**** *book_ *id_body-1 *date_1636 *creator_villar Introducción 1. Título El encabezamiento del manuscrito 2529 de la Biblioteca Nacional de Madrid se limita a indicar de forma bastante escueta: Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Don Francisco del Villar, Vicario y Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced. Como evidencia dicha rúbrica el códice es una copia incompleta de una obra manuscrita compuesta por el erudito iliturgitano Francisco del Villar entre 1630 y 1639 aproximadamente. Es probable que la primera alusión al opúsculo, parcialmente perdido hoy, de Villar sea la recogida por una frase de Martín de Angulo y Pulgar entre las páginas de su Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de versos entresacados de sus obras (Sevilla: Simón Fajardo, 1638). Allí el escritor de Loja proponía una lista de defensores del estilo de Góngora: Calumniaron de obscuro al Polifemo, aunque abrió camino a la cultura y se la dio a nuestro lenguaje. Los doctos le siguen, loan y defienden. Entre los que escribieron en su favor fue el conde de Villamediana, don Juan de Tassis, como se colige de la décima “Royendo sí, mas no tanto”. Don Francisco Fernández de Córdoba, abad que fue de Rute; el doctor Francisco de Amaya (siendo colegial en Osuna) que hoy es oidor de Valladolid y el licenciado Pedro Díaz de Rivas, natural de Córdoba. Y sin los comentadores que han tenido sus obras (de quien diremos después) escriben por don Luis el maestro don Francisco del Villar, Juez de la Cruzada en Andújar, un Compendio retórico y poético; y don José Antonio González de Salas en su Disertación paradójica. Y yo entre tanto sujeto, no entre su número, le defendí en mis Epístolas satisfactorias, que escribí al Licenciado Francisco de Cascales. Como puede verse, Angulo y Pulgar contempla bajo la especie de una apología del autor de las Soledades («escriben por don Luis») una obra que identifica con el título de Compendio retórico y poético. Toda vez que el opúsculo de Villar debió de redactarse en torno a 1635-1636, cabe sospechar que el autor enviara desde Andújar varias copias manuscritas a otros defensores de la nueva poesía, entre los que acaso pudo contarse don Martín de Angulo y Pulgar. La segunda referencia a la obra que nos ocupa se encuentra en el famoso elenco de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora, datado en torno a 1642 y atribuido generalmente a Martín Vázquez Siruela. Se recogía allí en octavo lugar al admirador gongorino oriundo del reino de Jaén: «8. Maestro Don Francisco del Villar, escribió en apoyo contra el Licenciado Cascales y dejó escrito un Compendio poético». Frente a la cita de Angulo y Pulgar, podemos comprobar ahora cómo el título ha sufrido una pequeña mengua: Compendio retórico y poético > Compendio poético. Tal como aparece redactada la entradilla, la frase final («dejó escrito un Compendio poético») nos lleva a sospechar que el autor de la lista estaba al tanto del reciente óbito de Francisco del Villar –asesinado en Andújar en 1639– y apunta plausiblemente que la obra no llegó a ver las prensas, relegada así a una circulación muy limitada en copias manuscritas. Como se desprende de cuanto acabamos de apuntar, desconocemos si el título de Compendio poético (o en su versión más amplia Compendio retórico y poético) se corresponde exactamente con el título original atribuido por Villar a su obra manuscrita. El marbete de origen latino (compendĭum) apunta sin más a una «breve y sumaria exposición, oral o escrita, de lo más sustancial de una materia ya expuesta latamente» (RAE). A tenor de las afirmaciones de Angulo y Pulgar o de las atribuidas a Vázquez Siruela, el «compendio» de Villar tendría una presumible finalidad apologética. El primer hispanista moderno en llamar la atención sobre el códice incompleto custodiado en la Biblioteca Nacional fue Jean Canavaggio, desde las páginas de un artículo publicado en 1965. El célebre estudioso cervantino no dudó en identificar esta copia fragmentaria con el título ya conocido: «la découverte d'un texte inédit qui, à notre avis, devrait nous aider à mieux cerner le problème: nous voulons parler du Compendio poético de Francisco del Villar». Casi treinta años después de la publicación del artículo de Canavaggio, Robert Jammes recogía en el Apéndice II de su magistral edición de las Soledades («La polémica de las Soledades 1613-1666») un amplio catálogo de textos impresos y manuscritos referidos a la querella gongorina. La entrada LVII del mismo reza así: 1636-1638. Compendio poético de Francisco del Villar, ms. mencionado en la lista de Autores ilustres y célebres que han comentado, apoyado, loado y citado las poesías de don Luis de Góngora: ‘Mº D. Fco. del Villar escribió en apoyo contra Fº Cascales y dejó escrito un Compendio poético'. No se ha encontrado este tratado, pero se conoce un códice del siglo XVIII intitulado Copia de unos capítulos de un libro manuscrito por don Francisco del Villar, Vicario Juez eclesiástico de Andújar por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced (Ms. 2529 de la B.N.M., 73 p.). El Compendio poético sería seguramente ese ‘libro manuscrito' del que nos queda un traslado incompleto. Siguiendo el criterio de Jean Canavaggio y Robert Jammes, resulta plausible aceptar la identificación del texto del ms. 2529 como una pequeña parte de la obra manuscrita de Francisco del Villar titulada Compendio poético. En efecto, el estado de conservación es muy fragmentario, puesto que la copia comprende tan solo las proposiciones VI y VII, sin referir noticia alguna sobre el contenido de las proposiciones I-V y sobre la posible existencia de un apartado VIII u otros sucesivos. Por ese motivo parece lícito atribuir a esta copia incompleta el título Fragmentos del Compendio poético. 2. Autor 2.1 Andanzas vitales de un clérigo iliturgitano Durante varias décadas el perfil y la cronología de Francisco del Villar se ha limitado apenas a una escueta declaración en la que algunos estudiosos han manifestado la casi absoluta falta de datos sobre este ingenio. Jean Canavaggio en el primer artículo consagrado al autor admitía: «nous ne savons à peu près rien de la vie de cet honorable ecclésiastique». De hecho, las únicas informaciones conocidas entonces sobre su carrera profesional, su domiciliación y la fecha aproximada de su obra provendrían del epígrafe mismo del ms. 2529: «Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Don Francisco del Villar, Vicario y Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced». Estas pequeñas coordenadas permitían identificarlo como un eclesiástico afincado en una localidad del reino de Jaén, literariamente activo hacia 1630. Hoy día podemos trazar un panorama vital más amplio gracias a la exhumación de varios documentos. Francisco del Villar nació en la ciudad de Andújar en torno a 1565, en el seno de una familia perteneciente a las élites letradas de dicha población jiennense. Es probable que cursara los primeros estudios de Gramática y Humanidades en su villa natal junto al padre Melchor Navarro, que se había formado en Granada como discípulo de Juan Latino. Los primeros documentos que hemos hallado sobre el autor lo ubican precisamente en uno de los centros culturales más destacados de la España de la época: desde 1579 hasta 1582 Villar realizó estudios de Teología en la Universidad de Alcalá de Henares, tal como certifica la información de los Libros de Matrícula del colegio de San Ildefonso y del colegio de San Antonio. Tras haber concluido su formación y haber obtenido el título de licenciado, Francisco del Villar regresó a su provincia de origen. Como considera el padre D. Francisco Juan Martínez Rojas, actual deán de la Catedral de Jaén, Villar debió de ordenarse como sacerdote a finales del siglo XVI, aunque todavía no pueda comprobarse dicho dato oficialmente, ya que el fondo de Expediente de Órdenes de la iglesia mayor jiennense conservado hoy se remonta únicamente hasta el siglo XVII. En el Fondo «Capellanías y Obras Pías» del Archivo Histórico Diocesano de Jaén se custodian varios documentos preciosos para reconstruir los pasos de este ingenio culto. El licenciado Cristóbal de la Zarza, párroco de la iglesia de San Esteban en la localidad jiennense de Santisteban del Puerto, otorgó testamento en 1598. En el mismo erigía una capellanía y nombraba como capellán de la misma al licenciado Villar. El legajo correspondiente a la capellanía fundada por el licenciado Zarza en Santisteban del Puerto ratifica la obtención definitiva del cargo de capellán en 1601 por parte de Francisco del Villar y las funciones que éste ejercía como sacerdote-asistente en la localidad. A comienzos del siglo XVII la actividad de los curas se correspondía con la de los actuales coadjutores o vicarios parroquiales. Su principal cometido era asistir a los párrocos, a los que se denominaba ‘priores' en Jaén, en los quehaceres eclesiásticos, fundamentalmente en la administración de los sacramentos. El nombramiento del cura-asistente tenía una duración anual y dependía del obispo, aunque dicho cometido podía ser renovado y prorrogado indefinidamente si el párroco daba su aprobación. La permanencia de Villar en la capellanía de Santisteban del Puerto fue bastante prolongada, ya que la ostentó desde 1601 hasta 1618. Otros documentos del Archivo Histórico Diocesano de Jaén muestran cómo el tres de noviembre de 1618 el licenciado Francisco del Villar firmaba en Villanueva de Andújar (hoy Villanueva de la Reina) la escritura de renuncia a la capellanía en favor de su sobrino Andrés de Ervás, para que su pariente pudiera ordenarse como sacerdote. Esta documentación prueba que Villar había ido acercándose a su villa natal, desplazándose desde Santisteban –en el extremo oriental de la diócesis de Jaén– hasta las proximidades de Andújar –en el extremo occidental–. La población donde firmaba la renuncia a la capellanía está ya muy próxima a su lugar de nacimiento. Probablemente en torno a 1619-1620 el licenciado Villar ya debía de haberse instalado en Andújar para ejercer el ministerio sacerdotal. En su ciudad natal alcanzó el rango de clérigo presbítero, vicario perpetuo de rentas de la ciudad iliturgitana y su arciprestazgo, comisario apostólico de la Santa Cruzada. El interés del autor por algunas disciplinas esotéricas llegaría a costarle algún problema legal, ya que fue denunciado ante la Inquisición por «haber copiado un libro de astrología» y por tener un cuaderno «de cosas supersticiosas y hechicerías». Durante la instrucción del caso el clérigo no negó la acusación y presento dócilmente ante el tribunal el libro y el cuaderno. Tras haberse realizado las preceptivas audiencias y las pruebas y consulta de fe, los inquisidores dictaron una sentencia de reprensión y ordenaron la confiscación de ambos objetos. El último documento relacionado con Francisco del Villar arroja una sombra inquietante sobre su figura, ya que da cumplida noticia de su asesinato, perpetrado seguramente durante los primeros meses de 1639. Las Actas capitulares de la ciudad de Andújar conservan una copia de la solicitud presentada el viernes 10 de junio de 1639 por Luis del Villar y Bago, regidor perpetuo de Andújar, su hermana doña Eufrasia del Villar y su sobrino don Manuel Salcedo Villar. En la misma se requiere la pena capital y una multa de diez mil ducados para Juan de Arenas y Manuel de Mestanza, huidos de la justicia, por «los malos tratamientos, heridas y muerte alevosa de don Francisco del Villar». 