**** *book_ *id_body-1 *date_1628 *creator_paravicino Introducción 1. Título La primera biografía de Góngora Un año y unos meses después de la muerte de Góngora el 23 de mayo de 1627, don Antonio Chacón Ponce de León, señor de Polvoranca, obsequia al todopoderoso valido de Felipe IV, el conde duque de Olivares, con un exquisito manuscrito en tres tomos, copiado en vitela con hermosa caligrafía, que contenía las Obras de don Luis de Góngora. En sus preliminares, junto a la dedicatoria al ministro y un retrato del poeta, figuraba un breve texto encomiástico titulado «Vida y escritos de don Luis de Góngora». Con el término de «vida» inserta su autor el texto en la venerable tradición del género historiográfico de las vitae que, en las letras clásicas, medievales y renacentistas europeas, mantuvo una fuerte presencia desde los textos biográficos griegos y latinos de Plutarco, Cornelio Nepote, Suetonio o Diógenes Laercio, pasando por las vidas de santos y los accessus ad autores medievales, hasta las colecciones de vidas de poetas y artistas ilustres del humanismo italiano de los siglos XIV, XV y XVI. El desarrollo del género humanístico de las vitae poetarum está ligado a nombres tan canónicos como Boccaccio, autor de las vitae de Petrarca (De vita et moribus Domini Francisci Petracchi, ca. 1341) y de Dante (Trattatello in laude di Dante, ca. 1351) y el propio Petrarca, con su colección De viris illustribus, ca. 1337. Estos primeros rebrotes del género, a manos de los más tempranos humanistas, recuperan gran parte de los topoi de la Antigüedad, en particular la defensa de la poesía como inspiración divina, presentes en textos de Platón (Fedro, Ión) y Cicerón (Pro Achria Poeta), así como los conocidos preceptos retóricos del uso del exemplum. Fueron también hitos en la Italia del Trecento y Quattrocento las múltiples vitae Homeri: las escritas por Pier Candido Decembrio, Dante y Boccaccio; o las de Petrarca compuestas, además de por Boccaccio, por Filippo Villani, Giovanni Villani, Leonardo Bruni y Gianozzo Manetti. Las colecciones neolatinas como las de Siconi Polentoni, Epithoma in vitas scriptorium illustrium latinae linguae (1437); o la de poetas griegos y romanos de Lilio Gregorio Giraldi, De historia Poetarum (1545), de la que sabemos que fue lectura de Quevedo, fueron también hitos importantes de este practicado género humanístico. Si hoy nos servimos del término de ‘biografía' para referirnos a estos textos renacentistas, somos conscientes de su anacronismo ya que este no se empezó a utilizar hasta finales del siglo XVII en las lenguas vernáculas europeas. Como lo atestiguan, por ejemplo, la Vita Homeri de Pier Candido Decembrio, o la Vita Dantis de Gianozzo Manetti, lo más común entonces fue la etiqueta genérica de vita. Uno de los más tempranos ejemplos de dicho marbete en las letras españolas aparece, por influjo de Italia, en una traducción anónima de la vida de Petrarca de Leonardo Bruni (Vite di Dante e Petrarca, 1436) titulada en la versión española La vida de miçer Francisco Petrarca (ms. 10171 de la BNE). Las galerías de retratos de Fernán Pérez de Guzmán (Generaciones y semblanzas) y de Hernando del Pulgar (Libro de los claros varones de Castilla), compuestas en la segunda mitad del XV, junto con La vida y excelentes dichos de los más sabios filósofos que hubo en este mundo (1516) de Hernando Díaz, marcan el desarrollo del género en España a finales del medioevo y principios del Renacimiento. Sin embargo, habría que señalar que, a pesar del auge que tuvo este género historiográfico en la Europa renacentista, las vidas de poetas contemporáneos no abundan en las letras españolas del periodo. Del millar de obras biográficas publicadas en los siglos XVI y XVII recogidas por José Simón Díaz, ochocientos ochenta y cinco pertenecen a religiosos, ciento trece a políticos y militares y solo una a un escritor contemporáneo: la de Quevedo, por Pablo Antonio de Tarsia, que fue publicada en 1663 en Nápoles, en ambiente más italiano que español . El breve corpus de alrededor de una decena de textos biográficos recogido por Anne Cayuela en los paratextos de obras de ficción en prosa, poesía y teatro en los siglos XVI y XVII viene a completar este panorama, con las vitae de Ausiàs March (1562), Garcilaso de la Vega (1580), Francisco Figueroa (1625), Luis de Góngora (1628), Lope de Vega (1636), Luis de Camõens (1639) y Calderón de la Barca (1684), entre otros. La biografía objeto de este estudio, la «Vida y escritos de don Luis de Góngora», por lo tanto, forma parte de una práctica editorial de antigua raigambre que completaba la edición de la obra de los grandes poetas (o el comentario a dicha obra, como sucede con las Lecciones solemnes de Pellicer) con un retrato y una biografía. Heredero de los esquemas de composición de las vitae y conocedor de los resortes con que se renovó la tradición, el autor del breve texto que nos ocupa estaría midiendo fuerzas con los modelos del pasado para elevar a Góngora a la cúspide de los poetas más acreditados y proponerlo como ejemplo moral y literario digno de imitación. Esta semblanza ha sido tradicionalmente llamada por la crítica «vida menor» desde que en 1916 Alfonso Reyes la bautizó así para distinguirla de la «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas», a la que denominó «vida mayor». Existe, además, una versión con interpolaciones que lleva igual título: «Vida y escritos de don Luis de Góngora», que se publicó por primera vez en los preliminares de Todas las obras de don Luis de Góngora compiladas por Gonzalo de Hoces y Córdoba en 1633 (véase nuestra edición). A modo de resumen recogemos a continuación los títulos y localización de las vitae mencionadas: – «Vida y escritos de don Luis de Góngora» en el manuscrito Chacón (atribuida con buenas razones a Hortensio Félix Paravicino). – «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» en el BNE, ms. 3918 (llamada «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo por don Joseph Pellicer Salas y Tovar» en los preliminares de las Lecciones solemnes). – «Vida y escritos de don Luis de Góngora» de las ediciones de Góngora que derivan de la de Gonzalo de Hoces (Madrid 1633) que para todos los efectos es la princeps de la obra completa de Góngora. La vida en cuestión es designada por Pellicer en su Bibliotheca «Vida de don Luis de Góngora y Argote. Príncipe de los poetas líricos». Estas diferentes «Vidas», emparentadas entre sí, son indisociables del conjunto de discursos de defensa salidos del círculo de amigos y apologistas de Góngora cuyo designio fundamental era, más que ofrecer detalles vivenciales del hombre, encomiar al excelso poeta celebrando la grandeza de sus escritos, así como defender su estilo y arremeter contra los detractores y calumniadores de su obra. 2. Autor Paravicino y Góngora: «Rinda pues al mayor, el menor culto…» La autoría de la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» no ha quedado aclarada hasta hace muy poco, y ello gracias a la sagacidad de Luis Iglesias Feijoo, quien encontró una serie de cartas en el manuscrito que lleva la signatura 9/5770 de la Real Academia de la Historia de Madrid. De dicho conjunto epistolar se desprende que fue compuesta por fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, el gran predicador real de Felipe III y Felipe IV, amigo y albacea de Góngora. Que es Paravicino el autor de esta primera biografía del poeta se verifica, además, en la vita escrita por José de Pellicer y Tovar que editamos también en el marco de este proyecto, en la que el aragonés alude al trinitario en términos velados, confirmando los hallazgos del profesor Iglesias Feijoo. Casi veinte años menor que su amigo andaluz, Hortensio Félix Paravicino, hijo ilegítimo de un noble milanés y de una española noble natural de Guipúzcoa, nació en Madrid y recibió una esmerada educación en el Colegio de la Compañía de Jesús de Ocaña, luego en el Convento-Universidad Santo Tomás de Ávila (donde se graduó de Maestro de Teología) y finalmente en la Universidad de Salamanca. De esta última dejará sentidos elogios tanto en esta vita como en varios de sus sermones. Muchos de sus contemporáneos, entre ellos Lope de Vega, celebraron su precocidad intelectual y su conocimiento de la lengua latina. Comenzó a escribir poesía desde muy joven y siete de sus textos, los primeros de que tengamos noticia, fueron premiados en la justa poética celebrada en la Universidad de Salamanca en 1598 para honrar la memoria del recién fallecido Felipe II, en la que llegó a compartir premio con Bartolomé Leonardo de Argensola. «Maestro en Sacra Teología a los dieciocho abriles de su primavera erudita», como lo describiera Pellicer, en 1599 ingresó en la orden trinitaria y profesó al año siguiente en el convento de Salamanca. Tomó el hábito de los trinitarios descalzos en 1605 y fijó su residencia en la