, aunque sá mucho legante,
que no hay negra poeta que se pante,
e si se panta, no sá negra eia.
5     ¡Corpo de San Tomé con tanta reia!
¿No hubo (cagaiera fuse o fante)
morenica gelofa, que en Levante
as Musas obligase aun a peeia?
    ¿Turo fu Garcerán? ¿Turo fu Osorio?
10 Mentira branca: certa prima mía
do rey de Congo canta don Gorgorio
    la hecha. Si vos turo argentería,
la negrita sará turo abalorio,
corvo na pruma, cisne na armonía.

441 (¿1609?)

A un ídolo §

    Lugar te da sublime el vulgo ciego,
verde ya pompa de la selva obscura,
que no sin arte religión impura
aras te destinó, te hurtó al fuego.
5     Mudo mil veces yo la deidad niego,
no el esplendor, a tu materia dura;
ídolos a los troncos la escultura,
dioses hace a los ídolos el ruego.
    En lenguas mil de luz, por tantas de oro
10 fragrantes bocas el humor sabeo
te aclama, ilustremente suspendido.
    En tus desnudos hoy muros ignoro
cuantas de grato señas te deseo,
leño al fin con lisonjas desmentido.

442 (¿1609?)

[A don Francisco de Quevedo] §

    Anacreonte español, no hay quien os tope,
que no diga, con mucha cortesía,
que ya que vuestros pies son de elegía,
que vuestras suavidades son de arrope.
5     ¿No imitaréis al terenciano Lope,
que al de Belerofonte cada día
sobre zuecos de cómica poesía
se calza espuelas y le da un galope?
    Con cuidado especial vuestros antojos
10 dicen que quieren traducir al griego,
no habiéndolo mirado vuestros ojos.
    Prestádselos un rato a mi ojo ciego,
por que a luz saque ciertos versos flojos,
y entenderéis cualquier greguesco luego.

443 (¿1609?)

Al padre Juan de Pineda, de la Compañía de Jesús, por haber antepuesto un soneto al que el poeta hizo en la beatificación de San Ignacio §

    ¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia
de un positivo padre azafranado?
Paciencia, Job, si alguna os han dejado
los prolijos escritos de su encia.
5     Consuelo me daréis, si no paciencia,
porque en suertes entré, y fui desgraciado,
en el mes que perdió el apostolado
un justo por divina providencia.
    ¿Quién justa do la tela es pinabete,
10 y no muy de Segura, aunque sea pino,
que ayer fue pino, y hoy podrá ser vete?
    No más judicatura de teatino,
cofre, digo, overo con bonete,
que tiene más de tea que de tino.

444 (1610)

A Juan de Mora §

    Aquí yace un capellán
que, de puro majadero,
dejó por su heredero
al cabildo y al deán.

445 (1610) §

    Que pretenda el mercader,
sin que ni al grande ni al chico
restituya un alfiler,
en nombre de Dios tener
5 lo que hurtó en Puerto Rico:
    ¡oh, qué lindico!
    Que disimule un paciente,
sin que a risa me provoque,
que en el espejo luciente
10 nunca se ha visto la frente
coronada de alcornoque:
    ¡oh, qué lindoque!
    Que una moza que bien charla,
dama entre picaza y mico,
15 me quiera obligar a amarla,
siendo su pico de Parla,
y de Getafe su hocico:
    ¡oh, qué lindico!
    Que Hero se precipite
20 por la mitad de un bayoque,
y ser Tisbe solicite
quien por menos de un confite
se envaina en cualquier estoque:
    ¡oh, qué lindoque!
25     Que pretenda una doncella
que por su gracioso pico
se case un hombre con ella,
y cualquiera la atropella
por el interés más chico:
30     ¡oh, qué lindico!
    Que piense un bobalicón
que no hay quien su dama toque,
y en la casa del rincón
sé que la tomó un peón
35 y que no la quiso un Roque:
    ¡oh, qué lindoque!
    Que pretenda un estudiante,
aun siendo galán y rico,
rendir a doña Violante
40 con hacer muy del amante
sin dejar flaco el bolsico:
    ¡oh, qué lindico!

