**** *book_ *id_body-1 *date_1614 *creator_fernandez_de_cordoba Introducción 1. Título El parecer, un género de la literatura polémica El Parecer es una carta escrita por Francisco Fernández de Córdoba, abad de Rute, a su amigo Góngora para darle su opinión sobre las Soledades. Góngora, consciente de la novedad de su poema, quiso conocer la valoración de algunos de los mejores lectores de su tiempo, antes de difundirlo en la Corte. Mandó primero las Soledades al humanista Pedro de Valencia para solicitar su juicio y éste redactó dos cartas censorias para responderle: una que sirvió de borrador y que probablemente nunca envió, de junio de 1613, y la carta que debió de ser remitida a Góngora con fecha de 30 de junio de 1613. El segundo lector seleccionado del que nos queda constancia fue el abad de Rute. Góngora le hizo llegar las Soledades entre finales de 1613 y principios de 1614, a través de un amigo común, Francisco de Gálvez, nombrado al principio del Parecer. El abad de Rute le contestó mediante la carta erudita que editamos a continuación. Estas son las más conocidas, aunque no las únicas contribuciones que conservamos de la primera etapa de la polémica gongorina, en la cual Góngora reunió opiniones autorizadas sobre su poema. También conservamos otro «parecer» anónimo, editado por Antonio Carreira en fecha reciente, y tenemos constancia de la posible existencia de un tercero, hoy perdido, firmado por Tomás Tamayo de Vargas, así como de la promesa que Baltasar Elisio de Medinilla le hizo a Góngora de darle su opinión por escrito. Es posible que en los próximos años aparezcan más cartas censorias o pareceres, si se siguen explorando archivos y fondos antiguos de bibliotecas particulares. El título de Parecer es pues una categoría genérica y no el nombre que dio voluntariamente el abad de Rute a su primera intervención en la polémica gongorina. Este título le fue dado por el compilador del llamado «manuscrito Gor», único testimonio que recoge la carta de Fernández de Córdoba, en el que se introduce el texto de la siguiente manera: «Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las Soledades a instancia de su autor». Nombre genérico, decimos, porque los pareceres son una categoría tradicional de la literatura polémica, como lo atestiguan por ejemplo el Parere in difesa dell' Ariosto de Francesco Patrizi, de 1584, escrito a raíz de la polémica entre los partidarios de Tasso y los de Ariosto; o también, esta vez entre las piezas de la polémica de Dante, el Parere del Dubbioso intorno alla riposta del primer argomento del Castravilla, escrito por Francesco Bonciani, en una fecha desconocida. Como su propio nombre indica, el Parecer es una opinión personal, una valoración de las obras de Góngora contenida en una carta íntima, aunque pensada para ser leída por un grupo de personas alrededor del poeta. Que el abad de Rute esperaba ser leído por un grupo de personas, y no sólo por Góngora, es evidente, porque la lectura pública de cartas de temas literarios era una práctica común en aquel entonces y, sobre todo, porque el autor del Parecer escribe que leyó la correspondencia semi-privada, semi-pública entre Pedro de Valencia y Góngora, lo cual indica que sabía que su propia epístola era susceptible de conocer la misma difusión. En efecto, un estudio atento de la documentación disponible demuestra que alguien como Juan de Villegas, alcalde de Luque, coleccionaba las cartas de Pedro de Valencia (y quizás de otros admiradores de Góngora), seguramente para organizar la defensa del poeta. El abad de Rute sabía que las cartas eruditas acerca de la poesía de Góngora se leían y discutían en casa del alcalde de Luque, pues a él acudió antes de redactar su parecer, y bien podía pensar que su carta también se difundiría y comentaría, ya fuera en esta tertulia, ya en otras, como de hecho se produjo. 2. Autor Un erudito formado en Italia La autoría del Parecer es segura: el título del manuscrito de Gor, por el cual conocemos este texto, atribuye explícitamente el Parecer al abad de Rute y todos los indicios biográficos diseminados en la carta lo confirman. Francisco Fernández de Córdoba habla de su antigua amistad con Góngora; se presenta como muy ocupado por las responsabilidades de la iglesia (era racionero de la catedral de Córdoba), que le dejan ya poco tiempo para la escritura poética; alude al proceso de corrección de la recién terminada Didascalia multiplex, que estaría a punto de imprimirse en Lyon por estas fechas de 1614. Además, el estilo de este texto y la forma de componerlo no dejan la menor duda de que su autor es el mismo que el de la Didascalia multiplex: el abad de Rute despliega, en ambos escritos, una erudición considerable, y reutiliza en el Parecer todo un utillaje conceptual elaborado en diferentes capítulos de la Didascalia. En ambos escritos se observa la misma meticulosidad en las referencias marginales de las citas y el mismo humorismo que irrumpe de manera bastante inesperada en medio de una reflexión muy seria. En uno y otro caso, el autor demuestra una perfecta asimilación de la cultura literaria italiana de su tiempo, fácilmente explicable por su estancia de diez años en Roma: cita numerosos poetas y tratadistas italianos y hace referencia a varias polémicas literarias que se desarrollaron hasta finales del siglo XVI. Francisco Fernández de Córdoba nació alrededor de 1565 en Baena, pequeña ciudad cerca de Córdoba. Don Francisco era un vástago ilegítimo de la poderosa familia de los Fernández de Córdoba, que acumuló los títulos de nobleza. Entre sus antepasados se contaba el Gran Capitán, don Gonzalo Fernández de Córdoba (1453-1515), primer duque de Sessa, un destacado jefe militar de la Reconquista y de las campañas militares en Italia, en las cuales se ganó el sobrenombre. La hija del Gran Capitán se casó con don Luis Fernández de Córdoba, IV conde de Cabra, tío abuelo de nuestro erudito. El hermano de éste, don Pedro de Córdoba, abuelo de nuestro abad de Rute, no heredó el título de conde de Cabra por ser segundón de la familia, aunque sí obtuvo el cargo de corregidor de la ciudad de Toledo y otras dignidades. Su hijo (padre de don Francisco), llamado don Luis Fernández de Córdoba, fue menino de Felipe II y desempeñó un papel militar activo en la rebelión de los moriscos de Granada y en la batalla naval de Lepanto. El padre de nuestro abad de Rute tuvo dos hijos de un matrimonio con una señora principal; fuera de este matrimonio nació Francisco Fernández de Córdoba de unos amores ilegítimos con una tal María de la Cruz, mujer humilde que terminó sus días en un convento de Córdoba. El hecho de ser hijo ilegítimo llevó a don Francisco a abrazar la condición eclesiástica, como era habitual en esta familia. Pese a la bastardía, obtuvo beneficios y rentas «de acuerdo con la mentalidad nobiliaria de amplia solidaridad familiar tan propia de esta época», según escribe Raúl Molina Recio. Francisco Fernández de Córdoba fue abad de Rute y racionero de la catedral de Córdoba, como lo dice explícitamente en sus obras. Sin embargo nunca llegó a gozar el título de abad de Rute en plenitud, porque lo recibió únicamente con derecho a la sucesión de un primo lejano suyo, Fernando de Córdoba y Cardona, (¿?-1642), hijo del V duque de Sessa, quien murió muchos años después de don Francisco. Don Francisco se crió y se educó en Granada, tal vez porque allí estaba la colegiata más adaptada a su futura condición. Es probable que haya estudiado en el colegio de los jesuitas de esta ciudad, porque en algún fragmento de su Historia, evoca con cariño la antigua colegiata de los santos Justo y Pastor que sirvió de sede al colegio de la Compañía. Las numerosísimas menciones que hace de jesuitas en sus obras quizás puedan venir de las relaciones que trabó durante estos años con otros alumnos del mismo colegio. Francisco Fernández de Córdoba completó su formación en Roma, donde pasó por lo menos diez años de su vida, a la sombra del V duque de Sessa, don Antonio Fernández de Córdoba, su primo segundo, quien lo llevó consigo cuando fue nombrado embajador español en la Santa Sede, desde el 21 de junio de 1590 y hasta una fecha situada entre 1600 y 1603. A su protección debió las rentas y los beneficios que recibió. Tenemos pocos datos sobre sus actividades en Roma. Lo único seguro es que allí leyó mucho e hizo acopio de libros, bien para él, bien para el V duque de Sessa, porque muchos de los que cita fueron editados en Italia antes o durante su estancia. De vuelta a España (como muy tarde en 1603), la vida de don Francisco transcurrió principalmente en Rute, donde residió de modo permanente, aunque con viajes frecuentes a Córdoba, Baena, Granada y Luque, como lo indican los fragmentos publicados de su correspondencia. En cambio, no vivió en Andújar, ni recibió allí las Soledades, como se puede leer a veces. No se sabe con seguridad cómo y cuándo se conocieron Góngora y el abad de Rute. Emilio Orozco Díaz escribe que debieron de conocerse en Granada, en sus años mozos, cuando el abad de Rute ya residía en esta ciudad y Góngora se fue de visita a ésta (¿1585?), pero no justifica esta hipótesis con ninguna prueba documental. El único dato seguro es que coincidieron en el cabildo de la catedral de Córdoba, a partir de 1603. La amplia formación humanística y la erudición de don Francisco se pusieron de manifiesto, vuelto ya a España, en diferentes trabajos. Su libro más conocido, por el cual ha pasado a la posteridad, es la Didascalia multiplex, una miscelánea de erudición en latín, que pertenece al género de las variae lectiones. La obra se publicó en 1615, pero estaba terminada en noviembre de 1611, como lo prueba la fecha de la aprobación de Bernardo Aldrete, canónigo de la catedral de Córdoba. Cabe observar que el abad de Rute utiliza la expresión de «trabajos de juventud» para hablar de esta obra, en la dedicatoria que escribe al VI duque de Sessa. El calificativo procede de que ésta fue escrita bajo el estímulo del encuentro con el humanismo italiano y que en esta miscelánea retoma materias por las cuales debió de interesarse durante su periodo de formación (tanto en España como en Italia): cuestiones científicas, teológicas, literarias, ecdóticas, etc. La obra contiene dos capítulos de teoría literaria, uno dedicado a las tragedias de final feliz y el otro a investigar las finalidades de la poesía. Este interés por la literatura debió de cimentar la amistad con don Luis de Góngora. Concurrió, junto con el famoso poeta, a unas justas poéticas en 1610 en Córdoba, por la beatificación de San Ignacio, en las cuales compitió con dos composiciones. También se conocen de él un soneto en italiano publicado en el paratexto de Antigüedad y excelencias de Granada de Francisco Bermúdez de Pedraza, Madrid, 1608 y un epigrama en latín publicado en el De arte rhetorica de Francisco de Castro, Córdoba, 1611. Además el abad de Rute habla en su correspondencia con Pedro Díaz de Rivas (1623) de un epigrama que compuso y le corrigió el licenciado Juan de Aguilar; y, en el Parecer, menciona haber escrito una silva titulada Prometeo que nadie hasta ahora ha podido localizar. Sin embargo, cuando el abad de Rute escribe el Parecer, a principios de 1614, ya ha dejado de componer versos, según confiesa. Esto no le impidió participar activamente en la polémica gongorina entre los años 1614 y 1620 con tres contribuciones: el Parecer que editamos a continuación, la Apología y el Examen. Estos trabajos no eran por entonces lo principal de su actividad como escritor, puesto que desde la década de 1610 estaba trabajando en su Historia y descripción de la antigüedad y descendencia de la Casa de Córdoba, la obra que le ocupó más años y permaneció inédita hasta el siglo XX. El propio don Francisco anunciaba en la dedicatoria de la Didascalia al duque de Sessa que publicaría alguna obra histórica sobre la casa de Córdoba (prueba de que ya la había empezado) y, cosa significativa, en el Carmen phaleucium que abre la miscelánea se le identificaba primero como historiador. La lectura de la Historia de la casa de Córdoba revela el inmenso trabajo de investigación que realizó en los archivos de Baena, de la catedral de Córdoba, de los señores de Luque, de Lucena, etc. y las lecturas exhaustivas que realizó de los grandes historiadores locales o nacionales. Su correspondencia, que de momento sólo se conoce a partir de los fragmentos editados por Dámaso Alonso, nos muestra también a un hombre de letras que se apasiona ya no por la teoría literaria, sino por la historia antigua y las antigüedades, tomando partido a propósito del escándalo de los falsos cronicones que por aquellas fechas interesaba a los eruditos andaluces. En estas cartas también se ve cómo toma sus distancias con respecto a Góngora, que deja de ser un tema de conversación con Díaz de Rivas. Critica incluso la adulación excesiva que mostró Góngora en el Panegírico hacia el duque de Lerma. La poesía parece haber sido una pasión de juventud, que abandonó en su madurez por temas seguramente considerados por él más serios. Así, en 1620 escribe muy claramente a su amigo Pedro Díaz de Rivas: «digo que yo estoy muy remoto ya de estas cosas las cuestiones literarias y con poco gusto de tratar dellas por tener otras de más consideración entre manos». Tuvo tiempo de darle fin a la Casa de Córdoba (carta de abril de 1626) poco tiempo antes de morir, el 26 de julio de 1626. Así, el abad de Rute aparece como un erudito de gran curiosidad intelectual y un historiador escrupuloso. Compartió con otros historiadores el interés por la poesía y los debates teóricos acerca de poética. Por su cercanía con diferentes miembros de la alta nobleza (el VI duque de Sessa en particular) era un aliado de peso en las contiendas literarias. 