Martín de Angulo y Pulgar

1635

Epístolas satisfactorias

Édition de Juan Manuel Daza
2018
Source : Epístolas satisfatorias, una a las objeciones que opuso a los Poemas de D. Luis de Góngora el Licenciado Francisco de Cascales […] en sus Cartas Filológicas ; otra a las proposiciones que contra los mismos poemas escribió cierto sujeto grave y docto, Granada: Blas Martínez, 1635
Ont participé à cette édition électronique : Mercedes Blanco (relecture, stylage et édition TEI), Muriel Elvira (relecture), Aude Plagnard (stylage et édition TEI) et Felipe Joannon (stylage et édition TEI).

Introducción §

1. Título §

El sintagma Epístolas satisfactorias, que abre el título con que Angulo rotula este texto polémico, encierra toda una declaración de intenciones. Por un lado, el término «epístolas» evoca un género, el epistolar, de gran recorrido y rentabilidad durante los debates sobre la poesía mayor gongorina. De otra parte, el apellido que Angulo da a sus cartas, «satisfactorias» (‘que satisfacen’, es decir, ‘que responden o refutan’)1, remite a la ocasión del escrito: replicar a las críticas antigongorinas expuestas por Cascales en sus Cartas filológicas (Epístola primera) y a las de un «sujeto grave y docto» (Epístola segunda), anónimo correspondiente de Angulo.

Vaya por delante que lo epistolar está presente en la polémica desde sus primeros balbuceos, la recorre a lo largo de sus tramos medulares, más agitados y sustanciosos, y extiende su influencia hasta aparecer en lances más tardíos de la misma2. Esta recurrencia con que se usó la epístola durante las discusiones en torno a Góngora no es, naturalmente, casual. Responde no sólo a la vigencia de una tendencia erudita de mucha solera, sino también a la efectividad polémica y argumentativa que podía lograrse con un buen manejo del género, el cual aseguraba asimismo unas condiciones de divulgación de gran proyección dialéctica. La virulencia con que se destaparon algunos de estos rasgos epistolares en los comienzos de la polémica se fue atemperando y tiñendo de otros matices a medida que la recepción crítica de Góngora avanzaba y se tornaba más rigurosa –dentro de lo que cabía, hablando de querellas– y concienzuda. Ese testigo es recogido por Angulo en 1634, cuando las cartas de Cascales, después de pasar por un estadio de divulgación manuscrita, son publicadas de forma impresa y se convierten así en un producto distinto y, en consecuencia, capaz de levantar reacciones también diferentes3. Por tanto, los episodios polémicos en que se enmarca la redacción de las Epístolas satisfactorias están muy marcados por lo epistolar, aunque, en el caso de los textos de Angulo, preside su desarrollo un tono general de formalidad y profesionalidad –por así decirlo– que les otorga una dimensión especial, como se verá en el epígrafe dedicado a la «Estructura».

Por lo que respecta a las Cartas filológicas (Murcia: Luis Verós, 1634)4, son de nuestra incumbencia las Epístolas VIII, IX y X de la Década primera5, que abordan en tono teórico y dialéctico las candentes novedades gongorinas. La primera de estas cartas (Epístola VIII) sirvió a Cascales en su momento para declarar su parecer sobre los poemas mayores de Góngora y tomar partido así en las diatribas que generaron, que por entonces habían adquirido ya un tono más que notable; el posicionamiento de Cascales fue replicado epistolarmente por un destacado gongorista andaluz, el iliturgitano Francisco del Villar6 (Epístola IX), cuya refutación no quedó sin contestar, también con una carta (Epístola X), por el rétor murciano.

«Entrando, pues, en este crético labirinto, pregunto si la obscuridad es virtud o vicio». Con estas palabras inicia Cascales el núcleo duro de la referida Epístola VIII, que lleva en la versión impresa el título Sobre la obscuridad del «Polifemo» y las «Soledades» de don Luis de Góngora. Al responder a esa pregunta inicial y decisiva, Cascales, si bien condena la oscuridad en los términos habituales y consabidos, concede que esta es legítima en algunos supuestos: «no siempre la obscuridad es viciosa; que cuando proviene de alguna doctrina exquisita, es loable y buena […]. Ni es viciosa, cuando alguna palabra ignorada de los hombres semidoctos escurece la oración […]. Ni es viciosa, cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe […]. Ni es viciosa la obscuridad en los poetas satíricos; […], para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamente; y ésta es la causa que tiene por disculpa la tal obscuridad. En los demás lugares siempre es viciosa […]; y así todos la debemos impugnar como a enemigo declarado, aborrecer como a furia del infierno, evitar como a peste de la poética elocución» (156-159). Se puede hablar, entonces, –así lo hace Schwartz7– de la aparición en esta carta de un conocido topos retórico, que asoma en otros textos de la polémica: la oposición entre oscuridad y dificultad8. Desde este marco teórico de referencia, para Cascales se hacía imposible tolerar los modos gongorinos, que, además de ofuscarse en la excesiva repetición de figuras atrevidas y giros latinizantes, no destinaba tales denuedos al tratamiento de contenidos elevados, sino a futilidades que quedaban muy lejos de la «recóndita doctrina» deseable en un poema ilustre y de altos vuelos estilísticos:

¿Qué otra cosa nos dan el Polifemo y Soledades y otros poemas semejantes, sino palabras trastornadas con catacreses y metáforas licenciosas, que cuando fueran tropos muy legítimos, por ser tan continuos y seguidos unos tras otros, habían de engendrar obscuridad, intrincamiento y embarazo? Y el mal es que, de sola la colocación de palabras y abusión de figuras, nace y procede el caos de esta poesía. Que si yo no la entendiera por los secretos de naturaleza, por las fábulas, por las historias, por las propiedades de plantas, animales y piedras, por los usos y ritos de varias naciones que toca, cruzara las manos y me diera por rendido, y confesara que aquella obscuridad nacía de mi ignorancia y no de culpa suya (146-147).

La semejanza entre estos veredictos y los de otros detractores de Góngora es tan evidente que requiere poco comentario: la preeminencia del contenido sobre la elocución que arguye Cascales no encaja con el espíritu de la poesía mayor gongorina, cuya opacidad, según el rétor, proviene únicamente de las verba, sin que medie una res que la legitime; y, en consecuencia, el asidero doctrinal que permitía contraponer dificultad y oscuridad –que es, al fin y al cabo, lo que fundamenta su argumentario y lo que rezuman sus críticas–, así como las consecuentes censuras contra el poeta cordobés en los términos y el tono que acabo de exponer, se repiten con distintas formulaciones a lo largo de toda la carta.

Por otra parte, la segunda de las Epístolas satisfactorias contesta, según reza en la portada del impreso, «a las proposiciones que, contra los mismos poemas, escribió cierto sujeto grave y docto», cuya identidad ignoramos. Angulo se cuida de no desvelar el nombre de aquel a quien está rebatiendo en la segunda parte de su obra9 y, ante tal circunstancia, es razonable preguntarse si existió realmente dicho antagonista o es un simple pretexto de Angulo. La Epístola segunda está salpicada, no obstante, de algunos datos que permiten, en mi opinión, no dudar en exceso de la existencia de ese oponente con el que Angulo dice haberse carteado y al que se propone refutar ahora por haberle remitido una misiva de asunto antigongorino. La mayor fuente de información acerca de este misterioso personaje y de su relación con Angulo reside en la breve propositio de la carta, donde el lojeño da noticia del intercambio de papeles polémicos entre ambos y de qué intenciones lo mueven a satisfacer esas anónimas impugnaciones:

He leído (señor) con más atención el § 4 de la carta de vuestra merced, su fecha en 7 de mayo de este año, y juzgo no atrevidamente que si no le escribió su natural modestia, ajena (al parecer) de estas materias de poesía, ha sido quererme examinar, no del todo satisfecho de mí en ellas, con la respuesta que remití a vuestra merced a las objeciones que el licenciado Francisco de Cascales estampó y opuso al estilo de los poemas de don Luis de Góngora, que, a juicio mío, debe satisfacer a vuestra merced, pues le dio su aprobación y con ella sumo crédito […]. Y porque no parezca descaecimiento mío no intentar satisfacer a vuestra merced, lo deseo con este discurso y (con el respeto que debo) que les restituya el crédito que retira a estas obras, y probar también (porque me lastima les falte, entre la de muchos y grandes sujetos, la aprobación de vuestra merced, que lo es tanto) que no le han desmerecido su aplauso (ff. 42r-42v).

La exactitud de los datos que Angulo consigna en el primer enunciado de la Epístola segunda invita a pensar que la situación descrita es real: Angulo habría remitido un borrador manuscrito de la Epístola primera a su innominado correspondiente, el cual contesta con una misiva en que manifiesta su beneplácito ante el trabajo de Angulo, pero, además de esa valoración positiva, le transmite también sus reticencias acerca de Góngora. En verdad, el relato de Angulo no deja claro si estas dos posturas, aparentemente contradictorias10, aparecían recogidas en una sola carta –la del 7 de mayo– o en dos, aunque parece más verosímil la primera opción; sea lo que sea, Angulo consideró que los ataques a su admirado poeta tenían la suficiente entidad como para enfrascarse en rebatirlos. Dichos embates contra Góngora, si se materializaron tal como Angulo los transmite (vid., en este estudio, el epígrafe «Estructura»), permiten que forjemos una imagen aproximada del ideario poético del «sujeto grave y docto», que no dista mucho del manejado por otros detractores del cultismo.

 

2. Autor §

Son escasas las informaciones biográficas que se conocen sobre Martín de Angulo y Pulgar (Loja, 1594)11, quien, por vía materna, perteneció a una casa insigne del reino de Granada: los Pérez del Pulgar, que ostentaban el señorío del Salar (Granada), mayorazgo de los Pulgares, gracias a las prebendas obtenidas en los últimos tiempos de la Reconquista por las gestas y servicios a la causa antimusulmana de uno de los miembros más preclaros del linaje, Hernán Pérez del Pulgar12. La etapa juvenil de formación sitúa a Angulo en Granada, en cuya universidad estudió cuatro cursos, y en Osuna, por cuya institución universitaria logró el título de bachiller en 162413. Posteriormente, Angulo tuvo, muy a su pesar, una vida bastante provinciana, pues residió con regularidad en Loja, a excepción de una primera y fugaz visita en 1643 a Madrid, «grande Babilonia», como es definida por él mismo. En la capital conoció personalmente a Salcedo Coronel y a Salazar Mardones, quienes no fueron sus únicos amigos de postín, ya que en tierras granadinas trabó amistad, por ejemplo, con otro señalado partidario de Góngora, el canónigo Martín Vázquez Siruela –firmante de la «Aprobación» de las Epístolas satisfactorias, por cierto–, del mismo modo que se prolongaron, fluidos y fructíferos, sus amistosos lazos epistolares con el eminente progongorino aragonés Juan Francisco Andrés de Ustarroz, con quien comienza a cartearse en 1641 y lo seguirá haciendo durante una década14.

Angulo, casado desde hacía años con Ana Gregoria de Pineda, pariente suya por doble vínculo de consanguinidad, en mayo o junio de 1648 hubo de mudar –por cuestiones de hacienda y administración familiar– su residencia a Osuna, desde donde escribe, ya instalado, el 15 de julio de 1648 y donde habitó de manera ininterrumpida, al menos, hasta 165115. Osuna, cabeza del ducado homónimo e importante plaza universitaria, fue un notable foco cultural en el siglo XVII, además de uno de los núcleos urbanos destacados en la red de polemistas gongorinos andaluces16. En Osuna, por tanto, debió de establecer Angulo interesantes relaciones literarias17. Durante aquella etapa postrera de la vida pone asimismo sus miras en medrar, en alcanzar un vínculo cortesano para «aumentar lustre a su casa y familia», en palabras de Alonso. Así, aspiró a ser preceptor de esgrima (para lo cual llegó incluso a componer en 1646 «cuatro pliegos sobre la destreza de la espada» que remitió a sus contactos en la corte), pero, finalmente, aquel afán se diluyó, pues Angulo no tardó en toparse con la realidad y tomar conciencia de sus limitaciones: «si tuve algún calor, ya estoy frío, conociendo mi edad, sujeto, capacidad y disposiciones de mi familia, y que, aunque el puesto es de mucha estima, no es para medrar sólo por él»18. Poco más se sabe del devenir vital de Angulo durante los años postreros de su vida, hasta su muerte en fecha desconocida.

La propensión hacia Góngora corre pareja a los avatares biográficos e intelectuales de Angulo, que mantuvo un intenso interés por la defensa y canonización del poeta desde, al menos, principios de la década de los treinta hasta los umbrales de 1650. Sin embargo, y según analizaré más tarde, sólo dos de sus cuatro grandes proyectos gongorinos llegaron a pasar por las prensas; los otros dos quedaron en el dique seco del manuscrito, lo cual no deja de representar un fracaso cuando el autor los ha concebido para ser impresos y ha luchado para consumar tal aspiración. Lo que conservamos de su obra de creación no le daría ni siquiera para pasar con estrecheces a la posteridad: la veneración por Góngora mediatiza en exceso el valor estético de su única obra creativa de alto aliento, el centón de versos gongorinos titulado Égloga fúnebre (1638), al igual que ocurre con otros dos poemas más modestos, las octavas inmaculistas de las Fiestas lojeñas de 164019 y los Epitafios celebrativos con ocasión del fallecimiento de la reina Isabel de Borbón (1645)20.

En 1639, un mediano soneto suyo sale impreso en las Lágrimas panegíricas, corona lírica en memoria del fallecido Juan Pérez de Montalbán, lo cual podría hablarnos de cierta notoriedad de Angulo a nivel nacional, si bien es cierto que el prurito acumulativo de este tipo de homenajes poéticos –más de ciento setenta autores participan en el volumen– también debe hacernos mirar con distancia la presencia en él del lojeño, que no dejaría de ser una gota en el vasto torrente de ingenios mayores y menores que engrosa el libro. Su inclusión como poeta de justa, por otra parte, en el conocido impreso de Paracuellos, Elogios a María santísima (1651), vendría a mostrar que Angulo estuvo conectado con la actividad socio-cultural de la capital granadina en las décadas centrales del siglo XVII. Granada brindaría a Angulo las posibilidades y resortes que Loja le negaba –si bien, cuando se estampa la compilación de Paracuellos, Angulo reside en Osuna–, no en vano en la ciudad bullían las manifestaciones públicas y privadas de los círculos letrados y las iniciativas civiles y eclesiásticas dinamizaban el discurrir de los días de la urbe21, que fue encarecida así por Angulo en la Descripción (¿1649?) que le dedicó: «por plumas y espadas es y siempre ha sido célebre Granada e envidiada. […] De policía, gala y despejo en los hombres, y en todos cortesanía, agrado, culto y lenguaje digno de toda discreción y del ingenio más elevado»22.

A caballo entre ese apego al terruño y el orgullo identitario de pertenencia a una parentela esclarecida, fluctúa la que tal vez fue o pudo haber sido –le faltó, según parece, el espaldarazo definitivo de la imprenta– una de las obras más enjundiosas de Angulo, fuera de su actividad a favor de Góngora: me refiero a la Historia apologética, o Cronicón póstumo23. Los hermanos Angulo –nuestro Martín y Jerónimo del Pulgar y Sandoval– la idearon y forjaron como un libro de perfil histórico que cantara elogiosamente la trayectoria, sobre todo guerrera, de su «tercero abuelo materno», Hernán Pérez del Pulgar, para, al mismo tiempo, desmentir las inexactitudes que sobre el personaje habían difundido otros historiadores. La Historia, que ya estaba terminada y revisada por Ustarroz en 1651, no llegó –que se sepa– a imprimirse, pero circularon varias copias manuscritas, no localizadas hoy24.

En cuanto a la obra relacionada con su militancia gongorina, además de las Epístolas satisfactorias, tenemos otras muestras: se conocen testimonios materiales, datos, noticias e indicios más que suficientes para afirmar que su labor crítica y apologética en torno a Góngora se diversificó en varias empresas de calado y resultado desiguales en que se afanó durante gran parte de su vida. Debemos considerar, por tanto, actualmente en su producción de temática gongorina:

  • - Dos obras impresas: las Epístolas y la Égloga fúnebre.
  • -  Una manuscrita y preparada para la imprenta, pero inconclusa: el volumen de Varias poesías.
  • -  Un manuscrito, el del Antifaristarco, que permanece hasta la fecha en paradero desconocido, pero con la certeza de que existió –y en un estadio de redacción muy avanzado, por cierto– y estuvo a punto de imprimirse.
  • - Un par de textos, la Centuria y la Defensa de los errores, títulos hipotéticos de dos obras progongorinas que Angulo menciona como proyectos previstos o en marcha, aunque no sabemos hasta qué grado de profundidad avanzó su hechura.

Se suma a todo ello la más que posible relación de Angulo con dos importantísimas colecciones manuscritas de índole gongorina25. Este corpus documental hace de Angulo uno de los más prolíficos y versátiles defensores de Góngora durante la polémica. Pero vayamos por partes.

Apenas contaría Angulo con cuarenta años cuando podría haber empezado a trabajar en un ambicioso manuscrito recopilatorio de poesía gongorina, cuya portada principal dice: Varias poesías y casi todas las que compuso aquel ilustre, ingeniosísimo, erudito y doctísimo varón don Luis de Góngora, natural de la ciudad de Córdoba, racionero de su santa Iglesia, capellán de las S., C. y R. Majestades de don Felipe 3 y 4. Recogidas y restituidas a su más cierto original con mucho trabajo, solicitud y cuidado; de muchos, copiosos y buenos papeles, y verdaderas noticias de varios muy curiosos y entendidos sujetos de Córdoba, Granada y otras partes, deudos, amigos y contemporáneos de su autor; y en este volumen comentadas y de su mano escritas por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja, año MDCXXXIX26. Sabemos que Angulo trabajó paralelamente en la redacción de las Epístolas satisfactorias y en la confección de parte de este manuscrito, cuya ejecución se prolongaría, al menos, hasta finales de la década de 1630. El volumen presenta tres bloques (la colección poética gongorina dividida en dos partes y, al final, un repertorio de cartas de don Luis) y reúne las obras literarias de Góngora, excepto las letrillas, las décimas, las Soledades y la comedia del Doctor Carlino, si bien no es descartable que Angulo tuviera planeado incluirlas27, intención que no se culminó por haber quedado interrumpida la hechura del manuscrito, que está claramente inacabado.

Las Varias poesías hubieron de concebirse como uno de los muchos mss. integri que recogieron la obra de Góngora, en consonancia con una tendencia ciertamente vigorosa que venía consolidándose desde varios lustros atrás y que hizo proliferar de modo llamativo las compilaciones manuscritas –con vocación de exhaustividad y salvaguarda textual– de las poesías gongorinas, muy apetecidas en determinados círculos letrados y, además, maltratadas en sus primeras ediciones impresas no comentadas (Vicuña en 1627, Hoces en 1633), como se encargaron de denunciar muchos partidarios de Góngora, Angulo entre ellos. Pero el manuscrito que nos ocupa presenta asimismo un valor añadido, que, por cierto, tampoco es ajeno a una deriva de la polémica en boga por aquellos años: someter la poesía de Góngora a un ejercicio sistemático de anotación, ateniéndose a las convenciones del comentario filológico, modus operandi que vivía en la tercera década del XVII un momento álgido, con los imponentes comentarios impresos de Salcedo Coronel («Polifemo» comentado, 1629; «Soledades» comentadas, 1636), Pellicer (Lecciones solemnes, 1630) o Salazar Mardones (Ilustración y defensa, 1636). Ese prurito ilustrador con que Angulo quiere presentar la obra gongorina se deja claro ya desde la portada del ms., donde se alude a las «poesías de Góngora… en este volumen comentadas»; de otro lado, la propia disposición tipográfica –por así decirlo– del códice revela la previsión de una labor escoliasta que se frustró: las páginas están estructuradas mayoritariamente en dos columnas, la que ocupa el texto que se copia y otra –casi nunca cumplimentada– que aparece encabezada con la sintomática designación de «Notas», a la que se une en algunos casos una tercera columna, la de los «Argumentos», denominación que da Angulo a las aclaraciones marginales que adosa a ciertos poemas. Parece bastante probable, en fin, que Angulo albergara la idea de dar el manuscrito a la imprenta, situación que, de haberse producido finalmente, habría colocado a Angulo en una posición privilegiada y equiparable a los grandes comentaristas gongorinos de los años treinta28.

Quizás haya que buscar alguna explicación para aquel fiasco en el solapamiento de textos polémicos en que se vio envuelto Angulo por aquellos años; no en vano, la Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de versos entresacados de sus obras (Sevilla: Simón Fajardo), su obra de creación conservada más ambiciosa, salió impresa en 163829. La Égloga está confeccionada mediante la técnica del centón, ingenio poético hacia el que Angulo mostró inclinación durante su trayectoria creativa y en cuyo cultivo se le puede considerar uno de los precursores dentro de la literatura áurea española. El poema consta de 81 estancias, que suman alrededor de un millar de versos, y combina –o, más bien, funde– los pasajes narrativos de corte biográfico con las estampas simbólicas de impronta mitológica. El alcance de la Égloga fúnebre es incluso mayor que el que pueda tener por sí solo un elogio poético de corte biográfico con carácter mitificador y/o canonizador, ya de por sí relevante para situar esta obra en la espiral de la polémica en torno a Góngora: a la carga de homenaje a un dechado memorable que lleva implícita la práctica centonista, se añade en el caso de la Égloga de Angulo el uso de un, digamos, lenguaje crítico y otras cuestiones limítrofes que proyectan a las claras la obra en el contexto de los debates sobre la nueva poesía.

Como ya insinuó Cruz Casado30, no es descabellado sospechar que Angulo y Pulgar ideara su Égloga fúnebre como un «tardío homenaje póstumo»31 que entrara en competencia con el más que contundente ejercicio de reverencia y canonización que, a mayor gloria de uno de los grandes adversarios del cordobés, Lope de Vega –recién fallecido–, había sido orquestado poco antes: me refiero a la sonada Fama póstuma a la vida y muer­te del doctor fray Lope Félix de Vega Carpio y elogios panegíricos a la inmor­talidad de su nombre (Madrid: Imprenta del Reino, 1636), abanderada por Juan Pérez de Montalbán32. Góngora, al morir, no fue obsequiado con ninguna honra de ese calibre por parte de la república literaria, y había que desagraviarlo por tan injusta omisión, sin permanecer impasible ante la rotundidad de aquel reconocimiento público y prestigioso –por sus participantes y por la mediación de la imprenta–, máxime cuando el nombre de Angulo se había visto envuelto en el mismo, al parecer, sin su consentimiento. Así, en los «Argumentos de cada estanza» (ff. 18r-20v), proporciona Angulo una reveladora pista al respecto, cuando dice: «propone cómo los poetas de España han impreso a otro Fama póstuma, loándole la abundancia, claridad y dulzura de sus versos. […] Opone a esta alabanza la que la misma Fama canta por don Luis, dice por lo que admiran sus versos, hace epílogo de algunos grandes sujetos que loan y celebraron a don Luis y sus poemas» (f. 19v)33.

Poco después de la publicación de la Égloga, emprendió Angulo la elaboración del Antifaristarco34, respuesta suya a la publicación de las Lusíadas de Luis de Camoens…comentadas por Manuel de Faría y Sousa (Madrid: Juan Sánchez, 1639), donde el poeta portugués arremetía duramente contra Góngora. Sabemos que Angulo ya trabajaba en la réplica a Faría en 1641 y, gracias a las cartas cruzadas por el triángulo Ustarroz-Mardones-Angulo durante la década siguiente35, tenemos testimoniado con cierto pormenor el avance del proyecto y su descalabro editorial36.

Ustarroz jugó un papel importante en la elaboración de la obra, por cuanto facilitó a Angulo la consulta de algunas apologías gongorinas que poseía y lo surtió de noticias varias que el lojeño debió de aprovechar en el Antifaristarco. Concluida la primera fase de acopio de materiales y al tiempo que irían llegando nuevos papeles para revisar y consultar, Angulo debió de seguir trabajando en el Antifaristarco, cuyos distintos estadios de redacción y enmienda se prolongaron unos tres años. Una carta suya a Ustarroz, datada el 1 de agosto de 1645, nos da noticia de que el texto estaba terminado37, pero ni llegó a imprimirse nunca –a pesar de las múltiples gestiones urdidas por Angulo– ni ha podido localizarse hasta la fecha ninguna copia manuscrita del documento.

En la misma carta del 1 de agosto de 1645 citada arriba, donde Angulo notificaba a Ustarroz que había concluido su Antifaristarco y tenía intención de enviarlo a Madrid copiado en limpio, el gongorista lojeño hace referencia a una obra propia de tema gongorino, que ha pasado inadvertida para los estudiosos, cuyo hipotético título, Centuria…, habría sido anunciado en una carta anterior a Ustarroz. Los escasos datos disponibles parecen indicar que se trataba de una obra que reuniera todas –o las más acreditadas– menciones laudatorias a Góngora por parte de sus contemporáneos, tanto españoles como extranjeros38.

Y aun menos conocemos sobre otra obra de temática gongorina que Angulo confiesa tener la intención de componer en una carta a Ustarroz del 1 de mayo de 1646, con unas características semejantes a la Defensa de los errores que introduce en las obras de don Luis de Góngora don García de Salcedo y Coronel, su comentador, del erudito aragonés. Respecto al título, Angulo es tajante y afirma que le dará el «mismo título» que Ustarroz había usado para dar nombre a su texto análogo, por lo que podemos aventurar que el escrito del lojeño estaría encabezado por un rótulo semejante a este: Defensa de los errores que introduce... Parece lógico conjeturar que lo que Angulo pretendía no era escribir también una obra replicando a Salcedo, sino un texto que rebatiera a aquellos que, aun siendo afectos a Góngora, se hubieran permitido censurar algunos lugares de su obra poética, como hizo el comentarista sevillano. Poco más sabemos sobre la ejecución de este trabajo gongorino –que, si llegó a existir, no ha sido localizado hasta la fecha–, aunque todo indica que Angulo debió de tomarse muy en serio su hechura, si atendemos a algunos datos de su epistolario con Ustarroz39.

3. Cronología §

Tratándose de una obra impresa que, además, responde a otra también salida de la imprenta, podría parecer que datar las Epístolas satisfactorias de Martín de Angulo y Pulgar no entraña demasiada dificultad, pero la realidad es que, si damos crédito a ciertos datos ofrecidos por Angulo, la tarea de precisar dicha cronología de la manera más exacta posible y de determinar prioridades entre las dos cartas que forman el volumen, se complica.

Por una parte, aunque los textos de Cascales a los que responde Angulo fueron compuestos y divulgados aproximadamente una década antes de darlos a la imprenta, el hecho de que Angulo localice la mayoría de sus citas literales de Cascales indicando el folio concreto del impreso donde aparecen nos obliga a aceptar que la Epístola primera sólo pudo ser redactada –o concluida– con posterioridad a la divulgación impresa de las Cartas filológicas, que no pudo tener lugar hasta febrero o marzo de 1634, pues su requisito legal más reciente, «Suma de la tasa», está fechado el seis de febrero de 163440.

De otro lado, cuando Angulo está elaborando su Epístola segunda ya tenía ultimada o, al menos, bosquejada, la primera, porque, entre otras cosas, Angulo remite a esta en varias ocasiones a lo largo de aquella41. El terminus ad quem, en fin, tanto para la Epístola primera como para la segunda habría que situarlo en el verano o principios del otoño de 1635, ya que la fecha del paratexto más antiguo de las Epístolas, la «Aprobación», es el diecisiete de noviembre de 1635.

Ahora bien, el veinte de abril de 1635 es la fecha que figura en el pie de firma de la dedicatoria «A don Fernando Alonso Pérez del Pulgar, señor de la villa del Salar», que antecede a ambas Epístolas satisfactorias; en dicho texto preliminar, Angulo se refiere a las dos cartas, la que responde a Cascales y la que hace lo propio con el ignoto correspondiente42, de manera que ya las había escrito o, cuanto menos, tenía intención de escribirlas. Eso quiere decir, a su vez, que para esa fecha Angulo ya había recibido la misiva del remitente para nosotros anónimo, que contenía la censura antigongorina que dio pie a la Epístola segunda. Según Angulo, esa carta del «sujeto grave y docto» llevaba la fecha de «7 de mayo de este año»43: si en abril de 1635, como digo, sabemos que Angulo ya tenía en su poder el texto que propició la Epístola segunda –puesto que ya habla de ella en la citada fecha–, ese mes de mayo sólo puede ser el de 1634.

Aceptar esta secuencia cronológica supone aceptar consecuentemente que Angulo redactó una primera versión de la Epístola primera entre febrero y abril de 1634 aproximadamente, porque la supuesta carta de 7 mayo de 1634 que recibe Angulo es, a su vez, la respuesta a una carta anterior del lojeño, en la que envió a su interlocutor una copia manuscrita –quizás un borrador– de sus réplicas a Cascales44. ¿Por qué, entonces, la Epístola primera se abre de esta manera: «a esta ciudad de Loja llegaron las treinta Cartas filológicas, divididas en tres décadas, que vuestra merced, señor licenciado Francisco de Cascales, dio a la estampa el año pasado de 1634» (f. 1r; la cursiva es mía: indica que Angulo escribe esto en 1635); y además está firmada y fechada en julio de 1635?45. Se me ocurre que pudo suceder lo siguiente: Angulo abocetó con más o menos detenimiento la Epístola primera durante los primeros meses (febrero, marzo, abril) de 1634, antes del mes de mayo de ese año la envió manuscrita al «sujeto grave y docto» –es de suponer que solicitándole su parecer sobre ella–, este le contesta con una carta en la que vilipendia a Góngora, y Angulo se siente conminado a rebatirlo con otro texto polémico, la Epístola segunda. A partir de este momento, es posible que Angulo se centrara en la confección de este último texto y, una vez concluido, retomara la Epístola primera para pulirla y rematarla definitivamente de cara a su impresión: esas labores de lima pudieron comenzar en torno a un año después, en la primavera de 1635, y prolongarse hasta el verano de ese año, de ahí la fecha de la dedicatoria, antes aludida (abril, 1635), y la del ya citado pie de firma de la Epístola primera (julio, 1635). Soy consciente de que puede parecer un proceso algo dilatado para dos textos relativamente breves y que abordan con ligeras diferencias los mismos asuntos, pero hay que tener en cuenta que, a la par que trabajaba en las Epístolas, Angulo estuvo enfrascado en otra empresa progongorina de gran envergadura: su manuscrito de Varias poesías.

 

4. Estructura §

Las Epístolas satisfactorias, y particularmente la primera de ellas, tienen en muchas de sus vertientes críticas visos de tratado o de discurso sistemático46; en este sentido, me parece muy elocuente que Angulo estructure su Epístola primera con las críticas de Cascales como referente pero ateniéndose a una esquematización de las mismas, debida a su propia cosecha, que Angulo coloca al frente de su texto y marca claramente las pautas compositivas de este. De manera muy inteligente, Angulo extracta de las epístolas de Cascales un conjunto orgánico de «objeciones» que le permite abordar de manera ordenada e interrelacionada todos los asuntos que le parecen insoslayables para explicar y defender a Góngora; esa operación determina la médula teórica y argumentativa de la Epístola primera. Ese conjunto orgánico es verbalizado por Angulo de este modo:

Número 2. Todo el tema de estas cartas de vuestra merced se resuelve en seis objeciones: tres afirmativas, dos negativas y una, digámosla, indiferente. La 1. Las transposiciones o hipérbatos o transtruecos. La 2. Las metáforas o translaciones. La 3. La oscuridad que de todo resulta. La 4. Que esta oscuridad no resulta de las voces nuevas. La 5. Que ni de la recóndita doctrina que tienen estos poemas. La 6. Que por la falta de los artículos queda vizcongada la oración en estas obras (ff. 6v-7r).

