**** *book_ *id_body-1 *date_1616 *creator_ponce Introducción 1. El autor, Manuel Ponce Manuel Ponce es uno de los estudiosos que poblaron la erudición literaria del siglo XVII. Los pocos datos que sobre él y su obra conservamos deben ser tomados con ciertas dudas y reservas. Habría nacido en Madrid hacia 1581 o 1591, y vivía aún en 1623. Esta última referencia se apoya en uno de los muchos textos de censura que suscitó el Elogio descriptivo a las fiestas de toros que la majestad del rey Felipe IV hizo por su persona en Madrid, a 21 de agosto de 1623 años, a la celebración de los conciertos entre el serenísimo Carlos Estuardo, príncipe de Inglaterra, y la serenísima María de Austria, infanta de Castilla, escrito por Juan Ruiz de Alarcón con la colaboración de otros autores. La censura en cuestión es el Comento contra setenta y tres estancias que don Juan de Alarcón ha escrito a las fiestas de los conciertos hechos con el príncipe de Gales y la señora infanta María; según este texto, atribuido a Quevedo, Manuel Ponce habría escrito cuatro de esas estrofas. Entrambasaguas (1967, I, p. 335) afirma que Manuel Ponce «vivió en la corte casi siempre, siendo criado de su Majestad Felipe IV en los papeles de su Hacienda». Además de las cuatro octavas antes citadas, su obra conocida hasta hoy es la siguiente:La Silva a las Soledades de don Luis de Góngora. Con anotaciones y declaración por Manuel Ponce, y un discurso en defensa de la novedad y términos de su estilo. Noviembre de 1613, texto descubierto y estudiado por Dámaso Alonso.Una epístola al conde de Villamediana en defensa del léxico culterano, que estudiaron y editaron Juan Manuel Rozas y Antonio Quilis, y que fechan en torno a 1617. Como se verá más adelante, es una defensa del neologismo frente a las censuras que achacaban a este uso el atentar contra la proprietas, y parece destinada a la defensa del Faetón de Villamediana de las críticas que su estilo había suscitado. Varios pasajes de una de las secciones de la Silva de Ponce –el Discurso en defensa de la oscuridad, escrito antes de 1617– fueron incluidos en la epístola a Villamediana, que se fecha entre 1617 (aparición del Faetón) y 1622 (año del asesinato de Villamediana, en agosto).Oración fúnebre a la muerte de don Rodrigo Calderón, que fue degollado en la Plaza Mayor de Madrid, Jueves 21 de Octubre de 1621.Relación de las fiestas que se han hecho en esta Corte a la canonización de cinco santos: copiada de una carta que escribió Manuel Ponce en 28 de Junio, 1622…El soneto «Una Aurora esplendor de siete Auroras», editado por Lope de Vega en su Relación de las fiestas que la insigne villa de Madrid hizo en la canonización de su bienaventurado hijo y patrón, San Isidro… Madrid, 1622.La Apología en defensa de Virgilio sobre un lugar de la cuarta Geórgica, por Manuel Ponce, dirigida al Maestro Pedro de Torres Rámilla, colegial en el insigne theólogo de Alcalá, que lleva la fecha de 1622. Es un comentario que encontré en la Hispanic Society of America, y que Helena de Carlos y yo transcribimos y estudiamos en 2010. Este texto confirma la noticia que Quevedo había dado en La Perinola; allí señalaba un libro de Ponce «comentando algunos lugares de Virgilio» (La Perinola, p. 372) entre los olvidos de Juan Pérez de Montalbán en su Índice o catálogo de los ingenios de Madrid, incluido al final del Para todos (1632). La Apología en defensa de Virgilio debió de ser una parte de ese libro de comentarios. A estas obras cabe añadir los otros títulos que Quevedo atribuye a Ponce en su Perinola, además del mencionado libro de comentarios a Virgilio:A Manuel Ponce le quita un discurso que intituló Crisol de la lengua castellana, un libro del genio y otro comentando algunos lugares de Virgilio (La Perinola, p. 378). Manuel Ponce fue un estudioso muy activo en las diversas polémicas literarias que conocieron las letras españolas del siglo XVII. Así, la Apología en defensa de Virgilio se encuadra en la rica tradición de comentarios al poeta mantuano que se desarrolló en España, y se dirige en forma de carta a Pedro de Torres Rámila, con quien Ponce mantuvo una relación de amistad y afinidades literarias. En el terreno personal, Ponce declaró varias veces en las informaciones que el colegio complutense de san Ildefonso inició ante la solicitud de una beca por Torres Rámila, y dio siempre una positiva opinión de este. Las características de este texto de Ponce responden a la evolución que los comentarios de Virgilio experimentaron en nuestras letras a partir del siglo XV. En dicho proceso, la finalidad eminentemente propedéutica del comentario se enriqueció con un mayor sentido crítico y una mayor preocupación filológica por el texto comentado. Este no será solo una base que permita aprender gramática latina, retórica, historia o realia, sino que su propia configuración se convertirá en objeto de estudio. El comentario de Manuel Ponce responde a esta orientación, pues su objetivo es la correcta fijación de un pasaje virgiliano. No es, pues, el tipo de comentario general que atiende a la totalidad de la obra y la explica verso a verso. Se trata de un comentario más especializado, cuyo destinatario es un experto en la materia; su finalidad es explicar algún lugar del texto especialmente difícil, matizando o refutando con frecuencia propuestas anteriores. Esto es precisamente lo que hace Manuel Ponce al dirigir a Pedro de Torres Rámila su refutación de la lectura que Juan Luis de la Cerda hacía de los versos 287-294 de la cuarta Geórgica, pasaje donde Virgilio habla del Nilo y las tierras de Egipto y ambienta la ubicación de la práctica de la bugonia, es decir, la generación espontánea de abejas a partir de la carne de bueyes muertos. Tal vez ese comentario de Ponce forme parte de un enfrentamiento más amplio, aunque los datos no son totalmente seguros: según parece, en la hoy perdida Spongia, Torres Rámila, además de criticar a Lope de Vega, habría atacado a Juan Luis de la Cerda por sus comentarios a Virgilio; en la Expostulatio Spongiae, la contestación de los amigos de Lope a la anterior censura, se incluye, dentro de los «Elogia illustrium virorum pro Lupo a Vega Carpio», una parte de la elogiosa aprobación que Juan Luis de la Cerda había hecho de Los pastores de Belén en noviembre de 1611, lo que pudiera confirmar su antagonismo con el grupo de Ponce y Torres Rámila. La fama del gran comentarista de Virgilio debió de despertar entre los hombres de letras un cierto afán polemista. En su España defendida, cuyo borrador autógrafo es de 1609, un joven Quevedo deseoso de figurar en el elenco del humanismo hispano afirma haber escrito un libro donde contradice algunas interpretaciones de la obra de Virgilio llevadas a cabo por Juan Luis de la Cerda; así al menos parece deducirse del título de este opúsculo, hoy perdido o tal vez nunca escrito: Homeri Achilles adversus imposturas Maronianas Ludovici de la Cerda (redivivi Tersitis). Sea como fuere, Manuel Ponce quiso dejar constancia de su erudición al acometer una refutación a uno de los más afamados comentaristas del más apreciado de los poetas. La figura de Manuel Ponce también aparece en la polémica literaria que se inició con la crítica a varias obras de Lope por no respetar diversos preceptos referentes a la construcción de la fábula, y que también cuestionaba sus saberes y erudición. Los hitos de esta discusión se hallan en dos textos ya mencionados. El primero, hoy perdido, lleva el gráfico título de Spongia: criticaba diversas obras de Lope y fue publicado por Pedro de Torres Rámila en 1617; el segundo, la Expostulatio Spongiae, es la respuesta que varios amigos del Fénix editaron pocos meses después. La participación de Manuel Ponce en la Spongia se vincula a la del mencionado Torres Rámila, a quien, como hemos dicho, le unían una buena relación y comunes puntos de vista literarios. Esta polémica permite perfilar algunos de los enfrentamientos que poblaron el complejo panorama de las letras españolas del XVII. En la Expostulatio spongiae se habría incluido una epístola a nombre de Torres Rámila donde se criticaban las notas que González de Salas hizo a su edición del Satiricón de Petronio, y también su discurso sobre el uso de los cálculos en la antigüedad (De antiquorum calculis diatriba), obra hoy perdida a la que González de Salas se refiere en sus comentarios a la obra de Petronio. Según indica esa epístola incluida en la Expostulatio, Manuel Ponce también había criticado dicho discurso de González de Salas. Otra figura que aparecería en las censuras de la Spongia es la del jesuita Juan Luis de la Cerda. Al hablar del comentario de Manuel Ponce a la cuarta Geórgica de Virgilio, fechado en 1622, ya he mencionado que su refutación de la hipótesis interpretativa que de ese lugar hacía Juan Luis de la Cerda encaja en las menciones negativas que sobre su figura de comentarista de Virgilio se hacían en la Spongia. Las diversas polémicas literarias van tejiendo así una red de complejos enfrentamientos eruditos y personales entre los estudiosos que participaron en ellas. En ese contexto, la Silva a las Soledades y la epístola al conde de Villamediana sitúan a Manuel Ponce como defensor de Góngora y el estilo culto, dentro de la polémica que protagonizó el panorama literario de las primeras décadas del XVII. Almansa y Mendoza, el Abad de Rute y Martín de Angulo y Pulgar lo habían citado ya entre los defensores del poeta cordobés. La Silva fue dada a conocer por Dámaso Alonso, quien, informado por José Antonio Muñoz Rojas, consultó el manuscrito de la biblioteca de don Francisco Fernández de Navarrete, marqués de Legarda, en Ávalos (Logroño). En un trabajo fundamental de 1978, Dámaso Alonso estudiaba sus características generales y extractaba algunos pasajes. Los argumentos que maneja Ponce en este texto no difieren de los observados en otros defensores en la polémica. Así, se abre con un prólogo en el que defiende la oscuridad de las Soledades de las censuras que se vertían por la extrema dificultad de sus tropos, el exceso en la complejidad del hipérbaton y demás figuras per ordinem, la frecuencia de voces peregrinas y la falta de decoro entre estilo y género. El comentario del poema aclara las que Ponce supone dificultades en la interpretación de versos, con especial atención a las alusiones mitológicas e históricas. Al comentario le sigue un discurso que, como veremos más adelante, defiende la oscuridad del poema de Góngora como rasgo esencial de la poesía. No sabemos por qué Ponce se decidió a intervenir en la polémica. No consta que tuviese una relación de amistad con Góngora, a quien no menciona por su nombre en el comentario, sino como «el autor» o «nuestro autor». Pero desde el punto de vista de las ideas literarias, su actitud casa con la defensa del Faetón de Villamediana, y también con su participación en la Spongia en el bando opuesto a Lope de Vega. Relacionada con la polémica gongorina está también la epístola a Villamediana, texto que se centra sobre todo en el neologismo o, como se denominaba en su época, los verba peregrina. Frente a las censuras que achacaban a este uso el atentar contra la proprietas, Ponce argumenta en su defensa apoyándose en autores latinos y romances que emplearon dichos vocablos (incluso el «claro» Lope de Vega), y señalando que es un fenómeno común a todas las lenguas. Además, niega que se trate de una vana ostentación erudita, y defiende la necesidad artística de dichas voces «para significar mejor o con más decencia sus conceptos». En definitiva, fue Ponce un estudioso muy activo en el rico y polémico panorama literario de su tiempo. En su Apología en defensa de Virgilio se atrevió a contradecir a uno de los más famosos comentaristas del poeta mantuano, el jesuita Juan Luis de la Cerda, en un intento que mostraba su propósito de medirse con los mejores. Se alineó con Torres Rámila y su grupo en favor de una preceptiva aristotélica que encajaba con su perfil de académico, y que se enfrentó a las innovaciones literarias de Lope. Y defendió tempranamente a Góngora abanderando, como veremos posteriormente, la dificultad y la oscuridad como señas de identidad del poeta. Ponce no alcanzó la fama erudita de Juan Luis de la Cerda, ni aspiró a la literaria de Lope de Vega o Luis de Góngora. Fue uno de los que Antonio Paz y Mélia (1925, p. XIV) calificó de «críticos al microscopio», al referirse, precisamente, a Torres Rámila y sus censuras a Lope. Sin embargo, Ponce sí debió de gozar de alguna consideración en el terreno de la erudición y el estudio, donde la competencia fue máxima en el siglo XVII. Quevedo, tan dado a la invectiva –y que, curiosamente, también prometió hacer una obra para rebatir algunas interpretaciones de Juan Luis de la Cerda–, no fustigó su figura cuando citó en La Perinola las obras de Ponce que Juan Pérez de Montalbán había olvidado señalar en su Catálogo de los ingenios de Madrid. Quienes lo mencionaron como defensor de Góngora ponderan su erudición, ese preciado tesoro que sirvió de norte a tantos hombres de letras del siglo XVII. En el lado de los antagonistas, Lope de Vega mostró las típicas contradicciones que se encuentran en las valoraciones asociadas a estas disputas: si en una de las sátiras a él atribuidas censura abiertamente a Ponce («Déjate de morlacos o morlanos, / Figueroas, didáscalos y Ponces, / puesto que finges defensores vanos»), en «El jardín de Lope de Vega» alabó su afán por el estudio, bien por amistad aun siendo Ponce amigo de Torres Rámila, bien por respeto o conveniencia. Prueba de estas complejas y cambiantes relaciones, no exentas de la tópica del protocolo, es que «El jardín de Lope de Vega» se incluye en La Filomena (1621), obra donde también se recoge una contienda entre un tordo y el ruiseñor Filomena, tras los que se esconden Torres Rámila y el propio Lope. Debe tenerse en cuenta, además, que en estas polémicas en ocasiones cruzan sus dardos escritores y estudiosos, creadores frente a críticos, y que los intereses y afanes de unos y otros entran a menudo en conflicto por la distinta índole de su enfoque. La polémica literaria, especialmente si se centraba en una obra o autor conocido –Lope, Góngora, el Virgilio de Juan Luis de la Cerda–, era un medio para que estos intelectuales mostrasen la excelencia de sus saberes y ganasen fama en ese otro Parnaso de segundo rango. Precisar los detalles de ese entramado de relaciones exige una investigación histórica en archivos y documentos de la que aquí solo puede subrayarse su necesidad. 2. Título Habitualmente la crítica nombra el comentario de Ponce como Silva a las Soledades, o se refiere a él de forma abreviada como la Silva de Manuel Ponce. Silva a las Soledades es, en efecto, la expresión que encabeza la portada del manuscrito, cuya transcripción es la siguiente (ver la imagen 1):f. 1r Portada SYLVA / a las SOLEDADES / de Don Luis de Góngora / Con anotaciones y declaracion / POR / Manuel Ponce / y un discurso en defensa de la Novedad / y terminos de su estilo. / NOVIEMBRE / de 1613. El sentido de la expresión «Sylva a las Soledades de Don Luis de Góngora» puede entenderse de dos formas:- interpretando silva como 'escrito que reúne varios materiales concernientes a las Soledades'; la frase haría referencia entonces al conjunto del trabajo de Ponce.- interpretando que Silva a las Soledades es la manera con la que Ponce se refiere al poema de Góngora. Esta lectura encuentra apoyo en el conjunto de la portada, donde se reflejan perfectamente y por su orden las secciones principales del manuscrito, que se inicia con el texto de la Soledad primera, al que siguen la anotación y explicación de sus versos, y un discurso en defensa de la oscuridad en el estilo de los poetas. Esta práctica de los títulos detallados es habitual en Ponce, como muestra también su Apología en defensa de Virgilio. Además, en varias ocasiones a lo largo de su comentario (fols. 2r, 2v, 39v, 64r, 81v, 86r, 109r), Ponce se refiere al poema de Góngora como silva. Ya Dámaso Alonso pareció haber entendido de esta forma la expresión, pues uno de los epígrafes del artículo donde daba noticia del escrito se titula «La "Silva a las Soledades" anotada y comentada» y, poco después, señala explícitamente que la expresión silva hace referencia a la Soledad primera. En consecuencia, aunque creo que resulta apropiado seguir nombrando el conjunto del comentario según la tradición de estudios previos, pienso también que debe subrayarse que esta lectura alude al título del poema de Góngora, pues a él se refiere Ponce con el marbete Silva a las Soledades. Creo asimismo que puede utilizarse la denominación Discurso en defensa de la oscuridad –y su mención abreviada, Discurso– para hacer referencia concreta a la sección donde Ponce desarrolla de forma más articulada sus ideas teóricas sobre el estilo en poesía, sección que se diferencia claramente en la configuración del manuscrito y en la intención del comentarista. Así se hará a lo largo de estas páginas. 3. Cronología La portada, donde se lee «noviembre de 1613», nos lleva también al delicado asunto de la fecha de redacción del trabajo de Ponce. La crítica ha señalado la aparente contradicción entre esa temprana fecha y el hecho de que la versión de la Soledad primera que se copia entre los folios 4r y 33v esté cercana a la definitiva, y con que al final del códice (fols. 113r-120v) se incluya el texto de la Soledad segunda desde el verso 677 al verso 936. En primer lugar, debe tenerse en cuenta que Manuel Ponce tiende a fechar con precisión sus escritos. En este sentido, la portada se refiere a las dos grandes secciones que constituyen el trabajo de Ponce: la anotación del poema y el Discurso en defensa de la oscuridad. En consecuencia, cabe pensar que en esa fecha Ponce tenía, al menos, una idea precisa de lo que sería el conjunto de su trabajo. El examen del códice permite añadir otras consideraciones. La configuración del manuscrito y sus grafías apuntan a una tarea elaborada en varias fases, algo que ya habían señalado Dámaso Alonso (1982, p. 524) y Robert Jammes (1994, pp. 616-618). En cuanto a la letra, hay que diferenciar tres manos. Una sería la que copia el texto de la Soledad primera (ver la imagen 2); otra sería la de Ponce, que copia la anotación al poema, el Discurso en defensa de la oscuridad, los versos de la Soledad segunda y los textos situados en apéndice al final del códice (imágenes 3 y 4). Además, el cambio entre una y otra mano, entre el final de la Soledad primera y el comienzo de la anotación (fols. 33v y 34r), parece coincidir con un cambio de cuaderno (imagen 5). La firma de Ponce, que aparece en los fols. 40r, 83r y 86v, coincide con la segunda grafía señalada (imágenes 6 y 7). La tercera mano, claramente diferenciada, pertenece a un estudioso que examinó el trabajo y anotó algunas enmiendas a los versos de la Soledad primera incorporando variantes de la versión definitiva; también incorporó observaciones a las notas de Ponce, a las que este responde en algún caso, lo que indica que el texto volvió a sus manos tras esa revisión (imagen 8). A la elaboración del trabajo en fases apuntan también los restos de una foliación originaria del manuscrito, que numera del folio 1 al 50 la anotación al poema, y del 1 al 22 el texto del Discurso sobre su estilo, partes ambas escritas por Manuel Ponce (imágenes 6 y 7). A ello debe añadirse que, al final de la dedicatoria al conde de Salinas que precede a la anotación (fol. 39v), Ponce le promete otro discurso donde responderá a las objeciones contra el estilo de la Soledad primera. La promesa de ese otro discurso indica, en efecto, que estas dos partes del trabajo de Ponce –anotación del poema y Discurso en defensa de su estilo– fueron elaboradas en diferentes momentos. En el mismo sentido cabe interpretar que, en la dedicatoria que precede al Discurso en defensa de la oscuridad, Ponce afirma haber cumplido esa promesa, e indica que las críticas al poema de Góngora han crecido desde el momento en el que había llevado a cabo la anotación. El final de esa tarea no podría ir más allá de 1616, pues las dedicatorias al conde de Salinas que preceden a la anotación y el Discurso se refieren a él como «presidente del Consejo Supremo de Portugal», cargo que desempeñó entre 1605 y 1616, para pasar a ser Virrey desde 1617 a 1621. También debe señalarse que Ponce no menciona el título de marqués de Alenquer que Felipe III concedió a Diego de Silva y Mendoza en octubre de 1616. Como indica Trevor Dadson, a partir de esa concesión Diego de Silva y Mendoza dejó de firmar con el título de conde de Salinas, que fue usado por su hijo desde entonces. Ese término de 1616, aunque prudente, podría resultar incluso algo exagerado en relación con las tempranas menciones a Ponce entre los conocedores de los poemas de Góngora. Por desgracia, la correspondencia y memoriales del conde de Salinas, recientemente estudiados y editados por Trevor Dadson, no arrojan noticias sobre Ponce. A todo lo anterior hay que añadir algo obvio: Manuel Ponce no podría haber comenzado su comentario sin tener el texto de la Soledad primera. Si este es el primer requisito, ese texto estaría disponible ya en noviembre de 1613. El verso 6 («en dehesas azules pace estrellas») muestra que la versión recogida en la copia de Ponce es posterior a la primitiva que manejó Almansa y Mendoza («zafiros pisa, si no pace estrellas») en sus Advertencias, escritas en la segunda mitad de 1613 o en 1614. Se trata de una versión intermedia que manejaron comentaristas como Jáuregui en su Antídoto (1614-1615), pues la voz dehesas aparecía en una de las listas de términos censurados por Jáuregui. Esa versión del poema, posterior a la manejada por Almansa, estaría finalizada en noviembre de 1613. Por lo tanto, sabemos con seguridad que Manuel Ponce concibió una labor de anotación de la Soledad primera y la elaboración de un Discurso en defensa de su estilo ya en noviembre de 1613; disponía entonces de una versión del poema posterior a la primitiva y cercana a la final, y sobre ella su trabajo debió de conocer al menos dos grandes fases: la anotación y la posterior elaboración del discurso. Así lo muestran la promesa de este discurso en la dedicatoria que precede a la anotación, y la inicial foliación independiente de ambas secciones. También el hecho de que todas las secciones del volumen comiencen en el recto de un folio y, en algún caso, dejando incluso el vuelto del anterior en blanco. Con seguridad puede afirmarse también que esa tarea –anotación y Discurso– habría sido concluida, como más tarde, en 1616, cuando el conde de Salinas dejó de ser presidente del Consejo Supremo de Portugal, aunque cabe pensar que pudiese haber finalizado antes de esa fecha a la luz del devenir de la polémica gongorina. Dentro de estos márgenes, pueden proponerse algunas hipótesis para tratar de delimitar con mayor precisión la cronología de algunas secciones del comentario. Es muy posible que al menos la anotación del poema haya que llevarla a fechas no demasiado alejadas de la de la portada. En este sentido, ya en 1978 Dámaso Alonso, aunque con reservas y de manera prudente, parecía inclinarse por una fecha temprana al calificar a Ponce como primer comentarista de Góngora: «Por lo que conocemos hasta ahora, el primer comentarista de las Soledades fue Manuel Ponce. No debemos, sin embargo, darlo como cosa del todo segura. Es posible que Noviembre de 1613 fuera la fecha de comienzo de su trabajo y que éste durara quizá varios meses». Recientemente, José Manuel Rico García ha propuesto en su introducción al texto anónimo Contra el Antídoto de Jáuregui y en favor de don Luis de Góngora, que esa fecha de noviembre de 1613 podría referirse al final de la anotación del poema. Advierte José Manuel Rico que, al final de la dedicatoria «A los que no entienden esta silva», Ponce habla ya de su labor de anotador como concluida. En efecto, Ponce afirma: «he hecho las notas de ella, declarando las figuras retóricas y términos poéticos, construyendo lo que esta latinizado, señalando las imitaciones importantes y refiriendo las fábulas o historias que toca en los lugares necesarios, para que, desta suerte, quede manifiesta y clara su inteligencia a todos». Esta dedicatoria se sitúa entre los folios 2r y 3r, inmediatamente después de la portada y antes del texto del poema, que se supone Ponce tenía en noviembre de 1613. Posterior a la anotación fue la redacción del folio 84r. Tras concluir las notas al poema, Manuel Ponce añade una serie de autoridades que hablaron sobre el Nilo y que no pudo incluir en su extensa nota 101 referida a ese río, cuya dimensión se explica por ser un tema que le ocupó en su comentario a Virgilio. Cabe pensar que esas autoridades no las conocía o no las había manejado en el momento de redactarla. De hecho, el folio no lleva resto de la numeración antigua que sí aparece en los de la anotación. Una de esas autoridades allí incluidas arroja un dato cronológico interesante:Michael maiero, en su Arcana Arcanissima. hoc est. Hieroglyphica Aegiptio-graeca. Al principio del L. 1. El autor de la obra es el médico y alquimista Michael Maier (1568-1622). Ponce se refiere a una de sus primeras obras destacadas: Arcana arcanissima, hoc est, Hieroglyphica AEgyptio-Graeca.... Si las primeras ediciones de esta obra fueron de 1614 (Oppenheim y Londres, Thomas Creede), Ponce debió de redactar ese folio añadido a la anotación no antes de ese año. No obstante, el dato no es seguro, pues algunos catálogos bibliográficos dan 1613 como posible fecha de la primera edición. Posteriores a la anotación son también las observaciones del ya mencionado revisor que corrige algunos versos de la Soledad primera con la lectura definitiva y enmienda notas de Ponce, así como las réplicas de Ponce a algunas de sus observaciones. Probablemente el final de esta tarea escalonada venga dado por el pasaje de la Soledad segunda que se copia en los últimos folios, y que abarca desde el verso 677 («Las Horas ya, de números vestidas») hasta el verso 936 («heredado en el último graznido»). Este pasaje intenta reproducir de manera no fragmentada el episodio de la caza de cetrería, tal y como indica ya su título en el folio 113r: «Segunda Soledad / El periodo de la caza». Este texto fue copiado por Manuel Ponce y no por quien copió los versos de la Soledad primera en la parte inicial del manuscrito. Además, el texto comienza –como sucede en las diversas secciones del manuscrito– en el recto de un folio, y parece que inicia también un cuaderno, rasgos todos ellos que confirman las sucesivas fases de elaboración de los materiales que configuran el códice. En cuanto a la fecha de esta parte que recoge los versos de la Soledad segunda, el trabajo donde Mercedes Blanco muestra las semejanzas entre este episodio de la Soledad segunda y un pasaje del sermón de Paravicino para las fiestas de Lerma, en octubre de 1617, indica que esta parte de la Soledad segunda estaba ya compuesta en esa fecha. Resta por valorar el dato fundamental que ofrece la portada, donde se refleja la fecha de noviembre de 1613. Dependiendo del momento en el que hubiese sido elaborada, podría afinarse más o menos el periodo de redacción de algunas secciones del comentario. Señalo tres posibles interpretaciones:La portada fue escrita al haber terminado todo el trabajo que se copia en el códice, pero con la fecha de su inicio.La portada fue escrita al comienzo del trabajo, que se prolongó durante meses o incluso años.La portada fue escrita al haber finalizado al menos alguna de sus secciones (anotación y Discurso) o ambas. En este sentido, ya se ha indicado que el hecho de que la dedicatoria «A los que no entienden esta silva» se haya escrito después de las anotaciones –que se dan en ella por concluidas– y esté situada inmediatamente después de la portada donde se señala «noviembre de 1613», apunta a que las notas al poema fueron concluidas en fecha no muy alejada de esta. Por otra parte, cuando Ponce dirige su comento de Virgilio a Torres Rámila no olvida datar el texto. No coloca fecha, en cambio, en ninguna de las dos dedicatorias que dirige al conde de Salinas –que preceden a la anotación y al Discurso–, tal vez porque iba ya incluida en la portada del manuscrito que las recogía. Por todo ello, creo más probables la segunda y tercera de las opciones arriba expuestas, y, dentro de ellas, que la indicación «noviembre de 1613» corresponda al final de una (anotación) o de las dos partes (anotación y Discurso) del comentario de Ponce. En conclusión, una datación prudente del comentario de Manuel Ponce es la que ofrece un arco temporal entre noviembre de 1613 y 1616. Es posible, además, que la anotación –y, tal vez, también el Discurso en defensa de la oscuridad– hubiesen sido redactados en una fecha no muy lejana a la de la portada –noviembre de 1613–, y que el resto de los materiales del códice hubiesen sido añadidos con posterioridad, como ya se ha mostrado en algún caso. Como sucede con la biografía de Ponce, se precisa de una mayor documentación que pueda arrojar datos más precisos sobre esta cuestión de capital importancia, pues la datación de este temprano comentario del poema de Góngora es importante a la hora de perfilar la cronología posterior de la polémica. 4. Estructura La estructura externa del códice que recoge este trabajo de Manuel Ponce se refleja en la siguiente descripción. Agradezco a su propietario –cuyo anonimato respeto a petición suya– me haya permitido la consulta y reproducción fotográfica del manuscrito para su estudio y edición, así como la difusión de las imágenes que se reproducen:fol. 1r: Portadafol. 1v: Breve semblanza de la vida y obras de Ponce, probablemente escrita por Dámaso Alonso.fols. 2r-3r: Dedicatoria «A los que no entienden esta silva».fols. 4r-33v: Texto de la Soledad primera, bajo el epígrafe «Soledades» (fol. 5r).fols. 34r-40r: Dedicatoria «Al conde de Salinas, presidente del Consejo Supremo de Portugal».fols. 40v-83r: Anotación al poema.fol. 83v: nota de Ponce: «Intelligisti cogitationes meas de longe. Ps. 138».fol. 84r: Anotación de Ponce donde recoge diversos autores que trataron sobre el Nilo además de los que señala en sus notas al poema.fol. 84v: en blanco.fols. 85r-108v: Discurso en que se trata si en los términos de la poesía es necesaria la obscuridad y forzosa en las locuciones della. Y en qué modo se puede permitir que el Poeta sea obscuro a los ignorantes de los preceptos del Arte; y facultades que se cifran en los versos. Y si el que a todos es difícil se haya de reprobar y no estudiarle. (fol. 85r: portada del Discurso, fol. 85v: en blanco, fols. 86r-86v: Dedicatoria al conde de Salinas, fols. 87r-108v: texto del Discurso).fols. 109r-109v: Apéndice donde remite al prólogo de la Coronación de Juan de Mena, y recoge algunos de sus pasajes para autorizar los usos gongorinos.fols. 110r-112r. La Rosa. Od. 53 de Anacreón traducida del griego por don Francisco de Quevedo.fol. 112v: en blanco.fols. 113r-120v: Texto de la Segunda Soledad, El periodo de la caza, desde el verso 677 («Las Horas ya, de números vestidas») hasta el verso 936 («heredado en el último graznido»).fol. 121: en blanco. La descripción del códice permite diferenciar las siguientes secciones fundamentales:La dedicatoria «A los que no entienden esta silva».El texto de la Soledad primera, con la anotación correspondiente precedida de la dedicatoria al conde de Salinas.El Discurso en defensa de la oscuridad, precedido de otra dedicatoria al conde de Salinas.Diversos materiales complementarios a la anotación. A continuación abordaré los aspectos fundamentales que se desarrollan en todas las secciones menos en el Discurso en defensa de la oscuridad, del que me ocuparé en el apartado final, dedicado a los conceptos e ideas del escrito de Ponce. Dedicatorias Los distintos materiales que reúne el trabajo de Ponce explican la presencia de tres dedicatorias. La primera de ellas, «A los que no entienden esta silva» (fols. 2r-3r), se sitúa antes del texto de la Soledad primera. Es un texto breve pero muy preciso: constituye una justificación de la anotación al poema de Góngora, al tiempo que una censura dirigida a quienes criticaban su oscuridad. Es precisamente esa oscuridad la que justifica el esfuerzo de Ponce en anotar los versos. Ponce enumera las causas por las que la Soledad primera –a la que se refiere ya como silva– es oscura para diversos ingenios, incapaces de comprender sus versos. Esas causas recogen las principales vertientes de la censura a las Soledades, y las examinaré en el apartado 6 de esta introducción, que se dedica a los conceptos desarrollados en el comentario. La anotación al poema va precedida de una dedicatoria al conde de Salinas (fols. 34r-40r). Su organización sigue un esquema retórico que comienza por un breve exordio, continúa con el grueso de la exposición (narratio y argumentatio) y remata con una breve conclusión. El exordio recoge la tópica captatio benevolentiae del destinatario, el conde de Salinas, a quien se alaba especialmente por su talento artístico y sensibilidad favorable al poema de Góngora, lo que explica que Ponce le dedique el escrito y lo someta a su juicio. Aparte de ello, la humilitas autorial se combina con la ponderación de la dificultad del poema, tan alta que a menudo hizo a Ponce desistir de su intento de comentarlo. Esta habitual estrategia de los exordios es muy del gusto de Ponce, quien también la empleó en el comentario de Virgilio que dirigió a Pedro de Torres Rámila:Mil veces he resistido el animoso intento de investigar la inteligencia desta silva, viendo que tantos sujetos ingeniosos la deponen y se privan de entenderla. Y otras tantas me ha vencido la porfía de un secreto impulso, quizá movido (con arduas esperanzas) de la misma dificultad desta impresa, cuyo honor –si bien desconfío merecerle– debía ser igual al riesgo que tiene el hecho. Mas ya que prometí su cumplimiento, al deseo forzoso ha de ser que le tenga, quedando en obligación no pequeña a mi ingenio, con quien he querido adeudarme. Reconociendo el crédito, granjeo en intentar lo que tantos han temido (Silva a las Soledades, fols. 34r-34v)Y mándame decir mi sentimiento, juzgando que la sufiçiencia que me atribuie su favor podrá haçer el efecto que si fueran iguales sus quilates en mi talento a los que me concede su confiança. Pueda en mí su preçepto lo que no consiguiera mi cuidado, aun persuadido de tener algún premio en la inteligençia de lugar tan difícil. Y pues lo sagrado de sus atençiones no debe inclinar los ojos a las humanas tinieblas, permítase a los desbelos humanistas, si no a la diciplina de la crítica enseñança, la exposiçión de lugar que tantos an juzgado inaccesible, atribuyendo la culpa de corta diligencia al superior ingenio de el autor (Apología en defensa de Virgilio, fol. 132r). Tras la preceptiva captatio benevolentiae, el texto se dirige a «el torrente de los doctos, agudos y curiosos, de cuyas tres especies no he visto que alguno haya aprobado en todo esta silva» (fol. 34r). Esa clasificación va a ir vertebrando la parte central de esta dedicatoria, donde Ponce adjudica a cada uno de esos grupos las censuras que atribuyen al poema. Dependiendo de la fecha más temprana o tardía que se otorgue a la difusión de la Soledad primera, este torrente se interpretaría como un estado de opinión real o como una «defensa preventiva» ante posibles ataques futuros al poema, aunque ambas situaciones pudieran haber convivido. Las cuestiones que centran esas censuras son las habituales en la polémica gongorina, y Ponce las desarrollará con más detalle en su Discurso en favor de la oscuridad. En el apartado de esta introducción dedicado a los conceptos debatidos en el comentario abordaré estos aspectos. Esta segunda dedicatoria se cierra con una peroratio (fols. 39r-40r) donde Ponce lamenta la envidia y falta de reconocimiento del talento ajeno en su tiempo (fols. 39r-39v). A ello le sigue la preceptiva alabanza final del conde de Salinas, y la promesa de enviarle un discurso donde responderá a esas objeciones contra el estilo de las Soledades. La dedicatoria concluye –hay que reconocer que de forma práctica pero poco solemne– con una breve explicación del sistema de notas que se seguirá a continuación. Al conde de Salinas vuelve a ir dirigida una última dedicatoria (fols. 86r-86v) que precede al Discurso en defensa de la oscuridad en el estilo del poeta. En este breve texto, Ponce, además de cumplir con la preceptiva captatio benevolentiae, afirma haber cumplido la promesa de enviar al conde una defensa del poema gongorino frente a las múltiples críticas que ha suscitado, y que atribuye a la ignorancia y escaso ingenio de sus detractores. Dos cuestiones deben destacarse en este breve texto: en primer lugar, Ponce señala que las censuras al poema de Góngora recogidas en la dedicatoria que precede a la anotación se han visto multiplicadas en el tiempo que ha mediado entre aquella y la redacción del presente Discurso en defensa de la oscuridad. En segundo lugar, afirma que, pese a ese ambiente de polémica, se mantendrá fiel a su intención de ofrecer un juicio sistemático y razonado de sus ideas sobre el estilo poético, y que intentará no dejarse llevar por el tono encendido del debate. En efecto, ese propósito se logra a lo largo del Discurso, y probablemente resultó favorecido por encontrarse aún en una fase inicial del enfrentamiento. Estas dos dedicatorias dirigidas al conde de Salinas se explican por la buena relación existente entre él y Góngora, aunque los gustos poéticos de ambos no fueran los mismos. Ponce le habría dedicado sus notas a la Soledad primera y el Discurso en defensa de la oscuridad para captar su favor en los primeros momentos de difusión del poema. A todo ello cabe añadir, por supuesto, los posibles intereses personales inherentes al hecho de dedicar un trabajo a un noble de la formación y sensibilidad literaria del conde de Salinas. Notas a la Soledad Primera Las 104 notas que Ponce añade al texto de la Soledad Primera suelen dedicarse a explicar las alusiones mitológicas y las fuentes literarias, y a ofrecer diversas informaciones (realia) referentes a animales, historia o geografía. Otro nutrido grupo de notas se dedican a explicar el sentido de metáforas, perífrasis o voces de difícil comprensión, o a parafrasear versos reordenando su sintaxis. Como ya he señalado en otro lugar, en este tipo de notas Ponce no se detiene en consideraciones teóricas sobre los tropos y figuras empleados. Solo en cinco ocasiones la nota de Ponce hace alguna precisión retórica, aunque tampoco extensa, pues la anotación no es el lugar adecuado para abordar dichas cuestiones. Suele limitarse en ellas a señalar el nombre de la figura o tropo: metonimia en la nota 10 (fol. 43v) al verso «que a Vulcano tenían coronado» (v. 93), hipérbole en la nota 66, que corresponde a los versos 550-555, e ironía compuesta en la nota 39 (fols. 52r-52v), donde Ponce explica el sentido de los versos 329-334 y añade la siguiente precisión retórica: «Este concepto es ironía compuesta en que dice que resistía el gamo ser llevado a los novios, porque el matrimonio aborrece hasta la sombra del cuerno». En efecto, la ironía que encierra el pasaje es compuesta, pues no afecta a una sola palabra, sino al conjunto de los versos, y se halla en el agudo doble sentido que interpreta, detrás del joven gamo ofrecido como regalo de bodas, una burlesca alusión a los cuernos del matrimonio. Ponce se demora algo más (notas 27 y 68) en consideraciones retóricas sobre los que, en general, podríamos denominar verba peregrina, es decir, voces nuevas y de otra lengua. Es un aspecto que le preocupó mucho, pues le volverá a dedicar una amplia sección de su Discurso en defensa de la oscuridad, y centrará, en torno a 1617, su Epístola a Villamediana. El abuso de este tipo de voces era una de las principales objeciones al poema de Góngora, pues sus detractores argumentaban que, desde la preceptiva retórica, atentaba contra la propiedad del lenguaje. Esta censura debe entenderse teniendo en cuenta que, en la retórica romana, la proprietas se cifraba a menudo en la latinitas de la lengua, lo que exigía moderación en el uso de voces foráneas y neologismos. La primera de esas notas (nota 27, fol. 49r) justifica el uso del cultismo venatorio en el verso 230 («al venatorio estruendo»). Ponce apoya su defensa en los vv. 52-53 del Ars Poetica de Horacio, un conocido pasaje donde se justifica el uso de nuevas voces si proceden de términos griegos; el razonamiento de Ponce –reiterado en la polémica gongorina– considera que, igual que era lícito al romano introducir voces nuevas apoyándose en el griego, lo mismo sucederá al poeta romance si las suyas derivan del latín: «La voz venatorio es latina, y traída según el precepto de Horacio: Si graeco fonte cadant» (fol. 49r). La segunda nota (nota 68, fols. 64v-65r) utiliza los mismos argumentos para justificar el uso del término meta en el verso 581 («meta umbrosa al vaquero convecino»). Ponce añade ejemplos latinos e italianos que ya la emplearon, a los que une la autoridad de Garcilaso, muy del gusto de los defensores de Góngora porque, como es sabido, además de probar que el poeta cordobés no era el primero en practicar esos usos en castellano, dicha prueba se apoyaba en un autor emblema de la claridad en el estilo. Materiales complementarios de la anotación Al final del manuscrito se copian los siguientes materiales que complementan la anotación:Informaciones sobre el Nilo en el fol. 84 r., ya comentado: allí Ponce recoge una lista de autores que ofrecían noticias sobre el Nilo diferentes de los que él señalaba en la extensa nota 101 al poema de Góngora. Dámaso Alonso (1982, p. 515) ya había señalado que Ponce «era un especialista en noticias sobre el Nilo», pues la extensión de su nota 101, referida a ese río, era mucho mayor que la de las restantes (fols. 77r-82r). Una vez conocido el texto de la Apología en defensa de Virgilio no extraña ese rasgo, pues en los versos de la cuarta Geórgica objeto de discusión (vv. 287-294), Virgilio hablaba de las tierras del Nilo a propósito de la producción de miel. Ponce debió de aprovechar materiales que estaba consultando para la elaboración de ese comentario a Virgilio (fechado en 1622) y los aplicó para enriquecer en erudición esta nota al verso de Góngora.Apéndice sobre Juan de Mena (fols. 109r-109v): remite al prólogo de la Coronación y cita algunos de sus pasajes para autorizar los usos gongorinos. Se explica este apéndice porque, en varias ocasiones (fols. 100r, 105v) a lo largo de su Discurso en defensa de la oscuridad, Ponce se ha referido a Juan de Mena como uno de los poetas hispanos necesitados de comentario, y como antecedente de Góngora en el uso de voces latinas, toscanas y nuevas. Los lugares que señala Ponce legitiman diversos usos de anástrofe e hipérbaton. Se comentan en las notas al texto.Copia de la oda 53 de Anacreonte (La rosa) en traducción de Quevedo: es uno de los poemas con que se ilustra el símil de la rosa que Góngora usó en los vv. 727 y ss. de la Soledad primera, y que Ponce comenta en la nota 81 señalando diversos poetas que recrearon dicho motivo:En estos 5 versos describe, comparándola a la boca de la novia, la rosa con maravilloso ornamento y gala; de suerte que, por diversas palabras, he hallado que dice en ellos lo más excelente de lo que han escrito todos cuantos autores he visto sobre este asunto exquisito, cuyas autoridades dejo de poner aquí, escusando la dilación; mas citados son estos, para que el estudioso los vea y corrija: Virgilio: todo un epigrama de los suyos. Catulo: seis versos en el carmen nupcial 63. Anacreonte: la mayor parte del Ode 5 y todo el 53. El Guarino en el Fido, acto 1. Aquiles Tacio: un trozo largo al principio del 2º libro de Los amores de Leucipe y Clitofonte, donde introduce que cantaba. Ariosto: la estancia 42 del canto 1 del Furioso. Tasso: la estancia 14, canto 16 de la Hierusalemme Liberata. Y con ventaja a todos, el Marino en la 2ª parte de sus Rimas. (Ponce, Silva, fols. 69v-70r) A las dedicatorias, anotación y materiales complementarios debe añadirse el Discurso en defensa de la oscuridad en el estilo del poeta: es la sección del comentario donde Manuel Ponce desarrolla de forma más teórica y organizada su defensa del estilo de Góngora. Se sitúa después de la anotación de la Soledad primera y del folio adicional con noticias sobre el Nilo, y antes de los folios donde se copian pasajes del prólogo de la Coronación y la traducción de la oda de Anacreonte. Hablaré sobre ella en el apartado dedicado a los conceptos que se debaten en este comentario. 5. Fuentes Manuel Ponce utiliza un número importante de fuentes en su comentario: cita un total de 88 autores, la mayoría de ellos como ilustración de sus notas a la Soledad primera y, en menor medida, como autoridades que apoyan el Discurso en defensa de su estilo. A ello deben añadirse varias anotaciones en los márgenes de la copia de la Soledad primera, donde Ponce señala algunos poetas como fuente de los versos, que luego desarrollará más en las correspondientes notas. El número de obras y textos mencionados ronda los 100, pues son varios los autores –Aristóteles, Ovidio, Virgilio, Horacio, Claudio Eliano, Claudiano, Petrarca– de los que se menciona o cita más de un escrito. El acopio de erudición puede considerarse notable. Téngase en cuenta, por ejemplo, que Juan Luis de la Cerda había mencionado unos 300 autores clásicos y 150 contemporáneos en su monumental comentario a las Bucólicas y Geórgicas de Virgilio (1608). Como se ha indicado, el grueso de las fuentes se recoge en el apartado de notas, donde aparecen 76 autores. Es en las notas referentes a mitología, geografía, historia y cuestiones naturales donde se acumulan las autoridades, que recogen un variado elenco de poetas, historiadores, gramáticos, filósofos y mitógrafos, la mayoría de la antigüedad (43), aunque también de la Edad Media (10) y los siglos XVI y XVII (23). Muestra de la variedad de asuntos y géneros son tres notas donde Ponce recoge informaciones del campo de la astronomía y la geografía: la primera de ellas (nota 50) se apoya en la obra De meteoris de san Alberto Magno (s. XIII) para explicar el movimiento de las aguas del océano partiendo del norte, como ilustración de los versos 426-429 de la Soledad primera («y, sierpe de cristal, juntar le impide / la cabeza, del norte coronada, / con la, que ilustra el sur, cola escamada / de antárticas estrellas»); más adelante (nota 69), recurre al Astronomicon del poeta y astrólogo romano Marco Manilio (c. I d.C) para ilustrar la voz equinoccio que aparece en el verso 603 de la Soledad primera («cual en los equinoccios surcar vemos»); finalmente, en su extensa y ya comentada nota 101 sobre el Nilo, que ilustra el verso 953 de la Soledad primera («del rey corona, de los otros ríos»), menciona Ponce al benedictino alemán Johannes Trithemius (1462-1516) y su obra Septem secundeis (1508), donde exponía su visión del universo basada en siete ángeles que se asignaban a siete planetas; Ponce lo incluye en una digresión donde defiende que, al igual que los planetas, también los ríos tienen ángeles custodios «que consagran, ministran y guían sus aguas» (fol. 78r). Como era habitual, algunas de esas informaciones debió de tomarlas Ponce de los repertorios que circulaban en ese tiempo. Ya Rozas y Quilis (1961, pp. 420-421) señalaron que probablemente Ponce obtuvo de una antología los pasajes de Macrobio (Saturnalia) que cita en su Discurso en defensa de la oscuridad. Así, la siguiente cita de Heródoto sobre el pino, que ilustra la nota 42, procede de la Officina de Ravisio Textor:minabatur se extirpaturum lampsacenos pini in morem (Ponce, Silva, fol. 53v) Lo mismo sucede con la cita de un verso del poeta ferrarense Tito Vespasiano Strozzi (1424-c. 1505), incluida en la nota 72 de Ponce para ilustrar el anochecer que Góngora menciona en los versos 636-637 de la Soledad primera; el pasaje de Strozzi se recoge en el repertorio de Ravisio Textor, dentro de su apartado dedicado a la «descriptio noctis»:Stroza pater quum sol Antípodum populos illata luce reuisit (Ponce, Silva, fol. 66v) También es la Officina de Ravisio Textor (apartado «Deorum victimae») la fuente de donde Ponce tomó su referencia a Marcial que iba a ilustrar los vv. 154-157 de la Soledad primera. La ubicación en el libro 5 y, sobre todo, la variante roseas del texto de Marcial, subrayan la literalidad de la cita: «Cuyo diente no perdonó racimo»: porque este animal es amicísimo de uvas, y por esto consagrado a Baco; Martial libro 5: Vite nocens roseas stabat moriturus ad aras / hircus, Bacche tuis victima grata focis(Ponce, Silva, fol. 47r). Martialis libro quinto. Vite nocens roseas stábat moriturus ad aras Hircus, Bacche tuis victima grata focis (Ravisio Textor, Officina, ed Paris, 1532, fol. CCXXVIIIr). A una consulta similar pudiera responder también la nota 67, dedicada a explicar la voz meta (Soledad primera, v. 581: «meta umbrosa al vaquero convecino»). Ponce ilustra su uso y significado con unos versos de Virgilio (Eneida 5, vv. 129-130) y un pasaje de La Arcadia de Sannazaro (prosa 5):Meta es voz latina y toscana, que sinifica, en ambas lenguas, el término del camino, como he dicho: Virgilio, libro 5: Hic viridem Aeneas frondenti ex ilice metam, constituit. Sannazaro: Oue qualunque che per velocità primo la destinata meta toccaua. (Ponce, Silva, fols. 64v-65r) El pasaje de La Arcadia que cita Ponce coincide literalmente con el que se recoge en un repertorio de Lodovico Dolce, precisamente cuando ilustra la voz meta:Meta è il termino, o segno, che si pone a corritori. Vsò questa voce il Sannazaro. Que qualunque per uelocità primo la destinata meta toccaua El lugar de Sannazaro aparece también como ilustración de la voz meta en otro vocabulario italiano –La fabrica del mondo, de Francesco Alunno–, aunque se recoge aquí un pasaje más extenso de la prosa 5 y se acompaña de otro de la prosa 11:Oue qualunque per uelocità primo la destinata Meta toccaua era di fronde di pallidi oliui honoreuolmente al suon di sampogne coronato per guiderdone La Arcadia, prosa 5. El gia uincitore Carino poco hauea a correre, che la disegnata Meta toccata haurebbe, quando. etc La Arcadia, prosa 11 A pesar de estos ejemplos, lógicos en la práctica del comentario debido a la variedad de asuntos que se anotan, en otros muchos casos cabe suponer la consulta directa de las fuentes, pues la cita y el autor no aparecen en las polianteas al uso. Además de constituir un evidente alarde de erudición, esta acumulación de autores debe considerarse también esencial en la finalidad del comentario filológico desde sus orígenes, pues este género se destinaba a explicar no solo la gramática y estilo de la lengua y el autor comentados, sino que también buscaba aclarar el significado de los versos explicando sus diversas alusiones, tarea que acercaba la visión del mundo que ese texto transmitía. En el caso concreto del poema de Góngora, ello sirve también para subrayar la variedad de asuntos e informaciones que recoge la Soledad primera. Aunque, como veremos, Ponce no considera la profundidad o amplitud de los asuntos del poema el argumento fundamental para defender su oscuridad, tampoco desea transmitir una impresión de pobreza o sencillez de contenidos, aspecto que sus detractores manejaron en diversas ocasiones. Los autores que recoge Ponce en la dedicatoria al conde de Salinas que precede a la anotación del poema presentan una gran uniformidad. Menciona allí citas de Aristóteles (Poética), Horacio (Ars poetica), Cicerón (De officiis) y Quintiliano (Institutio oratoria) donde se recogen advertencias sobre la falta de decoro entre estilo y género, los excesos contra la proprietas por el uso de voces nuevas y, en general, los peligros de la afectación y oscuridad en el estilo. Es lógico el uso de estos autores y pasajes, pues Ponce está hablando aquí por boca de los detractores de Góngora, cuyos argumentos reproduce y promete contradecir en su comento del poema y posterior Discurso en defensa de la oscuridad. Esas retóricas y poéticas de corte clásico defendían un equilibrio y moderación en el estilo que acabó convirtiéndolas en fuentes comunes para los detractores y los defensores de Góngora, pues bastaba con seleccionar aquella parte de su discurso donde se ponderase la brillantez del rasgo de estilo del que se hablaba, o bien los peligros de su excesivo empleo. Prueba de ello es la cita de la Poética de Aristóteles comprendida en 1458a23-25. Este pasaje, donde Aristóteles recomienda equilibrio en el uso de voces nuevas y extrañas y metáforas oscuras, se citará bastante en la polémica gongorina; por ejemplo, en el Parecer de Francisco Fernández de Córdoba (ed. Muriel Elvira, fol. 134r) o en el Discurso poético de Jáuregui (ed. Romanos, pp. 125-126; ed. Blanco, fol. 31v). Quevedo también lo mencionará en los preliminares literarios a su edición de la poesía de fray Luis de León, y aparece también en el Comento contra setenta y tres estancias que don Juan Ruiz de Alarcón ha escrito… (p. 473). La temprana mención de Ponce lo sitúa ya al comienzo de la polémica. No es extraño que quienes recurrieron a la máxima autoridad de Aristóteles hubiesen citado este pasaje. En esta sección de su Poética (1458a18-1459a16), Aristóteles contemplaba diversos recursos que producen una dicción excelente: voces peregrinas, alargamiento, apócope o alteración de vocablos, metáfora... En todos ellos consideraba conveniente la moderación que lograse un equilibrio entre la grosera escasez de adorno lingüístico y la oscuridad de su excesivo uso. En la dedicatoria que precede a la anotación de la Soledad primera, Ponce cita la parte donde se advierte de los peligros de estos recursos, pues está reproduciendo aquí las censuras al poema que atribuye a los doctos. Pero en el Discurso en defensa de la oscuridad, cuando se centra en defender las que considera cinco voces extrañas que Góngora usó en su poema (venatorio, conculcado, meta, gulosos, bipartida), Ponce recurrirá a ese mismo lugar de la Poética de Aristóteles (1458a18-1459a16), pero en la parte donde el Estagirita reconoce que los alargamientos, apócopes y alteraciones de vocablos evitan la vulgaridad y contribuyen a la excelencia de la elocución (Poética 1458b1-4). Es una muestra más del uso argumentativo de las autoridades, que se prolongará a lo largo de toda la polémica: Verum si quis simul omnia huiuscemodi fecerit, vel aenigma erit, vel barbarismus, si quidem igitur e translationibus, aenigma, si autem e linguis, et barbarismus (Ponce, Silva, fols. 35r-35v) («porque si uno lo compone todo de este modo, habrá enigma o barbarismo; si a base de metáforas, enigma; si de palabras extrañas, barbarismo», Aristóteles, Poética, 1458a23-25) Non populare quidem igitur faciet, et alia dicte formae: propium autem claritudinem. Non minimam autem partem conferunt, ut locutio aperta sit, et non popularis, productiones et ablationes et immutationes nominum. Quia enim hoc aliter se habet quam propium, cum factam sit contra id quod consuetum, reddet in oratione non bulgare genus (Ponce, Discurso, fol. 93v) («También contribuyen mucho a la claridad de la elocución y a evitar su vulgaridad los alargamientos, apócopes y alteraciones de vocablos; pues por no ser como el usual, apartándose de lo corriente, evitará la vulgaridad», Aristóteles, Poética 1458b1-4) En esta misma línea, también los autores citados o mencionados en el Discurso en defensa de la oscuridad del poeta guardan una notable uniformidad. Ponce menciona dos series de poetas cuyo estilo mostraba una destacada dificultad. La primera de ellas recoge autores antiguos: Plauto, Petronio, Séneca (tragedias), Estacio (Silvas y Thebaida), Persio, Marcial, Catulo, Tibulo, Virgilio, Ausonio. Refrendo de dicha dificultad es que muchos de sus versos necesitaron comentario, y Ponce menciona aquí los más destacados comentaristas de la obra de Marcial: Justo Lipsio, Marco Antonio Muret y José Justo Scalígero. Para reforzar su idea, Ponce señala otra serie de poetas, ahora en lenguas romances, en algunas de cuyas obras se advierte también la seña de la oscuridad: Dante (canciones, Convivio), Petrarca (canciones), Girolamo Benivieni (comentado por Pico della Mirandola), Juan de Mena, Fernando de Herrera y Diego Hurtado de Mendoza. Cuando se ocupa de defender la introducción de voces nuevas por parte de los poetas –aspecto que, como he dicho, ocupará también su epístola a Villamediana–, Ponce cita otra nómina de escritores donde destacó dicho rasgo: Lucrecio, Accio, Ennio y Macrobio. A ellos acompañan dos poetas españoles: Juan de Mena, antecedente de Góngora en muchos de sus usos del lenguaje, y Garcilaso, de gran importancia a la hora de documentar ese rasgo de estilo en un poeta que ostentaba la bandera de la claridad. Como era de esperar, destaca también en el Discurso la cita de los más habituales autores de preceptivas literarias: Aristóteles (tanto su Poética como su Retórica), Cicerón, Quintiliano y Horacio, así como los comentarios y notas de Piccolomini (1572) a la Poética de Aristóteles, y del Brocense (1591) al Ars Poetica de Horacio. Lo habitual en el proceder de Manuel Ponce es que mencione con precisión la fuente que utiliza o cita, rasgo que se entiende como muestra del rigor y la erudición de su comentario. Así sucede, por ejemplo, cuando en la parte final del Discurso (fol. 108r) remite a la edición del Ars poetica de Horacio con anotaciones del Brocense (Salamanca, 1591), y a la traducción y notas de la Poética de Aristóteles elaborada por Alessandro Piccolomini. No obstante, cuando defiende el uso y creación de voces nuevas apoyándose en el Ars poetica de Horacio (vv. 46-59), Ponce sigue en varias ocasiones el comentario de dicha preceptiva elaborado por el granadino Juan Villén de Biedma y publicado en 1599, pero no cita la procedencia de tales pasajes. El primero se refiere a las dos formas en que puede desarrollarse la creación de voces, aunque aquí Ponce adapta parte del comentario a la lectura de los versos de Góngora: Ello se puede entender en vna de dos maneras, o que de dos palabras se haga vna: como si pongamos exemplo, {leuisonus, herbi potens, legislator.} y en nuestro Castellano, primauera, agricultura, y odorifero, que son vocablos compuestos de dos palabras, y dizen vna significacion; o que de junta de muchas palabras, resulte vn solo sentido, como para significar la primauera, dize Horacio en sus Odas libro 4. Oda 7. Diffugere niues; reddeunt iam gramina campis; arboribusque comae de las quales vsa Horacio metaforicamente para significar el Verano (Q. Horacio Flacco poeta lyrico latino. Sus obras con la declaracion Magistral en lengua Castellana. Por el Doctor Villen de Biedma..., Granada. Por Sebastian de Mena. Año 1599. A costa de Iuan Diez mercader de libros, fol. 311r). Así que, si uno cría una voz nueva que sea compuesta de otras comunes en modo conviniente, le será lícito; como, por ejemplo, entre los latinos esta voz capra, y esta, genus, son notorias, y juntando ambas en una se hace esta palabra nueva caprigenum o la voz semicapro, que está en esta silva, número 28, compuesta de dos dicciones. Y en este modo creo que entiende Horacio que la unión forme palabras nuevas. Otros quieren que se entienda de las translaciones, desta suerte: que se tomen nombres comunes de una cosa para significar otra diversa; verbi gratia: yo quiero decir que ha vuelto la primavera; y no queriendo decir ver redit con sus palabras propias, diré, con otras notorias que juntas hagan un modo nuevo, difugere nives. redeunt iam gramina campis, arboribusque. De suerte que, siendo todas estas palabras conocidas, por estar juntas con artificio no significan lo que dice su propio sentido, sino diversamente; porque no se entiende por ellas que las nieves han huido, ni que la grama ha vuelto a los campos, ni las hojas a los árboles, sino que ha vuelto la primavera (Ponce, Discurso, fols. 102r-103r). La segunda semejanza se produce cuando, al comentar los versos de Horacio, se explica un locus a comparatione mediante el que se justifican usos lingüísticos nuevos en autores más recientes, cuando ya han sido sancionados en otros anteriores: Es argumento de mayor a menor, y quiso dezir, que si los Romanos dieron licencia a Cecilio y a Plauto, no siendo los mejores Poetas del mundo, menos la podian negar a Virgilio, y a Vario, que fueron la prima de los Latinos: para que pudiessen inuentar nueuas palabras, y de otras lenguas introduzirlas (Q. Horacio Flacco poeta lyrico latino. Sus obras con la declaracion Magistral en lengua Castellana. Por el Doctor Villen de Biedma..., fol. 311v). Hace aquí un argumento de la mayor, y dice: si el pueblo romano ha concedido a Cecilio y a Plauto fingir palabras nuevas, mucho más debe concederlo a Virgilio y Varo, que los imitan (Ponce, Discurso, fols. 103v-104r). El siguiente pasaje muestra una coincidencia casi literal que refuerza las anteriores semejanzas: Y por esto Horacio en persona de todos se quexa diciendo, {ego, cur inuideor} por que soy odioso y murmurado {si possum acquirere pauca?} si puedo adquirir algunas pocas palabras a mi propia lengua? Y vsa de la palabra, inuideo, como de cosa nueua, porque no se dize inuideo te, sino tibi, y por consiguiente no auia de dezir, non inuideor, sino mihi inuidetur" (Q. Horacio Flacco poeta lyrico latino. Sus obras con la declaracion Magistral en lengua Castellana. Por el Doctor Villen de Biedma..., Granada. Por Sebastian de Mena. Año 1599, fol. 311v) Y volviendo a Horacio, prosigue: Ego cur inuideor: ¿por qué debo ser invidiado o aborrecido si puedo adquirir algunas pocas palabras a mi lengua? Y así, pone inuideor, voz nueva; porque no se dice inuideo te, sino inuidio tibi; y por el consiguiente, no decimos non inuideor, sino mihi inuidetur (Ponce, Discurso, fol. 107r) Una fuente cuya importancia merece ser destacada dentro de este Discurso es Giovanni Boccaccio y su Genealogia deorum gentilium. Como se verá posteriormente, Ponce defiende el estilo de Góngora admitiendo su oscuridad, y proclamando que es un rasgo esencial en los poetas. En este punto, la obra de Boccaccio es un apoyo muy destacado en la argumentación de Ponce, quien recurre a varios lugares del libro 14 de la Genealogia. La deuda más evidente de Manuel Ponce con este escrito es la cita explícita de un pasaje que pertenece al comienzo del capítulo 7 («Quid sit poesis, & unde dicta, et quod officium est eius») de ese libro 14 de la Genealogia:>Huius enim feruoris sunt sublimes effectus, utputa mentem in desiderium dicendi compellere peregrinas et inauditas inuentiones excogitare, meditatas ordine certo componere, ornare compositum inusitato quodam uerborum atque sententiarum contextu, uelamento fabuloso atque decenti ueritatem contegere (Boccaccio, Genealogia deorum gentilium, 14, 7, ed. Basilea, 1532, pp. 360-361). Y volviendo a lo que toca a la dificultad que resulta en la poesía, de ser escrita en los términos y con los preceptos convinientes, el Boccaccio, en el 14 de la Genealogía de los dioses, dice:«Los efectos de poético furor son conducir la mente en el ánimo de decir bien, imaginar raras y jamás oídas invenciones, ampliarlas y ornarlas, compuestas con un cierto raro y no común estilo de palabras supremas y sentencias divinas; y, debajo del velo de la fábula apropiada, esconder la conocida verdad» (Ponce, Discurso, fols. 94v-95r). A este pasaje pueden unirse otros del mismo libro 14 de la Genealogia; en este caso de su capítulo 12. Allí Boccaccio defiende la oscuridad como rasgo del estilo de los poetas; su epígrafe revela una opinión similar a la que defenderá Ponce («Damnanda non est obscuritas poetarum»). Como hará luego Ponce, Boccaccio se apoya en la proverbial oscuridad del estilo de los filósofos y los textos sagrados, donde ese rasgo es objeto de alabanza. En este punto se encuentra el primer pasaje donde ambos textos se asemejan, aunque en este caso Ponce ofrece una recreación abreviada, cuya procedencia no declara: Testes sunt plurimi, quos inter si libet interrogent Augustinum, sanctissimum atque eruditissimum hominem, et cuius ingenii tam grandes fuere uires, ut artes multas, et quicquid de decem cathegoriis tradidere philosophi absque, ut ipse fatetur, praeceptore perceperit. Nec tamen erubuit confiteri se Isaiae principium intelligere nequiuisse. Non ergo obscuritates solis poematibus insunt. Quid ergo non incusant philosophos ut poetas? Quid non dicunt Spiritum Sanctum suis operibus ut artificiosiores apparerent, obscuras implicuisse sententias? (Boccaccio, Genealogia deorum gentilium, 14, 12, ed. Basilea, 1532, p. 368). Y hay muchos testigos. Entre los cuales, si les apetece, que pregunten a Agustín, santísimo y eruditísimo hombre y del que fueron tan grandes las fuerzas del ingenio que sin preceptor, como él mismo confiesa, aprendió muchas artes y lo que sobre las diez categorías dijeron los filósofos, y sin embargo no se ruborizó al confesar que él no había podido comprender el principio de Isaías. Por tanto las oscuridades no están tan sólo en los poemas. Así pues, ¿por qué no acusan a los filósofos como a los poetas? ¿Por qué no dicen que el Espíritu Santo en sus obras introdujo pensamientos oscuros para que parecieran más artísticas? (Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, 14, 12, p. 831). y particular testimonio el Aurelio Agustino, cuyo espíritu angélico excedió la naturaleza humana en el caudal supremo de su ingenio divino, el cual confiesa no haber podido entender el principio de Esaías–, no, pues, será la oscuridad culpable en los poetas, imitadores en ella de la escritura divina y de los filósofos graves (Ponce, Discurso, fols. 89r-89v) Poco más adelante, en ese mismo capítulo 12, encontramos otros dos pasajes de Boccaccio recreados de cerca por Ponce, justo a continuación del anterior texto de su Discurso donde se refería a san Agustín y la dificultad de los textos de Isaías: Verum non ob id, ut isti uolunt, iure damnanda, cum inter alia poetae officia sit non cuiscerate fictionibus palliata, quinimmo si in propatulo posita sint memoratu et ueneratione digna, ne uilescant familiaritate nimia, quanta possunt industria tegere, et ab oculis torpentium auferre (Boccaccio, Genealogia deorum gentilium, 14, 12, ed. Basilea, 1532, p. 368) Pero no por esto deben ser condenados con razón, como quieren éstos, puesto que entre los oficios del poeta está el no desentrañar lo cubierto con ficciones sino que, si se colocan a la vista de todos las cosas dignas de recuerdo y veneración, para que no pierdan su valor por una excesiva familiaridad, ocultarlas con cuanto artificio puedan y alejarlas de los ojos de los torpes (Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, 14, 12, p. 832) Y debe considerarse que el oficio del poeta no es descubrir las cosas que por sí están cubiertas con algún velo; antes, si son claras y manifiestas, cifrarlas con cuanta diligencia y estudio pudiere, y encubrirlas a los ojos de la ignorancia porque la demasiada familiaridad no las deslustre; antes sean, por su dificultad, más dignas de memoria y reverencia (Ponce, Discurso, fols. 89r-89v) Nec sit qui existimet a poetis ueritates fictionibus inuidia conditas, aut ut uelint omnino absconditorum sensum negare lectoribus, aut ut artificiosiores appareant, sed ut, quae apposita uoluissent labore ingeniorum quaesita, et diuersimode intellecta, comporta tandem facient chariora (Boccaccio, Genealogia deorum gentilium, 14, 12, ed. Basilea, 1532, p. 368) Y no puede haber quien piense que las verdades son escondidas por los poetas en las ficciones por envidia o porque quieren negar a los lectores absolutamente el significado de lo escondido o para aparecer más artistas, sino porque a las cosas que puestas a la luz habrían perdido valor, buscadas con el esfuerzo de los ingenios, y comprendidas de modo distinas al ser finalmente descubiertas, las hacen más caras (Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, 14, 12, p. 832) Y ninguno presuma que el autor desta silva por presunción oscureció estos conceptos, o porque quiso negar de todo punto a los ingeniosos el sentimiento de las cosas cifradas, o por mostrarse más singular y artificioso. Porque su intento fue que las sentencias que procurasen entender en ellos o su sentido –solicitado con fatiga y trabajo del entendimiento y diversamente interpretado– fuese, después de entendido, tenido en más veneración y estima; y ejercitados en esto, los valientes ingenios se descubriesen y se acrisolasen los inferiores (Ponce, Discurso, fol. 89v). En el capítulo 7 de ese mismo libro 14, Boccaccio se ocupa del origen y definición de los términos poesía y poeta, un asunto de larga tradición del que me ocuparé más adelante. Aquí basta señalar que la formulación de Ponce resulta de nuevo muy cercana a la de Boccaccio: Cuius quidem poesis nomen non inde exortum est, unde plurimi minus aduertenter existimant, scilicet à poio, pois, quod idem sonat quod fingo fingis, quinimo à poetes uetustissimo Graecorum uocabulo latine sonante exquisita locutio. Nam primi, qui inflati spiritu exquisite rudi adhuc saeculo coepere loqui, utputa carmine, tunc omnino loquendi genus incognitum, ut sonorum auribus audientium etiam uideretur (Boccaccio, Genealogia deorum gentilium, 14, 7, ed. Basilea, 1532, p. 361) El nombre de esta poesía no ha derivado de donde la mayoría piensan sin darse cuenta, a saber, de poio poiesis, que significa lo mismo que fingo, fingis, sino de poietes, antiquísima palabra griega que significa exquisita locución. Pues los primeros que, animados con este espíritu, comenzaron a hablar exquisitamente en un siglo todavía rudo, como por ejemplo en verso, manera de hablar entonces totalmente desconocida, para que pareciera también sonoro a los oídos de los oyentes (Boccaccio, Genealogía de los dioses paganos, 14, 7, p. 817). Y supuesto que este nombre de la poesía no nació ni es denominado –como algunos abiertamente dicen– de poio, pois, que traducido dice lo mismo que fingo fingis; antes se deriva de poaetes, antiquísima voz griega que se lee esquisita locució', porque los primeros de inflamado espíritu comenzaron a hablar diversamente del común en aquel siglo bárbaro, como ahora en el verso –que al fin era una suerte de locución rara y no conocida–, se sigue que aquel cumplirá mejor con los preceptos y nombre de la poesía, que en la suya realzare más el estilo y, desviándose de lo humilde y común, cifrare debajo de diversas colores su concepto, de suerte que no sea fácil ni manifiesto a todos, y que su inteligencia sea reservada a los de mayor capacidad y letras (Ponce, Discurso, fols. 90r-90v) Además de la cita explícita y la semejanza en los pasajes que acabo de señalar, hay otros rasgos del libro 14 de la Genealogia boccacciana que creo deben ponerse en relación con el comentario de Manuel Ponce. En primer lugar, de los capítulos 2 a 5 de ese libro 14, Boccaccio se anticipa a responder a las censuras que diferentes tipos de lectores lanzarán sobre su obra: los idiotas que desprecian el saber, atrapados por la molicie y los placeres; los que desean parecer sabios no siéndolo; los juristas que desprecian a los poetas pues su actividad no les reporta beneficio económico, y los falsos filósofos, de saberes aparentes. Aunque no extraña a este tipo de defensas, esta refutación que clasifica a los enemigos de la poesía se asemeja a la organización de la dedicatoria al conde de Salinas que precede a la anotación de la Soledad primera, donde Ponce también clasifica los diferentes tipos de ingenios que se opusieron al poema de Góngora en doctos, agudos y curiosos. Finalmente, creo que también debe señalarse el hecho de que el capítulo 11 de este libro 14 de la Genealogia lleva como epígrafe: «Para la comodidad de su meditación los poetas habitaron las soledades» («Ob meditationis commodum solitudines incoluere poetae»). Probablemente influido por textos de su admirado Petrarca –De vita solitaria, varias de sus Familiares, Invective contra medicum 4–, y recreando el antiguo tópico del retiro del sabio, su formulación, repetida en otros lugares de la Genealogia –concretamente en los capítulos 4, 7 y 17 de este libro 14–, apunta a uno de los posibles sentidos del título del poema de Góngora, además de los referidos al protagonista y el lugar, ya señalados por Díaz de Rivas y el Abad de Rute. Puede afirmarse, pues, que la anotación y el Discurso de Ponce se apoyan en un nutrido arsenal de autores en los que sustenta su explicación del poema y sus opiniones sobre la oscuridad en el estilo del poeta, lo que otorga al conjunto de su tarea una solidez argumentativa que supera el encendido tono que –poco a poco y con excepciones– irá tiñendo la polémica. Debe reiterarse, además, que el acopio de autoridades se convirtió a menudo no solo en un argumento en favor de la tesis defendida por quien las aducía, sino también en un valor en sí mismo, pues su magnitud se entendía también como una muestra del rigor y el grado de erudición del comentarista. Listado de fuentes mencionadas por Manuel Ponce Se organizan respetando las principales secciones del manuscrito, que se marcan en negrita. El orden es alfabético. Texto de la Soledad primera Claudiano (c. 370-c. 405), Phoenix, v. 21: fuente del plural «céfiros» en el verso «el fresco de los céfiros ruido». Claudiano: nota a los versos «de sus carcajes estos argentados / nieven mosquetas, flechen azahares». En la nota se cita como fuente parte del verso 124 y el verso 125 del Ephitalamium dictum Palladio et Celerinae, de Claudio Claudiano. Horacio (65 a. C.