Santísima Trinidad de Madrid, lugar en el que iba a residir hasta su muerte. Ejerció también como censor de libros y, a lo largo de sus más de veintisiete años como predicador cortesano, se codeó con los hombres de letras más importantes del momento, integrándose en el grupo que giraba en torno a Lope de Vega y participando en las academias y justas literarias de las primeras décadas del siglo. De 1609, cuando tenía veintinueve años, data su más conocido retrato realizado por El Greco, de los dos que le hizo el pintor; es muy probable que ese mismo año también conociera y trabara profunda amistad con Góngora durante la estancia de este último en Madrid, «a pesar de los diez y nueve años que los separaban». En 1617, un año después de haber sido elegido superior de su convento, y gracias al gran talento oratorio que le había granjeado la fama y el aplauso público, Felipe III lo nombra predicador real. Su amigo Pellicer, que le dedica la Argenis continuada, lo compara con lo mejor de la oratoria clásica y cristiana llamándolo «el Crisóstomo de este siglo, el Quintiliano mejor, el Demóstenes cristiano, el orador real, ocupación o fatiga de la fama». De lo novedoso de sus prédicas como fenómeno social del momento son muchos los testimonios de sus contemporáneos, como el que dejara Cassiano dal Pozzo, secretario del cardenal legado Francesco Barberini, durante la conocida visita madrileña del prelado italiano en 1626. Apunta dal Pozzo, en relación con la misa del cardenal en el convento de la Trinidad, que allí «predicó un padre de estos dicho el P. Hortensio, estimado grandemente tanto por la elocuencia, como por la novedad de los conceptos y sutileza de doctrina». Parece ser que, admirados por los despliegues retóricos de fray Hortensio, unas semanas más tarde el mismo cardenal,…después de una visita pública a las Descalzas, despidió a todo su séquito y subió en la carroza con Filomarino y Pozzo, mandó a correr las cortinillas y sin decir a nadie donde iba, se dirigió a casa de la duquesa viuda de Pastrana, con objeto de escuchar desde su oratorio, que daba a la iglesia de los trinitarios, un sermón de Paravicino. Pero no solo los extranjeros quedaban prendados de sus sutilezas oratorias; también el conde-duque de Olivares, a quien conocía desde sus años estudiantiles en Salamanca, era asiduo oyente de sus sermones. Cerdan, su principal estudioso, ha destacado la inteligencia y capacidad del trinitario para manejarse entre el «rigor austero de su orden mendicante y la mundanidad de la vida cortesana», cultivando, además, buenas relaciones con escritores que en aquellos momentos tomaban posturas a favor o en contra de la poesía de Góngora: Lope de Vega, Francisco de Quevedo, José de Pellicer y Tovar, Juan de Jáuregui, Alonso Jerónimo de Salas de Barbadillo, Antonio de Solís y Anastasio Pantaleón de Ribera, entre otros. Caso aparte es el encontronazo que tuvo con Calderón de la Barca por los meses en que escribe la biografía de Góngora que nos ocupa, punto al que volveremos más adelante. Su celebridad le granjeó punzantes críticas, y los sonetos o epigramas contra los oradores en boga iban en ocasiones dirigidos al estilo que él empleaba en la oratoria sagrada. Poco dado a imprimir sus obras, ya fuesen profanas o religiosas, —nos cuenta Cerdan— casi de mal grado dio algunos escritos a la estampa a petición del rey o de algún grande. Y fue a raíz de la publicación de su Panegírico funeral de Felipe III en 1625 (unos años antes, en 1621, había sacado unos «Epitafios» o «Elogios funerales»), cuando recibió uno de los mayores ataques de su carrera, el conocido como la Censura anónima. Curiosamente, Jáuregui, encarnizado crítico del estilo gongorino, rompió lanzas por el religioso con su Apología por la verdad (Madrid: Juan Delgado, 1625). Compuso numerosos poemas, sermones y una comedia, La Gridonia, o Cielo de amor vengado, que se representó en los jardines de Aranjuez en 1622. Además de la afinidad estética entre Góngora y Paravicino que plantea Pellicer en su edición de las Obras de Anastasio Pantaleón de Ribera, donde presenta al predicador y a Góngora como fuentes de inspiración igualmente excelsas para el malogrado poeta cuyas obras edita, el humanista zaragozano deja constancia del cenáculo intelectual que se reunía en torno al religioso en su celda-biblioteca de la Santísima Trinidad de Madrid. Esta se convirtió en el punto de encuentro de Góngora y de muchos seguidores de la poesía culta, en «aula viva donde los jóvenes poetas se embebían del nuevo estilo para proclamar al Píndaro andaluz como príncipe de la poesía castellana…»:Frecuentó Pantaleón de Ribera algunos tiempos la celda (bien como pudiera la de Augustino o Crisóstomo en su edad) del más grave y más docto varón que ya ilustró nuestra nación, siendo el primero que introdujo a las tinieblas de la elocuencia española las luces griegas y latinas, de cuyos colores retóricos mal pueden juzgar los ciegos en ambos dialectos, peor alumbrados aun en el suyo. Salió tan aprovechado de este estudio, como lo quedaron todos los que comunicaron al grande Hortensio Félix Paravicino, que no consintió ni afectó fiar su noticia de sus señas, sino que se fue la pluma a su nombre. Al grande Hortensio digo, que hoy en erudición más quieta y en más sosegada noticia, reposa libre de la vanidad y la emulación caduca, empezando, cuando él muere, a ser su sepulcro tres mundos, su lámina cuatro mares, su epitafio once esferas y su trompa muchos siglos. Habiendo asistido Anastasio al orador más célebre de este siglo, comunicó al mayor poeta, bebiéndole a don Luis de Góngora el espíritu y el estilo. Según Pellicer, Paravicino habría precedido a Góngora en el empleo del lenguaje culto. Así lo declara en la llamada «Vida mayor» y también, como observó Alfonso Reyes, en un pasaje de las Lecciones solemnes que fue eliminado en la mayor parte de los ejemplares en el curso de la impresión, en una operación de censura motivada «sin duda por el deseo del fraile de borrar en todo lo posible cualquier rasgo de vanidad». Dicha sección, que solo se conserva en unos pocos ejemplares, se introducía al comentar Pellicer la estrofa VIII del Polifemo, verso 5, col. 60:Pues el docto reverendo padre maestro fray Hortensio Félix Paravicino (séame lícito citar aquí rasgos poéticos de mi grande y mayor maestro…) … en su Himno al amanecer, que dedicó a don Luis, amigo grande suyo, y tanto que le escuché de su boca decir que el estilo nuevo de escribir don Luis tan fuera de lo común en verso, y tan superior a todos los que hoy poetizan, se le debió a la singular elocuencia del maestro Hortensio, en que aventaja a los de nuestro siglo y que, a imitación suya en la oratoria, determinó don Luis tomar rumbo distinto de todos en la poética, que consiguió con felicidad tanta. Este elogio de Pellicer a Paravicino se sustituye por una prolija descripción de Sicilia, que, a diferencia del comprometedor fragmento, es, en palabras de Reyes, indiferente. El estudioso nos recuerda, además, que en la Fama, exclamación, túmulo y epitafio…, que el zaragozano escribió a título de honras fúnebres de Paravicino, no figura ya la cuestión de precedencia o influencia del fraile en el poeta andaluz. Para un adversario literario del poeta cordobés como Quevedo, quien en sus «Anotaciones» a la Retórica de Aristóteles compara con el filósofo Empédocles a los que visten con estilo oscuro sus ideas, haciéndolas ambiguas, la similitud de estilo colocaba a ambos escritores en igualdad de planos: «En esto le imitaron a Empédocles en España, profesándolo don Luis de Góngora y Hortensio». La cuestión de la afinidad estilística vuelve a aflorar en uno de los textos más tardíos de la polémica, el Apologético a favor de don Luis de Góngora de Espinosa Medrano, para quien el trinitario, sin embargo, fue quien imitó a Góngora: «No es de extrañar en Hortensio que le siga en prosa cuando siempre le imitó en verso …. Hortensio en el tomo que anda de sus poesías demuestra bien cuánto se fatigó remedando aquellas ideas». Si para Espinosa Medrano el trinitario fue pobre imitador del andaluz en la poesía, llegó a ser, en el ámbito de la oratoria, el «Góngora de los declamadores». A pesar de las encontradas opiniones sobre la precedencia o influencia del uno en el otro, en su mayoría emitidas por ambos bandos de la polémica, lo que sí queda claro es que sus contemporáneos, tanto defensores como detractores, observaron en los dos escritores una misma singularidad estilística, una búsqueda de lo inusitado y brillante. Por otra parte, como ha destacado Mercedes Blanco, tanto Góngora como Paravicino, uno en la poesía y otro en el campo de la oratoria sagrada, eran conscientes de que su genio innovador los había llevado a concebir proyectos literarios paralelos. Paravicino, sabedor de su originalidad, se compara con un Colón descubridor de tierras nuevas