**** *book_ *id_body-1 *date_1617 *creator_fernandez_de_cordoba Introducción 1. Título – Examen del Antídoto o Apología por las Soledades de don Luis de Góngora contra el autor del Antídoto Conocido como Examen del Antídoto y publicado solo en 1925, gracias a los desvelos de Artigas Ferrando, el texto que editamos aquí –una de las primeras respuestas al Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades (1615) del sevillano Juan de Jáuregui y quizá la defensa más acabada y profunda de las silvas gongorinas– representa un alarde de erudición dentro del amplio corpus de la polémica nacida a raíz de la difusión de los poemas mayores del racionero: el Polifemo (1612) y las Soledades (1613-1614). El título integral, resultado de la collatio de los ochos códices manuscritos en que se ha transmitido la obra, debió de ser Examen del Antídoto o Apología por las Soledades de don Luis de Góngora contra el autor del Antídoto. Pese a que algunos testimonios refieren también el nombre de Jáuregui, la divulgación convencionalmente anónima –al menos en principio– del Antídoto y la heterogeneidad de las lecciones nos inducen a considerar esa atribución como un añadido espurio de los amanuenses. Lo que despierta mayor interés y curiosidad es, sin duda, la elección del sustantivo ‘examen', que el Tesoro de Covarrubias define como «la diligencia particular que se hace para averiguar la verdad de alguna cosa. ... En todas las ciencias, disciplinas, facultades, artes liberales y mecánicas, hay examen para aprobar a los que las profesan, o reprobarlos: y este acto riguroso les hace estudiar y trabajar para dar buena cuenta de sí». Dicha etiqueta, que parece acomodarse mejor a tratados de asunto médico-científico, jurídico o teológico, responde a la voluntad de conferir a este opúsculo un carácter especializado, que se cifra en el análisis puntual y la consiguiente refutación de todas y cada una de las pullas del Antídoto. El uso del término ‘apología' delata, en cambio, la dimensión internacional de la cultura de Fernández de Córdoba, habida cuenta de que evoca varios de los textos más relevantes de los debates italianos del Siglo de Oro. Cabe mencionar, por ejemplo, la Apologia de Alessandro Carriero (1583) en defensa de la Commedia del Dante, o la Apologia contra l'auttor del Verato (1590) de Giason Denores –ambas citadas o aludidas en el Examen–; amén de las de Annibale Caro, Giovanni Battista Liviera, la Apologia di Dante (1575) de Sperone Speroni, la de Giovanni Savio a favor del Pastor fido y, sobre todo, la de Torquato Tasso a propósito de su Gerusalemme liberata. La fortuna del marbete, que se conserva de manera bastante fiel en la mayoría de los testimonios, estriba quizá en su fuerza expresiva, ya que se ajusta como un guante a la naturaleza dúplice de este documento: por un lado, un libelo, en forma de epístola, cuyo espíritu crítico aspira a señalar los límites y debilidades de la censura de Jáuregui; por el otro, un papel apologético que, bajo el pretexto de demostrar lo arbitrario de los ataques del hispalense, se afana en disculpar con rotundos argumentos tanto las Soledades como los principios estéticos e ideológicos de los «nuevos y peregrinos modos» de Góngora. 2. Autoría 2.1. La autoría del Examen del Antídoto Si atendemos a los datos fruto del cotejo de los manuscritos conservados, las noticias relativas al autor se antojan bastante proteicas. El ms. BNE 3906, de hecho, es el único que atribuye el Examen a Francisco Fernández de Córdoba, abad de Rute, reconocido hoy de forma unánime como su responsable. El ms. BNE 3803 y los mss. 2006 y 2123 de la Biblioteca Universitaria de Salamanca recogen, en cambio, nombres distintos: el licenciado Cristóbal de Salazar Mardones, el primero; el doctor Francisco de Amaya, los dos códices castellanos. En cuanto a la atribución a Salazar Mardones, Orozco Díaz imputó dicho error a un desliz del escriba del manuscrito madrileño: el comentarista «copió algunos trozos de él y lo utilizó con frecuencia en su Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe». En efecto, Gates ya había subrayado, en un ensayo pionero que data de 1954, la presencia en la Ilustración de pasajes tomados del Examen a pies juntillas, concluyendo que «his discurso is nothing more than a patchwork of passages lifted from others»; lo cual explicaría a las claras el error del ms. BNE 3803 y, más en general, la confusión que debió de crearse en torno a su autoría. Por lo que atañe a la falaz paternidad de Amaya, jurisconsulto y catedrático de la Universidad de Salamanca, hay que reparar en dos circunstancias decisivas: por una parte, la difusión en la ciudad del Tormes de un ejemplar del Antídoto anotado de puño y letra de este erudito, con la colaboración de Sebastián de Herrera y Rojas; por otra, la existencia de una apología de la Soledad primera que Amaya escribiría durante el verano de 1615 y que, si bien no terminó –según nos informa en una carta a Pellicer de 1630–, coincidiría con toda probabilidad con la primera reacción que despertó el opúsculo de Jáuregui. Huellas de semejante defensa, a menudo rotulada como Antiantídoto, se hallan en las Epístolas satisfactorias y en la Égloga fúnebre del licenciado Martín de Angulo y Pulgar, en el segundo tomo de los comentarios de Salcedo Coronel y, a la postre, en el epistolario de Fernández de Córdoba, parcialmente publicado por Dámaso Alonso en 1975: Del licenciado Juan de Aguilar tuve carta ahora, y con ella un libro y un regalo de bizcochos. Avísame de que le habían dicho que el doctor Amaya, colegial mayor en Salamanca, había hecho ahí imprimir las Soledades de don Luis, con el comento y defensa que él les hizo, y enviome un epigrama latino que había el mismo Juan de Aguilar hecho a la muerte de Juan Baptista de Mesa, el escribano de Antequera y no mal poeta. Ahora bien, aclarado ya el origen de las erróneas atribuciones a Salazar Mardones y Francisco de Amaya, la autoría del abad de Rute, documentada por el ms. BNE 3906, queda confirmada por evidencias textuales: la repetición de fuentes y ediciones empleadas tanto en el Examen como en el Parecer de don Francisco de Córdoba acerca de las Soledades, a instancia de su autor; y, sobre todo, gracias a una serie de estilemas comunes a las obras del clérigo y a la cristalización en su usus scribendi de ciertas locuciones. Sin pasar por alto el puñado de coevos testimonios indirectos. Ante todo, nos referimos a una carta que Fernández de Córdoba escribió a su amigo Pedro Díaz de Rivas, publicada también por Dámaso Alonso. Dicha misiva, fechada en Granada el 25 de julio de 1617, representa la clave de bóveda para la datación del texto que nos ocupa:La respuesta del Antídoto voy trasladando. Fáltame poco, y espéranla muchos en este lugar, que han tenido noticia de ella y alguna esperanza de mi pluma. Nadie la ha visto fuera de Juan de Villegas, el gobernador de Luque, a quien leí un pedazo, y el Doctor Andrés del Pozo y Ávila, cura de la Ventosa, que acertó a estar aquí, hombre muy versado en letras humanas y gran poeta, amigo antiguo mío, de Granada y Roma. Y aunque no tenía en muy buen concepto el modo de componer moderno de nuestro don Luis, le formó mejor después de oída mi defensa. En acabando de trasladarla yo, se harán otros traslados y participarán de ella los amigos, que los muchos que hay en este lugar legos no me dan lugar a darme de todo punto a las letras y a los que tratan de ellas. La «respuesta» aludida coincidiría precisamente con el Examen del Antídoto, del cual, recién terminado, se sacaron varias copias para que pudieran disfrutarlo otros doctos lectores, además de Andrés del Pozo y Ávila, con quien el abad de Rute hubo de coincidir durante su estadía granadina. A esta epístola se suman otros papeles que, diseminados por distintos documentos de la época, corroboran, cuando menos, que Fernández de Córdoba se pronunció a favor de Góngora. Se trata, en primer lugar, de una carta del ya citado Francisco de Amaya destinada a José de Pellicer, donde el catedrático salmantino asevera: «La apología de don Francisco de Córdoba no la tengo, prestela y quedáronse con ella; quien pienso que la tiene es el padre fray Francisco de Cabrera, de la orden de san Agustín, que vive en Antequera, que es una persona muy curiosa de estas cosas». Otro testimonio recicla varios párrafos de las Epístolas satisfactorias de Angulo y Pulgar, uno de los más nutridos elencos de los apologetas de don Luis: No me quiero defender del riesgo, por no faltar al afecto de estas obras, por quien me juzga vuestra merced sectario. Y si lo fuere o tenido por tal, será en Madrid en compañía del duque de Sessa, conde de Lemos, Castro y Villamediana, marqués de Ayamonte, el príncipe de Esquilache, Pedro de Valencia (que bastaba solo) y el doctor don Agustín Collado, el señor don Lorenzo Ramírez de Prado, el padre Hortensio Félix, don José Pellicer. En Córdoba, Manuel Ponce, Luis de Cabrera, don Francisco de Córdoba, abad de Rute, y licenciado Pedro Díaz de Rivas, que le comentó el Polifemo y Soledades, como la primera el señor don Francisco de Amaya, oidor de Valladolid, y todos tres respondieron doctos y eruditos al discurso de cierto discurso contra ellas . Por último, merece atención la lista manuscrita de devotos de Góngora redactada por Vázquez Siruela y un anónimo colaborador, quienes incluyeron entre los protagonistas de la controversia el nombre de Fernández de Córdoba, que «se opuso por la misma causa al Antídoto». Ahora bien, si los documentos citados hasta aquí apenas confirman la existencia de una apología a cargo de Fernández de Córdoba, sí que prueba la hermandad de esta con el Examen la información suministrada por el autor del Contra el Antídoto y, a todas luces, recopilador del ms. BNE 2726, donde figura también el texto que nos atañe (ff. 253v-308r): Así vuestra merced ha servido de darle el vejamen al señor don Luis, que de esto ha servido su Antídoto, con lo cual ha quedado más honrado, calificado y conocido por muy eminente en su facultad; y lo que es más de ponderar: que no ha hablado palabra ni ha querido tomar la pluma para mostrarle a vuestra merced que los que dijo fueron disparates que a todo el mundo son notorios. Ya que él no lo ha hecho, lo han hecho otros buenos ingenios, como es el señor don Francisco de Córdoba, abad de Rute y racionero de la Santa Iglesia de Córdoba, singular ingenio versado en muy aventajadas letras, grande humanista y muy docto y versado en poesías, como se podrá ver en su escrito, a quien intituló Examen del Antídoto, que adelante se podrá leer, en que responde con agudeza a todas sus sofisterías de vuestra merced. Las ideas espigadas en el Contra el Antídoto despejan cualquier género de duda: tras su primera intervención en la polémica –el Parecer– y su réplica parcial al Antídoto –la Apología por una décima del autor de las Soledades–, el abad de Rute –quizá obligado por su amistad con Góngora– puso de nuevo su pluma al servicio de don Luis, entregándose a la composición de una sólida y completa respuesta al opúsculo de Jáuregui que rotularía como Examen del Antídoto o Apología por las Soledades de don Luis de Góngora contra el autor del Antídoto. 2.2. Francisco Fernández de Córdoba: noticias biográficas Los escasos datos biográficos acerca de Francisco Fernández de Córdoba –así como la información relativa a su familia y prosapia– se extraen principalmente de sus dos obras más conocidas –la Didascalia multiplex (1615) y la Historia y descripción de la antigüedad y descendencia de la Casa de Córdoba– y se recogen en la Bibliotheca Hispana Nova de Nicolás Antonio, en un artículo de Dámaso Alonso, y en los últimos trabajos de Muriel Elvira, que nos han servido como fuente principal. Epígono del Humanismo español, Fernández de Córdoba nació alrededor de 1565 en Baena (Córdoba). Hijo ilegítimo de Luis Fernández de Córdoba, menino de Felipe II y gentilhombre de boca del príncipe don Carlos, se benefició de los honores destinados a los herederos de su noble linaje. Condicionado por su bastardía, tomó los hábitos y llegó a ser racionero de la catedral de Córdoba y abad de Rute, recibiendo este título con derecho a suceder a Fernando de Córdoba y Cardona, primo lejano suyo, quien murió probablemente unos dieciséis años más tarde después que nuestro autor. Según se deduce de la Historia de la Casa de Córdoba –en la que el abad despliega su colosal erudición a la hora de reconstruir la genealogía de los Fernández de Córdoba desde su activa participación en la Reconquista–, se educó en Granada, acaso en el colegio de la Compañía de Jesús, recordado entonces con cariño. Completó su formación en Roma durante una década, al servicio del V duque de Sessa, don Antonio Fernández de Córdoba, a la sazón su primo segundo. Allí leería con avidez los principales hitos del Humanismo y el Renacimiento italianos, devorando las voces más aguerridas a favor y en contra de las obras de Dante, Ariosto, Guarini y Tasso. A su regreso a España, se consagró de lleno a la república de las letras: debutó tomando parte, junto a Góngora, en unos certámenes poéticos celebrados en Córdoba con motivo de la beatificación de san Ignacio (1610). Se conocen, asimismo, un soneto en italiano, impreso como paratexto en la Antigüedad y excelencias de Granada (1608) de Francisco Bermúdez de Pedraza, y un epigrama en latín aparecido en el De arte rhetorica (1611) de Francisco de Castro. Debió de escribir también otro epigrama, corregido por el licenciado Juan de Aguilar, y un tratado sobre la vida de San Matías –ambos mencionados en sus epístolas a Díaz de Rivas–, y, según se colige del Parecer, una silva titulada Prometeo. Primera entre sus obras mayores fue la Didascalia multiplex, «miscelánea de erudición en latín, que pertenece al género de las variae lectiones». Concluida en 1611, se estampó en Lyon cuatro años más tarde, según ratifica la aprobación de Bernardo de Aldrete, canónigo de la catedral de Córdoba y autor del Origen y principio de la lengua castellana o romance que hoy se usa en España (1606). Por aquellas calendas, a principios de 1614, el abad acometería la redacción de su Parecer, carta de carácter semi-público para satisfacer las demandas de Góngora. Como se ha dicho, a esta primera intervención en la querelle, le siguieron, probablemente a finales de 1615, la Apología por una décima del autor de las Soledades, y, en 1617, el Examen. Durante los últimos años de su vida, dejó al margen los empeños poéticos y se dio –casi en exclusiva– a la lectura de los historiadores españoles, desarrollando una intensa actividad investigadora en los archivos de Baena, Lucena y la catedral de Córdoba, cuya consulta era del todo necesaria para la composición de su Historia de la Casa de Córdoba, que dejó inconclusa unos meses antes de morir, el 26 de julio de 1626. 3. Cronología La ausencia de datos explícitos –en los testimonios que recogen la obra, así como en los demás escritos de la polémica gongorina– nos obliga a bosquejar la cronología del Examen a partir de la reconstrucción de la fecha de redacción y difusión del Antídoto de Jáuregui. Aunque la crítica haya formulado diversas hipótesis, los estudiosos coinciden hoy de forma unánime en fechar el opúsculo del sevillano en 1615. Según esta postura, defendida por Jammes y, más tarde, por Rico García, Jáuregui debió empezar a escribir su obrita ya en 1614 –quizá inspirándose en la amistosa regañina del Parecer– para ultimarla en 1615. En particular, Jammes considera que el Antídoto se difundió durante el verano de ese mismo año, suscitando así las reacciones de Francisco de Amaya –el Antiantídoto referido– y Fernández de Córdoba. Dicha conjetura parece la más plausible e invita a concluir que el Examen no pudo aparecer antes de 1615, justo cuando Fernández de Córdoba andaba inmerso en la redacción de la Apología por una décima y en la publicación de su Didascalia multiplex. Lo cual, por otra parte, se deriva también de una serie de noticias del abad acerca de algunos de los «hombres de marca mayor» que, según se afirma en el Examen, «han loado y aprobado por escrito y de palabra el poema de las Soledades»:Pues quiero darle por postre otros que no solo por la calidad de su sangre generosa, sino por la de sus ingenios, pudieran darse muy por principio: el duque de Sesa, Gran Almirante de Nápoles; el duque de Feria, virrey de Valencia; el conde de Lemos, presidente de Italia; el conde de Castro, duque de Taurisano, virrey de Sicilia; el príncipe de Esquilache, virrey del Perú; el conde de Salinas; el conde de Villamediana; el marqués de Cerralbo. Que de todos estos señores tiene aprobación el poema de las Soledades, y sabe vuestra merced que «principibus placuisse viris non ultima laus est». En virtud de su análisis de este párrafo, fue Millé Jiménez quien sugirió datar la redacción del Examen entre 1616 y 1618, constatando, en particular, la imposibilidad de que antecediera a la investidura de don Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, VII conde de Lemos, como presidente del Consejo Supremo de Italia, en julio de 1616:Don Francisco de Córdoba, abad de Rute, escribió contra él el Antídoto cierto Examen del Antídoto, publicado por el Sr. Artigas, en el cual se menciona, entre otros personajes, al duque de Feria, virrey de Valencia, que lo fue hacia 1615-1618, al conde de Lemos, presidente de Italia, que ocupó este cargo al regresar a España en 1616, y cayó en desgracia en 1618, al conde de Castro, virrey de Sicilia, que desempeñó funciones de tal desde 1616 a 1622, y al príncipe de Esquilache, virrey del Perú desde 1615-1616 hasta 1621, pero no había sido propuesto para dicho cargo en 1614. Todo ello demuestra que el Examen se escribió entre 1616 y 1618, y el Antídoto es naturalmente anterior a él. Los concisos y bien fundados argumentos de Millé Jiménez resultan incontrovertibles y obligan a fijar como terminus post quem para la escritura del Examen el verano de 1616, meses durante los cuales, siempre a nuestro juicio, Fernández de Córdoba volvería sobre el Antídoto y se dispondría a escribir su respuesta. Como se desprende de la misiva granadina del 25 de julio de 1617, tardaría casi un año en llevar a término su comentario, puesto que en esta carta el abad de Rute informaba a Díaz de Rivas acerca de la finalización de su empresa. La obra, en efecto, debió de difundirse entre los aficionados a Góngora y sus detractores antes de septiembre de ese mismo año, fecha a la que remonta la epístola que Lope dirigió a su mecenas, y sobrino de Fernández de Córdoba, el duque de Sessa, en la que se alababa el Examen de esta guisa: «La materia de este libro es notable, y el autor debe haber querido darse a conocer por él, más que decir lo que siente; creo que ha de levantar alguna borrasca porque el Jáurigui sabe y no sufre». La divulgación de la apología fue, por tanto, inmediata, y su éxito duradero, documentado por las cartas que Fernández de Córdoba envió a Díaz de Rivas a lo largo del estío de 1620 y los ecos en testimonios tempranos –y alguno tardío– de la polémica: los Discursos apologéticos (1618) y las Anotaciones y defensas (1616-1620) de Díaz de Rivas; la Soledad primera, ilustrada y defendida (1620) del anónimo antequerano; y la Ilustración y defensa de Cristóbal de Salazar Mardones. 4. La estructura del Examen En su propósito de defender a Góngora de las invectivas de Jáuregui, el Examen –digno producto humanista de un ávido lector de Aristóteles, Cicerón, Quintiliano y otros «maestros del bien decir»– se configura como una verdadera oración que, alternando los géneros oratorios aristotélicos (iudiciale, demostrativum y deliberativum), y guardando por ello cierta simetría con el Antídoto, obedece a los cánones de la retórica y se divide en cuatro partes principales, lógicamente dispuestas: exordium, propositio, argumentatio y peroratio. El exordio resulta muy conciso. Fernández de Córdoba hace gala de su ironía ya desde el principio, movido por la necesidad de ganarse la simpatía del lector mediante el motivo del genus turpe. Así, le da a probar a su adversario de su propia medicina. De ahí que el Antídoto se describa en estos primeros renglones como un conjunto de «trapos» que por su ‘fragancia' informan de la malicia de su autor («que aun de las ninfas de Tagarete pudieran ofender las narices por lo odorífero, como por lo asqueroso los estómagos»). Al igual que el texto del sevillano, el Examen carece de una narratio propiamente dicha, ya que, entre el exordium y la argumentatio, Fernández de Córdoba yuxtapone una sucinta propositio para fijar el objeto de su defensa: «Y pues se tiene vuestra merced por tan puesto en razón, estemos a ella los dos, y verá la poca que ha tenido en querer encenagar como a puerco al autor de las Soledades». Sigue a continuación un largo excurso en el que –como queda dicho– el abad examina punto por punto las saetas de Jáuregui a fin de refutar «con autoridad, con ejemplo y con razón sus sinrazones». Para ello, el erudito opta por un esquema fijo, e incluso férreo, que admite raras excepciones o variantes:presenta el objeto de la contienda, casi siempre citando o parafraseando las palabras y argumentos del sevillano;rechaza sus tesis de manera categórica, o bien acudiendo a la autoridad de rétores, gramáticos, poetas y filósofos del mundo clásico, cuando no de humanistas del Renacimiento;aduce ejemplos, en riguroso orden cronológico –o sea, desde la voz más antigua y probada de los griegos y latinos hasta el modelo de los poetas italianos, terminando, luego, con el de los españoles más ilustres (Garcilaso y Herrera)–, que dan fe de la validez de la postura defendida. Tras poner no pocos puntos sobre todas y cada una de las íes del Antídoto, el Examen se cierra con la promesa –en principio incumplida– de una segunda parte, más larga y ajustada, y con una retadora peroratio en la que Fernández de Córdoba transcribe un puñado de versos en latín macarrónico de la Zanitonella de Teofilo Folengo; una suerte de parodia de las Bucólicas que el abad endereza ahora contra el opúsculo del sevillano. 5. Fuentes En sus valiosos trabajos, Muriel Elvira ha acometido ya la ardua empresa de reconstruir la amplísima biblioteca que don Francisco debió consultar para la redacción de sus obras más significativas: el Parecer, la Didascalia multiplex, el Examen del Antídoto y la Historia de la Casa de Córdoba. Para ello, funda su análisis en algunas de las experiencias que marcaron la biografía del erudito y determinaron el carácter de dicho fondo librario: su estadía italiana y la posible ayuda en la construcción de la biblioteca de su primo segundo, el V duque de Sessa; su actividad como archivero en la biblioteca de la catedral de Córdoba; y, finalmente, el contacto con los jesuitas del Colegio de Santa Catalina. Asimismo, las pesquisas de Elvira se apoyan en la atenta lectura de las obras de Fernández de Córdoba, sin orillar las cartas que remitió a Pedro Díaz de Rivas entre 1620 y 1626, las cuales le permiten bosquejar un elenco de los libros que el abad tuvo sobre el atril y, a la vez, arrojar luz sobre el proceso de adquisición de los mismos:En la mayoría de estas cartas, Francisco Fernández de Córdoba contesta a las preguntas de Díaz de Rivas, le da referencias bibliográficas precisas para que pueda completar «sus estudios», relee y corrige sus libros, con una amistosa severidad, que combina exigencia científica y mensajes de aliento. A cambio, Díaz de Rivas se ofrece para comprar libros y facilitarle informaciones sobre las «novedades» y los «libros curiosos» que han salido en las librerías de Córdoba, donde residía. Las cartas ofrecen entonces una doble fuente de información sobre la biblioteca del abad de Rute: a través de los pedidos de libros que el abad de Rute remite a Díaz de Rivas nos enteramos de qué libros adquirió; y, por otra parte, las respuestas del abad de Rute a las preguntas de erudición de Díaz de Rivas o sus correcciones nos revelan qué libros Francisco Fernández de Córdoba ya tenía a su disposición en su biblioteca personal de Rute. La lista se antoja copiosa y variada, y da noticia de un rico abanico de textos que van desde la poesía y la retórica hasta la teología, la filosofía, la historia, la geografía, el derecho, etc. Pese a la entidad de la labor de Elvira, ya de por sí lo suficientemente exhaustiva como para comprender el alcance de la curiosidad de nuestro autor, es oportuno hermanar aquí, en la medida de lo posible, los resultados de sus investigaciones con los datos que se coligen del texto que nos ocupa, compilando en estas páginas todas –o casi– las fuentes de la apología del abad de Rute, sus autoridades, y cuando nos resulta factible, las ediciones manejadas. La aplicación de un método riguroso –como el descrito en el apartado anterior– y la necesidad de acopiar gran acervo de ejemplos espigados en autores clásicos y modernos debió de exigir a Fernández de Córdoba la consulta de multitud de textos y referencias que, en efecto, taraceó dentro de su Examen. Dicha cornucopia invita a dividir la biblioteca del abad en dos grandes secciones: por un lado, la de fuentes antiguas, que incluye textos desde la tradición clásica hasta la latinidad tardía; por el otro, la de autores modernos, que atesoraba obras del Humanismo y del Renacimiento en lengua latina, sin desdeñar las italianas y las españolas. 5.1. Autores antiguos El bloque más notable de la sección de fuentes antiguas consta de unos pocos escritos de teoría literaria, los cuales dejaron profunda huella en las ideas de Fernández de Córdoba y constituyen la base para las razones del Examen. Se trata de la Poética y de la Retórica de Aristóteles, de la Institución oratoria de Quintiliano y del Arte poética de Horacio. Por lo que atañe al Estagirita, Fernández de Córdoba leyó, sin género de dudas, las traducciones de Jorge de Trebisonda y Alessandro Pazzi:Aristóteles, Ad reverendum in Christo Patrem ac dominum dominum F. de Padua domini nostri pape thesaurarium Georgii Trapezoncii in libros rhetoricorum Aristotelis traductionis prefacio, Parisiis: Petrus Cesaris et Johannes Stol, 1476;Aristóteles, Aristotelis Poetica per Alexandrum Paccium, patritium florentinum, in latinum conversa, Venetiis: in aedibus Aldi et Andreae Asulani soceri, 1536. Más espinoso resulta determinar qué ediciones de Quintiliano y Horacio hubo de consultar. Sin embargo, por lo que toca a la Institución oratoria, una serie de coincidencias textuales nos inducen a defender la hipótesis de Elvira de que Fernández de Córdoba hojeó una edición parisina de 1549:Quintiliano, M. Fabii Quintiliani, oratoris eloquentissimi, De institutione oratoria libri XII, Parisiis: apud Audoënum Parvum, in via quae est ad D. Iacobum, sub insigni Lilii, 1549. Respecto a Horacio, si en el Parecer se citaba el comentario de Francesco Luigini al Arte poética, cabe la posibilidad de que, para la redacción de su Examen, el abad cotejara también otras ediciones de la Epístola a los Pisones y, más en general, de las obras completas del venusino. A este propósito, consideramos probable que Fernández de Córdoba tuviera entre las manos una edición de Frankfurt que data de 1600:Horacio, Quinti Horatii Flacci venusini poetae lyrici Poemata omnia, rerum ac verborum locupletissimus Index, studio et labore Thomae Treteri Posnaniensis collectus, et ad communem studiosorum utilitatem editus, Francofurti: apud Andreae Wecheli heredes, Claudium Marnium et Ioannem Aubrium, 1600. Esta tesis se apoya en una serie de coincidencias textuales, o sea, en el hecho de que tanto en la edición alemana como en el Examen se documentan algunas variantes del texto de Horacio que raras veces se dan (y, además, juntas) en otros impresos: la sustitución de ‘credit' por ‘credat' en el verso «dicere credit eos, ignave multa fatetur» (Epístolas, lib. II, ep. 1, v. 67); la lección ‘tandem, se inflans, sic' en lugar de ‘tantum, sufflans se' en el verso «quantane? Num tantum, sufflans se, magna fuisset» (Sermones, lib. II, sát. 3, v. 317); ‘tenueis', en vez de ‘tenues', en el verso «utpote res tenues tenui sermone peractas» (Sermones, lib. II, sát. 4, v. 9); y, finalmente, la lección ‘cur' en lugar de ‘cum', en el v. 96 del Arte poética («Telephus et Peleus, cum pauper et exul uterque»). Como apostilla, también nos parece clave que la edición de Frankfurt incluya el índice horaciano del humanista polaco Tomasz Treter, aludido más de una vez en la defensa. A los préstamos y fragmentos de los tratados de poética y retórica, que, según se ha indicado, son el núcleo en torno al cual giran las razones de Fernández de Córdoba, se acompaña en el Examen una cantidad considerable de citas sacadas de los ingenios más acreditados del mundo clásico. Entre los latinos, destacan (por orden alfabético) Apuleyo, Aulo Gelio, Catulo, Claudiano, Cicerón, Estacio, Julio César, Juvenal, Lucano, Marcial, Marciano Capela, Ovidio, Persio, Plauto, Plinio el Viejo, Séneca, Silio Itálico, Tácito, Tibulo, Varrón y, sobre todo, Virgilio. Todos ellos le ofrecen al abad de Rute un corpus muy amplio de textos que anuncian la ‘licitud' de la poesía gongorina. Por lo que respecta a los griegos, Fernández de Córdoba alude (por orden de aparición) a los poemas homéricos, a las Etiópicas de Heliodoro, a la Ciropedia de Jenofonte, a la poesía de Píndaro y Heráclito, a la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, a la Historia de los animales de Eliano, e incluso desliza por el texto del Examen (por orden alfabético) latinizaciones de Diodoro Sículo, Estrabón, Eveno de Paros, Luciano de Samósata, Orfeo, Platón, Plutarco, Teócrito y Tolomeo. El análisis de estas citas solo nos ha permitido identificar algunas de las traducciones:Diodoro Sículo, Bibliotheca Historiarum Priscarum a Poggio in latinum liber primus incipit, Venetiis: per Andrea Iacobi Paltascichis Katharensem Andrea Vendramino Duce, 1476. Traslado de los primeros 5 libros de la Biblioteca histórica de Diodoro a cargo de Poggio Bracciolini;Estrabón, ΣΤΡΑΒΩΝΟΣ ΓΕΩΓΡΑΦΙΚΩΝ ΒΙΒΛΟΙ ιζ ́. Strabonis rerum geographicarum libri XVII. Isaacus Casaubonus recensuit, summoque studio et diligentia, ope etiam veterum codicum, emendavit, ac Commentariis illustravit. Adjecta est etiam Guilielmi Xylandri Augustani Latina versio, cum necessariis Indicibus, Genevae: excudebat Eustathius Vignon atrebat., 1587. Traducción de la Geografía de Estrabón por Wilhelm Holtzman;Plutarco, Plutarchi summi et philosophi et historici Opus, quod Parallela et Vitas appellant, Heidelbergae: excudebat Academiae typographus Ludovicus Lucius, 1561. Paráfrasis de las Vidas paralelas de Plutarco en el haber del humanista alemán Wilhelm Holtzman (Guilielmus Xylander);Plutarco, Plutarchi Chaeronensis Moralia, quae usurpantur, Venetiis: apud Hieronimum Scotum, 1572. Traducción de Wilhelm Holtzman;Teócrito, Theocriti Syracusani Eidyllia trigintasex, Latino carmine reddita, Helio Eobano Hesse interprete, excudebat Basileae Andreas Cratander, 1531. Latinización del poeta alemán Helius Eobanus Hessus. Por cierto, el examen de los pocos fragmentos embutidos en el Examen no permite descartar que Fernández de Córdoba se haya acercado a las traducciones aquí mencionadas solo de forma indirecta, como ocurre, por ejemplo, con las citas de los diálogos de Platón y del De dipsadibus de Luciano, tomadas de los Adagios de Erasmo, que el abad versiona en un párrafo acerca de la repetición de palabras: La repetición, o es de cosas malas, o es de buenas: si de malas, mala será sin duda; si de buenas, buena y loable. Si yo tirara por lo espiritual, probara esto con el ejemplo del bienaventurado y glorioso san Juan, de quien refiere san Jerónimo que a sus discípulos cada día les predicaba unas palabras mismas: «Filioli, diligite alterutrum». Pero por lo temporal no es mal testigo Platón, que, en el Filebo, dice: «Caeterum bene videtur proverbio dictum quod egregium sit, id iterum ac tertio in sermone repeti oportere»; y en el Gorgia: «Atqui pulchrum aiunt ea quae pulchra sunt iterum ac tertio tum dicere tum considerare»; y lo propio repitió en los libros De legibus; a quien citando y siguiendo, Luciano dijo: «Nulla satietas rerum honestarum». Δὶς καὶ τρὶς τὸ καλὸν, id est: «Iterum ac tertio, quod pulchrum est», subaudi «dicendum est». Usurpatur a Platone cum aliis in locis tum in Philebo: Ἃ καὶ πρότερον ἐμνήσθημεν εὖ δ᾿ ἡ παροιμία δοκεῖ ἔχειν, τὸ δὶς καὶ τρὶς τό γε καλῶς ἔχον ἐπαναπολεῖν τῷ λόγῳ δεῖν, id est: «De quibus et ante meminimus; caeterum bene videtur proverbio dictum quod egregium sit, id iterum ac tertio in sermone repeti oportere». Idem in Gorgia: Καὶ δὶς γάρ τοι καὶ τρίς φασιν καλὸν εἶναι τὰ καλὰ λέγειν τε καὶ ἐπισκοπεῖσθαι, id est: «Atqui pulchrum aiunt ea, quae pulchra sunt, iterum ac tertio tum dicere tum considerare». Rursum libro De legibus sexto: Λέγω δὲ καθάπερ εἶπον νῦν δή. Δὶς γὰρ τό γε καλὸν ῥηθὲν οὐδὲν βλάπτει, id est: «Dico autem quemadmodum modo dicebam. Nam nihil laedit, quod pulchrum sit bis dicere». Lucianus in Dipsadibus citans eundem Platonem: Κόρος, inquit, οὐδεὶς τῶν καλῶν, id est: «Nulla satietas rerum honestarum». Capítulo aparte merecen una serie de tratados de gramática traídos a colación en el Examen para defender a Góngora de los dicterios de Jáuregui relativos al uso frecuente de la diéresis, denominada por él ‘división de la sinalefa'. Al objeto de burlarse del zoilo sevillano y reprocharle así su error terminológico, el abad separa los dos metaplasmos (sinalefa y diéresis), valiéndose ahora de la autoridad de los gramáticos latinos. Para ello, desliza por su obra definiciones tomadas (por orden de aparición) de los Institutionum Grammaticae libri V de Sosípatro Carisio, el De oratione et partibus orationis de Diomedes, el De ultimis syllabis de Marco Valerio Probo, la gramática de Mario Victorino, las Institutiones Grammaticae de Prisciano y, finalmente, el De syllabis de Terenciano Mauro. Aunque la falta de variantes características no permita aislar las ediciones a las que acudió Fernández de Córdoba, aventuramos que todas estas citas proceden de alguna de las varias antologías que circulaban en la época; lo cual explicaría la errónea atribución de un fragmento del De ultimis syllabis de Valerio Probo a Mario Victorino: al pasar las páginas de un mismo volumen, el abad pudo confundirse, transcribiendo así el nombre equivocado. Postulamos como una buena candidata la colección Grammaticae Latinae Auctores Antiqui (1605) del filólogo holandés Elias von Putschen (Helias Putschius), puesto que, además de los nombres ya mencionados, recoge el De grammatica de Alcuino de York y el De arte metrica de Beda el Venerable, citados ambos en el Examen. Otro grupo de textos, muy connotado además, dentro de la sección de fuentes antiguas está íntimamente relacionado con su condición de eclesiástico, que lo dotó de un profundo dominio de las Escrituras y de los misterios de la teología. Con la parsimonia y el respeto exigibles a un hombre de Iglesia, el abad de Rute intercala solo un puñado de frases del Antiguo y del Nuevo Testamento, casi proverbiales, o, cuando menos, petrificadas dentro de la liturgia: es el caso de los salmos 94, 117 y 135 del Liber Psalmorum de David, y también de la Epistula ad Romanos y la Epistula ad Galatas de San Pablo, de la Epistula Iacobi y del Cántico de los niños de Babilonia, incluido en el Liber Danielis. A estos cabe añadir el De vitis patrum, texto capital de la tradición hagiográfica, las Enarrationes in Psalmos de san Agustín y el Contra Iovinianum de san Jerónimo. Entre los Padres de la Iglesia, mucho más presentes en el Examen, sobresalen las obras de Eusebio Cesariense y Clemente de Alejandría, que Fernández de Córdoba leyó en dos traducciones del humanista bizantino Jorge de Trebisonda y del erudito francés Gentian Hervet (Gentianus Hervetus Aurelianus), respectivamente:Eusebio de Cesarea, Eusebius Pamphili de Praeparatione Evangelica a Georgio Trapezuntio traductus, Venezia: Nicolaus Jenson, 1470;Clemente de Alejandría, Clementis Alexandrini viri longe doctissimi, qui Panteni quidem martyris fuit discipulus, praeceptor vero Origenis, omnia quae quidem extant opera, a paucis iam annis inventa, et nunc denuo accurratius excusa, Gentiano Herveto Aureliano interprete, Parisiis: apud Guilielmum Guillard et Thomam Belot, 1550. Para abrochar la sección de fuentes antiguas, dedicaré algunas líneas a un par de textos de naturaleza histórica o enciclopédica. El primero es, sin duda, la obra maestra de Diógenes Laercio, las Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, que Fernández de Córdoba consultó en el traslado que hizo Ambrogio Traversari entre 1423 y 1433, publicado por primera vez en Roma en 1472:Diógenes Laercio, Laertii Diogenis Vitae et sententiae eorum qui in philosophia probati fuerunt, Romae: Giorgio Lauer, 1472. El segundo texto, en cambio, coincide con la Suda, enciclopedia del siglo X a la que el abad se refiere en más de una ocasión a lo largo del Examen. Aunque no pueda validarse sin ambages, todo apunta a que Fernández de Córdoba hizo suya esta paráfrasis:Suda, Suidae Historica, caeteraque omnia quae ulla ex parte ad cognitionem rerum spectant: opus iucunda rerum et multiplici eruditione refertum, Basileae: ex oficina Hervagina per Eusebium Episcopum, 1581. Baste considerar, por ejemplo, un pasaje del Examen donde su autor, rememorando un fragmento de la Suda, afirma:Pues para mí tengo por sin duda que hablaron de un mismo Euforión el orador y el poeta latino, porque si bien hubo otro de este nombre –y poeta fue trágico y natural de Atenas, hijo de Esquilo el trágico–, el de Calcis tuvo por padre a Polimneto, por condiscípulos a Lácidis y Pritanides, filósofos, y Arquébuto Tereo, poeta, por fautores a la mujer de Alejandro, rey de Eubea, hijo de Crátero, y después a Antíoco el Grande, rey de Siria, de cuya biblioteca tuvo cargo. Escribió en verso heroico el Hesíodo y la Mopsopia, en que describió oráculos de mil años venideros. Del uno y del otro Euforión trata Suidas. La lección errónea ‘Arquébuto', en lugar de ‘Arquébulo', parece derivar de la lectura de la antedicha edición latina de la enciclopedia bizantina; a saber:Euphorion, Polymneti filius, e Chalcide Euboeae, condiscipulus in philosophicis, Lacydis et Prytanidis, in poeticis vero, Archebuti Theraei …. Fuit colore melleo carnosus, aeger pedibus charus uxori Alexandri, Euboeae regis, Crateri filii. Multum locupletatus, ad Antiochum magnum Syriae regem se contulit, eiusque bibliothecae praefuit .... Libri eius versibus heroicis scripti sunt hi: Hesiodus, Mopsopia, sive Confusa. 