-8 a. C.), Odas: nota al verso «previniendo ambos daños las edades»; en ella se remite como fuente a Horacio, Odas, 2. 10, vv. 9-12. Ovidio (47 a. C.-17 d. C.), Metamorfosis: fuente del verso «el luminoso Pyro» (por Tiro). Se subraya la voz y se remite al libro 2 de las Metamorfosis de Ovidio. Ovidio, Metamorfosis: nota al verso «de la peneida virgen desdeñosa». Se remite al libro primero de las Metamorfosis de Ovidio para más detalles sobre Dafne, hija de Peneo. Plinio el Viejo (23-79), Naturalis Historia: fuente pare el verso «de la Libia y a cuantas da la fuente»: se subraya Libia y se indica que es una región desierta de África de la que habla Plinio. Sannazaro (1458-1530), Arcadia, prosa última: fuente sobre el río Eurota («en los verdes estanques del Eurota»). Tasso, Torquato (1544-1595), Gerusalemme liberata: fuente de los versos desde «a glorioso pino» a «de un oceano y otro siempre uno». Virgilio (70 a. C.-19 a. C.), Eneida: nota al verso «que cuando Ceres más dora la tierra» y los seis siguientes. Se da como fuente de ellos a Virgilio, Eneida, 7, vv. 808-811. Virgilio: Égloga 6 y Eneida 1, fuente sobre el río Eurota («en los verdes estanques del Eurota»). Primera dedicatoria al conde de Salinas Las fuentes de esta sección pertenecen a retóricas de corte clásico y poéticas que defienden el equilibrio y moderación en el estilo, pues ilustran censuras de los detractores del poema de Góngora, a las que Ponce opondrá su anotación y discurso. Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.), Poética, cita de 1458a23-25. Este pasaje de la Poética de Aristóteles, donde recomienda equilibrio en el uso de voces nuevas y extrañas y metáforas oscuras, se citará bastante en la polémica gongorina. Horacio, Ars Poetica, cita de los vv. 89-91. Lo heroico y lo lírico requieren muy diversos asuntos. Se encuadra la cita en las objeciones que los enemigos de Góngora ponen a la Soledad primera. Cicerón (106 a. C.-43 a. C.), cita de De officiis 1, 111: peligros de introducir voces y acciones forasteras. Se encuadra la cita en las objeciones que los enemigos de Góngora ponen a la Soledad primera. Horacio, Ars Poetica, cita de los vv. 19-20. Se encuadra la cita en las objeciones de los enemigos de Góngora a la Soledad primera; en concreto, contra la falta de decoro del poema, que se considera de asunto lírico, pero de estilo heroico. Quintiliano (c. 35-c. 95), Inst. Orat., 1, 6, 39. La claridad, suma virtud del discurso; es vicioso aquel que precisa de intérprete. Se encuadra la cita en las objeciones de los enemigos de Góngora a la Soledad primera. Quintiliano, Inst. Orat. 1, 6, 40 («quia nihil odiosius est adfectatione») contra la afectación. Se encuadra la cita en las objeciones que los enemigos de Góngora ponen a la Soledad primera. Quintiliano, Inst. Orat., 1, 5, 61. Peligros contra la proprietas que encierra el uso de voces y expresiones nuevas. Se encuadra la cita en las objeciones de los enemigos de Góngora a la Soledad primera. Anotación del poema Alamanni, Luigi (1495-1556), Della coltivazione (1546). Albericus Londoniensis, identificado con Alexander Neckam (1157-1217) y con la figura del Mitógrafo Vaticano III (codex. Vat 3413): erudito inglés que, entre otras obras, escribió las Allegoriae poeticae: seu de veritate ac expositione poeticarum fabularum libri quatuor Alberico londonensi authore. Alberto Magno, santo (1193/1206-1280), De meteoris. Alciato (1492-1550), Emblematum liber. Alessandro Alessandrini (1461-1523) –Alexander ab Alexandro–, jurista napolitano formado en letras y antigüedades, que elaboró una compilación de saberes varios (Geniales dies) basada en las Noctes Atticae de Aulo Gelio y los Saturnalia de Macrobio. Ammianus Marcellinus (c. 335-d. 378), historiador romano conocido por sus Res Gestae. Anacreonte (c. 574-c. 485 a. C.), Odas. Annio de Viterbo (pseudo Beroso) (1432-1502), Commentaria super opera diversorum auctorum de antiquitatibus, también conocida como Berosi sacerdotis chaldaici antiquitatum Italiae ac totius orbis libri quinque, commentariis Ioannis Annii Viterbensis. Apuleyo (c. 125-c. 180), El asno de oro. Aquiles Tacio (s. II), Leucipa y Clitofonte. Ariosto (1474-1533), Orlando furioso. Aristóteles (384-322 a. C.), De natura animalium, Historia animalium, Liber de inundatione Nili (De nilo) atribuida. Aulo Gelio (c. 129-c. 180), Noctes Atticae. Ausonio (310-395), De rosis nascentibus (atribuido a Virgilio). Biblia (Génesis 2, 13; Salmo vg. 138; Tobías 12, 15). Boccaccio (1313-1375), Genealogia deorum gentilium. Camões (c. 1524-1580), Églogas, Os Lusíadas. Capoleone Guelfucci (1541-1600), poema heroico Rosario de la Madonna. Ilustra la idea de que los ríos tienen ángeles custodios que guían sus aguas. Catulo (87 a. C.-c. 54 a. C.), Carmina. Cicerón (106 a. C.-43 a. C.), De natura deorum. Claudiano, In Rufinum, De raptu Proserpinae, Phoenix, Ephitalamium dictum Palladio et Celerinae, Nilus. Claudio Eliano (c. 175-c. 235), De natura animalium, Varia Historia. Coccio, Marco Antonio (c. 1436-1506), llamado Sabellico por su lugar de nacimiento (Vicovaro), en el territorio de los antiguos sabinos. La obra mencionada es su Enneades sive Rhapsodia historiarum ab orbe condito. Se incluye como fuente de noticias sobre el Nilo. Diodoro Sículo (c. 90 a. C.- c. 30 a. C), Biblioteca Histórica. Estacio (c. 45-96), Thebaida. Estrabón (c. 64 a. C.- c. 21 d. C), Geografía. Fulgentius, Fabius Planciades (finales s. V- principios s. VI), gramático latino autor de los Mithologiarum libri III. Garcilaso (c. 1501-1536), égloga 1, égloga 2, égloga 3, elegía 1 esta última citada por la edición comentada del Brocense; vel la nota al fol. 65r. Giovanni Lorenzo D'Anania (1545-1609), geógrafo y teólogo italiano; se refiere a su obra L'vniversale fabrica del mondo, publicada en Nápoles en 1573 y luego en Venecia en 1576. Gonzalo de Illescas (1521-1574) redactó las dos primeras partes de la obra colectiva titulada Historia Pontifical, partes que abordan la historia de los papas desde san Pedro a 1572, en que muere Pío V, contemporáneo de Illescas. La primera edición de la primera parte se publicó en Dueñas en 1565, y la primera edición de la segunda parte en Salamanca en 1573. Guarini, Giovanni Battista (1538-1612), Il pastor Fido. Heródoto de Halicarnaso (484 a. C.-435 a. C.), Los nueve libros de la Historia. Hesíodo (segunda mitad del s. VII a. C.), Catálogo de mujeres (atribuida) fuente tomada de Claudio Eliano, Varia Historia. Homero (c. s. VIII a. C.), Odisea, Iliada. Horacio, Odas, Épodos, Ars Poetica. Ivlii Caesaris Scaligeri exotericarum exercitationvm liber qvintus decimvs, de svbtilitate, ad Hieronymvm Cardanvm. Fuente de noticias sobre el Nilo. Johannes Trithemius (1462-1516), erudito y abad benedictino alemán, que fundó una sociedad (Sodalitas Celtica) dedicada al estudio de las lenguas, la astrología y el significado de los números. Ponce se refiere a De Septem Secundeis, obra escrita en 1508. Allí expone su visión del universo basada en siete ángeles que se asignan a siete planetas. Justino (s. II-III), Historiarum Philipicarum libri XLIV. Juvenal (60-128), Sátiras. Lactancio, Lucio Celio Firmiano (c. 240-c. 325), Diuinarum institutionum libri VII. Lactantius Placidus (c. 350-c. 400), In Statii Thebaida Commentum. Lucano (39-65), Pharsalia. Lucio Fauno, alias de Giovanni Tarcagnota (c. 1508-1566), historiador y poeta italiano que destacó por su libro Delle antichità della città di Roma (Venecia, Michael Tramezzinus, 1548), cuya traducción al latín fue publicada en 1549 (Venecia, Michael Tramezzinus). Lucrecio (c. 99 a. C.-c. 55 a. C.), De rerum natura. Marcial (40-104), Epigramas. Marciano Capella (c. 360-c. 428), De nuptiis Mercurii et Philologiae Marco Manilio (s. I), Astronomicon. Marcus Aurelius Olympius Nemesianus (segunda mitad del s. III), poeta latino que, entre otras obras que se le atribuyen, escribió cuatro églogas y un poema sobre la caza (Cynegetica). Marino, Giambattista (1569-1625), Rime. Michael Maier (1568-1622), médico y alquimista alemán. Ponce se refiere a una de sus primeras obras destacadas: Arcana arcanissima, hoc est, Hieroglyphica AEgyptio-Graeca: vulgo necdum cognita, ad demonstrandam falsorum apud antiquos deorum, dearum, heroum, animantium, et institutorum pro sacris receptorum, originem, ex uno AEgyptiorum artificio, quad aureum animi et Corporis medicamentum peregit, deductam: unde tot poetarum allegoriae, scriptorum narrationes fabulosae et per totam encyclopaediam errores sparsi clarissima veritatis luce manifestantur, suaque tribui singula restituuntur, sex libris exposita. London, Creede, 1614. Natale Conti (1520-1582), Mythologiae sive explicationis fabularum libri decem (1567). Ovidio, Metamorfosis, Fastos, Ex Ponto, Heroidas. Pausanias (c. 110-c. 180), Hellados Periegesis (Descripción de Grecia). Petrarca (1304-1374), Trionfo d'Amore, Canzoniere. Plinio el Viejo, Naturalis Historia. Plutarco (c. 50-c. 120), Cuestiones conviviales. Pontano (1426-1503), Urania. Publius Victor (s. IV), se le atribuye De regionibus urbis Romae libellus aureus, una lista de monumentos de la antigua Roma dividida en distritos (regiones). Quinto Curcio (s. I), De rebus gestis Alexandri Magni. Raffaello Maffei (1451-1522), llamado también Raffaello Volterrano por haber nacido en Volterra. Se cita la traducción latina de un epigrama griego sobre Arión y el delfín. Remigio de Auxerre (c. 850-908), Comentum in Martianum Capellam. Salustio (86 a. C.-34 a. C.), Bellum Catilinae (De coniuratione Catilinae). Sannazaro, Arcadia. Séneca (4 a. C.-65 d. C.), Edipo, Fedra. Silio Itálico (c. 25-101), Punica. Solino, Cayo Julio (mediados del s. IV), gramático y compilador en su De mirabilius mundi. Collectanea rerum memorabilium Stephanus, Carolus, o Charles Estienne o (1504-1564), médico, agrónomo y humanista francés, en su Dictionarium Historicvm, Geographicvm, poeticvm... (1553). Strozzi, Tito Vespasiano (c. 1425-c. 1505), llamado Stroza pater para no confundirse con su hijo Ercole Stroza (1473-1508). Las obras de ambos fueron editadas en Paris en 1530: Strozii Poetae Pater Et Filius, Parisiis, ex officina Simonis Colinaei, 1530. Ponce probablemente tomó la cita de Ravisio Textor, en cuyo compendio aparece literalmete en el apartado dedicado a la descripción de la noche (descriptio noctis). Tasso, Torquato, Gerusalemme liberata. Teodoncio de Campania (s. IX-XI), autor muy utilizado por los mitógrafos. Teofrasto (c. 371-c. 287), Sobre las piedras (Περὶ λίθων o De lapidibus). Terencio (185/195 a. C.-159 a. C.), Eunuchus. Theophylaktos Simokattes (s. VII): historiador bizantino de comienzos del siglo VII, conocido sobre todo por su historia del emperador Mauricio (582-602). Esta historia fue traducida al latín por Jacobo Pontano en 1604: Historiae Mauricci Tiberii Imp. libri VIII. En el libro 7, cap. 17, habla de las fuentes y el curso del Nilo, con las opiniones y objeciones a diversos autores, que parece haber tomado de Diodoro Sículo. Valerio Flaco (c. 45-c. 90), Argonáuticas. Valerio Máximo (último cuarto s. I a. C.- primera mitad s. I d. C.), Factorum et dictorum memorabilium libri ix. Vibius Sequester (s. IV-V), autor latino que escribió un compendio geográfico donde se recogían listas alfabéticas de ríos, montes, lagos... y que fue muy usado por los poetas latinos. La obra se titula De fluminibus, fontibus, lacubus, nemoribus, paludibus, montibus, gentibus quorum apud poetas mentio fit. Virgilio (70 a.C.-19a. C.), Eneida, Églogas, Geórgicas. Discurso en defensa de la oscuridad en el estilo del poeta Escritores clásicos que encierran dificultad: - Ausonio (310-395) - Catulo (87 a. C.-c. 54 a. C.) - Estacio (Silvas y Thebaida) - Marcial (40-104) - Persio (34-62) - Petronio (c. 27-c. 65) - Plauto (254aC-184aC) - Séneca (4 a. C.-65 d. C.), tragedias - Tibulo (54 a. C.-19 a. C.) - Virgilio (70 a. C.-19 a. C.) Comentaristas de Marcial: - José Justo Scaligero (1540-1609). - Justo Lipsio (1547-1606) - Marco Antonio Muret (1526-1585) Escritores romances que encierran dificultad: - Dante (1265-1321) (canciones, Convivio) - Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575). - Fernando de Herrera (1534-1597) - Girolamo Benivieni (1453-1542) (comentado por Pico della Mirandola) - Juan de Mena (1411-1456) - Petrarca (1304-1374) (canciones) Preceptivas: - Aristóteles, Poética, (1458a18-1459a16), donde recogía diversos recursos que lograban una dicción excelente y recomendaba moderación en su uso. Fue utilizado tanto por detractores como por defensores de Góngora. - Aristóteles, Retórica (3, 4) - Boccaccio (1313-1375), Genealogia deorum gentilium (libro 14). - Cicerón, Epístola a Bruto (conservado por una cita de Quintiliano 8, 3, 34; trata de la introducción de voces nuevas). - Horacio, Ars poetica (55-58) (46-59) (60-72) - Piccolomini, Alessandro (1508-1578), traducción italiana y notas de la Poética de Aristóteles, cuya primera edición se publicó en Siena en 1572, aunque fue más utilizada la segunda, veneciana, de 1575. - Sánchez de las Brozas, Francisco (1523-1600), edición del Ars Poetica de Horacio con anotaciones del Brocense, publicada en Salamanca en 1591: Francisci Sanctii Brocensis in incluta Salmanticensi Academia Rhetorices, Graecaeque; linguae Primarii Doctoris. In artem Poeticam Horatii Annotationes, Salmanticae, apud Ioannem & Andream Renaut fratres, 1591. Autores que legitiman la dificultad y el uso de voces nuevas: - Accio (170 a. C.- c. 84 a. C.) (citado por Macrobio, s. IV). - Agustín, san (354-430), Confesiones (l. 9). - Diógenes Laercio (c. 180- c. 240), Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos ilustres. - Ennio (239 a. C.-169 a. C.) (citado por Macrobio). - Garcilaso, égloga 2. - Horacio, Carmina, 4, 7, vv. 1-2. - Juan de Mena, Laberinto. - Lucrecio (c. 99 a. C.- c. 55 a. C.), De rerum natura (citado por Macrobio). - Macrobio (último cuarto del s. IV), Saturnalia. - Marcial, Epigramas, 2, 86, 11-12. - Mario Equicola (c. 1470-1525) Libro de natura de amore, redactado en torno a 1495 (califica a Juan de Mena de poeta singular entre los españoles, como Petrarca entre los italianos). - Martín Martínez de Cantalapiedra (c. 1510-1579), Libri decem hypotyposeon theologicarum, sive regvlarvm ad intelligendum scripturas diuinas, in duas partes distributi, Salmanticae: excudebat Ioan. Maria a Terranoua: expensis Ioannis Moreni, 1565. Folio que contiene pasajes de Juan de Mena, prólogo de la Coronación Lugares del prólogo de la Coronación de Juan de Mena que justifican el estilo de Góngora. - Copia de la Soledad segunda (el periodo de la caza) - Natale Conti, Mythologiae sive explicationis fabularum libri decem (1567). 6. Aspectos abordados en el comentario Manuel Ponce aborda la mayoría de las cuestiones que protagonizaron la polémica gongorina, y destaca por su defensa de la oscuridad del estilo de Góngora basada en considerarla un rasgo consustancial al quehacer poético. Las principales nociones de poética y retórica que se abordan en el comentario de Ponce aparecen, sobre todo, en el Discurso donde defiende la oscuridad en el estilo del poeta. No obstante, también se desarrollan algunos de estos aspectos en la anotación y en las dos dedicatorias que contiene el manuscrito. Por lo que respecta a la anotación, en el apartado dedicado a la estructura del comentario ya he señalado algunas notas que explican el significado de metáforas, perífrasis o voces de difícil comprensión. Ponce no suele detenerse en consideraciones teóricas sobre los tropos y figuras empleados, y normalmente se limita en ellas a señalar el nombre de la figura o tropo. Remito a ese apartado para más detalles. El texto de la Soledad primera y la sección de notas van precedidas de dos dedicatorias: la primera de ellas «A los que no entienden esta silva» (fols. 2r-3r), y la segunda «Al conde de Salinas, presidente del Consejo de Portugal» (fols. 34r-40r). Como apunta su epígrafe, en la dedicatoria «A los que no entienden esta silva» Ponce defiende el poema de quienes criticaban su oscuridad. El comentarista compendia las críticas a su oscuridad en tres razones que, al mismo tiempo, están apuntando a tres tipos de ingenios incapaces de comprender el texto:«por la continuación de metáforas, hipérboles, translaciones, metonimias, repeticiones, exclamaciones, símiles, descripciones, transgresiones y locuciones es oscura a los que carecen de los preceptos de la retórica y poética» (fol. 2r).«por la gramática, términos y frases nuevas es oscura a los que carecen de las lenguas latina y toscana a quien imita su autor en el estilo, gravedad y heroicia» (fols. 2r-2v).«por las imitaciones, historias y fábulas y antigüedades que tiene es dificultosa a los que carecen de la lección de letras humanas y noticia de los poetas e historiadores» (fol. 2v). Estas razones reúnen las principales causas por las que se censuraban las Soledades: excesos en el ornatus y verba peregrina, y dificultad de sus contenidos y alusiones históricas, literarias y mitológicas. Son estos los dos grandes tipos de oscuridad recogidos en la preceptiva literaria: la proveniente de la forma, y la que deriva de la complejidad, misterio o profundidad de los asuntos. Si la primera constituía un habitual blanco de críticas para las preceptivas, la segunda era admitida, y aun alabada, como signo de erudición o trascendencia del poeta. La dedicatoria que precede a la anotación (fols. 34r-40r), dirigida al conde de Salinas, es una amplificación de la anterior. Ponce califica aquí a los detractores de Góngora como «el torrente de los doctos, agudos y curiosos, de cuyas tres especies no he visto que alguno haya aprobado en todo esta silva» (fol. 34r). Sobre esa tipología se construye el núcleo de este texto, donde Ponce señala las críticas que dirigen al poema. En la primera dedicatoria, «A los que no entienden esta silva» (fols. 2r-3r), Ponce también los había organizado en tres grandes categorías. La primera causa formulada por los doctos reúne dos aspectos que, según la preceptiva retórica, provocarían la excesiva oscuridad de la expresión: la frecuencia de voces nuevas y foráneas y de translaciones remotas, es decir, de tropos donde la analogía se advierte con gran dificultad. Esa censura se apoyaba en un conocido pasaje de la Poética de Aristóteles, ya comentado al hablar de las fuentes manejadas por Manuel Ponce: porque la oscuridad de la oración nace de valerse el poeta de voces nuevas y no usadas, y continuada frecuencia de translaciones remotas, de cuya unión resulta este incombiniente, según el precepto de Aristóteles, cuyas palabras son estas: Verum si quis simul omnia huiuscemodi fecerit, vel aenigma erit, vel barbarismus, si quidem igitur e translationibus, aenigma, si autem e linguis, et barbarismus (Ponce, Silva fols. 35r-35v). La segunda censura de los doctos (fol. 35v) afecta a otro de los pilares de la interpretación y juicio de las Soledades: el género del poema y la adecuación a su estilo. Los doctos señalan que el estilo del poema no guarda el decoro con respecto al asunto que trata –y, en consecuencia, al género, vinculado a este–, pues se eleva impropiamente a lo heroico cuando su asunto lírico requeriría otro registro. Una nueva crítica de los doctos (fols. 35v-36v) se centra en el uso de voces ininteligibles por nuevas o foráneas, lo que atenta contra la claridad y la puritas del lenguaje. Es un aspecto que ocupa mucho la atención de Ponce. Dos citas de Quintiliano acompañan esta crítica: la primera (Institutio Oratoria 1, 5, 71) habla de los riesgos de acuñar voces nuevas; la segunda (Institutio Oratoria 1, 6, 41) indica que el discurso que necesita intérprete resulta vicioso, pues la primera virtud ha de ser la claridad. A ellas se une un pasaje de Cicerón (De Officiis 1, 111) sobre la conveniencia de usar la lengua propia y no introducir constantemente voces extranjeras. Aunque formulada de manera muy breve, puede advertirse en la siguiente frase una censura de los doctos contra la falta de profundidad en los contenidos de las Soledades, aspecto que iría íntimamente conectado al de la oscuridad, pues, como se ha dicho, las preceptivas admitían la oscuridad derivada del misterio o complejidad de los asuntos tratados: «y hallan los doctos que los conceptos son pocos, y menos las sentencias que son parte necesaria en el poeta» (fol. 36v). Esta línea de censura será muy destacada en autores como Jáuregui o Lope, para quienes el poema de Góngora carecía de la profundidad que justificase su complejo estilo. El último aspecto censurado por los doctos es el de la mala imitación de los modelos (fols. 36v-37r), «desviándose con extremo de los términos en que escribieron todos; porque en los griegos, latinos, toscanos y los demás vulgares no hallan conformidad con lo que él escribe» (fol. 36v). Esta idea se amplifica indicando que en ninguna época se vio que un poeta vivo no fuese comprendido por los que tenían su mismo idioma (fols. 36v-37r). Ponce enlaza así con las críticas que los agudos –a los que ahora llama «ingeniosos»– y los curiosos lanzan contra el poema del cordobés. Si en los doctos las censuras se basaban en la ignorancia de la poética y la retórica, en agudos y curiosos se fundamentarán en calificar como error del poema lo que en realidad es falta de lecturas y conocimientos: Y a esta causa, los que se solicitan opinión de ingeniosos, allándose perdidos en esta nauegación, reprueban lo que no entienden, atribuyendo su defecto a lo escrito y no a lo poco leído (Ponce, Silva, fol. 37r) Y los curiosos –que exceden en número a los referidos los agudos o ingeniosos–, desesperados de descubrir su curiosidad, tratando con la debida noticia deste admirable papel, se disculpan del mismo modo diciendo que no es cosa digna de que los hombres de buen juicio se ocupen en ella, no mirando que, por su misma sentencia, quedan obligados a estudiarle (Ponce, Silva, fol. 37v) Entre esos defectos que intentan encubrir su ignorancia, los agudos aducen la falta de adecuación entre género y estilo, aspecto que ya se mencionó al reproducir las críticas de los doctos. Para estos censores agudos, el estilo de las Soledades pretende una gravedad heroica que no se adecua a su carácter lírico:y dicen que carece del natural lenguaje y propiedad de los términos, pues en los que está escrito no se halla igualdad heroica ni dulzura lírica, sino graves acometimientos y realces violentados que desfallecen donde más debían sustentarse; y que en el Polifemo y en esta silva ha errado los estilos, porque en aquel, que contenía una acción lírica, no escribió lírico; y en esta, que también lo es, ha escrito versos cuyo nervio es heroico (Ponce, Silva, fols. 37r-37v). Hasta aquí la parte central de la dedicatoria, donde Ponce se ha limitado a enumerar un torrente de censuras que acosaban al poema de Góngora, sin dedicarse a rebatirlas, algo que reservará para el Discurso en defensa de la oscuridad. El final de la dedicatoria se centra en alabar con vehemencia el arte de Góngora y censurar con la misma intensidad la ignorancia de quienes lo critican. La enumeración de las virtudes del poeta cordobés suma a lo ornamentado del estilo y los pensamientos sutiles la propia novedad del poema en nuestras letras, que para Ponce es motivo de admiración y alabanza. Esa singularidad de su poema eleva el castellano «a la cumbre de la gravedad y número latino» (fol. 38r) y a «la verbosidad, cadencia y suavidad de los toscanos, que hoy tienen el lugar segundo en estas letras» (fol. 38v). La censura a los detractores se fundamenta en su ignorancia, y se plasma con rotundidad en el siguiente dilemma, muy semejante a un pasaje de las Advertencias de Almansa: Si lo entienden, no oscuros; si no lo entienden, no lo juzguen (Almansa, Advertencias, p. 134). Y querría preguntarlos, si no le entienden bien, ¿por qué le enmiendan? si le entienden, ¿por qué le culpan de oscuro? (Ponce, Silva, fols. 38v-39r). En conclusión, las dos dedicatorias que preceden al texto y la anotación de la Soledad primera recogen, aunque de forma sintética, las principales censuras de las que fue objeto el poema de Góngora: la complejidad y uso excesivo de tropos y figuras, el exceso de voces nuevas y foráneas, la extrema dificultad de los asuntos y alusiones históricas, literarias y mitológicas, y la falta de decoro entre el género y el estilo del poema, que sus detractores consideran de carácter lírico y, en consecuencia, merecedor de un estilo de menor elevación y complejidad. Ponce no se centra en rebatir estas objeciones en las dedicatorias; en tanto cumple la promesa de articular su defensa en un Discurso, será la anotación del poema su medio de rechazar tales críticas mediante la explicación de la riqueza ornamental y de contenido de la Soledad primera. El lugar donde Ponce desarrolla de manera más sistemática su defensa de Góngora y sus ideas sobre el estilo es el Discurso en que se trata si en los términos de la poesía es necesaria la oscuridad y forzosa en las locuciones della; y en qué modo se puede permitir que el poeta sea oscuro a los ignorantes de los preceptos del arte y facultades que se cifran en los versos; y si el que a todos es difícil se ha de reprobar y no estudiarle (fol. 85r). Como se ha indicado, este texto cumple la promesa, formulada al conde de Salinas en la dedicatoria previa a la anotación, de ofrecerle una defensa sistemática y reflexiva del estilo del poema de Góngora. Tres cuestiones fundamentales se desarrollan en este texto: 1) reconocimiento de la oscuridad del poema de Góngora, y defensa de este rasgo como esencial en el estilo de la poesía; 2) licencia del poeta para usar voces nuevas y extranjeras; 3) diferencia entre el orador y el poeta. La oscuridad en el poeta La idea con la que Ponce abre su Discurso, y que es el eje sobre el que giran las otras dos, es que su defensa de Góngora no se basa en negar la oscuridad de su poema, sino precisamente en considerarla rasgo esencial del mismo y principio vertebrador de la poesía, característica que la crítica había señalado ya desde el trabajo de Dámaso Alonso. Ponce admite la oscuridad del poema de Góngora y la justifica con el antecedente de los poetas y filósofos antiguos y con las Sagradas Escrituras. Manifiesta así la esencia superior de la poesía que, como los textos filosóficos y religiosos, encubre bajo una forma sublime contenidos misteriosos y trascendentes; más aún, si la realidad que trata no es compleja, habrá de sublimarla mediante la dificultad de la expresión poética. Este rango especial del poeta, que entronca con las teorías sobre su origen divino y las defensas del elitismo y el furor poético, va a ser la base que organice todo su discurso: no, pues, será la oscuridad culpable en los poetas, imitadores en ella de la escritura divina y de los filósofos graves. Y debe considerarse que el oficio del poeta no es descubrir las cosas que por sí están cubiertas con algún velo; antes, si son claras y manifiestas, cifrarlas con cuanta diligencia y estudio pudiere, y encubrirlas a los ojos de la ignorancia porque la demasiada familiaridad no las deslustre; antes sean, por su dificultad, más dignas de memoria y reverencia (Ponce, Discurso, fols. 89r-89v). Este punto de vista es el que se encuentra en tratados de la antigüedad como De lo sublime de Longino o, más tarde, en el Actius (1499) de Giovanni Pontano. Autores como Longino o Pontano no son los más citados en la polémica gongorina, pero aparecen en varios de sus escritos. Longino fue invocado por Pedro de Valencia, aunque este se refirió a aquellos pasajes donde censuraba la excesiva hinchazón; con un tono más inequívocamente laudatorio, Longino y Pontano aparecen también en los Discursos apologéticos de Díaz de Rivas. Manuel Ponce no señala a Longino ni a Pontano, pero se apoyará en un texto que defiende posiciones similares y que resulta fundamental en la argumentación de su Discurso en defensa de la oscuridad: el libro 14 de la Genealogia deorum gentilium de Boccaccio, cuyo capítulo 12 lleva como revelador epígrafe: «Damnanda non est obscuritas poetarum» («No ha de ser condenada la oscuridad en los poetas»). Boccaccio es un autor menos citado aún que Longino o Pontano; como indicaron Melchora Romanos, José Manuel Rico García o Mercedes Blanco, lo mencionó Jáuregui en su Discurso poético, pero no suele aparecer en las numerosas páginas de la polémica gongorina. En el apartado dedicado a las fuentes he señalado las deudas de Ponce con esta obra de Boccaccio. Vinculada al elitismo de la poesía está la afirmación (fol. 89v) de que Góngora no oscureció su poema por capricho erudito o para negar la comprensión de su sentido, sino para que este se valorase más al fatigar el entendimiento en su lectura, diferenciando así los que Ponce califica de «ingenios valientes» frente a los «inferiores». Esa línea de argumentación continúa cuando se defiende la oscuridad como rasgo esencial del poeta recurriendo al origen de los términos de poeta y poesía. Se trata de un lugar muy citado en la polémica gongorina, y cuya tradición se remonta al menos a Suetonio (De viris illustribus. De poetis, 2, 1, prooemium), con referencias también en san Jerónimo (prólogo al libro de Job, según Almansa) y san Isidoro –que cita a Suetonio–. La crítica ha señalado que el lugar aparece, con notables semejanzas, en las Advertencias de Almansa, la Respuesta atribuida a Góngora y también en el Discurso de Manuel Ponce: Y san Jerónimo en el prólogo de Job, dando la definición de poesía, dijo que venía de poetes, nombre griego que quiere decir locuciones exquisitas. Y si alguna persona con justa causa puede ampliar la lengua es el Sr. Don Luis, que es el dueño de ella, porque los valientes atrevimientos se conceden a los valientes ingenios (Almansa, Advertencias, pp. 126-129) Demás, que honrra me ha causado hazerme obscuro a los ignorantes, que essa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego; pues no se han de dar las perlas preciosas a animales de cerda. Y bien dize griego, locución exquisita que viene de poeses, verbo de aquella lengua madre de las ciencias, como Andrés de Mendoça trata tan corta como agudamente en el segundo punto de sus corolarios, que así los llama vuesa merced (Respuesta de Don Luis de Góngora, pp. 257-258) A este asunto se refiere también la Plaza universal de todas las ciencias de Cristóbal Suárez de Figueroa, donde se cita a Boccaccio y su Genealogia deorum gentilium. Suárez de Figueroa sigue de cerca su fuente italiana, la Piazza universale de Tomaso Garzoni (1549-1589): El Poeta se deriva no de Pico, como dice el Bocacio que significa Formo o Fingo, sino de Poetes antiquísimo vocablo griego, que suena en latín Exquisita locutio, porque es propio del poeta hablar exquisita y raramente (Cristóbal Suárez de Figueroa, Plaza universal de todas las ciencias, Madrid, Luis Sánchez, 1615, discurso CV: «De los Poetas y Humanistas», fols. 353v-354r) Hora il Poeta nostro per dar principio alle sue lodi, ha il nome derivante, non da Pico (como dice il Boccacio nella Genealogia de' Dei) che significa, Formo, vel Fingo; ma de Poetes antichissimo vocabolo Greco, il qual sona latinamente esquisita locutione, perche é proprio del Poeta parlar isquisitamente, e raramente (Tomaso Garzoni, La piazza universale di tutte le profesioni del mondo, Venecia, 1585; Discorso 154, "De' Poeti in generali"; cito por la edición de Venecia, 1605, p. 920) Al explicar el origen del término poesía, Boccaccio tuvo como fuente a Petrarca (Familiares 10, 4, 4), como ya señalaron, entre otros, Giuseppe Billanovich y Riccardo Fubini. Como he indicado en al apartado de fuentes, donde se citan los pasajes, la formulación que ofrece Manuel Ponce resulta muy cercana al texto de Boccaccio. Dejando al margen la cuestión de las fuentes, es evidente que todos los que se acercaron a este lugar lo hicieron para reivindicar, a través del étimo de la voz, el estatuto especial del poeta como exclusivo poseedor de una locución exquisita donde la rareza y la oscuridad son elementos consustanciales. De ahí que Ponce haya recurrido a esta tradición como argumento de su Discurso. Ser un defensor de la oscuridad no exime a Ponce de recurrir a dos símiles aclaratorios para explicar su necesidad en la poesía. El primero de ellos (fol. 90v) plantea que, así como el conocimiento de las artes más nobles se alcanza con gran dificultad, lo mismo cabe decir de la poesía, que abarca y trata las más realzadas y sublimes materias. El segundo (fols. 91r-91v) señala que, así como para entender las artes y disciplinas superiores es necesario conocer las inferiores –la filosofía para la teología, por ejemplo–, así también es necesario un profundo conocimiento de asuntos y oficios para comprender a los poetas sublimes, pues abarcan gran cantidad de saberes. Esa manifestación de la superioridad de la poesía se cierra con un clásico lamento (fols. 91v-92r) –con ecos de la tópica querella entre antiguos y modernos– por haber perdido en tiempos de Ponce la dignidad que tuvo en su origen, cuando fue constituida para deleitar los oídos de los dioses. El lamento apunta a Góngora como excepción sublime, y a sus detractores como ingenios miserables que carecen de la altura necesaria para juzgarlo. La defensa de la oscuridad como rasgo esencial de la poesía se completa con una serie de ejemplos de poetas en los que constituía una característica fundamental (fols. 96v-100v). Acaso porque la acumulación es más sencilla que la reflexión, esta línea de carácter compilatorio fue muy seguida en la defensa de Góngora, y menos abundantes las reflexiones sobre el fenómeno que sí ocupó a Ponce. A cada autor nombrado por Ponce le acompaña una breve caracterización de las causas por las que es difícil y/o una enumeración de los comentarios que necesitaron sus poemas. Menciono aquí la