en la lengua castellana y se vanagloria de «la novedad de las oraciones fúnebres o panegíricos que en forma castellana perpetua he introducido». Esta singularidad, junto con quejas, por otra parte constantes en él, por los ataques que recibe (y que siempre achaca a la envidia), es abiertamente asumida y defendida en la carta-dedicatoria al cardenal infante don Fernando del Panegírico funeral a la reina Doña Margarita de Austria (1628):No fue temeridad y soberbia, sino curiosidad y ánimo el de Colón, ni inventó nuevos climas: hallólos. Haber hallado, después de tantos, algo nuevo en esta lengua (sea estrecho, nuevo mar es), a confesión de los que viven y murieron con amor de ella, no es formar otro idioma, sino venerar tanto el vulgar castellano nuestro, que os prometemos de él la sublimidad clásica de los otros. De la propia pluma del fraile en esta vita podemos inferir, además, que más que influir en el estilo del gran poeta, sus conversaciones, trato íntimo e intercambios con Góngora inclinaron a este último a dejar atrás temas y estilo de menor realce («o avisado de los asuntos, o escrupuloso del estilo menos grave en obras tan celebradas») y a orientar su pluma hacia la composición de sus obras mayores. Incitados por su parentesco estilístico y por su gran amistad con el andaluz, los enemigos del trinitario censuraron los artificios retóricos que utilizaba desde el púlpito, achacándolos a vanidad e histrionismo. De las críticas al ornamento excesivo y la oscuridad y afectación en la idea y la expresión, Paravicino se excusa, por ejemplo, en el sermón de Presentación de Nuestra Señora en la Capilla del Sagrario de la Catedral de Toledo (1616), arguyendo que su estilo era «natural a la pluma como a la lengua», o una «natural afectación» que intentaba mitigar. Vuelve a quejarse de tales críticas en las dos dedicatorias de su inédita Constancia cristiana: «…culpan de afectado mi estilo, y contra la experiencia de tantos años de púlpito, de cátedra, de pláticas comunes y de cartas familiares, quieren que sea cuidado y aliño humano la gracia que da el cielo». De la malicia de los dardos que le lanzaban, que solía atribuir a la envidia —al igual que hará Pellicer por estos años ante sus detractores, por ejemplo, en la dedicatoria al fraile de su Argenis continuada— se lamentó el trinitario en muchos de sus escritos. No es de extrañar entonces que escogiera para su escudete bibliográfico la imagen de una fuente coronada por un cisne (elemento de su escudo familiar) del que brota un chorro de agua que una mano intenta contener y, junto a ella, el emblema vires ab invidia. Para Cerdan, la carta-dedicatoria al cardenal infante don Fernando antes citada es, en este sentido, una de las que mejor recoge este sentir:No sé, Serenísimo Señor, si las a las censuras llame envidias, por no arrojarme más animoso, ni recibir más calor del que la humildad de criado y la modestia de un religioso deben creer a los rayos de V. A. De tantas censuras, pues, digo de palabras, de plumas, de prensas, de otras profesiones y la mía, hasta en los lugares obligados, como a más pública, a doctrina más sana, desatendí siempre …. En este siglo, y más en nuestra nación, no hay tranquilidad de letras. La calma es borrascosa, el puerto se ha hecho escollo y naufragio el muelle. Algunos de esos ataques, como veremos, están vinculados con el ambiente en que se concibió esta vita y pueden ser la causa de que se incluyera en el manuscrito Chacón sin nombre de autor, aunque parece ser que la paternidad de la misma no era secreto para los más allegados de Góngora, como se puede deducir, por ejemplo, de los comentarios y alusiones de Pellicer en su «vida mayor» y del anónimo autor del Escrutinio. Según un testimonio de Lope de Vega, en carta de 1628 al poeta y secretario personal de Felipe IV, Antonio Hurtado de Mendoza, un desconocido habría arrojado por una ventana de su casa una piedra envuelta en un papel que contenía dos sonetos anónimos. Aunque no podemos garantizar que los poemas satíricos no fueran del propio Lope, la misiva alude al ambiente crítico del que Paravicino buscaba distanciarse: «algo está pacífico el enojo poético contra Hortensio», dice el Fénix antes de copiar en la carta uno de dichos sonetos. La amistad de Góngora con fray Hortensio y su hermano Francisco, conde de Sangrá, se estrechó con su instalación en la Corte y floreció en los diez años que le quedaban de vida al poeta. Además del soneto que le dedicó al predicador en 1620 —«Al Padre Maestro Hortensio, de una audacia del Padre Maestro Fray Luis de Aliaga, confesor del Señor Rey don Felipe IV»; y otro a ambos hermanos en 1623, «Sople rabiosamente conjurado»,— como hemos dicho, designó al fraile uno de sus albaceas testamentarios. En las tres cartas de Góngora a Paravicino que nos han llegado, todas de finales de 1623 y principios de 1624, si bien el gran poeta lo llama retóricamente «reverendísimo mío», «vuestra paternidad», «redentor de mis necesidades» y demás fórmulas epistolares y de respeto, se advierte una mutua simpatía y cariño anclados en una relación personal. En general, el poeta mayor y cansado se desahoga de sus penas y le comenta a su amigo, a raíz de la visita de este a Andalucía, los manjares que espera que allí le ofrezcan, los últimos sucesos de la capilla real, la muerte de la infanta, las iniquidades en que incurren los escritores y dramaturgos, su encuentro con Olivares, la adjudicación del ansiado hábito, sus «ahogos» pecuniarios e incomodidades por la falta de coche, etc.. Le pide al trinitario que durante su viaje por el sur visite y honre a personajes de su Córdoba natal, le recuerda que cobre la cédula del recién otorgado hábito y llega a comentarle lo insufrible del invierno madrileño y de las inmundicias de las calles de la ciudad (incluso en una epístola familiar Góngora no puede evitar levantar un concepto y comparar la suciedad callejera con frutas cubiertas de azúcar diciendo que la nieve se hacía tolerable «por haber confitado las inmundicias de las calles»). Paravicino, por su parte, le dedicó a Góngora dos textos: el «Romance describiendo la noche y el día dirigido a don Luis de Góngora» y el soneto «Ya que obediente o a interior respeto». En el primero, que se abre en un tono descriptivo reminiscente de las Soledades, son patentes, como en la vita que nos ocupa, las referencias a la patria cordobesa del poeta, a la vena satírica heredada de Marcial y a algunos de los sinsabores que sufrió Góngora a inicios de la década de 1620. Para Cerdan, en las tres últimas estrofas del soneto citado, Paravicino «proclama la estrecha amistad que le vincula a Góngora como antes a Horacio con Virgilio y recalca que Góngora ha conocido disgustos respecto a su honra («viste anochecer honra») pero que esos disgustos han desaparecido y se han superado («que amanecer ves más pura»). Estos sinsabores, según Cerdan, están relacionados con las sospechas acerca de la limpieza de sangre de su familia que volvieron a surgir al pedir el poeta un segundo hábito para otro de sus sobrinos. De la relación que unía a Paravicino con don Antonio Chacón, Señor de Polvoranca, sabemos poco, pero si tenemos en cuenta que la de Góngora y Chacón, surgida alrededor de 1619 y bien afianzada hacia 1623, «nació tal vez como una alianza para conseguir el favor del poderoso Conde Duque», no es de extrañar que con vistas a los preliminares del manuscrito que el señor de Polvoranca iba a ofrecer al privado para su rica biblioteca, la tarea de escribir la vita recayera sobre el famoso predicador real, amigo del poeta y depositario del favor del ministro. El gran predicador real falleció el 12 de diciembre de 1633, a punto de conseguir el ilustre obispado de Lérida. Tenía cincuenta y tres años y parece ser que en los últimos, tras «estudios forzosos y continuados por tantos años en esta Corte», como le expresa a Olivares en una de sus dedicatorias, los ataques y críticas habían ido haciendo mella en su salud. A su concurrido entierro asistieron el rey, la reina y numerosos grandes. Poetas amigos o admiradores, como Salas Barbadillo, Pantaleón de Ribera, Lope de Vega, Quevedo, entre otros, homenajearon con sinceras palabras al «ingenioso y cultamente elocuente Hortensio», como lo recordará Gracián años más tarde. Su muerte, y de ello dejó constancia el historiador Antonio de León Pinelo, significó una gran pérdida en el universo intelectual de su tiempo:A 12 de diciembre falleció en su convento de la SS. Trinidad el M. F. Hortensio Félix Paravicino, predicador de su Majestad, uno de los mayores ingenios, más elegante lengua, y más delicado discurso que en nuestra edad frecuentó el púlpito de la Corte. Estimado de los reyes, querido de los señores y venerado de todos por su gran talento en la predicación y en la comunicación. Tuvo en su Religión todos los puestos que ella le pudo dar por sus grandes letras y capacidad. 