5.2. Autores modernos A propósito de los modernos, cabe destacar, también en este caso, una serie de textos de poética y teoría, escritos en italiano y latín, que Fernández de Córdoba sabe aprovechar con astucia en su defensa de las Soledades. Una de las obras que más a menudo inspira sus reflexiones coincide con los Discorsi del poema eroico de Torquato Tasso, que el abad disfrutó, con toda certeza, en la edición napolitana de 1594:Torquato Tasso, Discorsi del poema heroico del signor Torquato Tasso, Napoli: nella Stamparia dello Stigliola, ad instantia di Paolo Venturini, 1594. A su lado, afloran otras preceptivas que nuestro autor rescató para definir el género de las Soledades y el concepto de decorum, pilares de su apología de la oscuridad gongorina:Marco Girolamo Vida, De arte poetica, Romae: apud Ludovicum Vicentinum, 1527;Antonio Sebastiano Minturno, De poeta, ad Hectorem Pignatellum, libri sex, Venetiis: apud Franciscum Rampazetum, 1559;Giulio Cesare Scaligero, Iulii Caesaris Scaligeri viri clarissimi Poetices libri VII, Lugduni: apud Joannem Crispium, 1561;Giovanni Andrea Gilio, Topica poetica di M. Giovanni Andrea Gilio da Fabriano, in Venetia: appresso Oratio de' Gobbi, 1580. Asimismo, el abad selecciona algunos lugares de los libros I y VI de los Poetices de Scaligero, y del libro V del De poeta de Minturno, un fragmento de la Topica poetica de Gilio y, a fin de explicar mejor el concepto de decoro, los vv. 440-447 del tercer libro del Ars poetica de Vida:Nulla adeo vatum maior prudentia quam se aut premere aut rerum pro maiestate canendo tollere. Nunc illos animum submittere cernas, verborum parcos humilique obrepere gressu textaque vix gracili deducere carmina filo, nunc illos verbis opulentos, divite vena cernere erit fluere ac laxis decurrere habenis fluxosque ingentesque. A decir verdad, Fernández de Córdoba defiende una idea de decorum, entendido como adaptación del estilo al objeto imitado, que acusa más de una deuda con la querelle entre Giovanni Battista Guarini y Giason Denores sobre el Pastor fido (1590) y el género de la tragicomedia, de la cual el abad de Rute, gracias a la lectura del Verato secondo (1593), tomaría prestada la premisa del «fin arquitectónico» de la poesía. Ahora bien, el texto de Guarini representa solo uno de los libros surgidos al calor de las polémicas del Renacimiento y Barroco italianos que formaron parte de la biblioteca del abad de Rute. Nos referimos, en particular, a algunos de los hitos de las controversias en torno a la Commedia de Dante y, sobre todo, al Furioso ariostesco y a la Gerusalemme Liberata de Tasso:Alessandro Carriero, Breve et ingenioso discorso contra l'opera del Dante, Padova: Paulo Meietto, 1582;Giuseppe Malatesta, Della nuova poesia, overo Delle difese del Furioso, dialogo del signor Gioseppe Malatesta, in Verona: Sebastiano dalle Donne, 1589;Francesco Malatesta Porta, Il Rossi, overo Del parere sopra alcune obiettioni fatte dall'Infarinato accademico della Crusca, intorno alla Gerusalemme Liberata di Torquato Tasso. Dialogo di Malatesta Porta, lo spento Accademico Ardente, in Rimino: Giovanni Simbeni, 1589;los Luoghi osservati dal Magnifico Giulio Guastavini i quali il Tasso nella sua Gierusalemme ha presi et imitati da poeti et altri scrittori antichi de Giulio Guastavini, que abrochan la edición genovesa de 1590 de la Gerusalemme. Estos y probablemente otros afines le facilitaron a nuestro autor asideros útiles para rebatir los ataques del Antídoto e, incluso, lo surtieron de un buen manojo de citas que apoyaban las tesis argüidas por los italianos, ahorrándole así más de una y de dos fatigas. Entre los varios casos, seleccionamos solo los más llamativos: Al uno y al otro género de gente deleita este poema de las Soledades. Luego es bueno a toto genere, y no peca en la oscuridad ni en otra cosa alguna contraria al arte que agrade al vulgo, cuyo aplauso y aura debe procurarse, según el Ariosto hizo y escribió, diciendo: «Il volgo, nel cui arbitrio son gli honori, e, come piace a lui, gli dona e toglie». ¿Quién no lo sabe? .... Pero de este juicio popular o vulgar, aunque no pretendido por nuestro autor de las Soledades, apelará vuestra merced para el de los que entienden –que con los demás no curtidos en poetas de varias lenguas no se entiende vuestra merced, que nos afirma estarlo tanto– .... ¡A los doctos, a los doctos! Confórmome en esta parte con vuestra merced, porque el pueblo «non delectu aliquo aut sapientia ducitur ad iudicandum, sed impetu nonnunquam, et quadam etiam temeritate. Non est enim consilium in vulgo, non ratio, non discrimen, non diligentia», como afirma el orador latino, que no fue arrogancia la de aquel excelente músico Antigénidas, sino justo aprecio de su ciencia y de la ignorancia del pueblo, cuando, aprobando este poco a un su discípulo que tañía muy conforme a las reglas de aquel arte, levantando la voz el maestro le dijo en presencia de todos: «Mihi cane et Musis». Ni fue, por cierto, menos judicioso el dicho de Antímaco Clario, que, recitando un su poema demasiadamente largo al pueblo, lo cansó de suerte que poco a poco vinieron todos a dejarle solo y salirse del teatro, fuera de Platón, que, estándose quedo, oyó de Antímaco: «Attamen legam Plato; enim erit mihi instar omnium». Et io ho conosciuto tra gli altri un poeta che attendeva molto a questa oscurità, e però essendoli detto da alcuno che le sue cose non erano intese da niuno, egli solea con una gran prosopopeia risponder questa bella sentenza: “che colpa è la mia, se le persone sono ignoranti?”, non accorgendosi il meschino che non la ignoranza degli altri, ma la medesima era cagione che le sue poesie non s'intendeano …. Et però costoro che dicon di mettersi a compor versi solo per gli eruditi, e per gli saputi, vengono ad esser fuor di proposito invidiosi alla lor gloria medesma, volendo che le sue fatiche restino in bocca di pochi, come son sempre i sapienti, quando dovrebbon cercar di fargli girar per le mani e per le lingue di molti e di quelli stessi che par che habbino legittima autorità di dar e toglier l'honore e la fama non meno alli scritori che agli altri, come hanno gli uomini volgari, de' quai per tal rispetto ottimamente disse l'Ariosto: «Il volgo, nel cui arbitrio son gli honori, et, come piace a lui, gli dona, e toglie». … Allora Monsignor Grana, Signor Speron –disse– parmi che voi facciate troppo gran conto di questo assenso popolare, se tanto lo giudicate necessario in ogni poesia, che voglia haver nome di buona e di perfetta, e, d'altro canto, io so che un famoso antico in cosa molto simile alla poesia, ciò è nella musica, se ne fece gran beffe; e questi fu Antigenida suonatore il quale, havendosi fatto un allievo che secondo lui ottimamente toccava i musicali stromenti, lo fece suonare alla presenza del popolo, il qual, non facendo la stima che dovea dell'eccellenza del suonatore avvolgendoli forse le spalle, Antigenida tutto sdegnato, volto al suo scolare: «Suona –gli disse– a me e alle Muse», volendo inferir che quelli altri non penetravano l'arte che stava ascosa in quel suono, e però non potean guastarne, onde venivano ad essere indegni di sentirlo. …e per ventura Horatio in quel verso «Nec incipies, ut scriptor ciclicus olim», il quale ha chi vuole fosse Antimaco Clario, che, venuto alla presenza del popolo, e postosi in apparecchio di recitare l'opra da sé composta, fu da tutti abandonato, per essere quella di troppo volume; eccettoche da Platone, la onde egli altamente disse: «Attamen legam Plato; enim erit mihi instar omnium». ⁎⁎⁎El príncipe de los poetas latinos, Virgilio, también a veces parece que gustó de ejercitar el entendimiento de muchos que hoy andan a puñadas sobre lo que quiso decir, o si erró, o no, en tal o tal parte. Doce lugares le nota su intérprete Servio, según el Rossi. Non si dee, per mio parere, perciochè se ciò non è all'Eneide accaduto, entro la quale Servio l'honorato, dodeci novera (se male non mi rammento) luoghi oscuri, e lasciamne stare altri che pure oscuri sono. ⁎⁎⁎ dijo Horacio en la alabanza de la vida rústica: «dapes inemptas apparet»; y Torcuato Tasso en su Hierusaleme Liberata: Spengo la sete mia ne l'acqua chiara che non tem'io che di venen s'asperga e questa greggia e l'orticel dispensa cibi non compri a la mia parca mensa. Ché poco è il desiderio, e poco è il nostro bisogno onde la vita si conservi. Stan. X Cibi non compri. Oratio nelle lodi della vita rusticana: «et horna dulci vina promens dolio, Dapes inemptas apparet». Todo esto, huelga advertirlo, no convierte a Francisco Fernández de Córdoba en ningún plagiario; lo que sí demuestra, por el contrario, es que el abad de Rute supo sacar partido de sus lecturas, reciclándolas para el contexto poético de las Soledades. No en vano, este tratamiento de las fuentes menudea por el Examen. Aunque no sea posible deslindar la procedencia de todas las citas latinas de la apología, se nos antoja muy seguro que, en varios lugares, Fernández de Córdoba se valiera de obras modernas: el índice virgiliano de Nicolás Eritreo, el ya citado índice horaciano de Tomasz Treter, y, entre los lexicógrafos, el Dictionarium latinum de Ambrogio Calepio, publicado por vez primera en 1502, el De sermone latino (1514-1515) y el De modis latine loquendi (1515) de Adriano Castellesi y el Thesaurus linguae latinae (1532) de Robert Estienne. A estos se añaden otros textos, asimismo escritos en la lengua de los Césares y en su mayoría de carácter enciclopédico, gracias a los cuales Fernández de Córdoba consolida los cimientos de su Examen, puesto que le facilitan un discreto repertorio de modelos y citas. Nos referimos, en concreto, al De inventoribus rerum (1521) de Polidoro Virigilio; al Commentarius de coma (1556) de Adriaen de Jonghe (Hadrianus Junius); al Commentarius in librum Demetri Phalerei De elocutione (1562) de Pietro Vettori y a sus Variarum lectionum libri XXXVII (1582); a las Dilucidationes (1565) de Marcello Donati; a los Singularium locorum ac rerum libri V (1600) de Martín de Roa Francés; y, finalmente, al Thesaurus politicorum aphorismorum (1610) del jurista belga Jean de Chokier de Surlet. Entre los varios lugares que se podrían aducir como prueba de la importancia que cobraron en las páginas del Examen, nos parecen significativos un par de fragmentos en los que Fernández de Córdoba sigue de cerca algunos renglones del De inventoribus rerum (libro II, cap. 11) y del Thesaurus (libro V, cap. 20) de Chokier de Surlet, respectivamente: De suerte que si Plinio, en el capítulo 56 del séptimo libro de su Natural Historia, si Clemente Alejándrino, en el primer libro de sus Stromas, si Polidoro Virgilio, en los De inventoribus rerum, no hicieron mención del inventor de alguna cosa, ¿por eso no lo pudo ser fulano? ¿O la tal cosa fue congénita con el mundo? ... Quien dijese que con la espada y lanza, invención de los lacedemonios –según Plinio–, o con el arco y flechas, invención de los escitas o de Perseo o Apolo, hizo tal capitán esta o aquella hazaña, ¿diría mal? …galeam, enim, gladium, hastam Lacedaemonii, ut testis est Plinius in septimo, invenerunt. ... Arcum autem et sagittas Scythes, Iovis filius. Sagittas, ut aliis placet, Perseus, Persei filius, primum invenit, haec ex Plinio. At Diodorus Apolini assignat, in sexto scribens: «Arcus in super sagittandique fuisse repertorem Apollinem ferunt». ⁎⁎⁎ Cuán loable entretenimiento o ejercicio sea el de la caza en los grandes señores, pues lo confiesa vuestra merced, no hay para qué traer autoridades de Jenofonte ni de Platón para probarlo, ni comprobarlo con la de estadistas modernos, entre los cuales el Fraqueta, en su Príncipe, y Juan Chokier, en su Tesoro de aforismos políticos, lo tratan bien. Y así leemos que lo frecuentaban no solo los reyes de Persia, pero los mejores de los emperadores romanos: Trajano, Adriano, Antonino Pío, Vero Maximino; y, de los más cercanos a nuestros tiempos, Alberto, que solía decir que de cualquier deleite podía carecer, de la caza no podía. Que la caza, en especial de montería, merezca alabanza, cosa es manifiesta, pues ayudando al ánimo y al cuerpo, claro está que había de merecerla. Al ánimo, por lo que dice Plinio el más mozo, escribiendo a Cornelio Tácito: «Mirum est ut animus a cogitatione motuque corporis excitetur; nam et silvae et solitudo ipsumque illud silentium quod venationi datur, magna cogitationis incitamenta sunt». Studia certe venandi non indigna Principe videntur. Namque praeterquam quod cum re militari consonantia sint, maximarum etiam rerum mediationi materiam praebent, si Plinio fides: «Mirum est (inquit) ut animus a cogitatione, motuque corporis excitetur; nam et silvae et solitudo, ipsumque illud silentium quod venationi datur, magna cogitationis incitamenta sunt». … Apud romanos vero, nihil certius, si non frequentius, eorum principes venationi operam dedisse, et prae ceteris Antoninum Pium, quem legimus neglectis aliis laxamentis venationi, et si fides historicis, piscationi indulsisse. Traianum quoque ab influentibus negotiis animum hic laxasse Plinius scribit .... Albertus imperator … dicere solebat: «Venationem utilem esse, saltationem muliebrem, seque voluptate quavis alia carere posse, venatione non posse» …. Qua in re nimium offendit Imper. Verus, qui Syriis defectionem cogitantibus, immo Oriente iam inclinante in Apulia venabatur, et apud Corinthum et Athenas inter symphonias et cantica navigabat. Hadrianus etiam Caesar, adeo venationi addictus fuit, ut assiduitate crus debilitarit, immo mutilarit. Ahora bien, junto con ideas y paráfrasis de escritos polémicos y tratados de diverso pelaje, también asoman por el Examen versos de Torquato Tasso, de Giambattista Marino y de Gabriello Chiabrera. A los que se añaden un ramillete de citas ocasionales del Pastor fido de Giovan Battista Guarini, de la Arcadia de Jacopo Sannazaro y de la traducción italiana de la Eneida, a cargo de Annibale Caro; sin orillar algunos versos aislados de Dante, Petrarca, Ariosto y el boloñés Cesare Rinaldi. Fernández de Córdoba pudo reciclarlos de su lectura de antologías y florilegios, o, según se ha dicho, de los textos más difundidos de las polémicas literarias de Italia. Además de estas citas, el Examen presenta ecos de otros poetas y eruditos transalpinos, como por ejemplo Pietro Bembo, Luigi Alamanni, Girolamo Bossi, Bernardo Tasso, Leandro Alberti, Giovanni della Casa y Teofilo Folengo. Por lo que toca a los españoles, sobresalen por su escasez las alusiones a los ingenios del Siglo de Oro, reducidos en esencia a Garcilaso, que para Jáuregui encarnaba «el rasero crítico que medía los límites de lo tolerable», y al sevillano Fernando de Herrera. Representan apenas unas pocas excepciones los pasajes aislados de la versión española de la Eneida (1555), trasladada por Gregorio Hernández; y no faltan tampoco una fugaz alusión a Boscán, la transcripción de sendos versos de fray Luis de León y Cristóbal Mosquera de Figueroa y, por fin, la mención de Ausiàs March, Diego Hurtado de Mendoza y Lupercio Leonardo de Argensola: Dejando, pues, estudiosamente por ahora los autores de poemas épicos, trágicos, cómicos, satíricos, himnódicos, cinegéticos, haliéuticos, físicos, que ayude el nuestro al modo que Teócrito y Bión, en sus eydilios, y Ausonio en los suyos, que Virgilio, Olimpio Nemesiano, Tito Calpurnio en sus bucólicas, que Tibulo, Propercio y Ovidio en sus elegías, que Píndaro y los demás líricos griegos y el nuestro latino, que Catulo, que el Petrarca y otros muchos toscanos antiguos y modernos, que Ronsardo francés, que Ausiàs March limosín, que Garcilaso, don Diego de Mendoza, fray Luis de León, Hernando de Herrera, Lupercio Leonardo en sus varios versos y rimas –que es loando virtudes, condenando vicios, describiendo ejercicios honestos– ¿quién no lo ve? Para ultimar el análisis de las fuentes del Examen, vale la pena una nota acerca de un rico acervo de relaciones de viajes, crónicas y obras de cartografía y geografía a los cuales el abad de Rute acudió resuelto a legitimar el pasaje sobre el istmo de Panamá de los vv. 423-424 de la Soledad primera: «rompieron los que armó de plumas ciento / lestrigones el istmo, aladas fieras». En esta oportunidad, quizá más que nunca, Fernández de Córdoba da buena fe del alcance de sus intereses y de su cultura, manejando las fuentes más dispares y armonizando fragmentos de algunos de los clásicos ya citados (Apuleyo, Eliano, Estrabón, Plinio el Viejo) con los trabajos de Pietro Martire d'Anghiera, Gonzalo Fernández de Oviedo y Levinus Apollonius. A los que sumaría más de un pasaje del Theatrum Orbis Terrarum (1570) de Abraham Ortelius, de la Fabrica del mondo (1573) de Giovanni Lorenzo d'Anania, de las Relationi universali (1591) de Giovanni Botero, de la edición de la Geografía (1596) de Tolomeo comentada por Giovanni Antonio Magini y del Descriptionis Ptolemaicae Augmentum (1597) del cartógrafo belga Cornelius van Wytfliet. Una vez más, la falta de variantes características en los excerpta reciclados en el Examen no permite individuar las ediciones que consultó Fernández de Córdoba; de ahí que solo nos atrevamos a sostener que el abad de Rute debió de leer las Relationi de Botero en una edición posterior a la ferraresa de 1595, ya que el texto del apartado sobre la división del Nuevo Mundo corresponde todavía a una fase redaccional previa a la cotejada por Fernández de Córdoba: Juan Botero en sus Relaciones: «L'America si parte ancora essa in due grandissime penisole congionte tra sé con un istmo lungo sette leghe tra il nome di Dio e Panama». Dunque quella parte della terra, che si chiama Mondo Nuovo (parlo del continente) si divide in due grandissime penisole, congionte con un istmo, delle quali una si può chiamar settentrionale, e l'altra, meridionale. Hasta donde alcanzamos, es solo a partir de la edición romana de la Relatione universale de' continenti del Mondo Nuovo (1595), luego incorporada con retoques en las Relationi venecianas de 1597, cuando el texto de Botero desembocaría en la versión que se transcribe en el Examen: Quella parte della terra dunque, che si chiama Mondo Nuovo (parlo de' continenti), si divide in due parti, cioè in America e in Magellanica. L'America poi si parte ancora essa in due grandissime penisole, congionte tra sé con un istmo lungo sette leghe, tra il Nome di Dio e Panama; perché le undici leghe che si mettono communemente di più tra quelle due terre producono delle giravolte che si fanno mentre si cerca cammino più agevole e più commodo. 6. Conceptos debatidos Como se ha dicho, obligado por su amistad con Góngora, Fernández de Córdoba emprende en el Examen la defensa de las Soledades, refutando, una tras otra, las censuras del Antídoto: en primer lugar, la elección del título del poema; la incoherencia de la fábula y la figura del peregrino, para Jáuregui apenas «un mancebo anónimo, descortés y tacaño, enamorado ... y mudo» que desempeña a contrapelo el papel de protagonista; la alternancia de varias cronografías estacionales; y, por fin, la falta de decoro de la dedicatoria al duque de Béjar, a quien don Luis representa «de venablos impedido», en vez de atareado «en otra ocupación o virtud ilustre y competente a su persona». Pasa luego el abad a responder a los sarcasmos de Jáuregui sobre algunas ‘sentencias particulares' del poema y sus metáforas de altos vuelos: por ejemplo, la alusión al rito clásico del exvoto en los vv. 32-33 de la Soledad primera («que aun se dejan las peñas / lisonjear de agradecidas señas») y la descripción, en los vv. 220-221, de las ruinas vestidas de «piadosas yedras». Tras dedicar un largo párrafo al verso del chopo (I, v. 700: «que impide amor que aun otro chopo lea») y a una lección magistral sobre el cacofatón, se detiene en los «imaginarios» –así los etiqueta el abad– errores de erudición que el sevillano atribuye a Góngora: la descripción de la Estrella Polar, definida en el v. 384 como «el que más brilla diamante»; la metáfora del v. 372 para referirse a la vela de un barco, «vaga Clicie del viento»; la hipérbole de los vv. 406-409 sobre la grandeza del océano («(de cuya monarquía / el Sol, que cada día / nace en sus ondas y en sus ondas muere / los términos saber todos no quiere)»); y la alusión a Virgilio en el pasaje de la cuchara: «del viejo Alcimedón invención rara» (I, v. 152). Se abre después un largo paréntesis que ocupa, grosso modo, la parte central del Examen y versa sobre las claves que oponen a los detractores y partidarios de Góngora; o sea, la oscuridad, por un lado, y el decorum, por otro. En cuanto a la primera, el abad de Rute se empeña primero en demostrar la perfección y la excelencia de las Soledades. Para ello, acude a la dicotomía del prodesse et delectare, de raiz horaciana, afirmando que las silvas de don Luis cumplen los dos fines exigidos a cualquier imitación poética propiamente dicha –el basilar o «arquitectónico», o sea, ‘aprovechar', y el secundario, es decir, ‘regocijar'–, viniendo a ser así «perfecto poema, legítimo, noble, ilustre de todos cuatro costados». De hecho, razona Fernández de Córdoba, el poema contiene una útil doctrina, puesto que «loa la frugalidad, la sinceridad de los ánimos, condena la ambición, la envidia, la adulación, la mentira, la soberbia». Por otra parte, procura deleite tanto a los doctos y versados en letras, los únicos capaces de apreciarlo en su totalidad, como al vulgo mal instruido, que, al no entenderlo del todo, admitirá su ignorancia y –al contrario que Jáuregui– el superior ingenio del Homero español. Así las cosas, siendo «bueno a toto genere», el poema de las Soledades –entendido aquí como un crisol de res y verba– no puede considerarse oscuro (al menos, para los cultos), por más que don Luis, en la estela de grandes autores del pasado y del presente, se acoja a menudo a un estilo elevado. Para demostrar que este «hablar grande» les viene como anillo al dedo a las silvas gongorinas, Fernández de Córdoba vincula el motivo de la oscuridad con la segunda cuestión de la obra: la del género y del decoro. Volviendo completamente del revés los argumentos defendidos en el Parecer, el abad razona ahora por exclusión y acaba por adscribir el poema al maleable género lírico, el cual, al tratar también «de dioses, de héroes, de guerras, de victorias y cosas semejantes», resulta digno de la grandeza propia de la épica. Luego nada impide que Góngora adorne las Soledades con los recursos de una elocución sublime, sin infringir, por otra parte, las normas del decorum, puesto que –a juicio de nuestro autor– reserva el estilo magnífico y majestuoso para la res, igualmente elevada, de los episodios singularmente ‘épicos' («cazas alegres, navegaciones animosas, himeneos con faustas aclamaciones, juegos de carrera y lucha», etc.), favoreciendo, a su vez, la evidentia o hipotiposis, o sea, el potencial de una imagen poética capaz de suscitar la visualización de lo evocado. En la segunda parte del Examen, Fernández de Córdoba rechaza las ideas de Jáuregui acerca de la reiteración del indefinido tanto con los sustantivos («Tanto garzón robusto, / tanta ofrecen los álamos zagala»; «tanta náutica doctrina»; «besó ya tanto leño») y la repetición de versos, como en el endecasílabo «Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo», que escande el epitalamio de la Soledad primera, evocando de hecho el canto nupcial del carmen 62 de Catulo («Hymen o Hymenae, Hymen ades o Hymenaee»); o bien los versos de Tasso dedicados a las bodas de Giulio Cesare Gonzaga y Flaminia Colonna («vieni, Imene Imeneo, ch'è spento il giorno»). Asimismo, defiende las innovaciones rítmicas y métricas que, a raíz de la renovación iniciada ya por Herrera, Góngora introdujo en el endecasílabo, a sabiendas y concienzudamente. Refuta así las acusaciones relativas al uso de la diéresis, que Jáuregui denominó división de la sinalefa; aprueba y elogia la repetición de palabras (el verbo ‘dar', por ejemplo, o la voz ‘seña'), la introducción de neologismos (el término ‘errante') y el recurso a dos giros sintácticos muy del gusto de Góngora que se documentan en otros antiguos y modernos: el acusativo griego, por un lado; y, por el otro, la fórmula ‘A, si no B'. Antes de cerrar con un epílogo digno del chistoso íncipit de su apología, Fernández de Córdoba aborda varias cuestiones secundarias, moviéndose con agilidad de una a otra y contrarrestando con ejemplos y erudición las tesis de Jáuregui, entre las cuales destacan las que condenan el abuso de la voz prolijo, la metonimia del v. 48 («entre espinas crepúsculos pisando»), el verbo sincopar del v. 1052 («la distancia sincopan tan iguales»), la hipérbole del v. 440 («señas, aun a los buitres lastimosas»), la difícil interpretación del paréntesis en el íncipit de la Soledad primera («(Media luna las armas de su frente, y el Sol todo los rayos de su pelo»), la alusión al macho cabrío que «redimió con su muerte tantas vides» (v. 160), la longitud de períodos, el discurso de las navegaciones –con su excurso sobre el istmo de Panamá–, el título de ‘rey de ríos' asignado al Nilo y, por fin, la pestilencia del Polifemo, «que aun tiene el sevillano por mucho peor poema». 7. Otras cuestiones – Ecos del Examen en la polémica en torno a Góngora Como se desprende del epistolario de Fernández de Córdoba y de la necesidad de hacer más copias de su apología, el Examen, al cabo de tres años de su redacción, debió de alcanzar un éxito inmediato que perduraría hasta la madurez de esta controversia. Fue a todas luces un crisol de inspiración para los seguidores de Góngora. Pruebas de semejante fortuna, por otra parte, se hallan diseminadas en varios documentos que traban con la obra del abad relaciones de diverso tipo y grado de intertextualidad. Entre los más señeros, traeremos a capítulo en primer lugar los escritos de Díaz de Rivas antes citados, es decir, los Discursos apologéticos y, sobre todo, las Anotaciones y defensas, que, con alguna frecuencia, reelaboran pasajes enteros del Examen de don Francisco: Los desiertos de Egipto, donde vivían aquellos monjes antiguos, se decían ‘soledades', o ‘yermo', que es lo mismo; y ellos, ‘monachi', id est ‘solitarii'. Con todo eso, estaban tan llenos de monasterios que San Bernardo dijo elegantísimamente que las ciudades se habían trasladado al yermo. Quiero dar más ejemplos. César (libro II, De bello gallico): «Civitatibus maxima laus est quam latissimas circum se vastis finibus solitudines habere». Donde, por ‘soledad', entiende falta de población, no de alquerías, huertas, labranzas y mucha gente que las cultive; que esto es utilísimo para las ciudades. | …en los desiertos de Palestina, en los de Tebaida de Egipto, en los de Nubia, hubo antiguamente tantos conventos y tan poblados de monjes, que –según se refiere en lo De vitis Patrum– pudieran formar no pequeños pueblos y, con todo, sus santos habitadores granjearon y retuvieron el apellido de ‘monjes', que quiere decir ‘solos' o ‘solitarios', del nombre griego μοναχός (que significa esto mismo) …. ¿César no dijo «Civitatibus maxima laus est quam latissimas circum se vastis finibus solitudines habere», siendo cierto que la alabanza consiste en tener no despoblados de todo punto, sino campos con alquerías y gente que los cultive para abastecer las ciudades mismas? Deudas de esta naturaleza y los reflejos mutuos entre el Examen y las Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas pueden estimarse como la secuela natural de la asidua correspondencia entre dos sabios amigos que dialogan, intercambian opiniones y reflexionan al alimón sobre un mismo asunto. Por otra parte, tampoco es de extrañar que, dentro de una batalla literaria, las obras en ella enroladas –a menudo con finalidades diametralmente opuestas– dejen un rastro tan acusado las unas sobre las otras como para tejer una compleja red, favorecida también por la común participación de unos mismos principios estéticos y culturales. Representa otra prueba del carácter de ejemplaridad que adquirió el texto de Fernández de Córdoba entre sus coetáneos la paráfrasis de un largo pasaje del Examen en la Soledad primera, ilustrada y defendida del anónimo antequerano: Qué género de poema sea este no es fácil de averiguar por no ser épico, ni dramático, ni bucólico; pienso es mélico o lírico, conforme a la naturaleza que le dan Scalígero y Minturno, en el libro 5, tomándolo de Horacio en su Arte, sin embargo de que es más largo, de lo que sufre lo lírico antiguo, porque, como se ha dicho, el poeta imitando así algo de nuevo; y como las comedias se han alterado y mudado y recibido otra forma, así lo lírico. Algo más que una simple inspiración fue, en cambio, la intertextualidad que vincula la defensa del abad de Rute con otro comentario de los poemas gongorinos: la Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe (1636). Cristóbal de Salazar Mardones recogió –sin explicitarlo– pasajes tomados de diversos hitos del debate en torno a las Soledades. De ahí que Eunice Joiner Gates definiera este documento tardío de la polémica como «a patchwork of passages lifted from others». De hecho, la Ilustración se configura como un verdadero pastiche donde se plagian, o bien se reelaboran, no solo fragmentos del Antídoto y del Examen, sino también de las Anotaciones (1580) de Herrera, del Libro de la erudición poética (1611) de Carrillo y Sotomayor y de las Lecciones solemnes (1630) de Pellicer. Aunque volveremos en otro lugar sobre la extrema dependencia de los escolios de Salazar Mardones respecto a la obra de nuestro autor, baste como muestra el siguiente botón: Pues para mí tengo por sin duda que hablaron de un mismo Euforión el orador y el poeta latino, porque, si bien hubo otro de este nombre y poeta fue trágico y natural de Atenas, hijo de Esquilo el trágico, el de Calcis tuvo por padre a Polimneto, por condiscípulos a Lácidis y Pritanides (filósofos), y Arquébuto Tereo (poeta), por fautores a la mujer de Alejandro, rey de Eubea, hijo de Crátero, y después a Antíoco el Grande, rey de Siria, de cuya biblioteca tuvo cargo, escribió en verso heroico el Hesíodo y la Mopsopia, en que describió oráculos de mil años venideros. | Pues para mí tengo por sin duda que hablaron de un mismo Euforión el orador y el poeta latino, porque si bien hubo otro de este nombre –y poeta fue trágico y natural de Atenas, hijo de Esquilo el trágico–, el de Calcis tuvo por padre a Polimneto, por condiscípulos a Lácidis y Pritanides, filósofos, y Arquébuto Tereo, poeta, por fautores a la mujer de Alejandro, rey de Eubea, hijo de Crátero, y después a Antíoco el Grande, rey de Siria, de cuya biblioteca tuvo cargo. Escribió en verso heroico el Hesíodo y la Mopsopia, en que describió oráculos de mil años venideros. 8. Establecimiento del texto 8.1. Los testimonios del Examen 8.1.1. Biblioteca Nacional de España ms. 3906 (citado A) Papeles varios gongorinos – S. XVII, XII pp., 700 ff., 220 x 155 mm. En el tejuelo del manuscrito se lee: «Don Martín de Angulo / Égloga Fúnebre a Don Luis de Góngora»; y en una de las primeras páginas: «Manuscrito de D. Martín de Angulo con varias poesías de D. Luis de Góngora y Argote». De hecho, en los primeros folios, viene impresa dicha Égloga fúnebre a Don Luis de Góngora de versos entresacados de sus obras por Don Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja. Como se deduce de una nota que sigue al índice, debió de pertenecer a don Ambrosio de la Cuesta y Saavedra, canónigo de la Catedral de Sevilla. El índice nos proporciona toda la información relativa a las obras contenidas en el códice. En particular, además del Examen del Antídoto, que comienza en el folio 455, encontramos algunos poemas de Góngora y otros textos de la polémica, entre los cuales cabe citar: 1) Carta de Pedro de Valencia a Don Luis de Góngora en censura y juicio que hace de su poesía; 2) Discurso apologético de Pedro Díaz de Rivas sobre las poesías de Don Luis de Góngora; 3) Fábula de Polifemo y Galatea de Don Luis de Góngora; 4) Soledades de Don Luis de Góngora; 5) Censura a las lecciones solemnes que Pellicer hizo a las obras de Don Luis de Góngora; 6) Antídoto contra la poesía pestilente de Don Luis de Góngora por Don Juan de Jáuregui; 7) el mismo Examen; 8) unos Diálogos que ofrecen la exégesis de algunos textos gongorinos. Características peculiares: el copista embute dentro del texto las referencias a las obras latinas e italianas que cita Fernández de Córdoba y que en el resto de los testimonios figuran como marginalia. ms. 3726 (citado M) Obras de Góngora y referentes él – S. XVII, 343 ff., 215 x 150 mm. Redactado con tintas diferentes por un mismo amanuense, el códice transmite varios textos de la polémica gongorina e incluso algunas obras de Góngora. La letra es del siglo XVII, y la copia de los Discursos apologéticos de Díaz de Rivas (ff. 72-221) está fechada en 1624. El Examen empieza en el folio 253v, no presenta título y se divide en 43 epígrafes que dividen idealmente el tratado a medida que el autor pasa de una argumentación a otra. El códice contiene: 1) Fábula de Acis y Galatea de Luis Carrillo Sotomayor; 2) Fábula de Polifemo a lo burlesco, de Alonso de Castillo Solórzano; 3) Fábula de Polifemo y Galatea en octavas; 4) Soledades; 5) Discursos apologéticos por el estilo de Polifemo y Soledades… de Pedro Díaz de Rivas; 6) Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, aplicado a su autor, para defenderle de sí mismo, de Juan de Jáuregui; 7) Décima contra este Antídoto, que hizo Juan de Jáuregui contra las Soledades; 8) Contra el Antídoto y en favor de Luis de Góngora, por un curioso; 9) Examen del Antídoto (sin título); 10) Cierta nota, de cierto advertente a este examen; 11) Una apología del señor don Francisco por una décima del autor de las Soledades; 12) Canción a la toma de Larache; 13) Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas. ms. 5566 (citado M1) Cancionero – S. XVI y XVIII, III-XI pp., 732 pp., 305 x 205 mm. El códice presenta en las primeras páginas la «Tabla de lo que contiene este libro», y hasta la 193 transmite un cancionero con obras de varia naturaleza. Interviene más de un amanuense: pp. III-XI y 1-193, letra del siglo XVI; pp. 199-601, letra del siglo XVIII; desde la p. 603, distintos tipos de letras del siglo XVII. Se repite un índice de los contenidos, algo más detallado en las pp. 728-732. Se trata de un codex descriptus del ms. 3726 de la misma Biblioteca. Por tanto, en buena lógica, el Examen del Antídoto (p. 329-511) no lleva aquí título y se divide en 43 epígrafes. Por lo general, el copista sigue su modelo sin intervenir ni enmendar (quizá también por su escasa competencia). El códice contiene: 1) El antedicho cancionero que incluye poemas de Diego Hurtado de Mendoza; 2) Fábula de Acis y Galatea de Luis Carrillo Sotomayor; 3) Fábula de Polifemo a lo burlesco de Alonso de Castillo Solórzano; 4) Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades, aplicado a su autor, para defenderle de sí mismo, de Juan de Jáuregui; 5) Contra el Antídoto y en favor de Luis de Góngora, por un curioso; 6) Examen del Antídoto (sin título); 7) Cierta nota, de cierto advertente a este examen; 8) Una apología del señor don Francisco por una décima del autor de las Soledades; 9) Canción a la Toma de Larache; 10) Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas; 11) Otros poemas de Diego Hurtado de Mendoza y anónimos. ms. 3803 (citado M2) S. XVII, 109 ff., 200 x 150 mm. Este códice, que, como queda dicho, fue usado y transcrito por Artigas Ferrando en su estudio de 1925, solo transmite el Examen del Antídoto, atribuido aquí a Cristóbal de Salazar Mardones, el autor de la Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe (1636). Encuadernación en pergamino. Al principio un folio con distinta letra: «Contra lo que finge Virgilio que Numa Emperador fue discípulo de Pitágoras». El copista, muy atinado, demuestra también un discreto conocimiento de las lenguas latina e italiana. 