**** *book_ *id_poem1 *date_1625 *creator_gongora 1 De Las Lusiadas de Luis de Camões, que tradujo Luis de Tapia, natural de Sevilla     Suene la trompa bélica     del castellano cálamo, dándoles lustre y ser a las Lusíadas,     y con su rima angélica     en el celeste tálamo encumbre su valor sobre las Híadas,     Napeas y Hamadríadas:     con amoroso cántico     y espíritu poético     celebren nuestro Bético del Mauritano mar al mar Atlántico,     pues vuela su Calíope desde el blanco francés al negro etíope.     Aquí la fuerza indómita     del Pacheco diestrísimo descubre de su rey el pecho y ánimo,     la India deja atónita     con su valor rarísimo, y al Samorín soberbio, pusilánimo.     Muéstrase aquí magnánimo     Alburquerque, y solícito     capitán integérrimo,     que al amador misérrimo crudamente castiga el hecho ilícito,     y a Goa y su potencia dos veces la sujeta a su obediencia.     Almeida, que a los árabes     con la venganza hórrida sus muros y edificios va talándoles,     y a los rumes y alárabes,     debajo de la tórrida, con valerosa espada domeñándoles,     y mayor pena dándoles     con el hijo belígero,     que en el seno Cambaico     contra el moro y hebraico muere mostrando su furor armígero,     sirviéndole de túmulo de mamelucos el sangriento cúmulo.     Cuanto pechos heroicos     te dan fama clarífica, oh Lusitania, por la tierra cálida,     tanto versos estoicos     te dan gloria mirífica, celebrando tu nombre y fuerza válida:     dígalo la Castálida,     que al soberano Tapia     hizo que (más que en árboles,     en bronces, piedras, mármoles) en su verso eternice su prosapia,     dándole el odorífero lauro, por premio del gran dios lucífero. **** *book_ *id_poem2 *date_1625 *creator_gongora 2     La más bella niña de nuestro lugar, hoy vïuda y sola, y ayer por casar,     viendo que sus ojos a la guerra van, a su madre dice, que escucha su mal:     «Dejadme llorar     orillas del mar.     »Pues me distes, madre, en tan tierna edad tan corto el placer, tan largo el pesar,     y me cautivastes de quien hoy se va y lleva las llaves de mi libertad,     dejadme llorar     orillas del mar.     »En llorar conviertan, mis ojos, de hoy más, el sabroso oficio del dulce mirar,     pues que no se pueden mejor ocupar, yéndose a la guerra quien era mi paz.     Dejadme llorar     orillas del mar.     »No me pongáis freno ni queráis culpar, que lo uno es justo, lo otro, por demás;     si me queréis bien, no me hagáis mal: harto peor fuera morir y callar.     Dejadme llorar     orillas del mar.     »Dulce madre mía, ¿quién no llorará, aunque tenga el pecho como un pedernal,     y no dará voces, viendo marchitar los más verdes años de mi mocedad?     Dejadme llorar     orillas del mar. »Váyanse las noches, pues ido se han los ojos que hacían los míos velar;     váyanse, y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra la mitad.     Dejadme llorar     orillas del mar». **** *book_ *id_poem3 *date_1625 *creator_gongora 3     Los rayos le cuenta al sol con un peine de marfil la bella Jacinta, un día que por mi dicha la vi     en la verde orilla     de Guadalquivir. **** *book_ *id_poem4 *date_1625 *creator_gongora 4     Ciego que apuntas y atinas, caduco dios, y rapaz, vendado que me has vendido y niño mayor de edad:     por el alma de tu madre, que murió, siendo inmortal, de invidia de mi señora, que no me persigas más. Déjame en paz, Amor tirano,     déjame en paz.     Baste el tiempo mal gastado que he seguido, a mi pesar, tus inquïetas banderas, forajido capitán;     perdóname, Amor, aquí, pues yo te perdono allá, cuatro escudos de paciencia, diez de ventaja en amar. Déjame en paz, Amor tirano,     déjame en paz.     Amadores desdichados, que seguís milicia tal, decidme, ¿qué buena guía podéis de un ciego sacar?     De un pájaro, ¿qué firmeza? ¿Qué esperanza, de un rapaz? ¿Qué galardón, de un desnudo? De un tirano, ¿qué piedad? Déjame en paz, Amor tirano,     déjame en paz.     Diez años desperdicié, los mejores de mi edad, en ser labrador de Amor a costa de mi caudal;     como aré y sembré, cogí: aré un alterado mar, sembré una estéril arena, cogí vergüenza y afán. Déjame en paz, Amor tirano,     déjame en paz.     Una torre fabriqué, del viento en la raridad, mayor que la de Nembrot y de confusión igual;     gloria llamaba a la pena, a la cárcel, libertad, miel dulce al amargo acíbar, principio al fin, bien al mal. Déjame en paz, Amor tirano,     déjame en paz. **** *book_ *id_poem5 *date_1625 *creator_gongora 5     Hermana Marica, mañana, que es fiesta, no irás tú a la amiga, ni yo iré a la escuela.     Pondráste el corpiño y la saya buena, cabezón labrado, toca y albanega;     y a mí me pondrán mi camisa nueva, sayo de palmilla, media de estameña,     y si hace bueno trairé la montera que me dio, la Pascua, mi señora abuela,     y el estadal rojo con lo que le cuelga, que trajo el vecino cuando fue a la feria.     Iremos a misa, veremos la iglesia, daranos un cuarto mi tía la ollera;     compraremos de él (que nadie lo sepa) chochos y garbanzos para la merienda.     y en la tardecica, en nuestra plazuela, jugaré yo al toro, y tú, a las muñecas     con las dos hermanas, Juana y Madalena, y las dos primillas, Marica y la tuerta.     Y si quiere madre dar las castañetas, podrás tanto dello bailar en la puerta;     y al son del adufe cantará Andrehuela: No me aprovecharon, madre, las hierbas.     Y yo, de papel, haré una librea, teñida con moras por que bien parezca,     y una caperuza con muchas almenas; pondré por penacho las dos plumas negras     del rabo del gallo que acullá en la huerta anaranjeamos las carnestolendas;     y en la caña larga pondré una bandera con dos borlas blancas en sus tranzaderas;     y en mi caballito pondré una cabeza de guadamecí, dos hilos por riendas,     y entraré en la calle haciendo corvetas; yo y otros del barrio, que son más de treinta,     jugaremos cañas junto a la plazuela por que Barbolilla salga acá y nos vea:     Bárbola, la hija de la panadera, la que suele darme tortas con manteca,     porque algunas veces hacemos yo y ella las bellaquerías detrás de la puerta. **** *book_ *id_poem6 *date_1625 *creator_gongora 6 Que pida a un galán Minguilla cinco puntos de jervilla,     bien puede ser; mas que calzando diez Menga, quiera que al justo le venga,     no puede ser. Que se case un don Pelote con una dama sin dote,     bien puede ser; mas que no dé algunos días por un pan las damerías,     no puede ser. Que la viuda en el sermón dé mil suspiros sin son,     bien puede ser; mas que no los dé, a mi cuenta, por que sepan dó se sienta,     no puede ser. Que esté la bella casada, bien vestida y mal celada,     bien puede ser; mas que el bueno del marido no sepa quién dio el vestido,     no puede ser. Que anochezca cano el viejo, y que amanezca bermejo,     bien puede ser; mas que a creer nos estreche que es milagro, y no escabeche,     no puede ser. Que se precie un don Pelón que se comió un perdigón,     bien puede ser; mas que la bisnaga honrada no diga que fue ensalada,     no puede ser. Que olvide a la hija el padre de buscalle quién le cuadre,     bien puede ser; mas que se pase el invierno sin que ella le busque yerno,     no puede ser. Que la del color quebrado culpe al barro colorado,     bien puede ser; mas que no entendamos todos que aquestos barros son lodos,     no puede ser. Que, por parir, mil loquillas enciendan mil candelillas,     bien puede ser; mas que público o secreto no haga algún cirio efeto,     no puede ser. Que sea el otro letrado por Salamanca aprobado,     bien puede ser; mas que traiga buenos guantes sin que acudan pleiteantes,     no puede ser. Que sea médico más grave quien más aforismos sabe,     bien puede ser; mas que no sea más experto el que más hubiere muerto,     no puede ser. Que acuda a tiempo un galán con un dicho y un refrán,     bien puede ser; mas que entendamos por eso que en Floresta no está impreso,     no puede ser. Que oiga Menga una canción con piedad y atención,     bien puede ser; mas que no sea más piadosa a dos escudos en prosa,     no puede ser. Que sea el padre Presentado predicador afamado,     bien puede ser; mas que muchos puntos buenos no sean estudios ajenos,     no puede ser. Que una guitarrilla pueda mucho después de la queda,     bien puede ser; mas que no sea necedad despertar la vecindad,     no puede ser. Que el mochilero o soldado deje su tercio embarcado,     bien puede ser; mas que lo crean de la guerra porque entró roto en su tierra,     no puede ser. Que se emplee el que es discreto en hacer un buen soneto,     bien puede ser; mas que un menguado no sea el que en hacer dos se emplea,     no puede ser. Que quiera una dama esquiva lengua muerta y bolsa viva, bien puede ser; mas que halle, sin dar puerta, bolsa viva y lengua muerta, no puede ser. Que el confeso al caballero socorra con su dinero,     bien puede ser; mas que le dé, porque presta, lado el día de la fiesta,     no puede ser. Que junte un rico avariento los doblones ciento a ciento,     bien puede ser; mas que el sucesor gentil no los gaste mil a mil,     no puede ser. Que se pasee Narciso con un cuello en paraíso,     bien puede ser; mas que no sea notorio que anda el cuerpo en pulgatorio,     no puede ser. **** *book_ *id_poem7 *date_1625 *creator_gongora 7 Ándeme yo caliente y ríase la gente.     Traten otros del gobierno del mundo y sus monarquías, mientras gobiernan mis días mantequillas y pan tierno, y las mañanas de invierno naranjada y aguardiente,     y ríase la gente.     Coma en dorada vajilla el príncipe mil cuidados, como píldoras dorados, que yo en mi pobre mesilla quiero más una morcilla que en el asador reviente,     y ríase la gente.     Cuando cubra las montañas de blanca nieve el enero, tenga yo lleno el brasero de bellotas y castañas, y quien las dulces patrañas del rey que rabió me cuente,     y ríase la gente.     Busque muy en hora buena el mercader nuevos soles; yo, conchas y caracoles entre la menuda arena, escuchando a Filomena sobre el chopo de la fuente,     y ríase la gente.     Pase a media noche el mar, y arda en amorosa llama Leandro por ver su dama, que yo más quiero pasar del golfo de mi lagar la blanca o roja corriente,     y ríase la gente.     Pues Amor es tan crüel, que de Píramo y su amada hace tálamo una espada, do se junten ella y él, sea mi Tisbe un pastel, y la espada sea mi diente,     y ríase la gente. **** *book_ *id_poem8 *date_1625 *creator_gongora 8     Da bienes Fortuna que no están escritos: cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos.     ¡Cuán diversas sendas se suelen seguir en el repartir honras y haciendas! A unos da encomiendas, a otros, sambenitos. Cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos.     A veces despoja de choza y apero al mayor cabrero; y a quien se le antoja, la cabra más coja parió dos cabritos. Cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos.     Porque en una aldea un pobre mancebo hurtó solo un huevo, al sol bambolea, y otro se pasea con cien mil delitos. Cuando pitos, flautas, cuando flautas, pitos. **** *book_ *id_poem9 *date_1625 *creator_gongora 9 Las redes sobre el arena, y la barquilla, ligada a una roca que las ondas convierten de piedra en agua,     el pobre Alcïón se queja por ver a la hermosa Glauca, fuego de los pescadores y gloria de aquella playa. **** *book_ *id_poem10 *date_1625 *creator_gongora 10 En el caudaloso río donde el muro de mi patria se mira la gran corona y el antiguo pie se lava,     desde su barca Alcïón suspiros y redes lanza, los suspiros, por el cielo, y las redes, por el agua;     y, sin tener mancilla, mirábalo su amor desde la orilla.     En un mismo tiempo salen de las manos y del alma los suspiros y las redes hacia el fuego y hacia el agua.     Ambos se van a su centro, do su natural los llama, desde el corazón, los unos, las otras, desde la barca;     y, sin tener mancilla, mirábalo su amor desde la orilla.     El pescador, entretanto, viendo tan cerca la causa, y que tan lejos está de su libertad pasada,     hacia la orilla se llega, adonde con igual pausa hieren el agua los remos, y los ojos della, el alma;     y, sin tener mancilla, mirábalo su amor desde la orilla.     Y, aunque el deseo de verla para apresurarlo arma de otros remos la barquilla, y el corazón, de otras alas,     por que la ninfa no huya no llega más que a distancia de donde tan solamente escuche aquesto que canta:     «Dejadme, triste, a solas dar viento al viento y olas a las olas.     »Volad al viento, suspiros, y mirad quién os levanta de un pecho que es tan humilde a partes que son tan altas.     Y vosotras, redes mías, calaos en las ondas claras, adonde os visitaré con mis lágrimas cansadas.     Dejadme, triste, a solas dar viento al viento y olas a las olas.     »Dejadme vengar de aquella que tomó de mí venganza de más leales servicios que arenas tiene esta playa;     dejadme, nudosas redes, pues que veis que es cosa clara que, más que vosotras nudos, tengo, para llorar, causas.     Dejadme, triste, a solas dar viento al viento y olas a las olas». **** *book_ *id_poem11 *date_1625 *creator_gongora 11     Érase una vieja de gloriosa fama, amiga de niñas, de niñas que labran;     para su contento alquiló una casa donde sus vecinas hagan sus coladas.     Con la sed de amor corren a la balsa cien mil sabandijas de natura varia,     a que con sus manos, pues tiene tal gracia, como el unicornio, bendiga las aguas;     también acudía la viuda honrada, del muerto marido sintiendo la falta     con tan grande extremo, que allí se juntaba a llorar por él lágrimas cansadas ... **** *book_ *id_poem12 *date_1625 *creator_gongora 12 En la muerte de dos señoras mozas hermanas, naturales de Córdoba     Sobre dos urnas de cristal labradas, de vidrio en pedestales sostenidas, llorando está dos ninfas ya sin vidas el Betis en sus húmidas moradas,     tanto por su hermosura de él amadas, que, aunque las demás ninfas doloridas se muestran, de su tierno fin sentidas, él, derramando lágrimas cansadas,     «Almas —les dice—, vuestro vuelo santo seguir pienso hasta aquesos sacros nidos, do el bien se goza sin temer contrario,     que, vista esa belleza y mi gran llanto, por el cielo seremos convertidos, en Géminis vosotras, yo en Acuario». **** *book_ *id_poem13 *date_1625 *creator_gongora 13     De pura honestidad templo sagrado, cuyo bello cimiento y gentil muro, de blanco nácar y alabastro duro fue por divina mano fabricado;     pequeña puerta de coral preciado, claras lumbreras de mirar seguro, que a la esmeralda fina el verde puro habéis para viriles usurpado;     soberbio techo, cuyas cimbrias de oro al claro sol, en cuanto en torno gira, ornan de luz, coronan de belleza;     ídolo bello, a quien humilde adoro, oye piadoso al que por ti suspira, tus himnos canta, y tus virtudes reza. **** *book_ *id_poem14 *date_1625 *creator_gongora 14     Tras la bermeja Aurora el Sol dorado por las puertas salía, del oriente, ella de flores la rosada frente, él de encendidos rayos coronado;     sembraban su contento o su cuidado, cuál con voz dulce, cuál con voz doliente, las tiernas aves con la luz presente, en el fresco aire y en el verde prado,     cuando salió, bastante a dar, Leonora, cuerpo a los vientos y a las piedras alma, cantando de su rico albergue, y luego,     ni oí las aves más, ni vi la Aurora, porque al salir, o todo quedó en calma, o yo, que es lo más cierto, sordo y ciego. **** *book_ *id_poem15 *date_1625 *creator_gongora 15     Al tramontar del sol la ninfa mía, de flores despojando el verde llano, cuantas troncaba la hermosa mano, tantas el blanco pie crecer hacía.     Ondeábale, el viento que corría, el oro fino con error galano, cual verde hoja de álamo lozano se mueve al rojo despuntar del día;     mas luego que ciñó sus sienes bellas de los varios despojos de su falda (término puesto al oro y a la nieve),     juraré que lució más su guirnalda, con ser de flores, la otra ser de estrellas, que la que ilustra el cielo en luces nueve. **** *book_ *id_poem16 *date_1625 *creator_gongora 16     Oh claro honor del líquido elemento, dulce arroyuelo de corriente plata cuya agua entre la hierba se dilata con regalado son, con paso lento:     pues la por quien helar y arder me siento (mientras en ti se mira) Amor retrata de su rostro la nieve y la escarlata en tu tranquilo y blando movimiento,     vete como te vas, no dejes floja la undosa rienda al cristalino freno con que gobiernas tu veloz corriente,     que no es bien que confusamente acoja tanta belleza en su profundo seno el gran señor del húmido tridente. **** *book_ *id_poem17 *date_1625 *creator_gongora 17     Raya, dorado Sol, orna y colora del alto monte la lozana cumbre, sigue con agradable mansedumbre el rojo paso de la blanca Aurora;     suelta las riendas a Favonio y Flora, y usando al esparcir tu nueva lumbre tu generoso oficio y real costumbre, el mar argenta, las campañas dora,     para que de esta vega el campo raso borde, saliendo Flérida, de flores; mas si no hubiere de salir acaso,     ni el monte rayes, ornes ni colores, ni sigas de la Aurora el rojo paso, ni el mar argentes ni los campos dores. **** *book_ *id_poem18 *date_1625 *creator_gongora 18     Cual parece al romper de la mañana aljófar blanco sobre frescas rosas, o cual por manos hecha artificiosas bordadura de perlas sobre grana,     tales de mi pastora soberana parecían las lágrimas hermosas sobre las dos mejillas milagrosas, de quien mezcladas leche y sangre mana,     lanzando a vueltas de su tierno llanto un ardiente suspiro de su pecho, tal que el más duro canto enterneciera:     si enternecer bastara un duro canto, mirad qué habrá con un corazón hecho, que al llanto y al suspiro fue de cera. **** *book_ *id_poem19 *date_1625 *creator_gongora 19     Suspiros tristes, lágrimas cansadas, que lanza el corazón, los ojos llueven, los troncos bañan y las ramas mueven de estas plantas a Alcides consagradas;     mas del viento las fuerzas conjuradas los suspiros desatan y remueven, y los troncos las lágrimas se beben, mal ellos y peor ellas derramadas.     Hasta en mi tierno rostro aquel tributo que dan mis ojos, invisible mano de sombra o de aire me lo deja enjuto,     por que aquel ángel fieramente humano no crea mi dolor, y así es mi fruto llorar sin premio y suspirar en vano. **** *book_ *id_poem20 *date_1625 *creator_gongora 20     Ya besando unas manos cristalinas, ya anudándome a un blanco y liso cuello, ya esparciendo por él aquel cabello que Amor sacó entre el oro de sus minas,     ya quebrando en aquellas perlas finas palabras dulces mil sin merecello, ya cogiendo de cada labio bello purpúreas rosas sin temor de espinas,     estaba, oh claro Sol invidïoso, cuando tu luz, hiriéndome los ojos, mató mi gloria, y acabó mi suerte.     Si el cielo ya no es menos poderoso, por que no den los tuyos más enojos, rayos, como a tu hijo, te den muerte. **** *book_ *id_poem21 *date_1625 *creator_gongora 21     Oh piadosa pared, merecedora de que el tiempo os reserve de sus daños, pues sois tela do justan mis engaños con el fiero desdén de mi señora,     cubra esas nobles faltas desde ahora, no estofa humilde de flamencos paños, do el tiempo puede más, sino, en mil años, verde tapiz de hiedra vividora;     y vos, aunque pequeño, fiel resquicio, por que del carro del crüel destino no pendan mis amores por trofeos,     ya que secreto, sedme más propicio que aquel que fue en la gran ciudad de Nino barco de vistas, puente de deseos. **** *book_ *id_poem22 *date_1625 *creator_gongora 22     Rey de los otros, río caudaloso, que en fama claro, en ondas cristalino, tosca guirnalda de robusto pino ciñe tu frente, tu cabello undoso:     pues dejando tu nido cavernoso de Segura en el monte más vecino por el suelo andaluz tu real camino tuerces soberbio, raudo y espumoso,     a mí, que de tus fértiles orillas piso, aunque ilustremente enamorado, tu noble arena con humilde planta,     dime si entre las rubias pastorcillas has visto, que en tus aguas se han mirado, beldad cual la de Clori, o gracia tanta. **** *book_ *id_poem23 *date_1625 *creator_gongora 23 A la pasión de los celos     ¡Oh niebla del estado más sereno, furia infernal, serpiente mal nacida! ¡Oh ponzoñosa víbora escondida de verde prado en oloroso seno!     ¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno, que en vaso de cristal quitas la vida! ¡Oh espada sobre mí de un pelo asida, de la amorosa espuela duro freno!     Oh celo, del favor verdugo eterno, vuélvete al lugar triste donde estabas, o al reino, si allá cabes, del espanto;     mas no cabrás allá, que pues ha tanto que comes de ti mesmo y no te acabas, mayor debes de ser que el mismo infierno. **** *book_ *id_poem24 *date_1625 *creator_gongora 24     Mientras por competir con tu cabello oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello;     mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello;     goza cuello, cabello, labio, y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lilio, clavel, cristal luciente,     no solo en plata o víola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. **** *book_ *id_poem25 *date_1625 *creator_gongora 25     Corcilla temerosa,     cuando sacudir siente al soberbio aquilón con fuerza fiera     la verde selva umbrosa,     o murmurar corriente entre la hierba, corre tan ligera     que al viento desafía     su voladora planta:     con ligereza tanta, huyendo va de mí la ninfa mía,     encomendando al viento sus rubias trenzas, mi cansado acento.     El viento delicado     hace de sus cabellos mil crespos nudos por la blanca espalda,     y habiéndose abrigado     lascivamente en ellos, a luchar baja un poco con la falda,     donde, no sin decoro,     por brújula, aunque breve,     muestra la blanca nieve entre los lazos del coturno de oro;     y así, en tantos enojos, si trabajan los pies, gozan los ojos.     Con aquel dulce brío     que me da el soplo escaso del viento al descubrir su planta bella,     sigo, esforzando el mío,     su fugitivo paso, no más por alcanzalla que por vella;     ella, mi intento viendo,     vuelve a mí la serena     süave luz, y enfrena mi dulce alcance, el mismo efecto haciendo     sus luces soberanas en mí que en Atalanta las manzanas.     Yo, pues, ciego y turbado,     viéndola como mide con más ligeros pies el verde llano     que del arco encorvado     la saeta despide del Parto fiero la robusta mano,     y viendo que en mí mengua     lo que a ella le sobra,     pues nuevas fuerzas cobra, apelo de los pies para la lengua,     y en alta voz le digo: «No huyas, ninfa, pues que no te sigo.     »Enfrena, oh Clori, el vuelo,     pues ves que el rubio Apolo pone ya fin a su carrera ardiente;     ten de ti misma duelo,     deponga un rato solo el honesto sudor tu blanca frente.     Bastante muestra has dado     de crüel y ligera,     pues en tan gran carrera tu bellísimo pie nunca ha dejado     estampa en el arena, ni en tu pecho crüel mi grave pena.     »Ejemplos mil al vivo     de ninfas te pondría (si ya la antigüedad no nos engaña),     por cuyo trato esquivo     nuevos conoce hoy día troncos el bosque y piedras la montaña;     mas sírvate de aviso     en tu curso el de aquella,     no tan cruda ni bella, a quien ya sabes que el pastor de Anfriso     con pie menos ligero la siguió ninfa, y la alcanzó madero». Quédate aquí, canción, y pon silencio     al fugitivo canto, que razón es parar quien corrió tanto. **** *book_ *id_poem26 *date_1625 *creator_gongora 26 Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Mozuelas las de mi barrio, loquillas y confïadas: mirad no os engañe el tiempo, la edad y la confianza;     no os dejéis lisonjear de la juventud lozana, porque de caducas flores teje el tiempo sus guirnaldas. Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Vuelan los ligeros años y con presurosas alas nos roban, como harpías, nuestras sabrosas vïandas:     la flor de la maravilla esta verdad nos declara, porque le hurta la tarde lo que le dio la mañana. Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Mirad que cuando pensáis que hacen la señal de la alba las campanas de la vida, es la queda, y os desarma     de vuestro color y lustre, de vuestro donaire y gracia, y quedáis, todas, perdidas por mayores de la marca. Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Yo sé de una buena vieja que fue un tiempo rubia y zarca, y que, al presente, le cuesta harto caro el ver su cara,     porque su bruñida frente y sus mejillas se hallan, más que roquete de obispo, encogidas y arrugadas. Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Y sé de otra buena vieja, que un diente que le quedaba se lo dejó, estotro día, sepultado en unas natas,     y con lágrimas le dice: «Diente mío de mi alma, yo sé cuándo fuistes perla, aunque ahora no sois nada». Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua.     Por eso, mozuelas locas, antes que la edad avara el rubio cabello de oro convierta en luciente plata,     quered cuando sois queridas, amad cuando sois amadas, mirad, bobas, que detrás se pinta la ocasión, calva. Que se nos va la pascua, mozas,     que se nos va la pascua. **** *book_ *id_poem27 *date_1625 *creator_gongora 27     En la pedregosa orilla del turbio Guadalmellato, que al claro Guadalquivir le paga el tributo en barro,     guardando unas flacas yeguas, a la sombra de un peñasco, con la mano en la muñeca estaba el pastor Galayo;     pastor pobre y sin abrigo para los hielos de mayo, no más de por estar roto desde el tronco a lo más alto.     Quejábase reciamente del Amor, que lo ha matado en la mitad de los lomos con el arpón de un tejado,     por la linda Teresona, ninfa que siempre ha guardado, orillas de Vecinguerra, animales vidrïados,     hija de padres que fueron pastores de este ganado, el uno, orilla de Esgueva, el otro, orilla de Darro.     De esta, pues, Galayo andaba tiesamente enamorado, lanzando del pecho ardiente regüeldos amartelados.     No siente tanto el desdén con que della era tratado, cuanto la terrible ausencia le comía medio lado;     aunque para consolarse sacaba de rato en rato un cordón de sus cabellos, y tejido de su mano,     tan delicado y curioso, tan curioso y delicado, que si el cordón es tomiza los cabellos son esparto.     Con lágrimas lo humedece el yegüero desdichado, aunque después con suspiros quedó enjuto y perfumado,     y en un papelón de estraza, habiéndolo antes besado, lo envuelve, y saca, del seno, de su pastora un retrato     que en un pedazo de anjeo, no sin primor ni trabajo, con una espátula vieja se lo pintó un boticario;     y, clavando en él la vista, en tono romadizado estos versos cantó, al son de un mortero y de su mano:     «Dulce retrato de aquella enemiga desabrida que para acabar mi vida no tiene en sus ojos mella:     la paciencia se me apoca de ver cuán al vivo tienes la frente entre las dos sienes y los dientes en la boca,     y que es tal el regalado mirar de tus ojos bellos, que el que está más lejos dellos, ese está más apartado;     y así, aunque me hagan guerra, mirándolos me estaría, toda la noche y el día, comiendo turmas de tierra.     Retrato, pues, soberano, que, según es tu primor, tuvo al hacerte, el pintor, cinco dedos en su mano:     si no quies verme difunto, según por ti me derriengo, mírame, pues ves que tengo la nariz tan en su punto;     mírame, ninfa gentil, que ayer me miré en un charco, y vi que era rubio y zarco, como Dios hizo un candil». **** *book_ *id_poem28 *date_1625 *creator_gongora 28     Diez años vivió Belerma con el corazón difunto que le dejó en testamento aquel francés boquirrubio.     Contenta vivió con él, aunque a mí me dijo alguno que viviera más contenta con trecientas mil de juro.     A verla vino doña Alda, viuda del conde RoduIfo, conde que fue en Normandía lo que a Jesucristo plugo,     y, hallándola muy triste sobre un estrado de luto, con los ojos que ya eran orinales de Neptuno,     rïéndose muy de espacio de su llorar importuno sobre el muerto corazón envuelto en un paño sucio,     le dice: «Amiga Belerma, cese tan necio diluvio, que anegará vuestros años y ahogará vuestros gustos.     Estese allá Durandarte donde la suerte le cupo; buen pozo haya su alma, y pozo que esté sin cubo.     Si él os quiso mucho en vida, también lo quisistes mucho, y si tiene abierto el pecho, queréllese de su escudo.     ¿Qué culpa tuvistes vos de su entierro, siendo justo que el que como bruto muere, que lo entierren como a bruto?;     muriera él acá en París, a do tiene su sepulcro, que allí le hicieran lugar los antepasados suyos.     Volved luego a Montesinos ese corazón que os trujo, y enviadle a preguntar si por gavilán os tuvo.     Descosed, y desnudad, las tocas de anjeo crudo, el monjilón de bayeta y el manto, basto, peludo;     que, aun en las viudas más viejas y de años más caducos, las tocas cubren a enero, y los monjiles, a julio,     cuanto más, a una muchacha que le faltan días algunos para cumplir los treinta años, que yo desdichada cumplo.     Seis hace, si bien me acuerdo, el día de Santiñuflo, que perdí aquel mal logrado que hoy entre los vivos busco.     Holguéme de cuatro y ocho, haciéndoles dos mil hurtos a las palomas, de besos, y a las tórtolas, de arrullos.     Sentí su fin; pero más que muriese sin ver fructo, sin ver flujo de mi vientre, porque siempre tuve pujo;     mas no por eso ultrajé mi buena tez con rasguños, cabal me quedó el cabello, y los ojos, casi enjutos.     Aprended de mí, Belerma, holguémonos de consuno, llévese el mar lo llorado, y lo suspirado, el humo.     No hiléis memorias tristes en este aposento obscuro, que, cual gusano de seda, moriréis en el capullo.     Haced lo que en su fin hace el pájaro sin segundo, que nos habla en sus cenizas de pretérito y futuro.     Llorad su muerte, mas sea con lagrimillas al uso; de lo mal pasado nazca lo por venir más seguro.     Pongámonos a la par dos toquitas de repulgo, ceja en arco, manos blancas, y dos perritos lanudos.     Hiedras verdes somos ambas, a quien dejaron sin muros, de la muerte y del amor baterías e infortunios:     busquemos por do trepar, que, a lo que de ambas presumo, no nos faltarán en Francia pared gruesa, tronco duro.     La iglesia de san Dionís canónigos tiene muchos, delgados, cariaguileños, carihartos y espaldudos:     escojamos como en peras dos déligos capatuncios, de aquestos que andan en mulas y tienen algo de mulos;     de estos Alejandros Magnos que no tienen por disgusto, por dar en nuestros broqueles, que demos en sus escudos.     De todos los doce pares y sus nones, abrenuncio, que calzan bragas de malla y, de acero, los pantuflos;     ¿de qué nos sirven, amiga, petos fuertes, yelmos lucios?: armados hombres queremos, armados, pero desnudos.     De vuestra mesa redonda, francos paladines, huyo, donde ayunos os sentáis, y os levantáis más ayunos;     la de cuatro esquinas quiero, que la ventura me puso en casa de un cuatro picos, de todos cuatro picudo,     donde sirven, la cuaresma, sabrosísimos besugos, y turmas, en el carnal, con su caldillo y su zumo».     Más iba a decir doña Alda, pero a lo demás dio un nudo, porque de don Montesinos entró un pajecillo zurdo. **** *book_ *id_poem29 *date_1625 *creator_gongora 29 En la muerte de una señora que murió moza en Córdoba     Fragoso monte, en cuyo vasto seno duras cortezas de robustas plantas contienen aquel nombre en partes tantas de quien pagó a la tierra lo terreno:     así cubra de hoy más cielo sereno la siempre verde cumbre que levantas, que me escondas aquellas letras santas de que a pesar del tiempo has de estar lleno.     La corteza do están desnuda, o viste su villano troncón de hierba verde, de suerte que mis ojos no las vean.     Quédense en tu arboleda, ella se acuerde de fin tan tierno, y su memoria triste, pues en troncos está, troncos la lean. **** *book_ *id_poem30 *date_1625 *creator_gongora 30 Habla con don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán, quien estaba entonces en Córdoba, siendo allí su padre corregidor     Ya que con más regalo el campo mira, pues del hórrido manto se desnuda, purpúreo el sol, y aunque con lengua muda süave Filomena ya suspira,     templa, noble garzón, la noble lira, honren tu dulce plectro y mano aguda lo que al son torpe de mi avena ruda me dicta Amor, Calíope me inspira.     Ayúdame a cantar los dos extremos de mi pastora y, cual parleras aves que a saludar al sol a otros convidan,     yo ronco, tú sonoro, despertemos cuantos en nuestra orilla cisnes graves sus blancas plumas bañan y se anidan. **** *book_ *id_poem31 *date_1625 *creator_gongora 31 A unos álamos blancos     Verdes hermanas del audaz mozuelo por quien orilla el Po dejastes presos en verdes ramas ya y en troncos gruesos el delicado pie, el dorado pelo:     pues entre las rüinas de su vuelo sus cenizas bajar en vez de huesos, y sus errores largamente impresos de ardientes llamas vistes en el cielo,     acabad con mi loco pensamiento que gobernar tal carro no presuma, antes que lo desate por el viento     con rayos de desdén la beldad suma, y las reliquias de su atrevimiento esconda el desengaño en poca espuma. **** *book_ *id_poem32 *date_1625 *creator_gongora 32     Ni en este monte, este aire, ni este río corre fiera, vuela ave, pece nada, de quien con atención no sea escuchada la triste voz del triste llanto mío;     y aunque en la fuerza sea, del estío, al viento mi querella encomendada, cuando a cada cual dellos más le agrada fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,     a compasión movidos de mi llanto, dejan la sombra, el ramo, y la hondura, cual ya por escuchar el dulce canto     de aquel que, de Estrimón en la espesura, los suspendía cien mil veces. ¡Tanto puede mi mal, y pudo su dulzura! **** *book_ *id_poem33 *date_1625 *creator_gongora 33     ¿Cuál del Ganges marfil, o cuál de Paro blanco mármol, cuál ébano luciente, cuál ámbar rubio o cuál oro excelente, cuál fina plata o cuál cristal tan claro,     cuál tan menudo aljófar, cuál tan caro orïental safir, cuál rubí ardiente, o cuál, en la dichosa edad presente, mano tan docta de escultor tan raro     vulto dellos formara, aunque hiciera ultraje milagroso a la hermosura su labor bella, su gentil fatiga,     que no fuera figura, al sol, de cera, delante de tus ojos, su figura, oh bella Clori, oh dulce mi enemiga? **** *book_ *id_poem34 *date_1625 *creator_gongora 34 A Juan Rufo, jurado de Córdoba     Culto jurado, si mi bella dama, en cuyo generoso mortal manto arde, como en cristal de templo santo, de un limpio amor la más ilustre llama,     tu musa inspira, vivirá tu fama sin invidiar tu noble patria a Manto, y ornarte ha, en premio de tu dulce canto, no de verde laurel caduca rama,     sino de estrellas inmortal corona. Haga, pues, tu dulcísimo instrumento bellos efectos, pues la causa es bella,     que no habrá piedra, planta, ni persona, que suspensa no siga el tierno acento, siendo tuya la voz, y el canto della. **** *book_ *id_poem35 *date_1625 *creator_gongora 35     Ilustre y hermosísima María, mientras se dejan ver a cualquier hora en tus mejillas la rosada Aurora, Febo en tus ojos, y en tu frente el día,     y mientras con gentil descortesía mueve el viento la hebra voladora que la Arabia en sus venas atesora y el rico Tajo en sus arenas cría;     antes que de la edad Febo eclipsado, y el claro día vuelto en noche obscura, huya la Aurora del mortal nublado;     antes que lo que hoy es rubio tesoro venza a la blanca nieve su blancura, goza, goza el color, la luz, el oro. **** *book_ *id_poem36 *date_1625 *creator_gongora 36     Manda Amor en su fatiga que se sienta y no se diga, pero a mí más me contenta que se diga y no se sienta.     En la ley vieja de Amor a tantas fojas se halla que el que más sufre y más calla, ese librará mejor; mas triste del amador que, muerto a enemigas manos, le hallaron los gusanos secretos en la barriga. Manda Amor en su fatiga que se sienta y no se diga, pero a mí más me contenta que se diga y no se sienta.     Muy bien hará quien culpare por necio a cualquier que fuere que como leño sufriere y como piedra callare; mande Amor lo que mandare, que yo pienso muy sin mengua dar libertad a mi lengua, y a sus leyes una higa. Manda Amor en su fatiga que se sienta y no se diga, pero a mí más me contenta que se diga y no se sienta.     Bien sé que me han de sacar en el auto con mordaza, cuando Amor sacare a plaza delincuentes por hablar; mas yo me pienso quejar, en sintiéndome agraviado, pues el mar brama alterado cuando el viento lo fatiga. Manda Amor en su fatiga que se sienta y no se diga, pero a mí más me contenta que se diga y no se sienta.     Yo sé de algún joveneto que tiene muy entendido que guarda más bien Cupido al que guarda su secreto; y si muere el indiscreto de amoroso torozón, morirá sin confesión por no culpar su enemiga. Manda Amor en su fatiga que se sienta y no se diga, pero a mi más me contenta que se diga y no se sienta. **** *book_ *id_poem37 *date_1625 *creator_gongora 37     Amarrado al duro banco de una galera turquesca, ambas manos en el remo y ambos ojos en la tierra,     un forzado de Dragut en la playa de Marbella se quejaba, al ronco son del remo y de la cadena:     «¡Oh sagrado mar de España, famosa playa serena, teatro donde se han hecho cien mil navales tragedias!:     pues eres tú el mismo mar que con tus crecientes besas las murallas de mi patria, coronadas y soberbias,     tráeme nuevas de mi esposa, y dime si han sido ciertas las lágrimas y suspiros que me dice por sus letras;     porque si es verdad que llora mi captiverio en tu arena, bien puedes al mar del Sur vencer en lucientes perlas.     Dame ya, sagrado mar, a mis demandas respuesta, que bien puedes, si es verdad que las aguas tienen lengua;     pero, pues no me respondes, sin duda alguna que es muerta, aunque no lo debe ser, pues que vivo yo en su ausencia.     Pues he vivido diez años sin libertad y sin ella, siempre al remo condenado, a nadie matarán penas».     En esto, se descubrieron de la Religión seis velas, y el cómitre mandó usar, al forzado, de su fuerza. **** *book_ *id_poem38 *date_1625 *creator_gongora 38     La desgracia del forzado, y del cosario la industria, la distancia del lugar y el favor de la Fortuna,     que por las bocas del viento les daba a soplos ayuda contra las cristianas cruces a las otomanas lunas,     hicieron que, de los ojos del forzado, a un tiempo huyan dulce patria, amigas velas, esperanzas y ventura.     Vuelve, pues, los ojos, tristes, a ver cómo el mar le hurta las torres, y le da nubes, las velas, y le da espumas;     y viendo más aplacada en el cómitre la furia, vertiendo lágrimas, dice, tan amargas como muchas: «¿De quién me quejo con tan grande extremo, si ayudo yo a mi daño con mi remo?     »Ya no esperen ver, mis ojos, pues ahora no lo vieron, sin este remo las manos, y los pies sin estos hierros;     que, en esta desgracia mía, Fortuna me ha descubierto que cuantos fueren mis años tantos serán mis tormentos. ¿De quién me quejo con tan grande extremo, si ayudo yo a mi daño con mi remo?     »Velas de la Religión, enfrenad vuestro denuedo, que mal podréis alcanzarnos, pues tratáis de mi remedio;     el enemigo se os va, y favorécelo el tiempo por su libertad no tanto, cuanto por mi captiverio. ¿De quién me quejo con tan grande extremo, si ayudo yo a mi daño con mi remo?     »Quedaos en aquesa playa, de mis pensamientos puerto, quejaos de mi desventura y no echéis la culpa al viento.     Y tú, mi dulce suspiro, rompe los aires, ardiendo, visita a mi esposa bella, y en el mar de Argel te espero. ¿De quién me quejo con tan grande extremo, si ayudo yo a mi daño con mi remo?» **** *book_ *id_poem39 *date_1625 *creator_gongora 39 A Juan Rufo, de su Austriada     Cantastes, Rufo, tan heroicamente de aquel César novel la augusta historia, que está dudosa entre los dos la gloria, y a cuál se deba dar ninguno siente;     Y así la Fama, que hoy de gente en gente quiere que de los dos la igual memoria del tiempo y del olvido haya victoria, ciñe de lauro a cada cual la frente.     Debéis con gran razón ser igualados, pues fuistes cada cual único en su arte: él solo en armas, vos en letras solo,     y al fin ambos igualmente ayudados: él, de la espada del sangriento Marte; vos, de la lira del sagrado Apolo. **** *book_ *id_poem40 *date_1625 *creator_gongora 40     Con diferencia tal, con gracia tanta aquel ruiseñor llora, que sospecho que tiene otros cien mil dentro del pecho, que alternan su dolor por su garganta;     y aun creo que el espíritu levanta, como en información de su derecho, a escribir del cuñado el atroz hecho en las hojas de aquella verde planta.     Ponga, pues, fin a las querellas que usa, pues ni quejarse ni mudar estanza por pico ni por pluma se le veda;     y llore solo aquel que su Medusa en piedra convirtió, por que no pueda ni publicar su mal ni hacer mudanza. **** *book_ *id_poem41 *date_1625 *creator_gongora 41     La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas distilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida,     amantes, no toquéis, si queréis vida, porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida.     No os engañen las rosas, que a la Aurora diréis que, aljofaradas y olorosas, se le cayeron del purpúreo seno:     manzanas son de Tántalo, y no rosas, que después huyen del que incitan ahora, y solo del Amor queda el veneno. **** *book_ *id_poem42 *date_1625 *creator_gongora 42     No destrozada nave en roca dura tocó la playa más arrepentida, ni pajarillo de la red tendida voló más temeroso a la espesura;     bella ninfa, la planta mal segura, no tan alborotada ni afligida, hurtó de verde prado, que escondida víbora regalaba en su verdura,     como yo, Amor, la condición airada, las rubias trenzas y la vista bella huyendo voy, con pie ya desatado,     de mi enemiga en vano celebrada. Adiós, ninfa crüel; quedaos con ella, dura roca, red de oro, alegre prado. **** *book_ *id_poem43 *date_1625 *creator_gongora 43     Varia imaginación, que en mil intentos, a pesar, gastas, de tu triste dueño, la dulce munición del blando sueño, alimentando vanos pensamientos,     pues traes los espíritus atentos solo a representarme el grave ceño del rostro dulcemente zahareño, gloriosa suspensión de mis tormentos:     el sueño, autor de representaciones, en su teatro, sobre el viento armado, sombras suele vestir de vulto bello.     