Introducción **** *book_ *id_body-1 *date_1662 *creator_vaca_de_alfaro Introducción 1. Título «Don Ludovicus de Córdoba»: apuntes para una inacabada «Vida de Góngora». El texto que editamos son apuntes que reunió el médico cordobés Enrique Vaca de Alfaro (1635-1685) con el propósito de redactar «vidas» de cordobeses ilustres. Están conservados en un manuscrito que lleva el título de Varones ilustres de Córdoba, lo cual nos da una idea bastante clara del proyecto que tenía el autor, el de trazar una semblanza de los hombres más famosos nacidos en Córdoba, o que vivieron en ella, como prueba de la grandeza de dicha ciudad. Lamentablemente el proyecto se quedó en ciernes y tan solo nos quedan las informaciones bio-bibliográficas reunidas que iban a ser la base del futuro libro. Sin embargo, el esbozo de esta «vida» de Góngora es el más desarrollado de todas las contenidas en el manuscrito y permite entender las intenciones de Vaca de Alfaro y las modalidades de su participación en la canonización tardía de Góngora. Por eso creemos útil editar y analizar estos borrones. En torno al último cuarto del siglo XVI y a las primeras décadas del siglo XVII el paulatino desarrollo de las ciudades y, con ellas, de los espacios e instituciones educativas acarreó la pronta proliferación de oficios específicos: notarios, juristas, médicos, escribanos, maestros, editores, etc. En este nuevo contexto comenzó a afianzarse la ciudad como objeto específico de interés historiográfico no solo en los lugares de mayor relevancia histórica (Toledo, Madrid, Sevilla, Valencia, etc.), sino también en las más modestas localidades (Carmona, Andújar, Santa María de Moyá, etc.), tal y como explica Santiago Quesada en La idea de la ciudad en la cultura hispana de la Edad Moderna. Como ejemplo de ello podemos citar las obras de Bermúdez de Pedraza, Antigüedad y excelencias de Granada (1608); de Jerónimo de Quintana, A la muy antigua, noble y coronada villa de Madrid. Historia de su antigüedad (1629); de Rodrigo Caro, Antigüedades y principado de la ilustrísima ciudad de Sevilla (1634); o del autor que nos ocupa, Enrique Vaca de Alfaro, Libro de las grandezas de Córdoba (obra ms., sin fecha). Entre los aspectos a los que se atiende en estas obras (ubicación geográfica, recursos naturales, clima, historia de la fundación, descripción de las «antigüedades» halladas –monedas, inscripciones, estatuas– y de los edificios destacados, fundaciones religiosas, etc.), figura con frecuencia como mérito de la ciudad el haber sido cuna de «hijos ilustres». Este mérito es, en realidad, como bien señala Inmaculada Osuna, susceptible de ser contemplado desde una doble perspectiva. Por una parte, se presenta al «hijo ilustre» como contribuyente activo a la fama del lugar y, por otra, se le considera como producto de una capacidad que, implícita o explícitamente, se le atribuye a la ciudad. Algunos catálogos de varones ilustres contenidos en estos libros «de antigüedades y excelencias» de las ciudades fueron después desarrollados y completados por sus autores, y se convirtieron en libros o proyectos de libros autónomos. Así pasó por ejemplo con los Varones insignes en letras naturales de la ilustrísima ciudad de Sevilla de Rodrigo Caro, inicialmente concebidos como un mero apéndice de las Antigüedades (1634) que, según Luis Gómez Canseco, editor del catálogo, creció hasta formar una obra independiente, inacabada a la muerte de Caro en 1647. El caso no es único. También podemos citar a Juan Francisco Andrés de Uztarroz, autor de una Aganipe de los cisnes Aragoneses, versificada, elaborada al margen de sus investigaciones sobre las antigüedades aragonesas; o a Juan Antolínez de Burgos, quien en el capítulo final de su Historia de Valladolid, anunciaba: «Prométese volumen grande aparte de los varones ilustres hijos de Valladolid», un volumen que desgraciadamente no se ha conservado. En esta línea se inserta nuestro autor, siendo también los Varones ilustres de Córdoba una extensión de otros catálogos inicialmente elaborados para figurar en las obras historiográficas de Vaca, como el Libro de las grandezas de Córdoba o la Historia de Córdoba. En los Varones ilustres de Córdoba, Vaca retrata a cincuenta y seis ingenios de su ciudad, real o supuestamente, porque no duda en hacer «hijos de Córdoba» a hombres que tienen poca relación con ella, como por ejemplo el viajero y escritor sevillano Pedro Tafur. Los biografiados pueden entrar en una de las tres categorías con las que subdividió Rodrigo Caro su catálogo de las Antigüedades y principado de Sevilla (libro II, capítulo XI): «Varones … insignes e ilustres en santidad», «Varones ilustres en letras» y, por último, «Varones insignes en armas y dignidad secular», si bien en el libro de Vaca de Alfaro la organización permanece implícita. En cuanto a la segunda categoría, la más desarrollada, hay que entender el concepto de «letras» en el sentido de cualquier saber que pasa por la escritura, incluyendo todas las «facultades», es decir, todas las ramas del saber humano: ciencias, como la óptica o la medicina, teoría política, teología, filosofía, derecho, historia, numismática, epigrafía, lingüística, paremiología, poesía y también saberes más recónditos o anecdóticos como los juegos de mesas. El biografiado más antiguo es Juan de Mena (1411-1456) y el más reciente es el propio autor del catálogo, quien se autorretrata entre los demás varones ilustres de la ciudad. Entre los retratados destacan muchos médicos, y señaladamente médicos que se dedicaron a la poesía, porque estas fueron las dos aficiones de predilección del autor del catálogo. Encontramos, por ejemplo, al primer óptico español, Benito Daza de Valdés; al cirujano Enrique Vaca de Alfaro, abuelo del autor, quien participó en una justa poética a la pureza de la virgen, convocada en Córdoba en 1617 y compuso un tratado de cirugía; a Fernando de Paredes, autor de un Tratado breve de la peste, de su esencia, causas, preservación y cura (1601); o al doctor Francisco de Leiva y Aguilar, autor del Desengaño contra el mal uso del tabaco (1634). Completan la lista autores que, sin ser médicos, compusieron libros sobre algún tema de medicina, considerada por entonces como una rama más de las humanidades, por ejemplo, el escribano del Rey y procurado del número de Córdoba, Andrés López de Robles, quien compuso un poema en octavas reales sobre la peste. De igual modo, destacan en el catálogo ingenios coetáneos de Góngora y frecuentemente relacionados con él, como si el periodo de 1580-1630 fuese una especie de Edad de Oro de la cultura cordobesa, que recibiría parte de la luz y gloria proyectada por el gran poeta. Encontramos así al ya mencionado abuelo homónimo del autor, Enrique Vaca de Alfaro (1592-1620), a quien Góngora dedicó en 1618 una décima («Vences, en talento cano»); a Juan Rufo, autor del poema épico La Austríada (1584) en cuyos preliminares se encuentra un soneto gongorino («Cantastes, Rufo, tan heroicamente»); a Juan de Castilla y Aguayo, quien publicó El perfecto regidor (1586) al que también Góngora dedicó un soneto («Generoso don Juan sobre quien llueve»); al ya mencionado Andrés López de Robles, amigo de Góngora, con quien participó en la Justa poética celebrada en la parroquia de San Andrés convocada por Enrique Vaca de Alfaro (el abuelo) en Córdoba el 15 de enero de 1617; a Luis Carrillo y Sotomayor, autor del Libro de erudición poética (1611) y de una Fábula de Acis y Galatea que pudo incitar a Góngora a escribir su Fábula de Polifemo y Galatea; a Pedro Díaz de Rivas, quien escribió las Anotaciones a la obra de Góngora (1616-1620) y los Discursos apologéticos (1616-1617); a Antonio de Paredes, autor de las Rimas (1622) y de un soneto paratextual para dichos Discursos apologéticos; a Francisco Fernández de Córdoba, abad de Rute, amigo y defensor de Luis de Góngora en su Parecer (1614) y Examen (1617); y a Pedro de Cárdenas y Angulo, recordado en su calidad de coleccionista de manuscritos gongorinos que sirvieron para elaborar la malograda edición Vicuña de 1627. La mayoría de estas relaciones personales con Góngora están meticulosamente registradas en los Varones ilustres, tanta parece ser la capacidad que Vaca de Alfaro atribuye a don Luis de dignificar a todos aquellos con los que se relacionó. El tratamiento que se otorga a cada uno de los varones antologados es irregular. A don Luis de Góngora es al que más folios se le dedican, un total de cincuenta y cuatro del manuscrito original hoy desaparecido, mientras que para Luis de la Vega solo uno; de igual manera, Juan de Mena ocupa veinticuatro folios, mientras que Fernán Pérez de Oliva, solo tres. Esta diferencia obedece a diferentes criterios: primero, el desigual interés que ofrece cada escritor para Vaca del Alfaro, si bien este interés es difícil de apreciar con certeza porque estamos ante un borrador y, por lo tanto, algunas de las semblanzas apenas esbozadas quizás estuvieran destinadas a desarrollarse más; otro criterio es la existencia o no de una producción escrita, siembre detallada con gran escrupulosidad, con la copia entera de toda la portada, lo cual suele alargar la presentación del «varón ilustre». En el caso de la «Vida de Góngora», no se conserva un texto verdaderamente redactado, sino una serie de notas o apuntes previos a la redacción, la mayoría de ellos referencias bibliográficas relativamente cuidadas. Son materiales en bruto o fragmentos sueltos, por lo que el título de «Vida» podría despistar. Es difícil imaginar cómo iba a quedar esta «vida» una vez desarrollados los apuntes bio-biográficos reunidos. Es tentador acudir a los ya citados catálogos de varones ilustres elaborados por historiadores para imaginar el posible acabado final. Hay que descartar la Aganipe de Uztarroz como posible modelo, porque, por lo visto, Vaca de Alfaro nunca tuvo intención de versificar su catálogo. En cuanto a los Varones insignes de Caro o a las Vidas de varones ilustres valencianos de Martínez de la Vega, cabe señalar que los dos libros permanecieron manuscritos y que no circularon. En vista de lo cual, aunque anteriores al catálogo de Vaca de Alfaro, tampoco pudieron servirle de modelo. Dicho esto, siempre puede ser interesante observar la estructura de las «vidas» escritas por sus predecesores, como simple posibilidad a la cual hubiera podido llegar de forma autónoma. El patrón seguido por Caro es el siguiente: exordio, referencias genealógicas, vida del varón ilustre, semblanza cultural o moral adobada con detalles y anécdotas y, por último, un elogio en verso o en prosa. Todo lo que se puede decir es que, en su estado provisional, el desarrollo de cada «vida» de los Varones ilustres cordobeses es mucho más escueto: Vaca de Alfaro se limita a nombrar y describir las obras escritas por el autor en cuestión, después recoge citas de composiciones concretas escritas en prosa o en verso en las que se hace referencia a la persona o a la obra del varón ilustre y, solo en alguna ocasión, como en el caso de Góngora, menciona anécdotas sobre la vida de la persona, muy abundantes en este caso. La gran virtud de