Así, la Epístola primera se compone de un sucinto preámbulo y doce secciones o capítulos («Números», los llama Angulo), encabezados por su correspondiente rótulo, lo cual no hace sino remarcar su condición de apartados independientes –aunque forzosamente conectados, como se encarga de hacer visible Angulo en más de una ocasión– y reflejar, por tanto, una meditada voluntad de segmentación sistematizada de la exposición. Si tuviéramos que establecer un parangón entre las partes canónicas de la epístola y la estructura del texto de Angulo, podríamos decir que el prefacio y el «Número 1» serían herederos de los arquetípicos exordio y propositio, por cuanto recogen varios tópicos proemiales como la humilitas, la ocasión y justificación de la necesidad del escrito o la declaración concisa de su objetivo. Lo comprendido entre el «Número 2» y el «Número 11» haría las veces de probatio: así, los parágrafos 2 a 7 se ocupan de refutar las seis proposiciones antes comentadas y el resto hace lo propio con cuestiones de menor enjundia, excepto el 8, que afronta el trascendental asunto del género de las Soledades; por tanto, el verdadero meollo de la Epístola primera se cifra entre el «Número 2» y el «Número 8». El último capítulo, «Número 12», por su parte, constituiría la peroratio, donde Angulo pone en práctica las armas más afiladas de la epístola familiar y vapulea a Cascales aplicándole algunas de las invectivas, cáusticas reconvenciones y recomendaciones de malévolo tono condescendiente que el murciano había hecho caer sobre otros ingenios en varios textos de sus Cartas filológicas.

La Epístola segunda, siendo menos extensa y algo más superficial, presenta una estructuración bastante semejante a la primera. Dividida en siete capítulos, precedidos de un brevísimo y convencional prefacio, Angulo organiza en ella el discurso como una sucesión de contestaciones a otras tantas «proposiciones», una por apartado, de modo que el tronco principal del texto radica entre el «Número 1» y el «Número 4». Dichas «proposiciones» son:

  • - «Si don Luis no hubiera dejado el zueco, el primer hombre fuera de nuestra nación en lo burlesco y satírico. Por haberse calzado el coturno ha perdido con muchos lo ganado y yo soy uno de ellos» (f.43r).
  • - «Lo material de estas obras es muy trivial» (f. 43v).
  • - «Lo formal (si lo es el lenguaje) es muy extraordinario» (f. 47r).
  • - «Son muchas las licencias de don Luis» (f. 50r).
  • - «Si leo el Arte de Horacio y Aristóteles para lo teórico y un poema de los celebrados para lo práctico, descubriré en don Luis muchas faltas» (f. 52v).
  • - «Grande falta es haber de ofender a tantos doctos, diciendo que por muy sublime no lo entienden» (f. 53v).
  • - «Que he de ser sectario o cismático, mientras no lo enmendare, en el juicio de los hombres graves, o andar en el corro de los poetillas» (f. 54r).

Este conjunto de reprensiones contra Góngora, que Angulo refuta y que determina la organización de la Epístola segunda, debe de ser también fruto de una recapitulación y ordenación operadas por el propio polemista, que habría puesto en práctica, por tanto, una técnica muy parecida a la desplegada en la Epístola primera. Así parece confirmarlo el hecho de que las críticas sean dispuestas por Angulo para rebatirlas de mayor a menor importancia, dejando para el principio las que atañían a problemas capitales de los poemas mayores como la deriva hacia lo heroico y la ligereza de sus contenidos o la sublimidad de la elocutio, y despachando al final cuestiones menos específicas y que incumbían más a la sociología de la recepción que a posicionamientos teórico-literarios.

 

5. Fuentes [Los polemistas como autoridades teóricas] §

La autoridad teórica a la que más apela Angulo es, con diferencia, Quintiliano (Instituciones oratorias), seguida a cierta distancia, en cuanto a número de menciones, de Horacio (Arte poética, fundamentalmente, así como sus Epístolas y Sátiras), Cicerón (El orador, Sobre el orador, Sobre la naturaleza de los dioses, Del supremo bien y del supremo mal y también la Retórica a Herenio, que Angulo cree obra ciceroniana) y Aristóteles (Retórica y Poética). En definitiva: el canon por antonomasia de la preceptiva literaria antigua. De otra parte, el paradigma de autoridades poéticas, creativas, queda configurado principalmente por Marcial, Ovidio y, sobre todo, Virgilio, aunque estos autores no sólo son aludidos como fuentes de inspiración para Góngora o como modelos de excelencia poética con quienes equiparar o justificar sus hallazgos estéticos, sino que en muchas ocasiones Angulo entresaca de las composiciones de los referidos poetas clásicos versos puntuales que, por su contenido, son capaces de aportar valores teóricos o pseudoteóricos a un determinado razonamiento, de manera que sirven al polemista como argumentos en reflexiones de índole teórico-literaria. Además de a todos esos nombres enumerados, se acude más ocasionalmente a Propercio, Lucrecio, Séneca, Scalígero, Justo Lipsio, Tasso, Petrarca, Bembo, entre otros, sin olvidar la aparición del dúo español formado por Mena y Garcilaso, cuya concurrencia en las Epístolas comporta unas implicaciones singulares, como he estudiado en otro lugar47.

Por otro lado, y dada su especial ubicación cronológica, las Epístolas dialogan con los textos polémicos antecedentes concediéndoles un estatuto de autoridad inédito hasta entonces. Así, Angulo inserta en su discurso varios plagios y paráfrasis muy evidentes de otros textos polémicos, como hace con la Respuesta de Góngora, de la que se trasladan varios fragmentos sin apenas separarse del original. Aunque Angulo no declara abiertamente el origen de esos pasajes de sus Epístolas, este sería bastante transparente para los lectores iniciados, por lo que nos encontramos ante un procedimiento de canonización implícita o parcialmente manifiesta de textos capitales de la polémica –ya he hablado de la Respuesta gongorina; también se da con el Examen del «Antídoto» del abad de Rute–, cuyo aprovechamiento en las Epístolas, aunque no confesado a las claras, resultaría, no obstante, notorio para los receptores potenciales de la obra de Angulo.

Y en relación con todo ello está también la contribución más llamativa, aunque también más esporádica, de Angulo respecto al manejo de textos coetáneos como fuentes críticas: el uso bibliográfico o libresco de otros documentos de la controversia, de donde extrae incluso citas literales remitiendo a la fuente específica, lo cual “canoniza” explícitamente como autoridades a algunos partidarios de Góngora que habían publicado o divulgado textos durante la polémica; ese proceder, que puede parecer más lógico cuando la obra citada es un impreso –ocurre con las Lecciones de Pellicer48–, presenta mayor originalidad cuando el texto aducido es manuscrito: así ocurre con las Anotaciones y defensas a las Soledades de Pedro de Díaz de Rivas, uno de cuyos pasajes más célebres, según veremos, es citado literalmente como argumento de autoridad por Angulo, quien con este gesto viene de alguna manera a canonizar la vertiente manuscrita de la polémica –más determinante y sugestiva que la impresa en muchos casos– o, al menos, los hitos más representativos de aquella.

Un buen ejemplo de lo que vengo explicando es la táctica planteada por Angulo para rebatir la postura de Cascales sobre los fines de la poesía al hilo de sus reflexiones sobre el cultismo. Con cierto desabrimiento, el gramático murciano calificó la poesía mayor gongorina de «inútil», por considerarla inclasificable dentro de la taxonomía genérica tradicional e inservible para alcanzar cualquiera de las metas que debía perseguir todo texto poético cabal, esto es, enseñar, deleitar y conmover. Según el sentir de Cascales, el origen de todo ello era, por supuesto, la oscuridad; Angulo, sin renegar de ella, dando por sentado que su concurso en los poemas de Góngora era más que lícito, no dejó sin rebatir ninguna de las reprimendas de Cascales al respecto. Así, en el capítulo «Número 8» de la Epístola primera Angulo elabora un razonamiento en el que, como hizo Cascales en su Epístola X, entrelaza dos cuestiones muy disputadas, la del género de las Soledades y la de la finalidad de la poesía, sumándose de esa manera a una recurrente y aquilatada discusión, que propició páginas memorables de la polémica, algunas de las cuales pueden vislumbrarse en la cita de abajo. Lamentablemente, en vano buscaremos una definición genérica tajante de Angulo para la silva gongorina, que es el poema concreto al que parece estar refiriéndose en buena parte de los enunciados que cito a continuación, pero si los leemos a la luz de otros hitos críticos afines, como es procedente y necesario hacerlo, adquieren una mayor trascendencia:

¿Cómo es inútil (en la opinión de vuestra merced) para poema heroico, si le reprehende el uso de las metáforas y transposiciones, virtudes propias de él; […] Y si estas no fuesen propias virtudes de un poema heroico, ¿no asintiera vuestra merced, folio 151, página 2, con el maestro Pedro González de Sepúlveda, a que debe ser majestuoso y grave? […] Luego útil es su poesía para poema heroico. ¿Cómo es inútil (según vuestra merced piensa) porque no es buena para poema lírico, si pinta cazas, alegrías, prados, fuentes, grutas, arroyos, navegaciones, bodas, bailes, juegos, saltos, luchas y carreras, aventajándose a tantos poetas? Y vuestra merced asiente a que el poema lírico tiene propio carácter, estilo y lenguaje: es, a saber, florido, ameno, hermoso y dulce. Y en folio último dice que la poesía lírica la hicieron de la ditirámbica y gnómica, compuesta de mil galas, extendiendo la materia a variedad de cosas, como hizo Píndaro y otros49. […] Y considerando desapasionadamente los efectos de estos y otros poemas de don Luis, ¿cómo es inútil el que por tan poético y nuevo admira tanto que, sin entender todos esta poesía, hay pocos que de la bondad de lo que entienden no infieran que la tiene lo que no alcanzan? La que ayuda y mueve para ser grandes poetas y aprovecha a la educación de cualquier estudiante, avivándole su entendimiento (pues crece con cualquier acto), esforzándole a entender con el trabajo lo que en la lectura superficial no se deja comprehender fácilmente, ¿cómo es inútil? Y ¿cómo lo es la que ha sacado de vulgar la poesía castellana y realzado la lengua a grado superior, pues ya no hay quien para acertar no le imite y se ufane, si lo consigue? La que, en quitándole a lo difícil de la letra lo misterioso que encierra, tanto deleita al lector con su gala y novedad, ¿cómo es inútil? (ff. 29v-30v).

El laconismo de estas réplicas a Cascales –sobre todo en las que se refieren de manera específica a la filiación genérica– implica que Angulo no se muestre aquí especialmente hondo ni convincente, pero, desde luego, supo elegir bien sus fuentes para encontrar un asidero con el que apuntalar sus juicios en una tesitura dialéctica de la que no resultaba fácil salir airoso. Si Angulo quiso, como parece, defender el polimorfismo y el carácter “lírico” de las Soledades, acertó al inspirarse en los dos partidarios de Góngora que con más soltura apostaron por esa delimitación genérica del poema, el abad de Rute y Pellicer, quienes enunciaron en su Examen del «Antídoto» y en sus Lecciones solemnes, respectivamente, opiniones de las que bebe claramente Angulo en su reflexión citada arriba. Esta circunstancia, al igual que otras muchas de las Epístolas satisfactorias, volvería a revelar que, a pesar de desarrollar su labor en una fase más bien tardía de la polémica, Angulo, buen conocedor de los resortes y los documentos de la recepción crítica de Góngora, se sentiría de alguna manera partícipe de una tendencia crítica de gran calibre y recorrido como fue la sanción teórica de la poética mayor gongorina, movimiento que durante la segunda y tercera década del siglo XVII constituyó un entusiástico punto de encuentro para muchos y buenos eruditos andaluces, inscritos fundamentalmente en un eje geográfico y cultural (Córdoba-Antequera-Granada) que, por nacimiento y residencia, tocaba de cerca a Angulo.

Asimismo, Angulo desmiente en este caso a Cascales recuperando valiosos argumentos de la susodicha carta de Góngora, hasta el punto de que no hizo sino copiar literalmente y parafrasear de una manera muy traslúcida jugosos pasajes de la misma. Así, Angulo vuelve los ojos al texto gongorino para aseverar que la oscuridad es útil por cuanto instruye y gratifica el entendimiento del lector dispuesto a emplearse en su dilucidación. Por tanto, si Góngora fue oscuro, más que un desdoro, hay que ver en esa estética el triunfo de una poesía que se oculta con justicia a los ignorantes y que ha logrado, por fin, que el castellano pueda competir en potencial y grandeza con el latín.

Cabe preguntarse, en cualquier caso, cómo hay que interpretar la naturalidad con que Angulo echa mano de argumentos ajenos sin apenas cribarlos o someterlos a una elaboración personal. Se debe partir de la base de que durante la polémica fueron muy frecuentes las coincidencias teóricas y doctrinales entre los aficionados a Góngora; ahora bien, dicho esto, también resulta obligado admitir que en el caso de Angulo, una de las necesidades en que se traducen sus carencias –que las tuvo– es la inclinación a transcribir o remedar con cierta asiduidad palabras de otro para redondear sus razonamientos. Sin embargo, junto a ello, no se puede obviar que las Epístolas satisfactorias se redactan y publican en un período tardío de la polémica, un momento en el que los esfuerzos por legitimar teóricamente a Góngora han dado ya eminentes frutos, de modo que estaba de sobra justificado que Angulo imprimiera a su obra ese aire recapitulador, a veces muy evidente, como ocurre en el «Número 4» de la Epístola primera, según veremos. Y será justo reconocer que, si Angulo quiso ensayar, en cierto modo y dentro de lo que le permitieran sus cualidades, un –digamos– epítome de la polémica, ostentó una asimilación bastante certera y perspicaz de los mejores jalones apologéticos de aquella.

Así se comprueba en el capítulo «Número 1» de la Epístola segunda, en el que Angulo sale al paso de la acusación de frivolidad que el «sujeto grave y docto» habría espetado contra la poesía mayor de Góngora. Angulo arma parte de su respuesta apoyado en las citas de dos fuentes de gran alcance, una que declara, las Anotaciones y defensas a las Soledades de Díaz de Rivas, y otra que silencia –seguramente ni siquiera sería necesario resaltar la procedencia–, las Lecciones solemnes a las Soledades de Pellicer. Tanto el uno como el otro hablaron de un supuesto programa poético frustrado, el de componer cuatro Soledades, cuya mención rescata Angulo con el apoyo de esos otros juicios críticos para demostrar la profundidad conceptual del poema:

La segunda es: lo material de estas obras es muy trivial. Y mirando la más dilatada que compuso, que llamó Soledades, dice el licenciado Pedro Díaz de Rivas, en el magistral comento que hizo a las dos, que habían de ser cuatro, en similitud de cuatro edades del hombre. Y aunque la autoridad de este sujeto por sí y por ser patriota de don Luis, con quien comunicó estrechamente, es grande prueba de esto, no la hace menor ver que en la Soledad primera, intitulada De los campos, pinta la juventud con amores, juegos, bodas y alegrías. La segunda (que aun no acabó), llamada De las riberas, trata de la adolescencia, con pescas, músicas y cetrería. La tercera, dice el licenciado Rivas, que había de ser De las selvas y hablar de la virilidad y prudencia con cazas y monterías. Y la cuarta, que había de tratar de la política, pintando un yermo, semejanza propia de la senectud. Según esto, cuanto al objeto material, ya están fuera de triviales estas obras. Y si miramos lo útil de ellas, no sólo hallaremos singular doctrina para ser gran poeta el que la imitare, pero en lo moral muchas virtudes y ejemplos graves (ff. 43v-44r).

El retablo de las cuatro Soledades asoma en el texto de Angulo con una intención muy parecida a la que movió en su momento a Pellicer y, sobre todo, a Díaz de Rivas, que tuvo que hacer frente al prurito contenidista de Jáuregui. A pesar de que la solemnidad y ejemplaridad aducidas por estos apologistas quedarían muy diluidas en el estadio redaccional en que el poeta cordobés habría dejado la silva, el dato -infundado o no- de que Góngora concibió las Soledades como un itinerario alegórico y simbólico fue aprovechado para replicar a los antigongorinos, quienes, soslayando esa supuesta urdimbre temática planeada por Góngora o estando ayunos de tales datos, menospreciaron la aparente inconsistencia de aquella frágil narración sobre las peripecias de un náufrago ignoto entre pastores y pescadores, expresada, para colmo de males, en un estilo elevado que no cuadraba con la escasa gravedad de la «traza desta fábula», por decirlo con palabras del Antídoto. Angulo, por su parte, hizo suyas muy inteligentemente aquellas informaciones privilegiadas, pero aminoró mucho su prestancia con la línea argumentativa emprendida en las páginas siguientes, pues acomete el examen de un puñado de pasajes muy concretos de las Soledades con cierto tinte noble o moralizante, por lo que atomiza y trivializa el calado de la visión global y orgánica de las cuatro Soledades que él mismo había expuesto justo antes. A pesar de esos esfuerzos, algo pueriles y afectados, por espigar aquí y allá pinceladas enjundiosas en las Soledades para ponerlas a salvo de la consabida acusación de insustancialidad, el capítulo finaliza con unas sugerentes observaciones de Angulo:

Si a sus poemas grandes faltasen materias graves o no hiciese alguno de grande objeto que lo fuese, no por lo mismo se les niega la estimación a Horacio, Tibulo, Catulo ni Propercio entre los latinos, ni a Garcilaso entre los castellanos. Ni el ser la materia menos noble disminuye la grandeza de los grandes poetas, antes descubre más el ingenio, como de Claudiano lo juzgó Escalígero: maximus (dice) poeta Claudianus, solo argumento ignobiliori oppressus, addit de ingenio quantum deest materiae [‘Claudiano, grandísimo poeta, al que daña solo lo escasamente noble de sus asuntos, aporta de ingenio cuanto le falta de materia’] (ff. 46r-46v).

Con llamativa modernidad, Angulo pone en cuestión la supremacía del contenido para sostener que la excelsitud de un poeta no tiene por qué medirse en función de lo elevadas que sean las materias que toca. La propuesta de Angulo parece brindar un testimonio renovado –aunque más tibio y tenue, eso sí– de algo que ya había sido planteado por otros críticos muy solventes y, con suma brillantez, por Díaz de Rivas en sus Discursos apologéticos, como fue la negación de que el estilo sublime, meta inexorable para todo poeta que se preciara de serlo, tuviera que ir necesariamente aparejado a unos contenidos que lo justificaran y certificaran así el decoro que demandaba la preceptiva tradicional. Angulo pretende resaltar además la eminencia de Góngora como poeta no épico, sino lírico, porque paradigmas de lo lírico son los poetas latinos con los que Angulo equipara a Góngora, cuyo sugestivo lirismo –viene a decir el lojeño– nada tiene que envidiar a la nombradía de Garcilaso, el poeta lírico castellano por excelencia. La efectividad de esta jugada argumentativa queda fuera de toda duda, porque los autores citados son escogidos con gran fineza y sopesada pretensión, pero el sentir de Angulo no sólo destaca por su eficacia persuasiva, sino porque bien podría responder a una mentalidad asentada entre los círculos gongorinos: no se olvide, en este sentido, que el propio Angulo, en otro capítulo de las Epístolas, sugiere el diversificado carácter lírico de las Soledades y se basa para ello en la autoridad de Fernández de Córdoba y Pellicer.

Asimismo, la analogía entre Góngora y Claudiano que Angulo establece en la cita de arriba, posee un innegable y sólido trasfondo, pues, como estudió monográficamente Castaldo50, la influencia del alejandrino, uno de los máximos exponentes de la poesía de la latinidad tardía, en la poética mayor de Góngora es notabilísima; hasta el punto de que otro ilustre comentarista gongorino, Salcedo Coronel, pudiera afirmar en el Segundo tomo de las Obras de don Luis de Góngora, comentadas. Primera parte (Madrid: Diego Díaz de la Carrera, 1644, p. 32) que «a ningún poeta imitó más don Luis que a nuestro Claudiano». Angulo, aun sin poder competir ni con la hondura exegética de otros críticos ni con el caudal de información de que estos disponían, demuestra, con la oportunísima y bien calculada estrategia de su alusión a Claudiano, no hablar en balde y estar al tanto del armazón teórico-doctrinal que fue más pertinente y recurrente en la carrera por legitimar la poética gongorina.

 

6. Conceptos debatidos [Un epítome de la polémica en las Epístolas] §

Las Epístolas satisfactorias de Martín de Angulo y Pulgar fueron el primer texto teórico en favor de Góngora que se imprimió51. Hubo que esperar para ello hasta el ocaso de la polémica, en la década de 1630, cuando la recepción crítica del poeta, fallecido y laureado ya con imponentes volúmenes de comentarios, había cambiado definitivamente de ciclo52. Desde esa perspectiva, puede afirmarse que las Epístolas son un testimonio apologético tardío, algo alejado de los momentos más enfáticos de la controversia y de mayor concentración de textos polémicos, aunque esta circunstancia, lejos de suponer un demérito o una traba para Angulo, le posibilitó el conocimiento del bagaje teórico y doctrinal acumulado a lo largo de más de dos decenios de discusiones en torno a Góngora. Está claro que Angulo conocía bien la evolución de la polémica y que manejaba parámetros defensivos que habían sido adoptados y promulgados colectivamente por los círculos gongorinos andaluces para la legitimación del artífice de las Soledades, pero, al mismo tiempo, no es inoportuno preguntarse cuánto hay en las Epístolas de teorización de acarreo y cuánto de ideario más o menos interiorizado; resulta difícil hallar una respuesta convincente. La pericia, capacidad analítica y osadía especulativa de Angulo no es, desde luego, equiparable a las de los grandes nombres del gongorismo secentista, pero su apología es meritoria, porque, con luces y con sombras, superando el relativo aislamiento a que lo condenaba una ciudad de segunda como Loja, aun cayendo a veces en el recurso fácil de negar lo evidente, aun deslizando en ocasiones interpretaciones forzadas o ingenuas, fue capaz de aportar visiones novedosas y sacar partido, con mayor o menor fortuna y personalidad, a los fundamentos teóricos y estéticos que habían sido santo y seña de los partidarios de Góngora desde los inicios de la polémica.

Precisamente por ello destaca el capítulo quizás más significativo de las Epístolas satisfactorias, el «Número 4» de la Epístola primera, dedicado al encomio y justificación de la oscuridad. Y digo bien, encomio, porque el primer gran hallazgo de ese capítulo es que Angulo no cae en la tentación de negar la oscuridad de Góngora, sino que la reconoce, la asume sin complejos y la enaltece como rasgo inherente y definitorio de la nueva estética:

La objeción tercera es: que de los hipérbatos o transposiciones y de las translaciones o metáforas resulta la oscuridad de estos poemas. En esta con gran facilidad convenimos y así se la concedo a vuestra merced, porque el estilo de don Luis es nuevo, que si no, lo entendieran fácil todos, y así entendido, no fuera oscuro, como no lo es para vuestra merced, que lo ha entendido tan bien. Pero si por las metáforas y transposiciones han cansado o se ignoran de alguno estos poemas, como se persuade diciendo que el lector se corre sin adivinarlas y el oyente se duerme al son de tan incomprehensibles enigmas, la culpa está no de parte de los versos, sí, del asombro con que muchos se acobardan, rehusando el trabajo para entenderlas. […] Los hipérbatos y translaciones que hacen oscura la poesía, que es la objeción de vuestra merced, será gloria y virtud, que es mi consecuencia, que también se infiere de todo el texto de Horacio y en particular de las primeras palabras, que tocan al ornato, y de aquellas: tanto importa la orden del arte y la cultura de las palabras. Que lo uno y lo otro está en las transposiciones y metáforas y otras virtudes poéticas, y así, por haberlas usado don Luis, merece alabanza, y sin ellas no se le debiera (ff. 19v-21r).

Al pronunciarse de esta manera acerca de la obscuritas gongorina y sus causas, Angulo se alinea con críticos de la talla de Ponce o Díaz de Rivas, y entronca, dentro de su estilo y limitaciones, con las aportaciones más determinantes y persistentes de la controversia. Así, esta declaración de principios le da ocasión a Angulo de sacar a relucir, siquiera fugazmente, ciertos puntales argumentativos de las mejores apologías gongorinas: al guiño a un concepto insustituible como el de elitismo («si no, lo entendieran fácil todos y, así entendido, no fuera oscuro»), une una mención no menos representativa al placer estético que deriva del desciframiento de la oscuridad («la culpa está no de parte de los versos, sí, del asombro con que muchos se acobardan, rehusando el trabajo para entenderlas»), para desembocar en el compás final del razonamiento en una vindicación del ornato elocutivo como la aspiración gracias a la cual el poeta, obligado a él («sin ellas no se le debiera [alabanza]»), alcanza «gloria y virtud».

El tono e intención constatados en este arranque del capítulo prevalecen en gran parte del mismo, en cuyo primer segmento Angulo realiza un esquemático compendio de muchos de los conceptos clave usados durante la polémica para salvaguardar a Góngora. Para ello, enumera y glosa escuetamente seis «razones» que sancionan la oscuridad e inscriben a Angulo en toda esa corriente o tradición crítica amasada por la sucesión de adhesiones de distinta índole a la revolución gongorina, como ocurre con estas sugerentes reflexiones sobre el deseable espíritu innovador que debe remozar la expresión poética:

La tercera, que a un gran poeta le conviene no sólo imitar, sino inventar, y así le es permitido (aun sin que Horacio lo permita en su Arte ni lo defienda Cicerón, 3, De finibus, ni lo aconseje Quintiliano, libro 1, capítulo 10) y lo debe hacer o no será tan digno de alabanza. Y como pretende en todos siglos la más suprema, no debe regular su ingenio por el juicio del vulgo y así huye del camino ordinario y humilde, valiéndose de las transposiciones y nuevas metáforas. Y de no usarlas como enseña el arte, se dirá de él que hace versos, pero no merecerá nombre de poeta, como afirma Horacio en el suyo y vuestra merced dice: que no sabrá componer ni disponer un poema sin arte. Y a este acompaña siempre el ornato, el cual resulta de los hipérbatos y transposiciones (f. 21v).

Y, un poco más adelante, dentro del mismo «Número 4», insistirá Angulo:

La quinta, que no fue dada a los antiguos sólo la potestad de inventar ni es bien que andemos mendigando de lo que dijeron. Y si los latinos tuvieron esta libertad, siendo (digámoslo así) su lengua más abundante, ¿por qué, aunque la nuestra no es menos copiosa, no inventaremos? O, ¿cuándo nos ha de ser lícito o nos habemos de atrever? Infinitamente más se atrevieron los antiguos que los nuestros. Y si en aquellos no fue culpa, ¿por qué lo ha de ser en estos? Y si lo fue, dese la pena al primero que cometió la culpa, no al que, imitándole, le excede en gala. Si no fuera lícito procurarlo así, mal se hallara un gran poeta ni un perfecto poema; el que no apetece y procura vencer dificultades y llegar a lo sumo, donde otros no han llegado y de donde no se puede pasar (como lo ha conseguido el nuestro, al parecer de los casi tan doctos como vuestra merced), ya que no sea digno de reprobar, no es para seguirle. El que sigue a otro, si no se le aventaja, será postrero; pero si lo procura, ya que no lo consiga, podrá quedar igual. Ocioso fuera el trabajo, si no se le permitiera buscar algo mejor que lo antes dicho, venciendo con él lo dificultoso. Ardua molimur, sed nulla, nisi ardua, uincunt [‘me propongo una meta difícil, pero no hay mérito donde no hay dificultades’], dijo Ovidio. Finalmente, será digno de premio el poeta que, aventajándose a los primeros, deja (como don Luis) que aprendan los futuros con admiración de los presentes (ff. 22r-22v).

Las implicaciones teóricas de estos párrafos densos y resueltos son más que notables. Angulo hace gala de una convicción contagiosa al reclamar sin rodeos la legitimidad y aun la necesidad de la innovación estética, uno de los postulados más arraigados en el argumentario de quienes dieron la cara por Góngora. Aunque indirectamente se apoye en acreditadas autoridades («aun sin que Horacio lo permita en su Arte…»), Angulo, con cierto aire contestatario, tacha de innecesario el refrendo de las mismas si se trata de defender que el poeta «debe [inventar] o no será tan digno de alabanza» y que «le conviene no sólo imitar, sino inventar»; en esa búsqueda de reconocimiento, puede levantar su vuelo por encima de lo mediano y no habrá que reprocharle nada, porque el verdadero poeta, ávido de contentar sólo a una minoría, «no debe regular su ingenio por el juicio del vulgo y así huye del camino ordinario y humilde». A pesar del impulso de libertad que vertebra algunas de sus manifestaciones en pro de la innovación, Angulo no renuncia –no podía hacerlo– a la obligada mirada al mundo clásico, si bien esa retrospectiva desemboca en una ponderación de la aptitud de la lengua española para sustentar propuestas poéticas tan osadas y rompedoras como las que en su tiempo existieron en lengua latina. Angulo recurrirá varias veces a lo largo de la obra a esta equiparación entre la dignidad del castellano y el latín como recurso suasorio53.

La idoneidad de las innovaciones debió de representar para Angulo una cuestión de primer orden, cuyo tratamiento recuperará y ampliará en otros lugares de las Epístolas satisfactorias. Lo hizo, por ejemplo, en el «Número 3» de la Epístola primera, al hilo de sus deliberaciones sobre las metáforas gongorinas, duramente censuradas por Cascales. El atrevimiento con que Góngora modela esta figura –y sus poemas mayores, en general– está justificado, a decir de Angulo, por el afán de originalidad y superación de los modelos que debe mover al poeta. Asoma aquí también -como me hace notar Mercedes Blanco- otra idea relevante: que también lo nuevo es oscuro en tanto que supone la constitución de usos distintos, aunque dejará de ser oscuro cuando el tiempo, a fuerza de «uso», deshaga dicha oscuridad; así, lo oscuro tiene más vigor y más proyección hacia el futuro:

El ser una metáfora atrevida no es lo mismo que ser mala, y si el poeta ha de inventar, ¿cómo ha de ser, si no es atreviéndose a decir lo que otro no alcanzó? Para que el uso ablande los tropos y nuevas frases, principio se ha de dar, porque sin él no se puede conseguir el fin. Y si alguno pudo, para que llegue este, dar aquel, fue don Luis, sin desdén ni agravio de tanto célebre poeta que ilustran nuestra nación. Y si, porque no pueden ser atrevidas estas metáforas por falta de similitud de la cosa que se saca a la que se aplica, dice vuestra merced que lo son por nuevas o porque otro no las ha usado, respondo a lo segundo que esto tienen de bueno y de novedad (entre otras excelencias) estos poemas de don Luis: decir lo que otro no ha dicho, que por eso es nuevo y no imitado. A lo primero digo que, así como es más poderosa la acción de criar que la de engendrar, porque esta supone sujeto y aquella no, la acción de inventar es mayor que la de imitar, porque para esto hubo principio y para aquello no, sino sólo el del propio discurso del que inventa. Adde (dice Quintiliano) quod quid alteri simile est necesse est ut minus sit eo quod imitatur, ut umbra corpore imago facie. Luego ¡más es inventar que imitar y de mayor gloria para el poeta! […] No obsta que fuese Enio reprehendido (como alega vuestra merced) porque dijo: Iuppiter hybernas cana niue conspuit Alpes (‘que escupió en los montes nieve’) […]. Y el haber alegado Quintiliano este verso para ejemplo de las metáforas, demás de que habla de las duras y de larga similitud, dícelo por los oradores, no por los poetas, y menos por don Luis, en quien no se hallan estos defectos (ff. 16v-17r).