Síguelo; mostrarate el rostro amado y engañarán un rato tus pasiones dos bienes, que serán dormir y vello. **** *book_ *id_poem44 *date_1625 *creator_gongora 44 A don Luis Gaytán de Ayala, señor de Villafranca de Gaytán     No enfrene tu gallardo pensamiento del animoso joven mal logrado el loco fin, de cuyo vuelo osado fue ilustre tumba el húmido elemento.     Las dulces alas tiende al blando viento y, sin que el torpe mar del miedo helado tus plumas moje, toca levantado la encendida región del ardimiento.     Corona en puntas la dorada esfera do el pájaro real su vista afina, y al noble ardor desátese la cera,     que al mar, do tu sepulcro se destina, gran honra le será, y a su ribera, que le hurte su nombre tu rüina. **** *book_ *id_poem45 *date_1625 *creator_gongora 45     Gallardas plantas, que con voz doliente al osado Faetón llorastes vivas, y ya, sin invidiar palmas ni olivas, muertas podéis ceñir cualquiera frente:     así del sol estivo al rayo ardiente blanco coro de náyades lascivas precie más vuestras sombras fugitivas que verde margen de escondida fuente,     y así bese, a pesar del seco estío, vuestros troncos, ya un tiempo pies humanos, el raudo curso de este undoso río,     que lloréis (pues llorar solo a vos toca locas empresas, ardimientos vanos) mi ardimiento en amar, mi empresa loca. **** *book_ *id_poem46 *date_1625 *creator_gongora 46     Del color noble que a la piel vellosa de aquel animal dio, Naturaleza, que de corona ciñe su cabeza, rey de las otras, fiera generosa,     vestida vi a la bella desdeñosa, tal, que juzgué, no viendo su belleza, según decía el color con su fiereza, que la engendró la Libia ponzoñosa.     Mas viéndola, que Alcides muy ufano por ella en tales paños bien podía mentir su natural, seguir su antojo,     cual ya en Lidia torció con torpe mano el huso, y presumir que se vestía del nemeo león el gran despojo. **** *book_ *id_poem47 *date_1625 *creator_gongora 47     Aquí entre la verde juncia quiero, como el blanco cisne que envuelta en dulce armonía la dulce vida despide,     despedir mi vida amarga envuelta en endechas tristes, y querellarme de aquella tan hermosa como libre.     Descanse entretanto, el arco, de la cuerda que lo aflige, y pendiente de sus ramos orne esta planta de Alcides,     mientras yo a la tortolilla que sobre aquel olmo gime le hurto todo el silencio que para sus quejas pide.     Bellísima cazadora, más fiera que las que sigues por los bosques, cruel verdugo de mis años infelices:     tan grandes son tus extremos de hermosa y de terrible, que están los montes en duda si eres diosa o si eres tigre.     Préciaste de tan soberbia contra quien es tan humilde, que, considerados bien, todos los monteros dicen     que los dos nos parecemos al robre que más resiste los soplos del viento airado, tú en ser dura, yo en ser firme;     en esto solo eres robre, y en lo demás, flaca mimbre, no solo a los recios vientos, mas a los aires subtiles.     Ya no persigues crüel, después que a mí me persigues, a los ciervos voladores ni a los fieros jabalíes;     ni de tu dichoso albergue las nobles paredes visten, los despojos de las fieras que, como a mí, muerte diste,     no porque no gustes dello, sino por que no te obligue el encontrarme en la caza a que siquiera me mires.     Los monteros te suspiran por todos estos confines, y el mismo monte se agravia de que tus pies no lo pisen,     por el rastro que dejaban de rosas y de jazmines, tanto, que eran a sus campos, tus dos plantas, dos abriles.     Haz tu gusto, que yo quiero dejar (pues dello te sirves) el espíritu cansado que mis flacos miembros rige;     conseguiremos en esto ambos a dos nuestros fines: tú, el de crüel en dejarme, yo, el de leal en morirme.     Tú, rey de los otros ríos, que de las sierras sublimes de Segura al oceano el fértil terreno mides,     pues en tu dichoso seno tantas lágrimas recibes de mis ojos que en el mar entran dos Guadalquivires,     ruégote que su crueldad y mi firmeza publiques por todo el húmedo reino de la gran madre de Aquiles,     por que no solo en las selvas, mas los que en las aguas viven, conozcan quién es Daliso y quién es la ingrata Nise. **** *book_ *id_poem48 *date_1625 *creator_gongora 48     Noble desengaño, gracias doy al cielo, que rompiste el lazo que me tenía preso;     por tan gran milagro colgaré en tu templo las graves cadenas de mis graves yerros,     las fuertes coyundas del yugo de acero que con tu favor sacudí del cuello.     Las húmidas velas y los rotos remos que escapé del mar y ofrecí en el puerto     ya de tus paredes serán ornamento, gloria de tu nombre, y de Amor descuento.     Y así, pues que triunfas del rapaz arquero, tiren de tu carro y sean tu trofeo     locas esperanzas, vanos pensamientos, pasos esparcidos, livianos deseos,     rabiosos cuidados, ponzoñosos celos, infernales glorias, gloriosos infiernos.     Compóngante himnos, y digan, sus versos, que libras captivos y das vista a ciegos;     ante tu deidad hónrense mil fuegos del sudor precioso del árbol sabeo.     Pero ¿quién me mete en cosas de seso y en hablar de veras, en aquestos tiempos     donde el que más trata de burlas y juegos, ese es quien se viste más a lo moderno?     Ingrata señora, de tus aposentos (más dulce y sabrosa que nabo en adviento)     aplícame un rato el oído atento, que quiero hacer auto de mis devaneos:     qué de noches frías que me tuvo el hielo tal, que por esquina me juzgó tu perro,     y alzando la pierna con gentil denuedo me argentó de plata los zapatos negros.     Qué de noches de estas, señora, me acuerdo que, andando a buscar chinas por el suelo     para hacer la seña por el agujero, al tomar la china me ensucié los dedos.     Qué de días anduve cargado de acero, con harto trabajo porque estaba enfermo;     como estaba flaco, parecía cencerro: hierro por de fuera, por de dentro hueso.     Qué de meses y años que viví muriendo en la Peña pobre, sin ser Beltenebros,     donde me acaeció mil días enteros no comer sino uñas haciendo sonetos.     Qué de necedades escribí en mil pliegos, que las ríes tú ahora y yo las confieso,     aunque las tuvimos ambos en un tiempo, yo, por discreciones, y tú, por requiebros.     Qué de medias noches canté en mi instrumento: Socorred, señora, con agua a mi fuego,     donde, aunque tú no socorriste luego, socorrió el vecino con un gran caldero.     Adiós, mi señora, porque me es tu gesto chimenea en verano y nieve en invierno,     y el bazo me tienes de guijarros lleno, porque creo que bastan seis años de necio. **** *book_ *id_poem49 *date_1625 *creator_gongora 49     Aquel rayo de la guerra, alférez mayor del reino, tan galán como valiente y tan noble como fiero,     de los mozos invidiado, admirado de los viejos, y de los niños y el vulgo señalado con el dedo;     el querido de las damas por cortesano y discreto, hijo hasta allí regalado de la fortuna y del tiempo;     el que vistió las mezquitas de victoriosos trofeos, el que pobló las mazmorras de cristianos caballeros;     el que dos veces, armado más de valor que de acero, a su patria libertó de dos peligrosos cercos:     el gallardo Abenzulema sale a cumplir el destierro a que lo condena el rey, o el amor, que es lo más cierto.     Servía a una mora, el moro, por quien el rey anda muerto, en todo extremo hermosa y discreta en todo extremo.     Diole unas flores, la dama, que para él flores fueron, y para el celoso rey, hierbas de mortal veneno;     pues, de la hierba tocado, lo manda desterrar luego, culpando su lealtad para disculpar sus celos.     Sale, pues, el fuerte moro, sobre un caballo overo, que a Guadalquivir el agua le bebió, y le pació el heno,     con un hermoso jaez, rica labor de Marruecos, las piezas, de filigrana, la mochila, de oro y negro;     tan gallardo iba el caballo, que en grave y airoso huello con ambas manos medía lo que hay de la cincha al suelo.     Sobre una marlota negra un blanco albornoz se ha puesto, por vestirse las colores de su inocencia y su duelo.     Bordó mil hierros de lanzas por el capellar, y en medio, en arábigo una letra que dice: Estos son mis yerros.     Bonete lleva, turquí, derribado al lado izquierdo, y sobre él tres plumas, presas de un precioso camafeo:     no quiso salir sin plumas, por que vuelen sus deseos, si quien le quita la tierra también no le quita el viento.     No lleva más de un alfanje, que le dio el rey de Toledo, porque para un enemigo él le basta, y su derecho.     De esta suerte sale el moro con animoso denuedo, en medio de dos alcaides, de Arjona y del Marmolejo.     Caballeros lo acompañan y lo sigue todo el pueblo, y las damas, por do pasan, se asoman llorando a verlo;     lágrimas vierten ahora de sus tristes ojos bellos las que desde sus balcones aguas de olor le vertieron.     La bellísima Balaja, que llorosa en su aposento las sinrazones del rey le pagaban sus cabellos,     como tanto estruendo oyó, a un balcón salió corriendo, y enmudecida le dijo, dando voces con silencio:     «Vete en paz, que no vas solo, y en tu ausencia ten consuelo, que quien te echa de Jaén no te echará de mi pecho».     Él con el mirar responde: «Yo me voy, y no te dejo; de los agravios del rey para tu firmeza apelo».     Con esto pasó la calle, los ojos atrás volviendo cien mil veces, y de Andújar tomó el camino derecho. **** *book_ *id_poem50 *date_1625 *creator_gongora 50 A Córdoba     ¡Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor, de majestad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles, ya que no doradas!     ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas, que privilegia el cielo y dora el día! ¡Oh siempre glorïosa patria mía, tanto por plumas cuanto por espadas!:     si entre aquellas rüinas y despojos que enriquece Genil y Dauro baña tu memoria no fue alimento mío,     nunca merezcan mis ausentes ojos ver tu muro, tus torres y tu río, tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España! **** *book_ *id_poem51 *date_1625 *creator_gongora 51     Tres veces de Aquilón el soplo airado del verde honor privó las verdes plantas, y al animal de Colcos otras tantas ilustró Febo su vellón dorado,     después que sigo (el pecho traspasado de aguda flecha) con humildes plantas, ¡oh bella Clori!, tus pisadas santas por las floridas señas que da el prado.     A vista voy (tiñendo los alcores en roja sangre) de tu dulce vuelo, que el cielo pinta de cien mil colores,     tanto, que ya nos siguen los pastores por los extraños rastros que en el suelo dejamos, yo, de sangre, tú, de flores. **** *book_ *id_poem52 *date_1625 *creator_gongora 52 Deprecación a Apolo por la salud de una dama     Sacra planta de Alcides, cuya rama fue toldo de la hierba; fértil soto que al tiempo mil libreas le habéis roto de frescas hojas, de menuda grama:     sed hoy testigos de estas que derrama lágrimas Licio, y de este humilde voto que al rubio Febo hace, viendo a Cloto de su Clori romper la vital trama:     ardiente morador del sacro coro, si libre a Clori por tus manos deja de alguna hierba algún secreto jugo,     tus aras teñirá este blanco toro, cuya cerviz así desprecia el yugo, como el de Amor la enferma zagaleja. **** *book_ *id_poem53 *date_1625 *creator_gongora 53     Aunque a rocas de fe ligada vea con lazos de oro la hermosa nave mientras en calma humilde, en paz süave, sereno el mar la vista lisonjea;     y aunque el céfiro esté, por que lo crea, tasando el viento que en las velas cabe, y el fin dichoso del camino grave en el aspecto celestial se lea,     he visto blanqueando las arenas de tantos nunca sepultados huesos, que el mar de Amor tuvieron por seguro,     que de él no fío, si sus flujos gruesos con el timón, o con la voz, no enfrenas, ¡oh dulce Arión, oh sabio Palinuro! **** *book_ *id_poem54 *date_1625 *creator_gongora 54     Si las damas de la corte quieren por dar una mano dos piezas del toledano, y del milanés un corte, mientras no dan otro corte,     busquen otro, que yo soy nacido en el Potro.     Si por unos ojos bellos, que se los dio el cielo dados, quieren ellas más ducados que tienen pestañas ellos, alquilen quien quiera vellos,     y busquen otro, que yo soy nacido en el Potro.     Si un billete cada cual no hay tomallo ni leello mientras no le ven por sello llevar el cuño real, damas de condición tal,     buscad otro, que yo soy nacido en el Potro,     Si a mi demanda y porfía, mostrándose muy honestas, dan más recias las respuestas que cañones de crujía, para tanta artillería     busquen otro, que yo soy nacido en el Potro.     Si algunas damas bizarras, no las quiero decir viejas, gastan el tiempo en pellejas, y ellas se aforran en garras, vayan al Perú por barras,     y busquen otro, que yo soy nacido en el Potro.     Si la del dulce mirar ha de ser con presunción que ha de acudir a razón de a veinte mil el millar, pues fue el mío de al quitar,     busquen otro, que yo soy nacido en el Potro,     Si se precian por lo menos de que duques las recuestan, y a marqueses sueño cuestan y a condes muchos serenos, a servidores tan llenos     huélalos otro, que yo soy nacido en el Potro, **** *book_ *id_poem55 *date_1625 *creator_gongora 55     Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga?     Labré a mi despecho una pieza mala, no pude hacer sala, y cámara he hecho; quedará sin techo, y el cuerpo vacío, que un servidor mío, cual banco, quebró, y me recibió peor que una daga. Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga?     Camisas corté, y ante todas cosas, de mil mariposas las faldas labré; si mal hecho fue, la aguja lo ha hecho, cuyo ojo es estrecho para seda floja, y dame congoja que el lienzo se estraga. Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga?     Presentome quien mis gustos regula, con higos de Mula, pasas de Lairén; de Lisboa también cuanto tiene nombre, y el asno del hombre rompió de una coz barros de Estremoz, conservas de Braga. Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga?     Salí con trabajo de mi casa un día, a hora que corría grande aire de abajo; el aire me trajo un papel con porte, que a un ciego en la corte fue, salvo su honor, alcoholador, si no fue bisnaga. Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu‘haga?     Corriendo inquïeta, un día caí; con el ojo di en parte secreta; olí cual mosqueta, aunque no tan bien, regada de quien mis servicios niega, y a la flor que riega mil servicios paga. Si en todo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga?     Aire creo que es con flaqueza extraña quien me ha hecho caña, y flauta después; órgano con pies, que, sin saber dónde, organista esconde, fuelle y follador, del papa al pastor es bien satisfaga. Si en lodo lo qu'hago soy desgraciada, ¿qué quiere qu'haga? **** *book_ *id_poem56 *date_1625 *creator_gongora 56     Entre los sueltos caballos de los vencidos cenetes, que por el campo buscaban entre la sangre lo verde,     aquel español de Orán un suelto caballo prende, por sus relinchos, lozano, y por sus cernejas, fuerte,     para que lo lleve a él y a un moro captivo lleve, un moro que ha captivado, capitán de cien jinetes.     En el ligero caballo suben ambos, y él parece, de cuatro espuelas herido, que cuatro alas lo mueven.     Triste camina el alarbe y, lo más bajo que puede, ardientes suspiros lanza y amargas lágrimas vierte.     Admirado el español de ver, cada vez que vuelve, que tan tiernamente llore quien tan duramente hiere,     con razones, le pregunta, comedidas y corteses, de sus suspiros la causa, si la causa lo consiente.     El captivo, como tal, sin excusas le obedece, y a su piadosa demanda satisface desta suerte:     «Valiente eres, capitán, y cortés como valiente, por tu espada y por tu trato me has captivado dos veces.     Preguntado me has la causa de mis suspiros ardientes, y débote la respuesta por quien soy y por quien eres:     en los Gelves nací, el año que os perdistes en los Gelves, de una berberisca noble y de un turco matasiete;     en Tremecén me crié con mi madre y mis parientes, después que perdí a mi padre, cosario de tres bajeles.     Junto a mi casa vivía, por que más cerca muriese, una dama del linaje de los nobles melioneses,     extremo de las hermosas cuando no de las crüeles, hija, al fin, de estas arenas engendradoras de sierpes.     Cada vez que la miraba salía un sol por su frente, de tantos rayos ceñido cuantos cabellos contiene.     Juntos así nos crïamos, y Amor, en nuestras niñeces, hirió nuestros corazones con arpones diferentes:     labró el oro en mis entrañas dulces lazos, tiernas redes, mientras el plomo, en las suyas, libertades y desdenes.     Apenas vide trocada la dureza desta suerte, cuando tú me captivaste: mira si es bien que lamente». **** *book_ *id_poem57 *date_1625 *creator_gongora 57     Crïábase el Albanés en la corte de Amurates, no como prendas captivas en rehenes de su padre,     sino como se crïara el mayor de los sultanes, del Gran Señor, regalado, querido de los bajaes,     mancebo de altos principios y de pensamientos graves, de esperanzas vinculadas con su generosa sangre,     gran capitán en las guerras, gran cortesano en las paces, de los soldados escudo, espejo de los galanes.     Recién venido era entonces de vencer, y de ganalles al Húngaro dos banderas, y al Sofí cuatro estandartes.     Mas ¿qué aprovecha domar invencibles capitanes y contraponer el pecho a mil peligros mortales,     si un niño ciego lo vence, no más armado que en carnes, y en el corazón le deja dos arpones penetrantes?     Dos penetrantes arpones, que son los ojos süaves de las dos más bellas turcas que tiene todo el Levante;     que no hay turquesas tan finas que a sus ojos se comparen, discretas en todo extremo y de gracias singulares.     No lo defendió el escudo, hecho de finos diamantes, porque el amoroso fuego es al rayo semejante,     que el duro hierro en sus manos lo disminuye y deshace: no para en el hierro Amor, que, sin errar tiro, sabe     poner en el alma el hierro, y en la cara las señales. Fue tan desdichado en paz, cuanto, en la guerra, triunfante,     rendido, en paz, de mujeres, siendo en guerra un fiero Marte; bien conoció su valor Amor, pues para enlazalle     (por tener sujeto, Amor, al que sujetó al dios Marte), un lazo vio que era poco, y quiso con dos vendalle. **** *book_ *id_poem58 *date_1625 *creator_gongora 58     «Ensíllenme el asno rucio del alcalde Antón Llorente, denme el tapador de corcho y el gabán de paño verde,     el lanzón en cuyo hierro se han orinado los meses, el casco de calabaza y el vizcaíno machete,     y para mi caperuza las plumas del tordo denme, que por ser Martín el tordo servirán de martinetes:     pondrele el orillo azul que me dio para ponelle Teresa la del Villar, hija de Pascual Vicente;     y aquella patena en cuadro, donde de latón se ofrecen la madre del virotero y aquel dios que calza arneses,     tan en pelota y tan juntos, que en nudos ciegos los tienen al uno, redes y brazos, y al otro, brazos y redes,     cuyas figuras en torno acompañan y guarnecen ramos de nogal y espigas, y por letra, pan y nueces».     Esto decía Galayo antes que al Tajo partiese, aquel yegüero llorón, aquel jumental jinete,     natural de do nació, de yegüeros descendiente, hombres que se proveen ellos, sin que los provean los reyes.     Trajéronle la patena, y suspirando mil veces, del dios garañón miraba la dulce Francia y la suerte.     Piensa que será Teresa la que descubren y prenden agudos rayos de invidia, y de celos nudos fuertes:     «Teresa de mis entrañas, no te gazmies ni ajaqueques, que no faltarán zarazas para los perros que muerden;     aunque es largo mi negocio, mi vuelta será muy breve, el día de san Ciruelo o la semana sin viernes.     No te parezcas a Venus, ya que en beldad le pareces, en hacer de tantos huevos tantas frutas de sartenes.     Cuando sola te imagines, para que de mí te acuerdes, ponle a un pantuflo aguileño un reverendo bonete.     Si creciere la tristeza, una lonja cortar puedes de un jamón, que bien sabrá tornarte de triste alegre;     ¡oh cómo sabe una lonja, más que todos cuantos leen, y rabos de puercos, más que lenguas de bachilleres!     Mira, amiga, tu pantuflo, porque verás, si lo vieres, que se parece a mi cara como una leche a otra leche;     acuérdate de mis ojos, que están, cuando estoy ausente, encima de la nariz y debajo de la frente».     En esto, llegó Bandurrio diciéndole que se apreste, que para sesenta leguas le faltan tres veces veinte.     A dar, pues, se parte el bobo estocadas y reveses y tajos orilla el Tajo, en mil hermosos broqueles. **** *book_ *id_poem59 *date_1625 *creator_gongora 59     Escuchadme un rato atentos, cudiciosos noveleros, pagadme destas verdades los portes, en el silencio;     del nuevo mundo os diré las cosas que me escribieron, en las zabras que allegaron, cuatro amigos chichumecos:     dicen que es allá la tierra (lo que por acá es el suelo) muy abundante de minas porque lo es de conejos;     que andaban, los naturales, desnudos por los desiertos, pero que ya andan vestidos, si no es el que se anda en cueros;     que comían carne cruda, pero que ya en este tiempo la cuecen y asan todos, si no es el mujeriego;     que no hay zorras, en ayunas, y que hay monas, en bebiendo, y que hay micos que preguntan: «¿Véseme el rabo de lejos?»;     que hay unos gamos abades, y unos bien casados ciervos, según picos de bonetes, y garcetas de sombreros;     que hay unos fieros leones, digo fieros, por sus fieros, que son leones de piedra desatados en sus hechos;     que hay unas hermosas grullas, que darán por vos el sueño si les ocupáis las manos con un diamante de precio;     que hay también unas cigüeñas que anidan en monasterios, largas, por eso, de pico, y de honrar torres de viento;     que hay unas bellas picazas vestidas de blanco y negro cuya música es palabras y cuyo manjar es necios;     que hay unas gatas que logran lo mejor de sus eneros con gatos de refitorios y con gatos de dineros;     que hay unas tigres que dan, con manos de vara, y menos, tal bofetón a una bolsa, que escupe las muelas luego;     que andan unos avestruces que saben digerir yerros de hijas y de mujeres: ¡oh qué estómagos tan buenos!;     que hay unas vides que abrazan unos ricos olmos viejos por que sustenten sus ramas sus cudiciosos sarmientos;     que hay en aquellas dehesas un toro... Mas luego vuelvo, y quédese mi palabra empeñada en el silencio. **** *book_ *id_poem60 *date_1625 *creator_gongora 60 En una enfermedad de don Antonio de Pazos, obispo de Córdoba     Deste más que la nieve blanco toro, robusto honor de la vacada mía, y destas aves dos, que al nuevo día saludaban ayer con dulce lloro,     a ti, el más rubio dios del alto coro, de sus entrañas hago ofrenda pía, sobre este fuego, que vencido envía su humo al ámbar y su llama al oro,     por que a tanta salud sea reducido el nuestro sacro y docto pastor rico, que aun los que por nacer están le vean,     ya que de tres coronas no ceñido, al menos mayoral del Tajo, y sean grana el gabán, armiños el pellico. **** *book_ *id_poem61 *date_1625 *creator_gongora 61     Levantando blanca espuma, galeras de Barbarroja ligeras le daban caza a una pobre galeota     en que alegre el mar surcaba un mallorquín con su esposa, dulcísima valenciana bien nacida, si hermosa.     Del Amor agradecido, se la llevaba a Mallorca, tanto a celebrar las pascuas cuanto a festejar las bodas.     Y cuando a los sordos remos más se humillaban las olas, más se ajustaba a la vela el blando viento que sopla,     espïándola detrás de una punta insidïosa estaba el fiero terror de las playas españolas;     sobresaltola en el punto que por una parte y otra sus cuatro enemigos leños tristemente la coronan.     Crece en ellos la cudicia y en estotros la congoja, mientras se queja la dama, derramando tierno aljófar:     «Favorable, cortés viento, si eres el galán de Flora, válgasme en este peligro por el regalo que gozas.     Tú, que, embravecido, puedes, los bajeles que te enojan, embestillos en la arena con más daño que en las rocas;     tú, que con la misma fuerza cuando al humilde perdonas sueles de armadas reales escapar barquillas rotas:     salga esta vela a lo menos de estas manos rigurosas, cual de garras de halcón blancas alas de paloma». **** *book_ *id_poem62 *date_1625 *creator_gongora 62 A la ciudad de Granada, estando en ella     Ilustre ciudad famosa, infïel un tiempo, madre de Cegríes y Gomeles, de Muzas y Redüanes,     a quien dos famosos ríos, con sus húmidos caudales, el uno baña los muros y el otro purga las calles;     ciudad, a pesar del tiempo, tan populosa y tan grande, que de tus rüinas solas se honraran otras ciudades:     de mi patria me trujiste, y no a dar memorïales de mi pleito a tus oidores, de mi culpa a tus alcaldes,     sino a ver de tus murallas los soberbios homenajes, tan altos, que casi quieren hurtalle el oficio a Atlante;     y a ver de la fuerte Alhambra los edificios reales, en dos cuartos, divididos, de Leones y Comares,     do están las salas manchadas de la mal vertida sangre de los no menos valientes que gallardos Bencerrajes,     y las cuadras espaciosas do las damas y galanes ocupaban a sus reyes con sus zambras y sus bailes;     y a ver sus hermosas fuentes y sus profundos estanques, que, los veranos, son leche y, los inviernos, cristales;     y su Cuarto de las Frutas, fresco, vistoso y notable, injuria de los pinceles de Apeles y de Timantes,     donde tan bien las fingidas imitan las naturales, que no hay hombre a quien no burlen ni pájaro a quien no engañen;     y a ver sus secretos baños, do las aguas se reparten a las, sostenidas, pilas de alabastro, en pedestales,     do con sus damas la reina, bañándose algunas tardes, competían en blancura las espumas con sus carnes;     y de tu Chancillería a ver los seis tribunales, donde cada dosel cubre tres o cuatro majestades;     y a ver su real portada, labrada de piedras tales, que fuera menos costosa de rubíes y diamantes,     para cuyo noble intento, por que más presto se acabe, se echan a culpas de cera condenaciones de jaspe;     y a ver tu sagrado templo, donde es vencida en mil partes, de la labor, la materia, Naturaleza, del arte,     de cuya fábrica ilustre lo que es piedra injuria hace al fino oro que perfila sus molduras y follajes     (de claraboyas ceñido por do los rayos solares entran a adorar a quien les da la lumbre que valen;     cuyo cuerpo aun no formado nos promete en sus señales más fama que los que Roma edificó a sus deidades,     y que aquel, cuyas cenizas en nuestras memorias arden, de aquella, a quien por su mal vio el que mataron sus canes),     y al de Salomón, aunque eran sus piedras rubios metales, marfil y cedro, sus puertas, plata fina, sus umbrales;     y a ver su hermosa torre, cuyas campanas süaves, del aire, con su armonía, ocupan las raridades,     tan perfecta, aun no acabada, que no solo los que saben más del arte dicen que es obra de arquitecto grande,     mas del pórfido lo bello, lo hermoso del filabre, aunque con lenguas de piedra, loan al maestro sage;     y a ver tu real capilla, en cuyo túmulo yace con su cristiana Belona aquel católico Marte,     a cuyos gloriosos cuerpos, aunque muertos, inmortales, por reliquias de valor España les debe altares;     y a ver tu fértil escuela de Bártulos y de Abades, de Galenos y Avicenas, de Scotos y de Tomases;     y a ver tu Colegio insigne (tanto, que puede igualarse a los que el agua del Tormes beben, y la de Henares),     cuyas becas rojas vemos poblar universidades, plazas de audiencias, y sillas de iglesias mil catedrales;     y a ver el templo y la casa de los jerónimos frailes, donde está el mármol que sella al gran Gonzalo Fernández,     digo, los heroicos huesos de aquel sol de capitanes a quien mi patria le dio el apellido y los padres,     cuyas armas siempre fueron, aunque abolladas, triunfantes de los franceses estoques y de los turcos alfanjes,     de que dan gloriosas señas las banderas y estandartes, los yelmos y los escudos, tablachines y turbantes     de los jenízaros fieros y de los bárbaros traces, de los segundos Reinaldos y de los nuevos Roldanes,     que a solo honrar su sepulcro de trofeos militares, unos rompieron el mar, y otros bajaron los Alpes;     y a ver tu Albaicín, castigo de rebeldes voluntades, cuerpo vivo en otro tiempo, ya lastimoso cadáver;     y a ver tu apacible vega, donde combatieron antes nuestros cristianos maestres con tus paganos alcaides;     y a ver tu Generalife, aquel retrato admirable del terreno deleitoso de nuestros primeros padres,     do el ingenio de los hombres, de murtas y de arrayanes ha hecho a Naturaleza dos mil vistosos ultrajes,     donde se ven tan al vivo de brótano tantas naves, que dirán, si no se mueven, que es por faltarles el aire;     y a ver los cármenes frescos que al Darro cenefa hacen de aguas, plantas y edificios, formando un lienzo de Flandes     (do el céfiro al blanco chopo mueve con soplo agradable las hojas de argentería, y las de esmeralda al sauce),     donde hay de árboles tal greña, que parecen, los frutales, o que se prestan las frutas o que se dan dulces paces;     y del verde Dinadámar a ver los manantïales, a quien las plantas cobijan por que los troncos les bañen,     entre cuyos verdes ramos juntas, las diversas aves a cuatro y a cinco voces cantan motetes süaves;     y al Jaragüí, donde espiran dulce olor los frescos valles, las primaveras, de gloria, los otoños, de azahares,     cuyo suelo viste Flora de tapetes de Levante sobre quien vierte el abril esmeraldas y balajes;     y a ver de tus bellas damas los bellos rostros, iguales a los que en sus hierarquías las doradas plumas baten,     por quien, nevado Genil, es muy justo que te alabes que excedes al sacro Ibero y al rubio Tajo deshaces,     pues en tus nobles orillas milagros de beldad nacen, invidia de otras riberas, eclipsi de otras beldades,     tan gallardas sobre bellas, que no han visto, las edades, ni mantos de mayor brío ni mirar de más donaire;     tan discretas de razones y tan dulces de lenguaje, que dirás que entre sus perlas distila Amor sus panales.     Estas son, ciudad famosa, las que del Duero al Hidaspe te dan el honor y el lustre que al oro dan los esmaltes.     En tu seno ya me tienes, con un deseo insaciable de que alimenten mis ojos, tus muchas curiosidades,     dignas de que por gozallas no solo se desamparen las comarcanas del Betis, mas las riberas del Ganges,     y que se pasen por verlas no solo dudosos mares, mas las nieves de la Escitia, de Libia los arenales;     pues eres, Granada ilustre, granada de personajes, granada de serafines, granada de antigüedades,     y al fin, la mayor de cuantas hoy con el tiempo combaten, y que mira, en cuanto alumbra, el rubio amador de Dafnes. **** *book_ *id_poem63 *date_1625 *creator_gongora 63     Triste pisa, y afligido, las arenas de Pisuerga el ausente de su dama, el desdichado Zulema,     moro alcaide y no vellido, amador con ajaqueca, arrocinado de cara y carigordo de piernas.     No lleva por la marlota bordada cifra, ni empresa en el campo de la adarga, ni, en la banderilla, letra,     porque es, el moro, idïota, y no ha tenido poeta de los sastres de este tiempo, cuyas plumas son tiseras.     Los ojos tiene en el río, cuyas ondas se lo llevan, y él, envueltas en las ondas, lleva sus lágrimas tiernas.     Tanto llora el hideputa que, si el año de la seca llorara en dos hazas mías, acudiera a diez hanegas.     Los espacios que no llora de memorias se alimenta, porque le dan, las memorias, lo que los ojos le niegan.     Piensos se da, de memorias, rumiando glorias y penas, como rábanos mi mula, y una mona, berenjenas.     Contempla luego en Balaja, la cual, mientras la contempla, olas de imaginación o se la traen o la llevan,     y ella se está merendando duraznicos en su huerta, y tirándole los cuescos al que tal pasa por ella.     Ojos claros, cejas rubias, al vivo, se le presentan, lanzando rayos los ojos, y flechas de amor, las cejas.     El moro, contemplativo, a los de su dama vuela, como, a los ojos del búho, cernícalos de uñas prietas.     «Ay, mora bella —le dice—, no menos dulce que bella: no estraguen tu condición las condiciones de ausencia».     «—Ay, moro, más gemidor que el eje de una carreta: pues no soy tu mora yo, no me quiebres la cabeza».     «—Recibe allá este suspiro y este llanto de esta tierra, donde el rey me ha desterrado, y mis cuidados me entierran».     «—Llore alto, moro amigo, suspire recio y con fuerza, que han de andar, llanto y suspiro, más de noventa y seis leguas».     En esto, ya salteado de una varonil vergüenza, a lavar el tierno rostro, de su caballo se apea;     también se apea, el galán, porque quiere en el arena sembrar perejil guisado para vuestras reverencias. **** *book_ *id_poem64 *date_1625 *creator_gongora 64     Servía en Orán al rey un español, con dos lanzas, y, con el alma y la vida, a una gallarda africana,     tan noble como hermosa, tan amante como amada, con quien estaba una noche, cuando tocaron al arma:     trecientos cenetes eran de este rebato la causa, que los rayos de la luna descubrieron sus adargas;     las adargas avisaron a las mudas atalayas, las atalayas, los fuegos, los fuegos, a las campanas,     y ellas, al enamorado, que, en los brazos de su dama, oyó el militar estruendo de las trompas y las cajas.     Espuelas de honor lo pican y freno de amor lo para: no salir es cobardía, ingratidud es dejalla.     Del cuello pendiente ella, viéndole tomar la espada, con lágrimas y suspiros le dice aquestas palabras:     «Salid al campo, señor, bañen mis ojos la cama, que ella me será también, sin vos, campo de batalla;     vestíos y salid apriesa, que el general os aguarda: yo os hago a vos mucha sobra, y vos a él, mucha falta.     Bien podéis salir desnudo, pues mi llanto no os ablanda, que tenéis de acero el pecho, y no habéis menester armas».     Viendo el español brïoso cuánto le detiene y habla, le dice así: «Mi señora, tan dulce como enojada...» **** *book_ *id_poem65 *date_1625 *creator_gongora 65     Hanme dicho, hermanas, que tenéis cosquillas de ver al que hizo a Hermana Marica;     por que no mováis, él mismo os envía de su misma mano su persona misma,     digo, su aguileña filomocosía (ya que no pintada, al menos, escrita),     y su condición, que es tan peregrina como cuantas vienen de Francia a Galicia.     Cuanto a lo primero, es, su señoría, un bendito zote de muy buena vida,     que come a las diez y cena de día, que duerme en mollido y bebe con guindas;     en los años, mozo, viejo, en las desdichas, abierto de sienes, cerrado de encías;     no es grande de cuerpo, pero bien podría de cualquier higuera alcanzaros higas;     la cabeza al uso, muy bien repartida, el cogote atrás, la corona encima,     la frente espaciosa, escombrada y limpia, aunque con rincones, cual plaza de villa;     las cejas, en arco, como ballestillas de sangrar a aquellos que con el pie firman;     los ojos son grandes, y mayor, la vista, pues conoce un galgo entre cien gallinas;     la nariz es corva, tal, que bien podría servir de alquitara en una botica;     la boca no es buena, pero, al mediodía, le da ella más gusto que la de su ninfa;     la barba, ni corta ni mucho crecida, porque así se ahorran cuellos de camisa;     fue un tiempo castaña, pero ya es morcilla: volveranla penas en rucia o tordilla;     los hombros y espaldas son tales, que habría, a ser él san Blas, para mil reliquias;     lo demás, señoras, que el manteo cobija, parte son visiones, parte, maravillas;     sé decir, al menos, que en sus niñerías ni pide a vecinos ni falta a vecinas.     De su condición deciros podría, como quien la tiene tan reconocida,     que es, el mozo, alegre, aunque su alegría paga mil pensiones a la melarquía;     es de tal humor, que en salud se cría muy sano, aunque no de los de Castilla.     Es mancebo rico desde las mantillas, pues tiene (demás de una sacristía)     barcos en la sierra y, en el río, viñas, molinos de aceite que hacen harina,     un jardín de flores y una muy gran silva de varia lección, adonde se crían     árboles que llevan, después de vendimias, a poder de estiércol pasas de lejía.     Es enamorado tan en demasía, que es un mazacote, que diga, un Macías,     aunque no se muere por aquestas niñas que quieren con presa y piden con pinta:     dales un botín, dos octavas rimas, tres sortijas negras, cuatro clavellinas;     y a las damiselas más graves y ricas, costosos regalos, joyas peregrinas,     porque para ellas trae cuanto de Indias guardan en sus senos Lisboa y Sevilla:     tráeles de las huertas regalos de Lima, y de los arroyos, joyas de la China.     Tampoco es amigo de andar por esquinas vestido de acero como de palmilla,     porque para él de la Ave María al cuarto de la alba anda la estantigua.     Y porque a su abuela oyó que tenían, los de su linaje, no más que una vida,     así desde entonces la conserva y mira mejor que oro en paño o pera en almíbar.     No es de los curiosos a quien califican papeles de nuevas de estado o milicia,     porque son (y es cierto, que el Bernia lo afirma) hermanas de leche nuevas y mentiras.     No se le da un bledo que el otro le escriba, o dosel lo cubra o adórnelo mitra;     no le quita el sueño que de la Turquía mil leños esconda el mar de Sicilia,     ni que el Inglés baje hacia nuestras islas, después que ha subido en la que lo envía.     Es su reverencia un gran canonista, porque en Salamanca oyó Teología,     sin perder mañana su lección de prima, y al anochecer, lección de sobrina;     y así es desde entonces persona entendida, si a su oído tañen una chirimía.     De las demás lenguas es gran humanista, señor de la griega como de la escita;     tiene por más suya la lengua latina, que los alemanes la persa o la egipcia;     habla la toscana con tal policía, que quien lo oye dice que nació en Coímbra;     y en la portuguesa es tal, que dirían que mamó en Logroño leche de borricas.     De la Cosmográfia pasó pocas millas, aunque oyó al Infante las siete partidas;     y así, entiende el mapa y de sus medidas lo que el mapa entiende del mal de la orina.     Sabe que en los Alpes es, la nieve, fría, y caliente, el fuego en las Filipinas;     que nació, Zamora, del Duero en la orilla, y que es natural, Burgos, de Castilla;     que desde la Mancha llegan a Medina más tarde los hombres que las golondrinas.     Es hombre que gasta en Astrología toda su pobreza con su picardía:     tiene su astrolabio con sus baratijas, su compás y globos que pesan diez libras;     conoce muy bien las siete Cabrillas, la Bocina, el Carro y las tres Marías.     Sabe alzar figura si halla por dicha o rey o caballo o sota caída.     Es fiero poeta, si lo hay en la Libia, y cuando lo toma su mal de poesía,     hace verso suelto con Alejandría, y con algarrobas hace redondillas;     compone romances que cantan y estiman los que cardan paños y ovejas desquilan,     y hace canciones para su enemiga, que de todo el mundo son bien recibidas,     pues en sus rebatos todo el mundo limpia con ellas de ingleses a Fuenterrabía.     Finalmente, él es, señorazas mías, el que dos mil veces os pide y suplica     que con los gorrones de las plumas rizas os hagáis gorronas y os mostréis harpías,     que no sepultéis el gusto en capillas, y que a los bonetes queráis las bonitas. **** *book_ *id_poem66 *date_1625 *creator_gongora 66 Del marqués de Santa Cruz     No en bronces, que caducan, mortal mano, oh católico sol de los Bazanes que ya entre glorïosos capitanes eres deidad armada, Marte humano,     esculpirá tus hechos, sino en vano, cuando descubrir quiera tus afanes, y los bien reportados tafetanes del Turco, del Inglés, del Lusitano.     El un mar, de tus velas coronado, de tus remos, el otro, encanecido, tablas serán de cosas tan extrañas.     De la inmortalidad el no cansado pincel las logre, y sean tus hazañas alma del tiempo, espada del olvido. **** *book_ *id_poem67 *date_1625 *creator_gongora 67 A don Luis de Vargas     Tú, cuyo ilustre (entre una y otra almena de la imperial ciudad) patrio edificio al Tajo mira en su húmido ejercicio pintar los campos y dorar la arena:     descuelga de aquel lauro enhorabuena aquellas dos, ya mudas en su oficio, reliquias dulces del gentil Salicio, heroica lira, pastoral avena.     Llégalas, oh clarísimo mancebo, al docto pecho, a la süave boca, poniendo ley al mar, freno a los vientos;     sucede en todo al castellano Febo, que ahora es gloria mucha y tierra poca, en patria, en profesión, en instrumentos. **** *book_ *id_poem68 *date_1625 *creator_gongora 68     Por niñear, un picarillo tierno hurón de faltriqueras, sutil caza, a la cola de un perro ató por maza (con perdón de los clérigos) un cuerno.     El triste perrinchón, en el gobierno de una tan gran carroza, se embaraza; grítale el pueblo, haciendo de la plaza, si allá se alegran, un alegre infierno.     Llegó en esto una viuda mesurada, que entre los signos, ya que no en la gloria, tiene a su esposo, y dijo: «Es gran bajeza     que un gozque arrastre así una ejecutoria que ha obedecido tanta gente honrada y se la ha puesto sobre su cabeza». **** *book_ *id_poem69 *date_1625 *creator_gongora 69     Grandes, más que elefantes y que abadas, títulos liberales como rocas, gentileshombres, solo de sus bocas, illustri cavaglier, llaves doradas;     hábitos, capas, digo, remendadas, damas de haz y envés, viudas sin tocas, carrozas de ocho bestias, y aun son pocas con las que tiran y que son tiradas;     catarriberas, ánimas en pena, con Bártulos y Abades la milicia, y los derechos, con espada y daga;     casas y pechos, todo a la malicia, lodos con perejil y hierbabuena: esto es la corte; buena pro les haga. **** *book_ *id_poem70 *date_1625 *creator_gongora 70 A la tela de justar de Madrid     —Téngoos, señora Tela, gran mancilla. —Dios la tenga de vos, señor soldado. —¿Cómo estáis acá afuera? —Hoy me han echado, por vagabunda, fuera de la villa.     —¿Dónde están los galanes de Castilla? —¿Dónde pueden estar, sino en el Prado? —Muchas lanzas habrán en vos quebrado. —Más respeto me tienen: ni una astilla.     —Pues ¿qué hacéis ahí? —Lo que esa puente, puente de anillo, tela de cedazo: desear hombres, como ríos ella,     hombres de duro pecho y fuerte brazo. —Adiós, Tela, que sois muy maldiciente, y esas no son palabras de doncella. **** *book_ *id_poem71 *date_1625 *creator_gongora 71     Duélete de esa puente, Manzanares; mira que dice por ahí la gente que no eres río para media puente, y que ella es puente para muchos mares.     Hoy, arrogante, te ha brotado a pares húmedas crestas tu soberbia frente, y ayer me dijo humilde tu corriente que eran en marzo los caniculares.     