Vaca de Alfaro es que apunta la bibliografía con una escrupulosidad poco común, tanto en el caso de los libros escritos por el varón ilustre, como para aquellos que lo mencionan: transcribe exhaustivamente todas las informaciones de la portada, incluyendo el pie de imprenta, una manía de bibliófilo poco común en la época, heredada de su tío Bernardo Cabrera, gracias a la cual conservamos la memoria de algunos libros hoy desaparecidos. Otro modelo que posiblemente influyó es el de las «vitae poetarum», un género bastante codificado a partir de las «vidas» de Petrarca y Dante, a cargo de Boccaccio y otras «vitae Homeri» o «vidas de Petrarca» redactadas en Italia. En España, como recuerda Adrián Izquierdo, editor en el proyecto «Góngora» de la «Vida» de don Luis redactada por fray Hortensio Paravicino, el género recibió la influencia de «las galerías de retratos de Fernán Pérez de Guzmán (Generaciones y semblanzas) y de Hernando del Pulgar (Libro de los claros varones de Castilla), compuestas en la segunda mitad del XV, junto con La vida y excelentes dichos de los más sabios filósofos que hubo en este mundo (1516) de Hernando Díaz». El interés de Vaca de Alfaro por este tipo de textos es manifiesto, porque, cuando descubrió en los paratextos de la edición Hoces la «vida de Góngora», redactada inicialmente por fray Hortensio Félix Paravicino en 1628 y aumentada por este justo antes de su muerte, con cambios e interpolaciones, Vaca de Alfaro la copió íntegra en su manuscrito como fuente de informaciones de primera categoría. Con todo, sería azaroso sacar de estos posibles modelos conclusiones sobre cómo habría podido quedar el libro final, en caso de que se hubiera terminado. En el estado en que quedó el manuscrito, solo podemos analizar las intenciones de Vaca de Alfaro al reunir sus apuntes y describir qué tipo de informaciones manejaba. 2. Autor Un autor principal –el médico, historiador y poeta Enrique Vaca de Alfaro (1635-1685)– y un continuador anónimo El autor de la mayor parte del texto que editamos es Enrique Vaca de Alfaro (1635-1685), médico, historiador y poeta cordobés. Nótese sin embargo que algunos fragmentos, posteriores a su muerte, fueron añadidos por una mano anónima, imposible de identificar. El manuscrito de Los Varones ilustres de Córdoba que editamos es una copia del siglo XVIII del manuscrito autógrafo de Vaca, como lo testifican las firmas del copista, Manuel Díaz de Ayora y Pineda, realizada el 20 de julio de 1770, y del entonces propietario del manuscrito, el canónigo archivero cordobés José Vázquez Venegas. No tenemos razón ninguna para dudar de estas dos afirmaciones y, por lo tanto, de la autoría de Vaca de Alfaro, porque el libro corresponde con las características de los demás trabajos eruditos de su autor. Además, como se leerá a continuación, el copista probó la autoría de Vaca de Alfaro colocando al principio de su copia una hoja suelta y duplicada, procedente del manuscrito original autógrafo para que el lector pudiera conocer la letra del autor y compararla con los otros manuscritos conservados suyos de autoría segura. La semblanza de Enrique Vaca de Alfaro y de su interesante familia ha sido objeto de un reciente estudio de síntesis, del cual resumiremos aquí los principales datos. Enrique Vaca de Alfaro nació en Córdoba el 5 de febrero de 1635 y fue el primer hijo de Francisco de Alfaro y de doña Melchora de Gámez. Seguirían tres hermanos varones: Juan de Alfaro, afamado pintor y biógrafo de Velázquez, de cuyo manuscrito perdido sacó Antonio Palomino los principales datos de su «Vida de Velázquez»; Melchor Manuel de Alfaro y Gámez, de quien conservamos algunos poemas de circunstancias; y Francisco de Alfaro, beneficiado; más tres hermanas, sobre las que no se dispone de muchos datos: María, Catalina y Jacinta. En la familia del padre, los varones solían ejercer oficios médicos o relativos a la medicina, desde el bisabuelo del autor Juan Fernández de Alfaro, licenciado en medicina y cirujano, pasando por el abuelo homónimo, Enrique Vaca de Alfaro (1592-1620), médico y, por fin, el padre, Francisco de Alfaro, boticario. La mayoría de ellos eran «familiares del Santo Oficio». Del lado materno, los varones eran clérigos o «beneficiados», un estado eclesiástico que autorizaba el matrimonio. Ambas ramas, paterna y materna, del árbol genealógico tenían sus glorias en la generación de los abuelos, cuya memoria Enrique Vaca de Alfaro cuidó mucho de cultivar en sus escritos, organizados en función de una lógica de vindicación de honorabilidad y crecimiento del estatuto social. Ya hemos tenido ocasión de hablar del abuelo paterno homónimo, Enrique Vaca de Alfaro, quien fue, además de médico, poeta y autor de un tratado sobre la mejor manera de curar heridas en la cabeza, para cuyos preliminares escribió Góngora una décima. Del lado materno resalta la figura de un tío materno, hermano de Melchora: Bernardo de Cabrera (1604-1676). Mediocre anticuario, a juzgar por su correspondencia, pero gran bibliófilo, amigo y corresponsal de muchos eruditos (Aldrete, Vázquez Siruela, Lastanosa, González Dávila, Ramírez de Prado, etc.), a Bernardo Cabrera se le conoce más por su red de contactos que por sus escritos, todos desaparecidos. Entre sus méritos entra el haber participado en la construcción de la biblioteca de Lorenzo Ramírez de Prado, seleccionando para él en la década de los años cuarenta y cincuenta, junto con Pedro Díaz de Rivas, de quien también era amigo, los mejores libros de segunda mano que circulaban por Córdoba. Criado en este ambiente de afición e incluso de devoción a las antigüedades, a la erudición, a la poesía y al coleccionismo, Enrique Vaca de Alfaro se educó primero en Córdoba en alguna escuela de primeras letras de la ciudad. Con tan solo 17 años, en junio de 1652, consiguió heredar una capellanía fundada por una antepasada suya, Catalina Jiménez. El estatuto de capellán era un requisito para cursar estudios en el Colegio-Universidad Santa María de Jesús de Sevilla, donde se le encuentra matriculado como bachiller en Artes entre octubre de 1650 y 1653, fecha de su graduación en esta disciplina. De paso, la renta de la capellanía le serviría para sufragar sus estudios. Una vez graduado en Artes, Enrique Vaca inició estudios de medicina en la misma universidad sevillana, donde solo permaneció un curso, hasta 1654. Se trasladó entonces a la de Salamanca, de mayor prestigio, donde estudió dos cursos, hasta mayo de 1656, fecha en la cual volvió al Colegio-Universidad de Santa María de Jesús, para graduarse de bachiller en medicina, el 20 de marzo de 1657. El traslado obedeció a motivos económicos, siendo los costes de la ceremonia de graduación bastante menores en Sevilla que en Salamanca. Esto no impediría que se definiera de ahora en adelante como «médico salmantino». De sus años de estudiante, precisamente del verano 1655, data el cuadro que realizó de él el afamado pintor sevillano Juan de Valdés Leal, residente en Córdoba por las fechas. Vaca aparece en él con la vestimenta propia del universitario y la típica barba de los médicos. Que entrara en contacto con Valdés Leal quizás se explique por el hecho de que su hermano, Juan de Alfaro y Gámez (1643-1680), era también pintor, discípulo del cordobés Antonio del Castillo y Saavedra (1616-1668) y después de Velázquez. Vaca continuó sus estudios de medicina en Sevilla, obteniendo allí los títulos de Licenciado en 1660 y luego de Doctor en medicina, tan solo un año después, porque el doctorado consistía en una ceremonia muy dispendiosa, sin formación específica. A la altura de 1666 fue catedrático de Método en la universidad de Sevilla, etapa habitual después de la obtención del grado de doctor, por el prestigio que aseguraba a los recién graduados. Terminado este cursus honorum, volvió a Córdoba, donde obtuvo el cotizado cargo de médico del obispo entre 1664 y la muerte de su paciente en 1675. Contrajo matrimonio el 14 de diciembre de 1670 con su prima Bernarda Cabrera y de esta unión nacieron tres hijos. Vivió la familia en el barrio de Santo Domingo de Silos, en una casa ubicada frente a la puerta de la Compañía de Jesús. El cargo de médico del obispo le proporcionó estrechos contactos con la élite de poder de su ciudad. Aunque no perteneciera a la nobleza propiamente dicha, imitó en su estilo de vida todos los hábitos de esta. Se nota la continua búsqueda de reconocimiento social, respetabilidad y honorabilidad a que le obligó el frágil estatuto de médico, todavía asociado a un oficio vil. El cultivo de las bellas letras, el coleccionismo (poseyó una gran biblioteca de 1247 volúmenes), la curiosidad por las antigüedades y la erudición y, sobre todo, las empresas editoriales participaron en la vindicación de su legitimidad dentro del patriciado cordobés. Las obras de Vaca de Alfaro se pueden organizar en tres categorías. Destaca primero la poesía, impresa en cuatro volúmenes –Obras poéticas (1661) escritas con motivo de la canonización de Santo Tomás de Villanueva, los Festejos del Pindo (1662), la Lira del Melpómene (1666), y un Poema heroico y descripción histórica y poética de las grandes fiestas de toros (1669)– a los cuales se pueden añadir composiciones impresas en libros de otros poetas y una loa manuscrita, que traza la crónica de las fiestas que se celebraron en Córdoba para la beatificación de Fernando III. Un segundo grupo de títulos reúne trabajos de carácter histórico y eclesiástico con un marcado color local. Los títulos citados a continuación acompañados de una fecha llegaron a imprimirse, los manuscritos no la tienen: Libro de las Grandezas de Córdoba; Historia de Córdoba; Catálogo de Ilustrísimos señores obispos que han presidido en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba; Rabbi Moysis cordubensis vita (1663); Historia de la aparición, revelación, invención y milagros de la soberana imagen de nuestra señora de la Fuensanta de Córdoba (1671); La vida y Martirio de la gloriosa y milagrosa virgen y mártir Santa Marina de las Aguas (1681), etc. Por fin un tercer grupo de libros se compone de obras médicas, hoy perdidas, enumeradas en La Lira de Melpómene. Así la triple condición de cordobés, poeta y noble de don Luis de Góngora fue lo que despertó la curiosidad de Vaca de Alfaro, más interesado en la imagen que proyectaba el poeta que en el contenido de sus versos. 