446 (ant. a 1611) §

    Tenga yo salud,
    qué comer y quietud
    y dinero que gastar,
y ándese la gaita por el lugar.
5     Para cuando haga el son
la gaita murmuradora,
y más sorda que sonora
cantare mi condición,
sepan que es ya mi opinión
10 vivir lo largo por ancho,
y si al callar llaman Sancho,
yo santo llamo al callar,
y ándese la gaita por el lugar.
    No haga yo a nadie el buz
15 por ninguna pretensión;
tenga mi bota y jamón,
aunque me acueste sin luz,
mis frascos sin arcabuz,
no para quien mal me quiere,
20 mas por que, si sed tuviere,
la pueda mejor matar,
y ándese la gaita por el lugar.
    Viva yo sin conocer,
y retirado en mi aldea,
25 a quien la merced rodea
porque no la sabe hacer;
no vea a nadie comer
si no comiere a mi lado,
ni me hable nadie sentado
30 si en pie tengo que escuchar,
y ándese la gaita por el lugar.
    No me cojan sepan cuantos
debajo de sus quimeras;
tenga mi puerco y esteras
35 el día de Todos Santos;
juguemos años por tantos
tras la cama yo y Pascuala,
pues no se paga alcabala
de engendrar y bostezar,
40 y ándese la gaita por el lugar.
    El médico y cirujano
sean, para mi gobierno,
calentador en invierno
y cantimplora en verano;
45 acuésteme yo temprano
y levánteme a las diez,
y a las once el almirez
toque a la panza a mascar,
y ándese la gaita por el lugar.

447 (¿1612?)

Contra un privado §

C.

    Arroyo, ¿en qué ha de parar
tanto anhelar y morir,
tú por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mar?

A.

5 Carillejo, en acabar
sin caudales y sin nombres,
para ejemplo de los hombres.

C.

    Hijo de una pobre fuente,
nieto de una dura peña,
10 a dos pasos los desdeña
tu mal nacida corriente;
si tu ambición lo consiente,
¿en qué imaginas, me di?
Murmura, y sea de ti,
15 pues que sabes murmurar.
Arroyo, ¿en qué ha de parar
tanto anhelar y morir,
tú por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mar?

A.

20 Carillejo, en acabar
sin caudales y sin nombres,
para ejemplo de los hombres.

C.

    ¿Qué día tienes reposo?
¿A qué noche debes sueño?
25 Si corres tal vez risueño,
siempre caminas quejoso;
mucho tienes de furioso,
aunque no en el tirar cantos,
y así tropiezas en tantos
30 cuando te quies levantar.
Arroyo, ¿en qué ha de parar
tanto anhelar y morir,
tú por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mar?

A.

35 Carillejo, en acabar
sin caudales y sin nombres,
para ejemplo de los hombres.

C.

    Si tu corriente confiesa
sin intermisión alguna
40 que la cabeza en la cuna
y el pie tienes en la huesa,
¿qué fatal desdicha es esa
en solicitar tu daño?
Pésame que el desengaño
45 la vida te ha de costar.
Arroyo, ¿en qué ha de parar
tanto anhelar y morir,
tú por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mar?

A.

50 Carillejo, en acabar
sin caudales y sin nombres,
para ejemplo de los hombres.

448 (¿1612?)

Murmuraron de don Luis diciendo que era loco porque hizo contra el duque y don Rodrigo una satirilla en alegoría de un arroyo que quiere ser río y de un río que quiere ser mar, y a este propósito hizo este soneto §

    No más moralidades de corrientes,
bien sean de arroyuelos, bien de ríos,
corran apresurados o tardíos,
que no me hizo Dios conde de Fuentes.
5     A un rincón desvïado de las gentes
apelaré de todos sus desvíos,
choza que abrigue ya los años míos,
aunque pajas me cueste impertinentes.
    Ministros de mi rey: mis desengaños
10 los pies os besan desde acá, sea miedo
o reverencia a sátrapas tamaños.
    Adiós, mundazo. En mi quietud me quedo,
por esconder mis postrimeros años
al señor Nuncio, digo, al de Toledo.