lista, ya incluida en el apartado de fuentes, y sobre la que ofrezco más detalles en las notas al texto: (fols. 96v-98r) antiguos: Plauto, Petronio, Séneca, Estacio, Juvenal, Persio, Marcial, Catulo, Tibulo, Geórgicas de Virgilio (que Ponce conoce bien por su Apología), Ausonio Gallo. (fols. 98r-100r) vulgares italianos: Dante, Petrarca, Girolamo Benivieni. (fols. 100r-100v) vulgares españoles: Mena, Herrera y Diego de Mendoza. Precisa aquí que los dos últimos no fueron tan oscuros como Góngora, que superó de este modo a sus predecesores. El orador y el poeta La correcta distinción entre el oficio del orador y el del poeta es un aspecto que Manuel Ponce maneja muy certeramente en su Discurso. Se refiere a ella en dos lugares fundamentales. Al principio, Ponce vincula esta diferencia entre poeta y orador a la consideración sublime de la poesía, y afirma (fols. 92r-92v) que si el poeta no elevase su elocución oscureciéndola, solo se diferenciaría del prosista, el orador y el vulgo por el metro. Pero como el poeta es el sublime representante del furor divino, su elocución no puede ser clara, pues persigue necesariamente la oscuridad propia de ese rango superior. Más adelante (fols. 95v-96v), Ponce vuelve a este argumento de una manera más concreta cuando refuta a quienes defienden la claridad en poesía apoyándose en Cicerón y Quintiliano: Y debía mirar quien pretende probar su opinión con autoridades de Tulio y Quintiliano, que ellos no dieron en sus escritos preceptos a los poetas ni trataron de perficionar el metro, sino la oratoria, cuya profesión tenían, y de que escribieron en sus retóricas (Ponce, Discurso, fol. 95v). Ponce interpreta correctamente los tratados de retórica, y afirma que sus preceptos no se dirigen a los poetas, sino a los oradores. Muestra así una cabal comprensión de las constantes excepciones que los gramáticos y los rétores hacían con los poetas a la hora de reconocer como licencias poéticas los vicios gramaticales que censuraban, y de recomendar moderación en los diferentes recursos del ornatus. Al estudiar los vicios del lenguaje –solecismo y barbarismo–, el gramático advertía que se tornaban en licencias de valor artístico –metaplasmos, figuras y tropos– cuando eran utilizados por un poeta, que los empleaba conscientemente por razones métricas, ornamentales y expresivas. La gramática de Donato no deja lugar a dudas: Barbarismus est una pars orationis vitiosa in communi sermone. In poemate metaplasmus (Donatus, Ars Grammatica 3, 1, 1, p. 25) Soloecismus in prosa oratione, in poemate schema nominator (Donatus, Ars Grammatica 3, 2, 3, p. 28) La distinción entre vicio del lenguaje y licencia poética se sustenta así en la especial jerarquía del lenguaje de los poetas, que debe distinguirse del usado por oradores, filósofos e historiadores. De esta forma, los versos de los poetas ocupan las páginas de las gramáticas como ejemplos de virtudes y vicios del lenguaje –en ellos, licencias– y, en un plano más trascendente, también de moral y conocimiento del mundo. Esas eran las funciones más importantes encargadas al gramático en la enarratio poetarum. También en las retóricas clásicas está presente esa diferencia, que se desarrolla sobre todo al abordar las virtudes y los vicios de la elocución, y en la caracterización concreta de las vertientes del ornatus: tropos, figuras y compositio. En todos esos niveles, los rétores recomendaban moderación al orador, pero señalaban siempre la excepción de los poetas, a quienes se concedía mayor libertad en el uso de dichos recursos. En lógica conclusión, estas limitaciones y normas impuestas por las preceptivas a los oradores no serían aplicables a Góngora en la misma medida, tal y como acertadamente advierte Ponce en su Discurso. El poeta y las voces nuevas Es este un asunto que Manuel Ponce trata con bastante extensión (algo más de un tercio del Discurso) y que también abordó en la Epístola a Villamediana, texto que, como he señalado, se centraba en defender estos usos de estilo en el Faetón. Ponce se ocupa de esta cuestión en dos lugares del Discurso. En el primero de ellos, se centra en las que considera cinco voces extrañas que Góngora usó en su poema (venatorio, conculcado, meta, gulosos, bipartida). Resulta interesante que en la justificación de estas recurra al mismo lugar de la Poética de Aristóteles (1458a18-1459a16) que en la dedicatoria previa a la anotación del poema había señalado como aval de los detractores de Góngora. La explicación, ya comentada, es que allí los críticos se basaban en la recomendación de mesura estilística del Estagirita ante la posibilidad de caer en el enigma o el barbarismo (Poética 1458a24-26), y aquí Ponce se apoya en el pasaje donde Aristóteles afirma que los alargamientos, apócopes y alteraciones de vocablos evitan la elocución vulgar y contribuyen a su excelencia (Poética 1458b1-5): Verum si quis simul omnia huiuscemodi fecerit, vel aenigma erit, vel barbarismus, si quidem igitur e translationibus, aenigma, si autem e linguis, et barbarismus (Ponce, Silva fol. 35r-35v) («porque si uno lo compone todo de este modo, habrá enigma o barbarismo; si a base de metáforas, enigma; si de palabras extrañas, barbarismo", Aristóteles, Poética, 1458a23-25) Non populare quidem igitur faciet, et alia dicte formae: propium autem claritudinem. Non minimam autem partem conferunt, ut locutio aperta sit, et non popularis, productiones et ablationes et immutationes nominum. Quia enim hoc aliter se habet quam propium, cum factam sit contra id quod consuetum, reddet in oratione non bulgare genus (Ponce, Discurso, f. 93v) («También contribuyen mucho a la claridad de la elocución y a evitar su vulgaridad los alargamientos, apócopes y alteraciones de vocablos; pues por no ser como el usual, apartándose de lo corriente, evitará la vulgaridad», Aristóteles, Poética 1458b1-4) Más adelante, Ponce retoma la cuestión de la «licencia del poeta para inventar nuevas voces y frases ampliando su natural idioma» (fols. 101r-107v). Esta parte del Discurso presenta muchas semejanzas con la Epístola a Villamediana, y varios pasajes fueron utilizados por Ponce en ambos escritos. Como la Epístola se fecha entre 1617 y 1622 (aparición del Faetón y asesinato de Villamediana, en agosto), parece que la primera incursión en el asunto habría sido la de este Discurso, escrito antes de 1617, y que luego Ponce ahondó en el tema tras haberse difundido el Faetón de Villamediana. El primer pasaje (Discurso, fol. 104v) que comparten las dos obras procede de Macrobio (Saturnalia 6, 4, 20-21 y 6, 5, 1-8), como ya advirtieron Rozas y Quilis (1961, pp. 420-421), quienes señalaron que probablemente Ponce lo tomó de una antología. El segundo pasaje, contiguo al anterior y que reproduzco abajo, se copia también de forma literal en ambas obras, tanto en la cita de Cicerón como en la formulación del propio Ponce: Cicerón nos muestra claro que las voces se hacen nuevas en una epístola a Bruto: «Eum amorem et eum, vt hoc verbo vtar fauorem inconsilium aduocabo»; donde se ve que en su tiempo favor era palabra nueva. Y las voces griegas que están introducidas en la latinidad y se usaron en ella son casi infinitas; y no solo las voces, sino los modos de decir; como vemos en los poetas latinos, que, a cada paso, ponen los infinitivos por los gerundios como los griegos, que carecen de ellos (Ponce, Discurso fol. 105r) Cicerón nos muestra claro que las boçes se hacen nuebas en vna epístola a Bruto: «Eum amorem et eum, ut hoc verbo vtar favorem inconsilium advoco», donde se be que en su tiempo fabor hera palabra nueba y las boçes griegas que están yntroducidas en la latinidad son casi ynfinitas, y no solo las boçes, sino los modos de decir, como bemos en los poetas latinos, que a cada paso ponen los ymfinitibos por los xerundios, como los griegos, que carecen dellos (Epístola a Villamediana, p. 421) Esta sección del Discurso se organiza sobre la cita, traducción y glosa de los versos 46-59 del Ars Poetica de Horacio, donde se autoriza con diversas razones la incorporación de voces nuevas por parte del poeta. Los requisitos fundamentales manifestados en la poética horaciana eran que, o bien estuviesen compuestas por voces comunes, o bien fuesen tomadas de fuente griega. Ponce señala que Góngora ha cumplido con ambas exigencias: el primero de los requisitos lo atestigua con la voz semicapro, formada a partir de otras comunes y que comentó en la nota 88 a la Soledad primera; el segundo lo argumenta repitiendo la idea de que, igual que los latinos introdujeron esas voces a partir de términos griegos, Góngora hizo lo propio desde las lenguas latina y toscana. Como se ha comentado al hablar de las fuentes, Ponce sigue en algunas ocasiones el comentario del Ars poetica horaciana realizado por el granadino Juan Villén de Biedma y publicado en 1599. Tras ese comentario a los versos de la epístola horaciana, Ponce (fols. 105v-106v) señala una serie de voces latinas, toscanas y nuevas que fueron introducidas por autores españoles; en concreto, «el docto Juan de Mena» y «el ingenioso Garcilaso», utilizados ya antes como autoridades en favor de los usos gongorinos. Las voces coinciden con las que señalará en la Epístola a Villamediana (fol. 3v). En esta epístola se limita a enumerarlas en una lista: glebas, blasmar, bullada, fontana, almo, inerte, corrusca, novelo; en el Discurso, las atribuye de manera precisa a los poetas y añade un breve comentario sobre su procedencia en cada una de ellas. Ya cercano el final del Discurso, Ponce recapitula las anteriores observaciones y exculpa a Góngora de todas las acusaciones que se vertieron contra su poesía. Como complemento, remite para más detalles a dos obras que manejó a la hora de abordar los aspectos estilísticos y, sobre todo, el asunto de las voces foráneas e inventadas. La primera de ellas es la edición del Ars Poetica de Horacio con anotaciones del Brocense, publicada en Salamanca en 1591. Ponce manejó la écfrasis y notas al apartado De iunctura, siue de verborum innovationes quae triplex est, contenidas entre los folios 6v y 8v del impreso. La segunda obra es la traducción italiana y notas de la Poética de Aristóteles de Alessandro Piccolomini, cuya primera edición se publicó en Siena en 1572, aunque fue más utilizada la segunda, veneciana, de 1575. Ponce se refiere al apartado dedicado a la virtud o excelencia de la elocución (Poética 1458a18-1459b16, capítulo 22, pp. 208-215 en la edición de García Yebra); en la edición de Piccolomini, comprende el texto y notas a las particellas 116 a 123 (pp. 344-367 en la edición de Venecia, 1575). A ellas debe añadirse el ya mencionado comentario del Ars poetica de Juan Villén de Biedma, en el que Ponce también se apoyó en algún momento al comentar los versos de Horacio referidos a la licencia del poeta para usar voces nuevas. 7. Conclusión Manuel Ponce fue un estudioso que desarrolló su labor en el primer cuarto del siglo XVII, un periodo marcado por diversas polémicas literarias. En buena parte de ellas dejó notar su pluma, mostrando su afán por destacar en el nutrido panorama de hombres de letras que combinaban su participación en justas y concursos literarios con sus labores de traducción y comentario filológico de destacados autores. Es en este terreno donde encontramos sus obras hoy más apreciadas. Una de ellas, la Apología en defensa de Virgilio, fue probablemente parte de un proyecto más amplio de comentario del poeta mantuano, a la vez que refutación de uno de sus más ilustres comentaristas, el jesuita Juan Luis de la Cerda. Este dato, y el haber sido dirigida en forma epistolar a Pedro de Torres Rámila, muestra dos rasgos importantes en la labor de Ponce y en el ambiente literario de su época: por una parte, la red de amistades y enemistades que, no siempre de forma coherente –como no siempre lo es el ser humano– fueron tejiendo los hombres de letras. En este caso, sin embargo, la lógica se impone: Torres Rámila fue uno de los instigadores del ataque vertido contra Lope en la Spongia, y Ponce debió de participar en él junto a su amigo. Por otro lado, debe señalarse el hecho, sin duda natural, de que estos intelectuales buscasen su fama acercándose a la obra de escritores consagrados en el canon, como es el caso de Virgilio, e incluso oponiendo su punto de vista al de prestigiosos comentaristas de dichos autores, como sucede con Juan Luis de la Cerda. En este fecundo ambiente literario, la polémica gongorina ocupó un lugar de privilegio. Ponce party icipó muy pronto en ella, sin que sepamos qué razones concretas le movieron. La falta de documentación –cuyo rastreo sigue siendo necesario– impide precisar si las hubo de carácter personal, aunque no consta que hubiese conocido a Góngora. Sí sabemos que dedicó su comentario al conde de Salinas, de quien es conocida su buena relación con Góngora, aunque no compartiesen un mismo gusto poético. En esa dedicatoria probablemente se combine el deseo de lucir su erudición ante el conde, con una defensa de las probables opiniones negativas que el poema de Góngora podría suscitar en él, y que parece estaban ya presentes en algunos círculos. Lo que sí puede afirmarse es que Ponce compartía el punto de vista de Góngora sobre la creación poética, como muestra con claridad su Discurso en defensa de la oscuridad en el estilo del poeta, la segunda de las dos grandes secciones de su comentario. Además, en torno a 1617 volvería a defender a un autor de estirpe gongorina, Villamediana, y centraría su epístola a él dirigida en la defensa del uso de voces nuevas y extrañas por parte del poeta, cuestión que también destacó en su comentario de la Soledad primera. A esta comunidad de opiniones debe añadirse otra razón que pudo haber movido a Ponce: la importancia y notoriedad que le otorgaría comentar a un escritor de la fama de Góngora, cuya complejidad verbal y riqueza de contenidos permitían al comentarista ejercitar en toda su extensión y profundidad el alarde de sus saberes y erudición. El trabajo de Ponce consta de dos grandes secciones, que fueron elaboradas en fases sucesivas: una anotación a la Soledad primera, y un Discurso en defensa de la oscuridad en el estilo del poeta. Es este último el que mayor novedad y valor otorga a la labor de Ponce. En la dedicatoria que le precede, afirma su intención de ofrecer una reflexión sobre el quehacer poético alejada de la pasión que ya rodeaba la polémica, y que a menudo impidió juzgar cabalmente los versos de Góngora. Puede afirmarse que Ponce cumple su promesa, pues su Discurso no se basa en refutar censuras ni negar la oscuridad de los versos de Góngora, sino en una línea que profundiza en el origen de la poesía, y hace parte consustancial de ella la oscuridad de expresión y contenido. No podemos asegurar que noviembre de 1613, la fecha que recoge la portada del manuscrito, sea la del final de todo el trabajo de Ponce. Pero sí puede afirmarse que ya entonces tenía una completa idea de lo que iba a ser su labor, pues las dos secciones mencionadas se recogen en ella. De esta forma, la nutrida tradición de documentos generados por las Soledades tiene ya en sus primeros momentos un texto que se acerca al poema de Góngora con rigor y erudición y que, además, sitúa su estética en el correcto ámbito que corresponde a la poesía. Cabe esperar que el hallazgo de nuevos documentos y el cruce entre los textos de los diversos comentaristas ayude a precisar más la cronología del comento de Ponce y, desde ella, el devenir histórico de otros textos de la polémica. 8. Establecimiento del texto El texto se ha transmitido hasta hoy en un único manuscrito cuyas características han sido señaladas al comienzo de esta introducción. Como criterios generales, se han modernizado la puntuación y acentuación, y se ha adaptado el uso de mayúsculas a las indicaciones de la R.A.E. (Diccionario panhispánico de dudas, entrada mayúsculas). Por lo que atañe a la puntuación, deben hacerse las siguientes precisiones sobre la norma general antes mencionada:He mantenido la puntuación del manuscrito en la copia de la Soledad primera que figura entre los fols. 4r-33v, de mano diferente a la de Ponce, y en la copia de los vv. 677-936 de la Soledad segunda, llevada a cabo por Ponce y comprendida entre los fols. 113r-120v. Solo he intervenido cuando resulta imprescindible un signo de puntuación y la imagen no me ha permitido apreciarlo al final de un verso –normalmente a causa de la encuadernación–; en esos supuestos, lo incorporo entre corchetes. La razón de este criterio es que Manuel Ponce –como los otros comentaristas– lee y comprende el texto de las Soledades con la puntuación que él mismo coloca en el fragmento de la Soledad segunda, y con la que aparece en el texto de la Soledad primera, donde, además, se observan enmiendas que atestiguan la conciencia y dudas que despertaba esta cuestión entre los estudiosos y comentaristas de la época (así, por ejemplo, en el v. 187 de la Soledad primera, copiado en el fol. 9v). Ello lleva implícito que también la interpretación y notas de Ponce al poema se vean ligadas a la puntuación que manejó. Un ejemplo de ello se observa en los vv. 414-416, copiados en el fol. 15v, donde la variante «vio la arena, Neptuno» (frente a «violaron a Neptuno»), y la puntuación de los versos, fundamentan la interpretación que Ponce ofrece en su nota 48 (fol. 56r). En consecuencia, en estos casos he preferido privilegiar el carácter de documento histórico que posee el manuscrito. El lector podrá encontrar en las canónicas ediciones de Jammes (1994) y Carreira (2015 y 2016) un texto puntuado con los adecuados criterios gramaticales que hoy rigen.También he mantenido la puntuación de la copia que Manuel Ponce hace, en los fols. 110r-112r, de una oda de Anacreón en traducción de Quevedo, así como la de las frecuentes citas latinas y de otras lenguas que Ponce recoge en su comentario. Las ediciones de esos textos recogidas en las notas y la bibliografía permiten al lector cotejar esos pasajes y calibrar así posibles variantes.Respetando siempre la ortodoxia gramatical, la puntuación del resto del texto intenta también facilitar la lectura y comprensión de la prosa de Manuel Ponce, que, como la de otros estudiosos de su tiempo, ofrece una sintaxis compleja de amplios periodos circulares que acumulan miembros e incisos en sus prótasis y apódosis, y dificultan así su comprensión. Por ello, a la norma gramatical y la rítmica del periodo se ha unido, en ocasiones, un criterio que puntúa con mayor pausa (punto y coma o incluso punto y seguido) lo que, en rigor, es un miembro más de un periodo más amplio. En lo referente a las grafías, se han modernizado aquellas que no implicaban distinción fonológica en la primera mitad del XVII. También regularizo según el uso actual las secuencias a el (al), de el (del) y dél (de él); en los dos casos en los que aparece (fols. 22v, 115 v), sustituyo quel por que el y ques (fols. 80r, 106v) por que es. Mantengo formas como aqueste, deste, della y similares, así como su alternancia en el texto con las formas no contraídas (de este, de ella…), rasgo propio de la lengua de Ponce y su tiempo. Mantengo también alternancias habituales en la lengua de la época, como deciende (f. 32v) y descienden (f. 57v), lascivo (fols. 11r, 12v, 26r, 33r, 62r, 114r) y lacivo (fols. 12r, 17r, 24v), nacer y derivados (fols. 14r, 14v, 34v, 53r, 54v, 56r, 59r, 80r, 86v, 108r, 115r…) y nascer, casi no usado (fol. 115v, nascido). Conservo los casos de leísmo, loísmo y laísmo que caracterizan la lengua de Ponce, quien, como se ha dicho, era probablemente madrileño (ver, por ejemplo, fols. 38v, 39v, 40v, 41r, 43r, 49r). Finalmente, conservo la grafía del manuscrito en las citas latinas y de otras lenguas que Ponce recoge el su comentario; solo corrijo en ellas las erratas evidentes. El lector podrá cotejar esos pasajes con las ediciones de esos textos recogidas en la bibliografía. Desarrollo en cursiva las frecuentes abreviaturas que presenta el manuscrito e indico entre corchetes el cambio de folio. Corrijo en el texto las erratas del manuscrito cuando son evidentes; pero, en todos los casos, consigno en nota su lectura. La anotación persigue diversos objetivos: algunas notas intentan facilitar la mejor comprensión del texto; en este caso, aclaran algunas voces o parafrasean el sentido de pasajes que pudieran resultar complejos debido al estilo de Ponce o a las ideas que expone. Dado su carácter de comentario erudito, muchas de las notas se dedican a ilustrar las fuentes que utiliza Ponce, y señalan los pasajes que cita o a los que alude. La anotación se convierte en estos casos en un recorrido por la labor de Ponce, y en un reflejo de esa variada colección de saberes que acumulan estos comentos, y que son muestra tanto de la erudición del comentarista, como de la riqueza de contenidos y fuentes que atesora el poema. Debe reconocerse que, en muchas ocasiones, esta erudición puede considerarse gratuita, pues poco o nada aporta a la estricta comprensión del poema, y se acumula a mayor gloria del comentarista. Con más razón habrían de considerarse gratuitas las notas que ilustran en esta edición esas referencias del comento y que contribuirían, de este modo, a incrementar aún más lo que Menéndez Pelayo calificó como «la palma de la pesadez» al hablar del comentario de Salcedo Coronel. Es muy posible que ello sea cierto. Sin embargo, desde otro punto de vista, recorrer todos esos textos donde geógrafos, historiadores y otros estudiosos hablaban de los hechos y realidades más diversos, nos recuerda una de las finalidades básicas del comentario filológico desde la antigüedad: enseñar no solo la lengua del poeta y su excelencia en el estilo, sino también abrir una ventana al mundo a través de sus versos. Aprender, en fin, desde la literatura. En consecuencia, la aridez de esta anotación no es sino una prolongación de la que el comentario esconde en su esencia y características. Así parece entenderlo el propio Ponce cuando, al anotar el v. 436 de la Soledad primera («conducir orcas, alistar ballenas»), invita al lector a consultar la Naturalis historia de Plinio para obtener más informaciones sobre los prodigios de estos monstruos marinos: «Véase, porque es admirable su muerte y sus batallas» (fol. 58r). Finalmente, este universo erudito es también reflejo de la riqueza de contenidos que encierra el poema de Góngora, que, como los versos de Virgilio y otros clásicos, no solo es arte literario, sino también espejo del mundo, la mitología y la historia. Otro tipo de notas, bastante frecuente, es el que intenta recoger diversas particularidades del manuscrito, como las anotaciones marginales, las tachaduras, correcciones y enmiendas, y otros pormenores de esa índole. La incorporación de algunas imágenes permite ilustrar mejor varios de esos detalles. En esta línea, he conservado en el texto los subrayados que destacan algunas frases y expresiones. En no pocas ocasiones, los detalles del manuscrito ofrecen informaciones que ayudan a entender el modo de proceder de Ponce y el proceso de elaboración de su comentario. En las notas que recogen pasajes de textos latinos, he añadido a estos la traducción castellana, la mayoría de las veces por ediciones contrastadas que se indican en la nota, y algunas en traducción propia. En las notas al texto de la Soledad primera he incorporado las variantes que aparecen en los márgenes de la copia manuscrita, y que recogen lecturas de la versión definitiva. Además, he incluido las variantes de la versión primitiva que Góngora envió a Pedro de Valencia en 1613. Para ello me baso en el texto crítico de esa versión primitiva editado por Antonio Rojas Castro en 2015, tras el cotejo y análisis de 17 testimonios manuscritos y 5 impresos. También he examinado y tenido en cuenta el fundamental trabajo de Dámaso Alonso (1936) que reconstruye la versión primitiva sobre los testimonios que entonces pudo manejar, el de Robert Jammes (1984) donde se reproduce la copia que Rodríguez-Moñino le envió del manuscrito de su propiedad –con el que he cotejado el texto– y las referencias del propio Jammes al texto de la versión primitiva, que va desgranando a lo largo de su edición de 1994, donde actualiza los logros de Dámaso Alonso. La finalidad fundamental de este tipo de notas es corroborar el carácter de versión intermedia que tiene la copia de la Soledad primera manejada por Ponce. Al ser ya muy abundante la anotación, no he desarrollado en todas sus posibilidades la que refleja concordancias entre las ideas de Ponce y pasajes de otros comentarios de la polémica gongorina. Ello habría dilatado el aparato de notas hasta hacerlo aún más prolijo, y esta tarea puede realizarse hoy con más agilidad y rigor gracias al proyecto de edición digital de sus comentarios dirigido por Mercedes Blanco en la Sorbonne Université (Góngora et les querelles littéraires de la Renaissance). Al situarse el comentario de Ponce en los comienzos de la polémica, el notable catálogo de fuentes que maneja permitirá a los gongoristas calibrar las semejanzas y peculiaridades con los trabajos de otros comentaristas. El contexto intelectual de estas conexiones fue certeramente dibujado por Antonio Carreira (1998, p. 264): «Las citas similares indican que el arsenal de argumentos era limitado, y que cada cual, en un aprieto, echaba mano de lo que podía». No debe olvidarse, finalmente, que en este panorama de vínculos y semejanzas influyen también las relaciones personales. Por señalar un ejemplo conocido, las cartas de Cristóbal de Salazar Mardones a Juan Francisco Andrés de Ustárroz atestiguan el trasvase de datos e informaciones entre los comentaristas de Góngora, y acusan al siempre denostado Pellicer de haber usurpado materiales a Ustárroz y al propio Salazar Mardones. La red de conexiones textuales es, por lo tanto, un hecho inevitable, y merecerá por parte de los expertos continuar la labor de estudios archivísticos, historiográficos y de cotejo de textos, tarea que nunca finaliza y que, evidentemente, excede con mucho el limitado propósito de esta edición. En conclusión, la intención de este trabajo es ofrecer un texto riguroso de este temprano e importante comentario, con una anotación centrada en detallar las particularidades del manuscrito, aclarar la comprensión del texto de Ponce e identificar su amplio bagaje erudito. El deseo es que esta labor permita a los estudiosos de Góngora profundizar en lo que sin duda son sus aportaciones al conocimiento del poeta y a la polémica que sus versos suscitaron. 9. Bibliografía 9.1. Obras citadas o mencionadas por Manuel Ponce Agustín, Santo, De doctrina christiana, cura et studio Iosephi Martin, en Aurelii Augustini opera. Pars IV, Turnhout, Brepols, 1962 Corpus Christianorum. Series Latina XXXII. —,  Sancti Avgvstini confessionvm libri XIII qves post Martinvm Skutella itervm, edidit Lvcas Verheijen, Turnhout, Brepols, 1981. —, Confesiones, en Obras completas II, trad. A. Custodio Vega, Madrid, BAC, 19797. Alamanni, L., La coltivatione di Luigi Alamanni al christianissimo re Francesco Primo, stampato in Parigi, da Ruberto Stephano, 1546 ejemplar de la Biblioteca Xeral de la USC. sign. 8337. 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Traducida por el licenciado Gerónimo de Huerta; médico y familiar del Santo Oficio de la Inquisición y ampliada por él mismo, con escolios, y anotaciones, en que aclara lo oscuro y dudoso, y añade lo no sabido hasta estos tiempos. Tomo segundo, en Madrid, por Juan González, 1629. —, Naturalis Historia-Histoire naturelle, texte établi et traduit par H. le Bonniec, J. M. Croisie et J. André, Paris, Les Belles Lettres, 1981-1985, 3 vols. —, Caii Plynii Secvndi Naturalis Hyistoriae libri XXXVII, Parmae impressus, Andrea Portilia, 1481. —, C. Plinii Secundi de naturali historia libri XXXVII, Venetiis, Ioannem Aluisium de Varisio, 1499. —, C. Plinii Secundi opus diuinum, cui titulus Historia naturalis..., Parisiis, Veneunt ab Ambrosio Girault, 1526. —, C. Plinii Secundi Historiarum Naturae libri XXXVII, Parisiis, Iohann Parvus, 1532. —, C. 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Este Manuel Ponce creemos sea el mismo cuyo artículo trae don Nicolás Antonio, tomo 1º de la Biblioteca nova, página 353, y Baena en sus Hijos ilustres de Madrid, tomo IV, página 2, en que dice: «Manuel Ponce vivía en 1622, y escribió: Discurso a las fiestas que se hicieron en la canonización de los cinco santos san Isidro, san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa y san Felipe Neri; y asistió a la justa poética que se celebró, en donde tiene un soneto. Discurso intitulado Cristal de la lengua castellana, Comentos de algunos lugares de Virgilio, Oración fúnebre en la muerte de D. Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, que fue degollado en la plaza mayor de Madrid, jueves 21 de octubre de 1621, papel que ha impreso el autor del Semanario erudito en el tomo 1º». Ni don Nicolás Antonio ni Baena parece que tuvieron noticia de esta obra ms. de Ponce. A los que no entienden esta silva. Aunque no me obliga el proverbio a decir pocas palabras, si solo al buen entendedor han de decirse, diré sucintamente lo forzoso para darme a entender bien. Esta silva es oscura por tres causas a tres modos de ingenios: por la continuación de metáforas, hipérboles, translaciones, metonimias, repeticiones, esclamaciones, símiles, descripciones, transgresiones y locuciones, a los que carecen de la dotrina y preceptos de la retórica y poética, supuesto que, no sabiéndolas, es imposible entenderlas. Por la gramática, términos y frases nuevas, a los que carecen de las lenguas latina y toscana, a quien imita su autor en el estilo, gravedad y heroicia, porque no puede hallar fácil su inteligencia quien no la tiene de ellas. Por las imitaciones, historias, fábulas y antigüedades que tiene, es dificultosa a los que carecen de la lección de letras humanas y noticia de los poetas y historiadores, donde es necesario haber visto lo que escribe para entenderlo. De donde se sigue que en general será oscura esta silva, pues hay tantos que ignoran lo que por su primor y excelencia requiere para ser bien entendida. En cuya conformidad he hecho las notas de ella, declarando las figuras retóricas y términos poéticos, construyendo lo que está latinizado, señalando las imitaciones importantes y refiriendo las fábulas o historias que toca en los lugares necesarios, para que, desta suerte, quede manifiesta y clara su inteligencia a todos. Advirtiendo que estimaré con extremo que los que pudieran entenderla sin este beneficio, y han dejado de estudiarla por algún buen respeto, escusen su atención y cuidado con el mío porque así la tengan todos en la estimación debida, que solo esto ha podido obligarme a romper los términos de mi escaseza publicando escritos míos. Vale. DEDICATO DED DEDICATO ria al duque de Béjar Pasos de un peregrino son errante cuantos me dictó, versos dulce musa, en soledad confusa perdidos unos; otros inspirados. ¡Oh tú que de venablos impedido 5 muros de abeto, almenas de diamante, bates los montes, que de nieve armados gigantes de cristal los teme el cielo; donde el cuerno del eco repetido fieras te expone, que al teñido suelo 10 muertas pidiendo términos disformes, espumoso coral le dan al Tormes! Arrima a un fresno el fresno, cuyo acero sangre sudando, en tiempo hará breve purpurear la nieve: 15 y en cuanto da el solícito montero al duro robre, al pino levantado, émulos vividores de las peñas, las formidables señas, del oso, que aun besaba atravesado 20 la asta de tu luciente jabalina: o lo sagrado supla de la encina lo augusto del dosel; o de la fuente la alta cenefa lo majestüoso del sitïal a tu deidad debido, 25 ¡oh duque esclarecido! templa en sus ondas tu fatiga ardiente, y entregados tus miembros al reposo sobre la grama, césped no desnudo, déjate un rato hallar del pie acertado 30 que sus errantes pasos ha votado a la real cadena de tu escudo: honre süave generoso nudo libertad de Fortuna perseguida que a tu piedad Euterpe agradecida 35 su canoro dará dulce instrumento cuando la Fama no su trompa al viento. Soledades 1. Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa (media luna, las armas de su frente y el Sol todos los rayos de su pelo) luciente honor del cielo 5 en dehesas azules pace estrellas cuando el que ministrar podia la copa 2. a Júpiter,mejor que el garzón de Ida; náufrago, y desdeñado, sobre ausente, lagrimosas de amor dulces querellas 10 da al mar, que condolido fue a las ondas, fue al viento, el mísero gemido 3. segundo de Arïón dulce instrumento; del siempre en la montaña opuesto pino 15 al enemigo noto, piadoso miembro roto breve tabla, delfín no fue pequeño al inconsiderado peregrino que a una Libia de ondas, su camino 20 fio, y su vida a un leño. Del océano pues antes sorbido, y luego vomitado, no lejos de un escollo coronado de secos juncos, de calientes plumas 25 (alga todo, y espumas) halló hospitalidad donde halló nido 4. de Júpiter el ave. Besa la arena, y de la rota nave aquella parte poca 30 que lo expuso en la playa dio a la roca; que aun se dejan las peñas lisonjear de agradecidas señas. Desnudo el joven, cuanto ya el vestido océano ha bebido, 35 restituir le hace a las arenas y al Sol le estiende luego que lamiéndole apenas su dulce lengua de templado fuego lento lo embiste, y con süave estilo 40 la menor onda chupa al menor hilo. 5. No bien pues de su luz los horizontes (que hacían desigual confusamente montes de agua y piélagos de montes) desdorados los siente, 45 cuando entregado el mísero estranjero en lo que ya del mar redimió fiero 6. entre espinas crepúsculos pisando riscos que aun igualara mal volando veloz e intrépida ala 50 menos cansado que confuso escala. 7. Vencida al fin la cumbre del mar siempre sonante de la muda campaña árbitro igual, e inexpugnable muro 55 (con pie ya más seguro) declina al vacilante breve esplendor, de mal distinta lumbre, farol de una cabaña que sobre el ferro está en aquel incierto 60 golfo de sombras anunciando el puerto. 8. «Rayos(les dice) ya que no de Leda trémulos hijos, sed de mi fortuna término luminoso»: y recelando de invidïosa bárbara arboleda 65 interposición;cuando de vientos,no conjuración alguna: cual haciendo el villano la fragosa montaña,fácil llano atento sigue aquella 70 (aun a pesar de las tinieblas bella aun a pesar de las estrellas clara) 9. piedra, indigna tïara (si tradición apócrifa no miente) de animal tenebroso, cuya frente 75 carro es brillante de nocturno día: tal diligente el paso el joven apresura midiendo la espesura con igual pie que el raso, 80 fijo(a despecho de la niebla fría) en el carbunclo, norte de su aguja o el austro brame, o el arboleda cruja. El can ya, vigilante convoca,despidiendo al caminante, 85 y la que desvïada luz poca pareció, tanta es vecina que yace en ella la robusta encina mariposa en cenizas desatada. Llegó pues el mancebo y saludado 90 sin ambición, sin pompa de palabras de los conducidores fue,de cabras 10. que a Vulcano tenían coronado. «¡Oh bienaventurado albergue, a cualquier hora, 95 11. templo de Pales, alcaría de Flora! No moderno artificio borró designios, bosquejó modelos, al cóncavo ajustando de los cielos el sublime edificio; 100 retamas sobre robre tu fábrica,son pobre, do guarda en vez de acero la inocencia, al cabrero, más que el silbo al ganado. 105 ¡Oh bienaventurado albergue, a cualquier hora! No en ti la Ambición mora hidrópica de viento. 12. Ni la que su alimento 110 el áspid es gitano. 13. No la que en vulto comenzando humano acaba en mortal fïera, esfinge bachillera 14. que hace hoy a Narciso 115 Ecos solicitar, desdeñar fuentes. 