**** *book_ *id_body-1 *date_1636 *creator_gomez_de_tejada_y_de_los_reyes Introducción 1. Título El docto anticuario Martín Vázquez Siruela (Málaga, 1600 – Sevilla, 1664) observó en su Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora (1645) que en las prosas se ha visto la … mudanza con mayor maravilla, influyendo en ellas y realzándolas el estilo nuevo del creador de las Soledades; que si bien muchos que las hablan o las escriben no atienden a eso, … como ya las formas de su estilo están embebidas en la lengua …, sin sentirlas concibe el entendimiento, y de allí pasan a la conversación y a la pluma obrando con secreta causalidad, como la luz y el aire de que vivimos (Yoshida 1995: 94). Tres siglos más tarde, Sánchez Robayna (1993: 169) señalaría –aunque sin hacerse eco del epigrafista andaluz– que «la huella de Góngora en la prosa de ficción no había sido … objeto de estudio particular»; un análisis –añadía– que «tan solo en el marco de la prosa del siglo XVII tendría que ser considerablemente amplio». Desde entonces, varios trabajos se han venido ocupando de las novelas cortas influidas por el gongorismo y la polémica que suscitaron el Polifemo (1612) y las Soledades (1613-614). Bonilla Cerezo (2019: 213) lo glosa de forma muy instructiva: el rastro de Góngora en la narrativa barroca se cifra en las luminosas citas y agudas rapiñas que los novelistas sacaron de los «poemas mayores», sin orillar las parodias a costa de la escuela culta. No en balde, los volúmenes de Francisco Lugo y Dávila (Teatro popular, 1622), … Lope de Vega (Novelas a Marcia Leonarda, 1621-1624), Tirso de Molina (Cigarrales de Toledo, 1621-1624, y Deleitar aprovechando, 1635), José Camerino (Novelas amorosas, 1624), Juan Pérez de Montalbán (Sucesos y prodigios de amor en ocho novelas, 1624), Alonso de Castillo Solórzano (Tardes entretenidas, 1625; Jornadas alegres, 1626; Tiempo de regocijo, 1627; Lisardo enamorado, 1629; Huerta de Valencia, 1629; Noches de placer, 1631; Fiestas del jardín, 1634; Los alivios de Casandra, 1640; La quinta de Laura, 1649; Sala de recreación, 1649), Juan de Piña (Novelas ejemplares y prodigiosas historias, 1624; Varias fortunas, 1627), Francisco de Quintana (Experiencias de amor y fortuna, 1626; Historia de Hipólito y Aminta, 1627), Jacinto Arnal de Bolea (El forastero, 1636), Andrés Sanz del Castillo (Mojiganga del gusto, 1641), Andrés de Prado (Meriendas del ingenio, 1663) y Luis de Guevara (Intercadencias de la calentura de amor, 1685) ofrecen un rico muestrario de la recepción de sus versos a lo largo y ancho de más de cinco décadas del Seiscientos; y en paralelo a la copiosa riada de cartas, advertencias, apologías y pareceres surgidos … de la controversia sobre las Soledades. Dentro de tan heterogéneo corpus se inserta el León prodigioso. Apología moral entretenida y provechosa a las buenas costumbres, trato virtuoso y político (Madrid, Francisco Martínez, 1636) de Cosme Gómez de Tejada y de los Reyes, con la peculiaridad de que, en este caso, se trata de una novela protagonizada por animales. El talaverano narra el viaje del león Auricrino, monarca de las fieras, y de su escudero Pardalín. Tras combatir a muerte con un dragón, una tormenta los vara en una remota orilla donde se toparán con varios personajes, entre los cuales destaca un perspicaz lebrel. Juntos iniciarán un peregrinaje para salvar a Crisaura, amada del león y víctima del secuestro del despreciable tigre pardal. Dicho planteamiento es pretexto para la interpolación de un rosario de historias alegóricas, poemas y censuras morales que constituirán el verdadero núcleo de la obra. En el apólogo XL, una raposa anuncia a los protagonistas que el pardal va a desposarse con Crisaura. Y para festejarlo tiene lugar una justa académica a la que concurren no pocos ingenios. Los apólogos XLII y XLIII, objeto de la presente edición, incluyen un ramillete de sonetos en los que Gómez de Tejada satiriza el estilo culto. Es aquí donde el León prodigioso converge con la polémica gongorina. Sobre este particular, King (1963: 193) subrayó que las «novelas de aventuras» del siglo XVII fueron las menos propicias a interpolaciones académicas: el novelista tenía un modelo clásico … que seguir el de Heliodoro y Aquiles Tacio, y esto le impedía interrumpir el hilo del relato con las numerosas digresiones poéticas o eruditas tan frecuentes en otros géneros novelísticos. Solo tres novelas de aventuras escritas en este siglo se desviaron del patrón general; dos de ellas son alegorías vaciadas en el molde de la novela bizantina el León prodigioso y el Criticón de Gracián, y la otra … una obra muy tardía, no publicada hasta 1701, en la que la imitación de Heliodoro es muy vaga: la Historia de Liseno y Fenisa (Madrid, 1701) de Párraga Martel de la Fuente. 1.1. La apología y el apólogo Sin duda, lo más interesante del título del León prodigioso es la elección de la voz apología. Como señaló Mancinelli (2019: 13-14) acerca del Examen o Apología por las «Soledades» de don Luis de Góngora contra el autor del «Antídoto» (1617) del Abad de Rute, el uso del término ‘Apología' … evocaba en el Siglo de Oro y dentro de esta riada de dimes y diretes … los textos más relevantes de las polémicas italianas del Renacimiento. Cabe mencionar la Apologia di Monsignor Alessandro Carriero (1583) en defensa de la Commedia del Dante, o la Apologia contra l'autor del Verato de Giasone de Nores (1590) –ambas citadas en el Examen–; amén de las de Aníbal Caro (1558), Giovanni Battista Liviera (1515), la Apologia di Dante de Sperone Speroni (1575), la de Giovanni Savio en favor del Pastor fido (1601) y, sobre todo, la de Tasso en defensa de su Gerusalemme Liberata (1585). Ya el propio Góngora, en su décima «Por la estafeta he sabido» (1615), declaraba que lo habían «apologizado» (v. 2). Pero don Luis adujo el término con sentido negativo (‘censurar', ‘recriminar') y no con el más habitual de ‘defensa'. Según López Bueno (2013: 125), el verbo apologizar se puede prestar a equívocos, lo que –como es bien sabido– hizo tropezar a Jáuregui. … En su Apología por una décima, el abad de Rute recriminó al sevillano por su recriminación: ‘Usó industriosamente de apologar o apologizar, deducido no del nombre de apología, sino del verbo apologo, -as, que, por más que suene el buen Antonio que significa “responder a lo que imputan a uno”, tiene que ver con esto lo que Vm. con el Serenísimo Preste Juan de las Indias'. Cabe plantearse si la del León prodigioso (Apología moral entretenida y provechosa a las buenas costumbres, trato virtuoso y político) sugiere una acepción distinta de las citadas: las «buenas costumbres» no precisan de alegatos, por lo que me pregunto si Gómez de Tejada acudió a la «apología» con el sentido de «apólogo» o «conjunto de apólogos», ya que así encabeza sus cincuenta y cuatro capítulos. Varios autores de entonces la consideraban un sinónimo de «fábula», y así lo corrobora el DRAE en su primera acepción: «1. m. fábula (‖ breve relato ficticio)». Lope, en la dedicatoria a Alonso Sánchez de El desconfiado, también las juzga intercambiables, y en la epístola Al doctor Gregorio de Angulo, regidor de Toledo (La Filomena, 1621) utiliza el sintagma «apólogos de Esopo» (Martín García 1996: 11): Que, puesto que el estilo no tuviese aquella urbanidad, cultura y tropo que a vuestro igual satisfacer pudiese, por ventura, en apólogos de Isopo, de aquestos animales con quien trato y de aquestas mandrágoras que topo, os guisaría mi apetito un plato, aunque no es jovial el genio mío, que fuese tan galán como barato (vv. 4-12, Millé y Jiménez 1935: 178). Hablamos, pues, de un término todavía en litigio. «Apólogo» deriva de «apologus», que los latinos tomaron del griego «ἀπoλóγος» (‘relato'). Los romanos, a su vez, lo adoptarían como tecnicismo de «fábula», pues «fabulae» generaba confusión por designar también a los relatos tradicionales acerca de dioses y de héroes y a todas las intrigas dramáticas, ya fuesen de tragedia o comedia. La palabra «apologus», sin embargo, fue usada por una minoría, probablemente a raíz de la decisión de Fedro de bautizar sus versos con el nombre de fabula. Tras la popularidad de este tipo de narraciones durante la Edad Media, humanistas de la talla de Guarino de Verona, Ermolao Barbaro, Lorenzo Valla y Rinuccio da Castiglione apostaron por ellas como ejercicio retórico y tradujeron a Esopo al latín para aprender la lengua de Homero. El género experimentó en este proceso cambios que afectarían a su ulterior configuración. Según Baranda (2007: 5-12), Leon Battista Alberti compuso sus Apologhi centum (1437) a modo de deleitoso acertijo para el lector, además de añadir nuevos asuntos al repertorio tradicional; después, Bartolomeo Scala (Cento Apologhi morali, 1481) introdujo un mayor desarrollo y concedió protagonismo a seres mitológicos y alegóricos. Por último, a finales del siglo XV, Pandolfo Collenuccio escribió seis apólogos, tres de ellos en forma de diálogo (Misopenes, Filotimo y Specchio d'Esopo). Nótese que Gómez de Tejada pone la mayoría de los capítulos del León en boca de sus personajes, coincidiendo con la última aportación de Collenuccio y aproximándose, por ello, al diálogo renacentista. Ya en España, Juan Luis Vives (De ratione dicendi, 1533) estableció una antinomia entre la «fábula apólogo» (al estilo de Esopo, que conlleva una enseñanza) y la «milesia», que solo persigue el entretenimiento y resulta tan abominable como los libros de caballerías. Tal distinción haría fortuna, calando en muchos novelistas barrocos, incluidos Cervantes y el propio Gómez de Tejada. Según Vives, la virtud del apólogo estriba en que no pretende apariencia de verdad, sino que presenta asuntos increíbles, declarándose desde el principio como ficción, a la vez que alumbra una verdad de importancia para el hombre. En aras de la verosimilitud, postuló que se precisa una coherencia entre los animales de la historia y los valores que representan: Esta narración no atiende a la verdad, y, sin embargo, debe lograr cierto grado de verosimilitud en el sentido de que, tomados en consideración la naturaleza y el carácter de la cosa a la que se hace hablar, le otorgue un lenguaje que, tanto por las sentencias como por las palabras, vaya en consonancia con ella: el león y el águila hablarán con arrogancia, como reyes, airada y espléndidamente, con palabras grandilocuentes y muy brillantes; la zorra lo hará con astucia, con malicia, refiriéndolo todo a su propio provecho; la liebre con timidez; el asno neciamente, de forma descuidada, estúpidamente; la abeja y la hormiga con previsión, diligentemente, con parquedad (Vives 2000: 150). La apología de Gómez de Tejada no deja de plegarse a este requisito, tanto si atendemos al bestiario escogido para las distintas clases de bardos como a los protagonistas de la historia y del diálogo: el pavón compone metros grandilocuentes; el búho, capaz de ver en la oscuridad, propone el más culto de los poemas; los cisnes hacen gala de elegancia con sus sonetos petrarquistas; el león aparece como héroe y símbolo de virilidad; la raposa se muestra astuta y suspicaz. En suma, gracias a los humanistas italianos, el apólogo salió enriquecido de su paso por el Renacimiento: … el nuevo apólogo ofrece filosofía –no simples fábulas de zorras o castañas– y habita en refinados jardines, no entre la gente ruda; se acomoda al soporte más prestigioso del diálogo, no sólo al del relato fabulístico, y se puebla de personajes olímpicos y entes abstractos …. Al aumentar su longitud el apólogo adquiere autonomía, deja de ser necesaria su agrupación en colecciones, cobra valor por sí mismo hasta el punto de que su función sufre un cambio: ya no se limita necesariamente a servir de ejemplo en la demostración o en la argumentación –como decían Aristóteles o Quintiliano– porque en el Renacimiento llega a tener sentido como texto independiente, deja de ejercer solamente una función subordinada al servicio de otro tipo de discursos (Baranda 2007: 12). Pues bien, todas las características atribuidas al apólogo, junto al docere delectando, que el género nunca perdió de vista, tienen equivalente en las del León prodigioso. Entre los pocos estudiosos que la han asediado, González Rovira (1996: 338) apuntó que «si para Menéndez Pelayo se trata de una ‘novela alegórica', Alarcos opina que es una ‘apología moral' que se sirve de la ‘ficción amoroso-caballeresca' con vistas a ofrecer una visión satírica de la existencia». Y según Periñán (1976: 155), su complejidad responde a «una macroestructura superficial que conjuga un bosquejo de fábula esópico-alegórica con elementos y modalidades de la novela bizantina y del poema heroico». Téngase en cuenta que la disposición de la trama medular –el rescate de Crisaura– funciona como un cuerpo en el que, a lo largo de cincuenta y cuatro apólogos, se imbrica un puñado de digresiones. Por ello se ha relacionado el relato con la novela griega, mal llamada «novela bizantina», como lo hace el autor del estudio más amplio que poseemos sobre este modelo, González Rovira (1992: 95; 1996: 343). Asistimos, de acuerdo con los usos de este género, la separación y el reencuentro final de los amantes, cosidos por una peregrinatio amoris que conduce a Auricrino hasta Crisaura. La etiqueta «bizantina», sancionada por Menéndez Pelayo para la novela griega, peca de arbitraria, puesto que los principales modelos del género son anteriores a Bizancio y al cristianismo, y ha sido rebatida en los últimos años: No son pocos los estudiosos que han protestado contra esta denominación, ya impugnándola como Alban Forcione y Jean-Marc Pelorson, ya ignorándola, ya sustituyéndola por otra u otras: así, ‘novelas de amor y de aventura' (Christine Marguet), ‘peregrinaciones amorosas en la edad de la Contrarreforma' (Hanno Ehrlicher), ‘novelas barrocas de aventuras' (Isabel Lozano Renieblas) o, como propone la sección del congreso de hispanistas alemanes de 2015 dirigida por Hanno Ehrlicher y Jörg Dünne, ‘novelas de aventuras áureas'. Michael Armstrong-Roche, por su parte, lo presenta como exponente –tal vez único, y en todo caso aislado– de un género sui generis que denomina ‘epic novel', novela épica (Blanco 2016: 108). A todas ellas habría que