En el «Número 2» de la Epístola primera, que procura neutralizar los severos dictámenes de Cascales sobre el hipérbaton gongorino, Angulo acude asimismo a su compacta visión sobre las innovaciones para fundamentar su demostración. La modernidad con que relativiza la fuerza de la tradición y la costumbre para otorgar prioridad a la frescura de los usos literarios reales y actuales, regulados por los cambios de gustos que trae consigo la evolución de los tiempos, recuerda claramente a muchos textos punteros de la polémica:

Si criase Dios un hombre de tan claro ingenio que, como don Luis en verso, usase hipérbatos en prosa con suavidad y elegancia (que muchos usan los escritores), no sería justo culparle ni es razón la que algunos dan de no se usa ni se ha usado, cuando vemos la diferencia que se causa de la sucesión del tiempo en los idiomas. Vuestra merced lo confirma y dice que con la variedad de los tiempos se muda el uso de hablar. […] Y porque no falte prueba de esto con ejemplo, no es poco la variedad que hoy tiene nuestro mismo lenguaje del que usó el señor rey don Alonso en sus Partidas ni es menos la gran diferencia que hoy tienen nuestras comedias de las que escribió Séneca, Terencio y Plauto. Con autoridad también se prueba, pues, que por la alteza y cultura que dio Cicerón a la lengua latina en Roma, le llamaron y llaman hoy autor de la elocuencia, y Lucano, Romani maximus autor / Tullius eloquii. Luego ¿antes no tenía tanta magnificencia como él dio al lenguaje y con el tiempo ha cobrado? Lucrecio en el libro 1, De rerum natura, y Quintiliano, libro 1, capítulo 5, lo aseguran. Pues, ¿por qué en la nuestra no sucederá lo mismo? ¿Es tejida en menos cuenta? O ¿es alabanza de algún idioma tenerle por inculto? (ff. 11r-12r)54.

De nuevo, al final del pasaje, Angulo entabla una pugna entre el latín y el castellano, pulso del que el idioma patrio no sale en absoluto malparado, sino fortalecido por su capacitación para alcanzar las mismas conquistas que la lengua de Cicerón. Ese particular cara a cara entre la lengua clásica y la lengua vernácula que Angulo plantea repetidamente asoma también en otra de las grandes aportaciones del capítulo «Número 4» de la Epístola primera, cuyo análisis específico retomo ahora. Angulo aplica al castellano las mismas recomendaciones que Cascales predica para el latín e incide en la importancia de la innovación para diseñar una lengua poética «con elegancia y culto, con ornato y magnificencia», esto es, sublime y, en definitiva, oscura. Tal enfoque del ornatus, imprescindible principio generador del «alto, grave y nuevo estilo, […] a diferencia del mediocre y del humilde», sustenta su concepción del poeta como un creador llamado a ser distinto, peregrino, y a separarse de la generalidad, según arguye vigorosamente Angulo en los dos enunciados finales:

Y en el folio 128, página 2, dice que hablar bien es hablar culta, copiosa y elegantemente. Pues, ¿por qué se le ha de negar a la nuestra el procurarlo y que busque novedad de locuciones y que invente nuevas metáforas que la ilustren, siendo estas propias a la gramática (como afirma vuestra merced) y conviniéndole su definición? No hallo razón que ajuste esta prohibición; vuestra merced la dé, pues le sobran tantas, que yo, vencido a ellas, me admira cuán graves y eficaces son las que halla para cuanto quiere decir: y si «latine dicere» es hablar claramente, como se habla en lenguaje vulgar, sin figuras, tropos, ni perífrasis, lo cual es propio del lenguaje gramático, como enseña vuestra merced, bien se le debe este y aquellos a un gran poema, porque una cosa es hablar en nuestra lengua, otra, hablar en ella con elegancia y culto, con ornato y magnificencia. […] Pues, ¿por qué no será lo mismo en el lenguaje castellano? Hablar en él don Luis castellanamente, como los poetas del tiempo viejo55, no había que admirar: lo que ha hecho es lo que repetía [Virgilio] cuando le notaban de oscuro: Tentanda via est qua me quoque possim / tollere humo [‘hay que intentar un camino por el que yo también pueda levantarme de la tierra’]. Y consiguió él hablar por alto, grave y nuevo estilo, que, a diferencia del mediocre y del humilde, es el que constat ex uerborum grauium magna et ornata constructione, según Cicerón (como vuestra merced sabe, pues le cita). Que la obligación de un gran poeta es hablar así y no cuidar de ser entendido, sino de no poder dejar de serlo. Y si por esto son oscuros estos poemas para alguno, la falta es suya, no de ellos, como lo es de nuestra vista y no del sol no poderle mirar (ff. 23r-23v).

Estas ideas traslucen la comunión, y deuda, de Angulo con el entramado teórico-literario compartido por los aficionados a Góngora y exactamente lo mismo puede decirse de otra contribución destacada del «Número 4»: estas consideraciones sobre los vínculos entre el «furor diuino» y la poesía sublime, que guardan evidentes similitudes con varios testimonios de la polémica en los que la oscuridad es presentada como una consecuencia natural de una vena sobrehumana que arroba al poeta:

La cuarta, que ya es recibido de poetas y oradores que el impulso de hacer versos es un cierto furor divino (vuestra merced lo confiesa), con que el poeta se inflama y se levanta de los demás hombres. Y esta inflamación le causa el embeleso, que no le permite ser humano en su lengua ni trivial ni trovador, sino severo y docto, como vuestra merced dice que debe ser. Y para prueba de esto hay graves y muchas autoridades en Horacio, en Ovidio, en Virgilio, en Tibulo, en Cicerón, Pro Archia, en Aristóteles y en Séneca (f. 22r)56.

Concluyo mi estudio del capítulo «Número 4» de la Epístola primera con el parecer de Angulo acerca de un dilema tan trascendental y discutido durante la controversia como fue el de la finalidad genuina de la poesía. La primacía que se le reconoce al deleite en este sentido enlaza con nuevos apuntes sobre las ventajas de las novedades y con una imagen metafórica, la de las flores, que le permite insertar aquí apretada e implícitamente su respaldo a la denostada varietas conceptual y estilística –desigualdad la llamaron despectivamente los enemigos de Góngora– que tornasolaba el Polifemo y las Soledades; la presencia de ambas, de las novedades y de la variedad, en la poesía gongorina es caracterizada por Angulo como fuente de placer estético:

La segunda, que la poesía es imitación para deleitar, afírmalo vuestra merced así. Y yo digo con Horacio que para mover el ánimo también, y entonces cumplirá con estos dos fines, cuando use nuevas metáforas y menos usados hipérbatos: porque nuestra naturaleza es inclinada a novedades y lo que no las tiene casi la ofende, o no lo admite el afecto ni el entendimiento lo admira. Y como las flores varias y bien compuestas deleitan la vista y mueven al deseo para cogerlas, así deleita y mueve a imitarle un poema con magnificencia y ornato. Y esto resulta de los hipérbatos y translaciones (ff. 21r-21v)57.

Esta cuestión de la finalidad de lo poético viene a vincularse con otra no menos importante ni menos batallada durante la controversia: el estatuto lingüístico y estético de la poesía en relación con las otras artes elocutivas, o que tienen que valerse de la elocución, como la oratoria o la historia. Las Epístolas tampoco son ajenas a esta disquisición, para cuya clarificación recurre Angulo al mismo argumento alegado por los mejores apologistas gongorinos, quienes sostuvieron que existía una enorme divergencia entre las singularidades elocutivas de la poesía y las de otras disciplinas basadas en la palabra58. Eso es precisamente lo que defiende Angulo en este pasaje, enderezado contra las críticas de Cascales al atrevimiento de las metáforas gongorinas e inserto en un razonamiento más amplio sobre la validez de la innovación:

Luego ¡más es inventar que imitar y de mayor gloria para el poeta! No dudó vuestra merced de la que don Luis merece, cuando dio por nuevas y particulares sus frases, ni cuando dijo: pero ¿cuáles lugares (de don Luis) no son en sus obras cultos, elegantes y agudos? […] No obsta que fuese Enio reprehendido (como alega vuestra merced) porque dijo: Iuppiter hybernas cana niue conspuit Alpes (‘que escupió en los montes nieve’), pues no es consecuencia la reprehensión de uno justa o injusta, para que a otro se deba la misma. Y el haber alegado Quintiliano este verso para ejemplo de las metáforas […]. Y adelante: omnia libentiora poetis quam oratoribus [‘con una libertad mayor para los poetas que para los oradores’]. Y por todo el capítulo habla con esta distinción, de la cual infiero que no prueba vuestra merced con el verso de Enio que son atrevidas las metáforas de don Luis peinar el viento y mordaza de su boca (ff. 17r-17v).

Angulo emancipa lo adecuado para la oratoria de lo adecuado para la poesía, que no tenía por qué regularse por las rigideces del género oratorio, y remite al estudio de los tropos que Quintiliano lleva a cabo en el capítulo VI del libro VIII de las Instituciones oratorias, donde, en efecto, se deslindan y contrastan reiteradamente el quehacer del poeta y del orador59. Estamos, de nuevo, en la esencia de la polémica, en la médula de aquella defensa colegiada de Góngora que alumbró textos notabilísimos; todos ellos alzaron la misma bandera que iza aquí Angulo, y todos ellos se revelan asimismo como finos intérpretes de las «constantes excepciones que los gramáticos y los rétores hacían con los poetas a la hora de reconocer como licencias poéticas los vicios gramaticales que censuraban, y de recomendar moderación en los diferentes recursos del ornatus»60, idea que, como hemos visto, asoma también en el pasaje de las Epístolas que acabo de citar, donde se marcan distancias entre el orador y el poeta, pues persiguen fines distintos y se rigen por normas dispares.

 

 

7. Otras cuestiones [Angulo ante el dilema de los dos Góngoras] §

En el tramo final de la Epístola X (Cartas filológicas, Década primera), Cascales concluía su réplica a Francisco del Villar con este conocido dardo contra Góngora:

Si don Luis se hubiera quedado en la magnificencia de su primer estilo, hubiera puesto su estatua en medio de la Helicona; pero con esta introducción de la obscuridad, diremos que comenzó a edificar, y no supo echar la clave al edificio; quiso ser otro Ícaro, y dió nombre al mar Icario: Qui variare cupit rem prodigaliter unam, / delphinum in silvis appingit, fluctibus aprum. Por realzar la poesía castellana, ha dado con las colunas en el suelo. Y si tengo de decir de una vez lo que siento, de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas (189)61.

Esa fórmula bimembre («príncipe de la luz» y «príncipe de las tinieblas») con que Cascales verbalizó la síntesis de su parecer a este respecto ha pasado a la posteridad por ser muy gráfica e incisiva, motivo por el cual hizo fortuna y se perpetuó durante tres siglos. Las preceptivas neoclásica y positivista se apropiaron de esa idea que pronto se convirtió en un tópico acrítico, por apriorístico y redundante. El furibundo antigongorino Menéndez Pelayo intensificó y universalizó definitivamente esa fórmula en el siglo XIX al definir a Góngora –quizás por error, por citar de memoria a Cascales o por querer parafrasearlo– como «ángel de la luz y de las tinieblas». Hoy esa distinción tajante está superada, gracias fundamentalmente a los estudios de Dámaso Alonso62, pero lo cierto es que esta visión dual de la evolución poética de Góngora gozó –justificadamente, por otra parte– de mucho predicamento en el siglo XVII y, antes incluso de que Cascales la vertiera en el molde con que pasó a la posteridad, había aflorado en los documentos polémicos con distintos grados de intensidad y con matices diversos63.

Aparte de las evidencias formales que indujeron a marcar distancias entre un Góngora y el otro, los testimonios a los que acabo de aludir vendrían a traslucir en algunos casos la desazón de aquellos que tenían depositada en Góngora la esperanza de que la poesía española pudiera rivalizar brillantemente con los inconmensurables clásicos y los admirados italianos: para ciertos coetáneos la poética cultista de Góngora dilapidó su prometedor itinerario creativo64. Pero si hay una razón por la que me ha parecido oportuno evocar aquí esos antecedentes de Cascales, es, desde luego, porque las concomitancias entre ellos nos permiten valorar más y mejor la originalidad del planteamiento que desarrolla Angulo y Pulgar en las Epístolas satisfactorias sobre las llamadas «dos épocas» de Góngora, problema en el que se vio obligado a entrar por la acrimonia con que su antagonista trató en las Cartas filológicas el –a su entender– desastroso viraje experimentado por la expresión poética de Góngora a partir del Polifemo y las Soledades. Cascales, en realidad, aborda con ello un asunto que ya había brotado con cierta recurrencia en la polémica, como acabo de explicar, pero nadie hasta entonces había metido el dedo en aquella llaga con el cuajo y la mordacidad con que lo hizo el murciano; tal vez esa acre actitud de Cascales sirva para explicar que ningún defensor de Góngora anterior a Angulo se hubiera empleado en el tratamiento y valoración de esta cuestión con la profundidad y desinhibición con que se hace en las Epístolas65.

Buena prueba de la importancia que Angulo otorgó a esta discusión concreta es que haya una breve declaración de principios al respecto en el capítulo «Número 1» de la Epístola primera, donde el lojeño, a modo de preámbulo al meollo dialéctico de la obra, hace fundamentalmente recuento de las contradicciones que cree detectar en los juicios de Cascales sobre Góngora y posee, en su conjunto, un gran brío argumentativo; es allí donde dice:

Y si instare que su ánimo fue reprobar el estilo del Polifemo y Soledades y no el que usó don Luis en otros poemas que antes de estos compuso y lo probase vuestra merced con lo que dice que si don Luis se hubiera quedado en la magnificencia de su primer estilo, hubiera puesto su estatua en medio de la Helicona, menos se defiende, porque casi en todas las demás partes de sus cartas donde trata vuestra merced de este punto, habla en general contra el estilo de don Luis, no contra el primero de las primeras obras, que loa, ni contra el de las segundas, que reprueba. Demás que el de las unas y las otras está adornado de metáforas y transposiciones, que es lo que vuestra merced condena, como veremos en el Número 2 y 3. Pero probemos que las usó, y no pudo menos, para que se verifique lo que dice vuestra merced: que el primer estilo suyo tiene magnificencia. Porque esta resulta de las transposiciones y metáforas, sin que lo diga Quintiliano, como veremos adelante. Luego ni satisface vuestra merced ni defiende que no las condena todas. Pero respondido a lo que expresamente opone al Polifemo y Soledades, lo quedará vuestra merced a lo que tácitamente puede desear que se crea de los demás poemas que les imitan, antes o después compuestos por don Luis (ff. 6r-6v).

Angulo incluyó estas consideraciones en ese lugar preciso de las Epístolas satisfactorias porque quería exhibir con la etiqueta de parcialidad e incongruencia el juicio de Cascales y, para remachar ese enfoque, lo confronta con las cualidades que el murciano dice reconocer en el supuesto «primer estilo» de Góngora o, varios capítulos después, con los elogios dispensados por Cascales al poeta cordobés, como se verá a continuación. Pero, aparte de esa maniobra suasoria más o menos conseguida, el objetivo principal de Angulo es demostrar que el error de la percepción de Cascales reside en presentar la poética mayor gongorina como el advenimiento brusco y extemporáneo de una estética absolutamente inédita en la trayectoria creativa de Góngora. En esa dirección se encauza el planteamiento que Angulo diseña –modestamente, todo sea dicho– en el capítulo «Número 11» de la Epístola primera:

Del estilo primero de las obras que don Luis compuso antes del Polifemo y Soledades, será bien referir algunos versos, y no dificultoso, computando el tiempo en que hizo los unos y los otros, averiguar si son del primer estilo. Y probaré con ellos que don Luis usó hipérbatos y metáforas antes que compusiese el Polifemo y Soledades, de que pudo resultar oscuridad para el indocto. Y también probaré que la alabanza que vuestra merced le da de magnífico a su primer estilo la merece. […] Otros muchos lugares de don Luis alegara en todas especies de poesía, llenos de floridas translaciones, dulcísimos hipérbatos y magníficas virtudes poéticas, pero basten estos para ejemplos y que vuestra merced vea si prueban las dos conclusiones dichas. Y si, juntándolos a los del primero estilo, prueba vuestra merced con todos que don Luis con esta introducción de oscuridad comenzó a edificar y no supo echar la clave al edificio. Y si de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas, como dice. Y dígame vuestra merced cómo concuerda estos dos lugares con estos dos: que ha estimado siempre a don Luis por el hombre más eminente de España en la poesía, sin excepción alguna, dice el uno, y el otro que es el cisne que mejor ha cantado en nuestras riberas: así lo siento, así lo digo. Pues diga también si (como dice por don Luis) el hablar así es imitar al lobo, que camina (como afirma) dando unos pasos atrás y otros adelante para que así confusos no se eche de ver el camino que lleva (ff. 39r-41r).

Entre los enunciados que abren y cierran esta cita, Angulo se afana en entresacar versos con hipérbatos y metáforas de la canción «Levanta, España, tu famosa diestra» (1588), el soneto «Máquina funeral, que de esta vida» (1611), la octava «En esta que admiráis de piedras graves» (1611), la canción «Piadoso hoy celo, culto»66 y la canción «Sobre trastes de guijas» (1603). Es cierto que, tal como está efectuada, la demostración de Angulo adolece de simplista, pero lo que resulta interesante de ella es que parece encaminada a poner de relieve que los rasgos elocutivos más genuinos –y más atacados por Cascales– de la poesía mayor gongorina son el resultado del incremento de unos modos poéticos que se venían incubando en la poesía anterior de Góngora67. No sé si decir esto es ser demasiado generoso con Angulo; en cualquier caso, si fue eso lo que pretendió expresar, el tiempo vino a darle la razón, a tenor de las deducciones a que llegaron los estudios al respecto de Dámaso Alonso, el gongorista contemporáneo que se encargó de desterrar, o matizar muy enérgicamente, la imagen tópica de los dos Góngoras68. Alonso probó «la falsedad de la separación tradicional en el arte de Góngora y cómo en el poeta de las obras más “claras” está en potencia el autor de las Soledades y del Polifemo, hasta tal punto que entre las dos épocas en que tradicionalmente se divide su poesía no puede fijarse un límite cronológico definido: la una va dando origen a la otra, y lo que caracteriza a la segunda no es más que la intensificación en el pormenor y la densificación en el conjunto de lo que era ya propio de la primera»69, por lo que puede concluir que «el arte de Góngora es, desde su comienzo, una continuación del cultismo del siglo XVI, con profundas raíces ligadas al desarrollo del petrarquismo; y el arte de Góngora en las Soledades y el Polifemo es una consecuencia de la acumulación e intensificación de esos elementos que ya existían en la poesía de Góngora en el principio mismo de su carrera de escritor»70. Quién sabe si Angulo, con una escasa dosis de pericia, quiso dar a entender algo parecido.

8. Conclusión §

La defensa de la poesía mayor de Góngora que Martín de Angulo y Pulgar despliega en las Epístolas satisfactorias se fundamenta en principios teóricos que fueron asumidos de forma recurrente por los apologistas gongorinos y cuya disidencia y novedad parecen erigirse en síntomas del nacimiento de una conciencia literaria distinta y emergente. Ahora sabemos, con mayor certeza y mejores razonamientos, que las Epístolas son mucho más que un dardo dolido y pasional de Angulo frente a las censuras antigongorinas lanzadas en las Cartas filológicas de Cascales y en una supuesta carta de un anónimo «sujeto grave y docto»: pertrechado tras el pretexto pintiparado de no dejar sin respuesta aquellos ataques, Angulo recogió e hizo suya en las Epístolas gran parte de la tradición exegética y teórico-literaria lúcidamente acrisolada por los círculos gongorinos durante más de dos décadas de controversia en torno a Góngora, otorgándole además un estatus desconocido como fuente de argumentos de autoridad. Angulo elabora y publica su texto en una fase epigonal de las discusiones, circunstancia que pudo incitarlo a dotar a la obra de ese carácter recopilatorio que rezuma en muchas ocasiones y que salta notoriamente a la vista en algunos capítulos. Angulo, a nuestro parecer, quiso ensayar un epítome de la polémica y de hecho recapituló los postulados críticos más significativos con que se pretendió la salvaguarda de la extrañeza sublime del Góngora mayor.

Si ello, como parece, fue así, las Epístolas satisfactorias nos brindarían la constatación de que, en torno a 1635, las mejores y más precoces apologías gongorinas, con su credo innovador y rebelde, habían logrado crear un poso crítico sólido y pujante, que sería sentido como un referente autorizado y legítimo por la segunda hornada de defensores del cultismo, aquellos que escribieron a favor de las Soledades en el ocaso de la polémica, al trasluz de la consolidación del éxito del gongorismo y de la mitificación experimentada por la figura de Góngora tras su muerte.

 

9. Establecimiento del texto §

El impreso de las Epístolas satisfactorias es un volumen en 8º, de 4+55 folios, compuesto por:

- Portada (pie de imprenta: «En Granada, en casa de Blas Martínez, mercader e impresor de libros, en la calle de los Libreros. Año de 1635»).

- Preliminares (sin foliar):

  • «Aprobación» (data y firma: «En el Sacro Monte, 17 de noviembre, 1635. Martín Vázquez Siruela»).
  • «Licencia» (firma: «el doctor Vela de Sayoane. Por su mandado: Pedro de Saavedra, notario»).
  • Hoja de grabado (grabado calcográfico con el escudo de armas de los Pulgares; timbrado por una cartela con el lema propio de esta heráldica: «Tal debe el hombre ser / como quiere parecer»).
  • Advertencia «[Al] Lector».
  • Dedicatoria «A don Fernando Alonso Pérez de Pulgar, señor de la villa del Salar» (data y firma: «Loja, abril, 20, de 1635. Don Martín de Angulo y Pulgar»).

- Texto:

  • Epístola primera (ff. 1r-42r).
  • Epístola segunda (ff. 42r-55r).

Hasta el momento, he podido localizar ocho ejemplares de este impreso:

- Biblioteca Nacional de España (Madrid). Signaturas: R/16018 y 2/41393.

- Biblioteca de la Real Academia Española (Madrid). Signatura: 17-XII-31.

- Biblioteca del Palacio Real (Madrid). Signatura: VIII-11049.

- Biblioteca de Castilla-La Mancha. Biblioteca Pública del Estado (Toledo). Signatura: 16673.

- Biblioteca del Hospital Real (Universidad de Granada). Signatura: BHR/Caja IMP-2-030.

- Biblioteca de la Universidad de Camdbrige. Signatura: Hisp.8.63.2.

Österreichischen Nationalbibliothek (Biblioteca Nacional de Austria). Signatura: *38.Bb.66.

Una vez cotejados estos testimonios, se concluye que todos los ejemplares son prácticamente idénticos, exceptuando pequeñas diferencias materiales, que no afectan al texto, a saber: los ejemplares R/16018, 17-XII-31 y 16673 están faltos de la hoja de grabado (el último citado, además, carece de la portada impresa, que ha sido sustituida por una manuscrita), el ejemplar VIII-11049 presenta un ex-libris del Conde de Mansilla, mientras que el R/16018 lo trae de la biblioteca de Fernando José y Velasco. Así, para la presente edición, he transcrito el impreso conservado en la Biblioteca Nacional de España bajo la signatura R/16018, dadas las facilidades existentes para su reproducción material y digital.

Además de seguir los criterios de edición colectivos del proyecto Pólemos en cuanto a la modernización gráfica y ortográfica del texto, de acuerdo con la norma actual, he adoptado igualmente otros criterios de edición que atañen a la presentación del texto, como: mantener la cursiva original usada por Angulo para las citas literales y paráfrasis de obras críticas y literarias; poner en cursiva los títulos de obras críticas o literarias aludidas por Angulo; añadir los signos de interrogación o exclamación de apertura (¿, ¡), pues sistemáticamente sólo aparecen los de cierre; o marcar entre corchetes algunas mínimas adiciones del editor en pasajes donde parece faltar texto. En cuanto a las marginalia, que son abundantes en las Epístolas satisfactorias, sólo han sido modernizados sus usos gráficos, pero no su puntuación, del mismo modo que he decidido no resolver las abreviaturas contenidas en ellas y no dar en cursiva los títulos de obras que aducen, con el fin de no desfigurar en exceso su formato característico y su peculiar impronta de notas marginales. En cuanto a las enmiendas efectuadas en las marginalia, conviene aclarar que sólo se han corregido, sin indicación, erratas muy notorias.

Respecto al aparato ecdótico y hermenéutico que acompaña a la transcripción del texto, debo exponer varias consideraciones:

1. Enmiendas. La mayoría subsanan errores evidentes del impreso, pero, en caso de duda sobre la pertinencia de practicar una enmienda, se justifica en la nota correspondiente el criterio puntual adoptado para haberla llevado a cabo o no; resultan especialmente interesantes, en este sentido, las notas destinadas a razonar por qué no han sido enmendados algunos versos gongorinos mencionados por Angulo, cuyas lecturas difieren de las versiones canónicas pero están documentadas en el ms. Varias poesías, importante colección de poesía gongorina compilada por el polemista lojeño.

Las enmiendas efectuadas sobre los textos en latín citados por Angulo vienen determinadas por el resultado de una serie de comprobaciones previas, para cuya aplicación sistemática he contado con el inestimable auxilio y asesoramiento del latinista Pedro Conde Parrado, a quien agradezco calurosamente su decisiva implicación en estas tareas. En primer lugar, he realizado un cotejo entre las versiones ofrecidas por el polemista y las versiones canónicas de los mismos pasajes comúnmente aceptadas en época moderna; cuando ese careo ha deparado divergencias textuales, se ha averiguado qué lecciones divergentes de Angulo están documentadas como variantes en la tradición textual de la obra citada y cuáles no.

Así, no he enmendado las lecciones de Angulo que se han podido documentar como variantes, mientras que en las lecciones en que no ha sido posible hacerlo tampoco se han ejecutado enmiendas si ofrecen un texto correcto en latín y hacen sentido, ya que la concurrencia de estos dos requisitos incrementa en gran medida las posibilidades de que Angulo esté citando de memoria o de que éste haya accedido al texto que cita no mediante una edición, sino a través de una fuente intermedia enciclopédica –tan habituales en la época– en la que el pasaje citado ya podría haber sido modificado por diversas razones. Por último, las lecciones divergentes de Angulo no confirmadas como variantes y que además son incorrectas en latín y/o no hacen sentido, han sido enmendadas, adoptando en este caso como texto correcto el ofrecido por las versiones modernas canónicas.

2. Identificación de citas y obras alegadas. La naturaleza teórico-erudita y polémica de las Epístolas satisfactorias impone a Angulo el uso pródigo de argumentos de autoridad en forma de citas o alusiones librescas. La variada casuística en la manera de citar y remitir a obras críticas o creativas plantea al editor problemas de diversa índole que lo obligan a proponer soluciones editoriales para facilitar la intelección de ese andamiaje teórico y erudito, que representa una faceta angular del texto. Los principales criterios adoptados en este sentido son:

  • Aportar en las notas a pie de página todos los datos bibliográficos necesarios para la localización de las citas literales usadas por Angulo. Excepto en el caso de las citas de autores clásicos, se ofrece la ubicación exacta (folio o página) del pasaje en ediciones de la época que pudieron ser conocidas por Angulo.
  • Aventurar en nota el pasaje concreto al que se está refiriendo Angulo, cuando evoca como argumento ciertos contenidos de una obra crítica o literaria pero no los cita literalmente. Se propone naturalmente un pasaje cuyo contenido cuadre con el contexto argumentativo en que aparecen las referencias bibliográficas ofrecidas por el autor y cuya localización se corresponda con las mismas, que, en estos casos, son frecuentemente muy concisas y deben ser ampliadas por el editor.
  • Señalar en nota, siempre que haya sido posible y se haya estimado oportuno, las ediciones concretas consultadas por el polemista y la procedencia de las traducciones al latín de textos griegos que maneja.
  • Identificar de forma hipotética obras o fragmentos de obras aludidos cuando los datos bibliográficos expresados por Angulo son excesivamente parcos (por ejemplo: cuando sólo cita el nombre de un autor).
  • Ampliar o remodelar en nota algunas citas latinas que Angulo reproduce o bien de una manera excesivamente fragmentaria o descontextualizada; u omitiendo, por citar de memoria, por descuido o por interés, algunas palabras o expresiones que son significativas para entenderlas correctamente; o alterando la morfosintaxis original del enunciado para que concuerde gramaticalmente con su propio discurso.

3. Traducciones. Se ofrecen en nota todas las traducciones de los textos en latín citados por Angulo. En estas traducciones he usado puntualmente adiciones entre corchetes para añadirles la traducción de la parte de la cita que Angulo no da, pero que resulta necesaria para captar de forma óptima el sentido de la cita en cuestión. Siempre que ha lugar, se indica el origen bibliográfico de la traducción propuesta mediante una referencia del tipo: (Horacio 2008: 401), que remite a la edición moderna de donde se ha tomado la traducción. Las traducciones que no van acompañadas de esta aclaración bibliográfica no son de procedencia libresca, sino que han sido aportadas por el editor, gracias a las valiosas contribuciones y sugerencias de los profesores Pedro Conde Parrado, Matilde Prieto Rodríguez, José Solís de los Santos y Macario Valpuesta Bermúdez, acreditados latinistas a quienes deseo expresar mi admiración y agradecido reconocimiento.

4. Conjunto de notas interpretativas. Responden al empeño colectivo de este proyecto en cuanto a lograr la comprensión del texto en su triple dimensión: lingüística, semántica y literaria.

10. Bibliografía §

10.1 Obras citadas o consultadas por el polemista §

Agustín, san:

—, De ciuitate dei.
—, De doctrina christiana.

Alejandría, Filón de:

—, De confusione linguarum [comentario alegórico al Génesis].

Amaya, Francisco de:

—, Antiantídoto [título hipotético; Angulo menciona como obras de Amaya su respuesta al Antídoto de Jáuregui y su comentario de la Soledad primera].

Angulo y Pulgar, Martín de:

—, Varias poesías y casi todas las que compuso aquel ilustre, ingeniosísimo, erudito y doctísimo varón don Luis de Góngora, natural de la ciudad de Córdoba, racionero de su santa Iglesia, capellán de las S., C. y R. Majestades de don Felipe 3 y 4. Recogidas y restituidas a su más cierto original con mucho trabajo, solicitud y cuidado; de muchos, copiosos y buenos papeles, y verdaderas noticias de varios muy curiosos y entendidos sujetos de Córdoba, Granada y otras partes, deudos, amigos y contemporáneos de su autor; y en este volumen comentadas y de su mano escritas por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja, Ms., 1639-1640 (manuscrito iniciado, como mínimo, en agosto de 1634).

Anónimo:

—, Retórica a Herenio.

Aristóteles:

—, Poética (traducción de Alejandro Pazzi).
—, Retórica (traducción de Jorge de Trebisonda).
—, Tópicos.

Aulo Gelio:

—, Noches áticas.

Bembo, Pietro:

—, Carmina.

Calderino, Domicio:

—, Comentarios a Marcial.

Cascales, Francisco de:

—, Cartas filológicas, Murcia: Luis Verós, 1634.

Catulo, Cayo Valerio:

—, Poesías.

Cicerón, Marco Tulio:

—, Contra Lucio Calpurnio Pisón.
—, Del supremo bien y del supremo mal.
—, El orador (a Marco Bruto).
—, En defensa de Arquias.
—, Sobre el orador.
—, Sobre la naturaleza de los dioses.

Demetrio Faléreo:

—, Sobre el estilo.

Díaz de Rivas, Pedro:

—, Anotaciones y defensas a las Soledades, Manuscrito, s.f. (probable fuente textual de Angulo: BNE, Ms. 3906).

Eritreo, Nicolás:

—, Publii Vergilii Maronis index certissimus, en Publii Vergilii Maronis Opera, conuenientibus et scholiis salua integritate illustrata, cum Nicolai Erythraei Veneti interpretationibus et operosissimo uerborum ac sententiarum in Vergilio obseruandarum indice, recens adposito.

Escalígero, Julio César:

—, Poetices libri septem.

Farnesio, Enrico:

—, De uerborum splendore et delectu.