Por el alma de aquel que ha pretendido con cuatro onzas de agua de chicoria purgar la villa y darte lo purgado,     me di, ¿cómo has menguado y has crecido, cómo ayer te vi en pena, y hoy en gloria? –Bebiome un asno ayer, y hoy me ha meado. **** *book_ *id_poem72 *date_1625 *creator_gongora 72 De la armada que fue a Inglaterra Levanta, España, tu famosa diestra desde el francés Pirene al moro Atlante, y al ronco son de trompas belicosas haz, envuelta en durísimo diamante, de tus valientes hijos feroz muestra debajo de tus señas victoriosas; tal, que las flacamente poderosas fieras naciones, contra tu fe armadas, al claro resplandor de tus espadas y a la de tus arneses fiera lumbre,     con mortal pesadumbre     ojos y espaldas vuelvan y, como al sol las nieblas, se resuelvan, o, cual la blanda cera desatados a los dorados luminosos fuegos     de los yelmos grabados, queden, como de fe, de vista ciegos. Tú, que con celo pío y noble saña el seno undoso al húmido Neptuno de selvas inquïetas has poblado, y cuantos en tus reinos uno a uno empuñan lanza contra la Bretaña, sin perdonar al tiempo, has envïado en número de todo tan sobrado, que a tanto leño el húmido elemento, y a tanta vela, es poco todo el viento, fía que en sangre del inglés pirata     teñirá de escarlata     su color verde y cano el rico de rüinas oceano; y aunque de lejos con rigor traídas, ilustrará tus playas y tus puertos     de banderas rompidas, de naves destrozadas, de hombres muertos. Oh ya isla católica y potente templo de fe, ya templo de herejía, campo de Marte, escuela de Minerva, digna de que las sienes que algún día ornó corona real de oro luciente ciña guirnalda vil de estéril hierba, madre dichosa y obediente sierva de Arturos, de Eduardos y de Enricos, ricos de fortaleza, y de fe ricos; ahora condenada a infamia eterna     por la que te gobierna     con la mano ocupada, del huso en vez, del cetro y de la espada; mujer de muchos, y de muchos nuera, oh reina torpe, reina no, mas loba     libidinosa y fiera, fiamma dal ciel su le tue trezze piova! Tú, en tanto, mira allá los otomanos, las jonias aguas que el Sicano bebe, sembrar de armados árboles y entenas, y con tirano orgullo en tiempo breve, domando cuellos y ligando manos, y sus remos hiriendo las arenas, despoblar islas y poblar cadenas. Mas cuando su arrogancia y nuestro ultraje no encienda en ti un católico coraje, mira, si con la vista tanto vuelas,     entre hinchadas velas     el soberbio estandarte que a los cristianos ojos, no sin arte, como en desprecio de la Cruz sagrada, más desenvuelve, mientras más tremola,     entre lunas bordada del caballo feroz la crespa cola. Fija los ojos en las blancas lunas, y advierte bien, en tanto que tú esperas gloria naval de las britanas lides, no se calen rayendo tus riberas, y pierdan el respeto a las colunas, llaves tuyas y término de Alcides; mas si con la importancia el tiempo mides, enarbola, oh gran madre, tus banderas, arma tus hijos, vara tus galeras, y sobre los castillos y leones     que ilustran tus pendones,     levanta aquel león fiero del tribu de Judá, que honró el madero; que él hará que tus brazos esforzados llenen el mar de bárbaros nadantes     que entreguen anegados al fondo el cuerpo, al agua los turbantes. Canción, pues que ya aspira a trompa militar mi tosca lira, después me oirán, si Febo no me engaña, el Carro helado y la abrasada Zona     cantar de nuestra España las armas, los trïunfos, la corona. **** *book_ *id_poem73 *date_1625 *creator_gongora 73     Ahora que estoy de espacio cantar quiero en mi bandurria lo que en más grave instrumento cantara, mas no me escuchan.     Arrímense ya las veras y celébrense las burlas, pues da el mundo en niñerías, al fin, como quien caduca.     Libre un tiempo, y descuidado, Amor, de tus garatusas, en el coro de mi aldea cantaba mis aleluyas.     Con mi perro y mi hurón, y mis calzas de gamuza, por ser recias para el campo y por guardar las velludas,     fatigaba el verde suelo, donde mil arroyos cruzan como sierpes de cristal entre la hierba menuda,     ya cantando orilla el agua, ya cazando en la espesura, del modo que se ofrecían los conejos, o las musas.     Volvía de noche a casa, dormía sueño y soltura, no me despertaban penas mientras me dejaban pulgas.     En la botica otras veces me daba muy buenas zurras, del triunfo, con el alcalde, del ajedrez, con el cura.     Gobernaba de allí el mundo dándole a soplos ayuda a las católicas velas que el mar de Bretaña surcan;     y hecho otro nuevo Alcides, trasladaba sus columnas de Gibraltar a Japón, con su segundo Plus Vltra.     Daba luego vuelta a Flandes, y de su guerra importuna atribuía la palma ya a la fuerza, ya a la industria;     y con el beneficiado, que era doctor por Osuna, sobre Antonio de Lebrija tenía cien mil disputas.     Argüíamos también, metidos en más honduras, si se podían comer espárragos sin la bula.     Veníame por la plaza, y de paso vez alguna para mí compraba pollos, para mis vecinas, turmas.     Comadres me visitaban, que en el pueblo tenía muchas: ellas me llamaban padre, y taita, sus criaturas.     Lavábanme ellas la ropa, y en las obras de costura ellas ponían el dedal y yo ponía la aguja.     La vez que se me ofrecía caminar a Extremadura, entre las más ricas deIlas me daban cabalgaduras.     A todas quería bien, con todas tenía ventura, porque a todas igualaba como tijeras de murtas.     Esta era mi vida, Amor, antes que las flechas tuyas me hicieran su terrero y blanco de desventuras.     Enseñásteme, traidor, la mañana de san Lucas, en un rostro como almendras ojos garzos, trenzas rubias:     tales eran trenzas y ojos que tengo por muy sin duda que cayera en tentación un viejo con estangurria.     Desde entonces acá sé que matas, y que aseguras, que das en el corazón, y que a los ojos apuntas.     Sé que nadie se te escapa, pues cuando más de ti huya, no hay vara de Inquisición que así halle al que tú buscas.     Sé que es, tu guerra, civil, y sé que es, tu paz, de Judas; que esperas para batalla y convidas para justa.     Sé que te armas de diamante y nos das lanzas de juncia, y para arneses de vidrio espada de acero empuñas.     Sé que es la del rey Fineo tu mesa, y tu cama dura, potro en que nos das tormento; tu sueño, sueño de grullas.     Sé que para el bien te duermes y que para el mal madrugas, que te sirves como grande y que pagas como mula.     Perdona, pues, mi bonete, no muestres en él tu furia; válgame esta vez la Iglesia, mira que te descomulga.     Levantas el arco y vuelves de tus saetas las puntas contra los que sus jüicios significan bien sus plumas,     mas con los que ciñen armas bien callas y disimulas: de gallina son tus alas, vete para hideputa. **** *book_ *id_poem74 *date_1625 *creator_gongora 74     Desde Sansueña a París, dijo un medidor de tierras que no había un paso más que de París a Sansueña.     Mas, hablando ya en jüicio, con haber quinientas leguas, las anduvo en treinta días la señora Melisendra,     a las ancas de un polaco como Dios hizo una bestia, de la cincha allá, frisón, de la cincha acá, litera.     Llevábala don Gaiferos, de quien había sido ella, para lo de Dios, esposa, para lo de amor, cadena.     Contemple cualquier cristiano cuál llevaría la francesa las que el griego llama nalgas, y el francés, asentaderas.     Caminaban en verano, y pasábanlo en las ventas, los dos nietos de Pepino, con su abuelo y agua fresca.     Desdichado de ti, Pierres, que en un rocín en soletas valles y barrancos saltas y en el campo llano vuelas.     Con este escudero solo y una espada ginovesa que se la prestó Roldán para el robo de su Helena,     atravesaron a España cuando más estaba llena de ermitaños de Marruecos, fray Hamete y fray Zulema.     Andando, pues, ya pisando de las faldas pireneas los ribetes, de Navarra, zurcidos ya con su lengua,     apeóse don Gaiferos a hacer que ciertas hierbas huelan más que los jazmines, aunque nunca tan bien huelan.     Melisendra, melindrosa, cansada, también se apea para oír, al señor Pierres, de París aquestas nuevas:     «Después que dejaste a Francia, como todo ha sido guerras, trocaron, los monsïures, las madamas en banderas.     Quedó la corte tan sola que en la juvenil ausencia valían, veinticinco años, veinticinco mil de renta.     Quedaron todas las damas, de su inclinación, depuestas, el apetito, con hambre, y los ojos, con dïeta:     desayunábanse a días, y cortábanse las flemas con dos garnachas maduras, magníficas de Venecia.     Venturosa fuiste tú, que tuviste en esta era un moro para la brida y otro para la jineta.     Don Guarinos el galán, pretendiendo a Berenguela, vistió un lacayo, y tres pajes, de una fïada librea;     fuese rompiendo el vestido, fuese acercando la deuda, y fue huyendo, la dama, de su gala y su pobreza.     Don Godofre el heredado, hijo de Dardín Dardeña, desempedrando las calles, los hígados nos empiedra.     Sirve a doña Blanca Orliens, y como no hay más que verla, las gafas es doña Blanca, y el terrero, doña Negra.     Doña Alda, nuestra vecina, la que Amor prendió a la puerta del templo de San Dionís, cada rato pide iglesia;     fuese a la guerra Tristán, el marido de Lucrecia, y ella busca otro Tarquino que le rasque la conciencia.     Dicen que, cuando escribiste a tu prima la doncella, Rugero leyó la carta y otro le quitó la nema;     y que ella después acá, la vez que se sangra, deja que le aprieten bien la cinta, mas no que saquen lanceta.     Por madama de Valois se cargaron de rodelas cuatro o seis caballerotes como cuatro o seis entenas;     veíalos con salud, veíalos con paciencia, ni sé cuándo la hablaban ni cuándo reñían por ella.     Raimundo con sus tres pajes mil músicas dio a la puerta de una dama que lo oía abrazada de un poeta;     y el socarrón otro día les enviaba una letra, escondiendo el dulce caso entre almalafas de seda.     Hallarás a Flordelís haciendo, cuando la veas, de las hermosas de Francia lo que el sol, de las estrellas;     bonetes la solicitan, caballeros la pasean, y ella dicen que da a un paje lo que a tantos amos niega.     Dijo bien Dudón un día, viendo dalle tantas vueltas: «–Basta, señores, que andamos tras la paja muchas bestias».     En esto llegó Gaiferos atando las agujetas, y, porque el aire, de abajo, corría, pican apriesa. **** *book_ *id_poem75 *date_1625 *creator_gongora 75     Pensó rendir la mozuela el alférez de mentira, soldado por cien mil partes y rompido por las mismas.     Pensó que la sujetara el gavïón de la liga, y de las terciadas plumas la crespa volatería;     y la capa verde obscura, golpeada la capilla con más inciertos reveses que una mula (y sea la mía);     y la saltaembarca azul, con más corchetes de alquimia que, la noche de San Juan, saca toda la justicia;     y los greguescos de seda aforrados en telilla, mucho más acuchillados que mulatos en esgrima;     y la espada en tiros cortos mal pendiente de la cinta, por las obras, temerosa, por las palabras, temida,     Pensó con lo dicho el hombre sujetar la mujercilla, torciendo rubios bigotes ayudados de alquitira,     hablándola con los ojos, pisando de gallardía, suspirando por la calle y apuntalando su esquina.     Camafeo de la moza ser el necio pretendía, y a la verdad era feo, aunque cama no tenía;     pero tenía un rasguño del bigote para arriba, que le hizo de merced el padre de las pupilas;     y aun creo que al otro lado le hubiera hecho otra firma, a no tenello ocupado con no sé qué niñería:     con un cierto bofetón que en la casa de Sevilla llevó, vencido en la entrada, con las manos menos limpias.     Una, pues, alegre noche, que la halló, por su desdicha, alumbrando con la cara su calleja sin salida,     llegándose poco a poco debajo la ventanilla, como estudiante francés este salmo le decía:     «Yo soy de Santo Domingo, una ciudad de Castilla, donde, aunque es de la Calzada, hay descalzas hidalguías;     bien nacido como el sol gracias a los Chavarrías, inquieto fui desde niño, inclinado a la milicia;     apenas tenía quince años, cuando un día a mediodía dejé mi tierra por Flandes, sepulcro de nuestras crismas,     donde padecí peligros tan grandes, que juraría que no me halló la muerte por que triunféis de mi vida.     Cuando en el sitio de Ypres, estaba yo en Gravelinga con un bravo romadizo sonando la batería.     Nunca salí de mi tienda mientras Anvers padecía, porque no me acabó un sastre unas calzas amarillas,     y aun allí, por mi ventura, no me halló una culebrina que me pasó por los ojos poco más de media milla.     Otra vez que hubo en Bruxelas una pendencia reñida, puse paz desde un terrado, aunque casi no me oían;     y aun me acuerdo, por más señas, que todo el mundo decía que, a ser yo de la pendencia, me prendiera la justicia.     Dejé al fin guerras y Flandes, porque era tierra tan fría y yo, triste, andaba enfermo de cámaras cada día.     Como partí de allá pobre, atravesé a Picardía, y en un bergantín, el mar, de la Rochela a Galicia.     Del golfo de estas desgracias, señora, he llegado a vista de vuesa merced; Dios quiera que fuese en su enjuta orilla.     Bien le debo a la fortuna el fin de tantas desdichas; mas otra fuerza mejor de todas ellas me libra,     porque al salir de mi tierra saqué, entre muchas reliquias, algunas plumas del gallo, pero más de la gallina.     Asado vivo por vos, y quisiera, reina mía, que, ya que habéis sido fuego, fuérades también parrillas».     Atenta escuchó la moza toda la oración prolija, unas veces con enfado, pero más veces con risa.     No le respondió palabra, mas ella y otra su prima le exprimieron al asado el zumo de una jeringa. **** *book_ *id_poem76 *date_1625 *creator_gongora 76 De san Lorenzo el real del Escurial     Sacros, altos, dorados capiteles, que a las nubes borráis sus arreboles, Febo os teme por más lucientes soles, y el cielo por gigantes más crüeles.     Depón tus rayos, Júpiter, no celes los tuyos, Sol; de un templo son faroles, que al mayor mártir de los españoles erigió el mayor rey de los fïeles,     religiosa grandeza del monarca cuya diestra real al nuevo mundo abrevia, y el oriente se le humilla.     Perdone el tiempo, lisonjee la Parca, la beldad desta octava maravilla, los años deste Salomón segundo. **** *book_ *id_poem77 *date_1625 *creator_gongora 77 Segunda parte de la fábula de los amores de Hero y Leandro, y de sus muertes     Arrojose el mancebito al charco de los atunes, como si fuera el estrecho poco más de medio azumbre.     Ya se va dejando atrás las pedorreras azules con que enamoró en Abido mil mozuelas agridulces.     Del estrecho la mitad pasaba sin pesadumbre, los ojos en el candil, que del fin temblando luce,     cuando el enemigo cielo disparó sus arcabuces, se desatacó la noche y se orinaron las nubes.     Los vientos desenfrenados parece que entonces huyen del odre donde los tuvo el griego de los embustes.     El fiero mar alterado, que ya sufrió como yunque al ejército de Jerjes, hoy a un mozuelo no sufre.     Mas el animoso joven, con los ojos cuando sube, con el alma cuando baja, siempre su norte descubre.     No hay ninfa de Vesta alguna que así de su fuego cuide como la dama de Sesto cuida de guardar su lumbre:     con las almenas la ampara, porque ve lo que le cumple, con las manos la defiende y con las ropas la cubre;     pero poco le aprovecha, por más remedios que use, que el viento con su esperanza y con la llama concluye.     Ella entonces, derramando dos mil perlas de ambas luces, a Venus y a Amor promete sacrificios y perfumes;     pero Amor, como llovía, y estaba en cueros, no acude, ni Venus, porque con Marte está cenando unas ubres.     El amador, en perdiendo el farol que lo conduce, menos nada y más trabaja, más teme y menos presume;     ya tiene menos vigor, ya más veces se zabulle, ya ve en el agua la muerte, ya se acaba, ya se hunde.     Apenas expiró, cuando, bien fuera de su costumbre, cuatro palanquines vientos a la orilla lo sacuden,     al pie de la amada torre donde Hero se consume, no deja estrella en el cielo que no maldiga y acuse;     y viendo el difunto cuerpo, la vez que se lo descubren de los relámpagos grandes las temerosas vislumbres,     desde la alta torre envía el cuerpo a su amante dulce, y la alma a donde se queman pastillas de piedra zufre.     Apenas del mar salía el sol a rayar las cumbres, cuando la doncella de Hero, temiendo el suceso, acude,     y, viendo hecha pedazos aquella flor de virtudes, de cada ojo derrama de lágrimas dos almudes.     Juntando los mal logrados, con un punzón de un estuche hizo que estas tristes letras una blanca piedra ocupen:     Hero somos y Leandro, no menos necios que ilustres, en amores y firmezas al mundo ejemplos comunes.     El amor, como dos huevos quebrantó nuestras saludes: él fue pasado por agua, yo estrellada mi fin tuve.     Rogamos a nuestros padres que no se pongan capuces, sino, pues un fin tuvimos, que una tierra nos sepulte. **** *book_ *id_poem78 *date_1625 *creator_gongora 78 En una fiesta que se hizo en Sevilla a san Hermenegildo Hoy es el sacro y venturoso día en que la gran metrópoli de España, que no te juró rey, te adora santo; hoy con devotas ceremonias baña, el blanco clero, el aire en armonía, los pechos en piedad, la tierra en llanto; hoy a estos sacros himnos, dulce canto, ayuda con silencio la nobleza, haciendo devoción de su riqueza; hoy, pues, aquesta tu latina Escuela     a la docta abejuela, no sin devota emulación, imita, vuela el campo, las flores solicita, campo de erudición, flor de alabanzas, por honrar sus estudios de ti y dellas,     en tanto que tú alcanzas ver a Dios, vestir luz, pisar estrellas. Hoy la curiosidad de su tesoro con religiosa vanidad ha hecho extraña ostentación, alta reseña; hoy cada corazón deja su pecho, cuál en púrpura envuelto, cuál en oro, y su valor devotamente enseña. Quién lo que, con industria no pequeña labró costoso el persa, extraño el china, rica labor, fatiga peregrina, alegremente en sus paredes cuelga;     quién de ilustrarlas huelga con modernos angélicos pinceles milagrosas injurias del de Apeles, quién da a la calle y quita a la floresta, de suerte que los grandes, los menores,     en tu solemne fiesta ven pompa, visten oro, pisan flores. Príncipe mártir, cuyas sacras sienes, aún no impedidas de real corona, la fiera espada honró del Arrïano; tú, cuya mano al cetro si perdona, no a la palma que en ella ahora tienes (digna palma, si bien heroica mano), pues eres uno ya del soberano campo glorioso de gloriosas almas, que ciñen resplandor, que enristran palmas, do se trïunfa y nunca se combate,     mi lengua se desate en dulces modos, y los aires rompa a celestial soldado ilustre trompa. Conozca el Cancro ardiente, el Carro helado, oh católico sol de vicegodos,     la espada que te ha dado vida a ti, gloria al Betis, luz a todos. Estas aras que te ha erigido el clero, y estas, que te cantamos, alabanzas, juntas con lo que tú en el cielo vales, a Filipo le valgan, el tercero, en quien de nuestro bien las esperanzas están, como reliquias en cristales; logra sus tiernos años, sus reales pensamientos católicos segunda, tal, que su espada por su Dios confunda la nueva torre que Babel levanta,     y, ardiendo en saña santa, haga que adore en paz quien no lo ha visto el gran sepulcro que mereció a Cristo; que pues de sus primeros nobles paños invocó a tu deidad por su abogada,     es bien que vean sus años larga paz, feliz cetro, invicta espada. Y tú, oh gran madre, de tus hijos cara, émula de provincias glorïosa, en lo que alumbra el sol, la noche ciega, ciudad más que ninguna populosa, para quien no tan solo España ara, y siembra Francia, mas Sicilia siega, no porque el Betis tus campiñas riega (el Betis, río y rey tan absoluto, que da leyes al mar, y no tributo), ni porque ahora escalen su corriente     velas del occidente, que, más de joyas que de viento llenas, hacen montes de plata sus arenas, mas por haber tu suelo humedecido la sangre deste hijo sin segundo,     en ti siempre ha tenido la fe escudo, honra España, invidia el mundo. **** *book_ *id_poem79 *date_1625 *creator_gongora 79     Lloraba la niña (y tenía razón) la prolija ausencia de su ingrato amor.     Dejola tan niña que apenas creo yo que tenía los años que ha que la dejó.     Llorando la ausencia del galán traidor, la halla la luna y la deja el sol,     añadiendo siempre pasión a pasión, memoria a memoria, dolor a dolor. Llorad, corazón, que tenéis razón.     Dícele su madre: «Hija, por mi amor, que se acabe el llanto o me acabe yo».     Ella le responde: «No podrá ser, no; las causas son muchas, los ojos son dos;     satisfagan, madre, tanta sinrazón, y lágrimas lloren en esta ocasión     tantas como dellos un tiempo tiró flechas amorosas el arquero dios.     Ya no canto, madre, y si canto yo, muy tristes endechas mis canciones son;     porque el que se fue, con lo que llevó, se dejó el silencio y llevó la voz». Llorad, corazón, que tenéis razón. **** *book_ *id_poem80 *date_1625 *creator_gongora 80     Famosos son, en las armas, los moros de Canastel; valentísimos son todos, y más que todos, Hacén,     el Roldán de Berbería, el que se ha hecho temer en Orán, del Castellano, y en Ceuta, del Portugués.     Tan dichoso fuera el moro cuan dichoso podía ser, si le bastara la adarga contra una flecha crüel,     que de un arco de rigor con un arpón de desdén le despidió Belerifa, la hija de Alí Muley.     Atento a sus demasías en amar y aborrecer, quiso el niño dios vendado ser testigo y ser jüez:     miraba al fiero africano rendido más de una vez a una esperanza traidora y a un desengaño fïel,     ya rindiendo, a su enemiga, y entregándole a merced las llaves del albedrío, los pendones de la fe;     mirábalo en los ramblares, ora a caballo, ora a pie, rendir al fiero animal de las otras fieras rey,     y de la real cabeza y de la espantosa piel ornar de su ingrata mora la respectada pared;     mirábalo el más galán de cuantos África ve en servicio de las damas vestir morisco alquicel,     sobre una yegua morcilla, tan extremo en el correr que no logran las arenas las estampas de sus pies,     admirablemente ornada de un bien labrado jaez (obra, al fin, en todo digna de artífice cordobés),     solicitar los balcones donde se anida su bien, comenzando en armonía y feneciendo en tropel.     No le dio al hijo de Venus, el moro, poco placer, y detestando el rigor que se usaba contra él,     miraba a la bella mora salteada, en su vergel, de un cuidado que es amor, aunque no sabe quién es;     ya en el oro del cabello engastando algún clavel, ya a las lisonjas del agua corriendo con vana sed,     de pechos sobre un estanque hace que a ratos estén bebiendo sus dulces ojos su hermoso parecer.     Admiradas sus captivas del cuidado en que la ven, risueña le dijo una, y aun maliciosa también:     «Así quiera Dios, señora, que alegre yo vuelva a ver las generosas almenas de los muros de Jerez,     como esa curiosidad es cuna, a mi parecer, de un Amor recién nacido, que volará antes de un mes».     Sembró de purpúreas rosas, la vergüenza, aquella tez que ya fue de blancos lilios, sin saberla responder.     Comenzó, en esto, Cupido a disparar, y a tender, la más que mortal saeta, la más que nudosa red,     y comenzó Belerifa a hacer contra Amor después lo que contra el rubio sol la nieve suele hacer. **** *book_ *id_poem81 *date_1625 *creator_gongora 81     Frescos airecillos, que a la primavera le tejéis guirnaldas y esparcís violetas,     ya que os han tenido del Tajo en la vega amorosos hurtos y agradables penas,     cuando, del estío en la ardiente fuerza, álamos os daban frondosas defensas,     álamos crecidos, de hojas inciertas, medias de esmeraldas y de plata medias,     de donde a las ninfas, y a las zagalejas, del sagrado Tajo, y de sus riberas,     mil veces llamastes, y vinieron ellas a ocupar del río las verdes cenefas,     y vosotros luego, calándoos apriesa, con lascivos soplos y alas lisonjeras     sueño les trajistes y descuido a vueltas, que en pago os valieron mil vistas secretas, sin tener del velo     invidia ni queja, ni andar con la falda luchando por fuerza:     ahora, pues, aires, antes que las sierras coronen sus cumbres de confusas nieblas,     y que el aquilón con dura inclemencia desnude las plantas y vista la tierra     de las secas hojas que ya fueron tregua entre el sol ardiente y la verde hierba,     y antes que las nieves y el hielo conviertan en cristal las rocas, en vidrio las selvas,     batid vuestras alas, y dad ya la vuelta al templado seno que alegre os espera.     Veréis de camino una ninfa bella, que pisa orgullosa del Betis la arena,     montaraz, gallarda, temida en la sierra más por su mirar que por sus saetas:     ahora la halléis entre la maleza del fragoso monte siguiendo las fieras,     ahora, en el llano con planta ligera fatigando al corzo que herido vuela,     ahora, clavando la armada cabeza del antiguo ciervo en la encina vieja,     cuando, ya cansada de la caza, vuelva a dejar al río el sudor en perlas     y al pie se recueste de la dura peña de quien ella toma lección de dureza,     llegaos a orealla, pero no muy cerca, que lleváis suspiros y ha corrido ella.     Si está calurosa, soplad desde afuera, y cuando la ingrata mejor os entienda,     decidle, airecillos: «Bellísima Leda, gloria de los bosques, honor de la aldea,     enfermo Daliso junto al Tajo queda, con la muerte al lado y en manos de ausencia.     Suplícate humilde, antes que lo vuelvan su fuego, en ceniza, su destierro, en tierra,     en premio glorioso de su amor, merezca, ya que no suspiros, a lo menos, letra,     con la punta, escrita, de tu aguda flecha, en el campo duro de una dura peña     (porque no es razón que razón se lea de mano tan dura en cosa más tierna),     adonde le digas: Muere allá, y no vuelvas a adorar mi sombra y a arrastrar cadenas». **** *book_ *id_poem82 *date_1625 *creator_gongora 82     Dejad los libros ahora, señor licenciado Ortiz, y escuchad mis desventuras, que a fe que son para oír:     yo soy aquel gentilhombre, digo, aquel hombre gentil que por su dios adoró a un ceguezuelo rüín;     sacrifiquele mi gusto, no una vez, sino cien mil, en las aras de una moza tal cual os la pinto aquí:     el cabello es de un color que ni es cuarto ni florín, y la relevada frente, ni azabache ni marfil;     la ceja, entre parda y negra, muy más larga que sutil, y los ojos, más compuestos que son los de quis vel qui,     entre cuyos bellos rayos se deriva la nariz, terminando las dos rosas, frescas señas de su abril;     cada labio colorado es un precioso rubí, y cada diente, el aljófar que el alba suele vertir;     el aliento de su boca, todo lo que no es pedir, mal haya yo si no excede al más süave jazmín.     Con su garganta y su pecho no tienen que competir el nácar del mar del Sur, la plata del Potosí;     la blanca y hermosa mano, hermoso y blanco alguacil de libertad y de bolsa, es de nieve y de neblí.     Lo demás, letrado amigo, que yo os pudiera decir, por mi fe que me ha rogado que lo calle, el faldellín;     aunque, por brújula, quiero, si estamos solos aquí, como a la sota de bastos, descubriros el botín:     cinco puntos calza estrechos, y esto, señor, baste; al fin, si hay serafines trigueños, la moza es un serafín.     Pudo conmigo el color, porque una vez que la vi entre más de cien mil blancas ella fue el maravedí,     y porque no sin razón el discreto en el jardín coge la negra violeta y deja el blanco alhelí.     Dos años fue mi cuidado, lo que llaman por ahí, los jacarandos, respecto, los modernos, tahalí;     en cuyos alegres años, desde el ave al perejil, por esta negra odisea, la bucólica le di.     Sus piezas en el invierno vistió flamenco tapiz, y en el verano sus piezas, andaluz guadamecí;     hoy desechaba lo blanco, mañana, lo carmesí, hasta que en la Peña Pobre quedó ermitaño Amadís:     preguntadlo a mi vestido, que riéndose de mí, si no habla por la boca, habla por el bocací.     Ya iba quedando en cueros a la lumbre de un candil, casi pasando el estrecho de no tener y pedir,     cuando, Dios en hora buena, me fue forzoso partir a la ciudad de la corte, a la villa de Madrid.     Comenzó a mentir congojas, y a suspirar y gemir más que viuda en el sermón de su padre fray Martín.     Dijo que acero sería en esperar y sufrir: fue después cera, y si acero, ella se tomó de orín.     Ternísima me pidió que, ya que quedaba así la ovejuela sin pastor, no quedase sin mastín;     y así, le dejé un mulato por espía y adalid, que me espió a mí en saliendo, y se lo vino a decir.     Dejela en su antiguo lustre, y, luego que me partí, echó la carnaza afuera, ¡oh maldito borceguí!     Púsome el cuerno un traidor mercadante corchapín, que tiene bolsa en Orán, e ingenio en Mazalquivir;     rico es, y mazacote de los más lindos que vi, precioso, pero pesado, como palo de Brasil.     ¡Oh interés, y cómo eres, o por fuerza o por ardid, para los diamantes, sangre, para los bronces, buril!:     deme Dios tiempo en que pueda tus proezas escribir, y quítemelo en buen hora para los hechos del Cid.     Y vos, tronco a quien abraza la más lujuriosa vid que este lagrimoso valle ha sabido producir,     vivid en sabrosos nudos, en dulces trepas vivid siempre juntos, a pesar de algún loco paladín. **** *book_ *id_poem83 *date_1625 *creator_gongora 83     ¡Qué necio que era yo antaño, aunque hogaño soy un bobo! Mucho puede la razón, y el tiempo no puede poco.     A fe que dijo muy bien quien dijo que eran de corcho cascos de caballo viejo y cascos de galán mozo.     Serví al Amor cuatro años, que sirviera mejor ocho en las galeras de un turco o en las mazmorras de un moro.     Lisonjas majaba, y celos, que es el esparto de todos los majaderos captivos que se vencen de unos ojos.     De esta dura esclavitud, hace un año por agosto, me redimió la merced de un tabardillo dichoso:     a este mal debo los bienes que en dulce libertad gozo, y vame tanto mejor cuanto va de cuerdo a loco     Heme subido a Tarpeya a ver cuál se queman otros en tan vergonzosas llamas que su honor volará en polvo;     y he de ser tan inhumano, que, a quien otra vez, piadoso, ayudara con un grito, acudiré con un soplo.     Háganse, tontos, cenizas, que con cenizas de tontos discretos cuelan sus paños, manchados, pero no rotos.     Quince meses ha que duermo, porque ha tantos que reposo, sobre piedras, como piedra, sobre plumas, como plomo.     No rompen mi sueño celos, ni pesadumbre, mi ocio, ni serenos, mi salud, ni mi hacienda, mal cobro.     Tengo amigos, los que bastan para andarme siempre solo, y vame tanto mejor cuanto va de cuerdo a loco.     Con doblados libros hago los días de mayo, cortos, las noches de enero, breves, por lo lacio y por lo tosco.     Cuando ha de echarme la musa alguna ayuda de Apolo, desatácase el ingenio, y algunos papeles borro     a devoción de una ausente, a quien, ausente y devoto, con tiernos ojos escribo y con dulce pluma lloro.     Discreciones leo a ratos, y necedades respondo a tres ninfas que en el Tajo dan al aire trenzas de oro,     y a la que ya vio Pisuerga, la aljaba pendiente al hombro, seguir la casta Dïana y eclipsar su hermano rojo.     Salgo alguna vez al campo a quitar al alma el moho, y dar verde al pensamiento, con que purgue sus enojos.     En mi aposento otras veces una guitarrilla tomo, que como barbero templo y como bárbaro toco;     con esto engaño las horas de los días perezosos, y vame tanto mejor cuanto va de cuerdo a loco,     Pagaba al tiempo dos deudas que tenía tras de un torno, mas ya ha días que a la iglesia del desengaño me acojo,     en cuyo lugar sagrado me ha comunicado Astolfo todo el licor de su vidrio, y la razón, sus antojos,     con que veo a la Fortuna, de la fábrica de un trono, levantar un cadahalso para la estatua de un monstro,     y por las calles del mundo arrastrar colas de potros a quien de carro triunfal se apeó en el Capitolio.     Veo pasar como humo, afirmado, el Tiempo cojo, sobre un cetro imperïal y sobre un cayado corvo.     Después que me conocí, estas verdades conozco, y vame tanto mejor cuanto va de cuerdo a loco. **** *book_ *id_poem84 *date_1625 *creator_gongora 84     Si sus mercedes me escuchan, les contaré a sus mercedes, no las hazañas del Cid ni de Zaida los desdenes,     sino más de cuatro cosas que sé yo que se cometen o se dejan de hacer por el decir de las gentes.     Sale el otro cazador, o Rodamonte de liebres o Bravonel de perdices, vestido de necio y verde,     y, si se siente cansado su ventor, al lugar vuelve con lo que compró al ventero, por el decir de las gentes.     Aun no echó, el cobarde, mano a la de Ioannes me fecit cuando se calzan, sus pies, las alas de un alfaneque,     y, al trasponer de una esquina, da a la capa tres piquetes y seis mellas a la espada, por el decir de las gentes.     Estase el otro don tal desde las doce a las trece rezando aquella oración de la mesa sin manteles,     y sálese luego al barrio escarbándose los dientes con un falso testimonio, por el decir de las gentes.     Embolsa, el otro escribano, cien Fernandos y Isabeles en cien monedas de oro por que escriba, o por que teste,     y si os ordena un poder, y vos le dais diecisiete, os vuelve un maravedí por el decir de las gentes.     Hace, un doctor, dos de claro, de San Andrés a la puente, sin topar aros de casa aunque sea año de peste;     es el pienso de su mula pensar en los alcaceres, y alquila un sayo de seda por el decir de las gentes.     Yo canto lo que me dijo un poeta, cuyas sienes ciñe el, bañado, tejón en las orillas del Betis;     y alguno que me ha escuchado abrió la boca, de un jeme, tendió la oreja, de un palmo, por el decir de las gentes. **** *book_ *id_poem85 *date_1625 *creator_gongora 85 A unas monjas, convaleciente de la enfermedad que refiere     Ya, señoras de mi vida, dejando el rascar sabroso, salgo a misa de sarnoso, como a misa de parida.     Iré esta tarde a completas a ese templo de garduñas, donde colgaré las uñas, como el cojo las muletas. **** *book_ *id_poem86 *date_1625 *creator_gongora 86     Clavellina se llama la perra; quien no lo creyere, bájese a olella.     No tiene el soto ni el valle tan dulce olorosa flor, que todo es aire su olor, comparado con su talle; alábenla, y cuando calle pongan todos lengua en ella. Clavellina se llama la perra; quien no lo creyere, bájese a olella.     Dios se lo perdone a quien Clavellina la llamó; Palma la llamara yo y los que la han visto bien, porque rellena la ven de dátiles toda ella. Clavellina se llama la perra; quien no lo creyere, bájese a olella.     No hay cosa que así consuele, porque, si no se me antoja, otras huelen por la hoja, y esta por el ojo huele; gusto da más que dar suele otra clavellina bella. Clavellina se llama la perra; quien no lo creyere, bájese a olella. **** *book_ *id_poem87 *date_1625 *creator_gongora 87     Buena orina y buen color, y tres higas al doctor.     Cierto doctor medio almud llamar solía, y no mal, al vidrio del orinal espejo de la salud; porque el vicio o la virtud del humor que predomina, nos lo demuestra la orina con clemencia o con rigor. Buena orina y buen color, y tres higas al doctor.     La sanidad, cosa es llana que de la color se toma, porque la salud se asoma al rostro como a ventana, si no es alguna manzana arrebolada y podrida, como cierta fementida galeota del Amor. Buena orina y buen color, y tres higas al doctor.     Balas de papel escritas sacan médicos a luz, que son balas de arcabuz para vidas infinitas; plumas doctas y eruditas gasten, que de mí sabrán que es mi aforismo el refrán: vivir bien, beber mejor. Buena orina y buen color, y tres higas al doctor.     Oh bien haya la bondad de los castellanos viejos, que al vecino de Alaejos hablan siempre en puridad, y al santo, que la mitad partió con Dios de su manto, no echan agua, porque el santo sin capa no habrá calor. Buena orina y buen color, y tres higas al doctor. **** *book_ *id_poem88 *date_1625 *creator_gongora 88     A vos digo, señor Tajo, el de las ninfas y ninfos, boquirrubio toledano, gran regador de membrillos;     a vos, el vanaglorioso por el extraño artificio en España más sonado que nariz con romadizo;     famoso entre los poetas, tan leído como el Christus, y de todos celebrado como el día del domingo;     por las musas pregonado, más que jumento perdido, por río de arenas de oro sin habéroslas cernido:     llamado sois con razón, de todos, sagrado río, pues que pasáis por en medio del ojo del Arzobispo.     Vos, que en las sierras de Cuenca (mirad qué humildes principios) nacéis de una fuentecilla adonde se orina un risco;     vos, que, por pena, cada año, de vuestros graves delictos, os menean las espaldas más de ducientos mil pinos:     acordaos de todo aquesto y bajad el toldo, amigo, cuando furioso regáis los jardines de Filipo;     cuando sean vuestras aguas munición de cien mil tiros, admiración de los ojos y batería de castillos;     cuando vuestras aguas sean relojes de peregrinos, que miden el sol por cuartos y la luna por sus quintos;     cuando mil nevados cisnes pasen vuestros vados fríos, cuando beban vuestras aguas mil ciervos de Jesucristo. **** *book_ *id_poem89 *date_1625 *creator_gongora 89     Castillo de San Cervantes, tú que estás par de Toledo, fundote el rey don Alfonso sobre las aguas de Tejo;     robusto, si no galán, mal fuerte y peor dispuesto, pues que tienes más padrastros que un hijo de un racionero:     lampiño debes de ser, castillo, si no estoy ciego, pues siendo de tantos años, sin barbacana te veo.     Contra ballestas de palo dicen que fuiste de hierro, y que anduviste muy hombre con dos morillos honderos.     Tiempo fue (papeles hablen) que te respectaba el reino por jüez de apelaciones de mil católicos miedos.     Ya menos preciado, ocupas la aspereza de ese cerro, mohoso como en diciembre el lanzón del viñadero.     Las que ya fueron corona son alcándara de cuervos, almenas que, como dientes, dicen la edad de los viejos.     Cuando más mal de ti diga dejar de decir no puedo, si no tienes fortaleza, que tienes prudencia al menos:     tú, que a la ciudad mil veces, viendo los moros de lejos, sin ser Espíritu Santo hablaste en lenguas de fuego,     en las rüinas ahora del sagrado Tajo viendo debajo de los membrillos enjerirse tantos miembros,     lo callas a sus maridos, que es mucho, a fe, por aquello que tienes tú de Cervantes y que ellos tienen de ciervos.     Entre todas las mujeres serás bendito, pues siendo en el mirar atalaya, eres piedra en el silencio.     Como castillo de bien, que hagas lo que te ruego, aunque te he obligado poco con dos docenas de versos:     cuando la bella terrible, hermosa como los cielos, y por decillo mejor, áspera como su pueblo,     alguna tarde saliere a desfrutar los almendros, verdes primicias del año y damísimo alimento,     si de las aguas del Tajo hace a su beldad espejo, ofrécele tus rüinas a su altivez por ejemplo;     háblale mudo mil cosas, que las oirá, pues sabemos que a palabras de edificios orejas los ojos fueron.     Dirasle que con tus años regule sus pensamientos, que es verdugo de murallas y de bellezas, el tiempo;     que no crean a las aguas sus bellos ojos serenos, pues no la han lisonjeado, cuando la murmuran luego;     que no fíe de los años ni aun un mínimo cabello, ni le perdone los suyos a la ocasión, que es gran yerro;     que no se duerma entre flores, que despertará del sueño mordida del desengaño y del arrepentimiento,     y abrirá entonces, la pobre, los ojos, ya no tan bellos, para bailar con su sombra, pues no quiso con su cuerpo.     ¡Oh qué diría de ti si tú le dijeses esto, antigualla venerable, si no quieres ser trofeo!     Mi musa te antepondrá a Santángel y Santelmo, aunque no quisiese Roma y Malta quisiese menos;     que aunque te han desmantelado, y tienes menos pertrechos, a tulliduras de grajos te defenderás más presto. **** *book_ *id_poem90 *date_1625 *creator_gongora 90     Tendiendo sus blancos paños sobre el florido ribete que guarnece la una orilla del frisado Guadalete,     halló el sol, una mañana de las que el abril promete, a la violada señora Violante de Navarrete,     moza de manto tendido, lavandera de rodete, entre hembras, luminaria, y entre lacayos, cohete.     Quiso a un mozo de nogal, de mostacho a lo turquete, cuyas espaldas pudieran dar tablas para un bufete;     de la cámara de Marte gentilhombre matasiete, como lo muestra en la cinta la llave de un pistolete;     que viste coleto de ante virgen de todo piquete, no tanto porque el flamenco lo dio a prueba de mosquete,     cuanto porque el español, en las lides que lo mete, hace más fugas con él que Guerrero en un motete.     Dejolo ya por un paje bien peinado de copete, que arrima a una guitarrilla su poquito de bajete,     dignísimo citarista de un canicular bonete, poeta en Andalucía como cristiano Hamete.     Por hacelle, pues, a solas, de sus pechugas, banquete sobre la piadosa sombra de algún álamo alcahuete,     descalzar le ha visto, el alba, botines de tafilete y lavar cuatro camisas del veinteicuatro Alderete.     Los blancos paños cubrían el verde claro tapete que dio flores a Violante para más de un ramillete,     cuando por la puente abajo el lavadero acomete, un mozuelo vellorí, entre lacayo y corchete;     y, llegando al vado, lleno de celos hasta el gollete y de vino hasta las asas, esto a los aires comete:     «Violante, que, un tiempo, fuiste pelota de mi trinquete, de mis botones, ojal, y de mis cintas, ojete:     Palomeque y Fuenmayor me han dicho que es, un pobrete, ídolo de tus cuidados, y, de tu libertad, brete;     un músico que tremola las plumas de un martinete, bujía en lo delicado, y, en lo moreno, pebete.     Llamaranlo a desafío los renglones de un billete, cuando yo presuma de él que lo lea y que lo acete;     y entonces vístase el pollo, sobre un jaco, un coselete, que yo le torceré el alma como tuerces tú un roquete.     Y juro a las aceitunas del santo monte Olivete que yo...» Entonces, dando ella a un desengaño carrete,     «Más quisiera –le responde– una lonja entre un mollete que tus bravatas, Carrasco, humos de blanco y clarete.     Quiero bien a ese galán, y, si no te quies mal, vete, que arena viene pisando el de lo pardeguillete».     Con un suspiro que fuera respuesta de un morterete respondió Carrasco el bravo, cuando hablar más le compete.     Llegó entonces Jimenillo, y, terciando el de florete guarnecido de oro y pardo, con el mulato arremete:     haciendo que una guitarra las negras sienes le apriete, música siembra en sus pasas, y en el campo, pinabete.     