añadir la de «libros de aventuras peregrinas» (López Estrada 1980: 276), que es la que mejor describe el material que nos traemos entre manos. Sin embargo, el León prodigioso no sigue todas las claves del género que fundaron en España la Historia de los amores de Clareo y Florisea (1552) de Núñez de Reinoso y la Selva de aventuras (1565) de Jerónimo Contreras, sino que pertenece a una época en que el tono sentimental empieza a desdibujarse en pro del didactismo y la alegoría. Gómez de Tejada fue precisamente uno de los responsables de dicha metamorfosis, reduciendo la historia griega de dos perfectos amantes separados por desdichadas aventuras a un marco para la digresión moral. González Rovira (1996: 332) concluyó que, para una obra que viene a expresar, episodio tras episodio, el desengaño, y que es además perfecto reflejo de la oposición ilusión-realidad que caracteriza la cosmovisión del hombre barroco, son ideales el apólogo o la alegoría explícita –recursos que en Gómez de Tejada aparecen fundidos–, ya que presentan una realidad enmascarada. Por último, los animales del toledano se relacionan, siquiera por uno de sus flancos, con los de las épicas burlescas del Barroco (La Mosquea de José de Villaviciosa, 1615; La Gatomaquia de Lope de Vega, 1634) y sobre todo del Siglo de las Luces (La Burromaquia de Álvarez Toledo, 1744; La Gatomiomaquia de Luzán, c. 1752; La Perromachia de Nieto Molina, 1765…). Bonilla Cerezo y Luján Atienza (2014: 14) aseguran que «el nacimiento de estas guerras paródicas … le debe mucho a otro vivero de carácter más popular, como es la fábula», otro nombre del apólogo, como hemos visto. Al igual que las zoomaquias, el León prodigioso parodia el gongorismo a través de los sonetos que Gómez de Tejada puso en las voces, graznidos o relinchos de los poetas de la justa, adaptando el «pastiche heroicómico» (Genette 1984) a la poesía culta. No sorprenderá, entonces, que, a pesar del menor éxito de la epopeya burlesca con protagonismo animal en tiempo de los Austrias, su renacer «en el Setecientos coincidiera con el auge de la fábula, con la que está hermanada» (Bonilla Cerezo y Luján Atienza 2014: 22). 2. Autor 2.1. Vida y obra El licenciado Cosme Gómez de Tejada y de los Reyes, conocido por otros muchos nombres (Cosme Gómez, Cosme de los Reyes, Cosme Gómez de Tejada, Cosme Gómez de los Reyes, Tejada, Tejeda…), lo que se tradujo en problemas de atribución (Madroñal 1991: 289), nacido en 1593, murió en 1648, luego de publicar una sola obra: el León prodigioso (1636). Arizpe y Madroñal (2018) han señalado que vio la luz en Toledo, aunque siempre se sentiría muy apegado a la tierra que lo acogió desde pequeño y de la que se consideraba oriundo: Talavera de la Reina. No en vano, se afirma «elborense» a la menor ocasión, e incluso proyectó una Historia de Talavera que comenzaría a escribir entre 1647 y 1648 y quedó inconclusa. Desde 1600, estudió con los jesuitas de Oropesa, de los que aprendió humanidades, lenguas clásicas y teología. Cumplidos los nueve años de rigor, saldría de allí hacia 1609 o 1610 (Arizpe y Madroñal 2018: 9). Entre 1612 y 1614, consta como alumno del Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá y terminaría sus estudios de Teología en Salamanca. En 1627 era capellán de las Bernardas Descalzas de Talavera. Gómez de Tejada estuvo muy involucrado en todos los eventos culturales y literarios de su ciudad, prestando ayuda al Ayuntamiento, del que su hermano era regidor perpetuo (La Barrera y Leirado 1968: 173). Fue juez y poeta en un certamen celebrado por la Cofradía de la Minerva en Talavera (1631), y «los predicadores que iban a la ciudad en las fiestas de las Mondas acudían a su casa en busca de ayuda y noticias sobre el origen y características de las fiestas» (Arizpe y Madroñal 2018: 11). En su libro dejó constancia de su espíritu crítico. Demostró un notable conocimiento de los asuntos de política europea, deseando que «España y Francia sean dos balanças y Inglaterra el fiel» (Gómez de Tejada y de los Reyes 1650: f. 103v). Censuró con notable valentía la fiebre nacional de la pureza de sangre, como se desprende de la siguiente cita del León prodigioso… Segunda parte, que a Madroñal (1991: 290-291) le ha sugerido un posible origen converso: ¿Qué me diréis si algún reino de los cristianos excluye de honras, oficios, cargos, dignidades y comunidades a los recién convertidos y viven como infamados entre cristianos viejos? ¿Y qué diréis si a los que se les prueba que su cuarto o su octavo abuelo fue moro o judío sucede lo mismo? Siendo cierto que muchos lo ignoran de modo que aún no saben los nombres de sus abuelos, y con informaciones de papeles, testigos y otras notables diligencias le hacen saber al pobre pretendiente lo que él ignoraba y aborrecía: que es descendiente de tal estirpe. ¿Es buen arbitrio este para establecer la fe cristiana? (Gómez de Tejada y de los Reyes 1732: 209) De entre sus textos literarios, el León prodigioso es el primero del que tenemos noticia. A petición del hermano del autor, Francisco, en 1673 se imprimió una segunda parte a la que Cosme había dado inicio en 1636. El León prodigioso. Entendimiento y Verdad, amantes philosóphicos para exemplo de lo que se debe amar, y de lo que se debe aborrecer, así en la vida privada como en la pública. Segunda parte bien podría haber recibido otro título, ya que poco tiene que ver con su predecesora, aunque persistieron «el sustrato alegórico … y … la intención moralizante y crítica» (Arizpe y Madroñal 2018: 14). Esta secuela impura la protagonizan la princesa Verdad y el príncipe Entendimiento, que viajan desde Élbora hasta Babilonia, donde derrotarán a sus enemigos. A lo largo de la trama, el autor va desarrollando su juicio contra el «mundo al revés», en una sátira que apenas deja títere con cabeza y que no alcanzó el éxito del original. Ya póstumas, además del León prodigioso… Segunda parte, salieron El filósofo (Madrid, Domingo García y Morràs, 1650), que dejó lista para la imprenta, y la Nochebuena (Madrid, Pablo de Val, 1661). La primera, escrita en latín y luego traducida al romance, aborda, con ánimo de divulgación científica, temas que van de la física a la política, pasando por la economía doméstica. La segunda es una recopilación de cuatro autos alegóricos. Se inicia con la descripción del nacimiento de un niño el 24 de diciembre «que, a medida que se desarrolla, permite intercalar cancioncillas (villancicos sobre todo)» (Arizpe y Madroñal 2018: 15). También escribió comedias de relativo éxito, pero, por desgracia, no ha sobrevivido ninguna. La Historia de Talavera parece haber sido un encargo del Ayuntamiento y da cuenta de la geografía, demografía, clima, historia y carácter del municipio, incluyendo la pintura de la Ermita del Prado y de la fiesta de las Mondas. Como colofón, ofrece una nómina de hijos ilustres. Madroñal descubrió las primeras composiciones conocidas del autor –textos inéditos y nunca antes atribuidos–, firmadas por el «bachiller Constancio» y reunidas en la Floresta espiritual (Toledo, Tomás de Guzmán, 1613) de Mateo Fernández Navarro. «Constancio» asoma con frecuencia en la obra de Gómez de Tejada como su álter ego. Así, en el León prodigioso… Segunda parte (1673: 188-189) se lee: encontraron a Constancio, un estudioso sacerdote. Saludáronle y, habiéndole informado del suceso y conferido sobre él, le preguntaron en qué se ocupaba y qué papel era el que traía en las manos. Respondió que meditaba la vanidad del mundo, huyendo de él y de todas sus cosas –que son Nada– a tan apacible soledad, adonde lo hallaba todo, y que, con ocasión de lo que estos días de feria había pasado en Élbora …, había compuesto un poema que inscribía, El Todo, correlativo al que otro tiempo escribió, La Nada. Nótese que La Nada, bautizada «poema tropológico», había aparecido en el León prodigioso (1636: 409r-440r). En los dos apólogos que edito se registra otra alusión al clérigo: la raposa celebra un tratado escrito por «un poeta elborense de la Carpetania» (1636: f. 292r), perífrasis que se refiere a la ciudad de Talavera y, por ende, al escritor. Y el susodicho Constancio hará nuevo acto de presencia en la Nochebuena (1661: 15): En la antigua y gran ciudad de Élbora, … adonde con alegres demostraciones, como en toda la cristiandad, se celebra la festividad del nacimiento de Jesucristo, nuestro bien, Constancio, un sacerdote dado a los estudios de todas las buenas letras y hábitos morales, y don Félix, un caballero su amigo …, convinieron un año en celebrar afectuosos y liberales la noche de Navidad …. Para esto se encargó Constancio de escribir un diálogo pastoril con su prólogo y los himnos convenientes a la música de tales días. Además de estos versos con pseudónimo, Madroñal halló otros compuestos para el Certamen poético de Minerva al Santísimo Sacramento en la fiesta que celebra la Cofradía de la Minerva, en la perrocchial del señor San Pedro, en la noble villa de Talavera (1631). Y participaría también en una justa toledana de 1616, publicada en la Descripción de la capilla de Nuestra Señora del Sagrario (1617) de Pedro de Herrera. Tradujo con finura a Ausonio (Quod vitae sectabor iter) y a Horacio (Beatus ille), paráfrasis que recogería el tomo IV del Parnaso español. Colección de poesías escogidas de los más célebres poetas castellanos de López de Sedano (1776: 100 y 105). Por último, se dispersaron un manojo de sus versos en cartapacios misceláneos: en la Biblioteca de Lisboa se guarda un manuscrito (2041), datado en el XVII, que contiene largos poemas filosóficos de nuestro licenciado; y otros veinte del León prodigioso en un códice, con letra del XIX, de la Hispanic Society: Poesías de Diferentes Poetas Castellanos Ynéditas o poco conocidas (ms. XCIII). Asimismo, se le viene atribuyendo el auto de El niño perdido (Biblioteca del Instituto del Teatro de Barcelona, vitrina A, estante 5). En cuanto al par de apólogos contra la poesía culta que editamos, despertaron el interés de Alarcos García (1945), quien les dedicó un artículo en el que resume el argumento para rescatar un texto injustamente olvidado. Dos décadas después, Periñán (1976) publicó una edición diplomática precedida de un estudio. Recientemente, el León prodigioso ha sido rescatado, también sin glosas, por Arizpe y Madroñal (2018). Nuestro autor tuvo en su tiempo y más tarde cierta honorable notoriedad. Barrera y Leirado emitió un juicio favorable en su Catálogo Biográfico y Bibliográfico del Teatro Antiguo Español (1860), aportando datos sobre su vida y una relación de su obra dramática y en prosa (1968: 173-174). Defiende que la novela del León prodigioso «va interpolada de excelentes versos» y subraya el «mérito» de los autos y «su pureza de estilo». 2.2. Estado de la cuestión Abraham Madroñal (1991: 288-289) reunió una gavilla de críticos e historiadores que elogiaron al elborense: Adolf Friedrich von Schack (1887: 236) afirmó que «compuso un número considerable de autos, especialmente al Nacimiento», como los cuatro recopilados en la Nochebuena. Adolfo de Castro (1857: 535) cita su traducción del Beatus ille horaciano, abundando en que «fue un ingenioso autor del XVII, poeta y filósofo moral de muy buen gusto literario y de mucha ciencia»; y Milego (1909: 153), en cambio, tropezó al llamarlo Cosme Gutiérrez y confundir el León prodigioso con un auto. Como ya se indicó, Menéndez Pelayo (1974: 831) le dedica una nota de su Historia de las ideas estéticas en España (1903), situándolo entre los impugnadores del culteranismo, como alumno de Baltasar de Céspedes y miembro de la Escuela de Salamanca. En su Biblioteca de traductores españoles (1952), el polígrafo apostilla, no sin razón, que «el retumbante e impropio título de León prodigioso ha hecho a muchos condenar este libro sin leerle. Es una colección de cincuenta y cuatro apólogos, entre sí enlazados, ingeniosa y discretamente escritos, entremezclados con poesías sueltas y seguidos de un poema bastante indigesto, cuyo título es La Nada» (Menéndez Pelayo 2008: 139). No opinaba lo mismo de la segunda parte, «oscura y pesada, aunque no mal escrita» (2008: 140). Willard F. King (1963: 193) clasificó al León prodigioso como una novela de aventuras opuesta al patrón general de novela al socaire de Heliodoro y Aquiles Tacio. Gómez de Tejada quiso escribir una alegoría vaciada «en el molde de la bizantina … con digresiones poéticas o eruditas tan frecuentes en otros géneros novelísticos». Según Antonio Prieto (1982: 143), esta obra fusiona la novela griega «con el apólogo y el héroe de caballerías bajo la suma horaciana de lo útil y deleitable». Y Pedro Ruiz Pérez (2010: 267) cuenta al toledano entre los escritores barrocos que cultivan la narración de peregrinaciones, haciendo una relectura alegórica de las mismas. Gómez de Tejada tenía ideas firmes sobre el oficio de poeta, como evidencia en el apólogo XLI (De la poesía, su origen, pobreza y peregrinación, f. 275r), donde resume en breves palabras la principal tesis de la Poética de Aristóteles (la poesía es imitación y no verso) y una de las declaraciones más famosas de Horacio en el Arte poética, 372 (no se permite a los poetas ser mediocres (mediocribus esse poetis non dii, non homines, non concessere columnae) : A cuantos escriben versos llama poetas y a no pocos porque los desearon escribir …. Volviendo a mi asunto, digo que no entienden, o no se dan por entendidos, que la poesía es arte de imitar con palabras, sea en verso, sea en prosa. La cual verdadera imitación perfecta de todas sus circunstancias es acción dificultosa y que no la permiten medio los dioses, los hombres, ni los teatros, como a otras ciencias y artes. Lejos de reducirse a la carrera eclesiástica, se sintió atraído por el estudio y se entretenía «en las letras humanas, a las cuales siempre fue aficionado» (1636: f. 7v). Parece haber practicado una suerte de humanismo ecléctico con aspiraciones enciclopédicas, alcanzando saberes tan dispares como los que luce en El filósofo. Defensor a ultranza de la claridad y «amante de los motivos sencillos» (Madroñal 1991: 299), se cebó con los cultos, pero también con los que carecen del bagaje que necesitan los verdaderos poetas, abrazando a menudo las autoridades latinas para rebatirlos. Por el contrario, alabó a otros que juzga de estilo menos afectado, como La Celestina de Fernando de Rojas. Se lo estima, en fin, un abanderado del enseñar deleitando –lema que ya se percibe en el mismo título del León prodigioso–, de ahí su gusto por la alegoría y la parábola. Su obra se caracteriza por su desparpajo, humor e ironía, palpables desde el mismo proemio. He aquí un ejemplo: «Lector» llaman los prólogos al que lee, al que oye y al que, sin leer ni oír, censura acciones diversas en su razón sustancial. … A quien se humilla, aniquilas; a quien se ensalza, deprimes; las disculpas fiscalizas delitos, las advertencias condenas ignorancias; si me quejo de tu envidia, presumo méritos, si la desprecio es acto de virtud y objeto de su veneno; si te llamo pío, benigno, cándido, benévolo, amigo, de ninguna cosa tienes menos y ninguna conoces más. Piérdense mis lisonjas y páganse con risa. Si te llamo curioso, es desaliñado epíteto, si cristiano, bien puede leer un infiel; si docto, pensarás que solamente hablo contigo (1636: f. 7r). Según veremos, el licenciado demostraría su agudeza en la composición de versos, lo cual se aprecia en los sonetos de estos apólogos, en los que imita, a la vez que critica, diversas escuelas de la época: gongorismo, petrarquismo y sátira. Con otras palabras: pone en solfa varios excesos de la ya de por sí excesiva corriente culta, que en más de una ocasión imitará sin empacho. 