8.1.2. Biblioteca Universitaria de Salamanca ms. 2006 (citado S) S. XVII, 2 h., 377 ff., 1 h., 210 x 150 mm. Propiedad de la Biblioteca del Palacio Real de Madrid (n. 1323) y luego del Colegio Mayor de Cuenca (n. 63), el códice, en el que intervienen distintos escribanos, transmite, gracias a la labor de un único amanuense, una copia de la obra de Fernández de Córdoba (186r-267r), erróneamente atribuida aquí a Francisco de Amaya: «Apología por las Soledades contra el Antídoto. Escribiola el Doctor Francisco de Amaya». El manuscrito contiene: 1) Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades aplicado a su Autor para defenderle de sí mismo, de Juan de Jáuregui; 2) Annotaciones a las bellezas de el Polyphemo, de Pedro Díaz de Rivas; 3) Anotaciones a la Soledad primera de Luis de Góngora , de Pedro Díaz de Rivas; 4) Al maestro Lisarte de la Llana el licenciado Claros de la Plaça su discípulo, hijo de Llanos de Castilla y Plaça , de Juan de Jáuregui; 5) Un décima que comienza: «De Antídoto rotulado / este bote de veneno»; 6) Examen crítico de la canción que hiço Lope de Vega a la venida del duque de Osuna, dirigido al mismo auctor; 7) Respuesta de una carta que envió el duque de Osuna a don Octavio de Aragón, hijo de el duque de Terranova; 8) Carta de Busto de Villegas a Felipe II sobre la venta de vasallos, jurisdicción y rentas temporales de iglesias y monasterios. Toledo, 15 de julio de 1574; 9) el propio Examen de Fernández de Córdoba; 10) Apología por una décima del autor de las Soledades, del mismo abad de Rute; 11) Pragmática de don Cupido, rey de los ciegos, contra los desatinos del amor; 12) Informe de don Mateo de Lisón y Biedma, veinte y cuatro de Granada, a su Majestad en la audencia que dio viernes 11 de junio de 1626 años, sobre la contradicción de la venta de vasallos. ms. 2123 (citado S1) S. XVIII, 191 ff., 1 h., 206 x 145 mm. El códice, descriptus del ms. 2006, perteneció a la Biblioteca del Palacio Real de Madrid (n. 833) y al Colegio Mayor de Cuenca (n. 362), y conserva, además del propio Examen (1r-169r), de nuevo mal atribuido a Francisco de Amaya, un par de obras: 1) Apología por una décima del autor de las Soledades; 2) Pragmática de don Cupido, rey de los ciegos, contra los desatinos del amor. 8.1.3. Biblioteca de la Fundación Bartolomé March de Palma de Mallorca ms. 6454 (citado G) Es el manuscrito número 66 de los fondos bibliográficos de la biblioteca del Duque de Gor, sacado a la luz por Emilio Orozco Díaz y hoy en la biblioteca de la Fundación Bartolomé March en Palma de Pallorca. En una de las primeras páginas, se lee: «Del Colegio de la Comp(añí)a de Jh(esu)s de Granada». El Examen del Antídoto empieza en el folio 35r y termina en el 123r. Está escrito por una misma mano. La letra es de mediados del siglo XVII. El códice contiene: 1) Antídoto contra la pestilente poesía de las Soledades aplicado a su Autor para defenderle de sí mismo; 2) Examen del Antídoto o Apología por las Soledades contra el Autor del Antídoto; 3) Apología por una décima del Autor de las Soledades; 4) Parecer de Don Francisco de Córdoba acerca de las Soledades a instancia de su Autor; 5) Advertencias de Andrés de Almanza y Mendoza para inteligencia de las Soledades de Don Luis de Góngora; 6) Carta escrita a Don Luis de Góngora en razón de las Soledades; 7) Respuesta de Don Luis de Góngora; 8) Carta de Don Antonio de las Infantas y Mendoza respondiendo a la que se escribió a Don Luis de Góngora en razón de las Soledades; 9) Don Luis de Góngora a la Soledad persuadiéndola que deje la Corte; 10) Décimas del mesmo; 11) Respuesta a las cartas de Don Luis de Góngora y de Don Antonio de las Infantas. Características peculiares: presenta muchas lagunas en las citas latinas e italianas, y a veces incluso las omite del todo. 8.1.4. Biblioteca del Seminario de Vitoria ms. 88 (citado V) Papeles varios – S. XVIII, 273 ff., 330 x 220 mm. Conservado en la Biblioteca del Seminario Diocesano de Vitoria-Gasteiz, este manuscrito recoge solo una séptima parte del Examen, bajo el título Defensa de Góngora contra el Antídoto de Jáuregui. La letra es de mediados del siglo XVIII. En el margen derecho superior del primer folio, coincidiendo con la obra del abad de Rute, se lee: «Lo subrayado está escrito con lápiz por D. B. J. Gallardo, cuya letra conozco muy bien. A.». El códice está formado por: 1) Defensa de Góngora contra el Antídoto de Jáuregui; 2) 91 cartas de Góngora (copiadas el año 1771); 3) Compilaciones de las instrucciones del Oficio de la Santa Inquisición de Tomás de Torquemada; 4) Condiciones que el Consejo de Población, establecido en Granada, mandó observar a los nuevos pobladores de su reino, en fecha de 22 de agosto de 1573 en conformidad de lo que S. M. tenía mandado en 25 de septiembre de 1571; 5) Capítulos de la Real Renta de Población de 1595; 6) Real Cédula de 15 de noviembre de 1688 ordenando que el protector de Granada vea en primera instancia los pleitos de los pobladores del Reino de Granada; 7) Real Cédula de 12 de enero de 1712 sobre pleitos de bienes confiscados a los moriscos de Granada; 8) Petición de los “cristianos viejos” al Rey; 9) Cédula de Felipe II de 24 de febrero de 1571 incorporando al fisco real los bienes de los moriscos rebelados; 10) Comunicación de haber remitido por duplicado el informe de Matías Anglés y Gortari, Corregidor de Potosí, sobre la causa criminal contra Joseph de Antequera y narrando los sucesos ocurridos el día de su ejecución, 29 de julio de 1731; 11) Copia de documentos referentes a la pretensión del Marqués de Mondéjar a tener asiento en la Iglesia mayor de Granada el día de la Candelaria; 12) Informe de Juan Lucas Larraga sobre la aleación de oro de la plata que viene de Potosí; 13) Copia de la sentencia dada el 1 de noviembre de 1779 por los comisarios nombrados por el Congreso de los Estados americanos; 14) Informe de Miguel Ripa fechado el 24 de mayo de 1749 en que censura el régimen de tributos vigentes; 15) Súplica al Rey Presbítero D. Diego de Torres Villarroel, catedrático de Matemáticas y Astrología en la Universidad de Salamanca; 16) Episodios de la Guerra de Sucesión; 17) Memoria de los regalos con ocasión del bautismo de un Príncipe; 18) Relación del valor líquido de las encomiendas de las tres Órdenes Militares; 19) Cargos que resultan del proceso contra Joseph Estevan. Características peculiares: además de ser lagunoso, el segmento en cuestión presenta numerosas omisiones. 8.2. La tradición textual del Examen 8.2.1. ¿Errores de arquetipo? El requisito para demostrar la existencia de un arquetipo, el ejemplar perdido del que descienden todos los manuscritos conservados de un texto y «por encima del cual no es factible remontarse», es la localización de al menos un error monogenético común a toda la tradición. En el caso del Examen del Antídoto de Fernández de Córdoba, no contamos con pruebas irrefutables de la existencia de semejante códice y, en consecuencia, podría caber la remota posibilidad de que toda la tradición derive de un original que, a la luz de las pequeñas corruptelas presentes en todos los manuscritos, debería identificarse al menos con un autógrafo redactado de forma apresurada, o acaso con un idiógrafo. Sin embargo, los errores compartidos por todos los testimonios que nos traemos entre manos nos inducen a formular una hipótesis distinta, ya que, aun siendo de naturaleza supuestamente poligenética, su número se antoja elevado para un texto tan breve: de hecho, hemos detectado hasta siete innovaciones comunes; y, además, en algunos casos resulta de veras difícil pensar que se trate de coincidencias casuales (fallos cometidos de forma autónoma por distintos copistas) o de lapsus calami del mismo autor. A fin de cuentas, la linde entre monogénesis y poligénesis no siempre salta a la vista, toda vez que el grado de monogénesis de determinadas corruptelas depende asimismo de las características concretas de la tradición. En el caso que nos ocupa, el corolario más económico, por tanto, es que existiera un arquetipo  entre el original y los apógrafos conservados; lo cual conllevaría, como principal secuela, la imposibilidad de detectar, dentro de esta cultísima tradición, variantes de autor y tampoco –más improbable todavía– distintas redacciones del texto del abad de Rute. La primera de dichas innovaciones es la presencia de ‘eso' en lugar de ‘eslo' en el fragmento que sigue: eslo  eso A M M1 M2 S | esso G | ese S1 | om. V Aunque, si mira vuestra merced –sin antojos de apasionado alinde– los defectos de este poema, confesará que no es tan oscuro como eslo su estilo, pues se acomoda a los sujetos de que trata, pues tiene tanto de energía, o evidencia, o perspicuidad, que así la llama Cicerón. La segunda corruptela común a todos los testimonios es el error ‘Égloga II' por ‘Égloga I' en un pasaje donde se alude a los versos iniciales de la Égloga primera de Garcilaso dedicados al virrey de Nápoles, don Pedro de Toledo, y citados también por Jáuregui en su Antídoto: Égloga primera  Egloga II A | ecgloga 2ª G M2 | egloga 2ª M M1 V | eglog(a) 2ª S S1 Vuestra merced quisiera que le aplicara el autor de las Soledades otra ocupación y virtud ilustre, competente a tal señor –a imitación de Garcilaso en la Égloga primera–, y esta fuera –aunque loable en príncipes– muy accidental, como nada heroica en lo militar ni en lo civil. Igualmente poligenético podría considerarse el probable error ‘bautizarán', en lugar de ‘bautizará', a resultas de la lectura equivocada de una tilde (leída como si fuera un titulus): bautizará  baptizaran A | baptizarán G V | bautizaràn M M1 | baptiçaran M2 | vaptiçaran S | baptizaràn S1 Si en la primera, que sola hoy ha salido a luz, este mancebo está por bautizar, tenga vuestra merced paciencia que en la segunda o en la tercera se le bautizará y sabrá su nombre. A estas corrupciones hay que añadir al menos otra posible innovación, que, si bien ceñida al cambio de un solo grafema, nos parece algo más difícil que se haya producido de manera independiente en cada uno de los testimonios de la tradición: tentejuela  tentejuelo A G M M2 S | tentezuelo M1 | tentejullo S1 | om. V Virgilio al menos así lo hizo: ¿cuántas y cuántas palabras hallará vuestra merced repetidas en sus obras cincuenta y cien veces? ¿Cuántas en la de Horacio y otros? ¡Hasta tentejuela! Hablen el índice virgiliano de Nicolás Eritreo y el horaciano de Tomás Trectero, y callará vuestra merced en esta materia por cien años. El CORDE no registra el uso del término ‘tentejuelo' en ningún documento. En cuanto a la voz ‘tentejuela', compuesta de ‘ten' y ‘tejuela' según el Diccionario de Alemany y Bolufer (1917), asoma en la novela La pícara Justina de Francisco López de Úbeda; y la locución adverbial ‘hasta tentejuela' se halla en tres diccionarios de mediados del XIX («hasta no poder más, con todo extremo», Salvá 1846). Por este motivo, parece razonable considerar la lección ‘tentejuelo' una innovación. Ahora bien, los errores que nos inducen a apostar por la existencia del arquetipo son tres. Se trata, respectivamente, de la inversión ‘si no carga y asombro', en la transcripción del verso 308 de la Soledad primera («si carga no y asombro»); y de dos corruptelas que, aun ciñéndose al cambio de apenas uno o dos grafemas, difícilmente pueden haberse dado de manera individual en distintos códices. La primera es la corrupción ‘los gigantes' en lugar de ‘las gigantas': los gigantes  los gigantes A G M M1 M2 S S1 | om. V Así también diremos a la vela del navío, o sea –por solo servir a vuestra merced– al navío mismo, “Clicie del viento”, no porque camine buscando al sol, ni porque lleve aquellos desmesurados florones que las gigantas o girasoles, sino porque de la manera que estos, mirando al sol, se gobiernan por él, así la vela mira al viento y por él se gobierna, si bien para huirle y darle espaldas como el heliotropio para seguir a su querido, el sol, y andarse tras él. La segunda innovación –y, en nuestra opinión, última prueba de la existencia de Ω– es, en cambio, la glosa marginal ‘Égloga' en lugar de ‘Elegía', presente en todos los testimonios para remitir al verso 13 de la Elegía cuarta de Herrera, «Del ancho mar el término infinito»: Egl(oga) 1 A | H. (marg.) G | H. (marg.) M M1 | H. M2 | H. (marg.) S S1 En este lugar parece muy remota la posibilidad de un origen poligenético, aun suponiendo que la innovación se produzca a partir de la errónea lectura de la abreviatura ‘eleg.' por ‘elegía'. 8.2.2. La familia β Entre los datos más útiles que nos brinda la collatio, destacan una serie de errores comunes a seis de los ocho manuscritos conservados que, por ser conjuntivos y separativos a la vez, nos llevan a suponer que estos ejemplares constituyan una familia y deriven, por consiguiente, de un único subarquetipo β. La primera de dichas innovaciones conjuntivas, que poseen un grado de separatividad significativo con respecto al testimonio A, el cual se quedaría, por tanto, fuera del grupo β, reza así: digna vox A tigna (vox om.) G | digna (vox om.) M M1 M2 S S1 | om. V C.de Legibus A en el mesmo titulo G. (de legibus om.) G | en el mesmo titulo C. (de legibus om.) M M1 M2 | en el mesmo (mismo S1) titulo (de legibus om.) S S1 | om. V Y aunque no ha faltado quien haya dicho que no está obligado a sujetarse, pues, como príncipe que hoy es de la poesía española, puede dar leyes sin sujetarse a recibirlas –conforme a la ley princeps (D. de Legibus)–, él, por su modestia, juzga que debe pasar por ellas ajustándose en esto a la ley digna vox (C. de Legibus), y yo, que maravillosamente las ha guardado, como ha parecido tantas y tantas veces por testimonio de autores tan graves. La segunda ley aludida en el fragmento corresponde, sin duda, a una constitución de Valentiniano III (C. 1, 14 , 4), desmembrada en el Codex Iustinianus, y conocida como digna vox, cuya finalidad era impedir que el emperador privilegiase y absolviese de las leyes a los príncipes. Es lógico suponer que la caída de ‘vox' se haya originado en un único ejemplar y que luego se haya transmitido a sus descendientes. Asimismo, la innovación ‘en el mismo título', se antoja como una reelaboración errónea de β, ya que las dos leyes suelen encontrarse en distintos títulos del Corpus: la primera en el Digesto y la segunda en el Codex propiamente dicho. Corrobora la existencia de β un rico abanico de omisiones, tanto de palabras como de segmentos textuales más extensos, que atañen sobre todo a las citas latinas, y también la transcripción incorrecta de algunos fragmentos espigados en el texto del Antídoto de Jáuregui: tanta de la meriendaA mucha de la merienda G M M1 M2 S S1 | om. V «Estos modos» –dice vuestra merced– «son vilísimos, como cuando el vulgacho dice “hubo tanta dama”, “tanto caballero”, “tanta de la merienda”». ⁎⁎⁎ tan sin cuidadoAom. G M M1 M2 S S1 | om. V Dice vuestra merced luego: «Notable escrúpulo tuvo vuestra merced cuando tocó aquella similitud del carbunclo, pues dijo: “Si tradición apócrifa no miente”. Dejado que el verso es nada poético, el melindre es graciosísimo para quien toca mil mentirosas fábulas tan sin cuidado». ⁎⁎⁎ tres A om. G M M1 M2 S S1 | om. V La orza contenía ... la oreja A  y refiere los versos (om. los versos) G M M1 M2 S S1 | om. V Dice luego vuestra merced: «Igual hermosura tienen aquellos tres versitos como tres perlas: “La orza contenía / que un montañés traía. / No excedía la oreja, etc.”». En el postrer ejemplo, la omisión de los versos de la Soledad primera, citados y comentados por Jáuregui con ironía, y su sustitución por ‘y refiere los versos', dejan el pasaje incompleto y echan por tierra el objeto de la argumentación. Algo parecido ocurre asimismo con una latinización de Aristóteles y con otros versos procedentes de las Soledades: voces sunt signa conceptuum A om. G M M1 M2 S S1 | om. V Porque comoquiera que las palabras no solo son señales de los conceptos –conforme al filósofo, «voces sunt signa conceptuum»–, sino vestiduras de ellos, han de ser ajustadas a su talle. ⁎⁎⁎ Pasos otro dio al aire al suelo A om. G M M1 M2 S S1 | om. V Advocaron así toda la gente A om.G M M1 M2 S S1 | om. V Haga vuestra merced unas ordenanzas confirmadas de Apolo y graduarlas hemos aquí de Dios y del rey. ¡Que un verso tan significativo y de tanta energía, «Pasos otro dio al aire al suelo coces», se dé por de caballeriza! ... Que el siguiente verso, «Advocaron a sí toda la gente», sea de tribunal no es maravilla, pues donde había juzgado de juegos y premios, no pudo faltar tribunal de jueces. Además de estos errores probablemente monogenéticos, se detectan una haplografía y numerosas innovaciones, las cuales podrían haberse producido de forma poligenética. Nos limitamos a señalar solo unos cuantos: Petronio Árbitro, introduciendo a Encolpio A Eucolpio G M M1 M2 S S1 | om. V no usó de versos repetidos, intercalares o amebeos A amaveos G amabaeos M M1 | amabeos M2 S S1 | om. V los versos amebeos del epitalamio de las Soledades A  amaveos G | amabaeos M M1 | amabeos M2 S S1 | om. V cuidando más –como maestro de retórica– de las figuras de las sentencias que de las de las palabras A (de las om.) de las palabras G M M1 M2 S S1 | om. V Las corruptelas de β nos inducen a excluir la posibilidad de que este o uno de sus descendientes constituya el modelo para A (y, como veremos más adelante, para V). El manuscrito A, por su parte, presenta una serie de lecciones características y de errores separativos que implican la imposibilidad de una derivación inversa: A no pudo ser el modelo de β. La naturaleza de dichas innovaciones individuales es muy heterogénea: omisiones, trivializaciones, inversiones, sustituciones y corrupciones de diferente fenomenología. Seleccionamos algunos de los casos más llamativos: con la de estadistas G M M1 M2 S S1  con los escritores A | con (la om.) de estas listas V Cuán loable entretenimiento o ejercicio sea el de la caza en los grandes señores, pues lo confiesa vuestra merced, no hay para qué traer autoridades de Jenofonte ni de Platón para probarlo, ni comprobarlo con la de estadistas modernos, entre los cuales el Fraqueta, en su Príncipe, y Juan Chokier, en su Tesoro de aforismos políticos, lo tratan bien. ⁎⁎⁎ nación G M M1 M2 S S1 V  nacimiento A Al cuerpo ayuda notablemente, habituándole a fatigas y sudores, tirocinio maravilloso de la milicia, respecto de lo cual dijo el otro rútulo que Virgilio introduce loando su nación: «Venatu invigilant pueri silvasque fatigant». Prescindiendo de comentar la obvia trivialización ‘con los escritores' de A, en el segundo fragmento el abad de Rute transcribe el v. 605 del noveno libro de la Eneida, donde el rútulo Numano, «como representante genuino de la raza itálica, define a su pueblo como duro, austero, habituado a la caza y a la guerra, es decir, como gente de acción, y lo opone a los griegos». De acuerdo con la materia tratada y el contexto del cual procede la cita virgiliana, cabría interpretar la lección ‘nacimiento' –poco coherente con el concepto de genus evocado por Virgilio («durum a stirpe genus natos ad flumina primum / deferimus saevoque gelu duramus et undis; venatu invigilant pueri silvasque fatigant»)– como una innovación de A, quizá a resultas de la lectura errónea de la abreviación de ‘nación' en su modelo. Significativas resultan también las siguientes corruptelas: glorïosa ... ocïoso M M1 M2 S S1  om. A | (glorïosa, rocïada om.) cambïase, ocïoso G | om. V que exceden ... por demasiadosG M M1 M2 S S1  que siendo estas vozes usadas veinte i ocho vezes ecceden (ya om.) en número a las que nota por demasiadas A | om. V Pasadero es también Hernando de Herrera, pero a cada paso incurre en el pecado mismo, diciendo: «süave», «ansïoso», «orïente», «varïar», «rocïado», «glorïoso», «glorïosa», «rocïada», «cambïase», «ocïoso», «victorïoso», «süavemente», «rabïoso», «impetüoso», «espacïoso», «brïoso», «superïor», «ocïosa», «trïunfando», «inferïor», «impetüosa», «victorïosa», «vïolento», «pïadosa», «pïedad», «invidïosos», «trïunfos», «invidïoso», «quïetud», «dïamante», «glorïosas», «pluvïoso». Ve aquí vuestra merced que exceden ya en número los que nota por demasiados en nuestro poeta. En su intento de defender a Góngora de las pullas de Jáuregui relativas al empleo arbitrario de la diéresis, Fernández de Córdoba inserta un elenco de 32 palabras, en las cuales Fernando de Herrera había optado por esta licencia, separando por tanto el diptongo. Ahora bien, en el corpus poético del sevillano, hemos localizado efectivamente unas cuarenta voces con diéresis: de estas, solo 25 coinciden con las que se deslizan en la lista de Fernández de Córdoba. Al margen de dicha discrepancia, parece manifiesto, en cualquier caso, el error de A, porque su copista elimina cuatro términos sin motivo, tratándose de palabras que figuran con diéresis en la edición crítica del “Divino”. Este dato nos obliga a juzgar erróneas las lecciones de dicho testimonio y a considerar ‘siendo estas vozes usadas veinte i ocho vezes' una interpolación del manuscrito A. A continuación, reproducimos otras innovaciones de A que, aun con un grado de separatividad nada despreciable, confirman la independencia de β: ha de mancharse quien tocare la pez G M M1 M2 S S1 V  tratare A dice la Sabiduría G M M1 M2 S S1 V donde A las paredes de muchos sagrados templos G M M1 M2 S S1 n(uest)ros A | om. V ¿qué resulta de obsceno o sucio sonido o sentido? G M M1 M2 S S1 obscuro A | om. V el campo, que no pisan alas hierba G M M1 M2 aun la A | a la S S1 | om. V no alcanza la más profunda meditación hallarles fondo G M M1 M2 S S1 a dalles A | om. V y a lo del Epitalamio de Paladio y Celerina G M M1 M2 S S1 Serena A | om. V Finalmente, cabe mencionar una serie de omisiones voluntarias del copista de A, puesto que deja unos espacios en blanco, los cuales, además de ratificar lo que acabamos de sostener, nos obligan asimismo a suponer que estuviera trasladando un modelo plagado de corruptelas y de difícil lectura. Además, conviene observar que el amanuense señala en los márgenes, con una secuencia de números (de 1 a 8), las lagunas de dicho ascendiente en correspondencia con citas latinas o italianas, seguramente con la intención –frustrada– de subsanar más tarde estos lugares acudiendo a sus fuentes o, quizá, a otro testimonio del Examen: Lo primero en que prueba vuestra merced la actividad y fineza de su Antídoto G M M1 M2 S S1 V la (actividad om. dejando un espacio en blanco) y fineza A È forse assai che di Savona ai liti G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco A | om. V Care selve beate G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco A | om. V Josefo Malatesta, Francisco Patricio, Horacio Ariosto, y toda la Academia de la Crusca G M M1 M2 S S1 om. dejando un espacio en blanco A | om. V como queda probado a juicio mío y después de Aristóteles G M M1 M2 S S1  a juicio de (deja un espacio en blanco) i mio A | om. V «et aspera agili saxa calcantem pede» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <1> en el margen A | om. V pues Plauto dijo: «Hem, a crasso infortunio» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <2> en el margen A | om. V y luego «preparata», «destinata», «già promessa», «desïata» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <3> en el margen A | om. V «Iv'era il curïoso Dicearco» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <4> en el margen A | om. V El Guarini en el Pastor fido: «trïonfar che d'un teschio» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <5> en el margen A | om. V «Sei lustri non reggesti il crine e 'l manto» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <6> en el margen A | om. V «E sparge l'alba dal celeste grembo» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <7> en el margen A | om. V «con Proserpina, a cui l'inganno è teso» G M M1 M2 S S1  om. dejando un espacio en blanco e inserta <8> en el margen A | om. V «L'America si parte ancora essa in due grandissime penisole… G M M1 M2 S S1  om.dejando un espacio en blanco A | om.V «Questa penisola del nuovo mondo tutta quasi sporta nel mezzogiorno… G M M1 M2 S S1  om.dejando un espacio en blanco A | om. V 8.2.3. La colocación de V y el subarquetipo α La fragmentariedad de V, que transmite solo una séptima parte del texto del Examen, representa un límite significativo para la colocación del mismo códice en el proceso de reconstrucción genealógica de la obra. Con todo, la localización de algunas innovaciones que comparte con β, junto con varios errores separativos de ambos testimonios, nos permite conjeturar la existencia de un modelo común α. La primera de dichas innovaciones conjuntivas es la sustitución, sin duda monogenética, de ‘exponi' por ‘cantari' en el verso de Horacio: exponi A  cantari G M M1 M2 S S1 V «Versibus exponi tragicis res comica non vult» Las ediciones del Ars poetica consultadas no registran en ningún testimonio la variante ‘cantari' en el v. 89, traído a colación por el abad de Rute. De ahí que nos decantemos por excluir que esta lección pudiera circular en ediciones de la época. Se añaden a este error dos corruptelas más: la omisión de ‘fuisse' en el fragmento citado de la oración ciceroniana Pro P. Quinctio («quod si tu iudex nullo praesidio fuisse videbere contra vim et gratiam solitudini atque inopiae»), y la transcripción errónea –y teóricamente poligenética– del primer verso de la Égloga I de Garcilaso de la Vega (‘el dulce lamentar de los pastores' en lugar de «el dulce lamentar de dos pastores»). Respecto a los errores separativos de V, bastará transcribir una de las numerosas omisiones que afectan tanto a extensos fragmentos del texto castellano como a citas latinas e italianas: en la égloga … e scriva A G M M1 M2 S S1 om. V Y estaba, o se finge estar, entonces poblada y frecuentada por extremo de pastores y zagales y aun de villajes. Últimamente en la égloga octava: «Forse che per fuggir la solitudine, / or cerchi le cittadi», etc. El Chiabrera en la canción que hizo a Colón: «Non perché umile in solitario lido / Ti cingano, Savona, anguste mura»; y en otro lugar: «E forse assai che di Savona ai liti / in solitaria riva / altri ne canti lagrimoso e scriva». Siendo así que la ribera de Saona no es solitaria, pues la ciudad está junto a ella y acuden de ordinario bajeles a ella. Por lo que se refiere a posibles innovaciones de β que tengan valor separativo con respecto a V, dado el carácter fragmentario de este códice, la localización de verdaderos errores resulta casi una quimera o, cuando menos, una empresa bastante complicada. De hecho, los únicos datos que nos inducen a conjeturar la independencia de V son una consistente serie de loci en los que este testimonio coincide con A en lecciones adiáforas que, en efecto, debemos remontar al arquetipo o –más arriba– al original. Seleccionamos solo algunas de ellas: cuando me encontré con sendos trapos A V (me om.) encontré (con om.) G M2 M M1 S S1 luego ha de serlo en sí o en sus obras A V halo de ser G S S1 | lo à de ser M | lo ha de ser M1 | a lo de ser M2 Lo primero en que prueba vuesa merced A V quien G M2 M M1 S S1 que de una y otra suerte le conviene A V porque G M2 M M1 S S1 ora en la tusculana, ora en su heredad formiana (firmiana V) A V ora (àora G) en su heredad formiana ora en la tusculana G M2 M M1 S S1 en la sierra, donde a pesar de los caniculares A V lugar donde G M2 M M1 S S1 8.2.4. El grupo γ y los errores separativos de G Los datos hasta aquí analizados nos llevan, de momento, a dibujar un estema bipartido que representamos con este diagrama: Ahora bien, dentro de la familia β, es necesario postular la existencia del grupo γ, del que forman parte los testimonios M, M1, M2, S y S1, los cuales comparten una única innovación monogenética que G no transmite; o sea, el error ‘metáforicas' en lugar de ‘metáforas': metáforas A G methaphoricas M M1 S S1 | metaphoricas M2 | om. V «Illa veneranda –dice él de la virtud de la dicción– et omne prorsus plebeium excludens quae peregrinis utitur vocabulis. Peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tum quodcumque a proprio alienum est». Y no hago diversa cabeza de esto último, porque, sin duda, las palabras peregrinas, las metáforas y los perífrasis son ajenos del propio y así los epiloga antes que diferencia. El autor del Examen, valiéndose del magisterio de Aristóteles, afirma que «la magnificencia de la elocución de tres cosas nace ...: de variedad de lenguas, de translaciones, de extensiones». Para referirse de nuevo a estos recursos, parafraseando el texto de la Poética, en el fragmento en cuestión se utilizan tres sinónimos: ‘palabras peregrinas' (variedad de lenguas), ‘metáforas' (translaciones) y ‘perífrasis' (extensiones). La lección ‘metafóricas', resultado de la atracción del sustantivo ‘palabras', difícilmente hubiera podido producirse en los cinco manuscritos de forma individual. Desde luego, la falta de otras corruptelas, monogenéticas a ciencia cierta, que puedan corroborar el subarquetipo γ, no nos permite descartar por completo la posibilidad de que los testimonios que nos ocupan desciendan directamente de β. Aun así, la presencia en dichos manuscritos de un par de deslices –si bien casi seguro poligenéticos–, y, sobre todo, su coincidencia en unos 17 casos de adiaforía, nos mueven a confirmar la existencia de γ, fundada en la corruptela ‘metafóricas'. A continuación, reproducimos los otros dos errores localizados y algunas de las adiáforas aludidas: que al fin supimos ser Teágenes y Cariclea G Clariquea A V | Cariclia M M1 M2 S S1 «tollere humo victorque virum volitare per ora» A G oras (corr. de hras S1) M M1 M2 S S1 | om. V ⁎⁎⁎ donde hay mucha que adonde hay poca gente A G V om. M M1 M2 S S1 el poema que con su gallarda imitación consiguiere este fin A G  imitacion o invencion M | imitazion ò invencion M1 | imitaçio(n) e invençion M2 | imitaçion e inbencion S | imitacion e invencion S1 | om. V quiero darle por postre otros A G quierole dar M M1 M2 S S1 | om. V y el mismo, en los libros De natura deorum A G de la naturaleza de los Dioses M M1 M2 | de naturaleça de los Diosses S | de naturaleza de los Dioses S1 | om. V suspende un año la publicación de un soneto A G  su M M1 M2 S S1 | om. V Asumiendo, entonces, la descendencia común de M, M1, M2, S y S1 a partir de un único modelo, para excluir que dicha familia derive del testimonio G bastaría con la localización en este manuscrito de al menos un error monogenético que no figure en γ. Entre las muchas corruptelas individuales de G, que implican la independencia de γ, seleccionamos solo una de las numerosas omisiones y algunas de sus innovaciones más significativas: Pro A. Caecina … aleretur A M M1 M2 S S1 Pro A. Caecina (Aebutius … aleretur om.) M. Celio a Ciceron (Ut non modo …facta om.) G | om. V Y últimamente el mismo, Pro A. Caecina: «Aebutius iste, qui iam diu Caesenniae viduitate ac solitudine aleretur». Marco Celio a Cicerón:«Ut non modo mihi solus esse, sed Romae, te profecto, solitudo videatur facta». ⁎⁎⁎ por extremo A M M1 M2 S S1 V  por este modo G Pero aún con menos embozo, en otro lugar cercano al referido: «Maximamente ricordandomi in questa fervida adolescenzia de' piaceri della deliciosa patria tra queste solitudini di Arcadia». Y estaba, o se finge estar, entonces poblada y frecuentada por extremo de pastores y zagalas y aun de villajes. ⁎⁎⁎ en cuja A M M1 M2 en puño G | en la mano S S1 | enaja V Usen pues nuestros príncipes, mientras la alta paz de que goza España no les permite andar como a sus clarísimos mayores con lanza en cuja, ni hay gobiernos de reinos en que juntamente se ocupen todos. Dejando a un lado las omisiones del primer fragmento y deteniéndonos tan solo en los últimos dos pasajes, resulta evidente que la lección ‘por este modo' en G es incorrecta, ya que la cita de Sannazaro, como las que la preceden, no justifica dicha lectura. Asimismo, la consulta del CORDE ha revelado la enorme frecuencia con la que la palabra ‘cuja', aderezo de la armadura de los soldados de la época, se solía asociar con la lanza. De hecho, se lee en Covarrubias: «Lanza en cuja y lanza en ristre son términos de la gente de armas». Por eso, hay que considerar la variante ‘en puño' una mera trivialización. 8.2.5. M2 y los testimonios de δ El grupo γ, cuya existencia acabamos de demostrar, parece dividirse en dos ramas distintas e independientes entre sí: la de M2 y la de δ. Este modelo común para los manuscritos M, M1, S y S1 se prueba con facilidad a partir del error ‘no traigo diversa cabeza', en lugar del correcto ‘no hago diversa cabeza', sin desdeñar las innovaciones que introduce en la transcripción de al menos un par de citas: ti cingano A G M2 Ti çingo M | Ti cingo M1 S | Te cingo S1 | om. V El Chiabrera en la canción que hizo a Colón: «Non perché umile in solitario lido / ti cingano, Savona, anguste mura». ⁎⁎⁎ en dehesas azulesA G M2 V en canpos de zaphiro M | en campos de zaphiro M1 | en campo de zaphiro S | en campo de Zafiro S1 Bajó el día siguiente a lo llano: allí sí que habría menester el pastor sombrerico para el sol, pues, aunque fuese el mes de marzo –que es la entrada de primavera–, decimos que aporrea el sol como mazo, y no era sino andada buena parte de abril, «en que el mentido robador de Europa / ... en dehesas azules pace estrellas», ¿qué mucho, pues, sudasen los o las que hacían ejercicio, y más si era en campos tan calientes como los andaluces? El verso que hoy se lee en las ediciones modernas de las Soledades reza: ‘en campos de zafiro pace estrellas'. Jammes reproduce tres versiones del mismo: la primitiva, ‘zafiros pisa, si no pace estrellas', comentada por Andrés Almansa y Mendoza en sus Advertencias; una versión intermedia, ‘en dehesas azules pace estrellas', traída a colación por Jáuregui en el Antídoto; y la definitiva ‘campos de zafiro'. Lo más probable es que el abad de Rute manejara una versión del poema correspondiente a la fase intermedia, aunque no podamos descartar que primara en este caso la necesidad de responder a Jáuregui, refiriéndose al verso tal y como el sevillano lo pone en ridículo en el Antídoto. La lección ‘campos de zafiro', pues, sería una innovación de δ, que demuestra, además, que nos las habemos con una tradición sumamente activa. La independencia de esta familia con respecto a M2 resulta más nítida a la luz de algunas corruptelas individuales de este testimonio, en su mayoría interpolaciones y omisiones: al reloj G M M1 S S1  el r. A | a las armas del r. M2 | om. V Al que vemos enojado, ¿no decimos que está hecho un león? Al armado, ¿que lo está como un reloj? Luego ¿aquel imita al león en todas sus acciones o este da horas, que es el oficio del reloj? Ni por imaginación, que la similitud solo consiste en las fierezas que hacen el hombre y el león enojados, y el armado en no faltarle pieza de las necesarias, como al reloj bien concertado, y otros símiles a este modo. ⁎⁎⁎ Gran … Nápoles A G M M1 S S1 om. M2 | om. V Pues quiero darle por postre otros que no solo por la calidad de su sangre generosa, sino por la de sus ingenios, pudieran darse muy por principio: el duque de Sessa, Gran Almirante de Nápoles; el duque de Feria... ⁎⁎⁎ antiguos A G M M1 S S1  latinos M2 | om. V No se olvide otra vez, por mi amor, de cosa tan sabida como vulgar en nuestro idiotismo: “fulano tiene gruesa hacienda”, “grueso caudal”, “grueso trato”. Y esto, no sin ejemplo de los antiguos, pues Plauto dijo: «Hem, a crasso infortunio», que con su beneplácito de vuestra merced romancearemos ‘de grande' y no ‘de gordo' infortunio. ⁎⁎⁎ hora A G M M1 S S1  h. de nuestro Pöeta M2 | om. V Ríase vuestra merced en buen hora, que no faltará quien de vuestra merced se ría, conforme a aquello de “matarás y matarte han”, etc. 8.2.6. La constelación de δ Los errores separativos de M y los de S, respectivamente conjuntivos de M1 y S1, delatan la existencia, dentro de δ, de dos ramas independientes. En particular, además de coincidir en la segmentación del texto en 43 epígrafes, M y M1 comparten varias omisiones, interpolaciones y lecciones erróneas o características, entre las cuales destacan la omisión del mismo título de la obra y otras innovaciones asimismo relevantes: ollero A G M2 S S1 V  caballero M M1 Pero en todo acontecimiento, pues a vuestra merced le consta que nuestro autor es poeta y debe constarle que este nombre –según buenos autores– se derivó de ποιέω (que significa ‘formar' y ‘fingir'), de donde también se dijo figulus el ollero o alfaharero –que tal parentesco tienen ambos ejercicios–, déjele hacer, que él sabrá acomodarse a la ocasión y necesidad, a fuer de buen ollero. ⁎⁎⁎ o con el arco … las hizo A G M2 S S1 om. M M1 | om. V Quien dijese que con la espada y lanza, invención de los lacedemonios –según Plinio–, o con el arco y flechas, invención de los escitas o de Perseo o Apolo, hizo tal capitán esta o aquella hazaña, ¿diría mal? ¿O entenderíamos que con las mismas –numero: espada y lanza de los lacedemonios, o con el arco y flechas de los referidos inventores– las hizo? No, por cierto. ⁎⁎⁎ y, asimismo … toscanos A G M2 S S1 om. M M1 | om. V Y dejando de tratar de Petronio Árbitro y Apuleyo, que por la extravagancia de palabras han dado tanto que hacer a sus intérpretes, y, asimismo, del Dante entre los vulgares toscanos –cuya varia musa con misteriosos pensamientos se subió, ya, tal vez cual otro Astolfo, a lo más alto de su Paraíso… De veras significativa resulta la corruptela que sigue: tornó G M2 S S1 torna A | estubo M M1 | om. V Siendo así que lo común es en los nombres que referimos servir la u y la i de consonantes verdaderamente y haberlas proferido por tales aquellos mismos que, cuando les tornó más a cuento, las pronunciaron vocales, ora sea en el principio, ora en el fin del verso, que esto verá vuestra merced cuán poco importe. El CORDE documenta la mayor fortuna de la expresión “estar a cuento” (20 casos en 16 documentos entre 1550 y 1699) frente a “tornar a cuento”. Por su parte, el Diccionario de Autoridades registra solo el modo adverbial “a cuento” y la construcción más habitual “venir a cuento”. Sin embargo, el hecho de que este modismo aparezca también en la Historia de la Casa de Córdoba, delata su cristalización en el usus scribendi del autor. Por ello, la lección de M y M1 debe considerarse una trivialización. También en el caso de los manuscritos S y S1 asoma cierto grado de parentesco, muy evidente ya desde el principio y, en particular, a partir de la errónea atribución de la obra a Francisco de Amaya. Seleccionamos unas cuantas corruptelas conjuntivas de S y S1 –y separativas con respecto a M y M1–, no menos llamativas: en cujaA M M1 M2 en puño G | en la mano S S1 | enaja V Usen pues nuestros príncipes, mientras la alta paz de que goza España no les permite andar como a sus clarísimos mayores con lanza en cuja, ni hay gobiernos de reinos en que juntamente se ocupen todos. ⁎⁎⁎ profesores A G M M1 M2  profetas S | prophetas S1 | om. V Pues ¿qué se le siguió al poeta de este trueco de estilo en los poemas referidos? Que dijese de ellos Daniel Bárbaro, hombre acreditadísimo en su tiempo con los profesores de buenas letras que «per lo artificio delle allegorie e degli enigmi mirabili appariscono a chi gli legge». ⁎⁎⁎ sabidos A G M M1 M2  salados S S1 | om. V Y si quiso advertir nuestro autor de las Soledades que no era dura, hizo bien y a modo de poeta, pues a los tales se permite usar de aposiciones o epítetos tan sabidos como este. La lección ‘profetas' de S y S1, en el penúltimo fragmento, se explica como la fallida interpretación de una abreviatura de la palabra ‘profesores' en el modelo copiado. De la misma manera, la lección ‘salados', en el último párrafo, es el resultado de la lectura errónea de los grafemas que componen la segunda sílaba de ‘sabidos'. El adjetivo ‘salados', por otra parte, no vendría al caso. Corroboran la relación de parentesco entre S y S1 numerosos errores supuestamente poligenéticos, entre los cuales destacan 9 casos de omisión por homoioteleuton: también se dijo figulus el ollero o alfaharero ... a fuer de buen ollero A G M M1 M2 V  om. S S1 los maestros llaman cacophaton –según quieren Quintiliano y Diomedes–, o cacephaton –según Sosípatro Carisio–, y vulgarmente ‘cacofonía' A G M M1 M2 om. S S1 | om. V y objeto adecuado ayudar deleitando –siendo el blanco (aunque inadecuado) arquitectónico y principal ayudar A G M M1 M2 om. S S1 | om. V Escribió en verso heroico el Hesíodo y la Mopsopia, en que describió oráculos de mil años venideros A G M M1 M2  om. S S1 | om. V Alguno de los demás dice que la sinalefa se llama sinéresis, pero ninguno que la sinalefa se comete en medio de la dicción A G M M1 M2 om. S S1 | om. V sin ser gordos, son de gran cuerpo. Como también advertirá que ‘adusto', cuando se refiere al cuerpo y no al color A G M M1 M2  om. S S1 | om. V «... se mira en su original». Yo al menos por tal le tengo en materia de poema nupcial y considerándolo en su original, como vuesa merced nos manda A G M M1 M2  om. S S1 | om. V El istmo se entiende ... en su fantasía traslada los lestrigones y los istmos al estrecho de tierra que divide la nueva España del Perú A G M M1 M2 om. S S1 | om. V «Por cuyo perífrasis –dice– nadie entenderá ‘hijo', ni debe entenderlo. Mírese lo que digo». De que nadie entenderá ‘hijo', mucho se promete vuesa merced, pero a la proposición de que ni debe entenderlo, digo, mi señor, que distingo A G M M1 M2  om. S S1 | om. V 8.2.6.1. M1 descriptus de M En sentido lato, la conditio sine qua non para que un códice pueda definirse como descriptus es que posea todos los errores de su modelo, más al menos un error propio. En este sentido, considerando, por un lado, la completa coincidencia de errores entre M y M1 y, por otro, tanto la falta de corrupciones que separen el primer testimonio del segundo como la presencia de lecciones erróneas propias solo de M1, cabe postular que este apógrafo sea copia de M. Valgan como ejemplo la lectura errónea del grupo consonántico st por bl en la palabra ‘pueblos' y algunas de las omisiones más significativas de M1: pueblos A G M M2 S S1 V  puestos M1 ¿Qué quisiera vuestra merced? Que cuando el duque estuviera más ocupado en cosas de sus pueblos o casa, o en un capítulo o asamblea de su Orden del Tusón, ¿se le pidiera que lo dejara todo y escuchara las Soledades ...? ⁎⁎⁎ mención A G M M2 S S1 om. M1 | om. V De suerte que si Plinio, en el capítulo 56 del séptimo libro de su Natural Historia, si Clemente Alejándrino en el primer libro de sus Stromas, si Polidoro Virgilio en los De inventoribus rerum, no hicieron mención del inventor de alguna cosa, ¿por eso no lo pudo ser fulano? ¿O la tal cosa fue congénita con el mundo? ¡Bravo abreviar la diligencia, la memoria o el ingenio de los demás! ⁎⁎⁎ philosophi … veri A G M M2 S S1 om. M1 | om. V Y Cicerón había dicho primero: «Hoc ego philosophi non arbitror testibus uti, qui aut casu veri aut malitia falsi fictique esse possunt: argumentis et rationibus oportet quare quidque ita sit docere». 