3. Cronología Agosto de 1660 para el núcleo central La datación del texto que editamos no es fácil de establecer porque los apuntes fueron reunidos en diferentes fases y no tenemos indicios para evaluar el tiempo que medió entre las diferentes fases de escritura. Así las cosas, solo es posible establecer el término ad quem de la redacción. Si nos fijamos en la fecha de publicación de los libros citados, la más tardía es la de 1656, y corresponde con las Obras de don Francisco de Quirós. Pero es posible precisar todavía más, porque Vaca de Alfaro cita el testimonio oral de un tal don Juan de Godoy, «sobrino del ilustrísimo arzobispo de Santiago don Juan de San Clemente década de los años 1560-1628», recogido el 16 de agosto de 1660. Según este testigo, Góngora habría perdido la memoria el último año de su vida, después de una apoplejía sobrevenida en marzo de 1626. Como explicamos en nota de la edición, es verosímil que el tal Juan de Godoy viera personalmente el deterioro físico e intelectual de Góngora, y todavía estuviera en vida en 1660, para contárselo a Vaca de Alfaro. Además, otros argumentos abundan en que fue en agosto de 1660 cuando se terminó de recopilar toda la información. Vaca de Alfaro utilizó gran parte de las referencias bibliográficas enumeradas en el manuscrito de los Varones ilustres de Córdoba para componer una lista de los autores que «celebran con elogios a nuestro canoro cisne del Betis Góngora», lista publicada, después de un soneto que compuso el propio Vaca de Alfaro «En elogio de don Luis de Góngora y Argote, príncipe de los poetas líricos de España», en La lira de Melpómene. Este poemario se publicó en Córdoba en 1666, pero estaba terminado en 1660, como lo indica la fecha de las aprobaciones y licencias. Las pocas referencias bibliográficas de la «Vida de Góngora» que no figuran en La Lira fueron descartadas porque no correspondían con el propósito de acumular juicios meliorativos y elogios de Góngora, sino que transmitían anécdotas biográficas. La única alabanza descartada es la de Francisco de Castro en su Retórica, donde se califica a Góngora de «omnium poetarum Hispanorum facile princeps». Resulta que en el manuscrito de los Varones ilustres de Córdoba se reservó el espacio para copiar la cita, pero que nunca la completó. A la hora de imprimir la Lira de Melpómene, ante la imposibilidad material de comprobar la cita, por no disponer del libro a mano, habría preferido descartarla. Otro tipo de referencias quedan descartadas de forma muy coherente: los poemas satíricos que compuso don Luis contra sus detractores (tres sonetos y dos décimas). Esta ausencia es normal porque no son juicios de terceras personas sobre Góngora y porque en la Lira de Melpómene no convenía recordar la polémica recepción de la obra de don Luis, sino fingir que solo había despertado un concierto de elogios. En cambio, en la lista de la Lira de Melpómene se añadieron dos referencias nuevas que no figuraban en el manuscrito de los Varones ilustres de Córdoba: el Arte de ingenio de Baltasar Gracián (1648) y, más interesante, una dedicatoria al marqués de Caracena redactada por Jerónimo de Villegas en su edición de las Obras de Góngora publicada en 1659, o sea justo antes de que se cerrara la edición de la Lira de Melpómene. Significativamente, estas dos referencias son las últimas de la lista de la Lira y parece que se añadieron en el último momento, sin que Vaca de Alfaro se molestara en copiarlas en la primera lista de los Varones ilustres. Siendo así, podemos concluir que la casi totalidad de los apuntes reunidos en el manuscrito de los Varones ilustres lo fueron para preparar la lista de la Lira de Melpómene. Recordemos que la anécdota atribuida a Juan de Godoy en los Varones ilustres es del 16 de agosto de 1660 y que, por otra parte, la aprobación más antigua de la Lira de Melpómene, firmada por un tal doctor Hurtado, es del 31 de agosto de 1660. Sin embargo, cabe señalar dos detalles que no entran en esta cronología. Primero, nos encontramos con un fragmento añadido después de la muerte de Vaca de Alfaro:Las obras de don Luis de Góngora hizo traducir en lengua arábiga el rey de Mequínez y las tiene en su librería en castellano y en arábico, así lo refiere un religioso de san Pedro de Alcántara, que pasó con una embajada a nuestro rey Carlos II, año 1699, el cual estaba en aquellas tierras y lo tenía el rey moro en gran estimación. Pasó por Córdoba día de san Bartolomé del dicho año con 45 cristianos cautivos, que el dicho rey moro le enviaba a nuestro rey de regalo, con una cota de malla de gran precio y otras cosas (f. 62). La fecha indicada para el suceso impide que Vaca de Alfaro, fallecido en 1685, pudiera escribir este párrafo y, por tanto, plantea un problema de autoría. Cabría aventurar que, durante el proceso de copia del manuscrito, el escribano pudo continuarlo o completarlo. No obstante, el manuscrito 59-2-45, apógrafo de Manuel Díaz de Ayora y Pinedo, del original que le cedió José Vázquez Venegas, sigue folio a folio a su original, indicando escrupulosamente el folio de este que copia en cada caso, por lo que parece que Díaz de Ayora solo se limitó a copiar y no a ampliar en ningún caso, lo cual nos lleva a pensar que el añadido estaría ya en el manuscrito original. De cualquier modo, teniendo solo la copia de Díaz de Ayora es imposible saber si en el original o en la copia hubo más manos de las que contamos. Solo podemos, en este punto, por tanto, afirmar que la autoría de Vaca de Alfaro no alcanza a la totalidad del texto de los Varones ilustres de Córdoba. El segundo caso de posible interpolación corresponde con el penúltimo apunte de los Varones ilustres. Reza así:Don Salvador sic de Herrera Sebastián, maestro mayor de las obras reales de Su Majestad don Felipe IV, escultor, arquitecto, pintor y perspectivo, hizo de barro el retrato de don Luis de Góngora, que se colocó en el Parnaso que se hizo en el Prado de san Jerónimo de Madrid a la entrada de doña Mariana de Austria. El problema radica en que Sebastián de Herrera Barnuevo (1619-1671) solo obtuvo el título de maestro mayor de las obras reales en 1662. Caben dos hipótesis: o se trata de un añadido del propio Vaca de Alfaro posterior a 1660 (pero entonces sorprendería que fuera el único), o se trata de un nuevo caso de interpolación, atribuible quizás a la misma mano que añadió el detalle de la existencia de traducciones al árabe de las obras de Góngora. Estos dos detalles no impiden concluir que la casi totalidad de los apuntes ya estaba reunida en agosto de 1660. 4. Estructura Al tratarse de unos apuntes reunidos en vista a la redacción de una vida, la estructura seguida obedece más al azar de los descubrimientos que a un plan sabiamente organizado para producir un efecto retórico determinado. La estructura del documento es por lo tanto la de una lista deshilachada, que mezcla referencias a las diferentes ediciones de la obra de Góngora –incluyendo las ediciones comentadas de Pellicer, Salcedo Coronel y Salazar Mardones–, referencias a libros que contenían alguna alabanza de Góngora y, por fin, anécdotas sobre la vida del poeta. El estado provisional del trabajo se manifiesta de diferentes maneras. Primero muchos folios del manuscrito autógrafo original solo contienen algunas líneas de información. Se dejaría así un espacio libre para profundizar la información y añadir más datos. Estamos entonces ante un manuscrito de trabajo, destinado a ser completado. Después, hay que tomar en cuenta la utilización de dos idiomas, latín y español, probable fruto de una vacilación sobre cuál sería el idioma empleado en la redacción final. Encontramos dos párrafos integralmente en latín que parecen ensayos de cómo podría quedar una vida de Góngora en este idioma. Siguiendo al parecer este criterio, algunas veces Vaca de Alfaro tradujo al latín algunas frases, originalmente redactadas en lengua castellana, espigadas en las portadas de los libros que citaba. Otras veces, la utilización del latín parece obedecer más a un reflejo espontáneo de erudito que se vale de modismos latinos: «sic», «ait», «scribit», conforme al uso de otros eruditos cordobeses. El proyecto de redactar una vida de Góngora en latín presentaba un inconveniente de talla: uno de los objetivos de Vaca de Alfaro parece haber sido el de explicar agudezas contenidas en los poemas de Góngora relacionándolas con circunstancias biográficas. Resulta que estas agudezas consistían muchas veces en dilogías que solo funcionaban en castellano y que hubiera sido imposible, o por lo menos extremadamente difícil, traducir al latín. Este debió de ser un impedimento mayor, aunque no la razón principal del abandono del proyecto de publicar en su totalidad el libro de los Varones ilustres de Córdoba. Por lo que se ve, estas notas fueron reunidas en diferentes fases de redacción, porque se vislumbra un atisbo de organización al principio, que luego se abandona según van surgiendo informaciones nuevas. La lista se abre con la fecha del nacimiento de Góngora, seguida por algunas ediciones de sus obras y alabanzas dispersas en diferentes libros. Pero rápidamente los datos se acumulan sin orden, mezclando las anécdotas, las alabanzas de Góngora y las nuevas ediciones de su poesía, al azar de lo que el autor va encontrando. Esto acarrea varias repeticiones que naturalmente habrían desaparecido en la redacción final. Por ejemplo, se menciona dos veces el hecho de que la obra de Góngora fue objeto de una encendida polémica, una vez en un párrafo inicial redactado en castellano, en lo que consideramos como el núcleo original de los apuntes, otra vez en latín, en un fragmento añadido a posteriori para introducir una serie de cinco poemas polémicos escritos por Góngora en respuesta a otros de Lope, Quevedo o Jáuregui. Vaca los descubrió en una de las reediciones tardías de Todas las obras de Góngora a cargo de Hoces; hasta ahora solo había manejado y citado la versión expurgada de 1634 que solo contiene tres de los cinco poemas. Otras veces las repeticiones se explican por un motivo diferente: Vaca de Alfaro cita primero algún libro que no ha leído todavía y, varios folios después, realizada la lectura, extrae de él un dato o una anécdota que le interesan. Todo apunta a que, para redactar estas notas, Vaca de Alfaro descubrió con interés varios aspectos de la vida de Góngora y de la polémica que rodeó sus obras que al principio desconocía. En cambio, no llegó a entrar realmente en el estudio y comprensión de los poemas, que al fin y al cabo le importaban menos. 