3. Cronología La editio princeps del León prodigioso se imprimió en 1636. La fecha de la aprobación de Francisco de Macedo, la licencia y la suma del privilegio datan de diciembre de 1634, pero la génesis del libro se remonta a la época de estudiante de Gómez de Tejada en Salamanca. En su prólogo, rememora: Escribí unos quince o dieciséis apólogos, y comunicándolos con algunos amigos, en particular con el maestro Céspedes, que lo fue mío, y le alcancé en su última edad …. Aprobó mi asunto, censurándole útil para conseguir no sin deleite lo honesto. Dejé la universidad y, pasados muchos años en otros estudios y ocupaciones, acaso revolviendo papeles, encontré los apólogos casi olvidados que antiguamente escribí. Acordeme de la censura de mi maestro, leilos; el amor de padre me obligó a mirarlos como hijos (Gómez de Tejada y de los Reyes 1636: f. 7v). Se colige sin dificultad que después los corrigió, doctrinó y vistió «al uso, pero honestamente», para darlos a las prensas. Considerando que el licenciado se hallaba en Alcalá en 1613 y que su maestro, Baltasar de Céspedes, murió en 1615, el período de redacción del libro oscilaría entre 1614 y 1634. Es imposible adivinar cuándo decidió retomarlo, lo cual no impide que, a través de las referencias de los apólogos XLII y XLIII, podamos hacernos una idea del momento en que se compusieron. Por ejemplo, el que uno de los participantes en la justa del Pardal sea un papagayo acaso evoque la Relación de las fiestas que la insigne villa de Madrid hizo en la canonización de su bienaventurado hijo y patrón San Isidro, con … los versos que en la justa poética se escribieron (Madrid, 1622) de Lope de Vega, para quien «hablar puramente castellano es usar aquellas locuciones y términos que sufre su dialecto y no con cuatro frasis andar toda su poesía al torno, diciendo siempre una misma cosa, con que parecen papagayos de su inventor, o que se prestan unos a otros las mismas palabras» (85). No extrañaría, entonces, que los dos apólogos de Gómez de Tejada fueran algo posteriores a la Relación. Al final del XLIII, Pardalín pone sobre el tapete que «la dignidad culta» se alcanza «con pocas frases y palabras de memoria (a diez o veinte las reduce un ingenioso anticulto)» (1636: f. 295v). Lo más probable es que el escudero aluda con estas palabras a la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer «Soledades» en un día (juguete del Libro de todas las cosas y otras muchas más, 1631) de Quevedo, ya que Gómez de Tejada parece haberse nutrido más de una vez para sus parodias de esta célebre obrilla: Aguja para navegar cultos con la receta para hacer «Soledades» en un día (1631) | León prodigioso (1636) «Quien quisiere ser Góngora en un día, la jeri –aprenderá– gonza siguiente» (vv. 1-2) | «Sus que penetra piro, diente eburno» (Búho, v. 9) «fulgores, arrogar, joven, presiente» (v. 3) | «gira en corales ya, vibra en fulgores» (Papagayo, v. 8) «no empero su tridente, jovenetos» (Búho, v. 2) «candor, construye, métrica armonía» (v. 4) «señas traslada, pira, frustra, arpía» (v. 8) | «Bélica honestidad, entre candores» (Papagayo, v. 1) «Marte al amor construya parapetos» (Búho, v. 7) «Candor, si no pirausta, que Anfitrita» (Búho, v. 5) «poco, mucho, si, no, purpuracía» (v. 5) «cede, impide, cisuras, petulante» (v. 9) «anden listos livor, adunco y poro» (v. 14) | «poco cede, si mucho adunca, abetos» (Búho, v. 6) «si bien, disuelve, émulo canoro» (v. 10) | «que fue de quejas émulo, sonantes» (Papagayo, v. 6) «Use mucho de líquido y de errante» (v. 12) | «enciende Aurora púrpuras, errantes» (Papagayo, v. 3) Por último, se cita en el primero de nuestros apólogos, a propósito del soneto del rocín y para ilustrar la servidumbre a la que obliga la rima, una epístola en tercetos de Lupercio Leonardo de Argensola, dirigida a Fernando Soria Galvarro e impresa en las Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola (1634: 339-340, vv. 76-78), cuyo decurso editorial resultó laborioso: Hubo una edición princeps de las Rimas de Lupercio y Bartolomé Leonardo de Argensola impresa en 1633, con toda seguridad una edición no puesta a la venta, pero que sirvió de base para la denominada primera impresión zaragozana de 1634, que a su vez cedió el paso a la segunda impresión zaragozana del mismo año, aunque lo más probable es que esta se terminara de imprimir durante los primeros meses de 1635, pero sin que se cambiara la fecha del colofón (Dadson 2010: 75). Tampoco debe descartarse que Gómez de Tejada leyera la epístola «Yo quiero, mi Fernando, obedecerte» en una versión manuscrita anterior a la mencionada edición póstuma que salió en letras de molde en Zaragoza, cuidada por el hijo de Lupercio, Gabriel Leonardo de Albión. Como recuerda López Bueno (2001: 264), «cierto ambiente de academia sospechó con buenas razones Dámaso Alonso entre Medrano, Soria y los Argensola», de lo que es testimonio la elocuente referencia incluida en la dedicatoria final que hace don Pedro Venegas de Saavedra a don Alonso de Guzmán, en Sevilla, a 30 de octubre de 1604; ha enseñado los Remedios de amor a unos cuantos amigos: “Solo los han visto don Juan de Arguijo, don Juan de Vera, Fernando de Soria y don Francisco de Medrano. A los Leonardos los enviaré a Zaragoza, donde ahora se hallan ambos hermanos …, y les pediré, como a maestros que son, su parecer y censura” (López Bueno 2001: 264). Lo cierto es que la pareja de aragoneses promovió una amplia difusión de sus versos antes de editarlos en 1634. Así, José Manuel Blecua exhumó 35 volúmenes manuscritos, la mayoría de los cuales contienen más de 20 poemas de los Argensola (1980: 293), haciendo notar que «los mejores manuscritos que han transmitido obras poéticas del Barroco son los de los admiradores de Góngora y los Argensola». Según Cacho Blecua (2009: 204), la epístola que nos interesa se escribió en Nápoles, antes, por lo tanto de 1615, fecha en la que Bartolomé ya era canónigo del Salvador de Zaragoza. No es posible fijar el momento en que la conoció Gómez de Tejada, entre 1615 y 1634, fecha de las aprobaciones del León prodigioso. Parece probable que fuera a través de uno de los numerosos manuscritos que acabamos de referir. Por otro lado, el autor del León prodigioso se haría eco de los escoliastas de las Soledades de Góngora, a los que no les faltaron detractores. El apólogo XLIII parodia tanto el estilo culto como las glosas altisonantes y divagatorias de los eruditos de altos vuelos que comentan a los poetas latinos, de los cuales Góngora sería una suerte de epítome. Según la raposa, se quiebran y nos quiebran las cabezas en contar historias y fábulas de que están llenos los libros y dejan sin declarar los lugares dificultosos que había de ser su principal cuidado, tengo para mí que porque no los entienden. ¡Oh, qué de ejemplos te pudiera traer para probarlo indubitablemente de comentadores latinos! Los de nuestra nación, si algunos hay, ni acuso ni defiendo (1636: f. 291r). Es más, el apólogo XLIII incluye un chocarrero escolio del soneto del búho en el que Gómez de Tejada parece aludir indirectamente a Pellicer y Salcedo Coronel: El clarín por ser instrumento músico, también se ha de tratar de la música, y por consiguiente, de todas las artes liberales …. Es menester trastornar toda la Filosofía …. Conviene resolver cuál es el mejor metal para el clarín: bronce, plata, oro, hierro o estaño. Y tratando de la materia, claro está que se ha de tratar de la forma y de toda la física; luego de los metales y minas, principalmente de las del cerro de Potosí. El descubrimiento de las Indias orientales y occidentales y su conquista, por quién, cuándo y cómo; y concluir el comento con «clarín que rompe el albor no suena mejor» (1636: f. 290r). La excesiva información que proporciona el ilustrador quizá ponga sus miras en Pellicer, que en sus Lecciones solemnes (1630) le dedicó toda una columna al sustantivo «clarín» para glosar el verso 24 del Polifemo: «clarín, y de la Fama no segundo». El León prodigioso se inscribe en la segunda fase de la polémica, según la periodizó Blanco (2013: 10-17). Dicho estadio abarcaría desde 1621, cuando apareció La Filomena de Lope, hasta 1633, colindando con las Cartas filológicas (1634) de Francisco Cascales. Se caracterizó por el predominio de la sátira de los cultos y de la oscuridad. Si en un primer momento la querelle gongorina versó sobre las Soledades y su estilo inaudito(por ejemplo, Jáuregui y el Abad de Rute), sería a partir de la Respuesta a un papel… en razón de la nueva poesía (1621) del Fénix cuando los detractores de Góngora desplegaron toda su artillería contra los epígonos de don Luis, al tiempo que la contienda se iba difundiendo y popularizando, tomando formas cómicas y chocarreras. Los datos sobre la redacción del León prodigioso (terminado antes de diciembre de 1634) y los ecos de la batalla en las páginas del talaverano prueban su pertenencia a dicha coyuntura. Vale acotar, entonces, la data de los apólogos XLII y XLIII del León prodigioso entre 1631, coincidiendo con la Aguja de navegar cultos de Quevedo, y mediados de 1634, cuando se firmaron la aprobación, la licencia y la suma del privilegio del libro de Gómez de Tejada. Por aquellos días, ya había sido testigo de más de un rifirrafe nacido al calor de la polémica, además de tener a su alcance a varios de los primeros comentaristas. 4. Estructura En el León prodigioso, el rey Auricrino y su escudero Pardalín acuden al rescate de la leona Crisaura, retenida por el tigre pardal. A lo largo de su trayecto, se van intercalando multitud de historias, reflexiones y poemas. Entre los variopintos personajes del libro, uno de los que cobrarán mayor importancia es la raposa, cuyas teorías estéticas dan voz a las del propio Gómez de Tejada. En el apólogo XL se presentan ante Auricrino un cuervo, una lechuza, una corneja y la citada zorra, anunciando que la boda del pardal con Crisaura se había previsto para ese día. Los pájaros huyen, pero el lebrel que acompaña a los protagonistas logra detener a la raposa, que aclara la situación: Crisaura se ha visto forzada a aceptar el matrimonio con el guepardo, pero su amado Auricrino, junto con sus criados, está todavía a tiempo de evitarlo. El león se alarma y el grupo se apresura para llegar cuanto antes. Por el camino, preguntan sobre el festejo a la zorra, que les informa de que se han preparado muchos juegos y espectáculos, entre ellos, una justa poética, auspiciada por el pardal. Su objetivo no es sino «celebrar su nombre y la hermosura de su esposa, dignamente merecida»; y «vencer con dones y premios la natural pobreza de tantos poetas vergonzantes y algunos desvergonzados». A causa de la afluencia de participantes, no fue posible remediarla, por ser «tan general, tan propia y tan connaturalizada» (1636: f. 274v). Después, la zorra cuenta una alegoría sobre el nacimiento de la poesía, que abarca todo el apólogo XLI. Y los demás personajes le piden que refiera algunos versos de la justa. El tema propuesto había sido un suspiro de Crisaura, «dudoso, confuso y lacón» que, por su ambigüedad, cada participante interpretó a su sabor. El XLII servirá para que la raposa recite las poesías antes de debatir sobre su calidad con Pardalín y el lebrel. Según Periñán (1976: 169), los sonetos incluidos en este primer apólogo se clasifican en:Tres textos condenables: el del papagayo, el del tordo y el del pavón.Tres aceptables: el del rocín histórico y los de los satíricos.Tres aceptados: los de los cisnes. Gómez de Tejada sitúa los condenables al inicio, seguidos por el del rocín, algo mejor que los anteriores. Contrastan con ellos los muy encomiables sonetos de los cisnes y se cierra el capítulo con los dos de los satíricos, que sirven de transición hacia el peor y más festivo de todos ellos: el del búho del apólogo XLIII. Los del papagayo y el tordo son despreciables por demasiado cultos. Se reprueba su dificultad y el sinsentido de unos poetastros que remedan el estilo del maestro. Ante la incomprensión de los oyentes, la raposa apostilla que si se dejaran entender tan fácil y brevemente … no fueran cultos. Esa es la valentía de la cultura: que el poema se componga de sentencias escondidas, metáforas sin orden ni número, términos extraordinarios, opuestos y contrapuestos, y que de todo se pueda dar razón y cueste largo estudio dejarse entender, que lo demás es poesía lega, vulgar y baladí (1636: f. 284r). El del pavón, en consonancia con la pomposa ave, no se reprueba tanto por culto como por hinchado, haciendo gala de una desmesura de imágenes que no encajan con el sujeto (el breve suspiro de Crisaura) y abusan de la asprezza («Tiemble la tierra y, con furor horrendo, / Euro los montes de su gruta rompa»): Un suspiro blando, suave y tierno no es capaz de pensamientos y términos horrísonos