2.2 Relieves literarios y perfil erudito El perfil literario y erudito de Francisco del Villar se incardina en el marco de la polémica gongorina desde sus inicios, ya que el texto impreso más conocido de este ingenio se halla precisamente en las Cartas Philológicas, es a saber de Letras Humanas, varia erudición, explicación de lugares, lecciones curiosas, documentos poéticos, observaciones, ritos y costumbres y muchas sentencias exquisitas. Esta conocida obra del murciano Francisco Cascales vio la luz en Madrid, en las prensas de Luis Verós, en el año 1634, aunque debió de redactarse varios años atrás. Así lo indica la aprobación del Doctor Sancho Pérez Colodro, fechada en Cartagena el 12 de diciembre de 1626, y la ratificación del Consejo Real, que se data en Madrid el 25 de marzo de 1627. Por cuanto nos atañe, la epístola VIII de la Década Primera estaba dirigida Al licenciado Luis Tribaldos de Toledo y abordaba un argumento muy debatido entonces: Sobre la obscuridad del Polifemo y Soledades de don Luis de Góngora. Parece lícito sospechar que alguien del entorno murciano de Cascales, vinculado anteriormente a la ciudad de Andújar, debió de pasar una copia de dicha misiva a Villar. La hipótesis más plausible es que ese intermediario fuera el maestro de la Orden Trinitaria fray Juan Ortiz de Atienza (Granada, 1580 – Sevilla, 1636), que había ocupado el cargo de ministro del convento trinitario de Andújar y con posterioridad ejerció las mismas funciones en el convento de Murcia. En su Diccionario de escritores trinitarios de España y Portugal (1899), fray Antonino de la Asunción recogió una sucinta biografía de este oscuro ingenio andaluz: Fue hijo de Granada, Doctor por su Universidad y Catedrático de la misma durante muchos años, Consultor y Calificador del Santo Oficio, Ministro sucesivamente de los Conventos de Málaga, Jerez de la Frontera, Córdoba, dos veces de Andújar, de Murcia y Granada, Visitador de su Provincia de Andalucía y, por último, Vicario General y Provincial. Su argumento fue el más temido y celebrado en las escuelas y sus sermones aplaudidos por un lúcido y numeroso auditorio. El Padre Ortiz sacó excelentes discípulos en cátedra y púlpito. El padre fray Agustín Muñoz, … en la aprobación que dio al elogio fúnebre predicado por el padre fray Basilio de Sotomayor en las honras del Padre Ortiz trae unos versos del padre fray Francisco de Guadarrama en que a dicho Padre Ortiz se le atribuye ‘ingenio divino, heroico, grave, raro, sutil y suave'. Estando predicando una Cuaresma, fue sorprendido de una lenta calentura que, sin cumplir dos años de Provincial, le llevó a la tumba. Acudieron a sus honras y entierro todas las órdenes religiosas y nobleza de Sevilla, donde murió a la edad de 56 años; … se celebró dicha función el día 25 de abril de 1636. Escribió muchas materias teológicas y predicables pero no sabemos que tenga algo impreso. El hecho de que fray Juan Ortiz de Atienza fuera el presumible intermediario que pasó al clérigo iliturgitano copia de la misiva de Cascales a Tribaldos explicaría quizá que la Carta IX recogida en el volumen de Cascales sea precisamente de: Don Francisco del Villar al padre maestro fray Joan Ortiz, ministro de la Santísima Trinidad en Murcia, sobre la carta pasada de los Polifemos. Como nueva hipótesis cabría suponer que el propio Ortiz dejó que Cascales leyera la pequeña apología gongorina que trazó el maestro de Andújar, actuando así como desencadenante del texto conclusivo. En efecto, este curioso círculo misivo se acabaría cerrando con la definitiva Epístola X, encaminada directamente A don Francisco del Villar por el licenciado Francisco Cascales. La cronología que se ha atribuido a este curioso cruce de cartas con intermediarios fantasma oscila entre varias propuestas. Para Juan Matas Caballero cabría situarla entre los últimos meses de 1616 y 1621. Por su parte, Joaquín Roses Lozano plantea una cronología similar, ubicando el intercambio de epístolas «desde el año 1615 al 1621». En la más reciente aportación sobre el asunto, Margherita Mulas subraya que Datar las tres cartas entre Cascales y Villar resulta una tarea espinosa, ya que en ninguna de ellas consta el año en que fueron enviadas. La Epístola VIII tiene como única referencia “13 de enero”, mientras que la X se refiere al “15 de noviembre”. Finalmente, en la IX, redactada por Villar, no figura ninguna fecha. En la propuesta de Mulas se toma en cuenta un nuevo dato relevante: la estancia de fray Juan Ortiz de Atienza en el convento trinitario de Murcia, que discurrió durante el trienio 1617-1620. A la luz de esta información sería factible ubicar la correspondencia entre Villar y Ortiz durante esos tres años (carta IX), lo que implicaría que la carta VIII de Cascales a Tribaldos podría fecharse en torno a 1616-1620. Por último, la epístola X, enviada por Cascales a Villar tendría una datación igualmente incierta, acaso posterior a 1621 y anterior a diciembre de 1626. Como se ha visto, la salida de Francisco del Villar a la palestra literaria lo sitúa aproximadamente entre 1617 y 1626 como un adalid del nuevo estilo gongorino en el reino de Jaén. A esa primera faceta de Villar como actor de la polémica viene a añadirse ahora el importante papel que jugó en Andújar como promotor de justas poéticas en el marco de diversas festividades. Tal como ha estudiado Aurelio Valladares Reguero, en dicha localidad jiennense se produjo «un alto número de celebraciones festivas en las que tanto los conventos religiosos como el cabildo de la ciudad no regatearon esfuerzos para reunir todo tipo de elementos, religiosos y profanos, orientados a conseguir la solemnidad que cada evento conmemorado requería». En ese marco festivo, los principales impresos conocidos de Francisco del Villar revelan el destacado papel que desempeñó en su ciudad natal entre 1627 y 1635: Relación de la fiesta que celebró el muy observante convento de San Francisco de Andújar, al glorioso San Pedro Baptista y sus compañeros, primeros Mártires del Japón. Dispuesta por el M. D. Francisco del Villar y dedicada a la muy noble y leal ciudad de Andújar (Granada: Martín Fernández, 1629.); Relación del solemne recebimiento que en la ciudad de Andújar se hizo a una imagen de la Concepción de la Virgen Nuestra Señora. Por el Maestro Don Francisco del Villar (Jaén: Francisco Pérez de Castilla, 1633); Fiestas a la conducción del agua y primeras fuentes de la Ciudad de Andújar, por cuyo mandato el Maestro Don Francisco del Villar, Vicario Perpetuo y Comisario Apostólico de la Santa Cruzada de este Arciprestazgo las copió (Granada: Martín Fernández, 1629). La dedicación ocasional de Francisco del Villar a la poesía de tema sacro emerge de estos curiosos impresos, así como el reconocimiento a sus méritos que le tributaron sus coterráneos. En la Justa celebrada el 13 de junio de 1627 para honrar la memoria de los protomártires del Japón Villar participó en cuatro de los cinco certámenes que se convocaron. Obtuvo en aquella lid dos galardones: en el certamen segundo consiguió el primer premio, en el tercero alcanzó el segundo. Si seguimos avanzando en la cronología de las obras de Francisco del Villar, en torno a los años 1635-1636 cabría situar la redacción de su Compendio poético en elogio y defensa de la obra de Góngora, del que apenas conservamos hoy un fragmento con dos de sus proposiciones. Tenemos noticia de otra obra suya perdida, relacionada con el campo de la erudición local y anticuaria. Dicho dato se encuentra en la Bibliotheca formada de los libros y obras públicas de don Joseph Pellicer de Ossau y Tovar (Valencia: Gerónimo Vilagrasa, 1671-1676) un curioso impreso donde el polémico ingenio aragonés conservó preciosa noticia del tratadito de Villar. Al leer en dicho volumen la sección consagrada a las diferentes Obras que han dedicado a don Joseph Pellicer diversos autores, la cuarta entrada, con fecha de 1639, arroja la información siguiente: Discurso Apologético en el cual se prueba que la población que antiguamente se llamaba Iliturgi o Forum Iulium es hoy la ilustre Ciudad de Andújar. Dedicósela a don Joseph Pellicer, en treinta párrafos, el maestro don Francisco del Villar, su natural, y todo su contenido. Es la dedicatoria con muy hermoso estilo, muy individuales noticias de la Historia y la Geografía Antigua. A la luz de la datación que en la Bibliotheca de Pellicer se atribuye al estudio anticuario de tema iliturgitano, podría confirmarse con bastante probabilidad que Villar envió una copia manuscrita al cronista real su Discurso apologético en los primeros meses de 1639, poco antes de morir asesinado a manos de Juan de Arenas y Manuel de Mestanza. ¿Un círculo gongorino disperso en el reino de Jaén? Hasta donde se me alcanza, ningún estudio ha tratado de apuntar un posible contacto entre los partidarios de Góngora vinculados a diversos enclaves del reino de Jaén. Gracias a los documentos exhumados en fechas recientes, podemos acreditar hoy las estancias del clérigo Francisco del Villar en Andújar, Santisteban del Puerto y en Villanueva de la Reina, siguiendo un itinerario vital que pudo propiciar el trato personal con otros autores aficionados al nuevo estilo. Tampoco ha de olvidarse cómo diversos ingenios provenientes de varias localidades de la región participaron en las justas iliturgitanas organizadas por Villar entre 1627 y 1635. El conocimiento de los partidarios de la corriente gongorina en el reino de Jaén resulta todavía muy incompleto. Éste apenas se limita a alguna sucinta alusión, como la que hallamos en el famoso listado de partidarios que figura en los folios 18-19 del manuscrito 3893 de la BNE. Allí puede leerse en el quincuagésimo cuarto lugar la alusión a un misterioso personaje, del que nada más se sabe: «N de Cuenca, varón erudito, catedrático de buenas letras en Jaén, en particular tratado que escribió ilustrando algunas obras de Góngora y explicando su estilo. Téngolo original». Hace varias décadas todavía no se había identificado a este «catedrático» y se carecía de información sobre el «original» manuscrito que compuso «ilustrando algunas obras» gongorinas. Podemos avanzar aquí que existen visos de que se trate realmente del maestro Francisco de Cuenca (Torredonjimeno, 1584- Jaén, 1637), que ostentó la Cátedra de Gramática de la iglesia Catedral entre 1606 y 1636. Ejerció sus funciones docentes como maestro de clérigos en la propia sede catedralicia y también dio clases a niños de familias humildes en su propio domicilio, en la Casa de Pupilos, sita en la calle Pedro Serrano Alférez. El maestro Francisco de Cuenca tenía contactos con varios autores vinculados a la Academia Granadina. Ello puede explicar su amplia participación en las solemnes Honras funerales a doña Margarita de Austria, convocadas por la ciudad de Granada. Otro dato de cierto relieve es que mantuvo correspondencia con Francisco Cascales: el erudito murciano le dirigió la segunda epístola de la Tercera Década de sus Cartas filológicas (Murcia: Luis Verós, 1634). Se conocen además otras varias composiciones de su estro poético, ya que participó en las Justas a la Inmaculada convocadas por la Universidad de Baeza y en las Justas a la Virgen de Alba organizadas por la Compañía de Jesús. Dio a las prensas un interesante Ramillete de Flores, que es un Panegírico Trilingüe dicho a la Virgen Santísima (Osuna: Juan Serrano de Vargas, 1622). El estilo de los versos del maestro Francisco de Cuenca rinde homenaje a la tersura del modelo de Garcilaso y a las innovaciones estilísticas acuñadas por Góngora. Pasando del ámbito nebuloso de los textos perdidos al terreno firme de los textos conservados, aunque sea de forma parcial, conviene tener presente que el Compendio poético de Villar no fue la única apología gongorina redactada en aquel territorio, ya que también debieron de escribirse allí, presumiblemente entre 1623 y 1626, los Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas obras de don Luis de Góngora. Aunque el autor de esta curiosa miscelánea permanezca todavía anónimo, el arranque del Diálogo primero sitúa precisamente el marco del encuentro en unos parajes muy concretos de aquel entorno: «En la fresca ribera del caudaloso arroyo, pequeño pero no pobre río Candelebraje, casi a la misma boca de aquel milagroso estrecho que llaman Cerradura, miraban atentamente una mañana de julio Firmio y Valeriano sus cristalinas aguas …». Este significativo hidrónimo no fue identificado por Francesca dalle Pezze en la edición moderna de esta obra, aunque podemos señalar ahora que remite a un contexto muy claro. Un estudio geográfico del siglo XIX proporciona los siguientes datos del mismo: Las dehesas de las Yeguas de Jaén son de tierra muy quebrada y montuosa, compuesta de peñascos y riscos elevados, vestidos de encinas, chaparros, lentiscos, espinos, cornicabras, madroños, quejigos, pinares y otros muchos árboles silvestres: bajan de sus vertientes muchas aguas que forman el río Candelebraje, el cual corre de Sur a Norte a pasar por la abertura o tajo de la peña de la Brincola, más elevado y más estrecho su fondo que el de la puerta de Arenas, y se junta con el de Riofrío, que sale por otro tajo muy semejante antes del puente de la sierra y toma el nombre de río de Jaén, llamado vulgarmente Guadalbullón. Junto al hidrónimo («Candelebraje») se cita asimismo en la cornice inicial de estos Diálogos de asunto gongorino un topónimo de singular relevancia: el «estrecho que llaman Cerradura». No parece arriesgado inferir que el topónimo puede vincularse a una pequeñísima localidad de población dispersa en la misma región. En las proximidades del parque natural de Sierra Mágina se ubica una aldehuela llamada La Cerradura, que se encuentra entre la Sierra de la Pandera y Sierra Mágina, en las proximidades del curso del Guadalbullón. Por cuanto ahora nos interesa, Francesca dalle Pezze, la moderna editora de los Diálogos en que se contienen varias materias y se explican algunas obras de don Luis de Góngora, ha avanzado la hipótesis de que este curioso texto misceláneo, protagonizado por cuatro interlocutores (Firmio, Valeriano, Antonio y Lucindo), esté relacionado con el contexto jiennense de una «academia» o de «unas justas literarias». Sería interesante que en el curso de investigaciones ulteriores afloraran datos sobre el desconocido autor de esta miscelánea que incorpora varios apartados en elogio y defensa de Góngora, ya que probablemente nos permitiría avanzar en el conocimiento del círculo gongorino disperso por las principales ciudades del reino de Jaén. Habida cuenta de los contactos fomentados a menudo por la proximidad geográfica, creo que tampoco debería descartarse una conexión probable entre Francisco del Villar y García de Salcedo Coronel. De hecho poseemos cumplida noticia de la continua relación que el famoso