Fernández de Córdoba, Francisco, abad de Rute:

—, Examen del «Antídoto».

Fernández de Madrigal, Alfonso, el Tostado o el Abulense:

—, Commentaria in Genesim.

Góngora, Luis de:

—, Canción De la Armada que fue a Inglaterra («Levanta, España, tu famosa diestra»).
—, Canción En el sepulcro de Garcilaso de la Vega («Piadoso hoy celo, culto»).
—, Canción «Sobre trastes de guijas».
—, Congratulatoria («En buen hora, oh gran Felipe») [atribución].
—, Décimas Medida del tiempo por diferentes relojes («¿Qué importa, oh tiempo tirano?») [atribución errónea].
—, Fábula de Leandro y Hero («Aunque entiendo poco griego»).
—, Fábula de Píramo y Tisbe («La ciudad de Babilonia»).
—, Fábula de Polifemo y Galatea («Estas que me dictó rimas sonoras»).
—, Letrilla Alegoría de la brevedad de las cosas humanas («Aprended, flores, en mí»).
—, Letrilla Contra un privado («Arroyo, ¿en qué ha de parar…?») [atribución].
—, Octava fúnebre en el sepulcro de la Señora reina doña Margarita («En esta que admiráis de piedras graves»).
—, Panegírico al duque de Lerma («Si, arrebatado, merecí algún día»)
—, Prólogo alegórico en octavas a la comedia La Gloria de Niquea («Del Tajo, oh gran Filipe, la corriente») [atribución].
—, Romance «De la semilla, caída».
—, Romance «En un pastoral albergue».
—, Romance «Según vuelan por el agua».
—, Soledades («Pasos de un peregrino son errante»).
—, Soneto «Al tramontar del sol la ninfa mía».
—, Soneto Al túmulo que hizo Córdoba en las honras de la Señora Reina doña Margarita («Máquina funeral, que desta vida»).
—, Soneto A un caballero de Córdoba que estaba en Granada («Hojas de inciertos chopos el nevado»).
—, Soneto Del conde de Villamediana, prevenido para ir a Nápoles con el duque de Alba («El conde mi señor se va a Napòles»).
—, Soneto En la partida del conde de Lemos y del duque de Feria a Nápoles y a Francia («El conde mi señor se fue a Napòles»).
—, Villancicos eucarísticos («Mañana sa Corpus Christa», «¿A qué nos convidas, Bras?», «El pan que veis soberano», «A la dina dana dina, la dina dana», «¿Qué comes, hombre? ¿Qué como?», «Oveja perdida, ven», «Alma niña, ¿quieres di…?») [Angulo menciona, sin citarlos literalmente, «ocho villancicos del Santísimo Sacramento»].
—, Villancicos navideños («Cuando toquen a los maitines», «No sólo el campo nevado», «Ven al portal, Mingo, ven», «¿A qué tangem em Castela?», «¡Cuántos silbos, cuántas voces!», «¿Cuál podréis, Judea, decir…?», «Al gualete, hejo», «Niño, si por lo que tienes», «Esta noche un Amor nace», «¡Oh, qué vimo, Mangalena!», «¿Qué gente, Pascual, qué gente…?», «¡Oh qué verás, Carillejo…!», «La vidriera mejor») [Angulo menciona, sin citarlos literalmente, «ocho villancicos de la Natividad»].

[Asimismo, Angulo hace referencia de manera general, sin mencionar ningún poema concreto, a otras obras gongorinas como: los «singularísimos romances», «graves canciones», «octavas heroicas y sacras». También alude en una ocasión al corpus de sonetos gongorinos en su conjunto, pero sin citar específicamente ninguno].

 

Herrera, Fernando de:

—, Obras de Garcilaso de la Vega, con anotaciones de Fernando de Herrera, Sevilla: Alonso de la Barrera, 1580.

Homero:

—, Ilíada (en la versión de: Poetarum omnium seculorum longe principis Homeri Ilias).

Horacio Flaco, Quinto:

—, Arte poética.
—, Epístolas.
—, Odas (Carmina).
—, Sátiras.

Jáuregui, Juan de:

—, Antídoto contra la pestilente poesía de las «Soledades».

Jerónimo, san:

—, Quaestiones hebraicae in Genesim.

Justiniano:

—, Digesto.

Lápide, Cornelio a, SI:

—, Commentaria in Pentateuchum Mosis.

Lipsio, Justo:

—, De constantia.

Lucano, Marco Anneo:

—, Farsalia: de la Guerra Civil.

Lucrecio, Tito:

—, Sobre la naturaleza de las cosas.

Mena, Juan de:

—, Laberinto de Fortuna.

Mantuano, fray Bautista:

—, Contra detractores dialogus.

Marcial, Marco Valerio:

—, Epigramas.

Orígenes:

—, Homiliae in Genesim.

Ovidio Nasón, Publio:

—, Arte de amar.
—, Fastos.
—, Metamorfosis.
—, Pónticas (Cartas desde el Ponto).
—, Remedios de amor.
—, Tristezas.

Paravicino, Hortensio Félix:

—, Obras póstumas, divinas y humanas, de Félix de Arteaga, Alcalá de Henares: Imprenta de María Fernández, a costa de Tomás de Alfay, 1650.

Pellicer de Salas y Tovar, José de:

—, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, Príncipe de los poetas líricos de España, Madrid: Imprenta del Reino, 1630.

Pereira, Benito, SI:

—, Secundus tomus commentariorum et disputationem in Genesim.

Persio, Aulo:

—, Sátiras.

Petrarca, Francesco:

—, Cancionero.

Poliziano, Angelo:

—, Epístolas.

Propercio, Sexto:

—, Elegías.

Quintiliano, Marco Fabio:

—, Instituciones oratorias.

Río, Martín Antonio del, SI:

—, Adagialia sacra ueteris et noui testamenti.

Samosata, Luciano de:

—, Diálogos de los dioses marinos (en la versión de: Luciani Samosatensis opera, quae quidem extant omnia e graeco sermone in latinum).

Sannazaro, Jacobo:

—, Rimas.

Séneca, Lucio Anneo:

—, De remediis fortuitorum [atribución].
—, Diálogo sobre la tranquilidad del espíritu.
—, Epístolas morales a Lucilio.

Spagnuoli, Tolomeo:

—, Corolarium de licentiis antiquorum poetarum, en fray Bautista Mantuano, Ultima pars operis.

Tasso, Torquato:

—, Jerusalén liberada.
—, Rimas heroicas.

Tibulo, Albio:

—, Poesías.

Tertuliano, Quinto Septimio Florencio:

—, De virginibus velandis.

Vega, Garcilaso de la:

—, Canción I.
—, Canción V. Ode ad florem Gnidi.
—, Églogas.
—, Elegía al duque de Alba.

Villamediana, Juan de Tassis, conde de:

—, Obras de don Juan de Tassis, conde de Villamediana, Zaragoza: Juan de Lanaja y Quartanet, 1629.

Virgilio Marón, Publio:

—, Bucólicas.
—, Eneida.
—, Geórgicas.

Vives, Luis:

—, De tradendis disciplinis.

VV. AA.:

—, M. Valerii Martialis Epigrammatum libri XV cum uariorum doctorum uirorum commentariis, notis, obseruationibus, emendationibus et paraphrasibus, unum in corpus magno studio coniectis.

 

10.2 Obras citadas por el editor §

10.2.1 Manuscritos §
Biblioteca de la Fundación Bartolomé March, ms. B87-V3-10, Angulo y Pulgar, Martín de, Varias poesías y casi todas las que compuso aquel ilustre, ingeniosísimo, erudito y doctísimo varón don Luis de Góngora, natural de la ciudad de Córdoba, racionero de su santa Iglesia, capellán de las S., C. y R. Majestades de don Felipe 3 y 4. Recogidas y restituidas a su más cierto original con mucho trabajo, solicitud y cuidado; de muchos, copiosos y buenos papeles, y verdaderas noticias de varios muy curiosos y entendidos sujetos de Córdoba, Granada y otras partes, deudos, amigos y contemporáneos de su autor; y en este volumen comentadas y de su mano escritas por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja, 1639-1640.
Biblioteca de la Fundación Bartolomé March, ms. B106-V1-36, Manuscrito Gor.
Biblioteca General Universitaria de Santiago de Compostela, ms. 579, Angulo y Pulgar, Martín de, Fiestas que celebraron los escribanos y demás oficiales de la audiencia de la ciudad de Loja en alabanza y defensa de la perpetua virginidad de María, señora nuestra.
BNE, ms. 3726, Obras de Góngora y referentes a su obra.
BNE, ms. 3893, Discurso de Vázquez Siruela y otros escritos.
BNE, ms. 3906, Manuscrito Cuesta Saavedra.
BNE, ms. 8391, Correspondencia de Juan Francisco Andrés de Ustarroz.
10.2.2 Impresos anteriores a 1800 §

Agustín, san:

—, De Ciuitate Dei libri XXII, París: s. i., 1613.
—, De doctrina christiana, en Tertius tomus operum Diui Aurelii Augustini Episcopi Hipponensis…, Basilea: Jerónimo Froben, 1556.

Angulo y Pulgar, Martín de:

—, Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de versos entresacados de sus obras, Sevilla: Simón Fajardo, 1638.
—, Epístolas satisfactorias…, Granada: Blas Martínez, 1635.

Anónimo:

—, M. Tulii Ciceronis Rhetoricorum ad Herennium libri quatuor, Venecia: ad Signum Iurisconsulti, 1578.

[Aristóteles]:

—, Operum Aristotelis tomus tertius moralem philosophiam continens, una cum Rhetoricis ac Poetica…, Basilea: Juan Oporino, 1548 [contiene las traducciones de la Retórica y de la Poética aristotélicas, obras de Jorge de Trebisonda y Alejandro Pazzi, respectivamente].

Bembo, Pietro:

—, Carmina, Venecia: 1533.

Calderino, Domicio:

—, M. Val. Martialis Epigrammaton libri XIIII. Interpretantibus Domitio Calderino, Venecia: ex Sirenis officina, 1552.

Cascales, Francisco de:

—, Cartas filológicas, Murcia: Luis Verós, 1634.

Covarrubias Orozco, Sebastián de:

—, Tesoro de la lengua castellana o española, Madrid: Luis Sánchez, 1611.

Eritreo, Nicolás:

—, P. V. Maronis index certissimus quo Nocolaus Erytraeus i. c. in conscribendis suis de lingua Latina libris annos iam multos utitur, en Publii Vergilii Maronis Opera, conuenientibus et scholiis salua integritate illustrata, cum Nicolai Erythraei Veneti interpretationibus et operosissimo uerborum ac sententiarum in Vergilio obseruandarum indice, recens adposito, Lyon: Thomas Berthau, 1554.

Escalígero, Julio César:

—, Poetices libri septem, Heidelberg: Bibliopolio Commeliano, 1617.

Farnesio, Enrico:

—, Henrici Farnesii Eburonis… Appendicula prima De verborum splendore et delectu…, en Ambrosii Calepini Bergomensis… Dictionarium septem linguarum… additamenta Henrici Farnesii Eburonis…, Venecia: Georgium Valentinum, 1625.

Fernández de Madrigal, Alfonso, el Tostado o el Abulense:

—, Alphonsi Tostati Hispani Episcopi Abulensis…Commentaria in Genesim, Venecia: hermanos Juan Bautista y Juan Bernardo Sessa, 1596.

Filón de Alejandría:

—, De confusione linguarum [comentario alegórico al Génesis], en Philonis Iudaei... Operum, quotquot ad hunc diem haberi potuerunt. Tomus prior. Interprete Sigismundo Gelenio, Ioanne Christophorsono et Ioanne Voeuroe…, Lyon: Antonio Vicencio, 1561.

Herrera, Fernando de:

—, Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrara, Sevilla: Alonso de la Barrera, 1580.

Hoces, Gonzalo de:

—, Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas, Madrid: Imprenta del Reino, a costa de Alonso Pérez, 1633.

[Homero]:

—, Poetarum omnium seculorum longe principis Homeri Ilias, Basilea: Robert Winter, 1540.

Ilovio, Estanislao:

—, Demetrii Phalerei De elocutione liber Stanislao Ilouio Polono latinitate donatus et annotationibus illustratus, Basilea: Juan Oporino, 1557.

Jerónimo, san:

—, Quaestiones hebraicae in Genesim, en Erasmo Desiderio, ed., Opera omnia Diui Eusebii Hieronymi Stridonensis, t. III, Basilea: Jerónimo Froben, 1516-1520.

Justiniano:

—, Digestorum seu pandectarum iuris ciuilis libri quinquaginta, París: Carolam Guillard y Guilielmum Desbois, 1548.

Lápide, Cornelio a, SI:

—, Commentaria in Pentateuchum Mosis, Amberes: herederos de Martín Nuncio y Juan Meursio, 1616.

Lipsio, Justo:

—, De constantia libri duo, Londres: George Bishop, 1586.

López de Vicuña, Juan:

—, Obras en verso del Homero español, Madrid: viuda de Luis Sánchez, impresora del Reino, 1627.

[Luciano de Samosata]:

—, Luciani Samosatensis opera, quae quidem extant omnia e graeco sermone in latinum..., Frankfurt: Christian Egenolff, 1538.

Mantuano, fray Bautista:

—, Contra Detractores Dialogus, en Vltima pars operis, Lyon: Bernard Lescuyer, 1516.

Mirándula, Octaviano:

—, Viridarium illustrium poetarum, Venecia: Bernardino de Vitali, 1507.

Orígenes:

—, Origenis Adamantii, eximii scripturarum enarratoris homiliae in Genesim interprete Rufino Aquileiensi, en Origenis Adamantii eximii scripturarum interpretis opera, quae quidem extant omnia, Basilea: Jerónimo Froben, 1536.

Paravicino, Hortensio Félix:

—, Obras póstumas, divinas y humanas, de Félix de Arteaga, Alcalá de Henares: Imprenta de María Fernández, a costa de Tomás de Alfay, 1650.

Pellicer de Salas y Tovar, José de:

—, Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, Príncipe de los poetas líricos de España, Madrid: Imprenta del Reino, 1630.

Pereira, Benito, SI:

—, Secundus tomus commentariorum et disputationum in Genesim, Lyon: ex officina Giunta, 1593.

Poliziano, Angelo:

—, Opera quorum primus hic tomus complectitur Epistolarum libros XII…, Lyon: Sebastian Gryphe, 1536.

Río, Martín Antonio del, SI:

—, Adagialia sacra ueteris et noui testamenti, Lyon: Horacio Cardón, 1612.

Salazar Mardones, Cristóbal de:

—, Ilustración y defensa de la «Fábula de Píramo y Tisbe», Madrid: Imprenta Real, 1636.

Salcedo Coronel, García de:

—, Las «Soledades» de don Luis de Góngora, comentadas. El «Polifemo» de don Luis de Góngora, comentado, Madrid: Imprenta del Reino a costa de Domingo González, 1636.
—, Segundo tomo de las obras de don Luis de Góngora, comentadas. Primera parte, Madrid: Diego Díaz de la Carrera a costa de Pedro Laso, 1644.

Sannazaro, Jacopo:

—, Sonetti e canzoni del Sannazaro, Vinegia: nelle case delli herederi d´Aldo Romano et Andrea Socero, 1534.

[Séneca, Lucio Anneo]:

—, Lucii Annei Senecae ad Gallioneni de remedis fortuitorum, Londres: 1547.

Spagnuoli, Tolomeo:

—, Corolarium de licentiis antiquorum poetarum, en fray Bautista Mantuano, Vltima pars operis, Lyon: Bernard Lescuyer, 1516.

Villamediana, Juan de Tassis, conde de:

—, Obras de don Juan de Tassis, conde de Villamediana, Zaragoza: Juan de Lanaja y Quartanet, 1629.

Vives, Luis:

—, De tradendis disciplinis siue De doctrina christiana, Colonia: Ioannem Gymnicum, 1532.

VV. AA.:

—, Dicta notabilia et in thesaurum memorie reponenda Platonis Aristotelis…, Venecia: Vicentinus, 1532.

VV. AA.:

—, M. Valerii Martialis Epigrammatum libri XV cum uariorum doctorum uirorum commentariis, notis, obseruationibus, emendationibus et paraphrasibus, unum in corpus magno studio coniectis, Lutecia: Michaelem Sonnium, 1617.

VV. AA.:

—, Primera parte de las sentencias que hasta nuestros tiempos, para edificación de buenos costumbres, están por diversos autores escritas, en este tratado sumariamente referidas en su propio estilo, y traducidas en el nuestro común…, Coimbra: Juan Álvarez, 1554
10.2.3 Impresos posteriores a 1800 §

Alonso, Dámaso:

—, «Un centón de versos de Góngora», Revista de Filología Española, 14, 1927, p. 425-431.
—, La lengua poética de Góngora [1961], en Obras completas, V, Madrid, Gredos, 1978a, p. 13-238.
—, «Cómo contestó Pellicer a la befa de Lope», en Obras completas, V, Madrid, Gredos, 1978b, p. 676-696.
—, «La primitiva versión de las Soledades (tres pasajes corregidos por Góngora)», en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1982a, p. 263-275.
—, «Góngora y la censura de Pedro de Valencia», en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1982b, p. 286-310.
—, «Crédito atribuible al gongorista don Martín de Angulo y Pulgar» [1927], en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1982c, p. 421-461.
—, «Todos contra Pellicer», en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1982d, p. 462-487.
—, «El doctor Manuel Serrano de Paz, desconocido comentador de las Soledades», en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, Gredos, 1982e, p. 496-508.
—, «Prólogo a Obras en verso del Homero español» [1963], en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982f, p. 455-500.
—, «Sobre el abad de Rute: algunas noticias biográficas» [1973], en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982g, p. 203-218.
—, «Góngora en las cartas del abad de Rute» [1975], en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982h, p. 219-260.
—, «La carta autógrafa más antigua que conservamos de Góngora (edición y comentario)» [1977], en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982i, p. 399-421.
—, «Manuel Ponce, primer comentarista de Góngora» [1978], en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982j, p. 501-524.
—, «Entre Góngora y el marqués de Ayamonte: poesía y economía», en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982k, p. 153-170.
—, «Los pecadillos de don Luis de Góngora», en Obras completas, VI, Madrid, Gredos, 1982l, p. 51-76.
—, «Introducción», en Obras de don Luis de Góngora (Manuscrito Chacón), edición facsímil, vol. I, Madrid, RAE-Caja de Ahorros de Ronda, 1991, p. XV-LV.
—, Góngora y el «Polifemo», Madrid, Gredos, 1994.

Anónimo:

—, Retórica a Herenio, introducción, traducción y notas de S. Núñez, Madrid, Gredos, 1997.

Antonio, Nicolás:

—, Biblioteca Hispana Nueva, 2 vols., Madrid, Fundación Universitaria Española, 1999 [traducción al español de la edición de Madrid: viuda y herederos de Joaquín Ibarra, 1788].

Arco y Garay, Ricardo:

—, La erudición española en el siglo XVII y el cronista de Aragón Andrés de Ustarroz, 2 vols., Madrid, CSIC, 1950.

Artigas, Miguel:

—, Don Luis de Góngora y Argote. Biografía y estudio crítico, Madrid, Tipografía de la Revista de Archivos, 1925.

Aulo Gelio:

—, Noches áticas, 2 tomos, introducción, traducción, notas e índices, León, Universidad, 2006.

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—, «El uso retórico de las Autoridades en las polémicas literarias sobre el estilo culto», en S. Montesa Peydró, ed., A zaga de tu huella. Homenaje al profesor Cristóbal Cuevas, I, Málaga, Universidad, 2005a, p. 309-333.
—, «Citas de autoridades y argumentación retórica en las polémicas literarias sobre el estilo culto», Revista de la Asociación Española de Semiótica, 14, 2005b, p. 37-72.
—, «Poesía y retórica en el Siglo de Oro: cuestiones en torno al estilo culto», en R. Cacho Casal, A. Holloway, eds., Los géneros poéticos del Siglo de Oro: centros y periferias, Woodbridge, Tamesis Books, 2013, p. 133-150.
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Blanco, Mercedes:

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Canavaggio, Jean:

—, «Góngora et la Comedia nueva: un témoignage inédit», Mélanges de la Casa de Velázquez, 1, 1965, p. 455-462.

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—, «La letrilla “Aprended, flores, en mí” de Góngora», Revista de Filología Española, vol. XLVI, 3-4, 1963, p. 401-420.

Carreira, Antonio:

—, «La controversia en torno a las Soledades. Un parecer desconocido y edición crítica de las primeras cartas», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998a, p. 239-266.
—, «La décima de Góngora al conde de Saldaña (comentario de texto y reflexiones sobre la enseñanza de la literatura en el bachillerato)», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998b, p. 293-313.
—, «La recepción de Góngora en el siglo XVII: un candidato a la autoría del Escrutinio», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998c, p. 399-414.
—, «El manuscrito Chacón: a tal señor, tal honor», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998d, p. 75-94.
—, «Los romances de Góngora: transmisión y recepción», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998e, p. 361-371.
—, «Los poemas de Góngora y sus circunstancias: seis manuscritos recuperados», en Gongoremas, Barcelona, Península, 1998f, p. 95-118.
—, ed., L. de Góngora, Romances, 4 vols., Barcelona, Quaderns Crema, 1998g.
—, ed., L. de Góngora, Epistolario completo, Lausanne, Hispania Helvética, 2000.

Carreño, Antonio:

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Epístolas satisfactorias §

Epístolas satisfactorias. Una, a las objeciones que opuso a los poemas de don Luis de Góngora el licenciado Francisco de Cascales, catedrático de RetóricaI de la santa Iglesia de Cartagena, en sus Cartas filológicas. Otra, a las proposiciones que, contra los mismos poemas, escribió cierto sujeto grave y docto. Por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja. A don Fernando Alonso Pérez del Pulgar, señor de la villa del Salar. Con licencia. En Granada, en casa de Blas Martínez, mercader e impresor de libros, en la calle de los Libreros. Año de 1635.

Aprobación §

Por comisión del señor doctor don Lucas Vela de Sayoane, maestreescuela de la santa Iglesia de Granada y provisor y vicario general de su arzobispado por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Fernando de Valdés, arzobispo de Granada y presidente de Castilla, he visto las dos Epístolas satisfactorias etc. que en este libro se contienen, en que no he hallado cosa que desdiga de la pureza de la religión o que pueda ofender a las buenas costumbres. En lo demás, juzgo que el argumento a que se dedican está tratado con mucha destreza de ingenio, doctrina curiosa y de apacible variedad, y retocado con muy buenas lumbres de toda erudición, especialmente de la Retórica y Poética. Parece obra digna de dar a la estampa, tanto por lo dicho como por la mesura y urbanidad que guarda su autor, pues, en asunto apologético, donde los más escrupulosos dejan correr la pluma con libertad, él le pone leyes y la hace ir siempre recogida dentro de los márgenes de la modestia, renunciando el derecho de estilo licencioso que se podía tomar y le daban las leyes de apología. Este es mi parecer. En el Sacro Monte, 17 de noviembre, 1635.

Martín Vázquez Siruela.

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Licencia §

En la ciudad de Granada, a veinte y ocho días de mes de noviembre de mil y seiscientos y treinta y cinco años, el señor doctor don Lucas Vela de Sayoane, maestreescuela de la santa Iglesia de esta ciudad, provisor, juez, oficial y vicario general en ella y su arzobispado por el ilustrísimo y reverendísimo señor don Fernando de Valdés y Llano, mi señor, arzobispo del dicho arzobispado, presidente de Castilla, etc., habiendo visto este libro intitulado Epístolas satisfactorias, compuesto por don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja, de esta diócesis, y aprobación fecha por el doctor Martín Vázquez Siruela, canónigo de la Iglesia Colegial del Sacromonte de Valparaíso, extramuros de esta ciudad, fecha en virtud de comisión y licencia de su merced, dijo que daba y dio licencia a cualquier impresor de libros de esta ciudad para que lo pueda imprimir, sin incurrir por ello en pena alguna. Y así lo proveyó, mandó y firmó.

El doctor Vela de Sayoane.

Por su mandado, Pedro de Saavedra, notario.

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[Prólogo] §

Lector,

Si fueres poeta y latino, corrige este discurso. Si no, ni lo aprueba ni reprueba tu juicio. Si te pareciere dilatado,

Legito pauca, libellus ero71.

Si has inclinado tu afecto a los versos de don Luis de Góngora, loarás el asunto mío, y si te pareciere mal, te diré (mientras no satisfaces con más eficacia):

Haec mala sunt, sed tu non meliora facis72.

Responde, pues, tú mejor, que a todos toca la defensa de la nación, de los sujetos de ella, de la ampliación y culto de nuestro lenguaje, y entretanto oye a Marcial:

Lector, solue. Taces dissimulasque? Vale73.

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A don Fernando Alonso Pérez del Pulgar, señor de la villa del Salar. §

Dos cartas que escribo, una, al licenciado Francisco de Cascales, catedrático de Retórica de la santa Iglesia de Cartagena, y otra, a cierto gran sujeto, cuyo nombre no tengo licencia de revelar, dedico a vuestra merced, aunque le miro digno de un superior y culto elogio que, repetido del más dulce instrumento de la Fama por todo el orbe, igualase sus merecimientos, si esto es posible. Solicitan los pies de vuestra merced para calificarse, su amparo para defenderse, tanto por la falta de cultura cuanto por ser los primeros discursos míos que se imprimen74. El asunto de ellas es grande, aun cuando lo fuera mi suficiencia, porque los sujetos por quien y a quien las escribo lo son mucho. Pero siéndolo tanto el de vuestra merced, a quien las consagro, así en naturales gratuitos dones de su persona y calidad, de que próvidamente le dotó el cielo y no sin causa, perdonará el olvido como en partes adquiridas de prudencia y discreción, que las conoce (con razón) lo más y mejor de España; procederé yo sin riesgo, y ellas, sin recelo, calificadas de su talento, defendido de su valor, siempre admirado, muchas veces temido. Suplico a vuestra merced que, depuesto (si se permite) el cuidado que emplea en sus vasallos y en el gobierno de su república, a quien con pía y legal afección, cristiano y atento asiste, amado de todos, ejemplo de muchos, preste un rato la atención a estas cartas y como tan entendido en todo y mi materno tío75, si padre en la veneración, las corrija con su gran juicio, las reciba con su no menor agrado: saldrán perfectas, quedaré sin temor, premiará vuestra merced excesivamente tan breve ofrecimiento, que de su fruto da el que puede cada planta. Guarde Dios a vuestra merced. Loja, abril, 20, de 1635.

Don Martín de Angulo y Pulgar.

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[Epístola a Francisco de Cascales] §

[f. 1r] A esta ciudad de Loja llegaron las treinta Cartas filológicas76, divididas en tres décadas, que vuestra merced, señor licenciado Francisco de Cascales, dio a la estampa el año pasado de 1634, tan doctas todas y abundantes de erudición, que dan testimonio de los grandes y virtuosos estudios de vuestra merced. Pero también le dan la Epístola 8 al licenciado Luis TribaldosII de Toledo y la 10 al maestro don Francisco del Villar77, en la primera década, de que le movió algo de pasión a decir en ellas mal del estilo y versos del Polifemo y Soledades de don Luis de Góngora. Conoceralo vuestra merced, si leyere esta carta, que será breve; o procuraré que Marcial diga por mí en el libro 2, epigrama 77:

Non sunt longa quibus nihil est quod demere possis78.

De las objeciones que vuestra merced opone a estos poemas, elegiré solamente las que parecen de más fundamento y menos contradicción, y responderé procurando satisfacerlas, no por defender a don Luis ni a sus poemas, que aun pensarlo fuera grave [f. 1v] culpa, cuando con tanto como justo aplauso le venera el mundo por gran poeta, y vuestra merced en el folio 29 y 37, página 2, de sus cartas, por el mayor que ha tenido nuestra España79. Ni menos por oponerme a sus buenas letras de vuestra merced, donde es forzoso quedar yo vencido, pues a juicio de muchos (y si el mío vale, confieso lo mismo) hace coro de por sí en esta facultad; sino porque alguno de los aficionados de don Luis o no se rinda al recelo que le puede causar la autoridad de vuestra merced en lo que propone contra estos poemas, o no lamente que, muerto su autor80, que tantos amigos tuvo y aficionados tiene, no haya alguno que satisfaga estas objeciones. A él le tocaba hacerlo si fuera vivo y a mí, por su aficionado, estando ya muerto. Y a vuestra merced le toca el consejo de Adriano VI, Pontifex Maximus, referido de Luis Vives, De tradendis disciplinis lib. 5, capítulo De uita et moribus eruditiIII: de uiuis enim (dice) censendum cautius, de mortuis reuerentius81.

Y porque mi ánimo no es deslucir (cuando fuese posible) los méritos y grandes estudios de vuestra merced, antes, reconocido inferior a ellos, recibiré amigablemente la corrección de este discurso. Para responder a los [f. 2r] de vuestra merced, no me valdré de ajenas autoridades donde no fueren muy precisas, sino de las mismas conclusiones y doctrina de sus cartas, citando folio y página para proceder con toda legalidad. Y si en satisfacer no consiguiere mi intento por mi poca suficiencia y porque le hace muy dificultoso el ser opuesto al de tan erudito sujeto como vuestra merced, diré con Propercio, libro 2, elegía 10:

Quod si deficiant IV uires, audacia certe
laus erit: in magnis et cogitasse sat est82.

Número 1. §

En el folio 29, página 2, da principio vuestra merced a la Epístola 8 como gracejando con un cuento del sacristán de Paulenca y, después de haberlo aplicado ni bien ni mal83, hace inventario de los defectos que atribuye a estos poemas y dice: que es nueva secta, ciega, enigmática y confusa, engendrada en mal punto y nacida en cuarta luna84. Bien dijera vuestra merced si los probara o con razón, si no invencible, probable o con ejemplo aplicado fielmente o con autoridad y su directo sentido, como lo debe hacer cualquier autor, porque [f. 2v] la gloria suya no está en lo que escribe, sino en lo que prueba. Y a la proposición que vuestra merced no hubiere calificado con alguna de estas tres, ella misma responde, aun cuando no la diera por nula vuestra merced con lo que inmediatamente dice en abono de las obras de don Luis, de esta suerte: que ha ilustrado la poesía española a satisfacción del mundo y enriquecido la lengua castellana con frases de oro, felizmente inventadas y felizmente recibidas con general aplauso85.

Junta vuestra merced tan de ordinario el vituperio con la alabanza de las obras de don Luis, que parece que con esta solicita para aquel mayor aplauso o que no se quiere mostrar parte en lo uno ni en lo otro, pues admirándose dice que hombre tan singular como el que ha escrito con elegancia y lisura, con artificio y gala, con novedad de pensamientos y con estudio sumo lo que ni la lengua puede encarecer ni el entendimiento acabar de admirar atónito y pasmado86. Y con esta ponderación en alabanza de don Luis hace fundamento a lo que continuadamente duda, diciendo que había de salir ahora con ambagiosos87 hipérbatos y un estilo fuera de todo estilo y una lengua llena de confusión, que parece todas las de Babel juntas, [f. 3r] dadas para cegar el entendimiento88. Pues, ¿qué mayor vituperio?, ¿cómo, pues, se ha de entender lo que vuestra merced quiere que se entienda?