3. Cronología Avatares de la primera biografía de Góngora Como apuntábamos en la sección anterior referida a los títulos, las vitae de don Luis de Góngora que se compusieron por estas fechas están tan relacionadas con la polémica que tanto su origen como en su contenido responden, más que al establecimiento de una verdad exacta e histórica de la vida de Góngora, al compromiso de levantar una imagen ejemplar del excelso poeta. Para entender los orígenes de esta «Vida y escritos de don Luis de Góngora» de Paravicino, la primera de las que se escriben y cuyo manuscrito es objeto del presente estudio, junto con su reescritura, publicada en los preliminares de las ediciones de Gonzalo de Hoces, se impone hacer un poco de historia. Como es sabido, fray Hortensio Félix Paravicino, en calidad de amigo y testamentario de Góngora, le otorga a José de Pellicer el 6 de junio de 1628 un poder para la publicación de sus Lecciones solemnes. La licencia de las Lecciones data de un mes más tarde (el 12 de julio de 1628) y la fe de erratas del 16 de diciembre de 1629. En el año y medio transcurrido entre la licencia y la de la fe de erratas intervienen una serie de sucesos que van a vincular directa o indirectamente a Pellicer, Paravicino, Lope y Calderón de la Barca con la escritura y reescritura de estas vitae «menor» y «mayor» del recién fallecido poeta andaluz. Uno de esos sucesos, ocurrido en enero de 1629, fue la escandalosa irrupción de comediantes, gente del pueblo y ministros de la Justicia en el convento de clausura de las Trinitarias tras una reyerta entre dichos comediantes en la que un hermano de Calderón de la Barca resultó gravemente herido y el autor del hecho buscó refugió en el cercano convento de las Trinitarias, donde era monja profesa Marcela, una de las hijas de Lope. Algunos días más tarde, el 11 de enero de 1629, en el sermón fúnebre que el trinitario fray Hortensio pronunció en memoria de Felipe III y de su esposa, Margarita de Austria, tomó la defensa de las trinitarias y criticó los abusos y atropellos de los cómicos en el convento. Calderón, en represalia, interpoló una virulenta sátira del estilo de Paravicino en su comedia El príncipe constante. Paravicino llevó el asunto ante Felipe IV, quien, después de ver representar la comedia (y de reírse con la pulla calderoniana de «emponomio horténsico» de uno de los versos insertados), ordenó la supresión del pasaje. No era la primera vez que se lanzaban dardos al predicador real; como hemos dicho, Paravicino había ya sido objeto de crítica unos años antes, cuando en 1625, tras el sermón fúnebre que predicó en la Capilla Real ante el rey y la Corte, y su posterior publicación, recibió la mordaz y difundida Censura anónima, a la que respondió Jáuregui con su Apología por la verdad. En una de las cartas encontradas por Iglesias Feijoo, la enviada por el trinitario a Pellicer desde Burgos, y que lleva fecha de 1 de octubre de 1629, Paravicino alude al escándalo con los cómicos y, seguidamente, le pide a Pellicer que lo deje de «fuera de estacada tan ajena de su profesión», con el fin de evitar nuevos motivos de ataque y burlas si su nombre llegaba a figurar en los preliminares de las Lecciones solemnes. Y añade:si hablan en la comedia, en el Polifemo por estampar esos perros a quien la envidia sirve de rabia, ¿qué dirán del autor de la Vida de él?, o ¿cómo no dirán que merezco la ofensa, si la ocasiono entre los versos, cuando aún no me fue del púlpito excusa? Tal precaución no es de extrañar, pues el fraile también le pidió a Pellicer que no lo mencionase en absoluto dentro de las Lecciones solemnes, de ahí que nos hayan llegado ejemplares con estados en que los aparece citado y otros en los que no. En el contexto de la polémica, además, no podemos pasar por alto que si bien el religioso era amigo de Pellicer (este último lo llamó «mi mayor amigo»), también supo mantener buenas relaciones con Lope de Vega, por lo que cabe conjeturar, como segunda explicación de su negativa a figurar en la obra, que Paravicino prefería mantenerse al margen de la guerra entre Lope y Pellicer. Para no retrasar la inminente publicación de sus Lecciones, este último compuso apresuradamente la «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» (vida mayor), teniendo en cuenta la vita de la pluma del religioso que ya figuraba en los preliminares del manuscrito Chacón. Lo que Pellicer sí logra incluir, sin embargo, en los preliminares de las Lecciones, y debajo del retrato calcográfico del poeta cordobés, obra de Jean de Courbes (recordemos que el que figura en el manuscrito Chacón es un dibujo de un retrato hecho por Juan Van der Hammen y León), es la «estancia» epigramática que, según él, también fue compuesta por Paravicino. Refiriéndose a las dos piezas encomiásticas de Paravicino, vida y epigrama al retrato, incluidos en los preliminares del manuscrito Chacón, dice así Pellicer: «Ambas cosas deseé yo imprimir, pero no pude conseguir de su modestia si no es la una, y esa con dificultad no poca». Así, respetando la petición del trinitario de no publicar la vita, incluye en las Lecciones solemnes, sin nombre de autor, dicha octava que empieza «De amiga idea de valiente mano», que en el manuscrito ya estaba asociada al retrato del poeta. Tampoco era la primera vez, sin embargo, que el fraile trinitario se valía del anonimato o de seudónimos, o que se manifestaba reticente a la publicación de su obra. En las fiestas del Sagrario celebradas en Toledo en 1616 —certamen en el que tuvo una activa participación y en el que Góngora presentó poesías a dos de los temas— había compuesto unas Canciones a la Asunción de Nuestra Señora bajo el seudónimo de «Padre Presentado Fray Juan de Centeño, de la Orden de la Santísima Trinidad», que más tarde se decidirá a publicar defendiendo el estilo y señalando con el dedo a los calumniadores. Su amigo José Pellicer y Tovar, en su Anfiteatro de Felipe el Grande, publicado en Madrid en 1631, recoge una composición de Paravicino («A un toro que mató su majestad de un arcabuzazo») con el seudónimo de don Enrique Manuel. Sabemos con certeza que aunque el trinitario no quiso dar su obra a la imprenta sí distribuyó generosamente algunos de sus manuscritos. El primer sermón —de los nueve sermones y del elogio funeral que saca a la luz en vida, ya que todo lo demás de su obra concionatoria y poética fue publicada póstumamente— lo publicó en 1616 y es el mencionado sermón de la presentación de la virgen en la Catedral de Toledo. En la dedicatoria de dicho sermón al padre Luis de Aliaga, al tiempo que manifiesta su aversión por las prensas por no querer «pretender aplausos grandes con estudios breves», explica que, si lo hace, es porque el futuro confesor real e inquisidor general había mostrado su «deseo o gusto de ver en público estos borrones». A la justificación de que lo poco que publicó lo hizo por petición de otros, y basándose en palabras del propio Paravicino en la dedicatoria del «Sermón del nombre de María» a la condesa de Monterrey, el estudioso moderno de la oratoria sagrada en el periodo, Félix Herrero Salgado, añade dos razones más: «no dar nuevo pábulo a los ojos de quienes ya, maliciosamente curiosos, se las habían oído, y, segundo, confesión común de todos los predicadores: la abismal diferencia entre la cálida palabra representada en el púlpito y la aséptica palabra impresa». En cuanto a su obra poética, que tampoco quiso ver publicada (lo cual se entiende mucho mejor ya que su poesía tiene un tono muy libre y gran variedad de asuntos, muchos de ellos profanos), vieron la luz ocho años después de su muerte bajo el título de Obras póstumas, divinas y humanas y el seudónimo de «Don Félix de Arteaga». En opinión de sus modernos editores,la trayectoria literaria de Paravicino está transversalmente marcada por el sentimiento de abandono en varios sentidos, que arraiga en una personalidad retraída y marca una dualidad productiva —Paravicino predicador, Félix de Arteaga poeta–, en donde el segundo caso el yo poético adquiere unas máscaras concretas . Añaden, además, como otras razones sociales, la poca importancia que los poetas, en particular los de familia noble, daban a la impresión de sus poemas, y su desdén por un mercado editorial marcado por la mercantilización de la poesía. El rechazo a la publicación de sus obras, su preferencia por el anonimato o su petición a Pellicer de que lo dejara «fuera de estacada tan ajena de su profesión», unidos a su condición de predicador real proclive a la innovación estilística que lo hacían diana de invectivas y ataques, no se pueden desligar de la polémica desatada en torno a Góngora y al estilo culto, en general, y al contexto de producción de esta vita, en particular. En suma, pues, la «Vida y escritos de don Luis de Góngora», sin nombre de autor en los prefacios de la colección, la primera de las biografías de Góngora que se escribieron por estos años y el bastidor sobre el que, en mayor o menor medida, se compusieron las otras dos, fue compuesta por Paravicino entre junio y diciembre de 1628 para los preliminares del manuscrito Chacón. El terminus post quem sería el mes de junio de 1628, pues alude a la solicitud de retirada de los ejemplares de la edición de Vicuña por parte del Santo Oficio tras la revisión del Padre Pineda el 3 de junio de ese año. El terminus ante quem vendría a ser el 12 de diciembre de 1628, fecha de la dedicatoria de Chacón. 