comentarista gongorino mantuvo entre 1616 y 1639 con varias villas y ciudades del reino de Jaén, tal como prueba la cuantiosa documentación conservada en el archivo de los condes de Luque. Durante las diversas estancias que el autor de los Cristales de Helicona realizó por tierras jiennenses parece bastante posible que en alguna ocasión mantuviera cierto trato (ya directo, ya epistolar) con el apologista gongorino de Andújar. Con fecha de 23 de octubre de 1619, un documento explicita que Salcedo Coronel estaba por aquel entonces avecindado en el reino de Jaén: «Escritura otorgada por García de Salcedo Coronel, vecino de Linares, a favor de Martín de Labrid, de veinticuatro ducados y tres reales y medio, por el arrendamiento de una casa en la ciudad de Baeza». Pienso también en otro tipo de documentación que remacha una relación bastante estrecha y continua en el tiempo con el entorno jiennense. Baste, por ahora, evocar la escritura de compraventa de un oficio de regidor de la villa de Linares, otorgada por Salcedo Coronel a favor de Rodrigo de Benavides y Francisco Barragán (datada en 1620-1621); la escritura de obligación de pago de trescientos ducados por él otorgada a favor de Lope Sánchez de Valenzuela, veinticuatro de Baena, por la compra de un caballo (1616-1617) o la real cédula de Felipe IV otorgada para que García de Salcedo Coronel pueda tomar el hábito de Santiago en la ciudad de Baeza, sin desplazarse al convento por estar enfermo (1639). En otro orden de asuntos, tampoco debe olvidarse que entre las obras de erudición que Salcedo Coronel tenía en el telar cuando le asaltó la muerte figura un tratado de significativo título: Aparatos de la Historia de Baeza. En suma, entre los muchos puntos nebulosos que aún plantea la polémica gongorina sería deseable que en futuros estudios se aborde con detenimiento el análisis de las posibles redes locales vinculadas al reino de Jaén, donde destacan los perfiles de Francisco del Villar, Francisco de Cuenca, García de Salcedo Coronel y el todavía ignoto autor de los Diálogos. 3. Cronología Elementos para una datación aproximativa Varias referencias explícitas así como algunas alusiones dispersas permiten situar la redacción del Compendio poético en torno a 1635-1636. El propio encabezamiento del códice le atribuye una datación imprecisa, en la década de 1630: «Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por Don Francisco del Villar … por los años de 1630». Dicho detalle se ve confirmado por una afirmación recogida en la página 71 del manuscrito: «Con atención hoy en el año de 635». En el estudio pionero sobre este manuscrito, Jean Canavaggio trató de concretar aún más la datación al identificar varias referencias interesantes: En ce qui concerne la date exacte de ce texte, une allusion (p. 71) à la Fama póstuma de Lope de Vega nous donne à penser qu'il est postérieur à 1636. Une autre allusion (page 72) à Pérez de Montalbán, permet de croire qu'il a été rédigé avant 1638, année de la mort de l'auteur du Para todos. Francisco del Villar a donc vraisemblablement achevé son Compendio entre 1636 et 1637. Por su parte, Robert Jammes propuso una cronología bastante similar en la entrada LVII de su catálogo: «1636-1638». Conviene recordar aquí el pasaje exacto donde se hallan las referencias de valor temporal más significativas. Dicho fragmento se localiza entre las páginas finales de la obra (71-73): Con atención hoy en el año de 635 las voces que a fuerza de bien ponderados conceptos y no vistos aplausos dieron el principado de la poesía española y laurel de Apolo (sin guardar a nadie la casa) al genio más abundante de nuestro siglo, a la dulzura más fácil y conceptuosa que vieron los pasados. Lope de Vega Carpio abonó no solamente de su fama, sino de cuantas cosas le prohijaron el nombre. Pero nadie ignora que los créditos de los poetas tienen menos jurisdicción en la verdad que en el deleite. Luciósele en tan celebradas honras la protección del más glorioso mecenas, el excelentísimo duque de Sessa, y la piedad del más cortés y agradecido discípulo, el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu. La barra tiraron los hipérboles hasta donde no creyeron llegar las agudezas, pero ya que en aquel libro viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos en nota marginal: Fama póstuma de Lope y ya que la diligencia ejecutó créditos tan cortesanos, valgámonos aquí de las demostraciones, pues nos las dejan libres. En este elocuente párrafo se habla del óbito reciente de Félix Lope de Vega y Carpio, fallecido en Madrid el veintisiete de agosto de 1635. También se alude en estas líneas a las «tan celebradas honras» funerales patrocinadas por su mecenas y albacea, el duque de Sessa, que fueron seguidas por miles de personas en la villa y corte. Por último, se menciona «aquel libro» cuidado por «el más cortés y agradecido discípulo de Lope», el doctor Juan Pérez de Montalbán, un volumen donde «viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos». Ese texto aludido se identifica en una nota escrita al margen: «Fama póstuma de Lope» (p. 72). Como es sabido, tras las solemnes exequias del dramaturgo, Montalbán reunió en poco más de tres meses textos laudatorios de 153 autores para eternizar la memoria y virtudes de Lope, que vieron la luz bajo el solemne título de Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope Félix de Vega Carpio y elogios panegíricos a la inmortalidad de su nombre. Escritos por los más esclarecidos ingenios, solicitados por el doctor Juan Pérez de Montalbán, que al excelentísimo señor duque de Sessa, heroico, magnífico y soberano mecenas del que yace, ofrece, presenta, sacrifica y consagra (Madrid: en la Imprenta del Reino, año 1636. A costa de Alonso Pérez de Montalbán, Librero de su Majestad). Los paratextos de la obra arrojan alguna información adicional sobre el proceso de formación del luctuoso volumen encomiástico. El maestro José de Valdivielso firmó la «Censura panegírica» en Madrid el dos de diciembre de 1635; la Suma del Privilegio fue otorgada por Francisco Gómez de Lasprilla el 22 de diciembre de 1635; el Licenciado Murcia de la Llana firmó la Fe de erratas el 14 de febrero de 1636; la oficina de Diego González de Villarroel refrendó la Suma de la tasa el 20 de febrero de 1636 y, por último, fray Ignacio de Vitoria concedió la Aprobación final el 20 de febrero de 1636. Sin duda, a través de cartas o relaciones de sucesos la noticia de la muerte de Lope y la concurrida celebración de sus exequias solemnes debió de llegar a Andújar a finales del verano o inicios del otoño de 1635. Por esas mismas fechas Villar pudo acaso tener una primera noticia sobre la preparación del volumen laudatorio concebido por Pérez de Montalbán, ya que éste debió de movilizar a los amigos y admiradores de Lope a lo largo y a lo ancho de la geografía peninsular. Dicho dato coincide exactamente con la referencia del códice: «Hoy en el año de 635». Ahora bien, en el caso de que Villar consultara ya impreso el tomo de la Fama póstuma, debe considerarse que como pronto lo pudo hacer en torno a marzo-abril de 1636, o quizá algunos meses más tarde. Tal como había señalado Canavaggio, se habla en estas líneas de Pérez de Montalbán como el más brillante discípulo vivo de Lope, por tanto la referencia parece indicar que el Compendio sería anterior al veinticinco de junio de 1638, fecha del óbito del compilador de la Fama póstuma. Ahora bien, quizá pueda inferirse otro dato a partir de esta frase elogiosa: «el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu». Dado que la «salud mental» del poeta y dramaturgo de la escuela lopesca «degenera a partir de 1636 y fallece tras dos años de demencia», cabría pensar que Villar escribió tales líneas sin tener noticia alguna de la enfermedad mental de Pérez de Montalbán, lo que parece inclinar la balanza hacia una cronología temprana, en torno a 1635-1636. Para apuntalar la cronología del Compendio poético de Francisco del Villar podría asimismo tomarse en consideración la cita de varios volúmenes aparecidos en fechas relativamente recientes. En efecto, el erudito de Andújar debió de haber consultado una obra anticuaria de Francisco de Barreda, El mejor príncipe Trajano Augusto, volumen impreso en Madrid en 1622 (p. 61). De similar relevancia para la datación me parece la cita referida a las Academias del jardín, ambicioso prosímetro que el murciano Salvador Jacinto Polo de Medina dio a las prensas en el año 1630. Otro pequeño detalle nos permitirá reflexionar sobre la fecha aproximada de redacción del Compendio poético, me refiero a la cita más temprana recogida en un impreso: la Égloga fúnebre (Sevilla: Simón Fajardo, 1638) de Angulo y Pulgar. El erudito de Loja constataba en sus páginas lo siguiente: «escriben por don Luis el Maestro Don Francisco del Villar, Juez de la Cruzada en Andújar, un Compendio retórico y poético». Si es lícito sospechar que el autor de las Epístolas satisfactorias llegó a tener entre sus manos una copia manuscrita íntegra del texto de Villar, en torno a 1637-1638 la redacción del Compendio debía de estar ya concluida y habían circulado algunas copias del mismo entre los partidarios del estilo de Góngora. El Compendio poético en la cronología general de la polémica Una aportación crítica reciente ha propuesto el «esbozo de una periodización» de la polémica gongorina, cuyas fechas extremas se corresponden aproximadamente con los años 1613-1666. Conforme a dicho planteamiento, podrían identificarse tres fases en la acerba querella sobre el estilo culto. La primera de ellas se iniciaría en 1613 con la difusión manuscrita del Polifemo y las Soledades y se prolongaría hasta 1620. En esta fase más temprana de la pugna literaria «se dibuja la tónica dominante» de la misma, ya que «surge con motivo de la aparición conjunta» del epilio y las Soledades al tiempo que «da fe de la estrecha vinculación de ambos poemas en la mente de los lectores». La segunda fase se abriría en 1621, con la publicación de La Filomena de Lope, y se extendería hasta 1633. Este momento se caracterizaría por la diatriba y la sátira contra los ‘cultos' en general y contra las licencias y oscuridad de la nueva poesía. Por último la fase final o tardía de la polémica se abriría en 1634 con la publicación de las Cartas filológicas de Cascales y se cerraría con la intervención del Lunarejo en 1666. Como apunta Mercedes Blanco, «en una futura construcción de la polémica como objeto histórico, estas fases, manifiestas a poco que uno mire los documentos, tendrían que ser mejor perfiladas y analizadas a fondo. En cada fase, cambia el objeto de debate y, por consiguiente, también, aunque de modo menos obvio, el verdadero motivo y la fuente de energía que moviliza a los bandos enfrentados». Dado que la redacción del Compendio poético puede situarse plausiblemente en el bienio 1635-1636, no parece arriesgado apuntar que el texto de Villar –hoy conservado de forma muy incompleta– pertenece al arranque mismo de la fase más tardía de la polémica. Desde el punto de vista cronológico, cabe también preguntarse cuál fue la razón por la que el erudito iliturgitano saltó de nuevo a la palestra pública, qué pudo servir como detonante para que compusiera su apología. Probablemente la divulgación impresa de las Cartas filológicas en 1634 (la suma de la tasa lleva fecha de 6 de febrero de aquel año) debió de resultar un elemento decisivo para hacer que Villar volviera a tomar la pluma, esbozando su argumentación. Por otro lado, quizá no resulte inapropiado destacar la importancia de la Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope Félix de Vega Carpio, que comenzaría a circular impresa por la península en la primavera de 1636. En efecto, allí definía Pérez de Montalbán a su maestro en los siguientes términos: Fue Lope Félix de Vega Carpio portento del orbe, gloria de la nación, lustre de la patria, oráculo de la lengua, centro de la fama, asumpto de la invidia, cuidado de la fortuna, Fénix de los siglos, príncipe de los versos, Orfeo de las ciencias, Apolo de las Musas, Horacio de los Poetas, Virgilio de los épicos, Homero de los heroicos, Píndaro de los líricos, Sófocles de los trágicos y Terencio de los cómicos, único entre los mayores, mayor entre los grandes y grande a todas luces y en todas materias …. Escribió él solo más en número y en calidad que todos los poetas antiguos y modernos y si no, pónganse sus obras (que no es dificultoso, pues todos las tenemos en las librerías) y las de Lope en una balanza y se verá la ventaja con la experiencia …. No hubo escritor entre griegos, latinos, italianos y españoles que le igualase en tener todas las circunstancias del perfecto poeta, porque miradas con atención todas sus obras es fuerza confesar que su blandura en los versos enamorados, su agudeza en los pensamientos admira, su propiedad en los atributos satisface, su noticia en las imitaciones suspende, su verdad en los avisos aprovecha, su variedad en las materias deleita y la facilidad con que todo lo hacía asombra , pues aun la pluma no alcanzaba a su entendimiento, por ser más lo que él pensaba que lo que la mano escribía. Ejemplos similares de encomio