8.2.6.2. S1 descriptus de S Las consideraciones y las condiciones que se han tenido en cuenta en el caso de M y M1 nos ayudan a determinar la relación que une S1 al testimonio S: el primero, además de compartir todos –o casi– los errores del segundo, presenta algunas corruptelas propias y varias lecciones características: vajilla A G M M1 M2 S  vasija S1 | om. V Como pudo Virgilio hacer a Alcimedón excelente artífice de pastoral vajilla, ¿no podrá nuestro poeta hacerle inventor de alguna suerte de cucharas de las muchas que, para usos diversos, ha inventado la rústica agudeza? ⁎⁎⁎ aprobando A G M M1 M2 S aprovechando S1 | om. V Que no fue arrogancia la de aquel excelente músico Antigénidas, sino justo aprecio de su ciencia y de la ignorancia del pueblo, cuando, aprobando este poco a un su discípulo que tañía muy conforme a las reglas de aquel arte, levantando la voz el maestro le dijo en presencia de todos: «Mihi cane et Musis». ⁎⁎⁎ barrendero A G M M1 M2 S  verdadero S1 | om. V Cuando dice nuestro poeta «Cabo lo hizo de esperanza buena», pone vuestra merced por parergo agudeza extraordinaria: «No sería tan malo llamarlo Cabo de Buena Esperanza». Pero la musa se ha dejado decir que en servicio de sus endecasílabos no lo recibiría por barrendero. Notable es también otro caso que despeja cualquier duda sobre la descendencia de S1 con respecto a S: a su esencia y a su objeto A G M2 M M1 a su essencia y a su ob reato S | a su essencia (y a su om.) ornato S1 | om. V eternas A G M2 M M1 S  ciertas S1 | om. V Según Aristóteles las artes, en cuanto a su esencia y a su objeto, inmudables son y eternas; pero no en cuanto al modo de enseñarlas o aprenderlas, que este admite variedad según los tiempos e ingenios, con los cuales de ordinario prevalece la novedad, como cosa que aplace. Para comprender lo que puede haber ocurrido en S1, reproducimos el fragmento del manuscrito S: En la segunda y la tercera línea, leemos: ‘las artes en quanto a su essençia y a su ob / reato inmudables son y eternas'. La lección ‘ob reato', quizá resultado de la transmisión poco legible de la palabra ‘objecto' en su modelo, es un error flagrante de S que el copista de S1 debió intentar enmendar ope ingenii con ‘ornato' y la omisión de ‘y a su'. En cuanto a la innovación ‘ciertas', en lugar de ‘eternas', hay que considerar en S el extraño ductus de las letras et y su cercanía a la cedilla de la palabra ‘essençia' en la línea superior: esto propició el error del copista de S1, el cual, por leer ci en vez de et (‘ciernas'), decidió corregir con ‘ciertas'. 8.2.7. La contaminación de S y S1 La presencia de algunas curiosas coincidencias textuales entre A y S nos obliga a considerar factible que el amanuense del testimonio salmantino (o el de su modelo) tuviese acceso a dos manuscritos: δ u otro apógrafo suyo, por un lado; un ejemplar cercano a A, por otro. En consecuencia, se habría producido una contaminación tanto de ejemplares como de lecciones. La primera afectaría a una porción bastante reducida del texto y se podría demostrar a través de una sucesión de variantes adiáforas y, sobre todo, de verdaderos errores comunes a los dos modelos: lo muestra la experiencia misma, y hablando ella, callarán los escritores G M M1 M2 om. A S S1 | om. V está lleno de vino como suelen los cueros G M M2  lo suelen estar A S S1 | osuelen M1 | om. V tendría la cucharita sus mil y quinientos años G M M1 M2 seis A S S1 | om. V Topa vuestra merced con aquellos versos G M M1 M2 en A S S1 | om. V eso es ya dar indicio claro de que «sincerum est nisi vas …» G M M1 M2 om. A S S1 | om. V La segunda, en cambio, resultaría categórica en el resto de la apología, manifestándose por medio de innovaciones aisladas comunes a A y S. Seleccionamos solo los casos en los que el origen poligenético, aunque posible, resulta más difícil de suponer: «Fannius Hermogenis laedat conviva Tigelli?» G M M1 M2 convivia A S S1 | om. V ¿Y Horacio: «multa merces, multa prece, multa aura, multa tellure… G M M1 M2 aurea A S S1 | om. V como si sobre los hombros de cada cual se hubiera dejado caer un sino celeste G M M1 M2 signo A S S1 | om. V en las comparaciones no se requiere omnímoda verdad, ni semejanza: sobra que combinen en algún principal atributo G M2 convengan A S S1 | convienen M M1 | om. V «Alius namque ibi isthmos angustia simili est …» G M M1 M2 isthmus A S S1 | om. V Destacan también un par de casos donde S o su ascendiente debieron de acudir a ambos testimonios de los que disponían, cotejándolos y dando lugar a variantes ‘híbridas', fruto de la combinación de las lecciones transmitidas por cada uno de los modelos: Usole G M M2 (Usole om.) i tambien A | Usolo M1 | Usso (Ussò S1) tambien S S1 | om. V Usole Lucano: «Iam tumuli collesque latent, iam flumina cuncta / condidit una palus vastaque voragine mersit, / absorpsit penitus rupes». ⁎⁎⁎ autor de las Soledades G M M1 M2 poeta (de las Soledades om.) A | poeta (poetta S1) de las Soledades S S1 | om. V Luego no habló, ni aun imitó mal nuestro autor de las Soledades. En ambos casos, el copista del manuscrito contaminado, hallándose ante dos lecciones diversas, debió de innovar, dando entrada, así, a una tercera variante, partícipe de las dos que figuran en los manuscritos utilizados; luego las lecciones ‘usso tambien' y ‘poeta de las Soledades' de S derivarían de la combinación de ‘usole' de β con ‘i tambien' de A, por un lado, y de ‘autor de las Soledades' con ‘poeta', por otro. Por supuesto, es difícil hallar evidencias textuales que delaten el testimonio donde se ha producido la contaminación: este podría ser el mismo S o un interpositus entre dicho apógrafo y γ. Empero, sin descartar ninguna hipótesis, transcribimos un fragmento que quizá arroje un poco de luz al respecto: La acción … frigido A G M2 V La accion que aqui se descrive fue sin duda en la Primavera (pero … primavera om.) sub Dio, sub Jove frigido M M1 | La acçion (marg.) que aqui se describe fue sin duda en la primera (u?)rca sub Dio sub Jove frigido S | La accion pero, distingue tempora et concordabis iura; quando llegò el peregrino a la monttaña donde esttaban los cabreros era de noche, pues noches de primavera sub dio, sub Jove et(cétera). La accion digo, que aqui se descubre fue sin duda en la primera cerca sub Dio sub Jove frigido S1 La acción que aquí se describe fue, sin duda, en la primavera, pero distinguetempora et concordabis iura. Cuando llegó el peregrino a la montaña donde estaban los cabreros, era de noche: pues noches de primavera sub dio, sub Iove frigido. Nos encontramos ante un salto de igual a igual en M –verosímilmente ya en δ– y corregido en el margen por el copista de S. Aunque las omisiones ex homoioteleuton pueden ser poligenéticas y producirse en dos manuscritos de manera autónoma, nos parece más probable que dicha corrupción se deba al copista de δ y que el amanuense de S, percatándose del error, lo haya corregido ope codicum acudiendo al ms. A o a otro testimonio colateral de este. Admitiendo esta eventualidad, tendríamos que colocar el origen de la contaminación en el proprio S. Sea como fuere, sin ninguna intención de inclinarnos por una u otra solución, proponemos el siguiente estema: 8.2.8. López Viñuela y las supuestas variantes de autor En un estudio que data de 1998, basado en las discrepancias textuales entre el ms. BNE 3906 (nuestro A) y los demás testimonios del Examen, Ana Cristina López Viñuela defendió la hipótesis de la supervivencia de dos versiones del texto. Se trataría, según afirma, de un original primigenio, por un lado, y de una segunda versión enriquecida con las correcciones del autor, por otro. López Viñuela fundó su propuesta exegética sobre las cartas de Fernández de Córdoba publicadas por Dámaso Alonso y reproducidas en los primeros apartados de esta edición: en particular, la citada misiva granadina del 25 de julio de 1617, en la cual –lo recordamos– el abad de Rute daba noticia de la reciente conclusión de su trabajo; y, en segundo lugar, las cartas de 1620, fechadas en Rute, respectivamente el 29 de junio y el 7 de julio. En virtud de los datos que se coligen de estas epístolas, López Viñuela aventura que Fernández de Córdoba, entre el primer traslado y los sucesivos, pudo introducir algunas pequeñas correcciones en su autógrafo, del que nunca llegó a separarse. Ahora bien, caso de aceptar las conjeturas de López Viñuela, deberíamos optar por otra hipótesis estemática que contemplaría la descendencia del manuscrito A de una versión retocada del original (O1): Sin embargo, entre los numerosos loci critici seleccionados por López Viñuela, solo dos variantes del testimonio A se podrían atribuir, a primera vista, al propio autor: árboles β  alamos A | om. V Prosigue vuestra merced culpando en nuestro poeta la siguiente frasis: «Que a mucha fresca rosa»; «Tanto garzón robusto, / tanta ofrecen los árboles zagala»; «tanta náutica doctrina»; «besó ya tanto leño». ⁎⁎⁎ suele el tiempo (el tiempo suele S S1) β sabe el tiempo A | om. V Pues, y a aquellos versitos del cabrero, «que a rüinas y estragos / suele el tiempo hacer verdes halagos», ¿qué les halla vuestra merced de malo? En el primer fragmento, no es desdeñable que el abad de Rute, tras citar en su comentario el v. 664 tal como figuraba –según nos informa Jammes– en la primitiva redacción de la Soledad primera («tanta ofrecen los árboles zagala»), y al darse cuenta más tarde del retoque de Góngora (la sustitución de «árboles» por «álamos»), volviera sobre el texto del Examen y modernizara el verso con la lección que se lee en A. Por lo que se refiere al cambio de la lección ‘suele' de β por ‘sabe' en A, podría razonarse de la misma forma. La única diferencia, en este caso, radicaría en que ‘suele' no se registra en ninguna fase redaccional del poema, siendo en cambio fruto de un error cometido por Jáuregui en el Antídoto: error que Fernández de Córdoba habría reconocido y corregido solo en un segundo momento, mientras revisaba su defensa. A estos casos, cabría sumar una tercera lección de A, no mencionada por López Viñuela, para la que podría barajarse asimismo la idea de una intervención tardía del autor: el maestro ... Paravicino G M M1 S S1  el padre fray Hortensio Félix Paravicino, predicador de Su Majestad A | el maestro fray Hortensio (Félix om.) Palaviçino (marg.) M2 | om. V En Madrid, emporio de todos los buenos ingenios y estudios del mundo, como corte al fin del mayor monarca que en él ha habido, Pedro de Valencia, cuya aprobación sobrara para cosas mayores, don Lorenzo Ramírez de Prado, el maestro fray Hortensio Paravicino, Luis de Cabrera de Córdoba, Manuel Ponce... Sin detenernos en cuestiones contingentes, como la oscilación gráfica ‘Paravicino' / ‘Palavicino', común en la época, lo que de veras nos importa es la presencia en dicho testimonio de la lección ‘predicador de Su Majestad', título que el trinitario madrileño lució solo a partir de diciembre de 1617, cinco meses después de esa primera misiva granadina en la que el abad informaba a Díaz de Rivas de la reciente conclusión de su apología. La hipótesis de un original revisado, del cual derivaría A, presenta numerosos puntos débiles. De hecho, hay al menos dos razones fundamentales para recusarla. En primer lugar, López Viñuela no considera en ningún caso la cuestión del arquetipo, infringiendo así una sencilla regla ecdótica: para demostrar la presencia de un original en movimiento –o, cuando menos, la pervivencia de variantes de autor en la tradición conservada– es necesario, a falta de autógrafos, hallar evidencias textuales categóricas; es decir, debe resultar indemostrable la existencia de un arquetipo. En cambio, como ya se ha comprobado, en el caso del Examen contamos con elementos bastante válidos para suponer la descendencia común de todos los testimonios a partir de un mismo apógrafo Ω. El segundo límite estriba en que López Viñuela infravalora otra clave histórica, quizá la más relevante, de las cartas del abad de Rute. A saber: el contexto y las modalidades de divulgación del Examen. En efecto, nos hallamos ante una tradición más que activa, puesto que las copias de la apología se difundieron y se realizaron en un ambiente culturalmente dinámico; gracias a la labor, por lo general muy atenta, de amanuenses y lectores, que manejaban distintas obras de la polémica, sabían de memoria pasajes enteros del poema (o, en cualquier caso, podían compulsar en todo momento sus copias de las Soledades), y eran, en ocasiones, lo bastante doctos como para intervenir con enmiendas e interpolaciones. En consecuencia, se nos antoja osado excluir la opción de que tanto las modernizaciones o correcciones de los versos citados de las Soledades como la inserción del sintagma ‘predicador de Su Majestad' remonten a la mano de un copista experto y feliz, o incluso de un curioso lector. A fin de cuentas, no se trataría de ninguna excepción, puesto que intervenciones análogas caracterizan otros testimonios: por ejemplo, en δ la modernización del verso «en dehesas azules pace estrellas» con la lección «en campos de zafiro pace estrellas»; o en M2 la interpolación de la glosa marginal ‘Luis Tribaldos de Toledo chronista de Su Majestad / don Iñigo Aguirre caballero del hábito de Santiago' que acompaña, para integrarlo, al elenco de defensores de Góngora trazado por Fernández de Córdoba. La combinación de dichos factores, ignorados por López Viñuela –la plausible existencia de Ω y el carácter en extremo activo de la tradición del Examen–, junto a la aparente ‘incongruencia' del manuscrito A –dicho testimonio, plagado de corruptelas banales, acostumbra a ser el más fiel y correcto en las citas tanto de las autoridades clásicas e italianas como del poema gongorino, y además deja espacios en blanco por la probable dificultad de lectura que oponía su modelo–, inducen a suponer al menos un interpositus ε entre el mismo A y el arquetipo. Sería, por tanto, en ε donde un copista, o quizá un lector erudito, habría subsanado o modernizado ope ingenii las citas gongorinas. El stemma codicum que refleja y sintetiza todos los pasajes de nuestra reconstrucción genealógica es, por tanto, el siguiente: 9. Conclusión – La aplicación del estema Para que el texto editado guarde cierta coherencia, hemos seguido estas simples reglas a la hora de aplicar el stemma:se han enmendado todos los errores del arquetipo;no se han corregido las innovaciones presentes en las citas sacadas de autoridades antiguas y modernas cuando ha sido imposible determinar su origen. En buena lógica, se ha indicado el error y en nota se ha reproducido la versión original –o, cuando menos, la más común– del locus citado;no se han colmado los supuestos deslices del autor, que se recogen en nota;se ha tenido en cuenta la contaminación de S (y S1) para la fijación textual;en el caso de variantes adiáforas, cuando no haya resultado posible aplicar los criterios de las fontes criticae, del usus scribendi y de la lectio difficilior, hemos actuado de la siguiente manera:hasta donde el testimonio V transmite la obra, la coincidencia de este con A nos permite establecer el texto crítico;al truncarse V, la ‘incongruencia' de A (debido a las intervenciones en el interpositus ε) nos ha llevado a preferir las lecciones de β. 10. Bibliografía 10.1 Obras citadas o consultadas por el polemista Alberti, Leandro: Anania, Giovanni Lorenzo: Apolonio, Levino: Aristóteles: Botero, Giovanni: Carriero, Alessandro: Cerda, Juan Luis (de la): Chiabrera, Gabriello: Chokier de Surlet, Jean (de): Clemente de ALejandría: Diodoro Sículo: Diógenes Laercio: Dionisio Areopagita: Donati, Marcello: Erasmo de Róterdam: Estienne, Robert: Estrabón: Eusebio de Cesarea: Frachetta, Girolamo: Fernández de Córdoba, Francisco: Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo: Gilio, Giovanni Andrea: Guarini, Giovanni Battista: Horacio: Jonghe, Adriaen (de): Magini, Giovanni Antonio: Malatesta, Giuseppe: Malatesta Porta, Francesco: Minturno, Antonio Sebastiano: Ortelius, Abraham: Persio: Plutarco: Quintiliano: Roa Francés, Martín (de): Salviati, Leonardo: Sannazaro, Jacopo: Scaligero, Giulio Cesare: Suda: Tamayo de Vargas, Tomás: Tasso, Torquato: Teócrito: Treter, Tomasz: Vettori, Pietro: Vida, Marco Girolamo: Wytfliet, Cornelius (van): 10.2 Obras citadas por el editor 10.2.2 Impresos anteriores a 1800 Ariosto, Orazio: Botero, Giovanni: Diógenes Laercio: Eusebio de Cesarea: Giraldi, Lilio Gregorio: Liutprando de Cremona: Nebrija, Elio Antonio (de): Patrizi, Francesco: Pellicer de Ossau Salas y Tovar, José (de): Plutarco: Salazar Mardones, Cristóbal (de): Salcedo Coronel, José García (de): Tasso, Bernardo: Virgilio, Polidoro: 10.2.3 Impresos posteriores a 1800 Accio: Alarcos, Emilio: Alciato, Andrea: Alighieri, Dante: Alonso, Dámaso: Alonso Hernández, José Luis: Alvar Ezquerra, Carlos: Angulo y Pulgar, Martín (de): Antonio, Nicolás: Arcas Espejo, Ana: Arellano, Ignacio: Arguijo, Juan (de): Ariosto, Ludovico: Aristóteles: Artigas Ferrando, Miguel: Asensio, Eugenio: Aulo Gelio: Ausonio: Azaustre Galiana, Antonio: Béhar, Roland: Bembo, Pietro: Blanco, Mercedes: Blecua, Alberto: Bognolo, Anna: Bonilla Cerezo, Rafael: Boscaro, Adriana: Bottin, Francesco: Brandoli, Caterina: Bresadola, Andrea: Bultman, Dana: Cacho Casal, Rodrigo : Caro, Annibale: Carreira, Antonio: Castaldo, Daria: Castaño Navarro, Ana: Catulo: Cerdan, Francis: Cervantes Saavedra, Miguel (de): Chiabrera, Gabriello: Cicerón: Claudiano: Clemente de Alejandría: Corominas, Joan: Correa Rodríguez, Pedro: Correas, Gonzalo: Cristóbal, Vicente: Cruz Casado, Antonio: Dadson, Trevor J.: Darst, David H.: Daza Somoano, Juan Manuel: Della Casa, Giovanni: Díez Fernández, José Ignacio: Diógenes Laercio: Dolfi, Laura: Eliano: Elvira, Muriel: Espinosa, Pedro: Espinosa Medrano, Juan (de): Estacio: Estrabón: Eusebio de Cesarea: Favarò, Valentina: Fedro: Fernández-Daza Álvarez, Carmen: Fernández de Córdoba, Francisco: Fernández de Oviedo y Valdés, Gonzalo: Folengo, Teofilo: García Berrio, Antonio: García López, Aurelio: García Oriol, Serge: Garcilaso de la Vega: Gargano, Antonio: Gates, Eunice Joiner: Gómez Canseco, Luis María: Góngora, Luis (de): González, Gregorio: González Palencia, Ángel: Green, Lawrence D.: Grimal, Pierre: Gryson, Roger: Heredia Moreno, María del Carmen: Hernández de Velasco, Gregorio: Herrera, Fernando (de): Herrero García, Miguel: Homero: Horacio: Hornblower, Simon: Huard-Baudry, Emmanuelle: Iglesias Feijoo, Luis: Jammes, Robert: Jauralde Pou, Pablo: Jáuregui, Juan (de): Jenofonte: Jiménez Belmonte, Javier: Julio César: Juvenal: Laguna Fernández, Juan Ignacio: Lara Garrido, José: Lee, Rensselaer Wright: Lessing, Gotthold Ephraim: Lilao Franca, Óscar: López Bueno, Begoña: López de Toro, José: López Soto, Vicente: López Viñuela, Ana Cristina: Lucano: Maas, Paul: Macrobio: –, Saturnales, Fernando Navarro Antolín (ed.), Madrid, Gredos, 2010. –, Saturnalia, Robert A. Kaster (ed.), Cambridge, Harvard University Press, 2001. Mancinelli, Matteo: Manero Sorolla, María Pilar: Marcial: Marciano Capela: Marín López, Nicolás: Marino, Giovan Battista: Martire D'Anghiera, Pietro: Martos, María Dolores: Matas Caballero, Juan: McGrady, Donald: Méndez, Sigmund: Millé Jiménez, Juan: Molho, Maurice: Moliner, María: Montanari, Elio: Montero Delgado, Juan: Morace, Rosanna: Moralejo, José Luis: Mosquera de Figueroa, Cristóbal: Moya del Baño, Francisca: Nadal Pasqual, Cèlia: Nonio Marcelo: Núñez, Salvador: Orozco Díaz, Emilio: Osuna Cabezas, María José: Osuna Rodríguez, María Inmaculada: Ovidio: Patrizi, Francesco: Perea Rodríguez, Óscar: Pérez Lasheras, Antonio: Pérez López, Manuel María: Periago Lorente, Miguel: Persio: Petrarca, Francesco: Petronio: Platón: Plauto: Plinio el Viejo: Plutarco: Poggi, Giulia: Ponce Cárdenas, Jesús: Poppenberg, Gerhard: Propercio: Quaglioni, Diego: Quintiliano: Ravasini, Ines: Reyes Cano, Rogelio: Ricciardelli, Gabriella: Rico García, José Manuel: Rodríguez de la Flor, Fernando: Romanos, Melchora: Rosales, Luis: Roses Lozano, Joaquín: Rossetti, Livio: Rouached, Philippe: Rubio Masa, Juan Carlos: Ruffinato, Aldo: Ruiz Pérez, Pedro: Ryan, Hewson: Sánchez Laílla, Luis: San Jerónimo: Sannazaro, Jacopo: Sbarbi y Osuna, José María: Scaligero, Giulio Cesare: Schwartz Lerner, Lía: Segre, Cesare: Séneca: Serrano Cueto, Antonio: Servio: Sesma Muñoz, José Ángel: Shepard, Sandford: Silio Itálico: Sine Notis: Solís de los Santos, José: Stassi, Maria Gabriella: Storey, Ian C.: Stussi, Alfredo: Suárez Pinzón, Ivonne: Suetonio: Tácito: Tanabe, Madoka: Tanganelli, Paolo: Tasso, Torquato: Terencio: Terracini, Lore: Tibulo: Torre García, José María (de la): Trovato, Paolo: Tucídides: Van Miert, Dirk: Varrón: Vàrvaro, Alberto: Vega Carpio, Lope Félix (de): Vega Ramos, María José: Vida, Marco Girolamo: Virgilio: Waley, Pamela: Weinberg, Bernard: Yoshida, Saiko: Ziolkowski, Jan M.: –, «Obscenity in the latin gramatical and rhetorical tradition», en Jan M. Ziolkowski (ed.), Obscenity: social control and artistic creation in European Middle Ages, Boston, Brill, 1998, p. 41-59. **** *book_ *id_body-2 *date_1617 *creator_fernandez_de_cordoba *resp_fernandez_de_cordoba,_francisco_(abad_de_rute) *date_1624 *adresse_jauregui,_juan_de Examen del Antídoto o Apología por las Soledades de don Luis de Góngora contra el autor del Antídoto Luego que vi rotulada con nombre de botica su censura de vuestra merced, me di por condenado a algún mal olor; y a fe que, a ser poeta, había verificado bien el no sé qué de divino, o adivino, que por ahí les atribuyen. Gracias –ya que no alabanzas– a vuestra merced, que, más de lo que debiera –y quisiera yo–, me sacó verdadero, pues, apenas hube leído seis renglones del récipe de su Antídoto, me encontré con sendos trapos que aun de las ninfas de Tagarete pudieran ofender las narices por lo odorífero, como por lo asqueroso los estómagos. Maravillome por extremo que hombre tan perspicaz como vuestra merced no echase de ver cuánto mejor fuera que hacer, entre el menaje de su entendimiento, ostentación de alhajas tales, el callarlas o echarles tierra, siendo así que no hay vendedera que de la fruta añeja y podrida haga capa a la sana y fresca, ni oficial que en el mostrador ponga lo peor y menos bien obrado, ni mercader que enseñe lo primero la raza del paño, seda o lienzo, ni arquitecto, finalmente, que en los umbrales y entradas del palacio edifique las oficinas necesarias, pues, no en balde, la Naturaleza, en las partes más ocultas de nuestro cuerpo, dio sitio a las menos limpias. Pero dirame vuestra merced que gasto en balde almacén para persuadirle que las palabras poco decentes no se deben usar, como reprehensibles al fin, pues, por tales, y por del autor de las Soledades, saca vuestra merced a la vergüenza las que pone en el Antídoto. Vuestra merced refiere la verdad misma y, por lo menos, sacará de ahí opinión de buen relator, ya que no de escritor limpio: que eso es imposible se crea de quien, en plana y media de papel, ciñe y epiloga cuantas suciedades ha dicho –a su parecer– en muchos pliegos de papel nuestro autor de las Soledades, siendo cierto que ha de mancharse quien tocare la pez y que, tarde o nunca, perderán su olor los atanores de la inmundicia. Y pues se tiene vuestra merced por tan puesto en razón, estemos a ella los dos, y verá la poca que ha tenido en querer encenagar como a puerco al autor de las Soledades. Vuestra merced lo reprehende por sucio: luego ha de serlo en sí o en sus obras. Si en sí, vaya en buen hora, que alguaciles hay de la limpieza que le saquen prendas; y no por eso ha de influir semejante calidad en sus obras, pues las habemos visto de hombres poco aseados y mal compuestos –pasión casi ordinaria en poetas– salir por extremo aseadas. Aunque, si va a decir verdad, nadie le ha visto en estado que, por lo manchado o lo mugriento, pueda pasar plaza de lego en alguna religión. Si lo es en las obras: o en esta de las Soledades o en otras. No en esta, como consta de ella misma. Luego ¿en otras? Si en otras, ¿en qué delinquió esta, que contra ella se arma vuestra merced de tan asqueroso arnés y le da con él en cara sin merecerlo ni su autor por ella? Alius peccat, alius plectitur: eso es ya morder la piedra y perdonar al que la tira. Demás de que si Esgueva es sucio en obras, ¿qué mucho que se describa por tal en las palabras? Versibus exponi tragicis res comica non vult, dijo –y muy bien– Horacio. Y podremos también decir nosotros en materia de limpieza lo que en la de honestidad sintió Catulo: Nam castum decet esse pium poetam ipsum versiculos nihil necesse est. Pero en todo acontecimiento, pues a vuestra merced le consta que nuestro autor es poeta y debe constarle que este nombre –según buenos autores– se derivó de ποιέω (que significa ‘formar' y ‘fingir'), de donde también se dijo figulus el ollero o alfaharero –que tal parentesco tienen ambos ejercicios–, déjele hacer, que él sabrá acomodarse a la ocasión y necesidad, a fuer de buen ollero: Sed et figulus mollem terram premens –dice la Sabiduría– laboriose fingit ad usus nostros unumquodque vas; et de eodem luto fingit quae munda sunt in usum vasa et similiter quae his sunt contraria: horum autem vasorum quis sit usus, iudex est figulus. Lo que, abreviando, el Doctor de las gentes dijo: An non habet potestatem figulus luti ex eadem massa facere aliud quidem vas in honorem, aliud vero in contumeliam? Y baste de esto, que a materia tal peor es hurgarle. Lo primero en que prueba vuestra merced la actividad y fineza de su Antídoto, y lo que primero reprueba en el poema de las Soledades, es el título o inscripción, condenándola por impropia, pues ni damos nombre de ‘solo' al que tiene otro consigo, ni al náufrago peregrino –sujeto principal de esta obra poética– le faltó compañía ya de pastores y de zagalas, ya de vaqueros; añado también yo que ni de pescadores, ni cazadores, ni otra gente de la que de ordinario atiende a la cultura o habitación del campo: alojáronle en alquerías, asistió a bodas, juegos y bailes. Confieso a vuestra merced un juicio mío, no sé si temerario: que mientras paso más los ojos por este su Antídoto, me doy más a entender que, por sola ostentación de ingenio y ejercicio de estilo, impugnó algunas cosas o no impugnables por su naturaleza, o defendidas bien del arte y autoridad de escritores antiguos y modernos; que no me persuado a presumir en vuestra merced pecado de malicia –por más que esto huela a ella– ni menos de ignorancia. Pero temo –sea cualquiera el fin por quien vuestra merced haya tomado a su cargo tan excusada empresa– que ha de venir a decir lo que el toro que, saliendo de una selva en aquel buen tiempo cuando hablaban los brutos y viendo pintado un hombre en un muro, con tal fuerza lo embistió que, rotos ambos cuernos, dijo, culpándose a sí mismo: “Bien se me emplea, pues quise ofender a quien no me ofendía y pelear con quien no conocía”. ¿Quiere vuestra merced que este nombre de ‘solo' y ‘soledad' lo entendamos tan en calzas y en jubón que no tenga el pobre –de puro solo– quien acuda a su defensa? Pero muy de otra manera se entiende por acá, ora sea respecto del peregrino, ora del lugar por donde se finge errando: que de una y otra suerte le conviene a la obra el nombre de Soledades. Trairanse ejemplos de todo y, puesto que le parezcan muchos a vuestra merced –que a mí demasiados me parecen–, óigalos por mi amor con paciencia, pues habemos llevado a su Antídoto con templanza. Cuanto a lo primero, bien sabe vuestra merced que en nuestro vulgar castellano solemos llamar de ordinario ‘solo' al desamparado, al desvalido, al que está fuera de su tierra, sin deudos, sin amigos, al que carece de las cosas o amadas o necesarias: los padres que han perdido a sus hijos, los hijos que a sus padres, los hermanos que a sus hermanos, las mujeres que a sus maridos, se quejan de su soledad. A fulano decimos que se le atrevieron porque era solo, que nos hallamos solos sin el tal o tal y tal cosa (modo de hablar que, con otros muchos, heredamos de los antiguos y antigüísimos). Accio en su Eurysace, referido por Nonio Marcelo: Tuam solitatem memorans, formidans tibi. Ve aquí vuestra merced solitatem, de donde creo se formó nuestra palabra ‘soledad', que es lo mismo que solitudo en el sentido que he dicho. Plauto: Eorum inventu res decem simitu pessimas pessundedi; iram, inimicitiam, stultitiam, exitium, pertinaciam, moerorem, lacrimas, exilium, inopiam, solitudinem. Terencio: Tot res repente circumvallant unde emergi non potest: vis, egestas, iniustitia, solitudo, infamia. Cicerón en la oración Pro Publio Quinctio: Quod si tu iudex nullo praesidio fuisse videbere contra vim et gratiam solitudini atque inopiae. Y el mismo: Habemus enim liberos parvos, incertum est quam longa nostrum cuiusque vita futura sit: consulere vivi ac prospicere debemus, ut illorum solitudo et pueritia quam firmissimo praesidio munita sit. Y últimamente el mismo, Pro A. Caecina: Aebutius iste, qui iam diu Caesenniae viduitate ac solitudine aleretur. Marco Celio a Cicerón: Ut non modo mihi solus esse, sed Romae, te profecto, solitudo videatur facta. Petronio Árbitro, introduciendo a Encolpio, triste por haberle dejado su compañero Gitón, dice: Collegi sarcinulas, locumque secretum et proximum litori maestus conduxi. Ibi triduo inclusus, redeunte in animum solitudine atque contemptu, verberabam aegrum planctibus pectus. Y más abajo: Et quis hanc mihi solitudinem imposuit?. Conforme a esto, bien podrá y aun deberá intitularse Soledades poema cuyo sujeto principal es un pobre mancebo náufrago, ausente de su patria, de sus deudos, de sus amigos, de la que tiernamente amaba. Pues si se considera lo segundo –quiero decir el lugar–, cierto es que los distantes del tráfago y negociación de las ciudades han tenido siempre nombre y han pasado plaza de ‘soledades', por más que los frecuente y habite gente. No lo ignora esto vuestra merced, pues le consta que en los desiertos de Palestina, en los de Tebaida de Egipto, en los de Nubia, hubo antiguamente tantos conventos y tan poblados de monjes, que –según se refiere en lo De vitis Patrum– pudieran formar no pequeños pueblos y, con todo, sus santos habitadores granjearon y retuvieron el apellido de ‘monjes', que quiere decir ‘solos' o ‘solitarios', del nombre griego μοναχός (que significa esto mismo), y sus casas de ‘monasterios', de μοναστήριον, que es solitudo (si ya nosotros no derivamos el nombre de monje de μονήρης, -εος, con quien combina más y también quiere decir ‘solo' o ‘solitario'). Que este nombre de ‘soledades' competa a lugares semejantes, conforme a la doctrina de los que han escrito y sabido mejor, pruébase por autoridad de los mismos, y, dejados aparte infinitos lugares de la Escritura Sagrada, en ambos Testamentos, que hacen muy a nuestro propósito, ¿César no dijo Civitatibus maxima laus est quam latissimas circum se vastis finibus solitudines habere, siendo cierto que la alabanza consiste en tener no despoblados de todo punto, sino campos con alquerías y gente que los cultive para abastecer las ciudades mismas? Cicerón, De oratore: Ergo ista –inquit Antonius– tum a Crasso discemus, cum se de turba et ab subselliis in otium, ut cogitat, solitudinemque contulerit. Y en las Familiares: Si quando erit civitas, erit profecto nobis locus, sin autem non erit, in easdem solitudines tu ipse (ut arbitror) venies in quibus nos consedisse audies. Y a Ático: Solitudo aliquid adiuvat, sed multo plus proficeret, si tu tamen interesses. Y hase de suponer que otras muchas veces habla de soledades en estas cartas, estando ora en la tusculana, ora en su heredad formiana, ora en Anañi y otros lugarcillos. A esto llama él ‘soledades' por estar apartado de Roma, como lo muestra más a la clara en el tercer libro De officiis: Nam et a re publica forensibusque negotiis armis impiis vique prohibiti otium persequimur et ob eam causam urbe relicta rura peragrantes saepe soli sumus. Sed nec otium hoc cum Africani otio nec haec solitudo cum illa comparanda est. Ille enim requiescens a rei publicae pulcherrimis muneribus otium sibi sumebat aliquando et a coetu hominum frequentiaque interdum tamquam in portum se in solitudinem recipiebat. Nuestro Séneca: Non vivas aliter in solitudine, aliter in foro, como si dijera “no vivas de otra suerte donde hay mucha que adonde hay poca gente”. El bienaventurado san Jerónimo: His igitur rationibus invitati multi philosophorum reliquerunt frequentias urbium etc., nam et Pythagorei huiuscemodi frequentiam declinantes in solitudine et desertis locis habitare consueverunt. No sé si se contentará vuestra merced con estos lugares: por sí o por no, vayan otros de poetas más vecinos a nuestros tiempos y más imitables para algunos, quizá por ostentación de la lengua toscana. Sannazaro en su Arcadia: Linterno, benché solitario, nientedimeno famoso per la memoria delle sacrate ceneri del divino Africano. Siendo así que Línterno, que hoy se llama Torre de la Patria, por solitario que está, tiene una torre, una hostería y algunas casas y chozas de pescadores junto a Cumas, según Tomás Porcacio en las anotaciones a aquel poeta y fray Leandro Alberti en su Italia. Pero aún con menos embozo, en otro lugar cercano al referido: Maximamente ricordandomi in questa fervida adolescenzia de' piaceri della deliciosa patria tra queste solitudini di Arcadia. Y estaba, o se finge estar, entonces poblada y frecuentada por extremo de pastores y zagalas y aun de villajes. Últimamente en la égloga octava: Forse che per fuggir la solitudine, or cerchi le cittadi etc. El Chiabrera en la canción que hizo a Colón: Non perché umile in solitario lido ti cingano, Savona, anguste mura; y en otro lugar: È forse assai che di Savona a i liti in solitaria riva altri ne canti lagrimoso e scriva?; siendo así que la ribera de Saona no es solitaria, pues la ciudad está junto a ella y acuden de ordinario bajeles a ella. Pero llámala “solitaria” por la poca frecuencia de navíos grandes que paran allí después que genoveses le cegaron el puerto. El Guarini, en su Pastor fido, introduce la pastora Amarilis diciendo a los de Arcadia, adonde se finge la fábula: Care selve beate e voi solinghi e taciturni orrori di riposo e di pace alberghi veri. De suerte que o ya se denomine Soledades nuestro poema de la persona principal, que es el pobre náufrago –como denominaron Homero su Odisea de Ulises, Virgilio la Eneida de Eneas, de los Argonautas la Argonáutica Orfeo y Valerio Flaco, la Aquileide Estacio de Aquiles–, o ya del lugar –como la Ilíada Homero de Ilio, la Farsalia Lucano de los campos de Farsalia, la Tebaida Estacio de Tebas de Beocia–, muy a pelo le viene el nombre de Soledades. Si esto no basta, baste la misericordia de Dios. Pasa vuestra merced adelante y, siguiendo su dictamen, puebla de nuevos denuestos las Soledades, reprehendiendo su poco artificio, su desconcierto en introducir un mancebo anónimo, descortés y tacaño, enamorado, sin para qué, de la otra labradora –desposada en casa de su padre que le había hospedado– y mudo, sin decir en qué país o provincia sucedió el caso. Realmente, señor, que no sé con cuál acuerdo en estacada de letras, donde las contiendas suelen ser civiles, se arma vuestra merced de palabras criminales y que hagan sangre, pudiendo imitar a los más diestros en el juego de las armas, que se contentan con señalar las heridas: pues, al fin, en esto de decir mal, el que queda superior es inferior, y el vencido vencedor sin duda, según el cuerdo parecer de Demóstenes, que aprobó Petronio Árbitro diciendo: Semper in hac re, qui vincitur vincit. Los grandes espíritus con obras de su tamaño oscurecen las ajenas, no con palabras: diga la zorra mal de las uvas, porque no puede alcanzarlas. Pero respondamos a estas objeciones que, a ser arrojadas en tiempo contra poema ya perfecto y acabado, hicieran mayor golpe y echará de ver vuestra merced cuán