15. Ni la que en salvas gasta impertinentes la pólvora del tiempo más preciso; ceremonia profana que la Sinceridad burla villana 120 sobre el corvo cayado. ¡Oh bienaventurado albergue, a cualquier hora! Tus umbrales ignora 16. la Adulación, sirena 125 de reales palacios, cuya arena Besó,ya tanto leño trofeos dulces de un canoro sueño. No a la Soberbia está aquí la Mentira 17. dorándola los pies en cuanto gira 130 la esfera de sus plumas; 18. ni de los rayos baja a las espumas favor de cera alado. ¡Oh bienaventurado albergue a cualquier hora!» 135 No pues de aquella sierra, engendradora más de fierezas,que de cortesía la gente parecía, que hospedó al forastero, con pecho igual de aquel candor primero 140 que en las selvas contento tienda el fresno le dio, el robre alimento. Limpio sayal(en vez de blanco lino) cubrió el cuadrado pino: y en boj(aunque rebelde) a quien el torno 145 forma elegante dio(sin culto adorno) 19. leche(que exprimir vio el Alba aquel día mientras perdían con ella los blancos lilios de su frente bella) gruesa,le dan y fría, 150 impenetrable casi a la cuchara 20. del viejo Alcimedón invención rara. 21. El que de cabras fue,dos veces ciento esposo(casi un lustro) cuyo diente no perdonó a racimo, aun en la frente 155 de Baco, cuanto más en su sarmiento; triunfador siempre de celosas lides le coronó el Amor, mas rival tierno breve de barba,y duro no de cuerno redimió con su muerte tantas vides; 160 servido ya en cecina purpúreos hilos es de grana fina. Sobre corchos después más regalado sueño,le solicitan pieles blandas que al príncipe entre holandas 165 púrpura tiria, o milanés brocado. No de humosos vinos agravado 22. es Sísifo en la cuesta, y en la cumbre de ponderosa vana pesadumbre es cuanto más despierto, más burlado. 170 23. De trompa militar no, o de templado son de cajas,fue el sueño interrumpido de can sí, embravecido contra la seca hoja, que el viento repeló a alguna coscoja. 175 Durmió y recuerda al fin cuando las aves (esquilas dulces de sonora pluma) señas dieron süaves del Alba,al Sol que el pabellón de espuma dejó, y en su carroza 180 rayó el verde obelisco de la choza. Agradecido pues el peregrino deja albergue, y sale acompañado de quien le lleva donde levantado distante pocos pasos del camino, 185 imperïoso mira la campaña un escollo, apacible,galería, que festivo teatro fue algún día 24. de cuantos pisan faunos la montaña. Llegó,y a vista tanta 190 obedeciendo la dudosa planta inmóvil se quedó,sobre un lentisco verde balcón del agradable risco. 25. Si mucho,poco mapa le despliega, mucho es más,lo que (nieblas desatando) 195 confunde el Sol,y la distancia niega. Muda la admiración habla callando, y ciega un río sigue,que luciente de aquellos montes hijo con torcido discurso(aunque prolijo) 200 tiraniza los campos útilmente orladas sus orillas de frutales 26. quiere la Copia que su cuerno sea, si al animal,armaron de Amaltea dïáfanos cristales; 205 engazando edificios en su plata; de muros se corona rocas abraza, islas aprisiona dela alta gruta donde se desata hasta los jaspes líquidos, adonde 210 su orgullo pierde, y su memoria esconde. «Aquellas que los árboles,apenas dejan ser torres hoy,dijo al cabrero (con muestras de dolor estraordinarias) las estrellas noturnas luminarias 215 eran de sus almenas, cuando el que ves sayal,fue limpio acero. Yacen ahora y sus desnudas piedras visten piadosas yedras, que a ruïnas,y estragos, 220 sabe el tiempo hacer verdes halagos». Con gusto el joven y atención,lo oía cuando torrente de armas,y de perros (que si precipitados no los cerros las personas tras de un lobo traía) 225 tierno discurso,y dulce compañía dejar hizo al serrano, que del sublime espacïoso llano al huésped al camino reduciendo 27. al venatorio estruendo 230 pasos dando veloces, número crece,y multiplica voces. Bajaba entre sí el joven admirando 28. armado a Pan,o semicapro a Marte en el pastor mentidos, que con arte 235 culto principio dio al discurso cuando 29. rémora de sus pasos fue su oído, dulcemente impedido de canoro instrumento, que pulsado era, de una serrana, junto a un tronco 240 sobre un arroyo de quejarse ronco, mudo sus ondas, cuando no enfrenado. Otra con ella montaraz zagala 30. juntaba el cristal líquido,al humano por el arcaduz bello de una mano 245 que al uno menosprecia, al otro iguala. Del verde margen,otra las mejores rosas,traslada y lilios al cabello, o por lo matizado o por lo bello, si Aurora no con rayos, Sol con flores. 250 Negras pizarras,entre blancos dedos ingenïosa hiere otra, que dudo que aun los peñascos la escucharan quedos. Al son pues deste rudo sonoroso instrumento 255 lasciva el movimiento, mas los ojos honesta, altera otra bailando la floresta. Tantas al fin el arroyuelo, y tantas montañesas da el prado, que dirías 260 31. ser menos las que verdes hamadrías abortaron las plantas: inundación hermosa que la montaña hizo populosa, de sus aldeas todas; 265 a pastorales bodas. De una encina embebido en lo cóncavo, el joven mantenía la vista de hermosura, y el oído de métrica,armonía. 270 32. El sileno buscaba de aquellas que la sierra dio bacantes. Ya que ninfas las niega ser errantes el hombro sin aljaba: 33. o si del Termodonte 275 émulo el arroyuelo, desatado de aquel fragoso monte 34. escuadrón de amazonas,desarmado tremola en sus riberas pacíficas banderas. 280 Vulgo lacivo erraba, al voto del mancebo (el yugo de ambos sexos sacudido) 35. al tiempo que (de flores impedido el que ya serenaba 285 la región de su frente rayo nuevo) purpúrea terneruela, conducida de su madre,no menos enramada, entre albogues se ofrece, acompañada de juventud florida. 290 _________________________ Quién la cerviz oprime con la manchada copia de los cabritos,más retozadores, tan golosos, que gime el que menos peinar puede las flores 295 301 de su guirnalda propia. + Cuál dellos las pendientes sumas graves de negras,baja; de pintadas aves; cuyo lascivo esposo,vigilante 300 293 doméstico,es del Sol nuncio canoro, y de coral barbado, no de oro ciñe sino de púrpura turbante. + No el sitio, no, fragoso, no el torcido taladro de la tierra, 305 304 previlegió en la sierra la paz del conejuelo temeroso. Trofeo,ya su número es a un hombro (si carga no y asombro). Tú ave peregrina 310 311 arrogante esplendor(ya que no bello) 37. del último occidente: penda el rugoso nácar de tu frente sobre el crespo zafiro de tu cuello 38. que Himeneo a sus mesas te destina. 315 314 Sobre dos hombros larga vara ostenta fol.13r en cien aves,cien picos de rubíes tafiletes calzadas carmesíes emulación,y afrenta, aun de los berberiscos 320 319 en la inculta,región, de aquellos riscos. Lo que lloró el Aurora (si es néctar lo que llora) y,antes que el Sol, enjuga la abeja,que madruga 325 324 a libar flores.y a chupar cristales, en celdas de oro líquido, en panales la orza contenía que un montañés traía. 39. No excedía la oreja 330 329 el pululante ramo del terneruelo gamo, que mal llevar se deja y con razón,que el tálamo desdeña la sombra,aun de lisonja tan pequeña. 335 334 40. El arco del caminopues torcido, que habían con trabajo por la fragosa cuerda del atajo las gallardas serranas desmentido, de la cansada juventud,vencido 340 339 (los fuertes hombros con las cargas graves treguas hechassuaves,) sueño le ofrece, a quien buscó descanso, el ya sañudo arroyo ahora manso merced de la hermosura que ha hospedado 345 344 efectos,si no dulces del concento que en las lucientes de marfil clavijas las duras cuerdas de las negras guijas hicieron a su curso acelerado, en cuanto a su furor perdonó el viento. 350 349 Menos en renunciar tardó,la encina el estranjero errante que en reclinarse el menos fatigado, sobre la grana que se viste fina su bella amada, deponiendo amante 355 354 en las vestidas rosas, su cuidado. Saludolos a todos,cortésmente, y admirado no menos de los serranos,que correspondido, las sombras solicita de unas peñas, 360 359 de lágrimas los tiernos ojos llenos, reconociendo el mar en el vestido, (que beberse no pudo el Sol ardiente las que siempre dará,cerúleas señas) político serrano 365 364 de canas grave, habló desta manera. 41. «¿Cuál tigre, la más fiera que clima infamó hircano dio el primer alimento al que, ya deste, o de aquel mar, primero 370 369 surcó, labrador fiero 42. el campo undoso,en mal nacido pino? 43. vaga Clicie del viento, en telas hecho, antes que en flor el lino. Más armas introdujo este marino 375 374 monstruo, escamado de robustas hayas a las que tanto mar dividió playas, que confusión,y fuego 44. al frigio muro,el otro leño griego. 45. Náutica industria investigó tal piedra 380 379 que cual abraza yedra escollo, el metal ella fulminante de que Marte se viste, y lisonjera solicita el que más brilla diamante en la nocturna capa de la esfera, 385 384 estrella a nuestro polo más vecina, y, con virtud,no poca distante,la revoca, elevada,la inclina; ya de la Aurora bella 390 389 al rosado balcón, ya a la que sella cerúlea tumba fría las cenizas del día. En esta pues fiándose atractiva del norte,amante dura alado roble 395 394 no hay tormentoso cabo que no doble, ni isla hoy,a su vuelo fugitiva. 46. Tifis el primer leño mal seguro condujo, muchos luego Palinuro si bien por un mar ambos, que la tierra 400 399 estanque dejó hecho. Cuyo famoso estrecho una y otra de Alcides,llaves cierra. Piloto hoy la Codicia no de errantes árboles, mas de selvas inconstantes, 405 404 al padre de las aguas,Oceano de cuya monarquía el Sol que cada día 47. nace en sus ondas,y en sus ondas muere, los términos saber todos no quiere 410 409 dejó primero de su espuma cano sin admitir segundo en inculcar sus límites al mundo; 48. abetos suyos tres aquel tridente._______+ . viola arena, Neptuno 415 414 conculcada hasta allí de otro ninguno, besando las que al Sol el occidente le corre en lecho azul de aguas marinas turquesadas cortinas; 49. apesar luego de áspides volantes 420 419 sombra del Sol,y tósigo del viento de caribes flechados, sus banderas siempre gloriosas, siempre tremolantes, rompieron los que armó de plumas ciento lestrigones el istmo aladas fieras: 425 424 el istmo,que al océano divide 50. y sierpe de cristal, juntar le impide la cabeza del norte,coronada con la que ilustra el sur,cola escamada de antárticas estrellas. 430 429 Segundos leños dio,al segundo polo en nuevo mar, que le rindió,no solo las blancas hijas de sus conchas bellas, 51. mas los que lograr bien no supo Midas metales homicidas; 435 434 no le bastó después a este elemento 52. conducir orcas, alistar ballenas, murarse de montañas espumosas, infamar blanqueando sus arenas con tantas del primer atrevimiento 440 439 señas, aun a los buitres lastimosas, para con estas lastimosas señas temeridades enfrenar,segundas: Tú Cudicia, tú pues de las profundas 53. estigias aguas,torpe marinero 445 444 cuantos abre sepulcros el mar fiero a tus huesos, desdeñas: 54. El promontorio que Éolo sus rocas candados hizo de otras nuevas grutas para el austro de alas nunca enjutas, 450 449 para el cierzo espirante por cien bocas, doblaste alegre, y tu obstinada entena cabo le hizo de esperanza buena. Tantos luego astronómicos presagios frustrados, tanta náutica doctrina, 455 454 debajo aun de la zona más vecina al Sol,calmas vencidas, y naufragios, los reinos de la Aurora,al fin besaste, cuyos purpúreos senos,perlas netas, cuyas minas secretas 460 459 hoy te guardan su más precioso engaste. La aromática selva penetraste 55. que al pájaro de Arabia (cuyo vuelo arco alado es del cielo, no corvo mas tendido) 465 464 pira le erige,y le construye nido. 56. Zodíaco después fue cristalino a glorïoso pino+ émulo vago del ardiente coche 57. del Sol este elemento, 470 469 que cuatro veces había sido ciento, dosel al día y tálamo a la noche; cuando halló de fugitiva plata 58. la bisagra (aunque estrecha) abrazadora + de un océano, y otro, siempre uno 475 474 o las colunas bese,o la escarlata tapete de la Aurora: 59. esta pues nave ahora en el húmido templo de Neptuno varada pende a la inmortal memoria 480 479 con nombre de Vitoria. 60. De firmes islas,no la inmóvil flota en aquel mar del Alba te describo cuyo número, ya que no lacivo por lo bello, agradable y por lo vario, 485 484 la dulce confusión,hacer podía que en los blancos estanques del Eurota la virginal desnuda montería, haciendo escollos o de mármor pario, o de terso marfil, sus miembros bellos 490 489 que pudo bien Anteón perderse en ellos. 61. El bosque dividido en islas pocas fragante productor de aquel aroma que traducido mal por el Egipto tarde lo encomendó el Nilo a sus bocas 495 494 y ellas más tarde a la gulosa Grecia clavo no, espuela sí del apetito, que cuanto en conocello tardó Roma 62. fue templado Catón, casta Lucrecia, quédese amigo en tan inciertos mares, 500 499 donde con mi hacienda del alma se quedó la mejor prenda, 63. cuya memoria es buitre de pesares»: en suspiros con esto y en más anegó lágrimas el resto 505 504 de su discurso,el montañés prolijo que el viento su caudal el mar su hijo. Consolallo pudiera el peregrino con las de su edad corta historias largas si vinculados todos a sus cargas 510 509 cual próvidas hormigas a sus mieses, no comenzaran ya los montañeses a esconder con el número el camino y el cielo con el polvo;enjugó el viejo del tierno humor,las venerables canas 515 514 y levantado, al forastero dijo «Cabo me han hecho hijo de aqueste hermoso tercio de serranas si tu neutralidad sufre consejo y no te fuerza obligación precisa, 520 519 la piedad que en mi alma ya te hospeda hoy te convida al que nos guarda sueño, (política alameda) verde muro,de aquel lugar pequeño que a pesar desos fresnos se divisa; 525 524 sigue la femenil tropa conmigo verás curioso,y honrarás testigo el tálamo de nuestros labradores que de tu calidad,señas mayores me dan que del océano tus paños 530 529 o razón falta donde sobran años». Mal pudo el estranjero agradecido en tercio tal negar tal compañía ni en tan noble ocasión tal hospedaje alegres pisan,la que si no era 535 534 de chopos calle,y de álamos carrera, el fresco de los céfiros rüido el denso de losárboles celaje, en duda ponen,cuál mayor hacía 64. guerra al calor,o resistencia al día. 540 539 Coros tejiendo, voces alternando, sigue la dulce escuadra montañesa del perezoso arroyo el paso lento en cuanto él hurta blando entre los olmos que robustos besa, 545 544 65. pedazos de cristal, que el movimiento libra en la falda, en el coturno ella de la coluna bella, ya que celosa basa dispensadora del cristal no escasa. 550 549 66. Sirenas de los montes, su concento a la que menos del sañudo viento pudiera antigua planta temer rüina,o recelar fracaso pasos hiciera dar el menor paso 555 554 de su pie,o su garganta. Pintadas aves cítaras de pluma coronaban la bárbara capilla, mientras el arroyuelo para oílla hace de blanca espuma 560 559 tantas orejas,cuantas guijas lava de donde es fuente a donde arroyo acaba. Vencedores se arrojan los serranos los consignados premios otro día ya al formidable salto, ya a la ardiente 565 564 lucha ya a la carrera polvorosa. El menos ágil cuantos comarcanos convoca el caso, él solo desafía consagrando los palios a su esposa (que a mucha fresca rosa 570 569 beber el sudor hace de su frente) mayor,aun del que espera en la lucha, en el salto, en la carrera. Centro apacible,un círculo espacioso a más caminos que una estrella rayos 575 574 hacía, bien de pobos, bien de alisos donde la Primavera calzada abriles,y vestida mayos centellas saca de cristal undoso, a un pedernal,orlado de narcisos; 580 579 este pues centro era 67. meta umbrosa,al vaquero convecino, y delicioso término al distante, donde(aun cansado más que el caminante) concurría el camino. 585 584 Al concento se abaten cristalino sedientas,las serranas, cual simples codornices al reclamo que les miente la voz, y verde cela entre la aun no espigada mies la tela. 590 589 músicas hojas viste el menor ramo del álamo que peina verdes canas. No céfiros en él, no ruiseñores lisonjear pudieron,breve rato al montañés, que ingrato 595 594 al fresco, a la armonía,y a las flores del sitio pisa, ameno la fresca hierba, cual la arena ardiente de laLibia, y a cuantas de la fuente sierpes de aljófar, aun mayor veneno 600 599 68. que a las de Ponto, tímido atribuye, según el pie, según los labios huye. Pasaron todos pues, y regulados 69. cual en los equinoccios sulcar vemos los piélagos del aire libre algunas 605 604 volantes,no galeras sino grullas veleras, tal vez creciendo, tal menguando lunas sus distantes estremos caracteres tal vez formando alados 610 609 en el papel dïáfano,del cielo las plumas de su vuelo. 70. Ellas en tanto en bóvedas de sombras pintadas siempre al fresco cubren las que Sidón telar turquesco 615 614 no ha sabido imitar,verdes alfombras. Apenas reclinaron la cabeza cuando en número iguales y en belleza los márgenes matiza de las fuentes segunda primavera de villanas 620 619 que parientas del novio,aun más cercanas que vecinos sus pueblos, de presentes prevenidas, concurren a las bodas: mezcladas hacen todas 71. teatro dulce no de escena muda 625 624 el apacible sitio espacio breve en que, a pesar del Sol cuajada nieve y nieve de colores mil vestida la sombra vio florida en la hierba menuda. 630 629 Viendo pues que igualmente les quedaba para el lugar a ellas de camino, lo que al Sol para el lóbrego occidente cual de aves se caló turba canora a robusto nogal,que acequia lava 635 634 en cercado vecino, 72. cuando a nuestros antípodas la Aurora las rosas gozar deja de su frente; tal sale aquella que sin alas vuela hermosa escuadra,con ligero paso 640 639 haciéndole atalayas del ocaso cuantos humeros cuenta la aldegüela. El lento escuadrón luego alcanzan de serranos, y disolviendo allí la compañía 645 644 al pueblo llegan,con la luz, que el día 73. cedió,al sacro volcán de errante fuego a la torre de luces coronada, que el templo ilustra, y a los aires vanos artificiosamente da exhalada 650 649 luminosas de pólvora saetas, purpúreos no cometas. Los fuegos pues el joven soleniza mientras el viejo tanta acusa tea 74. al de las bodas dios, no alguna sea 655 654 de nocturno Faetón,carroza ardiente y miserablemente campo amanezca,estéril de ceniza la que anocheció aldea. 75. De Alcides luego le llevó a las plantas 660 659 que estaban no muy lejos trenzándose el cabello verde,a cuantas da el fuego luces, y el arroyo espejos. Tanto garzón robusto, tanta ofrecen los álamos zagala, 665 664 que abrevïara el Sol en una estrella por ver la menos bella 76. cuantos saluda rayos el Bengala del Ganges cisne adusto. La gaita al baile solicita el gusto, 670 669 a la voz el salterio, 77. cruza el Trïón más fijo el hemisferio y el tronco mayor danza en la ribera; el eco voz entera no hay silencio a que pronto no responda; 675 674 fanal es del arroyo cada onda luz el reflejo, el agua vidrïera. Términos le da el sueño al regocijo mas el cansancio no, que el movimiento verdugo de las fuerzas es prolijo. 680 679 Los fuegos cuyas lenguas, ciento a ciento, desmintiendo. La noche algunas horas cuyas luces del Sol competidoras fingieron día,en la tiniebla oscura murieron, y en sí mismos sepultados 685 684 sus miembros, en cenizas desatados, piedras son de su misma sepoltura. Vence la noche al fin, y triunfa mudo el silencio(aunque breve) del rüido; solo gime ofendido 690689 el sagrado laurel, del hierro agudo, deja de su esplendor, deja desnudo de su frondosa pompa al verde aliso el golpe no remiso del villano membrudo. 695 694 El que resistir pudo al animoso austro al euro ronco chopo gallardo, cuyo liso tronco papel fue de pastores(aunque rudo) a revelar secretos va a la aldea 700 699 que impide Amor que aun otro chopo lea. Estos árboles pues ve la montaña 78. mentir florestas y emular vïales, cuantos muró de líquidos cristales agricultura urbana; 705 704 79. recordó al Sol(no de su espuma cana) la dulce de las aves armonía sino los dos topacios que batía orientales aldabas, Himeneo del carro pues febeo 710 709 el luminoso Pyro +oro mordiendo, campos de zafiro+ pisar quería, cuando el populoso lugarcillo el serrano con su huésped(que admira cortesano) 715 714 a pesar del estambre y de la seda el que tapiz frondoso tejió,de verdes hojas la arboleda, y los que por las calles espaciosas fabrican arcos,rosas, 720 719 80. oblicuos nuevos,pénsiles jardines de tantos como víolas, jazmines. Al galán novio el montañés presenta su forastero, luego al venerable padre de la que en sí bella se esconde 725 724 con ceño dulce, y con silencio afable, beldad parlera, gracia muda ostenta 81. cual del rizado verde botón donde abrevia su hermosura virgen rosa las cisuras cairela 730 729 un color, que la púrpura que cela por brújula concede vergonzosa: digna la juzga esposa de un héroe, si no augusto, esclarecido. 82. El joven al instante arrebatado 735 734 a la que naufragante,y desterrado le condenó a su olvido. Este pues sol que a olvido le condena cenizas hizo,las que su memoria negras plumas vistió, que infelizmente 740 739 sordo engendran gusano, cuyo diente minador antes lento de su gloria inmortal arador fue de su pena; yen la sombra no más de la azucena que del clavel procura acompañada 745 744 imitar en la bella labradora el templado color de la que adora, víbora pisa tal el pensamiento, que el alma por los ojos desatada señas diera de su arrebatamiento, 750 749 si de zampoñas ciento y de otros aunque bárbaros sonoros instrumentos, no en dos festivos coros vírgenes bellas, jóvenes lucidos llegaran conducidos. 755 754 El numeroso al fin de labradores concurso impacïente los novios saca,él de años floreciente y de caudal más floreciente que ellos. Ella la misma pompa de las flores 760 759 la esfera misma de los rayos bellos. El lazo de ambos cuellos entre un lacivo enjambre iba de amores, Himeneo anudando mientras invoca su deidad la alterna 765 764 de zagalejas cándidas voz tierna, y de garzones este acento blando, coro primero 83. «Ven Himeneo, ven donde te espera con ojos,y sin alas un Cupido, cuyo cabello intonso, dulcemente 770 769 niega el vello que el vulto ha colorido, el vello flores de su primavera y rayos, el cabello de su frente. Niña amó, la que adora adolesciente, 84. villana Psique, ninfa labradora, 775 774 de la tostada Ceres esta ahora en los inciertos de su edad segunda crepúsculos;vincule tu coyunda a su ardiente deseo. Ven Himeneo,ven ven Himeneo». 780 779 coro segundo «Ven Himeneo donde entre arreboles de honesto rosicler,previene el día aurora de sus ojos soberanos virgen,tan bella que hacer podría 85. tórrida la Noruega,con dos soles 785 784 y blanca la Etïopia,con dos manos. Claveles del abril, rubíes tempranos cuantos engasta el oro del cabello, cuantas,del uno ya y del otro cuello cadenas,la concordia engaza rosas 790 789 de sus mejillas(siempre vergonzosas) purpúreo son trofeo. Ven Himeneo, ven ven Himeneo». coro 1 86. «Ven Himeneo y plumas no vulgares al aire los hijuelos den alados 795 794 de las que el bosque verdes ninfas cela de sus carcajes, estos, argentados nieven mosquetas, flechen azahares,⁎ vigilantes,aquellos la aldegüela rediman del que más,o tardo vuela 800 799 o infausto gime, pájaro noturno mudos coronen otros por su turno el dulce lecho conyugal, en cuanto lasciva abeja al virginal acanto néctar le chupa hibleo. 805 804 Ven Himeneo ven ven Himeneo». coro 2 87. «Ven Himeneo, y las volantes pías (que azules ojos con pestañas de oro sus plumas son)conduzgan alta diosa, gloria mayor del soberano coro: 810 809 fíe tus nudos ella que los días disuelvan tarde en senectud dichosa y la que Juno es hoy a nuestra esposa 88. casta Lucina(en lunas desiguales) tantas veces,repita sus umbrales 815 814 89. que Níobe, inmortal, la admire el mundo no en blanco mármol(por su mal fecundo) escollo hoy del Leteo. Ven Himeneo ven ven Himeneo». coro 1 90. «Ven Himeneo y nuestra agricultura 820 819 de copia tal,a estrellas deba amigas progenie tan robusta, que su mano toros dome, y de un rubio mar de espigas inunde liberal la tierra dura. Yal verde joven floreciente llano 825 824 blancas ovejas suyas hagan, cano en breves horas,caducar la hierba. 91. Oro la expriman líquido a Minerva. Ylos olmos casando con las vides, 92. mientras coronan pámpanos a Alcides 830 825 clava empuñe Liëo. Ven Himeneo ven ven Himeneo». coro 2 93. «Ven Himeneo y tantas le dé a Pales cuantas a Palas dulces prendas esta apenas hija hoy, madre mañana, 835 834 de errantes lilios unas,la floresta cubran corderos mil,que los cristales vistan del río,en breve undosa lana, 94. de Aragnes otras la arrogancia vana Modestas,acusando en blancas telas 840 839 no los hurtos de amor;no las cautelas de Júpiter,compulsen: que aun en lino ni a la pluvia lusciente de oro fino ni al blanco cisne creo. Ven Himeneo ven ven Himeneo». 845 844 El dulce alterno canto a sus umbrales revocó,felices, 95. los novios del vecino templo santo del yugo aun no domadas las cervices novillos, breve término surcado 850 849 restituyen así el pendiente arado al que pajizo albergue los aguarda. Llegaron todos pues, y con gallarda civil manificiencia, el suegro anciano cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano 855 854 labradores convida, a la prolija rústica comida, que(sin rumor) previno en mesas grandes, ostente crespas blancas esculturas artífice gentil de dobladuras 860 859 en los que damascó manteles Flandes; 96. mientras casero lino Ceres tanta ofrece ahora cuantos guardó el heno 97. dulces pomos, que al curso de Atalanta fueran dorado freno. 865 864 98. Manjares que el veneno y el apetito,ignoran igualmente les sirvieron y en oro no luciente confuso Baco, ni en bruñida plata, su néctar les desata 870 869 sino en vidrios, topacios carmesíes y pálidos rubíes; sellar del fuego quiso, regalado, los gulosos,estómagos el rubio imitador süave de la cera 875 874 quesillo dulcemente apremïado de rústica vaquera blanca hermosa mano cuyas venas la distinguieron de la leche apenas. Mas ni la encarcelada nuez esquiva 880 879 ni el membrillo,pudieran, añudado si la sabrosa oliva no serenara el bacanal diluvio. Levantadas las mesas al canoro 99. son de la ninfa un tiempo, ahora caña 885 884 seis de los montes, seis de la campaña sus espaldas rayando el sutil oro que negó al viento el nácar bien tejido, terno de Gracias bello, repetido cuatro veces en doce labradoras, 890 889 entró bailando,numerosamente, y dulce Musa entre ellas,si consiente bárbaras el Parnaso,moradoras, «vivid felices–dijo– largo curso de edad,nunca prolijo 895 894 y si prolijo, en nudos amorosos siempre vivid esposos. Venza no solo en su candor la nieve, mas plata en su esplendor sea cardada 100. cuanto estambre vital Cloto os traslada 900 899 de la alta fatal rueca al huso breve. Sean de la Fortuna Aplausos,la respuesta de vuestras granjerías; a la reja importuna 905 904 a la azada molesta fecundo os rinda en desiguales días el campo agradecido oro trillado,y néctar exprimido. Sus morados cantuesos, sus copadas 910 909 Encinas,las montañas contar antes dejen que vuestras cabras, siempre errantes, que vuestras vacas, tarde,u nunca herradas. Corderillos os brote la ribera, que la hierba menuda, 915 914 y las perlas exceda, del rocío su número, y del río la blanca espuma;cuantos la tijera vellones le desnuda. Tantos de breve fábrica(aunque ruda) 920 919 albergues vuestros las abejas moren y primaveras tantas os desfloren, que, cual la Arabia madre ve de aromas sacros troncos sudar fragrantes gomas vuestros corchos por uno y otro poro 925 924 en dulce se desaten líquido oro Próspera al fin, mas no espumosa tanto vuestra fortuna sea, que alimenten,la Invidia nuestra aldea áspides más que la región del llanto 930 929 entre opulencias,y necesidades, medianías vinculen, competentes a vuestros decendientes previniendo ambos daños, las edades ilustren obeliscos las ciudades 935 934 a los rayos de Júpiter,expuesta aun más que a los de Febo, su corona cuando a la choza pastoral perdona el cielo, fulminando la floresta. Cisnes pues, una y otra pluma en esta 940 939 tranquilidad,os halle labradora la postrimera hora cuya lámina cifre desengaños que en letras pocas,lean muchos años». Del himno culto dio el último acento 945 944 fin mudo al baile al tiempo, que seguida la novia sale,de villanas ciento a la verde florida palizada cual nuevaFénix en flamantes plumas matutinos del Sol rayos vestida 950 949 de cuanto surca el aire acompañada monarquía canora, y vadeando nubes las espumas 101. del rey corona de los otros ríos en cuya orilla el viento hereda ahora 955 954 pequeños no vacíos de funerales bárbaros trofeos que el Egipto,erigió a sus Ptolomeos. Los árbores que el bosque habían fingido 102. umbroso coliseo,ya formando 960 959 despejan el ejido, olímpica palestra, de valientes desnudos labradores. Llegó la desposada apenas, cuando feroz ardiente muestra 965 964 hicieron dos robustos luchadores de sus músculos, menos defendidos del blanco lino,que del vello oscuro, abrazáronse pues los dos y luego humo anhelando, el que no suda fuego 970 969 de recíprocos nudos impedidos, cual duros olmos de implicantes vides, hiedra el uno es tenaz,el otro muro, 103. mañosos al fin hijos de la tierra cuando fuertes no Alcides 975 974 procuran derribarse;y derribados cual pinos se levantan arraigados en los profundos senos de la sierra. Premio los honra igual, y de otros cuatro ciñe las sienes glorïosa rama 980 979 con que se puso término a la lucha. Las dos partes rayaba del teatro el Sol, cuando arrogante joven llama al expedido salto la bárbara corona que lo escucha; 985 984 arras del animoso desafío un pardo gabán fue en el verde suelo a quien se abaten ocho o diez soberbios montañeses, cual suele de lo alto calarse turba de invidiosas aves 990 989 104. a los ojos de Ascálafo vestido de perezosas plumas. Quién de graves piedras,las duras manos impedido, su agilidad pondera,quién sus nervios desata estremeciéndose gallardo. 995 994 Besó la raya pues el pie desnudo del suelto mozo, y con airoso vuelo pisó del viento lo que del ejido tres veces ocupar pudiera un dardo. La admiración vestida un mármor frío 1000 999 apenas arquear las cejas pudo. La emulación calzada un duro hielo, torpe se arraiga, bien que impulso noble de gloria(aunque villano solicita) a un vaquero de aquellos montes grueso 1005 1004 membrudo fuerte roble que ágil,a pesar de lo robusto al aire se arrebata, violentando lo grave,tanto que lo precipita. Ícaro montañés, su mismo peso 1010 1009 de la menuda hierba el seno blando piélago duro hecho a su rüina. Si no tan corpulento más adusto Serrano,le sucede que iguala,y aun excede 1015 1014 al ayuno leopardo al corcillo travieso, al muflón sardo que de las rocas trepa a la marina sin dejar(ni aun pequeña) del pie ligero,bipartida seña. 1020 1019 Con más felicidad que el precedente pisó las huellas casi del primero, el adusto vaquero. Pasos otro dio al aire, al suelo coces ypremïados gradüadamente 1025 1024 advocaron a sí toda la gente, cierzos del llano,y austros de la sierra mancebos tan veloces que cuandoCeres más dora la tierra y argenta el mar desde sus grutas hondas 1030 1029 Neptuno sin fatiga su vago pie de pluma surcar pudiera mieses, pisar ondas sin inclinar espiga sin vïolar espuma. 1035 1034 Dos veces eran diez, y dirigidos a dos olmos que quieren abrazados ser palios verdes ser frondosasmetas salen cual de torcidos arcos, u nervïosos,u acerados, 1040 1039 con silbo igual, dos veces diez saetas. No el polvo desparece el campo, que no pisan alas hierba es el más torpe una herida cierva el más tardo la vista desvanece. 1045 1044 Ysiguiendo al más lento cojea el pensamiento. El tercio casi de una milla era la prolija carrera que los hercúleos troncos hace breves 1050 1049 pero las plantas leves de tres sueltos zagales la distancia sincopan tan iguales que la atención confunden judiciosa. De la peneida virgen desdeñosa 1055 1054 los dulces fugitivos miembros bellos en la corteza no abrazó reciente más firme Apolo, más estrechamente que de una y otra meta glorïosa las duras,basas abrazaron ellos 1060 1059 con triplicado nudo: árbitro Alcides en sus ramas dudo que el caso decidiera bien que su menor hoja,un ojo fuera del lince más agudo. 