y rimbombantes. ¿Qué guarda ese hinchadísimo poeta para una deshecha borrasca, en que todos los vientos, rompiendo fugitivos los peñascos de sus profundas cavernas, trastornen el mar, aneguen armadas, allanen edificios, desnuden de pinos y cedros los montes y sus riscos más encumbrados humille con los valles? (1636: f. 285r). El rocín presentó un poema plagado de “gentilidades” (Narciso, Atis, Neso, Mirra, Ésaco, Evadne, Eco, Pocris), con fábulas y nombres escogidos en atención a la rima: para encontrar una palabra que case con «suspiro» (v. 14), el caballo cita a «Iro» (v. 11), un mendigo de la corte de Penélope tan recóndito como impropio. Sin embargo, este soneto es preferible al resto por ser «no mejor, sino menos culpable; porque todas aquellas muertes de los nombrados son causadas de amor, o que las acompañó, y bien acomodadas a la que fulminaba el amoroso aliento» (1636: f. 286r). Por su parte, los cisnes proponen una poesía de espíritu petrarquista, cláusulas más fluidas y léxico diáfano. No obstante, en ocasiones Gómez de Tejada también se ve atraído por la oscuridad sintáctica y conceptual, de la cual es ejemplo el soneto del primer cisne: «Amor hiere a Crisaura, humilla presunciones, / de cuya voz, en la victoria herido, / a los ojos quisiera igual oído, / pues uno son por dos transformaciones» (1636: f. 287r). Los poemas satíricos –de autoría ignota– son los menos atendidos. La zorra los juzga aceptables por no involucrar a particulares, ya que censuran vicios de la sociedad: Distingo de sátiras …: unas impropiamente ha usurpado la vulgar malicia con este honrado nombre, siendo infames murmuraciones de honras señaladas, y esta es maldad digna de castigo, aunque se excusen con la Antigüedad, que a tales acciones dio ese nombre. Pero hablando con toda verdad y rigor, la sátira nueva, permitida y loable, es reprehensión de vicios sin ofender personas que estiman su opinión en materia grave (1636: f. 288r). Mención aparte merece el del búho, en torno al cual gira el apólogo XLIII. He aquí un soneto que alambica las imágenes con un diluvio de cultismos («Clarín que rosicleres, troglodita», «acrocerauna prole de esqueletos»). Estos endecasílabos coronan la retórica que desaprueba el autor del León prodigioso y reúne todo lo malo de los vistos en el apólogo anterior: latinismos y neologismos («múrice», «jovenetos»), sintaxis enrevesada («Sus que penetra piro, diente eburno / al múrice diseña, y colorido»), mitología («Marte al amor construya parapetos», «Candor, si no pirausta, que Anfitrita»), estilo solemne y rimas forzadas. Como se ha dicho, Gómez de Tejada compone a propósito del soneto del búho una larga y mordaz censura de los escoliastas, que interpretan los textos sin penetrar su sentido. Ofrecerá luego un ejemplo de estas glosas a propósito del primer verso: «Clarín que rosicleres, troglodita». Tan solo el sustantivo «clarín» exige tratar necesariamente –si el comento es docto y perfecto– de las políticas y disciplina militar. Si en las fiestas y juegos antiguos se usó, en especial en los juegos Olímpicos. Si convenientes en la república, no le ha de quedar hueso sano a Aristóteles y Vegecio. Y por ser instrumento músico, también se ha de tratar de la música, y por consiguiente, de todas las artes liberales …. Es menester trastornar toda la Filosofía …. Conviene resolver cuál es el mejor metal para el clarín: bronce, plata, oro, hierro o estaño. Y tratando de la materia, claro está que se ha de tratar de la forma y de toda la física; luego de los metales y minas, principalmente de las del cerro de Potosí. El descubrimiento de las Indias orientales y occidentales y su conquista, por quién, cuándo y cómo; y concluir el comento con «clarín que rompe el albor no suena mejor» (1636: f. 290r). Para concluir la disquisición sobre el tema, el lebrel le afea a la raposa que no hace más que zaherir a «la secta de los cultos» sin aportar razones explícitas y de peso. Y esto dará pie a una suerte de tratado contra los cultos que la vulpeja ha leído de un «poeta elborense de la Carpetania» (trasunto del propio Gómez de Tejada), cuyas opiniones se apoyan en autoridades clásicas. Por último, el lebrel, en un alarde de lo fácil que resulta “hacerse el culto”, improvisa la descripción de una tormenta con todas las herramientas antes censuradas. Además, no la escribe en verso, sino en prosa, con lo que suma a la caricatura «una variación en culto del párrafo inicial del apólogo I del mismo León prodigioso» (Periñán 1976: 169). 5. Fuentes Las autoridades se dejan sentir lo suyo en el texto de Gómez de Tejada, enriqueciéndolo de forma dispar: en ocasiones, el talaverano cita al autor de turno; otras, en cambio, desliza una máxima latina –sin más noticias–, de la cual no siempre da la traducción. Los emisores son Pardalín, el lebrel y la locuaz raposa, ya que Auricrino interviene una sola vez, alterado por una ofensiva mención a su amada en el segundo soneto satírico («dichoso el pardal solo que la goza», v. 14). En primer lugar, se aducen aquí como modelos, sin espigar pasajes de sus obras, a Salustio, Tácito y Tito Livio, ejemplos de historiadores clásicos; a Aristóteles y Vegecio, doctos en política; Dioscórides, el botánico por antonomasia; y como rétores defensores del estilo llano, a Cicerón, Aristóteles, Quintiliano y Horacio. Sin orillar la alusión a Tito Livio, confirmando que la oscuridad «no es vicio nuevo –aunque el nombre de ‘cultos' lo sea en este tiempo–» (1636: f. 294r). Tampoco faltan referencias a autoridades no relacionadas con el debate estilístico, pero útiles para ilustrar los poemas del certamen. Así, el soneto del rocín histórico se refiere a «Iro» (v. 11), personaje que el lebrel ignora, lo que obliga a la raposa a citar las Heroidas ovidianas. De igual modo, el comentarista del soneto del búho enumera una serie de tratados de lectura obligatoria para su correcta exégesis, entre los que brillan Acerca del alma de Aristóteles y la Historia natural de Plinio el Viejo. Gómez de Tejada toma algunas de estas citas como paradigmas de un determinado fenómeno. Véanse los extractos de Horacio y los de Virgilio y Catulo, los cuales presentan giros propios del latín que sería ridículo imitar en español; tesis que la raposa argumenta mediante la traducción de esos pasajes. Se refiere a hipérbatos imposibles (el «septem subiecta trioni» de las Geórgicas virgilianas frente al «sus que penetra piro» del búho), polisemias o bizarrías sintácticas: Virgilio, en el libro primero de su Eneida, usa una gallarda aposiopesis y sin controversia inimitable: Quos ego? Sed motus praestat componere fluctus. Porque alguno ha de presumir que ha imitado felizmente a Virgilio cuando, en semejante acción, dijera: «¿A quién yo? Mas la furia de las olas conviene sosegar». Ni tiene énfasis ni gracia. Si yo dijera: «callaron todos y tenían atentos las bocas», ¿admitiéranme por excusa que el mismo poeta dijo en el libro segundo: conticuere omnes intentique ora tenebant? No, por cierto, porque a él le fue lícito en la lengua latina y no a mí en la castellana. ¡Sería bueno que yo me atreviera a decir este verso: «navega Eneas por la sal ausonia», porque Virgilio dijo en el tercero: et salis Ausonii lustrandum navibus aequor ; y Catulo, fluctus salis allidebant, y otros muchos que usan sal pro mari! (1636: ff. 293r-293v) Asimismo, se alegan textos de Donato (Arte mayor) y san Jerónimo (Cartas, epístola XL) para esclarecer la «antífrasis» como figura: Suponiendo, pues, que el nombre de culto en esta acepción es antífrasis, como el bosque se llama lucus eo quod non luceat, según Servio, y según san Jerónimo, reprehendiendo los que se imponen del todo contrarios a la cosa significada, como nuestros cultos: An ideo tibi bellus videris, quia Fausto vocaris nomine? Quasi non et lucus ideo dicatur, quod minime luceat, et Parcae quae nequaquam parcant, et Eumenides furiae, quod non sint benignae, et vulgo Ethiopes vocentur argentei (1636: f. 292r). Y un préstamo de la Epístola a los Pisones de Horacio con intención no moral, sino más bien cómica: Concluye el intérprete de este babilónico soneto que es inteligible, mas imposible entenderle hasta que se hallen los libros de Empédocles, aquel soberbio poeta que, afectando inmortalidad, como los cultos de estos tiempos, se arrojó en el volcán de Etna; por quien dijo Horacio –y todos es bien que lo digamos– sit ius, liceatque perire poetis ‘han de tener derecho y licencia para morir los poetas'. Perezcan en buen hora como precitos, mueran en su impenitencia, castíguelos su obstinación (1636: f. 291v.). Cabe subrayar que Gómez de Tejada debió de consultar la Epístola a los Pisones a través de la edición de Josse Bade (Omnia poemata: cum ratione carminum, & Argumentis ubique insertis, Interpretibus Acrone, Porphyrione, Iano Parrhasio, Antonio Mancinello, necnon Iodoco Badio Ascensio, viris eruditissimis, Venecia, apud haeredes Petri Ravani et Socios, 1549), ya que trae a colación una apostilla del comentarista belga (1549: 290): «Non ergo omnia quae auctoritatem habent nisi et consuetudinem habent imitari liceat» (en la traducción de Gómez de Tejada: «no es buena excusa la autoridad si no se acompaña de la costumbre», 1636: f. 294r). Por lo demás, el agudo talaverano acude a otros latinos para defender el estilo claro. Solo cuatro referencias hay en el apólogo XLII, dedicado a la exposición y comento de los poemas de la academia. En el XLIII, verdadero tratado, se multiplican después de que el lebrel arguya que la raposa arremete contra los cultos sin motivo: «Menos palabras quisiera y más razones» (1636: f. 292r). La raposa tiene preferencia por Quintiliano, a quien recuerda en siete ocasiones. A su vez, recala con frecuencia en la Epístola a los Pisones de Horacio y en la Poética de Aristóteles. Se declara en contra del uso de palabras extranjeras, antiguas o inusuales, para lo que se apoya en Quintiliano, Aristóteles, Aulio Gelio (Noches áticas, lib. I, cap. X) y la Retórica a Herenio, que, como otros ingenios de la época, atribuye a Cicerón. Como es costumbre para tales menesteres, denuncia la afectación y la oscuridad. Menciona a Séneca (Epístolas morales a Lucilio, lib. IV, ep. XXXIII y lib. XV, ep. C) y al epigrama X, 21 de Marcial, uno de los más repetidos dentro de la polémica gongorina, pues consta en Faria y Sousa (Noches claras, 1624), Jáuregui (Discurso poético de Jáuregui, 1624), Quevedo (Prólogo a las obras de Fray Luis de León, 1631), Cascales (Cartas sobre la poesía nueva de don Luis de Góngora, 1634) y Angulo y Pulgar (Epístolas satisfactorias, 1635). De acuerdo con Quintiliano (La formación del orador, lib. XVII, cap. VI), la zorra también fustiga el abuso metafórico. Gómez de Tejada toca una sola vez el asunto del decoro, a propósito del soneto del pavón. Para ello recurre una vez más a la Epístola a los Pisones (vv. 9-12): «Igual poder pintores y poetas / tienen para fingir, yo lo confieso, / y esta licencia damos y admitimos; / mas no para juntar cosas crüeles / a las mansas: las aves con serpientes, / los corderos con tigres impacientes» (1636: f. 285v). En cuanto a los ingenios españoles, destaca la epístola de Bartolomé de Argensola («Yo quiero, mi Fernando, obedecerte») al pasar revista a las rimas forzadas: «El que atiende a la parte más perfecta, / ponderando y midiendo consonantes, / a ridículo estorbo se sujeta» (1636: f. 286v). Se refiere a un autor que reducía las frases y palabras de los cultos a «diez o veinte» y que he identificado como un eco de la Aguja de navegar cultos (1631) de Quevedo. Periñán (1976: 169) dudó de que Gómez de Tejada aludiera a nadie en particular, concluyendo que se trataba de «la consabida manera de censurar la incansable repetición de giros y construcciones, que desde Jáuregui hasta los más tardíos adversarios cristalizaba en fórmulas del tipo ‘cuatro preceptos y seis voces latinas' … o ‘a cuatro o seis voces reducen su cultura'». No obstante, señala un posible vínculo con La culta latiniparla de Quevedo, a raíz del «número aludido por Tejada diez o veinte y por la proximidad cronológica que evoca el verbo en presente (las reduce)» (1976: 169). Sin embargo, pongo aquí en duda que el talaverano sacara a la palestra a «un ingenioso anticulto» sin pensar en un sujeto con nombres y apellidos. Si bien La culta latiniparla se publicó –dentro de los Juguetes de la niñez– a un tiempo y en el mismo volumen que la Aguja (1631), hemos visto que hay más estilemas en común entre la burla de Gómez de Tejada y el segundo opúsculo del madrileño. Y quién sabe si, en paralelo, también leyó el romance anticulto de Castillo Solórzano en sus Donaires del Parnaso (1624). Titulado Instrucción para aprender el docto lenguaje culto, posee –como el de Quevedo– un tono paródico-preceptivo. He aquí un fragmento: Ministrar es el servir, terminador, el que puso límite a cualquier acción, decrepitante, el caduco; pitonicida es Apolo, protonauta, Palinuro, precipitante, Faetón, antipodexter, el zurdo. Esplendor, parangonar, fulgor, pululante, inculto, errante, seminador, júbilo, incentivo, impulso; libación, vagante, intonso, vilipendio, y otros muchos términos cultisonantes, que por no cansar no busco, aunque confundan y extrañen, por lo remoto del uso, se permite usar de todos, porque se admire el confuso (Castillo Solórzano 2003: 335). 6. Conceptos debatidos Existe una nítida diferencia entre los dos tipos de crítica practicada en los apólogos. En el XLII, viene de la mano de los poemas de la justa. El lebrel, la raposa y Pardalín se mofan de los vicios de estos diez sonetos, que son los mismos que denuncia el escritor de Talavera. Frente a las de los cultos –el tordo, el papagayo, el pavón, el búho–, las composiciones de los cisnes procuran aportar un dechado de la buena poesía. En cambio, el XLIII, que sembró de autoridades grecolatinas, se define por un ritmo más pausado, aunque la chanza no se esfume del todo, a favor siempre del delectare. Estos dos modelos se conjugan para ofrecer una censura completa, mediante la demostración paródica y mediante el razonamiento. 