5. Fuentes Las fuentes que utiliza Vaca de Alfaro son de dos tipos: fuentes librescas y fuentes orales. En cuanto a las primeras, llama la atención que solamente se valga de fuentes impresas, sobre todo viviendo en Córdoba, patria de Góngora, donde se hubiera podido esperar que tuviera acceso a numerosos documentos manuscritos almacenados en diferentes bibliotecas privadas y archivos de la ciudad. En cuanto a fuentes archivísticas, la única mencionada es la partida de nacimiento de don Luis, cuando la catedral ofrecía un abundante material que más tarde iba a ser aprovechado por el racionero cordobés Manuel González y Francés. La actitud de Vaca de Alfaro contrasta también con la devoción y el celo con los cuales el lojeño Angulo y Pulgar logró reunir, entre los años treinta y cuarenta, y pese a la relativa distancia y al aislamiento, una impresionante colección de manuscritos relativos a la poesía de Góngora y a la polémica en que estuvo envuelta. Cabe preguntarse si tales documentos ya no existían en las bibliotecas de Córdoba o si esta ausencia es simplemente fruto del desinterés e incuria de Vaca de Alfaro. Cuando inicia su trabajo de recolección de apuntes, Vaca de Alfaro solamente conoce la obra de Góngora a través de la reedición de 1634 de la edición Hoces, inicialmente publicada en 1633, y a través de los comentarios redactados por Pellicer, Salcedo Coronel y Salazar Mardones, o sea de la totalidad de los comentarios impresos. Luego irá añadiendo reediciones de Hoces, más completas, y otras ediciones, pero, como dijimos, nunca contrastará estas ediciones con testimonios manuscritos. De hecho, conoce bastante mal la poesía de Góngora. Por muy poeta que sea, no le interesa más que superficialmente la producción de su tan celebrado compatriota. Al no interesarse por los manuscritos, solo conoce de la polémica gongorina los textos posteriores a 1621, es decir, a partir de La Filomena de Lope de Vega, que marca el paso de una circulación manuscrita de los textos de dicha polémica a una circulación impresa. Desconoce por lo tanto los diferentes pareceres que le llegaron a Góngora (los de Pedro de Valencia, del abad de Rute y de otros anónimos lectores), la Silva de Manuel Ponce, el comentario de Almansa y Mendoza, las cartas satíricas intercambiadas entre los círculos de Lope y los de Góngora, el Antídoto de Jáuregui y las numerosas respuestas que suscitó entre los amigos cordobeses o, más generalmente andaluces, de don Luis (Pedro Díaz de Rivas, el abad de Rute, Cabrera, el Padre Guzmán, etc.). Cabe reconocer que esto entraba fuera de su interés, que no era reconstruir con detalle la primera fase de la polémica gongorina, sino más bien demostrar lo grande y admirado que fue Góngora en su tiempo y después de su muerte. Las únicas fuentes textuales que utilizó Vaca de Alfaro fueron, pues, los libros impresos, en los que espigó juicios laudatorios sobre Góngora. Cuanto más diversas las fuentes, mejor, porque este carácter variopinto venía a confirmar la fama universal del poeta, alabado por todas partes y por todo tipo de ingenios. Encontramos, pues, numerosos libros de historia y de hagiografía, un tratado de pintura, un panegírico por la poesía, varios libros de retórica, numerosísimos poemas laudatorios, varios comentarios, textos de ficción en prosa y cartas eruditas publicadas por su autor. Cabe preguntarse si, para reunir estas citas, Vaca de Alfaro se valió únicamente de sus lecturas o si utilizó alguna de las precedentes listas de autores y personajes públicos favorables a Góngora elaboradas sucesivamente por Almansa y Mendoza en las Advertencias (1613-1614), por el Abad de Rute en el Examen (1617), por Angulo y Pulgar en las Epístolas satisfactorias (1635), por Francisco Andrés de Uztarroz en la Defensa de la patria … de San Laurencio (1638) y, por fin, por Vázquez Siruela en unos folios hoy conservados en el ms. 3893 de la BNE (1645-1646). Como ya dijimos, Vaca de Alfaro no manejó ningún manuscrito, con lo cual no pudo tener acceso ni a las Advertencias, ni al Examen, ni a la lista de Vázquez Siruela. ¿Pero pudo tener acceso a una de estas listas y usarlas sin decirlo? Parece poco probable, porque, de ser el caso, habría citado todas las referencias que contenían, y no solamente algunas, tan grande era su aspiración a la exhaustividad. Quedan las dos listas contenidas en libros impresos. Las Epístolas satisfactorias son citadas dos veces en nuestro texto, la primera, antes de empezar la lectura y la segunda, para extraer alguna cita. Así que Vaca de Alfaro leyó indudablemente esta lista, pero no le fue muy útil, porque el objetivo perseguido era muy diferente. Angulo y Pulgar reunía en ella nombres de lectores aficionados a la poesía de Góngora, repartiéndolos en grupos regionales, con una fuerte presencia de nobles, cuyo prestigio servía para autorizar y legitimar a Góngora. No todas las personas citadas escribieron algo sobre Góngora y, cuando es el caso, Angulo no cita casi nunca los títulos. Así que esta lista era difícil de aprovechar. Vaca de Alfaro renunció a localizar las obras manuscritas, incluso las de sus compatriotas posiblemente conservadas en Córdoba. En cambió, la lista pudo orientarle para buscar, a partir de los nombres citados, qué libros impresos escritos por las mencionadas personas podrían contener juicios positivos sobre Góngora. Esta hipótesis podría explicar alguno de los pequeños hallazgos de Vaca de Alfaro. Por ejemplo, Tomás Tamayo de Vargas es citado en las Epístolas satisfactorias como partidario de Góngora. Hoy sabemos, y Angulo y Pulgar lo sabía también en su calidad de coleccionista de la correspondencia de don Luis, que en una carta de 1614 dirigida a Tamayo de Vargas, el poeta agradecía a su corresponsal el juicio lisonjero y entusiasta que él le había comunicado en otra misiva anterior, hoy perdida. Tamayo también escribió una aprobación elogiosa para la edición Hoces de 1633, que en la mayoría de los ejemplares conservados no figura. Vaca de Alfaro no encontró ninguno de los dos textos, lo que le llevaría a hurgar en el resto de la producción impresa de Tamayo, y descubrir una edición aumentada del Enchiridión de los tiempos de fray Alonso Venero, preparada por Tamayo de Vargas al juicio de Nicolás Antonio y de otros eruditos, si bien el nombre del cronista no aparece ni en la portada ni en los preliminares. Este encuentro casual, realizado en la producción menos conocida y más marginal de Tamayo de Vargas, podría haber nacido del estímulo suscitado por la lectura de la lista de las Epístolas satisfactorias, que incitaría a Vaca de Alfaro a asociar a cualquier precio el nombre de Tamayo de Vargas con algún texto impreso suyo. Tampoco nos parece plausible que Vaca de Alfaro conociera la lista de Andrés de Uztarroz contenida en la Defensa de la patria … de san Laurencio, porque, de conocerla, habría citado también el juicio elogioso con el que Andrés de Uztarroz introducía dicha lista, y habría recogido todas las referencias aprovechables que contenía. Las escasas coincidencias han de ser, por lo tanto, hallazgos paralelos. En conclusión, diremos que la mayoría de las referencias de la lista de Vaca y Alfaro fueron espigadas al azar de sus lecturas y de forma autónoma. La última fuente utilizada por Vaca de Alfaro es la tradición oral cordobesa que transmitía anécdotas sobre la vida del poeta y agudezas suyas. Solo en alguna ocasión Vaca de Alfaro menciona quién le contó la anécdota, citando a un presunto testigo directo de los hechos:Contome, en 16 de agosto de 1660, don Juan de Godoy, sobrino del ilustrísimo arzobispo de Santiago don Juan de San Clemente, que, pocos meses antes que muriera, se halló en la Iglesia de San Juan de Córdoba con don Luis de Góngora y otros caballeros, y que preguntó don Luis: «¿hay quién salga a decir misa?». «Sí, señor». Y que prosiguieron 162 v hablando de otras cosas y de allí a un rato volvió a preguntar: «¿hay quién salga a decir misa?». Y esto olvidándose que lo había preguntado antes. Y que, después, preguntó a don Juan: «¿quién es el corregidor de Córdoba?» y se le respondió: «don Gaspar Bonifaz» y que dijo: «¡ay, que es mi amigo!». Y que, después, lo volvió a preguntar de allí a un rato. Si el arzobispo e inquisidor Juan de San Clemente y Godoy (Córdoba, década de 1560 - Toledo, 1628) fue contemporáneo de Góngora, es verosímil que su sobrino Juan de Godoy haya presenciado personalmente la escena, ocurrida entre marzo de 1626, fecha de la apoplejía, y el 23 de agosto de 1627, día de la muerte del poeta, y que todavía estuviera en vida en 1660, para contar la anécdota. Todo esto nos autoriza a considerar el testimonio como sólido. Pero es la única fuente que se puede así rastrear fielmente; las demás anécdotas adolecen de una imprecisión y vaguedad que nos invita a cuestionar su autenticidad. La mayor parte de las anécdotas reunidas demuestran que, allá por 1660, Góngora se había convertido en una especie de leyenda urbana: un personaje del folklore local, algo excéntrico e irreverente, como personificación del ingenio, tratado con familiaridad, cuyas agudezas se contaban y deformaban, como pasa con todo lo que circula oralmente. Las agudezas en cuestión mantienen una lejana relación con los versos conservados de don Luis, como si el objetivo inicial hubiera sido explicar los versos de Góngora, relacionándolos con circunstancias vitales precisas. Pero la circulación oral de las anécdotas se acompañó de una deturpación de los versos y de los dichos atribuidos a Góngora, con lo cual las anécdotas perdieron su capacidad de explicación. Así deturpadas, algunas anécdotas apenas se entenderían si no se pudieran cotejar con otro manuscrito titulado «Dichos célebres y agudos de don Luis de Góngora» que recoge algunas de estas anécdotas, menos adulteradas. Por ejemplo, Vaca de Alfaro apunta: «Preguntándole a don Luis de Góngora, estando muriéndose, cómo se hallaba, dijo: “mis esperanzas en un hilo, mis manos en una maroma”», una frase de sentido bastante críptico. Creemos reconocer en estas líneas la anécdota siguiente, mejor conservada en el ya mencionado manuscrito de los «Dichos célebres» conservado en Santander: «Cuando Góngora fue a Salamanca a dar el parabién por su iglesia de Córdoba al obispo electo de ella, fuélo a visitar y díjole: “Señor don Luis, tenga buen ánimo y dígame cómo le va de esperanzas”. A lo que respondió: “Las esperanzas como maroma y el ánima en un hilo”». La anécdota ha de entenderse en un contexto determinado, el de la grave enfermedad que padeció don Luis durante el verano de 1593, mientras fue a Salamanca, acompañado de Alonso Venegas de Cañaveral, a felicitar al nuevo obispo electo de Córdoba que todavía residía en la ciudad del Tormes, a saber, don Jerónimo Manrique. El «ánima en un hilo» se refiere, pues, al grave peligro de muerte en que se vio el poeta, pues estuvo varios días en coma; en cambio, lo de las «esperanzas como maroma» o de las «esperanzas en un hilo» no queda muy claro en ninguna de las dos versiones: ¿esperanza de permanecer en vida? ¿de alcanzar algún favor? Se conocen estas circunstancias gracias a un soneto redactado el mismo año de 1593, en que Góngora agradecía a su huésped, don Jerónimo Manrique, que se hubiera interesado por su salud. El soneto fue dado a conocer por el canónigo del Sacromonte Vázquez Siruela, quien lo recibió de un amigo suyo salmantino y lo transmitió después a Salcedo Coronel, para que este lo editara en su comentario de las obras menores de Góngora, obra citada por Vaca de Alfaro. Sin embargo, Vaca no relacionó la anécdota, demasiado adulterada, con el poema, con lo cual permanece como un dicho agudo, pero incomprensible. La falta de criterio filológico de Vaca de Alfaro salta a la vista. Pero tiene la gran ventaja de darnos a conocer un estado de opinión, y revelarnos la imagen que se tenía de Góngora en la Córdoba de 1660. 