pequeño le hacen ahora por mal sazonadas. La poesía, en general, es pintura que habla. Y si alguna en particular lo es, lo es esta, pues en ella, no como en la Odisea de Homero –a quien trae Aristóteles por ejemplo de un mixto de personas–, sino como en un lienzo de Flandes, se ven industriosa y hermosísimamente pintados mil géneros de ejercicios rústicos, cacerías, chozas, montes, valles, prados, bosques, mares, esteros, ríos, arroyos, animales terrestres, acuáticos y aéreos. Dije en un lienzo, digo en algunos, porque estas Soledades constan de más de una parte, pues se dividen en cuatro. Si en la primera, que sola hoy ha salido a luz, este mancebo está por bautizar, tenga vuestra merced paciencia que en la segunda o en la tercera se le bautizará y sabrá su nombre. Pues Heliodoro, en buena parte de su Historia Etiópica, nos hizo desear los nombres de la doncella y el mancebo, sujetos principales de su poema, que al fin supimos ser Teágenes y Cariclea. Tras el bautismo, le vendrá la habla, que, para discípulo de Pitágoras, aún no le corre término, pues no podrá vuestra merced probar que ha callado más de siete años. En lo que toca a la tacañería de enamorarse de la hija de su huesped, vuestra merced le pida perdón del juicio temerario, pues sospecha de él semejante cosa sin constarle más de que la hermosura de la zagala le sirvió a su memoria de estímulo y despertador para hacerla, como en un rapto, de la dama a quien quiso bien o quería. Mire vuestra merced una vez y otra los versos, y hallará que es escándalo recibido por vuestra merced y no dado por el mancebo. Y si hasta ahora carece también de nombre el país o provincia donde pasó este caso, tendrale a su tiempo y no sin imitación de autor que le haya callado, pues de Luciano vemos muchos Diálogos sin referir el lugar donde pasaron. Hácele vuestra merced cargo al poeta de que mezcla y confunde los tiempos, pues por una parte dice que sucedió esta peregrinación en la primavera y, por otra, da a entender que en el ivierno: de este dan muestra los cabreros que estaban al fuego y, de aquella, los árboles que hacían «guerra al calor y resistencia al día» y la serrana: que a mucha fresca rosa beber el sudor hace de su frente. Dejó esotra pruebecita harto donosa: Juntaba el cristal líquido al humano; Al concento se abaten cristalino sedientas las serranas; que, en buen romance, quiere decir ‘bebieron', cosa que en su tierra de vuestra merced no debe de usarse de ivierno. Aunque sea en desierto, me obliga vuestra merced a predicarle cada momento, pues, por más Homero que sea –si ya no es Homeromástix–, dormita algunas veces, o la gana de reprehender le cierra los ojos. ¡Cuerpo de tal! Clodius accuset moechos, Catilina Cethegum. ¿Vuestra merced reprehende el desorden de las Soledades, guardando tan poco orden en su Antídoto? ¿Vuestra merced la confusión de los tiempos, confundiendo vuestra merced no solo a estos, pero a los lugares? La acción que aquí se describe fue, sin duda, en la primavera, pero distingue tempora et concordabis iura. Cuando llegó el peregrino a la montaña donde estaban los cabreros, era de noche: pues noches de primavera sub dio, sub Iove frigido, cuando aun en los llanos suele correr demasiado fresco, ¿no habían de tener lumbre los vaqueros en la sierra, donde aun a pesar de los caniculares suele conservarse el frío? Consulte vuestra merced los Andes de nuestras Indias y sabrá el frío que hace de ordinario en ellos; y si no quisiere caminar tanto, pregúnteselo al Corral de Veleta en Sierra Nevada, que él le dirá lo que pasa. Bajó el día siguiente a lo llano: allí sí que habría menester el pastor sombrerico para el sol, pues, aunque fuese el mes de marzo –que es la entrada de primavera–, decimos que aporrea el sol como mazo, y no era sino andada buena parte de abril, en que el mentido robador de Europa ... en dehesas azules pace estrellas, ¿qué mucho, pues, sudasen los o las que hacían ejercicio, y más si era en campos tan calientes como los andaluces? Esto pasósele a vuestra merced por alto, sin hacer diferencia del día ni la noche, del monte ni del llano. Condena vuestra merced luego la primera apóstrofe de las Soledades, en que el poeta, vuelto al duque de Béjar, le pide las oiga pintándole en caza «y con tan espantoso rumor que parece una tremenda batalla». De suerte, señor, que la caza de montería, ensaye de la guerra en estratagemas y recuentros, ha de describirse con el silencio y reposo que el juego de los propósitos. Reprehenda vuestra merced el rumor en los cazadores de liebres mientras la buscan, o en los conejos cuando caza la hurona, y no en los monteros cuando acorralan y matan las fieras; y, si no en ellos, menos en quien pinta sus acciones, pues la poesía sabe vuestra merced que no es otra cosa que imitación del verisímil, recibiendo en cuenta las hipérboles que le dan ornato y grandeza. Y pues con la que sabemos sigue este príncipe el ejercicio de la caza, si canimus silvas, silvae sint consule dignae. Vuestra merced quisiera que le aplicara el autor de las Soledades otra ocupación y virtud ilustre, competente a tal señor –a imitación de Garcilaso en la Égloga primera –, y esta fuera –aunque loable en príncipes– muy accidental, como nada heroica en lo militar ni en lo civil. Y de aquí saca por corolario que no ha leído el poeta la epístola primera del segundo libro de Horacio, porque hubiera de ella enseñádose a hablar con príncipes. Cuán loable entretenimiento o ejercicio sea el de la caza en los grandes señores, pues lo confiesa vuestra merced, no hay para qué traer autoridades de Jenofonte ni de Platón para probarlo, ni comprobarlo con la de estadistas modernos, entre los cuales el Fraqueta, en su Príncipe, y Juan Chokier, en su Tesoro de aforismos políticos, lo tratan bien. Y así leemos que lo frecuentaban no solo los reyes de Persia, pero los mejores de los emperadores romanos: Trajano, Adriano, Antonino Pío, Vero Maximino; y, de los más cercanos a nuestros tiempos, Alberto, que solía decir que de cualquier deleite podía carecer, de la caza no podía. Que la caza, en especial de montería, merezca alabanza, cosa es manifiesta, pues ayudando al ánimo y al cuerpo, claro está que había de merecerla. Al ánimo, por lo que dice Plinio el más mozo, escribiendo a Cornelio Tácito: Mirum est ut animus a cogitatione motuque corporis excitetur; nam et silvae et solitudo ipsumque illud silentium quod venationi datur, magna cogitationis incitamenta sunt. Levanta sin duda el espíritu, recogiéndole para que después obre con prontitud mayor, haciéndole juntamente inventor de estratagemas y despreciador de peligros. Al cuerpo ayuda notablemente, habituándole a fatigas y sudores, tirocinio maravilloso de la milicia, respecto de lo cual dijo el otro rútulo que Virgilio introduce loando su nación: Venatu invigilant pueri silvasque fatigant. Usen pues nuestros príncipes, mientras la alta paz de que goza España no les permite andar como a sus clarísimos mayores con lanza en cuja, ni hay gobiernos de reinos en que juntamente se ocupen todos: Nunc captare feras laqueo, nunc fallere visco atque etiam magnos canibus circumdare saltus ... insidias avibus moliri, incendere vepres, como dijo el mismo Virgilio. Ensáyense para ocasiones de guerra y, para entretenerlos, búsquenlos antes cazando que ocupados en cosas serias de gobierno o guerra, de que no es justo pedirles se diviertan a otras poco necesarias a ellos ni al mundo, bien que gustosas, que en esto sin duda mereció menos alabanza Garcilaso, a quien vuestra merced pone por ejemplar digno de imitación, pues a un virrey de Nápoles, como lo era el señor don Pedro de Toledo entonces, no se le podía ni debía pedir que, cuando estuviese atendiendo al gobierno del estado o a las cosas de la guerra, escuchase «el dulce lamentar de dos pastores»; cuando, libre de cuidados y negocios, anduviese a caza y se retirase a descansar a la sombra, que los oyese en buen hora y sucediese a un entretenimiento loable otro tan honesto como es la comunicación de las musas. ¿Qué quisiera vuestra merced? Que cuando el duque estuviera más ocupado en cosas de sus pueblos o casa, o en un capítulo o asamblea de su Orden del Tusón, ¿se le pidiera que lo dejara todo y escuchara las Soledades, e hiciera nuestro poeta como el Alemani, que quiere que el rey Enrique II de Francia se ponga a escuchar las caballerías de su Girón el Cortés; o el Bossi que Carlos V las de su Heliodoro; o Bernardo Tasso que el rey don Felipe II las de su Amadís, y el duque de Mantua las de Floridante de Castilla, harto más dignas todas de contarse los iviernos a la chimenea que de los oídos de príncipes tan grandes? No, mi señor, que ha leído una y muchas veces el autor de las Soledades la epístola de Horacio a Augusto a que vuestra merced le remite y, ajustándose a su consejo, haría escrúpulo de conciencia en tratar de ocupar al duque en entretenimientos cuando hubiese de gastar el tiempo en cosas de bien público. Prosigue vuestra merced echando por ahí aquella alta ponderación –así la llama– de las Soledades: que aun se dejan las peñas lisonjear de agradecidas señas; y dice: «Miren qué lisonja o agradecimiento fue echar un leño en aquella roca». Los que han escapado de algún grave peligro o alcanzado lo que deseaban, siempre han acostumbrado, agradecidos, dedicar antiguamente a los falsos dioses imaginarios tutelares de varias cosas, y hoy al único verdadero dueño del universo, los instrumentos por cuyo medio han conseguido el pretendido fin, o la semejanza de ellos o de sus personas mismas, o cosas equivalentes, según de lo pasado dan testimonio los escritores de mejor nota, citados por Adriano Junio y Marcelo Donato y, últimamente, por el padre Martín de Roa en sus Singulares y don Francisco Fernández de Córdoba en su Didascalia, y de lo presente, las paredes de muchos sagrados templos cubiertas de cables de navíos, grillos, cadenas, vestidos, cabelleras, tablillas ex voto, etc. Siguiendo esta costumbre, pintó el poeta al mancebo peregrino que a la roca que le recogió naufragante dedicó el leño en que había escapádose: Quid ergo novi fert Africa?. ¿La razón por que se introdujo este uso decirla he a vuestra merced? Pero, si la sabe, cansareme en balde, y si no, cánsese vuestra merced en buscarla en los autores. Pues, y a aquellos versitos del cabrero, que a rüinas y estragos suele el tiempo hacer verdes halagos, ¿qué les halla vuestra merced de malo? ¿Que no se parecen a los del Tasso cuando, en su Hierusaleme Liberata, pintó las ruinas de Cartago, ni a los del Sannazaro en el segundo De partu Virginis? Transeat: unusquisque sua noverit ire via, como dijo Propercio. Los unos y los otros son y serán buenos para quien los mirare con buenos ojos. El consejo de vuestra merced no lo es, al menos en su doctrina, porque si vuestra merced mismo culpa en nuestro poeta que pinta la caza del duque con espantoso rumor, como si fuera una tremenda batalla, y luego reprehende la alta ponderación «Que aun se dejan las peñas», etc., ¿cómo le dice que sepa imitar la grandeza del Tasso y del Sannazaro? ¿Cada vez ha de perder una, en su juego de vuestra merced, cuando por largo, cuando por corto? Lo que le aseguro es que en materia de decir grande, si hubiera menester algo en este poema, antes fuera cabezón que acicate, pues le da más subido punto del que otros han dado a lo lírico. Pero ingenio tan gigante mal puede dar partos pigmeos, nec imbellem feroces progenerant aquilae columbam. Pasa vuestra merced luego de un gallardo salto a la sentencia del chopo y juzga que, por no decir chopolea, había de callar todos los días nuestro poeta. La sentencia yo confieso que no es de tanta sustancia como la que adjudicó el reino de Aragón al infante don Fernando que ganó a Antequera, pero no rastreo la razón por que se le ponga por vuestra merced silencio perpetuo al que la pronunció. La figura que los maestros del bien decir llaman cacophaton –según quieren Quintiliano y Diomedes–, o cacephaton –según Sosípatro Carisio –, y vulgarmente ‘cacofonía', o ya sea ‘escrología' –según el mismo Diomedes–, consiste en decir una palabra obscena o sucia, ya por serlo de su natural, ya por la resulta de juntarse dos dicciones. Por su natural, como la usó deshonesta Terencio: Arrige aures, Pamphile; y Salustio: ductabat exercitum y arrexit animos militum. Por junta de dicciones, como: numerum cum navibus aequat; cum Numerio quodam fui; cum notis hominibus. Ejemplos que los traen los sobredichos autores. Y entre los toscanos, le hallamos en Bernardo Tasso: Via più che Nerone empio e ch'Azolino. Sucia por la misma razón cual se ve en Virgilio: tres adeo incertos caeca caligine soles, iuvat ire et dorica castra; en Tibulo: sicca canis; y en nuestro Garcilaso: el otro, que acá hizo entre las gentes. Y no menos se forma cuando, de alguna cosa que se dice, puede sospecharse deshonestidad. Así pensó Celso –referido por Quintiliano– que había pecado Virgilio diciendo: incipiunt agitata tumescere; y en el sexto de la Eneida: at ramum hunc (aperit ramum, qui veste latebat); y Ovidio: Quaeque latent, meliora putat; como también Torcuato Tasso: Parte, e con quel guerrier si ricongiunge, hablando de una mujer, y de hombres monstrar la verga, con otros a este modo. Pero de esta oración, ‘chopolea', ¿qué resulta de obsceno o sucio sonido o sentido? Yo a lo menos no le hallo en nuestra lengua castellana: si en junciana o en jerigonza o germanesco quiere decir otra cosa, callará en aquellos lenguajes nuestro autor, por mandarlo vuestra merced, todos los días de su vida. Dice después vuestra merced estas cuatro palabras:«He aquí otra proposición: No el polvo desparece el campo, que no pisan alas hierba». Respondo con otras tantas que «ya las he visto». ¡Adelante! Prosigue vuestra merced: «Y no sé quién le metió en la cabeza que era buen pensamiento aquel último de toda la obra: Que, siendo Amor una deidad alada, bien previno la hija de la espuma a batallas de amor campo de pluma». Cierto, señor, que podríamos decirle a vuestra merced lo que a su Paris ovidiano Helena: Qui videant, oculos an Paris unus habes?. Solo vuestra merced ve faltas adonde todos sobras de belleza. ¡Brava fuerza de pasión! Si en lugares adonde no se extiende el imperio de Venus suelen usarse camas de pluma, en los que reina en tálamos de recién casados ¿no será bien que lo sean y que, si al Amor se le atribuyen alas y plumas, diga el cabo con la hebilla y sea de la misma estofa el lugar donde él prevalece, principalmente habiendo en servicio de su madre aves que la ministren? Otras cosas reprehende vuestra merced por falsas y me maravilla que hombre tan bien sabido condene en los poetas rigurosamente error en historia, o natural o moral, sabiendo que, si no es en el arte, en lo demás son impecables casi por gracia de Apolo. Pero, porque se entienda que aun en esta parte no anduvo perezoso nuestro autor de las Soledades, responderemos en breve a lo que vuestra merced le opone. Lo primero con quien encuentra es decir al Norte que es el que más brilla, dando menos luz que los planetas y otros astros. A esto decimos que el poeta habla de la duración de la luz, no de la muchedumbre; como si dijera “el que más tiempo brilla”, pues ningún astro hay que a nuestro Polo no se ponga si no es el Norte o Hélice: cosa que lo muestra la experiencia misma, y hablando ella, callarán los escritores. La segunda falsedad, a juicio de vuestra merced, es llamar a la nave vaga Clicie del viento. Y dejando aparte que no sé si entendió enteramente vuestra merced el sentido de estos versos –pues no se le da semejante atributo a la nave, sino a la vela, y la construcción es ‘el lino, si no en flor, hecho en telas, vaga Clicie del viento'–, digo que habló muy ajustadamente a la verdad nuestro autor de las Soledades, porque, como vuestra merced sabe, en los símiles o aposiciones –cual lo es esta– no se requiere omnímoda verdad o semejanza. ¿No decimos acá del que ha bebido demasiado que “está hecho una mona”, que “está hecho un cuero”? ¿Queremos, por ventura, significar que ha mudado naturaleza? No, por cierto; sino que hace visajes como los hace la mona, o está lleno de vino como suelen los cueros. Al que vemos enojado, ¿no decimos que “está hecho un león”? Al armado, ¿que “lo está como un reloj”? Luego ¿aquel imita al león en todas sus acciones? ¿O este da horas, que es el oficio del reloj? Ni por imaginación, que la similitud solo consiste en las fierezas que hacen el hombre y el león enojados, y el armado en no faltarle pieza de las necesarias, como al reloj bien concertado, y otros símiles a este modo. Así también diremos a la vela del navío, o sea –por solo servir a vuestra merced– al navío mismo, “Clicie del viento”, no porque camine buscando al sol, ni porque lleve aquellos desmesurados florones que las gigantas o girasoles, sino porque de la manera que estos, mirando al sol, se gobiernan por él, así la vela mira al viento y por él se gobierna, si bien para huirle y darle espaldas como el heliotropio para seguir a su querido, el sol, y andarse tras él. La tercera es en aquellos versos en que, describiendo la grandeza del océano, dice nuestro poeta: (de cuya monarquía el Sol, que cada día nace en sus ondas y en sus ondas muere, los términos saber todos no quiere). A que vuestra merced, como gentil geógrafo e hidrógrafo, replica que sí quiere y los sabe, pues no hay parte en la redondez del mundo que no visite el sol por lo menos la mitad del año. Conforme a lo cual, también tendrá vuestra merced tildados en su Virgilio, por de la misma data, aquellos versitos: iacet extra sidera tellus, extra anni solisque vias; y en su Ovidio estos: Nos freta sideribus totis distantia mensos sors tulit in Geticos Sarmaticosque sinus. Que vuestra merced, de puro amigo de la verdad, no debe de pagarse de hipérboles, sin las cuales estuvieran por cierto frescas la poética, la oratoria y aun nuestra común manera de hablar, pues ni osáramos decir que se hundía el mundo de agua, que se abrasaba de calor, que veníamos molidos de caminar, que había una legua de tal a tal parte, ni otras mil cosas a este tono. ¡Bendito sea Dios, que, para no hacer nuestra lengua vizcaína, sienten al contrario de vuestra merced los que bien sienten! Pero, señor, persistiendo en términos poéticos, si tuvieron los poetas licencia para hacer infinito el océano –pongo por ejemplo al Tasso que, en su Hierusaleme Liberata, dijo: Or entra ne lo stretto e passa il corto varco, e s'ingolfa in pelago infinito se 'l mar qui è tanto ove il terreno il serra, che fia colà dov'egli ha in sen la terra?; y más abajo: Tu, che condutti, n'hai, donna, in questo mar che non ha fine; y Hernando de Herrera: «Del ancho mar el término infinito»–, ¿qué mucho que nuestro autor de las Soledades diga que el sol, cuyo curso es limitado, no visita sus términos, o ya por no tenerlos el infinito, o ya porque de él a lo finito no hay proporción alguna? Vuestra merced se sirva de no escandalizarse de esto, como no se escandalizará de que Orfeo y Homero, seguidos de algunos filósofos, hayan falsamente afirmado que del señor Océano fueron procreadas o tuvieron origen todas las cosas, diciendo aquel en sus Himnos: Oceanumque voco patrem Thethimque parentem, unde ortus superis, unde et mortalibus ortus; y este: Oceanus cunctis praebet primordia rebus. Lo que en el cuarto lugar condena vuestra merced por imposible y falso es decir nuestro poeta que la cuchara con que se partió la leche fuese del viejo Alcimedón invención rara, porque ni él fue inventor de las cucharas, ni hay quien tal diga, y si era artífice de vasos de palo y lo fue también de esta cuchara, pintándose este suceso posterior al descubrimiento de las Indias, tendría la cucharita sus mil y quinientos años. Certifico a vuestra merced que no hay cosa en el Antídoto que me parezca más donairosa, ni que pueda mover más, si no el estómago, la risa por muchos títulos: porque decir que no hay quien lo diga, pase, pero que no fue inventor de las cucharas Alcimedón es dura cosa. Cuántas y cuántas hay hoy en el mundo, aun de las más célebres y de mayor maravilla, que, por ignorarse el inventor, si yo dijese que lo fue el tal o la tal, como ahora lo dijo nuestro autor, y vuestra merced u otro cualquiera lo negase, a vuestra merced o al otro, como a autores, tocaría la carga del probar que no lo fue, dando positivamente persona que lo haya sido o anterioridad en el uso de ellas; porque la prueba de que no hay quien lo diga no es de momento, pues el argumento ab auctoritate negativa no lo es. De suerte que si Plinio, en el capítulo 56 del séptimo libro de su Natural Historia, si Clemente Alejándrino, en el primer libro de sus Stromas, si Polidoro Virgilio, en los De inventoribus rerum, no hicieron mención del inventor de alguna cosa, ¿por eso no lo pudo ser fulano? ¿O la tal cosa fue congénita con el mundo? ¡Bravo abreviar la diligencia, la memoria o el ingenio de los demás! Como pudo Virgilio hacer a Alcimedón excelente artífice de pastoral vajilla, ¿no podrá nuestro poeta hacerle inventor de alguna suerte de cucharas de las muchas que, para usos diversos, ha inventado la rústica agudeza? Y siendo dueño de llamar al inventor de la cuchara Perogrullo, ¿por qué no de llamarle Alcimedón, imitando en el nombre a Virgilio? “Porque no sea perdurable la cucharita”, dirá vuestra merced. Yo digo que nada se infiere menos que la duración que vuestra merced le da por solo su capricho, porque en aquellos versos no habla el poeta de una cuchara en individuo o en particular, sino en universal, en género o especie, pues, tratando de la leche gruesa que le dieron al peregrino, se dice: impenetrable casi a la cuchara, del viejo Alcimedón invención rara. Quien dijese que con la espada y lanza, invención de los lacedemonios –según Plinio–, o con el arco y flechas, invención de los escitas o de Perseo o Apolo, hizo tal capitán esta o aquella hazaña, ¿diría mal? ¿O entenderíamos que con las mismas –numero: espada y lanza de los lacedemonios, o con el arco y flechas de los referidos inventores– las hizo? No, por cierto. Pues lo mismo es en nuestro caso, y así diremos, sin escrúpulo alguno, que la cuchara fue rara invención de Alcimedón mientras no saliere a plaza otro inventor. Y si vuestra merced gustare de saber en qué consistía lo raro de esta invención, pregúntelo al autor de las Soledades que, si no por obligación, quizá se lo dirá por cortesía. Topa vuestra merced con aquellos versos: manjares que el veneno y el apetito ignoran igualmente. Y dice: «que ignoren el veneno los manjares, bien está; pero que ignoren el apetito es falso como Judas, antes se come un pastor una cebolla con más apetito que un príncipe un faisán; fuera de que no es alabanza de aquella cena decir que sus manjares no eran apetitosos». Occasiones quaerit qui vult discedere ab amico, dice el Espíritu Santo. Así las busca vuestra merced, sin propósito, para hacer guerra a nuestro autor de las Soledades. Si los manjares rústicos y groseros, por serlo, ignoran el veneno, pues nunca a nadie en la vida se dio veneno en mondongo, como dijo el otro poeta, sino en manjares regalados, conforme a aquello de Ovidio, impia sub dulci melle venena latent, a lo que miró Juvenal, diciendo: sed nulla aconita bibuntur fictilibus. Tunc illa time cum pocula sumes gemmata et lato Setinum ardebit in auro, ¿por qué no ignorarán, por la misma razón, el apetito, siendo cosas de ordinario viles, o simples, o mal sazonadas? ¡Oh, señor! Que las comen con grandísimo apetito los hombres del campo, ¿qué importa? Que eso les proviene accidentalmente, pues nace no de merecerlo ellas, sino de carecer ellos de otras mejores. ¿Hay cosa, aunque más necesaria, menos apetitosa que el pan? Y, con todo, comía con tan buena gana Lazarillo de Tormes los mendrugos duros, que se la puso al escuderote su amo. La alabanza, pues, de aquella cena consistió en que, siendo manjares caseros, no sujetos a veneno ni apetito, eran muestra de la sobriedad y frugalidad de los que la daban, y no incentivos de gula y lujuria, como lo suelen ser los buscados, traídos y comprados de diversas partes; que aludiendo a lo mismo, dijo Horacio en la alabanza de la vida rústica: dapes inemptas apparet; y Torcuato Tasso en su Hierusaleme Liberata: Spengo la sete mia ne l'acqua chiara che non tem'io che di venen s'asperga e questa greggia e l'orticel dispensa cibi non compri a la mia parca mensa. Ché poco è il desiderio, e poco è il nostro bisogno onde la vita si conservi. Lo que últimamente condena vuestra merced por falso es decir que la serrana podría hacer tórrida la Noruega con dos soles, y blanca la Etïopia con dos manos, porque aunque abrasara la Noruega con los rayos de sus ojos, mal podría con sus manos hacer blanca la Etiopía, porque opposita iuxta se posita, etc. Verdadero axioma por cierto, pero no muy a propósito, porque el sentido de estos versos es no parangonar con el frío de la Noruega el esplendor y luz de los ojos de la zagala, que poéticamente se llaman soles –y como el natural mediante su luz calienta, así se finge calentar o abrasar ellos–, ni menos oponer la blancura de sus manos a lo negro de la Etiopía, sino, subiendo de punto lo uno y lo otro, decir que en sus ojos había tanto ardor, por su mucha luz, que pudieran volver tórrida o abrasada la Noruega, provincia frigidísima, y tanta blancura en sus manos que, participando de ella, la negra Etiopía pudiera mudar color y blanquearse. Esto quiso decir el poeta. Después de haber navegado –o naufragado– su pluma de vuestra merced en los bajíos de estos imaginarios errores, mayores –a su parecer– que los de Ulises, se engolfa en el ancho mar de la reprehensión de las Soledades, por la oscuridad que contienen, exagerada de vuestra merced con tanta viveza que afirma no haber período que enteramente descubra el intento de su autor, con tratarse en el poema todo de cosas frívolas y rateras, gallos, gallinas, pan, manzanas y otras a este tono, y estar escritas en nuestra lengua materna castellana. Y no contento con esto, pasa tan adelante vuestra merced en ponderar la oscuridad, que no solo hace, respecto de ella, desapacible y mal inteligible este poema a todos los hombres de buen entendimiento y gusto –como si de todos tuviera poder especial para representar su sentimiento–, pero aun habiendo vuestra merced mismo, como bravato español, dejádose decir: «No se entiende por esto que, a pesar de vuestra merced, no entendemos cuanto quiso decir, aunque no lo dice, si bien se encuentran partes donde por largo espacio no alcanza la más profunda meditación a hallarles fondo», pocos renglones después, o menos memorioso o más humilde, añade: «¡Y delante de Dios, que en muchas partes de esta Soledad me he visto atormentado el entendimiento y aun no sé si las acabo de rastrear!» Para mí, señor, tengo por infalible que, cuando llegaron a manos de vuestra merced las Soledades y trató de escribir contra ellas, si lo consultara con hombres de buen juicio –pues el nuestro, aunque lo sea, sirve en nuestras cosas propias más de ordinario a la pasión y al antojo que no a la razón, por evidente que se muestre–, se ahorrara de trabajo semejante y empleara su talento en defenderlas, antes que en impugnarlas, pues a la verdad, por común consentimiento, es hoy su autor el mejor poeta que se conoce en Europa –y no nos está mal a nosotros que, en nuestro siglo, alcance nuestra nación alabanza semejante, ni que procuremos tenerla en pie contra los que, invidiosos de nuestra gloria, siéndolo ellos injustamente nos llaman ‘bárbaros'–; o cuando quisiera vuestra merced dejar de ocuparse en cosas tan menudas, o por no afecto al autor o por no deberle buenas obras algunas, pudiera, pues no le debe ningunas malas, siendo necesitado a declarar su parecer acerca de las Soledades, imitar la modestia de Sócrates, de quien cuenta Laercio que, habiéndole dado Eurípides a leer una obra de Heráclito, autor que en todas las suyas afectó la oscuridad, cuidadosísimamente y preguntado que le parecía, respondió: Ea quidem quae intellexi generosa sunt et praeclara; puto item et quae non intellexi, verum Delio quopiam natatore indigent. Esta sí que fue respuesta de hombre de chapa, y no condenarlo todo porque yo no lo entienda todo, que eso es ya dar indicio claro de que sincerum est nisi vas, quodcumque infundis acescit . Pero, para que se persuada vuestra merced que, cuando más aprieta los puños contra nuestro poeta, “si trova le man pien di mosche” –como dice el italiano– y que no todos los que saben a campana tañida concurren y consienten con vuestra merced ni deben consentir en la condenación de este poema, le probaré con autoridad, con ejemplo y con razón sus sinrazones. La poesía no es otra cosa que imitación, según con Aristóteles, o por mejor decir, con la experiencia misma lo confiesan y enseñan los hombres doctos, fuera de Francisco Patricio, que, guiado de no sé qué falsos fundamentos, en su Poetica y en otros lugares, se derrotó malamente. Esta poesía, pues, o esta imitación poética, certísimo es que tiene por fin y objeto adecuado ayudar deleitando, siendo el blanco –aunque inadecuado– arquitectónico y principal ayudar, y deleitar el secundario, subordinado, menos principal y, asimismo, inadecuado, si bien hay quien ponga por único fin al deleite y quien al provecho (cuestión que para nuestro propósito importa poquísimo). Conforme a lo cual, el poema que con su gallarda imitación consiguiere este fin será, sin duda, perfecto poema, legítimo, noble, ilustre de todos cuatro costados. Supuesta, pues, doctrina tan sabida como verdadera, respóndame vuestra merced a este entimema: ¿el poema intitulado Soledades ayuda deleitando? Luego tiene las calidades del que mejor. Ya yo sé que vuestra merced ha de echar por ahí el antecedente, ¿quién lo duda? Pero, si yo no lo probare, que me aprueben por tonto. Dejando, pues, estudiosamente por ahora los autores de poemas épicos, trágicos, cómicos, satíricos, himnódicos, cinegéticos, haliéuticos, físicos, que ayude el nuestro al modo que Teócrito y Bión, en sus eydilios, y Ausonio en los suyos, que Virgilio, Olimpio Nemesiano, Tito Calpurnio en sus bucólicas, que Tibulo, Propercio y Ovidio en sus elegías, que Píndaro y los demás líricos griegos y el nuestro latino, que Catulo, que el Petrarca y otros muchos toscanos antiguos y modernos, que Ronsardo francés, que Ausiàs March limosín, que Garcilaso, don Diego de Mendoza, fray Luis de León, Hernando de Herrera, Lupercio Leonardo en sus varios versos y rimas –que es loando virtudes, condenando vicios, describiendo ejercicios honestos– ¿quién no lo ve? Pues loa la frugalidad, la sinceridad de los ánimos, condena la ambición, la invidia, la adulación, la mentira, la soberbia, pinta cazas alegres, navegaciones animosas, himeneos con faustas aclamaciones, juegos de carrera y lucha, aventajándose en esto a muchos de los referidos que, con sus escritos, bosquejaron ocupaciones de lascivia más que de continencia y, con todo, merecen nombre de poetas y de poemas sus obras. Pues ¿por qué no las Soledades? Vengamos ahora al objeto segundario, que es el deleite, sin el cual ninguna composición puede ser ni pasar plaza de poema, pues a la que le faltara esta parte, como sin motivo al fin, fuera casual o monstruosa, no intentada ni conocida del arte. Este deleite ha de considerarse o respecto del universal o respecto del particular, cosa es cierta. Pero eslo juntamente que ni este universal ha de ser –llamémosle así– universalísimo, ni el particular particularísimo o individual; porque ni de estos hay ciencia, ni puede ni debe atenderse así. Cada cual de los hombres gusta o no de una compostura para graduarla de poema, que, a esperar esto, estuvieran frescos por cierto o, por mejor decir, bien ranciosos los trabajos de los pobres poetas; como ni tampoco debe considerarse universalísimamente respecto de todos los hombres en común, porque, demás de que no concurren todos en un idioma, entre los que participan de un mismo hay tan rústicos y poco inteligentes algunos, que les sirve, mueve y deleita el verso lo que al asno la lira. Hase de entender, pues, por universal deleite el que percibe así la gente docta y bien entendida, como la que no lo es (excluyendo –como queda dicho– los últimamente ignorantes), y por el particular, o ya los doctos y versados en letras, o ya el vulgo mal instruido en ellas. Al uno y al otro género de gente deleita este poema de las Soledades. Luego es bueno a toto genere, y no peca en la oscuridad ni en otra cosa alguna contraria al arte que agrade al vulgo, cuyo aplauso y aura debe procurarse, según el Ariosto hizo y escribió, diciendo: Il volgo, nel cui arbitrio son gli honori, e, come piace a lui, gli dona e toglie. ¿Quién no lo sabe? Pues el más lego de él, en oyendo el nombre de don Luis de Góngora, alarga un palmo no solo el oído, pero la boca, y después de haber escuchado absorto cualquiera obrilla suya, la admira y alaba como mejor alcanza, y mucho más esta de las Soledades como tejida en mayor cuenta, sin darla ninguno por mala, con ser así que no la entienden todos toda, infiriendo hechos –casi de acuerdo con Sócrates– del superior ingenio de su autor, y de la excelencia de lo que entienden, la bondad de lo que no. Pero de este juicio popular o vulgar, aunque no pretendido por nuestro autor de las Soledades, apelará vuestra merced para el de los que entienden –que con los demás no curtidos en poetas de varias lenguas no se entiende vuestra merced, que nos afirma estarlo tanto– y, como persona dedicada al culto de las musas, dirá con Horacio: Odi profanum vulgus et arceo. Porque, sin duda, sintió bien Tibulo que falso plurima vulgus amat. ¡A los doctos, a los doctos! Confórmome en esta parte con vuestra merced, porque el pueblo non delectu aliquo aut sapientia ducitur ad iudicandum, sed impetu nonnunquam, et quadam etiam temeritate. Non est enim consilium in vulgo, non ratio, non discrimen, non diligentia, como afirma el orador latino, que no fue arrogancia la de aquel excelente músico Antigénidas, sino justo aprecio de su ciencia y de la ignorancia del pueblo, cuando, aprobando este poco a un su discípulo que tañía muy conforme a las reglas de aquel arte, levantando la voz el maestro le dijo en presencia de todos: Mihi cane et Musis. Ni fue, por cierto, menos judicioso el dicho de Antímaco Clario, que, recitando un su poema demasiadamente largo al pueblo, lo cansó de suerte que poco a poco vinieron todos a dejarle solo y salirse del teatro, fuera de Platón, que, estándose quedo, oyó de Antímaco: Attamen legam Plato; enim erit mihi instar omnium. ¡A los doctos, pues, a los doctos, a los hombres de ingenio! Estos aprueban las Soledades, luego por su autoridad es este poema digno de alabanza, y quedan, por el consiguiente, él y su autor absueltos de la instancia, y a vuestra merced y su Antídoto puesto perpetuo silencio. “Pero, ¿qué doctos? –dirá vuestra merced– ¿Cuáles ingeniosos?”