3. Cronología En los albores de la polémica Las circunstancias de redacción del Parecer se deducen de las primeras líneas de la carta. El carácter semi-público de la carta explica que Fernández de Córdoba se haya molestado en recordarlas, pues un lector exterior que descubriera la carta del abad de Rute tenía que enterarse de qué tipo de texto estaba leyendo.Vino a mis manos, por las del señor Francisco de Gálvez, la primera parte de sus Soledades de vuestra merced, y lo que tiene hecho de la segunda, con que me intimó un mandato de vuestra merced preciso: que las viese y le dijese mi sentimiento. El abad de Rute subraya que no tuvo la iniciativa del escrito que introduce en estas líneas, reforzando así el parentesco entre su carta y la de Pedro de Valencia, escrita también a petición de Góngora. Tanto Pedro de Valencia como Fernández de Córdoba alaban encarecidamente la obra, ennobleciendo sus expresiones elogiosas con versos latinos. Ambos autores no solo se contentan con dar una opinión acerca de la obra en su conjunto, sino que señalan los fragmentos que, según ellos, merecen ser corregidos. Tienen el mismo deseo de «aprovechar» a Góngora, es decir, de serle útil, para que éste «dé partos propios y dignos de su ingenio», como escribe Pedro de Valencia, «y que parezcan todas sus obras dignos partos (y no abortos) de su ingenio», como escribe a su vez Fernández de Córdoba. La continuidad del proyecto es palpable en la combinación ingeniosa de las metáforas, los «partos no dignos» y «abortos», muy propia ésta del espíritu juguetón del abad de Rute. Además, los motivos de crítica coinciden en varios puntos: la oscuridad, el exceso de hipérbatos, las voces peregrinas, la repetición de algunas palabras o giros sintácticos, etc. Esto no quiere decir que el abad de Rute copie a Pedro de Valencia, porque por otra parte su respuesta tiene la coherencia y la viveza de una obra personal, pensada profundamente. Por lo demás, abundan las diferencias entre el Parecer y la carta censoria del zafrense, como por ejemplo el diferente aprecio que les merecen los poetas italianos. Pedro de Valencia aconseja a Góngora que no los imite, mientras que Francisco Fernández de Córdoba coloca a los poetas italianos en un puesto de honor en su Parnaso. También discrepan los dos lectores en su apreciación de las alusiones burlescas diseminadas en las Soledades. Una lectura atenta del Parecer demuestra que, si bien la carta censoria de Pedro de Valencia es el primer texto que conservamos de la polémica, no fue el primero de esta naturaleza en escribirse. Descubrimos, en efecto, que Góngora hizo llegar a Francisco Fernández de Córdoba la Canción a la toma de Larache y el Polifemo, antes de consultar a Pedro de Valencia sobre sus poemas. El abad de Rute le contestó por escrito, puesto que su opinión circuló y fue comentada y criticada por otras personas. Se perdió la correspondencia entre Góngora y el abad de Rute de fecha anterior al documento que editamos, pero sabemos de su existencia por el propio Fernández de Córdoba: A lo primero ver las Soledades obedecí con muy buen gusto, pero no a lo segundo dar mi parecer, porque tengo, y no sin fundamento, por tan sospechosas y mal acreditadas para con vuestra merced mis advertencias como mi silencio. De éste el silencio hice prueba en la Canción al Larache, donde se juzgó por culpable en mí lo que otros advirtieron del «si, no» demasiadamente frecuentado. De aquéllas las advertencias en lo que, por mandado de vuestra merced, advertí acerca del Polifemo, en que, diciendo (Dios me es testigo) sinceramente mi sentimiento, con notar lo que pudiera, a mi parecer (por ventura mal fundado) reformarse, vuestra merced, por algunas razones que debe tener, dimisso ablegatoque consilio, siguió su dictamen. El abad de Rute expresa sin rodeos su decepción de que Góngora no aprovechara mejor su primera contribución al debate y tampoco disimula cierta contrariedad. En cambio, el detalle de lo que pasó en esta etapa anterior de la polémica no está muy claro. Hay una aparente contradicción entre el «silencio» que el abad de Rute dice haber mantenido en el caso de la Canción a la toma de Larache y, por otra parte, la mención de unos reproches sobre el uso excesivo del giro sintáctico «si, no». Entonces, ¿guardó silencio o expresó reparos acerca de este poema? Se puede entender el fragmento de la forma siguiente: Francisco Fernández de Córdoba dice que guardó silencio acerca de la Canción a la toma de Larache y podemos creerlo, no dijo nada. Sin embargo Góngora pensaría que el abad de Rute era la fuente «de lo que otros advirtieron del “si, no” demasiado frecuentado» e imaginaría que Fernández de Córdoba le hacía llegar sus críticas por la mediación de otras personas, lo que crearía una pequeña tensión entre los dos. Posteriormente, en el caso del Polifemo, el abad de Rute sí expresó directamente una serie de censuras, para que su amigo pudiera corregir el poema, pero fueron desaprovechadas por Góngora. No sabemos qué contenido exacto tuvieron estas advertencias. Es probable que el abad de Rute criticara ya la oscuridad y el exceso de ornato que señala también acerca de las Soledades en el Parecer y es posible que recomendara a Góngora elegir una materia más grave y heroica, en vez de una simple fábula de amores y transformaciones, con la esperanza de que un ingenio tan eminente como el suyo diera a España el gran poema épico que le faltaba. En efecto, cuando alude a este mismo tema al principio del Parecer, parece recordar sus antiguos consejos desatendidos por Góngora: … me corre obligación de saber la excelencia de los poemas de vuestra merced, la ventaja que hacen a los demás, sus agudezas peregrinas, la eminencia de su ingenio ya mejor aplicado que hasta aquí a cosa que participa de lo serio y continuado. Ojalá fuera la materia más grave, heroica, como algunas veces lo he procurado, si bien no he podido persuadir a vuestra merced, y no quedara nuestra España (como está hoy) sin alabanza alguna en ese género. Esta situación algo espinosa explica las precauciones que Fernández de Córdoba toma antes de dar su opinión a Góngora esta vez en el Parecer. Primero, no escatima las alabanzas, para que quede bien clara su admiración por la obra de su amigo. Segundo, justifica la necesidad de hacer revisar sus obras: el amor propio puede cegar a uno; dos pares de ojos ven mejor que uno. Alega como ejemplo su propia actitud cuando supo aceptar la censura de otros en el momento en que publicó sus obras. Saca a relucir la calidad de su propio censor, el sapientísimo Juan Luis de la Cerda, autor de unos comentarios modélicos a la obra de Virgilio y dice que la censura que éste hizo de su Didascalia no le restó ni prestigio, ni autoridad. Esta pequeña puesta en escena tiene la ventaja de presentarle ahora en la posición del padre de la Cerda, comentando al nuevo Virgilio de las letras españolas: Góngora. Como tercer argumento, achaca la defensa a ultranza de la obra gongorina, pese a sus «evidentes» defectos, a dos vicios: la adulación o la pretensión (alardear de listo e ingenioso para demostrar que sí se pueden entender fácilmente los versos de Góngora). En cuarto lugar, presume de ser muy amigo de don Luis y, en nombre de esta amistad, le promete darle su parecer con mucha sinceridad, para que éste pueda corregir y mejorar sus obras. Tomadas todas estas precauciones, pasa a dar su opinión que consiste en una serie de reparos, entre los cuales el de la oscuridad es desarrollado con mayor énfasis y detalle. Detectamos orgullo herido en la respuesta del abad de Rute, por el poco caso que le hizo Góngora, al no responder a su censura del Polifemo y advertencias sobre la Canción a la toma de Larache. Otro punto que pudo desagradar a Fernández de Córdoba fue la tardanza con que le llegaron oficialmente las Soledades, casi un año después que a Pedro de Valencia. De hecho es bastante sorprendente la «prudente salida», según la expresión de Begoña López Bueno, que hicieron las Soledades fuera de Córdoba, seguida por este aparente retroceso. También extraña que Góngora esperara varios meses, después de obtener la respuesta de Pedro de Valencia, para pedir el juicio del abad de Rute. Lo cierto es que en el momento de redacción del Parecer (entre finales de 1613 y principios de 1614), la polémica silva había circulado bastante, pues el abad de Rute menciona otras reacciones críticas a la obra gongorina: Bien sé, mi señor, que a vuestra merced le han advertido de esto la oscuridad es mala antes de ahora, y avisádole que sienten lo mismo en Córdoba, en Granada, en Sevilla, en Madrid, pues de allí un hombre de tanta erudición cuanto cualquiera otro de este siglo, y de juicio igual a la erudición, que es Pedro de Valencia, lo escribió y advirtió a vuestra merced. Cuando le llegaron oficialmente las Soledades a Fernández de Córdoba, venían precedidas por un rumor de discusiones apasionadas y posiciones enfrentadas: «Crea vuestra merced que muchos ven esto la oscuridad es mala aunque se lo digan pocos, parte de los cuales lo dejan por no confesarse menos agudos en el entender, parte por no atreverse, parte por mostrarse eruditos», escribió también el abad de Rute a Góngora en el Parecer, haciendo eco a estas discusiones que estaban a punto de cuajar en verdadera polémica. Tal vez esta circunstancia explique en parte el tono de malhumor de las primeras líneas de la carta y que se sintiera injustamente relegado el fiel amigo de Góngora. Aunque solo se conserve un testimonio manuscrito del Parecer, este texto tuvo una amplia difusión, como lo muestra la reutilización de varios elementos (argumentos, citas, referencias, maneras de enfocar el debate) por otros polemistas. Lope de Vega lo aprovechó tanto en sus cartas «anónimas» contra Góngora –detalle que permitió rectificar la fecha de composición de las cartas en cuestión– como en el «Papel de la poesía nueva», contenido en La Filomena. También las Advertencias de Almanza y Mendoza recogen ideas e imágenes del Parecer («aborto de su ingenio»), lo que aboga en favor de una anterioridad de este texto, con respecto al Parecer. De forma más sorprendente también lo aprovechó Juan de Jáuregui en el Antídoto contra la pestilente poesía, como señalaron Saiko Yoshida y José Manuel Rico García. En nuestro artículo «Del Parecer al Examen» tratamos de recopilar y comentar las coincidencias entre ambos textos. Que un amigo cercano de Góngora se atreviera a escribir el Parecer seguramente fue un factor desencadenante para que Jáuregui se lanzara a escribir su panfleto, y utilizó el Parecer como fuente de ideas, referencias, argumentos y citas. Al final del Parecer el abad de Rute se comprometía a defender a Góngora, en el caso de que éste fuera atacado. Resulta irónico que su propio texto sirviera de cantera de argumentos para el peor adversario de las Soledades. Por eso, la difusión del Antídoto y el reconocimiento por Fernández de Córdoba de su contribución involuntaria a la génesis del texto de Jáuregui puso al abad de Rute en la obligación de cumplir su promesa. ¿Cómo podía Fernández de Córdoba reparar el involuntario traspié? Tratando de rebatir los argumentos que él mismo había contribuido a forjar en su Parecer y tomando sus distancias con la «crítica turba» de los enemigos de Góngora que, a partir de 1615, unían sus fuerzas contra el poeta cordobés: Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Juan de Jáuregui. En este contexto en que los enemigos de Góngora cerraban filas, el enemigo principal con el que Francisco Fernández de Córdoba se propuso lidiar fue Jáuregui, seguramente porque era el que más lo había comprometido ante los ojos de Góngora. A él tenía que contestar y, remontándose a la fuente de sus improperios, a los argumentos que había lanzado en su Parecer. Por eso, en muchas de sus partes, el Examen es un ejercicio de reescritura de la argumentación del Parecer, escrito desde una perspectiva absolutamente favorable a Góngora. También el tiempo pudo haber obrado en la apreciación de Francisco Fernández de Córdoba y conducido a una mayor aceptación de las novedades de la obra gongorina. 