Mostrole las herraduras el sevillano jinete, al tiempo que el jerezano le asegundaba un puñete;     participó de él Violante, mas túvolo por juguete, guardándole a su Medoro, con un abrazo, un rosquete. **** *book_ *id_poem91 *date_1625 *creator_gongora 91 Ya no más, ceguezuelo hermano,     ya no más.     Baste lo flechado, Amor, más munición no se pierda; afloja al arco la cuerda y la causa a mi dolor, que en mi pecho tu rigor escriben las plumas juntas, y en las espaldas las puntas dicen que muerto me has. Ya no más, ceguezuelo hermano,     ya no más.     Para el que a sombras de un robre sus rústicos años gasta el segundo tiro basta, cuando el primero no sobre; basta para un zagal pobre la punta de un alfiler; para Bras no es menester lo que para Fierabrás. Ya no más, ceguezuelo hermano,     ya no más.     Gran vergüenza tuya es que pongas el mismo afán en traspasar un gabán que en enclavar un arnés. Pues ya, rendido a tus pies, envuelto en mi sangre lloro, no des al viento más oro con las flechas que le das. Ya no más, ceguezuelo hermano,     ya no más.     Tan asaeteado estoy, que me pueden defender las que me tiraste ayer de las que me tiras hoy; si ya tu aljaba no soy, bien a mal tus armas echas, pues a ti te faltan flechas, y a mí, donde quepan más. Ya no más, ceguezuelo hermano,     ya no más. **** *book_ *id_poem92 *date_1625 *creator_gongora 92 Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envío que eres mío.     Celosa el alma te envía por diligente ministro, con poderes de registro, y con malicias de espía; trata los aires de día, pisa de noche las salas, con tan invisibles alas cuanto con pasos subtiles. Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envío     que eres mío.     Tu vuelo con diligencia y silencio se concluya antes que venzan la suya las condiciones de ausencia, que no hay fiar resistencia de una fe de vidrio tal tras de un muro de cristal, y batido de esmeriles. Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envío     que eres mío.     Mira que su casa escombres de unos soldados fiambres, que perdonando a sus hambres, amenazan a los hombres; de los tales no te asombres porque, aunque tuercen los tales mostachazos criminales, ciñen espadas civiles. Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envío     que eres mío.     Por tu honra y por la mía, de esta gente la descartes que le serán estos Martes más acïagos que el día, pues la lanza de Argalía es ya cosa averiguada que pudo más por dorada que por fuerte la de Aquiles. Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envío     que eres mío.     Si a músicos entrar dejas, ciertos serán mis enojos, porque aseguran los ojos y saltean las orejas; cuando ellos ajenas quejas canten, ronda, pensamiento, y la voz, no el instrumento, les quiten tus alguaciles. Vuela, pensamiento, y diles a los ojos que te envio     que eres mío. **** *book_ *id_poem93 *date_1625 *creator_gongora 93 A don Cristóbal de Mora     Árbol de cuyos ramos fortunados las nobles moras son quinas reales, teñidas en la sangre de leales capitanes, no amantes desdichados:     en los campos del Tajo más dorados y que más privilegian sus cristales, a par de las sublimes palmas sales, y más que los laureles levantados.     Gusano, de tus hojas me alimentes, pajarillo, sosténganme tus ramas, y ampáreme tu sombra, peregrino;     hilaré tu memoria entre las gentes, cantaré, enmudeciendo ajenas famas, y votaré a tu templo mi camino. **** *book_ *id_poem94 *date_1625 *creator_gongora 94     Un buhonero ha empleado en higas hoy su caudal, y aunque no son de cristal todas las ha despachado; para mí le he demandado, cuando verdades no diga,     una higa.     Al necio, que le dan pena todos los ajenos daños y, aunque sea de cien años, alcanza vista tan buena, que ve la paja en la ajena y no en la suya dos vigas,     dos higas.     Al otro, que le dan jaque con una dama atreguada, y más bien peloteada que La Coruña del Draque, y fïada del zumaque, le desmiente tres barrigas,     tres higas.     Al marido, que es tan llano, sin dar un maravedí, que le hinche el alholí su mujer cada verano, si piensa que grano a grano se lo llegan las hormigas,     cuatro higas.     Al que pretende más salvas y ceremonias mayores que se deben, por señores, a los Infantados y Albas, siendo nacido en las malvas y crïado en las ortigas,     cinco higas.     Al pobre pelafustán que de arrogancia se paga, y presenta la bisnaga por testigo del faisán, viendo que las barbas dan testimonio de las migas,     seis higas.     Al que de sedas armado, tal para Cádiz camina, que ninguno determina si es bandera o si es soldado, de su voluntad forzado, llorado de sus amigas,     siete higas.     Al mozuelo, que en cambray, en púrpura y en olores, quiere imitar sus mayores, de quien hoy memorias hay que los sayos de contray aforraban en lorigas,     ocho higas.     Al bravo que echa de vicio, y en los corrillos blasona que mil vidas amontona a la muerte en sacrificio, no tiniendo del oficio más que mostachos y ligas,     nueve higas.     Al pretendiente engañado, que, puesto que nada alcanza, da pistos a la esperanza cuando más desesperado, figurando ya granado el fruto de sus espigas,     diez higas. **** *book_ *id_poem95 *date_1625 *creator_gongora 95     Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero.     Vio una monja celebrada tras la red, el niño Amor, tan quebrada de color cuanto de mil requebrada; ser su devoto le agrada, y a ella no el recibillo, aunque fuera de membrillo, tan en carnes por enero. Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero.     Moriéndose ella de risa mientras de frío el mozuelo, de limosna le dio un velo de que haga una camisa; y, despidiéndolo aprisa, fue a responder discreciones a los pesados renglones de un poeta forastero. Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero.     Admitiolo en su servicio la bellísima señora, y desde la misma hora no le perdona el oficio; a cuantos en sacrificio le dan el alma, lo envía; préstenle horas al día y paciencia al mensajero. Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero.     A un galán lleva un recado, a una capilla un billete, una demanda a un bonete, y una pregunta a un letrado, unos celos a un casado, a un viudo un parabién, a un pelón lleva un desdén, y un pésame a un majadero. Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero.     Acabó tarde el garzón, aunque comenzó a las ocho, y cortó con un biscocho la cólera, a la oración. Reniega de la afición, porque Toledo no es para menos que los pies de un rocín o un cancionero. Mandadero es el arquero, y sí que era mandadero. **** *book_ *id_poem96 *date_1625 *creator_gongora 96     A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Aunque muy ajenos son, señora, mis verdes años de maduros desengaños y perfecta discreción, oíd la resolución que me dio el tiempo, después que me distes al marqués, y yo me di a fray García: a toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Narcisos, cuyas figuras dan por paga los pobretes, y libran, de muy jinetes, mi yerro en sus herraduras; Ganimedes en mesuras enamorados y bellos, bien sé yo que para ellos vuesa merced no me cría. A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Orlandos enamorados, que después dan en furiosos, en las paces belicosos, en las guerras envainados, de bigotes engomados y de astróloga contera, ¡nunca Dios me haga nuera de la hermana de su tía! A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Canónigos, gente gruesa, que tienen a una cuitada entre viejas conservada, como entre paja camuesa, dan poco y piden apriesa, celan hoy, celan mañana: muy humilde es mi ventana para tanta celosía. A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Almibarados poetas, por quien mi mirar no acaba de ser nido y ser aljaba de Amor y de sus saetas, danme canciones discretas, y es darme a mí sus canciones, gastar en Guinea razones, y cruces en Berbería. A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Basta un señor de vasallos y un grave potente flaire; los demás los lleve el aire, si el aire quiere llevallos; hagan riza sus caballos, acuchillen sus personas, recen sus tercias y nonas, celebren su poesía. A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad.     Solo a estos doy mi amor y mis contentos aplico, madre; al uno porque es rico, al otro porque es hechor. Llévame el fraile el humor, el marqués me lleva en coche; démosle al uno la noche y al otro démosle el día. A toda ley, madre mía, lo demás es necedad, regalos de señoría y obras de paternidad. **** *book_ *id_poem97 *date_1625 *creator_gongora 97     ¿No me bastaba el peligro de una grave enfermedad, que, pues no me mató ella, repito para inmortal,     sino condenarme ahora a pretender, y labrar, un lisonjero imposible, y un süave pedernal?     ¿Qué te ha hecho, crudo Amor, esta pobre libertad, blanco de tus demasías (no las llamo flechas ya)?     Forastero bienvenido que vais para la ciudad: si ya os detuviere en ella o gusto o necesidad,     guardaos, mil veces os digo, de un basilisco mortal, que está su mayor ponzoña en su más dulce mirar;     de un ángel, el más hermoso que vistió la humanidad, que de crüel y de bello está dudoso lo más.     Témela el Amor, y tanto, que han confirmado amistad, mayor que se prometía de mujer y de rapaz,     todo, en daño de las almas: ya yo lo sé por mi mal, que he pisado entre sus flores áspid que sabe matar.     Armado, se esconde Amor, de saetas de crueldad, en los ojos que tremolan traidoras señas de paz.     Asegúrase el deseo, fíase la voluntad, y dan en las fieras puntas del arquero desleal.     Las señas de esta alevosa, para que la conozcáis, son, demás de los extremos de su gloriosa beldad,     que si canta, se suspende la armonía celestial, y si llora, enjuga al alba sus lágrimas de cristal.     Con mi ejemplo y estas señas, caballero, caminad, que ella me condena a muerte, y yo me voy a enterrar. **** *book_ *id_poem98 *date_1625 *creator_gongora 98     Murmuraban los rocines a la puerta de palacio, no en sonorosos relinchos (que eso es ya muy de caballos),     sino en bestial idïoma, ni gruñendo ni rifando, para mejor engañar las varas de los lacayos.     Cabecijuntos murmuran, tres a tres y cuatro a cuatro, de sus amos, lo primero, por más parecer crïados.     Un castaño comenzó, rocín portugués, fidalgo, cuyo pelo es un erizo, por ser fruta de castaño,     con más paramentos negros que el rocín de Arias Gonzalo, que en la cadera y el luto más es tumba que caballo:     «Sirvo –les dijo– a un ratiño, Macías enamorado, tan flaco en la carne él como yo en los huesos flaco.     Como un esclavo le sirvo, aunque nunca me ha herrado ni la cadera con ese ni la herradura con clavo.     Dos cosas pretende en corte, y ambas me cuestan mis pasos: la verde insignia de Avís y un serafín castellano;     porque en África su abuelo mató un león cuartanario, desde una palma subido, de cuarenta arcabuzazos,     fatiga tanto al Consejo, y al Amor fatiga tanto, que no irá cruzado el pecho sin ir el rostro cruzado,     porque el padre de la moza me dicen que le ha jurado de darle la cruz, en leño, que él pide al Consejo en paño».     Apenas el portugués acabó sus quejas, cuando una remendada pía de un comiscal cortesano,     mordiendo el freno tres veces y otras tres humo espirando (que es cólera, a lo que escriben autores arrocinados),     «Sirvo –les dice– a un pelón, que no solo ha veinte años que come de aventurero, mas que duerme de prestado.     Con esta gualdrapa corta, y tan corta que ha guardado mejor que si fuera cuello la medida del dozavo,     la tercia parte me cubre deste nudoso espinazo, que puede ser mojonera de un término pleiteado.     No hay halcón hoy en Noruega, donde el sol es más escaso, tan solícito en cebarse como mi dueño, o mi daño,     que volando pico al viento sale muy bien santiguado a escuchar los almireces de las casas do hacen plato:     éntrase donde los oye, limpiándose los zapatos, y déjame a la pared pegado como gargajo;     no sé cómo lo reciben, mas sí sé que días hartos, mirándome a mí los pajes, esto salen murmurando:     –Juro a Dios que en el comer es, el dueño deste haco, sabañón en el invierno, salpullido en el verano.     Desciende luego tras ellos, a mi pesar, porque al cabo ya que no hay cebada hay ocio, que no es mal pienso el descanso;     cobíjame los cuadriles y sale podenqueando nuevas que el día siguiente valgan cocido y asado».     De un procurador de cortes habló allí un rocín más largo que una noche de diciembre para un hombre mal casado:     «Escuchado he vuestras quejas con las orejas de un palmo, y a no sentir yo mis duelos, sintiera vuestros trabajos.     Diez años tiramos juntos por toda tierra de campos yo y un tío de Babieca el carretón de Laín Calvo.     Serví a condes, serví a reyes, hasta que por varios casos tendimus in Latium, digo, me miráis tendido y lacio.     Trájome a Madrid mi dueño, donde apenas hay establo a do quepa mi largueza, si no duermo como galgo;     la calle Mayor abrevio, y la carrera del Prado desde el copete a la cola la ocupo, si no la paso:     como tan largo me ven, piensan todos los muchachos que soy algún pasadizo de la posada a palacio.     Por descendiente me juzgan los que me miran de espacio, en la materia y la forma, de aquel caballo troyano,     y si como tanto hierro como se queja mi amo, ya que no lo esté de griegos, estaré lleno de armados;     de noche me quita el freno, porque dice que lo gasto, y lo pongo en cuatro días como soneto limado».     No le consintió acabar un extranjero cuartago, porque entendió que tenía razones de su tamaño:     «No sirvo –dijo– a pelones, como vosotros, cuitados, sino a un extranjero rico, miserable por el cabo.     y advertid que, siendo aquestos hombres míseros y avaros, veréis que se llaman todos o Césares o Alejandros.     La paja me da por libras, la cebada, por puñados, y para engañar mi hambre este artífice de engaños,     unos antojos me pone de unos vidrios tan doblados, que hacen de una paja ciento, y cuatrocientos, de un grano.     Pero bien me satisfice desta burla y deste agravio un día, cuya memoria a la venganza consagro:     solía decir, trayéndome por las caderas la mano: –Como un banco estás, amigo, poco te luce el regalo.     Tantas veces me lo dijo, que una dellas por un lado le di muy bien a entender que tenía pies el banco».     Dieron entonces las once, y al mismo punto dejaron su plática los rocines, sus quínolas, los lacayos.     Cualquier docto en esta lengua podrá mañana temprano ir a escuchar otro poco las mulas de los letrados. **** *book_ *id_poem99 *date_1625 *creator_gongora 99 A una casa de campo de una dama     Si ya la vista, de llorar cansada, de cosa puede prometer certeza, bellísima es aquella fortaleza y generosamente edificada:     palacio es de mi bella celebrada, templo de Amor, alcázar de nobleza, nido del Fénix de mayor belleza que bate en nuestra edad pluma dorada.     Muro que sojuzgáis el verde llano, torres que defendéis el noble muro, almenas que a las torres sois corona:     cuando de vuestro dueño soberano merezcáis ver la celestial persona, representadle mi destierro duro. **** *book_ *id_poem100 *date_1625 *creator_gongora 100 De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado     Descaminado, enfermo, peregrino en tenebrosa noche, con pie incierto la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino.     Repetido latir, si no vecino, distinto, oyó de can siempre despierto, y en pastoral albergue mal cubierto piedad halló, si no halló camino.     Salió el sol, y entre armiños escondida, soñolienta beldad con dulce saña salteó al no bien sano pasajero.     Pagará el hospedaje con la vida; más le valiera errar en la montaña, que morir de la suerte que yo muero. **** *book_ *id_poem101 *date_1625 *creator_gongora 101 A una enfermedad que tuvo en Salamanca, de que estuvo tres días tenido por muerto     Muerto me lloró el Tormes en su orilla, en un parasismal sueño profundo, en cuanto don Apolo el rubicundo tres veces sus caballos desensilla.     Fue mi resurrección la maravilla que de Lázaro fue la vuelta al mundo; de suerte que ya soy otro segundo Lazarillo de Tormes en Castilla.     Entré a servir a un ciego, que me envía, sin alma vivo, y en un dulce fuego, que ceniza hará la vida mía.     ¡Oh qué dichoso que sería yo luego, si a Lazarillo lo imitase un día en la venganza que tomó del ciego! **** *book_ *id_poem102 *date_1625 *creator_gongora 102 Cada uno estornuda como Dios le ayuda.     Sentencia es de bachilleres, después que se han hecho piezas, que cuantas son las cabezas tantos son los pareceres; en materia de mujeres se desboca esta sentencia, que hay espuelas de licencia, sin haber freno de duda. Cada uno estornuda como Dios le ayuda.     Cánsase el otro doncel de querer la otra doncella que es bella, y deja de vella por una madre crüel; y apenas se cansa él, cuando sobra quien le cuadre, porque para un mal de madre cien escudos son la ruda. Cada uno estornuda como Dios le ayuda.     Este no tiene por bueno el amor de la casada, porque es dormir con espada, y la víbora en el seno; a aquel del cercado ajeno le es la fruta más sabrosa, y coge mejor la rosa de la espina más aguda. Cada uno estornuda como Dios le ayuda.     Muchos hay que dan su vida por edad menos que tierna, y otros hay que los gobierna edad más endurecida; cuál flaca y descolorida, cuál la quiere gorda y fresca, porque Amor no menos pesca con lombriz que con aluda. Cada uno estornuda como Dios le ayuda. **** *book_ *id_poem103 *date_1625 *creator_gongora 103 En la muerte de doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo     Moriste, ninfa bella, en edad floreciente, que la muerte entre flores se esconde, cual serpiente;     moriste, y Amor luego rompió el arco, impaciente: casto Amor, no el que tira flechas de oro luciente.     Ninguno hay en la selva que tu fin no lamente, o sátiro sea, duro, o virgen inocente;     hasta el dios que sus cuernos con guirnaldas desmiente, por darlas a tu urna, las niega ya a su frente.     Eco, de nuestras voces universal oyente, no es ya sino de quejas fïel correspondiente.     Al viento la arboleda más que nunca obediente, con él tu muerte gime, y él con ella la siente.     La casta cazadora seguiste puntualmente, ya en los montes armada, ya desnuda en la fuente;     ligera a los pies, fuiste, del corcillo, y valiente del jabalí cerdoso al espumoso diente;     de cuya profesión testigo suficiente, en el laurel sagrado, la aljaba sea, pendiente.     Tumba es hoy de tus huesos, casta, si no decente, el árbol cuyas ramas no temen rayo ardiente     (el árbol que teniendo tu memoria presente, no ya de aves lascivas torpe nido consiente,     tierno gemido, apenas, de tórtola doliente que muerto esposo llore, no, que lo llame ausente),     adonde, de las ninfas, diez a diez, veinte a veinte, si el llanto es ordinario, el concurso es frecuente.     Oh alma, que eres ya deidad resplandeciente: Daliso, por que el tiempo su prescripción no intente     (el tiempo, de memorias fiscal tan insolente que a la inmortalidad no perdona accidente),     aquí, donde está el Betis –creo– tu fin reciente llorando por los ojos de esta su antigua puente,     no túmulo te erige de mármol diferente donde el sol uno a uno sus muchos rayos cuente,     ni, ocupada la industria de artífice excelente, dará a tus cenizas vasija competente,     sino un padrón humilde con la inscripción siguiente, que piedad solicite y su fe represente:     Suspende, oh caminante, el paso diligente, y, cuando no admirado, condolido detente:     memoria soy de un sol que el Turia fue su oriente, y su occidente, el Tajo: dilo de gente en gente. **** *book_ *id_poem104 *date_1625 *creator_gongora 104 A una sangría del tobillo de una dama     Herido el blanco pie del hierro breve, saludable si agudo, amiga mía, mi rostro tiñes de melancolía, mientras de rosicler tiñes la nieve.     Temo, que quien bien ama temer debe, el triste fin de la que perdió el día en roja sangre y en ponzoña fría bañado el pie que descuidado mueve.     Temo aquel fin, porque el remedio para, si no me presta el sonoroso Orfeo con su instrumento dulce su voz clara.     Mas ¡ay! que, cuando no mi lira, creo que mil veces mi voz te revocara y otras mil te perdiera mi deseo. **** *book_ *id_poem105 *date_1625 *creator_gongora 105     Ya de mi dulce instrumento cada cuerda es un cordel, y, en vez de vihuela, él es potro de dar tormento, quizá con celoso intento de hacerme decir verdades, contra estados, contra edades, contra costumbres al fin; no las comente el rüín ni las tuerza el enemigo, y digan que yo lo digo.     Si el pobre a su mujer bella le da licencia que vaya a pedir sobre la saya, y le dan debajo della, ¿qué gruñe, qué se querella que se burlan de él los ecos? y ¿qué teme en años secos si el necio a su casa lleva quien en años secos llueva? Coja, pues, en paz su trigo, y diga que yo lo digo.     De veinte y cuatro quilates es como un oro la niña, y hay quien le dé la basquiña y la sarta de granates: tiénelo por disparates su madre y búrlase dello; mas él se los echa al cuello, porque el mismo fruto espera que han de hacer, que en la higuera las sartas de cabrahígo; y digan que yo lo digo.     Del mercader, si es lo mismo con vara y pluma en la mano condenarse en castellano que irse al infierno en guarismo, desátenme el silogismo sus pulgadas y sus ceros, su conciencia y sus dineros, y tenga por cosa cierta que, si le cierran la puerta, en el cielo no hay postigo; y diga que yo lo digo.     Ver sus tocas blanquear a la viuda, eso me mueve que ver cubierto de nieve el puerto del Muladar: déjase a solas pasar de cualquiera forastero, o peón o caballero, y con sus amigas llora a su esposo, la señora, como la Cava a Rodrigo; y digan que yo lo digo.     Viendo el escribano que dan a su legalidad, por ser poco el de verdad, nombre, las leyes, de fe, su pluma sin ojos ve, y su bolsa, aunque sin lengua, por la boca crece o mengua las razones del culpado, la bolsa hecha abogado, la pluma hecha testigo; y digan que yo lo digo.     Como consulta la dama con el espejo su tez, ¿no consultará una vez con la honestidad su fama? Áspid al vecino llama que le muerde el calcañar cuando sale a visitar al copete o la corona, y a los dos no les perdona desde la joya al bodigo; y digan que yo lo digo.     Milagros hizo, por cierto, un alcalde, y lo vi yo, que siendo vivo, le dio almas de oro a un gato muerto, y aun es de tanto concierto, que se iguala y no se ajusta, y si acaso a doña Justa algo entre platos le viene, deja la verdad, y tiene a Platón por más amigo; y digan que yo lo digo.     Éntrase en vuestros rincones comadreando la vieja, bien como la comadreja en nido de gorrïones; con madejas y oraciones os quiebra o degüella, en suma, ora en huevos, ora en pluma, la honra de vuestra hija; destas terceras, clavija sea la rama de un quejigo; y digan que yo lo digo.     El doctor mal entendido, de guantes no muy estrechos, con más homicidios hechos que un catalán forajido, si son de puñal büido las hojas de su Galeno, y si partir puede el freno y el dinero con su mula, mate, y sírvale de bula la carta que trae consigo; y diga que yo lo digo. **** *book_ *id_poem106 *date_1625 *creator_gongora 106     Sin Leda y sin esperanza, rompe en mal seguro leño su serenidad al mar y a la noche su silencio,     un pobre pescadorcillo, ausente de sus deseos lo que hay del mar andaluz a los valencianos senos.     A calar salió sus redes, mas el hijuelo de Venus, suspendiéndolo de oficio, lo condenó a pensamientos.     A dulces memorias dado y arrebatado a su cielo, los remos deja a las aguas y la red ofrece al viento.     Barquero, barquero, que se llevan las aguas los remos.     No teme enemigas velas, o de renegado griego o de extranjero pirata, de la laguna al estrecho,     porque el Amor le asegura que no hay cosario tan fiero que para un cuerpo sin alma embista un bajel sin dueño.     Y así, la incierta derrota prosigue, velando sueños, animoso amante vivo, humilde pescador muerto.     Lágrimas vierten sus ojos, suspiros lanza su pecho, por pagar al mar, y al aire, forzados y marineros.     Barquero, barquero, que se llevan las aguas los remos. **** *book_ *id_poem107 *date_1625 *creator_gongora 107     Cosas, Celalba mía, he visto extrañas: cascarse nubes, desbocarse vientos, altas torres besar sus fundamentos, y vomitar la tierra sus entrañas;     duras puentes romper, cual tiernas cañas, arroyos prodigiosos, ríos violentos, mal vadeados de los pensamientos, y enfrenados peor de las montañas;     los días de Noé, gentes subidas en los más altos pinos levantados, en las robustas hayas más crecidas;     pastores, perros, chozas y ganados sobre las aguas vi, sin forma y vidas, y nada temí más que mis cuidados. **** *book_ *id_poem108 *date_1625 *creator_gongora 108     Cuantas al Duero le he negado ausente, tantas al Betis lágrimas le fío, y, de centellas coronado, el río fuego tributa al mar, de urna ya ardiente.     Volcán desta agua y destas llamas fuente es, ingrata señora, el pecho mío; los suspiros lo digan, que os envío, si la selva lo calla, que lo siente.     Cenefas de este Erídano segundo cenizas son, igual mi llanto tierno a la de Faetón loca experiencia;     arde el río, arde el mar, humea el mundo: si del carro del sol no es mal gobierno, lágrimas y suspiros son de ausencia. **** *book_ *id_poem109 *date_1625 *creator_gongora 109     Despuntado he mil agujas en vestir a moriscote, ya de puro terciopelo, ya de aguado chamelote:     no más capellar con cifra ni más adarga con mote, que ni yo soy boticario ni Albayaldos era bote.     Galanes, los que acaudilla el del arco y del virote, o tengáis el bozo en flor o en espinas el bigote,     escuchad los desvaríos de un poeta monigote en cuarenta consonantes distilados del cogote;     escuchad las desventuras del más triste galeote que dio, en la concha de Venus, las espaldas al azote.     Partir quiere a la visita de un pastor y sacerdote, que se casa con su iglesia con cuarenta mil de dote.     Alborótalo esta ausencia, y no es mucho lo alborote, que en casa del condenado suena mal cuerda y garrote;     porque en otra ida y venida, cierto fullero angelote a la honra le dio pique, y a la hacienda, capote.     Esperando esta pelota dicen que está un don Pelote, para que en haciendo él falta la toque del primer bote;     para volar su perdiz ha jurado un tagarote que en viéndolo con espuelas se quitará el capirote;     y cierto amigo, que tiene su poco de Escarïote, dice que quiere probar la conserva del pipote.     Conjurado se han los tres de hacer al pobre zote vecino de las riberas de Jarama o de Torote.     A las armas, mozalbitos, que un navío filipote os espera en El Ferrol: ¡plega a Dios que se derrote!     Haced en Ingalaterra nobilísimo cerote, reduciendo al calvinista, saqueando al hugonote;     que sin venir de Bretaña no puede haber Lanzarote, aunque sea el que ministra a Júpiter el zambrote.     Dejad caminar al triste Macías, o mazacote, a la ausencia y a los celos componiendo un estambrote.     Dejadle vuelva a jugar con su querida en un trote, él dice que de picado, yo digo que de guillote.     Dejad que ella en su partida crezca el mar y el suelo agote, fingiendo ofender su rostro, sin darse ni un papirote;     que le jure que en su ausencia se vestirá de picote, se tocará lienzo crudo y se cubrirá anascote;     y en hábito de culebra luego otro día se ensote, donde algún mártir asado se lo sirvan en gigote.     Dejadlo, por vida mía, y de camino se note que no hay fïanza segura ni posada sin escote. **** *book_ *id_poem110 *date_1625 *creator_gongora 110 A don Pedro Venegas, a cuya casa iba a jugar algunos días     Temo tanto los serenos, serenísimo compadre, que a mis picados deseos les doy la casa por cárcel.     Escapé de Las Quemadas con un romadizo grave, porque sienes de poetas no se entienden con el aire,     y así, guardo mi persona debajo de treinta llaves, porque, donde no hay salud, ni hay gracia ni habrá sepades.     Sabe Dios, señor don Pedro, cuánto quisiera alentarme, si no temiera los bordes de los candeleros grandes,     ya que los de las bujías, cual pecados venïales, gastaron de agua bendita lo que ahorraron de sangre.     Témoos mucho, porque sé que padecieron, tres naipes, muerte y pasión, por que algunos pecadores se salvasen:     pecadores que se ponen por lo menos a llevarse desde la oreja al bigote los puntos que no lograstes.     Mas, al fin, en esas cartas la cólera desarmastes, como el toro que en la capa ejecuta su coraje.     Sin duda el lagarto rojo que os marca la mejor parte del pecho, cuando perdéis, os da bocados mortales,     o lo que tiene de espada lo muestra en atravesarse por el tierno corazón, que afligidas alas bate.     Gallarda insignia, esplendor de reales estandartes, que das esfuerzo en las guerras y calidad en las paces:     si ya en tu virtud hicieron, los antiguos capitanes, ríos de sangre africana, montes de cuerpos alarbes,     no permitas que un cruzado en tu orden militante soberbias armas empuñe y humildes cristianos mate.     Con todo eso, saldré al campo (con tal que no muera nadie, y que el balcón de la alcoba nos parta el sol de la tarde)     hasta la hora que Reyes, mulatero girifalte, se ceba en pechos de grajas y en piernas de alcaravanes.     Buenas noches, gran señor del pueblo de Gruñimaque, y tan buenas, que el doctor no os ronde los arrabales. **** *book_ *id_poem111 *date_1625 *creator_gongora 111     –¿Quién es aquel caballero que a mi puerta dijo: Abrid? –Caballero soy, señora, caballero de Moclín.     Nieto soy de cuatro grandes de a tres varas de medir, tan deudo del conde Claros, que me acuesto sin candil.     Mi hacienda es un escudo orlado de treinta mil, no maravedís de juro, sino insignias del Sofí.     Los cuarteles de mi escudo lo pueden ser de un jardín: un espino y dos romeros y cuatro flores de lis;     qué verde soy de linaje no lo sepa algún rocín, que me teñirá en gualdado, estas mañanas de abril.     Sangre, más que una morcilla, honra, más que un paladín, doña Blanca está en Sidonia, y en mi bolsa, ni un ceutí.     Toda la tierra he corrido, el mar he visto en latín: mare vidi muchas veces, pero no maravedí.     La necesidad, que tiene el ánima de un gentil, la brújula de un gitano, la conciencia de un neblí,     en el real de don Sancho me libraba algún cuatrín: cuando las tinieblas visten los gatos, de vellorí,     dos hombres de armas y yo salíamos por ahí a captivar ferreruelos que corrían el país;     tal vez no solo la capa nos dejaba san Martín, sino también el espada con que la solía partir;     gentilhombres hice a muchos sin ser rey, a muchos di espaldarazos, sin darles el lagarto carmesí.     Soy un Cid en quitar capas, perdóneme el señor Cid: quédesele el Campeador, y el capeador para mí;     mi camisa es la tizona, que tiene filos de brin, y no ha sido la colada después que me la vestí;     si me hiere, Dios lo sabe; a lo menos sé decir que tengo sangre con ella, como mujer varonil.     ¡Oh cuánto puede, señora, un cuello de caniquí! Si no es rosa desta espina, él miente como rüin. **** *book_ *id_poem112 *date_1625 *creator_gongora 112 Al monte santo de Granada     Este monte de cruces coronado, cuya siempre dichosa excelsa cumbre espira luz y no vomita lumbre, Etna glorioso, Mongibel sagrado,     trofeo es dulcemente levantado, no ponderosa grave pesadumbre para oprimir sacrílega costumbre de bando contra el cielo conjurado.     Gigantes, miden sus ocultas faldas, que a los cielos hicieron fuerza, aquella, que los cielos padecen, fuerza santa.     Sus miembros cubre y sus reliquias sella la bien pisada tierra. Veneraldas con tiernos ojos, con devota planta. **** *book_ *id_poem113 *date_1625 *creator_gongora 113 Burlándose de un caballero prevenido para unas fiestas     Sea bien matizada la librea, las plumas, de un color, negro el bonete, la manga, blanca, no muy de roquete, y atada al brazo prenda de Niquea;     cifra que hable, mote que se lea, bien guarnecida espada de jinete, borceguí nuevo, plata y tafilete, jaez propio, bozal no de Guinea;     caballo Valenzuela bien tratado, lanza que junte el cuento con el hierro, y sin veleta. El Amadís, que espera     entrar cuidosamente descuidado, firme en la silla, atento en la carrera, y quiera Dios no se atraviese un perro. **** *book_ *id_poem114 *date_1625 *creator_gongora 114     Donde las altas ruedas     con silencio se mueven,     y a gemir no se atreven las verdes sonorosas alamedas,     por no hacer rüido al Betis, que entre juncias va dormido,     sobre un peñasco roto,     al tronco recostado     de un fresno levantado, que escogió entre los árboles del soto     porque su sombra es flores, su dulce fruto dulces ruiseñores,     Coridón se quejaba     de la ausencia importuna,     al rayo de la luna, que al perezoso río le hurtaba,     mientras que él no lo siente, espejos claros de cristal luciente.     «Injusto Amor –decía–,     pues permites que muera     en extraña ribera, que por extraña tengo ya la mía,     válganme contra ausencia esperanzas armadas de paciencia». **** *book_ *id_poem115 *date_1625 *creator_gongora 115     Las aguas de Carrïón, que a los muros de Palencia o son grillos de cristal o espejos de sus almenas,     un pescador extranjero en un barquillo acrecienta, llorando su libertad, mal perdida en sus riberas,     ¡Oh, qué bien llora!     ¡Oh, cómo se lamenta!     Vio la ninfa más hermosa que dio al aire rubias trenzas en el coro de Dïana, que bajaba de las selvas     tras un corcillo herido, que, de bien flechado, vuela, porque en la fuga son alas las que en la muerte son flechas.     ¡Oh, qué bien llora!     ¡Oh, cómo se lamenta!     Las redes al sol tendía sobre la caliente arena, cuando se vio salteado de la cazadora bella.     Más despedían, sus ojos, que trae su aljaba, saetas, y tanto más ponzoñosas cuanto es más desdén que hierba.     ¡Oh, qué bien llora!     ¡Oh, cómo se lamenta!     «¡Oh fiera para los hombres, perseguidora de fieras –decía al son de los remos, que gimen cuando él se queja–:     de ti murmuran las aguas, por disimular mis quejas, que no alcanzas lo que sigues y matas lo que te espera».     ¡Oh, qué bien llora!     ¡Oh, cómo se lamenta! **** *book_ *id_poem116 *date_1625 *creator_gongora 116 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor     Pender de un leño, traspasado el pecho y de espinas clavadas ambas sienes, dar tus mortales penas en rehenes de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;     pero más fue nacer en tanto estrecho, donde, para mostrar en nuestros bienes a dónde bajas y de dónde vienes, no quiere un portalillo tener techo.     No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío, del tiempo por haber la helada ofensa vencido en flaca edad con pecho fuerte     (que más fue sudar sangre que haber frío), sino porque hay distancia más inmensa de Dios a hombre, que de hombre a muerte. **** *book_ *id_poem117 *date_1625 *creator_gongora 117 Soneto cuatrilingüe, castellano, latino, toscano y portugués     Las tablas del bajel despedazadas (signum naufragii pium et crudele), del tempio sacro con le rote vele, ficaraon nas paredes penduradas.     Del tiempo las injurias perdonadas, et Orionis vi nimbosae stellae raccoglio le smarrite pecorelle nas ribeiras do Betis espalhadas.     Volveré a ser pastor, pues marinero quel Dio non vuol, che col suo strale sprona do Austro os assopros e do Oceam as agoas,     haciendo al triste son, aunque grosero, di questa canna, già selvaggia donna, saudade a as feras, e aos penedos, magoas. **** *book_ *id_poem118 *date_1625 *creator_gongora 118 De unos papeles que una dama le había escrito, restituyéndoselos en una caja     Yacen aquí los huesos sepultados de una amistad que al mundo será una, o ya para experiencia de fortuna, o ya para escarmiento de cuidados.     Nació entre pensamientos, aunque honrados, grave al amor, a muchos importuna, tanto, que la mataron en la cuna ojos de invidia y de ponzoña armados.     Breve urna los sella, como huesos, al fin, de malograda criatura, pero versos los honran, inmortales,     que vivirán en el sepulcro impresos, siendo la piedra Felixmena dura, Daliso el escultor, cincel sus males. **** *book_ *id_poem119 *date_1625 *creator_gongora 119 ¡Qué de invidiosos montes levantados,     de nieves impedidos, me contienden tus dulces ojos bellos! ¡Qué de ríos del hielo tan atados,     del agua tan crecidos, me defienden el ya volver a vellos!     ¡Y qué, burlando dellos,     el noble pensamiento por verte viste plumas, pisa el viento! Ni a las tinieblas de la noche obscura     ni a los hielos perdona, y a la mayor dificultad engaña; no hay guardas hoy de llave tan segura     que nieguen tu persona, que no desmienta con discreta maña,     ni emprenderá hazaña     tu esposo cuando lidie, que no la registre él, y yo no invidie. Allá vueles, lisonja de mis penas,     que con igual licencia penetras el abismo, el cielo escalas; y mientras yo te aguardo en las cadenas     desta rabiosa ausencia, al viento agravien tus ligeras alas.     Ya veo que te calas     donde bordada tela un lecho abriga y mil dulzuras cela. Tarde batiste la invidiosa pluma,     que en sabrosa fatiga vieras (muerta la voz, suelto el cabello) la blanca hija de la blanca espuma,     no sé si en brazos diga de un fiero Marte, o de un Adonis bello;     ya anudada a su cuello     podrás verla dormida, y a él casi trasladado a nueva vida. Desnuda el brazo, el pecho descubierta,     entre templada nieve evaporar contempla un fuego helado, y al esposo, en figura casi muerta,     que el silencio le bebe     del sueño con sudor solicitado. Dormid, que el dios alado,     de vuestras almas dueño, con el dedo en la boca os guarda el sueño. Dormid, copia gentil de amantes nobles,     en los dichosos nudos que a los lazos de amor os dio Himeneo, mientras yo, desterrado, destos robles     y peñascos desnudos la piedad con mis lágrimas granjeo.     Coronad el deseo     de gloria, en recordando: sea el lecho de batalla campo blando.     Canción, di al pensamiento     que corra la cortina, y vuelva al desdichado que camina. **** *book_ *id_poem120 *date_1625 *creator_gongora 120 Al marqués de Guadalcázar; de las damas de palacio     No os diremos, como al Cid, que en cortes no habéis estado, porque, aunque disimulado, sé que venís de Madrid. Señor don Diego, venid mil veces en hora buena, y aunque os hayan puesto pena, haced del palacio plaza, si no os ha puesto mordaza la que os puso en su cadena.     Decidnos, señor, de aquellas flores y luces divinas, en palacio clavellinas y en el firmamento estrellas; ángeles que plumas bellas baten en sus jerarquías, donde son buenos los días, pero las noches son malas, porque al coger de las alas sienten las plumas muy frías.     Galantísimo señor, deste cielo, la primera sea el Puerto y la carrera de las Indias del amor, el más hermoso, el mejor extremeño serafín que dio a España Medellín. ¡Dichosa la tierra que besa el cristal de su pie en la plata del chapín!     Allí donde entre alhelíes Guadïana se dilata, la pluma peinó de plata con el pico de rubíes esta de tantos neblíes garza real perseguida, ya que en sus flores le anida el Tajo glorioso el vuelo, que en puntas corona el cielo de ave tan esclarecida.     Si la gloria de Chacón de la cabeza a los pies azúcar y almendras es, dulce será el corazón. Néctar sus palabras son; mas sepa quien no lo sabe que, de agudas flechas grave, en sus palabras, Cupido, como abeja, está escondido en el panal más süave.     A la bellísima Cerda, para el arco que da enojos, saetas pide a sus ojos y a su apellido la cuerda, el niño dios, por que pierda la libertad y el juicio quien se lo da en sacrificio. ¡Venturoso el ermitaño que trajese todo el año destas cerdas el cilicio!     Mucho tiene de admirable la deidad de Monterrey, pues al mismo Amor da ley por lo bello y por lo afable; cuando dulcemente hable, cuando dulcemente mire, ¿quién habrá que no suspire? Cuando corone su frente de los rayos del oriente, ¿quién habrá que no se admire?     De la beldad de las Navas, dice Amor que, cuando mira, dorados arpones tira más que tiene en sus aljabas; las dos, pues, reales pavas de la Coruña y Belmar muy bien pueden coronar el palacio con sus plumas, que obscurecen las espumas del uno y del otro mar.     Aquella belleza rara que adora el Ebro por diosa, sol es de Villahermosa, hermosísimo de cara; aurora luciente y clara deste sol aragonés, si no naciera después, fuera su hermana divina, mas si no es luna menina, estrella de Venus es.     De la que nació en el mar las veneras cunas son, y su hijo en el blasón nos las hace venerar; de aquel Fénix singular, honor de los Pimenteles, buscad, amantes fïeles, entre estas conchas la perla, si dejan sus ojos verla, que son caribes crüeles.     Decidme de aquella dama gloria del nombre de Ulloa, que, pues la Invidia la loa, no es bien la calle la Fama; cuarta Gracia Amor la llama en el palacio real, y a fe que no dice mal el dios que hiela y abrasa, que el título de su casa y las Gracias, todo es sal.     La extranjera soberana que en las montañas no solo, mas en cuanto pisa Apolo no la desvió Dïana, oh venturosa alemana que privas a cualquier hora con la casta cazadora: ¡dichoso el que en ti aventura el logro de tu hermosura y el favor de tu señora!     Aquel resplandor rosado de la luz que al mundo viene, aunque es Alvarado, tiene más de alba que de Alvarado; no amanece, y da cuidado a los dulces ruiseñores, que esperan entre las flores saludar al rayo nuevo del lucidísimo Febo que ha de dorar los alcores.     Al Mondego dio cristal, si de oro al Tajo no arena, doña Beatriz de Villena, trofeo de Portugal; y a la que no tiene igual en hermosura y saber, gloria, majestad y ser de los Osorios de Astorga, Amor dice que le otorga sus armas y su poder.     Puesta en el brinco pequeño de Altamira la mira alta, hallaréis que él solo esmalta cuantas joyas os enseño; crecerá, y quitará el sueño a la beldad y a la gala; en el balcón y la sala prestará rayos al sol, sin que haya ángel español que no venza ala por ala.     Las blancas tocas, señor, no perdono de la guarda, mayor sí, pero gallarda tanto como la menor; santo y venerable honor de mi patria y de su estado, mas pastora de un ganado que está convidando al lobo, yo sé decir, aunque bobo, que a Argos diera cuidado. **** *book_ *id_poem121 *date_1625 *creator_gongora 121 Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. Tres hormas, si no fue un par, fueron la llave maestra de la pompa que hoy nos muestra un hidalgo de solar. Con plumajes a volar un hijo suyo salió, que asuela lo que él soló, y la hijuela loquilla de ámbar quiere la jervilla que desmienta al cordobán. Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. Dos troyanos y dos griegos, con sus celosas porfías, arman a Helena en dos días de joyas y de talegos; como es dinero de ciegos, y no ganado a oraciones, recibe dueñas con dones y un portero rabicano; su grandeza es un enano, su melarquía, un truhán. Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. Labra el letrado un real palacio, por que sepades que interés y necedades en piedras hacen señal; hácelo luego hospital un halconero pelón, a quien hija y corazón dio en dote, que ser le plugo, para la mujer, verdugo, para el dote, gavilán. Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. Con dos puñados de sol y cuatro tumbos de dado repite el otro soldado para conde de Tirol; fénix lo hacen, español, collar de oro y plumas bellas; despidiendo está centellas de sus joyas, mas la suerte en gusano lo convierte, de pájaro tan galán. Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. Herencia que a fuego y hierro malogró cuatro parientes, halló al quinto con los dientes peinando la calva a un puerro; heredó por dicha o yerro, y a su gula no perdona; pavillos nuevos capona mientras francolines ceba, y al fin, en su mesa Eva siempre está tentando a Adán. Los dineros del sacristán cantando se vienen y cantando se van. **** *book_ *id_poem122 *date_1625 *creator_gongora 122 Allá darás, rayo, en cas de Tamayo.     De hospedar a gente extraña o flamenca o ginovés, si el huésped overo es y la huéspeda castaña, según la raza de España, sale luego el potro bayo.     Allá darás, rayo,     en cas de Tamayo.     De muy grave la viudita llama padre al capellán con quien sus hijos están, y Amor, que la solicita, hace que por padre admita al que recibió por ayo.     Allá darás, rayo,     en cas de Tamayo.     Alguno hay en esta vida, que sé yo que es menester que a su querida mujer (nunca fuera tan querida) tomen, antes, la medida, que a él le corten el sayo.     Allá darás, rayo,     en cas de Tamayo.     Con su lacayo en Castilla se acomodó una casada; no se le dio al señor nada, porque no es gran maravilla que el amo deje la silla, y que la ocupe el lacayo.     Allá darás, rayo,     en cas de Tamayo.     Opilose vuestra hermana y diole el doctor su acero; tráela de otero en otero menos honesta y más sana; diole por septiembre el mana, y vino a purgar por mayo.     Allá darás, rayo,     en cas de Tamayo. **** *book_ *id_poem123 *date_1625 *creator_gongora 123 A dama moza casada con un viejo ¿Por qué llora la Isabelitica?     ¿Qué chiribica? Cheriba un ochavo de oro, danme un cualto de pata, y lloro.     ¿Quién del Amor hizo bravos los más dulces desenojos? ¿Quién dio perlas a tus ojos, que no las redima a ochavos? Un vieho de los dïabos que adora y no saquifica. ¿Por qué llora la Isabelitica?     ¿Qué chiribica?     Ya en paharitos no tato, que se los come la gata, ni en cualtos, aunque de pata milenta vomite el gato. Pague ese buen viejo el pato, pues tal polla mortifica. ¿Por qué llora la Isabelitica?     ¿Qué chiribica?     Serle chero sanguisuela, pues babosa es para mí. Las venas del Potosí sabrás chupar, Isabela. Esto mi señora abela me lo enseñó desde chica. ¿Por qué la Isabelitica?     ¿Qué chiribica? ¿Es galán?      Sobre Martín cae su gala, si lo es. ¿Sírvete con algún tres? Servidor es muy rüín. No hay barbero viejo al fin que no sea de Malpica. ¿Por qué llora la Isabelitica?     ¿Qué chiribica? **** *book_ *id_poem124 *date_1625 *creator_gongora 124     Sobre unas altas rocas, ejemplo de firmeza, que encuentra, noche y día, el mar, estando quedas, aquel pescadorcillo a quien su ninfa bella dejó el año pasado, la red sobre la arena, ¡oh, cómo se lamenta!     De una parte, las aguas, de otra parte, las fieras, y de entrambas, el viento, lo escuchan, y se enfrenan, que a todas ellas hacen igual sabrosa fuerza, lo dulce de la voz, la razón de las quejas. ¡Oh, cómo se lamenta!     «¿Hasta cuándo, enemiga, competirá en dureza tu duro corazón con las más duras piedras? ¿Hasta cuándo harás al son de mis querellas lo que al latido hace, de los canes, la cierva?» ¡Oh, cómo se lamenta!     «Hoy hace, ingrata, un año que, huyendo ligera, no te conoce el suelo y atrás el aire dejas; hoy hace un año, ingrata, que el mar, como por pena de que tú no las pisas, azota estas riberas». ¡Oh, cómo se lamenta!     «Tu vuelo en todo el mundo, por olas o por tierra, lo más ligero alcanza, lo más libre sujeta. Si aquesta se te escapa, di, Amor, ¿qué te aprovechan los filos de tus alas, las puntas de tus flechas?» ¡Oh, cómo se lamenta! **** *book_ *id_poem125 *date_1625 *creator_gongora 125 Dineros son calidad,     verdad. Más ama quien más suspira,     mentira.     Cruzados hacen cruzados, escudos pintan escudos, y tahúres muy desnudos con dados ganan condados; ducados dejan ducados, y coronas, majestad:     verdad.     Pensar que uno solo es dueño de puerta de muchas llaves, y afirmar que penas graves las paga un mirar risueño, y entender que no son sueño las promesas de Marfira:     mentira.     Todo se vende este día, todo el dinero lo iguala: la corte vende su gala, la guerra, su valentía; hasta la sabiduría vende la universidad:     verdad.     En Valencia muy preñada y muy doncella en Madrid, cebolla en Valladolid y en Toledo mermelada, Puerta de Elvira en Granada y en Sevilla doña Elvira:     mentira.     No hay persona que hablar deje al necesitado en plaza, todo el mundo le es mordaza, aunque él por señas se queje, que tiene cara de hereje, y aun fe, la necesidad:     verdad.     Siendo como un algodón, nos jura que es como un hueso, y quiere probarnos eso con que es su cuello almidón, goma su copete, y son sus bigotes alquitira:     mentira.     Cualquiera que pleitos trata, aunque sean sin razón, deje el río Marañón y entre el río de la Plata, que hallará corriente grata y puerto de claridad:     verdad.     Siembra en una artesa berros la madre, y sus hijas todas son perras de muchas bodas y bodas de muchos perros, y sus yernos rompen hierros en la torna de Algecira:     mentira. **** *book_ *id_poem126 *date_1625 *creator_gongora 126     «En tanto que mis vacas, sin oíllos, condenan en frutos los madroños desta fragosa sierra,     quiero cantar, llorando a sombras desta peña, de áspera, invencible, segunda Galatea,     que, pues osó fïarle en intricadas trepas sus verdes corazones esta amorosa hiedra,     fiarle podré yo lagrimosas endechas; mas, ¡ay triste, que es sorda segunda Galatea!     ¡Mal haya quien emplea su fe en la que, con arco y con aljaba, parece niño Amor, y es fiera brava!     »Divina cazadora, que, de seguir las fieras, has dado en imitallas y, para mí, excedellas:     de esa tu media luna junta las empulgueras, y al desdén satisfaga la más volante flecha,     que saldrá a recibilla, por jubilar sus penas, en el pecho que huyes, el alma que desdeñas».     No pudo decir más, porque entre la maleza un jabalí espumoso le salteó sus quejas;     lebreles lo forzaron a tomar la dehesa, y a despreciar venablos y perros que lo aquejan.     El vaquero, admirado de que, rompiendo telas, huya: «¡Oh fiera —le dice—, segunda Galatea!     ¡Mal haya quien emplea su fe en la que, con arco y con aljaba, parece niño Amor, y es fiera brava!» **** *book_ *id_poem127 *date_1625 *creator_gongora 127     Verdes juncos del Duero a mi pastora tejieron dulce generosa cuna; blancas palmas, si el Tajo tiene alguna, cubren su pastoral albergue ahora.     Los montes mide y las campañas mora flechando una dorada media luna, cual dicen que a las fieras fue importuna del Eurota la casta cazadora.     De un blanco armiño el esplendor vestida, los blancos pies distinguen de la nieve los coturnos que calza esta homicida;     bien tal, pues, montaraz y endurecida, contra las fieras solo un arco mueve, y dos arcos tendió contra mi vida. **** *book_ *id_poem128 *date_1625 *creator_gongora 128     Vuelas, oh tortolilla,     y al tierno esposo dejas     en soledad y quejas;     vuelves después gimiendo,     recíbete arrullando,     lasciva tú, si él blando;     dichosa tú mil veces,     que con el pico haces dulces guerras de amor y dulces paces.     Testigo fue a tu amante,     aquel vestido tronco,     de algún arrullo ronco;     testigo también tuyo     fue, aquel tronco vestido,     de algún dulce gemido;     campo fue de batalla     y tálamo fue luego: árbol que tanto fue perdone el fuego.     Mi piedad una a una     contó, aves dichosas,     vuestras quejas sabrosas;     mi invidia ciento a ciento     contó, dichosas aves,     vuestros besos süaves.     Quien besos contó y quejas,     las flores cuente a mayo, y al cielo las estrellas rayo a rayo.     Injuria es, de las gentes,     que de una tortolilla     Amor tenga mancilla,     y que de un tierno amante     escuche sordo el ruego     y mire el daño ciego;     al fin, es dios alado,     y plumas no son malas para lisonjear a un dios con alas. **** *book_ *id_poem129 *date_1625 *creator_gongora 129     Cura que en la vecindad vive con desenvoltura, ¿para qué le llaman cura, si es la misma enfermedad?     El cura que seglar fue, y tan seglar se quedó, y aunque órdenes recibió hoy tan sin orden se ve, pues de sus vecinas sé que perdió la continencia, no le llamen reverencia, que se hace paternidad. Cura que en la vecindad vive con desenvoltura, ¿para qué le llaman cura, si es la misma enfermedad?     Si una y otra es su comadre de cuantas vecinas vemos, de hoy más su nombre mudemos de cura en el de compadre: y si le llamare padre algún rapaz tiernamente, la voz de aquel inocente misterio encierra, y verdad. Cura que en la vecindad vive con desenvoltura, ¿para qué le llaman cura, si es la misma enfermedad?     Cura que a su barrio entero trata de escandalizallo, ya no es cura, sino gallo de todo aquel gallinero; si enfermó por su dinero a las más que toca, el preste ya no es cura, sino peste por tan mala cualidad. Cura que en la vecindad vive con desenvoltura, ¿para qué le llaman cura, si es la misma enfermedad? **** *book_ *id_poem130 *date_1625 *creator_gongora 130     ¡Oh cuán bien que acusa Alcino, Orfeo de Guadïana, unos bienes sin firmeza y unos males sin mudanza!     Pulsa las templadas cuerdas de la cítara dorada, y al son desata los montes, y al son enfrena las aguas.     ¡Oh cuán bien canta su vida, cuán bien llora su esperanza! Y el monte y el agua escuchan lo que llora y lo que canta: «La vida es corta, y la esperanza, larga, el bien huye de mí, y el mal se alarga.     »El bien es aquella flor que la ve nacer el alba, al rayo del sol caduca, y la sombra no la halla.     El mal, la robusta encina que vive con la montaña, y de siglo en siglo el tiempo le peina sus verdes canas.     La vida es ciervo herido que las flechas le dan alas; la esperanza, el animal que en sus pies mueve su casa. La vida es corta, y la esperanza, larga, el bien huye de mí, y el mal se alarga». **** *book_ *id_poem131 *date_1625 *creator_gongora 131     Según vuelan por el agua tres galeotas de Argel, un aquilón africano las engendró a todas tres;     y según los vientos pisa un bergantín genovés, si no viste, el temor, alas, de plumas tiene los pies.     Mortal caza vienen dando al fugitivo bajel, en que a Nápoles pasaba, en conserva del virrey,     un español con dos hijas, una, sol, y otra, clavel, que tuvieron a León por oriente, y por vergel.     Derrotólo un temporal y, ya que no dio al través, a vista dio, de Morato, renegado calabrés.     El tagarote africano, que la español garza ve, en su noble sangre piensa esmaltar el cascabel;     peinándole va las plumas, mas el viento burla dél, interpuesto entre las alas y entre la garra crüel.     Ya surcan el mar de Denia, ya sus altas torres ven, grandeza del duque ahora, título, ya, del marqués.     De sus torres los descubren y, en distinguiendo después la cruz en el tafetán, la luna en el alquicel,     ocho o diez piezas disparan, que en ocho globos o diez envuelven, de negro humo, al cosario su interés.     Los brazos del puerto ocupa con fatiga y con placer, el bergantín, destrozado desde la quilla al garcés.     El leonés (agradecido al cielo, de tanto bien), de libertad coronado, dice, si no de laurel:     «Oh puerto, templo del mar, cuya húmida pared antes faltará, que tablas señas de naufragios den;     fortaleza imperïosa, terror de África, y desdén; yugo fuerte y real espada, que reprime y que da ley:     defensa os debo, y abrigo, mi libertad vuestra es, y mi lengua, desatada en alabanzas, también;     con tus altos muros viva tu ínclito dueño, a quien, como a ti el Mediterráneo, la invidia le bese el pie.     Inmortal sea, su memoria, en la gracia de su rey, por galardón proseguida, si comenzó por merced,     que servicios tan honrados, y de Acates tan fïel, inmortalidad merecen, si no de vida, de fe». **** *book_ *id_poem132 *date_1625 *creator_gongora 132     En un pastoral albergue, que la guerra entre unos robres lo dejó por escondido o lo perdonó por pobre,     do la paz viste pellico y conduce, entre pastores, ovejas del monte al llano, y cabras del llano al monte,     mal herido y bien curado, se alberga un dichoso joven, que, sin clavarle, Amor, flecha, lo coronó de favores.     Las venas con poca sangre, los ojos con mucha noche, lo halló en el campo aquella vida y muerte de los hombres.     Del palafrén se derriba, no porque al moro conoce, sino por ver que la hierba tanta sangre paga en flores.     Límpiale el rostro, y la mano siente al Amor que se esconde tras las rosas, que la muerte va violando sus colores     (escondiose tras las rosas, por que labren sus arpones el diamante del Catay con aquella sangre noble).     Ya le regala los ojos, ya le entra, sin ver por dónde, una piedad mal nacida entre dulces escorpiones;     ya es herido el pedernal, ya despide, el primer golpe, centellas de agua. ¡Oh piedad, hija de padres traidores!     Hierbas aplica a sus llagas, que, si no sanan entonces, en virtud de tales manos lisonjean los dolores.     Amor le ofrece su venda, mas ella sus velos rompe para ligar sus heridas; los rayos del sol perdonen.     Los últimos nudos daba, cuando el cielo la socorre de un villano en una yegua, que iba penetrando el bosque.     Enfrénanlo de la bella las tristes piadosas voces, que, los firmes troncos, mueven, y las sordas piedras oyen.     Y la, que mejor se halla en las selvas que en la corte, simple bondad, al pío ruego cortésmente corresponde.     Humilde se apea el villano, y sobre la yegua pone un cuerpo con poca sangre, pero con dos corazones.     A su cabaña los guía, que el sol deja su horizonte, y el humo de su cabaña les va sirviendo de norte.     Llegaron temprano a ella, do una labradora acoge un mal vivo con dos almas y una ciega con dos soles.     Blando heno, en vez de pluma, para lecho les compone, que será tálamo luego do el garzón sus dichas logre.     Las manos, pues, cuyos dedos de esta vida fueron dioses, restituyen a Medoro salud nueva, fuerzas dobles,     y le entregan, cuando menos, su beldad y un reino en dote, segunda invidia de Marte, primera dicha de Adonis.     Corona, un lascivo enjambre de cupidillos menores, la choza, bien como abejas, hueco tronco de alcornoque.     ¡Qué de nudos le está dando a un áspid la Invidia torpe, contando de las palomas los arrullos gemidores!     ¡Qué bien la destierra Amor, haciendo la cuerda azote, por que el caso no se infame y el lugar no se inficione!     Todo es gala el africano, su vestido espira olores, el lunado arco suspende y el corvo alfanje depone;     tórtolas enamoradas son sus roncos atambores, y los volantes de Venus, sus bien seguidos pendones.     Desnuda el pecho anda ella, vuela el cabello sin orden; si lo abrocha, es con claveles, con jazmines, si lo coge.     El pie calza en lazos de oro, por que la nieve se goce, y no se vaya por pies la hermosura del orbe.     Todo sirve a los amantes: plumas les baten, veloces, airecillos lisonjeros, si no son murmuradores;     los campos les dan alfombras, los árboles, pabellones, la apacible fuente, sueño, música, los ruiseñores;     los troncos les dan cortezas en que se guarden sus nombres mejor que en tablas de mármol o que en láminas de bronce:     no hay verde fresno sin letra, ni blanco chopo sin mote; si un valle «Angélica» suena, otro «Angélica» responde.     Cuevas, do el silencio apenas deja que sombras las moren, profanan con sus abrazos, a pesar de sus horrores.     Choza, pues, tálamo y lecho, cortesanos labradores, aires, campos, fuentes, vegas, cuevas, troncos, aves, flores,     fresnos, chopos, montes, valles, contestes de estos amores, el cielo os guarde, si puede, de las locuras del Conde. **** *book_ *id_poem133 *date_1625 *creator_gongora 133 De una quinta del conde de Salinas, ribera de Duero     De ríos, soy el Duero, acompañado, en estas apacibles soledades, que, despreciando muros de ciudades, de álamos camino coronado.     Este, que siempre veis alegre, prado teatro fue de rústicas deidades, plaza ahora, a pesar de las edades, deste edificio a Flora dedicado.     Aquí se hurta al popular rüido el Sarmiento real, y sus cuidados parte aquí con la verde primavera.     El yugo desta puente he sacudido por hurtarle a su ocio mi ribera. Perdonad, caminantes fatigados. **** *book_ *id_poem134 *date_1625 *creator_gongora 134 En el sepulcro de la duquesa de Lerma     ¡Ayer deidad humana, hoy poca tierra; aras ayer, hoy túmulo, oh mortales! Plumas, aunque de águilas reales, plumas son; quien lo ignora, mucho yerra.     Los huesos que hoy este sepulcro encierra, a no estar entre aromas orientales, mortales señas dieran de mortales; la razón abra lo que el mármol cierra.     La Fénix que ayer Lerma fue su Arabia es hoy entre cenizas un gusano, y de conciencia a la persona sabia.     Si una urca se traga, el oceano, ¿qué espera un bajel luces en la gavia? Tome tierra, que es tierra el ser humano. **** *book_ *id_poem135 *date_1625 *creator_gongora 135 Para lo mismo     Lilio siempre real nací en Medina del cielo, con razón, pues nací en ella; ceñí de un duque excelso, aunque flor bella, de rayos más que flores frente dina.     Lo caduco esta urna peregrina, oh peregrino, con majestad sella; lo fragrante, entre una y otra estrella vista no fabulosa determina.     Estrellas son de la guirnalda griega lisonjas luminosas, de la mía señas obscuras, pues ya el sol corona.     La suavidad que espira el mármol (llega) del muerto lilio es, que aun no perdona el santo olor a la ceniza fría. **** *book_ *id_poem136 *date_1625 *creator_gongora 136 De los señores reyes don Felipe III y doña Margarita en una montería     Clavar victorïoso y fatigado al español Adonis vio la Aurora, al tronco de una encina vividora, las prodigiosas armas de un venado.     Conducida, llegó a pisar el prado, del blanco cisne que en las aguas mora, su Venus alemana, y fue a tal hora, que en sus brazos depuso su cuidado.     «Este trofeo —dijo— a tu infinita beldad consagro»; y la lisonja creo que en ambos labios se la dejó escrita.     Silbó el aire, y la voz de algún deseo «Viva Filipo, viva Margarita —dijo— los años de tan gran trofeo». **** *book_ *id_poem137 *date_1625 *creator_gongora 137 A las damas de palacio     Hermosas damas, si la pasión ciega no os arma de desdén, no os arma de ira, ¿quién con piedad al andaluz no mira, y quién al andaluz su favor niega?     En el terrero, ¿quién humilde ruega, fïel adora, idólatra suspira? ¿Quién en la plaza los bohordos tira, mata los toros, y las cañas juega?     En los saraos, ¿quién lleva las más veces los dulcísimos ojos de la sala, sino galanes del Andalucía?     A ellos les dan siempre los jüeces, en la sortija, el premio de la gala, en el torneo, de la valentía. **** *book_ *id_poem138 *date_1625 *creator_gongora 138 A una dama que, habiéndola conocido hermosa niña, la conoció después bellísima mujer     Si Amor entre las plumas de su nido prendió mi libertad, ¿qué hará ahora, que en tus ojos, dulcísima señora, armado vuela, ya que no vestido?     Entre las vïoletas fui herido del áspid que hoy entre los lilios mora; igual fuerza tenías, siendo aurora, que ya como sol tienes, bien nacido.     Saludaré tu luz con voz doliente, cual tierno ruiseñor en prisión dura despide quejas, pero dulcemente.     Diré cómo de rayos vi tu frente coronada, y que hace, tu hermosura, cantar las aves y llorar la gente. **** *book_ *id_poem139 *date_1625 *creator_gongora 139 Entrando en Valladolid, donde estaba la corte     Llegué a Valladolid, registré luego desde el bonete al clavo de la mula; guardo el registro, que será mi bula contra el cuidado del señor don Diego.     Busqué la corte en él, y yo estoy ciego, o en la ciudad no está o se disimula; celebrando dïetas vi a la gula, que Platón para todos está en griego.     La lisonja hallé, y la ceremonia, con luto, idolatrados los caciques, amor sin fe, interés con sus virotes.     Todo se halla en esta Babilonia, como en botica, grandes alambiques, y más en ella títulos que botes. **** *book_ *id_poem140 *date_1625 *creator_gongora 140 A los ríos Pisuerga y Esgueva     Jura Pisuerga, a fe de caballero, que de vergüenza corre, colorado, solo en ver que de Esgueva acompañado ha de entrar a besar la mano a Duero.     Es sucio Esgueva para compañero (culpa de la mujer de algún privado), y perezoso para dalle el lado, y así ha corrido siempre muy trasero.     Llegados a la puente de Simancas, teme Pisuerga, que una estrecha puente temella puede el mar sin cobardía.     No se le da a Esguevilla cuatro blancas; mas ¿qué mucho, si pasa su corriente por más estrechos ojos cada día? **** *book_ *id_poem141 *date_1625 *creator_gongora 141     ¡Oh qué malquisto con Esgueva quedo, con su agua turbia y con su verde puente! Miedo le tengo: hallará la gente en mis calzas los títulos del miedo.     ¿Quiere ser río? Yo se lo concedo; corra (que necesaria es su corriente) con orden y rüido, el que consiente Antonio en su reglilla de ordo pedo.     Camine ya con estos pliegos míos peón particular, quitado el parte, y ejecute en mis versos sus enojos,     que le confesaré de cualquier arte, que, como el más notable de los ríos, tiene llenos los márgenes de ojos. **** *book_ *id_poem142 *date_1625 *creator_gongora 142 Al mismo intento de la corte estando en Valladolid, ponderando su poca limpieza y la vanidad de las mujeres della     ¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle de olor? ¡Oh fragrantísima ironía! A rosa oléis, y sois de Alejandría, que pide al cuerpo más que puede dalle.     Serenísimas damas de buen talle, no os andéis cocheando todo el día, que en dos mulas mejores que la mía se pasea el estiércol por la calle.     Los que en esquinas vuestros corazones asáis por quien, alguna noche clara, os vertió el pebre y os mechó sin clavos,     ¿pasáis por tal que sirvan los balcones, los días, a los ojos de la cara, las noches, a los ojos de los rabos? **** *book_ *id_poem143 *date_1625 *creator_gongora 143 Al mal clima de Valladolid y a su confusión en tiempo de la corte     Valladolid, de lágrimas sois valle, y no quiero deciros quién las llora, valle de Josafat, sin que en vos hora, cuanto más día de jüicio se halle.     Pisado he vuestros muros calle a calle, donde el engaño con la corte mora, y cortesano sucio os hallo ahora, siendo villano, un tiempo, de buen talle.     Todo sois condes, no sin nuestro daño; dígalo el andaluz, que en un infierno debajo de una tabla escrita posa.     No encuentra al de Buendía en todo el año; al de Chinchón sí, ahora, y el invierno, al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa. **** *book_ *id_poem144 *date_1625 *creator_gongora 144 De unas fiestas en Valladolid     La plaza, un jardín fresco; los tablados un encañado de diversas flores; los toros, doce tigres matadores, a lanza y a rejón despedazados;     la jineta, dos puestos coronados de príncipes, de grandes, de señores; las libreas, bellísimos colores, arcos del cielo, o proprios o imitados;     los caballos, favonios andaluces, gastándole al Perú oro en los frenos, y los rayos al sol en los jaeces,     al trasponer de Febo ya las luces, en mejores adargas, aunque menos, Pisuerga vio lo que Genil mil veces. **** *book_ *id_poem145 *date_1625 *creator_gongora 145     Sobre trastes de guijas     cuerdas mueve de plata Pisuerga, hecho cítara doliente;     y en robustas clavijas     de álamos, las ata hasta Simancas, que le da su puente:     al son deste instrumento partía un pastor sus quejas con el viento.     «Oh río —le decía—,     que al tronco menos verde lo guarnecen de perlas tus espumas:     si la enemiga mía     pasos por aquí pierde, calzada el fugitivo pie de plumas,     por que no vuele tanto deténganla tu música o mi llanto.     »Si tú haces que oya     debajo desta hiedra mis lágrimas, que siguen tu armonía,     octavo muro a Troya     renacer piedra a piedra hará tu son de su ceniza fría,     que es más posible caso convocar piedras que enfrenalle el paso.     «Viento y quejas burlando,     huye; sean ahora término de su fuga tus riberas,     que si un acento blando     de cítara sonora enfrenó ríos y desarmó fieras,     tú, ya cítara hecho, firmeza al pie le da, piedad al pecho». **** *book_ *id_poem146 *date_1625 *creator_gongora 146 En el dichoso parto de la señora reina doña Margarita     Abra dorada llave las puertas de la edad, y el nuevo Jano,     pues entre siglos sabe que el tercer año guarda el Tiempo cano,     peinando día por día para el tercer Filipo a quien lo envía,     hoy lo introduzga a España, de paz vestido y de victoria armado;     la Copia a la campaña rubias espigas dé con pie dorado,     la Salud pise el suelo, purgando el aire y aplacando el cielo.     Tráiganos hoy Lucina al palacio real, real venera     de nuestra perla fina, madre de perlas, y que serlo espera     de un sol luciente ahora, si ha pocos años que nació la Aurora.     Venga alegre, y con ella vengan las Gracias, que, dichosas Parcas,     rayos de amiga estrella hilen, estambre digno de monarcas;     cuide real Fortuna del dulce movimiento de la cuna.     Felicidades sean las que administren sus primeros paños,     las Virtudes se vean mover el pie de sus segundos años.     Unas y otras edades virtudes sean y felicidades.     Armada a Palas veo, soltar el huso y empuñar la lanza;     lisonja es del deseo, corresponda el deseo a la esperanza:     príncipe tendrá España, que nunca una deidad tanta fe engaña. **** *book_ *id_poem147 *date_1625 *creator_gongora 147     De un monte en los senos, donde daba un tronco entre unas peñas dulces sonorosas señas de los cristales que esconde, Eco, que al latir responde del sabueso diligente, condujo, perlas su frente, fatigada cazadora, que blancos lilios fue un hora a las orlas de la fuente.     Montaña que, eminente,     al viento tus encinas sonantes cuernos son, roncas bocinas:     toca, toca, toca,     monteros convoca     tras la blanca cierva     que, sudando aljófar,     corona la hierba.     Treguas poniendo al calor, lisonjean su fatiga, no sé cuáles plumas diga, del Céfiro o del Amor; no a blanca o purpúrea flor abeja, más diligente, liba el rocío luciente, que las dos alas, sin verlas, desvanecieron las perlas que invidia el nácar de oriente.     Montaña que, eminente,     al viento tus encinas sonantes cuernos son, roncas bocinas:     toca, toca, toca,     monteros convoca     tras la blanca cierva     que, sudando aljófar,     corona la hierba.     De Clori bebe, el oído, el son del agua risueño, y al instrumento del sueño cuerdas ministra el rüido; duerme y, Narciso, Cupido cuando más está pendiente, no sobre el cristal corriente, sobre el dormido cristal, fiera, rompiendo el jaral, rompe el sueño juntamente.     Montaña que, eminente,     al viento tus encinas sonantes cuernos son, roncas bocinas:     toca, toca, toca,     monteros convoca     tras la blanca cierva     que, sudando aljófar,     corona la hierba. **** *book_ *id_poem148 *date_1625 *creator_gongora 148     Una moza de Alcobendas sobre su rubio tranzado pidió la fe que le he dado, porque eran de oro las prendas; concertados sin contiendas nuestros dulces desenojos, me pidió sobre sus ojos por lo menos un doblón; yo, aunque de esmeralda son, se lo libré en Tremecén.     ¿Hice bien?     En el dedo de un doctor engastado en oro vi un finísimo rubí, porque es siempre este color el antídoto mejor contra la melancolía; yo, por alegrar la mía, un rubí desaté en oro; el rubí me lo dio Toro, el oro, Ciudad Real.     ¿Hice mal? **** *book_ *id_poem149 *date_1625 *creator_gongora 149     ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva este río crecido, y llevará cada día, las cosas que por la vía de la cámara han salido, y cuanto se ha proveído, según leyes de Digesto, por jüeces que, antes desto, lo recibieron a prueba. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva el cristal que le envía una dama y otra dama, digo el cristal que derrama la fuente de mediodía, y lo que da la otra vía, sea pebete o sea topacio, que, al fin, damas de palacio son ángeles hijos de Eva. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva lágrimas cansadas de cansados amadores, que, de puro servidores, son de tres ojos lloradas; de aquel, digo, acrecentadas, que una nube le da enojo, porque no hay nube de este ojo que no truene y que no llueva. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva pescado de mar, aunque no muy de provecho, que, salido del estrecho, va a Pisuerga a desovar; si antes era calamar o si antes era salmón, se convierte en camarón luego que en el río se ceba. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva, no patos reales ni otro pájaro marino, sino el noble palomino nacido en nobles pañales; colmenas lleva y panales, que el río les da posada; la colmena es vidrïada, y el panal es cera nueva. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva.     Lleva, sin tener su orilla árbol ni verde ni fresco, fruta que es toda de cuesco, y, de madura, amarilla; hácese della en Castilla conserva en cualquiera casa, y tanta ciruela pasa, que no hay quien sin ella beba. ¿Qué lleva el señor Esgueva? Yo os diré lo que lleva. **** *book_ *id_poem150 *date_1625 *creator_gongora 150     En dos lucientes estrellas, y estrellas de rayos negros, dividido he visto el sol en breve espacio de cielo;     el luciente oficio hacen de las estrellas de Venus, las mañanas, como el alba, las noches, como el lucero.     Las formas perfilan de oro, milagrosamente haciendo, no las bellezas obscuras, sino los obscuros bellos;     cuyos rayos para él son las llaves de su puerto, si tiene puertos un mar que es todo golfos y estrechos.     Pero no son tan piadosos, aunque sí lo son, pues vemos que visten rayos de luto por cuantas vidas han muerto. **** *book_ *id_poem151 *date_1625 *creator_gongora 151     En los pinares de Júcar vi bailar unas serranas al son del agua en las piedras y al son del viento en las ramas;     no es blanco coro de ninfas de las que aposenta el agua, o las que venera el bosque seguidoras de Dïana:     serranas eran, de Cuenca, honor de aquella montaña cuyo pie besan dos ríos por besar dellas las plantas.     Alegres corros tejían, dándose las manos blancas, de amistad, quizá temiendo no la truequen las mudanzas. ¡Qué bien bailan las serranas!     ¡Qué bien bailan!     El cabello en crespos nudos luz da al sol, oro a la Arabia, cuál de flores impedido, cuál, de cordones de plata.     Del color visten, del cielo, si no son de la esperanza, palmillas que menosprecian al zafiro y la esmeralda.     El pie, cuando lo permite la brújula de la falda, lazos calza, y mirar deja pedazos de nieve y nácar.     Ellas, en su movimiento, honestamente levantan el cristal de la columna sobre la pequeña basa. ¡Qué bien bailan las serranas!     ¡Qué bien bailan!     Una, entre los blancos dedos hiriendo negras pizarras, instrumento de marfil que las Musas lo invidiaran,     las aves enmudeció y enfrenó el curso del agua; no se movieron las hojas por no impedir lo que canta:      Serranas de Cuenca     iban al pinar,     unas, por piñones,     y otras, por bailar.     Bailando, y partiendo, las serranas bellas,     un piñón con otro,     si ya no es con perlas,      de Amor las saetas     huelgan de trocar,     unas, por piñones,     y otras, por bailar.      Entre rama y rama,     cuando el ciego dios     pide al sol los ojos     por verlas mejor,      los ojos del sol     las veréis pisar,     unas, por piñones,     y otras, por bailar. **** *book_ *id_poem152 *date_1625 *creator_gongora 152     Cuando la rosada Aurora, o violada, si es mejor (escojan los epitétos, que ambos de botica son),     las alboradas de abril, vierte desde su balcón como en posesión del día perlas que desate el sol,     entre ciertos alcaceles, una sarta se halló, de estas orientales perlas, el machuelo de un doctor.     Fïóselas el Aurora, mas él, de buen pagador, en solo un abrir de ojo, en doblones la pagó.     Al rüido de la paga, que con trompetas llamó, ya que no con atabales, a dar la satisfación,     salió el sol, y halló al machuelo, y al médico su señor, que había contado el dinero con un pie, y aun con los dos.     Estaba el varón cual veis (si es macho cada varón), hecho un macho, por la liga que en la moneda halló:     remedio contra extranjeros que el oro fino español traducen en ginovés para pasallo mejor;     yo les doy que pasen este que el macho desembolsó, y en su lengua lo traduzgan con observancia y rigor.     No rocín de perulero, digo, de conquistador, con más oro y menos clavos en aquel tiempo se herró,     que se herró nuestro Esculapio, bien bañado, y de ramplón, porque tiene malos cascos, y así lo afianzaron hoy.     Filósofo en el desprecio, aun más que en la profesión, debajo de los pies tiene el tesoro que se halló;     tanta riqueza aborrece, hecho un Midas, y aun peor, que el otro pidió si tuvo, y él tiene, mas no pidió;     hecho un sol, y hecho un mayo, quiere que cada terrón oro engendre, y cada hierba trascienda, no siendo flor;     liberal parte con todos de lo que el macho le dio, a patadas como mula o con mosca o sin trabón.     El macho piensa que baila y, por que no falte son, ya que ha engomado las cerdas, su rabelillo tocó;     diole viento, y fue organillo donde con admiración oyó su trompa el soldado, y, su zampoña, el pastor:     que instrumentos manuales como organillo y violón taña, un macho, con un ojo, ni se ha visto ni se oyó.     No solo quiso tañer, sino meter una voz, y debió entender, su amo, la letra de la canción,     pues a un árbol de aquel prado pidió apriesa un varejón para llevalle el compás, mas el macho no aguardó:     hizo fuga a cuatro pies, y el médico la siguió, que es bestial músico el hombre, y fue siempre en proporción.     Dejó la capa, corriendo, sobre cierta provisión de Mérida, que a un correo por detrás se le cayó.     Pasó tras su animalejo, que alzaba el pie en ocasión para pedille calzado más que para dalle coz.     Fatigolo por el campo, y, después que lo cansó, manso se dejó coger, muy contento y muy burlón.     El médico, como tal, deseaba, y con razón, su capa, como la suya cualquiera predicador.     Volvió al lugar donde estaba, y, sin consideración, se arrebozó luego en ella, si no es que se emborrizó;     siente un no sé qué, y entiende que es el zapato, mas no, que está lejos el zapato, y es más vecino el olor;     huele la capa, y sospecha que, entretanto que él corrió, se ha enterrado en su capilla algún pobre labrador;     alarga la mano, y halla los recaudos del peón: el sello, mas no en papel, sino en cera, que es peor;     es amarilla la cera, y en viéndola confirmó que hay difunto en la capilla, y, con mucha compasión,     sin hisopo fue por agua a Esgueva, y toda la dio a la sepultura, y dijo con sentimiento y dolor:     «¡Oh vos, cualquiera que entrastes hoy en mi jurisdición, donde mi capa, de paño, si no de tumba, os sirvió!:     sed príncipe o sed plebeyo, séos decir, al menos, yo que fuera guante de ámbar, Lázaro, puesto con vos.     ¿Fuistes galán del terrero, desdeñado del amor, que estáis suspirando aquí el desdén que allá os mató?     ¿O sois jüez agraviado en muy baja provisión, porque oléis a proveído muy mal y muy sin razón?     ¿O sois privado de quien no solo aquí os despidió, mas os echó su mal ojo, que es basilisco un señor?     Sed cualquiera cosa de estas, que yo hago translación de vuestros huesos a Esgueva, aunque todo pulpa sois;     desenterrador me hago, sobre médico que soy, que esto es mucho más que ser médico y enterrador:     allá vais, coman os peces, si no hay otro, cual a Arión, delfín de algún espinazo, que salga en vuestro favor». **** *book_ *id_poem153 *date_1625 *creator_gongora 153 Trepan los gitanos    y bailan ellas, otro nudo a la bolsa    mientras que trepan.     Gitanos de corte, que sobre su rueda les mostró, Fortuna, a dar muchas vueltas,     si en un costal otros han dado cien trepas, en un zurrón estos darán cuatrocientas.     Desvanecen hombres, mas ¿quién hay que pueda, viendo andar de manos, no dar de cabeza?     Y, si unos dan brincos de rubíes y perlas, otros, como locos, tiran estas piedras. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     Canta en vuestra esquina una canción tierna el paje con plumas, pájaro sin ellas,     blando ruiseñor, que en noche serena dulce os adormece y dulce os recuerda.     Si su amo (en tanto) por hierros de reja (que os suspende el quiebro) la hija os requiebra,     deste ruiseñor os guardad, que os echa, como alano, al paje que os asga la oreja. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     A vos canta el paje, buen viejo, que a ella letrillas de cambio le cantan, terceras:     que no hay pie de copla de ningún poeta como los de un banco, y más, si no quiebra.     No os fiéis del quicio, requerid la puerta, que, dada la unción, sin habla os espera;     bajad, si por dicha no queréis que, mientras forma el paje puntos, meta, el amo, letra. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     En Valladolid no hay gitana bella que no haga mudanzas estándose queda:     el pie sobre corcho (mirad qué firmeza), mueve con buen aire mi honra y la vuestra;     al son de un pandero que a su gusto suena, deshace cruzados, que es buena moneda,     y al conde más rico, que baila con ella, conde de gitanos desnudo lo deja. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     Miran de la mano la palma que lleva dátiles de oro, la que no, no es buena;     de las vidas hacen cabes de a paleta, que pasan las rayas hasta las muñecas;     estrellas os hallan, que mujeres destas en medio del día hacen ver estrellas;     buscan os el aspa, mas, según dan vueltas, antes hallarán las devanaderas. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     Sobre cuatro palmos de una vara estrecha hace, el mercader, cien mil ligerezas;     vuela por el mundo, la pluma en la oreja, dando extraños saltos de una en otra feria     sin temer caída, porque sobre seda caídas de gato nunca dieron pena.     Fardos a Logroño se cargan apriesa, que para trepar se escombra la tienda. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan.     Hay otros gitanos de mejor conciencia, saludables de uñas sin ser grandes bestias,     maestros famosos de hacer barrenas que taladran almas por clavar haciendas,     para cuyo fin humildes menean de la pasión santa la santa herramienta:     clavos y tenazas, y, para ascendencia, de años a esta parte, la santa escalera. Otro nudo a la bolsa     mientras que trepan. **** *book_ *id_poem154 *date_1625 *creator_gongora 154 De don Rodrigo Sarmiento, conde de Salinas     Del león, que en la Silva apenas cabe, o ya por fuerte, o ya por generoso, que a dos Sarmientos, cada cual glorioso, obedeció mejor que al bastón grave,     real cachorro, y pámpano süave es este infante en tierna edad dichoso, Cupido con dos soles, que, hermoso, de ángel tiene lo que el otro de ave.     La alta esperanza en él se vea lograda del claro padre, y de la antigua casa, que a España le da héroes, si no leyes,     tal que, do el norte hiela al mar, su espada temida, y donde el sol la arena abrasa, triunfador siempre, coma con su reyes. **** *book_ *id_poem155 *date_1625 *creator_gongora 155 Al puerto de Guadarrama, pasando por él los condes de Lemus     Montaña inaccesible, opuesta en vano al atrevido paso de la gente, o nubes humedezcan tu alta frente, o nieblas ciñan tu cabello cano:     Caístro el mayoral, en cuya mano en vez de bastón vemos el tridente, con su hermosa Silvia, sol luciente de rayos negros, serafín humano,     tu cerviz pisa, dura, y la pastora yugo te pone de cristal, calzada coturnos de oro el pie, armiños vestida.     Huirá la nieve de la nieve ahora, o ya de los dos soles desatada, o ya de los dos blancos pies vencida. **** *book_ *id_poem156 *date_1625 *creator_gongora 156     De puños de hierro ayer en este mismo lugar, fui gran hombre en el sacar y hoy lo soy en el volver. Los dineros van a ser restitüidos por vos, y el «por la gracia de Dios don Filipe», al de Guzmán, que porque faltas harán los quiero dejar a dos. **** *book_ *id_poem157 *date_1625 *creator_gongora 157 Fábula de los amores y muertes de Píramo y Tisbe, que no acabó     De Tisbe y Píramo quiero, si quisiere mi guitarra, cantaros la historia, ejemplo de firmeza y de desgracia.     No sé quién fueron sus padres, mas bien sé cuál fue su patria; todos sabéis lo que yo, y para introdución basta.     Era Tisbe una pintura hecha en lámina de plata, un brinco de oro y cristal, de un rubí y dos esmeraldas;     su cabello eran sortijas, memorias de oro y del alma; su frente, el color bruñido que da el sol hiriendo al nácar;     la alegría eran, sus ojos, si no eran la esperanza que viste la primavera el día de mayor gala;     sus labios, la grana fina, sus dientes, las perlas blancas, por que como el oro en paño guarden las perlas en grana;     desde la barba al pie, Venus, su hijuelo y las tres Gracias deshojando están jazmines sobre rosas encarnadas.     Su edad (ya habéis visto el diente), entre mozuela y rapaza: pocos años en chapines, con reverendas de dama.     Señor padre era un buen viejo, señora madre, una paila; dulce pero simple gente, conserva de calabaza.     Regalaban a Tisbica tanto, que si la mochacha pedía leche de cisnes, le traían ellos natas.     Mas ¿qué mucho, si es la niña, como quien no dice nada, niña de sus cuatro ojos, los ojos de sus dos almas?     