6. Conceptos debatidos Como ya expusimos, la voluntad panegírica orienta en todo momento la selección de las informaciones. Vaca de Alfaro no obra en calidad de historiador escrupuloso, que acudiría a fuentes documentales, sino en calidad de turiferario, deseoso de honrar su ciudad, presentando lo más favorablemente posible a sus paisanos más famosos. De la misma manera, la selección de los materiales es tendenciosa. Vaca de Alfaro escoge exclusivamente algunos fragmentos laudatorios, sacándolos voluntariamente de su contexto inmediato, y dejando de lado los juicios más ambiguos que en toda lógica conoció también al leer la totalidad del libro. Si solamente conociéramos de Lope de Vega los fragmentos seleccionados por Vaca de Alfaro, podríamos pensar que fue un fervoroso admirador de Góngora, cuando mantuvo en realidad una relación mucho más ambigua con su rival, que incluyó sinceras declaraciones de admiración, mezcladas con arañazos llenos de ironía. Otro objetivo de Vaca de Alfaro fue reunir información biográfica sobre su compatriota. Esta no brilla por su precisión y veracidad. Vaca de Alfaro no contrasta, ni verifica los datos que aduce, y se hace ecos de errores, como por ejemplo que Góngora habría compuesto el soneto «Muerto me lloró el Tormes en su orilla» –en realidad de 1594– mientras estudiaba en Salamanca, es decir al principio de los años ochenta. El mismo error aparece en la «Vida de Góngora» que escribió José Pellicer en 1629 a partir del núcleo textual inicialmente redactado por Paravicino en 1628, ampliándolo y zurciéndolo con detalles biográficos de mayor o menor fiabilidad. Vaca de Alfaro no pudo tener acceso a la «vida» de Pellicer, dado que permaneció manuscrita, pero por lo visto utilizaron la misma tradición oral o siguieron el mismo razonamiento: ambos sabían que Góngora había estudiado en Salamanca y como el soneto lo coloca a orillas del Tormes, presumieron que la enfermedad y la composición del soneto eran del único período salmantino del poeta del que tenían noticia. Además, el final del soneto, «Entré a servir a un ciego o sea al Amor que me envía / sin alma vivo, y en un dulce fuego / que ceniza hará la vida mía» contiene cierta frivolidad, sobre todo para alguien que acaba de superar un grave peligro de muerte, que les debió de parecer más apropiada para un estudiante que para un maduro racionero. Sin contar que la lengua y el tono son parecidos a algunos de los primeros poemas de Góngora, en especial el romance «Ciego que apuntas y atinas» de 1580. En el fondo es una hipótesis, no peor que otra si no se conocen los comentarios de Salcedo y Angulo y Pulgar. También Vaca de Alfaro escribe que Góngora habría sido encarcelado a causa de la difusión de una letrilla dirigida contra Rodrigo Calderón («Arroyo, ¿en qué ha de parar…?»), leyenda proveniente de los comentarios de Salcedo Coronel, explícitamente citados como fuente, pero no corroborada por ninguno de los biógrafos modernos del poeta. Algunas de las anécdotas transmitidas por Vaca de Alfaro contienen conceptos que utilizó el propio Góngora en sus versos, pero en versión simplificada y algo ramplona. Circularon probablemente con el objetivo de explicar las agudezas del poeta, relacionándolas con circunstancias concretas fácilmente inteligibles. Se trataría de captar la chispa creativa, relacionándola con circunstancias mundanas identificables, para después entender su posterior reelaboración en los versos del poeta: una especie de manual popular de lectura de conceptos gongorinos, como ocurre por ejemplo con el retruécano Mardones / dones, utilizado en unos versos apócrifos, presentado implícitamente como la primera versión improvisada de un soneto de 1615. La imagen de Góngora transmitida en estas anécdotas no está exenta de cierta grosería y chabacanería, presentando al poeta como propenso a motejar a sus conciudadanos por su manchada sangre o a llamarles «puto» o «puta» en cualquier momento. Góngora puede ser procaz o desvergonzado en sus versos, pero esta audacia siempre se suele acompañar de ingenio, gracia y donaire, rasgos frecuentemente ausentes de los dichos traídos a colación, lo que nos lleva a dudar de la autenticidad de estas anécdotas. Sea lo que sea, nos interesan por el testimonio que ofrecen sobre la imagen que se tenía de Góngora en los años 1660 en Córdoba. Muy olvidada estaba su poesía entre algunos miembros de la élite cultural de la ciudad, a la cual perteneció Vaca de Alfaro; tan solo permanecía la imagen distorsionada de un bufón irreverente, que por cierto se compagina bastante mal con la de un varón ilustre, elogiado en el mundo entero por su excelencia poética y su noble ingenio. 7. Otras cuestiones La legacía de estos apuntes Si el manuscrito permaneció inédito hasta la poco difundida edición de López Escudero (1988), en realidad muchos eruditos cordobeses aprovecharon las numerosas informaciones que contenía, a veces confesando los hurtos, a veces con menos escrúpulos. En lo que concierne específicamente la sección dedicada a la «vida de Góngora», muchas anécdotas fueron reproducidas por Ramírez de Arellano, quien se sirvió de los Varones ilustres como fuente principal para escribir, a principios del siglo XX, su Catálogo biográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba con descripción de sus obras, Madrid, Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, 1921-1922. Este Catálogo constituye, en muchas de sus partes, una copia de la obra de Vaca, que pudo utilizar Miguel Artigas, quien se hizo eco de algunas anécdotas y también pudo manejar directamente el manuscrito de Vaca. Asimismo, José María de Valdenebro y Cisneros utilizó abundantemente el manuscrito de los Varones ilustres, esta vez explícitamente, para su magna obra de La imprenta en Córdoba (1900), dada la gran precisión de las referencias bibliográficas que contiene. 8. Conclusión La «vida de Góngora» de Vaca de Alfaro no es una biografía anexa a una edición, como lo fueron las «vidas de Góngora» del manuscrito Chacón, de la edición Hoces, o la que preparó Pellicer. Es una vida inserta en un catálogo de Varones ilustres, lo que le aporta a Vaca de Alfaro más flexibilidad con respecto a las anteriormente citadas. De ahí que se permita aunar datos de su biografía con referencias bibliográficas y anécdotas más o menos fidedignas. Tanto la «vida de Góngora» como el comento que sigue al poema que Vaca de Alfaro dedica al vate cordobés en su poemario Lira de Melpómenes son textos a tener en cuenta en relación a la polémica gongorina, aunque el autor de estos textos no tuviera el propósito de defender al poeta contra unos adversarios que, a la altura de 1660, habían perdido la batalla. A mediados del siglo XVII Góngora es ya es una figura extremadamente reconocida, que reina en el Parnaso español sin competidores, o casi. Pero la actitud de Vaca de Alfaro sigue siendo polémica, en la medida en que procura borrar en sus dos listas toda huella de la complicada recepción de las obras de don Luis, manipulando las citas, sacándolas de su contexto y seleccionando fragmentos a conciencia para dar la impresión que todos aquellos que hablaron de Góngora lo hicieron en términos elogiosos. Lo más probable es que lo hiciera, al fin y al cabo, con una intención muy personal, la de dejar constancia de su vinculación personal con el poeta, y realizar una labor enciclopédica de acopio de referencias bibliográficas, susceptible de demostrar su pericia y su erudición. Por otra parte, al lado de este «Góngora oficial», fruto de la manipulación de las citas, Vaca de Alfaro esboza otro retrato del poeta, a base de anécdotas populares que circulaban en Córdoba alrededor de 1660. Este «Góngora popular» nos permite medir el relativo olvido en que estaba sumida la obra del poeta en esta fecha entre los miembros de la presunta élite cultural cordobesa. Incluso un poeta y erudito como Vaca de Alfaro conoce muy mal los versos de su paisano y contribuye a crear una especie de figura de cartón piedra: la imagen un poco histriónica de un individuo irreverente, grosero y malhablado, aunque extremadamente ingenioso. 9. Establecimiento del texto De la «Vida de Góngora» contenida en los Varones ilustres de Córdoba contamos actualmente con dos manuscritos, ambos situados en la Biblioteca Capitular y Colombina de Sevilla, uno de los cuales es copia del otro. El primero, con signatura 59-2-45, es un manuscrito en cuarto de 68 hojas, apógrafo de Manuel Díaz de Ayora y Pinedo, copia del original que le cedió José Vázquez Venegas. La copia se terminó en Córdoba el 20 de julio de 1770 por Manuel Díaz, tal y como figura en la nota final inserta en el f. 68 v.:Todos los párrafos que anteceden son copiados de los originales que se hallan en un libro en cuarto con doscientos y cincuenta y siete folios, en los que de letra del doctor Enrique Vaca de Alfaro, insigne cordobés e historiador de esta ciudad su patria, mantengo original entre los manuscritos de mi gabinete y que, para la curiosidad y gusto del señor don Manuel de Ayora y Pineda, confié a fin de que se valga de las noticias de tan célebre compatriota, y para que en todo tiempo conste, lo firmo en Córdoba a 20 de Julio de 1770. Dr. D. José Vázquez Venegas. A la que sigue la siguiente nota del copista, Díaz de Ayora:Acabé de sacar esta copia el día 20 del precitado mes y año julio de 1770 y, para que se vea el modo de letra que tenía nuestro celebre cordobés el doctor Enrique Vaca de Alfaro pongo al principio una hoja que me franqueó dicho doctor don José Vázquez Venegas por estar suelta y duplicada en dicho original y para que conste lo firmo en esta muy noble y muy leal ciudad de Córdoba mi patria. D. Manuel Díaz de Ayora y Pineda. Firma de D. M. Díaz de Ayora y Pineda. El segundo manuscrito, con signatura 59-6-11, copia a este en su totalidad. Se encuentra en un volumen facticio con el título «Tomo 87. Varios», encuadernado junto a otros manuscritos tales como: El Catálogo de Obispos de Córdoba; El Memorial que dio el cardenal don Francisco de Mendoza, arzobispo de Burgos, a su majestad el rey Felipe II; Academia de pintores de Sevilla, etc. Este manuscrito, de tamaño folio, está conformado por 98 páginas. En comparación con el anterior, este se caracteriza por la introducción de una nota de Díaz de Ayora, por lo que se puede deducir que el manuscrito B es copia del manuscrito A, una copia sacada, probablemente, tal y como apunta Ramírez de Arellano, para el conde del Águila, importante noble y bibliófilo del siglo XVIII. De la «Vida de Luis de Góngora» inserta en los Varones ilustres de Córdoba, solo existe una somera edición moderna, realizada por José Luis López Escudero en un volumen titulado Córdoba en la literatura: estudio bio-biográfico (s. XV al XVII): el ms. de E. Vaca de Alfaro, prólogo de Manuel Alvar, Córdoba, Universidad de Córdoba, 1988. Para la edición de la «Vida de Góngora» que ofrecemos nos basamos lógicamente en el primero de los dos manuscritos anteriormente descritos (ms. 59-2-45). En concreto, la «Vida de Góngora» inserta en él se encuentra en los folios que van del 40 al 68 y reproducen los del original que van desde el 148 al 202. Marcamos con un corchete simple el número de folio del manuscrito que editamos y con corchete doble el número de folio que Díaz de Ayora copia del original. 