hiperbólico pueden espigarse en otros pasajes de la Fama póstuma, aunque lo que nos interesa ahora señalar es que el foco central del elogio funeral consagrado al dramaturgo es muy significativo: Lope fue el mejor escritor de España y, por ende, ningún autor entre los antiguos o modernos pudo alcanzar la excelencia y belleza de sus innumerables escritos. Sobre las partes del Compendio poético que no han llegado a nuestras manos resulta vacuo avanzar hipótesis alguna. Ahora bien, a la luz del contenido de las dos únicas secciones conservadas, quizá no sea baladí la confrontación con el núcleo argumental de la Fama póstuma. En efecto, Villar consagraba la proposición sexta («En todo género de Poesía fue eminente don Luis de Góngora») y la séptima («Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España») a reivindicar la primacía del autor de las Soledades en todos los campos de la poesía española. De alguna forma podría ello considerarse una elegante impugnación de todo cuanto sostuvo Pérez de Montalbán en el libro de elogio funeral consagrado a su maestro. Al hacer balance de la literatura de su época, Francisco del Villar no tuvo empacho alguno en admitir abiertamente la preminencia de Lope y sus discípulos en el campo teatral («concediendo a Lope de Vega y sus imitadores la primacía en lo cómico», p. 73), recalcando a renglón seguido que el ambicionado trono de la poesía sólo cabe atribuirlo con justicia a Góngora («entre cuantos poetas galantearon a las Musas … y le rondaron la puerta a la retórica sólo don Luis fue el admitido por dueño y quien a fuerza de estudio rompió la cárcel a la erudición castellana» p. 73). Pequeña aproximación temporal a una copia incompleta En los apartados anteriores se ha señalado cómo la familia Villar y Bago pertenecía a la elite administrativa de la ciudad de Andújar, ya que sus miembros ostentaban una de las regidurías del municipio. En las pugnas por el poder urbano, también resulta bien conocido el detalle de que los Villar se habían alineado claramente junto a uno de los dos bandos de la localidad jiennense, el de los Quero. Ese pequeño dato quizá podría explicar parcialmente cómo, con el correr de los años, el epígrafe del manuscrito BNE, 2529 remite a uno de los descendientes principales de dicho linaje: «el original de esta obra para en poder del marqués de la Merced». No parece arriesgado sospechar que el escueto epígrafe recoge aquí una alusión bastante obvia al noble iliturgitano don Luis Cristóbal de Quero Piédrola Benavides y Escavias (Andújar, 1659-Andújar, h. 1753). Un antiguo censo de Caballeros hijosdalgo y miembros de la nobleza titulada residentes en Andújar aporta varios datos de interés sobre la longevidad del primer marqués de la Merced y alguno de sus cargos: Don Luis de Quero Piédrola y Benavides. Feligrés de la parroquia de Santa Marina y Santiago de Andújar, caballero del Hábito de Calatrava, marqués de la Merced, coronel de la infantería española, intendente que había sido de lo Político, Militar y Hacienda de esta ciudad y su partido, Patrón del convento de la Victoria de ella, del estado de caballeros hijosdalgo de sangre, de ejecutoria en posesión y propiedad, oriundo del solar y casa de Quero, en el valle de Carriedo, cabeza y pariente mayor de este apellido en esta ciudad'. En el año de esta declaración contaba este señor noventa y tres años de edad, por lo que era su tutor y curador don Pedro Estanislao de Quero y Valenzuela. Desde el punto de vista temporal, la información más relevante que atañe a este personaje tiene que ver con la consecución de su título nobiliario. En efecto, el 31 de diciembre de 1711 Felipe V firmó el Real Despacho mediante el cual se concedía a don Luis Cristóbal de Quero Piédrola y Benavides el nombramiento de primer marqués de la Merced. A tenor de este pequeño detalle, toda vez que el epígrafe de la copia incompleta revela que el original íntegro del manuscrito «para en poder del marqués de la Merced», sólo puede pensarse que esas líneas específicamente se escribieron a partir de 1712, en una fecha imprecisa de comienzos del siglo XVIII. 4. Estructura Hacia una pequeña articulación de los fragmentos Como ya se ha apuntado en varias ocasiones, el Compendio poético de Francisco del Villar se conserva en estado fragmentario. El único testimonio conocido recoge tan solo aquello que denomina «Proposición sexta» (p. 1-64) y la sucesiva «Proposición séptima» (p. 64-73), reservando la página final para una pequeña «Fe de erratas» (p. 74). En la designación de los dos apartados que se conservan puede apreciarse una pequeña diferencia dentro del manuscrito mismo, ya que el epígrafe del códice 2529 de la BNE explicita desde la primera página: «Copia de unos capítulos de un libro manuscrito». Atendiendo a la articulación argumentativa del discurso laudatorio, cabe apuntar cómo la designación de ambos ‘capítulos' como «proposiciones» tiene un sentido retórico obvio, ya que el término proposición designa en el ars bene dicendi aquella «parte del discurso en que se anuncia o expone aquello de que se quiere convencer y persuadir a los oyentes» (RAE). Puede recordarse a este propósito cómo el segundo texto de las Epístolas satisfactorias de Martín de Angulo y Pulgar rebate las siete «proposiciones» que le hizo llegar a aquel partidario del estilo gongorino «un señor grave y docto» en una misiva precedente. El motor del curioso panegírico que Villar consagra a la obra gongorina en estos Fragmentos del compendio poético se explicita en el título de la «Proposición sexta»: «En todo género de poesía fue eminente don Luis de Góngora». Tras haber constatado en una reflexión inicial que «La desigualdad en los asuntos causa diferencia en el estilo» (p. 3-14), el escritor iliturgitano intentó hacer «demonstración matemática» de cómo en todos y cada uno de los terrenos de la poesía Góngora brilló con luz inigualada. Movido por tan ambicioso propósito, Villar irá desgranando a través de siete subapartados los distintos aspectos creativos de su admirado maestro. Estos son los respectivos epígrafes: 6.1. Don Luis de Góngora fue singular poeta epigramatario (p. 14-25) 6.2. Don Luis de Góngora fue en todo rigor poeta heroico (p. 25-40) 6.3. Don Luis de Góngora fue eminente en lo lírico (p. 40-48) 6.4. Don Luis de Góngora fue maestro de lo satírico y jocoso (p. 48-54) 6.5. Don Luis de Góngora fue el primero en burlesco (p. 54-55) 6.6. No le faltó a don Luis de Góngora espíritu para lo sacro (p. 55-57) 6.7. Don Luis de Góngora trató con propiedad lo cómico (p. 57-64) Por supuesto, tras haber fundamentado la excelencia alcanzada por el poeta cordobés en el cultivo del epigrama, la poesía heroica y la lírica, en la sátira, en la escritura burlesca, en la poesía de tema religioso y en la escritura teatral, Francisco del Villar sólo podía llegar a una conclusión lógica. Tal es el argumento de la «Proposición séptima»: «Don Luis de Góngora fue el mayor poeta de España» (p. 64-73). Ninguna información sobre el contenido de las proposiciones I a V ha llegado hasta nuestros días. Tampoco sabemos si el Compendio se cerraba con el capítulo séptimo o si se prolongaba con otras proposiciones sucesivas. Dado que autores como Vázquez Siruela o Martín de Angulo y Pulgar parecen aludir en sus textos a copias manuscritas íntegras del Compendio poético quizá en un futuro próximo pueda identificarse algún nuevo testimonio de esta interesante obrita apologética. 5. Fuentes A la hora de plantear una clasificación de las diversas fuentes consultadas o citadas por Villar en los dos apartados del Compendio poético que hoy se conservan resulta bastante clarificador proponer una distribución tripartita, que nos permite agrupar, por un lado, las antiguas obras greco-latinas; por otro, el conjunto de textos españoles áureo-seculares y, por último, los libros del Humanismo neolatino de la época. Seguidamente se reproducirá el listado por orden alfabético de los tres conjuntos propuestos. Los principales textos clásicos aducidos por Villar en su argumentación son: Aristóteles, Poética (p. 59) Aristóteles, Retórica (p. 6-7, 59) Cicerón, De optimo genere oratorum (p. 10-11) Cicerón, Orator (p. 4) Aulo Gelio, Noctes Atticae (p. 58) Horacio, Ars poetica (p. 63) Marcial, Epigrammata (p. 9, 29-30) Persio, Saturae (p. 8-9) Quintiliano, Institutio Oratoria (p. 4, 6, 8, 30, 42) Séneca, Epistulae ad Lucilium (p. 6) Virgilio, Aeneis (p. 9) Además de dichos títulos, de las varias referencias que el apologista gongorino inserta a lo largo de las proposiciones sexta y séptima se infiere con bastante claridad que Villar manejaba los comentarios a la Eneida de Diego López (p. 9-10 y 27), los comentarios del padre Juan Luis de la Cerda a la obra de Virgilio (p. 27 y 31), los comentarios a los epigramas de Marcial del padre Mathäus Rader (p. 29) y las glosas de Francisco de Barreda al Panegírico a Trajano de Plinio (p. 61). A partir de las citas expresas, anotaciones marginales y alusiones que se distribuyen en el Compendio poético, el apartado de lecturas modernas tampoco resulta demasiado extenso. Entre los autores hispanos destaca la presencia de Francisco Cascales, Tablas poéticas (p. 4 y 49) Francisco Cascales, Cartas filológicas (p. 49) Francisco de Castro, De Arte Rhetorica Dialogi Quatuor (p. 5) Luis de Góngora, Obras en verso del Homero español que recogió Juan López de Vicuña (p. 32) José Pellicer de Salas, Lecciones solemnes a la obra de don Luis de Góngora (p. 41) Juan Pérez de Montalbán, Fama póstuma de Lope de Vega (p. 72) Salvador Jacinto Polo de Medina, Academias del jardín (p. 63) Cipriano Suárez, De Arte Rhetorica Libri Tres (p. 6) Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias (p. 59) Al lado de esas nueve obras, aún más escasas resultan las referencias a los textos de otros humanistas europeos, cuyos textos se reimprimieron varias veces y gozaron de resonante fama por todo el continente: Justo Lipsio, Epistolarum selectarum Chilias (p. 51) Justo Lipsio, Epistolica Institutio (p. 6) Celio Rodiginio, Lectionum Antiquarum Libri XXX (p. 28 y 41-42) Theodor Zwinger, Magnum Theatrum Humanae Vitae (p. 28) A la luz de los datos del pequeño repertorio que acabamos de esbozar, puede afirmarse que Francisco del Villar sustentaba su argumentación sobre las diferencias de los géneros poéticos y acerca de la excelencia que alcanzó Góngora en todos ellos en la opinión de las autoridades principales entre los clásicos: las dos obras capitales del Estagirita (Poética y Retórica), la influyente Epistula ad Pisones de Horacio, la doctrina retórica compilada por Quintiliano en la Institución Oratoria y dos de los textos más famosos de Cicerón (el Orator y el De optimo genere oratorum). Entre las fuentes derivadas destacan los repertorios eruditos de Ludovico Ricchièri, más conocido como Celio Rodiginio (Lectionum Antiquarum Libri XXX) y el diccionario enciclopédico de Theodor Zwinger titulado Magnum Theatrum Humanae Vitae. Bajo la óptica del paralelo que se plantea entre creación poética y virtuosismo oratorio, no sorprende que Villar aluda a dos de los tratados más leídos en la España áurea: los tres libros del Arte Retórica de Cipriano Suárez y los cuatro diálogos del Arte Retórica del padre Castro. 6. Conceptos debatidos El principado de la poesía castellana Los conceptos en torno a los que discurren los dos únicos fragmentos del Compendio poético que han llegado hasta nosotros no enlazan directamente con los asuntos más debatidos en el campo de la querella gongorina, dado que no se refieren de forma explícita a la mayor parte de las objeciones contra el nuevo estilo recogidas en los Discursos apologéticos por el estilo del Polifemo y Soledades, compuesto por Pedro Díaz de Rivas. Al hablar de la articulación de estos Fragmentos ya se ha contemplado el núcleo argumental de cada uno de los sub-apartados. De forma sucinta y esquemática, proponemos ahora un listado con los nueve puntos principales desarrollados en la Proposición sexta y la Proposición séptima del erudito iliturgitano: 1. Góngora alcanzó la eminencia en todo género de escritos. 2. Materias diferentes requieren diferentes estilos. 3. Góngora guardó el respeto debido a los preceptos de cada género de escritura. 4. Góngora cultivó el género del epigrama en sus décimas y sonetos, emulando a Marcial con su concepto y ornato, con sus agudezas y donaires. 5. Afinidad entre lo épico y lo heroico. Dentro de la producción gongorina pertenecen al ámbito de la poesía heroica el Polifemo, las Soledades, el Panegírico al duque de Lerma y un conjunto de canciones y sonetos. 6. Góngora llevó a la cima la escritura satírica de su tiempo, aunque alguna de sus composiciones más hirientes haya quedado por fuerza relegada a la circulación manuscrita. Existen dos estilos de sátira: el estilo claro y fácil (que se remonta hasta Horacio) y el estilo obscuro y difícil (cuyo modelo es Persio). Ambos tipos fueron cultivados por Góngora. 7. Góngora fue el primer gran maestro de la poesía burlesca en España. Cuantos la han cultivado posteriormente han ido a zaga de su magisterio. Las galas de este tipo de escritura lucen en academias y justas. 