No causaran novedad esta admiración y esta duda que parece se contradicen, si fuera vuestra merced de los que censuran las obras ajenas a fin de calumniar no más, porque estos, en derramando el veneno de su intención, procuran con sumiso estilo recogerle por lo negativo y piadoso, aunque saben que, después de incitados los ánimos, que o mal recatados del engaño o poco sabidos en las materias se dan a la fácil creencia,

nequit uox missa reuerti89,

como a otro intento dijo Horacio en su arte. Mas se les respondiera por parte de don Luis lo que dijo Séneca, De remediis fortuitorum, por los que calumnian: male de te loquuntur. Y responde: non de me loquuntur, sed de se. Faciunt non quod mereor, sed quod solent. Quibusdam enim canibus sic innatum est ut non pro feritate, sed pro consuetudine latrentV90. Pero no se debe presumir tal imperfección en vuestra merced, cuando vemos que se precia en el folio 41, página 2, que nació con tan buen alma y pecho sincero91. Y que en el folio 6, lamenta así por los [f. 3v] autores: quién los corrige (dice) y por ventura los deprava, etc. y el pobre autor lo padece en su opinión y en su honra92. La razón está de parte de vuestra merced, ora sea o no afecto a don Luis, porque si lo es (como creo), no le había de procurar perturbar el aplauso general que le confiesa ni la opinión (ya ciencia en lo más) tan merecidaVI por sus trabajos. Y si no le es afecto, no le excusa la alabanza con su no merecida emulación, que crece con ella, según Lipsio, 2, De constantia, al fin del capítulo 8: ut enim(dice) aromata longe lateque odorem emittunt, si teras, sic uirtutis fama diffunditur, si premasVII 93.

El símil de Babel agradezco mucho a vuestra merced, porque, aunque le trae para prueba de la confusión que juzga en el estilo de don Luis, es muy ajustado a mi intento, sabido el secreto del milagro. Y es que Dios confundió a los de aquella torre, no con darles lenguaje confuso, sino haciendo que en el mismo suyo ellos se confundiesen, tomando piedra por agua y agua por piedra. Y esta fue la grandeza del milagro Genes. 11 Cornel. a Lapid. Martín del Río Benedicto Pererio, que no lo fuera tanto confundirse hablando en lengua que no sabían94. Aplico el símil: las Soledades de don Luis y el Polifemo no están confusas ni hablan [f. 4r] en lenguas diferentes, sino en la suya materna; sino que la envidia o malicia de los que les pesa de su lauro, no pudiendo igualarle, o que por imitarle inventan varias lenguas en confusos poemas, los ha confundido en la misma suya por parte del sujeto inficionado con alguna de estas dos causas, si no con la de su ignorancia95.

Y si quiere vuestra merced (en otra opinión Filon. s. Jeron. s. Aug. Origen. Abulen. no menos seguida de los santos y doctores96) que esta confusión o esta maravilla procediese de haber Dios borrado de la memoria de los de la Torre la lengua que era propia y una en todos, infundiéndolesVIII otras diferentes, estas de voces nuevas se habían de componer, claro es. Pero vuestra merced dice (como veremos en el Número 5) que la oscuridad de estos poemas de don Luis no nace de las voces nuevas que tiene97. Luego el símil alegado a mi propósito es, pues faltando estas voces a los poemas y sobrando en Babel, no será una la confusión de este y de aquellos.

Continúa vuestra merced su dictamen persuadido a que don Luis no pudo escribir por buenas estas obras, sino para prueba de su ingenio y abobar los ajenos98, y dice fol. 30: y si acaso (lo que no pienso) habla de veras, confesaré de [f. 4v] plano o que yo he menester purgarme con las tres anticirasIX de Horacio o él va totalmente fuera de trastes99. A esta proposición disyuntiva respondiera concediendo la primera parte cuanto a la purga, pues vuestra merced la confiesa de plano, si no fuera tan notorio cuán libre está de la enfermedad que Horacio, en la sátira 1 del libro 2 de sus Sermones, atribuye reprehendiendo a un miserable a quien juzga tan incurable de ella que no solo era necesario aplicarle el eléboro, hierba contra su mal que se criaba en la isla de Anticira100, sino con toda la isla duda que sane. Y dice:

Danda est helebori multo pars maxima auaris:
nescio an Anticiram ratio illis destinet omnem101.

Pero vuestra merced se impone la pena de ser de los incurables de este achaque si no fuese don Luis fuera de trastes, pues le parece que había menester para purgarse las tres Anticiras que receta Horacio en su Arte a los poetas sin aliño:

Si tribus Anticyris caput insanabile nunquam
tonsori Licino commiseritX102;

que este es el lugar que vuestra merced juntó con el primero y así cesaré en este intento, procurando solo que el de este discurso manifieste quién es el que va fuera de trastes y pruebe [f. 5r] que no es don Luis, y sea respuesta negativa a la segunda parte de esa proposición de vuestra merced; o señale en qué parte de sus obras va y por qué fuera de trastes don Luis, si dice fol. 33 pag. 2 que es el cisne que mejor ha cantado en nuestras riberas103. Pero cuando le hubiera hallado algún descuido, se le debía disimular y compensar con las muchas galas, agudezas y novedades que tiene104, y decir por ellas lo que Poliziano a Fósforo lib. 12 Epist.: non fuisse "isthaec" errata, sed parum intellecta, quae mihi errata uideantur105.

De los efectos de esta enfermedad juzga vuestra merced, no justamente, tocado a don Luis no solo, pero quiere sea de contagio para sus aficionados, pues resuelve fol. 39 pag. 2: este en fin es un humor grueso que se le ha subido a la cabeza al autor de este ateísmo y a sus sectarios106. Impugnar los escritos, refutar las opiniones, no sentir bien y aun decir mal unos de lo que otros autores escriben, permitido es, y aunque les cause algún sentimiento, no les ofenden; pero intentar deslucir (bien que en vano) la persona, y más de tantas partes y méritos como don Luis, no puede ser demostración que concluya contra sus poemas, antes sí temeridad que no la publicara yo, si vuestra merced no hiciera tan manifiesta confesión [f. 5v] de ella, pues dice por los defectos que acumula a estas obras fol. 34: ceso, porque me ocupo en cosa más temeraria que gloriosa107. Y a ser yo menos servidor de vuestra merced que aficionado de don Luis (y soyXI uno de los mayores), motivo me habían dado sus discursos para cortar la pluma algo delgada108, pero, cuando no el respeto debidoXII, me templara la doctrina que vuestra merced enseña diciendo fol. 18 y 60 pag. 2 que es regla de prudencia la moderación109. Y ya que teniendo tanta de la una, no usó vuestra merced de la otra, le seguiré en el consejo y no en el uso, porque estimo su amistad.

Y si para defender estas proposiciones dijese vuestra merced (pues no le queda otra excusa) que el vituperio que atribuye es solo al Polifemo y Soledades, y la alabanza a las demás obras, no satisface, porque como habla contra la mayor, que es las Soledades (que habían de ser cuatro110 y no acabó la segunda), y el Polifemo, que es otra de las cuatro mayores que compuso don Luis, y esta y aquella, las primeras que le dieron el lauro de mayor poeta, claro es que pretendió vuestra merced arrastrar con estas el crédito de los demás poemas que guardan el mismo estilo, como son el Panegírico, la Congratulatoria [f. 6r] 111 y las veinte y cinco octavas que son introducción a la comedia de La gloria de Niquea112, que salió impresa con las demás obras de don Juan de Tassis, conde de Villamediana (y aunque son de don Luis, no ha faltado quien se atribuya propios estos dos poemas)113. La razón es porque vuestra merced no dice mal de ellos por tales poemas reduplicatiue, como dice el lógico, esto es, por el metro o el asunto de ellos, sino por de tal estilo oscuro (como veremos). Luego no satisface, que si usó el mismo en otros poemas don Luis, de todos dice mal vuestra merced.

Y si instare que su ánimo fue reprobar el estilo del Polifemo y Soledades y no el que usó don Luis en otros poemas que antes de estos compuso y lo probase vuestra merced con lo que dice fol. 40 que si don Luis se hubiera quedado en la magnificencia de su primer estilo, hubiera puesto su estatua en medio de la Helicona114, menos se defiende, porque casi en todas las demás partes de sus cartas donde trata vuestra merced de este punto, habla en general contra el estilo de don Luis, no contra el primero de las primeras obras, que loa, ni contra el de las segundas, que reprueba. Demás que el de las unas y las otras está adornado de metáforas [f. 6v] y transposiciones, que es lo que vuestra merced condena, como veremos en el Número 2 y 3 Num. 2 y 3. Pero probemos que las usó, y no pudo menos, para que se verifique lo que dice vuestra merced: que el primer estilo suyo tiene magnificenciaXIII. Porque esta resulta de las transposiciones y metáforas, sin que lo diga lib. 8 c. 3 y 6 Quintiliano115, como veremos Num. 2 y 3 adelante116. Luego ni satisface vuestra merced ni defiende que no las condena todas. Pero respondido a lo que expresamente opone al Polifemo y Soledades, lo quedará vuestra merced a lo que tácitamente puede desear que se crea de los demás poemas que les imitan, antes o después compuestos por don Luis.

Número 2. §

Todo el tema de estas cartas de vuestra merced se resuelve en seis objeciones: tres afirmativas, dos negativas y una, digámosla, indiferente117.

La 1. Las transposiciones o hipérbatos o transtruecos.

La 2. Las metáforas o translaciones.

La 3. La oscuridad que de todo resulta.

La 4. Que esta oscuridad no resulta de las voces nuevas.

[f. 7r] La 5. Que ni de la recóndita doctrina que tienen estos poemas.

La 6. Que por la falta de los artículos queda vizcongada118 la oración en estas obras.

Las cuatro primeras están donde dice vuestra merced fol. 33 pag. 2 que estas obras de don Luis son oscuras no por la extrañeza de las voces nuevas y peregrinas, sino por dos causas: una, por la confusa colocación de voces; otra, por las continuas y atrevidas metáforas119. Y lo mismo casi, aunque por otro estilo, dijo vuestra merced antes120. La quinta objeción refiere así fol. 30 pag. 2 y fol. 32 fol. 34: que la oscuridad de estos poemas no nace de su recóndita doctrina121. La sexta está expresa en el folio 33, página 2122.

Para prueba de la primera objeción escoge vuestra merced algunos versosXIV que entresaca del Polifemo (de las Soledades no) y si hiciera lo mismo con el poeta que a más satisfacción de vuestra merced ha cantado123, hallara los mismos inconvenientes que piensa que hay en los poemas de don Luis. Pero sin duda se engañó vuestra merced (o nos quiso probar, pues creo que entiende lo contrario) y lo probaré con sus mismos ejemplos124.

El primero es los dos versos primeros de la dedicatoria de la Fábula de Polifemo:

Estas que me dictó rimas sonoras
[f. 7v]culta sí, aunque bucólica, Talía.

Y como que no pueda ser de otra suerte, construye vuestra merced:

Estas rimas sonoras que me dictó

la culta Talía, culta sí, aunque bucólica.

Aquí, para construir o destruir (como dice fol. 21 pag. 2 por el maestro Francisco Sánchez125), calló vuestra merced el vocativo y el verbo. Póngale y diga:

Oh, excelso conde, escucha

estas rimas sonoras que me dictó

Talía, culta sí, aunque bucólica.

Y hallará la cláusula corriente, clara y sin necesidad del artículo la, que vuestra merced le añade. Absit(dijo Marcial en la epist. antes del lib. 1 Epigr.) a iocorum nostrorum simplicitate malignus interpres: improbe facit qui in alieno libro ingeniosus est126. No niego yo que estos versos estén dificultosos, pero sí que estén oscuros para los que se hizo el poema, que son los doctos y entendidos como vuestra merced, que al indocto y al de corto ingenio claro es que serán oscuros, como lo es la lengua latina para quien la entiende poco.

Los tres ejemplos que vuestra merced trae después del referido son como él y así con una misma respuesta se satisfacen. Y ya que quiso valerse de los versos de don Luis para prueba de esta objeción, no escogió otra más difícil [f. 8r] transposición en la rima127 tercera de la fábula, que dice de la cueva de Polifemo:

Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
de los montes, esconde128.

Por «cuanto cabrío esconde las cumbres ásperas de los montes». Ni encontró vuestra merced con la más dificultosa rima; ¿quiere verlo? Pues envíeme construida la octava de este poema, pero ha de ser sin añadir ni quitar ni suplir parte alguna de las que tiene la oración. Dice así, pintando la grandeza del zurrón de Polifemo y la confusa mezcla de frutas que en él traía:

Erizo es el zurrón de la castaña
y, entre el membrillo o verde o datilado,
de la manzana hipócrita, que engaña
a lo pálido no, a lo arrebolado,
y de la encina, honor de la montaña,
que pabellón al siglo fue dorado,
el tributo, alimento aunque grosero,
del mejor mundo, del candor primero129.

Tan difícil es, que don José Pellicer de Salas (cuyo grande ingenio es muy conocido y cuya no menor erudición no menos envidiada130) en sus Lecciones solemnes y comento a esta FábulaXV dijo colu. 73 num. 4: «muchos doctos advirtieron a don Luis que enmendase el verso quinto [f. 8v] de esta rima porque dice arriba que el zurrón era erizo de la castaña y de la manzana, y ahora dice de la encina y suena que era erizo del árbol. Porque aquel «de» había de estar con el tributo –«del tributo»– y en el zurrón no venía la encina sino la bellota. Nunca le quiso dar segunda esponja don Luis, yo cumplo con advertirlo»131. Hasta aquí don José. Y tengo por cierto que no ha menester nueva corrección el verso, según la construcción que yo le he dado y pedido a vuestra merced.

Quiere vuestra merced probar su objeción con su autoridad y afirma fol. 37 pag. 2 que las transposiciones son ajenas de nuestro lenguaje132. Y sin duda que tiene esta conclusión mucho fundamento, porque las usa muchas veces Garcilaso y le cita fol. 44 esta vuestra merced133:

En esta agua que corre clara y pura134.

Por «en esta agua pura que corre». Véase vuestra merced con él otra vez y leerá también egl. 3:

Al fondo se dejó calar del río135.

Por «al fondo del río se dejó calar».

Escondiendo su luz al mundo egl. 3 v. 221 rara136.

Por «escondiendo su luz rara al mundo». Y en el soneto cuarto:

Romper un monte, que otro no pudiera,
de mil inconvenientes muy espeso137.

[f. 9r] Por «romper un monte muy espeso de mil inconvenientes». Y en el sonetoXVI al sepulcro de don Fernando de Guzmán, su hermano:

Por manos de Vulcano artificiosasXVII138.

En vez de «artificiosas manos de Vulcano». Sin otras muchas que le hallará. Luego ¡mal serán ajenas de nuestro lenguaje, si ha tanto tiempo que las usó Garcilaso! Y si vuestra merced le declara fol. 43 pag. 2 por príncipe de la poesía castellana139, bien pudo, conforme a la ley I, Digesto, De constitutionibus principum140, establecer otra para que ya fuesen propias las transposiciones a nuestro lenguaje, y así o reprehéndalas en él o no las culpe en don Luis, que a su ejemplo las usa con tanta eminencia, novedad y gala, que de otra suerte no fueran dignos sus poemas de la alabanza que vuestra merced les da. Nec tam insolita laus esset (dijo Quintiliano lib. 8 cap. 3) si usitata et caeteris similis esset oratio141. Y si con este ejemplo quiere vuestra merced que aún sean las transposiciones ajenas de nuestro lenguaje, ¿por qué no prohíbe las del soneto que repite fol. 31 pag. 2 por de un amigo para ejemplo de cómo han de ser los versos cultos y claros142?; pues dice el verso cuarto:

La que a Dios alcanzó en disfraz humano.

Por «la que alcanzó a Dios en disfraz humano». [f. 9v] Y en el verso doce:

Hombre, ten por verdad más que el sol clara.

Por «verdad más clara que el sol». Pues más duramente la usó en la prosa del folio 126, que dice: elocuencia medida y tan dentro de sus límites ceñida143. Por «elocuencia tan ceñida dentro de sus límites». Pero porque no se disguste vuestra merced de esta advertencia, lea un discurso de Quintiliano que excusará la pesadumbre de haber reprobado lo mismo que usa y aprueba, y esforzará la prueba de mi discurso lib. 8 cap. 6. Dice, pues, hablando del hipérbaton, que (como vuestra merced mejor sabe) es la figura que causa la transposición: «animaduerti, iudices, (ejemplo es de Cicerón que refiere vuestra merced, aunque no todo Quintil. fol. 37 pag. 2) omnem accusatoris orationem in duas diuisam esse partes»144. Y desata la figura así: nam «in duas partes diuisam esse» rectum erat. Y añade: sed durum et incomptum145. Luego si no usar de transposiciones es duro y no peinado ni culto estilo, aun en prosa, que es de lo que habla Quintiliano, ¿por qué en el verso no será más permitido usarlas? Y si en este las reprueba vuestra merced en otro y las usa en aquella no mejor, sino más atrevidamente por ser en prosa, puesto que en ambos sea defecto, bien le aplicaremos lo que [f. 10r] Persio cantó en la sátira cuarta:

Vt nemo in sese tentat descendere, nemo,
sed praecedenti spectantur mantiga tergo146.

Esforzando la prueba de esta objeción, responde vuestra merced a un fuerte argumento del maestro don Francisco del Villar147 con dos ejemplos. El primero: que la lengua latina tiene su dialecto y la castellana, el suyo, en que no convienen. Y el segundo fol. 37 pag. 2: que el trastorno de las palabras es natural en la latina148. Pero aunque de ellos no se infiere que la castellana no le pueda usar ni deba, si no convienen en el dialecto, ¿por qué en el folio 30 y 31 y por toda la Epístola 6 de la Década 3149, alega vuestra merced ejemplos latinos para doctrinar la poesía castellana y convencer en su intento? Si la diferencia es, como debe ser, respectiva, tan diferente es el dialecto latino del nuestro como el nuestro del latino, y así no convence con los ejemplos. Las artes retóricas y poéticas que se han escrito, ¿son para la lengua latina sola? No, sino para que cada uno en la suya aprenda y la procure aventajar a otras en tropos y figuras. Mas, o estos dos lenguajes tienen diferente arte o no: si la tienen, no hacen fuerza los ejemplos; si no la tienen y es toda una, los preceptos lo deben [f. 10v] ser. Luego si por uno de ellos (y aprobación de vuestra merced) se permiten transposiciones en el lenguaje latino, ¡bien (con la bula del Carmen150) sin que obste la diferencia del dialecto, las usa y puede usar el castellano! Si, como dice Aristóteles y vuestra merced in Poet. fol. y pag. última, la poesía es un arte de imitar con palabras151, ¿a quién se ha de imitar, sino a los poetas clásicos? Estos son los latinos. Luego bien las usan, imitándoles, nuestros castellanos, o no imitarán ni seguirán los preceptos del arte. Y que el dialecto latino sea diferente que el castellano es así. La razón es, aunque no la da vuestra merced, porque este tiene las terminaciones o últimas sílabas de los nombres siempre semejantes y habla con artículos que diferencian los casos y sin declinaciones; y aquel con ellas y sin ellos, y con sílabas diferentes que las distinguen. Pero el dialecto152 solo tiene jurisdicción sobre las voces en el modo de pronunciarlas, regirlas y concordarlas. Mas el hipérbaton compuesto de ellas está comprehendido de la frase153, cuya jurisdicción se extiende a la ampliación de los significados de las voces, a juntarlas y colocarlas antes o después; y la frase y el dialecto son la forma y esencial diferencia entre un lenguaje [f. 11r] y otroXVIII, y lo que cada uno puede decir que es propio suyo (como vuestra merced mejor sabe). Y así, para usar el castellano de transposiciones, no obsta que su dialecto sea diferente del latino, si en la frase, a quien pertenecen, ya no lo son después que don Luis nació (y aun antes) y que dio al mundo sus poemas, a cuya luz se ha desatado la niebla de la antigua poesía154, como se ve claramente en sus obras y en los que para lustre de las suyas le imitan. Y si diéramos que no se permitían en la prosa las transposiciones, sería contradecir a vuestra merced, que las aprueba en el folio 128155, y en el folio 126 usó la que vimos poco ha156. Pues ¿con qué razón las quiere enajenar del verso culto y contradecir a nuestro Garcilaso, que en la Epístola a Boscán dijo:

No será menester buscar estilo
presto, distinto, de ornamento puro,
tal cual a culta epístolaXIX conviene157?

Si criase Dios un hombre de tan claro ingenio que, como don Luis en verso, usase hipérbatos en prosa con suavidad y eleganciaXX (que muchosXXI usan los escritores), no sería justo culparle ni es razón la que algunos dan de no se usa ni se ha usado158, cuando vemos la diferencia que se causa de la sucesión [f. 11v] del tiempo en los idiomas. Vuestra merced lo confirma y dice fol. 127 pag. 2 que con la variedad de los tiempos se muda el uso de hablar159. Y alega a Horacio in Art.:

Multa renascuntur, quae iam ceciderunt etc160.

Y aunque quiere fol. 38 pag. 2 que por haber dicho aquí Horacio parce detorta161 solo hable de las voces nuevas162, en el verso siguiente favorece a la frase y a mi conclusión:

Quem penes arbitrium est et uis et norma loquendi163.

Porque la potestad o fuerza y la regla o arte de hablar no se termina en las voces solas ni en su dialecto, sino en la colocación de ellas, que es la forma de la frase. Y cuando, para prueba de la variedad que recibe el idioma con el tiempo, no fuera suficiente la autoridad de Horacio y faltase la de vuestra merced, oiga a Quintiliano lib. 9 cap. 3: uerborum uero (dice) figurae, et mutatae sunt semper, et utcumque uoluit consuetudo mutantur. Itaque si antiquum sermonem nostro comparemus, pene iam quidquid loquimur figura est164. Y porque no falte prueba de esto con ejemplo, no es poco la variedad que hoy tiene nuestro mismo lenguaje del que usó el señor rey don Alonso en sus Partidas ni es menos la gran diferencia que hoy tienen nuestras comedias de las que escribió Séneca, [f. 12r] Terencio y Plauto165. Con autoridad también se prueba, pues, que por la alteza y cultura que dio Cicerón a la lengua latina en Roma, le llamaron y llaman hoy autor de la elocuencia, y Lucano lib. 7 De bell. ciu.,

Romani maximus autor
Tullius eloquii166.

Luego ¿antes no tenía tanta magnificenciaXXII como él dio al lenguaje y con el tiempo ha cobrado? Lucrecio en el libro 1, De rerum natura, y Quintiliano, libro 1, capítulo 5XXIII 167, lo aseguran. Pues ¿por qué en la nuestra no sucederá lo mismo? ¿Es tejida en menos cuenta? O ¿es alabanza de algún idioma tenerle por inculto?168.

Que sea natural en el latino el trastorno de las palabras, como dice vuestra merced en su ejemplo segundo: distinguo169 esta proposición. Es natural usando del arte retórica (o no será de provecho): concédolo. Es natural según su principio (que le tuvo sin ornato): niego. Lo propio diremos (sin algún inconveniente) de nuestra lengua castellana: que no es natural en ella, por sí misma, el uso de los hipérbatos o transposiciones, pero lo es ayudada del arte retórica (pues es para todas lenguas), cuyo uso ha enseñado don Luis con tanta elegancia y novedad. Y aunque esto [f. 12v] es cosa notoria, pruebe Quintiliano mi distinción, que hablando de la controversia que hubo entre algunos de su tiempo sobre la composición natural o artificiosa de la oración, dice lib. 9 cap. 4: qui si id demum naturale esse dicunt, quod a natura primum ortum est, et quale ante cultum fuit, tota haec ars orandi subuertetur: neque enim loquuti sunt ad hanc regulam, et diligentiam promi homines, nec proemiis praeparare, docere expositione, argumentis probare, affectibus commouere scierunt170. Y más abajo dice: uerum id est maxime naturale, quod fieri natura optime patitur171. Que no se puede entender que sea mejor lo mal compuesto que lo bien colocado.

Junta vuestra merced su autoridad con el ejemplo para prueba de su conclusión, y en folio 38, página 2, dice muy aseveradamente que la lengua italiana ni la francesa no admiten ni usan las transposiciones que don Luis172; y aunque no admitirlas o no usarlas estos lenguajes, o porque no quisieron sus poetas o no supieron (que sí supieron y quisieron) o por otra causa, no es argumento para que no las admita la lengua castellana ni consecuencia para que no las usen ni puedan usar sus poetas, pues no siempre la hacen los preceptos [f. 13r] de uno a los de otro idioma, respondo que si no me acuerdo mal de lo que no supe bien, no hay prueba de no, según la ley I, Digesto, De probationibus et defensoribus, y más al propósito la ley I, título 14, parte 3, y allí la glosa173. Y si alegar dos versos italianos y dos franceses sin transposición, como aquí hace vuestra merced, probase que no las usa su lenguaje, probara yo contra vuestra merced y la verdad que no las usa el latino con estos dos versos de Virgilio:

Consonat omne nemus strepitu collesque resultant174 Aen. 8 ver. 305.
Turris erat uasto suspectu et pontibus altis175 Aen. 9 ver. 530.

Y de paso, aviso a vuestra merced como amigo que no lo diga otra vez, porque si acaso pareciera lo contrario, quedaría tenido por hombre que mira las cosas con menos atención que debe y peligraría su crédito; que si en los ejemplos que alega no hay transposiciones (que sí hay), las habrá en otras partes que no ha reparado. ¿Quiere ver vuestra merced lo uno y lo otro? Pues léase a sí mismo y hallará que dice el Tasso en el soneto que le cita fol. 104:

Non teme, o nube al suo splendor molesta176.

Donde está traspuesto el epíteto molesta, que le atribuye a la nube. Y el Petrarca también, a quien vuestra merced alega sin transposición177, dice, [f. 13v] hablando con Júpiter, en el del soneto L´aura che il verde lauro:

Manda, prego, il mio in primaXXIV che il suo fine178. Petrar. ver. 6

Por il mio fine. Y en el último verso:

Senza le honeste sue dolci parole179.

Por honeste parole. Y él en su Jerusalem dijo:

Hor nulla teme,
opera di furor180 cant. 20 est. 76 Tass.

Por nulla opera. Sannazaro en sus Rimas, soneto quinto, que comienza Anima eleta…:

Con voce dir me udrai bassa e tremante181.

Por voce tremante. Y otras infinitas que hay en estos y otros grandes poetas. Diga, pues, vuestra merced si, habiéndolas usado ellos, las admite su lenguaje. Del francés no hablo, porque no le entiendo, mas diré (no injustamente) que, habiéndose engañado en la italiana, que es más familiar con la nuestra y con la lengua latina (y en vuestra merced es yerro este de mayor cuantía, por ser tan visto en todas), infiero que se engañó en la francesa. Y cuando no, en nada contradice a mi intento, pues usar o no transposiciones esta lengua no es regla ni doctrina para la nuestra. Crea, pues, vuestra merced que en todas se usan o pueden usar, o por necesidad, para ajustar el verso al metro o la oración a la suavidad, o por gala y mayor ornato y magnificencia del poema Quintil. lib. 8 cap. 6. [f. 14r] Que yo desde ahora creeré por cierta con grande fundamento la doctrina de Mantuano en el diálogo Contra detractores: deinde uelim scias (dice) non esse detractoribus facile credendum, quia non mature, etiam si docti sint, sed praecipitanter singula iudicantXXV, et putantes nugas suas iudicem non habituras, nec ullo incerniculum scutiendas182.

Número 3. §

La segunda objeción es que por las continuas metáforas y atrevidas se hace oscura esta poesía. Y válese vuestra merced para prueba con ejemplo del verso último de la rima primera de la dedicatoria de esta Fábula183, que dice:

Peinar el viento, fatigar la selva184.

Esta primera metáfora usó otra vez don Luis (otro no antes, a mi ver) en el verso 969 de la segunda Soledad por un baharí que seguía a un doral:

Rápido al español alado mira
peinar el aire185.

Pues diré a quién y cómo hacen alusión estas metáforas, porque si han parecido atrevidas o por de no fácil inteligencia o por nuevas, entendidas las alabe el que antes no penetró [f. 14v] su mucha gala y similitud, y no repruebe su novedad, conformándose al parecer de Quintiliano, pues dice vuestra merced fol. 105 que ningún hombre cuerdo se atreverá a perderle el respeto186. Y aconseja este autor que se inventen novedades: audendum tamen: (dice lib. 1 cap. 10) nam, ut Cicero ait, etiam quae primo dura uisa sunt usu molliuntur187.

La alusión, pues, que hacen es a los cabellos, esto es claro, y hácenla de este modo: así como el peine, entremetiéndose por los cabellos cuando con sus dientes los peina, los divide y abre y hace lugar para su paso, así se le hacen las aves con sus alas por el aire, dividiéndole y abriéndole con ellas. Esto es tan evidente que aun lo juzga el sentido corpóreo, y cuando no lo juzgue, no por eso fuera atrevida la metáfora, pues dice por ella Quintiliano lib. 8 cap. 2: translatio quoque, in qua uel maximus est orationis ornatus, uerba non suis rebus accommodat. Quare proprietas non ad nomen, sed ad uim significandi refertur, nec auditu, sed intellectu perpendenda est188. Luego ¡basta para ser buena la translación que la juzgue el entendimiento!

Probemos la conclusión con texto de don Luis, que, pues la frase es suya, bien es que [f. 15r] la prueben sus versos, mayormente cuando por nueva no se halla en autor clásico. El verso tercero de la rima quinta de esta Fábula dice, hablando del cabello de Polifemo:

Al viento que lo peina proceloso189.

Esto es (y no puede ser de otro modo) al viento, que, entremetiéndose por el cabello, lo esparce y se hace lugar para pasar. En la rima 18 dijo: y los arados / peinan las tierras190. Y en el romance Según vuelan por el mar, copla 8, finge garza un bajel y ave de rapiña otro que le sigue, y dice:

Peinándole va las plumas191.

Lo cual no se puede entender bien de otra suerte, sino que, entremetiéndose los arados por la tierra, las uñas del tagarote por entre las plumas de la garza se hacían paso para tomar nuevo lugar y dejar el que tenían.

También le hallo similitud en el movimiento y en la material forma del ala de esta suerte: así como el movimiento del peine, cuando hace su oficio, es de arriba abajo y al contrario, así es el más continuo de las alas de las aves. Esto es cuanto al movimiento. Cuanto a la forma, porque por lo delgado de las puntas de las plumas y grueso de los encuentros de las alas, parecen [f. 15v] algo a los peines y dientes suyos las plumas abiertas. Luego no es atrevida la metáfora con tantas similitudes en el movimiento, en la forma y en el efecto. Y dice Quintiliano, alegado arriba: etiam quae bene translata sunt, propria dici solent192. Y para suponer don Luis que el conde de Niebla (ya hoy duque de Medina)193, a quien dedicó su Fábula, estaría entretenido en la cetrería, no pudo darlo a entender con más galante y nueva frase ni metáfora más ajustada y propia.

Para más prueba de su conclusión y suficiente, condena por atrevida la metáfora del último verso de la rima 1 de esta Fábula194:

Mordaza es a una gruta, de su boca195.

Y como no dice el porqué, me obliga a preguntar si la metáfora o translación no es ya la que hasta ahora ha sido y define Cicerón y QuintilianoReto. 4 tit. 52 lib. 8 cap. 6, y divide en cuatro especies196. La definición traducida es así: la metáfora es la salida que hacen las voces de su propio significado por similitud de la cosa que se saca a la que se aplica. Sea ejemplo esta: los prados se ríen, porque la risa es señal de alegría y esta se halla imitada en el verdor de los prados. De la división elijo la especie de [f. 16r] mi propósito, que es el respecto que hay de las cosas inanimadas a otras inanimadas; como decir el concento de las virtudes, porque parece que su unión hace armonía como la música. De esta especie son sin duda la mordaza y la peña, que lo era de la boca de la cueva. Aplícole, pues, la definición: la mordaza se pone en la boca y en la de la cueva era puerta la roca; la mordaza impide el uso a la boca, la peña, el de la cueva. Luego si no solo son semejantes en lo inanimado, sino en el lugar y en los efectos, bien le conviene la definición y, por consiguiente, no es atrevida, teniendo tanta similitud.