. Yo se lo diré y replíqueme luego. En Madrid, emporio de todos los buenos ingenios y estudios del mundo, como corte al fin del mayor monarca que en él ha habido, Pedro de Valencia, cuya aprobación sobrara para cosas mayores, don Lorenzo Ramírez de Prado, el maestro fray Hortensio Paravicino, Luis de Cabrera de Córdoba, Manuel Ponce; en Salamanca, el maestro Céspedes, que ya pasó a mejor vida; en Segovia, Alonso de Ledesma; en Toledo, el doctor don Tomás Tamayo de Vargas; en Cuenca, el doctor Andrés del Pozo y Ávila; en Sevilla, don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, don Juan de Arguijo; en Antequera, el doctor Agustín de Tejada Páez, el maestro Juan de Aguilar, el licenciado Martín de la Plaza; en Osuna, el doctor don Francisco de Amaya; en Granada, el doctor Romero, el doctor Chavarría, el doctor Luis de Bavia, el doctor de la Gasca, el licenciado Morales, el licenciado Meneses, el licenciado Murillo; en Córdoba, muchos –no es poco que sea profeta acepto en su patria– que, a desagradarles, se lo dijeran cara a cara. Todos estos y otros más por ventura –cuyos nombres se callan por ignorarse– han loado y aprobado por escrito y de palabra el poema de las Soledades. Luego, por su autoridad, vuestra merced no tiene razón de culparle. ¿Parécele que son hombres de marca mayor los referidos? Paréceme a mí que no dirá vuestra merced que no. Pues quiero darle por postre otros que no solo por la calidad de su sangre generosa, sino por la de sus ingenios, pudieran darse muy por principio: el duque de Sessa, Gran Almirante de Nápoles; el duque de Feria, virrey de Valencia; el conde de Lemos, presidente de Italia; el conde de Castro, duque de Taurisano, virrey de Sicilia; el príncipe de Esquilache, virrey del Perú; el conde de Salinas; el conde de Villamediana; el marqués de Cerralbo. Que de todos estos señores tiene aprobación el poema de las Soledades, y sabe vuestra merced que principibus placuisse viris non ultima laus est; y nuestro poeta estima en más errar con aprobación de los tales, quia eorum auctoritas portat infirmitatem nostram –como de otros de orden superior dijo san Agustín– que acertar sin ella; porque, a la verdad, la mejor y más relevante alabanza es la que proviene de hombres loados o dignos de serlo, según Héctor acerca de Nevio, referido por Cicerón ; y así, no sin fundamento, se jacta Ovidio: Turbaque doctorum Nasonem novit et audet non fastiditis annumerare viris. El cómico en su poema, como de menor estofa, llevó la mira: Populo ut placerent quas fecisset fabulas; y el que en lo ratero le imita, pero no el que atiende a cosas de más portada: Scribat carmina circulis Palemon, me raris iuvat auribus placere, dijo nuestro Marcial, que por ventura lo aprendió de Horacio. Pondré con perdón enteramente el lugar, y digo con perdón, porque parece larguillo, si bien, en doctrina del poco ha referido español: Non sunt longa quibus nihil est quod demere possis . Solo suplico a vuestra merced que, en vez de los que él pone antiguos –cuya aprobación o tiene o quiere–, ponga vuestra merced los que arriba he dicho que aprueban las Soledades; pues muchos de estos se aventajan en ingenio y letras a los más de aquellos, y en lugar de los semidoctos maestrillos, cuyo juicio desprecia, los que hoy le roen los zancajos a nuestro poeta, y vendrá el lugar tan a pedir de boca que se huelgue vuestra merced: neque te ut miretur labores, contentus paucis lectoribus. An tua demens vilibus in ludis dictari carmina malis? Non ego: nam satis est equitem mihi plaudere, ut audax contemptis aliis explosa Arbuscula dixit. Men' moveat cimex Pantilius, aut crucier quod vellicet absentem Demetrius, aut quod ineptus Fannius Hermogenis laedat conviva Tigelli? Plotius et Varius, Maecenas Virgiliusque, Valgius, et probet haec Octavius optimus, atque Fuscus, et haec utinam Viscorum laudet uterque! Ambitione relegata te dicere possum, Pollio, te, Messala tuo cum fratre, simulque vos, Bibuli et Servi, simul his te, Candide Furni, complureis alios, doctos ego quos et amicos prudens praetereo; quibus, haec sint qualiacumque arridere velim, doliturus si placeant spe deterius nostra. Demetri, teque, Tigelli, discipulorum inter iubeo plorare cathedras. ¿Basta esto? Temo no me diga vuestra merced que sobra. Pasemos pues a probar y a comprobar con ejemplo el estilo de las Soledades, dado caso que sea –como vuestra merced nos lo pinta– oscuro, porque demás de que lo prometemos así, non potest auctoritatem habere sermo qui non iuvatur exemplo, como afirmó justamente Casiodoro, puesto que el ejemplo sea también autoridad: Exemplum est –dice el autor de la Rhetorica ad Herennium– alicuius facti aut dicti praeteriti cum certi auctoris nomine propositio; variando poco de la definición que le dio Marco Tulio: exemplum est quod rem auctoritate aut casu alicuius hominis aut negotii confirmat aut infirmat. Que nuestro poeta, cuando, por levantar el estilo y realzar la lengua, quiera no darse a comer a todos y, por conseguir este fin, salga con algunos celajes oscuros la bellísima pintura de su poema, habet bonorum exemplum, quo exemplo sibi licere id facere quod illi fecerunt putat. De los egipcios, ¿quién ignora el cuidado en ocultar al vulgo los misterios de su teología y ciencias, pues teniendo letras comunes todos, las tenían propias y particulares los sacerdotes solos, enseñadas por tradición de padres a hijos? Diodoro Sículo: Cum Aegyptii litteris utantur propriis, has quidem vulgo discunt omnes: has vero quas sacras appellant, soli sacerdotes norunt, a parentibus eorum privatim acceptas. Pero aun otro género de letras les atribuye Clemente Alejandrino, dándoles tres: Iam vero qui docentur ab Aegyptiis, primum quidem docent Aegyptiarum litterarum viam ac rationem, quae vocatur ἐπιστολογραφική, hoc est apta ad scribendas epistolas; secundam autem sacerdotalem, qua utuntur ἱερογραμματεις, id est, qui de rebus sacris scribunt; ultimam autem ἱερογλυφικήν, id est, sacram quae insculpitur scripturam. Así tenían en el Perú diversa lengua los nobles de los plebeyos y la tienen hoy en el Japón y otras regiones del Oriente: que las cosas no vulgares de su naturaleza o artificio, en que no las alcance el vulgo, ¿qué se pierde? Mírase con no sé qué más de veneración lo que se sabe, que no es para todos, y algo ha de quedar para los doctos solos, demás de que hay humores que, preciándose de inteligentes, gustan de oír las cosas menos claras. Dícelo y da la razón Quintiliano: Sed auditoribus etiam nonnullis grata sunt haec quae cum intellexerint acumine suo delectantur, et gaudent non quasi audiverint sed quasi invenerint. Pero prosigamos con los que usaron oscuro estilo. Heráclito Efesio, maestro un tiempo de Hesíodo, de Pitágoras, de Jenofonte y Hecateo, afectó de suerte la oscuridad en sus escritos, que, por ejemplo de ella, le cita Aristóteles ; y Cicerón, tratando de los estilos claro y oscuro, dice de este último: Quod duobus modis sine reprehensione fit, si aut de industria facias, ut Heraclitus, cognomento qui σκoτεινός perhibetur, quia de natura nimis obscure memoravit, aut cum rerum obscuritas, non verborum, facit ut non intelligatur oratio, qualis est in Timaeo Platonis; y el mismo, en los libros De natura deorum: Nec consulte dicis occulte tamquam Heraclitus; y más adelante, tratando del mismo Heráclito: quem ipsum non omnes interpraetantur uno modo; qui quoniam quid dicere intelligi noluit, omittamus; y últimamente en los libros De divinatione: valde Heraclitus obscurus. Laercio afirma lo que los demás de Heráclito y juntamente la causa, tratando del libro que dejó escrito: Illum vero in templo Dianae deposuit, ut quidam putant de industria obscurius scriptum, ut soli eruditi illum legerent, ne si a vulgo passim legeretur, contemptibilis esset. Y no faltó quien, muerto él, aprobase sus designios con uno y otro epigrama, diciendo: Sum Heraclitus ego, quid me vexatis inepti? Non vos, sed doctos tam grave quaerit opus; y también: Noli Heraclitum rabido percurrere cursu, est via difficilis, luce papyrus eget. In sua si doctus te duxerit atria vates, cuncta videbuntur lucidiora die. Y dice vates porque escribió en verso; respecto de lo cual dijo Eusebio Cesariense que había cantado oráculos: quibus oracula Ephesius Heraclitus canit?. Y a este hombre tal desearon tener consigo, y no lo alcanzaron, los reyes persas, monarcas entonces del mundo. Pues Pitágoras, su discípulo primero, inventor del nombre de ‘filosofía' y ‘filósofo' , o ya le imitase a él o ya a los egipcios, cuyas letras y misterios aprendió –según Laercio , Plutarco , Clemente Alejandrino y Eusebio Cesariense –, de suerte dejó su doctrina embozada con símbolos y enigmas que hasta hoy han trabajado en descubrirla grandes ingenios. De Aristóteles, por su confesión misma, sabemos que afectó tal vez la oscuridad. Refiere Plutarco que, habiéndosele por una carta quejado Alejandro de que había publicado la filosofía que le había enseñado a él, Aristóteles excusat se de iis disputationibus, ita editas, uti non editae si essent, indicans. A Euforión, poeta griego, natural de Calcis de Eubea, nos le vende Cicerón por muy oscuro: “Quid, poeta nemo, nemo physicus obscurus?” Ille vero nimis etiam obscurus Euphorion, at non Homerus. Y con ser así, lo aprobó Virgilio, según nos enseña Quintiliano: Quid? Euphorionem transibimus? Quem nisi probasset Virgilius idem, nunquam certe conditorum Chalcidico versu carminum fecisset in Bucolicis mentionem; cuyas obras tradujo Cornelio Galo, según quiere Servio sobre aquellos versos de la égloga décima de Virgilio: Ibo, et Chalcidico quae sunt mihi condita versu carmina, pastoris Siculi modulabor avena. Pues para mí tengo por sin duda que hablaron de un mismo Euforión el orador y el poeta latino, porque si bien hubo otro de este nombre –y poeta fue trágico y natural de Atenas, hijo de Esquilo el trágico–, el de Calcis tuvo por padre a Polimneto, por condiscípulos a Lácidis y Pritanides, filósofos, y Arquébuto Tereo, poeta, por fautores a la mujer de Alejandro, rey de Eubea, hijo de Crátero, y después a Antíoco el Grande, rey de Siria, de cuya biblioteca tuvo cargo. Escribió en verso heroico el Hesíodo y la Mopsopia, en que describió oráculos de mil años venideros. Del uno y del otro Euforión trata Suidas; y persuádome a que habló Cicerón de este último heroico, porque, si no, en balde o mal le comparara con Homero; y lo mismo sienten Pedro Victorio en sus Varias y Roberto Estéfano en su Thesauro. El príncipe de los poetas latinos, Virgilio, también a veces parece que gustó de ejercitar el entendimiento de muchos que hoy andan a puñadas sobre lo que quiso decir o si erró, o no, en tal o tal parte. Doce lugares le nota su intérprete Servio, según el Rossi; pero, señaladamente, lo son aquellos versos de la égloga tercera: Dic quibus in terris –et eris mihi magnus Apollo– tres pateat caeli spatium non amplius ulnas, acerca de los cuales dice Alciato: Fama est interrogatum eum ab Asconio Pediano ut gryphum dissolveret detrectasse, quod eo grammaticis crucem fixisse atestaretur. De Persio poco hay que decir en materia de oscuridad: harto dijo Julio César Escalígero y harto dirá el libro mismo al que lo tomare en la mano. Y sin embargo, fue tan estimado que escriben de él Quintiliano: multum et verae laudis Persius in uno libro meruit; y Marcial: saepius in libro memoratur Persius uno quam levis in tota Marsus Amazonide. Y dejando de tratar de Petronio Árbitro y Apuleyo, que por la extravagancia de palabras han dado tanto que hacer a sus intérpretes, y, asimismo, del Dante entre los vulgares toscanos –cuya varia musa con misteriosos pensamientos se subió, ya, tal vez cual otro Astolfo, a lo más alto de su Paraíso, ya con bajezas increíbles al fondo se dejó calar del río Cocito de su Infierno–, ¿el Petrarca, con quien pudo tanto la dulzura, no hizo la canción que comienza Mai non vo' più cantar com'io soleva, toda una enigma o, por mejor decir, muchas cada verso, con ser de seis estancias de a quince? ¿La misma oscuridad no procuró también en algunos sonetos alegóricos, aun fuera de los que hizo contra la corte romana, que, como a poco píos, cuerdamente los quiso cubrir de niebla? Pues ¿qué se le siguió al poeta de este trueco de estilo en los poemas referidos? Que dijese de ellos Daniel Bárbaro, hombre acreditadísimo en su tiempo con los profesores de buenas letras, que per lo artificio delle allegorie e degli enigmi mirabili appariscono a chi gli legge. ¿Qué nos dirá vuestra merced a esto? ¿Que erraron los referidos todos? A fe que son muchos; mírelo bien vuestra merced, pues aun contra dos no puede un Hércules. Condenado está en vista y revista por jueces de autoridad: no hay sino apelar por última instancia con las mil y quinientas para la razón. Yo entiendo que me sobra; decirla he como menos mal supiere. Si alguno me la culpare por larga, no podrá por lo menos decir el tal que tuve poca. Pero para seguir este intento, es fuerza ver primero qué género de poema es este de las Soledades, de que resultará conocer si es capaz de grandeza: verase si la tiene y si es razón que la tenga. Dejando, pues, varios pareceres, supuesto que no es dramático, tampoco puede ser épico: ni la fábula o acción es de héroe o persona ilustre, ni acomodado el verso; menos es romance, por más que tenga del mixto, porque demás de no ayudarle el verso, ni introduce príncipes por sujeto del poema, ni cortes, ni guerras, ni aventuras como el Ariosto, el Tasso padre y el Alemani. Bucólico no es, aunque en él entren pastores; ni haliéutico, aunque pescadores; ni cinegético, aunque cazadores; porque ninguno de estos es sujeto adecuado y trata o ha de tratar juntamente de otros. Pero, porque introduce a todos los referidos, es necesario confesar que es poema que los admite y abraza a todos. ¿Cuál sea este? Es sin duda el mélico o lírico, llamado así por ser canto –que esto es melos– al son de la lira; por donde se excluye el ditirámbico, que era en alabanza de Baco solamente, y al son de flauta. Qué cosa sea poema mélico nos lo dice Minturno: Erit itaque melica poesis absolutae cuiusdam actionis, et vero plerumque gravis et honestae, interdum etiam iocosae ac levis imitatio: quae versibus non utique nudis, sed numero harmoniaque ornatis fit periucunde, ut delectet pariter et prosit. La cual definición le da puntualísimamente monseñor Alejandro Carrerio en su Discurso contra las obras del Dante. Acerca de lo que abraza, oigamos a César Escalígero: Lyricorum genera multa. Melos, sive Ode, quibus curas amatorias decantant, etc. Alia genera in laudibus heroum, locorum laudationibus, rerum gestarum narrationibus, hilaritates, convivia. His numeris etiam Paeanes solis diis dicti: et hymni eodem argumento, sed stilo demissiore. Item ea quae σκολιὰ μέλη vocata sunt, in quibus virorum fortium laudationes continebantur, etc. Pero, difusísimamente, el poco ha referido Minturno, que algunas otras suertes de poemas o sujetos de ellos reduce al lírico o mélico; y ambos lo aprendieron de Horacio en el Arte: Musa dedit fidibus –esto es a la lira– divos puerosque deorum, et pugilem victorem et equum certamine primum, et iuvenum curas et libera vina referre. Como lo dijo, él mismo lo ejemplificó en sus Odas. Todo esto, por vida de vuestra merced, ¿no le parece que cuadra bien a las Soledades y se halla en ellas? Solo podrá escrupulizar el ser más largo este poema que los que en género de líricos dejaron los antiguos, y no ser de una sola acción, sino de muchas. Pero en lo que toca a dilatarse, bien sabe vuestra merced que importa poco, pues más y menos no varían la especie. En cuanto a la acción o fábula, bien se pudiera sustentar por una, siendo un viaje de un mancebo náufrago; pero antes queremos que sean muchas y diversas, porque de la diversidad de las acciones nace sin duda el deleite antes que de la unidad. La experiencia lo dice. Mostrolo en sus obras el Ariosto y enséñanlo en las suyas los que le defienden: Josefo Malatesta, Francisco Patricio, Horacio Ariosto y toda la Academia de la Crusca. Razones excusadas son cuando es juez el sentido, a quien por ellas no es justo dejar pena de impotencia de juicio. Según Aristóteles las artes, en cuanto a su esencia y a su objeto, inmudables son y eternas; pero no en cuanto al modo de enseñarlas o aprenderlas, que este admite variedad según los tiempos e ingenios, con los cuales de ordinario prevalece la novedad, como cosa que aplace. Imitación es la poesía y su fin es ayudar deleitando. Si este fin se consigue en la especie en que se imita, ¿qué le piden al poeta? ¿Guardan hoy, por ventura, la tragedia y la comedia el modo mismo que en tiempo de Tespis o de Éupolo? No, por cierto. Informémonos de Aristóteles y Horacio. Pues ¿por qué? Porque se halló modo mejor para deleitar del que ellos usaron, como lo tenemos hoy en nuestras comedias diverso del de los griegos y latinos –aunque no ignorado de Aristóteles–, y es cierto que nos deleita este más que pudiera el antiguo, que cansara hoy al teatro. A la variedad y la novedad, que engendran el deleite, atiende el gusto. ¡Pero qué mucho él! Pues, aun la misma Naturaleza, por atender a ella para más abellecerse, produce a veces cosas contrarias a su particular intento, como son los monstruos. Luego este motivo bastante es para que se trabaje un poema cual el de las Soledades, más largo que le usaron los antiguos líricos y tejido de acciones diversas. ¡Oh, señor! Que no le conocieron los que dieron preceptos del arte ¿qué importa, si le ha hallado como medio más eficaz para deleitar la agudeza y gusto de los modernos? ¿Quién reprehendió a Eurípides y Sófocles? ¿Quién a Homero y a Virgilio? ¿Quién a Plauto y Terencio porque tomaron otra derrota de la que habían seguido sus mazorrales predecesores en el arte? La razón se ha de seguir en todo acontecimiento: Neque id statim legenti persuasum sit –dice Quintiliano>– omnia quae magni auctores dixerunt utique esse perfecta. Nam et labuntur aliquando et oneri cedunt et indulgent ingeniorum suorum voluptati, nec semper intendunt animum et nonnumquam fatigantur, cum Ciceroni dormitare interim Demosthenes, Horatio vero etiam Homerus ipse videatur. Summi enim sunt, homines tamen, acciditque iis qui quidquid apud illos repererunt dicendi legem putant, ut deteriora imitentur (id enim facilius est), ac se abunde similes putent si vitia magnorum consequantur. Horacio, tratando de los que se casaban demasiado con la antigüedad, los reprehende con su acostumbrada agudeza: Interdum vulgus rectum videt, est ubi peccat. Si veteres ita miratur laudatque poetas ut nihil anteferat, nihil illis comparet, errat: si quaedam nimis antique, si pleraque dure dicere credat eos, ignave multa fatetur, et sapit et mecum facit et Iove iudicat aequo; y más abajo: Indignor quicquam reprehendi, non quia crasse compositum illepideve putetur, sed quia nuper; nec veniam antiquis, sed honorem et praemia. Y Cicerón había dicho primero: Hoc ego philosophi non arbitror testibus uti qui aut casu veri aut malitia falsi fictique esse possunt: argumentis et rationibus oportet quare quidque ita sit docere. Pero mucho mejor, tratando del mismo punto en el primer libro De natura Deorum: Qui autem requirunt quid quaque de re ipsi sentiamus, curiosius id faciunt quam necesse est; non enim tam auctores in disputando quam rationis momenta quaerenda sunt. Quin etiam obest plerumque iis qui discere volunt auctoritas eorum qui se docere profitentur; desinunt enim suum iudicium adhibere, id habent ratum quod ab eo quem probant iudicatum vident. Nec vero probare soleo id quod de Pythagoricis accepimus, quos ferunt, si quid adfirmarent in disputando, cum ex iis quaereretur quare ita esset, respondere solitos “Ipse dixit”; “ipse” autem erat Pythagoras: tantum opinio praeiudicata poterat, ut etiam sine ratione valeret auctoritas. Con razón lo reprueba, por cierto, pues esta debe vencer a cualquier autoridad, por afianzada que esté con la costumbre: cosa que aun en derecho se prueba por la ley consuetudinis (Cod.: Quae sit longa consuetudo), y sirva de paréntesis, que le debo sin duda mucho a vuestra merced, pues me hace ya poeta, ya historiador, ya gramático, ya astrólogo, ya predicador y, últimamente, abogado. ¡Ojalá me hiciera médico juntamente! Por ventura le curara de su mala afección contra nuestro poeta. Pero ahora caigo –como esas veces habré dado y daré de hocicos a juicio de vuestra merced– en que podrá decirme «modo ais, modo negas». Por tornarme a cuento, echo por ahí la autoridad y el ejemplo, habiendo primero subídoles de punto muy de propósito. No soy tan flaco de memoria que me olvide, ni tan inconstante que me desdiga: la autoridad y el ejemplo mucha fuerza tienen, o cuando la razón no se alcanza o cuando la queremos realzar con su apoyo, mostrando que en varios tiempos militó y fue conocida. Así hice yo, valiéndome de la autoridad de los doctos que aprueban el poema de las Soledades y del ejemplo de los que usaron estilo no para el vulgo. Ya procuro con la razón probar su bizarría. La autoridad de quien hago poco pie para argumento en contrario es la de quien dice o dijere que no puede el poema lírico ser continuadamente largo y contener acciones diversas: esto no lo dijo ningún antiguo y, cuando lo hubiera dicho, por sus tiempos pudo correr; ya corren otros y otros gustos. ¡Oh, señor! ¿Que no lo hicieron? Luego no pudieron ni puede hacerse. Argumento es ab auctoritate negativa: no tiene fuerza. Hiciéranlo si quisieran, pues no implica contradicción, antes por medio de la variedad acrecienta hermosura el hacerlo y de ella nace el deleite: Gaudent enim res varietate, et sicut oculi diversarum aspectu rerum magis detinentur, ita semper animis praestant in quod se velut novum intendant, dijo Quintiliano. Heme alargado tanto cuanto en esto por pertenecer a la acción, que es ánima del poema y lo que importa defender, si bien vuestra merced, de puro piadoso, no quiso ofenderle en ella, contentándose, como el otro portugués, de tirarle cuchilladas por faldas y por mangas. Veamos ahora si el tal poema lírico es capaz de grandeza. ¿Por qué no lo ha de ser si trata de dioses, de héroes, de guerras, de victorias y cosas semejantes? Díchose está ello, aunque como dice el autor de la Réplica contra la Apología de Jasón de Nores, debajo del nombre del Attizzato, por no haber autores griegos o latinos que nos hayan dado en particular preceptos del poema lírico, habremos de recurrir al ejemplo de los que en él han ganado justamente crédito. Y dejando intacta la poesía de David en sus Salmos –por no mezclar lo sagrado con lo profano, puesto que, a juicio de muchos, es toda lírica y de tan alto estilo que no solo no llegan hoy las plumas a poder imitarla, pero ni aun los ingenios a entenderla del todo–, a Píndaro y otros de los nueve griegos bien vemos cuánto los alaba Horacio en la segunda y nona ode del cuarto libro, pues dice que no les escurece Homero. Quintiliano, pues ¿qué siente de ellos? Novem vero lyricorum longe Pindarus princeps spiritus magnificentia, sententiis, figuris, beatissima rerum verborumque copia et velut quodam eloquentiae flumine: propter quae Horatius eum merito credidit nemini imitabilem. Stesichorus quam sit ingenio validus, materiae quoque ostendunt, maxima bella et clarissimos canentem duces et epici carminis onera lyra sustinentem. Reddit enim personis in agendo simul loquendoque debitam dignitatem, ac si tenuisset modum, videtur aemulari proximus Homerum potuisse, sed redundat atque effunditur, quod ut est reprehendendum, ita copiae vitium est. Alcaeus in parte operis aureo plectro merito donatur, qua tyrannos insectatur multum etiam moribus confert, in eloquendo quoque brevis et magnificus et diligens, plurimumque Homero similis. Pues de la grandeza de Horacio, émulo en la gloria de Píndaro, como en la grandeza del decir, ¿qué alabanzas no dice Minturno en su Poeta? ¿Cuáles calla César Escalígero? Carminum igitur libri vel iucunda inventione vel puritate sermonis vel figurarum tum novitate tum varietate, maiores sunt omni non solum vituperatione, sed etiam laude: neque solo dicendi genere humili, quemadmodum scripsit Quintilianus, contenti, verum etiam sublimi maxime commendandi. Quid enim altius aut praeclarius illis? Y va haciendo un largo catálogo de versos, primero, y luego de odes enteras en que, por lo grandíloco, no cede a Píndaro, ya loando los dioses, ya a Augusto, ya otros particulares, ya las virtudes, ya condenando los vicios, ya describiendo lugares y sucesos. De los vulgares toscanos, a Monseñor de la Casa hacen muchos cabeza y ejemplar de los que han escrito con estilo magnífico; pero sin duda no es él solo, pues de Torcuato Tasso, del Caro, del Chiabrera, del Guarini y del Marino vemos canciones y sonetos que espiran magnificencia. Señal es que la sufre el poema y que la puede tener el de las Soledades. Veamos si la tiene. La magnificencia de la elocución de tres cosas nace principalmente de ordinario en la poesía, según Aristóteles: de variedad de lenguas, de translaciones, de extensiones. Illa veneranda –dice él de la virtud de la dicción– et omne prorsus plebeium excludens quae peregrinis utitur vocabulis. Peregrinum voco varietatem linguarum, translationem, extensionem, tum quodcumque a proprio alienum est. Y no hago diversa cabeza de esto último, porque, sin duda, las palabras peregrinas, las metáforas y los perífrasis son ajenos del propio y así los epiloga antes que diferencia. Añadiéramos los epítetos o apósitos –que así les llama Quintiliano– como cosa que da ser y gravedad a la elocución, según doctrina del mismo Aristóteles: Quoniam opus est ipsis uti (tollunt enim quod usitatissimum est et faciunt ut elocutio gravior videatur), a no parecer que podían comprenderse debajo de la extensión del decir, como los comprende el mismo filósofo en el capítulo De amplitudine et brevitate elocutionis, diciendo que se ampliará: si translationibus et epithetis significes. Y así dejaremos también de hacer miembro aparte la similitud o comparación, y la alegoría, puesto que diga –y con razón– Quintiliano: Illud vero longe speciosissimum genus orationis in quo trium permixta est gratia similitudinis, allegoriae et translationis. Porque la similitud y la alegoría se reducen a la translación, conforme a la opinión de Aristóteles: Imago –dice él entendiendo por imagen la similitud– etiam translatio est: parum enim a translatione differt. Nam cum Achillem “ut leonem irruisse” poeta dixit imago est, cum vero ‘leonem' translatio. Nam quoniam uterque viribus excellit, Achillem traducendo leonem appellavit. Accomodantur autem imagines orationi etiam solutae sed rarius: poeticum enim id est. Ducuntur vero sicut translationes, non enim ab eis differunt, sicut dictum est. Y lo mismo repite y afirma poco después. Estas son, mi señor, las fuentes principales de donde se deriva la grandeza en el poema, aunque hay otras algunas de menos cuenta, como son la aspereza de la composición, los períodos largos, el concurso de las vocales, el doblar las consonantes –cosa advertida ya por el Falereo: efficiunt igitur (dijo él) eaedem litterae concurrentes magnitudinem–, el ir graduando de suerte los nombres que vayan siempre creciendo. De todo esto trae muchos ejemplos del Dante, del Petrarca, de Monseñor de la Casa y suyos –quien, a la par del que mejor, dice y hace– Torcuato Tasso en sus doctos Discursos acerca del poema heroico; y donde fuere necesario enseñarle a vuestra merced que nuestro autor de las Soledades lo hizo así en esta su obra, llevado del arte y no del descuido, yo pondré el puntero por servirle. Pero volviendo a las principales causas del hablar grande, cierto es que con oscurecerle algún tanto le dan majestad. Afírmalo y da la razón Aristóteles: Dilucidam autem reddunt orationem quae propria sunt, sive nomina, sive verba: non deiectam vero, sed ornatam reliqua, de quibus in arte poetica diximus. Nam inusitata graviorem reddunt orationem. Quod enim ad peregrinos atque advenas patimur, id etiam ipsum ad dictionem sustinemus. Quo circa inusitatiora sunt adhibenda. Haec enim ex omnibus admiramur, mirabile autem omne iucundum est. In metro igitur multa id faciunt, commodeque ibi dicuntur, etc. Doctrina por cierto puesta en razón porque, si de lo admirativo nace lo risible, también nacerá lo deleitable. Y lo admirativo, cierto es que no se produce de lo común y ordinario a nuestros ojos o nuestros oídos, que ab assuetis non fit passio, sino de lo extravagante, de lo raro, de lo nuevo, de lo no esperado o pensado: Est enim –dijo Quintiliano– grata in eloquendo novitas, et commutatio, et magis inopinata delectant. Y por el consiguiente, el poeta, cuyo fin –en la manera que ya se ha dicho– es deleitar, debe procurar siempre apartarse del carril ordinario del decir, pena de perdimiento de oficio. Esto pide el arte si creemos a Gerónimo Vida: Sacri igitur vates facta atque infecta canentes libertate palam gaudent maiore loquendi quaesitique decent cultus magis atque colores insoliti, nec erit tanto ars deprensa pudori. ¡Hablen, hablen –según de los tales en lo De oratore sintió Cicerón– con otra lengua! Que lo mismo sintió Aristóteles cuando dijo se había de usar variedad de lenguas, no porque sea lícito mezclar con la castellana la latina, la griega, la toscana y la francesa, sino porque, para realzar la elocución, se han de introducir y usar en el poema palabras diferentes de las vulgares, ya derivándolas de otras lenguas vecinas a la nuestra materna y con terminaciones propias nuestras, ya usando tal vez de algunas antiguas, como aconsejan Horacio en el Arte y Vida en el tercer libro de su Poética, ya en vez de los nombres propios valerse de perífrasis o translaciones. De todo este artificio se vale nuestro poeta en las Soledades: de lenguaje extraordinario, de translaciones, de epítetos, de símiles, de extensión de períodos; cosas que vuestra merced no puede negar, pues tal vez las reprehende mal y caramente. Luego tiene grandeza y es bien que la tenga si como poeta, y tan gran poeta, ha de levantarse sobre el común decir, ha de admirar deleitando y deleitar admirando, principalmente mientras trata de alabar virtudes, reprehender vicios y describir navegaciones espantosas, pues que Sive opus in mores, in luxum, in prandia regum dicere, res grandes nostro dat musa poetae. Séale lícito a él lo que no fue reprehensible en Virgilio: querer descollar sobre los demás, usando de nuevo estilo y modo de componer en nuestra lengua; y si dijo el poeta latino: Tentanda via est, qua me quoque possim tollere humo victorque virum volitare per ora. Primus ego in patriam mecum, modo vita supersit, Aonio rediens deducam vertice Musas, y Propercio: Primus ego ingredior puro de fonte sacerdos Itala per Graios orgia ferre choros, diga lo mismo con las obras, si no con las palabras, el nuestro; y puédase gloriar de lo que Horacio: Libera per vacuum posui vestigia princeps, non aliena meo pressi pede. Qui sibi fidit dux regit examen. Parios ego primus iambos ostendi Latio. Y como he dicho otra vez, procuremos la gloria para nuestra nación, hagamos bien para nosotros mismos. «¿Qué importa, si es oscuro en muchas partes y poco inteligible este poema?», dirá vuestra merced. Pregunto yo: «¿y qué importa lo sea? Entiéndanle los doctos, y su autor se contenta». Pero advierta vuestra merced de camino que, si nos vende por oscuro el poema de las Soledades, le vende por grande y majestuoso; y si niega que lo es, le vende por inteligible y claro. Escoja lo que mandare: que, si lo primero, le dará lo que le toca de justicia, y, si lo segundo, dejará de culparle de oscuro. Porque, como queda probado a juicio mío y después de Aristóteles en su Poética, lo afirma el Tasso en sus Discursos: da una medesima cagione suol nascer l'oscurità e la grandezza, e derivar quasi da un medesimo fonte. Aunque, si mira vuestra merced –sin antojos de apasionado alinde– los defectos de este poema, confesará que no es tan oscuro como eslo su estilo, pues se acomoda a los sujetos de que trata, pues tiene tanto de energía, o evidencia, o perspicuidad, que así la llama Cicerón: quae non tam dicere videtur quam ostendere, et adfectus non aliter quam si rebus ipsis intersimus sequentur, como nos la describe Quintiliano. ¡Pardiez, pues, que no ha de negarla quien dice que pinta el poeta la caza «que parece una tremenda batalla», y, de los luchadores, «parece que dos muchachos se toman a caídas y que los veo»! ¿Esto qué es si no es evidencia? Parece que vuestra merced, previniendo estas razones en su Antídoto, quiso mostrar que servían poco a la defensa de nuestro poeta; pues cuando más creíamos que había de procurar en sus versos grandeza, «en medio de sus temeridades», dice vuestra merced, «se dejan caer infinitas veces con unos modos no solo ordinarios y humildes, pero muy viles y bajos y con versos inconstantes y de torpe y desmayado sonido en cuyo conocimiento no puede haber engaño. De bien plebeyo sonido son estos», etc.. Hace vuestra merced aquí inventario de algunas bajezas –digo inventario porque las inventa– en no sé cuántos versos con que, a su pesar y sin pensar, viene a concedernos vuestra merced que no hay tan descomunal oscuridad en este poema, como poéticamente lo exagera. Pero suponiendo, primero, que ninguno de los versos que vuestra merced vende por humildes y plebeyos es de torpe y desmayado sonido –de que hago testigos y jueces a los oídos aun más apasionados contra su autor–, responderé generalmente primero y, después, en particular a esta objeción. Uno de los cuidados mayores que debe tener el poeta es el decoro, pintando cada cosa con los colores de palabras que se le deben. Encárganoslo, en su Arte, Horacio: Singula quaeque locum teneant sortita decenter. Lo grande, con estilo y palabras de su tamaño; y lo pequeño, con palabras más claras y vulgares, mediante lo cual tiene lugar la energía: Nulla adeo–dijo Vida– vatum maior prudentia quam se aut premere aut rerum pro maiestate canendo tollere. Nunc illos animum submittere cernas, verborum parcos humilique obrepere gressu textaque vix gracili deducere carmina filo, nunc illos verbis opulentos, divite vena cernere erit fluere ac laxis decurrere habenis fluxosque ingentesque. Porque comoquiera que las palabras no solo son señales de los conceptos –conforme al filósofo, voces sunt signa conceptuum–, sino vestiduras de ellos, han de ser ajustadas a su talle: el que a un gigante cortase ropas de enano y al enano de gigante, al cortesano de rústico y al rústico de cortesano, mal sastre sería; el que para movernos a misericordia nos atronase los oídos con bravatas, amenazas y vanidades, necio andaría: Telephus et Peleus, cur pauper et exul uterque proicit ampullas et sesquipedalia verba, si curat cor spectantis tetigisse querela. Tócale tal vez a nuestro poeta describir cosas muy caseras de personas humildes. ¿De qué suerte manda vuestra merced que las diga? “Fortunam Priami cantabo et nobile bellum” o torva Mimalloneis implerunt cornua bombis . No mandará tal cosa vuestra merced; antes, vuelto en sí, deberá gracias a nuestro poeta de lo mucho que ha atendido al arte, pudiendo justamente decir de sí lo que el lírico latino: “Quin id erat curae quo pacto cuncta tenerem, utpote res tenueis tenui sermone peractas”. La poesía principalmente lírica tomó el nombre del instrumento y del canto, que por eso se llama ‘mélica' –según se ha dicho– y así debe imitar en todo a la música, en la cual el que más diestro es nunca hace pie mucho tiempo en un tono, por difícil y artificioso que sea, sino procura variarlo y confundirlo con otros para deleitar con la variedad al auditorio. Así lo conoció, hizo y dijo el Ariosto, autor de romance poema que, aunque se tiene de parte del épico, en lo vario imita al lírico: Signor, conviene far come fa il buono sonator sopra il suo stromento arguto, che spesso muta corde e varia tuono, ricercando ora il grave, ora l'acuto. Que, de otra suerte, granjearía lo que dice Horacio: Et citharoedus ridetur chorda qui semper oberrat eadem. Esto es cuanto a lo general de variar estilo, dejando a veces el alto y majestuoso, y acomodándose al más humano y casero. Vengamos ahora a lo particular; y verdaderamente que no sé qué vio vuestra merced en los versos que reprehende para que le descontenten. Entre ellos pone vuestra merced aquellos: del océano pues antes sorbido y luego vomitado. Y si ya no se ha hecho, con el mal olor del Antídoto, tan delicado y fácil de estómago que se le mueva el oír ‘sorber' y ‘vomitar' como el otro que condenaba por asqueroso y poco limpio el decir al sol “lámpara del mundo”, no sé a qué atribuya lo mal contentadizo, porque el verso, en cuanto al sonido, no es torpe, flaco, ni desmayado, antes gallardo por el concurso de vocales. Pues el modo de hablar, en cuanto a ‘sorber', Virgilio lo usó: Atque imo barathri ter gurgite vastos sorbet in abruptum fluctus. Usole Lucano: Iam tumuli collesque latent, iam flumina cuncta condidit una palus vastaque voragine mersit, absorpsit penitus rupes; y Gregorio Hernández, hombre a quien debe no poco nuestra lengua, en su traducción de la Eneida: Revuelve en torno allí la misma ola la frágil nao tres veces en un punto, y en fin la sorbe un raudo remolino. El ‘vomitar', pues fuera de que Virgilio dijo de Caco que vomitaba llamas, y Silio Itálico del Vesubio, Vesebo o monte de Soma, Lucano en el sentido que nuestro poeta: Restituit raptus tectum mare, cumque cavernae evomuere fretum. Y el grande Aníbal Caro, en su traducción de Virgilio, superior a cuantas ha visto la lengua toscana, tratando de la caída de Menetes en el mar y cómo salió de él: Rise tutta la gente al suo cadere; rise al notare; e più rise anco allora che'a flutti vomitar gli vide il mare; y en sus Rimas: Quinci rivolta al ciel l'empia vorago, vome. Cuando nuestro poeta, tratando del vestido del náufrago, dice al Sol lo extiende luego, nota vuestra merced que «lo mismo dijera una lavandera»; yo, que lo mismo dijeron Virgilio y sus dos traductores referidos cuando el caso del pobre viejo Menetes: At gravis ut fundo vix tandem redditus imo est iam senior madidaque fluens in veste Menoetes, summa petit scopuli siccaque in rupe resedit. El Caro: Menete, che di veste era gravato, et via più d'anni, infino a l'imo fondo ricevé 'l tuffo; e risorgendo a pena, rampicossi a lo scoglio, et sì com'era molle et guazzoso, della rupe in cima qual bagnato mastino al sol si scosse. Gregorio Hernández: El anciano Menetes, cuando apenas del hondo del gran mar salió a lo alto, todo empapado en agua el pobre viejo súbese a lo más alto del peñasco y, en lo más seco de él, al sol se sienta. Cuando dice nuestro poeta cabo lo hizo de esperanza buena, pone vuestra merced por parergo agudeza extraordinaria: No sería tan malo llamarlo “cabo de buena esperanza”. Pero la musa se ha dejado decir que en servicio de sus endecasílabos no lo recibiría por barrendero. Pasa vuestra merced adelante y reprehende dos versos que hablan de la carrera de los serranos. Dice del primero: «este es verso de caballeriza»; y del segundo: «y el siguiente de tribunal». Es mucho de ponderar verdaderamente que, contra todos los que bien han escrito de poética, levante vuestra merced animosamente bandera a cada paso y condene lo que nuestro poeta, siguiendo o las pisadas o los preceptos de aquellos, trabajó artificiosamente. Si escribe con estilo y lenguaje grande, ha de ser malo por oscuro; si con propio y claro, por plebeyo. Haga vuestra merced unas ordenanzas confirmadas de Apolo y graduarlas hemos aquí de Dios y del rey. ¡Que un verso tan significativo y de tanta energía, Pasos otro dio al aire al suelo coces, se dé por de caballeriza! Al fin, mi señor, si lo es o no, quédese a otros el juicio, que en poesía de tal lugar yo no estoy ducho. Sé decir que Catulo no puso por de caballeriza aquel versito: pelle humum pedibus, hablando con Himeneo en el Epitalamio de Julia y Manlio; que Virgilio, pintando los que se acometían, dijo en más de un lugar: pulsuque pedum tremit excita tellus; que Horacio, de las que bailaban: alterno terram quatiunt pede, y pede candido in morem Salium ter quatient humum; Ovidio: Lydius aequatam ter pede pulsat humum; pero más a nuestro propósito, Séneca, de Hipólito: et aspera agili saxa calcantem pede. Que el siguiente verso, Advocaron a sí toda la gente, sea de tribunal no es maravilla, pues donde había juzgado de juegos y premios, no pudo faltar tribunal de jueces, como no faltó en los de Homero cuando las obsequias de Patroclo, ni en los de Virgilio cuando las de Anquises, ni en los de Estacio cuando las de Arquémoro, ni en Silio cuando las de los Escipiones, ni Sannazaro cuando las pastoriles de Masilia. Dijo nuestro poeta –que no debiera, a su parecer de vuestra merced–: «Procuran derribarse, y, derribados», describiendo la lucha de los pastores y serranos; y vuestra merced le hizo esta notica: parece que dos muchachos se toman a caídas y que los veo. Esa es la valentía del poeta: pintar de suerte las cosas que parezca que se ven. No trato de anteponer nuestro poeta a todos los antiguos, pero puedo afirmar que esta lucha que describe no cede a la de Homero y Estacio en sus juegos funerales, ni a la de Hércules y Anteo escrita por Lucano, ni a la de los pastores por Sannazaro en su Arcadia. «También es excelente aquello del vaquero gordo: “a un vaquero de aquellos montes, grueso”», dice vuestra merced más adelante, aunque el verso quedaba atrás en las Soledades. Creo no se acordó por entonces de que ‘grueso' no solo significa ‘gordo', sino ‘grande en la materia de que se trata', y que así no echó de ver que no quería decir el poeta ‘gordo', sino ‘grande de cuerpo', como lo declara después en las aposiciones ‘membrudo', ‘fuerte', ‘robusto'. No se olvide otra vez, por mi amor, de cosa tan sabida como vulgar en nuestro idiotismo: “fulano tiene gruesa