10. Bibliografía 10.1 Obras citadas o consultadas por el polemista Alvarado y Alvear, Sebastián: Angulo y Pulgar, Martín de: Carducho, Vicente: Cascales, Francisco: Castro, Francisco de: Es imposible saber cuál de las dos ediciones de 1601 (Córdoba: Francisco de Cea) o 1625 (Sevilla: Francisco de Lyra) cita Vaca de Alfaro. García de Salcedo Coronel, José: El ejemplar que maneja Vaca de Alfaro contiene también una reedición del Polifemo comentado de 1629. García Solana, Martín: Góngora, Luis de: Gonzalo de Mendoza, Pedro: Lope de Vega: Es imposible saber cuál de las múltiples ediciones que circularon manejó Vaca de Alfaro. La prínceps es de 1598. Es imposible saber cuál de las dos ediciones publicadas en Madrid (viuda de Alonso Martín, 1621) o Barcelona (Sebastián de Cormellas, 1621) utiliza Vaca de Alfaro. López, Juan: Morales, Ambrosio de: Pérez de Montalbán, Juan: Paravicino, Hortensio Félix: Patón, Bartolomé Jiménez: Pellicer y Tovar, José: Quirós, Francisco de: Roa, Martín de: Salas Barbadillo, Alonso Jerónimo: Salazar Mardones, Cristóbal de: Sotillo de Mesa, Luis: Venero, Alonso: Vera y Mendoza, Fernando de: 10.2 Obras citadas por el editor 10.2.1 Manuscritos Anónimo: Antolínez de Burgos, Juan: Cubero Sebastián, Pedro: Martínez de la Vega, Jerónimo: Pozo y Cáceres, Juan Lucas del: Ramírez de las Casas-Deza, Luis María: Sotillo de Mesa, Luis: Vaca de Alfaro, Enrique: 10.2.2 Impresos anteriores a 1800 Andrés de Uztarroz, Francisco: Antonio; Nicolás: Bermúdez de Pedraza, Francisco: Caro, Rodrigo: García de Salcedo Coronel, José: Góngora, Luis de: González de Resende, Antonio: Lope de Vega: López de Robles, Andrés: Morales, Ambrosio de: Palomino, Antonio: Paravicino, Hortensio Félix: Pérez de Montalbán, Juan: Quétif, Jacques: Quintana, Gerónimo de: Roa, Martín de: Rodríguez Marín, Francisco: Ruano, Francisco: San Juan, fray Francisco de: Sanz del Castillo, Pedro: Vaca de Alfaro, Enrique el abuelo: 10.2.3 Impresos posteriores a 1800 Alonso, Dámaso: Artigas Ferrando, Miguel: Blanco, Mercedes: Blanco, Mercedes y Mulas, Margherita: Boillet, Danielle, Fragornard, Marie-Madeleine et Tropé, Hélène : Carreira, Antonio: Colom Palmer, Mateu: Conde Parado, Pedro: Dadson, Trevor: Delgado Moral, Carmen: Díaz García Abraham: Elvira, Muriel: García Aguilar, Ignacio: García Gómez, Ángel María: Garrido Berlanga, María Ángeles: —, Edición y estudio de la Lira de Melpómene de Enrique Vaca de Alfaro, Córdoba, Editorial de la Universidad de Córdoba, 2018a. Gisbert Terol, Ana y Lutgarda Ortells Pérez, María: Gómez Canseco, Luis: Góngora y Argote, Luis de: González y Francés, Manuel: Izquierdo, Adrián: Jammes, Robert: Jordano Barbudo, María Ángeles: López, Atanasio: López Escudero, José Luis: Madroñal, Abraham: Matas Caballero, Juan: Menéndez Pelayo, Marcelino: Millé y Giménez, Juan: Millé y Giménez, Juan e Isabel: Moll, Jaime: Navarro Bonilla, Diego: Orozco Díaz, Emilio: Osuna, Inmaculada: Osuna Cabezas, María José: Paravicino, fray Hortensio Félix: Paz, Amelia de: Ponce, Jesús: Quesada, Santiago: Ramírez de Arellano, Rafael: Ramírez de las Casas-Deza, Luis María: Rennert, Hugo Albert y Castro, Américo: Rodríguez Marín, Francisco: Serís, Homero: Torre, José María de la: Valdenebro y Cisneros, José: Valverde Madrid, José: Vélez-Sainz, Julio: Zerari, Maria: **** *book_ *id_body-2 *date_1662 *creator_vaca_de_alfaro Texto de la edición f. 148 Don Ludovicus de Góngora y Argote El señor don Luis de Góngora está bautizado en la catedral de Córdoba en 12 de julio del año 1561. Consta de la partida de dicho bautismo que se hallará en los Libros del Sagrario de ella, folio 22. f. 149r Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba. Dirigidas a don Francisco Antonio Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, etc. Corregido y enmendado en esta última impresión. Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta del Reino. Año 1634. A costa de Alonso Pérez, librero de Su Majestad. Salió comento de sus obras con este título: Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, príncipe de los poetas líricos de España. Escribíalas don José Pellicer de Salas y Tovar, señor de la casa de Pellicer y cronista de los reinos de Castilla. f. 149v Dedicadas al serenísimo señor cardenal infante don Fernando de Austria, 1630. Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta del Reino. A costa de Pedro Coello, mercader de libros. Después salió comento de ellas por otro autor: Obras de don Luis de Góngora comentadas. Dedicadas al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro, conde de Morente, caballero de la orden de Santiago, gentilhombre de la cámara de Su Majestad y caballerizo mayor del serenísimo príncipe de España, nuestro señor. Don García de Salcedo Coronel, caballero de la orden de Santiago. Tomo segundo. A costa de Pedro Laso, mercader de libros. Con privilegio. En Madrid. Por Diego Díaz de la Carrera. Francisco Navarro fecit año 1644. Prosiguió el mismo don García de Salcedo el comento de f. 150 dichas obras en otro tomo con este título, en cuarto: Segunda parte del tomo segundo de las obras de don Luis de Góngora. Comentadas por don García Salcedo Coronel, caballero de la orden de Santiago. Dedicadas al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro, marqués del Carpio, conde-duque de Olivares, comendador mayor de Alcántara, gentilhombre y caballerizo mayor del rey nuestro señor, etc. Contiene esta parte todas las canciones, madrigales, silvas, églogas, octavas, tercetos y el Panegírico al duque de Lerma con dos índices: uno de las obras de todo el tomo segundo, con sus argumentos; y otro de las materias más notables de esta segunda parte. Con privilegio. En Madrid. Por Diego Díaz de la Carrera. Año 1648. Parecieron ¿entonces? las obras de don Luis el Polifemo y las Soledades, y escribieron algunos contra ellas y salió impreso este libro: Epístolas satisfactorias. Una a las objeciones que opuso a los poemas de don Luis de Góngora el licenciado Francisco de Cáscales, catedrático de Retórica de la santa iglesia de Cartagena en sus Cartas filológicas. Otra a las proposiciones que contra los mismos poemas escribió cierto sujeto grave y docto. Por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja. A don Fernando Alonso Pérez del Pulgar, señor de la villa de Salar. Con licencia. En Granada, en casa de Blas Martínez, mercader e impresor de libros en la calle de los Libreros. Año de 1635. También escribió una Égloga fúnebre a don Luis de Góngora f. 151 de versos entresacados de sus obras. f. 152 Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe compuesta por don Luis de Góngora y Argote, capellán de Su Majestad y racionero de la Santa Iglesia de Córdoba. Escribíalas Cristóbal de Salazar Mardones, criado de Su Majestad y oficial más antiguo de la secretaría del reino de Sicilia. Dedicadas a don Francisco de los Cobos y Luna, conde de Ricla, gentilhombre de la cámara de Su Majestad y primogénito del marqués de Camarasa. Con privilegio. En Madrid, en la Imprenta Real. Año de 1636. A costa de Domingo González, mercader de libros. En cuarto. Don fray Juan López, obispo de Monopoli, en la tercera parte de la fol.153 Historia de santo Domingo y de su orden, en el libro segundo, capítulo 24, folio 80, columna segunda, escribiendo la vida de fray Álvaro Portugués y fundación del convento de Scala Coeli, junto a Córdoba, y los milagros que ha hecho dice: «a don Luis de Góngora, racionero de la Santa Iglesia de Córdoba, le sucedió, siendo estudiante, que yendo con su ayo y otros caballeros por una barbacana, cayó muy alto y se abrió la cabeza. Ya desahuciado de los médicos, buscaron el remedio en las oraciones del santo. Llevaron su santa reliquia y se la pusieron en la herida y luego comenzó a mejorar y sanó enteramente, quedando él y toda su casa devotísimos del santo». f. 154 Vincentius Carducho, academicus florentinus et pictor regius in curia Philippi IV Hispaniarum regis, en el Diálogo cuarto de la pintura dice, folio 61, que lo imprimió año de 1633 en Madrid: «bien se conoce, pues aquí me ha ofrecido a don Luis de Góngora, en cuyas obras está admirada la mayor ciencia, porque a su Polifemo y Soledades parece que vence lo que pinta y que no es posible que ejecute otro pincel lo que dibuja su pluma. Todo es gloria de la ciudad de Córdoba, que no solo tuvo a Séneca por único filósofo, sino a don Luis de Góngora por insigne poeta». f. 155 Preguntándole a don Luis de Góngora, estando muriéndose, cómo se hallaba dijo: «mis esperanzas en un hilo, mis manos en una maroma». f. 156 El reverendo padre maestro fray Hortensio Félix Paravicino, en el libro de sus Obras poéticas póstumas divinas y humanas, folio 13, en el «Romance describiendo la noche y el día dirigido a don Luis de Góngora», impreso en Alcalá, año de 1650, en el folio 15 dice, hablando con don Luis: ¡Oh, tú Lelio!, que heredando al docto Marcial la pluma, las sales que el mundo admira Píndaro mejor renuncias. A quien el jayán de Ulises cuanta de trinacria punta, debe más luz, que a su frente apagó lagriega astucia. Cuyas sacras Soledades misteriosas, si no mudas, cuanto respecto las puebla tanta deidad las oculta. Hijo de Córdoba grande padre mayor de las musas por quien las voces de España se ven, de bárbaras, cultas. f. 157 Don Fernando de Vera en el Panegírico por la poesía, periodo 13, impreso en octavo, año de 1625: «don Luis de Góngora nació en la calle de Marcial y, sin ninguna duda, con mayor sal y no menores nervios en las veras que agudeza en las burlas». Cuando vio la primera vez don Luis de Góngora las armas del señor obispo Mardones dijo de repente esta cuarteta: En el mar de dones nacen estrellas flor de lises, leones, flechas y ruedas. f. 158 Don Tomás Tamayo de Vargas en las notas y adiciones al Enchiridión de los tiempos de fray Alonso Venero, folio 309, dice: «Año 1627 en 22 de mayo, en Córdoba, su patria, murió don Luis de Góngora y Argote, capellán de honor de Su Majestad de 65 años 10 meses y 13 días: Marcial segundo de España, en nada inferior al primero en la suavidad de los números, agudeza de conceptos, festividad de los donaires, picante de las burlas y en las ingeniosas e inimitables travesuras con que ilustró la lengua castellana en los versos que fueron propiamente de ellos sic». f. 159 Fray Ludovicus Sotillo de Mesa in Vita padre magnífico fray Álvaro de Córdoba, folio 38, ait: «Don Luis de Góngora, racionero de Córdoba y capellán de Su Majestad y conocido en todo el mundo por sus obras, siendo estudiante (como lo testifica haber visto don Francisco de Argote, su tío, y don Juan de Góngora, el veinticuatro, su hermano) se fue con otros de su edad a la Huerta del Rey y cayó de un muro muy alto y se abrió la cabeza y, llegando a estar desahuciado de los médicos, lo encomendaron al glorioso santo fray Álvaro y, en tocándole una reliquia suya, se halló sano milagrosamente con admiración de la gente que lo había visto y de los médicos y cirujanos que le habían curado». f.160 Estudió don Luis de Góngora, en la ínclita ciudad de Salamanca, leyes, como él mismo lo testifica en aquel célebre soneto que escribió después de haber salido de una grave enfermedad, que empieza: Muerto me lloró el Tormes en su orilla, en un parasismal sueño profundo . f. 161 Imprimiéronse también las obras de don Luis de Góngora algunos años antes del de 1634, como consta en la Vida de don Pedro de Cárdenas y Angulo. f. 162r Don Ludovicus de Gongora et Argote sepultus iacet Cordubae in templo maximo