4. Estructura Una vita auctoris para el manuscrito Chacón Esta biografía escrita por Paravicino fue compuesta siguiendo las líneas maestras del discurso encomiástico prescrito por los tratados retóricos más influyentes de la tradición grecolatina. De manera general, su estructura recoge lo que son —acotados por un breve exordio y un epílogo— los hechos antes, durante y después de la vida del biografiado (ex tempore quod ante eos fuit; ex tempore quo ipsi vixerunt; ex tempore quod est insecutum). Así, la laus personae que levanta el biógrafo basándose en los argumenta a persona recogerán a lo largo del texto referencias relativas al genus, natio, patria, aetas, educatio e disciplina, fortuna, conditio, animi natura, studia, etc. del biografiado. Abre Paravicino esta vita, concebida cronológicamente, con las fechas de nacimiento y muerte del poeta, que engarzará con el encomio al «más lucido y vehemente ingenio que ha producido nuestra nación, no gozado». Se apena Paravicino de la muerte del poeta y amigo estimando que los casi sesenta y seis años de vida de Góngora fueron demasiado pocos, y le reprocha a la patria la poca estima con que trató al poeta, como suele suceder con todos los grandes hombres, de la profesión que fueren. En las líneas siguientes, conforme a los patrones de la descriptio personae, tocará muy escuetamente los argumentos relativos a la familia y a la infancia de Góngora, destacando la hidalguía de su linaje y el premio que la fortuna ha otorgado a sus padres por engendrar a tal hijo. Se detendrá con brevedad en el origen noble de la familia Argote —referirá la ocupación del padre como corregidor en Córdoba y otras ciudades de la península— y en el linaje de la madre, doña Leonor, que llevaba el noble apellido «Góngora». Antes de continuar con la vida del sujeto como tal (ex tempore quo ipsi vixerunt), no olvidará, en unas breves e hiperbólicas líneas, la laus urbis de Córdoba, que compara con una fábrica de ingenios no solo de la nación sino del mundo entero. Pasa a hablar de la infancia de Góngora, vivida «con el decoro y el cuidado que pedía la educación de su sangre», y su llegada a Salamanca a los quince años, donde floreció su vocación poética (educatio et disciplina), destacando la manifiesta vocación del joven para las letras, su extremada precocidad y la índole sobresaliente de su carácter (tópico del puer senilis), que le valieron la temprana fama en Salamanca de «Saúl de los ingenios». Es técnica común en la narración encomiástica achacar algunos deslices del biografiado a la inmadurez juvenil. Y las «festivas» Musas, cuenta Paravicino, llevaron por aquellos años al poeta a componer versos salados que ‘salpicaron' la reputación de algunas personas. Sin embargo, como se sabe, la predilección por lo escatológico y lascivo se manifiesta tanto en romances y letrillas juveniles como en composiciones muy posteriores. El chiste, lo burlesco y la parodia están muy presentes en la poesía que compuso Góngora a lo largo de su vida. Su musa no perdió ni la sal, ni el picante, con los años y, para comprobarlo, baste leer décimas escritas en 1624 por un Góngora más que sesentón como «Casado el otro se halla», que contiene juegos de palabras bien atrevidos, o «Con Marfisa en la estacada», que evoca las desventuras de un impotente. En resumen, «los matices de humor o las inflexiones jocosas», a menudo fuentes de experimentación y mezcla, no faltan ni en los poemas graves, ni en uno de los preferidos del poeta, la Fábula de Píramo y Tisbe, ni en «el más oficial y ambiciosamente noble de los poemas de Góngora, el Panegírico al duque de Lerma». Esta extensa sección de la vita busca desmentir la fama de procaz y chocarrero que nunca perdió del todo Góngora y que, para algunos espíritus gazmoños, desacreditaba sus poemas presuntamente graves. Según Paravicino, Góngora dejó de escribir burlas cuando se ordenó sacerdote, pero, como recuerda Artigas, para entonces el poeta pasaba ya de los cincuenta años y lo hizo para poder disfrutar de la capellanía que le fue otorgada por Felipe IV cuando se mudó a la Corte en 1617. Sabemos que, como muchos de los escritores de su tiempo, Góngora, incluso siendo eclesiástico y, más tarde, sacerdote, no se privó de escribir este tipo de poemas, ni otros de carácter amatorio, aunque Paravicino pretenda disculpar estos últimos afirmando que los hizo a petición de «amigos y poderosos». A diferencia de Quevedo, nos recuerda Carreira, Góngora «es hedonista y no lo disimula». La prolija defensa del biógrafo, creemos, también pudo haber sido suscitada por las censuras eclesiásticas de la edición de López de Vicuña, en particular la del padre Pineda, que ataca tanto al Góngora poeta como al sacerdote. Sensible a las directrices retóricas y fiel a su intención de ejemplaridad, Paravicino marca un antes y un después en la escritura gongorina. Aprovecha este anónimo amicus de menor edad para dejar una breve nota de vanidad y destacar su papel en el estilo que marcó al Polifemo y las Soledades, cuando, según él, Góngora decide dejar atrás «el estilo menos grave» y abrir nuevos derroteros con la composición de sus grandes poemas, dando incluso pistas de su relación con el biografiado con un parentético ejemplo de sermocinatio en estilo indirecto «(confesó él)». A diferencia de la biografía escrita por Pellicer, que es, además, una exaltada defensa del estilo de Góngora, Paravicino, que se refiere a sí mismo en tercera persona («el autor de esta prefación») no entra a «discurrir del crédito y calumnias y todo lo apologético» ya que, para ello, concluye, hay muchos otros en el combate. También a diferencia de Pellicer, que no lo hace, alude Paravicino a las muchas «licencias» que se tomó Góngora con las letras españolas para sacarlas de las atrofia y la postración, y exhorta a los críticos del gran poeta a intentar hacer una «imitación no jocosa» para que se den cuenta de que, frente al gigante que fue Góngora, siempre se quedarán enanos. Dicha exhortación no es insignificante ya que a pesar de los juiciosos y eruditos comentarios como los del abad de Rute o los de Díaz de Rivas, la polémica dio cabida a muchos otros plagados de burlas, chistes e injurias, como lo fueron el Antídoto de Jáuregui, el anónimo Contra el Antídoto, o la decena de letrillas y sonetos que circularon por esos años. Este breve y templado reproche a los atrevimientos estilísticos del poeta entronca también con los primeros pareceres de la polémica, los de Pedro de Valencia y el abad de Rute, que si bien reconocían los muchos méritos del Polifemo y las Soledades, señalaban ya las «culpas» y «pecadillos» cometidos por su autor. Siguiendo las pautas retóricas trazadas, retoma el biógrafo el hilo con el argumento de la condición social del hombre (conditionis distantia) ante la fortuna, para dar cuenta de los pocos favores que recibiera en vida «un caballero de tantas partes», que no pasó de una ración de la iglesia cordobesa, y de las muchas promesas y magros beneficios que recibiera de los muchos señores que lo invitaron a venir a la Corte. Góngora, que había viajado a la Corte esporádicamente en varias ocasiones (en sus sonetos de 1609 se lamenta de la ingratitud de los grandes y de lo infructuoso de su búsqueda de amparo), se asienta indefinidamente en Madrid en 1617, cuando tenía cincuenta y cinco años, y como pretendiente cortesano, escribe poemas de circunstancia y composiciones de elogio. Habían muerto su hermano y su cuñado, y era en la Corte madrileña donde se podían conseguir los tan ansiados favores que se necesitaban en Córdoba para el sostén de la familia. Contaba con el favor del duque de Lerma y de Rodrigo Calderón, y a ambos ensalzó con su pluma, buscando honores, mercedes y puestos en la Corte, como era práctica común para muchos escritores de aquel tiempo. Contó también con el apoyo del padre Luis Aliaga, el influyente confesor de Felipe III, y con la amistad del conde de Villamediana, admirador de su obra, como pondera el Abad de Rute en su Examen del Antídoto, y a quien el poeta le dedicó varios sonetos, décimas y una octava. Por desgracia para Góngora, Villamediana fue asesinado en 1622, y la carrera política de Aliaga, Lerma y de Calderón bajo el gobierno de Felipe III tocaba a su fin. Refiere Paravicino la capellanía