Los brazos del uno fueron, y del otro eran, las faldas, los primeros años, cuna, los siguientes, almohada... **** *book_ *id_poem158 *date_1625 *creator_gongora 158 Al conde de Salinas, de unas fiestas en que toreó Simón, un enano     Pensé, señor, que un rejón era romperlo en un toro, quebrar la lanza en un moro, o un venablo en un león; pero después que Simón hace esta caballería, sepa vuestra señoría que ya se desembaraza por baja, el toro, en la plaza, como en la carnicería.     Viendo, pues, que el que se humilla libra mejor en el coso, en fiestas que al poderoso lo derriban de la silla, yo apostaré que en Castilla se humillan los más lozanos, y que exponen mis hermanos los más doctos sacristanes sobre el Dimisit inanes que perdonó los enanos. **** *book_ *id_poem159 *date_1625 *creator_gongora 159 De unas fiestas de Valladolid en que no se hallaron los reyes     ¿Qué cantaremos ahora, señora doña Talía, con que todo el mundo ría cuando todo el mundo llora? Inspirádmelo, señora, y sea novedad que importe; porque el gusto de la corte pide nuevas a un poeta, muchas más que a una estafeta, con mucho menos de porte.     No hagamos el instrumento púlpito de pesadumbres, que esto de enmendar costumbres es peligroso y violento. Nuevo dulce pensamiento rasque cuerdas al laúd: sea fiscal, la virtud, de los vicios, que yo en suma soy fiador de mi pluma y alcaide de mi salud.     Cada décima sea un pliego de casos nuevos, que es bien, cuando más casos se ven, hurtalle el estilo a un ciego. De los toros y del juego generoso primer caso, salga el aviso a buen paso: que hoy, musa, con pie ligero del monte Pichardo os quiero, y no del monte Parnaso.     Juegan cañas, corren toros, cortesanos caballeros, por lo gallardo Rugeros, y por lo lindo Medoros; con vistosos trajes moros, quién suspende, quién engaña al gran teatro de España; quién es todo admiración, valiente con el rejón como galán con la caña.     Deseáronse este día con las reales personas los rayos de sus coronas, glorïosa infantería; y las, que el cielo nos fía, luces divinas, aquellas que (si piedras son estrellas), estrelladas de diamantes, a unos fueron Bradamantes, a otros, Angélicas bellas. **** *book_ *id_poem160 *date_1625 *creator_gongora 160     A un tiempo dejaba el sol los colchones de las ondas, y el orinal de mi alma, la vasera de su choza:     él, porque tres veces quiere en las tres lucientes bolas de la torre de Marruecos ver su caraza redonda;     y ella, por que sus corderos, en tanto que el alba llora, se longanicen las tripas de esmeraldas y de aljófar,     a cuenta de los poetas que baratan estas joyas entre los que en avellanas las pagan a «qué quies, boca».     De luz, pues, y de ganado se cubre la vega toda, y el aire, de la armonía que despide una zampoña     profundamente tañida de un cuitado que la sopla, quizá tan profundamente, que no hay Judas que la oya.     Guarda el pobre unas ovejas, si el que se las deja solas las guarda, y a sus rediles no las vuelve, o vuelve pocas:     culpa de un dios que, aunque ciego, clava una saeta en otra, y calienta, aunque desnudo, el muro helado de Troya.     De su carcaj le despide, el rapaz, una garrocha, cuya luciente cuchilla en mortales zumos moja.     Causa fue, pues, de este efecto y de esta dulce congoja, del sacro Betis la ninfa que vio España más hermosa,     tan celada de su padre, que el lado aun no le perdona, y si hay sombras de cristal, la ninfa se ha vuelto sombra.     Viola en las selvas un día en una virginal tropa de secuaces de Dïana saeteando una corza.     Nunca la viera el cuitado, y no dejara en mal hora por el campo su hacienda, por el río, su memoria.     Desde entonces los carneros van perdiendo sus esposas, y de lanas de bayeta les va el lobo haciendo lobas.     Río abajo, río arriba, pasos gasta, viento compra, que se vende por suspiros, y valen misericordia.     Tantos días, tantas veces oyó su voz lagrimosa, el río, desde su urna, que un día sacó la cholla,     y lo halló entre unos carrizos, ventoseando unas coplas en favor, a lo que dicen, de su húmida señora,     que lo oía entre unos sauces, haciendo desdén, y pompa, del pastor, y de sus versos, zahareña, y glorïosa.     De las plumas de una mimbre cortó el viejo dos garzotas, y en el envés de la ninfa me las desnudó de hojas.     Cansado, pues, el pastor de invocar piedad tan sorda, de mi bella pastorcilla el dulce favor implora:     un rato le ruega humilde que su lira sonorosa al aire haga, y al río, cualque süave lisonja.     Condescendió con sus ruegos Cloris, y luego a la hora, hierba y flores a porfía le tejieron una alfombra;     pulsó las templadas cuerdas, y al punto el cielo se escombra, el aire se purifica, la ribera se convoca.     Las ninfas que de aquel soto los muchos árboles honran, vistiéndose miembros bellos, desnudan cortezas toscas.     A un verde arrayán florido se calaron dos palomas, blancas señas de que el aire la madre de Amor corona;     un dulce lascivo enjambre de hijuelos de la diosa, vertiendo nubes de flores, jazmines llueven, y rosas.     Sofrenó el sol sus caballos para oír a mi pastora, tanto, que besó algún signo las caderas luminosas;     y fue tal la sofrenada, que con las lucientes colas ensuciaron y aun barrieron dos tachones de la zona.     Su verde cabello el Betis descubrió, y su barba undosa, y el húmido cuerpo luego, vestido de juncos y ovas.     La hija aguarda que el padre todo el campo reconozca, y a las detenidas aguas fía luego la persona.     Salió de espumas vestida y, por lo que es vergonzosa, calzada una celosía de caracoles y conchas.     ¡Oh, lo que diera el pastor por ser aquel día babosa de algún caracol de aquellos! Mas quédese aquí esta historia. **** *book_ *id_poem161 *date_1625 *creator_gongora 161 Al marqués de Ayamonte partiendo de su casa para Madrid     Vencidas de los montes Marïanos las altas cumbres, con rigor armadas de calvos riscos, de hayas levantadas, cunas inaccesibles de milanos,     y el río que a piratas africanos espadañas opone en vez de espadas (testigos son las torres coronadas de Lepe, cuando no lo sean los llanos),     pisado el yugo al Tajo y sus espumas, que salpicando os dorarán la espuela, el nido venerad humildemente     del Fénix hoy que reinos son sus plumas. ¿Qué mucho, si el oriente es, cuando vuela, una ala suya, y otra el occidente? **** *book_ *id_poem162 *date_1625 *creator_gongora 162 Al marqués de Ayamonte que, pasando por Córdoba, le mostró un retrato de la marquesa     Clarísimo marqués, dos veces claro, por vuestra sangre y vuestro entendimiento, claro dos veces otras, y otras ciento por la luz de que no me sois avaro,     de los dos soles que el pincel más raro dio de su luminoso firmamento a vuestro seno ilustre, atrevimiento que aun en cenizas no saliera caro:     ¿qué águila, señor, dichosamente la región penetró de su hermosura por copiaros los rayos de su frente?     Cebado vos los ojos de pintura, en noche camináis, noche luciente, que mal será con dos soles obscura. **** *book_ *id_poem163 *date_1625 *creator_gongora 163 A la embarcación en que se entendió pasaran a Nueva España los marqueses de Ayamonte     Velero bosque, de árboles poblado que visten hojas de inquïeto lino; puente instable y prolija, que vecino el occidente haces, apartado:     mañana ilustrará tu seno alado soberana beldad, valor divino, no ya el de la manzana de oro fino griego premio, hermoso, mas robado:     consorte es, generosa, del prudente moderador del freno mexicano. Lisonjeen el mar vientos segundos,     que en su tiempo (cerrado el templo a Jano, coronada la paz) verá la gente multiplicarse imperios, nacer mundos. **** *book_ *id_poem164 *date_1625 *creator_gongora 164 Al marqués de Ayamonte determinado a no ir a México     Volvió al mar Alcïón, volvió a las redes de cáñamo, excusando las de hierro; con su barquilla redimió el destierro, que era desvío y parecía mercedes.     Redujo el pie engañado a las paredes de su alquería, y al fragoso cerro que ya con el venablo y con el perro pisa Lesbín, segundo Ganimedes:     gallardo hijo suyo, que, los remos menospreciando, con su bella hermana, la montería siguen importuna,     donde la ninfa es Febo y es Dïana, que en sus ojos del sol los rayos vemos, y en su arco los cuernos de la luna. **** *book_ *id_poem165 *date_1625 *creator_gongora 165 De los marqueses de Ayamonte cuando se entendió pasaran a Nueva España     Verde el cabello undoso, y de la barba al pie escamas vestido,     aliento sonoroso daba Tritón a un caracol torcido,     y en las alas del viento voló el son por el húmido elemento.     Cuantos las aguas moran antiguos dioses y deidades nuevas,     por las ondas que doran los rayos de la luz dejan sus cuevas,     y ocupan los vacíos que a la playa perdonan los navios.     «¿Veis —dice el dios marino— estas que de la barra a las arenas     despliegan blanco lino, solicitan timón, calan entenas?     Nubes son, y no naves, carros de un sol en dos ojos süaves.     »En estos ojos bellos, Febo su luz, Amor su monarquía     abrevian, y así en ellos parte a llevar al occidente el día     con naval pompa extraña la gloria de los Zúñigas de España.     »Si a un sol los caracoles dejan su casa, dejan su vestido,     a estos divinos soles el fondo es bien dejar, más escondido,     y coronar su popa cuernos del toro que traslada a Europa.     »Serenísimas plumas vista del alcïón el austro insano;     perlas sean las espumas, y las olas cristal del oceano;     no ya cristal de roca, que en solo el nombre cada bajel toca.     »Regale sus orejas en dulce sí, mas bárbaro instrumento,     de corales y almejas, de las ninfas el coro y su concento;     no lisonjee aquel sueño que la falsa armonía al griego leño». **** *book_ *id_poem166 *date_1625 *creator_gongora 166     Musas, si la pluma mía es vuestro plectro, dejad ahora aquella deidad en su casta montería; y si queréis todavía el instrumento hacer dardo contra el corcillo gallardo, dejad el bosque y venid, que las calles de Madrid arrabales son del Pardo.     Venid, musas, que una res adondequiera se mata, y el que en Indias menos trata, ese mayor Corzo es; vuestros numerosos pies calcen coturnos dorados, que de las selvas cansados los cónsules están ya, y Venus mandado os ha parecer en sus estrados.     El más rígido Catón brujulea una chacona, y Lucrecia bien perdona al baile, pero no al son. Cosquillas del alma son y lisonjas del sentido las dulces burlas que os pido hoy en la corte de España, que Veras en la Montaña tienen solar conocido.     Ya los melindres están tan fuertes, que Flordelís se come entero un anís como si fuera un gañán; Brandimarte, su galán, lo diga, cuyos aceros, o los gasta en confiteros, o a figones se los debe, porque ya tanto se bebe, que el más armado anda en cueros.     Si en casa de un bachiller de tres hojas de Digesto entra el otro con mal gesto, y saca buen parecer, válganle a su fea mujer tantas letras, que es dolor que él le compre el resplandor, y salgan de su posada, ella en vista condenada, y él en costas, que es peor.     Una casa de brocado de tres altos tiene Dido, y en cada cual, bien servido, un Eneas hospedado; tómales muy bien tomado, no el puñal, sino el dinero, que ella ya no toma acero, y una bolsa es buena daga cuando a la vela se haga el troyano forastero.     Una toledana fina contra un pobre cortesano desnudó su blanca mano de la vaina cebellina; dejóselo en una esquina desnudo como un quejigo; mas ¿qué mucho, si yo digo, y con experiencia harta, que no hay manos que a su marta no deban garras y abrigo?     Desde el alba a la oración pasean la forastera, como si su casa fuera la ermita de san Antón; y es el mal, que es un figón el paseado también, y en la calle no lo ven, porque anda trasero y bajo, que ginoveses y el Tajo por cualquier ojo entran bien.     En el Prado tenía un paje parada una perdiz bella, mientras encaraba en ella Ganimedes su lenguaje; ella batiendo el plumaje se le levantó al mozuelo, y en levantándose, al vuelo la derribó un arcabuz, que a la arca hacen el buz las pajaritas del cielo.     Como si fuera empanada, repulgando está a la niña con los cogollos de piña quien la tiene concertada, que no es bien que sepa nada del desconcierto que ha habido el que ha de ser su marido y comblezo de algún conde, que lo ha hecho proveer donde irá oliendo a proveído. **** *book_ *id_poem167 *date_1625 *creator_gongora 167 En persona de un caballero ausente, a una dama que amenazaba con su venida al mismo a quien él la había encomendado, sentida de que le hubiese dado aviso de su mala correspondencia     Con la estafeta pasada me dio aviso un gentilhombre que amenazáis con mi nombre y que matáis con mi espada; vivís, señora, engañada, que el amor que os he propuesto no es hijo de Marte en esto, antes de él es tan distinto, que si me habláis en el quinto, no os he de hablar en el sexto.     Que yo a la verdad resista cosa me parece fea, y que noble espada sea mordaza de un coronista. Si él fue testigo de vista escríbalo en breve suma, sépalo el mundo y presuma que será la espada mía cuchillo de escribanía para cortarle la pluma.     Si habéis sido vos malilla y otro el basto os atraviesa, y al que os ve el juego y le pesa lo matáis con mi espadilla, buscad, señora, en Castilla otro triunfo matador, que al que viere vuestro amor, no tan solo no lo mato, pero le saco barato, mientras más viere, mejor.     Yo nací, ansí os guarde Dios, por lo necio y por lo firme, más para por vos morirme que para matar por vos. Gasten una flecha o dos en vengar vuestros antojos niños con que dais enojos: niños dije, y con razón, pues si es niño Amor, lo son las niñas de vuestros ojos. **** *book_ *id_poem168 *date_1625 *creator_gongora 168 De las pinturas y relicarios de una galería del cardenal don Fernando Niño de Guevara     Oh tú, cualquiera que entras, peregrino, si mudo admiras, admirado para en esta bien por sus cristales clara, y clara más por su pincel divino,     Tebaida celestial, sacro Aventino, donde hoy te ofrece con grandeza rara, el cardenal heroico de Guevara, freno al deseo, término al camino.     Del yermo ves aquí los ciudadanos, del galeón de Pedro los pilotos, el arca allí, donde hasta el día postrero     sus vestidos conservan, aunque rotos, algunos celestiales cortesanos: guarnécelos de flores, forastero. **** *book_ *id_poem169 *date_1625 *creator_gongora 169 Al marqués de Ayamonte     Alta esperanza, gloria del estado, no solo de Ayamonte mas de España, si quien me da su lira no me engaña, a más os tiene el cielo destinado.     De vuestra fama oirá el clarín dorado, émulo ya del sol, cuanto el mar baña, que trompas hasta aquí han sido, de caña, las que memorias han solicitado.     Alma al tiempo dará, vida a la historia vuestro nombre inmortal, ¡oh digno esposo de beldad soberana y peregrina!     Corónense estos muros ya de gloria, que serán cuna y nido generoso de sucesión real, si no divina. **** *book_ *id_poem170 *date_1625 *creator_gongora 170 Convoca los poetas de Andalucía a que celebren al marqués de Ayamonte     Cisnes de Guadïana, a sus riberas llegué, y a vuestra dulce compañía, cuya süave métrica armonía desata montes y reduce fieras,     no a escuchar vuestras voces lisonjeras, sino al segundo ilustrador del día consagralle la humilde musa mía, que cantó burlas y eterniza veras;     al Apolo de España, al de Ayamonte culto honor. Si labraren vuestras plumas digna corona a su gloriosa frente,     flores a vuestro estilo dará el monte, candor a vuestros versos las espumas de Helicona darán, y de su fuente. **** *book_ *id_poem171 *date_1625 *creator_gongora 171 A su hijo del marqués de Ayamonte, que excuse la montería     Deja el monte, garzón bello, no fíes tus años de él, y nuestras esperanzas, que murallas de red, bosques de lanzas menosprecian los fieros jabalíes.     En sangre a Adonis, si no fue en rubíes, tiñeron mal celosas asechanzas, y en urna breve funerales danzas coronaron sus huesos de alhelíes.     Deja el monte, garzón; poco el luciente venablo en Ida aprovechó al mozuelo que estrellas pisa ahora en vez de flores.     Crüel verdugo el espumoso diente, torpe ministro fue, el ligero vuelo (no sepas más), de celos y de amores. **** *book_ *id_poem172 *date_1625 *creator_gongora 172 A la marquesa de Ayamonte, dándole unas piedras bezares que a él le había dado un enfermo     Corona de Ayamonte, honor del día, estas piedras que dio un enfermo a un sano hoy os tiro, mas no escondo la mano, por que no digan que es cordobesía,     que dar piedras a vuestra señoría tirallas es por medio de ese llano, pesadas señas de un deseo liviano, lisonjas duras de la musa mía.     Término sean, pues, y fundamento de vuestro imperio, y de mi fe constante tributo humilde, si no ofrecimiento.     Camino, y sin pasar más adelante, a vuestra deidad hago el rendimiento que al montón de Mercurio el caminante. **** *book_ *id_poem173 *date_1625 *creator_gongora 173 De la marquesa de Ayamonte y su hija, en Lepe     A los campos de Lepe, a las arenas del abreviado mar en una ría, extranjero pastor llegué sin guía, con pocas vacas y con muchas penas.     Muro real, orlado de cadenas, a cuyo capitel se debe el día, ofreció a la turbada vista mía el templo santo de las dos sirenas:     casta madre, hija bella, veneradas, con humildad, de prósperos vaqueros, con devoción, de pobres pescadores;     si ya a sus aras no les di terneros dieron mis ojos lágrimas cansadas, mi fe, suspiros, y mis manos, flores. **** *book_ *id_poem174 *date_1625 *creator_gongora 174 A doña Brianda de la Cerda     Al sol peinaba Clori sus cabellos con peine de marfil, con mano bella; mas no se parecía el peine en ella como se obscurecía el sol en ellos.     Cogió sus lazos de oro y, al cogellos, segunda mayor luz descubrió, aquella delante quien el sol es una estrella, y esfera, España, de sus rayos bellos,     divinos ojos, que en su dulce oriente dan luz al mundo, quitan luz al cielo, y espera idolatrallos occidente.     Esto Amor solicita con su vuelo, que en tanto mar será, un arpón luciente, de la Cerda inmortal mortal anzuelo. **** *book_ *id_poem175 *date_1625 *creator_gongora 175 De la profesión de una monja que tenía muchos años     Esa palma es, niña bella, para vuestra profesión, aunque más antiguas son las de vuestras manos que ella; temo, vespertina estrella, que esa vuestra edad de hierro la profesión hará entierro, antes que la palma lleve en esa mano de nieve muchos dátiles de perro.     Borlas lleva diferentes, burlas digo, y desengaños, tantas como vuestros años y menos que vuestros dientes; alcuza de las prudentes sois, pues dicen más de dos que, siendo tan muda vos, queréis profesar en día que tantas lenguas envía el Espíritu de Dios. **** *book_ *id_poem176 *date_1625 *creator_gongora 176 De un retrato de la marquesa de Ayamonte     Pintado he visto al Amor y, aunque lo he visto pintado, está vivo y aun armado de dulcísimo rigor; no es ciego, aunque es flechador, porque sus divinos ojos ni yerran ni dan enojos, que en solo un casto querer se dilata su poder y se abrevian sus despojos.     No con otro lazo engaña ni a otras prisiones condena que a la gloriosa cadena de los Zúñigas de España; ella, pues, donde el mar baña las murallas de Ayamonte (sol de todo su horizonte), duras redes manda armar como Tetis en el mar, como Dïana en el monte.     El arco en su mano bella, su esposo la dura lanza, él con el caballo alcanza al que con las flechas ella: al venado, que de aquella montaña tantos inviernos a los robres casi eternos les juró la antigüedad con los años de su edad, con las puntas de sus cuernos;     al jabalí en cuyos cerros se levanta un escuadrón de cerdas, si ya no son caladas picas sin hierros; de armas, voces, y de perros seguido, mas no alcanzado, muere al fin atravesado, y no sé de cuál primero, o del rejón, que es ligero, o del arpón, que es alado. **** *book_ *id_poem177 *date_1625 *creator_gongora 177 De doña Brianda de la Cerda     Flechando vi, con rigor, a una ninfa soberana en el arco de Dïana las saetas del Amor. El corcillo volador, con ver su muerte vecina, aguarda, y la dura encina, blanco de sus tiros hecha, en el hierro de su flecha besa su mano divina.     Ved cuán milagrosa y cuánta es su fuerza, pues la espera con voluntad una fiera y con respeto una planta; dulcísima fuerza y tanta, que herido della el viento, silba cada vez contento, deseando que a porfía cien veces lo fleche al día, por tener heridas ciento.     Esto que alcanza y sujeta sin que alas valgan, ni pies, no es fuerza de Amor, ni es celeridad de saeta, sino la virtud secreta de la mano y del cabello, que da al arco marfil bello, y a la cuerda, oro subtil, conocido del marfil desde que ondeó en su cuello.     Deste, pues, arco que adoro, cuando tejieron la cuerda, su apellido dio la cerda y sus cabellos el oro; corvo honor del casto coro, y emulación, si no celo, del que con torcido vuelo da al aire colores vanos, que por serlo de sus manos dará el ser arco del cielo. **** *book_ *id_poem178 *date_1625 *creator_gongora 178 De la marquesa de Ayamonte y su hija     Donde esclarecidamente guarnecen antiguas torres el cristal del oceano en que se mira Ayamonte,     dos términos de beldad se levantan junto a donde los quiso poner Alcides, con dos columnas, al orbe.     El uno es la blanca Nais, el otro, la rubia Cloris, cuyas frentes de jazmines son auroras de sus soles.     Deidades ambas divinas, veneradas en los bosques, en tantos templos de Amor cuantos son los cazadores,     aras son devotas suyas cuantos en barquillos pobres o las redes o los remos en el océano esconden:     cuanto el campo, a los monteros, y el mar da a los pescadores sacrificio es de su fe y fe de sus corazones.     Arde el monte, arde la playa, y en los árboles del monte arde algún silvestre dios en algún antiguo robre.     ¿Qué mucho, si entre las ondas que en los escollos se rompen ofrece el mar las cenizas de algunos marinos dioses?     Ellas, en vano seguidas de suspiros y de voces, el ciervo hacen, ligero, aljaba de sus arpones;     en cuyo alcance prolijo deben a sus pies veloces (a pesar de los coturnos), las selvas, diversas flores.     Si al campo el cristal calzado viste de varios colores, el nácar desnudo al mar perlas da que lo coronen,     cuando requieren las nasas, o cuando los velos cogen, ilustrando con dos lunas las tinieblas de la noche,     a cuyos rayos lucientes vieras las ondas entonces negar las blancas espumas a sus resacas y golpes,     por no dejadas vencidas en aquella playa noble, a manos de la blancura que hoy la nieve reconoce. **** *book_ *id_poem179 *date_1625 *creator_gongora 179 A don Sancho Dávila, obispo de Jaén     Sacro pastor de pueblos, que, en florida edad pastor, gobiernas tu ganado más con el silbo que con el cayado y más que con el silbo con la vida:     canten otros tu casa esclarecida, mas tu palacio, con razón sagrado, cante Apolo de rayos coronado, no humilde musa de laurel ceñida.     Tienda es, gloriosa, donde en lechos de oro victorïosos duermen los soldados que ya despertarán a triunfo y palmas;     milagroso sepulcro, mudo coro de muertos vivos, de ángeles callados, cielo de cuerpos, vestüario de almas. **** *book_ *id_poem180 *date_1625 *creator_gongora 180     Mientras Corinto, en lágrimas deshecho, la sangre de su pecho vierte en vano, vende Lice a un decrépito indïano por cien escudos la mitad del lecho.     ¿Quién, pues, se maravilla de este hecho, sabiendo que halla ya paso más llano, la bolsa abierta, el rico pelicano, que el pelícano pobre, abierto el pecho?     Interés, ojos de oro como gato, y gato de doblones, no Amor ciego, que leña y plumas gasta, cien arpones     le flechó, de la aljaba de un talego. ¿Qué Tremecén no desmantela un trato, arrimándole al trato cien cañones? **** *book_ *id_poem181 *date_1625 *creator_gongora 181 A un fraile Francisco, en agradecimiento de una caja de jalea     Gracias os quiero dar sin cumplimiento, dulce fray Diego, por la dulce caja; tal sea el ataúd de mi mortaja, y de mis guerras tal el instrumento.     Consagrad, musas, hoy vuestro talento a la monja que almíbar tal le baja, pues quien acabar suele en una paja sella ahora el estómago contento.     Cualquier regalo de durazno o pera acoto suyo, si podrá un amigo escotar un discípulo de Escoto.     Confieso que de sangre entendí que era cámara aquella, y si lo fue, yo digo que servidor seáis, y no devoto. **** *book_ *id_poem182 *date_1625 *creator_gongora 182 De la jornada de Larache     —¿De dónde bueno, Juan, con pedorreras? —Señora tía, de Cagalarache. —Sobrino, ¿y cuántos fuistes a Alfarache? —Treinta soldados en tres mil galeras.     —¿Tanta gente? —Tomámoslo de veras. —¿Desembarcastes, Juan? —Tarde pïache, que al dar un Santïago de azabache, dio la playa más moros que veneras.     —¿Luego es de moros? —Sí, señora tía: mucha algazara, pero poca ropa. —¿Hicieron os los perros algún daño?     —No, que en ladrando con su artillería, a todos nos dio cámaras de popa. —Salud serían para todo el año. **** *book_ *id_poem183 *date_1625 *creator_gongora 183     De la florida falda que hoy de perlas bordó la Alba luciente,     tejidos en guirnalda traslado estos jazmines a tu frente,     que piden, con ser flores, blanco a tus sienes, y a tu boca, olores.     Guarda destos jazmines de abejas era un escuadrón volante,     ronco sí de clarines, mas de puntas armado, de diamante;     púselas en hüida, y cada flor me cuesta una herida.     Más, Clori, que he tejido jazmines al cabello desatado,     y más besos te pido que abejas tuvo el escuadrón armado;     lisonjas son iguales servir yo en flores, pagar tú en panales. **** *book_ *id_poem184 *date_1625 *creator_gongora 184 Fragmento de una canción     Del mar (y no de Huelva) los escollos el sol (los muros) raya. Gimiendo el alcïón, era en la playa     ruiseñor en la selva,     cuando pescador pobre mucha despide red, de poco robre. **** *book_ *id_poem185 *date_1625 *creator_gongora 185 A dos devotos de monjas que acudían en un mismo tiempo a muchos conventos     En trescientas santas Claras estáis, señores, penados; o sois espejos quebrados, o tenéis trescientas caras; reglas son de Amor muy raras, que nunca dejó en su arte el maestro Durandarte; mas podéis decir los dos que tenéis mucho de Dios, pues estáis en toda parte. **** *book_ *id_poem186 *date_1625 *creator_gongora 186 A un hombre que temía tanto los truenos, que se sospechó de él lo que refiere esta décima     Truena el cielo, y al momento la dueña enciende, devota, cera, que la menor gota es puntal de su aposento; vos, Luis, para el mismo intento traéis en las calzas cera, pero no en la faldriquera, porque gustáis ser tenido más por hombre proveído que por persona sincera. **** *book_ *id_poem187 *date_1625 *creator_gongora 187 A una monja, enviándole un menudo y un cuarto de ternera     Con mucha llaneza trata quien, debiéndolo en escudos, viene a pagar en menudos a quien lo regala en plata; de las terneras que mata don Alonso de Guzmán, hoy presentado me han ese cuarto de ternera: tomadlo, que yo quisiera que fuera de tafetán. **** *book_ *id_poem188 *date_1625 *creator_gongora 188 A una monja que le había enviado una pieza de holanda     El lienzo que me habéis dado por dos cosas me importuna, por lo Delgado la una, otra por lo presentado; holanda, niña, que ha andado entre redes, no querría que fuese caza algún día desigual para los dos, de tórtolas para vos, para mí, de montería. **** *book_ *id_poem189 *date_1625 *creator_gongora 189 A la misma enviándole un menudo     Presentado es el menudo y de que sabrá mejor que los que el padre prïor trajo de París no dudo; no va de flores desnudo, que censuras y rigores de vuestros superïores nunca han permitido que entre con fruto allá ningún vientre, y así, es bien entre con flores. **** *book_ *id_poem190 *date_1625 *creator_gongora 190 A Marcos de Torres, que tenía un lavadero de lana donde solían ir a jugar     Marco de plata excelente y torre segura y alta, pues Monsïur de Peralta ha llegado alegremente, baje el espíritu ardiente hablando en lenguas de fuego, que seremos allá luego con naipes, dinero y gana, y quizá iremos por lana y nos trasquilará el juego. **** *book_ *id_poem191 *date_1625 *creator_gongora 191 A Marcos de Torres, detiniéndole un paje músico que le había enviado con un recado desde un lavadero de lana adonde estaba     Pastor que en la vega llana del Betis derramas quejas, ya entre lana sin ovejas y ya entre ovejas sin lana, yo entretengo hasta mañana a tu músico zagal, que a un ídolo de cristal, que es diamante de desdén, quiero que le cante bien lo que yo le lloro mal. **** *book_ *id_poem192 *date_1625 *creator_gongora 192 Las flores del romero,     niña Isabel, hoy son flores azules, mañana serán miel.     Celosa estás, la niña, celosa estás de aquel, dichoso, pues lo buscas, ciego, pues no te ve,     ingrato, pues te enoja, y confïado, pues no se disculpa hoy de lo que hizo ayer.     Enjuguen esperanzas lo que lloras por él, que celos entre aquellos que se han querido bien hoy son flores azules, mañana serán miel.     Aurora de ti misma, que, cuando a amanecer a tu placer empiezas, te eclipsan tu placer:     serénense tus ojos y más perlas no des, porque al sol le está mal lo que a la aurora, bien;     desata como nieblas todo lo que no ves, que sospechas de amantes, y querellas después, hoy son flores azules, mañana serán miel. **** *book_ *id_poem193 *date_1625 *creator_gongora 193 De una quinta que hizo el mismo obispo de Pamplona, don Antonio Venegas, en Burlada, lugar de su dignidad     Este, a Pomona cuando ya no sea, edificio al silencio dedicado (que si el cristal lo rompe, desatado, süave el ruiseñor lo lisonjea),     dulce es refugio donde se pasea la quïetud, y donde otro cuidado despedido, si no digo burlado, de los términos huye, desta aldea.     Aquí la primavera ofrece flores al gran pastor de pueblos, que enriquece de luz a España, y gloria a los Venegas.     Oh peregrino, tú, cualquier que llegas, paga en admiración las, que te ofrece el huerto, frutas, y el jardín, olores. **** *book_ *id_poem194 *date_1625 *creator_gongora 194 Al conde de Lemus, yéndolo a visitar a Monforte     Llegué a este Monte fuerte, coronado de torres convecinas a los cielos, cuna siempre real de tus abuelos, del reino escudo, y silla de tu estado.     El templo vi, a Minerva dedicado, de cuyos geométricos modelos si todo lo moderno tiene celos, tuviera invidia todo lo pasado;     sacra erección de príncipe glorioso, que ya de mejor púrpura vestido, rayos ciñe, de luz, estrellas pisa.     ¡Oh cuánto deste Monte imperïoso descubro! Un mundo veo; poco ha sido, que seis orbes se ven en tu divisa. **** *book_ *id_poem195 *date_1625 *creator_gongora 195 Al duque de Feria, de la señora doña Catalina de Acuña     Oh marinero, tú que, cortesano, al palacio le fías tus entenas, al palacio real, que de sirenas es un segundo mar napolitano,     los remos deja, y una y otra mano de las orejas las desvía apenas, que escollo es, cuando no Sirte de arenas, la dulce voz de un serafín humano.     Cual su acento, tu muerte será clara si espira suavidad, si gloria espira su armonía mortal, su beldad rara.     Huye de la que, armada de una lira, si rocas mueve, si bajeles para, cantando mata al que matando mira. **** *book_ *id_poem196 *date_1625 *creator_gongora 196     En el cristal de tu divina mano de Amor bebí el dulcísimo veneno, néctar ardiente que me abrasa el seno, y templar con la ausencia pensé en vano;     tal, Claudia bella, del rapaz tirano es arpón de oro tu mirar sereno, que cuanto más ausente de él, más peno, de sus golpes el pecho menos sano.     Tus cadenas al pie, lloro al rüido de un eslabón y otro mi destierro, más desvïado, pero más perdido.     ¿Cuándo será aquel día que por yerro, oh serafín, desates, bien nacido, con manos de cristal nudos de hierro? **** *book_ *id_poem197 *date_1625 *creator_gongora 197     Los blancos lilios que de ciento en ciento, hijos del Sol, nos da la primavera, a quien del Tajo son en la ribera oro su cuna, perlas su alimento;     las frescas rosas, que ambicioso el viento con pluma solicita lisonjera, como quien de una y otra hoja espera purpúreas alas, si lascivo aliento,     a vuestro hermoso pie cada cual debe su beldad toda; ¿qué hará la mano, si tanto puede el pie, que ostenta flores,     por que vuestro esplendor venza la nieve, venza su rosicler, y por que en vano, hablando vos, espiren sus olores? **** *book_ *id_poem198 *date_1625 *creator_gongora 198 A la puente segoviana, que está sobre el río Manzanares en Madrid     Señora doña puente Segoviana, cuyos ojos están llorando arena, si es por el río, muy enhorabuena, aunque estáis para viuda muy galana.     De estangurria murió. No hay castellana lavandera que no llore de pena, y fulano Sotillo se condena de olmos negros a loba luterana.     Bien es verdad que dicen los doctores que no es muerto, sino que del estío le causan parasismos los calores;     que a los primeros del diciembre frío, de sus mulas harán estos señores que los orines den salud al río. **** *book_ *id_poem199 *date_1625 *creator_gongora 199     De chinches y de mulas voy comido; las unas, culpa de una cama vieja, las otras, de un señor que me las deja veinte días y más, y se ha partido.     De vos, madera anciana, me despido, miembros de algún navío de vendeja, patria común de la nación bermeja, que en un mes, sin deudo, de mi sangre ha sido.     Venid, mulas, con cuyos pies me ha dado tal coz el que quizá tendrá mancilla de ver que me coméis el otro lado.     Adiós, corte envainada en una villa, adiós, toril de los que has sido prado, que en mi rincón me espera una morcilla. **** *book_ *id_poem200 *date_1625 *creator_gongora 200     ¿Son de Tolú, o son de Puerto Rico ilustre y hermosísima María, o son de las montañas de Bugía la fiera mona y el disforme mico?     Gracioso está el balcón, yo os certifico; desnudadlo de hoy más de celosía, goce Cuenca una y otra monería, den a unos de cola, a otros de hocico.     Un papagayo os dejaré, señora (pues ya tan mal se corresponde a ruegos y a cartas de señoras principales),     que os repita parlero cada hora como es ya mejor Cuenca para ciegos, habiéndose de ver fierezas tales. **** *book_ *id_poem201 *date_1625 *creator_gongora 201 De un caballero que llamó soneto a un romance     Música le pidió ayer su albedrío a un descendiente de don Peranzules; templáronle al momento dos baúles con más cuerdas que jarcias un navío.     Cantáronle de cierto amigo mío un desafío campal de dos Gazules, que en ser por unos ojos entre azules, fue peor que gatesco el desafío.     Romance fue el cantado, y que no pudo dejarlo de entender, si el muy discreto no era sordo, o el músico era mudo;     y de que lo entendió yo os lo prometo, pues envïó a decir con don Bermudo: «Que vuelvan a cantar aquel soneto». **** *book_ *id_poem202 *date_1625 *creator_gongora 202     ¡Mal haya el que en señores idolatra y en Madrid desperdicia sus dineros, si ha de hacer, al salir, una mohatra!     Arroyos de mi huerta lisonjeros (¿lisonjeros? Mal dije, que sois claros): Dios me saque de aquí y me deje veros.     Si corréis sordos, no quiero hablaros, mejor es que corráis murmuradores, que llevo muchas cosas que contaros.     Tenedme, aunque es otoño, ruiseñores, ya que llevar no puedo ruicrïados, que entre pámpanos son lo que entre flores.     Si yo tuviera veinte mil ducados, tiplones convocara de Castilla, de Portugal bajetes mermelados,     y a fe que a la pajísima capilla, tïorbas de cristal vuestras corrientes prestaran dulces en su verde orilla.     Pájaros suplan, pues, faltas de gentes, que en voces, si no métricas, süaves, consonancias desaten diferentes,     si ya no es que de las simples aves contiene la república volante poetas, o burlescos sean o graves,     y cualque madrigal sea, elegante, librándome el lenguaje en el concento, el que algún culto ruiseñor me cante:     prodigio dulce que corona el viento, en unas mismas plumas escondido el músico, la musa, el instrumento.     Mas ¿dónde ya me había divertido, risueñas aguas, que de vuestro dueño os habéis con razón siempre reído?     Guardad entre esas guijas lo risueño a este dómine bobo, que pensaba escaparse de tal por lo aguileño,     celebrando con tinta, y aun con baba, las fiestas de la corte, poco menos que hacérselas a Judas con octava.     Cantar pensé en sus márgenes amenos cuantas Dianas Manzanares mira, a no romadizarme sus Sirenos.     La lisonja, con todo, y la mentira, modernas musas del aonio coro, las cuerdas le rozaron a mi lira.     ¿Valió por dicha al leño mío canoro, si puede ser canoro leño mío, clavijas de marfil o trastes de oro?     Sequedad lo ha tratado como a río; puente de plata fue que hizo alguno a mi fuga, quizá, de su desvío.     No más, no, que aun a mí seré importuno, y no es mi intento a nadie dar enojos, sino apelar al pájaro de Juno:     gastar quiero de hoy más plumas con ojos, y mirar lo que escribo. El desengaño preste clavo y pared a mis despojos.     La adulación se queden, y el engaño, mintiendo en el teatro, y la esperanza dando su verde un año y otro año,     que si en el mundo hay bienaventuranza, a la sombra de aquel árbol me espera, cuyo verdor no conoció mudanza:     su flor es pompa de la primavera, su fruto, o sea lo dulce o sea lo acedo, en oro engasta, que al romperlo es cera.     Allí el murmurio de las aguas ledo, ocio sin culpa, sueño sin cuidado me guardan, si acá en polvos no me quedo     molido del dictamen de un letrado en la tahona de un relator, donde siempre hallé para mí el rocín cansado.     Dichoso el que pacífico se esconde a este civil rüido, y litigante, o se concierta o por poder responde,     solo por no ser miembro corteggiante de sierpe prodigiosa, que camina la cola, como el gámbaro, delante.     ¡Oh soledad, de la quietud divina dulce prenda, aunque muda, ciudadana del campo, y de sus Ecos convecina!     Sabrosas treguas de la vida urbana, paz del entendimiento, que lambica tanto en discursos la ambición humana:     ¿quién todos sus sentidos no te aplica? Ponme sobre la mula, y verás cuánto más que la espuela esta opinión la pica.     Sea piedras la corona, si oro el manto del monarca supremo, que el prudente con tanta obligación no aspira a tanto;     entre pastor de ovejas y de gente un político medio lo conduce del pueblo a su heredad, della a su fuente;     sobre el aljófar que en las hierbas luce, o se reclina, o toma residencia, a cada vara, de lo que produce;     tiéndese, y con debida reverencia responde, alta la gamba, al que le escribe la expulsión de los moros de Valencia.     Tan ceremonïosamente vive, sin dársele un cuatrín de que en la corte le den título a aquel, o el otro prive.     No gasta así papel, no paga porte de la gaceta que escribió las bodas de doña Calamita con el Norte.     Del estadista y sus razones todas se burla, visitando sus frutales, mientras el ambicioso, sus vaivodas.     No pisa pretendiente los umbrales del que trae la memoria en la pretina, pues della penden los memorïales.     El margen de la fuente cristalina sobre el verde mantel que da a su mesa, platos le ofrece de esmeralda fina.     Sírvelo el huerto con la pera gruesa, émula en el sabor, y no comprada de lo más cordïal de la camuesa.     A la gula se queden la dorada rica vajilla, el bacanal estruendo; mas basta, que la mula es ya llegada: a tus lomos, oh rucia, me encomiendo. **** *book_ *id_poem203 *date_1625 *creator_gongora 203     ¡Oh montañas de Galicia, cuya (por decir verdad) espesura es suciedad, cuya maleza es malicia!, tal, que ninguno cudicia besar estrellas, pudiendo, antes os quedáis haciendo desiguales horizontes; al fin, gallegos y montes, nadie dirá que os ofendo.     Oh Sil, tú, cuyos cristales desatas ociosamente, mal coronada tu frente de castaños y nogales, ¡qué bien de los naturales vas murmurando, y no paras! Perdonen tus aguas claras de Baco el poder injusto, si ellos te niegan el gusto y ellas te niegan las caras.     ¡Oh posadas de madera, arcas de Noé, adonde si llamo al huésped, responde un buey y sale una fiera! Entrome (que non debiera) el cansancio, y al momento lágrimas de ciento en ciento a derramallas me obliga, no sé cuál primero diga, humo o arrepentimiento.     ¡Oh labrante mujeriego de tierras, de holandas non, cuyas aguijadas son flechas del amor gallego! Vuestra castidad no os niego, antes digo será eterna, pues descalza la más tierna, lleva, la que menos ara, pierna que guarda su cara, cara que guarda su pierna.     ¡Oh Narcisos de sayal, antípodas de la gala, cuyo pie entra en cualquier sala sin guante de Fregenal! Puedo decir, y no mal, de Galicia y sus confines, sin disculpar escarpines de los cheiros de la algalia, que a Génova y aun a Italia se la gana en Juanetines. **** *book_ *id_poem204 *date_1625 *creator_gongora 204 A nuestra señora de Villaviciosa, por la salud de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba Serrana que en el alcor de un pastor fuistes servida,     conservad la vida     de nuestro pastor. ¿Quién, Señora, su favor a píos afectos niega? ¡Ay, que os lo pide, mas ay, que os lo ruega     el balido de un ganado agradecido!     Albergue vuestro el vacío de un alcornoque fue, rudo, tanto de un pastor ya pudo el devoto afecto pío; por él y por su cabrío renunciastes el poblado; sin duda que es un cayado el arco de vuestro amor. Serrana que en el alcor de un pastor fuistes servida,     conservad la vida     de nuestro pastor.     Si lo pastoral ya tanto, serrana, os llevó gallarda, guardad hoy al que nos guarda generoso pastor santo; tiempo le conceded cuanto le desean sus rebaños, que a fe que venza los años del robre más vividor. Serrana que en el alcor de un pastor fuistes servida,     conservad la vida     de nuestro pastor. **** *book_ *id_poem205 *date_1625 *creator_gongora 205 En la misma ocasión Virgen: a quien hoy fïel tantas arras sabe dar     a su esposa, sed propicia, sed piadosa, pues sois Estrella del Mar, y es un Mar de dones él.     Al padre de una piedad tan generosa y tan rara, que a pesar de la tïara le deben la santidad, si virtud vale, su edad prolija sea y dichosa; sed propicia, sed piadosa, pues sois Estrella del Mar, y es un Mar de dones él.     Inmortal casi prescriba los términos de la muerte, que quien vive desta suerte, desta suerte es bien que viva; no cual otras fugitiva su memoria sea, gloriosa; sed propicia, sed piadosa, pues sois Estrella del Mar, y es un Mar de dones él. **** *book_ *id_poem206 *date_1625 *creator_gongora 206 En la fiesta del Santísimo Sacramento Mañana sa Corpus Christa,     mana Crara; alcoholemo la cara e lavémono la vista. ¡Ay, Jesú, como sa mu trista! ¿Qué tene?, ¿pringa señora? Samo negra pecandora, e branca la Sacramenta. La alma sa como la denta,     Crara mana. Pongamo fustana, e bailemo alegra, que aunque samo negra, sa hermosa tú. Zambambú, morenica de Congo,     zambambú. Zambambú, que galana me pongo,     zambambú.     