4. Estructura Las Soledades: una obra excelente… pero llena de defectos La estructura del Parecer está muy clara y se puede describir de la siguiente forma. En el exordio, el autor recuerda en qué circunstancias le llegó el texto de las Soledades, cómo Góngora le pidió su parecer y por qué accedió a darlo, pese a sus reticencias iniciales. También convence a Góngora de que tiene que aceptar los consejos ajenos para mejorar su obra y se cita como ejemplo de autor que supo aceptar las correcciones de los «reformadores», en el proceso de revisión de la Didascalia. Luego viene la primera parte, de solamente un párrafo donde elogia la obra y cita los mejores fragmentos de ella, superiores a los modelos de la Antigüedad. Justamente porque la obra es excelente, no debería oscurecerla ningún defecto. Así empieza la segunda parte, muy extensa, dedicada esencialmente a mostrar que la oscuridad, causada por una sobrecarga de tropos, es el mayor defecto que afea la obra. Después de los argumentos de autoridad, antiguos y modernos, el abad de Rute ataca la oscuridad poética desde diferentes frentes, acumulando rationes, es decir, argumentos dialécticos. Esta segunda parte se clausura con una serie de reparos sobre la acumulación de voces «peregrinas» (extranjerismos y cultismos), de giros estilísticos, de conceptos, de palabras o de figuras de estilo que, o cansan al lector, o nivelan el poema, impidiendo que resalten los mejores fragmentos. En la tercera parte, el autor censura otros siete «pecadillos», es decir, una serie de detalles que también desmerecen del conjunto: versan sobre la propiedad de algunas metáforas, la corrección de algún giro gramatical o la licitud de utilizar determinados tropos en español, de uso tradicional en otros idiomas pero no en castellano. En la conclusión, el abad de Rute pondera que, a pesar de los defectos, la obra sigue siendo meritoria y se compromete a defenderla, si fuera necesario. Esta organización rigurosa de la argumentación es completada por la seriedad y la exhaustividad con la que el abad de Rute quiso aportar a su amigo referencias precisas y agumentos de autoridad. Por eso acumula en su carta citas, sacadas principalmente de Aristóteles, Quintiliano y Horacio, y sus respectivos comentaristas modernos. Lo hace con los libros abiertos en la mesa de trabajo, de forma precisa, detallada: ha releído estas fuentes y ha seleccionado los fragmentos que mejor servirán para su demostración e indica en el margen la referencia exacta de los fragmentos. Por lo general, no comenta estas autoridades y a veces solo menciona el autor, seguido por la cita. Se trata de ofrecer un material explotable para que Góngora se deje convencer de que tiene que corregir sus obras. Existe un contraste entre, por un lado, el rigor de la estructura general y la seriedad del contenido y, por otra parte, cierta libertad redaccional que deja espacio para digresiones, paréntesis, ocurrencias graciosas que dan mucha naturalidad al discurso y amenizan la lectura. La progresión de las ideas está muy controlada siempre, pero se desarrolla con una estética de la espontaneidad. El hecho de que este parecer sea una carta deja una inconfundible huella en su diseño retórico: todo el exordio lleva la marca de este carácter epistolar con el recordatorio de cómo nació el Parecer y la alusión a los pareceres anteriores que seguramente tuvieron el mismo formato epistolar. Fernández de Córdoba se dirige continuamente a Góngora, al que trata de vuestra merced, y entabla un imaginario diálogo con él, prestándole posibles objeciones y descartándolas mediante nuevos argumentos. Así ocurre en el siguiente fragmento, en el que Fernández de Córdoba pone en boca de Góngora dos argumentos para defender la licitud de la oscuridad: «Dirame vuestra merced a esto dos cosas: la primera, que …; la segunda, que …. Respondo a lo primero que …. A lo segundo respondo que …». Del mismo modo, toda la tercera parte del Parecer, dedicada a censurar «pecadillos», se presenta retóricamente como una serie de respuestas del abad de Rute a cosas que dijo Góngora: «Dice luego vuestra merced de los muchos conejos que … está bien dicho, pero …. También en la primera parte dijo vuestra merced … y extraño esto». Vemos, pues, cómo dentro de un largo monólogo, Fernández de Córdoba recupera algo que normalmente es característico del diálogo: el enfrentamiento de ideas y la rapidez de los intercambios. Se pone en escena la contienda entre dos posiciones enfrentadas, como en un diálogo socrático o una de sus imitaciones renacentistas. Que este modelo esté presente en la mente del abad de Rute es seguro, porque cita una obra que tiene este formato: Navagero. Della poetica, de Girolamo Fracastoro, 1555. Imaginar las posibles objeciones del interlocutor es lo que hace avanzar la discusión, según una mayéutica al final poco alejada de la que se construye en los diálogos renacentistas, donde un autor único (Girolamo Fracastoro en el ejemplo citado) se desdobla en dos personajes y crea artificialmente posiciones enfrentadas, una progresión de las ideas y, en el mejor caso, la emergencia de una verdad consensuada entre los dos dialogantes. Cabe observar que el abad de Rute volverá a utilizar y perfeccionar este diseño retórico en el Examen. En esta obra también el monólogo avanza en forma de falso diálogo, aunque con tintes mucho más agresivos, gracias a las herramientas proporcionadas por la dialéctica aristotélica, a su vez desarrollada por la escolástica. En efecto la escritura del abad de Rute recibe también la influencia de la forma de pensar y escribir de Tomás de Aquino, por ejemplo, en la Summa theologiae, que progresa a partir de preguntas (quaestio), de tesis, y refutaciones (refutatio) de las mismas tesis, que aparentemente se oponen a la tesis. Se trata de escrutar las posibles contradicciones del pensamiento y de resolverlas con el uso de la lógica. El formalismo lógico y la jerga utilizada («lo bueno de su naturaleza es comunicable a todos, según los filósofos») son caractéristicos de esta tradición intelectual. La inscripción de las dos cartas (el Parecer y el Examen) en esta doble tradición de los diálogos greco-renacentistas y de la escolástica favorece un tono un poco vivo, picante, irónico a veces, obviamente con diferencias de grado entre los dos textos, ya que Góngora es un amigo y Jáuregui un enemigo. Pero cabe reconocer que el peso de estos modelos, seguramente presentes inconscientemente en el momento de redacción del Parecer, ha podido favorecer cierta agresividad involuntaria en este texto. Algunos procedimientos habituales de la sátira, como la ironía, los conceptos por acomodación de cita o incluso cierto gracejo en el tono, están utilizados para contestar a Góngora y serán movilizados de nuevo en el Examen, esta vez para zaherir, sin tapujos ni remilgos, a Jáuregui. 5. Fuentes Un enfoque retoricista y erudito Los autores que son la base de la reflexión del abad de Rute son Aristóteles (la Poética y la Retórica), Horacio (el Arte poética), Quintiliano (Institución oratoria) y, en menor medida, Cicerón (Del supremo bien y del supremo mal, Cuestiones académicas, De la naturaleza de los dioses). Fernández de Córdoba ha releído atentamente los capítulos claves de algunas de estas obras, con seguridad de las cuatro primeras, para construir una reflexión sólida sobre la claridad de la elocución. Que cite indiferentemente estos libros demuestra que para él las reglas de la retórica se aplican sin el menor problema a la creación poética. El buen poeta debe cuidar la elocución y para eso el dominio de la retórica es imprescindible. El enfoque «retoricista» de la reflexión aparece de forma nítida, si se observa que las dos citas de la Poética son sacadas del mismo capítulo 22 de dicho tratado –lleva el número 21 en la edición manejada por nuestro autor–, es decir, el consagrado a la calidad de la elocución, donde Aristóteles desarrolla ideas muy afines a las de la Retórica. El abad de Rute deja de lado toda la esencia y novedad de este tratado: nunca habla de imitación, ni de fábula poética, etc. El Aristóteles del abad de Rute es esencialmente el autor de la Retórica. La observación de las fuentes modernas confirma esta impresión. El siglo XVI corresponde en Italia al momento del redescubrimiento de la Poética a través de numerosas ediciones, traducciones y comentarios. Además, muchos autores italianos se dedicaron a escribir poéticas, desde los planteamientos de la Poética aristotélica, pero extendiendo las consideraciones a otros campos no abordados por el Estagirita en su obra. Pues, aunque el abad de Rute cite a muchas autoridades modernas italianas, no cita a ninguno de los grandes comentaristas de la Poética y a pocos autores de poéticas que escribieron desde esta perspectiva (con la salvedad de Escalígero, Minturno y Tasso, de los cuales volveremos a hablar). He aquí, en orden alfabético, la «biblioteca moderna» empleada en el Parecer tal y como pudimos reconstruirla:Julio César Escalígero, Poetices libri VII, Lugduni: apud Joannem Crispinum, 1561. Esta ambiciosa poética, de gran transcendencia en Europa, fue escrita durante la década de 1550, en los últimos años de vida de Escalígero y publicada después de que éste falleciera en 1558.Girolamo Fracastoro, Navagero. Della poetica. Se trata de un diálogo compuesto entre los años 1548 y 1549, pero editado por primera vez en las Obras completas del autor, después de su muerte en 1555, en el cual los participantes tratan de definir la poesía y sus finalidades. Se caracteriza por su gran eclecticismo en el manejo de fuentes.Giovanni Andrea Gilio da Fabriano, Topica poetica …, in Venetia: appresso Oratio de' Gobbi, 1580. La escritura de este tratado, que enumera figuras y tropos y los ilustra con poetas italianos, se remonta, según afirma el propio autor en el prefacio, a muchos años antes de su publicación –hasta donde me alcanza, la crítica moderna no le ha puesto fecha más precisa.Marco Girolamo Vida, De arte poetica, Romae: apud Ludovicum Vicentinum, 1527. Esta elegante poética versificada fue escrita en dos etapas: una primera versión, escrita entre 1516 et 1517, conoció una amplia difusión manuscrita. El texto fue retocado y publicado en 1527 – el abad de Rute cita la versión publicada.Francisco Luisio, in librum Quinti Horatii Flacci de Arte poetica commentarius, Venitiis: apud Aldi filios, 1554. Como su nombre lo indica, se trata de un comentario del Arte poética de Horacio, cuya fecha de composición se desconoce.Antonio Minturno, De poeta, Venetiis: apud Franciscum Rampazetum, 1559. Se trata de una poética, escrita en forma dialogada, que ambiciona cubrir todos los ámbitos de la poesía, desde la poesía mélica, hasta todas las facetas de la poesía escénica. Se considera que fue escrita poco antes de su fecha de publicación.Torcuato Tasso, Discorsi del poema heroico del signor Torquato Tasso, Napoli: nella Stamparia dello Stigliola, 1594?. Estos discursos fueron escritos alrededor de 1565, muchos años antes de su primera publicación (1587) y posterior modificación en 1594. El abad de Rute cita esta última edición, la única que contiene un libro IV, citado en el Parecer. Constituyen un tratado de poética en el que se plantea, de modo metódico y ordenado, cuál es la mejor manera de componer un poema heroico, desde la elección de la materia para el argumento, hasta la expresión verbal. Se trata de definir un género apenas esbozado en la Poética del Estagirita, desde los planteamientos de éste. Es obvio que el abad de Rute leyó atentamente la mayoría de estos tratados (o por lo menos algunos capítulos claves que podía seleccionar a partir de la tabla de materias) y que escribió su Parecer después de un tiempo de lecturas o, mejor dicho, de relecturas. Prueba de ello es que se inspira a menudo de la argumentación de cada uno de estos autores y, antes o después, cita escrupulosamente una frase o dos para dejar un discreto testimonio del préstamo que hizo, cuando en realidad todo el fragmento lleva la huella de lo que precede o sigue la cita en su contexto original. En las notas de la edición señalamos estos préstamos. Cabe observar en segundo lugar que estas obras son relativamente antiguas en cuanto a su concepción y, en menor medida, en cuanto a su difusión. Esto contribuye a que la mayoría de ellas mantengan un enfoque exclusivamente retoricista. El Arte poética de Vida, escrito en 1517, es claramente anterior a todo el movimiento de lectura, traducción y comentario de la Poética. Como escribe Bernard Weinberg: «el De arte poetica … existe en un mundo pre-platónico y pre-aristotélico, en el cual no existe ninguna de las fructíferas ideas de estas dos tradiciones. Son casi únicamente Horacio y los grandes rétores Quintiliano y Cicerón, se aclara a continuación quienes constituyen el contexto de esta obra». Es verdad que el comentario por Luisini del Arte poética de Horacio compara la obra de Horacio con la de Aristóteles, pero se trata de un Aristóteles poco «aristotélico» todavía, y muy «horacianizado», si así se puede decir. También es muy significativo que el abad de Rute cite el De poeta de Minturno, de 1559, todavía muy marcado por los preceptos de Cicerón, en vez de su Arte poetica, de 1564, más claramente aristotélico. Finalmente, un tratado como la Topica poetica de Gilio da Fabriano es la culminación de este enfoque retoricista de la reflexión sobre la poesía: «este tratado de “retórica poética”, que constituye una pervivencia tardía de los catálogos tópicos, propone un catálogo de lugares de la invención, ilustrados por citas de poetas exclusivamente italianos. En el fondo, el único elemento poético de este