449 (¿1613?)

Contra los que dijeron mal de las Soledades §

    Con poca luz y menos disciplina,
al voto de un muy crítico y muy lego,
salió en Madrid la Soledad, y luego
a palacio con lento pie camina.
5     Las puertas le cerró de la Latina
quien duerme en español y sueña en griego,
pedante gofo, que, de pasión ciego,
la suya reza, y calla la divina.
    Del viento es el pendón pompa ligera,
10 no hay paso concedido a mayor gloria,
ni voz que no la acusen de extranjera.
    Gastando, pues, en tanto, la memoria,
ajena invidia, más que propria cera,
por el Carmen la lleva a la Victoria.

450 (Post. a 1613)

Al sepulcro de don Luis Venegas de Córdoba, señor de la Villa de Zuheros, que murió en su mocedad §

    Pare en este mármol frío,
oh, juventud, tu carrera,
viendo que a tan breve esfera
se reduce el mayor brío;
5 flor que aljofaró rocío
fue esplendor, ya noche obscura.
Escarmiente tu locura;
su vida invidia en su muerte:
perdió una villa, su suerte,
10 y halló un reino en paz segura.

451 (1614)

Epitafio a Simoncillo el enano §

    Murió Simón, en efeto,
que una piedra lo mató,
que otro instrumento no halló
la muerte para un discreto;
5 si este es enano conceto,
otro va más gentilhombre:
debió de la muerte al nombre
más que al privilegio humano,
pues viviendo como enano,
10 vino a morir como hombre.

452 (1614)

Redondilla propuesta para glosar en el certamen celebrado en Córdoba a la beatificación de Santa Teresa §

    Del que ya ilustró el Carmelo
lilio, y el Tormes hoy baña,
ceñida la Alba de España
no invidia la alba del cielo.

453 (1615) §

    Por la estafeta he sabido
que me han apologizado,
y a fe de poeta honrado,
ya que no bien entendido,
5 que estoy muy agradecido
de su ignorancia tan grasa,
que aun el sombrero les pasa,
pues imputa obscuridad
a una opaca Soledad
10 quien luz no enciende en su casa.
    Melindres son, de lechuza,
que en lo umbroso poco vuele
quien en las tinieblas suele
no perdonar a una alcuza.
15 Musa mía, sed hoy Muza:
si empuña, si embraza acaso
lanza y adarga el Parnaso,
defended el honor mío,
aunque no está, yo lo fío,
20 en la vega Garcilaso.

453bis (1615)

[Al licenciado Alonso Lobo, racionero de Toledo] §

    Los edictos con imperio
mase Lobo ha prorrogado,
quizá hasta que barbe el Grado
de su vocal magisterio.
5 Si no tiene otro misterio,
el nuevo término corra,
y juegue en tanto a la morra
nuestro pretendiente bobo,
o apele de un mase Lobo
10 para otro mase Zorra.

454 (ant. a 1616)

A su sobrina doña Francisca de Argote, que se hizo monja §

    Alma mil veces dichosa
y otras tantas veces bella,
pues tan buen esposo cobras
y tan rüin mundo dejas,
5     respóndele al que hoy te llama
y mira al que te desea,
procura al que te recibe
y recibe al que te espera.
    Nobles padres dejas hoy,
10 vida dulce y lisonjera,
regalos y gustos pisas,
descanso y contento huellas.
    No las sirenas del mundo,
poca edad, mucha belleza,
15 vendan tus hermosos ojos
y amenazan tus orejas.
    Balcones de azul y oro
por nudosas redes truecas,
libertad, por sujeción,
20 voluntad, por obediencia.
    Valor es este, señora,
y animosidad es esta
de un pecho muy más robusto
y de una edad no tan tierna.
25     Plantas hoy tus verdes años
en esta Religión nuestra,
jardín de olorosas flores
de donde el esposo lleva
    rosas de las disciplinas,
30 de las vigilias, violetas,
y de las virginidades,
purísimas azucenas.
    Tú se las guardas a él,
y él a ti, del fruto dellas,
35 después de pisado el mundo,
te suba a pisar estrellas.