in capella sancti Bartholomei, nullum epitaphium fuit inscriptum inibi, nullum enim sufficiens, cui elogia plurima non sufficiunt, ob ignaviam ingeniorum corduvensium qui, licet ingeniosi, ignavi satis sunt, poteram enim encomiasticon apponere honorarium. Murió don Luis de Góngora falto de memoria, pero no de juicio. Contome, en 16 de agosto de 1660, don Juan de Godoy, sobrino del ilustrísimo arzobispo de Santiago don Juan de San Clemente, que, pocos meses antes que muriera, se halló en la Iglesia de San Juan de Córdoba con don Luis de Góngora y otros caballeros y que preguntó don Luis: «¿hay quién salga a decir misa?». «Sí, señor». Y que prosiguieron 162 v hablando de otras cosas y de allí a un rato volvió a preguntar: «¿hay quién salga a decir misa?». Y esto olvidándose que lo había preguntado antes. Y que, después, preguntó a don Juan: «¿quién es el corregidor de Córdoba?» y se le respondió: «don Gaspar Bonifaz» y que dijo: «¡ay, que es mi amigo!». Y que, después, lo volvió a preguntar de allí a un rato. No murió falto de juicio porque en cualquier materia discurría muy bien y principalmente de lo sucedido en sus mocedades. f. 163 Plurimi non bene sensere de Solitudinibus don Ludovici de Góngora, vel quia difficile intellectu opus, vel quia obscurum ideoque ipse respondens et satisfaciens, sic scribit folio 16: «Soneto primerocontra los que dijeron mal de las Soledades de don Luis, “Con poca luz, y menos disciplina”». Et folio 20 sic scribit: «Soneto vigesimoctavocontra los que dijeron mal del Polifemo de don Luis»: Pisó las calles de Madrid el fiero monóculo galán de Galatea. Et folio 27: «Soneto cuartocontra los que dijeron mal de las Soledades de don Luis»: Restituye a tu mudo horror divino amiga soledad …. Et folio 60: «Décima contra los que dijeron mal de las Soledades: “Por la estafeta he sabido”». Et folio 62: otra «Décima a una décima sic que el conde de Villamediana sic no sic hizo en favor del Polifemo y Soledades: “Royendo sí, mas no tanto”». f. 164 Lope de Vega Carpio en su Arcadia, folio 254, introduce a Frondoso «descubriendo una cortina que una dorada puerta cubría» y, dentro, «algunos retratos que para tiempos futuros estaban puestos. … Levantada la cortina, por otra parte miraba a los dos hermanos Lupercios, gloria de Aragón, a don Luis de Góngora …». f. 165 Don García Coronel en la Primera parte del segundo tomo, folio 697, está un soneto de don Luis de Góngora que empieza: No más moralidades de corrientes, bien seande arroyuelos, bien de ríos. Y en el comento dice don García de Salcedo Coronel: «Estuvo preso don Luis por haber compuesto una letra que comienza: “Arroyo, ¿en qué ha de parar…?”.Y habiendo salido de la prisión, escribió este soneto en que propone, escarmentado, retirarse de todos sic, sin tratar de escribir nada de que le pudiese resultar daño, juzgando a locura hacer otra cosa». f. 166 Magister Bartolomé Jiménez Patón, en su Elocuencia española en arte, capítulo 12 «De las figuras de dicción», folio 78, ait: «y también está lleno Marcial, aunque en verso castellano se han hecho cosas de mucho artificio en este modo, cual en el soneto que hizo don Luis de Góngora, nuevo Marcial castellano». f. 167 Don Pedro González de Mendoza, arzobispo de Granada, libro 3 de la Historia del Monte Celia de Nuestra Señora de la Salceda, folio 540, capítulo 10, da noticia de don Luis: «Soneto de don Luis de Góngora», Pender de un leño, traspasado el pecho f. 168 Lope de Vega en la Filomena trató muy a la larga de don Luis y, al fin, acaba con un soneto elegantísimo. El licenciado Juan Pérez de Montalbán en su Orfeo, canto 4, folio 35, hablando de don Luis de Góngora dice: Luego dijera, cordobés divino, tus alabanzas de ti mismo dignas, ingenio celestial que, peregrino, sin dejar rastro de tu luz caminas. Ninguno a la difícil cumbre vino por donde doctamente peregrinas, pues tú para ser único has hallado camino, ni sabido, ni imitado. f. 169 El padre Francisco de Castro en su Retórica, en el título del epigrama de don Luis en loor de dicha Retórica, le llama …. f. 170 Don Luis de la Carrera en el prólogo al libro de sus Rimas le llama: «el segundo Séneca castellano». No he visto este libro. f. 171 Don García de Salcedo Coronel en sus Rimas, folio 98, escribió una elegía En la muerte del famoso y singular poeta don Luis de Góngora, y empieza así, en tercetos: ¿Qué lamentable acento doloroso en los hesperios montes repetido funestamente suena lastimoso?, etc f. 172 En la Justa poética que la nobilísima ciudad de Antequera hizo al triunfo de los desagravios del Santísimo Sacramento. Recopilada por el licenciado Martín García Solana, secretario de la Junta. Impresa en cuarto en Antequera, año de 1637. En la competencia tercera pidióse un romance, y dice: «el tercero premio serán las Obras de don Luis de Góngora, encuadernadas en vitela». f. 173 Estando enfermo don Luis de Góngora, le pidió con grande encarecimiento al médico le curase con toda puntualidad, asistencia y vigilancia porque, en estando bueno, deseaba llevarlo a cazar liebres con podencos. No perdonaba a nadie falta alguna. Motejole de morisco, que dicen lo era de los de la expulsión, a los cuales llaman podencos o perros. Se llamaba el doctor Mendoza. Murió un capellán de la iglesia mayor que se llamaba Mora, y deseando el cabildo se le pusiese epitafio, y no sabiendo y dudando qué se le pondría, don Luis lo oyó y dijo de repente «pónganle este»: Aquí yace un capellán que en todo fue majadero porque dejó su dinero al cabildo y al deán. Visitó a don Luis un caballero y un hijo suyo estudiante que pasaban de camino por Córdoba, y habiéndoles preguntado por su salud, pregunta: «¿y el señor licenciado estudia?». Dijo su padre: «sí, señor». Y prosiguió: «¿y en qué se ejercita?». Respondía su padre: «es poeta». Respondió don Luis: «más vale que sea poeta, que no aprenda a ser puto». Motejole con agudeza la falta que había en algunos de los parientes del estudiante. Pasaba don Luis a pie por una calle y se encontró con unas mujeres, y había mucho lodo; ellas dijeron: «pase vuestra merced, que no podemos pasar, que está atajada la calle». Estorbaban las narices de f. 174 don Luis para pasar (que eran muy grandes). Como ellas lo sentían así y por eso se detenían, asió don Luis las narices, apartólas con la mano a un lado y les dijo: «pasad putas». Presentáronle a don Luis una fuente de plata llena de cebada y muy tapada con un tafetán –para motejarle de bestia a quien era tan entendido– con un criado que decía: «mi señor envía a vuestra merced este regalo». Respondió don Luis: «diga que la fuente es para mí y la cebada para su amo», y quedose con la fuente de plata. Admirábase el doctor Ambrosio de Morales del ingenio de don Luis, siendo de poca edad y le decía: «¡Oh qué gran ingenio tienes, muchacho!». Estando en Madrid en casa del duque de Lerma, sucedió que de la calle tiraron una pedrada a un balcón y quebraron una vidriera, dijo don Luis de Góngora: «algún muchacho cordobés la tiró». Y haciendo informe del que la había tirado, hallaron ser un muchacho natural de Córdoba, dando a entender la natural inclinación a hacer mal de los muchachos de su patria. Estaba don Luis de Góngora en Madrid, en una conversación donde había diferentes señores grandes y títulos, y habiendo dicho uno no sé qué de sutileza, comenzó a reír mucho don Luis, de tal forma que se le saltaron las lágrimas. Y habiendo reparado el marqués de Astorga, que fue un grandísimo necio, le envió a decir que se había maravillado mucho que en él hubiese causado aquel dicho dos efectos tan contrarios, y le respondió don Luis esta cuarteta: Señor marqués, no se asombre de que a un tiempo ría y llore, pues veo a un hombre sin empleo y muchos empleos sin hombre. f. 175 Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba. Dirigidas a don Francisco Antonio Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, etc. Con licencia. En Sevilla, por Nicolás Rodríguez, en calle de Génova, en este año de 1648 y a su costa. En cuarto. Y en el folio 3 se lee la Vida de don Luis de Góngora, escrita por un amigo suyo, que trasladada ad litteram es como sigue: ff. 176-184 Vida y escritos de don Luis de Góngora …. f. 184 Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Al excelentísimo señor don Enrique Felípez de Guzmán, marqués de Mairena, gentilhombre de la cámara de Su Majestad, etc. Con licencia. En Zaragoza, por Pedro Verges. Año 1643. A costa de Pedro Esquer, mercader de libros. En octavo parvo. Ex bibliotheca licenciati Alphonsi de Armenta, chirurgi Cordubensis. Et in folio 2º legitur sic: «Al excelentísimo señor don Enrique Felípez de Guzmán, marqués de Mairena, gentilhombre de la cámara de Su Majestad, comendador mayor de Aragón de la orden de Calatrava y alguacil mayor del tribunal de la Santa Inquisición de la ciudad de Sevilla y de la Casa de la Contratación de la misma ciudad». Hace la dedicatoria Pedro Esquer, mercader de libros y en el folio tercero dice: «Vuestra excelencia me pidió unas obras del famoso cordobés don Luis de Góngora, y no hallándome con ellas, busqué unas y las hallé tan traídas, que no me atreví a ponerlas en manos de Vuestra Excelencia y las he impreso en pequeño volumen, para que Vuestra Excelencia las pueda traer consigo en el camino y campaña, etc». Et folio 5º legitur: «Vita Don Ludovici de Gongora», quae incipit sic: «Vida y escritos de don Luis de Góngora». Et postea incipit: «Fue breve, etc». Et finis sic: «… plumas que las de su fama. Anonymus, Amicus, Lubens, Scripsit, Moerens, Posuit». f. 185 Pater Martinus de Roa in Principatu Corduvensi lingua castellana conscripto, folio 26: «… el Plauto y Marcial de nuestra edad, don Luis de Góngora superior sin agravio de los mejores latinos y griegos en cultura, agudeza y mucho más en sal y donaire sin comparación». Las obras de don Luis de Góngora hizo traducir en lengua arábiga el rey de Mequínez y las tiene en su librería en castellano y en arábigo, así lo refiere un religioso de San Pedro de Alcántara, que pasó con una embajada a nuestro rey Carlos II, año 1699, el cual estaba en aquellas tierras y lo tenía el rey moro en gran estimación. Pasó por Córdoba día de san Bartolomé del dicho año con 45 cristianos cautivos, que el dicho rey moro le enviaba a nuestro rey de regalo, con una cota de malla de gran precio y otras cosas. f. 186 Magister Ambrosius de Morales, in 3º parte Historia generalis Hispaniae, libro 16, capítulo 8, folio 221 ait: Ha sido necesario tratar en este lugar de Averroes por la manifiesta contradicción que tenía. Y yo lo traté de mejor gana por haberme advertido de él, y deseado entenderlo de raíz, el señor licenciado don Francisco de Argote, caballero principal en Córdoba, que con su ilustre linaje ha juntado el gran lustre de mucha doctrina, no en derecho solamente, sino en todas buenas letras, como podemos testificarlo los que lo conocemos, y dio también de ello gran testimonio el doctor Sepúlveda en la epístola latina en que respondió a otra suya, y ambas andan impresas. f. 187 Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba natural de la ciudad de Córdoba. Dedicadas a don Luis