1065 1064 En tanto pues que el palio neutro pende y la carroza de la luz deciende a templarse en las ondas, Himeneo por templar en los brazos,el deseo del galán novio, de la esposa bella 1070 1069 los rayos anticipa de la estrella cerúlea, ahora ya purpúrea guía de los dudosos términos del día. El jüicio, al de todos indeciso del concurso ligero, 1075 1074 el padrino con tres,de limpio acero cuchillos corvos,absolvello quiso. SolícitaJunón, Amor no omiso al son de otra zampoña(que conduce ninfas bellas,y sátiros lascivos) 1080 1079 los desposados a su casa vuelven; que coronada luce, de estrellas fijas, de astros fugitivos, que en sonoroso humo se resuelven. Llegó todo el lugar, y despedido, 1085 1084 casta Venus, que el lecho ha prevenido de las plumas que baten más süaves en su volante carro, blancas aves; los novios entra en dura no estacada que siendo Amor,una deidad alada 1090 1089 bien previno la hija de la espuma a batallas de amor,campo de pluma. fin de la primera Soledad. Al conde de Salinas, presidente del Consejo Supremo de Portugal. Mil veces he resistido el animoso intento de investigar la inteligencia desta silva, viendo que tantos sujetos ingeniosos la deponen y se privan de entenderla. Y otras tantas me ha vencido la porfía de un secreto impulso, quizá movido –con arduas esperanzas– de la misma dificultad desta impresa, cuyo honor –si bien desconfío merecerle– debía ser igual al riesgo que tiene el hecho. Mas ya que prometí su cumplimiento, al deseo forzoso ha de ser que le tenga, quedando en obligación no pequeña a mi ingenio, con quien he querido adeudarme. Reconociendo el crédito, granjeo en intentar lo que tantos han temido, atropellando los miedos que me han puesto las opiniones diversas, si ya no merezco más culpa que estimación por no haberme sujetado a creer lo que en general dice que siente el torrente de los doctos, agudos y curiosos, de cuyas tres especies no he visto que alguno haya aprobado en todo esta silva. Mas descubriendo el motivo que ha causado en mí este atrevimiento, declaro, señor, que solo pudo obligarme a sentir contra la opinión de todos, la noticia de que Vuestra Señoría la tiene diversa y favorable a este discurso, porque juzgué ser más posible que se engañasen los doctos por presunción, los curiosos por ignorancia y los ingeniosos por invidia, que no Vuestra Señoría, que lo habrá mirado con las partes de perfeción que hay en ellos, y sin las defectuosas que obligan a sentir apasionadamente. Porque los consumados y maestros en estas letras no quieren conceder a su autor que haya guardado los límites del arte, ni observado sus antiguos preceptos: Descriptas seruare vices operumque colores cur ego si nequeo, ignoroque; poeta salutor? , difiriendo desto en la armonía, estilo, lenguaje, imitación, locuciones, cadencia, igualdad y religión de la cándida y fácil inteligencia y suavidad que requiere el metro; porque la oscuridad de la oración nace de valerse el poeta de voces nuevas y no usadas, y continuada frecuencia de translaciones remotas, de cuya unión resulta este inconviniente, según el precepto de Aristóteles, cuyas palabras son estas: Verum si quis simul omnia huiuscemodi fecerit, vel aenigma erit, vel barbarismus; si quidem igitur è translatonibus, ae- nigma: si autem è linguis, et barbarismus. Y siendo esto dilemma, cualquier parte negativa hace la otra con demostración evidente, y se sigue ser el escrito que incurre en alguna destas cosas enigma o barbarismo, cosa indigna de tan grave autor como el nuestro. Si bien por no sujetarse a lo riguroso de la retórica en la imitación, queriendo acaudalar estilo con desprecio de los que debía llevar por norte, dicen que no tienen trabazón las palabras, ni la debida colocación y lugar necesario, porque lo heroico y lírico requieren muy diversos asuntos: Versibus exponi tragicis res comica non vult indignatur item priuatis ac prope socco dignis carminibus narrari coena Thyestae Faltando asimismo, para la perfección del método, ser compuesto de frases inteligibles y conocidas: Propria sunt verba cum id significant, in quod primum denominata sunt; translata cum alium natura intellectum alium loco praebent. Usitatis tutius utimur: noua non sine quodam periculo fingimus. Y así, reprueban por vicioso el escrito que necesita de intérprete, faltando en la claridad, que es la suma virtud de la oración: Oratio, vero cuius summa virtus est perspicuitas, quam sit vitiosa si egeat interprete. Porque, desviándose del camino cierto y conocido, se ocasionan diversos inconvinientes que debían escusarse siguiendo a los mayores, y no inventando nuevas reglas difíciles y duras de introducir, de que no se sigue útil alguno y siempre resulta en deshonor del que escribe: Ut enim sermone eo debemus uti, qui notus est nobis, ne, ut quidam graeca verba inculcantes, iure optimo rideamur. Y hallan falta su locución de la pureza y corriente que tuvieron los ilustres en ella; y que los conceptos son pocos, y menos las sentencias, que son parte necesaria en el poeta. Añadiendo a estas culpas que desautoriza en sus imitaciones los dechados de quien son hechas, desviándose con extremo de los términos en que escribieron todos; porque en los griegos, latinos, toscanos y los demás vulgares no hallan conformidad con lo que él escribe en ninguna de las partes esenciales de la poesía, supuesto que no consta por sus escritos –bien estudiados– haber hablado desta suerte. Porque raras veces se ha visto en las edades pasadas que, viviendo el autor, los mismos que tienen su propio idioma nativo no entiendan sus obras, ni puedan hallarlas la debida construción ni la inteligencia de su concepto sin prolija dificultad, que es lo que ahora les sucede en esto, no sin martirio del ingenio que se embaraza en su oscura leción: quia nichil odiosus est afectatione. Que no ha causado poca admiración en muchos, ni poco atrevimiento de calumnia en otros, ver ocupados a tantos presumidos en construir y entender un papel moderno y escrito en nuestro romance. Y a esta causa, los que se solicitan opinión de ingeniosos, hallándose perdidos en esta navegación, reprueban lo que no entienden, atribuyendo su defecto a lo escrito y no a lo poco leído, y dicen que carece del natural lenguaje y propiedad de los términos, pues en los que está escrito no se halla igualdad heroica ni dulzura lírica, sino graves acometimientos y realces violentados que desfallecen donde más debían sustentarse; y que en el Polifemo y en esta silva ha errado los estilos, porque en aquel, que contenía una acción lírica, no escribió lírico; y en esta, que también lo es, ha escrito versos cuyo nervio es heroico. Y luego citan el lugarcito de Horacio del que pintó en las aguas el ciprés: «Sed nunc non erat his locus». Y los curiosos –que exceden en número a los referidos–, desesperados de descubrir su curiosidad, tratando con la debida noticia deste admirable papel, se disculpan del mismo modo diciendo que no es cosa digna de que los hombres de buen juicio se ocupen en ella; no mirando que, por su misma sentencia, quedan obligados a estudiarle. Mas si en esta discorde y popular muchedumbre –que tan diversa es en todo– pudieran graves méritos causar alguna favorable consonancia y reducir los ánimos despeñados al camino de la justa y debida estimación, solo nuestro autor debía merecerlo, pues en él han concurrido tantas partes, más sobrenaturales que humanas, de grave y superior ingenio, lucida y facundísima elocuencia, pensamientos sutiles, ornada locución, frases admirables y novedad de estilo, ignorado hasta hoy de nosotros; pues solo en sus escritos hallamos realzado y ennoblecido nuestro idioma, sublimándole su primor a la cumbre de la gravedad y número latino, pues vemos en ellos el armonía y gramática tan conforme a él, que a los que ignoran el cierto conocimiento desta lengua los atropella y embaraza el método y términos de sus divinas obras. De donde se infiere que ha puesto tan semejante a ella la nuestra, que necesita para su inteligencia de la construción y cuidado que requiere la latinidad, porque contiene –con eminencia en lo que escribe– los tropos, perífrasis, denominaciones, fórmulas, imitación, descripciones, propiedad y dulzura que alcanzaron los latinos ilustres; y la verbosidad, cadencia y suavidad de los toscanos, que hoy tienen el lugar segundo en estas letras. Y así, he visto reprobar en común este peregrino discurso, porque en los que le leen falta el conocimiento de su bondad, con la suficiencia que requiere para ser entendido. Y querría preguntarlos, si no le entienden bien, ¿por qué le enmiendan? Y si le entienden, ¿por qué le culpan de oscuro? Mas antiguo es el defecto de atreverse todos a dar censuras, y pocos a hacer imitaciones que igualen a lo que reprueban. Quiera Dios que esto sea en más ignorancia, que malicia; que si considero –con la verdad que profeso– la calumnia, emulación y invidia con que hoy se juzgan las cosas, pierde su nivel la razón y el entendimiento se confunde, viendo que los hombres selectos se mueven por respetos particulares a no decir lo que sienten y sentir lo que es justo; que podré asigurar con verdad a Vuestra Señoría no haber hallado en mi vida hombre que en facultad alguna me diga que la sabe ni que acierta en ella el otro que –como él– la profesa. ¡Triste edad alcanzamos! No sé si fue siempre así, mas presumo que nunca la emulación ni la invidia estuvieron desembozadas como ahora. Y porque esta digresión no sea molesta, sin llegar a la inteligencia de la silva, prometo a Vuestra Señoría responder en otro discurso a las objeciones que la tienen puestas, defendiendo su dificultoso estilo y la novedad de los términos en que está escrita. Y en tanto, estimaré por premio de este trabajo que Vuestra Señoría se sirva de corregir con su sentimiento mismo estas notas, para que, siendo conformes a él, tengan por aprobación suya el ser una la inteligencia mía con la que la ha dado quien puede con tanta perfección entenderla, por suficiencia de letras humanas y caudal de divino ingenio, a cuyas excelencias da tan graves realces la soberana autoridad de su grandeza, debajo de cuyo nombre yo solo peregrino como el que aquí sale del mar. Llego al lugar primero y, no con censura ni emienda, sino con la debida modestia y veneración, sin alterar parte de lo escrito, explicaré los conceptos que el armonía tuviere cifrados, notando los lugares que son tocantes a historia, fábula o imitación, sin tratar por extenso de las que fueren menores; que esto es, en mi opinión, más apología que notas; y así, mirando por los números, se hallará en la exposición la inteligencia de lo cifrado y la construción de lo oscuro. Dé Dios a Vuestra Señoría el bien que puede. Manuel Ponce. Comentario 1. «Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa», con otros cuatro versos. A Europa, dice Ovidio en el 2 de sus Metamorfoseos, que, enamorado Júpiter de ella, la robó en la playa del mar transformado en un hermoso toro; y que, en memoria desta impresa, le trasladó entre los signos del Zodiaco, donde es el segundo en orden natural. Entra el sol en su casa a 21 de abril, y en la imagen a primero de mayo, que es la primavera, cuyo tiempo llama «estación florida». Petrarca, c. 1, Triunfo del Amor: Scaldaua il sol gia l'vno et l'altro corno del Tauro. 2. «A Júpiter, mejor que el garzón de Ida». Hace aquí símil deste mancebo, que salía del mar, a Ganimedes, mancebo también hermoso, criado en Frigia, donde es el monte Ida; en el cual, cazando, le robó Júpiter en forma de águila y le llevó al cielo, donde le sirve la copa. Ovidio, Metamorfosis, 10, y Virgilio, 1, Eneida: Raptique Ganimedis honores. 3. «Segundo de Arïón dulce instrumento». Arión, músico perfectísimo de Metimna, ciudad en Lesbo: navegando en una nave de cosarios corintos, determinaron de echarle al mar y quitarle las riquezas que llevava; y él los pidió que primero le dejasen cantar con su cítara; y, habiéndolo hecho, le arrojaron en el agua, donde fue recibido de un delfín que le dio puerto en la isla de Ténaro, donde afirman Heródoto y Heliano que los isleños le hicieron una estatua puesto sobre un delfín, y en su basa una epigrama griega que Volaterrano tradujo en esta: cernis amatorem quem vexit Aryona Delphin A siculo subiens pondera grata mari. Y así, dice que fue aquella tabla delfín que puso en el puerto al peregrino. De la naturaleza deste pez y su notable instinto y amor que tiene a los hombres, véase a Aristoteles, De natura animalium libro 9, capítulo 48; Plinio, libro 9, capítulo 8, y Eliano, libro 11, capítulo 12 . Égloga 8, Virgilio: Orpheus in syluis; inter delphinas Arion. 4. «De Júpiter el ave». Es el águila, consagrada por la antiguedad a Júpiter. Silio Itálico, libro 4: Donec Phaebeo veniens Jouis ales ab ortu. Era este peñasco tan alto que en él tenía su nido una águila. 5. «No bien pues de su luz los horizontes», con otros cuatro versos. Es un perífrasis en que dice: ‘no bien anochecía'. Virgilio, 6 Eneida: quale per incertam lunam sub luce maligna est iter in syluis, ubi caelum condidit umbra Iupiter. 6. «Entre espinas, crepúsculos pisando». Crepúsculo es –como dice nuestro vulgar– ‘entre dos luces'. Son dos: uno vespertino y otro matutino. Este lugar dice que, pisando espinas entre las sombras que le impedían el verlas, subía a la cumbre de la sierra. 7. «Vencida al fin la cumbre; del mar», etcétera, con tres versos. Aquí entiendo que era la sierra árbitro entre la campaña y el mar que los dividía, siendo inexpunable muro de su defensa. 8. «Trémulos hijos de Leda». Dice Teodoncio que Leda fue mujer de Tíndaro, a la cual gozó Júpiter en foma de cisne, de quien hubo por hijos a Cástor y Pólux, de los cuales fue muerto el uno por Linceo en Frigia; y, por librar al otro, Júpiter los puso juntos en el cielo, donde son el signo de Géminis, tercero en orden natural, de quien Horacio, libro 1, oda 3: Sic frates Haelenae lucida sidera. Y el origen de tenerlos por patrones los marineros y invocarlos en las tormentas cuenta Diodoro Sículo en el libro 5. Y dice que en la navegación que hizo Jasón a Colcos, en una grave tormenta que hubo, aparecieron dos luces sobre las cabezas destos dos hermanos que iban en la nave, y luego cesó la tormenta; por lo cual, de allí adelante los tuvieron por deidades en los naufragios y los ofrecieron votos, siendo sus luces fiadoras de la seguridad. La verdad es que se ven en las gavias unas exhalaciones o llamas sutiles, que ahora las llaman santelmo, y son señal de bonanza. Sigue, pues, nuestro autor la metáfora de la nave, que dijo ser la cabaña en el golfo de sombras, y dice las razones referidas el peregrino a la luz que divisaba, haciendo deprecación humilde a sus rayos, pidiéndoles seguro puerto, como hacía la antigüedad a los hijos de Leda. 9. «Piedra, indigna tïara». Es el carbunclo, de quien escribe Plinio, capítulo 7, libro último. Y aunque se dilata mucho tratando de las calidades de él y diversidad de ellos que se hallan, no dice que se cría en la frente de ningun animal, ni Teofrasto hace mención de tal; mas con la limitación de la cortapisa –«si tradición apócrifa no miente»– está escrito con todo primor este símil de la luz al carbunclo, a quien los latinos llaman pyropus, de pyr, que en el griego significa fuego. 10. «Que a Vulcano tenían coronado». Aquí se entiende el fuego por Vulcano, dios de las herrerías u del fuego. Es metonimia, figura de que usó Virgilio 2, Eneida, verso 311: Vulcano superante domus, iam proximus ardet Ucalegon. 11. «Templo de Pales, alquería de Flora». Pales es diosa de los ganados, y así la invoca Virgilio para escribir de ellos en los primeros versos de la 3 Georgica: Te quoque; magna Pales. Flora es diosa de la primavera u de las flores, según Ovidio en el 2 de los Fastos: Atque ait, arbitrium tu dea floris eris. A cuya causa llama con propiedad a la cabaña pastoril «templo de Pales» y «alquería de Flora». 12. «Ni la que su alimento / el áspid es». Fingieron los antiguos que la invidia (de quien habla esta cláusula) se sustenta de áspides venenosos y de vívoras mortales; y así Ovidio, 2 Metamorfosis: Vidit intus edentem vipereas carnes, vitiorum alimenta suorum inuidiam. Alciato, en una emblema suya, la pinta comiendo una víbora y dice: Squalida vipereas manducans foemina carnes cuique; dolent oculi, quaeque; suum cor edit. 13. «No la que en vulto comenzando humano», con cuatro versos. Esta es la soberbia, cuya pintura es en forma de sierpe lo posterior del cuerpo; y por esto la llama esfinge, que dicen ser un monstruo que hubo en Tebas con rostro y brazos de mujer, y lo restante de sierpe. Véase lo restante en Séneca, que lo trata en el Edipo. 14. «Que hace hoy a Narciso Ecos solicitar, desdeñar fuentes». La transformación y fábula es muy común. Escríbela Ovidio en el 3 de sus Metamorfosis. La oración deste segundo verso es rigurosamente latina ; y así, para la inteligencia de su concepto, hemos de suponer que es de infinitivo, y que la persona que hace es Eco y fuente; y la que padece, Narciso; y el verbo de que se rige, el «hizo». Y así se construye que la soberbia de Narciso hizo que Eco le solicitase y le desdeñase la fuente; y sin guardar este precepto, suena lo contrario. 15. «Ni la que en saluas gasta». Habla de la lisonja hasta el fin de la estancia y, siguiendo la metáfora de la salva, dice que gasta en ella la pólvora del tiempo, reprobando con singular primor las ceremonias y su inútil profanidad. 16. «La Adulación, sirena de reales palacios». Dice que muchos aduladores se han perdido en los palacios como naves fracasadas de la tormenta (a quien llama «leños que besaron su arena»), llevados del armonía del poder; trofeos de la vanidad del mundo, comparada al sueño. Petrarca, soneto 1: Che quanto piace al mondo è breve sogno. 17. «Dorándola los pies, en cuanto gira la esfera de sus plumas». Es el pavón, símbolo de la soberbia. Y por esto dice «en cuanto gira sus plumas o la esfera de ellas», porque las de su cola forman un círculo cuando las despliega y lozanea con ellas encubriendo la fealdad de los pies, cuya vista deshace su vanidad y pompa. Y así, hace este símil diciendo que la mentira encubre u dora los defectos, lisonjeando a los poderosos y soberbios de lo que debían ser reprendidos. 18. «Ni de los rayos baja a las espumas favor de cera alado». Trata aquí del miserable fin de las privanzas, con alusión a la caída y muerte de Ícaro, cuyas alas fueron de cera y plumas. La historia es muy notoria; escríbela Ovidio en el 5 Metamorfosis. En estas tres estancias de la vida solitaria, imita expresamente nuestro autor, con admirable primor y elegancia, a Virgilio en toda la Georgica 2; a Horacio en aquella oda celebrada, que es la 2 del epodon; Séneca in Hipólito; Claudianus in Rufinum, libro 1; Ovidio en lo de Ponto, libro 2; Olimpius Nemisianus, égloga 1; Tasso en la Hierusalem Liberata, canto 7, estancia 9; Luis Alemán en el libro 1 de la cultivación, que es el superior de sus obras; y a Garcilaso en la égloga 2, cuyos lugares no pongo aquí por seguir la brevedad. 19. «Leche que exprimir vio el Alba». Así construyo estos cuatro versos: leche le dan, gruesa y fría, que exprimir vio el Alba aquel día, mientras los blancos lilios de su frente bella perdían, comparados con ella, su blancura. 20. Del viejo Alcimedón invención rara. No hallo que Alcimedón fuese inventor de la cuchara; mas bien puedo no hallarlo yo. 21. «El que de cabras fue, dos veces ciento», hasta el fin de la estancia, que son diez versos. Dice que le dieron al huésped cecina de un cabrón viejo que fue esposo casi cinco años de un rebaño de ducientas cabras; y que otro más tierno y rival le mató, redimiendo con su muerte muchas vides que destruiría viviendo. «Cuyo diente no perdonó racimo»: porque este animal es amicísimo de uvas, y por esto consagrado a Baco; Martial, libro 5: Vite nocens roseas stabat moriturus ad aras hircus, Bacche tuis victima grata focis. 22. «Es Sísifo en la cuesta». Ovidio, en el 4 Metamorfosis , dice que Sísifo tiene por pena en el infierno subir un peñasco en hombros a la cumbre de un monte, de donde, volviendo a caérsele, hace su tormento continuado. Horacio en el Epodon, oda 17: Optat supremo colocare Sisyphus in monte saxum. Aquí puede esto aplicarse a muchos sentidos. Paréceme que el literal solo es: 'de la pesadumbre de los sueños procedidos de vaporosos vinos y excesivos manjares'. Y así, a este que dormía le pone libre de la opresión de este sueño, porque la cena no pudo ocasionarle, habiendo sido ligera. 23. «De trompa militar», etcétera, con 4 versos. Leo: 'no fue interrumpido el sueño de trompa militar u templado son de cajas, sino del mastín embravecido con el ruido de las secas hojas'. Esta voz (coscoja) dicen es provincial; yo no la desobedezco porque soy novicio en su religión, aunque no es de mi provincia. Los seis versos que siguen, en que describe la mañana y nacimiento del sol, he creído ser la descripción más prima y los términos más superiores, por novedad, pureza y gallardía, que hasta hoy se ha escrito, sin hallar –en mi opinión– cosa que pueda igualarlos. Y así, encargo su atenta ponderación a los elevados ingenios. 24. «De cuantos pisan faunos la montaña». Los faunos son deidades de las selvas, venerados de los pastores. Virgilio, Georgica 1, verso 10: et vos, agrestum praesentia numina, Fauni. Camões, égloga 3: Os faunos, certa guarda dos pastores, ja não seguem as Nimphas na espesura. 25. «Si mucho, poco mapa le despliega». Leo en estos 3 versos que, si bien era mucho lo que se vía en el pequeño mapa, o poca tierra, era mucho más lo que confundía el sol desatando las nieblas de la noche, y lo que la mucha distancia impedía que se viese. 26. «Quiere la Copia que su cuerno sea si al animal armaron de Amaltea, dïáfanos cristales». La fábula de la Copia o cuerno de Amaltea es: que cuando Hércules peleó con Aqueloo en forma de toro, le quitó un cuerno y, lleno de flores y frutas, se le dio a Amaltea por haber sido ama suya. Mas la inteligencia destos versos requiere también la verdad desta historia, que es que Hércules guio un brazo del río Aqueloo a que corriese por la madre de él, y la tierra que quedó descubierta tenía forma de cuerno y fue después muy fértil de frutos y flores; y por ser señora de ella Amaltea, dicen lo que he referido. Véase en Estrabón. 27. «Al venatorio estruendo». Es: ‘al ruido y tropel de los cazadores'. La voz venatorio es latina, y traída según el precepto de Horacio: Si graeco fonte cadant. 28. «Armado a Pan, o semicapro a Marte, en el pastor mentidos». Pan es el dios de los ganados. Ovidio, Metamorfosis, 10. La parte superior de hombre y la inferior de cabrón, que uno y otro significa la voz semicapro. Marte, dios de las batallas; Homero en el 8 de la Odisea. Así que, por haber sido soldado este pastor, dice que se admiró el forastero de ver, contrapuestos en él, armado a Pan y ganadero a Marte. 29. «Rémora de sus pasos fue su oído». De la rémora dicen Aristóteles, en el libro 2 de Historia animalium, capítulo 14, y Plinio, capítulo 26 del 9 libro, ser un pez de tal naturaleza que, aferrándose a una nave, la detiene aunque vaya en popa; si bien Plutarco, en la cuestión 7, década 2 de las Cuestiones conviviales, dice que tiene por cosa ridícula y fabulosa la fuerza que atribuyen a este pez. Es, al fin, elegante la metáfora suya con que nos significa la poderosa fuerza de la música, pues deja inmóvil al que llega a escucharla. 30. «Juntaba el cristal líquido al humano». Esto es, que bebía con la mano en el arroyo. 31. «Ser menos las que verdes hamadrías». Hamadríades, en griego, significa árboles; y así, se llaman hamadrías las deidades que habitan en ellos. Sannazaro, prosa 8: Uscite da vostri alberi, o pietose Amadriadi, sollicité conservatrice di quelli. Camões, égloga 6: E vós, deosas do vosque & clara fonte ou dos troncos que viven largos anos. 32. «El sileno buscaba». Sileno es dios de las selvas, a quien las ninfas llamaban y hacían fiestas en ellas. Ve a Alexander ab Alexandro, libro 6. Dice aquí que buscaba el garzón de aquellas serranas porque estaban entonces solas. 33. «O si del Termodonte». Es río del Asia mayor, que baja del monte Amazonio y pasa por Temiscira, ciudad de Capadocia (Plinio, libro 5, capítulo 9); famoso por las amazonas que habitaron sus riberas, así en el ejercicio de la guerra como en el de la caza. Ovidio, libro 3 De ponto; Silio Itálico, libro 8: Silius. Prestrepit et tellus, et Amazonius Thermodon. Ovidius. Et tu foeminea Thermodon cognite turba. Claudianus. Thermodontiaca Tanaim fregere securi. 34. «Escuadrón de amazonas desarmado». Significa en estos versos la confusión que causaban al forastero las serranas, porque eran muchas y no había hombre alguno con ellas. Y dice que discurría imaginando si eran bacantes que hacían fiestas al dios Baco –y que, así, miraba si veía con ellas al sátiro Sileno, que era guía destas bacantes–, o si era escuadrón de amazonas que tenía el arroyo en sus riberas, haciendo emulación al Termodonte. Porque estar solas, y sin arco ni aljaba en cuyas insinias pareciesen, ninfas cazadoras de Diana, le ocasionaba creer que eran pacíficas amazonas; de las cuales dice Diodoro Sículo, en el libro 3, que aborrecieron los hombres y su compañía con extremo, de suerte que, a fuerza de armas, no permitieron ninguno en todo el imperio de la Escitia que tuvieron sujeto; por lo cual dice aquí «el yugo de ambos sexos sacudido», que es el del matrimonio. El origen de las amazonas y sus batallas y fin escribe copiosamente por extenso Justino histórico, en el libro 2 , y refiérenlo Quinto Curcio, De gestis Alexandri; Virgilio, en el 11 de la Eneida; Valerio Flaco, libro 5; Estacio, libro 12 de la Tebaida; Ovidio, in epistula Faedrae y en lo de Ponto. 35. «Al tiempo que de flores impedido»: 'al tiempo que cubierto de flores'. «El rayo nuevo»: 'el pequeño cuernecito'. «Purpúrea terneruela»: 'cubierta de purpúreas rosas'. «Conducida de su madre»: 'llevada allí por su madre, a quien ella se guiaba'. 36. «Doméstico es del Sol, nuncio canoro». Homero, en el 8 de la Odisea, escribe la fábula de Marte y Venus. Y dice que el gallo era centinela que avisaba de la venida del sol porque no los hallase juntos; y que una vez se descuidó y el sol los vio, y en pena fue convertido esta ave, que siempre canta antes que salga el sol avisando que ya viene; por lo cual, dice en este verso que es canoro nuncio suyo. 37. «Del último occidente». Esta ave es el pavo, ya común en España. En las Indias del occidente son estos como acá las gallinas. Y así, dice Juan Lorenzo de Anania, en su Fábrica del mundo, libro 4, tratado de la América: Vi sono parimente una grande infinitá de le loro galline, che grandi como pavoni mutano la cresta e la barba, che loro pende molto lunga, in tanti colori quanti sono le pasioni loro. Con cuyas palabras queda llana la inteligencia destos 4 versos que tratan del pavo. 38. «Que Himeneo», etc.. Himen, en griego, significa 'membrana', que es un vaso donde las mujeres conciben; a cuya causa los antiguos tuvieron a Himeneo por el dios de las bodas, según Alberico y Remigio. Mas Lactancio siente esto de otra suerte. Véase todo en la Genealogia de los dioses del Boccaccio, libro 5. 39. «No excedía la oreja». Este concepto es una ironía compuesta, en que dice que resistía el gamo ser llevado a los novios, porque el matrimonio aborrece hasta la sombra del cuerno. 40. «El arco del camino pues torcido». Estos quince versos consecutivos se construyen así: 'Torcido, pues, el arco del camino, que habían con trabajo las gallardas serranas desmentido por la fragosa cuerda del atajo; hechas treguas suaves los fuertes hombros con las cargas graves; de la cansada juventud vencido el ya sañudo arroyo, ahora manso, sueño le ofrece a quien buscó descanso; merced de la hermosura que ha hospedado, si no efectos dulces del concento que las duras cuerdas de negras guijas, en las lucientes clavijas de marfil, hicieron a su curso acelerado, en cuanto a su furor perdonó el viento'. Esto es que el arroyo corría manso y sonoro en la playa cuando había bajado de la cumbre de la sierra –donde batía con más fuerza el viento–, si no era fuerza de la hermosura o recompensa agradecida de la música que le hizo la serrana con las pizarras, a quien llama «duras cuerdas de negras guijas», y «lucientes clavijas de marfil» a los dedos que las tañían. 41. «Cuál tigre, la más fiera», etcétera. En estos versos imita admirablemente a Horacio, libro 1, oda 3, que escribió sobre la navegación de Virgilio a Atenas; donde, maldiciendo al primero que inventó la navegación, dice: _____Illirobur, et aes triplex circa pectus erat, qui fragilem truci commisit pelago ratem, primus 42. «El campo undoso, en mal nacido pino». Llama al pino «mal nacido» –id est, nacido para mal–, en orden al efecto que tuvo sirviendo después en los vasos de la navegación. Mas si conforme a la fábula de Atis queremos entenderlo, no será impropio: este fue convertido en pino por la diosa Cibele, a quien hizo un agravio; y así, porque fue hijo de una desesperación y venganza, pudo también llamarle «mal nacido». Ex Ovidio, Metamorfosis, 10. Heródoto, in Erato, hoc est, libro 6: Hirsuto vertice pinus grata deum matri minabatur se extirpaturum lampsacenos pini in morem. Camões, égloga 7: está o moço de Frigia delicado no mais alto arvoredo convertido, que tantas veces fere o vento irado; galardaõ de seus erros merecido, que, da alta Berecintia sendo amado, per üa ninfa baixa foi perdido; e da deusa a quem perdeu do pensamento quis que também perdesse o entendimento. 43. «Vaga Clicie del viento». Según Ovidio, Metamorfosis 4, fue Clicie una ninfa que, desfavorecida u despreciada de Apolo, murió de pena y fue transformada por él en la hierba o flor que llamamos vulgarmente heliotropio, gigantea o mirasol, porque siempre le sigue volviendo el rostro hacia él; cuyo símil hace a las velas del navío, que siempre miran los vientos; y añade «en telas hecho, antes que en flor, el lino», siguiendo siempre esta metáfora. 44. «Al frigio muro, el otro leño griego». El frigio muro es el de Troya, que aquí se entiende por la misma ciudad, situada en Frigia; el leño griego es el que fue causa de su incendio. Dice, pues, que no han sido menos dañosas las naves en llevar diversidad de armas para oprimir el mundo, que él en la destruición de Troya. 45. «Náutica industria investigó tal piedra», con 13 versos. Dice –siguiendo la misma imitación de Horacio– cuál fue el nauta o marinero que investigó tal piedra que abraza el acero fulminante como la hiedra el escollo; y, lisonjera, solicita u mira al norte: diamante o estrella que más luce cerca del polo; «y, con virtud no poca, distante la revoca», id est, la llega o atrae; elevada –cuando está más alta o apartada– la muestra, ya al Oriente, ya al Occidente, cuyo mar llama –con poético y supremo estilo– «cerúlea tumba que guarda las cenizas del día», porque fingieron los poetas que en ella muere su luz. Y algunos filósofos dijeron que el sol moría o se acababa cada noche, y para el siguiente día nacía o se criaba otro de nuevo. 46. «Tifis, el primer leño mal siguro condujo, muchos luego Palinuro, si bien por un mar ambos, que la tierra estanque dejó hecho cuyo famoso estrecho una, y otra de Alcides llaves cierra». Tifis fue el piloto de la primera nave Argos, en que Jasón pasó a Colcos. Virgilio, égloga 4: Alter erit tum Tiphys et altera quae vehat Argo delectos heroas. Palinuro, piloto de la nave en que fue Eneas desde Grecia a Italia. Eiusdem, libro 5, Eneida: Princeps ante omnes densum Palinurus agebat agmen. «Que la tierra / estanque dejó hecho». Este lugar requiere, para su aprobación y inteligencia, otro de Diodoro Sículo al principio del libro 5, en que, hablando de Hércules, dice estas palabras habiendo hecho mención de las columnas : «Hay, pues, dos montes, uno de cada parte, a la entrada de nuestro mar, puestos muy adentro en el océano; en los cuales fijó Hércules las columnas, sacando tanta tierra de las faldas destos montes, que se estrechó a la entrada el océano, de suerte que no hay capacidad para entrar una ballena». Y añade: «Otros dicen que ambos montes estaban juntos, y que él los dividió de modo que el flujo de aquel mar entró en la tierra». Por lo cual llama, con toda propiedad, «estanque» a la parte donde el agua quedó como cerrada en aquel estrecho, hoy llamado el de Gibraltar, que es el que describe; en cuyo mar Mediterráneo navegaron los primeros Tifis y Palinuro, si bien fue su navegación muy distante deste golfo. «Una y otra de Alcides llaves cierra». Las llaves que cierran el estrecho son las dos columnas que puso Hércules sobre estos montes, con el NON PLUS ULTRA, de la suerte que hemos dicho. 47. «Nace en sus ondas, y en sus ondas muere». Véase el fin de la nota 45. 48. «Abetos suyos tres». Es translación tomada de Virgilio, Georgica 2: etiam ardua palma nascitur et casus abies visura marinos. Dice que de tres naves vio Neptuno, dios de las aguas, pisadas las arenas no tocadas hasta entonces de otro alguno. Estas fueron las que llegaron a descubrir y conquistar las nuevas Indias del Oriente. 49. «A pesar luego de áspides volantes». Habla también en estos 11 versos del descubrimiento y conquista destas Indias, cuya navegación primera hicieron los españoles, sin impedir su impresa los peligros y guerra de los caribes, de quien se dice sustentarse de carne humana y que pelean con flechas herboladas, por lo cual las llama «áspides volantes» y «tósigo del viento»; y a ellos, por su crueldad, los atribuye este nombre de «lestrigones», que fueron unos pueblos de bárbaros inhumanos de quien escriben Homero en el 10 de la Odisea; Plinio, libro 7, capítulo 2, al principio; Aulo Gelio, libro 15, capítulo 21, al fin; y el Ariosto, en la estancia 9 del canto 36 del Furioso, al último verso; Ovidio, Metamorfosis, 14, después del principio, verso 234; Juvenal, sátira 15, verso 18; Beroso, libro 5. Da el nombre de istmos a estos indios, porque istmo en griego es 'lugar cercado de dos mares'; y así, Alexander ab Alexandro, libro 5, capítulo 8, dice que los sacrificios y juegos istmos se celebraban en el istmo de Acaya, cerca de Corinto, en el seno de Megara. Y hablando desta ciudad, dijo Ovidio en el 4 de los Fastos: Hadriacumque patens lati, bimaremque Corinthon. Y el Peloponeso, isla de Europa, está vecina a la Grecia, en un angosto istmo que cercan el mar Jonio y Egeo. Y así, dice «el Istmo que al océano divide» porque está cercado de él como isla. 50. «Y sierpe de cristal, juntar le impide la cabeza del norte coronada con la que ilustra el sur, cola escamada de antárticas estrellas». Esta «sierpe de cristal» es todo el mar océano, en medio del cual están las Indias orientales, de suerte que sus aguas se mueven circularmente por entre todas; porque, comenzando en septentrión (según Alberto Magno, libro 3, capítulo 6 de los Meteoros), descienden por el Mar Escítico y por la parte oriental del Asia, y de allí, siguiendo el curso del cielo, se mueven al occidente, y, impedido su movimiento de la tierra de aquellas Indias, vuelven al septentrión torciendo su camino, y, circundando continuamente, pasan entre la Europa y las Indias del occidente. Y así dice, con propiedad y noticia, que el istmo de la India impide que este mar –a quien, por sus vueltas y círculos llama «sierpe de cristal»– junte la cabeza –que es su principio septentrional, donde la corona el norte– con la cola, que es el fin puesto a la parte del sur, cuyas estrellas son antárticas por la declinación que tienen desde la equinoccial al polo antártico. 51. «Mas los que lograr bien no supo Midas metales homicidas». Llama así al oro y plata por lo que escribe Ovidio (Metamorfosis, 11) de Midas, que fue tan poderoso en riquezas que se fingió convertía en oro cuanto tocaba; de suerte que, haciendo lo mismo con el sustento, vino a morir a manos de su ambición. 52. «Conducir orcas, alistar ballenas». Escribe Plinio, en el capítulo 6 del 9 libro, cosas raras destos marinos monstruos; y dice ser semejantes en la grandeza del cuerpo y en las fuerzas. Véase, porque es admirable su muerte y sus batallas. 53. «Tú ya Cudicia, aun de las estigias aguas torpe marinero». Dice Lucio Apuleyo en el 6 libro Asini aurei, hablando con Psique: «y cuando llegares al río donde esta Carón, él te pedirá portazgo por pasarte en su barca, que hasta allí entre los muertos hay codicia». 54. «El promontorio que Éolo, sus rocas candados hizo de otras nuevas grutas para el austro de alas nunca enjutas para el cierzo espirante por cien bocas». Fingieron los poetas tener Éolo, su dios, encerrados los vientos en unas peñas de las Islas Eolias, que están entre la Italia y Sicilia; y así, dice en estos 4 versos lo que Virgilio, libro 1 de la Eneida, en otros 4: Nimborum in patriam, loca faeta furentibus austris, Aeoliam venit. Hic vasto rex Aeolus antro luctanteis ventos tempestatesque, sonoras imperio premit ac vinclis et carcere fraenat. Austro es un viento que corre del ángulo del mediodía, llamado por los griegos Noto –de nothis, que significa 'humor'– por las pluvias y humedades que causa. Autor es Aulo Gelio, libro 2, capítulo 22. Y así, le da el epíteto de «alas nunca enjutas». El cierzo nace a la parte diestra del septentrión. Dice de él Plinio, libro 17, capítulo 2, que es tan violento y recio que en la provincia de Narbona despega y vuela las techumbres de las casas, por lo cual es buen hipérbole «para el Cierzo espirante por cien bocas». Aquí habla también del descubrimiento del Mar del Sur y conquista de la tierra firme oriental que hizo Vasco Núñez de Balboa, en cuya navegación pasó la tórrida zona con inmensos calores y tormentas, por que escribe aquí: «debajo de la zona más vecina al sol, / calmas vencidas y naufragios». Vio la tierra feliz del oriental extremo, donde muere y renace la Fénix, que después habita en Arabia; y así, dice: 55. «La aromática selva penetraste, / que al pájaro de Arabia ... pira le erige, y le construye nido». El sitio, amenidad y hermosura desta selva describe ingeniosamente Claudiano en los primeros versos de La Fénix: Oceani summo circumfluus aequore lucus trans Indos Eurumque viret, qui primus anhelis solicitatur equis; vicinaque verbera sentit, y en los demás que se siguen. Esta ave maravillosa es sola en el mundo y de admirable hermosura; cuya naturaleza, vida, muerte y renacimiento, y cuanto escriben de ella, es admiración. Véase a Lactancio, y Claudiano en La Fénix; Plinio, libro 10, capítulo 2 y Solino, capítulo 35. 56. «Zodíaco después fue cristalino». Para la inteligencia deste y los 14 versos consecutivos, es forzoso decir en suma la milagrosa navegación de Magallanes; el cual salió de España con cinco naves el año de 1529, a 20 de septiembre, y tomó la derrota del Mar del Norte; y, costeando hacia el mediodía, acabó de pasar la equinoccial y descubrió el otro polo, y después pasó el estrecho del Mar del Sur cuatrocientos días después de su partida. Y así, había sido «cuatro veces ciento este mar, dosel al día, y tálamo a la noche cuando halló de fugitiva plata la bisagra estrecha». Llegó en aquel mar nuevo a una infinidad de islas, en una de las cuales murió. Y destrozados por traición muchos de ellos, los que quedaron siguieron su derrota con dos naves, y al poniente descubrieron una de las Malucas, llamada Tidor. Y desde aquí, una de las dos naves, llamada Victoria, siguió sola el rumbo del poniente y vino a salir por el oriente, dando vuelta entera al mundo, y llegó al puerto de Sanlúcar a seis de septiembre del año de mil y quinientos y treinta y tres. Llama «zodiaco desta nave» al mar, porque en sus aguas hizo el camino circular dando vuelta a todo el orbe, como la da el sol, con su curso natural, por el círculo de los signos, que está en el octavo cielo. Y añade, siguiendo esta metáfora: 57. «Émulo vago del ardiente coche del sol». Es copia del Tasso, canto 15; porque le hizo emulación a la ligereza con que en el término de un año atraviesa y circunda todo el mundo, con la vuelta que dio a él esta nave, caminando cuanto el sol mira y alumbra. 