real que consiguió gracias a Lerma y los hábitos militares para sus sobrinos gracias a Olivares. El primero lo logra en 1622, y le llega con retraso debido a la caída de sus dos protectores y el cambio de reinado. De estas fechas datan los sonetos «Camina mi pensión con pie de plomo», «De la Merced, señores, me despido» y «En la capilla estoy, y condenado», que hablan del cansancio, el desengaño y la apremiante preocupación por el dinero. Aflora en varias de las composiciones de estos años su angustia por la llegada de la vejez y por su estado de salud en la situación que se encontraba («Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que católico se alienta», como reza el epígrafe del soneto «En este occidental, en este, oh, Licio») u otros en los que recoge el tópico de la brevedad engañosa de la vida («Menos solicitó breve saeta»), o su deseo de regresar a una vida más tranquila en Córdoba («De la Merced, señores, me despido»). Si la muerte no hubiera alcanzado al poeta entonces, concluye el trinitario lapidariamente refiriéndose a Olivares, «se prometía algún mayor deshielo de su fortuna al abrigo de este príncipe». Durante el viaje que Felipe IV realizó a Aragón acompañado de Olivares y de otros cortesanos (entre ellos Quevedo) a principios de 1626, sufrió Góngora una grave enfermedad que lo dejó sin poder escribir. Una vez pasado el peligro, quedó paralítico por un tiempo y perdió algo de memoria. Según Artigas, que sigue a Enrique Vaca de Alfaro, lo que padeció fue un ataque de apoplejía o una embolia, y se cuenta que el poeta repetía, sin acordase, las mismas preguntas que había hecho momentos antes. Según él, «en la memoria fue donde hizo presa la enfermedad temporalmente» y no en el juicio. El «alma le embargó esa potencia», la de la memoria, pero mantuvo claro el entendimiento a la hora de enfrentarse a la muerte, ante la cual el poeta, con toda la lucidez necesaria, cumple piadosamente con los sacramentos católicos, preparándose para la vida eterna. Por lo que se deduce de estas líneas, para Paravicino —como para Huarte de San Juan, en su difundido tratado Examen de ingenios para las ciencias (1575)— el entendimiento es potencia más noble que la memoria. Por ello quiere dejar sentado que Góngora pudo perder temporalmente la segunda, pero que el primero no pudo ser eclipsado por la enfermedad. El peso del entendimiento como rey de las potencias parece asomar también bajo la pluma del poeta mismo en su «Carta de respuesta»: «pues si deleitar el entendimiento es darle razones que lo concluyan y lo midan con su concepto, descubierto lo que está debajo de esos tropos, por fuerza el entendimiento ha de quedar convencido, y convencido, satisfecho». Como la memoria ocupaba el pasivo papel de recordar las impresiones, no duda Paravicino en mitigar la pérdida de esta facultad con un concepto que utiliza la polisemia de memoria: «acaso porque al morir don Luis, en nosotros todos se había de repartir su memoria». Insiste Paravicino en la facultad del juicio, parte del entendimiento, que asegura la lucidez del poeta a la hora de otorgar testamento; una poesía anclada en el deleite del entendimiento y una muerte ejemplar en la católica fe, sanción de una vida virtuosa, eran piezas indispensables para la arquitectura de su encomio. Los dos párrafos siguientes los dedicará Paravicino a las vicisitudes de la obra de Góngora. Como es sabido, una vez muerto el poeta, sus seguidores criticarán duramente la manera en que se editaron sus escritos, y dada la fecha en que se escribe esta vita, Paravicino alude a la precipitada edición de Juan López de Vicuña publicada en 1627 por el editor de Lope de Vega, Alonso Pérez, y a la inmediata recogida ordenada por la Inquisición. Para reparar estos desmanes, un amigo, don Antonio Chacón Ponce de León, señor de Polvoranca, decidió reunir y encuadernar con primor sus poemas y dedicarlos al conde duque. Paradojas de la historia: con tal magnífico regalo a Olivares, don Antonio Chacón logró uno de esos anhelados hábitos que tanto había perseguido Góngora en la Corte. Como apunta Carreira, no podemos olvidar la devoción de muchos en el siglo XVII por los manuscritos, debido a «su carácter de objeto precioso, raro, que pocos poseen» así como la competencia por alcanzar el más preciado y fiable. Revela Paravicino que Chacón no solo juntó las composiciones de Góngora en vida de este sino que también las había comunicado «con él con libertad y doctrina», sancionando así la relación entre poeta y mecenas, y confiriendo la mayor legitimidad que se podía esperar a los poemas recogidos en el manuscrito. Concluye Paravicino la semblanza del poeta anticipando la esperanza de que el conde duque dé a la estampa las obras compiladas para la gloria eterna de Góngora y lustre de la nación. Con la cuidadosa colección de poemas hecha por Chacón y la publicación que el biógrafo insta al conde duque a llevar a cabo, la patria rectificaría al fin su falta de agradecimiento y apreciación de la singularidad del gran poeta de la que el biógrafo se dolía en las líneas iniciales. Firma con las siglas A. A L. S. M. P., que vuelven a subrayar su intención de anonimato y cuyo significado se explica en la versión amplificada de esta vita que aparecerá en las ediciones de Gonzalo de Hoces a partir de 1633: Anonymus Amicus Lubens Scripsit Moerens Posuit «un amigo anónimo lo escribió con placer y lo depositó (como flores en una tumba) con tristeza». Esta mesurada semblanza de Góngora, como se verá en las notas de la edición, emplea un estilo sutil, y por momentos enrevesado, y hace gala de contrapuestas estructuras sintácticas y construcciones hiperbáticas que subrayan el parentesco estilístico de Góngora y de Paravicino que referíamos antes. Paravicino, cultivador excelso de la prosa sagrada, construye muchas de sus frases de modo mucho más original, sutil, conceptuoso y por consiguiente arcano que, por ejemplo, Pellicer, quien tuvo conocimiento de este texto, lo hemos dicho, para componer su «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas». Un estilo que, sin duda, no es solo el de los sermones o poemas, sino también el de La Gridonia. Por solo mencionar algunos de esos recursos, destaca el uso sistemático de esquemas y giros paralelísticos que elevan el estilo y marcan el tono del panegírico. Nótese, por ejemplo, la continuada utilización del ‘que' causal de raíz latina («Que sesenta y cinco años, diez meses y trece días brevísimo periodo fue…»; «que hombres tan grandes en ninguna profesión los sabe gozar…»); o las conocidas estructuras bimembres adversativas con ‘sino': «volvió a Córdoba para que no le mereciese sepulcro sino el lugar que se honró patria con él»; «donde apenas llegaron sino las de su fama». Abundan también los oxímoros («honrada porfía», «violencia natural», «generosa vergüenza»), las estructuras plurimembres (trimembres y cuatrimembres) con acumulaciones de sustantivos para la amplificación semántica («Salamanca, madre príncipe de las ciencias todas, numeroso seminario, examen y taller de las juventudes»; «La edad floreciente, el genio gallardo y gustoso, el ingenio singular, la libertad de la nobleza»). Las trimembres distributivas a veces van combinadas con bimembres disyuntivas («Con que faltas estas, no reparadas aquellas, mendosas todas, ya con amor, ya con autoridad»); y también las hay correlativas («en prosa, conversación y trato, no ha visto España más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros»). Recurre también Paravicino a la elisión verbal («Gloria de su iglesia, de su patria, de sus méritos no haberle mirado templadamente, cuanto más reídose con él la Fortuna»; o la paranomasia («mirado y admirado»). Tampoco faltan, como era de esperar, las estructuras comparativas y abundan, dada la naturaleza encomiástica del texto, las expresiones ponderativas rayanas en la hipérbole. Combinadas con un excelente empleo de los tópicos del encomio, estas estructuras análogas cargadas de fórmulas adversativas, hermanan el estilo de ambos poetas y caracterizan la construcción de este breve y orgánico texto de estilo elevado o ‘culto'. Por último, con el fin de corroborar la autoría de Paravicino que atribuimos a este texto con sólidos argumentos tras el descubrimiento de la carta antes mencionada, hemos ido incluyendo en las notas algunos pasajes de otros textos del trinitario que guardan similitudes estilísticas, de expresión y vocabulario con esta vita. 5. Fuentes Fuentes orales y retóricas para la composición de la vita Dado que el texto es un encomio del gran poeta, el género oratorio al que recurre Paravicino es el genus demostrativum. Durante el Renacimiento, fueron fundamentales y de gran influencia para la construcción del discurso epidíctico los tratados de Hermógenes de Tarso, incorporados, junto al manual de Aftonio, a la enseñanza escolar del latín, así como