hacienda”, “grueso caudal”, “grueso trato”. Y esto, no sin ejemplo de los antiguos, pues Plauto dijo: Hem, a crasso infortunio, que con su beneplácito de vuestra merced romancearemos ‘de grande' y no ‘de gordo' infortunio. Dice luego vuestra merced: «Igual hermosura tienen aquellos tres versitos como tres perlas: La orza contenía que un montañés traía. No excedía la oreja, etc.. De acuerdo somos en cuanto a las palabras, si no en el sentimiento. Prosigue vuestra merced culpando en nuestro poeta la siguiente frasis: Que a mucha fresca rosa; Tanto garzón robusto, tanta ofrecen los árboles zagala; tanta náutica doctrina; besó ya tanto leño. Estos modos –dice vuestra merced– son vilísimos, como cuando el vulgacho dice “hubo tanta dama”, “tanto caballero”, “tanta de la merienda”. Por esto se dijo que “uno piensa el bayo, etc.”: vuestra merced tiene tales modos de decir por heréticos y acá los tenemos por poéticos, por verlos usados de los de mejor nombre. ¿Virgilio no dijo: multa victima, multa terra, multa stipula, multa hostia, multa caede, multa luce, multa viri virtus animo multusque recursat gentis honos, y en suma a cada paso? ¿Y Horacio: multa merces, multa prece, multa aura, multa tellure, multa mole, multa fruge pecus multa dominum iuvet umbra? ¿Y aun, lo que peor es para vuestra merced, multa rosa: quis multa gracilis te puer in rosa? Luego no habló, ni aun imitó mal nuestro autor de las Soledades. El poner singular por plural con ‘tanto' no es locución latina, pero sin duda bizarra española; y no vulgar, porque no se dice “tanto del moro mancebo”, “tanta de la yegua baya”, sino “tanto esto”, “tanto estotro”, para decir “tanta gente”, “tanto camino”, “tanta penitencia”, cuando hay diversos géneros de todo esto. ¿Cómo dirá vuestra merced mejor? El Petrarca al menos dijo: Ma forse altrui farebbe invido, e me superbo l'onor tanto; y Hernando de Herrera: «El nuevo sol, presago de mal tanto»; «tanto heroico valor en solo un día». Y si no hay muchos ejemplos en los que han escrito, pase por nuevo, pues es bueno y de sonido grande. Que el vulgo use de semejantes palabras importa nada. Su Calepino y el de los que bien hablan casi de ordinario es uno en las palabras, en la disposición de ellas diferente, si no hablaran los unos respecto de los otros idioma diverso. Añade vuestra merced: «¡Maldita la grandeza! Descubrimos tan poco en los versos repetidos: ¡Oh bienaventurado albergue, a cualquier hora. Ni en aquel: “Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo”. Pernicioso gusto tuvo vuestra merced, pues le pareció este verso tan galán y suave como el repetido por Catulo: “Hymen, o Hymenaee, Hymen ades, o Hymenaee”». Yo, señor, no sé cuán bueno le tuvo vuestra merced en querer tirar una piedra con que inadvertidamente matase muchos pajaros, y no de los de cañuela, sino de los mayores y que más campean. Si vuestra merced padece de corta vista, no hable a lo episcopal o haga su enfermedad común, diciendo de la primera repetición «¡Maldita la grandeza! Descubrimos...». Diga «descubro»: atribuirase a su achaque y quedárseles ha su derecho a salvo a muchos y muchos que, gastando menos antojos que vuestra merced, descubren grandeza en estos versos repetidos, como en todos los que lo son. ¿El mejor lírico y más grave del mundo, David, no usó de versos repetidos, intercalares o amebeos –que quiere decir respondidos– a veces: en el salmo 117 algunos, y en el 135 un perpetuo hemistiquio: quoniam in aeternum misericordia eius? ¿Nuestra madre la Iglesia no añadió, para mayor grandeza, al salmo 94 venite adoremus por intercalar, como al Cántico de los niños de Babilonia, en tres témporas del año, el de Laudabilis et gloriosus in saecula? Pero sin retraernos a la Iglesia, pues no habemos cometido delito alguno, valgámonos de los griegos, de los latinos y de los toscanos y aun de los nuestros. Teócrito, en el Eydilio primero, ¿no puso por intercalar al principio dicite bucolicos mea carmina, dicite cantus y, al fin, claudite bucolicos mea carmina, claudite cantus? ¿Y en el Eydilio segundo o Pharmaceutria, primero: Iynx redde domum, retrahens mihi redde maritum; y después: unde hic durus amor mihi venerit accipe Luna? Catulo, en su Argonáutica, ¿no dijo tantas veces currite ducentes subtegmina, currite, fusi? ¿Virgilio en su Pharmaceutria o Égloga octava: Incipe Maenalios mecum, mea tibia, versus y, luego, desine Maenalios mecum mea tibia versus y, últimamente, Ducite ab urbe domum, mea carmina, ducite Daphnim? ¿Sannazaro, en su Arcadia: Ricominciate, o muse, il vostro pianto; Ponete fine, o muse, al vostro pianto? ¿El Caro en una su égloga: Muse, datemi voi, voi, Muse il canto; Datemi, Muse, voi, datemi il canto; Muse, fermate omai, fermate il canto; Fermate, Muse omai, fermate il canto? Y Torcuato Tasso, en la canción que comienza Dimmi mesto pastore, ¿no repite: Oh d'eroi figlia, o sposa aspettata d'eroi, madre famosa, y luego preparata, destinata, già promessa, desïata? ¿Y Garcilaso: «salid sin duelo, lágrimas, corriendo»? Pues ¿qué quiere vuestra merced? ¿Quiere más? ¡Búsquelo! En cuanto a los versos amebeos del epitalamio de las Soledades, la repetición es la misma que la del carmen nuptiale de Catulo; lo que abraza, tan bueno como lo que aquel y el Epitalamio de Julia y Manlio por el mismo autor; es igual, si no mejor, al de Torcuato Tasso hecho a los casamientos de Julio César Gonzaga y Flaminia Colona, cuya repetición es: vieni, Imene Imeneo, ch'è spento il giorno. No sé, pues, en qué le falta la suavidad al verso, ni le sobra el mal gusto a su autor. Vuestra merced me lo avise con mozo de mejor recaudo que el Antídoto, que este no sabe dar la razón. Dice más vuestra merced: «Y en cuanto a la sonoridad, oigamos otros versitos que, si hombre se descuida en buscalles buen acento, suenan como el mismo Satanás». Síguese a esto una copia de diez versos de las Soledades y a ellos un documentico, con sus palmetas, a guisa de buen preceptor: «Todos los que le tienen» –el acento– «en la quinta sílaba o en la séptima están a pique de derrengarse, y úsalos vuestra merced a menudo sin conocimiento de su maldita sonancia». En esta nota solo puedo alabar la sonoridad: el derrengarse no me hace buena sonancia, por ventura por no entenderlo, como poco diestro en lenguaje de arrieros. “Derrengarse un verso” dijera yo que era cuando, si no le ayudan con cuidadosa pronunciación, parece que, o por falto de sílabas, y por el consiguiente cojo, se quiere dejar caer, o por sobrado de ellas, se alarga más de lo justo. Pongo por ejemplo de los que parecieran cortos cinco de Garcilaso: en lágrimas, como al lluvioso viento, Faetón; si no, aquí veréis mi muerte, de su cabello luengo el fino oro, ¿piensas que es otro el fuego que en Oeta, ¡Oh hermosas Oreades que, teniendo. Y otros tantos que de arte mayor: Albanio es este que está aquí dormido, ¡Oh cuántas veces, con el dolor fuerte, ora clavando del ciervo ligero, Cuando una de ellas, como es muy ligero, ¡Oh lobos, oh osos, que por los rincones. Pero bien hayan las sinalefas y diéresis, en cuya fe se salvan los poetas de mil pecados tales. En los versos que vuestra merced trae, nada de esto oirá el mejor jabalí que haya en Castilla. Pues ¿de qué suerte se derriengan? Si dijera vuestra merced que tienen aspereza en la composición, concediérasele. Pero, a par de eso, nos concediera vuestra merced que, mediante ella, tiene del magnífico y grande –como queda probado arriba–, porque aquel haber de hacer venta entre dicción y dicción, y abrir la boca para proferirlas, realza sin duda el hablar: et nonnumquam hiulca etiam decent faciuntque ampliora quaedam, dijo Quintiliano. Más en grueso carga luego vuestra merced contra las pobres Soledades diciendo: «También son crueles al oído casi todos los versos en que vuestra merced divide la sinalefa contra la costumbre de España, como ‘vïolar' de tres sílabas, ‘ingenïoso' de cinco. Y lo peor es que confunde vuestra merced esa novedad, alargando unas veces la palabra y otras abreviando la misma. Y aun por todo eso pasáramos, si no fuera vuestra merced tan porfiado en la repetición». Entra luego el inventario de los bienes que no tiene este poema –a su cuenta de vuestra merced–, digo de los versos en que dice se divide la sinalefa. Por no alargarme referiré precisamente los nombres: vïolaron, vïolar, invidïosas, invidïosa, espacïosas, espacïoso, glorïosas, glorïosa, glorïoso, ingenïoso, apremïado, impacïente, abrevïara, sitïal, nervïosos, imperïosa, premïados; que en suma vienen a hacer la de diecisiete, pero yo les doy por dos docenas, aunque ponga la media y algo más de mi casa. Acompaña vuestra merced esto con otro documento de que «se puede llevar la división de la sinalefa de cuando en cuando y lo mejor es al fin del verso, como: “en el lumbroso y fértil orïente”. Es de Boscán imitando al italiano, de quien es más propio». Y trae para esto un ejemplo de Torcuato Tasso y otro del Ariosto. Sé qué puede vuestra merced traer cien mil, como tan versado en poetas de varias lenguas, «pero en nuestra poesía» –dice vuestra meced– «no pueden sufrirse todos estos». Yo, mi señor, dejando, por abreviar, de responder a lo ‘pésimo' de “abrevïara” –que así le llama vuestra merced, y otros le llaman bonísimo por lo significativo–, y de preguntar por qué alista vuestra merced entre los demás aquel verso «cuando torrente de armas y de perros», sinalefado a las mil maravillas, digo que no sé qué entiende vuestra merced por sinalefa; y esto no porque deje de tenerle por de inteligencia superior, sino porque la mía, con lo poco que alcanza, ha siempre creído que la sinalefa se comete cuando, encontrándose dos vocales, una que está en el fin de la dicción y otra en el principio de la siguiente, se pierde la primera, engañado quizá con aquella reglilla del Antonio: Dictio vocali si desinat atque sequatur altera vocalis, perimit synaloepha priorem, que lo mismo afirma en el texto y glosa, tratando de las especies del metaplasmo. Doctrina de Sosípatro Carisio , de Diomedes y Beda , pero más abiertamente de Marco Valerio Probo, que dice: Synaloephe est cum inter duo verba in concursu duarum vocalium nulla intercedente consonante unius fit vocalis elisio, ut “Atque ea diversa penitus”; y aún más de Mario Victorino: Synaloephe est cum inter duas loquelas duarum vocalium concursus alteram elidit, id est, cum duae partes orationis ita coeunt, ut altera in vocalem desinat et altera incipiat a vocali, ut “Hic hasta Aeneae stabat”; item: “Priamique evertere gentem”. Nec tamen putaveris quam libet e duabus eximi posse: illa enim quae supervenit, priorem semper excludit non prior sequentem. Y aunque no se me ha pasado por alto que Quintilianoen su libro primero hace a la sinéresis y la sinalefa todo uno, y quiere que se cometa cuando de dos sílabas se compone una, trayendo por ejemplo aquel verso de Varrón, cum te flagranti fulmine Phaethon, con todo eso, estándome en mis trece, he tenido y tengo por cierto que, cuidando más –como maestro de retórica– de las figuras de las sentencias que de las de las palabras, cuya consideración pertenece derechamente al gramático, se descuidó en esta parte y, por el consiguiente, he dado más crédito a los gramáticos referidos que a él, poco cuidadoso no solo en lo dicho, pero en afirmar absolutamente en el libro noveno que la concurrencia de las letras se llama ‘sinalefa' y después ejemplificarlo en aquellas palabras de Craso: Nam ubi libido dominatur innocentiae leve praesidium est (nam synaloephe–dice– facit ut ultimae syllabae pro una sonent); siendo así que, en excluir la u y la m y decir “leve praesidi est”, se comete ecthlipsis y no sinalefa, según nos enseñan Sosípatro Carisio y Diomedes, Marco Valerio Probo y Mario Victorino, diciendo todos estos casi con unas mismas palabras y con un mismo ejemplo: Ecthlipsis est cum inter se aspere concurrentium syllabarum intercedente sola m littera consonante et vocalem et consonantem, quam diximus elidi necesse est, ut: “multum ille et terris”, etc. Cosa que vuestra merced también aprendió del Antonio: Si finitur in m, vocalis et inde sequatur, m perit ecthlipsi cum vocali praeeunte. Y en confundir la sinalefa y sinéresis con el ejemplo de ‘Phaeton' por ‘Phäeton' no anduvo más cierto, porque aquella contracción de dos vocales en una es episynaloephe: así lo dice Carisio; y Diomedes dice: Episynaloephe est conglutinatio, seu contractio duarum syllabarum in unam syllabam (facta contraria synaloephe), ut “fixerit Aeripedem cervam licet”, cum Äeripedem quinque syllabis dicere debeamus. Ita fit una syllaba ex duabus. Lo propio, conceptis verbis, dicen Probo y Mario Victorino, salvo que este último, a la que los demás episynaloephe, llama él synecphonesis o ‘sinéresis', y trae por ejemplo de ella el verso de Varrón donde ‘Phaeton' se contrae. Alguno de los demás dice que la sinalefa se llama ‘sinéresis', pero ninguno que la sinalefa se comete en medio de la dicción; así que, señor, no sin causa ignoro yo por cuál llame vuestra merced ‘sinalefa' a la contracción de sílabas en medio de la dicción –cuando lo fueran las que usa o desusa el autor de las Soledades–, no lo siendo; y a serlo, ¿por qué dice vuestra merced dividir la sinalefa? ¿Las figuras se hacen rajas por ventura? ¿No hablara mejor y más propiamente si dijera no hacer sinalefa? Esto sí han dicho los antiguos maestros: Interdum sane vocales inter se concurrentes synaloepham fieri vetant et si versus impleri nequiverit, nulla eliditur, ut “et succus pecori et lac subducitur agnis”, dijo Mario Victorino. Vuestra merced no repara en estas menudencias. Si así hablara el autor de las Soledades, pleito tuviéramos: Suus cuique attributus est error; sed non videmus manticae quid in tergo est. Viniendo al punto, ‘diéresis' llamaron los antiguos una especie de metaplasmo mediante la cual de una sílaba se hacen dos cuando importa para el verso. Carisio: Diaeresis est cum una syllaba in duas dividitur, ut “Pictai vestis” pro “Pictae”. Lo mismo dicen Diomedes, Quintiliano, Probo, citando cuatro lugares de Virgilio en que usó de aulai, aurai, aquai, pictai, disolviendo el diptongo de ae en las vocales de que se compone el griego de ai, que le corresponde –dícense diphthongos las vocales así ligadas quod binos phthongos, hoc est voces, comprehendunt, como dice Prisciano y lo confirma Alcuino en su Grammatica–: cosa notada antiguamente de los escritores. El mismo Prisciano: Ae, quando a poetis per diaeresim profertur, secundum Graecos per a et i scribitur ut: “aulai”, “pictai” pro “aulae” et “pictae”. Terenciano Mauro: ἄλφα semper atque ἰῶτα quem parant Graecis sonum a et e nobis ministrant, sic enim nos scribimus; con quien también concuerda Julio César Escalígero en sus libros De causis linguae latinae. La lengua toscana y la nuestra carecen de diptongos –aunque Garcilaso del oe de ‘Oeta' hizo “Öeta”, como queda visto–, pero, en el modo que han podido, han dado largamente lugar a la diéresis, según doctrina de Juan Andrea Gilio, el cual, en su Topica poetica, dice: Dieresis: suona in nostra lingua divisione di sillaba e ciò fece Virgilio quando disse “Aulai in medio” pro “Aulae in medio”. Si sono valuti di questa figura i toscani poeti, onde il Petrarca: “öime terra e fatto il suo bel viso”, facendo oime di tre sillabe, che ordinariamente è di due. Cadono sotto questa figura le voci: mio, pio, Dio, rio, disio, tuo, suo et altre tali. Una sola cosa dejó de advertir, y es que los latinos dividían de ordinario una vocal de otra con quien estaba ligada en el diptongo, pero los toscanos las vocales que servían de consonantes, que son la i y la u, las redujeron a su naturaleza de vocales, propia pasión de estas letras, conforme a la doctrina de César Escalígero: Proprium autem est –dice él– ipsius i consonantis in pristinam vocalis formam redigi et augere numerum syllabarum. Hocque commune habet cum u consonante. Y esto no sin ejemplo de los antiguos, pues Tibulo, dos veces en la elegía séptima del libro primero y una en la décima, hizo de la u consonante vocal, diciendo dissolüenda y dissolüisse; Ovidio: Ne temere in mediis dissolüantur aquis, y Marcial: Sed norunt cuï serviant leones, en los cuales versos afirma Roberto Estéfano usarse diéresis. De estos, pues, lo aprendieron los toscanos, y de los toscanos –como advierte bien vuestra merced– los nuestros: no solo Boscán, poeta del tercio viejo, sino los que hoy merecen y poseen entre nosotros los mejores lugares acerca de las musas. Traeré ejemplos de sus versos con que hará vuestra merced recuerdo de que ni es novedad, ni contra la costumbre de España dividir las asertas sinalefas, ni es lo peor el usar de la libertad de hacer que pasen tal vez la u y la i plaza de vocales y tal vez de consonantes en la misma dicción para acortar o alargar el verso, pues lo han hecho cuantos han escrito mejor en él (a la prosa no le fuera por ventura lícito, por no tener la bula del carmen: At carmen poterit seu breviare). Siendo así que lo común es en los nombres que referimos servir la u y la i de consonantes verdaderamente y haberlas proferido por tales aquellos mismos que, cuando les tornó más a cuento, las pronunciaron vocales, ora sea en el principio, ora en el fin del verso, que esto verá vuestra merced cuán poco importe. Pues, dejando por demasiadamente licencioso al Dante –que, en su Infierno, dijo dos veces en medio del verso: di questa comedía, lettor, ti giuro, che la mia comedía trattar non cura; y en el Paraíso: tutta tua visïon fa manifesta, onde la visïon crescer conviene–, en el Petrarca más culto ya vimos “öime”, y vemos: Mille fïate, o dolce mia guerriera, Arbor vittorïosa trionfale, vecchia, otïosa e lenta, Iv'era il curïoso Dicearco, Per costor colsi il ramo glorïoso, Traiano et Adrïano, Antonio e Marco, Pico, Fauno, Gïano e poi non lunge. Y en el Bembo: A la vittorïosa insegna verde. En el Chiabrera: A glorïose mete, sorrise d'orïente il popol crudo, da l'odïoso oblio verrà lontano. El Guarini en el Pastor fido: trïonfar che d'un teschio. El Marino: trïonfator, trionfatrice il mondo, a la maestra imperïosa mano. Otros mil ejemplos hay, pero bastan estos –si a vuestra merced le parece– para darnos a entender que cae tan a pelo la diéresis en el principio y en el medio como en el fin del verso. Vengamos a los nuestros, de los cuales pondré, por abreviar, pocos versos, fuera de los de Garcilaso. Él, pues, dijo: No las francesas armas odïosas, convertida en vïola, con lüenga experiencia sabidores, Si el cielo pïadoso y largo diere, de ellas al negociar, y, varïando, muy sin rumor con paso muy quïeto, de blancas piedrezuelas varïada, manso, cuerdo, agradable, virtüoso, ¡De cuán desvarïadas opiniones, Algo está más quïeto y reposado, ¡Oh gran saber, oh viejo frutüoso, con el süave canto y dulce lira, y alababa la muerte glorïosa, con hábitos y sedas varïadas, sublime y ensalzada y glorïosa, De robles y de peñas varïando. Ve aquí vuestra merced dieciséis veces cometida la diéresis o –hablemos a usanza suya– dividida la sinalefa por Garcilaso en el principio, en el medio y en el fin del verso, pues razonablejo poeta fue. Pasadero es también Hernando de Herrera, pero a cada paso incurre en el pecado mismo, diciendo: süave, ansïoso, orïente, varïar, rocïado, glorïoso, glorïosa, rocïada, cambïase, ocïoso, victorïoso, süavemente, rabïoso, impetüoso, espacïoso, brïoso, superïor, ocïosa, trïunfando, inferïor, impetüosa, victorïosa, vïolento, pïadosa, pïedad, invidïosos, trïunfos, invidïoso, quïetud, dïamante, glorïosas, pluvïoso. Ve aquí vuestra merced que exceden ya en número los que nota por demasiados en nuestro poeta. Pues el maestro fray Luis de León buenamente llevó su cabo de andas en esta facultad y se dejó decir: «si algunos con levantes furïosos». No compuso muy mal Cristóbal Mosquera de Figueroa y dijo también: «apremïado con prisiones duras». Luego no hay razón para denunciar de obra nueva a título de esto la de las Soledades, ni de juzgarla por falsa y mal entendida, estando ajustada al ejemplar de alarifes tales. Desembraza vuestra merced luego contra la repetición de verbos y nombres, y condénala igualmente a esta por no buena, a aquella por desusada, por demasiada a estotra. Porque, aunque confiesa vuestra merced ser conforme al arte el inventar vocablos, afirma que le atafaga el menudearlos, y por su estómago juzga el de los demás, induciendo para confirmación de su parecer el de nuestro español Quintiliano. Yo, señor, de su estómago de vuestra merced no puedo hacer enteramente juicio, porque –según he colegido de lo que en este Antídoto ha descubierto– es de varia naturaleza: cuándo no le hace asco lo que lleva el señor Esgueva, cuándo se lo hace el nombre de ‘sorber', cuándo no le harta cuanto hay escrito en poesía de varias lenguas, cuándo le ahítan cuatro palabras o cinco. Para conmigo, él come de todo, sino que, harto del faisán, se va a la vaca. La repetición o es de cosas malas o es de buenas: si de malas, mala será sin duda; si de buenas, buena y loable.Si yo tirara por lo espiritual, probara esto con el ejemplo del bienaventurado y glorioso san Juan, de quien refiere san Jerónimo que a sus discípulos cada día les predicaba unas palabras mismas: Filioli, diligite alterutrum. Pero por lo temporal no es mal testigo Platón, que, en el Filebo, dice: Caeterum bene videtur proverbio dictum quod egregium sit, id iterum ac tertio in sermone repeti oportere; y en el Gorgia: Atqui pulchrum aiunt ea quae pulchra sunt iterum ac tertio tum dicere tum considerare; y lo propio repitió en los libros De legibus; a quien citando y siguiendo, Luciano dijo: Nulla satietas rerum honestarum. Fúndase su doctrina en buena razón. ¿El todo de qué se compone si no de sus partes? Si las partes son buenas, seralo el todo: eadem est ratio totius et partium, dicen los filósofos. ¿Aprobáis por buena esta palabra? ¿Agrádaos esta frasis o agudeza? Haec placuit semel, haec decies repetita placebit . La repetición, figura es de ornato, como vuestra merced mejor sabe, y sabe que se hace de varias suertes; pero si bien se valen los oradores de ella, sin duda es más propia de los poetas, y los tales, para parecerlo, deben usarla. Consejo es no de Mateo Pico, ni mío, sino del señor Aristóteles: Nonnulla si crebrius ponantur, arguunt ac patefaciunt poeticum modum, dijo su merced en el tercer libro de la Retórica, capítulo 3. Virgilio al menos así lo hizo: ¿cuántas y cuántas palabras hallará vuestra merced repetidas en sus obras cincuenta y cien veces? ¿Cuántas en la de Horacio y otros? ¡Hasta tentejuela! Hablen el índice virgiliano de Nicolás Eritreo y el horaciano de Tomás Trectero, y callará vuestra merced en esta materia por cien años. Pero ya quiero suplicarle que hable y me diga qué siente de haber Virgilio repetido casi los mismos versos en palabras y sonido en diversas partes: nox atra cava circumvolat umbra, Sed nox atra caput tristi circumvolat umbra, ferte citi flammas, date vela, impellite remos!, Ferte citi ferrum, date tela, scandite muros, sublimem pedibus rapuit Iovis armiger uncis, sustulit alta petens pedibus Iovis armiger uncis, Scuta sonant pulsuque pedum tremit excita tellus, miscetur pulsuque pedum tremit excita tellus, quadrupedante putrem sonitu quatit ungula campum, quadrupedumque putri cursu quatit ungula campum. ¿No es mucho esto? Pues, espere un poquito vuestra merced: iam cornu petat et pedibus qui spargat harenam, iam cornu petat et pedibus qui spargat harenam, bina manu lato crispans hastilia ferro, bina manu lato crispans hastilia ferro, speluncam Dido dux et troianus eandem, y, cuarenta y dos versos después, el mismo verso; vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras vitaque cum gemitu fugit indignata sub umbras, y hará vuestra merced luego melindres de que nuestro autor de las Soledades use de una palabra seis o siete veces. ¡Habíalo de haber con Homero, para que se habituara a epítetos vinculados: “aurea Venus”, “caesiis oculis Minerva”, “pedibus velox Achilles” y otros a este tono! Pero también para justificar su causa de vuestra merced veamos en particular si son de desechar los verbos, los nombres o las frasis que repite. El verbo ‘dar' dice que «repite con extrañeza demasiado usado». Véase vuestra merced con Eritreo y le enseñará muchísimos lugares donde Virgilio se aprovecha del buen do, das no con más naturaleza que nuestro poeta. Y si gustare de saber en qué forma le han manejado otros autores, consúltelo con el cardenal Adriano o con Roberto Estéfano en sus tesoros de la lengua latina, que en veinte y dos columnas le harán su información de derecho; y lo mismo de este verbo se tenga por dicho del nombre ‘señas'. En lo que toca a la palabra ‘errante', o tenemos licencia de introducir las nuevas en nuestra lengua, o no. Si la tenemos –como vuestra merced con Aristóteles y con Horacio confiesa–, bien pudo y bien hizo en usarla, pues resulta de semejantes atrevimientos riqueza en nuestro idioma. ¿O qué? ¿No se halla en Garcilaso? Si se hallara, ya no fuera nueva. Prosigue vuestra merced con su descontento diciendo: «Bueno es aquel modito: “las manos impedido”, pero extravagantísimo. Una sola vez lo dijo Garcilaso: Por quien los alemanes el fiero cuello atados. No sé si se hallará en buena poesía española, ni en italiana y aun en la latina es tomado de los griegos y no propio, como» etc. Y esto lo prueba vuestra merced con dos lugares: uno de Virgilio y otro de Horacio. Ellos a la verdad no dicen si el modo es latino o griego, pero eslo sin duda y, como tal, mereció nombre de ‘grecismo'. Muchos otros lugares pudiera yo referirle a vuestra merced, pero hacen poco al caso. Lo que hace no poco es mostrarle con ejemplos que, en bonísima poesía italiana, se halla este modo, para que ni lo niegue en ella vuestra merced, ni en la nuestra lo extrañe. Aunque, de paso, le advierto como amigo que nunca diga “fulano una sola vez dijo esto” o “no dijo esto”; porque si pareciese haberlo dicho una y más veces el tal, quedaría tenido vuestra merced por flaco de memoria o por menos versado en el dicho autor de lo que se nos vendía con menoscabo de su buen crédito; como, verbi gratia, si vuestra merced afirmase que Garcilaso una sola vez usó de grecismo, diciendo “el fiero cuello atados”, y le mostrase yo que el mismo Garcilaso, en la Elegía a Boscán, dijo: Y acabo como aquel que en un templado baño metido, sin sentillo muere, las venas dulcemente desa tado –fino grecismo de los de a ciento la onza, notado por Hernando de Herrera–, desairado escaparía vuestra merced; pero no lo haré por cosa en el mundo. Hayámonoslo con los toscanos y sabrá vuestra merced si lo usan ellos en buena poesía suya. El comendador Aníbal Caro dijo en el soneto Se l'onorata pianta: cinto le tempie di fiori, o d'erba; y en la canción Venite all'ombra: Quante poi, dolci il core e liete il viso; que no fueron pocas veces respecto de la brevedad de sus rimas. Muchas más el gran Torcuato Tasso, como quien tantos y tan ilustres trabajos dejó al mundo; en la primera parte sola de las seis en que andan de ordinario divididas sus obras poéticas, verá vuestra merced todos estos y por ventura más, como a quien nada se le pasa por alto: Di vermiglio splendor le membra adorno, La fronte e gli occhi candida e lucente, Sei lustri noi reggesti il crine e 'l manto canuto e 'l volto placido e severo, velata il biondo crine e scinta il seno, e sparge l'Alba dal celeste grembo fiori, rosata il volto, et aurea i piedi, E rugiadosa il seno. Y por no cansar a vuestra merced con la repetición de esta figura en las demás obras líricas, solo le suplico se acuerde que en la heroica, digo en la Hierusaleme, habrá leído: Nudo è le mani, e 'l volto, Stavasi il capitan la testa ignudo le membra armato. El Chiabrera, nimio casi en esta manera de hablar: Chiuso tremendo il forte petto, e 'l tergo, et empie di temor spumoso i denti le cacciatrici schiere, E nevoso la chioma, e curvo il tergo, Nobile, alta guerriera che d'eterno valor ferrata il petto, cinta 'l piè di catene, Borea, gonfio le gote, autor di gelo, vermiglia il volto, quinci ebbra gli occhi di veneno, al vento l'orrida chioma e rabuffata sparse, e, sparsa di livori ambe le gote, il cielo empiea di abbominevol note, rozzo le membra, La bella Clio tutta odorata il grembo, Vola per l'alto ciel viperea l'ali fera ch'affisse il mondo, scagliosa il tergo, e 'l sen d'aspro diamante, monte di tosco orribile volante. El Rinaldi poco menos: Dormia Lilla gentil, chiusa le belle porte della speranza e del diletto, Lacere il pie da cristallini chiodi, Ethiopica il volto caliginosa il pie, nera il capello, e stretta in oro i crini, squamosa d'or gli omeri e 'l seno, e l'idra del desir fiaccata il collo. El Marino: volta le luci al ciel piangea Licori, sparso di pianto le lanose gote, Tosto vedrem di nobili sudori te la fronte real sparso e dipinto, Il crin lacera e 'l seno così donna real seco si lagna, il sen lacere, e 'l crine. Ya ha visto vuestra merced usado a bastanza el grecismo por estos cuatro o cinco poetas, y créame que los corredores de lo toscano les venden por buenos y les aseguran cualesquiera tachas. Conforme a lo cual, podremos confiadamente servirnos de ellos en esta y en otras ocasiones; y si los que de los nuestros han dado a la estampa sus obras no han usado tan frecuentemente del grecismo, los que las dieren de hoy más podrán, con el ejemplo de los referidos, usarle, demás de que tal vez no han dejado de encajarle los mejor entendidos en el arte. Hernando de Herrera, al menos, ya vuestra merced sabe que dijo: Febo, autor de la lumbre, cantó süavemente, revuelto en oro la encrespada frente. Pues la voz ‘canoro' no solo es buena en sonido y significado, pero usadísima del Chiabrera, del Tasso y del Marino: si no pecaron ellos, ni deben derechos en su lengua de la fruta nueva, tampoco les deberá el autor de las Soledades por introducirla en la nuestra castellana. «Tampoco es para reiterado aquel modito», dice vuestra merced; y el modito es el ‘aun'. Pregunto el porqué. Si por malo, ni para usado; si bueno, aunque demasiado. A lo escrito me remito. Entra luego el “sí, no”, de que pinta vuestra merced a todos tan cansados ya como si sobre los hombros de cada cual se hubiera dejado caer un sino celeste con todo lo que abraza de lugar allá arriba y acá abajo. No les niega vuestra merced, también y todo, a estas contraposiciones su pedazo de gala, pero usadas pocas y con energía, conforme a las que trae de la Hierusaleme del Tasso; y por no ser tales a su juicio las de nuestro don Luis, le dice vuestra merced, jugando del vocablo, que nació en mal sino para poeta grave. De suerte que quienquiera que los usó o usase, fuera del Tasso en su Hierusaleme, nacería o nació en tan desastrado sino. Yo no sé si es para condenar o no, pero sé qué de estas contraposiciones fue gran jugador el Tasso en todas sus obras, fuera de la referida, pues en las Rimas dijo: Armato no, ma carco io di quel vanto, O di valor non già, ma sol secondo, del corpo carco no, ma sol vestito, Ardite sì, ma pur felici carte, Di lei tu no, ma di bellezza eterna, benché vinta voi no, ma vincitrice, Di lei tu no, ma d'immortal bellezza, d'arme non già, ma d'umiltà coperto, peso gradito sì, ma pur gravoso, Giusta non già, ma ingiuriosa mano, Picciolo no, ma già perfetto in Cristo. Luego a ejemplo suyo bien podrá nuestro poeta usar a menudo esta manera de hablar, fuera de que no se alzó el Tasso con ella, que el Marino la gastó después: Tomba non già, ma ben più tosto è cuna, di marmi no, di ricche gemme incise, Di cedro no, ma d'aste incise e sparte. Desciende vuestra merced luego a los particulares y dice de aquel verso, Clavo no, espuela sí del apetito: «¡Civilidad de especería!». Si trataba de ella, ¿qué había de decir? ¿Algo de la materia de Trinitate? Prosigue diciendo: «Y este milagro: Volantes no galeras, sino grullas veleras». A mí me parece no pequeño el hacerle vuestra merced de contraposición tan bizarra, trocando los atributos, como si fuera obra nueva en el mundo. Acerca de aquel versito, los novios entra en dura no estacada, dice vuestra merced: «Si fuera Marte el que llevó a los novios, estaba bien, porque es propia de Marte “la dura estacada”; pero siendo Venus la pura suavidad y blandura, ¿para qué es menester advertirnos con aquella fuerza que los metió “en dura no estacada”?» Tampoco diría bien, a su cuenta de vuestra merced, el que dijo: e duro campo di battaglia il letto. Pero advierta vuestra merced que tienen las suyas Venus y Cupido, y así no extrañará introduzga nuestro poeta a Venus por dueño o padrino de estacadas: Militat omnis amans et habet sua castra Cupido; Attice, crede mihi, militat omnis amans. Y si quiso advertir nuestro autor de las Soledades que no era dura, hizo bien y a modo de poeta, pues a los tales se permite usar de aposiciones o epítetos tan sabidos como este. Enséñanoslo Aristóteles: In poesi enim decet album lac dicere. ¿Y quién ignora que la leche lo sea? El Amor, blando es, y, con todo, advirtió Estacio que lo era: O genetrix: duro nec enim ex adamante creati, sed tua turba sumus. Pasa adelante vuestra merced y tropieza en aquella descripción del gallo, no de oro ciñe, sino de púrpura, turbante, diciendo: «Miren, ¿cuándo el gallo tuvo la cresta dorada, o si es ordinario en los turbantes ser de oro?». Cierto, señor, que no puedo dejar de admirar su agudeza de vuestra merced en levantar un pleito y que creo bastará solo a desterrar la ociosidad de una chancillería entera. ¿Quién ha dicho que el gallo tuvo cresta dorada? Que los turbantes de príncipes infieles hayan sido de oro tejido, cosa es cierta, y así, atribuyéndole insignias de rey al gallo, por la corona que tiene, era fuerza darle turbante de púrpura, pues tiene la cresta que es su corona y real insignia de aquel color, como lo son los turbantes de príncipes moros. ¿Esto que tiene de litigioso? De un serrano que traía una carga de conejos a cuestas dijo nuestro poeta: Trofeo ya su número es a un hombro, si carga no y asombro. ¿Qué nos dirá vuestra merced a esto? Que ahora lo veredes, dijo Agrajes. «¿Cuándo puede ser asombro una carga de conejos? Cierto que son cosas para dar carcajadas de risa». Ríase vuestra merced en buen hora, que no faltará quien de vuestra merced se ría, conforme a aquello de “matarás y matarte han”, etc. Pero, pues pregunta cuándo puede ser asombro una carga de conejos, decírselo hemos: cuando sean tantos que nos espante haber podido morir a un tiempo o llevarlos juntos un hombre solo. Juzga también vuestra merced por digno de risa aquello: «“Si no tan corpulento, más adusto”, id est si no tan gordo, más flaco y consumido; eso es adusto». Tenémosle en merced la enseñanza, pero haránosla también de acordarse que si arriba le negamos que ‘grueso' en este lugar significaba ‘gordo', con más razón le negaremos de ‘corpulento' sentido semejante, pues hay muchos hombres que, sin ser gordos, son de gran cuerpo. Como también advertirá que ‘adusto', cuando se refiere al cuerpo y no al color, significa no el que está consumido, sino el que de su natural es enjuto, y así quiso decir nuestro poeta: que salió a saltar un serrano, si no de tanto cuerpo y fuerzas como el primero, más enjuto y, por el consiguiente, más ágil. Culpa vuestra merced luego prolijamente la prolijidad de nuestro autor en usar el nombre ‘prolijo' que, fuera de burlas, le vienen a quedar obligadísimos a vuestra merced los aficionados a nuestro poeta, pues gratis et amore se encargó de ilustrarle esta su obra con índice locupletísimo –hablemos a lo pedantesco– rerum et verborum; y, entre los versos que cita vuestra merced, reprehende aquellos: Largo curso de edad nunca prolijo; y si prolijo, en lazos amorosos siempre vivid esposos, diciendo que «es preciosísimo dicho si se considera bien o se mira en su original». Yo al menos por tal le tengo en materia de poema nupcial y considerándolo en su original, como vuestra merced nos manda, pues imitó y aun se adelantó en venustidad a Catulo, cuando dijo: At, boni coniuges, bene vivite et munere assiduo valentem exercete iuventam, –lo que interpreta bien su scholiastes Mureto: munere assiduo assiduo Veneris usu–; y a Claudiano en su Epitalamio: Tam iunctis manibus nectite vincula quam frondens hedera stringitur aesculus, quam lento premitur palmite populus, et murmur querula blandius alite linguis assidue reddite mutuis. Et labris animum conciliantibus alternum rapiat somnus anhelitum, y lo que se sigue, que aun es más verdecillo; y a lo del Epitalamio de Paladio y Celerina: Vivite concordes, et nostrum discite munus. Oscula mille sonent; livescant brachia nexu; labra ligent animos. Continuando vuestra merced su trabajo, dice: «Y otro hay no menos agraciado hablando de un río: “con torcido discurso, aunque prolijo”, como si hubiera repugnancia entre lo torcido y lo prolijo». A esto se responde brevemente que vuestra merced no se acordó de que la adversativa ‘aunque', ‘pero' y las semejantes no solo se usaban y tenían lugar entre lo repugnante, sino entre lo diverso, ni de haber oído decir a cada paso “fulano buen hombre es, pero mal sastre”. Pues no son repugnantes, como no lo son ‘torcido' y ‘prolijo', habiendo ríos y arroyos cuyo curso puede ser torcido y breve, de donde nacen hasta donde pierden su nombre, y por el contrario. De la palabra ‘crepúsculos' juzga vuestra merced que la usa mal nuestro poeta cuando dice: entre espinas crepúsculos pisando y de su edad segunda crepúsculos. Yo digo que la usó bonísimamente en el lugar primero, porque si decimos en puro lenguaje castellano “pisar el sol” y, por el consiguiente, “pisar la luz y la sombra”, ¿por qué no los crepúsculos, que participan de ambos extremos, luz y sombra, o tinieblas, que son privación de luz? Y no menos bien en el segundo, significando que estaba ya tan al cabo de su primera edad que entraba en la segunda o, por mejor decir, en los confines de una y otra. Cuando podíamos presumir que, cansado vuestra merced de la repetición de las palabras, alzara de eras y diera de mano a las que huelen a injuria del autor de las Soledades, no provocador de vuestra merced, procura de nuevo asentarla, y aun más pesadamente, diciendo: «Vamos ahora tocando algunos disparates solemnes». Los disparates son: Próspera sí, mas no espumosa tanto vuestra fortuna sea. ¿Por qué? Porque «“espumosa fortuna” es lindo decir». Lindo es y lindísimo para quien no trate, como el