tratado son los ejemplos, sacados de poetas; si no fuera el caso, nada lo distinguiría de una retórica» explica Teresa Chevrolet. Obviamente no entran en esta categoría de «obras ajenas al redescubrimiento de la Poética aristotélica» el Poetices libri VII de Escalígero y los discursos de Tasso, dos autores que fueron justamente lectores atentos de la Poética y divulgadores de su contenido en Europa. Sin embargo, el abad de Rute hace una lectura muy selectiva de estas obras y cita exclusivamente fragmentos que tratan de la elocutio. Del Discurso del poema heroico menciona un fragmento donde, significativamente, Tasso comenta al Aristóteles de la Retórica y concluye que la principal virtud de la elocución es su claridad. De la misma forma, utiliza del tratado de Escalígero (que ofrecía, sin embargo, una teoría sistemática del arte poética, cuya relación complicada con Aristóteles no podemos desarrollar aquí) un fragmento del libro IV, dedicado a estudiar la ornamentación del poema, gracias a la elección de un estilo conveniente y de las figuras adecuadas: de ahí saca una confirmación de que se debe evitar la oscuridad. A veces también utiliza a Escalígero de manera más anecdótica, para emitir juicios sobre el valor de algunos poetas, siempre enfocando el juicio desde la calidad de la elocución: Valerio Flacco y Persio son demasiado oscuros; Bembo y Pontano repiten demasiado algunas palabras. Vemos también que las obras modernas son utilizadas siempre para confirmar las autoridades antiguas: Vida expresa con mayor fuerza aún que Horacio, dice el abad de Rute, el ideal renacentista de una obra que dé una engañosa sensación de facilidad al lector; Vida y Fracastoro concuerdan con Horacio sobre la necesidad de utilizar para cada género un estilo adecuado; como ya vimos, Tasso confirma a Aristóteles, etc. Es posible que en algunos casos haya sido la autoridad moderna la que condujo al abad de Rute a la autoridad antigua, aunque siempre empiece ofreciendo la fuente antigua de las ideas que presenta y después la confirme con la moderna. El efecto buscado por el abad de Rute es demostrar a Góngora que todas las autoridades, antiguas y modernas, coinciden en censurar la oscuridad y que, por lo tanto, tiene que renunciar a esta nueva forma de escritura. Eso lo lleva a cierta radicalización de las doctrinas presentadas, eliminando matices o ideas que no vayan en el sentido de lo que quiere presentar. Otra fuente utilizada por Fernández de Córdoba es la literatura polémica publicada en Italia, al final del siglo XVI. En el Parecer cita explícitamente la polémica entre Tasso y la Academia de la Crusca, cuando aborda el tema de los neologismos: introducir neologismos viene a ser lenguaje pedantesco fidentiano, de que le culpa a Torcuato Tasso, como a usurpador y frecuentador de palabras peregrinas, la Academia de la Crusca en la defensa del Furioso, diciendo que Aristóteles concedió que cayese en los poemas agua de palabras forasteras, pero no que tempestase. El abad de Rute se muestra atento a un detalle que ya fue objeto de polémicas en otra área lingüística y cultural. Reconoce en la poesía gongorina una característica común con la de Tasso, que también podría ser objeto de críticas; los ataques sufridos por el poeta italiano son un precedente que justifica las advertencias a Góngora. Otras veces utiliza herramientas conceptuales o categorías lógicas que fueron empleadas con anterioridad en otras polémicas italianas. Así los términos de «fin arquitectónico» y «fin instrumental», utilizados para analizar las finalidades de la poesía, proceden de Aristóteles, pero fue Giambattista Guarini quien los introdujo en el debate literario para comparar y distinguir la tragedia, la comedia y la tragicomedia. Guarini, autor del Pastor Fido, respondió a los ataques de Jasón Denores, que le echaba en cara el carácter supuestamente monstruoso de la tragicomedia, inconciliable con la Poética de Aristóteles. Guarini replicó haciendo un análisis detallado de las partes de la tragedia y de la comedia y de sus finalidades respectivas. Después de definir la tragicomedia como poema mixto, expone la finalidad instrumental de la tragicomedia (imitar cosas trágicas y cómicas mezcladas) y su finalidad arquitectónica (purgar la melancolía, como en el caso de la comedia). El abad de Rute utiliza estas mismas herramientas lógicas, en un contexto totalmente diferente, para definir las finalidades de la poesía en general (¿sirve para aprovechar, para deleitar o para las dos cosas a la vez?) y así comprobar que la poesía gongorina no cumple con el fin instrumental (deleitar), ni con el fin arquitectónico (ser útil) de la poesía. En realidad, el injerto de estas categorías lógicas en el discurso literario del abad de Rute se realizó en el capítulo XX de la Didascalia multiplex. Quizás eso explique que, ni en el Parecer, ni en el Examen donde se volverán a utilizar estas categorías, Fernández de Córdoba mencione la fuente. Otra influencia que dejó el intercambio de discursos y panfletos entre Guarini y Jasón Denores en el Parecer es cierta definición del decoro, entendido como adaptación del estilo a un determinado género literario. Denores criticó la tragicomedia, con el argumento de que el estilo bajo, característico de la comedia, y el estilo magnífico, característico de la tragedia, eran incompatibles en un mismo texto. Y también criticó que la lengua utilizada en el Pastor Fido fuera demasiado figurada, con ornamentaciones más propias del estilo lírico que de una obra dramática. La respuesta de Guarini se mantiene en perfecta continuidad con la noción de decoro propuesta por Denores. Tanto Guarini como Denores acuden a la autoridad de Demetrio de Falero para explicar que a cada género literario corresponde un estilo literario propio. Lo que hace Guarini, después de haber demostrado la legitimidad del nuevo género literario que ha creado, es tratar de definir el estilo propio de la tragicomedia: un estilo «templado», es decir un estilo humilde realzado por elementos graves o un estilo grave moderado por los procedimientos habituales del estilo bajo. Es muy probable que esta manera de enfocar el problema del estilo, conveniente para una categoría genérica determinada, llevara al abad de Rute a preguntarse si el estilo sublime empleado por Góngora en las Soledades era adaptado al género bucólico, dentro del cual sitúa las Soledades en esta primera etapa de la polémica. Contestando negativamente, dictamina que si las Soledades son un poema bucólico, no es lícito utilizar en ellas un estilo sublime y, así, la oscuridad (que sí sería legítima en un poema sublime) no es apropiada para las Soledades. Vemos pues que, como en el caso precedente, Fernández de Córdoba se inspira de algún argumento y de una manera de pensar y los utiliza en un contexto y con una finalidad distinta que en la polémica del Pastor Fido. Además de las obras teóricas, el abad de Rute cita numerosos versos de poetas, para expresar una idea personal con palabras prestadas o adornar con versos ajenos la reflexión propia. Es un uso mundano de la erudición, destinado a crear una connivencia con el interlocutor. El Virgilio de la Eneida es el poeta más citado; el de las Bucólicas, menos. Ovidio ocupa el segundo lugar más importante en el panteón personal del abad de Rute: se le cita por los Amores, los Fastos, las Metamorfosis. Fernández de Córdoba muestra una gran familiaridad con este poeta y da la sensación de citar de memoria diferentes fragmentos breves que pasaron a ser frases hechas para las personas cultas de su tiempo («non oculi tacuere tui», «medio ibis tutissimus»). También cita a menudo la Biblia y, de hecho, en un fragmento del Examen explicará que ésta contiene verdaderos fragmentos de poesía lírica. Los demás poetas se citan de forma más escasa. Se puede llegar a sospechar el uso de repertorios de citas o diccionarios latinos, porque a veces varios versos se ensartan unos detrás de otros y llegamos a intuir a partir de qué palabra clave hizo la búsqueda. Hasta ocurre en algunos casos que, por desconocimiento del contexto, utilice algunas citas de manera un poco alejada a su sentido original y sospechamos que este desfase no siempre es voluntario. Pero, en otros momentos, es indudable que conoce el contexto y el poema, como cuando cita a Policiano seguramente de memoria (por los dos errores literales, si bien el sentido se respeta), después de haber dicho que él mismo imitó este fragmento en su silva Prometeo. Las otras obras citadas son: las Elegías de Propercio, las Silvas de Estacio, la Farsalia de Lucano, los Idilios de Teócrito (en traducción latina), las Silvas de Policiano, La Andriana de Terencio y Pséudolo de Plauto. Además de citar, pondera a varios poetas: a Catulo por sus epitalamios; a Persio como paradigma de dificultad reprobable; a Torcuato Tasso como contramodelo de poeta que pulió demasiado sus obras, en detrimento de la obra corregida, convirtiendo a la Gerusalemne liberata en la Conquistata; a Tibulo, modelo de aparente facilidad y labor limae. Luego, «Teócrito, Bión, Virgilio, Calpurnio, Severo, Petrarca, Sannazaro, Pontano, Marco Rosiglia, Gerónimo Benivieni, Bernardo Tasso, Luis Alemanni y el divino Garcilaso» son citados como poetas bucólicos que han escrito en un estilo claro. Valerio Flaco y Estacio son presentados como modelos de poetas cuya oscuridad es tolerable porque escriben poemas heroicos. También se mencionan los Epigramas de Marcial, el De plantis de Teofrasto (en traducción latina), los Endecasílabos, los Epitafios y los Túmulos de Bembo y los Triunfos de Petrarca. La prosa es citada o mencionada con menor frecuencia: diálogos, obras dramáticas, trabajos de historiadores, científicos o padres de la Iglesia. En este caso también utilizó probablemente diferentes herramientas de erudición o diccionarios que organizan temáticamente las citas de los prosistas siguientes: Plauto, Mostellaria; Luciano de Samosata, traducido al latín: Jupiter tragœdus (Júpiter trágico); Máximo de Tiro, en traducción latina, Sermones sive Disputationes XLI; Eliano, De varia historia (Historias curiosas); San Jerónimo, Comentario a Ezequiel o Comentario a Nahum; Plinio, Historia natural; Cornelio Tácito, Anales; y Diodoro Sículo, Bibliotheca historica, sive historiae priscae. Finalmente, podemos rastrear la utilización de obras no citadas explícitamente, pero de las cuales echa mano para sacar citas. Que el abad de Rute utilice diccionarios, manuales, Tesoros o antologías no es de extrañar, pues eran muy comunes en la época, y no por eso desmerece su cultura, que es verdaderamente asombrosa por su extensión y variedad. Por ejemplo, según pudimos advertir, finge citar un verso de las Bacantes de Eurípides, en alguna traducción al latín, sin precisar que lo que de verdad reproduce es la paráfrasis que Natale Conti dio de este fragmento en sus Mythologiae. Pero esto ocurre muy pocas veces. Al contrario, cuando Fernández de Córdoba utiliza un instrumento de erudición, suele confesarlo. Así, por ejemplo, deja entrever que debe una cita de Aulo Gelio a Conrado Licóstenes, compilador que, a su vez, la sacaba de los Adagia de Erasmo. La honradez intelectual prevalece al final por encima de las ganas de lucir erudición. De todo lo dicho se desprende que el abad de Rute es un lector muy culto, que sabe manejar instrumentos de erudición variados. Sabe a la perfección cómo y dónde encontrar fuentes de información. Es más un compilador del saber y de las ideas ajenas que un autor capaz de inventar conceptos nuevos. 