8. En la escritura teatral, Góngora se vio ante un difícil equilibrio: romper con los preceptos de la Antigüedad, plegándose a las innovaciones de la fórmula lopesca, o bien respetar las antiguas normas, yendo así en contra del gusto generalizado entre los espectadores de su tiempo. Esa disyuntiva ponía en una difícil tesitura al escritor, que no desarrolló una carrera brillante como dramaturgo. Por ello se ve obligado Villar a reconocer que la primacía en la comedia de su tiempo corresponde a Lope y sus discípulos. 9. Conclusión general: Luis de Góngora fue el mayor poeta de España. Cada centuria sólo puede tener un gran autor: en el siglo XV obtuvo el primado de las letras hispanas Juan de Mena, en el siglo XVI Garcilaso de la Vega, en el siglo XVII Góngora. La tríada que conforman Mena, Garcilaso y Góngora es la de los «luminares mayores» de la historia literaria de nuestro país, en tanto que los demás escritores (Ercilla, Cairasco, Figueroa, Herrera, el conde de Salinas, Calderón, los Argensola…) se limitan a representar el modesto papel de pequeñas «estrellas». Aunque muchos coetáneos han intentado alcanzar el trono de la poesía española, sólo el autor cordobés lo ha alcanzado por sobrados méritos. Desde el punto de vista del debate tácito que alguno de estos conceptos entabla con las opiniones vertidas por los de los detractores del nuevo estilo, podrían inferirse tres aspectos relevantes. En primer lugar, se podría apuntar cómo la identificación de las obras mayores y de algunos poemas breves con la categoría de lo heroico rebate el parecer del Antídoto de Jáuregui, que negaba taxativamente al vate cordobés los laureles de poeta heroico. El segundo aspecto digno de nota se refiere a su cercanía y afinidad conceptual con un texto muy próximo en el tiempo. Al igual que hiciera Martín de Angulo y Pulgar en la defensa de Góngora, esbozada desde el texto segundo de sus Epístolas satisfactorias (Granada: Blas Martínez, 1635), alguno de los conceptos principales desarrollados por Villar podrían esgrimirse contra las opiniones vertidas por «un señor grave y docto» en la proposición primera y quinta de su misiva: 1- «Si don Luis no hubiera dejado el zueco, el primer hombre fuera de nuestra nación en lo burlesco y satírico. Por haberse calzado el coturno, ha perdido con muchos lo ganado»; 5- «Si leo el arte de Horacio y Aristóteles para lo teórico y un poema de los celebrados, para lo práctico descubriré en don Luis muchas faltas». Según la estimativa de Villar, Góngora alcanzó la excelencia tanto en lo grave como en lo ligero, destacando en todos los géneros conocidos. El autor del Compendio poético niega, pues, rotundamente la opinión que varios detractores se han ocupado en difundir: «Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos» (p. 3). En su apología Villar defiende asimismo que los poemas gongorinos respetan escrupulosamente los preceptos de todos los tipos genéricos, de manera que su obra resulta intachable tanto desde el plano teórico como desde el práctico. Por último, el encendido elogio de Góngora como primer poeta de España en todas sus facetas creativas se opone diametralmente a la entronización de Lope de Vega como el máximo autor hispánico de la Edad Barroca, según las valoraciones de Pérez de Montalbán en la Fama póstuma (1636). 7. Otras cuestiones El contenido de las proposiciones quinta y sexta del Compendio poético podría, en parte, enlazar conceptualmente con una frase que el propio Villar recogiera en la carta al padre trinitario fray Juan Ortiz. Hacia 1617-1620 el maestro iliturgitano había propuesto desde los renglones de la misiva: «Cotejemos a don Luis con los poetas latinos, a cuya superioridad todo el mundo reconoce vasallaje y se rinde, y veremos si les imita y aun si les excede y sobrepuja». Pasados los años, en los dos fragmentos del texto datado en torno a 1635-1636, la alabanza de don Luis como autor excelente en todos los géneros de poesía conocidos se sustentará, precisamente, en dicho ‘cotejo' o ‘careo' con los grandes maestros de la Antigüedad, de manera que el poeta cordobés se mediría con Homero y Virgilio en el terreno de lo heroico, competiría con Horacio y Píndaro en el campo de la lírica, emularía a Juvenal y Persio en la sátira, rebasaría la altura de Catulo y Marcial en el epigrama y, finalmente, excedería a Plauto y Terencio en la comedia. El paralelo argumental de los dos apartados del Compendio con algunos elementos recogidos en la controversia epistolar entre Villar y Cascales también salta a la vista a través de las citas expresas. Así el defensor gongorino oriundo de Andújar nombra al autor de las Tablas poéticas como persona investida de auctoritas al hablar de la licitud de la oscuridad entre los satirógrafos: Cuestión ha sido controvertida, y su resolución no poco dudosa, qué estilo ha de guardar la sátira. Algunos dicen que ha de ser obscuro, y dificultoso, lo uno porque la fealdad del vicio, que reprehende, no lleve descubierta la cara, y ofenda el recato, de quien la leyere, y lo otro, porque sea como la píldora, que se receta cubierta de oro, para que al enfermo le brinde su hermosa apariencia, y lleve rebozado su amargor, y desabrimiento, de este parecer he visto personas bien entendidas, y con ellas el Licenciado Francisco de Cascales, en una de sus epístolas (p. 48). En efecto, tal como recalca esta cita indirecta, Cascales había hecho en la octava misiva de la primera década de sus Cartas filológicas, un pequeño listado de casos en los que el uso de la oscuridad no sólo puede considerarse justo, sino también necesario: No siempre la oscuridad es viciosa, que cuando proviene de alguna doctrina exquisita que el poeta señaló (no siendo muy a menudo) es muy loable y buena …. Ni es viciosa cuando queremos con ella disimular algún concepto deshonesto y torpe, porque no ofenda las orejas castas, que esto todos los escritores lo guardan. Y así Virgilio dijo: «geniale arvum». En esto no reparan los epigramatarios, que la materia de suciedad es suya y eso es lo que advierte Marcial en el proemio del primer libro …. Ni es viciosa la oscuridad en los poetas satíricos, porque como ellos tiran flechas atosigadas a unos y a otros, y les hacen a los viciosos tragar la reprehensión como píldora, la doran primero con la perífrasis intricada, y fingiendo nuevos nombres, para que quede disimulada la persona de quien hablan satíricamente; y esta es la causa que tiene por disculpa la tal obscuridad. La cita de la carta VIII de Cascales por parte del Villar no deja traslucir inquina alguna contra el licenciado murciano, cuyo «parecer» en este punto preciso lo sitúa en el grupo selecto de las «personas entendidas». 8. Conclusión Las consideraciones que ha merecido el texto de Francisco del Villar han sido bastante desiguales. El primer artículo sobre el manuscrito BNE, 2529, publicado por Jean Canavaggio en 1965, quiso atribuir un valor considerable al contenido de este códice incompleto, ya que se estima allí como un «document bibliographique précieux». Tres décadas más tarde, Robert Jammes parecía contemplar el asunto con mayor distancia. El editor de las Soledades juzgaba los apartados del Compendio poético que discurren sobre poesía «epigramataria», «heroica», «lírica», «satírica», «burlesca» y «sacra» como reflexiones «de un interés más bien mediano», que a pesar de todo bien «merecerían un análisis crítico». La ponderada valoración de Jammes probablemente resulte la más cercana a la realidad. A la luz de otros testimonios del ámbito de la polémica, justo es decir que los Fragmentos del compendio poético no revelan ni la solidez doctrinal de los escritos de Pedro de Valencia, ni la hondura de un Pedro Díaz de Rivas, ni los conocimientos humanísticos del abad de Rute. Sus páginas tampoco están animadas por la infatigable erudición de los comentarios de Pellicer, Salcedo Coronel o Serrano de Paz. Ahora bien, tampoco puede atribuirse a Villar la culpa de caer en la cháchara inconsecuente de Andrés de Almansa y Mendoza. Por ello no parece arriesgado sostener que los escasos capítulos conservados del Compendio poético se mantienen en un discreto tono medio, que ni deslumbra por su perspicacia intelectual, ni ofende por su vuelo rasero y alicorto. En honor a la justicia, una de las principales bazas del fragmentario texto de Villar es el énfasis que pone en la identificación de Góngora como autor de epigramas, ya que bajo esa especie anticuaria identifica un importante conjunto de sonetos y décimas. Por otro lado, también puede considerarse digna de nota la reivindicación de una sección capital de la poesía gongorina como eximia representante del género heroico. De alguna manera el apologista de Andújar podría verse como un adelantado a su tiempo, ya que ambos aspectos genéricos tan solo se han puesto de relieve en la bibliografía gongorina de los últimos años. 9. Establecimiento del texto El texto se establece a partir del único testimonio fragmentario conocido hasta la fecha: el BNE, ms. 2529 (Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por don Francisco del Villar, Vicario Juez ecc. de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced). La presente edición pretende enmendar algunos errores de copia bastante burdos, atribuibles al copista, como el evidente caso de la cita latina reproducida al comienzo de la página 11, donde claramente se lee «vitio sumest» en lugar de «vitiosum est». Quizá no esté de más señalar, para comprender ese tipo de estragos textuales, que si la redacción de la obra se remonta presumiblemente hasta 1636, es bastante probable que la copia incompleta del manuscrito sea tardía, ya que su datación aproximada es seguramente posterior a 1712. Tras la minuciosa revisión del manuscrito llevada a cabo por el profesor Antonio Valiente Romero, puede concluirse que la copia fragmentaria del Compendio poético refleja la participación de, al menos, tres manos distintas. La primera mano se corresponde con la del «copista» general del texto y debe incluirse en su labor la propia «Fe de erratas». La segunda mano apreciable es la de una figura innominada que podríamos denominar «corrector», a su precisión debemos las numerosas enmiendas a pasajes estragados que figuran en el códice. Finalmente, puede individuarse también la participación de una tercera mano, que tan solo habría intervenido en el último renglón de la «Fe de erratas». Una y otra vez las cuantiosas enmiendas del «corrector» ponen de manifiesto que la competencia cultural del «copista» responsable de la transcripción de parte del Compendio poético era más bien mediana. Parece evidente que no tenía un nivel aceptable de latín y, a juzgar por varias imprecisiones, puede sospecharse que tampoco tenía mucha familiaridad con la poesía. En efecto, el «copista» incurre en errores tan llamativos como nombrar al poeta épico renacentista Alonso de Ercilla como «Ercida» o transcribir la forma verbal «cogerlo» en posición final de verso, alterando el rimema característico de esa composición (-ello). Por otra parte, pese al loable esfuerzo de revisión del «corrector», también éste a veces cae en algún despiste llamativo, pues no consigue identificar fallos de cierto calibre, como el del incipit transcrito como «Burlas de tortolilla» en lugar del correcto «Vuelas, oh tortolilla». 10. Bibliografía 10.1 Obras citadas o consultadas por el polemista Aristóteles: —, Poetica, per Alexandrum Paccium, in latinum conversa, Venetiis: in aedibus haeredum Aldi et A. 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Luis de Góngora, el Licenciado Francisco de Cascales, Catedrático de Retórica de la S. iglesia de Cartagena. Otra, a las proposiciones de cierto sujeto grave y docto por D. Martín de Angulo y Pulgar, natural de la ciudad de Loja, Granada: Blas Martínez, 1635. —, Égloga fúnebre a don Luis de Góngora, de versos entresacados de sus obras, Sevilla: Por Simón Fajardo, 1638. Nicolás, Antonio: —, Bibliotheca Hispana Nova sive Hispanorum Scriptorum..., Matriti: Apud viduam et heredes Joachimi de Ibarra..., 1788, t. II. Aristóteles: —, Opera Omnia Graece, Biponti: Ex Typographia Societatis, 1793, vol. IV. Acuña del Adarve, Juan de: —, Discursos de las effigies y verdaderos retratos non manufactos del santo rostro y cuerpo de Christo de Juan de Acuña del Adarve, Impreso en Villanueva de Andújar: en las casas del autor, por Iuan Furgolla de la Cuesta, 1637. Góngora, Luis de: —, Quatro comedias de diversos autores, Córdoba: Francisco de Cea, 1613. 