455 (Post. a 1616)

A Lope de Vega §

    Dicho me han por una carta
que es tu cómica persona
sobre los manteles mona,
y entre las sábanas, marta;
5 agudeza tiene harta
lo que me advierten después,
que tu nombre, del revés,
siendo Lope de la haz,
en haz del mundo, y en paz,
10 pelo de esta marta es.

456 (¿ant. a 1617?)

A un caballero que tenía dos hijos bastardos, y para entrarlos en religión juntó de limosna las dotes §

    Antes que alguna caja luterana
convierta a Hernandico en mochilero,
y antes que algún abad y ballestero
le dé algún saetazo a Sebastiana,
5     procuradles, hoy antes que mañana,
como padre cristiano y caballero,
a la una un seráfico mortero,
al otro, una domínica campana.
    Si os faltare la casa de los locos,
10 no os faltará Aguilar, a cuyo canto
salta Pan, Venus baila y Baco entona.
    Él se aprovechará de vuestros cocos,
de su rabazo vos, que es todo cuanto
se pueden dar un galgo y una mona.

457 (1617)

A una oposición de un canonicato de la Santa Iglesia de Toledo, que llevó el doctor Cámara §

    Cierto opositor, si no
el más valiente, el no menos,
votos perdonando ajenos,
él mismo se proveyó;
5 cúlpanlo algunos, mas yo
siempre me he hecho entender,
que, sabiendo había de ser
Cámara el canonicando,
se hizo cámara cuando
10 pretendió mejor leer.

458 (¿Post. a 1617?)

A María de Vergara, comedianta §

    No sois, aunque en edad de cuatro sietes,
María de Vergara, ya primera;
dad gracias al Amor, que sois tercera
de gorras, de capillas, de bonetes.
5     Los tocados, las galas, los sainetes,
use de ellos de hoy más vuestra heredera,
vuestra sobrina, cara de contera,
pechos de tordo, piernas de pebetes.
    Pues de oficio mudáis, mudad vestido,
10 y tratad de enjaular otro canario
que le cante a la graja en vuestro nido,
    y por que no se enoje fray Hilario,
véngala a visitar, que, a lo que he oído,
digno es de su merced el mercenario.

459 (Post. a 1617)

A Lope de Vega §

    En vuestras manos ya creo
el plectro, Lope, más grave,
y aun la violencia süave
que a los bosques hizo Orfeo,
5 pues cuando en vuestro museo
por lo blando y cebellín
cerdas rascáis al violín,
no un árbol os sigue, o dos,
mas descienden sobre vos
10 las piedras de Valsaín.

460 (¿1618?)

[Cuando don Francisco de Quevedo se puso hábito de Santiago] §

    Cierto poeta, en forma peregrina
cuanto devota, se metió a romero,
con quien pudiera bien todo barbero
lavar la más llagada disciplina.
5     Era su benditísima esclavina,
en cuanto suya, de un hermoso cuero,
su báculo, timón del más zorrero
bajel, que desde el faro de Cecina
    a Brindis sin hacer agua navega.
10 Este sin landre claudicante Roque,
de una venera justamente vano
    que en oro engasta, santa insignia aloque,
a San trago camina, donde llega,
que tanto anda el cojo como el sano.

461 (1618)

Al licenciado Enrique Vaca de Alfaro, médico y cirujano, que escribió un libro acerca del modo de curar los heridos de la cabeza §

    Vences, en talento cano,
a tu edad, a tu experiencia,
así con tu sabia ciencia
como con tu diestra mano;
5 oh, Enrique, oh, del soberano
Febo imitador prudente:
ciña tu gloriosa frente
su verde honor, pues es dina
ya por el arte divina,
10 ya por la pluma elocuente.