6.1. Apólogo XLII Uno de los pilares aquí plantados es el decoro entendido como adecuación entre el contenido y la forma. El detonante se cifra en el soneto del pavón, que equipara el suspiro de Crisaura a los desastres naturales. Y el lebrel se pregunta de inmediato: «El poema que pide verso humilde y abatido, como la serpiente, ¿por qué ha de usurpar plumas de águilas y neblíes? La mansedumbre de un suspiro, ¿qué unión tendrá con braveza de vocablos?» (Gómez de Tejada, 1636: 285v). En segundo lugar, el hipérbaton es unrecurso típico de las befas antigongorinas. Su abuso linda con el galimatías en el soneto del búho archiculto, que llega a partir la palabra «suspiro» («sus que penetra piro, diente eburno», v. 9); pero se le encuentra por doquier. No obstante, el autor nunca se refiere a él de forma explícita o como un vicio digno de atención. Se condena, asimismo, la dictadura de la rima a partir del poema del rocín histórico,que, para cerrar con el término suspiro, descuida la claridad: «Notable gente son los poetas …. Para acomodar su pensamiento buscarán un consonante debajo de la tierra y sacarán a luz historias de las grutas del olvido; como en el soneto presente, que para cerrar con suspiro buscó a Iro con no poco trabajo, a lo que se deja entender» (1636: 286r-286v). Por último, otrasfiguras usadas de manera extravagante menudean en la justa del León prodigioso sin llamar la atención : el oxímoron («Noruega ardiente», «hielo etíope»), los esdrújulos («áspides», «régulos», «múrice»), los italianismos («adunca») y una serie de voces grecolatinas («cocita», «coturno»). 6.2. Apólogo XLIII Huelga repetir que el licenciado recusa la oscuridad de los textos del certamen: «conviene suponer que la retórica es común a prosa y verso, porque siendo arte de bien decir, es forzoso que la poética la guarde: parte esencial de la retórica es la elocución, y la elegancia parte de la elocución» (1636: 293v). Esta tiniebla se deriva principalmente de:Los neologismos, pues «no solo nace la obscuridad del uso impropio de frases latinas, tropos, figuras y transposiciones, sino de la invención de vocablos … ¿En el lenguaje culto, así de poetas como de oradores e historiadores, convienen los eruditos? Abominan sus novedades, bien que el vulgo poético las celebre» (1636: 294v).El acervo de metáforas. Se subraya la importancia de manejar bien las traslaciones, ya que valen para aclarar conceptos, pero su mal uso impide su recta comprensión. Así, la raposa asegura que, empleadas en demasía, son uno de los lunares de esta escuela: «Si los cultos agregan esto y mucho más, ellos mismos sean jueces; en especial translaciones con tanta copia y desenfado, como si no fueran arrastradas por los cabellos de remotísimos términos, siendo acción muy dificultosa usarlas como conviene» (1636: 292v).Los cultismos y la imitatio. De nuevo según la zorra, los cultos, para defenderse de estas acusaciones, recurren a un argumento que constituye su mayor fortaleza, y a la vez su talón de Aquiles: Los maestros de esta cultura pueden enseñar a todos erudición, como versados en la inteligencia e imitación de antiguos poetas, y autorizan sus dicciones y frases con que en tal y tal parte lo usaron estos y aquellos graves autores. Este es su fundamento más fuerte, este su Aquiles y este su mayor engaño. ¿Será bien que porque un autor clásico tal vez usó alguna frase o translación con ingeniosa singularidad, docta o reprehensible, nosotros busquemos todos los modos que todos juntos usaron y otros de nuevo inventados y que los amontonemos en un poema? (1636: 292v) En buena lógica, los secuaces de Góngora emplean ciertas herramientas para emular a los poetas latinos, sirviéndose de su sintaxis, imágenes y léxico. Se diría que, al discurrir sobre este punto, Gómez de Tejada ansiaba responder a los valedores del autor de las Soledades, quienes, igual que sus adversarios, buscaban respaldo en los clásicos. Véase un ejemplo de los Discursos apologéticos de Díaz de Rivas (1616-1617): Yncítennos a su exenplo las más cultas, copiosas y elegantes lenguas griega y latina, que se enriquecieron con voces peregrinas y atrevimientos en las propias. … los Poetas griegos y latinos, con mayor atrevimiento usurparon vozes peregrinas, para mover y deleitar y para conseguir un estilo según los Preceptos de la Poesía (Gates 1960: 40). Esto hizo que el talaverano reevaluara la imitatio mal entendida, pues lo que en latín o griego puede decirse con finura, en nuestra lengua puede resultar, según él cree, una trampa retórica: «Cada lengua tiene sus idiomas naturales: los hebraísmos no admite la lengua griega, porque ya dejaran de serlo; ni los grecismos la latina, ni los latinismos la castellana. Y no solamente las frases, pero aun algunas palabras, tropos y figuras traducidos a otra lengua pierden fuerza, gracia y significación» (1636: 293r). Sostiene, por fin, que los cultos adoptan este estilo para hacerse pasar por eruditos, pero las parodias del León prodigioso demuestran que, por más que se lo crean, tal ejercicio no implica dificultad cuando de imitar se trata. Y es que, como afirma la raposa, «quien bien escribe claro, mejor pudiera oscuro, y quien escribe oscuro no puede claro» (1636: f. 294v); de modo que no tiene sentido producir una poesía que difícilmente será entendida por sus lectores. Buena parte del apólogo XLIII ridiculiza a los comentaristas, responsables de una polémica secundaria alrededor del cultismo. Lindando con las fechas de publicación del libro que nos traemos entre manos, Andrés Cuesta, igual que su amigo Martín Vázquez Siruela, estimó que Pellicer no estaba a la altura para comentar (1630-1635) el Polifemo; y Andrés de Uztarroz, miembro del círculo de los Argensola y Soria Galvarro, además de admirador de Góngora, difundiría en 1636 su Defensa de los errores que introduce en las obras de don Luis de Góngora don García Salcedo Coronel. No hay nada de ideológico en la crítica del licenciado. Si bien el trasfondo político de la batalla cobró estatura para muchos lectores de la época, que interpretaron los poemas mayores de Góngora –con sus oropeles y latinismos– como una ofensa al estilo llano, supuestamente basada en un estilo llano, este no fue el caso del elborense. Sí se aprecia, en cambio, un marcado interés por la moralidad que, junto con el didactismo, guía toda su trayectoria. No obstante, nunca la emprende contra la moda culta en un sentido que no sea el retórico. En resumen, si Blanco (2012: 53) apuntó que en la polémica «lo que se discute es si la dificultad de entender a Góngora es el precio que debe pagarse por su profundidad y exquisitez», Gómez de Tejada lo tuvo claro desde el principio: estos nuevos ingenios son todo ostentación, pero sus versos están, en realidad, vacíos; igual que su bagaje intelectual. Por eso, para decirlo con la raposa, los «cultos» son antífrasis de su propio nombre (1636: f. 292v). 7. Establecimiento del texto Para editar los dos apólogos gongorinos del León prodigioso he colacionado cinco testimonios:Madrid, Francisco Martínez, 1636 (princeps) = MValencia, Francisco Ciprés, 1665 = VMadrid, Bernardo de Villadiego, 1670 = M2.Sevilla, Joseph de Hermosilla, 1732 = S. Es copia de M2.Manuscrito 11841 de la Österreichische Nationalbibliothek (Austria). La Barrera (1968: 174) alude a otra edición madrileña de 1663 y José Simón Díaz (1972: 727) a una impresa en Alcalá (1675), pero no queda rastro de ellas en ningún catálogo actual. El cotejo –muy parcial, en tanto que ceñido solo a los capítulos que nos ocupan– de las tres ediciones barrocas no ha arrojado ningún error de arquetipo (ni tampoco en M): M2 solo añade tres errores muy posiblemente poligenéticos, algunas erratas de poca monta y dos casos de adiaforía («admitir», en lugar de «admirar», f. 289v; y «gallardía de imitación», en lugar de «gallarda imitación») respecto a M. S, en cambio, es un descriptus de M2: comparte todos sus errores y añade algunos propios (incluida la caída de numerosos tipos). Por fin, V presenta un buen puñado de errores significativos y cuatro variantes equipolentes: «jugar», en lugar de «lugar» (f. 288r); «abomínanse», en lugar de «abominan» (f. 294v); «menos», en lugar de «menor» (f. 295r); y «engañaré», en lugar de «negaré» (f. 295v). Luego M2 y V se compusieron a partir de M. Errores de V Texto crítico | ff. princeps | M | V | M2 | S | Ms. saben | 284v | saben | suben | saben | saben | saben Ay de amor, que caduca y se remoza: / ay de Auricrino, ausente y olvidado | 288v | Ay de amor, que caduca y se remoza: / ay de Auricrino, ausente y olvidado | Ay de Auricrino que caduca y se remoza | Ay de amor, que caduca y se remoza: / ay de Auricrino, ausente y olvidado | Ay de amor, que caduca y se remoza: / ay de Auricrino, ausente y olvidado | Ay de amor, que caduca y se remoza: / ay de Auricrino, ausente y olvidado troglodita | 289r | troglodita | trogloditas (error de rima) | troglodita | troglodita | troglodita de los relativos gramáticos y de los lógicos | 290v | de los relativos gramáticos, y de los lógicos | de los relativos gramáticos de los lógicos (error fruto de un homoioteleuton) | de los relativos gramáticos, y de los lógicos | de los relativos gramáticos, y de los lógicos | de los relativos gramáticos y de los lógicos arbiter | 293v | arbiter | Arbitrer | arbiter | arbiter | Arbiter no es siempre permitida | 293v | no es siempre permitida | es siempre permitida | no es siempre permitida | no es siempre permitida | no es siempre permitida proprio | 293v | proprio | propio | proprio | proprio | proprio esto los oradores cultos | 293v | esto los oradores cultos | estos los oradores cultos | esto los oradores cultos | esto los oradores cultos | esto los oradores cultos mucho | 294v | mucho | muchos | mucho | mucho | mucho madre de las Euménides | 294v | Madre de las Euménides | Madre a las Euménides (error por atracción de la preposición «a») | Madre de las Euménides | Madre de las Euménides | Madre de las Euménides lenguaje para culto | 295v | lenguaje, para culto | lenguaje, para cultos | lenguaje, para culto | lenguaje, para culto | lenguaje, para culto vicios entiendo | 295v | vicios entiendo | vicios teniendo | vicios entiendo | vicios entiendo | vicios entiendo Errores de M2 Texto crítico | ff. princeps | M | V | M2 | S | Ms. prefiero | 286v | prefiero | prefiero | prefiere | prefiere | prefiero temeraria | 295r | temeraria | temeraria | temerario | temerario | temeraria Prostráronse | 295r | Prostáronse | Prostáronse | Postráronse | Postráronse | Prostráronse El primero («prefiere») es un error poligenético imputable al cajista. Mucho más interesante resulta el segundo («temerario»), que se registra en la frase «Árboles desacreditaron con resistencia su valor temeraria». M2 convirtió en masculino el adjetivo «temeraria», dejándose llevar por el sustantivo que lo precede («valor») e ignorando que Gómez de Tejada parodia en este locus la violencia de los hipérbatos cultos. Por tanto, «temeraria» es aquí atributo de «resistencia». Errores de S (selección) Texto crítico | ff. princeps | M | V | M2 | S | Ms. Gira | 284r | gira | gira | gira | Grya | gira Cómoda | 284r | cómoda | cómoda | cómoda | com noda | cómoda Plomo | 284v | plomo | plomo | plomo | pomo (ejemplo de las numerosas caídas de tipos) | plomo Superfluas | 287r | superfluas | superfluas | superfluas | Suferpluas | superfluas Errores de Ms Texto crítico | ff. | M | V | M2 | S | Ms. Propúsose | 283v | Propúsose | Propúsose | Propúsose | Propúsose | Propuse pavón | 285r | pavón | pavón | pavón | pavón | pavo eloquentia | 285v | eloquentia | eloquentia | eloquentia | eloquentia | eloquencia ¡Ay de celos, infierno del deseo! | 288v | ¡Ay de celos, infierno del deseo! | ¡Ay de celos, infierno del deseo! | ¡Ay de celos, infierno del deseo! | ¡Ay de celos, infierno del deseo! | ¡Ay de infiernos del deseo! presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes | 289v | presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes | presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes | presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes | presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes | presentó unos breves con la precisión de márgenes le juzgo ininteligible | 289v | le juzgo ininteligible | le juzgo ininteligible | le juzgo ininteligible | le juzgo ininteligible | le juzgo inteligible a que no corresponda | 291v | a que no corresponda | a que no corresponda | a que no corresponda | a que no corresponda | a quien no corresponda a estos testimonios | 292v | a estos testimonios | a estos testimonios | a estos testimonios | a estos testimonios | a estos términos no. ¿Y los poetas cultos? | 293v | no. ¿Y los poetas cultos? | no. ¿Y los poetas cultos? | no. ¿Y los poetas cultos? | no. ¿Y los poetas cultos? | ¿Y no los poetas cultos? Como puede verse, Ms incorpora otro notable elenco de errores propios respecto a M (la mayoría poligenéticos, de ahí que no los hayamos consignado) y una sola variante adiáfora («estimación» en lugar de «imitación», f. 291v). He aquí mi estema, repito que limitado al par de apólogos anticultos: El texto crítico se basa en M, a diferencia del que publicó Periñán (1976), que eligió V sin dar explicaciones y decantándose a veces por las lecciones de M. He enmendado ope ingenii el nombre «Nembrotdes», común a los cinco testimonios y recurrente en otros capítulos del León prodigioso, ya que el CORDE no registra ninguna entrada de este alomorfo (¿o hápax?) de «Nembrod». Debió de obedecer a una confusión entre las tres variantes por las que se conoce al famoso tirano de Babilonia: «Nembrot», «Nembrod» y «Nembrodes». 8. Bibliografía 8.1. Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista Argensola, Bartolomé Leonardo de: Aristóteles: Catulo, Cayo Valerio: Cicerón, Marco Tulio: Donato, Elio, Gelio, Aulio: Horacio Flaco, Quinto: Jerónimo, Santo: Juvenal, Decio Junio: Marcial, Marco Valerio: Ovidio, Publio Nasón: Persio Flaco, Aulo: Plinio Segundo, Cayo (El viejo): Plinio Cecilio Segundo, Cayo (El joven): Quintiliano, Marco Fabio: Séneca, Lucio Anneo: Virgilio Marón, Publio: 8.2 Obras citadas por el editor 8.2.2 Impresos anteriores a 1800 Alvarado y Alvear, Sebastián de: Fernández Navarro, Mateo: Gómez de Tejada y de los Reyes, Cosme: Ortúnñez de Calahorra, Diego: Piña, Juan de: Salcedo Coronel, García de: Simeoni, Gabriele: Suárez de Figueroa, Ignacio: Valdivieso, José de: Valeriano, Pietro: Vega, Lope de: Vittoria, Fray Baltasar de: 8.2.3 Impresos posteriores a 1800 Alarcos García, Emilio: Alatorre, Antonio: Albert, Mechtild: Alonso, Dámaso: Aristóteles: Arnal de Bolea, Jacinto: Atkinson, Catherine: Aulo, Gelio: Baldissera, Andrea: Baranda, Consolación: Barrionuevo Chebel, Hugo Marcelo: Bastús y Carrera, Joaquín: Bautista Carrasco, Juan: Becker, Ulrike: Béhar, Roland: Bizzarri, Hugo Oscar: Blanco, Mercedes: Blecua, José Manuel: Bocca, Claudia: Bonilla Cerezo, Rafael: Boscán, Juan: Cabello Porras, Gregorio: Cacho, María Teresa: Caldera, Ermanno: Calvo Martínez, Tomás: Cancelliere, Enrica: Carvajal, Gaspar de: Castelar, Emilio: Castillo Solórzano, Alonso del: Castro, Adolfo de: Catulo, Cayo Valerio: Cicerón, Marco Tulio: Comellas, Mercedes: Conde de Schack, Adolfo Federico: Copello, Fernando: Dadson, Trevor J.: Daza Somoano, Juan Manuel: Díaz, Luis: Diógenes Laercio: Diu, Isabelle: Eisenberg, Daniel: Enríquez Gómez, Antonio: Espinosa, Pedro: Fernández Melgarejo, Patricia: Fernández Rodríguez, Daniel: Fernández Vallina, Emiliano: Figueras Martí, Miguel Alberto: García Valdés, Manuela: Garcilaso de la Vega: Gelio, Aulo: Genette, Gérard: Gómez de Tejada y los Reyes, Cosme: Góngora y Argote, Luis de: González Fernández, Julián: González Rovira, Javier: Guillén, Claudio: Homero: Horacio Flaco, Quinto: Hurtado Torres, Antonio: Iribarren, José María: Jammes, Robert: Jáuregui, Juan de: Jerónimo, Santo: Juvenal, Decio Junio: King, Willard F.: La Barrera y Lairado, Cayetano Alberto de: Lapesa, Rafael: León, Luis de: Livio, Tito: López Bueno, Begoña: López Poza, Sagrario: Luján Atienza, Ángel Luis: Ly, Nadine: Madroñal Durán, Abraham: Manfredi, Antonio: Marcial, Marco Valerio: Marías, Clara: Martin-Jacquemier, Myriam: Menéndez Pelayo, Marcelino: Mey, Sebastián: Milego, Julio: Millé y Jiménez, Juan: Molina Huete, Belén: Moya del Baño, Francisca: Navarro Durán, Rosa: Núñez, Salvador: Orozco, Emilio: Ovidio, Publio Nasón: Paratore, Ettore: Pastoureau, Michel: Perceval, José María: Pérez de Moya, Juan: Pérez Pastor, José Luis: Periñán, Blanca: Persio Flaco, Aulo: Plinio Segundo, Cayo (El viejo): Plinio Cecilio Segundo, Cayo (El joven): Poggi, Giulia: Polo de Medina, Salvador Jacinto: Ponce Cárdenas, Jesús: Pozuelo Calero, Bartolomé: Quevedo, Francisco de: Quintana, Francisco de: Quintiliano, Marco Fabio: Real Academia Española: Reyes, Alfonso: Robles, Juan de: Rodríguez-Moñino, Antonio y Brey Mariño, María: Romanos, Melchora: Romero Díaz, Nieves: Rojas Zorrilla, Francisco de: Roses Lozano, Joaquín: Rosso, Maria: Rufo, Juan: Ruiz Pérez, Pedro: Saint Girons, Baldine: Samonà, Carmelo: Sánchez Jiménez, Antonio: Sánchez Laílla, María del Pilar: Sánchez Robayna, Andrés: Sandoval, Paola Encarnación: Schwartz, Lía: Séneca, Lucio Anneo: Serés, Guillermo: Servio, Mauro Honorato: Simón Díaz, José: Stearn, William Thomas: Tanganelli, Paolo: Tasso, Torquato: Tenorio, Martha Lilia: Trueblood, Alan S.: Valdés, Juan de: Vega, Lope de: Vega Ramos, María José: Vegecio: Vián Guerrero, Ana: Vilanova, Antonio: Virgilio Marón, Publio: Vives, Juan Luis: Yoshida, Saiko: **** *book_ *id_body-2 *date_1636 *creator_gomez_de_tejada_y_de_los_reyes *resp_gomez_de_tejada_y_de_los_reyes,_cosme *date_1634 Texto de la edición: León prodigioso. Apología moral entretenida y provechosa a las buenas costumbres, trato virtuoso y político de Cosme Gómez de Tejada y de los Reyes Apólogo XLII. De varios espíritus poéticos en un certamen Solo un sujeto de la justa poética lo será de mi censura; porque si todos se hubieran de referir, con los poemas de tantos versistas –o poetas– primero el sol diera cien vueltas enteras por sus diarios paralelos al zodíaco que yo fin a mi relación. Propúsose, pues, a las musas españolas (aunque concurrieron también algunas babilónicas, que es lo mismo que cultas) un suspiro de Crisaura, dudoso, confuso y lacón, porque el pardal podía –engañado, entiendo– interpretarle en su favor, animada su esperanza de que algún día se hubiese mostrado menos desdeñosa. Mirado a otra luz, parecía suspiro de ausencia, como era cierto, guiado inciertamente a su amado Auricrino: o temido muerto, o esperado perdido. Era punto patético, capaz de pensamientos de celos, amor, desdén, ausencia, descanso, consuelo, esperanza y desprecio. Pedíase a este suspiro un soneto: los premios eran grandes, las negociaciones mayores. Los ingenios más poéticos se retiraron; y no hicieron mal, por no exponer su justicia en tribunal de jueces que no lo entendían, adonde se aventuraba la opinión, que en semejantes ocasiones primero se ha de negociar el premio que el espíritu. Los jueces: el gobernador de la ciudad, un regidor, un caballero y el superior del templo de Júpiter. – ¿Eran poetas? –preguntó el lebrel. – No, por cierto –respondió la raposa. – ¿Entendíaseles del arte? – Tampoco. – Pues, ¿cómo podían ser jueces de lo que no entendían? – Como lo fueron del gobierno y fuero civil, criminal y paterno sin ser examinados ni haber sabido gobernarse a sí mismos. – Satisfecho quedo –respondió el lebrel–, que, en efecto, así corre ordinariamente en los juicios humanos. Y prosiguió la raposa: – Bien prueba esta verdad el premio que dieron a un soneto culto, el cual escribió un papagayo de términos que oyó a otros poetas: Soneto culto del poeta papagayo al suspiro de Crisaura Bélica honestidad, entre candores, crepúsculos de amor-odio brillantes, enciende Aurora púrpuras, errantes cometas fugitivos de temores; concentuoso centro a ruiseñores que fue de quejas émulo, sonantes dos régulos, mil áspides volantes, gira en corales ya, vibra en fulgores. Ceda el vital acero al ya viviente diamante, bien que incierto en su venganza rayo, León que condenado absuelva, frío temor de la Noruega ardiente si hielo etíope no, toque, y resuelva la vida en fuego, en viento la esperanza. – No le entiendo –dijo el lebrel. – Si se dejara entender tan fácil y brevemente –respondió la raposa–, no fuera culto. Esa es la valentía de la cultura: que el poema se componga de sentencias escondidas, metáforas sin orden ni número, términos extraordinarios, opuestos y contrapuestos, y que de todo se pueda dar razón y cueste largo estudio dejarse entender, que lo demás es poesía lega, vulgar y baladí. – Y hablando de veras –dijo el lebrel–, ¿este soneto tiene sentido y cómoda construcción? – Todo lo tiene –respondió la raposa– y más fundamental que algunos poemas cultos de los más presumidos. – Perifraseadle, por vuestra vida –dijo Pardalín. Y luego la raposa: – ¿Para qué me tengo que cansar? Que cuando acierte cómo su culto autor me le explicó, puede ser que no le entendáis; que ellos mismos, como no se entienden, ni saben, ni pueden explicarse. Hace el poeta a Crisaura aurora entre purpúreos arreboles de vergüenza, cuyo suspiro lacón es áspid contra el que desprecia, ignorante el otro de su ventura, influyendo una causa contrarios efectos. Y esto mismo dio a entender, o no quiso que se entendiera, el segundo soneto, que escribió un tordo culto: Del tordo culto al suspiro de Crisaura Volcán, si de corales en su cinto céfiros, Etna helado, dulces bebe, cuyas centellas balas son de nieve, parto de Escitia, emulación de Cinto; lustrado su confuso laberinto, viento expira, parando esferas, leve, de fácil Dafne al cuarto el son que mueve, de dura Venus al planeta quinto: objeto bate de contraria herida sus alas, por templar el frío veneno del activo, ligeras, elemento; flechas de plomo, rayo de la vida, si dorada penetra ausente seno, que Amor es fuego y simboliza viento. – Deja esos disparates, hermana raposa –dijo el lebrel–, y refiérenos algún soneto inteligible; que esos dos son tormento del discurso y herejía contra el sagrado monte de las musas. – Pues oíd a un pavo, que haciendo soberbia rueda con hinchada afectación, escribió así: Soneto del soberbio pavón al suspiro Tiemble la tierra y, con furor horrendo, Euro los montes de su gruta rompa, al arma toque y de su vana trompa huyan las nubes el horrible estruendo. Tema volver el mundo al caos tremendo y el móvil, que sus cursos interrumpa, victoria clame y, con gloriosa pompa, celebre el triunfo bravo y estupendo; que si a toda la tierra es formidable el viento bravo, vano y furibundo, un suspiro de amor con aura afable suspende las esferas y el profundo, sujeta al bruto más inexpugnable, y con él la razón, que es más que el mundo. – Bien, sed nunc non erat his locus, mas ¿a qué propósito tanto estruendo y ruido? –dijo el lebrel–. Un suspiro blando, suave y tierno no es capaz de pensamientos y términos horrísonos y rimbombantes. ¿Qué guarda ese hinchadísimo poeta para una deshecha borrasca, en que todos los vientos, rompiendo fugitivos los peñascos de sus profundas cavernas, trastornen el mar, aneguen armadas, allanen edificios, desnuden de pinos y cedros los montes y sus riscos más encumbrados humille con los valles? ¿Qué guarda para el horrible fracaso de dos poderosos ejércitos confusos entre el humo, voces, muertes, espantos, truenos y balas de mosquetes, bombardas y culebrinas? Pictoribus atque Poetis quidliber audendi semper fuit aequa potestas, scimus, et hanc veniam petimusque damusque vicissim sed non ut placidis coeant immitia: non ut serpentes avibus geminentur, tigribus agni. Igual poder pintores y poetas tienen para fingir, yo lo confieso, y esta licencia damos y admitimos; mas no para juntar cosas crüeles a las mansas: las aves con serpientes, los corderos con tigres impacientes. – El poema que pide verso humilde y abatido, como la serpiente, ¿por qué ha de usurpar plumas de águilas y neblíes? La mansedumbre de un suspiro, ¿qué unión tendrá con braveza de vocablos? – La que un cordero y un tigre. – ¿Tenemos más sonetos de algún poeta caprichudo? – El de un rocín histórico –respondió la raposa. – ¿Qué también hay históricos rocines? –replicó el lebrel–. ¿Cómo puede ser, siendo la historia arte de tanta dificultad, erudición, ingenio y prudencia? – Para ser la historia como conviene –dijo la raposa– pide autores semejantes, y sin esas partes, ni Salustio, ni Tácito, ni Tito Livio, ni Curcio, ni otros famosos lo fueran. Pero una noticia memorativa un rocín la puede tener. Y coacervar en sus escritos cosas pasadas sin elegancia de estilo lo puede hacer un jumento, y esto con aplauso de sus semejantes y gusto de todos. Por eso dijo Plinio el Menor: Orationi et carmini est parva gratia, nisi eloquentia est summa, historia quoquomodo scripta delectat (mira las inmensas obligaciones de un orador y un poeta, y la dicha de un historiador). – Eso nace –replicó el lebrel– del natural deseo que todos tenemos de saber novedades, curiosidades y vidas ajenas. La historia de un bárbaro agrada con los sucesos y cansa con el estilo; la de un docto, de todas maneras deleita, y lo que más es: persuade y escarmienta con la materia y el modo; acción tan dificultosa que un varón tan insigne como Plinio parece que la rehúye, respondiendo en la misma epístola –del lugar que citaste– a Capitón, que le aconsejaba la escribiese, diciendo: yo lo hiciera non quia commode facturum esse confido; id enim temere credas, nisi expertus; y, a la verdad, pocos Salustios y Quintos Curcios vemos hoy. – Si es digno de tan rígida censura este soneto, él mismo sea juez y lo diga: Soneto del rocín histórico al suspiro Un fuego y otro a Porcia abrasa el pecho, un áspid a Cleopatra el noble brazo, halla consuelo Ifis en un lazo, Hero y Leandro, muerte en un estrecho. Narciso muere en lágrimas deshecho, Atis abrevia de su vida el plazo, Neso perece en el traidor abrazo y llora Mirra el profanado lecho. Muere Ésaco en el mar, Evadne en fuego, Lucrecia a hierro, Eco consumida, Pocris en celos, en pobreza Iro. Muertes atroces, todas de amor ciego. Y yo más infeliz pierdo la vida con armas de un desdén, con un suspiro. – Este pobre Iro no conozco –dijo Pardalín. – Fue –replicó la raposa– uno de los innumerables pretendientes de Penélope, al cual llama Ovidio «Irus egens». Moría el cuitado si de amor, también de hambre, que aun los muy ricos, gastando sus haciendas en locas pretensiones, suelen morir con esas armas de pobreza. – Notable gente son los poetas –dijo Pardalín–. Para acomodar su pensamiento buscarán un consonante debajo de la tierra y sacarán a luz historias de las grutas del olvido; como en el soneto presente, que para cerrar con suspiro buscó a Iro con no poco trabajo, a lo que se deja entender. Bien reconoció este inexcusable defecto uno de los hermanos Lupercios: El que atiende a la parte más perfecta, ponderando y midiendo consonantes, a ridículo estorbo se sujeta. El ser forzoso que apercibas antes lo menos sustancial, verbos y nombres que suenen con acentos semejantes: y que si ha de acabar la estancia en hombres, como si te mostrase alguna fiera, diga el verso anterior: «que no te asombres». – A eso respondo dos cosas –dijo la raposa–: la primera, que Iro viene tan a propósito como si se naciera en el soneto. Y si lo extraordinario ocasiona malicia, es tan conocida en las historias humanas como si no fuera pobre. Y lo que os podía admirar es que la pobreza le haya hecho insigne, que a otros esconde y desaparece como a cuerpos fantásticos. Lo segundo, que poetas son diablos: hállanse las cosas de repente, agitados de tal espíritu, aunque sean muy ocultas, agudas y dificultosas, y, pasado el furor, no hallarán el pensamiento ofrecido acaso, aunque por él den un ojo de la cara. No niego que los consonantes obligan a decir lo que no quisieran, pero muchas veces mejor de lo que pensaban, porque van abriendo camino y dando luz; en lo cual, como en otros muchos primores, los versos latinos y griegos hacen a los demás grandes ventajas, por no atarse a tales consonancias. – Con todo eso –dijo el lebrel–, prefiero este último soneto a los otros: no mejor, sino menos culpable, porque todas aquellas muertes de los nombrados son causadas de amor, o que las acompañó; y bien acomodadas a la que fulminaba el amoroso aliento, aunque superfluas y molestas tantas historias para un triste suspiro. ¿Concurrieron a esas justas algunos cisnes? ¿Probaron sus fuerzas, su arte y sus ingenios? – Pocos –respondió la raposa– y encubiertos, por ser impropiedad y abuso deslucido y vergonzoso que cuervos sean jueces de cisnes; mas