Vamo a la sagraria, prima, veremo la procesiona, que aunque negra, sa presona que la perrera me estima. A ese mármolo te arrima. Más tinta sudamo, Juana, que dos pruma de escribana. ¿Quién sa aquel? La perdiguera. ¿Y esotra chupamadera? La señora chirimista. ¡Ay, Jesú, como sa mu trista!     Mira la cabilda, cuánta va en rengre nobre señora, cuya virtud me namora, cuya majestá me panta. ¿Si viene la obispa santa? ¡Chillémola! ¡Ay, qué cravela! Pégate, Crara, cüela, la mano le besará, que mano que tanto da, en Congo aun sará bienquista. ¡Ay, Jesú, como sa mu trista! **** *book_ *id_poem207 *date_1625 *creator_gongora 207 A LO MISMO     ¿A qué nos convidas, Bras? A un Cordero que costó treinta dineros no más, y luego se arrepintió     quien lo vendió. ¿Bastará a tantos? Sí, Gil,     y es de modo que lo comerá uno todo, y no lo acabarán mil. Toca, toca el tamboril,     suene el cascabel, y vamos a comer de él.     De rodillas inclinado, no con báculo, no en pie, llega al Cordero, que fue por el otro figurado: cómelo, Gil, que mechado de tres clavos lo hallarás. ¿A qué nos convidas, Bras? A un Cordero que costó treinta dineros no más, y luego se arrepintió     quien lo vendió.     De hierro instrumento no, de palo sí, lo asó ya; tan mal con el yerro está quien dellos nos redimió. Amor dio el fuego, y juntó leños que el fénix jamás. ¿A qué nos convidas, Bras? A un Cordero que costó treinta dineros no más, y luego se arrepintió     quien lo vendió. **** *book_ *id_poem208 *date_1625 *creator_gongora 208 A LO MISMO El pan que veis, soberano,     un solo es grano, en tierra virgen nacido,     que molido sin fracción en el madero,     se da entero adonde más dividido.     Cuanto el altar hoy ofrece, desde el uno al otro polo, pan divino, un grano es solo lleguen tres, o lleguen trece; invisiblemente crece su unidad, y de igual modo se queda en sí mismo todo que se da todo al cristiano. El pan que veis, soberano,     un solo es grano, en tierra virgen nacido,     que molido sin fracción en el madero,     se da entero adonde más dividido.     Este grano eterno, pues, inmensamente pequeño, del vital glorioso leño cayó en la piedra después; la piedra que días tres en sus senos lo abscondió, y nos lo restituyó aún más entero y más sano. El pan que veis, soberano,     un solo es grano. en tierra virgen nacido,     que molido sin fracción en el madero,     se da entero adonde más dividido. **** *book_ *id_poem209 *date_1625 *creator_gongora 209 A LO MISMO A la dina dana dina, la dina dana,     vuelta zoberana. A la dana dina dana, la dana dina,     mudanza divina.     Maldonado, Maldonado, el de la perzona zuelta,     dina dana, volteador afamado, dale a tu alma una vuelta,     dana dina, que zi contrita y abzuelta llega a comer ezte pan, no la taza le darán, zino el cáliz que hoy ze gana. A la dina dana dina, la dina dana,     vuelta zoberana.     Querida, la mi querida, bailemoz, y con primor,     dana dina. Mudanza hagamoz de vida, que ez la mudanza mejor,     dina dana. Entre en mi alma el Zeñor, no como en Jerusalén, que, aunque cuatrero de bien, no azeguro la pollina. A la dana dina dana, la dana dina,     mudanza divina. **** *book_ *id_poem210 *date_1625 *creator_gongora 210 A lo mismo     ¿Qué comes, hombre? ¿Qué como? Pan de ángeles. ¿De quién? De ángeles. ¿Sabe bien?     ¡Y cómo!     Fuerza da tanta, y valor, este Pan, que en virtud de él, huyendo de Jezabel, llegó al monte del Señor profeta en cuyo favor fuego llovió el cielo airado, y escuadrón de acero armado resistencia hizo, de plomo. ¿Qué comes, hombre? ¿Qué como? Pan de ángeles. ¿De quién? De ángeles. ¿Sabe bien?     ¡Y cómo!     Deste, pues, divino Pan cualquier bocado süave encender los pechos sabe que más helados están; no ya cual la de Ceilán, que hoy los manjares altera, fragrante, sí, mas grosera, corteza de cinamomo. ¿Qué comes, hombre? ¿Qué como? Pan de ángeles. ¿De quién? De ángeles. ¿Sabe bien?     ¡Y cómo! **** *book_ *id_poem211 *date_1625 *creator_gongora 211 A lo mismo     Oveja perdida, ven sobre mis hombros, que hoy no solo tu pastor soy, sino tu pasto también.     Por descubrirte mejor, cuando balabas perdida, dejé en un árbol la vida, donde me subió tu amor; si prenda quieres, mayor, mis obras hoy te la den. Oveja perdida, ven sobre mis hombros, que hoy no solo tu pastor soy, sino tu pasto también.     Pasto, al fin, hoy tuyo hecho, ¿cuál dará mayor asombro, o el traerte yo en el hombro o el traerme tú en el pecho? Prendas son de amor estrecho, que aun los más ciegos las ven. Oveja perdida, ven sobre mis hombros, que hoy no solo tu pastor soy, sino tu pasto también. **** *book_ *id_poem212 *date_1625 *creator_gongora 212 A lo mismo     Alma niña, ¿quieres, di, parte de aquel, y no poca, blanco mana que está allí?      Sí, sí, sí. Cierra los ojos, y abre la boca.     Ay, Dios, ¿qué comí,     que me sabe así?     Alma a quien han reducido contrición y penitencia al estado de inocencia, si golosa te ha traído el mana que está incluido en aquel cristal de roca, cierra los ojos, y abre la boca.     Ay, Dios, ¿qué comí,     que me sabe así?     Niega, alma, en esta ocasión a la vista, que la fe, cerrados los ojos, ve más que, abiertos, la razón; argumento, y presunción, vano es aquí, y ella, loca. Cierra los ojos, y abre la boca.     Ay, Dios, ¿qué comí,     que me sabe así? **** *book_ *id_poem213 *date_1625 *creator_gongora 213     No son todos ruiseñores los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata     que tocan a la alba, sino trompeticas de oro,     que hacen la salva     a los soles que adoro.     No todas las voces ledas son de sirenas con plumas cuyas húmidas espumas son las verdes alamedas. Si suspendido te quedas a los süaves clamores, no son todos ruiseñores los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata     que tocan a la alba, sino trompeticas de oro,     que hacen la salva     a los soles que adoro.     Lo artificioso que admira y lo dulce que consuela no es de aquel violín que vuela ni de esotra inquieta lira; otro instrumento es quien tira de los sentidos mejores. No son todos ruiseñores los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata     que tocan a la alba, sino trompeticas de oro,     que hacen la salva     a los soles que adoro.     Las campanitas lucientes y los dorados clarines, entre olorosos jazmines, con sus canoros torrentes, no solo recuerdan gentes, sino convocan amores. No son todos ruiseñores los que cantan entre las flores, sino campanitas de plata     que tocan a la alba, sino trompeticas de oro,     que hacen la salva     a los soles que adoro. **** *book_ *id_poem214 *date_1625 *creator_gongora 214     Los montes que el pie se lavan en los cristales del Tejo, cuando las frentes se miran en los safiros del cielo,     tiranizados tenía un cerdoso animal fiero, terror del campo, y rüina de venablos y de perros.     Buscándolo, errante, un día se perdió un galán montero, segunda invidia de Marte, primer Adonis de Venus.     Escalando la montaña y penetrando sus senos, lo dejó la blanca luna y lo halló el luciente Febo.     ¡Oh, perdido primero     tras un jabalí fiero!,     no te pierdas ahora tras esa que te huye cazadora.     La luz le ofreció una ninfa, que en duda pone a los cerros a cuál se deban sus rayos, al sol o a sus ojos bellos;     de tres arcos viene armada, el uno contra los ciervos, contra los hombres los dos, blanco el uno, los dos, negros.     De un cordón atraïllado, un diligente sabueso el viento solicitaba y desafïaba al viento.     Apenas vio al joven, cuando las cumbres vence huyendo; él la sigue, ambos calzados, ella, plumas, y él, deseos.     ¡Oh, perdido primero     tras un jabalí fiero!,     no te pierdas ahora tras esa que te huye cazadora.     Flores le valió la fuga al fragoso, verde suelo, varias de color, y todas, hijas de su pie ligero.     A las malezas perdona mal su fugitivo vuelo; ellas sí, al coturno de oro, engastes del cristal tierno.     «¡Oh cobarde hermosura! —dice, el garzón, sin aliento—, no huyas de un hombre más que sabes huir del tiempo».     Volviendo los ojos ella por flecharle más el pecho, de que la alcance aun su voz, acusa al aire, con ceño.     ¡Oh, perdido primero     tras un jabalí fiero!,     no te pierdas ahora tras esa que te huye cazadora. **** *book_ *id_poem215 *date_1625 *creator_gongora 215 Del palacio de la Primavera     Esperando están la rosa cuantas contiene un vergel flores, hijas de la aurora, bellas cuanto pueden ser.     Ella, aunque con majestad, no debajo de dosel sino sobre alfombras verdes, purpúrea se dejó ver.     Como a reina de las flores, guarda la ciñe fïel, si son archas las espinas que en torno della se ven.     Al aparecer le hicieron una inclinación cortés, y con muy buen aire todas, que mal pudieran sin él;     no le hicieron reverencia, aunque todas tienen pies, porque su inmovilidad su mayor disculpa fue.     El vulgo de esotras hierbas, sirviéndoles esta vez de verdes lenguas sus hojas, la saludaron también.     Quién pretende la privanza de tan gran señora, y quién, admirando su beldad, no osa descubrir su fe;     que el Cupido de las flores es la abeja, y si lo es, sus flechas abrevia todas en el aguijón crüel;     ella, pues, las solicita, y las despoja después, por señas, que sus despojos son dulces como la miel.     Las colores de la reina vistió galán el clavel, príncipe que es, de la sangre, y aun aspirante a ser rey.     En viéndola, dijo: «¡ay!» el jacinto, y al papel lo encomendó, de sus hojas, por que se pueda leer.     Ambar espira el vestido del blanco jazmín, de aquel cuya castidad lasciva Venus hipócrita es.     La fuente deja, el narciso, que no es poco para él, y ya no se mira a sí, admirando lo que ve.     Oh, qué celoso está el lilio, un mal cortesano que calza siempre borceguí: debe de ser portugués.     Mosquetas y clavellinas sus damas son. ¿Qué más quies, oh tú, que pides lugar, que bel mirar y oler bien?     Las azucenas la sirven de dueñas de honor, y a fe que sus diez varas de holanda les invidian más de diez.     Meninas son, las violetas, y muy bien lo pueden ser las primicias de las flores, que antes huelen que se ven.     De este real paraíso verde jaula es, un laurel, de tres dulces ruiseñores que cantan a dos y a tres.     Guardadamas es un triste, fruncidísimo ciprés, efecto, al fin, de su fruta para lo que yo me sé.     Bufones son, los estanques, y en qué lo son lo diré: en lo frío, lo primero que se me ha de conceder;     en el murmurar contino, y en el reírse también, aunque hacen poco ruido, con ser hombres de placer;     en el pedir, y no agua, que no es de agua su interés, ni piden lo que no beben, por siempre jamás, amén.     Este de la primavera el verde palacio es, que cada año se erige para poco más de un mes:     las flores a las personas ciertos ejemplos les den, que puede ser yermo hoy el que fue jardín ayer. **** *book_ *id_poem216 *date_1625 *creator_gongora 216     En el baile del ejido (nunca Menga fuera al baile) perdió sus corales Menga el disanto por la tarde.     Dicen que se los dio en ferias, tres o cuatro días antes, el Píramo de su aldea, el sobrino del alcalde.     Los corales no tenían los extremos que ella hace, y por que de cristal fuesen llora Minguilla cristales.     ¿Quién oyó, zagales,     desperdicios tales,     que derrame perlas     quien busca corales?     Veinte los buscan perdidos, y no es mucho, en casos tales, que un perdido haga veinte, pues un loco ciento hace;     en el ejido los buscan, que yendo Menga a lavarse, se los dejó entre la juncia del arroyo de los sauces,     do en pago de su blancura menosprecian, arrogantes, las blancas espumas que orlan el verde y florido margen;     que la nieve es sombra obscura, y el marfil, negro azabache, con la garganta de Menga, columna de leche y sangre.     ¿Quién oyó, zagales,     desperdicios tales,     que derrame perlas     quien busca corales?     Ya el cura se prevenía de los antojos, que saben en rúbricas coloradas hacer las letras más grandes,     cuando albricias pidió a voces Bartolillo con donaire, por haber hallado en Menga, en sus labios, sus corales.     Los ojos fueron de Antón los que descubrieron antes en la arena los claveles, en la juncia, los granates;     y, viendo purpurear las rojas prendas del ángel, al son, dijo, del salterio que tañía Gil Perales:     ¿Quién oyó, zagales,     desperdicios tales,     que derrame perlas     quien busca corales? **** *book_ *id_poem217 *date_1625 *creator_gongora 217 A san Ignacio de Loyola, que metido en una laguna fría revocó a un hombre que iba a pecar Ardiendo en aguas muertas llamas vivas.     En tenebrosa noche, en mar airado al través diera un marinero ciego, de dulce voz y de homicida ruego de sirena mortal lisonjeado,     si el fervoroso celador cuidado del grande Ignacio no ofreciera luego (farol divino) su encendido fuego a los cristales de un estanque helado.     Trueca las velas el bajel perdido, y escollos juzga, que en el mar se lavan, las voces que en la arena oye, lascivas;     besa el puerto, altamente conducido de las que, para norte suyo, estaban ardiendo en aguas muertas llamas vivas. **** *book_ *id_poem218 *date_1625 *creator_gongora 218 En la muerte de Enrique IV, rey de Francia     El cuarto Enrico yace mal herido y peor muerto de plebeya mano; el que rompió escuadrones y dio al llano más sangre que agua Orión humedecido,     glorïoso francés esclarecido, conducidor de ejércitos, que en vano de lilios de oro el ya cabello cano y de guarda real iba ceñido.     Una temeridad astas desprecia, una traición cuidados mil engaña, que muros rompe en un caballo Grecia.     Archas burló el fatal cuchillo; oh España, Belona de dos mundos, fiel te precia, y armada tema la nación extraña. **** *book_ *id_poem219 *date_1625 *creator_gongora 219 En la muerte de doña Guiomar de Sá, mujer de Juan Fernández de Espinosa     Pálida restituye a su elemento su ya esplendor purpúreo casta rosa, que en planta dulce un tiempo, si espinosa, gloria del sol, lisonja fue, del viento.     El mismo, que espiró, süave aliento fresca, espira marchita y siempre hermosa; no yace, no, en la tierra, mas reposa, negándole aun al hado lo violento.     Sus hojas sí, no su fragrancia, llora en polvo el patrio Betis, hojas bellas, que aun en polvo el materno Tejo dora.     Ya en nuevos campos una es hoy de aquellas flores que ilustra otra mejor aurora, cuyo caduco aljófar son estrellas. **** *book_ *id_poem220 *date_1625 *creator_gongora 220 De Madrid     Nilo no sufre márgenes, ni muros Madrid, oh peregrino, tú que pasas, que a su menor inundación de casas ni aun los campos del Tajo están seguros.     Émula la verán, siglos futuros, de Menfis no, que el término le tasas; del tiempo sí, que sus profundas basas no son en vano pedernales duros.     Dosel de reyes, de sus hijos cuna ha sido y es zodíaco luciente de la beldad, teatro de Fortuna.     La invidia aquí su venenoso diente cebar suele, a privanzas importuna. Camina en paz, refiérelo a tu gente. **** *book_ *id_poem221 *date_1625 *creator_gongora 221 A lo poco que hay que fiar de los favores de los cortesanos     Señores corteggiantes, ¿quién sus días de cudicioso gasta o lisonjero con todos estos príncipes de acero, que me han desempedrado las encías?     Nunca yo tope con sus señorías, sino con media libra de carnero, tope manso, alimento verdadero, de jesüitas santas Compañías.     Con nadie hablo, todos son mis amos, quien no me da no quiero que me cueste, que un árbol grande tiene gruesos ramos.     No me pidan que fíe ni que preste, sino que algunas veces nos veamos, y sea el fin de mi soneto este. **** *book_ *id_poem222 *date_1625 *creator_gongora 222 De la toma de Larache     La fuerza que infestando las ajenas argentó luna de menguante plata, puerto hasta aquí del bélgico pirata, puerta ya de las líbicas arenas,     a las señas de España sus almenas rindió, al fiero león, que en escarlata altera el mar, y al viento que lo trata imperïoso aun obedece apenas.     Alta haya de hoy más, volante lino al Euro dé, y al seno gaditano flacas redes seguro, humilde pino,     de que, ya deste o de aquel mar, tirano leño holandés disturbe su camino, prenda su libertad bajel pagano. **** *book_ *id_poem223 *date_1625 *creator_gongora 223 Canción de la toma de Larache En roscas de cristal serpiente breve, por la arena desnuda el Luco yerra, el Luco, que con lengua al fin vibrante, si no niega el tributo, intima guerra al mar, que el nombre con razón le bebe, y las faldas besar le hace de Atlante. Desta pues siempre abierta, siempre hïante y siempre armada boca, cual dos colmillos, de una y de otra roca, África (o ya sean cuernos de su luna, o ya de su elefante sean colmillos) ofrece al gran Filipo los castillos, carga hasta aquí, de hoy más militar pompa; y del fiero animal hecha la trompa clarín ya de la Fama, oye la cuna, la tumba ve del sol, señas de España los muros coronar que el Luco baña. Las garras, pues, las presas españolas del rey, de fieras no, de nuevos mundos, ostenta el río, y glorïosamente arrogándose márgenes segundos, en vez de escamas de cristal, sus olas guedejas visten ya de oro luciente. Brama y, menospreciándolo serpiente, león ya no pagano lo admira reverente el oceano. Brama, y cuantas la Libia engendra fieras, que lo escuchaban elefante apenas, surcando ahora piélagos de arenas, lo distante interponen, lo escondido, al imperio feroz de su bramido. Respóndenle confusas las postreras cavernas del Atlante, a cuyos ecos si Fez se estremeció, tembló Marruecos. Gloriosa, y del suceso agradecida, dirige al cielo España, en dulce coro de sacros cisnes, cánticos süaves, a la alta de Dios, sí, no a la de un moro bárbara, majestad, reconocida por las fuerzas que le ha entregado: llaves de las mazmorras de África más graves, forjadas, no ya donde de las fraguas que ardiente el Etna esconde llamas vomita, y sobre el yunque duro gime Bronte y Estérope no huelga, sino en las oficinas donde el Belga rebelde anhela, el Berberisco suda, el brazo aquel, la espalda este desnuda, forjando las que un muro y otro muro por guardas tiene, llaves ya maestras de nuestros mares, de las flotas nuestras. Al viento más opuesto abeto alado sus vagas plumas crea, rico el seno de cuanta Potosí tributa hoy plata; leño frágil de hoy más al mar sereno copos fíe de cáñamo anudado, seguro ya sus remos de pirata. Piloto el interés sus cables ata, ovando ya en el puerto del soplo occidental, del golfo incierto. Pescadora la industria, flacas redes, que dio a la playa desde su barquilla, graves revoca a la espaciosa orilla. La libertad, al fin, que, salteada, señas o de cautiva o despojada dio un tiempo de Neptuno a las paredes, hoy bálsamo espirantes cuelga ciento faroles de oro al agradecimiento. Vuestra, oh Filipo, es la fortuna, y vuestra de África será la monarquía; vuestras banderas nos lo dicen, puesto duro yugo a los términos del día en los mundos que abrevia tanta diestra; que si a las armas no, si no al funesto son de las trompas, que no aguardó a esto, Abila su coluna a vuestros pies rindió, a vuestra fortuna. Calpe desde su opuesta cumbre espera, aunque lo ha dividido el mar en vano, el término segundo del Tebano complicado al primero, y penetrada la ardiente Libia vuestra ardiente espada, que el Nigris no en su bárbara ribera, el Nilo sí con militar decoro, la sed os temple ya en celada de oro. Verás, canción, del César Africano al nieto augusto, armada un día la mano, hacer de Atlante en la silvosa cumbre, a las purpúreas cruces de sus señas, nuevos calvarios sus antiguas peñas. **** *book_ *id_poem224 *date_1625 *creator_gongora 224 De la toma de Larache     Larache, aquel africano fuerte, ya que no galán, al glorioso San Germán, rayo militar cristiano, se encomendó, y no fue en vano, pues cristianó luego al moro, y por más pompa y decoro, siendo su compadre él mismo, diez velas llevó al baptismo con muchos escudos de oro.     A la española el marqués lo vistió, y dejar le manda cien piezas que, aunque de Holanda, cada una un bronce es. Dellas les hizo después a sus lienzos guarnición, y viendo que era razón que un lienzo espirase olores, oliendo lo dejó a flores, si mosquetes flores son. **** *book_ *id_poem225 *date_1625 *creator_gongora 225 En persona de don Gómez de Figueroa, en la máscara que se hizo en Córdoba cuando vino nueva de la toma de Larache     Esta bayeta forrada en plata, señora mía, luto es de mi alegría bien nacida, y mal lograda; y esta, por vos desatada, hacha, en lágrimas de cera, a tener lengua, os dijera cuál me trae vuestro desdén, que no es Alarache quien me vistió desta manera. **** *book_ *id_poem226 *date_1625 *creator_gongora 226 A dos monjas, enviándoles una cesta de ciruelas cubierta de unas hojas de laurel     Recibid ambas a dos la cesta que para mí es de ciruela monjí, y de fraile para vos; y así, este verano, Dios abanillos de buen aire os dé, que hagáis donaire, en quitando el laurel fresco, de fruta que todo es cuesco, por lo que tiene de flaire. **** *book_ *id_poem227 *date_1625 *creator_gongora 227 Enviando dos conejos a una monja parienta suya     Dos conejos, prima mía, envío a vuesa merced, tan muertos en una red como aquel que los envía; hágaseles este día en vuestra celda el entierro, por que por dicha o por yerro mudéis, señora, de estilo, que si mata red de hilo, bien matará red de hierro. **** *book_ *id_poem228 *date_1625 *creator_gongora 228 A don Martín de Saavedra, viniendo a Madrid con cuartanas     Sin duda os valdrá opinión, en palacio y en la villa, el recebiros Castilla con achaques de León; prolijos achaques son, mas el curallos condeno, si no pretende un moreno, como lienzo o como hilado, salir, cuando más curado, más blanco, si no más bueno. **** *book_ *id_poem229 *date_1625 *creator_gongora 229     Apeóse el caballero (víspera era, de San Juan) al pie de una peña fría que es madre de perlas ya,     tan liberal, aunque dura, que al más fatigado más le sirve, en fuente de plata desatado, su cristal.     Lisonjeado del agua, pide al sol, ya que no paz, templadas treguas al menos debajo de un arrayán.     Concedíaselas, cuando vio venir de un colmenar muchos siglos de hermosura en pocos años de edad:     con un cántaro una niña, digo, una perla oriental, arracada de su aldea, si no lo es de la beldad,     cantando viene, contenta y valiente, por su mal, la vasija hecha instrumento, este atrevido cantar:  «Al campo te desafía      la colmeneruela: ven, Amor, si eres dios, y vuela;   vuela, Amor, por vida mía,   que, de un cantarillo armada,      en la estacada mi libertad te espera cada día.     »Este cántaro que ves será contra tu fiereza morrïón en la cabeza y, embrazándolo, pavés. Si ya tu arrogancia es     la que solía,    al campo te desafía      la colmeneruela: ven, Amor, si eres dios, y vuela;   vuela, Amor, por vida mía,   que, de un cantarillo armada,      en la estacada mi libertad te espera cada día».     Saludola el caballero, cuyo sobresalto al pie grillos le puso, de hielo, y yendo a limallos él,     Amor, que hace donaire del más bien templado arnés, embebida ya en el arco una saeta crüel,     perdona al pavés de barro, no a la que embraza el pavés, escondiéndole un arpón donde las plumas se ven.     Llegó el galán a la niña, que en un bello rosicler convirtió el color rosado, y saludola otra vez.     Ella, que sobre diamantes tremolar plumajes ve, y brillar espuelas de oro, dulce lo miró, y cortés.     Lo lindo, al fin, lo luciente, si la saeta no fue, esta lisonja afïanzan, que ella escucha sin desdén:     «Colmenera de ojos bellos y de labios de clavel,     ¿qué hará aquel que halla flechas en aquellos cuando en estos busca miel? Dímelo tú. —Sépalo él. —Dímelo tú, si no eres cruel.     »Colmeneruela, animosa contra el hijo de la diosa, si ve tus ojos divinos y esos dos claveles finos,     ¿qué hará aquel que halla flechas en aquellos cuando en estos busca miel? Dímelo tú. —Sépalo él. —Dímelo tú, si no eres cruel».     Desde el árbol de su madre, trincheado, Amor, allí, solicita la venganza del montaraz serafín.     Segunda flecha dispara, tal, que con silbo subtil las plumas de la primera las tiñe de carmesí.     Tomole el galán la mano, cometiéndole a un rubí que le prenda el corazón en su dedo de marfil.     La sortija lo ejecuta, y Amor, que fuego y ardid está fomentando en ella, la hace decir así:     «Tiempo es, el caballero, tiempo es de andar de aquí, que tengo la madre brava, y el veros será mi fin».     Él, contento, fía su robo de las ancas de un rocín, y ella, amante ya, su fuga, del caballero gentil.     Decidle a su madre, Amor, si la viniere a buscar, que una abeja le lleva la flor a otro mejor colmenar;     picar, picar, que cerquita está el lugar.     Decidle que no se aflija y perdone al llanto tierno, pues granjeó galán yerno cuando perdió bella hija: el rubí de una sortija se lo podrá asegurar, que una abeja le lleva la flor a otro mejor colmenar;     picar, picar, que cerquita está el lugar. **** *book_ *id_poem230 *date_1625 *creator_gongora 230 FÁBULA DE HERO Y LEANDRO     Aunque entiendo poco griego, en mis greguescos he hallado ciertos versos de Museo ni muy duros ni muy blandos.     De dos amantes la historia contienen, tan pobres ambos, que ella, para una linterna, y él no tuvo para un barco.     Dice, pues, que doña Hero tuvo por padre a un hidalgo, alcaide que era de Sesto, mal vestido y bien barbado.     Su madre, una buena griega, con más partos y postpartos que una vaca, y el castillo, una casa de descalzos     cernícalos de uñas negras en las almenas crïados: muchos dones a un candil y témporas todo el año.     También dice este poeta que era hijo, don Leandro, de un escudero de Abido, pobrísimo, pero honrado;     grandes hombres, padre y hijo, de regalarse, el verano, con gigotes de pepino, y, los hibiernos, de nabo,     la política del diente cometían luego a un palo, vara, y no de vagabundos, pues no los ha desterrado.     Era, pues, el mancebito un Narciso iluminado, virote de Amor, no pobre de plumas y de penachos.     De su barrio y del ajeno diligentísimo braco, grande orinador de esquinas, pero ventor por el cabo;     citarista, aunque nocturno, y Orfeo tan desgraciado, que nunca enfrenó las aguas que convocó el dulce canto,     puesto que ya, de Anfïón imitando algunos pasos, llamó a sí muchas más piedras que tuvo el muro tebano.     Este, pues, galán, un día, no sé si a pie o a caballo, salió (Dios en hora buena) no muy bien acompañado.     Cualquier lector que quisiere entrarse en el carro largo de las obras de Boscán se podrá ir con él de espacio,     que yo a pie quiero ver más un toro suelto en el campo, que en Boscán un verso suelto, aunque sea en un andamio.     Y así, no sé dónde fueron ni cómo se convocaron los devotos convecinos de templo tan visitado;     sé al menos que concurrieron cuantos baña comarcanos el sepulcro de la que iba a las ancas de su hermano.     Esto sólo de Museo entendí; y abrevïando, a la vela o romería llegó en un rocín muy flaco     el noble alcaide de Sesto, y la alcaidesa, en un asno (con perdón de los cofrades), doña Hero, en un cuartago,     gallarda de capotillo y de sombrero bordado, que le prestó para ello la mujer de un veinticuatro.     Los demás caballeritos en la torre se quedaron, cuál sin pluma y cuál con ella, y todos de hambre pïando.     Alborotó la aula Hero, que el muro del velo blanco tenía dos saeteras para los ojos rasgados,     a quien se calaron luego dos o tres torzuelos bravos como a búho tal, y entre ellos, el abideno bizarro.     Pïola cual gorrïón, cacareola cual gallo, arrullola cual palomo, hízola ruedas cual pavo.     Ella, del guante al descuido desenvainando una mano, lo aseguró y le dio un bello cristalino cintarazo.     Quedó aturdido el mozuelo, y, medio desatinado, almíbar dejó, de amor, caérsele por los labios:     poco fue lo que le dijo, mas tan dulce, aunque tan bajo, que, hecho sacristán, Cupido le corrió el velo al retablo.     Dejó caer el rebozo, y descubrió un «sepan, cuantos esta buena cara vieren, que han de morir anegados».     Crepúsculo era, el cabello, del día, entre obscuro y claro, rayos de una blanca frente, si hay marfil con negros rayos;     de ébano quiere el Amor que las cejas sean dos arcos, y no de ébano bruñido, sino recién aserrado;     los ojazos negros dicen: «Aunque negros, gente samo, condes, somos, de Buendía, si no somos condes Claros».     Los títulos me perdonen, y el dibujo prosigamos, que si no los tuvo Grecia, los pidió a España prestados:     la nariz, algo aguileña, que lo corvo, vinculado lo dejó Ciro a los griegos, como alfanje, en mayorazgo;     de rosas y de jazmines mezcló el cielo un encarnado que, por darlo a sus mejillas, se lo hurtó a la alba aquel año;     en dos labios dividido, se ríe un clavel rosado, guardajoyas de unas perlas que invidia el mar Indïano;     lo torneado del cuello y del pecho el alabastro tentaciones son, Señor, sed libera nos a malo;     entre lo que no se ve y lo que brujuleamos metió, una basquiña verde, el bastón terciopelado.     Estas eran las bellezas de aquel ídolo de mármol que a razones y a pellizcos tenía ya, el mozuelo, blando.     Favoreciolos la noche prestándoles tiempo, y tanto, que se contaron sus vidas y sus muertes concertaron.     Señora madre, devota, se estuvo siempre rezando, y señor padre, poltrón, se salió a dormir al claustro.     Con esto dieron lugar a que el galán diese asalto y escalase el pecho bobo, sin tocar nadie a rebato.     Celebrada, pues, la fiesta, por aquellos mismos pasos (si bien con otros intentos) que vinieron, se tornaron.     Pulgas pican al pelón, y tiénenlo tan picado, que diera al tiempo las plumas de su sombrerillo pardo     para que le sincopara el término señalado a los gustos no cumplidos y a los días mal logrados.     Llegó, al fin, que no debiera, en un día muy nublado y una noche muy lloviosa, luto el uno, la otra, llanto.     Apenas la obscura noche las cintas se ató del manto, y no del manto de lustre, sino de soplos del austro,     cuando el mozuelo orgulloso hacia el mar, ya alborotado, un pie con otro, se fue descalzando los zapatos.     Llegó desnudo a la orilla, donde estuvieron un rato las faldas de la camisa a las ondas imitando.     Haciendo con el estrecho, que ya le parece ancho, lo que el día de la purga el enfermo con el vaso,     la trémula seña aguarda que de luz corone lo alto, si tanta distancia puede vencella farol tan flaco.     Présaga, al fin, del suceso, turbada, salió, del caso, y cobarde al fiero soplo del animoso contrario.     Leandro, en viendo la luz, la arena besa, y gallardo, «¡Oh, de la estrella de Venus —le dice— ilustre traslado!:     norte eres ya de un bajel de cuatro remos por banco; si naufragare, serás Santelmo de su naufragio.     A tus rayos me encomiendo, que si me ayudan tus rayos, mal podrá un brazo de mar contrastar a mis dos brazos».     Esto dijo, y repitiendo «Hero y Amor», cual villano que a la carrera ligero solicita el rojo palio... **** *book_ *id_poem231 *date_1625 *creator_gongora 231     Saliéndome estotro día, candidísimo lector, a tomar el sol (que hogaño se usa tomar hasta el sol),     reventando, el pensamiento, de moral, alimentó, como a gusano de seda, mi necia imaginación.     Baboseando cuidados, y ajenos, que es lo peor, hiló su cárcel, la simple, en dos horas de reloj:     ¡qué impertinente clausura, y qué propriamente error, fabricar de ajenos yerros las rejas de su prisión!     En moneda de piedad boberías son, de a dos, que no valen ni aun en plata un ceutí, aunque sea limón.     Que el vaso de oro en que os sirve, vuestro gusto, su licor sea penado para mí, si es glorioso para vos, caridades excusadas,     mía fe, son.     Que las flechas venïales de vuestro mortal amor, que a vos no os pasan el sayo, me pasen a mí el jubón;     que los halcones del otro poderoso gran señor, doliéndome de sus gastos, los cebe en mi corazón, caridades excusadas,     mía fe, son.     Que me duela, del tahúr, lo que hasta el alba perdió, rïendo la alba igualmente su pérdida y mi dolor;     que la viudez me lastime, de la que moza quedó, si fue, el responso del muerto, del vivo amonestación, caridades excusadas,     mía fe, son.     Que sienta la ociosidad del vagabundo doctor que, herrando nunca su mula, todas las curas erró;     que a su mujer le dé el palo, un marido, y sude yo, pagándole ella en madera lo que él en leña le dio, caridades excusadas,     mía fe, son.     En este capullo estuvo el jüicio de don yo dos horas. Lector, a Dío, que en bergamasco es adiós. **** *book_ *id_poem232 *date_1625 *creator_gongora 232 A don fray Pedro González de Mendoza y Silva, electo arzobispo de Granada muy mozo     Consagróse el seráfico Mendoza, gran dueño mío, y con invidia deja al bordón flaco, a la capilla vieja, báculo tan galán, mitra tan moza.     Pastor que una Granada es vuestra choza, y cada grano suyo vuestra oveja, pues cada lengua acusa, cada oreja, la sal que busca, el silbo que no goza,     sílbelas desde allá vuestro apellido y al Genil, que esperándoos peina nieve, no frustréis más sus dulces esperanzas,     que sobre el margen, para vos florido, al son alternan, del cristal que mueve, sus ninfas coros, y sus faunos danzas. **** *book_ *id_poem233 *date_1625 *creator_gongora 233 Para la 4ª parte de la Pontifical del doctor Babia     Este, que Babia al mundo hoy ha ofrecido, poema, si no a números atado, de la disposición antes limado, y de la erudición después lamido,     historia es culta, cuyo encanecido estilo, si no métrico, peinado, tres ya pilotos del bajel sagrado hurta al tiempo, y redime del olvido.     Pluma, pues, que claveros celestiales eterniza en los bronces de su historia, llave es ya de los tiempos, y no pluma.     Ella a sus nombres puertas inmortales abre, no de caduca, no, memoria, que sombras sella en túmulos de espuma. **** *book_ *id_poem234 *date_1625 *creator_gongora 234 En la partida del conde de Lemos y del duque de Feria a Nápoles y a Francia     El conde mi señor se fue a Napóles; el duque mi señor se fue a Francía: príncipes, buen viaje, que este día pesadumbre daré a unos caracoles.     Como sobran tan doctos españoles, a ninguno ofrecí la musa mía; a un pobre albergue sí, de Andalucía, que ha resistido a grandes, digo soles.     Con pocos libros libres (libres, digo, de expurgaciones) paso, y me paseo, ya que el tiempo me pasa como higo.     No espero en mi verdad lo que no creo: espero en mi conciencia lo que sigo, mi salvación, que es lo que más deseo. **** *book_ *id_poem235 *date_1625 *creator_gongora 235 Al padre Francisco de Castro, de su libro de Retórica     Si ya el griego orador la edad presente, o el de Arpinas dulcísimo abogado, merecieran gozar, más enseñado este quedara, aquel más elocuente,     del bien decir bebiendo en la alta fuente, que en tantos ríos hoy se ha desatado, cuantos en culto estilo nos ha dado libros vuestra Retórica excelente.     Vos reducís, oh Castro, a breve suma el difuso canal desta agua viva; trabajo tal el tiempo no consuma,     pues, de laurel ceñido y sacra oliva, hacéis a cada lengua, a cada pluma, que hable néctar y que ambrosia escriba. **** *book_ *id_poem236 *date_1625 *creator_gongora 236 Del túmulo que hizo Córdoba en las honras de la señora reina doña Margarita     A la que España toda humilde estrado y su horizonte fue dosel apenas, el Betis esta urna en sus arenas majestüosamente ha levantado.     ¡Oh peligroso, oh lisonjero estado, golfo de escollos, playa de sirenas! Trofeos son del agua mil entenas, que aun rompidas no sé si han recordado.     La Margarita, pues, luciente gloria del sol de Austria y la concha de Baviera, más coronas ceñida que vio años,     en polvo ya el clarín final, espera, siempre sonante a aquel cuya memoria antes peinó, que canas, desengaños. **** *book_ *id_poem237 *date_1625 *creator_gongora 237 En la misma ocasión     No de fino diamante, o rubí ardiente, luces brillando aquel, este centellas, crespo volumen vio de plumas bellas nacer la gala más vistosamente,     que obscura el vuelo, y con razón doliente, de la perla católica que sellas, a besar te levantas las estrellas, melancólica aguja, si luciente.     Pompa eres de dolor, seña no vana de nuestra vanidad. Dígalo el viento, que ya de aromas, ya de luces, tanto     humo te debe. ¡Ay, ambición humana, prudente pavón hoy con ojos ciento, si al desengaño se los das, y al llanto! **** *book_ *id_poem238 *date_1625 *creator_gongora 238 En la misma ocasión     Máquina funeral, que desta vida nos decís la mudanza estando queda, pira, no de aromática arboleda, si a más gloriosa Fénix construida;     bajel en cuya gavia esclarecida estrellas, hijas de otra mejor Leda, serenan la fortuna, de su rueda la volubilidad reconocida:     farol luciente sois, que solicita la razón, entre escollos naufragante, al puerto, y a pesar de lo luciente,     obscura concha de una Margarita, que rubí en caridad, en fe diamante, renace a nuevo sol en nuevo oriente. **** *book_ *id_poem239 *date_1625 *creator_gongora 239 Al túmulo de Écija, en las honras de la señora reina doña Margarita     Ícaro de bayeta, si de pino cíclope no, tamaño como el rollo, ¿volar quieres con alas a lo pollo, estando en cuatro pies a lo pollino?     ¿Qué Dédalo te induce, peregrino, a coronar de nubes el meollo, si las ondas que el Betis de su escollo desata ha de infamar tu desatino?     No des más cera al sol, que es bobería, funeral avestruz, máquina alada, ni alimentes gacetas en Europa.     Aguarda a la Ciudad, que a mediodía, si mase Duelo no en capirotada, la servirá mase Bochorno en sopa. **** *book_ *id_poem240 *date_1625 *creator_gongora 240 A los túmulos que hicieron las ciudades de Jaén, Écija y Baeza en las honras de la reina doña Margarita de Austria     Oh bien haya Jaén, que en lienzo prieto de luces mil de sebo salpicado su túmbulo paró, y de pie quebrado en dos antiguas trovas sin conceto.     Écija se ha esmerado, yo os prometo, que en vultos de papel y pan mascado gastó gran suma, aunque no han acabado entre catorce abades un soneto.     Todo es obras de araña con Baeza, donde, fïel vasallo, el Regimiento pinos corta, bayetas solicita:     hallaron dos, y toman una pieza para el tumbo real, o monimento. ¡Nunca muriera doña Margarita! **** *book_ *id_poem241 *date_1625 *creator_gongora 241 Octava fúnebre en el sepulcro de la señora reina doña Margarita     En esta, que admiráis, de piedras graves labor no egipcia, aunque a la llama imita, ungüentos privilegian hoy süaves la muerta humanidad de Margarita, si de cuantos la pompa de las aves en su funeral leños solicita hay quien distile aroma tal, en vano resistiendo sus troncos al gusano. **** *book_ *id_poem242 *date_1625 *creator_gongora 242 Inscripción para el sepulcro de la señora reina doña Margarita     La perla que esplendor fue de España y de su corona yace aquí, y si la perdona, oh peregrino, tu pie, a este duro mármol, que hoy en polvo la merece, compungido lo agradece. Si no lo estás, yo aseguro ser menos, el mármol, duro que entre ella y tu pie se ofrece. **** *book_ *id_poem243 *date_1625 *creator_gongora 243 En la misma ocasión     Ociosa toda virtud, muerto su ejercicio llora la perla que engasta ahora el plomo deste ataúd: reina que en muda quietud duerme, y en silencio santo, a dos mundos, y aunque es tanto, es mucho que no lo rompa, o de su fama la trompa, o de sus reinos el llanto. **** *book_ *id_poem244 *date_1625 *creator_gongora 244 A don Diego Páez de Castillejo, animándolo a que hiciese versos     Por más daños que presumas, vuela, Ícaro español, que al templo ofreces, del Sol, en poca cera tus plumas. Blanco túmulo de espumas haga el Betis a tus huesos, que tus gloriosos excesos, si de mi musa los fías, los venerarán los días en los álamos impresos. **** *book_ *id_poem245 *date_1625 *creator_gongora 245 A otra monja que le había pedido unas castañas y batatas     No me pidáis más, hermanas, castañas con este frío, que enjertas os las envío y las volvéis regoldanas; fruta que por las mañanas, habiendo batatas bellas, hace parir las doncellas, milagros de monjas son, que, sin obra de varón, paren hijos para ellas. **** *book_ *id_poem246 *date_1625 *creator_gongora 246 A la señora doña Catalina de la Cerda, que, habiendo soltado un pajarillo, se le volvió a las manos     La que ya fue de las aves más curiosa y menos cuerda, cuando lazos de tu Cerda la perdonaron süaves, a los dulcemente graves rayos de tus ojos bellos vuelve a examinarse, y vellos, fïada en que la harán salva las veces que con el Alba saludare al sol en ellos.     Émula del mayor vuelo, y de la vista más clara, vuela, y deslumbrada para en el cristalino cielo de tus manos, que al hijuelo desarmaron de la diosa, donde altamente reposa contenta ya en ser igual, si no al águila real, a la simple mariposa.     Muere fénix, y abrasada, culta le renace pluma de los cisnes, que la espuma del Tajo ilustran sagrada, dignamente celebrada, pues ya que tus soberanos ojos sus intentos vanos luminosamente hicieron, urna de alabastro fueron a sus cenizas tus manos. **** *book_ *id_poem247 *date_1625 *creator_gongora 247 A don Pedro de Cárdenas, de un caballo que le mató un toro     Murió Frontalete, y hallo que el cuerno menos violento le sacará sangre al viento, pues mató vuestro caballo; hipérbole es recelallo, mas yo, don Pedro, recelo (después que no pisa el suelo vuestro Flegronte español) que a los caballos del Sol matará el Toro del cielo. **** *book_ *id_poem248 *date_1625 *creator_gongora 248 Vejamen que se dio en Granada a un sobrino del administrador del hospital real, que es la casa de los locos     Tenemos un doctorando, discretos y generosos oidores de las tibiezas que con empacho supongo.     Tenemos un doctorando criado en un oratorio (en una casa de orates, por no decilla de locos),     tan comensal, tan hermano aun de los más furïosos, que un orate, fratres suyo será pulla para todos.     Este, pues, doctorandico quiere, en la octava del Corpus, por autorizar el suyo, hacer burla de nosotros.     Hanos convidado a verlo, y creo que lo hacen pocos de los que lo están mirando, si no se ponen antojos ;     bien es verdad que su encia se paga, y aun muy al doblo, porque no nos puede ver: y no penséis que es por odio,     sino por la oblicuidad de sus dos serenos ojos, tan serenos, que lo tienen romadizado y con mocos.     