6. Conceptos debatidos Un amplio abanico de temas, con énfasis en el de la oscuridad El abad de Rute establece las bases de las futuras discusiones sobre la oscuridad en los textos posteriores de la polémica, enfocando el problema desde múltiples perspectivas. Para Fernández de Córdoba, la oscuridad es condenable porque impide la perspicuidad, a la que tiene que tender toda producción poética, como cualquier otro discurso escrito. Observamos aquí el resultado del enfoque retoricista de su reflexión: el abad de Rute define la claridad de la «narración» (utiliza la expresión) y aplica esta reflexión al discurso poético. Es particularmente intolerable la oscuridad en las Soledades, porque procede de un exceso de figuras y, en particular, de tropos. Cada tropo puede potencialmente convertirse en una fuente de oscuridad; una acumulación de tropos acentúa aún más este riesgo. Debe huirse de la oscuridad, dice, porque impide alcanzar las dos finalidades propias de la poesía: deleitar y enseñar. Francisco Fernández de Córdoba concede que puede haber un placer de leer cosas difíciles, por lo menos para los lectores más doctos, pero, dice, la oscuridad no permite que los lectores menos cultos entiendan a fondo el contenido moral y por eso no podrán aprovecharse de la obra. Además, una obra absolutamente buena no puede tener ninguna parte mala, ni le puede faltar nada: que le falte perspicuidad es contradictorio con la idea de perfección. Luego acude a otro argumento, totalmente nuevo en la polémica y que tendrá bastante transcendencia en las futuras discusiones: la oscuridad es intolerable en el caso de las Soledades porque no hablan de misterios de religión que deban permanecer escondidos. Matiza después la idea de que pueda existir un placer de leer cosas difíciles, diciendo que seguramente sus lectores se van a cansar de descifrar enigmas. Y subraya que la sensación de pérdida que experimenta el lector cuando trata de entender la obra gongorina es intolerable, porque le hace sentir como si estuviera leyendo un idioma extranjero y no fuera capaz de entenderlo. Cuestiona que sea el lector quien no esté a la altura de la obra. Otro tema presente y estrechamente vinculado al anterior es la identidad de lo que podríamos llamar el censor legítimo de la poesía: ningún poeta, afirma el abad de Rute, puede prescindir de la aprobación popular; el pueblo es un censor legítimo de las creaciones literarias. De ahí se deriva la ilegitimidad de escribir solo para los doctos, en lenguaje cifrado o con enigmas a los que solo unos escasos lectores muy cultos tendrían acceso. La obra realmente buena es aquella que goza de una aprobación universal. Acaba enunciando un ideal estético muy difundido y que podemos considerar típicamente clásico: que la complejidad y dificultad de composición de la obra permanezcan escondidas y que el lector experimente una engañosa sensación de facilidad. «Venustidad y perspicuidad virgiliana», equilibrio, buen gusto y elegancia: así se puede cifrar el ideal estético del abad de Rute. El buen poeta es aquel que conoce perfectamente la tradición poética e imita a los mejores modelos grecolatinos e italianos. El abad de Rute se cita como ejemplo de poeta que practicó la imitatio en su silva Prometeo, donde reinterpretó un fragmento de Teócrito y Policiano (éste ya había imitado a aquél). Un buen poeta también tiene a su disposición un amplio vocabulario y es capaz de crear conceptos ricos y variados. Góngora es «rico y abundante de esta mercancía, como todo el mundo sabe», pero, por afectación y no por incapacidad, prefirió repetir palabras y figuras varias veces. El abad de Rute es heredero de una jerarquía de los estilos, en la cual el heroico es el más digno de todos. Por eso animó a Góngora (en sus pareceres perdidos sobre el Polifemo y la Canción a la toma de Larache) a cultivar este género, en el cual no cree que entren las Soledades. Está, implícita en toda esta reflexión, la noción de decoro que supone que conviene utilizar el estilo adecuado al género en que uno escribe. Fernández de Córdoba reconoce que los recursos estilísticos que utiliza Góngora en las Soledades (y que crean la oscuridad) son buenos en sí, pero son propios del estilo sublime y no del bucólico. Otro tema muy presente en el Parecer es la repetición de palabras y de ideas y el uso excesivo de determinadas figuras. El abad de Rute nota la creación de una especie de idiolecto, la repetición y transformación de metáforas en base a la asociación de las mismas palabras claves. También critica el uso excesivo de dos tropos: hipérbatos e hipérboles, propios del estilo sublime que definió anteriormente. El tema de la «propiedad» de las imágenes, es decir su adaptación a la realidad, está también diseminado en todo el Parecer. No es conveniente escribir que una campesina tiene la tez blanca, porque no puede tenerla, al trabajar siempre fuera. La propiedad también se entiende como adaptación a la realidad de la mitología, establecida por la tradición de los poetas: las doncellas de la Soledad I no deberían ser calificadas de «bacantes» ya que están desarmadas y no llevan tirso, al contrario de cómo las representaron los buenos poetas. Lo sorprendente en esta manera de pensar es que, incluso cuando el abad de Rute se pregunta si una cosa puede existir en el mundo real (la tez blanca de una campesina o un barco de haya) busca la respuesta en las obras de los poetas y en la tradición literaria. Tiene mucho sabor el fragmento en el que el autor del Parecer se presenta, junto a su amigo Francisco de Gálvez, revisando en Teofrasto y Plinio si pueden existir navíos de haya. Bastaría con que alguna autoridad hubiera utilizado esta sinécdoque para que fuera aceptable en Góngora. En efecto, la mejor forma de imitar la naturaleza es imitar a los poetas que ya la imitaron. Encontramos aquí el germen de la futura actitud crítica de los comentaristas (Díaz de Rivas, Salcedo Coronel, Pellicer) que intentarán justificar y disculpar la novedad de las Soledades, a partir de la tradición poética, acumulando presuntas fuentes. El tema de la novedad o modernidad de la poesía gongorina se cierne sobre todas las reflexiones acerca de la utilización de tropos. El abad de Rute cita por ejemplo una serie de hipálages o metonimias en latín, otras en italiano y se pregunta si la poesía en lengua española tendrá capacidad para integrar las figuras arriesgadas y el ornato difícil que admiten idiomas de mayor tradición poética. También censura la excesiva audacia de algunas construcciones anfibológicas, subrayando que lo que está en juego no es la comprensión literal de los fragmentos, sino la excesiva maleabilidad de las estructuras gramaticales: «aunque todos lo entiendan, será bien aclararlo más», dice. La defensa de la novedad y de la libertad creativa serán afirmadas más rotundamente aún en el Examen. 7. Otras cuestiones Un esbozo de los grandes comentarios Si el principal interés del Parecer es ofrecer, dentro de la polémica gongorina, la primera reflexión ordenada y completa sobre la noción de oscuridad, también constituye un primer esbozo de lo que serán, en las siguientes décadas, los comentarios de la obra de don Luis, bajo la pluma de Díaz de Rivas, Salcedo Coronel y Pellicer. Pocos versos son comentados en el Parecer, y lo son desde una perspectiva esencialmente crítica, para señalar los fragmentos que merecen ser enmendados, cuando los tres citados comentaristas tuvieron como objetivo principal defender e ilustrar la obra de Góngora. Sin embargo, pese a esta diferencia esencial, la metodología es similar. Cuando un fragmento presenta alguna dificultad, el abad de Rute (y los comentaristas señalados) buscan en otras autoridades grecolatinas versos que hablen del mismo tema o que contengan el mismo tipo de figuras. Se trata de legitimar o deslegitimar las audacias estilísticas y las creaciones poéticas de Góngora a partir de otras obras canónicas. Por ejemplo, que ninguna autoridad griega o latina haya utilizado la sinécdoque de materia «haya» para designar un barco es motivo suficiente para censurar su uso en la obra de Góngora. Este tropo no tiene legitimidad porque no tiene tradición literaria suficiente. Al revés los tres comentaristas se empeñarán en acumular fragmentos de autores canónicos para avalar la escritura de Góngora. Por otra parte, el abad de Rute no cree que un poeta español se pueda permitir tanta audacia como la que usaron los poetas grecorromanos o italianos. De momento, la lengua castellana no ha alcanzado aún un grado de madurez suficiente para que sea el caso. De hecho, Góngora podría contribuir a realzar la lengua castellana, piensa el abad de Rute, si accediera a escribir el gran poema heroico que España necesita. Por ejemplo, el uso de la metonimia le parece perfectamente lícito en las obras de Virgilio o Petrarca, pero duda en recomendarla en castellano: «En nuestro vulgar no sé si puede usarse, creo que, a poder, no fuera tan ridículo». Para encontrar lugares con los cuales comparar los fragmentos que comenta, el abad de Rute utiliza las mismas herramientas de erudición que los demás comentaristas: diccionarios, índices de las obras completas de algún autor, manuales de retórica, obras comentadas de un clásico. Y cae en la misma tentación de acumulación de erudición que sus seguidores. Por ejemplo, cuando comenta la metáfora de las bacantes, encuentra en el Diccionario de Calepino referencias de textos que hablen de tirsos. Localizadas las citas, acude a las obras completas de los autores en cuestión y de allí copia la cita (una escrupulosidad de la que no siempre harán gala los demás comentaristas). El resultado es un largo fragmento que nos habla más de la curiosidad personal del abad de Rute por la mitología que de la obra de Góngora. 8. Conclusión El Parecer es un compendio de erudición escrito para convencer a Góngora de que debía corregir sus poemas y restituir su obra a la claridad y perspicuidad virgiliana que solía tener antes de que se lanzara a escribir el Polifemo y las Soledades. No cabe duda de la profunda admiración que don Francisco tenía por la obra de Góngora: absolutamente sincera es su convicción de que es Góngora el mejor poeta de España, como dictaminará en la Apología. Pero, en esta etapa de la polémica, considera que la nueva propuesta literaria de Góngora es errónea y que el poeta todavía está a tiempo de corregir el tiro. La oscuridad es «afectada», analiza, es decir, buscada deliberadamente y ninguna autoridad puede respaldarla. También otros «pecadillos» afean la obra, desmereciendo del conjunto, y todos tienen que ver con una elocutio sobrecargada de tropos. Seguramente las circunstancias previas a la escritura del Parecer pudieron predisponer al abad de Rute a responder con cierta irritación a Góngora (éste acudió tarde a su amigo para valorar las Soledades y desatendió los primeros consejos del abad de Rute, redactados en unos pareceres hoy perdidos sobre el Polifemo y la Canción a la toma de Larache) pero, en el fondo, lo que resalta es la falta de adhesión inicial del abad de Rute a la nueva propuesta estética de Góngora. El ataque de Jáuregui, que cosechó en el Parecer numerosos argumentos en contra de las Soledades, puso al abad de Rute en la obligación de reconsiderar su argumentación y reescribirla en parte en el Examen. La evolución de una posición a otra muestra que, incluso entre los lectores a priori más favorables a la obra de Góngora, la revolución poética de las Soledades no se impuso sin sobresaltos. 9. Establecimiento del texto De momento solo contamos con un manuscrito que recoja el Parecer: el llamado manuscrito Gor (al que en adelante llamaremos G). La edición que ofrecemos a continuación solo se pudo hacer corrigiendo ope ingenii las erratas que contiene y, en el caso de los abundantes errores que contenían las citas en latín e italiano, remontándonos a la fuente consultada por Fernández de Córdoba. Si aparecieran otros testimonios de este texto, quizás permitieran corregir otros errores que pasaron desapercibidos. Para subsanar las citas nos fue útil identificar las ediciones que manejó el abad de Rute, de los autores que cita, guiándonos por las peculiaridades de las citas. El abad de Rute cita la Poética de Aristóteles en la edición y traducción de Alessandro Pazzi, publicada por primera vez en Venecia en 1536. Fernández de Córdoba no utilizó la princeps, puesto que ésta presenta el texto latino a continuación del texto griego en un solo bloque, sin indicación de los capítulos. Los capítulos fueron introducidos en un sinfín de Obras completas de Aristóteles, que reutilizaron la traducción de Pazzi. Nótese que el orden de los capítulos varía con respecto a las ediciones modernas. Luego, Fernández de Córdoba cita la Retórica de Aristóteles en la edición y traducción de Jorge de Trebizonda, pero no sabemos si manejó la princeps o alguna reimpresión, pues dicha traducción fue reeditada varias veces a lo largo del siglo XVI. Las numerosísimas citas de la Institución oratoria presentan características que nos permiten afirmar que el abad de Rute no utilizó la edición más difundida del siglo XVI, establecida por Pellegrino Pasquali y Dionigi Bertocchi en Venecia en 1482 y reimpresa muchas veces. Las citas corresponden todas con una edición parisina mucho menos conocida: De institutione oratoria libri XII, Parisiis, apud Audoënum Parvum, in via quae est ad D. Iacobum, sub insigni Lilii, 1549. Las diferencias entre ésta y las demás ediciones citadas, antiguas y modernas, son numerosas: es muy probable que el abad de Rute haya manejado algún ejemplar de dicha edición parisina, a no ser que tuviera entre las manos otra versión que no pudimos localizar y sigue la misma tradición textual deturpada. En cambio no pudimos encontrar qué edición del Arte poética de Horacio utiliza, porque las citas no presentan errores, ni variantes características (solo son de notar algunas aproximaciones, que parecen indicar que el abad de Rute restituye algunos fragmentos de memoria). Por la misma razón tampoco pudimos encontrar en qué edición cita las obras de Cicerón: De finibus, Del supremo bien y del supremo mal, Academicorum … liber Cuestiones académicas, De natura deorum De la naturaleza de los dioses; las de Elio Donato: Ars grammatica major; y las de Diomedes: Diomedis artis grammaticae libri III; si es que las consultó directamente. La «bibliografía hipotéticamente consultada por el polemista» que logramos reconstruir a partir de las particularidades de la traducciones al latín de unos textos inicialmente escritos en griego (Diodoro de Sicilia, Eliano, Diogenio Laercio, Luciano de Samosata, Máximo de Tiro…) nos permitió corregir numerosos errores de transcripción del copista. Decidimos ofrecer una traducción al español de todas las citas que utiliza el abad de Rute en su texto. En la mayoría de los casos, las traducciones son nuestras, salvo en aquellos casos en que utilizamos alguna traducción publicada, y así lo mencionamos. 