vistiéndose ajena divisa, disfrazando –quiero decir– el nombre, cantaron tres. El primero de esta manera: Soneto del poeta cisne al suspiro Amor, contra valientes corazones, armados de rigor, desdén y olvido, incauto flecha el arco, no vencido, y toca al arma en fuertes ocasiones; hiere a Crisaura, humilla presunciones, de cuya voz, en la victoria herido, a los ojos quisiera igual oído, pues uno son por dos transformaciones. Dobladas fuerzas el Amor restaura, mal podréis, voluntad, ya resistiros, bien que las armas trueca en sutil aura. Dulces eran, mortales son sus tiros, que aljaba hizo el pecho de Crisaura, y, en vez de flechas, mata con suspiros. – Este soneto me agrada –dijo el lebrel–, porque sigue y concluye con gallardía y claridad el pensamiento proporcionado al sujeto. – El que sigue –prosiguió la raposa– no desmerece el favor que habéis hecho al precedente, en el cual da a entender el cisne el mortal sentimiento y dolor que el suspiro de Crisaura difundía por los sentidos y corazón del pardal, cuyos crueles efectos le parece que exceden la actividad del amor; y así, habiéndolos referido, se los atribuye a Fortuna: Soneto del cisne al suspiro Fiero es Amor, que, con poder tirano, su imperio ocupa tierra, mar y cielos. Más fieros y crüeles son los celos, pues al amor sujetan inhumano. Contra un desdén no hay poderosa mano: volcanes un desprecio vuelve hielos, y amante, que se parte con recelos, ausencia con olvido le da sano. ¡Oh, monstruo prodigioso de dolores! ¿Qué causa universal ha producido con eminencia tantos disfavores? Fortuna, que no Amor, ha reducido en un suspiro todos los rigores de amor, celos, desdén, desprecio, olvido. – En verdad –dijo el lebrel–, que si el cisne tercero los iguala no ha de hacer poco. – También escribió –prosiguió la raposa– dudoso y confuso en la significación del suspiro; pero viendo que de una causa nacían efectos contrarios, análogamente le comparó al rayo de luz primera que esparce la Aurora, al rayo del Sol y de Júpiter, en alegoría de un caminante a quien la mudanza del tiempo salteó, para declarar que del mismo modo se halló el pardal enamorado oyendo el suspiro y participando sus calidades: Del cisne al suspiro Sale esparciendo abriles el Aurora y el caminante, huyendo los temores de la noche, a las más tempranas flores fruto agradece, su hermosura adora. Perlas esparce cuando montes dora, Febo la sigue ardiendo en sus amores, mas una nube cubre resplandores, ni ríe el prado ya, ni el alba llora. Descúbrese entre nubes, arrojado del cielo, un rayo, por extraño modo, aunque hermoso, terrible y penetrante. Rayo del alba, alegra al desdichado; dale muerte, de Júpiter tonante; del sol, le abrasa, y un suspiro es todo. – Bien han cantado los tres cisnes –dijo el lebrel–. ¿Concurrió otra secta de poetas distinta de las referidas? – La de los satíricos –respondió la raposa–. Estos presentaron entre otros dos sonetos, que la lisonja con que los acompañaron y vistieron pudo darlos entrada y hacerlos lugar. – ¿Qué hubo poetas tan libres que se atrevieron –dijo Pardalín– a justar con armas satíricas en el certamen? ¿Y con sus caras descubiertas? – Distingo de sátiras –respondió la raposa–: unas impropiamente ha usurpado la vulgar malicia con este honrado nombre, siendo infames murmuraciones de honras señaladas, y esta es maldad digna de castigo, aunque se excusen con la Antigüedad, que a tales acciones dio ese nombre. Pero hablando con toda verdad y rigor, la sátira nueva, permitida y loable, es reprehensión de vicios sin ofender personas que estiman su opinión en materia grave. Las dos que se siguen tienen de todo y, por eso, callaron el nombre: Soneto satírico al suspiro de Crisaura Suspira el avariento por dinero, por venganza el cobarde y desalmado, el lascivo en sus vicios obstinado, de ambición combatido el caballero. Suspira por comer el escudero, por pleitos y discordias el letrado, por enfermos el médico olvidado, por un príncipe necio el lisonjero. Suspira por su dama el pobre ausente, quien goza, porque vive temeroso; ella, porque su gusto no acomoda. Suspiran todos o su mal presente o el bien que falta siempre perezoso, Crisaura por la noche de la boda. Soneto satírico al suspiro ¡Ay de amor, que su imperio es tiranía! ¡Ay de celos, que al fin son desengaños! ¡Ay de amor, que agradece los engaños! ¡Ay de celos, si un rico en dar porfía! ¡Ay de amor, con respeto y cobardía! ¡Ay de celos, que no reparan daños! ¡Ay de amor, que marchita verdes años! ¡Ay de celos, en llamas nieve fría! ¡Ay de amor, en un necio confiado! ¡Ay de celos, infierno del deseo! ¡Ay de amor, que caduca y se remoza! ¡Ay de Auricrino, ausente y olvidado! ¡Ay del ay de Crisaura en otro empleo! ¡Dichoso el pardal solo que la goza! – ¡Cierra esa vil boca –dijo el africano colérico–, que por ella te sacaré el alma con la maliciosa lengua! – Señor –respondió temblando la raposa–, yo con simplicidad refiero las ajenas malicias, abominando su atrevimiento. Ese vuestro rigor tan puesto en razón ejecutadle en la ciudad de Cuevas que veis y dista dos leguas, adonde el pardal celebra hoy las fiestas de sus desposorios y al agravio dará entera satisfacción la venganza, pues tan capaz es la materia de su ejecución. Puso los ojos Auricrino en la ciudad, y olvidado de la presente ocasión de sentimiento contra la raposa, apresuró el paso, y lo mismo hicieron sus compañeros. Apólogo XLIII. Del soneto culto – El búho, poeta infausto, aunque príncipe de los épicos, escénicos y líricos, que tales principados hoy se dan de balde, escribió un célebre soneto, que he remitido al último examen porque merece más memoria, como mereció más aplauso y atención. Soneto culto al suspiro de Crisaura del cultísimo poeta búho Clarín que rosicleres, troglodita, no empero su tridente, jovenetos, acrocerauna prole de esqueletos, cristal anhela de esplendor cocita. Candor, si no pirausta, que Anfitrita poco cede, si mucho adunca, abetos, Marte al amor construya parapetos, crepúsculos vibrando, impulso excita. Sus que penetra piro, diente eburno, al múrice diseña, y colorido, brasas de Porcia, de Lucrecia copos; Dime, Favonio, de cordial coturno, ¿posible es que a los astros te has mentido? ¡Oh amor! Si piras, ¿para qué piropos? – Notable soneto –dijo el lebrel. Añadió la raposa: – Y lleno de majestad, grandeza, ingenio, erudición, perspicuidad y dulzura. Así lo dicen sus aficionados, defendiéndole contra mil zoilos, legos, idiotas y vulgares que, cuando los poemas no se ajustan a su incapacidad, los condenan oscuros, como si el estilo poético del Parnaso, sagrado monte e inaccesible, hubiera de medirse al de los humildes valles, conversaciones de corrillos ociosos y estrados femeniles. Con todo eso, un acérrimo discípulo suyo, viendo la dificultad, presentó unos breves escolios con la precisión de márgenes para hacer atentos y advertidos a los jueces y al vulgo. – Bien se manifiesta –dijo Pardalín– la naturaleza del poeta en tales versos: búho lucífugo, plumas y ojos hermosos, cuya belleza atrae las bobas avecillas, las engaña y aprisiona, siendo su vista flaquísima; tanto que la luz del día le impide y entorpece, y en las tinieblas y por ellas vive, y sobre esto, su carne inútil y despreciada, vivo retrato de cultos. – Refiérenos algunas de esas anotaciones –dijo el lebrel–. No para entenderle, porque le juzgo ininteligible, sino para admirar y huir este linaje de locura, si no ignorancia. – Bueno es eso –respondió la raposa– para la infernal soberbia de sus valedores. Escucha y verás quién es el loco o el ignorante: cuanto a lo primero, advierte su comentador que si toda la erudición de este soneto se hubiera de explicar, eran menester muchos sujetos y muchas vidas, y que se pudieran escribir más libros que tiene la Vaticana; lo cual es tanta verdad que solo del primer verso ha de escribir por diez Abulenses, aunque no tiene más de cuatro palabras. Es uno de los muchos este poeta con quien habla y de quien se ríe el otro satírico: tenet insanabile multos scribendi cacoethes et aegro in corde senescit. Oye un epítome de sus doctísimos escolios: «‘Clarín que rosicleres, troglodita' Clarín. ¡Qué nombre tan agradable, sonante y puro! Es instrumento de paz y guerra. Hase de tratar necesariamente –si el comento es docto y perfecto– de las políticas y disciplina militar. Si en las fiestas y juegos antiguos se usó, en especial en los juegos Olímpicos, que de cinco a cinco años votó Hércules a Júpiter cerca de la ciudad de Olimpia; si en los apolinares, circenses y otros. »Si convenientes en la república, no le ha de quedar hueso sano a Aristóteles y Vegecio. Y por ser instrumento músico, también se ha de tratar de la música, y por consiguiente, de todas las artes liberales y en qué difieren de las ciencias y oficios mecánicos: su antigüedad, sus inventores y su primor. Es menester trastornar toda la Filosofía, comenzando por el libro segundo De anima del filósofo, y declarando qué sea potencia auditiva y sus actos, qué sea son recto y reflejo de los cinco sentidos y de los interiores. Conviene resolver cuál es el mejor metal para el clarín: bronce, plata, oro, hierro o estaño. Y tratando de la materia, claro está que se ha de tratar de la forma y de toda la física; luego de los metales y minas, principalmente de las del cerro de Potosí. El descubrimiento de las Indias orientales y occidentales y su conquista, por quién, cuándo y cómo; y concluir el comento con ‘clarín que rompe el albor no suena mejor'. »La segunda palabra del primer verso es que. ¡Oh, grandeza inefable de la erudición, lo que está aquí encerrado! Tratárase de quis vel qui y sus compuestos. De los relativos gramáticos y de los lógicos. Averiguarse ha por sus cabales si hay predicamento de relación distinta de sus fundamentos. Dios tenga de su mano al buen Aristóteles, que aquí peligra su opinión. Es conveniente hablar de la Gramática, y porque esta transciende todas las lenguas, no quedará alguna sin su arte y vocabulario. Y en estas dilucidaciones la confusión de Babilonia se verá más clara que los versos incultos. Tratarse ha del ‘quiquiriquí', de la naturaleza de los gallos y por qué cantan a ciertas horas, por qué se recelan los leones de su voz, y luego encajar toda la historia de animales. »La tercera palabra, rosicleres, ¡qué hermosura tiene! Dedúcese de «rosa», reina de las flores, y es muy importante en el uso de la medicina. Ya es forzoso tratar de esta ciencia, y muy en particular de las plantas, desentrañando a Dioscórides. Y si a la rosa, antes blanca, purpureó sangre de Venus, obligación tienen todas las antiguas fábulas y transformaciones de Ovidio de venir a dar la obediencia y razón de sí. »Y supuesto que hay rosa castellana y alejandrina, bien pueden tener paciencia las dos Castillas, que se han de historiar y hacer polvos para la inteligencia del soneto. ¿Qué diré de Alejandría, fundación del grande Alejandro, ciudad famosa de Egipto? Aquí necesariamente ha de parecer en juicio el turco y todo su imperio, sin perdonar a Mahoma y su zancarrón, con un tratado distinto de Alejandría de la Palla, de Italia y del Imperio romano. Contáranse las hazañas del muy famoso y esforzado caballero Rosicler, del caballero del Febo y todos los caballeros andantes. Y rematar con el enigmilla de quinque fratres eodem tempore nati, etc. »Finalmente, la cuarta dicción del verso es troglodita, región bárbara de Etiopía. Viven en cuevas, susténtanse de serpientes, según Plinio. Inexcusable es aquí la Geografía, descripción del mundo, con las tablas de Ptolomeo y mapas de Abraham Ortelio, con todos los reinos y ciudades del mundo, sus costumbres, ritos y gobiernos, sus ríos y montes. Y habiendo sido en opinión de los antiguos filósofos inhabitable la tórrida zona, se ha de dar razón de su engaño y por qué en tanto fuego soplan vientos frescos y en algunas partes es intolerable el frío. Y por lo que toca a las celestiales influencias y por la plaga del Cielo a que corresponden los trogloditas, no se ha de olvidar una línea ni un punto de toda la cosmografía hasta tocar el Cielo impíreo y entrar en él, si pueden versos que tanto atormentan a los discursos». – ¿A qué propósito –dijo el lebrel– tantos y tan diferentes tratados en el comento de un solo verso? – El propósito –respondió la raposa– yo no le alcanzo, pero bien sé que muchos comentadores lo usan así. – Ridículo desvelo –replicó el lebrel–. Y dado que todo el soneto así se comentara, ¿pudiérase entender? A lo cual, la raposa: – De ninguna manera: ni su autor lo entendió. Pero si esto os admira, yo admiraré también vuestra poca lección de poetas en varias lenguas, cuyos comentadores se quiebran y nos quiebran las cabezas en contar historias y fábulas de que están llenos los libros y dejan sin declarar los lugares dificultosos que había de ser su principal cuidado, tengo para mí que porque no los entienden. ¡Oh, qué de ejemplos te pudiera traer para probarlo indubitablemente de comentadores latinos! Los de nuestra nación, si algunos hay, ni acuso ni defiendo. »¿Qué diré de la gallarda imitación, que su autor encarece en este soneto? ¿Qué de sus tropos? Principalmente de aquel hipérbaton «sus que penetra piro». ¿Fue tan galante el de Virgilio, septem subiecta trioni? ¡Qué bizarría, en la imitación del mismo poeta en sus Églogas (Ipse sed in pratis aries iam suave rubenti / murice iam croceo mutabit vellera luto), cuando dice el soneto: «al múrice diseña y colorido»! – ¿Qué tiene que ver ese verso –dijo el lebrel– con los de Virgilio para que la llames imitación? Y la raposa: – Lo que tienen infinitos lugares de poetas con los famosos que sus comentadores dicen que imitan, sin haberlos pasado por el pensamiento, y aun es probable que sin haberlos visto jamás. Cuanto a las márgenes, se han de escribir con más boscajes y variedad que tiene en las suyas el río de la Magdalena o el de las Amazonas. No ha de haber palabra en el texto a que no corresponda en la margen su autor; sea ejemplo el mismo verso. Por la palabra clarín se citará el conde Claros manuscrito. Por el relativo «que», el buen Antonio de Nebrija; por «rosicleres», El caballero del Febo; y por «troglodita», las tablas de Ptolomeo, todos príncipes en su facultad. Concluye el intérprete de este babilónico soneto que es