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Javier de Echave-Sustaeta, Madrid, Gredos, 1992. **** *book_ *id_body-2 *date_1636 *creator_villar *resp_villar,_francisco_del *date_1636 Texto de la edición 1 Copia de unos capítulos de un libro manuscrito escrito por don Francisco del Villar Vicario Juez eclesiástico de Andújar, por los años de 1630, cuyo original para en poder del marqués de la Merced Proposición sexta «En todo género de Poesía fue eminente don Luis de Góngora». Tal es la cortedad de nuestro discurso y su capacidad tan limitada que apenas hay ingenio en quien dos facultades se hallen con eminencia, aunque no falta en nuestros tiempos presunción (raro despejo) que se haya atrevido a tener públicas conclusiones de todas. Aun dentro de una misma ciencia se dan pocas veces las manos lo práctico y lo teórico, verdad que ordinariamente están mirando las experiencias. Sea ejemplar la poética, cuyas partes, como si fueran incompatibles o contrarias, raras veces las vemos hermanadas en un sujeto. En lo Heroico se ciñeron el laurel Homero y Virgilio, en lo lírico Horacio y Píndaro, en lo satírico Persio y Juvenal, en lo epigramatario Marcial y Catulo, en lo cómico Plauto y Terencio, en lo trágico Lucano y Séneca. Don Luis de Góngora parece que supo poner excepción a esta regla, jugando las armas de Apolo a muchas manos y recibiendo cariño de todas las Musas. Algunos se han persuadido que solo en lo satírico hizo con mejores esfuerzos, pero cualesquiera que eche la sonda hallará su profundidad, en lo epigramatario, heroico y lírico. Sus obras mismas harán demonstración matemática, que no ha menester ajena defensa quien siempre viste tan aceradas armas. La desigualdad en los asuntos causa diferencia en el estilo §2 Se divide la poesía en tres especies principales –épica, lírica y escénica-, las cuales se diferencian entre sí en los instrumentos, en las materias, en las frases y aun en los fines. La épica comprehende lo grave y heroico; la lírica lo dulce y florido; y la escénica lo humilde y gracioso. Éstas se subdividen en otras muchas, que será prolijo referirlas, pero debemos creer que cada una se gobierna por diferentes leyes y que la comedia no llega a la gravedad de la tragedia, ni la tragedia entra con el afeite que la comedia. Como dijo Quintiliano: sua cuique posita est lex, suus decor, neque comedia in cothurnos asurgit neque e contra tragedia succo ingreditur. La grandeza, medianía o humildad del sujeto levanta, detiene o humilla el estilo y así dijo Tulio que el orador perfecto ha de tratar las cosas humildes con agudeza, las grandes con gravedad y las medianas con templanza: humilia subtiliter, magna gravitate et mediocria temperitate. El padre Francisco de Castro advierte que el orador ha de usar de diferentes estilos: del humilde para enseñar, del grave para mover y para deleitar del mediano: Tenui docet, gravi movet, medio delectat. Séneca, Fabio y Cipriano autorizan este intento con todo el espacio y doctrina que pide, pero entre todos se halla lugar la comparación de Lipsio, cuya advertencia dijo que igualemos el lenguaje con el asunto, de la misma suerte que medimos las velas con la grandeza de la nave: Ut vela pro magnitudine navium, sic verba debent esse pro rerum. Aristóteles enseña que la oración será conveniente con las cosas, si no tratamos humildemente de las magníficas, ni con gravedad de las humildes: Erit oratio rebus conveniens, si neque de rebus amplissimis tenuiter, et summisse, neque de tenuibus graviter et ample quis dixerit. No se nos vaya de las manos cuando se nos viene tanto a ellas este reparo de Quintiliano, cuya atención siguiendo los ecos de un filósofo dice: «lo que para unos asuntos es magnífico, para otros es sobrado, y el estilo que es humilde para las cosas grandes, es acomodado para las menores. Como en una oración vistosa se nota una palabra humilde y la juzgamos como mancha, así en el lenguaje humilde disuena una palabra heroica» (Quod alibi magnificum, tumidum alibi, et quae humilia circa res magnificas, apta circa minores videntur, et sicut in oratione nitida notabile est humilius verbum, et velut macula, ita a sermone tenui sublime, nitidumque discordat quia in plano tremet). El asunto heroico engrandece también las palabras y estilo y al mismo paso que pretende levantar el ánimo, se empeña en términos más significativos. Y así burla la agudeza de Persio de quien habiendo de tratar intento grave, usa de palabras de sumisión o pacíficas: Nescio quid tecum grave cornicaris inepte …, / verba togae sequeris. Marcial, considerando en su alentada musa algunos humos heroicos, se hace sentar el paso, juzgando imposible realzar su cómica humildad al coturno trágico: An jubat ad tragicos poetam transferre cothurnos. Practicando esta doctrina el Príncipe de los Poetas, dice en el principio de su Eneida: Yo soy aquel que en otro tiempo escribí mis versos en humilde estilo, mas ahora que canto las armas de Marte y las hazañas de Eneas, tengo necesidad de que me inspiren las Musas. Sobre el cual paso, Diego López, comentador suyo, dice: guardó nuestro Poeta los tres estilos: humilde, mediano y altílocuo. Del primero usó en las Églogas, del segundo en las Geórgicas, del tercero en la Eneida, como cosa grave y heroica; y con la grandeza de su ingenio acomodó los estilos en la materia que escribía. Las sales de Marcial pidieron diferente espíritu que las armas de Lucano, como los donaires de Plauto y las severidades de Séneca. Y así es imposible dar una regla general que gobierne todos los poemas. Afiancen las palabras de Cicerón el crédito de este discurso, que dicen: itaque et in tragedia comicum vitiosum est, in comedia turpe tragicum, omnibus poematibus est certus sonus et quaedam intellegentibus certa vox. Acomodose don Luis de Góngora a las condiciones individuales de cada poema con singularísimo primor, costeando los más escondidos puertos del Parnaso y diferenciando con advertida retórica las burlas de las veras, lo heroico de lo lírico (como ahora veremos), con tan atildada advertencia. que pudiera parecer otro el ingenio en cada parte, a no tocar en todas el más alto punto. Vio sus versos celebrados de los ociosos, leídos aun de las mujeres y cantados hasta de los niños de la escuela. Esto pretendió en sus burlas, pues en la Fábula de Píramo y Tisbe dijo: Citarista dulce, hija del Archipoeta rubio, si al brazo de mi instrumento le solicitas el pulso, digno sujeto será de las orejas del vulgo: popular aplauso quiero, perdónenme sus tribunos. Fuéronle molestas voces tan poco ajustadas y acordadas y cansáronle aplausos tan poco calificados. Y queriendo huir el cuerpo a las alabanzas del vulgo, como de poco aprecio en orejas cuerdas, advertido de todos ejemplos y segura doctrina latina y griega, penetró lo más escondido del Parnaso y se hizo dueño de los secretos no comunicados de las Musas, pretendiendo guardarse en lo heroico, con que se halló obligado a realzar el estilo, dificultar las frases y aun oscurecerlas. Y así comenzó las Soledades diciendo: Pasos de un Peregrino son errantes cuantos me dictó versos dulce Musa en soledad confusa. Con que mostró la comprensión especulativa que tuvo de los preceptos de esta profesión y la facilidad con que se acomodó a la práctica de ellos. Don Luis de Góngora fue singular poeta epigramatario §2 Aunque en todo género de poesía le tejieron las Musas coronas a nuestro poeta, en el genio de las epigramas (que son inscripciones breves y agudas) no le ha igualado alguno en Italia ni en Grecia: en superior esfera le miran todos, en cada hoja de sus guirnaldas parece que quiso la erudición escribir con letras de oro triunfos que le eternizan; mas, ¿qué mucho si su desvelo fue llave maestra para manifestar cuantos conceptos y adornos han tenido escondidos y reclusos todas las edades? Engolfose don Luis en el océano abundante y provechoso de la lección antigua y tomando alturas de seguros polos, halló nuevos y no conocidos rumbos, Colón de no menos preciosas Indias con la carta de marear de sus estudios a porfía. No se atreviera por sí sola mi atención a tan arrogante censura: así lo publicaron siempre con constante entereza el maestro Baltasar de Céspedes, que lo fue de Retórica en la Universidad de Salamanca; el padre Martín de Roa, varón eminente en todas letras, de cuya destreza en las lenguas castellana, latina y griega se puede muy bien fiar la seguridad de este juicio, pues supieron registrarles aun los ápices más pequeños de la propiedad y gramática de todas. Los ejemplares nos pudieran sacar de este empeño, si el celo cristiano y la piedad cortés (que trabajan por tenerlas reclusas) permitieran salir a luz las agudezas y donaires que escribió en amoroso y satírico. La curiosidad y el despejo las guardan en los archivos de no pocos acreditados gustos, pero no las desperdician, ni estragan, aunque las traen siempre entre las manos: a la imprenta se niegan, no a las memorias, que para recreación del ánimo las conservan, cosa que o desdora el honor o desdice del recato. Razón es (perdone el desahogo más atrevido) que ande de barrio y parezca con rebozo, pero según el aprecio que veo de estas obras, las diligencias con que algunos las buscan y la avaricia con que las poseen, me persuado a que este siglo las ha de vincular a los venideros. Epigramas heroicos Al Escorial convento de San Jerónimo, sepulcro de los reyes de España, llamado por su grandeza octava maravilla, erigiolo la majestad de Filipo Segundo, llamado el Prudente, al invicto mártir san Laurencio: Sacros, altos, dorados capiteles, folio 7, página 2. A una montería que hizo el rey Filipo Cuarto nuestro señor, orilla del Manzanares, en que mató un jabalí muy grande: Teatro espacioso su ribera, folio 36. Epigrama al serenísimo infante cardenal don Fernando, arzobispo de Toledo, hermano de nuestro Filipo Cuarto, rey de las Españas: Purpúreo crecido ya rayo luciente, folio 36, página 2. Epigrama cuarto a la muerte de la Serenísima Reina de España doña Margarita : Ociosa toda virtud, folio 64. Epigrama quinto a una empanada que le envió el marqués del Carpio al autor, de un jabalí que había muerto: En vez de acero bruñido, folio 63. A la toma de Larache, puerto y plaza fuerte de África, que se encargó al marqués de San Germán. Epigrama heroico 6: Larache aquel Africano. Epigrama séptimo a don Pedro de Cárdenas y Angulo, a quien un toro mató un caballo llamado Frontalete: Murió Frontalete y hallo. A la pasada de los condes de Lemos por Guadarrama: Epigramas líricos Montaña inarcesible, puesta en vano, folio 6, página 2. Epigrama lírico segundo, a una rosa: Ayer naciste y morirás mañana, folio 37, página 2. A un afecto amoroso, mal correspondido: Ni en este monte, este aire, ni este río, folio 22, página 2. A una dulce tiranía del amor, epigrama cuarto: Siempre le pedí al amor, folio 66. A un tropezón que dio una dama: epigrama 9: Tropezó un día Dantea. Epigramas burlescos A la Junta que Pisuerga y Esgueva hacen en la puente de Simancas junto a los muros de Valladolid, epigrama segundo: Jura Pisuerga, a fe de caballero, folio 29. Habiéndole dado una pensión a don Luis cuando era pretendiente de una plaza, trata dejar la corte y recogerse a su patria, huyendo las inclemencias de los inviernos de Castilla: Camina mi pensión con pies de plomo, folio 30. A una dama sevillana devota de don Luis que amenazaba con él a quien le daba disgusto: Con la estafeta pasada, folio 63. A don Juan de Guzmán, corregidor de Córdoba, corriendo en las ferias de una yegua que don Luis le daba al duque de Béjar: Ya que al de Béjar le agrada, folio 63. Al sepulcro de Simón Bonamí enano, epigrama: Yace el gran Bonamí, a quien, folio 64. A una creciente de Manzanares: Duélete de esa puente, Manzanares, folio 26, página 2. Epigramas satíricos Al sepulcro de una vieja que tuvo 22 años festejo con un caballero Cerda, que murió tercera de voluntades, epigrama: Yace debajo de esta piedra fría, folio 236. A don Francisco de Quevedo habiendo traducido unas elegías de Anacreonte, poeta griego, epigrama: Anacreonte español, no hay quien os tope. A un mal médico: Doctor bárbaro y cruel, folio 65. A un mal abogado: Oh Jurisprudencia, cual, folio 66. A un casado que enriqueció a título de corto de vista y bien acondicionado: Casado el otro se halla, folio 65. Epigramas sacros Al monte santo de Granada: Este monte de cruces coronado, folio 25. A la capilla de Nuestra Señora del Sagrario de la Santa Iglesia de Toledo, que reedificó para entierro suyo el cardenal arzobispo don Bernardo de Rojas: Esta que admiras fábrica, esta prima, folio 22, página 2. A la presentación de Cristo nuestro señor en el templo: La vidriera mejor, folio 74. DonLuis de Góngora fue en todo rigor poeta heroico§ 2 De mano armada se ha querido poner la Envidia de parte de algunos, que con avaricia culpable niegan a don Luis el blasón de poeta heroico. Pero cuando las evidencias descubren la cara, ¿qué ingenio dócil no las respeta? Escribió las Soledades, Polifemo, Panegírico y muchas canciones y sonetos que, por lo ilustre de los asuntos, por la pompa del verso y por la alteza del estilo, pertenecen a la épica. Éstos fueron los poemas donde procuró lucir la agudeza, el ingenio, la sazón de la edad y los estudios de la erudición. De estos hizo honrosa gala y aprecio, que de las burlas y juguetes (con calificarlo tanto) siempre se dio por desentendido. Para lo escénico y lírico se valió de su natural solo, para lo épico o heroico del natural y el arte. Y no hemos de creer que consiguió más el ocio que el desvelo, o que pudo más el descuido que los conatos. Para hacerse conocido el poema heroico o épico ha de guardar tres cosas en el principio, como dice Diego López: la primera es proponer, la segunda invocar, la tercera contar lo que pretende, ejecutando lo uno y lo otro con estilo sublime, letras eruditas y palabras ilustres. Y así el padre Juan Luis de la Cerda, sobre el