los textos de Menandro de Laodicea y la sección de «De laudade et vituperatione» de la Institutio Oratoria de Quintiliano, el tratado retórico más amplio y brillante que nos ha legado la antigüedad. El texto acoge igualmente unas pocas y veladas referencias a la relación personal del biógrafo con el poeta y a la posible influencia, lo hemos dicho, de este amigo anónimo y más joven en el nuevo derrotero que tomó la poesía gongorina. Estas fuentes orales, es decir, el conocimiento directo que tuvo Paravicino de la vida de Góngora y su relación con él —«no sin generosa vergüenza de algún amigo de menor edad (confesó él), o «El autor de esta prefación a las obras de don Luis no hace (por ahora) más profesión que de amigo suyo»— las logra concertar con los recursos retóricos que muy bien sabía manejar para la composición del encomio. Este método de nombrar fuentes fidedignas, o palabras del biografiado, además, estaría dirigido a marcar la autenticidad del texto tal como lo prescribía el subgénero histórico de la escritura de vidas. Encontramos también, dado el modelo y los tópicos que siguen estas vitae poetarum, y sin poder afirmar con certeza que Paravicino conociera estos textos, algunas concomitancias entre su narración y la de las vitae de Dante y de Petrarca compuestas por Boccaccio, modelos fundamentales del género humanístico de las vidas de poetas. En cambio, sí es muy probable que conociera otras vitae como la de Garcilaso de la Vega realizada por Fernando de Herrera y, posteriormente, por Tamayo de Vargas. En su vita de Dante (Trattatello in laude di Dante) Boccaccio destaca, fundamentalmente, la primacía de su modelo y defiende, más allá de la preocupación por los hechos históricos, la dignidad del poeta y la de la cultura literaria de su tiempo. En su vita de Petrarca, en particular, figuran ya la idea de la cultura basada en la preeminencia de la poesía antigua; la vitalidad de la lengua vernácula como lengua poética y la vinculación del autor del Canzoniere con la perfección alcanzada por la poesía; la educación del Petrarca y Góngora articulada en la oposición entre los estudios de derecho del padre y los de letras del hijo; la verdadera educación del poeta como obra de las Musas que lo inician en los misterios de los clásicos; el retrato físico idealizado del poeta construido sobre estereotipos tradicionales que realzan el aspecto moral; el señalamiento de una falta moral justificada en términos universales (en Petrarca la lujuria y en Góngora la sátira ad hominem); la ingratitud de la patria para con tan grandes hijos, etc. Estas similitudes nos podrían llevar a pensar incluso en la idea de una afinidad entre el gran poeta Petrarca y su biógrafo, Boccaccio, que se repite, mutatis mutandis, en la del andaluz y su seguidor, Paravicino. En suma, a excepción de esas pocas y más o menos crípticas alusiones a su relación personal con el cordobés, y a la que este también tuvo con el Señor de Polvoranca, no cita Paravicino sus fuentes, y las referencias a otros textos y contextos de la polémica, que debían resultar muy conocidos a sus lectores, aparecen insinuados o difuminados a lo largo de esta vita. 6. Conceptos debatidos El propósito de Paravicino con este texto es claro: trazar una breve semblanza biográfica de Góngora como «prefación» para el manuscrito Chacón. Como decíamos, las referencias a la polémica son breves, y la mención a los ‘ingenios' defensores de su obra, lapidaria. A diferencia de la «vida mayor» de Pellicer, no busca desautorizar a los detractores del cordobés ni defenderlo de calumnias ni ataques. Había trascurrido más de tres lustros desde el inicio de la polémica y la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» acoge directa o indirectamente muchos de los comentarios, pareceres, apologías, cartas, parodias y antídotos que siguieron a la difusión del Polifemo y las Soledades desde 1613. Sin mencionar nombres, y de forma muy diluida, el texto se hace eco de algunas de las reacciones de apologistas y detractores, como son el cambio de rumbo del poeta tras su ordenación como sacerdote; las «sales» con que satirizó a muchos contemporáneos; las «licencias» y «atrevimientos» con que llevó la lengua española a su plenitud y edad adulta; y los lamentos por la suerte que corrió su obra, ajada en la apurada edición de Vicuña, tras su muerte. Algunos de los pasajes buscan contrarrestar la mala reputación de Góngora como poeta procaz, en especial la afirmación sobre su cambio tras el sacerdocio, y también suavizar los pareceres de los censores eclesiásticos Horio y Pineda a raíz de la denuncia de la edición de López de Vicuña. 7. Otras cuestiones Como veremos en el estudio dedicado a la reescritura de este texto, la publicada en los preliminares de las ediciones de Gonzalo de Hoces con igual título («Vida y escritos de don Luis de Góngora»), una mano desconocida interpola sintagmas, oraciones y párrafos enteros en los que se insertan duras recriminaciones a la polémica desatada a raíz de los poemas mayores de Góngora, y se reprocha a los envidiosos y ociosos, tildándolos de monstruos y fieras, su poca capacidad para entenderlos. 8. Conclusión Ilustrar las letras de España Detrás de la imagen de un poeta avejentado, ceñudo, con ojos de pájaro nocturno, que nos ha dejado el retrato de Velázquez, y de esta breve semblanza trazada por Paravicino de un excelso hombre y poeta, intuimos hoy un Góngora quizá más verosímil: preocupado por la merma de las rentas eclesiásticas heredadas y el declive de la nobleza urbana a la que pertenecía, cortesano a pesar suyo, y por lo demás, de un «natural epicúreo y guasón», como acreditan sus versos y también esos breves retazos biográficos que nos regalan los archivos. La visita a Córdoba del obispo Francisco Pacheco nos ha dejado interesantes documentos sobre una llamada al orden a varios miembros del cabildo, entre los que estaba el joven Góngora. Son conocidos los cargos leves que le hicieron entonces: asistir rara vez al coro, hablar demasiado durante los oficios, murmurar de las vidas ajenas, su afición por los toros y su trato con «representantes de comedias», así como las coplas profanas que compone. Más conocido aún es el humor y donaire con que responde Góngora a estos cargos. Sin embargo, Góngora era un hombre de su tiempo, un eclesiástico cuya vida fue una «de clérigo capitular ordinario en el ápice de la monarquía filipina española». Advierte Amelia de Paz, a raíz de interpretaciones anecdóticas de los documentos que nos han llegado de esa visita de Pacheco a Córdoba, en no seguir insistiendo «en pintar a Góngora como un clérigo contra corriente». Recientes hallazgos de archivos del proceso contra el inquisidor de Córdoba, Alonso Jiménez de Reinoso, acusado, entre otras cosas, de amancebamiento, y en el que Góngora es un testigo de cargo importante, permiten vincularlo a una sociedad cordobesa, propensa a chismes y rencillas hereditarias, en la que el poeta se relaciona con viudas, alguaciles, secretarios inquisitoriales, racioneros, canónigos, corregidores y moriscos. Parece ser que el inquisidor Alonso Jiménez de Reinoso fue el responsable de la jubilación involuntaria de don Francisco de Argote, padre de Góngora, del cargo de juez de bienes confiscados de la Inquisición, y que, en desquite, los Góngora y Argote quisieron deshacerse del inquisidor. En una de sus intervenciones ante el juez, aprovecha Góngora para relatar un chiste picante y en esos breves retazos de historia encontramos a un joven de treinta y cuatro años, de muy agudo ingenio, que lleva a su poesía ese gusto por lo anticlerical, lo irreverente y lo chistoso. 9. Establecimiento del texto La «Vida y escritos de don Luis de Góngora» ocupa los folios 2v-4v. del primero de los tres tomos del exquisito manuscrito Chacón (Biblioteca Nacional de Madrid, ms. Reserva 45 vol. I). El texto que damos en esta edición se establece a partir del facsímil de dicho manuscrito. 