inteligible, mas imposible entenderle hasta que se hallen los libros de Empédocles, aquel soberbio poeta que, afectando inmortalidad, como los cultos de estos tiempos, se arrojó en el volcán de Etna; por quien dijo Horacio –y todos es bien que lo digamos– sit ius, liceatque perire poetis. Perezcan en buen hora como precitos, mueran en su impenitencia, castíguelos su obstinación. »Finalmente este soneto es hermano de los libros del otro Sexto, a quien dice Marcial: non lectore tuis opus est sed Apolline libris. Bien que lo inteligible se resistirá al mismo Apolo, porque lo escible solamente se sabe: hagan ellos atentos en vano a los Dioses y mis versos grammaticis placeant et sine grammaticis. – Mucho contradices –dijo el lebrel–, hermana raposa, la secta de los cultos. Menos palabras quisiera y más razones. – Basta que sea secta –respondió la raposa–. Además, que han escrito ya tantos en esta materia y tan eruditamente que me excusan dar a luz un docto tratado que llegó a mis manos de un poeta elborense de la Carpetania. Y por que entiendas qué habla fundamentalmente, escucha un breve fragmento; y al que de los compañeros pareciere penoso, pasando adelante puede continuar su camino, sin romper el hilo de los sucesos que al Africano suspenden. Suponiendo, pues, que el nombre culto en esta acepción es antífrasis, como el bosque se llama lucus eo quod non luceat, según Servio y según san Jerónimo, reprehendiendo los que se imponen del todo contrarios a la cosa significada, como nuestros cultos: An ideo tibi bellus videris, quia Fausto vocaris nomine? Quasi non et lucus ideo dicatur, quod minime luceat, et Parcae quae nequaquam parcant, et Eumenides furiae, quod non sint benignae, et vulgo Ethiopes vocentur argentei. »Y suponiendo también cierto el parecer de Quintiliano, que omnia liberiora poetis, quam oratoribus (en lo cual se funda el estilo de estos apólogos), digo que más quiero creer a cuatro testigos mayores de toda excepción, y dignos jueces de esta causa, que a cuatro presumidos sectarios que ayer se levantaron sobre el aire y ya estuvieran sepultados en el olvido si no huyeran a las tinieblas que los culpan y defienden. Los testigos y jueces son: Aristóteles, Marco Tulio, Quintiliano y Horacio. Quisiera pasar en silencio un testimonio del Estagirita por ser tan común, pero es tan ex diametro opuesto al error contrario, calificándole bárbaro o enigmático, que, tratando esta materia, es inexcusable su autoridad. Dice, pues, en su Arte Poética: Dictionis autem virtus ut perspicua sit, non tamen humilis. Y poco más adelante: Peregrinum voco varietatem linguarum translationem, extensionem, tum quodcunque a proprio alienum est. Verum si quis haec omnia simul congerat vel aenigma efficiet vel barbarismum. »Si los cultos agregan esto y mucho más, ellos mismos sean jueces; en especial translaciones con tanta copia y desenfado, como si no fueran arrastradas por los cabellos de remotísimos términos, siendo acción muy dificultosa usarlas como conviene. Así lo dice poco más abajo: cum primis vero decenter uti translationibus maxime est arduum. Y Quintiliano enseña también la moderación con que se ha de usar este tropo: Ut modicus autem, atque opportunus eius usus illustrat orationem, ita frequens et obscurat, et taedio complet; continuus vero in allegoriam, et aenigma exit. A estos testimonios, acompañados de los que luego citaré, no responden, porque no hallan solución que en algún modo disculpe, cuánto más que satisfaga; pero en común dicen que los maestros de esta cultura pueden enseñar a todos erudición, como versados en la inteligencia e imitación de antiguos poetas, y autorizan sus dicciones y frases con que en tal y tal parte lo usaron estos y aquellos graves autores. »Este es su fundamento más fuerte, este su Aquiles y este su mayor engaño. ¿Será bien que porque un autor clásico tal vez usó alguna frase o translación con ingeniosa singularidad, docta o reprehensible, nosotros busquemos todos los modos que todos juntos usaron y otros de nuevo inventados y que los amontonemos en un poema? La falsa en la música hace suave consonancia, pero si toda la vistiesen de falsas sería música verdaderamente falsa: At obscuritas fit etiam verbis ab usu remotis, ut si comentarios quis pontificum, et vetustissima foedera, et exoletos scrutatus authores, id ipsum petat ex his, ut quae inde contraxerit, non intelligantur. Hinc enim aliqui famam eruditionis affectant, ut quaedam soli scire videantur. No pudo decir más si en estos tiempos escribiera; además que es engaño muy pueril persuadirse que es lícito trasladar a nuestra lengua las frases, translaciones y modos propios de la latina. Cada lengua tiene sus idiomas naturales: los hebraísmos no admite la lengua griega, porque ya dejaran de serlo; ni los grecismos la latina, ni los latinismos la castellana. Y no solamente las frases, pero aun algunas palabras, tropos y figuras traducidos a otra lengua pierden fuerza, gracia y significación. Y así admiro qué satisfechos y contentos quedan algunos cultos cuando autorizan sus modos con un lugarcito de poeta latino. Son innumerables los ejemplos con que se puede probar esta verdad, y por ser tantos no haré elección particular de poetas y lugares escondidos, sino solo de tres o cuatro en los primeros tres libros de la Eneida de Virgilio y de otros tantos en las tres primeras Odes de Horacio, que lo mismo hallarás en las demás. »Virgilio, en el libro primero de su Eneida, usa una gallarda aposiopesis y sin controversia inimitable: Quos ego? Sed motus praestat componere fluctus. Porque alguno ha de presumir que ha imitado felizmente a Virgilio cuando, en semejante acción, dijera: «¿A quién yo? Mas la furia de las olas conviene sosegar». Ni tiene énfasis ni gracia. Si yo dijera: «callaron todos y tenían atentos las bocas», ¿admitiéranme por excusa que el mismo poeta dijo en el libro segundo: conticuere omnes intentique ora tenebant? No, por cierto, porque a él le fue lícito en la lengua latina y no a mí en la castellana. ¡Sería bueno que yo me atreviera a decir este verso: ‘navega Eneas por la sal ausonia', porque Virgilio dijo en el tercero: et salis Ausonii lustrandum navibus aequor; y Catulo, fluctus salis allidebant, y otros muchos que usan sal pro mari! »Horacio pudo decir: manet sub Iove frigido / Venator tenerae coniugis immemor, y yo no puedo imitarle diciendo ‘persevera el cazador debajo de Júpiter frío'. En la Ode 2 dice: serus in caelum redeas, y en castellano reprobaré si alguno dijere: ‘tardo vayas al cielo'. En la tercera, con primor, nec rabiem Noti / quo non arbiter Adriae: ‘ni el furor temió del Noto, como el cual viento no hay árbitro del Adriático mar'; aquella palabra, ‘arbiter', pierde en castellano casi toda la gracia y significación. Y así, puedes discurrir por las demás obras de estos y todos los poetas latinos, de lo cual colijo que la imitación no es siempre permitida, ni la transposición de vocablos, y que debe regularse con el uso prudente y con las frases castellanas, dejando a otras lenguas lo que es proprio suyo, pues la nuestra es rica sin que inútil y atrevidamente hurte ajenos tesoros. »Antes de traer otros lugares, conviene suponer que la retórica es común a prosa y verso, porque siendo arte de bien decir, es forzoso que la poética la guarde: parte esencial de la retórica es la elocución, y la elegancia parte de la elocución. Oigamos, pues, ahora a Marco Tulio: Elegantia est, quae facit, ut unumquodque pure et aperte dici videatur: haec distribuitur in latinitatem, et explanationem. … Explanatio est, quae reddit apertam et dilucidam orationem: ea comparatur duabus rebus usitatis verbis et propriis. ¿Guardan esto los oradores cultos? No. ¿Y los poetas cultos? Menos. Pues aquí no hay respuesta, que son preceptos para oradores y no para poetas. Lo uno, porque o han de negar que los poetas deben hablar retóricamente, o han de conceder que la explanación es precepto forzoso. Lo otro, porque los oradores ejemplifican sus preceptos con testimonios de poetas, luego sienten que los poetas los guardan y deben guardar. »Aborrece tanto Quintiliano la oscuridad que parece tuvo delante lo que ahora pasa cuando escribió el capítulo segundo del libro octavo, cuyo título es De perspicuitate, adonde se enoja muy de veras contra tales escritores y dice que no es vicio nuevo –aunque el nombre de ‘cultos' lo sea en este tiempo–, citando a Tito Livio, el cual hace mención de un preceptor que enseñaba a sus discípulos cómo habían de hablar obscuramente: At ego –prosigue– otiosum sermonem dixerim, quem auditor suo ingenio non intelligit. Son palabras ociosas las que no se dejan entender de quien las oye, at persuasit quidem iam multos ista persuasio, ut id iam demum eleganter, atque exquisite dictum putent, quod interpretandum sit. Y concluye: nobis prima sit virtus perspicuitas. »No solo nace la obscuridad del uso impropio de frases latinas, tropos, figuras y transposiciones, sino de la invención de vocablos. Horacio, después de haber enseñado cuán moderados y cautos hemos de ser en esta elección, o renovando antiguos o inventando nuevos, nos da por cierta regla el uso, el cual dice que es vis et norma loquendi; y Ascensio, su comentador, aprobando este precepto, dice que «no es buena excusa la autoridad si no se acompaña de la costumbre»: Non omnia quae autoritatem habent imitari liceat; y cita a Aulo Gelio, el cual enseña lo mismo: Vive moribus praeteritis, loquere verbis praesentibus, por ser la costumbre, como dice Quintiliano, certissima loquendi magistra, utendumque plane sermone, ut nummo cui publica forma est. De lo contrario se sigue afectación, qua nihil est odiosius, dice el mismo autor; y añade: Nam fuerit pene ridiculum, malle sermonem quo locuti sunt homines, quam quo loquantur. Y porque ninguno peque de ignorancia en saber lo que es costumbre, concluye el capítulo diciendo: Ergo consuetudinem sermonis vocabo consensum eruditorum, sicut vivendi consensum bonorum. ¿En el lenguaje culto, así de poetas como de oradores e historiadores, convienen los eruditos? Abominan sus novedades, bien que el vulgo poético las celebre, porque nihil tam facile (el Doctor Máximo) quam vilem plebeculam, et indoctam concionem linguae volubilitate decipere, quae quidquid non intelligi, plus miratur. »Quien obra mal aborrece la luz; esta descubre los colores que las tinieblas borran; ¿qué mucho afecten oscuridad los pobres de colores retóricos; de colores finos qué copia no les falta, pero confusos y falsos? Quien bien escribe claro mejor pudiera oscuro, y quien escribe oscuro no puede claro: algún culto he oído confesarlo ingenuamente. – Yo –dijo Pardalín–, aunque nec fonte labra prolui caballino, nec in bicipiti somniasse Parnasso, Memini, me atreviera no a ser poeta, pero a ser culto. Los espíritus cultos que has referido me inficionan la sangre de modo que está hirviendo por salir. Oye una descripción de la fortuna que padeció Auricrino en aquella tempestuosa noche, origen de tantas desdichas, que incultamente escribió el autor de su historia cuando la dio principio. Su facilidad conozco imposible a mis fuerzas, y en estilo culto no solo posible, sino lejos de dificultad. Esta es una de las razones por que nuestros tiempos padecen tanto flujo de poetas. Oíd y juzgad si merezco lugar entre cultos: «Rompían la no diáfana entonces región letales silbos y exánimes rugidos, erizando horrores, desmayando osadías a la Estigia, madre de las Euménides, cuyas sombras –imagen ya clara de tenebroso caos– informaban espléndidas, con poco aseo, violencias de nubes dispensadoras, tan continuas que, usurpando el imperio al mudable, aplaudían descréditos, emulaban tiranías al luminar hermoso. Truenos y rayos caso mentían novísimo del brillante globo, confuso el orden de sus acordes ruedas, a quien sordos respondían euros y áfricos que, ciegos a obediencias, bien que involuntarias, de superiores no señas, leyes sí, rotas las prisiones y levantando el monte, poco sello de mucha gruta, en su libertad hórridas maturaban disoluciones los que, en su esclavitud, lánguidos gimieron ahogos, anhelaron sufocantes parasismos. No menor turbación vinculó pasmos, congeló espíritus a los demás sublunares. Prostráronse soberbios peñascos a la necesidad y, con desazonada afectación, haciéndola virtud, humildes se erigieron. Árboles desacreditaron con resistencia su valor temeraria. Fieras cedieron a la fama sus nombres, si a la infamia sus obras, motivando sospechas y aun detracciones en derogación de inviolables fueros contra quien perdió honor de próvida, si le ejecutorió de varia. No atrevió su caudal al desempeño de antiguos abonos en creces de tantas menguas; cobrose empero al candor de crepúsculos, si bien hostigada en meridianos de animosidad. Bramaba el cerúleo rey, que, provocado a desafío, espumas vertía de coral por la boca, corales de espuma por los ojos; y fulminando contra los vulcanos del hermano –guerra la llorarás civil– su tridente, en horrísonos combates, si sacrílegos Eolios, presumían violar cristalinos retretes; entonces, vengativas aguas, Nembrodes agraviados, disculpando babeles más altos si menos firmes, más firmes si menos altos, por escalas de influjos borrar estrellas, de cuya hermosura, desdeñosa antes, cruel ahora, admirable siempre, afeada nunca, espejos otro tiempo, se ostentaron divina». No me negaréis que este lenguaje, para culto, es gallardo, porque redunda de virtudes cultas –vicios entiendo–; mas yo no os negaré que es descripción afectada, larga, superflua y oscura. »Finalmente, cierre Séneca el discurso en la epístola trigesimatercia contra estos que se desvanecen por la dignidad culta, alcanzada con pocas frases y palabras de memoria (a diez o veinte las reduce un ingenioso anticulto) y en ellas cifran toda su doctrina: Viro captare flosculos turpe est et fulcire se notissimis, et paucissimis vocibus; y en particular, contra los oradores de esta edad, cuya culpa es mayor y se les luce en el fin, que nunca consiguen, de persuadir. ¿Qué mucho si de este fin no se acuerdan, como los medios demuestran y los efectos confirman? Reparen, pues, en esta sentencia de la epístola ciento y una: Oratio solicita philosophum non decet. Ubi tandem erit fortis, et constans ubi periculum sui faciet, qui timet verba?.