No se hallará tan igual en haber dado nombre de fieras a los caballos, siendo domables o domésticos, Virgilio Aene. 5 ver. 818: spumantiaque addit / fraena feris197. Y no tengo noticia que haya vuestra merced notado de atrevida esta metáfora; quizá lo deja de hacer porque sabe que Julio Higino reprehendió al poeta porque dijo Aen. 6 ver. 15: praepetibus pennis198. Porque las plumas no son las ligeras, sino las aves. Y que le responde Aulio Gelio: sed Higinus nimis hercle ineptus est etc. Veniam prorsus Poetis daret similitudine ac translatione uerborum, non significatione utentibus, si uim potius naturamque uerbi considerasset199 lib. y cap. 5.

[f. 16v] El ser una metáfora atrevida no es lo mismo que ser mala, y si el poeta ha de inventar, ¿cómo ha de ser, si no es atreviéndose a decir lo que otro no alcanzó? Para que el uso ablande los tropos y nuevas frases, principio se ha de dar, porque sin él no se puede conseguir el fin. Y si alguno pudo, para que llegue este, dar aquel, fue don Luis200, sin desdén ni agravio de tanto célebre poeta que ilustran nuestra nación. Y si, porque no pueden ser atrevidas estas metáforas por falta de similitud de la cosa que se saca a la que se aplica, dice vuestra merced que lo son por nuevas o porque otro no las ha usado, respondo a lo segundo que esto tienen de bueno y de novedad (entre otras excelencias) estos poemas de don Luis: decir lo que otro no ha dicho, que por eso es nuevo y no imitado. A lo primero digo que, así como es más poderosa la acción de criar que la de engendrar, porque esta supone sujeto y aquella no, la acción de inventar es mayor que la de imitar, porque para esto hubo principio y para aquello no, sino solo el del propio discurso del que inventa. Adde (dice Quintiliano) lib. 10 cap. 6 quod quid alteri simile est, necesse est, ut minus sit eo, quod imitatur, ut umbra corpore imago facie201.

[f. 17r] Luego ¡más es inventar que imitar y de mayor gloria para el poeta! No dudó vuestra merced de la que don Luis merece fol. 34, cuando dio por nuevas y particulares sus frases202, ni cuando dijo fol. 37: pero ¿cuáles lugares (de don Luis) no son en sus obras cultos, elegantes y agudos?203. Atrévase, pues, por merecer tales elogios, que con eso se alcanza la gloria de grande poeta, y diga con Propercio:

Magnum iter ascendo, sed dat mihi gloria uires:
non iuuat ex facili lecta corona iugo204 lib. 4 ele. 10.

No obsta que fuese Enio reprehendido (como alega fol. 37 pag. 2 vuestra merced205) porque dijo: IuppiterXXVI hybernas cana niue conspuit Alpes (‘que escupió en los montes nieve’), pues no es consecuencia la reprehensión de uno justa o injusta, para que a otro se deba la misma. Y el haber alegado Quintiliano lib. 8 cap. 6 este verso para ejemplo de las metáforas, demás de que habla de las duras y de larga similitud206, dícelo por los oradores, no por los poetas207, y menos por don Luis, en quien no se hallan estos defectos. Refiero las palabras porque mejor se vea ser todo así: in illa uero (dice Quintiliano) plurimum erroris, quod ea quae poetis(note vuestra merced el paréntesis) –qui et omnia ad uoluptatem referunt et plurima uertere etiam [f. 17v] ipsa metri necessitate coguntur– permissa sunt conuenire quidam etiam prorsae putantXXVII208. Y adelante: omnia libentiora poetis quam oratoribus209. Y por todo el capítulo habla con esta distinción, de la cual infiero que no prueba vuestra merced con el verso de Enio que son atrevidas las metáforas de don Luis peinar el viento y mordaza de su boca. Antes las aprueba Quintiliano, pues no son de larga similitud, como probé, ni duras, pues que vuestra merced no les nota este defecto ni se halla en ellas, antes sí grande suavidad. Si estas fueran como la que DemetrioXXVIII culpó a Homero porque dijo alrededor trompeteó el gran cielo, tomando la metáfora de lo mayor a lo menor, y dijera mejor tronó la trompeta210, probara algo vuestra merced que se le pudiera conceder, mas no se puede lo injusto y no probado.

El ser continuas las metáforas no es defecto siendo buenas, antes agradan una y muchas veces oídas. Deme la prueba Cicerón: quae sunt (dice Ret. 2 tit. 26) ampla et pulcra diu placere possunt211. Y en el tercero de Orator dice: ex omni genere frequentissimae translationesXXIX erunt212. Que sean virtud es claro, porque son las metáforas el ornato de la oración. Dícelo Quintiliano así lib. 8 cap. 3: rectissime traditum est ornatum [f. 18r] translatis uerbis magis egere213. Y da la razón que para usarlas tienen los poetas, diciendo lib. 10 cap. 1: quod alligati ad certam pedum necessitatem, non semper propriisXXX uti possunt, sed depulsi a recta uia necessario ad eloquendi quaedam diuertiuncula confugiunt: nec mutare quodam modo uerba, sed extendere, corripere, conuertere, diuidere cogantur214.

Y si de las metáforas resulta en la oración la virtud del ornato, será mayor este cuanto más continuas fueren aquellas. Nam illud (dijo Cicerón a mi intento 3 De ora.) quod ex hoc genere profluit, non est in uno uerbo translato, sed ex pluribus continuatis connecticur, ut aliud dicatur, aliudque intelligendum sit 215. Véase el Número siguiente.

Y si reprueba vuestra merced la poesía de don Luis porque tiene las metáforas continuas, debiera reprobar las dos que tiene el verso primero del soneto citado por de un amigo216:

Si igualas en el vuelo al tiempo cano.

Porque volar es propio en las aves y lo atribuye al hombre y al tiempo; y decirle cano al tiempo es translación del cabello, de quien es propio epíteto, cuando de negro se vuelve blanco. Y si este soneto (como entiende mi malicia) fuese de vuestra merced, ajustada le está la fábula de Esopo, que dicen [f. 18v] imitó Catulo, Ad Varum, al fin:

Suus cuique attributus est error,
sed non uidemus manticae quid in tergo est217.

Y para que mejor se vea la gala y doctrina de este soneto y que casi todo está ilustrado de figuras poéticas, y porque ha sido y es y ha de ser ejemplo de otras conclusiones, le trasladaré para prueba de todas:

Si igualasXXXIen el vuelo al tiempo cano,
en ligereza al ciervo fugitivo,
no pongas duda, cogerate vivo
la que a Dios alcanzó en disfraz humano.
Escudo que forjó mágica mano,
templado en aguas de Jalón lascivo,
no es bastante defensa: irás cautivo
en la sarta común, tarde o temprano.
Áureo cetro de rey, sacra tïara,
egis de Palas, maza hercúlea fuerte,
quebranta y desmenuza como alheña.
Hombre, ten por verdad más que el Sol clara,
que si llegó la hora de la muerte,
en la mitad de Tíbur es Cerdeña218.

Y aunque este ejemplo es suficiente para disculpar a don Luis, si fuese culpa usar las metáforas, referiré para mitigarla algunos versos sin ellas para que vuestra merced se persuada que no son tan continuas como piensa. En [f. 19r] la Dedicatoria de esta Fábula:

Templado, pula en la maestra mano.
Gima el lebrel en el cordón de seda219 rim. 2 ver. 1 y 7.

En la Fábula:

Donde espumoso el mar Sicilïano220 ver. y rim. 1.
La serba, a quien le da rugas el heno221 rim. 7 ver. 5.
Tal la música es, de Polifemo222 rim. 9 ver. 8.
En tablas dividida, rica nave223 rim. 52 ver. 1.

Y en todas las rimas hallará medios versos y enteros sin metáfora ni otra figura, y en las Soledades lo mismo. Lea vuestra merced el verso primero de la Dedicatoria:

Pasos de un peregrino son errante224.

Y los versos:

Y, en cuanto daXXXIIel solícito montero
al duro roble, al pino levantado ver. 16 y 17225.

En la primera Soledad, del que salió del mar, dice:

Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que lo expuso en la playa dio a la rocaXXXIII ver. 66226.

En la segunda Soledad:

Yace en el mar, si no continüada,
isla mal de la tierra dividida227 ver. 189.

Y sería trasladar mucha parte de ellas entresacar versos sin metáfora, pero si hacerlo en versos que la tienen fuera prueba de [f. 19v] atrevimiento o continuación, ningún poeta se librara de esta culpa y sentenciara vuestra merced contra los que aclama para condenar a don Luis; mas diré por él lo que Marcial:

laudat, amat, cantat nostros mea Roma libellos,
meque sinus omnis, me manus omnis habet.
Ecce rubet quidamXXXIV,pallet, stupet, oscitat, odit,
hoc uoloXXXV: nunc nobis carmina nostra placent

Marcial, Epigramas, VI, LXI: «mi querida Roma alaba, ama, canta mis libros, / y a mí todos los pechos, a mí todas las manos me tienen. / Mira: uno enrojece, palidece, queda estupefacto, bosteza, / siente odio. Eso quiero: ahora me agradan mis versos» (Marcial 1997, t. I: 368).

lib. 6 epi. 61

Y cuán ajustada sea esta respuesta por don Luis, vuestra merced lo dice explicándola228 fol. 38 pag. 2.

Número 4. §

La objeción tercera es: que de los hipérbatos o transposiciones y de las translaciones o metáforas resulta la oscuridad de estos poemas229. En esta con gran facilidad convenimos y así se la concedo a vuestra merced, porque el estilo de don Luis es nuevo, que si no, lo entendieran fácil todos, y así entendido, no fuera oscuro, como no lo es para vuestra merced, que lo ha entendido tan bien. Pero si por las metáforas y transposiciones han cansado o se ignoran de alguno estos poemas, como se persuade diciendo fol. 34 que el lector se corre sin adivinarlas y el oyente se duerme al son de tan incomprehensibles enigmas230, la culpa está no [f. 20r] de parte de los versos, sí del asombro con que muchos se acobardan, rehusando el trabajo para entenderlas. Y así a la ignorancia respondo con Tertuliano lib. De velan. virginib. que uitio suo quis quid ignorat231. Y al cansancio, lo que Ángelo Poliziano escribe a FósforoXXXVI: bene autem sentire cuius quisque ignarus sit non potest232 lib. 12 Epist..

 

Resultar oscuridad de los hipérbatos y translaciones no es cosa nueva, aun cuando no lo es el uso de aquellos ni la invención de estas. Y así ni esta ni aquel es culpa, antes sí virtud, como lo dice Quintiliano lib. 8 cap. 6: hyperbaton quoque, id est uerbi transgressionem, non inmmerito inter uirtutes habemus233. Y en el capítulo 2: in hac autem proprietatis specie, quae nominibus ipsis cuiuscumque rei utitur, nulla uirtus est234. Luego ¡es virtud la translación! Y no solo esto, pero ella y el hipérbaton son el adorno de la oración y lo que mueve el ánimo a procurar entenderla. Así lo enseña Cicerón, aconsejando el uso frecuente de uno y otro: ex omni genere (dice 3 de Orat.) frequentissimaeXXXVII translationes erunt, quod eae propter similitudinem transferunt animos, ac mouent huc, uel illuc, etc. et reliqua ex colocatione uerborum, quae sumuntur, quasi lumina magnum afferunt ornamentum235.

Y cuando para prueba de esto me faltase [f. 20v] autoridad de oradores, no me podía faltar la de vuestra merced, que dice fol. 128: vuelvo a mi Horacio, que le hallo a la mano a cuanto quiero decir: suplícoos que le oigáis y le miréis a las manos236. Y luego refiere cuatro versos de su arte, desde ex noto fictum carmen hasta accedit honoris237. Y lo traduce así: yo (dice vuestra merced fol. 129) adornaré de tal manera un pensamiento, y este de cosas comunes y vulgares, y le dispondré y compondré de manera que, oído, a cualquiera le parezca cosa muy fácil, y llegado a tentar lo mismo, sude y trasude y trabaje en vano. Tanto importa la orden del arte y cultura de las palabras que aquello que fue antes cosa ordinaria recibe tan grande esplendor que se desconoce a sí mismo238. Y loando el lenguaje culto, no olvidó vuestra merced estas virtudes, pues, traduciendo casi las primeras palabras del capítulo 3 y libro 8 de Quintiliano, dice: porque de hablar un lenguaje limpio y claroXXXVIII poca gloria se alcanza, pues no es más que carecer de vicios, sin adquirir gloria ni virtud alguna239. Luego lo contrario, que son los hipérbatos y translaciones que hacen oscura la poesía, que es la objeción de vuestra merced, será gloria y virtud, que es mi consecuencia, que también se infiere de todo el texto de Horacio y en particular de las primeras palabras, [f. 21r] que tocan al ornato, y de aquellas: tanto importa la orden del arte y la cultura de las palabras. Que lo uno y lo otro está en las transposiciones y metáforas y otras virtudes poéticas, y así, por haberlas usado don Luis, merece alabanza, y sin ellas no se le debiera.

Probada ya, pues, mi conclusión con tan graves autoridades, si verdad tan clara necesitara de prueba con ejemplo, ¿cuál como el de tanto poeta castellano que ilustran sus obras con el ornato de las metáforas y transposiciones? Y porque esto es notorio, pasaré a probar con razón la mía240.

Sea la primera las muchas que vuestra merced da en la Epístola 6 de la tercera Década, apoyando el lenguaje culto en los sermones241. Y aunque en folio 31 y 39, página 2, lleva vuestra merced lo contrario242, ¿cuánto más se debe a un grave poema? Pues si aquel se ha de entender como se pronuncia, como defiende allí vuestra merced243 (y veremos en el Número 10), este se ha de leer con atención más de una vez.

La segunda, que la poesía es imitación para deleitar fol. y pag. última, afírmalo vuestra merced así244. Y yo digo con Horacio que para mover el ánimo también245, y entonces cumplirá con estos dos fines, cuando [f. 21v] use nuevas metáforas y menos usados hipérbatos: porque nuestra naturaleza es inclinada a novedades y lo que no las tiene casi la ofende, o no lo admite el afecto ni el entendimiento lo admira. Y como las flores varias y bien compuestas deleitan la vista y mueven al deseo para cogerlas, así deleita y mueve a imitarle un poema con magnificencia y ornatoXXXIX. Y esto resulta de los hipérbatos y translaciones.

La tercera, que a un gran poeta le conviene no solo imitar, sino inventar, y así le es permitido (aun sin que Horacio lo permita en su arte ni lo defienda Cicerón, 3, De finibus, ni lo aconseje Quintiliano, libro 1, capítulo 10)246 y lo debe hacer o no será tan digno de alabanza. Y como pretende en todos siglos la más suprema, no debe regular su ingenio por el juicio del vulgo y así huye del camino ordinario y humilde, valiéndose de las transposiciones y nuevas metáforas. Y de no usarlas como enseña el arte, se dirá de él que hace versos, pero no merecerá nombre de poeta, como afirma Horacio en el suyo247 y vuestra merced dice fol. 105 pag. 2: que no sabrá componer ni disponer un poema sin arte248. Y a este acompaña siempre el ornato, el cual resulta de los hipérbatos y transposiciones.

[f. 22r] La cuarta, que ya es recibido de poetas y oradores que el impulso de hacer versos es un cierto furor divino (vuestra merced lo confiesa249) fol. 31, con que el poeta se inflama y se levanta de los demás hombres. Y esta inflamación le causa el embeleso, que no le permite ser humano en su lengua ni trivial ni trovador, sino severo y docto, como vuestra merced dice fol. 39 que debe ser250. Y para prueba de esto hay graves y muchas autoridades Car. 4 od. 6 lib. 1 Ser. sat. 4 Ovid. 3 de Art. y 4 de Po. eleg. 8 y Fastor. 6 Virg. eglo. 5 ver. 45 y egl. 10 ver. 17 Tibul. lib. 3 eleg. 4 Cicer. Pro Archias Arist. Ret. 3 cap. 7 et in Poet. y Séneca en Horacio, en Ovidio, en Virgilio, en Tibulo, en Cicerón, Pro Archia, en Aristóteles251 y en Séneca, que al fin del libro De tranquillitate dice: non potest grande aliquid, et supra ceterosXL loqui, nisi mota mens cum uulgata, et solita contemserit, instinctuque sacro surrexit excelsior, tum demum aliquid cecinit grandius ore mortali 252.

La quinta, que no fue dada a los antiguos solo la potestad de inventar ni es bien que andemos mendigando de lo que dijeron. Y si los latinos tuvieron esta libertad, siendo (digámoslo así) su lengua más abundante, ¿por qué, aunque la nuestra no es menos copiosa, no inventaremos? O ¿cuándo nos ha de ser lícito o nos habemos de atrever? Infinitamente más se atrevieron los antiguos que los nuestros. Y si en aquellos [f. 22v] no fue culpa, ¿por qué lo ha de ser en estos? Y si lo fue, dese la pena al primero que cometió la culpa, no al que, imitándole, le excede en gala. Si no fuera lícito procurarlo así, mal se hallará un gran poeta ni un perfecto poema; el que no apetece y procura vencer dificultades y llegar a lo sumo, donde otros no han llegado y de donde no se puede pasar (como lo ha conseguido el nuestro, al parecer de los casi tan doctos como vuestra merced), ya que no sea digno de reprobar, no es para seguirle. El que sigue a otro, si no se le aventaja, será postrero; pero si lo procura, ya que no lo consiga, podrá quedar igual. Ocioso fuera el trabajo, si no se le permitiera buscar algo mejor que lo antes dicho, venciendo con él lo dificultoso.

Ardua molimur, sed nulla, nisi ardua, uincunt253,

dijo Ovidio 2 de Art.. Finalmente, será digno de premio el poeta que, aventajándose a los primeros, deja (como don Luis) que aprendan los futuros con admiración de los presentes: nam eloquentiam quae admirationem non habet nullam iudico, refiere de Cicerón Quintiliano, libro 8, capítulo 3254.

La sexta y última, que, como la lengua latina, tienen todas y la nuestra su gramática, [f. 23r] que, según la define vuestra merced fol. 105, es un arte de hablar bien255; y esto es común a todas las lenguas o no es buena la definición. Y en el folio 128, página 2, dice que hablar bien es hablar culta, copiosa y elegantemente256. Pues ¿por qué se le ha de negar a la nuestra el procurarlo y que busque novedad de locuciones y que invente nuevas metáforas que la ilustren, siendo estas propias a la gramática (como afirma fol. 111 pag. 2 vuestra merced257) y conviniéndole su definición? No hallo razón que ajuste esta prohibición; vuestra merced la dé, pues le sobran tantas, que yo, vencido a ellas, me admira cuán graves y eficaces son las que halla para cuanto quiere decir ubi supr.: y si «latine dicere» es hablar claramente, como se habla en lenguaje vulgar, sin figuras, tropos, ni perífrasis, lo cual es propio del lenguaje gramático258, como enseña vuestra merced, bien se le debe este y aquellos a un gran poema, porque una cosa es hablar en nuestra lengua, otra, hablar en ella con elegancia y culto, con ornato y magnificenciaXLI. Esta distinción vuestra merced me la dio, diciendo fol. 110 pag. 2 que los gramáticos antiguos enseñaban, no la lengua, sino su ornato y elegancia, porque una cosa es hablar latina, otra gramaticalmente259. Pues ¿por qué no será lo mismo en el lenguaje castellano? [f. 23v] Hablar en él don Luis castellanamente, como los poetas del tiempo viejo260, no había que admirar: lo que ha hecho es lo que repetía [Virgilio] cuando le notaban de oscuro Virg. Georgic. 3.

Tentanda via est, qua me quoque pessim XLII
tollere humo261.

Y consiguió él hablar por alto, grave y nuevo estilo, que, a diferencia del mediocre y del humilde, es el que constat ex uerborum grauium magna et ornata constructione262, según Cicerón lib. 4 Retor. tit. 2 fol. 129 (como vuestra merced sabe, pues le cita). Que la obligación de un gran poeta es hablar así y no cuidar de ser entendido, sino de no poder dejar de serlo.

Y si por esto son oscuros estos poemas para alguno, la falta es suya, no de ellos, como lo es de nuestra vista y no del sol no poderle mirar263; y así diremos que la oscuridad mayor está en su ingenio, y a la reprobación que por ella les hiciere, lo que escribe a Fósforo Poliziano citado: nam indocti nostra reiiciant, aut recipiant, parum interest; ab iis enim laudari, etiam laudanda laus non erit264.

Para prueba de que la poesía de don Luis es viciosa, alega vuestra merced de Horacio in Arte fol. 30: breuis esse laboro, obscurus fio265. Y como no ha dicho que la oscuridad se causa de la brevedad, no sé [f. 24r] a qué propósito viene lo alegado. El que tuvo Quintiliano lib. 8 cap. 2 fol. 30 para decir lo que vuestra merced refiere: at ego otiosum sermonem dixerim quem auditor suo ingenio non intellexit266, fue tratar de los que quitan a la oración las voces necesarias, contentándose con entenderla ellos. Traslado sus mismas palabras, que lo testifiquen y me defiendan: alii (dice) breuitatis aemuli necessaria quoque orationi subtrahunt uerba, et uelut satis sit scire ipsos, quae dicere uelint, quantum ad alios pertinet, nihil putant267. Y prosigue inmediatamente: at ego otiosum sermonem etc. Y así juzgo ocioso este lugar en el intento de vuestra merced y contra los versos de don Luis, pues no los nota de faltos de palabras precisas en la oración, sino de que su oscuridad resulta de las transposiciones y metáforas. No sé de qué me admire más: o de que vuestra merced no cite enteramente o de que, cuando citase este lugar, no da con el fundamento a su objeción.

Prosiguiendo vuestra merced dice Ya citado: la brevedad es vicio, digo la oración concisa y breve que no tiene más ni menos de lo que ha menester. ¿Quién nos sabrá decir la causa de los que afectan la oscuridad? A la manoXLIII tenemos a Marco Fabio (cuyo es todo): hinc enim aliqui famam eruditionis [f. 24v] affectant, ut quaedam soli scire uideantur268 lib. 8 cap. 2. Pues ¿qué proporción se halla entre afectar la fama de la erudición, famam eruditionis, con la oración concisa y breve? Ni ¿qué consecuencia (siendo cosas distintas en especie) saca vuestra merced contra don Luis? No prueba la suya con decir también que antes de este lugar había tratado Marco Fabio de la oscuridad269, porque, aunque es así, no es la que vuestra merced ha menester, sino la que se origina de las voces exquisitas, libros antiguos y autores no conocidos, que usan y citanXLIV en sus obras los que escriben para que ellas se duden y ellos no se conozcan o no se averigüe si hablaron del intento los que alegan. Verbi gracia como vuestra merced, que en sus cartas usó estas voces: figmentos, enciclopedia, tricípite, parasangas, frugalidad, procacidad, oleosa, asteriscoXLV, proclividad, egis, decumanasXLVI, hipocaustosXLVII, escurriles y otras que olvido270. Y notando a cierto autor porque numeró su comento en Diatribes271, intituló sus cartas Filológicas, voz tan nueva que inmediatamente la define así: es a saber, de letras humanas; y la explica de propósito en el prólogo272. Y como citar a Marco Fabio, siendo generalmente más conocido por Quintiliano, cuyo texto refieroXLVIII [f. 25r] por no hacer sospechoso mi crédito, pues ninguno creerá que fue su ánimo de vuestra merced enflaquecer los textos, mayormente cuando enteros aun no prueban su intento273: At obscuritas (dice) fit etiam uerbis ab usu remotis: ut si commentarios quis Pontificum et uetustissima foedera et exoletos scrutatus authores, id ipsum petat ex eis, ut quae inde contraxerint, non intelligantur274. Y así prosigue inmediatamente: hinc enim aliqui etc.275. Y no habiendo notado vuestra merced a don Luis la erudición ni dado por culpa el uso de las voces nuevas, pudiera excusar el texto hinc enim aliqui referido, cuando no por ajeno de su propósito, porque alguno se excusara de acomodársele a vuestra merced.

Número 5. §

La cuarta objeción es que estos poemas no son oscuros por las voces nuevas y peregrinas276. Pruebo que sí, porque vuestra merced lo da tácitamente por defecto, aunque no lo es. En la rima 1 de la Dedicatoria del Polifemo se leen estas voces: bucólica y rosicler277. En la 1 de la Fábula, gruta278. En la 2, caliginoso279. En la 3, formidable280. En la 5, adusto281. Y en otras, luminosaXLIX, esplendor, intonso, viril, [f. 25v] conculcado, opaca282. Y otras, que no traslado, de las Soledades, porque no habla en ellas vuestra merced. Estas voces nuevas son y peregrinas, aunque hechas propias en nuestro idioma ya con nuestro dialecto. Luego para el que no las supiere, ¡oscura será esta poesía! Pruebe vuestra merced la consecuencia, pues dice fol. 32: que una de cuatro causas de ser oscura la poesía es por alguna palabra ignorada de los semidoctos283. Luego si esta poesía tiene algunas que puedan ser ignoradas, oscura será para el que las ignorare; pero que se deba usar de ellas lo apoya Cicerón, que por estas voces, beatitas y beatitudo, que entonces eran nuevas en la lengua, dice 1 De nat. deor.: utrumque omnino durum, sed usu mollienda nobis uerba sunt284. Y que el uso de estas palabras no es defecto, vuestra merced lo dice aquí, que cuando de ellas nace la oscuridad, no es viciosa285. Luego ¿ni defecto?286.

Número 6. §

La objeción quinta es que la oscuridad de estos poemas no nace de su recóndita doctrina287. Dificultosamente persuadirá esto vuestra merced, porque dijo fol. 30 antes que los entiende por los secretos de naturaleza, fábulas, historias [f. 26r], propiedades de plantas y animales y piedras, por los usos y ritos de varias naciones que tocan288. Si esta no es recóndita doctrina, suplico a vuestra merced me diga cuál es, que yo por tal la tengo y aprobado el usarla por vuestra merced, y se da a entender fol. 40 pag. 2 que sin la noticia de estas cosas no entendiera estos poemas289. Luego ¡oscuros serán para el que no las supiere! Con evidencia se prueba esta consecuencia de la primera causa que vuestra merced da fol. 34 pag. 2 de la oscuridad no viciosa, que es la que proviene de alguna doctrina exquisita290. Luego si los poemas de don Luis la tienen (como dice vuestra merced), son oscuros por ella, como por los hipérbatos y metáforas. Según la suya, parece que gusta que entendamos le aplace lo que dijo Horacio Ser. 2 sat. 5:

O Laertiade, quidquid dicam, aut erit aut non:
diuinare etenim magnus mihi donat Apollo291.

Probado, pues, que pueden ser oscuras estas obras por la doctrina y voces nuevas, probaré que con las voces y doctrina, con las transposiciones y metáforas, son claras, con solo un entimema, cuyo antecedente es texto de vuestra merced, con atención trasladado, que dice fol. 32: en este soneto (del referido habla) solo el postrer verso es oscuro para quien no supiere que Tíbur fue lugar sanísimo y Cerdeña, [f. 26v] enferma y pestilente; sabido esto no tiene el verso oscuridad ninguna292. Este es el antecedente, y mi consecuencia esta: luego sabida la significación de las voces nuevas de los poemas de don Luis y su doctrina y virtudes poéticas, que es lo que la causa, no tienen oscuridad alguna. Luego ¡son claros! Parece que oigo decir a vuestra merced concedo consequentiam, aunque es totalmente opuesta a diametro a sus objeciones: ¿qué cosa hay más oscura al entendimiento que aquella que ignora? Ni ¿qué más clara que la que sabe? Y si dice vuestra merced fol. 30 pag. 2 que ha entendido estos poemas293, luego ¿son inteligibles? Lo que es inteligible, entendido queda claro. Pues si queda claro y son inteligibles, no pueden ser incomprehensibles enigmas ni poesía ciega ni ambagiosa, como ha dicho294 fol. 34 y 29 pag. 2. Ni les comprehende la autoridad de Quintiliano lib. 8 cap. 2 fol. 30: pessima uero sunt quae uerbis aperta occultos sensus habent uel occulto sensu sunt, como leyó vuestra merced, ni otras de este mismo tenor que alega295.

Número 7. §

La sexta objeción, que llamé indiferente, opone vuestra merced diciendo fol. 33 pag. 2 que también [f. 27r] queda confusa la frase con la falta de los artículos, que son forzosos en nuestra lengua, so pena de hablar vascongado296. Y lo ejemplifica con este verso Polif. ri. 52:

En tablas dividida, rica nave297.

Y lo construyeL:

En tablas dividida la rica nave,

añadidoLI el artículo la. Pues construya: rica nave dividida en tablas besó la playa. Y verá vuestra merced cómo es superfluo el artículo. Don Luis no los quita, sino los excusa donde no hacen falta298. Veámoslo en el segundo ejemplo que alega vuestra merced por su parte:

Ninfa de Doris hija, la más bella,
adora, que vio el reino de la espuma299 rim. 10.

Y construye:

Adora a la hija de Doris, la más bella
ninfa que vio el reino de la espuma,

añadiendo el artículo la y la preposiciónLII a, pues dice a la hija, anteponiendo el apósito, que es hija de Doris, al acusativo propio y principal, que es ninfa la más bella. Pues construya vuestra merced: Polifemo (de quien habla y es la persona que hace) adora la más bella ninfa, hija de Doris, que vio el reino de la espuma. Y sobrarán el la y el a, que añade, sin que la oración quede vascongada. Con ejemplos [f. 27v] lo probaré. Bien decimos, claro y con elegancia, sigo virtudes, huyo daños, sin artículo ni preposición, diciendo sigo a las virtudes, huyo de los daños, porque sobran, pues sin ellos se habla claro; lo mismo es adora a la hija. Demás de esto, don Luis puso al artículo en su lugar y dijo:

Adora la más bella ninfa,

que es el sustantivo con su epíteto, bella, y hija de Doris su apósito. Probarelo, si vuestra merced no pierde el respeto a Quintiliano, que dice lib. 8 cap. 6: necesse est semper, ut id quod est appositum, si a proprio diuiseris, per se significet et faciat antonomasiam300. Así es en esta oración, hija de Doris, pues, dividido del acusativo propio, de quien es apósito (a diferencia del epíteto), sin ayuda de otra voz, significa por sí ‘alguna hija de Doris’, que es la condición primera del apósito, y hace antonomasia, que es la segunda, porque por ser la más hermosa hija se entiende a Galatea, entre las ciento que la da Virgilio, 4, Geórgicas, Propercio, libro 3, elegía 7, Ovidio, 3, Amores301, elegía 6LIII, o entre las cincuenta que la da Homero, que, refiriendo sus nombres, a ella sola le da epíteto de hermosa:

Dorisque et Panope et formosa Galatea302 Omer. 18 Illiad..

[f. 28r] De lo mismo se precia ella por Luciano: at ego (dice in Dialog. Doris et Galat.) omnium uisa sum formosissima303. Luego es apósito y no con poca erudición la llamó don Luis ninfa la más bella, la cual voz no significa por sí, porque como es específica, sin ayuda de otra que la haga numérica, no se puede entender quién es la ninfa ni significar por sí y por consiguiente, ni hacer antonomasia. Luego no es apósito y es preciso que lo sea hija de DorisLIV, que guarda sus condiciones; y ninfa la más bella, no.

Supuesto, pues, que estas oraciones no tienen falta de artículos, como vemos, no queda oscura la frase ni don Luis los quita donde son forzosos. Y es cosa muy distinta excusarlos donde no son precisos de añadirlos para mayor claridad en la oración: excúselos el que la compone, que su oficio hace, y también el que la construye304 en suplirlos, pero no donde estén superfluos, o le podrán decir lo que Cicerón in Pisonem: uerum tamen, quoniam non Aristharcum te, sed Fallarim grammaticum habemus, qui non notam apponas ad malum uersum, sed Poetam armis persequare, scire cupio quid tandem in isto uersu reprehendas305.

Y porque vuestra merced no me alegue que excusar los artículos es ajeno de nuestro lenguaje306, [f. 28v] como dijo de las transposiciones, vea estos versos de Garcilaso 4 ver. del son. 3:

Gentes, costumbres, tierras he pasado307.