Muriel Salcedo y Valdivieso, caballero de la orden de Alcántara, etcétera. Con licencia. En Madrid, en la Imprenta Real. Año 1654. A costa de la hermandad de los mercaderes de libros de Madrid. En cuarto. f. 188 El Polifemo de don Luis de Góngora comentado por don García de Salcedo Coronel, etc. En Madrid, en la Imprenta Real. A costa de Domingo González. Año 1636. En cuarto. Ex bibliotheca don Tomé de los Ríos. f. 189 Sebastián de Alvarado y Alvear, profesor de Retórica y Letras humanas, natural de Burgos, en su Heroida ovidiana, impresa en Burdeos, año 1628, en varias partes de la obra cita a don Luis de Góngora. En el reparo 5, folio 27 le llama «cisne andaluz». En el reparo 12, folio 42:Oye al de Córdoba o, por mejor decir, oye al de España que, aunque muchos con gloria, éste ya sin envidia. Don Luis de Góngora occultior aliquando, cuius oracula Tiresia interprete, cuius enigmata Oldipode extricatore solvi certe vix possunt. En el reparo 41, folio 100: «un español don Luis de Góngora». En el reparo 44, folio 109: «rebién don Luis de Góngora … qué bien en este gran soneto» sic. Y en el reparo 76, folio 173:Cuando esto compuso el gran poeta de Córdoba, don Luis de Góngora, no hablaba oráculos ni sentía misterios. Unos y otros en él tal vez alabo, y tales no entiendo. Pero ni mi ignorancia ni de semejantes le menoscaba, ni mi alabanza le ilustra –y añado– ni vituperio alguno le disminuye, pues ha crecido su gloria de suerte, que nullius laudibus crescit (que dijo rebién Macrobio libro 1 Saturnales de Marón) nullius vituperatione minuitur. Los que con menos caudal han querido imitarle o explicarle han hecho barbarismos, dicho solecismos. Alábete, o grande, quien lo es en todo, y entiéndate él mismo, porque sea alabanza de entendimiento. Tal para tal, que las demás no lo son. Estimo aquí mucho el juicio de Lope in Circe: Claro cisne del Betis que sonoro y grave ennobleciste el instrumento más dulce que ilustró músico acento, bañando en ámbar puro el arco de oro. A ti la lira, a ti el castalio coro debe su honor, su fama y su ornamento, único al siglo y a la envidia exento, vencida, sino muda, en tu decoro. Los que por tu defensa escriben sumas propias ostentaciones solicitan, dando a tu inmenso mar, viles espumas. Los Ícaros defiendan que te imitan, que como acercan a tu luz las plumas, de tu divina luz se precipitan. f. 190 Y en el reparo 77, fol. 176: «Y Góngora en su poético Polifemo con galantes palabras, desde aquella octava: “¡oh bella Galatea …!”. Búscale y entiéndele». Y en el folio 238, reparo 119: «el poeta de Córdoba don Luis de Góngora, Soledad I» Y en el reparo 152, folio 293: «oye al gran cisne bético don Luis de Góngora». Y en el reparo 177: «que si el sujeto te ofrece lágrimas, suspenderalas tan ingeniosa musa, tan grave elocuencia, tan dulce consonancia don Luis de Góngora: “Ser pudiera tu pira levantada”, etc.» f. 191 Lope Félix de Vega Carpio, del hábito de san Juan, en su Circe, que imprimió, año 1624, con otras rimas y prosas, folio 204, escribe un soneto, que dice así: «A don Luis de Góngora: “Claro cisne del Betis, que sonoro, etc.”». Él mismo, en el libro de la Corona trágica, folio 121, pone un soneto a la muerte de don Luis de Góngora que comienza: Despierta, o Betis, la dormida plata y, coronado de ciprés, inunda la docta patria, en Sénecas fecunda, todo el cristal en lágrimas desata. f. 192 Lope Félix de Vega Carpio en su Laurel de Apolo, silva primera, folio cuarto: «No responda, que Góngora lo dice». f. 193 Lope Félix de Vega Carpio, del hábito de san Juan, en su Laurel de Apolo, que imprimió en Madrid, año de 1630, folio 16, silva segunda, dice: Pero dejando el contrapuesto polo, la clara Fama con el mismo Apolo, amaneció en España y el fecundo Betis dulce miró, Tibre segundo, en la patria de Séneca famosa, por tantas excelencias gloriosa. Allí con alta voz despierta el río que con gallardo brío a Góngora previene, que estaba en los cristales de Hipocrene escribiendo a las cándidas auroras «Estas, que me dictó, rimas sonoras». Y corriendo, de juncos guarnecido, como él dijo, dormido, bien enseñado de la misma Fama, cristal por las dos márgenes derrama, hasta llegar a verse en los palacios de donde toma el sol rubios topacios, y excediendo la orilla, despertó a los ingenios de Sevilla. f. 194 Delicias del Parnaso: en que se cifran todos los romances líricos, amorosos, burlescos, glosas, y décimas satíricas del regocijo de las musas del prodigioso don Luis de Góngora. Recogido todo de sus originales y corregido de los errores con que estaban corruptos. Con licencia. En Zaragoza, por Pedro Vergés. Año 1643. A costa de Pedro Esquer, mercader de libros. En 16ª. f. 195 Don fray Lope Félix de Vega Carpio en su Filomena, en la epístola octava que intituló «Jardín de Lope de Vega», folio 177: Aquí don Luis de Góngora en laureles los olivos del Betis transformando, para su honor, que no por ser crueles. f. 196 Don Francisco Bernardo de Quirós en sus Obras y aventuras de don Fruela, capítulo 10, folio 97: «… luego el no imitado don Luis de Góngora, hijo de Córdoba, más gloriosa en ser su madre que por serlo de Séneca y Lucano. Diole Apolo título de conde de Altamira, pues la puso tan alta que las águilas más remontadas le perdían de vista». Y el capítulo 9, folio 102, en la Fábula de Polifemo y Galatea: Que es bosquejar un jayán que hizo Góngora inconstructo aplaudido muy de todos, y entendido muy de nullus . f. 197 El licenciado Francisco Cáscales en el libro de sus Cartas filológicas hay una carta, en el folio 29: «Carta al licenciado Luis Tribaldo sic de Toledo sobre la obscuridad del Polifemo y Soledades de don Luis de Góngora». Y en el folio 34, carta 9: «De don Francisco del Villar en defensa del Polifemo y Soledades de don Luis de Góngora». Y en la epístola 8, al licenciado Tribaldo dice: «Porque, ¿quién puede presumir de un ingenio tan divino que ha ilustrado la poesía española a satisfacción de todo el mundo, ha engendrado tan peregrinos conceptos, ha enriquecido la lengua castellana con frases de oro, felizmente inventadas y felizmente recibidas con general aplauso, ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estudio sumo, lo que ni la lengua puede encarecer, ni el entendimiento acabar de admirar atónito y pasmado …?».Y en el folio 34 don Francisco del Villar dice de don Luis: «Que parece que eleva, y más con aquel adjunto “mentido”, que siempre que lo considero, me dan impulsos de levantarle estatua». Y en el folio 37 el licenciado Cascales a don Francisco del Villar: «Lo primero que vuestra merced hace en su discurso ingenioso y docto es citar algunos lugares elegantes, agudos y cultos de sus obras, mas ¿cuáles no lo son? Digo, pues, conformándome con vuestra merced, que a este caballero siempre lo he tenido y estimado por el primer hombre y más eminente de España en la poesía, sin excepción alguna, y que es el cisne que más bien ha cantado en nuestras riberas». f. 198 Soledades de don Luis de Góngora comentadas. Por don Luis de Salcedo Coronel, caballerizo del serenísimo infante cardenal y capitán de la guarda del excelentísimo duque de Alcalá, virrey de Nápoles. Dedicadas al ilustrísimo y nobilísimo señor don Juan de Chaves y Mendoza, caballero del hábito de Santiago, marqués de Santa Cruz de la Sierra, conde de la Calzada, de los consejos reales y de la Cámara y presidente del de órdenes. En Madrid, en la Imprenta Real. Con Privilegio. En cuarto. Este es el tomo primero. Y en el folio 5 el maestro José de Valdivieso dice al comento por don García: Dichoso en la dulzura postrimera el cisne cordobés, pues pluma tanta que docta escribe lo que dulce canta. f. 199r Don Francisco Bernardo de Quirós en sus Obras, escritas en prosa y verso a varios asuntos, impresas en Madrid, año de 1656, folio 96, capítulo 10, donde trata de cómo vino «el dios Apolo a la Academia, y se representó una comedia de disparates», dice así:Iba sobre un elefante la Fama tocando la trompeta, dilatando por el mundo las alabanzas de Apolo y varones tan grandes como los que le acompañaban. Luego el coche de los gentiles hombres de la Cámara y mayordomos, comoGarcilaso de la Vega, alcaide de los reales alcázares del Parnaso y, como tal, levantó la fuente de Helicona que no se levantaba del suelo, poniendo su docta pluma por caño, haciendo un pilar del oro de su ingenio. Iba con él el nunca bastantemente alabado, nuestro Terencio español, el gran Lope Félix de Vega, vega tan fértil que su fruto llenó al Parnaso y a España de sabiduría, de cuyas flores todos cogieron fruto, que sus obras lo construyeron el Félix f. 199v en Fénix, pues fue él solo príncipe soberano de la comedia y mayordomo mayor de Apolo. Con él iba Mira de Amescua, doctísimo, y gran sumiller de corps, por cuyos conductos el cristal de Hipocrene y Helicona salieron más dulces. Luego el no imitado don Luis de Góngora, hijo de Córdoba, más gloriosa en ser su madre que por serlo de Séneca y Lucano. Diole Apolo título de conde de Altamira, pues la puso tan alta que las águilas más remontadas le perdían de vista. Luego el doctísimo Hortensio, hortus y pénsil de donde toman muchas divinas flores de sus remontados conceptos, gran poeta y orador sagrado, a quien las plumas de los nombrados y los que se dirán después, no bastaron a alabarle, que en decir Hortensio Paravicino se dice lo más. f. 200r Con él iba el gran cortesano y poeta Luis Vélez de Guevara, ara de las oblaciones de las musas y su galán, lauro de Apolo y mar de la elocuencia gustosa. Diole Su Majestad título de marqués de Salinas, pues no se conocen más salinas que las suyas en el Parnaso, y el gran maestro José de Valdivieso, tan divino que todo lo que escribió lo fue. En otro coche iban: don Guillén de Castro, honor de Castro y de su patria, Valencia; y don Diego Jiménez de Enciso, cisne Andaluz; don Antonio Hurtado de Mendoza, docto palaciego y aliñado escritor cómico, cuyas comedias fueron ramilletes fragantes y admiración; y el gran don Francisco de Quevedo, que escribió solo durmiendo f.200v más que otros velando; y el maestro Tirso de Molina, que su pluma sola pudiera alabarle; y Luis de Benavente, Marcial castellano que escribió donaires y sainetes tantos años, sin rozarse un sainete con otro, con admiración y aplauso del teatro del orbe. f. 201 Don Luis de Góngora, pasando por una calle de Madrid, vio en un cuarto de casa cuatro damas y les dijo: «son vuestras mercedes damas de cuatro al cuarto». Había con ellas un fraile, y dijo: «mas, ¿qué género de fruta serán vuestras mercedes? A mí me parece que serán vuestras mercedes harto bellacas o cirolicas de fraile». Don Salvador sic de Herrera, Sebastián, maestro mayor de las obras reales de Su Majestad don Felipe IV, escultor, arquitecto, pintor y perspectivo, hizo de barro el retrato de don Luis de Góngora, que se colocó en el Parnaso que se hizo en el Prado de san Jerónimo de Madrid a la entrada de doña Mariana de Austria. f. 202 Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, en el libro que intituló Casa de placer, novela segunda, llama a don Luis de Góngora: «moderno Marcial y segundo milagro cordobés», en el folio 23.