10. Bibliografía 10.1 Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista Alamanni, Luigi: Aristóteles: Calepino, Ambrosio: Calpurnio (Titus Calpurnius Siculus): Cerda, Juan Luis de la: Conti, Natale, (Natale Comitis): Denores, Giasone: Diodoro de Sicilia (también llamado Diodoro Sículo): Eliano, Claudio: Endelequio, Severo Santo (Severus Sanctus Endelechius, también llamado Severus Retor): Escalígero, Julio César: Fernández de Córdoba, Francisco: Fracastoro, Girolamo: Gilio da Fabriano, Giovanni Andrea: Guarini, Giambattista: Laercio, Diogenes: Luciano de Samosata: Luisio, Francesco (también llamado Francesco Luigini o Franciscus Luisinus Utinensi o también Franciscus Lovisini): Licóstenes, Conrado: Major, Georg: Máximo de Tiro: Minturno, Antonio: Policiano, Ángel: Quintiliano, Marco Fabio: Rosiglia, Marco: Salviati, Lionardo: Simposio (también llamado Symposius o Symphosius): Tasso, Torcuato: Teócrito: Teofrasto: Vida, Marco Girolamo: 10.2.1 Otras referencias bibliográficas del editor (manuscritos e impresos anteriores a 1800) Antonio, Nicolás: Benivieni, Girolamo en: Covarrubias, Sebastián: Denores, Giasone: Diogeniano: Eliano, Claudio: Eurípides: Fernández de Córdoba, Francisco: Guarini, Giambattista: Lope de Vega: Minturno, Antonio: Quintiliano, Marco Fabio: Rosiglia, Marco: Tasso, Bernardo: Tasso, Torcuato: Vaca de Alfaro, Enrique: Vulgata: 10.2.2 Otras referencias bibliográficas del editor (impresos posteriores a 1800) Alatorre, Antonio: Alonso, Dámaso: Amo Lozano, Milagros del: Aristóteles: Artigas, Miguel: Aulo Gelio: Azaustre Galiana, Antonio: Balavoine, Claudie y Laurens, Pierre: Balsamo, Jean: Bessiere, Jean, Kushner, Eva y Mortier, Roland: Blanco, Mercedes: Calpurnio: Carreira, Antonio: Catulo, Gayo Valerio: Cervantes y Saavedra, Miguel de: Chevrolet, Teresa: Cicerón: Conti, Natale: Correas, Gonzalo: Cruz Casado, Antonio: Daza Somoano, Juan Manuel: Di Monti, Michele: Diodoro de Sicilia: Diomedes: Donato, Elio: Eliano, Claudio: Elvira, Muriel: Endelequio, Severo Santo: Erasmo de Róterdam: Escalígero, Julius Caesar: Estacio: Fernández Ariza, Carmen: Fernández de Avellaneda, Alonso: Fernández de Córdoba, Francisco: Fracastoro, Girolamo: Galand, Perrine y Hallyn, Fernand: Gates, Eunice Joiner: Góngora, Luis de: González de Amezúa y Mayo, Agustín: Gracián, Baltasar: Guarini, Giambattista: Guzmán Arias, Carmen: Heineccius, Johann Gottlieb y Vicente y Caravantes, José de: Horacio: Huard, Emmanuelle: Huarte de San Juan: Jammes, Robert: Jerónimo, San: Largaiolli, Matteo: López Bueno, Begoña: Lucano: Luciano de Samosata: Magnien, Michel: Marcial: Marín López, Nicolás: Martínez Arancón, Ana: Matas Caballero, Juan: Máximo de Tiro: Miguel Mora, Carlos de: Minturno, Antonio: Molina Recio, Raúl: Moya del Baño, Francisca: Orozco, Emilio: Osuna Cabezas, María José: Ovidio: Pérez Lasheras, Antonio: Pérez López, Manuel María: Pérez Molina, Miguel E.: Périgot, Béatrice: Petrarca, Francesco: Plauto: Policiano: Pontano, Giovanni: Propercio: Quevedo, Francisco de: Quintiliano: Ramírez de Arellano, Rafael: Rico García, José María: Roccasalva, Alessandro: Romanos, Melchora: Roses Lozano, Joaquín: Sannazaro, Jacopo: Scroffa, Camillo: Sliwa, Krzysztof: Sobejano, Gonzalo: Tácito, Cornelio: Tasso, Bernardo: Tasso, Torcuato: Terencio: Tiro, Máximo de: Tubau, Xavier: Valerio Flaco: Vida, Marco Girolamo: Virgilio: Weinberg, Bernard: Yoshida, Saiko: **** *book_ *id_body-2 *date_1614 *creator_fernandez_de_cordoba *resp_francisco_fernandez_de_cordoba *resp_gongora,_luis_de *date_1614 Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las Soledades a instancia de su autor Vino a mis manos, por las del señor Francisco de Gálvez, la primera parte de sus Soledades de vuestra merced y lo que tiene hecho de la segunda, con que me intimó un mandato de vuestra merced preciso: que las viese y le dijese mi sentimiento. Acudí a lo primero con mucho gusto, por ser en favor mío, que no le tengo por pequeño el comunicarme vuestra merced sus obras tan para estimar de todo el mundo, y en particular de mí, o por la antigua amistad, o porque, como he visto algún tanto en poetas y poemas antiguos y modernos, me corre obligación de saber la excelencia de los de vuestra merced, la ventaja que hacen a los demás, sus agudezas peregrinas, la eminencia de su ingenio ya mejor aplicado que hasta aquí a cosa que participa de lo serio y continuado. Ojalá fuera la materia más grave, heroica, como algunas veces lo he procurado, si bien no he podido persuadir a vuestra merced, y no quedara nuestra España (como está hoy) sin alabanza alguna en este género. Ello, al fin, es tal que puede dar cuidado o quitarles de él a cuantos tratan de componer, pues con razón lo que de las de Virgilio diremos de sus composiciones de vuestra merced: Cedite romani scriptores, cedite Graii, Nescio quid majus nascitur Iliade; y cierto que, si dijo Estacio Papinio en el Genethliaco de nuestro cordobés Lucano: Graio nobilior Melete Baetis, Mantua, Baetim provocare noli, que sin escrúpulo de consciencia lo podremos aplicar a vuestra merced. Y de mí confieso que, cuando por otros fines y ocupaciones no hubiera dado de mano a la poesía, lo hubiera hecho por conocerme incapaz de arribar a la alteza que posee vuestra merced en esta arte que no admite medianía, conforme al juicio de Horacio tan experimentado a costa de muchos. Dé vuestra merced gracias a Dios que ha pasado muy arriba de este grado y que, confesándolo así todos, sin que sobre esto pueda movérsele guerra de consideración, Nubes excedit Olympus … Pacem summa tenent . Y, si ya no es profanar la sagrada escritura (quod absit a nobis), está hecho vuestra merced «mons Dei (que en aquel lenguaje quiere decir altísimo, inaccesible) mons, in quo beneplacitum est Deo habitare in eo» . Pues como dijo ese otro: Et sacri vates et divum cura vocamur. Sunt etiam qui nos numen habere putent y Est deus in nobis agitante, calescimus illo. Respecto de lo cual son casi convertibles poeta y profeta, según la autoridad irrefragable de San Pablo: «ut dixit quidam ex illis proprius ipsorum propheta» , hablando de Epiménides cretense; y el nombre de vates comprehende a ambos. Digo, pues, volviendo (como dicen los juristas post liminio, por no decir «a cabo de rato, a Andújar») al recaudo que se me dio en nombre de vuestra merced: a lo primero obedecí con muy buen gusto, pero no a lo segundo, porque tengo, y no sin fundamento, por tan sospechosas y mal acreditadas para con vuestra merced mis advertencias como mi silencio. De éste hice prueba en la Canción al Larache, donde se juzgó por culpable en mí lo que otros advirtieron del «si, no» demasiadamente frecuentado. De aquéllas en lo que, por mandado de vuestra merced, advertí acerca del Polifemo, en que, diciendo (Dios me es testigo) sinceramente mi sentimiento, con notar lo que pudiera a mi parecer (por ventura mal fundado) reformarse, vuestra merced, por algunas razones que debe tener, «dimisso ablegatoque consilio» siguió su dictamen: Neque quod dixi flocci aestimat ; antes el efecto que hicieron: non oculi tacuere tui . Y así me pareció que era impertinente cualquier aviso en materia de las Soledades, pues no había de obrar más que los pasados y, por dicha o desdicha mía, caería crudo sobre indigesto, principalmente no pudiéndole yo dar de palabra por las ocupaciones de la Iglesia, aspereza del tiempo y otros impedimentos precisos de lo que fuera tan de mi gusto. Pero rendime, al fin, a los ruegos del que trajo el papel y a la amistad que debo a vuestra merced y deseo que tengo de servirle y que parezcan todas sus obras dignos partos (y no abortos) de su ingenio. Y prometo a vuestra merced, como cristiano, que en esta parte soy tan tímido y me reduzco tan fácilmente que mi libro de la Didascalia le vieron muchos padres de la Compañía y otras personas doctas y, conforme a su censura, reformé muchas cosas, y últimamente conforme a la del padre Juan Luis de la Cerda, cosa que constará por la carta que yo tengo suya y que él tiene mía, en que le concedí y quité por su parecer algunas, y di razón en defensa mía de otras; y no reparé en que dijese nadie que habían enmendado en mi libro algunas menudencias, pues al fin el todo era trabajos míos, y con este nombre los había de ver el mundo, y no con el de los reformadores; y que los haya en obras grandes y pequeñas, y con razón, no es maravilla, pues «quandoque bonus dormitat Homerus». Y la philautia o amor proprio ciega los hombres y hace parecer «suum cuique pulchrum»; y más ven cuatro ojos que dos; y más que el que juega el que mira. Y como refiere por proverbio griego Agelio: Saepe etiam est olitor valde opportuna locutus ; que Apeles, pintor sumo (según de otros refiere Conrado Licóstenes ), no se desdeñó de enmendar en un cuadro suyo lo que advirtió el zapatero conforme a las reglas de su arte. Y así de ordinario todo cuanto he escrito de poca o de mucha consideración lo he comunicado con personas inteligentes y, conforme a su censura, enmendádolo, acordándome de lo que dice el sabio: «Sapiens corde praecepta suscipit et stultus caeditur labiis»  y, más adelante: «Qui diligit disciplinam, diligit scientiam, qui autem odit increpationes, insipiens est» . Y al menos en esta parte he procurado no serlo. Viniendo, pues, en particular a lo que juzgo de las Soledades, hálloles tanto bueno que no sé por dónde comience a loarlas, ni por dónde acabe, porque, habiendo sujeto capaz de ponderación inmensa, me sucede lo que a Teócrito cuando en el Eydilio 17 a Ptolomeo Filadelfo dijo: Arboribus densam veniens signator in Idam, Anxius ingentis circumspicit omnia silvae, Unde opus incipiat, quae primo justa labori Causa sit: haud alia mentem ratione fatigat Nunc mihi materiae pondus grave fine carentis. que después imitó Policiano en la Manto: Unde ego tantarum repetam primordia laudum? Aut qua fine sequar? Facit ingens copia laudis sic Ancipitem sic. Sic frondifera lignator in Ida, Stat dubius, vastae quae primum robora sylvae Vulneret, … y yo imité de ambos en mi silva Prometeo. Y así, dejando como cosa «per se nota» y debida a más facundia que a la mía sus alabanzas, pues cualesquiera serán inferiores a las que merecen la descripción de la vida rústica en aquellos amebeos: Oh bienaventurado albergue, a cualquier hora, la de la navegación del océano, la de los juegos de carrera y lucha, y el epitalamio (superior, a mi juicio, a los de Catulo) y lo que en esta segunda parte con buen acuerdo mejoró vuestra merced, dándole habla al peregrino que, en la primera, no sé si justamente, calló siempre entre tantas ocasiones de romper el silencio, que no quiero descender a los particulares de versos y pensamientos divinos. Juzgo, mi señor, que lo que a la hermosura de estas Soledades y vago lienzo de Flandes ofusca y hace sombra (efecto suyo proprio) es la oscuridad: cuanto más afectada y puesta en práctica, tanto más viciosa, pero seguida de vuestra merced; a quien yo no quiero persuadir con autoridad mía (que no me atribuyo tanta), sino con la de los más graves autores del mundo, que procuran desterrarla de los escritos bien formados. Aristóteles, maestro mayor de esta obra, en su Poética, hablando de la virtud de la dicción: «Dictionis autem virtus, ut perspicua sit non tamen humilis» . Quintiliano: «Quid si plerumque accidit, ut faciliora sint ad intellegendum et lucidiora multo, quae a doctissimo quoque dicuntur? Nam et prima est eloquentiae virtus perspicuitas, et quo quisque ingenio minus valet, hoc se magis attollere et dilatare conatur, ut statura breves in digitos eriguntur et plura infirmi minantur. Nam tumidos et corruptos et tinnulos et quocumque alio cacozeliae genere peccantes, certum habeo non virium, sed infirmitatis vitio laborare, ut corpora non robore, sed valetudine inflantur et recto itinere lapsi plerumque divertunt. Erit ergo obscurior etiam quo quisque deterior» . Y en el capítulo segundo del libro cuatro: «Nam et per totam actionem vitanda est obscuritas», y más abajo: «Non minus autem cavenda erit, quae nimium corripientes omnia sequitur, obscuritas; satiusque est aliquid narrationi superesse, quam deesse». Diomedes: «Vitia orationis generalia sunt tria: obscurum, inornatum, barbarum». Pero si de mi juicio, siguiendo a los antiguos, cual otro Raimondo imitator della severa, Rigida antichità …, se apelare para los modernos, oigamos a Antonio Minturno, hombre judiciosísimo en los libros que hizo. De poeta: «Nec vero (ut quibus horum utendum sit ad plane ornateque dicendum, cognoscamus) ignorandum est locutionis esse virtutem, ut perspicua illa sit, non humilis, non abjecta» . Julio César Escalígero, regla para muchos, en la Poética en el libro cuarto de ella: «At perspicuum idem quod pellucidum vulgus transparens vocat, etc.Talis esse debet oratio, etenim in obscura» haeret animus, neque transmittit se ad rem quam significat; in perspicua nihil obstat menti nostrae, quin aciem suam ad rem usque ipsam appellat» . Francisco Luisio, intérprete del Arte poética de Horacio: «tres virtutes in omni narratione requiruntur: perspicuitas, brevitas, probabilitas, quae, si omnes adhibitae sunt, oratio omnes numeros habet» . Torcuato Tasso, cuya autoridad equivale a la de todos los modernos, en su Discurso del poema heroico: «Ma la virtù della elocuzione, se crediamo ad Aristotele, è che sia chiara, non umile» . Y después, conforme a lo cual, cuan loable y para ser procurada en las narraciones es la perspicuidad, tan culpable y para ser huida es su contraria, la oscuridad; y si ésta naciera en las Soledades de brevedad fuera menos mal, pues por buscar una virtud se diera en un vicio cercano a ella; quien en vez de liberal da en pródigo, pase; y quien buscando la fortaleza da en temerario:Horacio Decipimur specie recti, brevis esse laboro Obscurus fio …. Pero nace en esta composición la oscuridad de la demasía de tropos y esquemas, paréntesis, aposiciones, contraposiciones, interposiciones, sinécdoques, metáforas y otras figuras artificiosas y bizarras cada una de por sí, y a trechos y lugares convenientes, mas no para amontonadas. Porque ¿quién duda que para aumentar la hermosura de las damas se inventasen para la cabeza apretadores, rosas de diamantes, rubíes, esmeraldas, plumas de la misma materia; para las orejas, zarcillos, arracadas de oro y pedrería; para el cuello y pecho, cadenas, cabestrillos, bandas, sartas de perlas y brincos? Pero si alguna fuese más amiga de joyas que considerada , y se cargase la cabeza de apretadores, rosas, plumas; las orejas, de arracadas; el cuello y los pechos, de cadenas, cabestrillos, bandas, sartas y brincos, granjearía opinión de rica, pero no de cuerda ni de hermosa, pues serviría de ofuscar y encubrir su hermosura, antes que de acrecentarla, tal concurso y muchedumbre de joyas con que ni ella luciría, ni lucirían ellas, por preciosa que fuese cada una. Así sucede en la poesía y en cualquiera elocución: no han de ser áridas, ni desnudas, no, ni por imaginación, pero ni tan llenas de adorno que con él se desadornen, ahoguen y confundan; que igualmente sin duda está expuesto a injurias del tiempo y de los hombres el que en todos tiempos anduviese desnudo, como el que descomunalmente cargado de ropa: Singula quaeque locum teneant sortita decenter ; porque según, tratando de lo mismo, afirma Jerónimo Vida: Obscuros aliter crepitus et murmura vana Miscebis, ludesque sonis fallacibus aures . Oigamos a Aristóteles, en el tercero de la Retórica: «Praeterea, incongrua sit oratio, cum nos reddideris, nisi conjunxeris utrique congruentiam; ut, sonum aut colorem videre quidem commune non est, sentire vero. Obscurum autem etiam cum dicis non apponendo, sed multa interserendo, hoc pacto. “Constitui enim, cum tecum haec atque haec et sic collocutus essem, proficisci”» , y el mismo en la Poética: «Peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tum quodcumque a proprio alienum est. Verum si quis haec omnia simul congerat, vel ænigma efficiet vel barbarismum; ænigma quidem, si translationes; barbarismum vero, si linguas» . Y más abajo: «Atque mensura eaque omnibus partibus regula est, nam si quis translationibus, linguis, cæterisque hujus generis, vel indecenter, vel afectate usus fuerit, pari ratione ridicula struxerit». Quintiliano en el proemio del libro octavo y en el capítulo segundo del mismo dice así: «Plus tamen est obscuritatis in contextu et continuatione sermonis, et plures modi. Quare nec sit tam longus, ut eum prosequi non possit intentio: nec trajectione tam tardus, ut in hyperbaton finis ejus differatur. Quibus adhuc pejor est mixtura verborum, qualis in illo versu: “Saxa vocant Itali mediis quae in fluctibus, aras”» . El Tasso, perpetuo discípulo de Aristóteles, en el libro cuarto de sus ya referidos Discursos: «Ma quella saràgrave, laquale useràvocaboli affatto peregrini; peregrini chiama Aristotele la varietà delle lingue, l'accorciamento e l'allungamento, e ciascuno altro nome, che non sia proprio. Ma s'alcuno mescolasse insieme tutte queste cose farebbe enigma o barbarismo». Cierto que, cuando faltaran autoridades de tan doctos hombres, me parece que la razón sola bastara a persuadimos el huir la oscuridad. ¿El fin de la poesía no es deleitar o aprovechar o ambas cosas juntas, como dijo Horacio? Aut prodesse volunt aut delectare poetae Aut utrumque simul que es lo más cierto, siendo el fin ultimado y arquitectónico el aprovechar, y el deleitar el subordinado (según lo probé en mi Didascalia). Si esto es así, ¿a quién ha de aprovechar y a quién deleitar lo que no es entendido? Dirá vuestra merced que solo escribe para los doctos. Ya será eso conseguir solo el fin menos principal, porque los doctos podrán bien deleitarse con este género y estilo de poesía, pero aprovecharse no, siendo de cosas que no deben ignorarlas. Demás de que, si a pocos se comunica, pierde la razón de bueno por dos razones: la primera, porque lo bueno de su naturaleza es comunicable a todos, según los filósofos; luego lo que no lo es no participa enteramente la razón de bueno. La segunda, porque para que una cosa sea perfectamente buena ha de serlo en todas sus partes. Fáltale a esta obra, para ser digna del ingenio de vuestra merced (esto es, perfectísima), la perspicuidad, que es bondad y requisito necesario en género de narración: luego no tiene la suma bondad que debiera por de tal dueño, y es lástima que no sea tal obra de vuestra merced y en quien se hallan tales y tantos pedazos de belleza, solo por querer su dueño que sea poco inteligible y dar con esto en qué entender a tantos. No se la perdonó, pues, otro tanto Luciano a Apolo: «Itaque et Apollinem in dandis oraculis rideri a nonnullis video, dum multa securo animo involvit et data opera obscurat, ne omnino audientes otio indulgeant, sed expendant versiculos» . Pues no es este poema misterios de religión ni profecía, de que no deben hacerse participantes muchos, conforme a la doctrina de san Jerónimo in Ezechielem: «Multa dicuntur (dice él) in parabolis et ænigmatibus, ut qui habet aures audiendi, audiat. Omnisque prophetia in obscuritate continet veritatem, ut discipuli intrinsecus audiant: vulgus ignobile, et foris positum, nesciat quid dicatur» . Y el mismo santo sobre Nahum: «Et dicemus, ideo scripturam sanctam his difficultatibus esse contextam, et maxime prophetas qui enigmatibus pleni sunt, ut difficultatem sensuum difficultasquoque sermonis involvat, ut non facile pateat sanctum canibus, et margaritae porcis, et prophanis sancta sanctorum» . Pero esta razón no corre aquí; que todos querrían (y yo lo deseo no poco) y deberían (si pudiesen) de sus obras de vuestra merced, como solían, sacar gusto y provecho: Tu quid ego, et populus mecum desideret, audi . Terencio, en el prólogo de su Andria, profesa solamente querer dar gusto al pueblo: Poeta cum primum animum ad scribendum appulit, Id sibi negoti credidit solum dari, Populo ut placerent quas fecisset fabulas. Máximo Tirio dijo del poeta: «Poeta autem mollis habetur, et multitudinem oblectat, ut pote qui propter voluptatem a populo diligitur»  . Así que no debe vuestra merced procurar escribir para solos los doctos porque, de esta suerte, le entenderán y gustarán de sus obras muy pocos, parte por no serlo en esta facultad, parte porque no querrán gastar el tiempo y sus juicios en adivinar qué quiso decir vuestra merced (que no profesó escribir enigmas, como en Simposio), reduciendo a trabajo lo que había de ser meramente gusto, y matándose por entenderlo o no entenderlo: Ut quos, obscuris victos ambagibus oris, Legimus infandae Sphinga dedisse neci ; y dirán lo que de Heráclito, escritor oscurísimo, dijo Cicerón: «Qui quoniam quid diceret intelligi noluit, omittamus». Hase de decir de sus versos y pensamientos de vuestra merced lo que el Pséudolo de Plauto dijo de las letras de una carta: Has quidem Pol credo, nisi Sybilla legerit, Interpretari alium posse neminem . No, por amor de Dios, que a la verdad es terrible cosa que en mi lengua materna haya yo de andar como en un Aristóteles o en un Persio, o en otro autor difícil griego o latino, juntando partes, construyendo y adivinando qué quiso decir en aquello o en eso otro. Bien habló a este propósito Cicerón en lo De finibus: «Satisne igitur videor vim verborum tenere, an sum etiam nunc græce loqui vel latine docendus? Et tamen vide, ne, si ego non intelligam, quid Epicurus loquatur, cum græce, ut videor, luculenter sciam, sit aliqua culpa ejus, qui ita loquatur ut non intelligatur». Culpa es y culpa antigua de algunos escritores afectar oscuridad. Quintiliano: «In hoc malo etiam a quibusdam laboratur, neque id novum vitium est, etc. Unde illa scilicet egregia laudatio, “tanto melior; ne ego quidem intellexi”» . El artificio del poeta en lo que debe emplearse es en hacer y trabajar los versos de suerte que, de fáciles, cualquiera piense que podrá hacer otros tales, sin descubrir en ellos el arte y cuidado, cuales los hizo Tibulo, que, con ser tan culto y limado, es tan suave y fácil en el decir que parece se estaba dicho lo que él dijo. Horacio: Ex noto fictum carmen sequar; ut sibi quivis Speret idem: sudet multum frustraque laboret Ausus idem y Jerónimo Vida ; porque el demasiado cuidado descubierto hace parecer después las cosas con menos gracia y venustidad, como hechas a fuerza, según dijo Apeles a Protógenes viendo aquella excelente pintura de Yáliso, en que había gastado siete años; refiérelo Eliano, libro 12, capítulo 12 De varia historia. De que remito el ejemplo a las Gerusalemmes del Tasso, liberata y conquistata, la primera mejor, con menor cuidado, la segunda con mayor y menos buena. Refiriose arriba la misma doctrina de Quintiliano. Y con bonísimo acuerdo dijo Cicerón en sus Académicas: «Itaque ea nolui scribere, quae nec indocti intelligere possent, nec docti legere curarent». Dirame vuestra merced a esto dos cosas: la primera, que la oscuridad causada de locuciones extraordinarias, palabras peregrinas y muchedumbre de figuras hace y engendra el hablar grande y estilo sublime; la segunda, que hay otros muchos poetas de los de más nombre oscuros y, con dificultad, inteligibles. Respondo a lo primero que es así que el hablar figurado demasiadamente y con palabras peregrinas (como no dé en enigma, ni barbarismo) engendra el estilo sublime; testigos: Aristóteles, Escalígero, Torcuato y otros que en varios lugares varias veces lo afirman. Pero eso se entiende, según ellos, en poema grave, trágico, heroico u otro semejante; que, siendo de su naturaleza ilustres, piden estilo y modo de decir fuera del vulgar, como lo hiciera vuestra merced si aplicara su ingenio y genio a lo épico, de que diera mejor que otro ninguno. Pero un poema, cuando no lírico, de materia humilde, bucólico en lo que descubre hasta ahora, no ha de correr parejas con lo heroico, desdiciendo mucho del decoro que se debe a las personas. Virgilio en el Sileno:                   … Cynthius aurem Vellit et admonuit: «Pastorem, Tytire, pingues Pascere oportet oves deductum dicere carmen», enseñanza no poco repetida de Horacio en su Arte, ni olvidada de Jerónimo Vida en la suya . Divinamente enseña esto Fracastoro en el diálogo Naugerio, sive de Poetica: «Sicut enim vestis aurea, quamquam per se pulcherrima sit, apposita tamen rustico non modo decorem et ornatum non afferet, sed risum concitabit magis; ita et si rebus comicis majestatem heroicam addas, omnia facies indecora. Hac ergo concinnitate et convenientia siomnia scribas, et comedia, et lyrica, et alia partes erunt poeticae». Mírense los que han escrito semejantes materias, antiguos y modernos, griegos, latinos, toscanos, españoles: Teócrito, Bión , Virgilio, Calpurnio, Severo, Petrarca, Sannazaro, Pontano, Marco Rosiglia, Gerónimo Benivieni, Bernardo Tasso, Luis Alemanni, y el divino Garcilaso y otros, y echarase de ver cuán claro estilo han seguido y cuán acomodado al sujeto de que trataron. A lo segundo respondo que, aunque haya habido poetas oscuros, no es bueno imitarlos en esa parte, siendo viciosa, sino seguir antes la majestad con la venustidad y perspicuidad virgiliana; demás de que (como he dicho) los más tomaron diferente asunto, y en quien es la oscuridad menos culpable, naciendo de afectar grandeza, como los heroicos Valerio Flaco, Estacio Papinio, aunque también en el primero es notado de duro el estilo. Escalígero el padre: «Est autem omnino duriusculus: penitus vero nudus gratiarum comitate» . Opondranme a Persio satíro los que buscaren patrocinio a la oscuridad, pero miren cuál le pone el mismo Escalígero: «Persii vero stilus morosus, et ille ineptus, qui cum legi vellet quae scripsisset, intelligi noluit quae legerentur» . Bien sé, mi señor, que a vuestra merced le han advertido de esto antes de ahora y avisádole que sienten lo mismo en Córdoba, en Granada, en Sevilla, en Madrid; pues de allí un hombre de tanta erudición, cuanto cualquiera otro de este siglo, y de juicio igual a la erudición, que es Pedro de Valencia, lo escribió y advirtió a vuestra merced. Vi la carta original en Granada el verano pasado en poder de Juan de Villegas, el gobernador de Luque, y, aunque no creo que tengo mayor facundia ni más viveza de razones que él para persuadir a vuestra merced, por lo que debo a nuestra amistad y desear que sus obras de vuestra merced no desdigan de suyas en