10. Bibliografía 10.1 Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista 10.2. Obras citadas por el editor 10.2.1 Manuscritos Góngora y Argote, Luis de: Paravicino y Arteaga, Hortensio Félix: 10.2.2 Impresos anteriores a 1800 Azpilcueta, Martín de: Covarrubias, Sebastián de: Góngora y Argote, Luis de: Libavius Andreas: Pantaleón de Ribera, Anastasio: Paravicino y Arteaga, Hortensio Félix: Pellicer de Salas, Joseph: Piña Izquierdo, Juan: Quevedo, Francisco: Vega y Carpio, Félix Lope de: Villamediana, Conde de (Juan de Tarsis): 10.2.3 Impresos posteriores a 1800 Alarcos, Emilio: Alonso, Dámaso: Alvar Ezquerra, Alfredo: Anónimo: Artigas, Miguel: Balcells Doménech, José María: Bartuschat, Johannes: Blanco, Mercedes: Boccaccio, Giovanni: Campos Sánchez-Bordona, María Dolores: Cayuela, Anne: Blecua, José Manuel: Carreira, Antonio: Cerdan, Francis: Cervantes, Miguel: Cotarelo y Mori, Emilio: Cuervo Rufino José: Curtius, Ernst R.: Díaz de Ribas, Pedro: Elliott, John H.: Eichel-Lojkine, Patricia: Entrambasaguas, Joaquín de: Espinosa Maeso, Ricardo: Fernández de Córdoba, Francisco: Gates, Eunice Joiner: Góngora y Argote, Luis de: González y Francés, Manuel: Gracián, Baltasar: Green, Otis H.: Herrero Salgado, Félix: Huarte de San Juan: Iglesias Feijoo, Luis: Jammes, Robert: Jáuregui, Juan de: Lapesa, Rafael: Lausberg, Heinrich: Lawrence, Jeremy: León Pinelo, Antonio de: López Grigera, Luisa: Madelénat, Daniel: Marañón, Gregorio: Marcial: Marías, Fernando: Marías Martínez, Clara: Martín Lázaro, Antonio: Martínez Arancón, Ana: Mayer, Thomas F. y Daniel Woolf: Menéndez Pelayo, Marcelino: Moll, Jaime: Oliver, Juan Manuel: Orozco Díaz, Emilio: O'reilly, Terence: Paravicino, Hortensio Félix: Pariente, Ángel: Paz, Amelia de: Pellicer de Salas, Joseph: Pérez Lasheras, Antonio: Pérez López, Manuel María: Penney, Clara Louisa: Ponce Cárdenas, Jesús: Portús Pérez, Javier: Quevedo, Francisco: Quintiliano: Reyes, Alfonso: Rico García, José Manuel: Roe, Jeremy: Rojo Alique, Pedro C.: Romanos, Melchora: Roses Lozano, Joaquín: Rozas, Juan Manuel: Saavedra Fajardo, Diego: Sánchez Mariana, Manuel: Simón Díaz, José: Soria Mesa, Enrique: Teón, hermógenes y aftonio: Teresa de Jesús: Thomas, Lucien-Paul: Tobar Quintana, María José: Tubau, Xavier: Vega y Carpio, Félix Lope de: Vilanova, Antonio: Vossler, Karl: Weinberg, Bernard: Weiss, James W.: Wilson, Edward: **** *book_ *id_body-2 *date_1628 *creator_paravicino *resp_paravicino,_fray_hortensio_felix *date_1628 Texto de la edición Vida y escritos de don Luis de Góngora. Fue breve, habiendo nacido jueves once de julio de 1561 y muerto lunes 24 de mayo de 1627 , que sesenta y cinco años, diez meses y trece días brevísimo periodo fue a nuestro esplendor del más lucido y vehemente ingenio que ha producido nuestra nación, no gozado: que hombres tan grandes en ninguna profesión los sabe gozar, a estimarlos a lo menos no acierta. Su sangre fue nobilísima de un padre y otro. Su padre, don Francisco de Argote, corregidor de esta villa y muchas ciudades, padre de don Luis de Góngora. Su madre, doña Leonor de Góngora, igual en dicha del linaje y la sucesión a su marido, madre de don Luis de Góngora . Este fue el mayor lugar que alcanzaron de la fortuna, el que no pudo quitar a la naturaleza . Nació en Córdoba, honrada porfía de pueblo y feliz a ser en todos siglos, y entre tanta nobleza, patria de los mayores ingenios de su nación, quizá digo del mundo en esto . Pasó los años infantes, hasta quince, con el decoro y cuidado que pedía la educación de su sangre, advertida de las esperanzas mayores que, con el sol de la razón, comenzaron a amanecer en sus menores años. De esta edad le enviaron sus padres a Salamanca, madre príncipe de las ciencias todas, numeroso seminario, examen y taller de las juventudes, genios e ingenios de España. Entre todos se hizo conocer por singular don Luis, mirado y admirado por Saúl de los ingenios, de los hombros arriba mayor que todos . No grandemente se adelantó en el estudio de los Derechos porque, desinclinado a ellos el genio y arrebatado de la violencia natural y amor de las letras humanas, se entregó todo a las Musas. Festivas ellas en aquellos años dulces y peligrosos , le dieron a beber (desatadas las gracias en los números ) tanta sal que pasó el sabor sazonado a ardor picante . La edad floreciente , el genio gallardo y gustoso, el ingenio singular, la libertad de la nobleza (mal obediente a siempre justa rienda de la razón ) padecieron la tempestad sabrosa y luciente de su pluma. Ni los demás escaparon de ella , y a vueltas de las costumbres comunes, que en doctrinales sátiras y españolas vivezas (cual ningún otro, aunque vuelva Marcial a cortar su pluma) acusó la de don LUIS, salpicó tal vez la tinta las personas. De este no corregido ímpetu se dolió una vez y otra. Sea quietud a los ofendidos, que es raro el caso en que no han jurado los consonantes vehementemente de mentirosos, que los siglos todos lo han reconocido así, y que los mayores hombres del mundo han padecido insensible y desatentamente este daño sin que tiaras ni coronas hayan dejado de ayudar al número . Y séale disculpa a don Luis este mismo sentimiento , pues en prosa, conversación y trato no ha visto España más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros, antes con suma estimación de los que parecía haber lastimado. Escribió muchos versos amorosos a contemplaciones ajenas: no se le prohíjen a su intento si no se le pueden emancipar a su pluma todos. Sea, empero, pública verdad, como cierta, que desde el día que se ordenó sacerdote no escribió versos ni cayó en error de los que las musas libres muestran achacarle. En los mayores años, o avisado de los asuntos, o escrupuloso del estilo menos grave en obras tan celebradas , no sin generosa vergüenza de algún amigo de menor edad (confesó él) se empeñó a la grandeza del Polifemo y Soledades y otros más breves poemas que enseñará esta estampa . Discurrir del crédito y calumnias y todo lo apologético de una parte y otra de este estilo pide más tiempo, y más notas de erudición, que estos renglones permiten . En la liza andan ingenios que lo batallarán bien estruendosamente. El autor de esta prefación a las Obras de don Luis no hace (por ahora) más profesión que de amigo suyo; lega y brevemente refiere la verdad y fía del espíritu grande de este español que vivirá en la memoria y aun en los labios de todos, e irá debiendo a la posteridad más aplauso siempre, pues por lo que tiene de muerte la ausencia , le veneraron en vida otras naciones. No quiero negar alguna más licencia que dio a sus Musas para huirse a la sencillez de nuestra habla castellana. Si no hubiera habido de estos atrevimientos, no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y del miedo nuestra infancia . Y cuando demasiadamente religioso el seso le confiese, o en la locución, voces latinas, o en la oscuridad y metáforas, descuido y afectación, prueben a vencerle con imitación no jocosa y reconocerán el paremia de los griegos: que el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano . El estado, dignidades y comodidades de don Luis, si no fuera vano nombre el de la Fortuna , muy corrida la dejaran de la venganza que quiso tomar de la Naturaleza, en la singularidad de este extraño y divino genio, pues un caballero de tantas partes , ni en menores, ni en mayores años, pudo ascender de una ración de la Santa Iglesia de Córdoba. Gloria de su iglesia, de su patria, de sus méritos no haberle mirado templadamente, cuanto más reídose con él la Fortuna. ¿Qué ingenio, empero, tal vivió sin algunas lágrimas? Llamado a esta Corte de grandes príncipes, los gozó familiares y estimadores mucho, benéficos poco . Si bien a la gracia del duque de Lerma y del marqués de Siete Iglesias debió una capellanía de honor, que llaman de su Majestad ; y al conde duque de Sanlúcar , el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos. Y si no lo estorbara la muerte, se prometía algún mayor deshielo de su fortuna al abrigo de este príncipe . Enfermó peligrosamente y en algunas treguas del mal (que se le atrevió a la cabeza) volvió a Córdoba para que no le mereciese sepulcro sino el lugar que se honró patria con él . No fue lesión en el juicio el daño de la cabeza; en la memoria cebó la porfía del mal, acaso porque al morir don Luis, en nosotros todos se había de repartir su memoria . Reconoció lo que debía a su profesión y a su sangre , y dejó consuelo de su muerte a sus amigos, descanso de la envidia a sus émulos . Todavía, aun en siglo libre de nuevos accidentes don Luis, sus obras los han padecido. Y ya fuese la codicia, ya la curiosidad causa, las estampó la priesa . Conque faltas estas, no reparadas aquellas, mendosas todas, ya con amor, ya con autoridad , ha sido necesario recogerlas. Hallóse empero la amistad (que no parecía de amor propio o miedo ajeno) en don Antonio Chacón, señor de Polvoranca. Encendieron las cenizas de don Luis fuego en su verdad cuando entre ellas el de tantos amigos se había apagado. Juntolas en vida de don Luis con afición y cuidado, comunicolas con él con libertad y doctrina , y en su muerte, copiándolas en hermosas vitelas, en hermosísimos caracteres, las consagra al agrado y estimación del conde duque de Sanlúcar en el monumento estudioso y eterno de su biblioteca . El mismo agrado y estimación del conde duque y la ambición gloriosa suya de ilustrar las letras de España y honrar los ingenios de ella, permitirán, cuando juzgare convenir, segunda copia que dar a la estampa para seguridad del crédito de don Luis, en esta tumultuaria impresión ahajado , para lustre de esta nación con la notoriedad pública de la pluma de don Luis a otras donde apenas llegaron sino las de su fama, y para gloria de este príncipe a quien verdaderamente se las deberemos. A. A. L. S M. P.