462 ¿1621?

A un libro de doce sermones que imprimió el padre Florencia, de la Compañía de Jesús §

    Doce sermones estampó Florencia,
orador cano, sí, mas, aunque cano,
a cuanto ventosea en castellano
se tapa las narices la elocuencia.
5     Humos reconocí en su chimenencia
de abstinente no menos que de vano,
pues que por un capón deja un milano:
¡oh bien haya tan rígida abstinencia!
    En su Religión santa, de modesto,
10 nunca ha querido lo que no le han dado:
¡oh bien haya modestia tan ociosa!
    En palacio, más mucho de lo honesto
del dueño solicita, y del privado:
¡oh mal haya ambición tan ambiciosa!

463 (ant. a 1622)

A Lope de Vega y sus secuaces §

    Patos de la aguachirle castellana,
que de su rudo origen fácil riega
y tal vez dulce inunda nuestra Vega,
con razón Vega por lo siempre llana:
5     pisad graznando la corriente cana
del antiguo idïoma y, turba lega,
las ondas acusad, cuantas os niega
ático estilo, erudición romana.
    Los cisnes venerad, cultos, no aquellos
10 que escuchan su canoro fin los ríos;
aquellos sí, que de su docta espuma
    vistió Aganipe. ¿Huís? ¿No queréis vellos,
palustres aves? Vuestra vulgar pluma
no borre, no, más charcos. Zabullíos.

464 (ant. a 1622)

A los mismos §

    «¡Aquí del conde Claros!», dijo, y luego
se agregaron a Lope sus secuaces:
con la Estrella de Venus, cien rapaces,
y con mil Soliloquios, sólo un ciego;
5     con la Epopeya, un lanudazo lego,
con la Arcadia, dos dueñas incapaces,
tres monjas, con la Angélica, locuaces,
y con el Peregrino, un fray borrego;
    con el Isidro, un cura de una aldea,
10 con los Pastores de Belén, Burguillo,
y con la Filomena, un idïota.
    Vinorre, Tifis de la Dragontea,
Candil, farol de la estampada flota
de las Comedias, siguen su caudillo.

465 (1622)

A la comedia de La Gloria de Niquea que escribió el conde de Villamediana §

    ¿Quién pudo a tanto tormento
dar gloria en tan breve suma?
Otra no fue que tu pluma,
otro no fue que tu aliento.
5 A tu canoro instrumento
Anaxtarax lisonjea,
por que tuyo el nombre sea
que hoy se repite feliz,
o a la espada de Amadís,
10 o a la Gloria de Niquea.

466 (¿1623?)

A Vallejo, autor de comedias, que, representando la de El Antecristo, y habiendo de volar por una maroma, no se atrevió, y en su lugar voló Luisa de Robles §

    Quedando con tal peso en la cabeza,
bien las tramoyas rehusó Vallejo,
que ser venado y no llegar a viejo
repugna a leyes de naturaleza.
5     Ningún ciervo de Dios, según se reza,
pisó jurisdicciones de vencejo;
volar, a solo un ángel lo aconsejo,
que aun de Roble supone ligereza.
    Al céfiro no crea, más ocioso,
10 toro, si ya no fuese más alado
que el del evangelista glorïoso.
    «No hay elemento como el empedrado»,
dijo, y así el teatro numeroso
volar no vio esta vez al buey barbado.

466bis (1623)

Contra don Juan [Ruiz] de Alarcón porque se valió de algunos amigos suyos para celebrar las fiestas reales que su majestad hizo en Madrid §

    De las ya fiestas reales
sastre y no poeta seas,
si a octavas como a libreas
introduces oficiales.
5 ¿De ajenas plumas te vales,
corneja? ¿Desmentirás
la que delante y detrás
gémina concha te viste?
Galápago siempre fuiste
10 y galápago serás.