cosa alguna, sino sean en todo y en parte perfectísimas, le he dicho tan por extenso mi sentimiento acerca de la oscuridad de las Soledades. Podrá ser que, multiplicatis intercessoribus, restituya vuestra merced a su casa la claridad y venustidad antigua con que han salido y sido tan justamente celebradas por el mundo sus obras. Crea vuestra merced que muchos ven esto, aunque se lo digan pocos, parte de los cuales lo dejan por no confesarse menos agudos en el entender, parte por no atreverse, parte por mostrarse eruditos defendiendo la oscuridad y otras cosillas (si las hay) en que se pudiera reparar, anteponiendo con esto la adulación y estimación de sus ingenios a la verdadera amistad: Nobis non licet esse tam disertis Qui musas colimus severiores. Vuestra merced, por amor de Dios, se temple en esta parte, que como su servidor y amigo se lo suplico. Lo mismo deseo haga en el uso de palabras peregrinas, digo derivadas de latín y toscano; y no tanto en la muchedumbre de ellas, pues todas son muy buenas, y a la verdad eso es enriquecer nuestra lengua y muy conforme a los preceptos del arte (según Aristóteles, Horacio, Vida, Tasso y otros); pero en el frecuentarlas y repetirlas muy a menudo, pues, como a forasteras, se ha de ir poco a poco y con recato, dándoles entrada y lugar señalado si queremos que sean bien recibidas y estimadas en algo, que así nos lo encarga el lírico latino: In verbis etiam tenuis cautusque serendis ; pues, de otra suerte, viene a ser lenguaje pedantesco fidentiano, de que le culpa a Torcuato Tasso, como a usurpador y frecuentador de palabras peregrinas, la Academia de la Crusca en la defensa del Furioso, diciendo que Aristóteles concedió que cayese en los poemas agua de palabras forasteras, pero no que tempestase. Una sola fuera de parecer que desterrara vuestra merced de todo punto y es «conculcado» y «conculcar», porque tiene mucha parte de «æschrología», figura viciosa, que es uso de verbo u oración de sucia significación en el sonido y, así, no siendo necesario el usarlo, yo no lo usara. Pero no solo en la repetición de las extranjeras querría se fuese vuestra merced a la mano, mas aun de las propias y comunes nuestras, no frecuentando el «ya», ni el «si, no»; pues, aunque con este modo se formen gallardas contraposiciones, no ha de ser a cada paso, que el almíbar empalaga; y lo mismo digo de otras algunas palabras, pues sabe vuestra merced mejor cuánto gusto da el que reitera muchas veces unas mismas, ora sea por escrito, ora de palabra, en púlpitos o en conversaciones. Y si esto no es loable, menos lo será repetir los pensamientos, las comparaciones y aposiciones. En la primera y segunda parte dice vuestra merced no sé qué veces «mariposa de cristal», «mariposa de esto», «mariposa de eso otro»; en ésta del novillo: «mal lunada la frente»; del toro en la primera: media luna las armas de su frente. En la primera hace vuestra merced navíos y en ésta barcos de «haya» muchas veces, demás de que, como advertí en el Polifemo, no la usa la navegación, si no es en remos; y, para certificarme más, busqué con Francisco de Gálvez lo que dicen de ese árbol Teofrasto, De plantis, Plinio y otros; y, ni en ellos, ni en poetas algunos hallamos que la aplicasen a la navegación. Aquí dice vuestra merced «bisagra de una y otra playa»; allá «bisagra de un océano y otro»; «leños» tantas veces por navíos; «cuernos» de esto y de lo otro. Si reprehende César Escalígero en los Endecasílabos del Bembo la repetición de «elegancias, facetias, lepores», y en los Epitafios «charites, veneres, cupidines, lirios», y en los Túmulos de Pontano la de «rosas, violas, lilios, jacintos, primavera, coronas, Marte, Palas, Venus, charites, laurel, mirto, ungüento, lágrimas, mirra, musas, Clío, Aganipe» y otros; si en Tibulo la de «casas, fuegos, campos, bosques, husillos, espigas, sacrificios», no le perdonara a vuestra merced, sin duda, la de palabras, cuanto más de conceptos, que suele argüir escasez de ellos, como dijo Horacio: … Et fortasse cupressum Scis simulare, siendo vuestra merced tan rico y abundante de esta mercancía como todo el mundo sabe y, cual lo estuviéramos ambos, de hacienda. El hipérbaton con todas sus especies (sea tropo o figura, que en duda lo pone Quintiliano e importa poco ) sirve sin duda grandemente al ornato, turbando el orden de las palabras con anteposiciones, interposiciones y postposiciones que realzan el hablar y le hacen numeroso y nada vulgar, respecto de lo cual le alaba mucho el referido autor . Pero no ha de ser todo hipérbaton, que será menester traer en la manga un intérprete que a los oyentes o lectores declare el sentido de lo que queremos decir, que, de otra suerte, parecerán bernardinas y así, a mi juicio, debe vuestra merced moderarse en él. De la hipérbole juzgo lo mismo; porque si la hipérbole es «dictio aut sententia fidem excedens augendi minuendive causa», como dicen Diomedes y Donato , o, como Quintiliano, «ementiens superjectio» , cierto es que se ha de usar raras veces y cum modis et formis, si queremos que no pierda lo verosímil el poema, y se quede a buenas noches. Aconséjalo así el mismo Quintiliano: «Sed hujus quoque rei servetur mensura quaedam. Quamvis enim est ommis hyperbole ultra fidem, non tamen esse debet ultra modum: nec alia via magis in cacozeliam itur. Piget referre plurima hinc orta vitia, cum praesertim minime sint ignota et obscura» . La «cacocelia» ya sabe vuestra merced que es vicio por afectación de ornato demasiado. ¿Todo ha de ser sumo, ir por esos cielos o por los abismos? Medio tutissimus ibis ¿Cómo se ha de ver lo grande sin oposición de lo pequeño? Si todo es en grado superlativo, ¿qué harán del positivo y comparativo los pobres gramáticos? Esto es, en común, lo que siento de las Soledades y en particular de la primera. Confesaré algunos pecadillos, o al menos que yo los he juzgado por tales. El primero, más grave, y en que (si hubiese lugar de penitencia) sería bien usar de enmienda, es el encontrarse la dedicación de esta obra con la del Polifemo, pues, aunque cada una de por sí es excelente, no es bien que a todos los príncipes los ocupemos en esta misma acción de caza, habiendo otras en que. Reparo después en aquellos versos: El sileno buscaba de aquellas que la sierra dio bacantes, ya que ninfas les niega ser, errantes, el hombro sin aljaba, porque en este lugar cosa cierta es que quiere decir vuestra merced que el hombro desarmado de aljaba mostraba no ser ninfas las zagalas. Supuesto lo cual (aunque no era impedimento para ser o parecer ninfas el dejar de traer aljaba, pues, de ellas, solas las dedicadas al servicio y ejercicio de Diana andaban cargadas de semejante pesadumbre), digo que tampoco podían parecer bacantes, pues no traían tirsos en las manos (tirso era, como vuestra merced mejor sabe, una lanza cubierta de pámpanos o yedra, que era lo más ordinario; y así lo afirma Eurípides: «hederaque thyrsum tradidi illo tempore» ); y que no lo trujese confiésalo vuestra merced, llamándolas cuatro versos después: «escuadrón de amazonas desarmado». Que los y las bacantes, o bacos, trajesen tirsos en las manos pruébase con muchos lugares de autores; referiré algunos: Ovidio en sus Metamorfosis introduce a Penteo que, reprehendiendo a los que seguían a Baco, dice: … Vosne acrior aetas O juvenes, propriorque meae, quos arma tenere, Non thyrsos, galeaque tegi, non fronde, decebat? , y después: Prima suum misso violavit Penthea thyrso Mater …; Cornelio Tácito, tratando de la buena emperatriz Mesalina, cuando a vuelta de cabeza de su marido Claudio, que se había llegado a Ostia, casó con Silio su amigo: «At Messalina non alias solutior luxu, adulto autumno simulacrum vindemiae per domum celebrabat. Urgeri prela, fluere lacus; et feminae pellibus accinctae adsultabant ut sacrificantes vel insanientes Bacchae; ipsa crine fluxo thyrsum quatiens, juxtaque Silius haedera vinctus, gerere cothurnos, jacere caput, strepente circum procaci choro» . Pero, mejor que todos, Diodoro Sículo: «Unde et in multis graecis urbibus triennio Bacchides mulieres conveniunt apud quas de more virgines thyrsum ferunt in honorem dei bacchantes. Eique per cœtus sacrificantes» . Dejo aparte que las bacantes hacían, dondequiera que estaban, confuso ruido de alarido y voces descompasadas, con visajes y meneos descompuestos, como llenas de vino al fin, y a éstas las pinta vuestra merced que venían, aunque bailando algunas, con «ojos honestos» y «métrica armonía»; en lo que reparo es cómo las pueda llamar bacantes, excluyéndolas de ninfas por no armadas. Dice luego vuestra merced de los muchos conejos que uno traía a cuestas: trofeo ya su número es a un hombro, si carga no y asombro. Que sean trofeo y carga a un hombro muchos conejos está bien dicho, pero que le sean asombro no sé cómo pueda decirse, porque el asombro se causa en el corazón o la imaginativa; el pie, la mano y el hombro no son capaces de él en modo alguno, de carga sí; y vuestra merced lo junta todo. Si fuera ése poema latino, salváramos el tal atributo con nombre de hipálage, que así llaman los retóricos (según Cicerón, alegado por Quintiliano ) al tropo que los gramáticos metonimia: «bella figura (dice Juan Andrea Gilio) ma più usata da latini che da Toscani poeti» ; y se comete cuando la calidad y propiedad de una cosa se atribuye a otra, como: … dare classibus austros … tepidaque recentem Caede locum … … socii cesserunt aequore jusso, en vez de dare classes austris, locum tepidum recenti caede, socii iussi cesserunt aequori. Del Petrarca trae un ejemplo el mismo Juan Andrea Gilio: L'altro è colui che'l re di Siria cinse D'un magnanimo cerchio, en que dio el epíteto de magnánimo al cerco, debiéndosele a Popilio que le hizo. En nuestro vulgar no sé si puede usarse; creo que, a poder, no fuera tan ridículo: La nueva es más peregrina que ha llegado a tus narices. En este fragmento de la segunda Soledad dudo por cuál razón llame vuestra merced «centauro espumoso» a la ría o arroyo, porque si por ser de dos naturalezas, también lo eran los Panes o Faunos, también el Minotauro, y lo son otros animales; cuanto más que la agua de la mar y la de los ríos no son de diferentes especies, como el hombre y el caballo de que era compuesto el centauro, sino esencial y substancialmente una: difieren en el sabor y grosedad, que son diferentes. Al «bien nacido cuerno» no le hallo sujeto capaz de epíteto tan honrado; «de bien o mal crecido», sí. Ruiseñor en los bosques, no, más blando el verde robre, que es barquillo ahora, saludar vio el Aurora es anfibológico y, aunque todos lo entiendan, será bien aclararlo más. «Cándidas» llama vuestra merced a las hijas del pescador, y creyera yo que daba ese epíteto a su bondad, pero luego se declara que no, sino a la blancura, diciendo: … a quien debe su púrpura la rosa, el lilio nieve. También en la primera parte dijo vuestra merced lo mismo de las serranas y vaqueras, y extraño esto, porque no sé que se halle blancura en serranas y gente de playa curtidas al sol y al agua. Virgilio al menos no da tal atributo a pastora alguna, sacando a Galatea, a quien todos le dan, porque su nombre significa eso mismo (pues quiere decir láctea o de leche) y a la esposa en los Cantares que excusa halla a su color moreno: «Nolite me considerare quod fusca sim quia decoloravit me sol» . La experiencia lo muestra y la imitación poética debe seguir lo verosímil. Yo he dicho lo que he sentido sinceramente, a ley de cristiano y amigo, como lo he protestado y profesado en cuanto alcanza mi juicio. Vuestra merced con el suyo, pues es tan bueno, lo pondere y vea lo que se debe hacer; y consúltelo (si le pareciere) con hombres de letras, y echará de ver que le aconsejo como hombre de bien y servidor suyo, según Horacio en el Arte: Vir bonus et prudens versus reprehendet inertes; Culpabit duros; incomptis allinet atrum Transverso calamo signum; ambitiosa recidet Ornamenta; parum claris lucem dare coget, Arguet ambigue dictum, mutanda notabit: Fiet Aristarchus. Nec dicet : «Cur ego amicum Offendam in nugis?» Hae nugae seria ducent In mala derisum semel exceptumque sinistre A mí me ha tocado esto, y a vuestra merced el hacer lo que aconseja en su Arte monseñor Vida en el libro 3, y no traigo el lugar por ser largo, aunque excelente y loado por tal de Escalígero. Yo he andado no corto, ni mi ánimo lo es, ni será en deseos de servir a vuestra merced. Si este papel no le pareciere tal como él, dele la pena que mereciere con manos o fuego, que el que le ha hecho quedará gustoso, servidor y amigo de vuestra merced como siempre, y tan su amigo y servidor que, resolviéndose vuestra merced a proseguir ese poema con el estilo hasta aquí, sin mudar de frasis ni modos, si hubiere (que no habrá) tan atrevido presuntuoso que le impugne, estando tan bien defendido con solo el nombre de su autor, «tecum paratus sum, et in carcerem et in mortem ire»: … comitem casus amplector in omnes … Seu pacem, seu bella geram, tibi maxima rerum Verborumque fides … dende luego me ofrezco (gustando vuestra merced) a ser su campeón y salir en defensa suya a cualquiera estacada, armado de pluma y libros; y de mi gentil ánimo de servir a vuestra merced, a quien guarde Dios largos años. De casa…