Por he pasado las tierras etc.

Y levantó del río espuma al cielo308 Egl. 2.

Por levantó la espuma etc. Y otras muchas hay. Y don Luis no se atrevió tanto, pues no quitó el artículo, sino le excusó.

Cuanto al decir que se habla vascongado quitando los artículos y que lo fueran los poemas de don Luis, yo lo concedo, si se construyeraLV adora hija de Doris, pero no se construye, sino adora la más bella ninfa, y aquí artículo tiene. Pero ¿qué lengua más vascongada que la del soneto referido de su amigo de vuestra merced? Donde, no supliéndole artículos, habla de esta suerte: la que a Dios alcanzó en disfraz humano (que es la muerte) quebranta escudo, quebranta cetro, quebranta maza309. Según lo cual, con la suposición de mi sospecha de que es de vuestra merced, porque lo dejó anónimo, o con la doctrina de que amicus est alter ego, pues reprueba en otros poemas lo que apenas ve y lo mismo que usa y aprueba tanto en los suyos, bien le aplicaré lo que dijo Horacio:

Cum tua peruideas occulis mala lippus inunctis,
cur in amicorum uitiis tan cernis acutum?310 lib. 1 Serm. sat. 3.

Número 8. §

No contento vuestra merced con los defectos impuestos311 a esta poesía, la murmura de inútil y le parece que lo prueba con un entimema que, a no ser hijo de su culto ingenio, le pudiera llamar vulgarísimo. Dice así fol. 39 pag. 2: y que esta poesía sea inútil, pruéboloLVI: ella no es buena para poema heroico ni lírico ni trágico ni cómico; luego es inútil312. Pésame que una persona tan docta como vuestra merced y que da gracias a Dios justísimamente (como dice fol. 102 pag. 2 que refiere Plutarco que las daba Platón) quod homo et non bestia natus sum, Graecus et non barbarus313, se quiera contradecir con tal argumento y no considerando que, cuando pudiera ser inútil la poesía de don Luis por no ser buena para alguna de las cuatro especies que dice en su antecedenteLVII, hay otras para que pueda serlo, como son mélica, dramática, elegíaca y epigramataria, de que habla vuestra merced en el folio 150, 152, 156314, y de su distinción específica en el 106, diciendo que todas estas poesías son diferentes y con diferentes formas y fines315. Luego mal [f. 29v] infiere vuestra merced según su sentencia que, por no ser buena (cuando lo fuese) para alguna de las cuatro, es inútil poesía la de don Luis, pues para alguna de las otras puede no serlo, como para todas no lo es. Esto respondo a lo general del riguroso entimema.

En lo particular, ¿cómo es inútil (en la opinión de vuestra merced) para poema heroico, si le reprehende el uso de las metáforas y transposiciones, virtudes propias de él; y en prueba de esto dice en folio 111 que las figuras, tropos y frases son propias del lenguaje gramático?316 Y si estas no fuesen propias virtudes de un poema heroico, ¿no asintiera vuestra merced, folio 151, página 2, con el maestro Pedro González de Sepúlveda, a que debe ser majestuoso y grave317? Y si el de don Luis no lo fuera, o no lo reprehendiera o no le concediera de histórico y poético, lo que le confiesa en folio 30 y 33, y yo referí en el Número 4 y en otros. Luego útil es su poesía para poema heroico.

¿Cómo es inútil (según vuestra merced piensa) porque no es buena para poema lírico, si pinta cazas, alegrías, prados, fuentes, grutas, arroyos, navegaciones, bodas, bailes, juegos, saltos, luchas y carreras, aventajándose a tantos poetas?318 Y vuestra merced asiente fol. 151 a que el poema [f. 30r] lírico tiene propio carácterLVIII, estilo y lenguaje: es, a saber, florido, ameno, hermoso y dulce319. Y en folio último dice que la poesía lírica la hicieron de la ditirámbica y gnómica, compuesta de mil galas, extendiendo la materia a variedad de cosas, como hizo Píndaro y otros320.

El ser inútil (si lo fuese) por no ser buena para poema cómico lo da vuestra merced por malo, siendo alabanza así en opinión o sentencia de vuestra merced, pues dice fol. 151 que este estilo es humilde y plebeyo321, como en la de Ovidio, que niega el haber compuesto versos cómicos y se niega el aplauso que dieron a los que se habían representado por suyos 5 Trist. eleg. 3:

Carmina quod pleno saltari nostra theatro
uersibus et plaudi scribis, amice, meis:
nil equidem feci (tu scis hoc ipse) theatris,
Musa nec in plausus ambitiosa mea est322.

El no ser buena para poema trágico, puesto que no lo sea y probado también, no es defecto, porque no son de este intento los poemas de don Luis, y así no es de condenar lo que no es para lo que no se hizo, como no es de culpar a un manzano porque no lleva peras ni al agua porque no quema.

Y considerando desapasionadamente los efectos de estos y otros poemas de don Luis, [f. 30v] ¿cómo es inútil el que por tan poético y nuevo admira tanto que, sin entender todos esta poesía, hay pocos que de la bondad de lo que entienden no infieran que la tiene lo que no alcanzan? La que ayuda y mueve para ser grandes poetas y aprovecha a la educación de cualquier estudiante, avivándole su entendimiento (pues crece con cualquier acto), esforzándole a entender con el trabajo lo que en la lectura superficial no se deja comprehender fácilmente, ¿cómo es inútil? Y ¿cómo lo es la que ha sacado de vulgar la poesía castellana y realzado la lengua a grado superior, pues ya no hay quien para acertar no le imite y se ufane, si lo consigue? La que, en quitándole a lo difícil de la letra lo misterioso que encierra, tanto deleita al lector con su gala y novedad, ¿cómo es inútil?323 Aquella doctrina lo es que le falta prueba y sobran ambigüedades y que ni mueve ni enseña ni deleita. Nunca Horacio dijo fol. 31 con más propiedad que por don Luis ahora el verso de su arte, que vuestra merced cita, y en el antecedente:

Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci,
lectorem delectando pariterque monendo324.

[f. 31r] 

Número 9. §

De todas maneras arguye vuestra merced lo que sabe, pues, demás del entimema referido, hace un silogismo y le atribuye al ánimo de don Luis, diciendo que le haría cuando sacó a luz sus poemas; dice así: yo he subido la poesía a la más alta cumbre que se ha visto y no he sido premiado condignamente; esta es la mayor. Si la fuerza de mi caudal poético vive en mí, como suele; esta es la proposición menor, y la que se sigue, la consecuencia fol. 40: quiero dar fin y cabo de trabajos tan mal agradecidos325. No dudo que, cuando con este silogismo no se acreditara vuestra merced grande lógico, no lo consiguiera con el que hizo, folio 15, página 2, donde, prometiendo razones vivas para defender que son hombres perfectos los capones, dijo: hombre es aquel que tiene ánima y cuerpo; nada de esto le falta al capón: pues ¿por qué es imperfecto?326 Pero certifico a vuestra merced que he deseado reducir el primer silogismo (que es el de mi intento) a modo y figura según reglas de buena argumentación, y la ignoranciaLIX mía en ellas no lo ha permitido; y así (dejando los que refiere fol. 29 pag. 2 vuestra merced por gracias327 y parecen –no sé si lo diga- [f. 31v] excesos indignos de la modestia fol. 59 que se promete328) responderé no en forma, sino resolviendo que don Luis nunca aspiró a que le premiasen por su poesía, que esta fue accidente y como esmalte a su ingenio, sino por los grandes méritos de su persona, de su noble sangre, por los servicios de sus predecesores y por su gran talento y letras. Y cuando no por esto, sino por aquella, pretendiera329, ¿qué mayor premio que la general aceptación de los doctos y el célebre aplauso con que el mundo le estima y venera? Y si le dieran otro (que muchas mercedes le hizo su majestad real, y por él a sus deudos) por cualquiera de estos títulos por grande que fuese, no se parangonara a sus merecimientos ni por muy rico, a su ánimo liberal, y viviera siempre alcanzado330 y nunca premiado condignamente. Y aunque a esto y a lo demás que olvido había mucho que responder, baste acordar a vuestra merced que debía hacer lo que aconseja a cierto caballero de estos reinos, diciéndole fol. 61: honre su nación, si quiere ser honrado331. Y cuando no sea por este respeto ni porque es razón, sea por conformarse a lo que afirma de sí fol. 103 pag. 2: que prefiere a su honra la de su nación332.

[f. 32r] 

Número 10. §

Resta ahora responder a las autoridades con que esfuerza333 vuestra merced sus objeciones, mas yo digo que las opone contra sí. Sea la una (sin guardarles anterioridad) el soneto referido; este alega para ejemplo de cómo han de ser los versos claros y cultos, y aunque le concedamos el ser claro, porque dice vuestra merced que solo el último verso es oscuro334, lo es también en otros su sentido y no es culto el soneto, y así por esto no es del propósito ni debe con aquello culpar a don Luis. No es culto, porque los versos 3, 8, 11 y 12 lo deslucen por lo que dijo Horacio en su arte del poema culto y grave:

Si paulum summo decessitLXuergit adLXIimum335.

Mirando este riesgo, no descaece don Luis en sus versos, antes guarda la proporción que debe la pintura, a quien es semejante la poesía, en sentencia de Horacio y de vuestra merced336 Arte fol. 40. Y como cualquiera improporción la una, manche la otra cualquiera imperfección. Ita a sermone tenui (dice Quintiliano lib. 8 cap. 3) sublime nitidumque discordat, sicut in oratione nitida notabile est humilius uerbum et uelut macula337. Es de sentido oscuro no solo el último verso, [f. 32v] sino el 10 para el que no supiere que egis es el escudo de Palas, según Virgilio Eneid. 8 ver. 33:

Aegidaque horrificum, turbata Palladis arma338.

Y también el 6 para el que no supiere que Jalón o Salón es un río cuyas aguas tiemplanLXII muy fuertemente el acero y destiemplanLXIII el apetito sensual, como cantó Marcial lib. 1 epig. 50 (y notó Calderino, su comentador)339. Como será oculta la epigrama del mismo que vuestra merced trasladó antes del soneto para el que no supiere la costumbre de beber tantas copas de vino como tenía letras el nombre de la dama. Y así lo afirma vuestra merced, folio 31, página 2340.

Las autoridades latinas parece que apoyan más las conclusiones de vuestra merced, pero sin duda son en favor de las mías. Sea la primera el non uis intelligi, neque intelligarisLXIV, que afirma fol. 30 vuestra merced que dijo san Jerónimo, cuando estrelló en la pared el poema de Persio, pareciéndole oscuro341. Y respondo que Marcial dijo por él epig. 29 lib. 4:

Saepius in libro memoratur Persius uno
quam leuis in tota MarsusLXVAmazonide342.

Y Quintiliano lib. 10 cap. 1: multum et uerae gloriae quamuis uno libro Persius meruit343. Y el mismo san Jerónimo honra a PersioLXVI con nombre de satirico disertissimoLXVII, como refiere in prologomen. ad Martial Casaubo [f. 33r] no344. Luego entre los poetas y oradores y entre los muyLXVIII críticos, como el santo lo fue, no perderán las obras de don Luis por oscuras, por más que afecte vuestra merced deslucirlas. Y cuando faltase este aplauso, no falta razón para que, ya que las dé por malas al suyo, puedan ser buenas al parecer de otro. Persuadirase a esto vuestra merced, si se lee que afirma fol. 6 pag. 2 por los conceptos de los escritores que uno los entiende de una manera y otro de otra345 y que donde uno no halla sabor, otro lo apetece346.

La otra sea la que refiere vuestra merced en el folio 30, página 2, y es del arte de Horacio:

Vir bonus et prudens uersus reprehendit inertes LXIX
culpabit LXX duros, incomptisque allinet atrum
transuerso calamo signum etc.347.

Este texto es contra los versos sin arte, los duros, los sin peinar, los de ornato superfluo y afectado, etc. Estos defectos no los ha hallado vuestra merced en don Luis, luego la autoridad no es contra él. Y porque vea que es en su favor, léase, pues alega el mismo testimonio de Horacio en defensa del estilo culto, docto y peinado, y dice vuestra merced inmediatamente a él fol. 128 pag. 2: veis cómo no solamente este gran crítico no vitupera el lenguaje culto, sino que le alaba y satiriza el inculto348. De donde infiero [f. 33v] que tuo gladio iugulasti349, porque si Horacio culpa los versos sin arte, y vuestra merced los de don Luis porque le tienen, habla Horacio en su favor y contra vuestra merced.

Otra de san Agustín está en el folio 31: quid enim prodest (dice vuestra merced que dijo el santo lib. 4 De doctrin. christ.) locutionis integritas quam non sequitur intellectus audientium350. Y hablando con el debido respeto a santo tan grave, explico la autoridad y digo que aquí habla del lenguaje culto sumamente en los sermones, pero no en el poema culto, que este no tiene que ver con la doctrina cristiana351. Pero si la explicación no le satisface, respóndase vuestra merced más abajo de la autoridad, pues dice: que hable el poeta como docto, consiéntolo y apruébolo, y es bien que, ya por la divinidad de la poesía, ya porque los poetas son maestros y censores, hablen en sublime estilo352. Y aquí dice fol. 128 pag. 2 vuestra merced que estas obligaciones del poeta son más apretadas en el orador353. Estos dos lugares ¿responden o contradicen al santo? Si habla de poetas, sí; si de oradores, son contra vuestra merced y no contra don Luis, pues si ha de hablar el poeta en sublime estilo, ¿dónde se halla sino en los hipérbatos y metáforas y en las nuevas elocuciones? Pues reprueba vuestra merced lo contrario, [f. 34r] diciendo fol. 53 a Lope de Vega: si me dicen flojamente el concepto, flojamente se me encaja354.

La otra está en la página 2 del folio 30 y es de Marcial, donde reprende a Sexto de poeta oscuro epi. 21 lib. 10, tanto que los doctos Modesto y Clarano, trabajando en sus versos, no los entendieron355; pero ni a vuestra merced ni a otros les sucede lo mismo con los de don Luis. Adviértele que trabaja inútilmente en oscurecerse y resuelve por sí que más quiere agradar con sus versos a los que les toca entender los poetas, que son los gramáticos (como resuelve fol. 105 vuestra merced356), y que estos los entiendan sin otros intérpretes (como Calderino explica357), que escribir tan oscuro como él. Y concluye así la epigrama:

SicLXXItua laudentur sane: mea carmina, Sexte,
grammaticis placeant, et sine grammaticis358.

Pero de esto, ¿qué se infiere contra don Luis ni su estilo, si escribió para que lo entendiesen (como lo entienden) los doctos Modesto y Clarano y vuestra merced y muchos más? Infiriérase, si no lo hubiera hecho así, y hablara contra Marcial, pero si dice que quiere agradar con sus obras a los doctos en la poesía y don Luis ha hecho lo mismo, luego aprueba lo que vuestra merced no, y la autoridad es contra [f. 34v] su misma conclusión y en favor de la mía; y así le aplicaré lo que a otro intento dijo Ovidio, 1 de Arte:

Sunt genus: in laqueos quos posuere, cadunt359.

La quinta y última (donde es preciso dilatarme) y es de doce versos fol. 39 epig. 86 lib. 2 de Marcial360 y ha de ser en favor también del estilo de don Luis. Es, pues, su argumento burlarse de algunos poetas que hacían versos difíciles de componer no por la recóndita doctrina ni culta elocución de frases, sino por lo intricado de los números, lo cual era inútil y trabajoso, y llámale Marcial cosa torpe y necia:

Turpe est difficiles habere nugas
et stultus labor est ineptiarum361.

Y prosigue con el ejemplo de Lada, un ligero corredor, diciendo que, como este fue famoso sin correr por las artificiosas y sutiles ruedas de la máquina inútil de petauro,

Quod si per graciles uias petauri
inuitum iubeas subire Ladam? 362

podrá él ser gran poeta sin hacer verso supino ni componer sotádico363 ni cantar con eco364, y comienza:

Quod nec carmine glorior LXXII supino
nec retro lego Sotadem cinaedumLXXIII,
nusquam Graecula, quod recantatLXXIVecho365.

Y también sin escribir el verso galiambo366, que inventó Atis:

Nec dictat mihi luculentus Atys
mollem debilitate Galiambon367.

Y vuestra merced lo entiende de la misma suerte, pero no lo aplica así. De las especies de estos versos tendrá vuestra merced gran noticia y así no las ejemplifico sino para el que no las supiere. El verso supino dice vuestra merced que es el retrógrado, porque se lee al revés como a la haz, como este dístico:

Signa te, signa, temere me tangis et angis;
Roma tibi subito motibus ibit amor368.

El sotádico verso se lee también al revés, pero enteras las palabras, y es de esta suerte:

Astra tenet caelum, mare classes, area messemLXXV369.

Que vuelto dice:

Messem area, classes mare, caelum tenet astraLXXVI.

El verso de eco es así:

Quis nam clamor? Amor. Quis nam furor? Vror. An Echo?
Echo. Quae maior poena in amore? More370.

Del verso galiambo hace Catulo dos himnos; el primero con este título: Galliambus in Bacum. Y comienza:

Hedera comam reuinctus [f. 35v]Bromium patrem canoLXXVII371.

Y púsolos Marcial entre los otros, porque, siendo costosísimos de componer, no son suaves al oído. Y lo confirma vuestra merced, pues dice que los que inventó Atis (que son estos) eran afectados y muy coloridos372; y para mí basta su autoridad, sin la [de] Quintiliano, libro 9, capítulo 4373.

Los que los componían los recitaban en las ruedas populares, semejantes a las que ahora se hacen para oír a los viandantes cantar jácaras o vulgares versos. Esto supuesto, dice Marcial a Clásico que no es tan mal poeta que se ocupe en tales versos:

Non sum, Classice, tam malus poetaLXXVIII374.

Y que más quiere agradar con los suyos a pocos que componerlos para el aplauso popular, como los que hacía Palemón, cierto gramático del tiempo de Quintiliano (como él mismo lib. 1 cap. 6 refiere375); y concluye:

Scribat carmina circulis Palaemon:
me raris iuuat auribus placereLXXIX376.

Esto mismo deseó don Luis con la invención de su nuevo y elegante estilo377. Luego ¡esta epigrama en su favor es y su estilo aprueba! Aunque vuestra merced le saque indirecta la consecuencia, diciendo: que estas novedades (de que trata Marcial) son buenas para el vulgo y [f. 36r] no para los doctos, y a quien él pretende dar gusto; y que no porque el famoso corredor Lada no sepa correr por la maroma como petaurista Arlequín, perderá la buena opinión (note ahora su aplicación vuestra merced), como tampoco la perderá el poeta que dejare la ambagiosa poesía de los «Polifemos» y «Soledades» y aquellas oscuridades de los cultos, sin provecho378. Debiendo inferir: como tampoco la perderá el que dejare de componer verso supino, sotádico, de eco y galiambo, obra trabajosa e inútil. Que este es el intento de Marcial y su legítima consecuencia o si no, esta, aplicada a nuestro castellano: como tampoco la perderá el que no compusiere versos con eco, de laberinto ni de voces castellanas y latinas379. Y que don Luis escribiese para pocos vuestra merced lo confiesa, pues le nota de oscuro y quiere fol. 37 que los doctos no más juzguen sus escritos380; y estos siempre son menos que los indoctos. Y si esta epigrama está, como vemos, en favor de don Luis y la trae en su contra vuestra merced, mire por quién diría Lucrecio, libro 5, De rerum natura:

Circum retit enim uis atque iniuria quaeque
atque unde exorta est ad eum plerunque reuertit381.

[f. 36v] 

Número 11. §

Porque acabe dulcemente mi discurso, he dejado para este lugar responder a lo que vuestra merced dice y hace en folio 31 y 32, entresacando versos de poetas, procurando persuadir con ellos que don Luis debió y pudo, como ellos, usar de la claridad en sus obras sin descaecer del estilo culto, como en las suyas lo hicieron Ausonio, Virgilio y Marcial, cuyos son los versos que alega382. Yo entresacaré algunos versos de las obras de don Luis y ellos probarán que hizo su autor lo mismo que vuestra merced loa en los otros; y por consiguiente, que se le debe alabanza igual y mayor, si los hubiese excedido, pues no es razón que sean más privilegiados con vuestra merced. Suplico, pues, que lea estas 4 rimas del Polifemo, contra quien más se armó su erudición; y sea la primera la que pinta el cabello y barba del gigante:

Negro el cabello, imitador undoso
de las oscuras aguas del Leteo,
al viento que lo peina, proceloso,
vuela sin orden, pende sin aseo,
un torrente es, su barba, impetüoso
que, adusto hijo deste Pirineo,
[f. 37r]
su pecho inunda, o tarde o mal o en vano
surcadaLXXX, aun de los dedos de su mano383.

¿Qué más claro? ¿Qué más elegante? ¿Qué más bien dicho?384 Digo yo a vuestra merced como vuestra merced, a todos por los versos de Ausonio. La segunda pinta la fertilidad de Sicilia:

Sicilia en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de Pomona,
tanto de frutas esta la enriquece
cuanto aquel de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece
a sus campañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas385.

¿Hay claridad con tanta elegancia? ¿Hay elegancia con tanta claridad?386, dice vuestra merced por Virgilio; yo también por don Luis. La tercera de la cantilena de Polifemo:

Oh, bella Galatea, más süave
que los claveles que tronchó la Aurora,
blanca más que las plumas de aquel ave
que dulce muere y en las aguas mora.
Igual en pompa al pájaro que, grave,
su manto azul de tantos ojos dora
cuantos el celestial zafiro estrellas387
oh, tú, que en dos incluyes las más bellas388.

La cuarta pinta la grande estatura del pastor:

[f. 37v]
Sentado, a la alta palma no perdona
su dulce fruto mi robusta mano,
en pie, sombra capaz es, mi persona,
de innumerables cabras, el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
por igualarme laLXXXImontaña en vano,
y en el cielo desde esta roca puedo389
escribir mis desdichass con el dedo?390.

Note vuestra merced en esta rima cuán retóricamente procedió don Luis, aumentando en su progreso el encarecimiento, y en todas note que si se escribiesen (aunque no se desatasen) en prosa, sin duda lo parecieran. Luego ¡no siempre afectó la oscuridad! Luego ¡no es confusa su poesía!

Las Soledades tienen muchos periodos claros: remítome a ellos, porque los habrá visto vuestra merced. En las demás obras que después de ellas hizo, guardando el mismo estilo, hallará la misma claridad; y porque puede ser que no las haya visto vuestra merced, lea de cada una sola una estanza. La primera del Panegírico, en que dice cómo llega el duque a ser virrey de Valencia:

Sale al fin, y del Turia la ribera,
vestida siempre de frondosasLXXXIIplantas,
dulce continüada primavera
[f. 38r]
le jura muchas veces a sus plantas.
De apacibilidad hace, severa,
homenaje recíproco otras tantas
el virrey, confirmando, su gobierno,
ósculo de justicia y paz alterno391.

De la Congratulatoria392, la 29; llega el rey a Monserrate393, donde halló a sus dos hijos:

Llega, que si a tu Fénix traes ornado
de aquella hermosa flor de lis francesa,
esfera celestial de su cuidado,
lustre mayor de la española empresaLXXXIII,
dos luceros aquí te han esperado,
que a tu cielo corrieron más apriesa,
que, como de él son rayos verdaderos,
vuelven a ti segunda vez luceros394.

De las de la Comedia de Niquea, la 20; promete la edad nuevos imperios:

Tus trompas oirá presto esclarecidas
libre por ti, Jerusalén sagrada,
y en sus fuentes, aún hoy mal conocidas,
el Nilo beberás en tu celada,
las dos polares metas convencidas,
será tu monarquía dilatada,
hastaLXXXIVque falte a tus progresos orbe
y tu imperio a tu mismo imperio estorbe395.

Hablen estos versos por su autor, que es agraviarle intentar dignamente loarlos, y [f. 38v] ellos dirán que no es menester para entenderlos enviar por la sibila Cumea396, como vuestra merced dice fol. 32; pero responderale su autor lo que dijo Ovidio al fin del libro 1 de Remedia amoris:

Si mea materiae respondet Musa iocosae,
uicimus, et falsi criminis acta rea est.
Rumpere, Liuor edax: magnum iam nomem habemus.
Maius erit, tantum quo pede coepit eat.
Sed nimium properas LXXXV : uiuam modo, plura dolebis
et capiunt anni carmina multa mei397.

Y no es respuesta vanagloriosa, cuando tan dignamente se puede loar de haber sido por quien nuestra lengua ha tomado el lustre y resplendor que vuestra merced le confiesa fol. 127 pag. 2 aun en personas vulgares398, y el primer inventor del culto estilo que goza399, de quien, con razón, pudo decir Paravicino:

Hijo de Córdoba grande,
padre mayor de las Musas,
por quien las voces de España
se ven, de bárbaras, cultas400.

De lo mismo se loaba Geor. 3 lib. 3 eleg. 1 lib. 4 Virgilio, Propercio, Lucrecio y Horacio401:

Libera perLXXXVI uacuum posuiLXXXVII uestigia princeps,
non aliena meo pressiLXXXVIII pede. Qui sibi fidit,
dux regit examen. Patrios ego primus iambos
ostendi Latio402. 1 Epod. epis. 19

[f. 39r] Del estilo primero de las obras que don Luis compuso antes del Polifemo y Soledades, será bien referir algunos versos, y no dificultoso, computando el tiempo en que hizo los unos y los otros, averiguar si son del primer estilo. Y probaré con ellos que don Luis usó hipérbatos y metáforas antes que compusiese el Polifemo y Soledades, de que pudo resultar oscuridad para el indocto. Y también probaré que la alabanza que vuestra merced le da de magnífico a su primer estilo403 la merece. Que estas son las dos conclusiones del § último en el Número 1404.

En el año de 1612 sacó don Luis a luz manuscrito al Polifemo405 y poco después la Soledad primera: consta de muchas cartas suyas. Y el año de 1588 se hizo la jornada a Inglaterra, a cuyo intento cantó don Luis aquella célebre canción a España con tanta aceptación de los doctos; cuya estancia primera es esta; en ella verá vuestra merced si hay transposiciones y translaciones, y por el cómputo, cuánto es anterior al Polifemo:

Levanta, España, tu famosa diestra
desde el francés Pirene al moro Atlante,
y al ronco son de trompas belicosas
haz, envuelta en durísimo diamante,
[f. 39v]
de tus valientes hijos feroz muestra
debajo de tus señas victoriosas;
tal, que las flacamente poderosas
fieras naciones, contra tu fe armadas,
al claro resplandor de tus espadas
y a la de tus arneses fiera lumbre,
con mortal pesadumbre
ojos y espaldas vuelvan,
y, como al sol las nieblas, se resuelvan,
o cual la blanda cera desatados
a los dorados luminosos fuegos
de los yelmos grabados,
queden, como de fe, de vista ciegos406.

No me puede negar vuestra merced, entre otras, la transposición del séptimo y octavo verso ni las metáforas de los demás.

El año de 1611 murió la señora reina doña MargaritaLXXXIX, que Dios tiene, y al túmulo que hizo en sus honras la ciudad de Córdoba compuso don Luis este magnífico soneto; anterior es cuatro años al Polifemo407 y todo metáforas y tiene un hipérbaton al principio y otro en el verso 10 y dice:

Máquina funeral, que desta vida
nos decísXC la mudanza estando queda,
pira, no de aromática arboleda,
si a más gloriosa Fénix construida;
[f. 40r]
bajel en cuya gavia esclarecida
estrellas, hijas de otra mejor Leda,
serenan la fortuna, de su rueda
la volubilidad reconocida:
farol luciente sois, que solicita
la razón, entre escollos naufragante,
al puerto, y a pesar de la luciente408,
oscura concha de una Margarita,
que rubí en caridad, en fe diamante,
renace a nuevo sol y en nuevo oriente409.

A la urna del mismo túmulo hizo una estancia, toda translaciones y con tres hipérbatos:

En esta, que admiráis, de piedras graves
labor no egipcia, aunque a la llama imita,
ungüentos privilegian hoy süaves
la muerta humanidad de Margarita,
si de cuantos la pompa de las aves
en su funeral leños solicita
hay quien destile aroma tal, en vano
resistiendo sus troncos al gusano410.

De las cinco liras que hizo al túmulo de Garcilaso, que sin duda son (a lo que he podido averiguar) anteriores al Polifemo, lea vuestra merced, entre las otras, la tercera, que dice:

Si tu paso no enfrena
tan bella en mármol copia, oh caminante,
[f. 40v]
esaXCI es la, ya sonante
émula de las trompas, ruda avena,
a quien del Tajo deben hoy las flores
el dulce lamentar de dos pastores411.

Lea vuestra merced la florida metáfora y bien seguida alegoría de esta primera estancia de una canción amorosa, tan antigua que se trabajó mucho en recogerla:

Sobre trastes de guijas
cuerdas mueve de plata
Pisuerga, hecho cítara corriente,
y a robustas clavijas
de álamos, las ata
hasta Simancas, que les da su puente:
al son deste instrumento
partía un pastor quejas con el viento412.

Otros muchos lugares de don Luis alegara en todas especies de poesía, llenos de floridas translaciones, dulcísimos hipérbatos y magníficas virtudes poéticas, pero basten estos para ejemplos y que vuestra merced vea si prueban las dos conclusiones dichas. Y si, juntándolos a los del primero estilo, prueba vuestra merced con todos quedon Luis con esta introducción de oscuridad comenzó a edificar y no supo echar la clave al edificio. Y si de príncipe de la luz se ha hecho príncipe de las tinieblas fol. 40, como dice413. [f. 41r] Y dígame vuestra merced cómo concuerda estos dos lugares con estos dos: que ha estimado siempre a don Luis por el hombre más eminente de España en la poesía, sin excepción alguna, dice el uno, y el otro fol. 37 pag. 1 y 2 que es el cisne que mejor ha cantado en nuestras riberas: así lo siento, así lo digo414. Pues diga también si (como dice por don Luis) el hablar así es imitar al loboXCII, que camina (como afirma fol. 32) dando unos pasos atrás y otros adelante para que así confusos no se eche de ver el camino que lleva415.

Número 12. §

Concluyo al fin con lo que dice vuestra merced al licenciado Jerónimo Martínez y por su invectiva fol. 15 pag. 2: en fin hallé (en ella) buenas letras y mal ánimo, larga pluma y corta ciencia, y todo bien mirado, fallo que debo condenar a vuestra merced a restitución de honra y a descantar lo cantado416. Ninguno (menos en lo de corta ciencia) pudo sacar más ajustado decreto; y pues vuestra merced le ha pronunciado, para no ocasionar417 de nuevo la reverencial opinión en que don Luis está, supuesto el consejo que da vuestra merced fol. 61: neque tamen nouos (escritores) prudens sciens laeserim418, retírese, le suplico, del mal crédito [f. 41v] que ha tenido de estos poemas y dando de mano a las que huelen a agravios de don Luis y que parece que lo pueden ser de sus aficionados, no provocadores de vuestra merced, atento a los nuevos autos, reponga los suyos419 y, como promete fol. 30 pag. 2, cruce las manos y dese por vencido y diga que es ignorancia del lector y no culpa del poema no entenderle, si viera que don Luis hubiera hablado dilúcida y claramente420. Pues ya lo ha visto, recante la palinodia, como quiere que haga el licenciado Jerónimo Martínez, y sea con lo que dice Séneca por Fabiano fol. 15 pag. 2 epist. 101: electa uerba sunt, non captata, nec huius seculi more contra naturam possita et inuersa, splendida tamen quamuis sumantur e medio. Sensus honestos et magnificos habent, non coactos in sententia sed altius dictos421. Permita vuestra merced que se remoce la lengua, quela gala es propia de los mozos422, pues lo quiere fol. 127 y 131 pag. 2 y dice así: pues no importa tanto que las cosas que se dicen sean buenas cuanto el modo, como dice fol. 53 vuestra merced a Lope de Vega423. Y si recibe el buen ánimo con que escribo esta carta, no dudo que me responda lo que escribe al maestro don Francisco del Villar fol. 37: la deuda en que vuestra merced me pone es mucha424. Y lo que al maestro Pedro González de Sepúlveda fol. 152: tan lejos estoy de sentirme [f. 42r] que antes lo agradezco425. Con seguridad puede vuestra merced mandarme cosas de su gusto; y si este discurso no le pareciere breve, diré con Quintiliano: nos autem breuitatem in hoc ponimus, non ut minus, sed ne plus dicatur quam oportet426. Guarde Dios a vuestra merced muchos años. Loja, julio, 4, de 1635 años.