58. «La bisagra aunque estrecha abrazadora de un océano, y otro», con dos versos. Es el estrecho de Magallanes, que, a modo de bisagra, junta los dos mares océano oriental y occidental, en que se navega desde España a la India de Portugal. Y así, dice «o las columnas bese» por España, «o la escarlata del aurora» por las Indias. 59. «Esta pues nave ahora», con 3 versos. Fue Juan Sebastián del Cano por piloto de la nave Victoria, en compañía de Magallanes y de las otras cuatro que después se separaron de ella. Y esta volvió sola –como he dicho– y afirmó haber navegado catorce mil leguas. Está consagrada a la memoria esta nave (vararse un bajel es sacarle del mar por reservado), y el piloto tomó por impresa un mundo, con una letra por orla que, hablando con él, decía: «Primus circum dedistime». Véase toda esta navegación y sucesos de ella en la Historia Pontifical, impresa en Barcelona, parte 2, libro 6, capítulo 14, vida de Clemente 7. 60. «De firmes islas no la inmóvil flota», con 9 versos. Estas son las de la India oriental, puestas en el Mar del Sur; muchas en cantidad y abundantes de diversos aromas, perlas, piedras preciosas, aves y plantas raras. Camões en las Lusíadas, al fin del canto 10, hace una admirable descripción destas Indias: Olha ca pellos mares do oriente as infinitas ilhas spalhadas. Ve Tidore, e Tarnate, co fervente cume, que lanza as flamas ondeadas; as arbores veras do cravo ardente, etcétera. «La virginal desnuda montería»: prosigue describiendo estas hermosas islas. Y en los dos versos siguientes: haciendo escollos u de mármol pario u de terso marfil sus miembros bellos, hace alusión a lo que cuenta Ovidio (3 Metamorfosis) de Diana, que entró a bañarse en una fuente de la selva Gargafía, acompañada de sus ninfas; y, asimilando estas islas a ellas, dice que podrían hacer en el agua la confusión que en la fuente las ninfas; cuyo número de islas, ya que no lascivo por lo bello, es agradable por lo vario. Dice arriba, «no te describo», y prosigue: 61. «El bosque dividido en islas pocas, fragante productor de aquel aroma», con 5 versos. Este bosque de islas orientales produce la pimienta; y en la de Java mayor se coge la mejor de todas, que es en lo último de la provincia, parte austral de la línea, fértil de aromas odoríferos y medicinales. Esta especia vino a Grecia en su principio; que, como más deliciosa, la solicitó para deleite mayor de su apetito, hallando navegación los egipcios para traérsela, que no sin mucho fundamento la dio el epíteto de «gulosa», siguiendo a Valerio Máximo, libro 9, titulado De Luxuria: Non in Graecia neque in Assia quarum luxuria seueritas ipsa corrumpi poterat. Y que viniese a Grecia por el Nilo se infiere de Plinio, libro 12, capítulo 7, en que contiene este mismo conceto que se sigue. Fue llevada después a Roma por los griegos la pimienta, a quien llama «espuela del apetito» por ser buena para despertarle, y no para satisfacerle. 62. «Fue templado Catón, casta Lucrecia». Esto se entenderá en la prefación de Salustio en su catilinario; pues dice que, hasta que se conocieron en Roma los preciosos y delicados manjares, guardaron sus ciudadanos constancia y sus matronas honestidad. 63. «Cuya memoria es buitre de pesares». Hace asimilación a la pena de Ticio; del cual dice Virgilio, en el 6 de la Eneida, que está preso en un monte, donde, cebándose en sus entrañas, un buitre le atormenta, volviendo a renacer siempre de nuevo. Y así, dice que la memoria de su pérdida le atormentaba siempre que le representaba su daño. 64. «Guerra al calor o resistencia al día». Acuérdome, viendo este verso, de los serranos que la noche antes estaban coronando la hoguera de la encina, y hallo causa de admiración donde creí que la había para presumir algún descuido; porque tener esta noche necesidad de lumbre para resistir el frío, y mañana de sombra para el calor, cualquier ingenio atrevido osaría, sin más información, a darlo por reprobado. Mas yo, que de cobarde miro primero el fondo que me determine a pasarle, he considerado el mucho acuerdo y advertencia con que está escrito; porque en el mes de abril, que es tiempo en que fue este suceso, y en los primeros dias de mayo, es natural –como enseña la esperiencia– hacer de noche tanto frío que necesita de abrigo y lumbre, y al mediodía tan riguroso calor que nos congoja con muy poco ejercicio, y no puede sufrirse el sol. Y así, tiene todo primor esta descripción de la noche fría y tarde calurosa, y más en una campaña desierta y cercana al mar, donde estaban los serranos, y en una vega que carecía de sombra hasta llegar a la alameda que recreó a los que se emboscaron en ella retirándose del sol. 65. «Pedazos de cristal», etcétera, con 4 versos. Eran los pies de las serranas; y el movimiento de los pasos desviaba de ellos la falda; y ella remitía al coturno o calzado el descubrir el pie, que, si bien era celosa basa de la columna superior, al menos dispensaba en manifestarle, de suerte⁎ que pudiese tocarle el agua; esto es: que el coturno es hecho de forma que, calzado, descubre mucha parte del pie. Es el conceto más cifrado que hay en la silva toda, a mi juicio. 66. «Sirenas de los montes», con 5 versos. 'Pudiera el menor paso de su pie o su garganta hacerlos dar en su seguimiento a la más antigua planta, que, por serlo, estuviese más arraigada y sigura en la competencia de los vientos'. Es hipérbole con que encarece la dulzura de la música, y alusión a lo de Orfeo y Anfión, de quien se dijo que llevaban tras su voz las plantas. Horacio, in Ars Poetica: Dictus et Amphion Thebanae conditor urbis, saxa mouere sono testudinis et prece blanda ducere quo vellet. 67. «Meta umbrosa». Dice que era término o fin del camino una fuente guarnecida de flores donde no solo venía a descansar el caminante, mas, aún más cansado que él, concurría el camino que paraba en ella. Meta es voz latina y toscana, que sinifica, en ambas lenguas, el término del camino, como he dicho: Virgilio, libro 5: Hic viridem Aeneas frondenti ex ilice metam, constituit. Sannazaro: Oue qualunque che per velocità primo la destinata meta toccaua. Y usar esta voz en nuestra lengua no debe ser culpable en nuestro autor, no siendo él el primero que lo ha hecho; pues Garcilaso, en la elegía al duque de Alba, en el 11 terceto, después del número 59, dijo: cuando voló el espíritu a la alta meta. 68. «Sierpes de Ponto». En estos versos significa el aborrecimiento que tenía al agua este serrano por haber muerto su hijo en ella. Ponto es una región de muchas islas, milla y media dividida de Europa, en la Escitia, donde hay infinitas sierpes. Plinio, libro 4, capítulo 13. 69. «Cual en los equinoccios». Equinoccio es cuando los días y las noches son iguales, que es cuando el sol entra en Aries a 21 de marzo, y cuando en Libra a 23 de septiembre. Y así Manilio: Libra Ariesque parem reddunt noctemque diemque. Lucano, libro 8: Tempus erat quo Libra pares examinat horas, non uno plus aequa die. En este tiempo salen las grullas en escuadrones formados, según Solino. Y comunmente se ve que andan juntas en los campos en los meses de marzo y septiembre. «Grullas veleras», id est, ligeras: símil de los bajeles que, cuando son ligeros, se les da este nombre. Véase, de las letras que forman volando, a Anacreón, Ode 37, y Marcial, libro 13, Xenius, epigrama 75. 70. «Ellas en tanto en bóvedas de sombras (pintadas siempre al fresco) cubren las que Sidón, telar turquesco, no ha sabido, imitar verdes alfombras». 'En tanto las serranas, en las bóvedas que formaba el alameda juntándose las cimas de los árboles, de sombras siempre frescas'. Aquí imita el estilo de los pintores en equívoco, que llaman pintado al fresco lo que se pinta sobre la cal fresca en la pared cubierta della. Sidón es ciudad insigne de la Fenicia, donde se labran las alfombras mejores; y a esta causa la llama "telar turquesco". Dice, pues, que cubrían las serranas en el alameda las alfombras de hierba y flores que Sidón no ha sabido imitar. 71. «Teatro dulce, no de escena muda». En las representaciones antiguas, se llamaba escena el espacio que se detenían en el teatro unas mismas personas, sin salir ni entrar otras en él. Aquí entiendo que las serranas hacían teatro el alameda, donde con festiva alegría rompían los términos del silencio. Y prosigue diciendo que la hierba de aquel lugar sombrío y fresco vio sobre sí la nieve vestida de mil colores, llamando nieve a los cuerpos cuya blancura la excedía. 72. «Cuando a nuestros antípodas la Aurora las rosas gozar deja de su frente». Aquí dice que anochecía, porque a ese tiempo comunica el aurora su luz a los indios opuesos a nosotros, a quien llamamos antípodas. Stroza pater: quum sol Antipodum populos illata luce reuisit. 73. «Cedió al sacro volcán de errante fuego». En el siguiente verso esta declarado este: «a la torre, de luces coronada». El volcán es ya notorio ser un monte de cuya cumbre salen llamas de fuego. La selva donde está fue llamada de los antiguos Hiera, que es sagrada. Véase en Solino, capítulo 11, que solo trata de él. Dice en estos 8 versos que llegaron todos al aldea con la luz de las luminarias de la torre, de la cual salían cohetes que, volando, parecían saetas; y que el forastero solenizaba los fuegos y el viejo los reprendía, temeroso de que resultase algún incendio. 74. «Al de las bodas dios». Es Himeneo, de quien dije lo conviniente (número 38). Hace relación al incendio de la tierra que cuenta Ovidio , Metamorfosis 2, cuando Faetonte despeñó del cielo con el carro de su padre. 75. «De Alcides luego le llevó a las plantas». Son los olmos dedicados a Alcides. Virgilio, égloga 7: Populus Alcidae gratissima. Sannazaro, prosa 1: L'albero, di che hercule coronar si solea. Garcilaso, égloga 3: El álamo de Alcides escogido. 76. «Cuantos saluda rayos el Bengala, del Ganges cisne adusto». Es el Ganges río de la India oriental, de quien dijo Lucano, libro 7: et qua sentit Arabs, et qua Gangetica tellus. Vibius Sequester, De situ orbis: Ganges in Oriente Indiam cingens latisimus. Habitan las riberas deste río los etíopes bengalas, de quien los llama (con no poco primor) «cisnes adustos». El concepto destos 5 versos es que el sol –a quien adoran estos bárbaros gentiles– abreviara sus rayos en una estrella por ver la menos hermosa de las zagalas. Dice «en una estrella» porque, siendo de noche, no podía mirarlas el sol sin transformar su lumbre. 77. «Cruza el Trïón más fijo el hemisferio y el tronco mayor, danza en la ribera». Aulo Gelio, en el libro 2, capítulo 21, Noctes atticae, escribe de los Triones y la derivación de su nombre griego con toda curiosidad; y dice que son las siete estrellas de la ursa mayor, que llaman vulgarmente carro y barca. Es el concepto que los serranos solenizaban la boda con músicas y bailes tan alegres y festivos, que en hipérbole dice que, oyéndolos, cruzaba el hemisferio el Trión más fijo, siendo imposible hacerlo, porque el curso de los Triones es circular continuo sobre la estrella polar. Y añade que los troncos bailaban en la ribera, haciendo alusión curiosa a lo de arriba de Anfión, en que imita las que hizo de la serrana que tañía las pizarras (número 30) y de las que cantaban (número 66), en cuya nota verás su inteligencia. 78. «Mentir florestas, y emular vïales». Viales se llaman ciertas isletas hechas a mano en el mar con enramadas que las cubren, a cuya causa dice lo que contienen los dos versos consecutivos. 79. «Recordó al Sol no, de su espuma cana». En este y en los 14 versos siguientes a él, dice que «no recordó al sol de su espuma cana», porque fingen dormir en la mar en los brazos de Tetis, su esposa, como lo escribió nuestro autor mismo en aquel verso que es el 4 de los seis en que describe la mañana –de que hice memoria en la nota 23–, que dice: del Alba al Sol, que el pabellón de espuma dejó. Así que, para salir el sol, dijo que «había dejado el pabellón de espuma»; y ahora, que no le despertó de ella el armonía de las aves, sino los golpes con que llamaba Himeneo a las puertas del Oriente, a que forma aldabas de topacios, imitando a Ovidio en la descripción de la casa real del sol en los primeros versos del 2, Metamorfosis: Regia Solis erat sublimibus alta columnis clara micante auro, flammasque imitante pyropo. Y que, en saliendo el sol, salieron el serrano y el forastero a la nueva enramada, cuya hermosura excedía los tapices de oro y seda. 80. «Oblicuos nuevos, pénsiles jardines». Fueron llamados así los huertos de Babilonia, colgados de los muros; + y los de Tebas, hechos con admirable artificio, de suerte que estaban levantados de la tierra, por lo cual da a los arcos este nombre. Véase a Plinio, libro 36, capítulo 14. 81. «Cual del rizado verde botón, donde», etcétera.. En estos 5 versos describe, comparándola a la boca de la novia, la rosa con maravilloso ornamento y gala; de suerte que, por diversas palabras, he hallado que dice en ellos lo más excelente de lo que han escrito todos cuantos autores he visto sobre este asunto exquisito, cuyas autoridades dejo de poner aquí, escusando la dilación; mas, citados, son estos, para que el estudioso los vea y corrija: Virgilio: todo un epigrama de los suyos. Catulo: seis versos en el carmen nupcial 63. Anacreonte: la mayor parte del Ode 5 y todo el 53. El Guarino en el Fido, acto 1. Aquiles Tacio: un trozo largo al principio del 2º libro de Los amores de Leucipe y Clitofonte, donde introduce que cantaba. Ariosto: la estancia 42 del canto 1 del Furioso. Tasso: la estancia 14, canto 16 de la Hierusalemme Liberata. Y con ventaja a todos, el Marino en la 2ª parte de sus Rimas. 82. «El joven al instante arrebatado». Los 15 versos siguientes entiendo así: 'el forastero, mirando a la serrana novia, se entregó a la memoria de la que antes de su naufragio le había desdeñado ; y el sol, de su hermosura, hizo cenizas las negras plumas de olvido que habían ya vestido su memoria, de las cuales renació el gusano del pensamiento, que, representándole los pasados bienes –de quien fue minador enemigo–, era arador que fomentaba su pena; porque, viendo las colores del rostro de la serrana, que, aventajando a la azucena y clavel, querían imitar los de su querida –a quien se parecía la eradora–, pisó víbora tal el pensamiento de la triste memoria de su pérdida, que con lágrimas hiciera público su dolor, si no le divirtieran los regocijos de los alegres serranos'. Lo de la víbora es alusión a lo de Eurídice, que pisó entre las flores la que dicen fue causa de su muerte. Ovidio, Metamorfosis 10, al principio: ___________nam nupta per herbas dum noua Naiadum turba comitata vagatur, occidit in talum serpentis dente recepto. 83. «Ven Himeneo ven». Estas cinco estancias de los coros son imitación perfecta de los epitalamios, himnos con que la antiguedad invocaba sus dioses en las bodas. Catulo escribió algunos; mas en estos versos hay precisa correspondencia al primero que hizo en la de Julia y Manlio, cuyo principio es este: Collis o Heliconii cultor, Uraniae genus, qui rapis teneram ad virum virginem, o Himeneae Hymen Hymen o Himeneae. 'Ven, Himeneo, donde te espera un joven cuyos cabellos no cultos, rubios rayos de su frente, niega el bozo negro a quien ha dado color negro el cuidado de quitarle'. «Niño amó, la que adora adolesciente»: es la edad del adolesciencia desde 14 a 22 años, cuyo dominio es de Venus. 84. «Villana Psique, ninfa labradora». La fábula de Psique escriben Lucio Apuleyo en su Metamorfosis y Martial Capella en el libro de las bodas de Mercurio. Aquí solo nos toca decir que Psique es nombre griego que significa la parte racional del alma. Y así, llamarla «villana Psique» fue lo mismo que 'política u discreta serrana'; y «ninfa labradora», tanto como 'hermosa, jarifa u delicada'. 'Esta, ahora, en los inciertos días de su segunda edad –que es la puericia, desde 7 a 14 años, incierta porque es sujeta a Mercurio, cuya influencia es varia–, vincule el matrimonio a su ardiente deseo largas noches en que goce sus prendas'. «De la tostada Ceres»: es diosa de los sembrados, según Lactancio, De diuinis institutionibus, y Virgilio, Georgica 1: Prima Ceres ferro mortales vertere terram instituit. 85. «Tórrida la Noruega, con dos soles, y blanca La Etïopia, con dos manos». Noruega es antípoda nuestro, casi en la frígida zona; y Etiopía es en la tórrida, donde habitan los negros. Ve a Plinio, libro 5, capítulo 8, y a Solino, capítulo 42. Y así, con propiedad excelente y novedad curiosa, por contraposición, encarece la hermosura de sus ojos y lo cándido de sus manos, diciendo que ellos harían etíopes a los noruegos blancos, y ellas darían blancura a los etíopes negros, en cuya imposibilidad consiste el primor deste encarecimiento. Dice más: que los claveles que llevaba puestos entre el cabello, y las rosas que adornaban el yugo, tejidas en él como cadenas que juntaban ambos cuellos, eran purpúreo trofeo de sus rosadas mejillas. O más claro: que vencía el color de ellas a los claveles y rosas. 86. «Ven, Himeneo, y plumas no vulgares», con los 12 versos que siguen. Constituyeron los fabuladores antiguos gran multitud de Cupidos, hijos de las ninfas de Venus que servían de ministros a Himeneo en las festividades de las bodas. Y así Apuleyo, en el libro 2 Asini aurei, dice: «si viniese Venus acompañada de todo el coro de las Gracias y con mil Cupidos de las manos».† Sigue, pues, el estilo de la antigüedad, y dice: 'Ven, Himeneo, y reparte tus ministros, hijos alados de las ocultas ninfas. Y en esta boda, estos, de sus carcajes argentados, flechen mosquetas y azahares sobre todos. Vigilantes aquellos, rediman el aldea de las aves nocturnas que son tristes agüeros, porque aquí no los haya. Mudos coronen otros por su turno el dulce lecho conyugal, en cuanto su querido esposo bebe el néctar de los hermosos labios de la bella consorte'. Néctar es el rocío de las flores; hibleo es voz derivada de los hibleos, jardines celebrados, que aquí se entiende 'celestial'. 87. «Ven Himeneo y las volantes pías», con 6 versos. Estas pías volantes son los pavones. La diosa que han de conducir o llevar es Juno, cuyo carro tiran. Es hermana y mujer de Júpiter; y así, la llama «gloria mayor del soberano coro». Invocábanla los antiguos en las bodas. 88, y con nombre de Lucina en los partos. Ovidio, en el principio del 10, Metamorfosis: Et Orpheia nequicquam voce vocatur. Garcilaso, égloga 1, al fin: Verte presente agora me parece en aquel duro trance de Lucina. Dice «en lunas desiguales» porque es lo mismo Lucina que Luna; «desigual» porque nunca está en un ser, sino creciente o menguante. 89. Es el concepto: 'que tenga tantos hijos la novia que excedan a los de Níobe'; de quien Ovidio escribe, en el 6 Metamorfosis, que tuvo siete hijos con siete hijas; aunque Homero dice que fueron doce todos; y Hesíodo, que veinte. Véase a Eliano, De varia historia, libro 12, capítulo 136. «No en blanco mármol, por su mal fecundo, / escollo hoy del Leteo», porque llorando la muerte de sus hijos, que en un día fueron muertos por Diana y Apolo, fue convertida en mármol. La fábula escribe Homero en la Ilíada, y Lactancio, De diuinis institutionis. 90. «Ven Himeneo y nuestra agricultura», con 7 versos. Pide a los dioses que la cosecha de los panes les sea fértil, y copiosa la fecundia de los ganados, cuyas crías agosten y marchiten la hierba. 91. «Oro la expriman líquido a Minerva». Es la oliva, consagrada a esta diosa. Virgilio, Georgica 2: Palladia gaudent sylva viuacis oliuae. Dice que de sus olivas coja aceite en abundancia. 92. «Mientras coronan pámpanos a Alcides clava empuñe Liëo». Estos dos versos contienen lo que el precedente a ellos, con que están declarados. Y es que, trocando las insignias, coronen a Alcides los pámpanos de Baco, y él use de la clava de Alcides. Lieo y Baco son un mismo dios de los vinos. Virgilio, Georgica 2, al principio: Nunc te, Bacche, canam, etc. . 93. «Ven Himeneo, y tantas le dé a Pales». Es diosa de los ganados, según dije en la nota 11. «Cuantas a Palas»: es diosa de los hilados y telas. Ovidio, Metamorfosis, 6: eu pingebat acu, scires a Pallade doctam. Es la inteligencia que tengan tantos hijos para la crianza del ganado, cuantas hijas para hilar y echar telas. 94. «De Aragnes otras la arrogancia vana», con 5 versos. Esto escribe Ovidio, en el lugar citado, de la competencia y certamen que tuvieron Palas y Aragnes; la cual labró en sus telas los insultos y transformaciones de Júpiter cuando, convertido en pluvia de oro, gozó a Dánae y, transformado en cisne, a Leda. Y así, dice que no mezclen sus hijas en las telas semejantes historias. La moralidad es que sean honestas y caseras. Lo demás remito a la brevedad. 95. «Los novios del vecino templo santo». Aquí significa la unidad de voluntades que juntó este matrimonio, y la conformidad con que volvían contentos, aún no sintiendo la carga de aquel estado: es la metáfora admirable. 96. «Mientras casero lino, Ceres tanta». Ceres es aquí lo mismo que el pan; porque, como dije en el nº. 84, es la diosa del trigo. Pónese su nombre por el pan, como el de Baco por el vino (Terencio: «Sine Cerere et Bacco, friget Venus»), usando de la figura metonimia, que hizo de Vulcano, de Minerva, Alcides y Baco. 97. «Dulces pomos que al curso de Atalanta fueran dorado freno». Atalanta y Hipómenes tuvieron certamen de ligereza; y porque la de ella era invencible, llevó Hipómenes tres manzanas de oro del árbol de Venus; y echándoselas delante a trechos, se detuvo a cogerlas, de suerte que fue vencida en la velocidad de su carrera. Ovidio, al fin del 10, Metamorfosis: Obstupit virgo nitidique cupidine pomi declinat cursus aurumque volubile tollit; con que queda entendido en qué modo las manzanas pudieran ser freno del curso de Atalanta. 98. «Manjares que el veneno, y el apetito ignoran igualmente». Aquí muestra la sigura humildad deste banquete, pues en él no hubo manjares en que pudiese temerse el veneno ni cebarse el apetito. Lo que se sigue es que bebieron en vidros, mezclados los vinos de dos colores. 99. «Al canoro son de la ninfa un tiempo, ahora caña». Dice Ovidio, en el 1 Metamorfosis, que, habiendo el dios Pan convertido en caña a la ninfa Seringa, hizo después de las cañas la zampoña, instrumento pastoril a cuyo son dice que salieron bailando doce serranas con la desposada. 100. «Cuanto estambre vital, Cloto os traslada, de la alta fatal rueca al huso breve». Según escriben Cicerón, De natura Deorum, y Fulgencio en sus Mitologías, constituyeron los antiguos poetas tres hermanas –a quien llamaron Parcas– por ministros de la muerte; las cuales administran a todos el estambre de sus vidas, de suerte que Cloto es la que tuerce el hilo , Láquesis le hila y Átropos le corta. Dice que lleguen a tanta edad, que venza lo albo de sus canas la nieve y plata. 101. «El rey corona de los otros ríos». Este río, corona y rey de todos, es el Nilo; a quien por su noble nacimiento, milagrosa naturaleza, abundante curso y peregrinos efectos, se debe el renombre y título que aquí tiene, supuesto que en todo el universo ha criado el poder de Dios ni conocido los hombres otra maravilla igual a él, donde, contra el orden natural establecido, se ven y descubren tantas. Porque solo este río inunda y crece cuando carecen de curso los demás; solo este no engendra nieblas, vientos, humedades ni nublados; solo a este es concedido estenderse a ver el uno y otro norte; este sustenta armadas, da paso y navegación a ricas flotas de todo cuanto producen la Arabia, la India y la tierra del oriente y occidente; solo este es señor de las mayores islas que hay en los ríos de todo el orbe, circundando la de Meroe, capaz de muchas ciudades, y más de otras setecientas poco inferiores a ella, productoras de preciosas piedras, oro, plata, metal, hierro, ébano; raíces saludables y útiles, semejantes en el gusto a todos los frutos; árboles que le dan sin secarse el año entero: el citón, de que hacen vino poco diverso del nuestro; loto, de que hacen pan; la vata, fruta dulce que usan por confitura; el cicán, cuyo licor sirve de aceite. Las tierras que baña son tan fértiles y la hierba tan copiosa, que los ganados tienen crías dos veces cada año. Hace crecer y multiplica los trigos y las viñas sin ser beneficiados de la cultura. De suerte que los que merecen la habitación del Nilo, teniendo en él con abundancia y exceso cuanto es necesario a la vida, no solo viven sin necesidad de las provincias y tierras comarcanas, mas aun del beneficio del cielo, pues, no lloviendo jamás en aquellas regiones, es suficiente la inundación y paso de sus aguas para producirles, con infalible certeza, cuanto pueden desear para vivir abundantes. Y si no pareciese extremado encarecimiento, querría persuadir –en apócrifa dotrina– no que, como creyó la antigua gentilidad, tengan los ríos dioses que los habiten; mas que, mirando los milagros que obra Dios en este, diésemos crédito en algún modo a los que tuvieron opinión de que los ríos tienen ángeles custodios que consagran, ministran y guían sus aguas; de los cuales, el más católico que he visto es el docto y ingenioso Capoleón, que en su Poema del rosario, canto 3, estancia 68, escribe: Tornar frà i giunchi, e l'ombre ime, e palustri, scorti da l'Angel lor gli umidi Numi, come è pur uer, che custodisca, e lustri, ne corsi lor, Angel custode, i fiumi. Y si negaren esto los de escrupuloso juicio, adviertan que no es muy contrario a la razón ni al crédito de nuestra piedad; pues tenemos (conforme a ella) por cierto y infalible que los cielos tienen inteligencias o ángeles que los mueven, dando virtud y fuerza a sus influencias, para que, haciendo los efectos necesarios sus impresiones, se conserve y permanezca el mundo, que está sujeto a las causas segundas por natural decreto. Y así Tritemio, en el libro De secundis, dice que gobiernan el mundo los siete ángeles príncipes –de quien habla Tobías, 12– con los siete planetas: Orofiel con Saturno, Zacarías con Júpiter, Samuel con Marte, Michael con el Sol, Anael con Venus, Rafael con Mercurio, y Gabriel con la Luna. En cuya conformidad no parece que debemos poner fuera de los términos creíbles esta opinión, mirando en este río tantas causas para poder presumir que algún ángel favorable le asiste y comunica virtud para los efectos que hace; pues siendo solo natural la suya, no podremos conceder que los haga tan sobrenaturales. Y no fuera deste concepto, dijo Lucano, hablando del Nilo, que desde la creación del mundo hay en él ciertas aguas que, rotas las venas de la tierra, brotan y corren sobre ella sin que Dios ponga cuidado en gobernarlas, sino solo el natural curso; y otras que desde el mismo principio están ocultas, las cuales el Criador y Artífice de todas las cosas gobierna allí por ciertas leyes y condiciones; y que no duda ser de ellas estas, porque las ven todos redundar y nadie ha visto de dónde salen (ex libro 10): Quasdam, Caesar, aquas post mundi sera peracti saecula concussis terrarum erumpere venis non id agente deo, quasdam conpage sub ipsa cum toto coepisse reor, quas ille creator atque opifex rerum certo sub iure coercet; en que parece sintió –aunque como gentil– que la naturaleza deste río se administraba con particular y más que ordinaria providencia. Mas reduciendo sus alabanzas y la exageración de las maravillas suyas, me remito a los autores antiguos graves y dignos de crédito, que las escriben para que, viéndolas en ellos, merezca con toda admiración y decoro el renombre de monarca, corona y rey de los ríos; no siendo inconviniente para esto que Virgilio se le diese al Po; porque, según Carlo Estéfano, ha de entenderse que es rey de los ríos de Italia solamente. Y advierto en primer lugar que, en la escritura sagrada, Génesis 2, consta que nace del terrenal paraíso; donde dice, con nombre de Gehom: «ipse est qui circuit omnem terram Aetiopiae»+. Y ahora, con siguro de que es bien nacido para rey, puede verse lo que escriben de su naturaleza: Heródoto Halicarnaso, libro 2, que es Euterpe, donde dice: «Praeter Aegiptum Nilum cum quo non licet alium comparare»; y en un largo discurso que es al principio del libro. Aristóteles, en todo el libro que intitula De inundatione Nili. Pausanias, libro 8 Arcadica Regione. Diodoro Sículo, libro 1, desde poco después del medio hasta el fin. Plinio, libro 5, capítulo 9, del Asia, desde poco después del principio hasta poco antes del fin, y en el libro y capítulo 18. Julio Solino, desde el principio del capítulo 34 hasta estas palabras: «Et inde vsque dum mari intimat Nili nomen tenet». Amiano Marcelino, libro 22, donde hace una larga descripción suya. Aulo Gelio, libro 10, capítulo 7, al principio. Lucano, libro 10, al medio, en 123 versos desde este: «Hunc vbi pars caeli tenuit qua mista leonis». Lucrecio, libro 6, al medio de él, en 26 versos que empiezan: « Nilus in aestate crescit, campisque redundat». Claudiano, en todo un epigrama que tiene 42 versos consecutivos a este: «Felix qui Pharias proscindit vomere terras». Aquiles Tacio, De los amores de Clitofonte y Leucipes, al medio del libro 4, escribe en alabanza suya con tan estraño estilo, que no he querido escusarme de referir algunas de sus palabras: El Nilo entre los egipcios es toda cosa: río, tierra, mar y laguna. Es un nuevo y peregrino espectáculo ver juntas en él las naves y los arados, el remo con el azada, y el timón con el trillo; los albergues de los marineros y de los agricultores. Admiran nadando los peces en la tierra y pastando los bueyes en el río, donde se ven producir fecundamente las semillas y plantas en las ondas y sacar en los prados las redes llenas de pesca, siendo no menos milagroso que en el piélago corran los caballos y en los campos naveguen los navíos; de cuya competencia resulta ser conocido este río por dueño de todos los efectos que en favor de los hombres obra allí naturaleza. Solo resta que, concediéndose al Nilo, por tantas razones como tiene de su parte, este reino y señorío sobre todos los ríos del mundo, se me conceda a mí disculpa de haber dilatado esta nota; que la admiración que tengo de las cosas suyas y afecto de mostrarla ha causado esta dilación; si ya no ha sido que, hallándome tan cerca del fin de la silva, me he descuidado de industria por no salirme de ella. Los vacíos no pequeños que el viento hereda ahora en las riberas del Nilo son los cóncavos despojos y ruinas de las pirámides de Egipto, que, según Heródoto, libro2; Diodoro, libro 2, y Plinio, libro 36, capítulo 12, estaban menos de cuatro millas del río. Estas fueron sepulcros de los reyes de aquellas provincias; y así, dice Lucano, libro 8, hablando de ellas: Cum Ptolomaeorum manes seriemque pudendam, pyramides claudant indignaque Mausolea. 102. «Umbroso coliseo». En la tercera región y centro de Roma fabricó el emperador Vespasiano el anfiteatro para celebrar sus fiestas y juegos: obra de admirable labor y excesiva grandeza, capaz de ochenta y siete mil personas. Fue llamado Coliseo por un gran coloso que estaba junto a él, que fue una estatua de Nerón de ciento y veinte pies de alto. + Véase todo en Lucio Fauno, De la antigüedad de Roma, libro 3, capítulo 12, y en Publio Victor, De regionibus urbis Romae. Dice que, formando teatro para las fiestas, despojaron el ejido, que era olímpica palestra de los luchadores, aludiendo a los Juegos olímpicos, llamados así por el monte Olimpo en que primero se celebraron. 103. «Mañosos hijos de la tierra, cuando no fuertes Alcides». Fue llamado hijo de la tierra Anteo; el cual dice Lucano que, luchando con Alcides, siempre que tocaba a la tierra se levantaba con nuevas fuerzas (ex libro 4): Utque iterum fessis iniecit bracchia membris, non expectatis Anthaeus viribus hostis, sponte cadit, maiorque accepto robore surgit; a cuya causa los asimila aquí a los luchadores. 