467 (ant. a 1624)

A don Egas Venegas de Córdoba, señor de Luque (hoy conde de la misma villa), recién heredado por muertes de un tío suyo y de su padre, que habían vivido muchos años §

Si de consuelo está necesitado
    un bien afortunado
que en menos de un verano y un invierno
mató a un primo inmortal y a un padre eterno,
5 consuélelo el señor Pero Gonzales
con arrendarle a Luque en trece reales.

468 (1624)

A la fábula de Orfeo que compuso don Juan de Jáurigui §

    Es el Orfeo del señor don Juan
el primero, porque hay otro segundo;
espantado han sus números al mundo
por el horror que algunas voces dan.
5     Mancebo es ingenioso, juro a san,
y leído en las cosas del profundo,
pluma valiente, si pincel facundo:
tan santo lo haga Dios como es Letrán.
    Bien, pues, su Orfeo, que trilingüe canta,
10 pilló su esposa, puesto que no pueda
miralla, en cuanto otra región no mude.
    Él volvió la cabeza, ella, la planta;
la trova se acabó, y el autor queda
cisne gentil de la infernal palude.

469 (1624)

Al padre Gregorio de Pedrosa, predicador del rey, que, habiéndolo hecho obispo de León, no solo dejó la religión de san Jerónimo, su padre, pero aun se desnudó totalmente el hábito religioso §

    El más insigne varón
de su orden, el que ya
a san Jerónimo ha
dejado por el León,
5 su celo, su devoción
ni a la cogulla ni al manto
perdonan, y no me espanto
que su modestia hoy no quiera
vestir la piel de la fiera
10 sobre el hábito del santo.

470 (¿?) §

    No de la sangre de la diosa bella
fragrante ostentación haga la rosa,
y, pues tu luz la perdonó piadosa,
acometa segura a ser estrella.
5     Cuando destruye con nevada huella
el hibierno las flores, victoriosa,
menos distinta, pero más hermosa,
los helados rigores atropella.
    Florida mariposa, a dos imperios
10 igual se libra, y a juzgalla llego
más advertida, cuando más se atreve.
    Solo el Amor entiende estos misterios:
en el mayor incendio burla al fuego,
y en la nieve se libra de la nieve.

471 (¿?)

A una dama a quien servía, ponderando de los varios efectos de su amor, que muere y renace de sí mismo, como el fénix §

    Donde con labio alterno el Eritreo
besa a Arabia las faldas olorosas,
rosadas plumas o volantes rosas
el ave viste, que es del sol trofeo;
5     ya mariposa del farol febeo
muere, y aquellas ramas, que piadosas
fueron pira a sus plumas vagarosas,
cuna son hoy de su primer gorjeo.
    Único fénix es mi amor constante,
10 que en la luz de esos soles abrasado
muere, y en él, las esperanzas leves;
    mas renace, hallando, en un instante,
túmulo triste en llamas levantado,
y cuna alegre en sus cenizas breves.

472 (¿?) §

    Tan ciruelo a san Fulano
lo conocí, que a pesar
del barniz, ha de sudar
gomas, que desmiente en vano.
5 Si ingrato ya al hortelano
árbol fue, ¿qué será bulto?
Ni público don, ni oculto,
santo me deberá, tal,
que el que a la cultura mal,
10 peor responderá al culto.

473 (¿?) §

    Hágasme tantas mercedes,
temerario pensamiento,
que no te fíes del viento
ni penetres las paredes.
5     Pensamiento, no presumas
tanto de tu humilde vuelo,
que el sujeto pisa el cielo
y al suelo bajan las plumas:
otro barrió las espumas
10 del Mediterráneo mar,
pudiendo mejor volar
que tú ahora volar puedes.
Hágasme tantas mercedes,
temerario pensamiento,
15 que no te fíes del viento
ni penetres las paredes.
    No penetres lo escondido
de aquel corazón amado,
mientras lava su cuidado
20 en las aguas del olvido,
pues un montero atrevido
sabes que pagó sus yerros
en las bocas de sus perros
y en los nudos de sus redes.
25 Hágasme tantas mercedes,
temerario pensamiento,
que no te fíes del viento
ni penetres las paredes.