araña, de convertir en sustancia venenosa la de las flores más olorosas y salutíferas. La espuma crece y sube muy apriesa en alto, pero disuélvese y desvanece en breve: tal suele ser a veces la fortuna de algunos. ¿Y será para deseada a cosa que bien se quiera? No, por cierto. También acusa vuestra merced con gallardísimo espíritu de acusador al ‘acusar' mismo en aquel verso: mientras el viejo tanta acusa tea. Y no alcanzo la razón, porque –a mi ver– está demasiado de bien considerado que los fuegos de la fiesta, que solemniza como poco próvido el joven, los reprehenda y acuse el viejo, recelando con la prudencia que suelen acarrear los años no fuesen causa de algún gran incendio en el villaje. Pues la translación del ‘sincopar', la de la ‘rémora', y la alusión a la fábula de Ticio ¿en qué pecaron? ¿Qué mal tienen estos modos de decir? Solo sin duda el que le dijo Aquis a David: Vivit Dominus quia rectus es tu et bonus in conspectu meo etc., sed satrapis non places. Y estime vuestra merced en mucho el cargo que se le da de uno de los tales en las buenas letras. De que condene vuestra merced aquella hipérbole, Señas, aun a los buitres lastimosas, no me admiro, por haber echado de ver –como tengo dicho– que vuestra merced, de puro verídico, no es amigo de ponderacioncillas poéticas. En la nota de aquellos versos, Media luna las armas de su frente y el Sol todo los rayos de su pelo, vuestra merced se porta como lanza de Aquiles, que da la llaga y la medicina, si bien pretende que quedemos con grandes preñeces de la malicia de este y otros lugares; pero, pues nos manda examinarlos despacio, hacerse ha y por ventura la descubriremos dentro de mil y setecientos años. Por ahora, no veo qué se le pueda oponer de desavío a aquel paréntesis: (sus espaldas rayando el sutil oro que negó al viento el nácar bien tejido). ¿Quiere decir más otra cosa de que les daba a las labradoras que bailaban el cabello en las espaldas tranzado con cintas de color de nácar, y esto por gentil modo poético? Dice vuestra merced luego: Notable escrúpulo tuvo vuestra merced cuando tocó aquella similitud del carbunclo, pues dijo: “Si tradición apócrifa no miente”. Dejado que el verso es nada poético, el melindre es graciosísimo para quien toca mil mentirosas fábulas tan sin cuidado. Vuestra merced debe de tener a todos los poetas por algunos desuellacaras, pues extraña en el nuestro escrúpulo semejante: sagrados les llaman y les remuerde a veces la conciencia del mentir demasiado. Échelo de ver vuestra merced en Virgilio y en otros, y hallará que ni el verso de don Luis es menos poético que los suyos, ni más gracioso el melindre: Munere sic niveo lanae, si credere dignum est, Pan deus Arcadiae captam te, Luna, fefellit, dijo el príncipe de los épicos. Ovidio introduce en sus Metamorfosis a Orfeo, que a Plutón y Proserpina dice: Famaque si veteris non est mentita rapinae, vos quoque iunxit Amor. Pues ¡mentiras de buen tamaño se dejó decir en aquella obra! Torcuato Tasso, en la canción O bel colle, onde lite: Tal, se l'antico grido è di fama non vana, vide gelido monte, e monte acceso, la bella dea di Gnido, e Minerva, e Diana con Proserpina, a cui l'inganno è teso. Y en la canción Qual più rara e gentile: Se non è vana in tutto l'antica fama che pur dura e suona tra que' che fan corona, nasce un bel fior, che sembra un lucido oro, e perde ogni tesoro; perché gloria ei produce e chiaro nome a chi n'orna le chiome. Coge luego vuestra merced entre manos ciertos epítetos a quien llama simples y no menos importunos y algunos pensamientos burlescos indignos de poesía ilustre. Pero a esto no hay que responder: los unos y los otros vuelven por sí, y cuando no sean para poema ilustre, no habrá razón –en su doctrina de vuestra merced al menos– para excluirlos de este a quien tantas veces ha dado por ratero y héchole cargo de que no trata sino de gallos y gallinas, etc. Solo me parece no ser para disimular el que hace vuestra merced a aquel pensamiento: Si la sabrosa oliva no serenara el bacanal diluvio, a quien llama «socarronía de taberna», «fuera de que la aceituna no serena el diluvio de los bebedores, antes le causa»; porque si aquí se tratara de convite de tabanco o bodego, tuviera lugar su apuntamiento de vuestra merced, pues se sabe que en los tales convida y llama a beber la aceituna, pero no se habla sino de una mesa reglada de una alquería, donde, no habiendo sellado los estómagos y puesto fin al comer y al beber el queso, el membrillo y la nuez, le pusieron las aceitunas con que se acabó la cena. Así que las aceitunas llaman a veces y causan, y a veces por el contrario serenan y ahuyentan, el bacanal diluvio, no siendo –como no es– nueva cosa en el mundo nacer de una causa efectos contrarios. Pongo por ejemplo el de Virgilio: Limus ut hic durescit et haec ut cera liquescit uno eodemque igni. Desagrádale a vuestra merced aquello del cabrón: redimió con su muerte tantas vides. No entiendo por cuál razón, porque para mí es bonísimo, pues, fuera de la alusión de los nombres, sigue la doctrina de los que histórica y fabulosamente han tratado de aquel animal dañosísimo a las vides. Varrón: Quaedam enim pecudes culturae sunt inimicae ac veneno, ut istae, quas dixisti, caprae. Eae enim omnia novella sata carpendo corrumpunt, non minimum vites atque oleas. Itaque propterea institutum diversa de causa ut ex caprino genere ad alii dei aram hostia adduceretur, ad alii non sacrificaretur, cum ab eodem odio alter videre nollet, alter etiam videre pereuntem vellet. Sic factum ut Libero patri, repertori vitis, hirci immolarentur, proinde ut capite darent poenas; contra ut Minervae caprini generis nihil immolarent. Ovidio: Sus dederat poenas: exemplo territus huius palmite debueras abstinuisse, caper; quem spectans aliquis dentes in vite prementem talia non tacito verba dolore dedit: “Rode, caper, vitem! Tamen hinc, cum stabis ad aram, in tua quod spargi cornua possit, erit”. Verba fides sequitur: noxae tibi deditus hostis spargitur effuso cornua, Bacche, mero; con quien concuerda el epigrama griego: Rodas me licet ad stirpem de palmite fundam, dulcia mactando vina sed, hirce, tibi. A aquella, cuanto breve, maravillosa descripción de la frescura del campo, Ellas en tanto en bóvedas de sombra (pintadas siempre al fresco), le da vuestra merced nombre de ‘pestilencia'; pero dé gracias a Dios que, a lo que yo puedo rastrear, no ha sido ni será servido de que su entendimiento o lengua de vuestra merced se apesten con otros tales conceptos. Pues la pólvora del tiempo en salvas, cuanto se gasta mal allá, se dice bien aquí, y si no, muéstrenos vuestra merced la vileza, que por acá no hay ojos tan de lince que alcancen a verla. Llamar a los cortesanos ‘leños' no es ruinísima gracia, sino translación gallardísima, porque ‘leño' en este lugar no quiere decir ‘madero' o ‘palo' –caiga en ello vuestra merced–, sino ‘navío', suponiendo a fuerza de sinécdoque por la parte el todo. ¿Y qué mayor agudeza pudo pensarse que darles este nombre a los tales, estando ellos sujetos a mayores mudanzas y fortunas que en el mar las naves? Por bien puerca y torpe malicia califica vuestra merced lo del gamo, Júpiter, Leda y Dánae, y no se acuerda de que en poemas obligados a honestidad mayor suele haber tal vez algo de esto, como en la Eneida dio a entender Virgilio en aquellos versos: speluncam Dido dux et Troianus eandem ingreditur; que no quiero tratar de los epitalamios de Claudiano y Ausonio. El Ariosto en infinitos lugares de su Furioso, Torcuato Tasso en las estancias 24 y 25 del canto 16 de su Hierusaleme Liberata más al descubierto jugaron; pues en la canción Tirsi morir volea y en la Nel seno della bella Clori de este mismo autor, no hay necesidad de lambicarse demasiado el celebro para entender las malicias y deshonestidades que contienen y no les culpará vuestra merced y culpará sin razón a nuestro poeta. ¡Paciencia! Luego, le hace otro cargo, más relevante aún, de que con ignorancia entreteje y mezcla voces muchas y frasis –cuya lista vuestra merced pone a la larga– humildes y bajas con otras subidas de punto y nada vulgares, de que también publica una no pequeña copia, diciendo ser contra el precepto de Quintiliano y haber formado el monstruo que en el principio de su Arte describe y abomina Horacio. Por vuestra merced se puede decir sin duda “no toquéis guitarra, buenas voces tiene”, pues que, queramos que no, a cada paso nos repite y da en cara con estos vocablos y modos ya bajos, ya encaramados, ya nuevos, ya repetidos: «¡bofes en casa, bofes en el arada, cuerpo de Dios, con tanta bofada!». Ya se le ha dicho a vuestra merced que, si las palabras o maneras de hablar no son buenas aun para dichas una vez, serán malas, cuanto más para reiteradas; si buenas, lo serán una y muchas veces repetidas; y que todas las que usa el autor de las Soledades lo son: las que vuestra merced llama viles, por puras y propias; las no vulgares, por artificiosas y grandes, cada cual en su lugar conveniente y persona a propósito. Nada de esto desdice de la poesía lírica y menos de este poema de fábula no simple, sino varia y mezclada a modo de romance. Probádose ha con buenos autores. Pero, pues a vuestra merced le queda resto, vuelvo a tomar el naipe, y a un Quintiliano y a un Horacio digo y hago con otro Horacio y otro Quintiliano; supuesto que este autor habló en el lugar que trae vuestra merced no del estilo poético, sino del oratorio, donde se debe seguir de ordinario una misma cuerda, también dijo: Clara illa atque sublimia plerumque materiae modo cernenda sunt: quod enim alibi magnificum, tumidum alibi, et quae humilia circa res magnas apta circa minores videntur. Et sicut in oratione nitida notabile est humilius verbum et velut macula, ita a sermone tenui sublime nitidumque discordat fitque corruptum, quia in plano tumet. Los poemas de su naturaleza más altos y más bajos que el nuestro admiten diversidad de lenguaje, según las circunstancias. Plebeyo es por extremo la comedia: Interdum tamen et vocem comoedia tollit, iratusque Chremes tumido delitigat ore, et tragicus plerumque dolet sermone pedestri, con ser la tragedia el de mayor gravedad en sentencia de Aristóteles . La razón queda dicha más de una vez, pero díganosla de nuevo el mismo Horacio: Si dicentis erunt fortunis absona dicta, Romani tollent equites peditesque cachinnum. Intererit multum, Davusne loquatur an heros, maturusne senex an adhuc florente iuventa fervidus, an matrona potens an sedula nutrix, mercatorne vagus cultorne virentis agelli Colchus an Assyrius, Thebis nutritus an Argis. La prudencia del poeta consiste en acomodar su lenguaje y estilo al que verisímilmente usarían las personas de quien trata: Descriptas servare vices operumque colores, cur ego si nequeo ignoroque poeta salutor? El perfecto poema perspicuidad ha de tener y ornato: pues ¿por qué medios ambas dos cosas podrán adquirirse? Rectissime traditum est–dice Quintiliano– perspicuitatem propriis, ornatum translatis verbis magis egere. Pero, dado –y no concedido– que las palabras y frasis que vuestra merced arguye de bajas lo fueran y estuvieran mezcladas con las graves en lugares menos oportunos, ¿pecara más nuestro autor de las Soledades que otros cuyas obras admiramos hoy procurando imitarlas? No, por cierto. Pues Virgilio vocablos introdujo en su divina obra con dos dedos de moho, según lo testifican de olli y otros a este tono Quintiliano, A. Gelio, Macrobio y Servio. Los del Dante no hay para qué traer en consecuencia, que pasan de raya. El Petrarca bien sabe vuestra merced cuántas voces introdujo nuevas provenzales, españolas y latinas, pues hace de ellas vistoso alarde el Bembo en sus Prosas. Pero, aun sin estas, usó de otras que pudiera dejárselas en el tintero por humildísimas: pianse per gli occhi fuor sì come è scritto, Per isfogar il suo acerbo despitto, Per le camere tue fanciulli e vecchi vanno trescando, e Belzebub in mezzo col mantice e col foco e con gli specchi. Del Ariosto mil modos de hablar bajísimos podríamos notar a cada paso: algunos le nota el Tasso en sus Discursos del poema heroico. Tampoco al mismo Torcuato le dejó con ese pecado la Academia de la Crusca, que muchas palabras y muchos modos de hablar le reprehendió: de todos hace una suma el Rossi. ¿Son, por eso, malos poetas Virgilio, Petrarca, Ariosto y el Tasso? No lo permitirá vuestra merced. ¿Es malo Garcilaso, comoquiera que dijo: las fieras alimañas, Los ojos nunca tira del guerrero, mas cuando del camino estó olvidado, ha de dar al travieso su sentido, y el mal de que muriendo estó engendrarse, que súpito sacado le atormenta, sujeta al apetito y sometida, los enjugó del llanto, y de consuno, ¡Oh dioses, si allá juntos de consuno, de mi sangre y agüelos descendida, heme entregado, heme aquí rendido, nunca tus frescas ondas escaliente diz que le fue noticia entera dada? Dejo las voces latinas y toscanas: meta, genio, instruto, spirtu, dubio, argento, linfas, lustres por ‘lustros', corrusca, calar, viso, fontana, arribar, abandonar. Hernando de Herrera bien supo de poesía y se dejó decir: y la aspereza y aterido ivierno, Huyo, y vo alejándome, mas cuanto, Vo repitiendo por tu sola arena, Tan alcanzado estó y menesteroso, porque espera vencerme o tarde o cedo, nace de cuitas una ueste entera. Vuestra merced no gustará de que sea privilegiado nuestro autor de las Soledades, que ni será razón ni justicia. Después de haber dado con su pluma tantos asaltos –en vano– a las Soledades, cuidando que las deja aniquiladas, responde vuestra merced a alguno que podría decir –y no dirá–: «Señor, malo es ello, pero cierto que tiene buenos pedazos», negándole aun esta pequeñuela gloria, pues, en habiendo en un poema cosas no buenas, no puede llamarse bueno; y trae a propósito ojalá –aunque fuera contra nosotros– aquello de Horacio: mediocribus esse poetis non homines, non di, non concessere columnae; y afirma de camino que conoce persona de ingenio «que por enmendar alguna menudencia en un soneto ha suspendido su publicación un año». A esto había mucho que decir. Diré poco por abreviar y, comenzando el rábano por las hojas, alabo la circunspección del ingenioso que, por enmendar una menudencia, suspende un año la publicación de un soneto y la loara más si la suspendiera muchos, porque, demás de que raras veces estas poesías, cuando no salen a gusto de la primera, se enmiendan con la fragua o lima, hay ingenioso que por un soneto de estos suspendidos y remirados había de estar suspendido de oficio de poeta todos los días de su vida, siendo así que, después de haberle dado una y otra vuelta de podenco, sale la cuitada obra ni mala, ni buena: digo propia para poblar –si le hubiera– un limbo de poesía. De estos, de estos tales habla Horacio, afirmando que ni en los teatros ni fuera de ellos merecen estima; de estos, que no de los poetas grandes de marca mayor que no pierden crédito por descuidarse tal vez. No ignoramos que bonum ex integra causa, malum ex única tantum –como dijo san Dionisio Areopagita–, pero sabemos que aquel axioma tiene lugar en materias morales, no en poéticas. Traslado a los maestros del arte. Horacio: quandoque bonus dormitat Homerus, verum opere in longo fas est obrepere somnum. Quintiliano, habiendo referido que a Cicerón le parecía dormitar alguna vez Demóstenes, y Homero a Horacio –no siendo maravilla, pues, aunque sumo cada cual en su arte, eran hombres al fin–, añade: Modeste tamen et circumspecto iudicio de tantis viris pronuntiandum est, ne, quod plerisque accidit, damnent quae non intelligunt. Ac si necesse est in alteram errare partem, omnia eorum legentibus placere quam multa displicere maluerim. Hágalo vuestra merced así cuando se le ofreciere hablar de nuestro poeta o de los grandes que hay o ha habido en España, y la pérdida o ganancia váyase por ambos. No dejará de descuidarse en algo don Luis, pero compense vuestra merced este descuido con otros muchos cuidados y agudezas y no diga mal de todo a carga cerrada, porque dará que pensar una de dos: o que no lo entiende, o que ingenium magni livor detrectat Homeri. Hacina vuestra merced luego una carga de hipérboles, imagino que para quemarlas a su tiempo, según le parecen mal. No sé qué decirle sino lo que Labeón a Augusto: suum quemque habere iudicium, pero unos bueno y otros al contrario; cuál de estos le haya tocado a vuestra merced, dígalo Vargas. Vuelve vuestra merced luego a su tema, digo a culpar la oscuridad, la bronquedad de versos, la equivocación de voces y ambigüedad de oraciones, y trae de esto grandes ejemplos. Dame de veras que sospechar que o es vuestra merced repetidor de algún preceptor y, como a tal, le tira su ejercicio, o se persuade que se ha enflaquecido comúnmente la memoria de los españoles, pues tanto nos repite una cosa misma; que de otra suerte penetrara sin duda con su buen discurso el efecto que podrá hacer en nosotros una tan frecuente repetición de palabras en prosa, que, a no ser de vuestra merced, osara llamarla vulgarísima. Si a vuestra merced mismo le cansa la de algunas voces de don Luis puestas en bizarrísimo verso, no pienso yo cansarme en responder de nuevo, pues en materia de oscuridad y escabrosidad de versos queda respondido asaz, y en la de equívocos y ambigüedades, pues vuestra merced –aun a pesar de su autor– entiende cuanto quiso decir. No se le dé nada que los demás no lo entiendan todo, que, comoquiera que no sean materias teológicas, morales, ni políticas, no le obliga el bien del próximo a declararlas. Solo satisfaré –si supiere– a algunos punticos donairosos. Aquel lo es mucho mandarnos vuestra merced considerar «las dos aldabas de topacios que le da al oriente el señor racionero». Considerado pues, me parece que se mostró advertido su merced –la casa del sol era de oro finísimo, pedrería y marfil, según Ovidio, sus puertas de plata estas aldabas tendrían, y no de la materia misma, luego de algunas piedras preciosas y ¿por qué no de topacios que en el color imitan la luz del sol? No hay deformidad en esto. ¿O qué? ¿No les dieron aldabas otros poetas? Luego más liberal y mejor arquitecto anduvo el nuestro. Toma vuestra merced luego entre manos la navegación que describe aquel viejo, y de camino les da un buen jabón a los versos y la elocución de las Soledades todas, culpando a su dueño, entre otras cosas, de que a ninguna ley se sujetó en el progreso de ellas. Y aunque no ha faltado quien haya dicho que no está obligado a sujetarse, pues, como príncipe que hoy es de la poesía española, puede dar leyes sin sujetarse a recibirlas –conforme a la ley princeps (D. de Legibus)–, él, por su modestia, juzga que debe pasar por ellas ajustándose en esto a la ley digna vox (C. de Legibus), y yo, que maravillosamente las ha guardado, como ha parecido tantas y tantas veces por testimonio de autores tan graves. Así que vuestra merced puede, atento a los nuevos autos, revocar su juicio en esta parte. Pero, volviendo a la navegación, cierto, señor, que disimula vuestra merced artificiosamente el haber entendido todo lo que quiso decir allí. Puesto que afirma verlo bien, ¿por qué no se le reveló que trataba de más de dos navegaciones, la de Colón y la de Magallanes, y habla de cuatro? La de Colón, la primera; la de Blasco Núñez de Balboa al Mar del Sur, que es la segunda; la tercera, la de Vasco de Gama; y la cuarta, la de la nave Victoria, que continuó el viaje de Magallanes. Y según esto, considere el piadoso lector en cúyos ojos están las ceguedades que vuestra merced les atribuye. Por una de las mayores cuenta aquella en que el autor de las Soledades dice de las banderas españolas: rompieron los que armó de plumas ciento strigones el istmo, aladas fieras; a que vuestra merced opone: «Vuestra merced va hablando de las Indias, y lestrigones fueron unos pueblos en Campania o Cilicia (que en esto se halla variedad); sus habitadores, según Plinio, A. Gelio y otros, comían carne humana, pero ni se dice que fuesen muy ligeros, ni que se armasen de plumas. El istmo se entiende principalmente por el que aparta el Peloponeso o Morea de la Acaya. Vuestra merced, sin reparar en más que en su fantasía, traslada los lestrigones y los istmos al estrecho de tierra que divide la Nueva España del Perú, y aun esto lo habemos de adivinar». Vuestra merced ha dicho su dicho; diremos el nuestro. Los lestrigones, pueblos fueron de Italia y de Sicilia, confesámoslo, no reparando en que algún ejemplar de los de vuestra merced, por error del copista, tiene Cilicia. En ambas partes los pone Plinio , puesto que Homero y, por su autoridad, Tibulo y Estrabón y, por ventura por ella, también Tucídides , en Sicilia, como Silio Itálico y Marciano Capela en Italia. Estos bárbaros, por dicho de Homero y Plinio, sabemos que comían carne humana; que A. Gelio, citado a este fin por vuestra merced, no se metió en tanto; solo dijo de ellos: ferocissimos et inmanes et alienos ab omni humanitate tamquam e mari genitos Neptuni filios dixerunt, Cyclopa et Cercyona et Laestrigonas, cosa que no prueba que comiesen manjar semejante. En la barbarie, pues, y crueldad inhumana de usar tan detestable mantenimiento, se parecieron y fueron unos los caribes o caníbales –que habitaron los montes de aquel pedazo de tierra que divide el Mar del Sur del Norte, llamado hoy Castilla del Oro– y los lestrigones, porque aquellos comían también, como estos, carne humana, según lo afirman Pedro Mártir, Gonzalo de Oviedo y otros muchos. Vuestra merced, para que corriera la aposición, no se contenta con esto, sino gustara también de que los lestrigones fueran ligeros y hubieran armádose de plumas. No los pinta muy tardos Homero, pero más de una vez queda advertido que en las comparaciones no se requiere omnímoda verdad, ni semejanza: sobra que combinen en algún principal atributo. Cuando a uno le llaman, por cruel, ‘Nerón' y a otro, por vicioso, ‘Heliogábalo', ¿han de ser emperadores necesariamente los tales como lo fueron aquellos? A uno a quien por bien sabido le damos nombre de ‘Séneca', ¿no le ha de cuadrar si no es filósofo nacido en Córdoba y resucita Nerón para que sea también su maestro? Muy puntual es vuestra merced. ¡Menos le quisiéramos! Aquel puntico del istmo es otro tanto oro, y muy para loar el haberlo adivinado, habiendo tantos que dividan el Norte del Mar del Sur. ¿Vuestra merced sabe qué quiere decir ‘istmo'? Sí, sabrá, que el lexicon griego y el Calepino le habrán enseñado que quiere decir ‘tierra angosta entre dos mares'. Luego dondequiera que hubiere semejante angostura o cuello de tierra, tendremos licencia de llamarle istmo, puesto que haya sido más célebre el corintíaco, por ser los griegos mayores pregoneros de sus cosas. Si esto no es así, ¿por qué leemos tantos lugares bautizados con semejante nombre? De tres istmos, sin el de Acaya, hace mención Estrabón: del arábico o egipcíaco, alii per isthmum qui est ad Arabicum sinum; de este y del que divide el mar Caspio del Ponto, alios isthmis qui sunt inter Caspium ac Ponticum mare, et inter Rubrum mare ac Rupturam; de otro en Asia, cuius angustissimus isthmus sit inter maris intimum sinum ad Synopem et Issum. Ptolomeo, en la Sarmacia europea, hace mención de otro: isthmus cursus Achillis. Eliano llama “istmo acanteo” a las angosturas del monte Atos. Del de Tracia, dijo Plinio: Alius namque ibi isthmos angustia simili est, eodem nomine, et pari latitudine. Apuleyo en el libro De mundo habló del istmo del mar Rojo: Africam vero ab isthmo Rubri maris, vel ab ipsis fontibus Nili oriri putant. Hartos istmos son estos, y con la licencia que tuvieron los antiguos para llamarles así, llamará nuestro poeta ‘istmo' al que divide los dos continentes y mares de nuestras Indias. Pero ahí luego querrá vuestra merced que use de esta licencia si hubieran escritores modernos dádole tal nombre. Prestará vuestra merced paciencia. Pues ¡cómo que la presta! Levino Apolonio en su Historia de las Indias Occidentales o Nuevo Mundole da este nombre de ‘istmo'. Abraham Ortelio dice un su Teatro: A septentrione in meridiem descendit sub forma duarum peninsularum, quae tenui isthmo discernuntur. Ea peninsula quae septentrionalior est novam Hispaniam, etc. Cornelio Wytfliet en su Aumento de la descripción de Ptolomeo o Noticia del Occidente, hablando de Castilla del Oro: Exiguoque adeo concluditur isthmo, ut ambo pene inter se maria committantur.… Tota isthmi latitudo octodecim aut ad summum viginti passuum millia patet, sed erumpentibus undique fluminibus multis in locis laciniata terra isthmum magis coarctat, sicut fontes Chagri fluminis quatuor tantum millibus a mari absint. Huius bimaris isthmi angustiae Mexicanum regnum, etc. A menudo lo juega como Juan Lorenzo de Anania en su Fábrica del mundo: Ella si parte quasi dall'isthmo insin'allo stretto di certe montagne asprissime che i paesani chiamano Andes.… ci aspetta accanto all'istmo Castiglia dell'Oro.… Et ivi accanto all'istmo si scopre Nombre de Dios. Juan Botero en sus Relaciones: L'America si parte ancora essa in due grandissime penisole congionte tra sé con un istmo lungo sette leghe tra il nome di Dio e Panama. Juan Antonio Magino en su Descripción de la América: Questa penisola del Nuovo Mondo, tutta quasi sporta nel mezzogiorno, è di forma simile molto all'Africa et ha una gran piramide la cui base sta presso l'istmo e verso il Borea. Aquí absolutamente pone “isthmo”, pero luego, pintando a Castilla del Oro, dice: Castella Aurea, communemente Castiglia dell'Oro, è una parte di terra ferma così nominata dagli Spagnuoli, la quale si distende da Toayma città e da Panamaide insino al golfo di Urava e di san Michele et occupa tutto quel istmo che con saldissimo legaccio insieme strigne queste due parti principali del nuovo mondo. La larghezza di questo isthmo tiene diciotto leuche o settantadue miglia. Esto nos tenía callado vuestra merced, que no lo ignoraría. ¿Con qué conciencia? Lo de Segundos leños dio a segundo polo vuestra merced lo dará por no dicho, habiéndose ya puesto en su buena paz y dejado de culparle después que se le advirtió que no trataba de Magallanes en aquel lugar, sino de Blasco o Vasco Núñez de Balboa, descubridor del segundo polo, que es el Antártico y mar del Sur, y así habrá visto que las cinco naves no vinieron a parar en un “glorioso pino”, que es una nave: que eso se dice de la Victoria, que, sola entre las de Magallanes, dio vuelta al mundo. Vuestra merced no mira en tanto, vase a la buena, según aquello de Horacio: “O Laertiade, quidquid dicam, aut erit, aut non: divinare etenim magnus mihi donat Apollo”. Vuelve vuestra merced luego a su tema de abominar la oscuridad y no solo se enoja con el autor de este poema, sino con los que, siendo hombres de ingenio y letras, dicen leyéndole: «No es de mi profesión; aunque yo no entiendo palabra, ello debe de ser bueno». Vuestra merced los quisiera antípodas de la modestia de Sócrates referida arriba, cosa por cierto digna de admiración por nueva –si no por buena– culpar un cristiano a otros, porque no dicen mal de quien no ha pecado contra la religión ni buenas costumbres. No sé de qué causa nazca tal efecto. Ya ha habido quien haya dicho que de emulación purísima y que quiere vuestra merced a costa del pobre don Luis granjear opinión –como Zoilo y Aristarco a la de Homero–; y desafuciando a vuestra merced de esta pretensión, le aplique aquel apologuito de Esopo referido por Horacio: Absentis ranae pullis vituli pede pressis, unus ubi effugit, matri denarrat, ut ingens belua cognatos eliserit; illa rogare, quantane? Nunc tandem se inflans sic magna fuisset? “Maior dimidio”, “num tanto?” cum magis atque se magis inflaret: “non si te ruperis” inquit, “par eris”. Pero a mí no me cuadra mucho, porque a querer vuesa merced por este camino granjear nombre, nos dijera el suyo; y así por ahora suspendo mi juicio. Mas el autor de las Soledades, sabiendo los que se hacían acerca de esta su obra, respondió por sí lo que Ovidio: Nuper enim nostros quidam carpsere libellos, quorum censura Musa proterva mea est. Dummodo sic placeam, dum toto canter in orbe qui volet, impugnet unus et alter opus. Ingenium magni livor detrectat Homeri; quisquis es, ex illo, Zoile, nomen habes. Et tua sacrilegae laniarunt carmina linguae, pertulit huc victos quo duce Troia deos. Summa petit livor; perflant altissima venti; summa petunt dextra fulmina missa Iovis. Reprehende vuestra merced luego los períodos largos, no sin autoridad de Quintiliano –no sé cuán a pelo–, y en este y otros lugares afea la locuacidad, la demasía de palabras, con algunas más para dichas por gente y a gente de la vida airada que de la templada y compuesta, cuando no eclesiástica. Y aunque se cumpliera, por ventura, con responder que omne supervacuum pleno de pectore manat, según el lírico, con todo, le probaremos a vuestra merced con autoridad de un moderno –que la tiene a par de cuantos antiguos hay– ser antes dignos de alabanza que no los períodos largos, pues siendo loable la magnificencia y grandeza en la elocución y adquiriéndose por medio de la grandeza de períodos, propter quod unumquodque, tale et illud magis. Este moderno es Torcuato Tasso en sus Discursos del poema heroico. Él dice: Io dico che la lunghezza de' membri e de' periodi o delle clausule, che vogliam dirla, fanno il parlar grande e magnifico, non solo nella prosa, ma nel verso ancora, como in quelli…; trae muchos del Petrarca en consecuencia y, después, la razón con un bizarro ejemplo: In queste rime è cagione di grandezza ancora il senso che sta largamente sospeso: perché aviene al lettore com'a colui il qual cammina per le solitudini, al quale l'albergo par più lontano quanto vede le strade più deserte e più disabitate; ma i molti luoghi da fermarsi e da riposarsi fanno più breve il camino ancor più lungo. Entre las equivocaciones que, después de esto, nota vuestra merced, nos manda que advirtamos de paso cómo llama con mal acuerdo el autor de las Soledades «rey de ríos» al Nilo «(sin nombrarle), por el viaje que hace la Fénix renovada», debiendo creer cualquiera que lo dice por el Erídano o Po, que así le intituló Virgilio y, después, el Petrarca, Torcuato Tasso y Julio Camilo, de que saca vuestra merced esta conclusión: «Finalmente no se puede ya llamar a otro río “rey de ríos” sino al Po, mas vuestra merced no miró en tanto». Vuestra merced sí miró, que no debiera. ¿No sabe que Virgilio, con haber dicho fluviorum rex Eridanus, dijo también: corniger Hesperidum fluvius regnator aquarum, comprehendiendo al Po mismo, como a río de Italia, debajo de la juridición del Tibre? ¿Y que así por imitar a Virgilio –cosa que pretendió sumamente–, como por el imperio de Roma, le atribuyó el cetro Silio Itálico: necnon sceptriferi qui potant Thybridis undas? Mayor es, pues, que todos los de occidente el río Nilo y, con todo, le dio Hernando de Herrera al Betis o Guadalquivir nombre de “rey de ríos”: El sacro rey de ríos, que nuestros campos baña; y Vo repitiendo por tu seca arena, sacro rey de las aguas de occidente. Pregunto: ¿y pudo? ¿Qué dirán los italianos? Mas ¿qué diremos nosotros? Que “cada buhonero alaba sus agujas”. Condena luego vuestra merced aquel perífrasis: Donde con mi hacienda del alma se quedó la mejor prenda. «Por cuyo perífrasis» –dice– «nadie entenderá ‘hijo', ni debe entenderlo. Mírese lo que digo». De que nadie entenderá ‘hijo' mucho se promete vuestra merced, pero a la proposición de que ni debe entenderlo, digo, mi señor, que distingo: si por “ni debe entenderlo” quiere decir vuestra merced que nadie tiene obligación precisa, pase; si dice que a nadie le es lícito o dado, ¡eso no, Miguel de Vergas! Que no hay repugnancia moral, ni física, si los hijos se llaman almas, conforme a aquello de Cicerón escribiendo a su mujer e hija: Vos, meae carissimae animae, quam saepe ad me scribite. Si se llaman “prendas carissimas”, como las llamó Tácito, y “dulces”, como Ovidio, Dulcia solicitae gestabant pignora matres, ¿por qué, casando lo uno con lo otro, no se llamarán los hijos “las mejores prendas del alma”, o por qué por “las mejores prendas del alma” no se entenderán? Pero téngase esto por no dicho. Si de los antecedentes y subsecuentes se coligen muchas cosas sin vicio del que las dijo, ¿por qué, declarando el poeta a tres renglones lo que quiso decir el serrano en aquella perífrasis, ha de condenarse? ¡Qué pocos escritores se salvarían en su tribunal de vuestra merced, a correr por su cuenta el calificarles los errores! Y porque donde pone vuestra merced la mano no quede hueso sano, da últimamente tras las anteposiciones, interposiciones y posposiciones de que usa el autor de las Soledades, diciendo que son violentas y desabridas. Y no es mucho, pues una sola le admite vuestra merced por sabrosa a Garcilaso, que es aquella: «Como en luciente de cristal columna». Otra desecha por torpe: contra un mozo, no menos animoso, con el venablo en mano que hermoso. Y dice que «no hay burlas con nuestra lengua». Yo querría saber cuáles son, para guardarme de ellas. Los modos referidos propios han sido y son de los poetas griegos y latinos, de los toscanos y españoles: de aquellos por necesidad, de estos por gala. Por tales los han frecuentado el Chiabrera, el Tasso, Monseñor de la Casa, el Guarini, el Marino y otros. Véanse sus Rimas sembradas de ellos. Pues ¿qué tiene nuestra lengua? ¿Es tejida en menos cuenta que las demás para que sea incapaz del ornato que reciben ellas, o es alabanza de algún idioma venderle por estrecho de tragaderos? No pienso yo tal, ni tal está escrito en buenos autores. Garcilaso usó de estos modos muy a tiempo en otros lugares que los que trae vuestra merced y en todos parece igualmente bizarro. Herrera los usó asimismo y los usará nuestro autor de lases Soledades, mientras no los viere tildar en los escritos de tantos y tan buenos poetas: I nunc magnificos victor molire triumphos, cinge comam lauro votaque redde Iovi. Cuando vuestra merced finalmente se persuade habernos mostrado cuán pestilentes sean estas Soledades, le da su repeloncico hasta el cielo al Polifemo, que aun tiene por mucho peor poema, y le aconseja a su autor que no se meta a poeta grave, pues no nació para ello, que siga en lo burlesco en que aprobaba mejor, aunque también de esto afirma que ha decaído de algunos años a esta parte, y que no se fíe en que todavía le leen, que si lo hacen es por el mal que dice de gente de todos estados, como se pondrían a ver y oír a un hombre honrado de capa negra que, en mitad de la calle, se parase desvariando a deshonrar a todos. Esto en suma dice vuestra merced, no brevemente, pero más brevemente se le responde que se le luce mal a vuestra merced el cuidado con que ha leído estas Soledades y mucho peor a los hombres de ingenio que dice han sentido lo mismo, pues han tropezado tan en lo llano, como queda visto en muchas partes. Nuestro don Luis nació antes para heroico que para lírico: dígalo la majestad de sus versos, la agudeza de sus pensamientos, lo exquisito y nada vulgar de su elocución; pero con su divino natural se acomoda a todo. Vuestra merced no sé yo cuán digno sea de premio por este su trabajo, porque, para que se le agradeciera, había de haber perdonado más a las palabras ofensivas si quería que entendiéramos que nacía de caridad; y si de ciencia, ahorrádose de algunas inadvertencias (y lo mejor fuera de las advertencias de todo el Antídoto). Oiga vuestra merced para otra vez lo que nos aconseja en su canónica el apóstol Santiago: Nolite plures magistri fieri, fratres mei, scientes, quoniam maius iudicium sumitis: in multis enim offendimus omnes. ¿Quién no yerra? Cada cual mire por sí, que no hará poco. Nuestro poeta es, ha sido y será estimado justísimamente, a despecho de quien no quiera, por lo bien que dice, no por el mal. Sus escritos en nadie se ensangrientan sin grave causa: quien se la diere, repare redondo, que no sé si llegará su mortificación a perdonar a su pluma: Archilocum proprio rabies armavit iambo. Esta podrá ser que arme de sonetos o décimas al autor de las Soledades, pero no sin ocasión, porque él profesa de su estilo lo que Horacio: Sed hic stilus haud petet ultro quemquam animantem et me veluti custodiet ensis vagina tectus, quem cur distringere coner tutus ab infestis latronibus? O pater et rex Iuppiter, ut pereat positum rubigine telum, nec quisquam noceat cupido mihi pacis!At ille qui me commorit (melius non tangere, clamo) flebit et insignis tota cantabitur urbe. Bien pudiera vuestra merced prometerse algún cantarcico de estos a osadas, pero yo le aseguro por esta vez que no lo vea por su casa, con haber sentido el golpe don Luis. Pues ¿fáltale caudal? No, que, en casa llena, presto se guisa la cena. ¿Llévalo en amor de Dios? No sé que tenga tan domadas sus pasiones, principalmente siendo lícito en derecho divino y humano volver un hombre por su crédito. La razón es porque, a lo que ha podido colegir de este Antídoto, juzga a vuestra merced por indigno de que aun en mala parte le haga famoso su pluma y porque teme quedar vencido de vuestra merced en esta lid de decir mal, ora diga él más, ora tanto como vuestra merced –que no será poco–; y así calla y callará sin hablarle palabra: iramque relinqueris infra, como dijo Estacio. Solo con obras piensa darle que hacer a vuestra merced, digo con las suyas poéticas, prosiguiéndolas en la forma que ha comenzado, y decir con Ovidio: Rumpere, Livor edax: magnum iam nomen habemus; maius erit, tantum, quo pede coepit, eat. Sed nimium properas: vivam modo, plura dolebis; et capient anni carmina multa mei. Nam iuvat et studium famae mihi crescit honore; principio clivi noster anhelat equus. Vuestra merced perdone la brevedad y tibieza de este papel, que yo reformaré ambas cosas en la segunda parte. Solo le quiero dar un consejo por despedida; recíbale por de autor tan excelente como el señor Merlín Cocayo: Ne straccheris oro tales dictando baiatas nostras. Ista rupit circumparlatio testas, per dexteramque intrans laevam passavit orecchiam. Das vento calces, umbram, sine fine, misuras, scribis et in glaciem scaldantem solis ad ignem. Plus tostum caschet mundus, caelumque roversum, plus tostum mullos asinosque per astra videbis, cornacchiasque iugo facemus arare ligatas; plus tostum nascat talis verzonus in horto, quod minor ad totam Bressam det foia menestram, plus tostum cessent fontes imbresque rafinent quam Ludovici queas nomen macchiare gaiardum.