104. «A los ojos de Ascálafo, vestido, de plumas». Es el búho. Ovidio, Metamorfosis 5, dice que fue Ascálafo convertido en búho; fue su madre Orfene, ninfa amada de Aqueronte. En lo restante, cuenta las pruebas de los saltos que los villanos hicieron y los que corrieron al palio, hasta que, con la noche, tuvo fin la fiesta y principio el bien de los casados. Manuel Ponce Intellexisti cogitationes meas de longe, Psalmo 138. Demás de los autores citados, escribieron las maravillosas calidades del Nilo: Teofilato Simocata, en su Historia, todo el capítulo … en que refiere un prodigio rarísimo sucedido en el Nilo en nuestros tiempos. Julio César Scalígero, en sus Exercitationes contra Cardano: la 47, que intitula De Nili incremento, y la 48: In Nilum subeunt fluuii. Nilus auras non edit. Anaurus. Michael Maiero, en su Arcana arcanissima, hoc est, Hieroglyphica Aegiptio-Graeca, al principio del libro 1. Antonio Sabélico en su Rapsodia historial, libro 3, al principio. en blanco Discurso en que se trata si en los términos de la poesía es necesaria la oscuridad, y forzosa en las locuciones della; y en qué modo se puede permitir que el poeta sea oscuro a los ignorantes de los preceptos del arte y facultades que se cifran en los versos; y si el que a todos es difícil se haya de reprobar y no estudiarle. en blanco Al conde de Salinas, presidente del Consejo de Portugal. Prometí a Vuestra Señoría responder a las objeciones puestas al estilo y novedad desta silva; y, antes de poderlo cumplir, las he visto tan multiplicadas y licenciosas, que creció la obligación de mi promesa con la calumnia y libertad de los que profesan oscurecer cuanto no se ajusta a la humildad de sus ingenios comunes, con razones indignas de los oídos prudentes y nacidas solo de su invidiosa ignorancia, sin otro fundamento ni verdad. Mas por no hacer a nuestro autor nueva ofensa si respondo a tantos deseosos de que haga efecto su malicia provocando modestias recatadas, suplico a Vuestra Señoría reciba este discurso limitado con mi primer ofrecimiento, y no escrito con el afecto que esta materia pide; porque siempre he juzgado por trabajo infrutuoso responder a objeciones que son contra sujetos tan aprobados, necesitadas por sí mismas de crédito y mal admitidas de los que podrían calificarlas. Nuestro señor dé a Vuestra Señoría la suma felicidad. Manuel Ponce Discurso Llega a tan gran extremo la ociosa presunción de los ingenios modernos que, rehusando cualquier pequeño trabajo de limitado estudio y atención, reprueban el autor cuyas obras los necesitan a alguna destas cosas. Y satisfaciéndose de sí propios, juzgan que lo que no entienden al pasar de la carrera está defectuoso y falto de primor; que si lo mirasen más atentos y menos confiados, hallarían más excelencia en ello que ocasión de reprobarlo. Yo confieso a todos que esta silva es en algunos trozos difícil, mas en serlo imita el antiguo ejemplo que los ilustres poetas dejaron en sus escritos. Y no siendo la oscuridad culpable en ellos, menos debe serlo en quien los sigue. Y si alguno quisiere reprender a los que escribieron en estilo no fácil de alcanzar, podrá reprobar también por imperfectas las obras de los filósofos, maestros universales del mundo, pues vemos ser sus escritos tan superiores y dificiles que, desde su tiempo hasta hoy, siendo por tan diversos autores declarados con graves comentos y exposiciones, apenas son entendidos ni sabemos cuál es su verdadera sentencia y concorde sentido. Laertio, en el 9, pone una epístola escrita por el rey Darío a Heráclito efesio que contiene estas palabras, en las cuales parece que habla con nuestro autor en cuanto a la gravedad profunda de sus escritos y dificultad de su inteligencia: Librum de natura scripsisti obscurum difficilemque in plerisque, qui si ad verbum exponatur, vim quandam speculationis continere videtur mundi totius, et quae in eo fiunt omnium, quae quidem sunt in diuino motu constituta, in quibus plurimi haeserunt, adeo ut et qui complura legerunt ambigant, cum recta abs te narratio conscripta videant, etc. Y sea testimonio y aprobación del estilo difícil la Sacrosanta Escritura, cuyos libros, dictados por el Espíritu Santo y escritos por santísimos varones, son inaccesibles a los ingenios humanos; y sus profundos misterios tan oscuros y cifrados, que los sagrados expositores dejaron por reservados los más de ellos, y tenemos tantos y tan dilatados libros sobre las menores dificultades donde apenas se descubren sus altísimos misterios. Pues si miramos los Salmos, los Profetas, el Apocalipsis y los Cantares, lleno de divinas metáforas, perífrasis, enigmas y figuras donde se cifran tan misteriosos secretos que suspenden y deslumbran con su milagrosa dificultad los entendimientos de los hombres –como parece en los capítulos 1 y 2 del Hypotyposeon, donde con autoridades de Teofilacto sobre san Lucas y Tertuliano en el 3 contra Martio, casi al principio, se prueba esta verdad, de que es suficiente y particular testimonio el Aurelio Agustino , cuyo espíritu angélico excedió la naturaleza humana en el caudal supremo de su ingenio divino, el cual confiesa no haber podido entender el principio de Esaías–, no, pues, será la oscuridad culpable en los poetas, imitadores en ella de la escritura divina y de los filósofos graves. Y debe considerarse que el oficio del poeta no es descubrir las cosas que por sí están cubiertas con algún velo; antes, si son claras y manifiestas, cifrarlas con cuanta diligencia y estudio pudiere, y encubrirlas a los ojos de la ignorancia porque la demasiada familiaridad no las deslustre; antes sean, por su dificultad, más dignas de memoria y reverencia. Y ninguno presuma que el autor desta silva por presunción oscureció estos conceptos, o porque quiso negar de todo punto a los ingeniosos el sentimiento de las cosas cifradas, o por mostrarse más singular y artificioso. Porque su intento fue que las sentencias que procurasen entender en ellos, o su sentido –solicitado con fatiga y trabajo del entendimiento y diversamente interpretado– fuese, después de entendido, tenido en más veneración y estima; y ejercitados en esto, los valientes ingenios se descubriesen, y se acrisolasen los inferiores. Y supuesto que este nombre de la poesía no nació ni es denominado –como algunos abiertamente dicen– de poyo, poys, que traducido dice lo mismo que fingo fingis; antes se deriva de Poaetes, antiquísima voz griega que se lee 'esquisita locución', porque los primeros de inflamado espíritu comenzaron a hablar diversamente del común en aquel siglo bárbaro, como ahora en el verso –que al fin era una suerte de locución rara y no conocida–, se sigue que aquel cumplirá mejor con los preceptos y nombre de la poesía que en la suya realzare más el estilo y, desviándose de lo humilde y común, cifrare debajo de diversas colores su concepto, de suerte que no sea fácil ni manifiesto a todos, y que su inteligencia sea reservada a los de mayor capacidad y letras. Porque así como las artes y diciplinas más nobles se alcanzan con mayor dificultad, y las reglas y preceptos de ellas son difíciles y requieren sujetos más superiores, más elevados ingenios, tiempo y estudios, así la poesía que tratare de ellas y embebiere en su número y armonía más realzadas y supremas materias, de necesidad habrá de ser más difícil y oscura. Y si es de mayor bondad la que trata y encierra cosas más altas, por el consiguiente será la más noble la que fuere más dificultosa, así como lo son las artes que contienen más excelencia. Y de la suerte que, para el conocimiento de cualquier facultad de las supremas, es necesario cultivar primero el ingenio con los documentos y doctrina de las inferiores, porque no podrá ser teólogo el que no fuere filósofo, lógico y gramático, ni entender con suficiencia los preceptos de ninguna destas artes sin saber primero los de las precedentes; así, no será posible entender bien las obras de los poetas insignes –que cifran los términos y misterios de todas las profesiones– quien fuere ignorante de ellas. Y esto es causa de que parezcan al común difíciles, porque no todos alcanzan la suficiencia necesaria para entenderlos. Y es digno de no moderado sentimiento ver cuán en general se permite tratar estas letras y poner documentos y censuras en ellas sujetos tales, que no habían de atreverse a nombrar sus autores. Y son estos los que tienen osadía para emendarlos, y tal vez la toman para reprobar lo que no les agrada en ellos. ¡Oh, miserable Poesía! ¡Cuánto has per- dido de tu primitivo decoro, siendo tú la que fuiste constituida para deleitar los oídos de los dioses! Y pregunto: si el poeta escribiese con la misma claridad, frases y modos que habla el vulgo, sin realzar y enoblecer el estilo con los perífrasis, metáforas, locuciones y colores retóricos, no desviándose de lo humilde y general, ¿en qué sería diversa la poesía de la prosa, qué ornato podría alcanzar, o en qué se distinguiría el poeta del orador y del pueblo sino en el número? Y desviándose de lo común con heroicos realces y poéticas locuciones, convinientes al furor divino de los versos, ¿cómo será posible que la poesía sea clara, fácil y intelegible, pues el efecto de las translaciones, fábula, imitación y voces supremas es necesariamente la oscuridad? Y veremos ser esto así tomando por ejemplo un lugar desta silva en que, usando de una figura retórica que llamamos hipérbole en el número 77, y encareciendo la festividad de la música y bailes de los serranos, dice así: «Cruza el Trïón más fijo el hemisferio». ¿Cómo, pues, podrá entender su concepto el que no supiere que comete aquí esta figura, lo que significa con ella , y que los triones son unas estrellas fijas cuyo movimiento es circular; y que, así, viene a ser encarecimiento decir que «cruzan el hemisferio», supuesto que no lo pueden hacer? Mas en cosa tan llana, escusada será más prueba, pues entenderá bien esta el docto y el ignorante por su mismo sentimiento. Y los que necesitan la poesía a preceptos más religiosos, no la reducen a que sea compuesta con el estilo del pueblo, sino a que use de voces conocidas y tratables, sin restringirse a no ponerlas en términos que sean raros y diversos de lo vulgar. Y advierto para adelante que las introducidas por su autor en esta silva son limitadamente 5: venatorio, conculcado, meta, gulosos, bipartida. Que si Aristóteles, en el capítulo 6 de la Poética, dice lo que los doctos refieren, hallarán que, en la misma parte consecutive a aquella sentencia, dice: «Non populare quidem igitur faciet, et aliae dicte formae: propium autem claritudinem. non minimam autem partem conferunt, ut locutio aperta sit, et non popularis productiones et ablationes et immutationes nominum. quia enim hoc aliter se habet quam propium, cum factum sit contra id, quod consuetum reddet in oratione non bulgare genus». Y prosigue diciendo cuánto convenga el usar de figuras y realzados modos en los versos. Y pone por ejemplo de lo que los ilustran las metáforas y nombres compuestos dos yambos –uno de Esquilo y otro de Eurípides– sobre un mismo concepto; en los cuales –dice–, habiendo el uno, en vez del nombre propio, usado otro forastero, hizo que pareciese tan superior cuanto el otro bárbaro y humilde. Porque, en el Filoctete, Esquilo dijo: «Phagedaena quae mei carnes comedit pedis»; y Eurípides, en lugar de comedit, puso epulatur, con que enobleció la gravedad de una palabra el verso que por sí era humilde. Pone Aristóteles otros tres ejemplos de Homero para mostrar cuánto importe poner en un lugar más una especie de palabras que otra. Y Horacio, en esta conformidad, dice en el Arte poética: ego, cur acquiere pauca si possum, inuideor, cum lingua Catonis et Enni sermonem patrium ditauerit et noua rerum nomina protulerit?, cuya aplicación y declaración remito para adelante. Y volviendo a lo que toca a la dificultad que resulta en la poesía de ser escrita en los términos y con los preceptos convinientes, el Boccaccio, en el 14 de la Genealogía de los dioses, dice: Los efectos de poético furor son conducir la mente en el ánimo de decir bien; imaginar raras y jamás oídas invenciones; ampliarlas y ornarlas, compuestas con un cierto raro y no común estilo de palabras supremas y sentencias divinas; y, debajo del velo de la fábula apropiada, esconder la conocida verdad. Y así, es cosa notoria que si el poeta hablase como el plebeyo, sería fuerza que faltasen en la poesía las partes esenciales de ella, como son: la fábula, el número, la consonancia, la cadencia, el ornato, la extensión y los supremos términos que requiere. Y si la reduciesen a los preceptos de la claridad, no sería posible igualarse lo claro con lo poético, heroico, adornado y grave, que son opuestos por precisa ley. Y debía mirar quien pretende probar su opinión con autoridades de Tulio y Quintiliano, que ellos no dieron en sus escritos preceptos a los poetas ni trataron de perficionar el metro, sino la oratoria, cuya profesión tenían, y de que escribieron en sus retóricas. Que, según vemos en Aristóteles (libro 3, capítulo 4 de la suya), convienen a los versos las partes exquisitas de la difícil locución; más natural y licenciosamente al poeta que al retórico, a quien no permite usar de ellas: «Nam poetica locutio non humiles quidem est, set tamen solutae orationi comuenit». Y prosigue: «quare peregrinam reddere oportet orationem: rex enim externas homines admirantur, quod autem gignit admirationem, suaue est ac in poetarum quidem scriptis multa sunt, quae hoc efficiunt: sed ibi ea conueniunt: nam res et personae, de quibus agunt poetae, valde à caeteris remotae sunt. Sed in oratione soluta multo paucioribus uti licet ornamentis, cum etiam ipsum argumentum multo sit inferius». Así que, si fue permitido a los filósofos escribir difícil y oscuro, y en la escritura santa está acreditada la profundidad de los términos, debe con razón ser loado en los poetas, supuesto que en ellos es –como hemos visto– natural, justo, conviniente y necesario el oscurecer más, usando de translaciones, frases y figuras más continuadas en sus escritos. Y ser en la poesía esta dificultad y exquisitos términos antiguos y observados de los varones insignes en ella nos dan claro testimonio sus mismas obras, pues apenas hallaremos entre ellas una que no tenga excesiva dificultad y oscura inteligencia. Y discurriendo por mayor en ellas, veremos que a Plauto es casi imposible entenderle bien; en Petronio Árbitro se ignora mucho por la variedad de juegos y acciones viles que cuenta, no comunes, sino que intervenían entre personas particulares; Séneca, en sus tragedias, es oscurísimo por la continuación de translaciones y perífrasis, como se verá en sus coros, donde no se halla voz propia; Estacio, en sus silvas y en muchos trozos de La Tebaida, no se deja tratar por la misma causa; Juvenal aún hoy no está entendido, ni sabemos los sujetos a quien satirizaba ni los vicios que reprehendía; Persio es inaccesible, y entre más de quince exposiciones y comentos que tiene de autores graves, casi todos son discordes, y con todos no hay quien se atreva a descubrir sus ocultos conceptos, por la oscuridad profunda que tiene en el estilo, locuciones y alusión a los adagios y costumbres de la antigüedad, no solo romana, sino judía; Marcial padece la misma difícultad en muchos de sus epigramas, no alcanzadas hoy de Lipsio, Mureto y otros, como vemos en sus comentos sobre ellos; y sabemos que Scalígero le emienda porque no le entiende. Y lo mismo se puede considerar de Catulo y Tibulo, las Geórgicas del mayor poeta, y muchos trozos de Ausonio Gallo. Y si miramos de los vulgares, el Dante, luz y honor de la Celeste y Talía, cuyos versos encierran tan profundos misterios, tantas ciencias, historias y conceptos divinos, apenas ahora entendidos y alcanzados después de tan dilatado tiempo y estudio, ¿qué se ha hecho en ellos? Porque escribió de manera que fue necesario comentarse a sí mismo sobre tres canciones que hizo de la natural y moral filosofía; y su comento es un raro y superior libro, intitulado El amoroso convite. Y la primera canción de ellas tiene este fin: Canzon' io credo che saranno radi, color che tua ragione intendan bene tanto lor parli faticosa & forte onde se per ventura ell' adiuiene che tu dinanzí da persone vadi che non ti paian d'essa bene accorte allhor ti priego che ti riconforte dicendo lor dilleta mia nouella ponete mente almen com' io son bella, cuyas palabras contienen todo lo que el autor de nuestra silva pudiera poner al pie de ella, diciéndola: «Yo creo, Soledad mía, que serán raros los que entiendan bien tus conceptos, según les hablas riguroso y grave; mas si, por dicha, sucede que llegues a manos de sujetos tales que no te juzguen perfeta, ruégote que, satisfecha de ti misma, les digas que, al menos, miren cuán bella eres». Del Petrarca, oratio vulgar, tenemos muchas partes en sus Rimas sin la debida inteligencia, por su mucha dificultad y cifrados conceptos. Y en ellas se halla una canción escrita con tal estilo, que es imposible entender partes de ella; cuyo principio es este: Mai non vo piu cantar com' io solea che altri non m' intenda. Y en la 2 estancia: Intendame chi pò, che m' intend' io. Y más abajo: Forse ch' ogni huom chi legge non s' intende, é la rete tal tende, che non piglia e chi troppo assotiglia si scavezza. De suerte que no es concedido a todos el entender las obras de los que, colmados de ingenio y ciencia, escriben en términos no comunes. Al Beniveni florentino, doctísimo varón, le comentó otras canciones el conde Julio Picco Mirandulano, que empiezan: «Amor dalle cui man sospes il freno»; que son de tan profunda oscuridad, que escribió tres libros para su declaración. Y entre los de nuestro romance, el venerado Juan de Mena dejó necesitadas sus obras de las notas que hoy nos las declaran. Y no con menos dificultades lucen y son estimadas las del Divino Herrera y don Diego de Mendoza, flores de nuestra España, que si bien no son tan oscuras como esta silva, lo son mucho. Y que ella lo sea más no es en ningún modo culpable, pues hoy están estas letras tan realzadas y diversas de sus principios, que quien no procura exceder ahora a los que fueron asombro de la edad pasada, apenas es conocido en esta, por la perfección y grandeza a que está reducida la poesía española; que es increíble a quien mira los escritos de aquellos hombres famosos, hallarlos tan faltos de la pureza de estilo y sutileza de conceptos, que aun ya no nos agrada en muchos que los exceden. De suerte que nuestro autor, habiendo de cumplir con el predicamento que tiene, es justo que en sus obras sea tan singular como en la opinión. Y habiendo de serlo en algo, ha de ser diverso de lo que es común a todos, siendo más superior, raro y difícil en lo que escribe. Y porque mejor se pruebe la licencia que tiene el poeta ilustre para inventar nuevas voces y frases ampliando su natural idioma, para que se entienda no haber excedido los preceptos del arte nuestro poeta, lo fundaré en estos versos, donde Horacio trata toda esta materia diciendo: In verbis etiam tenuis, cautosque serendis dixeris egregie, notum si callida verbum reddiderit iuntura novum: si forte necesse est indiciis monstrare recentibus abdita rerum: fingere Cinctutis non exaudita Cethegis continget, dabiturque licentia sumpta pudenter. et noua, fictaque nuper habebunt verba fidem: si Graeco fonte cadant parce de torta. quid autem Caecilio, Plautoque dabit romanus, ademptum Vergilio, Varioque? Ego, cur acquiere pauca si possum, inuideor? cum lingua Catonis et Enni Sermonem patrium ditauerit: et nova rerum nomina protulerit? Licuit, semperque licebit signatum praesente nota producere nomen. Dice, pues, en estos catorce versos: 'entendida la sentencia, será el poeta prudente y considerado en criar voces o palabras nuevas'; con lo cual cumplió nuestro autor precisamente, pues fueron tan raras las que introduce en esta silva como arriba he dicho. Y amonesta: dixeris egregie: 'tú dirás en excelente modo, fuera del estilo del vulgo'; si callida iunctura: 'una conjunción de voces bien hecha, una composición de palabras con ingenio y prudencia'; reddiderit verbum notum: 'una palabra usada y conocida'; para cuya inteligencia, hemos de saber que las palabras, o son propias, o imitadas de otra lengua; y las propias, o son antiguas, o formadas de nuevo por el que escribe. Así que, si uno cría una voz nueva que sea compuesta de otras comunes en modo conviniente, le será lícito; como, por ejemplo, entre los latinos esta voz capra, y esta, genus, son notorias, y juntando ambas en una se hace esta palabra nueva caprigenum o la voz semicapro, que está en esta silva, número 28 , compuesta de dos dicciones. Y en este modo creo que entiende Horacio que la unión forme palabras nuevas. Otros quieren que se entienda de las translaciones, desta suerte: que se tomen nombres comunes de una cosa para significar otra diversa; verbi gratia: yo quiero decir que ha vuelto la primavera; y no queriendo decir ver redit con sus palabras propias, diré, con otras notorias que juntas hagan un modo nuevo, difugere nives. redeunt iam gramina campis, arboribusque. De suerte que, siendo todas estas palabras conocidas, por estar juntas con artificio no significan lo que dice su propio sentido, sino diversamente; porque no se entiende por ellas que las nieves han huido, ni que la grama ha vuelto a los campos, ni las hojas a los árboles, sino que ha vuelto la primavera. Y aceptando cualquiera destas sentencias, hallaremos en favor de nuestro poeta que pudo, sin alterar los preceptos del arte ni exceder de su licencia, inventar nuevas voces y fórmulas compuestas, como en las que dice «clavijas de marfil» a los dedos de la serrana, y «cuerdas de negras guijas» a las pizarras, «cítaras de pluma» a las aves, «centellas de cristal» al agua, y «sierpes de aljófar» en el número siguiente. Y así mismo, pudo usar de translaciones diciendo «espumoso coral» a la sangre, «Libia de ondas» al mar, «golfo de sombras» a la campaña oscura, y los demás de estos modos. Si forte necesse est: 'si, por suerte, es necesario con indicios o con palabras nuevas significar el oculto concepto, fingiendo voces nunca oídas de los doctos –que aquí entendemos por Cetego, a quien pone Tulio en el Bruto en el número de los oradores–, esta licencia se dará siendo usadas con prudencia; porque así, tendrán autoridad si descindieren de la fuente griega –que entre nosotros se entenderá lo mismo de la latina–, ingeniosa y cultamente traídas. Porque el pueblo romano, ¿qué cosas permitio a Cecilio, poeta, y a Plauto, que se las niegue ahora a Virgilio?'. Hace aquí un argumento de la mayor, y dice: ‘si el pueblo romano ha concedido a Cecilio y a Plauto fingir palabras nuevas, mucho más debe concederlo a Virgilio y Varo, que los imitan'; que, ajustado a nuestro intento, diremos: que si las edades pasadas permitieron a infinitos autores el criar voces nuevas en su idioma y usar de translaciones esquisitas en él, ¿por qué no se ha de permitir a nuestro poeta que haga lo mismo en el suyo, imitando a los pasados y introduciendo, como ellos de la griega en la latina suya, él de la latina en la española nuestra las frases, translationes y gramática, de que resulte la extensión, nobleza y ornato que tiene en sus divinos versos? Y de que entre los latinos famosos fuese común hacer esto tenemos mil ejemplos en sus escritos; como vemos en Lucrecio, que dijo: «Daedala tellus» et «reboant», que fueron palabras nuevas: «Nec cythara reboant laqueata aurataque tecta». Accio, poeta, llama a Vulcano «Mulciberum», donde dice: Heu Mulciber arma ignauo inuita fabricatus est manu Y Ennio, en lugar de amargo, puso triste: Nec tristem quaeritat sinapi, nec mestum caepe. Y estas palabras inventadas por ellos apellida interrogando Horacio, que por qué no se habían de permitir a Virgilio. Cicerón nos muestra claro que las voces se hacen nuevas, en una epístola a Bruto: «Eum amorem et eum, ut hoc verbo utar, fauorem in consilium aduocabo»; donde se ve que, en su tiempo, favor era palabra nueva. Y las voces griegas que están introducidas en la latinidad y se usaron en ella son casi infinitas; y no solo las voces, sino los modos de decir; como vemos en los poetas latinos, que, a cada paso, ponen los infinitivos por los gerundios como los griegos, que carecen de ellos. Cuya consecuencia es que no será culpable en nuestro autor haber usado en su idioma tal vez de los casos y gramática de la latinidad, imitando los que en ella escribieron con los términos de la griega. Y menos debe serlo introducir en su lengua voces latinas y toscanas con tanta moderación y prudencia. Pues el docto Juan de Mena –de quien dice Mario Equicola ser entre nosotros como en Italia el Petrarca–y el ingenioso Garcilaso, en muchas partes de sus escritos usaron también voces latinas, toscanas y nuevas. Y particularmente Mena, en la primera copla del Laberinto, 1, dice: «Al gran rey d' España, al çésar novelo», que es voz toscana. Copla 38 del mismo Laberinto: «Ni el ayre padece nubíferas glebas»; nubíferas es latino; y glebas, toscano que quiere decir 'terrones'. En la copla 7, del 2: blasmar por blasfemar, sincopado. Copla 24: fruir, del latino frui, que es 'gozar'. Copla 109: bullada en lugar de impresa o sellada; voz antiquísima. Y a este modo se hallarán repartidas otras infinitas en sus obras, que dejo por escusadas. Garcilaso, égloga 2, verso 1 del terceto antecedente al del número 138: «A la pura fontana fue corriendo». Es voz toscana. En el número 155: «Almo dulce, sabroso, esfuerza, esfuerza». La dición almo es toscana y latina; significa 'sustentar' y 'aumentar'; viene de alere u de almus, que es lo mismo que 'criador'. En el 10 verso, después del número 169: «Dañaba la tardanza floja, inerte». Inerte es latina y toscana, de inertia ('pereza' o 'flojedad'). Verso 54, después del número 197: «La vista así corrusca y resplandece». Es también voz latina y toscana; significa 'resplandecer' (corruscare). Cuyos ejemplos podrán ser suficiente defensa de nuestro autor, así como fueron dechado de sus obras. Y volviendo a Horacio, prosigue: Ego cur inuideor: '¿por qué debo ser invidiado o aborrecido, si puedo adquirir algunas pocas palabras a mi lengua?' Y así, pone inuideor, voz nueva; porque no se dice inuideo te, sino inuidio tibi; y por el consiguiente, no decimos non inuideor, sino mihi inuidetur. Muéstranos, en estas razones, que no es digno de reprehensión, sino de alabanza, el que procura enriquecer su lengua nativa de palabras no usadas antes en ella y de modos y términos exquisitos, habiendo hecho lo mismo sus pasados, y enoblecido la suya Catón y Ennio. Y si fue lícito en ellos criar nuevos nombres y palabras, siempre lo será en los que escribieren producere nomen. En todo lo cual verán los versados en estas letras que está bien defendida esta silva de todas las objeciones que la han puesto en su estilo, novedad, voces, translaciones, gramática y extensión, porque antes debe ser admirado que reprehendido el autor della. Y el que quisiere ver más por extenso tratada esta materia, vea los versos referidos de Horacio y los 13 que se siguen a ellos, con la écfrasis y notas del doctísimo Sánchez Brocense, y todo el capítulo 6 de la Poética de Aristóteles con el comento del Piccolomini. Y asentada esta dotrina, digo que si resulta alguna oscuridad en este escrito porque imita su autor a los latinos y toscanos en él, antes es justo que sea estudiado que depuesto. Porque si la dificultad que tiene no nace de lo que suele hacer inaccesibles a los otros –como he dicho–, será justo que los prudentes y doctos, dando el debido crédito al autor, crean que tiene más de admirable que de molesto; y mirando su gramática con atención, hallarán facilidad en la construción de ella, agudeza en su conceptos, ornato en la locución y valientes imitaciones en ella, con ingeniosa novedad en los términos y descripciones; y al fin, el deleite de haber alcanzado lo que sin alguna dificultad carece de estimación. Y así, podrá decir a todos el autor lo que antes dijo Martial, libro 2, epigrama 86: Scribat carmina circulis Palaemon me iuuat raris auribus placere. Vale Vean estos lugares en Juan de Mena –prólogo de su Coronación, que escribe al marqués de Santillana– los que reprueban en esta silva las posposiciones, anteposiciones y gramática. Y juzguen: si nuestra lengua antiguamente admitió y tuvo por buenos estos modos en prosa, ¿por qué se han de tener por viciosos en el verso, que es capaz de tomar más licencias y cometer más continuadas figuras y perifrasis? La cual volante fama, con alas de ligereza que son gloria de buenas nuevas, ha encabalgado los gálicos Alpes y discurriendo hasta la frigiana tierra; y no quiere cesar ni cesa de volar al cáucaso monte, que es en las sumidades y en los de Etiopía fines, allende del cual la fama del romano pueblo se halla no traspasase, según en el De consolación Boecio. Y más abajo: Mayormente que en cualquiera de los de la humana gente estados, etc. Y después: cuanto más que uno de los fines porque los hombres se al trabajo aplican es por la de buena fama gloria. Y a pocos renglones: Por ende las comemoradas acatando causas. La Rosa. oda 53. de Anacreón traducida del griego, por don Francisco Gómez de Quevedo. Con el verano padre de las flores juntemos de la rosa los loores. La rosa es flor,y admiración del cielo, deleite de los hombres en el suelo. La rosa por los prados 5 de hierbas,y de flores variados a las ninfas amantes hace a las diosas bellas semejantes. La rosa entre las plantas más perfectas, da cuidado,y sujeto a los poetas, 10 pues a cantar sus hojas los obliga. La rosa es de las musas blanda amiga, y aunque nace tejida en las riberas entre desapacibles cambroneras, mal acondicionada en sus espinas 15 con sus colores finas, del que la corta en el jardín lozano regala la nariz, si hirió la mano; y enlazada en torcidas esmeraldas hace dignas de Apolo las guirnaldas. 20 Yen los días solemnes cuando pródigo Baco de sus bienes da vinos olorosos a quien la antigüedad hace preciosos. La rosa es la primera golosina 25 a que la vista el apetito, inclina. Mas decidme ¿qué cosas hay buenas,sin las rosas? Por ventura el aurora cuando al nácar del día perlas llora, 30 ¿no muestra con rosada mano,abierta del Oriente la puerta? ¿No con rosados brazos tejen las ninfas al Amor los lazos, no llaman muchos doctos escritores, 35 rosada a Venus madre de las flores? Mas ¿para qué me canso? Por ventura ¿no es de mortales accidentes cura? Defiende de la hambre de la tierra el cuerpo, que en el túmulo se cierra; 40 y resisten sus galas del tiempo vario las veloces alas; el olor que tenía cuando en sus mocedades trascendía venciendo el humo que en Pancaya arde 45 sola da a su vejez que se la guarde. Su nacimiento pues, ¿no es generoso? Cuando en el espacioso ⁎mar,nació Venus⁎ con belleza suma nieta del agua,y hija de la espuma 50 y cuando armada con escudo y asta del celebro de Júpiter, Minerva nació,virgen, robusta, eterna, casta para quien alta ciencia se reserva; entonces de las rosas el linaje 55 a todas las estrellas hizo ultraje. Yel Sol, bebió en sus ondas desde Oriente lágrimas del Aurora blandamente. Yes su grandeza tanta que la congregación de dioses santa 60 regó con néctar dulce,y reservado a menos que divina eterna boca (que no es grandeza poca) el descortés rosal,que nació armado para que de él naciese, y se criase 65 planta amiga de Baco, que le honrase. en blanco Segunda Soledad. El período de la caza. Las Horas ya de números vestidas, al bayo, cuando no esplendor overo del luminoso tiro, las pendientes ponían de crisólitos lucientes 680 coyundas impedidas: mientras de su barraca el estranjero dulcemente salía despedido a la barquilla, donde le esperaban a un remo cada joven ofrecido: 685 dejaron pues las azotadas rocas, que mal las ondas lavan del livor aun purpúreo de las focas: y de la firme tierra el heno blando con las palas segando, 690 en la cumbre modesta de una desigualdad del horizonte, que deja de ser monte por ser culta floresta, antiguo descubrieron blanco muro, 695 por sus piedras no menos que por su edad majestüosa cano; mármol al fin tan por lo pario puro, que al peregrino sus ocultos senos negar pudiera en vano. 700 Cuantas del oceano el Sol trenzas desata, contaba en los rayados capiteles, que espejos(aunque esféricos) fïeles, bruñidos eran óvalos de plata. 705 La admiración que al arte se le debe áncora del batel fue, perdonando poco a lo fuerte, y a lo bello nada del edificio;cuando ronca los salteó trompa sonante, 710 al principio distante, vecina luego, pero siempre incierta. Llave de la alta puerta el duro son, vencido el foso breve, levadiza ofreció puente no leve 715 tropa inquïeta,contra el aire armada. Lisonja, si confusa, regulada su orden de la vista, y del oído su agradable rüido. Verde no mudo coro 720 de cazadores era, cuyo número indigna la ribera. Al Sol levantó apenas la ancha frente el veloz hijo ardiente del céfiro lascivo, 725 cuya fecunda madre al genitivo soplo,vistiendo miembros, Guadalete florida ambrosia al viento dio jinete que a mucho humo abriendo la fogosa nariz, en un sonoro 730 relincho,y otro, saludó sus rayos. Los overos, si no esplendores bayos, que conducen el día, les responden la eclíptica ascendiendo. Entre el confuso pues celoso estruendo 735 de los caballos, ruda hace armonía cuanta la generosa cetrería (desde la Mauritania a la Noruega) insidia ceba alada, sin luz no siempre ciega, 740 sin libertad no siempre aprisionada, que a ver el día vuelve las veces que en fïado al viento dada repite su prisión,y al viento absuelve. El neblí que relámpago su pluma, 745 rayo su garra, su ignorado nido o lo esconde el Olimpo, o densa nube, que pisa cuando sube tras la garza, argentada el pie de espuma. El sacre, las del noto alas vestido, 750 sangriento chiprïota aunque nacido con las palomas Venus de tu carro. El girifalte, escándalo bizarro del aire, honor robusto de Gelanda, si bien jayán de cuanto rapaz vuela, 755 corvo acero su pie, flaca pihuela, de piel lo impide blanda. El baharí, a quien fue en España cuna del Pirineo la ceniza verde, o la alta basa que el oceano muerde 760 de la egipcia columna. La delicia volante de cuantos ciñen líbico turbante, el borní, cuya ala en los campos tal vez de Melïona 765 galán siguió valiente fatigando tímida liebre cuando intempestiva salteó leona la melionesa gala, que de trágica escena 770 mucho teatro hizo poca arena. Tú infestador en nuestra Europa nuevo de las aves, nascido aleto, donde entre las conchas hoydel sur esconde sus muchos rayos Febo, 775 ¿debes por dicha cebo? ¿Templarte supo, di, bárbara mano al insultar los aires? Yo lo dudo; que al precïosamente inca desnudo, y al de plumas vestido mejicano 780 fraude vulgar, no industria generosa, del águila les dio a la mariposa. De un mancebo serrano el duro brazo,débil hace junco, examinando con el pico adunco 785 sus pardas plumas el azor britano, tardo,mas generoso terror de tu sobrino ingenïoso, ya invidia tuya, Dédalo, ave ahora cuyo pie tiria púrpura colora. 790 Grave de perezosas plumas globo, que a luz lo condenó incierta,la ira del bello de la estigia deidad robo, desde el guante hasta el hombro a un joven cela: esta emulación pues de cuanto vuela, 795 por los topacios bellos con que mira, término torpe era de pompa tan ligera. Can de lanas prolijo, que animoso buzo será, bien de profunda ría, 800 bien de serena playa, cuando la fulminada prisión caya del neblí, a cuyo vuelo tan vecino a su cielo, el cisne perdonara luminoso; 805 número y confusión gimiendo hacía en la vistosa laja, para él grave, que aun de seda no hay vínculo süave. En sangre claro,y en persona augusto, si en miembros no robusto, 810 príncipe les sucede, abrevïada en modestia civil real grandeza. La espumosa del Betis ligereza bebió no solo, mas la desatada majestad,en sus ondas, el luciente 815 caballo, que colérico mordía el oro que süave lo enfrenaba. Arrogante, y no ya por las que daba estrellas su cerúlea piel al día, sino por lo que siente 820 de esclarecido, y aun de soberano, en la rienda que besa la alta mano de cetro digna. Lúbrica no tanto culebra se desliza tortüosa por el pendiente calvo escollo, cuanto 825 la escuadra descendía presurosa por el peinado cerro a la campaña, que al mar debe(con término prescripto) más sabandijas de cristal,que a Egipto horrores deja el Nilo que lo baña. 830 Rebelde ninfa(humilde ahora caña) los márgenes oculta de una laguna breve, a quien doral consulta, aun el copo más leve 835 de su volante nieve. Ocioso pues, o de su fin presago, los fílos con el pico prevenía de cuanto sus dos alas aquel día al viento esgremirán cuchillo vago. 840 La turba aun no del apacible lago las orlas inquïeta, que tímido perdona a sus cristales el doral. Despedida no saeta de nervios partos,igualar presuma 845 sus puntas desiguales, que en vano podrá pluma vestir un leño,como viste una ala. Puesto en tiempo corona, si no escala las nubes(desmintiendo 850 su libertad el grillo torneado, que en sonoro metal lo va siguiendo) un baharí templado, a quien el mismo escollo (a pesar de sus pinos eminente) 855 el primer vello le concedió,pollo que al Betis las primeras ondas,fuente no solo, no, del pájaro pendiente las caladas registra el peregrino, mas del terreno cuenta cristalino 860 los juncos más pequeños, verdes hilos de aljófares risueños. Rápido,al español alado mira peinar el aire,por cardar el vuelo, cuya vestida nieve anima un hielo, 865 que torpe a unos carrizos lo retira, infïeles por raros, si firmes no por trémulos reparos. Penetra pues sus inconstantes senos, estimándolos menos 870 entredichos que el viento: mas a su daño el escuadrón atento, expulso lo remite,a quien en suma un grillo y otro enmudeció en su pluma. Cobrado el baharí.En su propio luto 875 o el insulto acusaba precedente, o entre la verde hierba avara escondía cuerva purpúreo caracol, émulo bruto del rubí más ardiente: 880 cuando solicitada del rüido el nácar a las flores fía torcido, y con siniestra voz convoca cuanta negra de cuervas suma infamó la verdura con su pluma, 885 con su número el Sol. En sombra tanta alas desplegó Ascálafo prolijas verde poso ocupando, que de césped ya blando jaspe lo han hecho duro blancas guijas. 890 Más tardó en desplegar sus plumas graves el deforme fiscal de Proserpina, que en desatarse al polo ya vecina la disonante niebla de las aves. Diez a diez se calaron, ciento a ciento, 895 al oro intüitivo, invidïado deste género alado, si como ingrato no, como avariento, que a las estrellas hoy del firmamento se atreverá su vuelo, 900 en cuanto ojos del cielo. Poca palestra la región vacía de tanta invidia era, mientras desenlazado la cimera restituyen el día 905 a un girifalte, boreal harpía, que, despreciando la mentida nube a luz más cierta sube, cenit ya de la turba fugitiva. Auxilïar taladra al aire luego 910 un duro sacre, en globos no de fuego, en oblicuos sí engaños, mintiendo remisión a las que huyen, si la distancia es mucha, (griego al fin). Una en tanto que de arriba 915 descendió fulminada en poco humo, apenas el latón segundo escucha, que del inferïor peligro,al sumo apela, entre los trópicos grifaños, que su eclíptica incluyen, 920 repitiendo confusa lo que tímida escusa. Breve esfera de viento, negra circunvestida piel, al duro alterno impulso de valientes palas, 925 la avecilla parece, en el,de muros líquidos, que ofrece, corredor,el dïáfano elemento, al gémino vigor, en cuyas alas su vista libra toda el estranjero. 930 Tirano el sacre,de lo menos puro desta primer región, sañudo espera la desplumada ya, la breve esfera, que a un bote corvo del fatal acero dejó al viento, si no restitüido, 935 heredado en el último graznido. en blanco