474 (¿?)

A cierto mancebo indiciado del pecado nefando §

    Valeroso el de las quinas,
no deis más pasos de amor,
porque son pasos de falso
y se restarán con vos.
5     Adviértoos que vuestros pasos
serán pasos de pasión
para un espiritüal
que adora en su Salvador.
    Destierran os de la calle,
10 porque es ya pública voz
que sois corredor de lonja
de las de junto al jamón.
    Y vos, Pedro, que negastes
a vuestro flechero dios,
15 cuando no hay gallo que cante,
ya que no canta capón,
    llorad, pues, amargamente,
y por esta negación
sea el un ojo Guadiato
20 y el otro sea Guadajoz.
    Mucho tiempo os sobra, amigos,
sin esta conversación:
mucho baldío pisáis,
mucho berro os da su flor.

475 (¿?)

A una dama que, siendo ya mujer bien cumplida de años, le llamaba su madre Isabelica, como cuando era niña §

    Señora la siempre niña,
díganos vuesa merced
qué leguas pone su madre
de Isabelica a Isabel,
5     pues ha tanto que las pisa,
y menos ratos a pie
que cabalgando, y no llega
al estado de mujer.

476a (¿?) §

    Oh, tú, que pendiente al hombro,
la aljaba ostentas de Amor,
grato asombro, dulce ofensa
del más libre corazón,
5     cazadora, que a los bosques
(nunca los pisara yo),
divinamente piadosa
te ofrece, tu inclinación,
    sagrado a las libertades:
10 ¿dónde lo habrá, si ya son
por ti los montes peligro,
amable cuanto mayor?
    Bien quien su aljaba te fía,
previsto el fin, como dios,
15 en común daño del orbe
sus armas calificó.
    Cuando él tiraba, ya vimos
que algún pecho se mostró,
si no diamante a sus puntas,
20 hielo rebelde a su ardor.
    Mas, ya que tú inmortalizas
de sus armas la opinión,
diamantes haces diamantes,
obediente el hielo al sol,
25     ¿por qué fatigas las fieras,
ignorantes del valor
de heridas que en pechos nobles
fueran glorioso blasón?
    Cese el seguir a quien huye,
30 cazadora, cuando estoy
rindiendo un alma, a tus flechas,
que las pide por favor.

476b (¿?) §

    Oh, tú, que pendiente al hombro,
la aljaba ostentas, de Amor,
que le hurtaste dormido,
que despierto te ofreció.
5     ¿Qué piensas que fue tu hurto?
¿Qué piensas que fue tu don?
Desabrocha mi silencio,
cuando mi pellico no.
    Verás, negando, mi pecho,
10 las plumas del ciego dios;
verás, bebiendo, sus puntas,
la sangre del corazón.
    Todas me las flechó el día
que tu desdén lo halló,
15 si por la venda una vez,
ciego, por el sueño, dos.
    No las ignoras, aunque
las señas de tu rigor,
sano las niega el pellico,
20 mudo las desmiento yo.

477 (¿?)

[Versión latina del poema n.° 235]
Ad Franciscum de Castro, ex societate Iesu, epigramma §

Si orator nostro meruisset tempore Graius,
    Arpinasue, fori dulcis in arte, frui,
Doctior hic foret, elloquioque potentior ille,
    Si altisonum hunc fontem Rhetoricae biberent,
5 In tot qui fluuios culto est sermone solutus,
    In tua quot libros ars dedit eximia,
Fusam ex diffusis, uiuamque canalibus undam
    Exiguum, o Castro, contrahis in spacium.
Destruat o nunquam hoc opus inuidiosa uetustas,
10     Consumat nullo tempore tempus edax,
Quod facis, ut linguae, ut calami, redimitus oliua,
    Dicant et scribant nectar et ambrosiam.