Don Martín de Angulo y Pulgar.

***

Otra epístola, a cierto sujeto grave y docto. §

He leído (señor) con más atención el § 4 de la carta de vuestra merced, su fecha en 7 de mayo de este año, y juzgo no atrevidamente que si no le escribió su natural modestia, ajena (al parecer) de estas materias de poesía, ha sido quererme examinar, [f. 42v] no del todo satisfecho de mí en ellas, con la respuesta que remití a vuestra merced a las objeciones que el licenciado Francisco de Cascales estampó y opuso al estilo de los poemas de don Luis de Góngora, que, a juicio mío, debe satisfacer a vuestra merced, pues le dio su aprobación y con ella sumo crédito; y a mí, por suya, me deja satisfecho de mi trabajo, bien que atento al consejo de Persio sat. 4:

Respice quod non es; tollat sua munera cerdo,
tecum habita, ut noris, quam sit tibi curta supellex427.

Juzgo también que para dar vuestra merced voto contrario a los mismos poemas, habrá visto y meditado, si no todos, los suficientes para hacer juicio de ellos. Y porque no parezca descaecimiento mío no intentar satisfacer a vuestra merced, lo deseo con este discurso y (con el respeto que debo) que les restituya el crédito que retira a estas obras, y probar también (porque me lastima les falte, entre la de muchos y grandes sujetos, la aprobación de vuestra merced, que lo es tanto) que no le han desmerecido su aplauso. Si no lo consiguiere, por ser tan corto mi talento cuan singular el de vuestra merced, diré con Ovidio, 3 de Pónticas, elegía 4:

Vt desint uires, tamen est laudanda uoluntas:
hac ego contentos suspicor esse Deos428.
[f. 43r]

Número 1. §

De las proposiciones que contiene el § y a que me parece debo responder, la primera dice: si don Luis no hubiera dejado el zueco, el primer hombre fuera de nuestra nación en lo burlesco y satírico. Por haberse calzado el coturno ha perdido con muchos lo ganado y yo soy uno de ellos429. No considero esta razón tan rigurosamente como vuestra merced, porque tengo por de invencible reconvención este argumento. Si un autor escribiese la historia pontifical con eminencia, y sin ella o con menos la de otros monarcas, ¿fuera justo que siendo los objetos tan distintos, por ser todo historia, perdiese lo que mereció en aquella por no haberse igualado con esta? La respuesta (a mi ver) ha de ser negativa, pues no perdió Platón el crédito que mereció por las obras suyas por la Apología que hizo por Sócrates, tan desigual a ellas como mal recibida. Ni don Francisco de Quevedo por las obras de sus mocedades pierde lo debido a otras de superior genio que ha sacado a luz430. La aplicación del argumento a la proposición de vuestra merced es muy clara y en favor de don Luis, y así paso [f. 43v] a examinar si mereció por el coturno lo mismo y más que por el zueco, respondiendo a las demás proposiciones.

La segunda es: lo material de estas obras es muy trivial431. Y mirando la más dilatada que compuso, que llamó Soledades, dice el licenciado Pedro Díaz de Rivas, en el magistral comento que hizo a las dos432, que habían de ser cuatro, en similitud de cuatro edades del hombre433. Y aunque la autoridad de este sujeto por sí y por ser patriota434 de don Luis, con quien comunicó estrechamente, es grande prueba de esto, no la hace menor ver que en la Soledad primera, intitulada De los campos, pinta la juventud con amores, juegos, bodas y alegrías. La segunda (que aun no acabó)435, llamada De las riberas, trata de la adolescencia, con pescas, músicas y cetrería. La tercera, dice el licenciado Rivas, que había de ser De las selvas y hablar de la virilidad y prudencia con cazas y monterías. Y la cuarta, que había de tratar de la política, pintando un yermo, semejanza propia de la senectud. Según esto, cuanto al objeto material, ya están fuera de triviales estas obras436. Y si miramos lo útil de ellas, no solo hallaremos singular doctrina para ser gran poeta el [f. 44r] que la imitare, pero en lo moral muchas virtudes y ejemplos graves. Trasladaré, entre muchos, solos tres que lo prueben.

En la Soledad primera, verso treinta, por el naufragante que salió en una tabla y la dio a una peña que lo recibió, dice:

Besa la arena, y de la rota nave
aquella parte poca
que le expuso en la playa dio a la roca,
que aun se dejan las peñas
lisonjear de agradecidas señas437.

¿Qué más bien pondera la fuerza de la lisonja y cuán admitida es y cuán debido el agradecimiento al beneficio, ni qué más culta y eruditamente tocado el rito de ofrecer al templo la tabla del naufragio? Sabido es y que HoracioXCIII la canta en la oda 5 del libro 1438.

En el verso 108 loa la vida del aldea y vitupera la de palacio, dice los peligros de este y la paz de aquella, de esta suerte:

No en ti la Ambición mora,
hidrópica de viento,
ni la que su alimento
el áspid es, gitano, etc.439

¿Qué más galán perífrasis de la envidia? En el verso 124 condena la adulación y [f. 44v] dice sus efectos con alusión a los que causan las sirenas. Reprueba la soberbia del favorecido, dice cuán fácilmente perece, comparándola al pavón, hecha rueda su pluma, y que la adulación dura lo que el valimiento, y el peligro de él, con la fábula de Ícaro:

Tus umbrales ignora
la Adulación, sirena
de reales palacios, cuya arena
besó ya tanto leño,
trofeos dulces de un canoro sueño.
No a la Soberbia está aquí la Mentira
dorándole los pies, en cuanto gira
la esfera de sus plumas,
ni de los rayos baja a las espumas
favor de cera alado,
oh, bienaventurado etc.440

Si le buscamos alguna utilidad para lo histórico, hallaremos tratado, aunque como episodio (en relación del labrador al forastero), la navegación de Colón y descubrimiento del occidente con tres navíos, pues en el verso 422 dice:

Abetos suyos tres aquel tridente
violaron a Neptuno,
conculcadoXCIV hasta allí de otro ninguno,
besando las que al Sol el occidente
[f. 45r]
le corre, en lecho azul de aguas marinasXCV,
turquesadas cortinas441.

Del descubrimiento del mar del sur por Vasco Núñez trata en el verso 439 y dice:

Segundos leños dio a segundo polo
en nuevo mar etc.442

En el verso 475 da noticia del descubrimiento del estrecho de Magallanes en la nao Victoria, que después se guardó en las atarazanas de Sevilla:

Zodíaco después fue cristalino
a glorïoso pino, etc.443

Y allí:

Esta, pues, nave ahora
en el húmido templo de Neptuno
varada pende a la inmortal memoria
con nombre de Victoria444.

En la segunda Soledad se hallarán no menos virtudes que en la primera: sea ejemplo lo que Micón dice a su dama, verso 710, encareciéndole su amor, donde toca la costumbre de escribir los amantes sus afectos en las piedras Virgil. ecl. 10 y 5 para más perpetuidad que en los árboles sus nombres445. Toca la ceremonia Catulo in Epital. Iun. et Manlii de quemar teas en los desposorios446, y para persuadirla a que se goce, dice que todo lo consume el tiempo, con más gala y menos palabras que Ovidio, 15, Metamorfosis, fábula 3447:

Si fe tanta no en vano
[f. 45v]
desafía las rocas donde impresa
con labio alterno mucho mar la besa,
nupcial la califique tea luciente.
Mira que la edad miente,
mira que del almendro más lozano
parca es interïor breve gusano448.

En el verso 905 y 912 pondera el precio de la libertad y el peso del cautiverio con el ejemplo de un perro de aguas atado, y dice:

Can de lanas prolijo, etc.
número y confusión gimiendo hacía
en la vistosa laja, para él grave,
que aun de seda no hay vínculo süave449.

Pues la admirable pintura del duque de Béjar450 y su caballo, y del estruendo y aparato de su cetrería, es muy singular: no la traslado, porque es larga para una carta, pero lea vuestra merced, si gusta, desde el verso 914:

En sangre claro y en persona augusto,
si en miembros no robusto451,

hasta donde la dejó don Luis, que yo espero ha de confirmar mi parecer de que lo material de esta obra no es trivial; y el dejarla informe fue porque le faltó la fortuna y la vida.

[f. 46r] La segunda mayor obra que don Luis compuso, y también no acabó, porque le faltó el favor, fue el Panegírico al señor marqués de Denia, primer duque de Lerma. En él trata su vida, su ascendencia y sucesión, su privanza y las cosas graves que en su tiempo se vieron. Para prueba de esto me remito al mismo poema, y en particular para ver su vida, a la estancia 7 y las siguientes, para su ascendencia, la 4 y 5, para la sucesión, la 15 y las siguientes, para su privanza, la 32 y otras, para los sucesos, la 39 y las siguientes, y otras. Todo esto por material heroico le tengo y espero que lo califique vuestra merced con su voto y piedra blanca, de que trató Met. 15 fab. 1 Ovidio452, y don Luis mejor en la estancia 28 del Panegírico, y dice:

Servía y agradaba; esta le cuente
felicidad, y en urna sea, dorada,
piedra, si breve, la que más luciente
la antigüedad tenía destinada453.

No, pues, sin fundamento afirmo que don Luis mereció lo mismo que por el zueco de lo burlesco y satírico, por el coturno en lo lírico y heroico, y algo más, pues tanto se levantó de la tierra en lo material.

Pero si a sus poemas grandes faltasen materias [f. 46v] graves o no hiciese alguno de grande objeto que lo fuese, no por lo mismo se les niega la estimación a Horacio, Tibulo, Catulo ni Propercio entre los latinos, ni a Garcilaso entre los castellanos. Ni el ser la materia menos noble disminuye la grandeza de los grandes poetas, antes descubre más el ingenio, como de Claudiano lo juzgó Escalígero: maximus (dice lib. 6 Poetic. cap. 5) poeta Claudianus, solo argumento ignobiliori oppressus, additXCVI de ingenio quantum deest materiae454. Ni es justo que con vuestra merced pierda sus méritos lo florido, nuevo, culto y erudito de 54 sonetos líricos y heroicos, 8 sacros, 25 fúnebres, varios 10, amorosos 50. Dejo los burlescos y satíricos (que serán otros 100)455, porque en esto ya le aventaja456 vuestra merced. Ni que le niegue es justo la debida alabanza a las fábulas de Polifemo, Angélica, Leandro y Píramo y otros singularísimos romances457, ni al de la esclarecida virgen santa Teresa458 ni a las décimas morales de los relojes459 ni a las letrillas morales de las flores y del arroyo460 y otras, ni a las graves canciones y dulces liras ni a las octavas heroicas y sacras461 ni a los ocho villancicos del Santísimo Sacramento y ocho de la Natividad462, sin otros poemas [f. 47r] que no refiero por ya sabidos y no ser molesto.

Número 3463. §

La proposición tercera es: lo formal (si lo es el lenguaje) es muy extraordinario. O lo es, digo, por las voces nuevas y peregrinas o por la colocación de ellas o por la ampliación de sus significados. Si lo extraordinario es por las voces peregrinas, hallo defensa en Aristóteles, pues dice lib. 3 Reto. cap. 2 (como sabe vuestra merced): nam inusitata (vocabula scilicet) grauiorem reddunt orationem; quod enim ad peregrinosXCVII et aduenas patimur, id etiam ipsum ad dictionem sustinemus. Quocirca inusitatiora sunt adhibenda: haec enim ex omnibus admiramur. Mirabile autem omne iucundum est. In metro igiturXCVIII multa id faciunt, commodeque ibi dicuntur464. Y que sea tolerado a los poetas el uso de estas voces lo da a entender el mismo Aristóteles: multae enim (dice in Poeti.) dictionis ipsius affectiones sunt, quas poetis indulgemus465. No hallo menos defensa en Horacio, pues dice Horac. in Art.:

Ego cur, acquirere pauca
si possum, inuideor? cum lingua Catonis et Enii
sermonem patrium ditauerit et noua rerum
nomina protulerit? Licuit semperque licebit XCIX
[f. 47v]
signatum praesente nota producere nomen466.

Y en apoyo de que se deben usar voces nuevas, alega entre otros este ejemplo:

Vt siluae foliis pronos mutantur in annos,
prima cadunt, ita uerborum uetus interit aetas,
et iuuenum rituC florent, modo nata uigentque467.

Y concluye con la doctrina común referida Num. 2 en la carta del licenciado Cascales468:

Multa renascuntur, quae iam cecidere cadentque
quae nunc sunt in honore uocabula si uolet usus469.

La misma licencia da Cicerón y duda lo que Horacio: si enim Zenoni licuit (dice 3 De finib.), cum rem aliquam inuenisset inusitatam, inauditam quoqueCI, ei rei nomen imponere, cur non liceatCIICatoni?470. Y esto de inventar voces, prestándoselas de una lengua en otra o por vecindadCIII, como lo enseña la experiencia, o por lo que dijo Lucrecio, De rerum natura, libro 1: propter egestatem linguae et rerum nouitatem471, es muy ordinario y no de nuevo origen, pues dice lib. 1 cap. 9 Quintiliano: et confessis quoque graecis utimur uerbis, ubi nostra desuntCIV, sicut illi a nobis nonnumquamCV mutuantur472. Cicerón grande ejemplo nos da, que dice 2 De nat. deor., hablando de los elementos: principio enim terra sita in media parte mundi circunfusa undique est hac animabili spirabilique natura cui nomen est [f. 48r] Aer: Graecum illud quidem, sed receptum iam tamen usu a nostris; tritum est enim pro latino. HuncCVI rursus amplectitur immensus aether, qui constat ex altissimis ignibus (mutuemur hoc quoque uerbum dicaturque iam aether Latine, quam dicitur aer […])473. Con tales patrocinios, bien, como atento, pudo usar don Luis voces nuevas y peregrinas, ya lo fuesen por sí, ya deducidas o reducidas al nuestro del dialecto latino o de otro idioma, que addiscere caeteris mortalibus iucundissimum est, dijo in Poet. Aristóteles474. Y no es defecto ser extraordinario en esto, sino loable singularidad, siendo con la templanza que don Luis lo usó.

Si lo extraordinario es por la nueva colocación de voces, demás de lo que dije Num. 2 al licenciado Cascales475, digo ahora que esto es por lo que don Luis merece mayor alabanza, pues, igualando el nuestro al lenguaje latino, si excedídole no, ha sacado de vulgar nuestra poesía y de la mediocridad con que se han satisfecho nuestros predecesores476. Lo primero aconseja que se haga Aristóteles: sed opus est (dice lib. 3 Ret. ca. 8) ampliorem orationem facere ac uulgo alienam477. Y lo segundo no puede sufrir que se excuse Horacio, pues dice in Art.:

Mediocribus esse poetis
[f. 48v]
non Dii, non homines, non concessere columnae478.

Ayuda mi conclusión lo que Aristóteles dice 3 Rhet. cap. 1: elocutio autem artificiosa, quocirca qui id facere possunt rhetores, iis quoque sicut et pronuntiantibus praemia posita sunt. Nam orationes scriptae uehementiores propter elocutionem uidentur quam propter sententias. Coeperunt igitur, sicut natura postulat, id primo poetae mouere479. Pues ¿por qué se le ha de quitar a don Luis el premio de su alabanza, si es tan conforme con la naturaleza componer la oración artificiosa, porque las de sus versos lo sean, y cuando así merecen más que sentenciosas? Horacio por todo su arte enseña que el poeta grande debe componer con estilo alto y sublime, y le niega el nombre si no lo hace así, y solo se le concede no al que solo hace versos, sino sat. 4 lib. 1 Serm.:

Ingenium cui sitCVII,cui mens diuinior atque os
magna sonaturumCVIII, des nominis huius honorem480.

Y esto mismo quiere in Poet. Aristóteles481. No favorece menos Cicerón este intento, pues dice 1 De finib. por los que desestiman el ornato en su propio lenguaje: res uero bonas uerbis electis grauiter ornateque dictasCIX quis non legat? Nisi qui se plane Graecum dici uelit482. Concluya Quintiliano, que habló más claro: fit enim [f. 49r] (dice lib. 8 cap. 6) aspera et dura et dissolutaCX et hians oratio, si ad necessitatem ordinis sui uerba rediganturCXI 483 ¿Qué mayores apoyos para que don Luis dignamente haya usado la nueva, grave y dulcísima colocación de voces, ni para que deba por ella ser muy loado y que vuestra merced le deba dar y dé blanco el voto?

Si lo extraordinario es por la extensión en los significados de las voces, con que por la translación recibe esplendor la lengua y las frases novedad, imitación es de grandes poetas, pues si don Luis (uerbi gracia) usó de esta voz ceñir por acompañar en el soneto a don Pedro de Cárdenas Angulo, diciendo en el verso 8 por Genil:

...Mas la siempre orilla amena
canoro ceñirá muro animado484,

y por adornar en el soneto Al tramontar del Sol:

mas luego que ciñó sus sienes bellas
de los varios despojos de su falda485,

y por coronar, como en la estancia 31CXII del Panegírico:

El Júpiter novel, de más coronas
ceñido que sus orbes dos de zonas486,

también Virgilio dilató este verbo accipere a que significase credere, y dijo 8 Aene. ver. 150: accipe [f. 49v] daque fidem487. Y lo usó Aene. 2 ver. 65 por audire: accipe nunc Danaum insidias488. Y por dormire Aenei. 4 ver. 530: oculisueCXIII, aut pectore noctem / accipit 489. Así lo nota tabul. 1 ver. Accipere Enrico Farnesio en el tratado que juntó al Calepino, De uerborum splendore et delectuCXIV 490. No le falta ejemplo castellano, pues Garcilaso usó esta voz escrito por retratado, y dijo sonet. 5:

Escrito está en mi alma vuestro gesto491.

Y estimar por imaginar Egl. 2:

Los montes Pirineos, que se estima
de abajo que la cima está en el cielo492.

Y perdonar por sosegar Egl. 3:

Sin perdonar al blanco pie corría493.

Y calar por hundir. Y dice:

Al fondo se dejó calar del río494.

Demás de esto, Aristóteles en su Poética (a donde me remite vuestra merced), tratando del uso de las voces para excluir el vulgar (y de las nuevas también habla), dice: quapropter errant non parum qui huiusmodi dictionis genus accusant quique poetam ipsum incessere audent495. Y en el mismo arte favorece estas tres causas por que vuestra merced (a mi ver) puede juzgar por extraordinario lo formal de los poemas de don Luis, esto es, las voces nuevas, la ampliación y colocación de ellas, y dice: proinde si [f. 50r] cut illud non triuiale ac minime humile, lingua, translatio, ornatus caeteraeque dictae species pariunt: ita etc.496. Y no me atreviera yo a entenderlo de esta suerte sin recurrir a la mejor inteligencia que le dará vuestra merced. Pero según esto, no le debe ahora negar lo que merece a don Luis por haberse calzado el coturno, pues, como con el zueco, ha excedido en lo formal de su poesía a tantos, dando modo sublime que imitar, ni debe decir que en esto no anduvo ni por el cielo ni por la tierra; pues, levantándose de esta, tocó en aquel sin exceder a los preceptos del arte, imitando a graves autores, ilustrando con aumento su lenguaje materno; y así infiero que mereció más por el coturno que por el zueco o, cuando menos, tanto por lo serio y culto, lírico y heroico, como por lo burlesco y satírico le concede vuestra merced.

Número 4. §

La cuarta proposición es: son muchas las licencias de don Luis. Pues ¿quién se tomó tantas como Virgilio497? Dígalo Tolomeo Español en su Corolario498, que allí le nota infinitas De licent. poetar.: sean ejemplo las que se siguen. En el [f. 50v] verso 647, 3, Aeneida, dijo: uastosque ab rupe CyclopasCXV499. En el 5, verso 143: nostrisque stridentibus aequor500. Y dice este autor: i breuiat primam instridentibus, contra legem501. En el 9, verso 26, dijo: pictai uestis et auri502. Donde se hallan tres licencias: diuisio scilicet sillabae et productio uocalis ante uocalem503. Y otra que notó Eritreo en el índice de las obras del poeta (verbo pictaiCXVI), y es que en esta voz usó el diptongo griego ai y dejó el latino ae, debiendo decir pictae uestisCXVII 504. Y dice Tolomeo: si haec, inquam, multaque alia similiaCXVIII faciunt (antiqui poetae scilicet) et impune: cur in huiuscemodi delictis iuniores quotidie in ius trahuntur?505.

Y si entre los castellanos buscamos poetas licenciosos, ninguno tanto como el sentencioso Juan de Mena506; véalo vuestra merced que dice Copl. 15:

Y toda la otra vecina planura
estaba cercada de nítido muro,
así transparente, clarífico, puro,
que mármol de Paro parece en albura,
tanto que el viso de la criatura
por la diáfana claror de los cantos,
pudiera traer objetos atantos
cuantos contiene so sí la clausura507.

Seis voces tiene peregrinas508, y en el verso 7 un hipérbaton bien duro, y en el 6 una [f. 51r] diástole509, que la usa a cada paso, y consuena a caos con dos y a zodiaco con flaco. Y no se hallará que en casi 600 poemas que don Luis compuso tomase esta licencia más que cinco veces; tres en dos sonetos que comienzan El conde mi señor se va a Napóles [y] El conde mi señor se fue a NapólesCXIX510; y en el verso segundo de este, que dice:

Y el duque mi señor se fue a Francía511.

Y las dos en el romance de la santa madre Teresa de Jesús, copla 28, que dice:

A la beatificación,
laureada hasta las cejas
ha convocado Cordóba
sus Lúcanos y Senécas512.

Pero así los sonetos como el romance son de burlesco estilo y con todo eso excusa la calumnia de licencioso, y prosigue:

At carmen potest produci,
como verdolaga en huerta,
a cualquiera pie concede
la autoridad nebrisensia,
como sea pie de Carmen,
calce cáñamo o vaqueta513.

Veamos a Garcilaso, el justamente celebrado, que usó este bien duro hipérbato Egl. 2:

Entrada en una huerta con él siendo514.

[f. 51v] No como el de don Luis en el Polifemo rim. 5:

Al viento que lo peina, proceloso515.

Y en la Canción 1CXX dijo Garcilaso:

Por el hervor del sol demasïado516.
No las francesas armas odïosas517 son. 16

Y cuando usa don Luis esta diéresis, es para significar con ella el concepto del verso, como en estos Sol. 2 Polif. rim. 59:

Espacïosamente dirigido518.
Con vïolencia desgajó infinita519.

Aquí se verifica bien, sí, lo que dijo lib. 1 cap. 9 Quintiliano: quod quaedam quae singula procul dubio uitiosa sunt iuncta sine reprehensione dicuntur?520.

También Garcilaso, en los sonetos 4 y 24, dijo:

Desnudo espíritu o hombre en carne y hueso521.
La fuerza y el espíritu a vuestro Laso522.

No así usa don Luis las sinalefas, sino como la de este verso, comparando la estatura de Polifemo rim. 4:

Un monte era de miembros eminente523.

Y dice Quintiliano, libro 9, capítulo 4, tratando del concurso de las vocales: praecipue tamen erit hiatus earum quae cauo atque patulo ore efferunturCXXI. E plenior est, i angustior524. Esta es la de Garcilaso, y aquella de don Luis.

También Garcilaso usó licenciosos consonantes y dijo Egl. 2:

Manchado de otra sangre
[f. 52r]
sosteniendo la hambre525.
En el campo
cual queda el lirio blanco526.
Solo puedes
hacer lo que tú debes527.

Y otros. Usa no menos de voces extrañas de nuestro lenguaje, pues dijo Canc. in Flo. Gni. Eleg. al duque Egl. 2: punición, meta, deas, genio, intonso, asedio, acerba, dubio, argento y otras528. Pues ¿por qué han de ser licencias (puesto que lo sean) reprehensibles en don Luis, cuando en lo teórico las favorecen Aristóteles, Horacio, Cicerón y Quintiliano Num. 3 (como vimos529), y en lo práctico las hallamos usadas primero en otros tan celebrados poetas, así latinos como castellanos, y aun con más continuación y atrevimiento? Y cuando no tuvieran este patrocinio ni don Luis por sí pudiera tomarse licencias, como ingenio de primera magnitud, digo que o son permitidas en el arte o no; si lo primero, libres van de reprehensión; si lo segundo, deseo ver algunas en don Luis para satisfacer al que me las mostrare, si pudiere, o vencerme. Y a mi parecer y de otros muchos de grande juicio, la mayor licencia de don Luis es la alteza de su estilo y haber sido el primero a quien se le debe el culto sumo a que ha llegado nuestra poesía530. Esta misma gloria (como dije Num. 11 al licenciado Cascales531) pretendieron, [f. 52v] sin reprehensión, Horacio, Propercio, Virgilio y Lucrecio.

Auia Pieridum per agro loca, nullius ante
trita solo, iuuat integros accedere fontes
atque haurire, iuuatque nouos decerpere flores
insignemque meo CXXII capiti petere inde coronam
unde prius nulli uelarint tempora musaeCXXIII532. lib. 4

Número 5. §

La proposición quinta es que si leo el arte de Horacio y Aristóteles para lo teórico y un poema de los celebrados para lo práctico, descubriré en don Luis muchas faltas. Respondo sin concederlas que fue hombre, que Orat. in Art. aliquando bonus dormitat Homerus533, que se deben compensar con las muchas galas y agudezas que tiene. Y últimamente que deseo ver qué faltas son estas, porque no las descubre en lo teórico lo alegado del arte de Aristóteles y Horacio, a quien vuestra merced me remite, ni Cicerón ni Quintiliano le niegan mucha fama. Ni en lo práctico, lo referido de Virgilio, Mena y Garcilaso, pues vimos cuán menos licencioso es que ellos don Luis; y probamos cuán grave es lo material de sus obras, y lo formal cuán sublime, [f. 53r] pues tan propio es, tan claro y tan conciso, como su colocación nueva, grave y numerosa, y de todo hay muchos ejemplos en sus obras. ¡Qué digo muchos! Todas lo son y a ellas me remito, donde se hallarán grandes ponderaciones, doctrinas morales, singulares pinturas, rigurosamente seguidas las metáforas, argumento en la obra, decoro y extrañeza en retocar las fábulas, los ritos o antigüedades, majestad en el método, gravedad en la locución, proporción con ella y los sujetos de quien trata; y en todos sus versos, o particular frase o atenta contraposición o agudo concepto o voces numerosas o armoniosa colocación con novedad y perseverancia en su estilo.

De donde se colige que las faltas no están en sus obras, sino en las de los que le imitan sin dicha e introducen en la prosa las licencias y voces del metro: estos son los inventores de la monstruosa jerigonza en verso y de la oculta disparada534 prosa que en algunos vemos, aunque otros le imitan en todo selectamente535. Porque estos sí y aquellos no se han aprovechado de lo que enseña Aristóteles, pues, para los que procuran [f. 53v] introducir esta secta, dice lib. 3 cap. 1 Reto.: id circo ita non est, sed alia orationis, alia poesis dictio est 536.

Número 6. §

La proposición sexta dice: y grande falta es haber de ofender a tantos doctos, diciendo que por muy sublime no lo entienden. Yo no dijera sino que por no mirarlo más de una vez, no lo quieren entender, pues Arist. 6 Topic. cap. 2 omne inconsuetum est obscurum537. Pero distingo esta proposición: o estos doctos (supongo) son juristas o teólogos o son humanistas. Si son estos, no habla con ellos esta ofensa ni la falta, pues cierto es que será para ellos claro cualquier poema, porque lo leerán con afecto; si son letrados o teólogos, no me parece agravio decir que no entienden aquello en que no son doctos ni lo que no profesan, antes miran con desprecio, como cosa de menor esfera, ni lo que como teólogos (reduplicatiue) o juristas no están obligados a saber. Así como no será ofensa decir al humanista que no entiende las leyes ni la teología, ni al teólogo que no sabe leyes, ni al letrado que no sabe Escritura [f. 54r] sagrada, que no profesa; antes juzgo que fuera motejarles pedir a este la interpretación de un Salmo de David y al otro la explicación de una ley538. Pero si es falta decir que no lo entienden, la atribuyera yo a los doctos y no a los poemas, a su desprecio y no a lo sublime.

Número 7. §

La proposición séptima y última: que he de ser sectario o cismático539 mientras no lo enmendare en el juicio de los hombres graves, o andar en el corro de los poetillas etc. No me quiero defender del riesgo, por no faltar al afecto de estas obras, por quien me juzga vuestra merced sectario. Y si lo fuere o tenido por tal, será en Madrid en compañía del duque de Sessa, conde de Lemos, Castro y Villamediana, marqués de Ayamonte, el príncipe de Esquilache, Pedro de Valencia (que bastaba solo) y el doctor don Agustín Collado, el señor don Lorenzo Ramírez de Prado, el padre Hortensio Félix, don José Pellicer. En Córdoba, Manuel Ponce, Luis de Cabrera, don Francisco de Córdoba, abad de Rute, y licenciado Pedro Díaz de Rivas [f. 54v], que le comentó el Polifemo y Soledades, como la primera el señor don Francisco de Amaya, oidor de Valladolid, y todos tres respondieron doctos y eruditos al discurso de cierto discurso contra ellas540. En Antequera, el doctor Tejada, maestro Aguilar. En Sevilla, don Juan de Vera, don Juan de Arguijo. En Salamanca, el maestro Céspedes. En Segovia, maestro Ledesma. En Toledo, don Tomás Tamayo de Vargas. En Andújar, el maestro don Francisco del Villar. En Baeza, el doctor Mateo de Rivas. En Osuna, el doctor Rojas. En Granada, los doctores Babia, Romero, Chavarría, Soto de Rojas y Martín Vázquez Siruela, licenciados Meneses y Morales, sin otros muchos que habrá en estos y otros lugares, de quien yo no tendré noticia. Pero los referidos no son poetillas ni estudiantillos, como más bien le consta a vuestra merced541.

Y si el ser cismático ha de durar mientras no lo enmendare, yo procuraré (Deo auspice), sin enmendarlo, porque no hay qué, descubrir (sin vanagloria ni presunción) el tesoro que depositó el cielo en el talento de don Luis542; y sea precursora de este intento esta y la respuesta al licenciado Cascales, a [f. 55r] que para más apoyo de lo dicho me refiero. Si lo consiguiere, diré con Marcial lib. 2 epigr. 91:

Haec fuerint nobis praemia, si placui543.

Y si no:

Haec, si displicui, fuerint solaciaCXXIV nobis544.

Concluyo que, pues sin agravio de los de su tiempo, cuando Antioquía abundaba de grandes ingenios, dijo por el de Arquias (en su Oración) Cicerón: Archias celeriter excellere omnes ingenii gloria contigit545, bien podré yo (si lo confirma vuestra merced, como espero) decir por don Luis, respecto de tanto célebre poeta como ilustra nuestra nación, lo que dijo Virgilio de Roma, respecto de otras ciudades egl. 1 ver. 25:

Verum haec tantum alias inter caput extulit CXXV urbes
quantum lenta solent inter uiburnaCXXVIcupressi546.
Haec sat erit547. egl. 10 ver. 70

Vale.

Don Martín de Angulo y Pulgar.