mismo lugar, habiendo puesto división de los tres estilos, dice del heroico: altiora haec sunt, grandiora, consonantiora. El autor delGran Teatro da por seña del poema heroico que ha de ser continuado el verso hexámetro (que es lo mismo que heroico) y que los sucesos refieran persona ilustre: Continuata poemata dicuntur quae continuata oratione a poeta enarratur, cuiquidem orationis continuo cursu carmen hexametrum, quo heroum gesta decantantur, sit aptissimum. Aún no significó tanto este nombre en el oído de Ennio, de quien dice Rodiginio que lo mismo entendió por verso heroico que largo: heroicus versus vocabit Ennius longos heroicus etiam hexameter dicitur. Si la resolución de este autor últimamente fue la nuestra: heroicum carmen laudes heroum, el padre Radero lo define mejor diciendo que el argumento del verso heroico ha de ser severo, grande e ilustre: Heroici enim carminis argumentum seuerum, grande et illustre. La mucha erudición y recóndita doctrina (a quien están vinculadas las atenciones y desvelos) hacen también conocido el poema heroico; y así ponderando estas obligaciones y precisos empeños deja Marcial este género de poesía, como lastimándose de sus profesores, para los que se desvelan y pasan las noches de claro en claro sin dormir y él se acoge a sus burlas. Scribant ista graves nimium nimiumque severi quos media miseros nocte lucerna videt. Tan graves han de ser las palabras, tan ilustre el estilo que levanten el ánimo y lo alienten a empresas altas. Y así aconseja y solicita lección Quintiliano: ut sublimitate heroici carminis animus asurgat et ex magnitudine rerum spiritum ducat. Hasta que llega la madurez de la edad y la sazón del discurso no tiene el ingenio los quilates y fondos que pide el poema heroico: circunstancia advertida de los expositores de Virgilio sobre aquella palabra quondam. Y el padre Juan Luis de la Cerda como reprehendiendo los atrevimientos de algunos mozos y aun burlando de ellos dice: «Siendo de pocos años Virgilio —palabras medidas a nuestro caso— escribió cosas ligeras, pero de los poemas heroicos trató en edad sazonada. Oye tú esto, mancebo, y no te atrevas a más que la primera regla de los ingenios. Maro adhuc iuvenis dum aptus heroicae majestati, gravitati, splendori, audi hoc adolescens neque aude id aetatis quod non ausus ingeniorum apex Maro». Todas estas leyes guardó nuestro poeta don Luis en las Soledades, Polifemo, Panegírico y otras obras donde cumplió exactamente las obligaciones de lo heroico, con que parece que no nos deja ocasión de dudar y así Pedro Díaz de Rivas en la edición de Madrid le intitula el Homero español. Del Polifemo el mismo don Luis confiesa que es heroico, a quien pertenece lo trágico. También lo es el asunto, por ser este gigante hijo del dios Neptuno y Europa. Y el estilo del metro, el orden y la erudición claramente lo dicen y la misma obra lo testifica, de que harán argumento estas estancias. Al excelentísimo señor conde de Niebla Estas que me dictó rimas sonoras culta sí, aunque bucólica Talía, oh excelso conde en las purpúreas horas que es rosa el alba y rosicler el día en tanto que de luz tu niebla doras, escucha al son de la zampoña mía, si ya los muros no te ven de Huelva peinar el viento y fatigar la selva. Y templado pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma o tan mudo en la alcándara que en vano aun desmentir el cascabel presuma, tascando haga el freno de oro cano del caballo andaluz la ociosa espuma gima el lebrel en el cordón de seda y al cuerno al fin la cítara suceda. Treguas al ejercicio sean robusto ocio atento, silencio dulce, en cuanto debajo escuchas de dosel augusto del músico jayán el fiero canto. Alterna con las musas hoy el gusto, que si la mía puede ofrecer tanto clarín y de la Fama no segundo tu nombre oirán los términos del mundo. A la Fábula de Polifemo y Galatea Donde espumoso el mar sicilïano el pie argenta de plata al Lilibeo, bóveda o de las fraguas de Vulcano o tumba de los huesos de Tifeo, pálidas señas cenizoso un llano cuando no del sacrílego deseo del duro oficio da, allí una alta roza mordaza es una grata de su boca. Las Soledades no quedaron acabadas, pero de los principios se puede hacer fácil conjetura para los fines, con alusión a Virgilio, que hasta el séptimo libro no introdujo las guerras de Turno y Eneas, que eran su acción principal, gastando lo precedente en episodios y digresiones, si bien importantes. Lo ilustre y heroico del forastero bien lo explica aquel apóstrofe que el poeta hace al Amor: Al peregrino por tu causa vemos alcázares dejad donde excedida de la sublimidad la vista apela para su hermosura en que la Arquitectura a la Geometría se rebela, jaspes calzada y pórfidos vestida. Lo rico de su traje y vestido también dio indicios de su nobleza, pues dijo el anciano: Cabo me han hecho, hijo, de este hermoso tercio de serranas, si tu neutralidad sufre consejo y no te fuera obligación precisa, la piedad que en mi alma ya hospeda hoy te convida al que nos guarda sueño política alameda, verde muro de aquel lugar pequeño que a pesar de esos fresnos se divisa. Sigue la femenil tropa conmigo: verás curioso y honrarás testigo el tálamo de nuestros labradores, que de tu calidad señas mayores me dan que del Océano tus paños, o razón falta donde sobran años. En esta obra (a juicio mío) parece que se halla el ingenio más admirado y el primor más subido de punto y la atención más desahogada, y por la novedad del verso, por la libertad de las cadencias y por la valentía y viveza con que logra en floreadas pinturas las mayores alusiones que presumió formar la idea. Sea ejemplo esta imitación de Virgilio donde nuestro poeta encarece con briosísimos hipérboles la ligereza de unos pastores tan adelantada que apenas le permite competencia a quien desprecia la de los mejores poetas 38 del mundo. Advocaron allítoda la gente cierzos del mar y Austros de la sierra mancebos tan veloces que cuando corres más dora la tierra y argenta el mar desde sus grutas hondas Neptuno sin fatiga su vago pie de pluma surcar pudiera mieses, pisar ondas, sin inclinar espiga, sin vïolar espuma. Dos veces eran diez y dirigidos a dos olmos que quieren, abrazados, ser palios verdes, ser frondosas matas salen cual de torcidos arcos, o nerviosos o acerados, con silbo igual, dos veces diez saetas. No el polvo desparece el campo, que no pisan a la hierba; es el más torpe una herida cierva, el más tardo la vista desvanece y siguiendo al más lento cojea el Pensamiento. El tercio casi de una milla era la prolija carrera que los hercúleos troncos hace breves, pero las planta leves de tres sueltos bajeles la distancia sincopan tan iguales que la atención confunden judiciosa. De la Peneida virgen desdeñosa los dulces fugitivos miembros bellos en la corteza no abrazó reciente más firme Apolo, más estrechamente que de una y otra meta glorïosa las duras basas abrazaron ellos con triplicado nudo. Árbitro Alcides en sus ramas, dudo que el caso decidiera bien que su menor hoja un ojo fuera del lincemás agudo. DonLuis de Góngora fue eminente en lo lírico Pocos pertrechos de razones y menos aparatos de argumentos serán necesarios para conseguir este intento, pues aunque Pedro Díaz de Rivas y la edición primera de las Obras de don Luis le intitula el Homero español, un docto comentador suyo le da el lauro de príncipe de los poetas líricos y este parecer sigue el mayor resto de los aficionados a sus obras. Y yo, que en el ingenio de tan grande poeta ni he conocido término ni he hallado suelo, sin desistir de mi primer intento, con facilidad me acomodo también a este. El poema lírico pide estilo suave, palabras vivas y amorosas y dulzura y profundidad en el concepto, para que las consonancias y sentencias entretengan en la música o lira, de donde tomó el nombre este poema, como dice Rodiginio. Don Luis cumplió tan fielmente estas obligaciones que el ingenio más presumido desespera el poder imitarlo, hallándolo adornado de una claridad artificiosa y una sutileza suave. Y así me atrevo a decir de él, como Quintiliano de Horacio, que sus versos están llenos de gracia y donaires, que sus figuras son hermosas, sus atrevimientos agradables y que últimamente él es casi solo digno de ser leído: ipse fere solus legi dignus est in iucunditatis et graciae et variis figuris et verbis felicissime audax. Den ejemplo estas letras, siendo suerte y no elección trasladarlas, que ocurrieren antes: Burlas de tortolilla y al tierno esposo dejas en soledad y quejas, vuelve después gimiendo, recíbete arrullando, lasciva tú si él blando, dichosa tú mil veces, que con el pico haces dulces guerras de amor y dulces paces. Testigo fue a tu amante aquel vestido tronco de algún arrullo ronco, testigo también tuyo fue aquel tronco vestido de algún dulce gemido, campo fue de batalla y tálamo fue luego árbol que tanto fue perdone el fuego. Mi piedad una a una contó aves dichosas vuestras quejas sabrosas, mi invidia ciento a ciento contó dichosas aves vuestros versos suaves. Quien versos contó y quejas las flores cuente al mayo y al cielo las estrellas rayo a rayo. Y para que se conozca la misma dulzura en metro más grave, dentro de la esfera de lo lírico, léase este soneto a doña Brianda de la Cerda, pasando a México con sus padres: Al sol peinaba Clori sus cabellos con peine de marfil, con mano bella, mas no se parecía el peine en ella, como se obscurecía el sol en ellos. Cogió con lazos de oro y al cogellos segunda mayor luz descubrió aquella delante quien el sol es una estrella y esfera España de sus rayos bellos. Divinos ojos, que en su dulce oriente dan luz al mundo, quitan luz al cielo y espera idolatrarlos Occidente, esto Amor solicita con su vuelo, que en tanto mar será un arpón luciente de la Cerda inmortal, mortal anzuelo. Al buen gusto que suelen los celos dejar a los amantes: Las flores del romero = folio 62. A una dama celosa, romance, en el cual no tuvo fiel copia quien estampó sus obras: «Las Auroras de Jacinta» (folio 228, página 2). Aquella deidad del Tajo llorosas tiene una ausencia, celosas tiene un temor, que han hecho soles y sombras campañas de dos a dos. Sus memorias enemigas Jacinta al campo sacó por ver si en el campo vence batallas del corazón. A las lisonjas del prado el calzado jazmín dio, soberbia contra el abril, contra el agosto favor. Verdes galanes del soto, olmos, la reciben hoy que la temieron por nieve y la juraron por flor. Músico arroyo la duerme. Serranos de Manzanares milagros hace el amor, yo he visto llorar el cielo, yo he visto celoso al sol. Al rendimiento de un amante y porfía del amor: Ya no más, ceguezuelo hermano, folio 68. DonLuis de Góngora fue maestro de lo satírico y jocoso 4 Cuestión ha sido controvertida, y su resolución no poco dudosa, qué estilo ha de guardar la sátira. Algunos dicen que ha de ser oscuro y dificultoso, lo uno porque la fealdad del vicio que reprehende no lleve descubierta la cara y ofenda el recato de quien la leyere y lo otro porque sea como la píldora que se receta cubierta de oro para que al enfermo le brinde su hermosa apariencia y lleve rebozado su amargor y desabrimiento. De este parecer he visto personas bien entendidas, y con ellas el licenciado Francisco Cascales en una de sus epístolas. Otros sienten que el estilo de la sátira ha de ser fácil y claro, vulgar y humilde, usando de versos puros y frases propias, así lo siente Horacio y el mismo licenciado Cascales en sus Tablas. La razón es porque siendo su fin reprehender los vicios es conveniente retórica el ajustarse a términos que todos entiendan. Don Luis usó en ella de ambos estilos y para conmigo su autoridad sola puede hacer opinión bastantemente segura. La regla general para este poema parece peligrosa porque no todo lo que es sujeto de la sátira conviene que se muestre con claridad, ni sea para la vista de todos: antes tal vez importa ponerle velos para que parezca decente a los ojos más modestos. Adelantose don Luis en este género de decir conocidamente a todos los ingenios de España, sin que haya quien niegue esta ventaja, ni aun la dificulte. Picó con todo donaire y reprehendió con singular agudeza, pero no sin ofensa de muchos que fueron (y aún hoy lo son) fiscales perpetuos de su fama. De ejemplo le podrán servir, ya que no de disculpa, los más celebrados ingenios del mundo, tocados de tan peligroso contagio. Si bien al celo católico no hay cosa que satisfaga tanto como el conocido arrepentimiento que tuvo en la madurez de su edad, diciendo ordinariamente con Lipsio: utinam rebocare fas sit atque etiam delere. No sea permitido a la imprenta lo que ofendió al decoro de personas particulares. Y es justo perdonar tan sazonadas vivezas. Y piérdanse tesoros tan peligrosos y nadie aumente su crédito con pérdida de reputación ajena. Entre los escritos que con menos escrúpulo pueden divertir el ingenio se valió mi elección de las siguientes, puesto que la imprenta les ha vadeado el peligro. Ejemplares para el estilo dificultoso Al túmulo que la ciudad de Córdoba hizo en las honras de la reina nuestra señora doña Margarita de Austria, en ocasión que llovió mucho: Ícaro de bayeta, si de pino, folio 235, página 2. A una dama que se dejaba llevar del interés: Mientras Corinto en lágrimas deshecho, folio 17. Al engaño con que los ojos juzgan las cosas: Cuán venerables que son, folio 6, página 2. Burla de un lugar de Plinio el cual dice que poniendo una rana viva sobre el menstruo de la mujer, hasta que allí muera, le hace aborrecer el adulterio: En la manchada holanda del tributo, folio 29. Ejemplares para el estilo claro de donLuis de Góngora Al túmulo que hicieron las ciudades de Jaén, Écija y Baeza en las honras de la reina doña Margarita: Oh bien allá Jaén, que en lienzo prieto, folio 137. Contra algunos inconvenientes que suceden a hombres poco cautelosos: Allá darás rayo, folio 268, página 2. Contra los que no quieren notar sus faltas: Que pretenda el mercader, folio 76. Contra algunas apariencias hipócritas: Tejió de piernas de araña, folio 76, página 2. Lo mal ganado poco luce: Los dineros del sacristán, folio 68. A un caballero de malas costumbres, que blasonaba de su linaje y armas, no siendo así: ¿Quién es aquel caballero, folio 202. Don Luis de Góngora fue el primero en burlesco § 5 A lo burlesco, jocoso y entretenido dio don Luis las primeras (pero sin segundas) pinceladas, mostrando y haciendo camino a los principios, al mismo punto que ponía él el non plus ultra a los fines. En su escuela se han aprendido cuantos donaires ilustran la poesía española, sin que Marcial ni Plauto hayan sido superiores a nuestro poeta. Hoy se halla esta parte tan válida en certámenes poéticos, comedias y libros que se juzga una de las más importantes y que más solicita todos los buenos gustos. Ejemplares jocosos A Esgueva, río que limpia a Valladolid: ¿Qué lleva el señor Esgueva, folio 138, p. 2. Fábula de Hero y Leandro: Aunque entiendo poco griego, folio 102, Arrojóse el mancebito, folio 206. No le faltó a donLuis de Góngora espíritu para lo sacro § 6 El genio de nuestro poeta fue universal para todas las musas, sin dejar puerto alguno que no le costeara al Parnaso. Y así por cualesquiera parte de sus obras siempre camina la atención, hallando fértiles espigas y abundantes cosechas. Parece que con plena jurisdicción se subdelegaron Marcial donaires, Plauto elocuencia, Ennio comprehensión, invención Furio, suavidad Propercio, dulzura y grandeza Virgilio, Persio energía, destreza Horacio, Catulo agudeza, Ovidio facilidad y Sannazaro su espíritu. Estos ejemplares y otros muchos que están en sus obras me sacarán del empeño. Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor: Pende de un leño, traspasado el pecho, folio 25. A la translación de una reliquia de San Hermenegildo al colegio de su nombre En la compañía de Jesús de Sevilla: Hoy es el sacro y venturoso día, folio 42, página 2. Al amor que Cristo nuestro señor muestra al hombre en el Santísimo Sacramento: Oveja perdida, ven, folio 76. A la dureza incrédula del judaísmo Cuál podréis, Judea, decir, folio 73.Al parto virginal de la Purísima Virgen Caído se le ha un clavel, folio 78, página 2. Al nacimiento de Cristo nuestro señor Nace el niño y velo a velo, folio 122. DonLuis de Góngora trató con propiedad lo cómico § 6 En la poesía escénica se ejercitó menos nuestro poeta, mostrando con advertido descuido la comprensión que tuvo de las leyes que los antiguos pusieron a este poema; porque viendo el punto en que están hoy en España las comedias, se consideró obligado y sujeto, o a faltar a ellas en el arte, o a los oyentes en el agrado, efectos en su estimación incompatibles. La comedia, si hubiéramos de creer a los autores clásicos, es una acción humilde que usa de lenguaje casero y vulgar (perdone el Amphitruo de Plauto), induciendo los ánimos a risa y pasatiempo. Y ha de estar tan ajustada a esta sencillez y llaneza que le niega Aristóteles las metáforas: nam comici poetae translationibus non utuntur. Y en otra parte dice que no pide estudio ni cuidado: comedia vero quia in ea nullum studium positum est fefellit. No han ignorado estas leyes nuestros poetas, pero o se han dejado guiar de más acertado dictamen suyo o de más sazonado gusto del vulgo y no de los preceptos del arte, de lo cual haciéndose entendido el príncipe de las nuestras dijo: Verdad es que yo he escrito algunas veces siguiendo el arte que conocen pocos, mas luego que salir por otra parte veo los monstruos de apariencias llenos, a donde acude el vulgo y las mujeres que este triste ejercicio canonizan, a aquel hábito bárbaro me vuelvo y cuando he de escribir una comedia, saco a Terencio y Plauto de mi estudio, para que no me den voces, que suele dar gritos la verdad en versos mudos. Yo me persuado, sin desestimar lo dicho, a que la bizarría las tiene hoy en más alto punto que supieron darles Atenas y Roma, porque en las nuestras halla majestad y grandeza el épico, flores y dulzuras el lírico, severidades el trágico, burlas el cómico y libertades el satírico; la variedad las compone, la grandeza de las personas las autoriza y el decoro las hermosea. La calificada aprobación de los buenos dictámenes (dichoso atrevimiento de los ingenios de nuestro siglo) ha mostrado otro arte diferente del que publicó Aristóteles, que Homero, Virgilio y Plauto quebrantaron tantas veces. Díjolo eruditamente don Francisco de Barreda, pero gánole a mi sentir por la mano, si bien con tan buen padrino salgo más confiado a la tela. La imitación prudente de las acciones humanas es el norte de la poesía y ésta siguen nuestras comedias con más atención y certeza que cuantas gozamos antiguas. Pregunto yo, ¿por qué no se han de mezclar pasos alegres con tristes, graves con humildes, si los mezcla y eslabona la misma Naturaleza? La comedia es retrato de las obras; pues si es retrato, claro está que ha de referir y parecerse a su imagen. Aquella comedia será perfecta (bien sea el sujeto grande, bien humilde) que con puntual propiedad y prudente conveniencia imitare la acción que retrata. No es bien introducir indecencia alguna, si no se le ha de seguir ejemplar castigo. Hoy las aplaude España y las honesta, por ser escuela general para el ajustado proceder de todos, porque en ellas la virtud se ha de ver premiada y aborrecido el vicio. El príncipe siempre ha de ser severo, la dama honesta, el viejo recatado, el galán cortés y el criado entretenido, sin que en las mujeres nobles tengan disculpa los desaciertos (no sé con qué razón puedan sentir otra cosa las Academias del jardín), ni en los hombres principales las bajezas. Si ya no es que la verdad del asunto obliga a ello, que en este caso no hablan las leyes de la poética, porque refiere narración cierta y no fingida y así pertenece a la jurisdicción de la Historia, con que tiene lugar la doctrina de Horacio, cuya observancia dice que si la comedia trata de narración cierta, sigamos la fama, y si de ficción, la conveniencia: aut famam sequere, aut convenientiam finge. Fue don Luis de Góngora tan eficazmente aficionado a los antiguos que parece que pasó a superstición su respeto, pues sólo por la fe de los aciertos de Grecia o Italia se negó a las evidencias de España. Escribió Las firmezas de Isabela, el Doctor Carlino y la Venatoria, si bien ninguna quedó acabada, si no es la que intituló El mundo al revés (aunque esta no la hallo en sus obras). De éstas puede sacar preceptos Terencio y Plauto y, aunque imperfectas, basta para que por todos caminos se haga conocido el singular talento de nuestro poeta. Proposición séptima. DonLuis de Góngora fue el mayor poeta de España Aunque cualesquiera comparación engendra aborrecimiento y parezca empresa culpable querer censurar ingenios tan superiores, no puede la inclinación (por más que el recato los modifica) enfrenar los afectos, pero aunque el empeño parezca grande, ni a la Justicia le saldrán colores al rostro por la resolución, ni tendrá mi dictamen temor de los riesgos de este juicio, supuesto que se presenta acompañado de valedores tan seguros. Hoy se han de poner a un lado y dar lugar a esta competencia, el orador de don Alonso de Ercilla, el espíritu de Cairasco, las divinidades de Figueroa, la suavidad de Luis de Camoens, los laureles de Hernando de Herrera, la viveza del conde de Salinas, la profundidad del doctor Mira de Mescua, los pinceles de Josef de Valdivielso, los conceptos de Ledesma, la agudeza del conde de Villamediana, los aciertos de don Pedro Calderón, los pensamientos de Alonso de Bonilla, la facilidad y erudición de los Lupercios, las flores de Anastasio Pantaleón, los afectos de Villaizán, la valiente erudición de Pellicer, los donaires del doctor Salinas, la gala de don Antonio de Mendoza, que aunque los crio el cielo tan aventajados, ellos se han querido hacer menos conocidos. Y aunque los unos y los otros son estrellas que felizmente han influido la poesía española, su noble naturaleza gusta ceder su derecho y abatir su estandarte cuando pudiera cada cual hacer campo y desafío de luces a los luminares mayores. Ilustres esfuerzos dio a la poesía y lengua española el famoso cordobés Juan de Mena, cifrando en sus versos grave imitación de poetas latinos, agradable ficción de objetos, briosa facilidad de genio, con erudición continua y noticia de buenas letras. Más cortés debió de ser la presunción de aquel siglo, pues afectando este poeta la obscuridad por tantos caminos, tomándose ordinariamente peligrosas licencias y tropezando a cada paso en cuantos vicios de la oración notan los retóricos, no le huyeron los laureles de Apolo, ni le faltó el valimiento del príncipe, ni dejaron de lisonjearle los aplausos de la fama. Obtuvo el principado de la poesía castellana sin que le despojara de tan justa posesión la calumnia, ni aun la emulación le perturbara. Pero llegó el excelente poeta Garcilaso de la Vega con mejor cultura de estilo, más suave mensura de versos y más pulido adorno de frases, con que siendo ambos luceros hermosos, los anocheció el uno cuando amaneció el otro. Diose a conocer tan superior ingenio, hízose lugar, aun tomó el preeminente, entre cuantos españoles pretendieron asiento en el Parnaso y sus merecidas honras, cuando no hubieran tenido otro triunfo que la protección y finezas de nuestro invencible emperador Carlos Quinto, ejecutadas en vida y en muerte, varón benemérito. Ellas mismas, aun viviendo muy oprimidas y reclusas, certificaron su prelación por general aclamación en el teatro de aquellos tiempos. Encargose la eternidad de sus escritos, celebrándolos todos los bien entendidos y aun la misma Envidia parece que no ha tenido cara para perderles el respeto. Ilústranlos con célebres notas el Maestro Francisco Sánchez el Brocense, Hernando de Herrera y últimamente don Tomás Tamayo de Vargas, cuya bizarra erudición dando leyes a los comentadores le ha tejido el laurel más victorioso. Pero ni la Naturaleza apuró allí el caudal, ni le faltan prodigios que obrar hasta el fin del mundo. Tenga cada uno firme su balanza o porfíen cuanto quisieren o la Cortesía o la Justicia, pues cuando nos conformemos en que estos tres ingenios en lo natural corrieron iguales parejas y felicidades, comparada la lección de don Luis de Góngora con los dos, o bien por el agrado y fuerza del uso, o bien por las mejoras de nuestro siglo. Hallaremos que es de más gusto, porque se hermosea más con lo jovial y festivo; más varia, porque se acomoda a todo género de poesía, y de más provecho, porque nos sirve de llave maestra para abrir cuantos secretos nos había recatado la retórica. Con atención hoy en el año de 635 las voces que a fuerza de bien ponderados conceptos y no vistos aplausos dieron el principado de la poesía española y laurel de Apolo (sin guardar a nadie la casa) al genio más abundante de nuestro siglo, a la dulzura más fácil y conceptuosa que vieron los pasados: Lope de Vega Carpio, abono no solamente de su fama, sino de cuantas cosas le prohijaron el nombre. Pero nadie ignora que los créditos de los poetas tienen menos jurisdicción en la verdad que en el deleite. Luciósele en tan celebradas honras la protección del más glorioso mecenas, el excelentísimo duque de Sessa, y la piedad del más cortés y agradecido discípulo, el doctor Juan Pérez de Montalbán, que cuando más lastimosamente nos da a sentir aquella muerte, nos consuela con mostrarse substituto de su espíritu. La barra tiraron los hipérboles hasta donde no creyeron llegar las agudezas, pero ya que en aquel libro viven imperiosamente embargadas todas las alabanzas y ocupados los encarecimientos y ya que la diligencia ejecutó créditos tan cortesanos, valgámonos aquí de las demostraciones, pues nos las dejan libres. Y vuelvan por mi empeño las experiencias, pues quien a luz desengañada mirare las cosas, hallará que entre cuantos poetas galantearon las Musas (concediendo a Lope de Vega y sus imitadores la primacía en lo cómico) y les rondaron la puerta a la retórica, sólo don Luis fue el admitido por dueño y quien a fuerza de estudio rompió la cárcel a la erudición castellana; verdad que conocerá cualesquiera mediana advertencia, tan sin fatigarse en los sudores que a cada paso tropezará en los desengaños. Fe de erratas pág. 16 línea 10 de juicio; lee de este juicio pág. 20 línea 8 heroica, lee heroico pág. 22 línea 1 Pisierga, lee Pisuerga pág. 32 línea 3 dudar, lee duda pág. 40 línea 9 liner, lee lince pág. 22 línea 8 soy, lee so