Este, pues, doctoranduncio amaneció con golondros de doctor, una mañana que se le alteró el meollo.     Pidiole borla el testuzo, y entre vano y vergonzoso le dijo a su señor tío: «Pater noster, yo soy pollo     del huevo que ya empollastes, con vuestra pluma me honro: dejadme caer en esta tentación de semidocto;     ya que lo soy de la haz, hacedme del revés tordo, dotor digo, y sea, una borla, giralda del capitolio».     Correspondiole su tío y, aunque algo escrupuloso de su talento, a la costa jinetes ofreció, de oro.     Conócelo, porque ha sido del ya menguado auditorio de sus sermoncicos, uno, y no ha querido ser otro;     conócele que predica, reventando muy de tosco, frusleras italïanas por monseñor de Bitonto;     conócele que no tiene ni más partes, ni más tomo, que las de santo Tomás, y del siempre agudo Scoto;     conócelo, mas la honra le hizo decir «Sí otorgo», aunque ahora la vergüenza lo tiene como un madroño.     Hanos traído, pues, hoy este nieto de Pus Podos (por lo cumplido de pies, según la regla de Antonio)     donde me ha obligado a mí, por lo que tiene de potro tortural y aun apretante, si no de borrico y romo,     a deciros las verdades que he callado y ya conozco de este discípulo mío, de este ya mi oyente sordo:     lo que trabajé con él sábelo el santo glorioso que celebramos hoy, pues quizá quedó menos ronco     de dar voces al desierto y de convertir escollos, que yo de explicarle puntos que hoy le he de dar por el rostro.     Es tan rudo su merced, que puede sanar él solo mal de madre, muchos más que darlos, un alboroto.     Presume, con todo eso, su merced, de ingenïoso, mas es, su ingenio, de seda, que repite para torno,     donde creo que ha torcido la de este cándido copo: de esta borla blanca, digo, que ha pretendido baboso,     y que ha hilado gusano, donde se ha de quedar bobo, que es capullo para unos lo que es borla para otros.     Concédale, pues, el claustro, este doctoral adorno; sirva de tilde, la insignia, a la q de nuestro coco,     que hay señor q tilde, que hanlo crecido de hombros dos hebras de seda más que cuatro dedos de corcho.     ¡Vanidad de vanidades! Tanto levanta del polvo, su mitra, a la cogujada, como su capelo al hongo;     defecto natural suple mal, remedio artificioso: mono vestido de seda nunca deja de ser mono.     Consuélese voacé, y goce en siglos dichosos el debido honor a estudios de un Tostado en nuestro horno;     el magisterio romped, por lo que tenéis de tronco, los años de las encinas de nuestro Romano Soto;     seáis por lo autorizado mucho más grave que el plomo, metal que igualmente ignora la facilidad y el moho;     hágaos por bienquisto, el vulgo, el mismo aplauso que a un toro; victor os aclamen letras de escolástico y redondo;     tan pegado a las paredes viváis, que algún invidioso os rempuje algún suspiro, cuando no os diga un responso;     sonando al fin vuestro nombre desde el Cancro al Capricornio, trompas de la Fama digan que se gradúan ya trompos. **** *book_ *id_poem249 *date_1625 *creator_gongora 249     Cloris, el más bello grano, si no el más dulce rubí, de la Granada a quien lame sus cáscaras el Genil,     enjaulando unos claveles estaba en el Jaragüí, purpúreas aves con hojas, muda pompa del abril.     Bien que muda, su fragrancia era un canoro ámbar gris, que ella no oye por ser roma, sorda, digo, de nariz.     De cañas labra subtiles prisión tan cerrada, al fin, que el aire dudaba entrar, porque dudaba salir.     Entre estos nudos, abeja, que haciendo puntas mil tratar quiso como a flor a un ruiseñor carmesí,     pagara su golosina al cerrar la clave, si en el quinto no pecara mandamiento de marfil:     un dedo picó, el menor de la arquitecta gentil, juzgándolo quinta hoja de una blanca flor de lis.     Cuánto lo siente la moza otro lo diga por mí, que de casos criminales soy coronista civil:     lloró aljófar, lloró perlas pienso yo que un celemín, y aunque este pienso no es mío, puntüalmente fue así.     Discursos ha hecho el ocio y aun se ha dejado decir que la abejuela era, breve, el ceguezuelo ruin:     mal venerado, el Amor, de este romo serafín, sus armas envainó todas en el aguijón subtil;     ganando, pues, cielo a dedos el rapaz con este ardid, perdió Cloris tierra a palmos entre uno y otro alhelí.     Solicitábala entonces el señor don Belianís, mostachos hasta los tufos, con rumbos de paladín;     tenía de mal francés lo que de obispo Turpín, y en español la dejó trompa hecha de París.     Dio pares luego, y no a Francia, que estaba lejos de allí, sino al Darro, al Dauro digo, y aun huele mal en latín.     Glorïoso Cupidillo, en las ramas de un jazmín colgando sus agridulces instrumentos de herir,     a enjaular flores convida las damas del Zacatín en cañas, cuantas refinan los trapiches de Motril. **** *book_ *id_poem250 *date_1625 *creator_gongora 250 A la memoria de la muerte y del infierno     Urnas plebeyas, túmulos reales, penetrad sin temor, memorias mías, por donde ya el verdugo de los días con igual pie dio pasos desiguales.     Revolved tantas señas de mortales, desnudos huesos, y cenizas frías, a pesar de las vanas, si no pías, caras preservaciones orientales.     Bajad luego al abismo, en cuyos senos blasfeman almas, y en su prisión fuerte hierros se escuchan siempre, y llanto eterno,     si queréis, oh memorias, por lo menos con la muerte libraros de la muerte, y el infierno vencer con el infierno. **** *book_ *id_poem251 *date_1625 *creator_gongora 251 A don antonio Venegas, obispo de Pamplona     ¡Oh de alto valor, de virtud rara sacro esplendor, en toda edad luciente, cuya fama los términos de oriente ecos los hace de su trompa clara!     Vuestro cayado pastoral, hoy vara, dará flores, y vos, gloriosamente del pellico a la púrpura ascendiente, subiréis de la mitra a la tïara.     No es voz de fabulosa deidad esta, consultada en oráculo profano, sino de la razón muda respuesta.     Deja su urna el Betis, y lozano cuantos engendra toros la floresta por vos fatiga en hábito africano. **** *book_ *id_poem252 *date_1625 *creator_gongora 252 Para un retrato de don Juan de Acuña, presidente de Castilla, hijo del conde de Buendía     Este, que en traje lo admiráis togado, claro, no a luces hoy de lisonjero pincel, sino de claro caballero, esplendor del Buendía que lo ha dado;     este, ya de justicia, ya de estado, oráculo en España verdadero, a quien por tan legal, por tan entero, sus balanzas Astrea le ha fïado,     clava serán de Alcides en su diestra, que de monstros la edad purgue, presente, y a los siglos invidia sea, futuros;     este pues, gloria de la nación nuestra, don Juan de Acuña es; buril valiente al tiempo lo vincule en bronces duros. **** *book_ *id_poem253 *date_1625 *creator_gongora 253 Para un libro del licenciado Soto de Rojas     Poco después que su cristal dilata, orla el Dauro los márgenes de un Soto, cuyas plantas Genil besa devoto, Genil, que de las nieves se desata.     Sus corrientes por él cada cual trata las escuche el antípoda remoto, y el culto seno de sus minas roto oro al Dauro le preste, al Genil, plata.     Él, pues, de rojas flores coronado, nobles en nuestra España por ser Rojas, como bellas al mundo por ser flores,     con rayos dulces mil de sol templado al mirto peina, y al laurel, las hojas, monte de musas ya, jardín de amores. **** *book_ *id_poem254 *date_1625 *creator_gongora 254 Volviéndose a Francia el duque de Humena     Despidiose el francés con grasa buena (con buena gracia digo, señor Momo), hizo España el deber con el Vandomo, y al pagar lo hará con el de Pena.     Reales fiestas le impidió al de Humena la ya engastada Margarita en plomo, aunque no hay toros para Francia como los de Guisando su comida y cena.     Estrellose la gala de diamantes tan al tope, que alguno fue topacio, y aun don Cristalïán mintió finezas.     Partiose al fin, y tan brindadas antes nos dejó las saludes de palacio, que otro día enfermaron sus altezas. **** *book_ *id_poem255 *date_1625 *creator_gongora 255 Fábula de Polifemo y Galatea Al conde de Niebla     Estas, que me dictó, rimas sonoras, culta sí, aunque bucólica, Talía, oh excelso conde, en las purpúreas horas que es rosas la alba y rosicler el día, ahora que de luz tu Niebla doras, escucha, al son de la zampoña mía, si ya los muros no te ven, de Huelva, peinar el viento, fatigar la selva.     Templado, pula en la maestra mano el generoso pájaro su pluma, o tan mudo en la alcándara, que en vano aun desmentir al cascabel presuma; tascando haga el freno de oro, cano, del caballo andaluz la ociosa espuma; gima el lebrel en el cordón de seda, y al cuerno, al fin, la cítara suceda.     Treguas al ejercicio sean, robusto, ocio atento, silencio dulce, en cuanto debajo escuchas, de dosel augusto, del músico jayán el fiero canto. Alterna con las musas hoy el gusto, que, si la mía puede ofrecer tanto clarín, y de la Fama no segundo, tu nombre oirán los términos del mundo.     Donde espumoso el mar Sicilïano el pie argenta de plata al Lilibeo, bóveda o de las fraguas de Vulcano o tumba de los huesos de Tifeo, pálidas señas cenizoso un llano, cuando no del sacrílego deseo, del duro oficio da. Allí una alta roca mordaza es a una gruta, de su boca.     Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro, la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser, de la negra noche, nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves.     De este, pues, formidable de la tierra bostezo el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío y redil espacioso donde encierra cuanto las cumbres ásperas cabrío, de los montes, esconde: copia bella que un silbo junta y un peñasco sella.     Un monte era de miembros eminente este (que, de Neptuno hijo fiero, de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero) cíclope, a quien el pino más valiente bastón le obedecía, tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón, y otro, cayado.     Negro el cabello, imitador undoso de las obscuras aguas del Leteo, al viento que lo peina, proceloso, vuela sin orden, pende sin aseo; un torrente es, su barba, impetüoso que, adusto hijo de este Pirineo, su pecho inunda, o tarde o mal o en vano surcada, aun de los dedos de su mano.     No la Trinacria en sus montañas fiera armó de crüeldad, calzó de viento, que redima feroz, salve ligera su piel manchada de colores ciento: pellico es ya la que en los bosques era mortal horror al que con paso lento los bueyes a su albergue reducía, pisando la dudosa luz del día.     Cercado es, cuanto más capaz más lleno, de la fruta, el zurrón, casi abortada que el tardo otoño deja al blando seno de la piadosa hierba, encomendada: la serba, a quien le da rugas el heno; la pera, de quien fue cuna dorada la rubia paja y, pálida tutora, la niega avara y pródiga la dora.     Erizo es, el zurrón, de la castaña y, entre el membrillo o verde o datilado, de la manzana hipócrita, que engaña a lo pálido no, a lo arrebolado, y de la encina (honor de la montaña, que pabellón al siglo fue dorado) el tributo: alimento, aunque grosero, del mejor mundo, del candor primero.     Cera y cáñamo unió, que no debiera, cien cañas, cuyo barbaro rüido, de más ecos que unió cáñamo y cera albogues duramente es repetido; la selva se confunde, el mar se altera, rompe Tritón su caracol torcido, sordo huye el bajel a vela y remo: tal la música es, de Polifemo.     Ninfa de Doris hija, la más bella, adora, que vio el reino de la espuma; Galatea es su nombre, y dulce en ella el terno, Venus, de sus Gracias suma. Son una y otra luminosa estrella lucientes ojos de su blanca pluma: si roca de cristal no es de Neptuno, pavón de Venus es, cisne de Juno.     Purpúreas rosas sobre Galatea la Alba entre lilios cándidos deshoja: duda el Amor cuál más su color sea, o púrpura nevada o nieve roja. De su frente, la perla es, eritrea, émula vana; el ciego dios se enoja y, condenado su esplendor, la deja pender en oro al nácar de su oreja.     Invidia de las ninfas y cuidado de cuantas honra el mar deidades era; pompa del marinero niño alado que sin fanal conduce su venera. Verde el cabello, el pecho no escamado, ronco sí, escucha a Glauco la ribera inducir a pisar, la bella ingrata, en carro de cristal, campos de plata.     Marino joven, las cerúleas sienes del más tierno coral ciñe Palemo, rico de cuantos la agua engendra bienes del Faro odioso al Promontorio extremo, mas en la gracia igual, si en los desdenes perdonado algo más que Polifemo, de la que, aun no lo oyó y, calzada plumas, tantas flores pisó como él espumas.     Huye la ninfa bella, y el marino amante nadador ser bien quisiera, ya que no áspid a su pie divino, dorado pomo a su veloz carrera. Mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino la fuga suspender podrá, ligera, que el desdén solicita? ¡Oh, cuánto yerra delfín que sigue en agua corza en tierra!     Sicilia en cuanto oculta, en cuanto ofrece, copa es de Baco, huerto de Pomona: tanto de frutas esta la enriquece cuanto aquel de racimos la corona. En carro que estival trillo parece a sus campañas Ceres no perdona, de cuyas siempre fértiles espigas las provincias de Europa son hormigas.     A Pales su viciosa cumbre debe lo que a Ceres, y aun más, su vega llana, pues si en la una granos de oro llueve, copos nieva en la otra mil de lana. De cuantos siegan oro, esquilan nieve o en pipas guardan la exprimida grana, bien sea religión, bien amor sea, deidad, aunque sin templo, es Galatea,     sin aras no: que el margen, donde para, del espumoso mar, su pie ligero, al labrador, de sus primicias ara, de sus esquilmos es al ganadero; de la Copia a la tierra poco avara el cuerno vierte el hortelano, entero, sobre la mimbre que tejió, prolija si artificiosa no, su honesta hija.     Arde la juventud, y los arados peinan las tierras que surcaron antes, mal conducidos, cuando no arrastrados, de tardos bueyes, cual su dueño errantes; sin pastor que los silbe, los ganados los crujidos ignoran resonantes de las hondas, si en vez del pastor pobre el céfiro no silba o cruje el robre.     Mudo la noche el can, el día, dormido, de cerro en cerro y sombra en sombra yace; bala el ganado; al mísero balido, nocturno el lobo, de las sombras, nace; cébase y, fiero, deja humedecido en sangre de una lo que la otra pace. ¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño el silencio del can sigan, y el sueño!     La fugitiva ninfa, en tanto, donde hurta un laurel su tronco al Sol ardiente, tantos jazmines cuanta hierba esconde la nieve de sus miembros, da a una fuente. Dulce se queja, dulce le responde un ruiseñor a otro, y dulcemente al sueño da sus ojos la armonía, por no abrasar con tres soles el día.     Salamandria del Sol, vestido estrellas, latiendo el can del cielo estaba, cuando, polvo el cabello, húmidas centellas, si no ardientes aljófares, sudando, llegó Acis y, de ambas luces bellas dulce occidente viendo al sueño blando, su boca dio, y sus ojos cuanto pudo, al sonoro cristal, al cristal mudo.     Era Acis un venablo de Cupido, de un fauno, medio hombre, medio fiera, en Simetis, hermosa ninfa, habido, gloria del mar, honor de su ribera. El bello imán, el ídolo dormido, que acero sigue, idólatra venera, rico de cuanto el huerto ofrece, pobre, rinden las vacas y fomenta el robre:     el celestial humor recién cuajado que la almendra guardó, entre verde y seca, en blanca mimbre se lo puso al lado, y un copo, en verdes juncos, de manteca; en breve corcho, pero bien labrado, un rubio hijo de una encina hueca, dulcísimo panal, a cuya cera su néctar vinculó, la primavera.     Caluroso, al arroyo da las manos y, con ellas, las ondas a su frente, entre dos mirtos que, de espuma canos, dos verdes garzas son de la corriente. Vagas cortinas de volantes vanos corrió Favonio lisonjeramente, a la, de viento cuando no sea, cama de frescas sombras, de menuda grama.     La ninfa, pues, la sonorosa plata bullir sintió, del arroyuelo, apenas, cuando, a los verdes márgenes ingrata, segur se hizo de sus azucenas. Huyera, mas tan frío se desata un temor perezoso por sus venas, que a la precisa fuga, al presto vuelo grillos de nieve fue, plumas de hielo.     Fruta en mimbres halló; leche exprimida, en juncos; miel en corcho; mas sin dueño, si bien al dueño debe, agradecida su deidad, culta, venerado, el sueño. A la ausencia mil veces ofrecida, este de cortesía no pequeño indicio la dejó, aunque estatua helada, más discursiva y menos alterada.     No al cíclope atribuye, no, la ofrenda; no a sátiro lascivo, ni a otro feo morador de las selvas, cuya rienda el sueño aflija que aflojó el deseo. El niño dios, entonces, de la venda, ostentación gloriosa, alto trofeo quiere que al árbol de su madre sea el desdén hasta allí de Galatea.     Entre las ramas del, que más se lava en el arroyo, mirto levantado, carcaj de cristal hizo, si no aljaba, su blanco pecho, de un arpón dorado; el monstro de rigor, la fiera brava, mira la ofrenda ya con más cuidado, y aun siente que a su dueño sea, devoto, confuso alcaide más, el verde soto.     Llamáralo, aunque muda, mas no sabe el nombre articular que más querría, ni lo ha visto, si bien pincel süave lo ha bosquejado ya en su fantasía. Al pie, no tanto ya, del temor, grave, fía su intento, y tímida, en la umbría cama de campo y campo de batalla, fingiendo sueño al cauto garzón halla.     El bulto vio y, haciéndolo dormido, librada en un pie toda sobre él pende urbana al sueño, bárbara al mentido retórico silencio que no entiende: no el ave reina así el fragoso nido corona inmóvil, mientras no desciende, rayo con plumas, al milano pollo, que la eminencia abriga, de un escollo,     como la ninfa bella, compitiendo con el garzón dormido, en cortesía, no solo para, mas, el dulce estruendo del lento arroyo, enmudecer querría. A pesar luego de las ramas, viendo colorido el bosquejo que ya había en su imaginación Cupido hecho con el pincel que le clavó su pecho,     de sitio mejorada, atenta mira en la disposición robusta aquello que, si por lo süave no la admira, es fuerza que la admire por lo bello: del casi tramontado sol aspira, a los confusos rayos, su cabello; flores su bozo es, cuyas colores, como duerme la luz, niegan, las flores.     En la rústica greña yace oculto el áspid, del intonso prado ameno, antes que del peinado jardín culto en el lascivo, regalado seno: en lo viril desata, de su vulto, lo más dulce, el Amor, de su veneno; bébelo Galatea, y da otro paso por apurarle la ponzoña al vaso.     Acis, aun más de aquello que dispensa la brújula del sueño vigilante, alterada la ninfa esté, o suspensa, Argos es siempre atento a su semblante, lince penetrador de lo que piensa, cíñalo bronce o múrelo diamante, que en sus paladïones Amor ciego, sin romper muros, introduce fuego.     El sueño de sus miembros sacudido, gallardo el joven la persona ostenta y, al marfil luego de sus pies rendido, el coturno besar dorado intenta. Menos ofende el rayo prevenido al marinero, menos la tormenta prevista le turbó, o pronosticada: Galatea lo diga, salteada.     Más agradable y menos zahareña, al mancebo levanta venturoso, dulce ya concediéndole, y risueña, paces no al sueño, treguas sí al reposo. Lo cóncavo hacía de una peña a un fresco sitïal dosel umbroso, y verdes celosías unas hiedras, trepando troncos y abrazando piedras.     Sobre una alfombra (que imitara en vano el tirio sus matices, si bien era de cuantas sedas ya hiló, gusano, y artífice tejió, la primavera) reclinados, al mirto más lozano una y otra lasciva, si ligera, paloma se caló, cuyos gemidos, trompas de Amor, alteran sus oídos.     El ronco arrullo al joven solicita, mas, con desvíos Galatea, suaves, a su audacia los términos limita, y el aplauso al concento de las aves. Entre las ondas y la fruta, imita Acis al siempre ayuno en penas graves, que, en tanta gloria, infierno son no breve, fugitivo cristal, pomos de nieve.     No a las palomas concedió Cupido juntar de sus dos picos los rubíes, cuando al clavel el joven atrevido las dos hojas le chupa, carmesíes. Cuantas produce Pafo, engendra Gnido, negras vïolas, blancos alhelíes, llueven sobre el que Amor quiere que sea tálamo de Acis ya, y de Galatea.     Su aliento humo, sus relinchos fuego, si bien su freno espumas, ilustraba las columnas Etón, que erigió el Griego do el carro de la luz sus ruedas lava, cuando, de amor el fiero jayán, ciego, la cerviz oprimió a una roca brava que a la playa, de escollos no desnuda, linterna es ciega y atalaya muda.     Árbitro de montañas y ribera, aliento dio, en la cumbre de la roca, a los albogues que agregó la cera, el prodigioso fuelle de su boca; la ninfa los oyó, y ser más quisiera breve flor, hierba humilde y tierra poca, que de su nuevo tronco vid lasciva, muerta de amor y de temor no viva.     Mas, cristalinos pámpanos sus brazos, amor la implica, si el temor la anuda, al infelice olmo que pedazos la segur de los celos hará, aguda. Las cavernas en tanto, los ribazos que ha prevenido la zampoña ruda, el trueno de la voz fulminó luego: referidlo, Pïérides, os ruego.     «¡Oh bella Galatea, más süave que los claveles que troncó la Aurora; blanca más que las plumas de aquel ave que dulce muere y en las aguas mora; igual en pompa al pájaro que, grave, su manto azul, de tantos ojos dora cuantas el celestial zafiro estrellas! ¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!     »Deja las ondas, deja el rubio coro de las hijas de Tetis, y el mar vea, cuando niega la luz un carro de oro, que en dos la restituye Galatea. Pisa la arena, que en la arena adoro cuantas el blanco pie conchas platea, cuyo bello contacto puede hacerlas, sin concebir rocío, parir perlas.     »Sorda hija del mar, cuyas orejas a mis gemidos son rocas al viento: o dormida te hurten a mis quejas purpúreos troncos de corales ciento, o al disonante número de almejas (marino, si agradable no, instrumento) coros tejiendo estés, escucha un día mi voz, por dulce cuando no, por mía.     »Pastor soy, mas tan rico de ganados, que los valles impido, más vacíos, los cerros desparezco, levantados, y los caudales seco, de los ríos: no los que, de sus ubres desatados o derivados de los ojos míos, leche corren y lágrimas, que iguales en número a mis bienes son mis males.     »Sudando néctar, lambicando olores, senos que ignora aun la golosa cabra corchos me guardan, más que abeja flores liba inquïeta, ingenïosa labra; troncos me ofrecen, árboles mayores, cuyos enjambres, o el abril los abra o los desate el mayo, ámbar distilan, y en ruecas de oro rayos del sol hilan.     »Del Júpiter, soy hijo, de las ondas, aunque pastor; si tu desdén no espera a que el monarca de esas grutas hondas en trono de cristal te abrace nuera, Polifemo te llama, no te escondas, que tanto esposo admira la ribera cual otro no vio Febo, más robusto, del perezoso Volga al Indo adusto.     »Sentado, a la alta palma no perdona su dulce fruto mi robusta mano; en pie, sombra capaz es, mi persona, de innumerables cabras, el verano. ¿Qué mucho, si de nubes se corona por igualarme, la montaña, en vano, y en los cielos, desde esta roca, puedo escribir mis desdichas con el dedo?     »Marítimo alcïón roca eminente sobre sus huevos coronaba, el día que espejo de zafiro fue luciente la playa azul, de la persona mía; mireme, y lucir vi un sol en mi frente cuando en el cielo un ojo se veía: neutra, el agua dudaba a cuál fe preste, o al cielo humano o al cíclope celeste.     »Registra en otras puertas el venado sus años, su cabeza colmilluda la fiera cuyo cerro levantado de helvecias picas es muralla aguda; la humana suya el caminante errado dio ya a mi cueva, de piedad desnuda, albergue hoy por tu causa al peregrino, do halló reparo, si perdió camino.     »En tablas dividida, rica nave besó la playa miserablemente, de cuantas vomitó riquezas grave, por las bocas del Nilo, el orïente. Yugo aquel día, y yugo bien süave, del fiero mar a la sañuda frente imponiéndole estaba, si no al viento dulcísimas coyundas, mi instrumento,     »cuando entre globos de agua entregar veo a las arenas, ligurina haya, en cajas, los aromas del Sabeo, en cofres, las riquezas de Cambaya, delicias de aquel mundo, ya trofeo de Escila, que, ostentado en nuestra playa, lastimoso despojo fue dos días a las, que esta montaña engendra, harpías.     »Segunda tabla a un ginovés mi gruta de su persona fue, de su hacienda: la una reparada, la otra enjuta, relación del naufragio hizo, horrenda. Luciente paga de la mejor fruta que en hierbas se recline, o en hilos penda, colmillo fue del animal que el Ganges sufrir muros lo vio, romper falanges,     »arco, digo, gentil, bruñida aljaba, obras ambas de artífice prolijo, y de malaco rey a deidad java alto don, según ya mi huésped dijo: de aquel la mano, de esta el hombro agrava; convencida la madre, imita al hijo: serás a un tiempo, en estos horizontes, Venus del mar, Cupido de los montes».     Su horrenda voz, no su dolor interno, cabras aquí le interrumpieron, cuantas, vagas el pie, sacrílegas el cuerno, a Baco se atrevieron en sus plantas; mas, conculcado el pámpano más tierno viendo, el fiero pastor, voces él tantas y tantas despidió la honda piedras, que el muro penetraron de las hiedras.     De los nudos, con esto, más süaves, los dulces dos amantes desatados, por duras guijas, por espinas graves solicitan el mar con pies alados: tal redimiendo de importunas aves incauto meseguero sus sembrados, de liebres dirimió copia, así, amiga que vario sexo unió y un surco abriga.     Viendo el fiero jayán con paso mudo correr al mar la fugitiva nieve (que a tanta vista el líbico desnudo registra el campo de su adarga breve) y al garzón viendo, cuantas mover pudo celoso trueno antiguas hayas mueve: tal, antes que la opaca nube rompa, previene, rayo, fulminante trompa.     Con vïolencia desgajó infinita la mayor punta de la excelsa roca, que al joven, sobre quien la precipita, urna es mucha, pirámide no poca. Con lágrimas la ninfa solicita las deidades del mar, que Acis invoca: concurren todas, y el peñasco duro la sangre que exprimió, cristal fue, puro.     Sus miembros lastimosamente opresos del escollo fatal fueron apenas, que los pies de los árboles más gruesos calzó el líquido aljófar de sus venas. Corriente plata al fin sus blancos huesos, lamiendo flores y argentando arenas, a Doris llega, que con llanto pío, yerno lo saludó, lo aclamó río. **** *book_ *id_poem256 *date_1625 *creator_gongora 256 A los poetas que asistían en Ayamonte Por este culto bien nacido prado, que torres lo coronan eminentes, que guarnece el cristal de Guadïana, su monte deja Apolo, de dos frentes, con una y otra musa soberana, sacro escuadrón de abejas, si no alado,     susurrante y armado de liras de marfil, de plectros de oro. Este, pues, docto enjambre y dulce coro, maravillas libando, no ya aquellas     efímeras de flores que a la madre gentil de los Amores     deben, y a sus estrellas, tan breve ser, que en un día que adquieren alegres nacen y caducas mueren,     sino otras maravillas,     que marchitar en vano pretende el tiempo, desde las orillas que los términos besan del Tebano     hasta el hombro robusto     del español Atlante,     del muro de diamante     del Pirineo adusto, sacras plantas, perpetuamente vivas, émulas no de palmas ni de olivas (que en duración se burlan y en grandeza de cuantas ostentó naturaleza), sino de las pirámides de Egito,     de la estatua de Rodas,     puesto que ya son todas polvos de lo que dellas está escrito; incultas se crïaron y difusas     en lo que España encierra,     pero ya poca tierra alimento las hace de las musas,     que en este prado solo las ha querido recoger Apolo, donde sus sombras solicitan sueño,     tal, que el dios se ha dormido     en el campo florido, y mudo pende su canoro leño,     para quien luego apela el docto enjambre que sin alas vuela,     y con arte no poca, las flores trasladando de su boca     a la sacra vihuela, dulzuras acrecientan a dulzuras.     El rubio dios recuerda y, pulsando una dulce y otra cuerda,     la métrica armonía     que en Delfos algún día al tiempo le hurtó cosas futuras, de suavidad ahora el prado baña.     Erudición dé España:     goza lo que te ofrece     este jardín de Febo,     dulce Helicona nuevo, que torres honran y cristal guarnece;     goza sus bellas plantas,     que maravillas tantas admiraciones son, y desenojos, néctar del gusto y gloria de los ojos. **** *book_ *id_poem257 *date_1625 *creator_gongora 257 Diálogo entre Coridón y otro     ¡Cuán venerables que son, cuán digno de reverencia, las tocas de la apariencia, el manto de la opinión! ¡Oh Coridón, Coridón! Venza las tórtolas Dido en uno y otro gemido, turbe el agua a lo vïudo, que a fe que el hierro desnudo desmienta al monjil vestido.     De un serafín quintañón el menos hoy blanco diente, si una perla no es luciente, es un desnudo piñón. ¡Oh Coridón, Coridón! Antojos calzáis de necio, pues no entendéis a Vegecio; pero entendereislo al fin, si el quintañón serafín muerde duro o tose recio.     Galán no pasea el balcón de la reclusa doncella, que no lo conozca ella, y no conoce varón. ¡Oh Coridón Coridón! Fresco estáis, no sé que os diga, si el Amor, por lo que obliga un conocimiento desos, le sacó prendas con huesos del cofre de la barriga.     Solicita devoción el rostro de la beata, el jeme, digo, de plata, engastado en un griñón. ¡Oh Coridón, Coridón! No hay flor de abeja segura; poca plata es su figura, poca; mas, con todo eso, en oro le paga el peso quien en cuartos la hechura.     Tejiendo ocupa un rincón Penélope, mientras yerra por mar Ulises, por tierra cenizas ya el Ilïón. Oh Coridón, Coridón! Ella en tierra y él en mar papillas pudieran dar a un gitano, puesto que él menos urdió en su bajel que ella tejió en su telar. **** *book_ *id_poem258 *date_1625 *creator_gongora 258 Loa que recitó un sobrino de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba, en una comedia que le representaron él y otros caballeros estudiantes     No vengo a pedir silencio, que la cómica española no calza los zuecos que la antigüedad rigurosa.     A solicitar sí vengo una de las muchas trompas del monstro que todo es pluma, del ave que es ojos toda:     de la Fama, que, sin duda, muda a su pesar ahora, ha concurrido a este acto, o miembros vestida o sombras.     Mas no creo será bien que tanta modestia rompa, tan vocinglero instrumento: mienta, pues, ajenas formas,     y a mí, en plectro agradecido de cítara numerosa, musa hoy culta me dicte cuanto el Borístenes oya.     En vez de prólogo quiero, pues lo llama España loa, ofender suavemente las orejas (siempre sordas)     de tu prudencia (al encanto de la mágica lisonja), oh modelo de prelados, cuando no primera copia     de tu patrïarca santo, luciente de España gloria: sufre tus prerrogativas, y breve rato o perdona     o excusa al que parte indigna es de tu casa Mardona, que en antiguo valle ilustra las Montañas generosas.     Permite que por mi lira el mundo todo conozca tu calificada cuna, tu educación virtüosa,     y en tu adolescencia cana tu siempre afección devota al hábito que escogiste, de que Barbadillo se honra ;     tu perseverante estudio, decorado con la borla, honor del púlpito grave y de la cátedra docta;     tu penitencia ejemplar, tu humildad, despreciadora de los lugares en que aun la obediencia coloca.     Mas, como al fin se le debe el candelero a la antorcha, y puede esconderse mal ciudad que el monte corona,     los ojos venció del duque tu esplendor, tus religiosas canas, luciente homenaje del muro de tu persona,     y a tus pies contrita su alma, bien como herida corza, del díctamo solicita las tres veniales hojas.     Con invidia luego, santa, Filipo a tus pies se prostra, y en cada rodilla suya no menos que un orbe dobla;     de su consciencia clavero tres años, las dos heroicas le introdujiste, virtudes: justicia y misericordia.     De méritos, ya de edad, cargado, y de las, que corvan aun las espaldas de Atlante, comisiones onerosas,     Córdoba te mereció, cuando pudiera bien Roma impedir tus venerables sienes con sus tres coronas.     Aquí, pues, de tu piedad señas has dado no pocas: léase en Burgos aquel capítulo de tu historia     en el insigne convento, digo, de San Pablo, pompa de la provincia por ti, si admiración no de Europa.     Las piedras de tu palacio lenguas sean de tus obras, que lenguas de piedra es bien que eternicen tu memoria.     De esta santa iglesia hable la fábrica caudalosa, que agradecida ser quiere de tus reliquias custodia.     Díganlo, si no, las mudas, las cuotidïanas ondas del profundo, del inmenso oceano de limosnas     que inunda la ciudad. Antes que en él pierda yo la sonda, me vuelvo a la, que me espera, compañía, aunque bisoña,     que por tener las vacantes de los estudios no ociosas, le ha hecho al tiempo un engaño, a que yo os convido ahora. **** *book_ *id_poem259 *date_1625 *creator_gongora 259 A don Antonio de las Infantas, en la muerte de una señora con quien estaba concertado de casar en Segura de la Sierra     Ceñida, si asombrada no, la frente de una y de otra verde rama obscura, a los pinos dejando, de Segura, su urna lagrimosa, en son doliente,     llora el Betis, no lejos de su fuente, en poca tierra ya mucha hermosura; tiernos rayos, en una piedra dura, de un sol antes caduco que luciente.     ¡Cuán triste sobre el pórfido se mira casta Venus llorar su cuarta Gracia, si lágrimas las perlas son que vierte!     ¡Oh Antonio, oh tú, del músico de Tracia prudente imitador! Tu dulce lira sus privilegios rompa hoy a la muerte. **** *book_ *id_poem260 *date_1625 *creator_gongora 260 A un letrado llamado por mal nombre el licenciado Mojón, habiéndole hurtado una ropa de damasco     En hábito de ladrón jüez de términos fue, señor licenciado, el que limitó vuestro mojón; de tiro hizo un tirón vuestra ropa damasquina, porque era de seda fina, que solo es bien se conceda a los mojones la seda que se concedió a la China. **** *book_ *id_poem261 *date_1625 *creator_gongora 261     Don Juan soy, del Castillejo, ilustrísimo señor, famoso predicador, sin barbas, mas con despejo. No siempre el caballo viejo echa en la plaza caireles, que potros, tal vez, noveles ilustrar los pedernales suelen, si no por bozales, perdidos por cascabeles.     Vengo a vuestra señoría, Dios sabe con qué dolor, a quejarme del autor desta pueril compañía, que excluyó toda la mía persona y autoridad del coloquio; y en verdad que perdió un buen compañero, porque sin mí, y por enero, todo ha de ser frïaldad. **** *book_ *id_poem262 *date_1625 *creator_gongora 262 De unas empanadas de un jabalí que mató el marqués del Carpio     En vez de acero bruñido, que da horror, aunque da luz, en los montes de Adamuz cerdas Marte se ha vestido contra el Adonis querido de la Venus de Guzmán, tan valiente, si galán, en este robusto oficio, que, rompiéndole el silicio, nos ha dado al dios en pan. **** *book_ *id_poem263 *date_1625 *creator_gongora 263 Lisonjea a doña Elvira de Córdoba, hija del señor de Zuheros     ¡Cuántos silbos, cuántas voces la nava oyó, de Zuheros, sentidos bien de sus valles, guardadas mal de sus ecos!     Vaqueros las dan, buscando la hermosa, por lo menos, cerrera, luciente hija del toro que pisa el cielo. ¿Qué buscades, los vaqueros? Una, ay, novilleja, una que hiere con media luna y mata con dos luceros.     No contiene el bosque gruta, ni tronco ha roído el tiempo, que no penetre el cuidado, que no escudriñe el deseo.     La diligencia, calzada, en vez de abarcas, el viento, los montes huella, y las nubes, turbantes de sus cabezos. ¿Qué buscades, los vaqueros? Una, ay, novilleja, una que hiere con media luna y mata con dos luceros.     Aserrar quisiera escollos la juventud, infiriendo que peñascos viste duros quien se niega a silbos tiernos.     Tan sorda piedad acusa, si rumiando no beleños la alcanzaron tantas voces en la región del silencio. ¿Qué buscades, los vaqueros? Una, ay, novilleja, una que hiere con media luna y mata con dos luceros.     Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso: la novilla he visto.     Paso. Quedo, ay, quedetico, quedo. Un no sé qué celestial, que tiene de obscuro y claro, para safiro, muy raro, muy azul para cristal, la niega con llave tal, que cierra el paso al denuedo. Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso: la novilla he visto.     Paso. Quedo, ay, quedetico, quedo.     Deidad previno celosa este dïáfano muro, donde el pie vague seguro, de la novilla hermosa. Desmintiendo, aquí reposa, tanta prevención o miedo. Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso: la novilla he visto.     Paso. Quedo, ay, quedetico, quedo.     Dulce la mira la Aurora entre purpúreos albores pacer las, que trenzó, flores, beber las perlas que llora. Los cuernos, el sol le dora, que corona el mayo ledo. Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso: la novilla he visto.     Paso. Quedo, ay, quedetico, quedo. **** *book_ *id_poem264A *date_1625 *creator_gongora 264a Soledades Al duque de Béjar Pasos de un peregrino son, errante, cuantos me dictó versos dulce musa,     en soledad confusa perdidos unos, otros inspirados. ¡Oh tú que, de venablos impedido, muros de abeto, almenas de diamante, bates los montes que, de nieve armados, gigantes de cristal los teme el cielo, donde el cuerno, del eco repetido, fieras te expone que, al teñido suelo, muertas, pidiendo términos disformes, espumoso coral le dan al Tormes!: arrima a un fresno el fresno, cuyo acero, sangre sudando, en tiempo hará breve     purpurear la nieve, y, en cuanto da el solícito montero al duro robre, al pino levantado, émulos vividores de las peñas,     las formidables señas del oso que aun besaba, atravesado, la asta de tu luciente jabalina, o lo sagrado supla de la encina lo augusto del dosel, o de la fuente la alta zanefa lo majestüoso del sitïal a tu deidad debido,     ¡oh duque esclarecido!, templa en sus ondas tu fatiga ardiente, y entregados tus miembros al reposo sobre el de grama césped no desnudo, déjate un rato hallar del pie acertado que sus errantes pasos ha votado a la real cadena de tu escudo. Honre süave, generoso nudo libertad de Fortuna perseguida, que a tu piedad, Euterpe, agradecida, su canoro dará dulce instrumento, cuando la Fama no su trompa, al viento. **** *book_ *id_poem264B *date_1625 *creator_gongora 264b Soledad Primera Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa (media luna las armas de su frente, y el Sol todo los rayos de su pelo),     luciente honor del cielo, en campos de zafiro pace estrellas, cuando el que ministrar podía la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida, náufrago y desdeñado, sobre ausente, lagrimosas de amor dulces querellas     da al mar; que condolido,     fue a las ondas, fue al viento     el mísero gemido segundo de Arïón dulce instrumento. Del siempre en la montaña opuesto pino     al enemigo noto     piadoso miembro roto, breve tabla, delfín no fue pequeño al inconsiderado peregrino que a una Libia de ondas su camino     fïó, y su vida a un leño. Del océano, pues, antes sorbido,     y luego vomitado no lejos de un escollo coronado de secos juncos, de calientes plumas,     alga todo y espumas, halló hospitalidad donde halló nido     de Júpiter el ave. Besa la arena, y de la rota nave     aquella parte poca que lo expuso en la playa dio a la roca,     que aun se dejan las peñas lisonjear de agradecidas señas. Desnudo el joven, cuanto ya el vestido     océano ha bebido, restituir le hace a las arenas,     y al Sol lo extiende luego,     que, lamiéndolo apenas su dulce lengua de templado fuego, lento lo embiste, y con süave estilo la menor onda chupa al menor hilo. No bien, pues, de su luz los horizontes, que hacían desigual, confusamente montes de agua y piélagos de montes,     desdorados los siente, cuando, entregado el mísero extranjero en lo que ya del mar redimió, fiero, entre espinas crepúsculos pisando, riscos que aun igualara mal volando     veloz, intrépida ala, menos cansado que confuso, escala.     Vencida al fin la cumbre,     del mar siempre sonante,     de la muda campaña árbitro igual e inexpugnable muro,     con pie ya más seguro     declina al vacilante breve esplendor de mal distinta lumbre,     farol de una cabaña que sobre el ferro está, en aquel incierto golfo de sombras anunciando el puerto. «Rayos —les dice—, ya que no de Leda trémulos hijos, sed de mi fortuna término luminoso». Y recelando de invidïosa bárbara arboleda     interposición, cuando de vientos no conjuración alguna,     cual haciendo, el villano, la fragosa montaña fácil llano,     atento sigue aquella (aun a pesar de las tinieblas bella, aun a pesar de las estrellas clara)      piedra, indigna tïara (si tradición apócrifa no miente) de animal tenebroso, cuya frente carro es brillante de nocturno día:     tal, diligente, el paso     el joven apresura,     midiendo la espesura     con igual pie que el raso, fijo, a despecho de la niebla fría, en el carbunclo, norte de su aguja, o el austro brame o la arboleda cruja.     El can ya, vigilante, convoca despidiendo al caminante,     y la que desvïada luz poca pareció, tanta es vecina, que yace en ella la robusta encina, mariposa en cenizas desatada. Llegó, pues, el mancebo, y saludado sin ambición, sin pompa de palabras, de los conducidores fue, de cabras, que a Vulcano tenían coronado.     «¡Oh bienaventurado     albergue, a cualquier hora, templo de Pales, alquería de Flora!     No moderno artificio borró designios, bosquejó modelos, al cóncavo ajustando, de los cielos,     el sublime edificio:     retamas sobre robre     tu fábrica son, pobre,     do guarda en vez de acero     la inocencia al cabrero,     más que el silbo al ganado.     ¡Oh bienaventurado     albergue, a cualquier hora!     No en ti la Ambición mora,     hidrópica de viento,     ni la que su alimento     el áspid es, gitano; no la que, en vulto comenzando humano,     acaba en mortal fïera,     esfinge bachillera     que hace hoy a Narciso Ecos solicitar, desdeñar fuentes; ni la que en salvas gasta impertinentes la pólvora del tiempo más preciso:     ceremonia profana que la Sinceridad burla, villana,     sobre el corvo cayado.     ¡Oh bienaventurado     albergue, a cualquier hora!     Tus umbrales ignora     la Adulación, sirena de reales palacios, cuya arena     besó ya tanto leño, trofeos dulces de un canoro sueño. No a la Soberbia está aquí la Mentira dorándole los pies, en cuanto gira     la esfera de sus plumas, ni de los rayos baja a las espumas     favor de cera alado.     ¡Oh bienaventurado     albergue, a cualquier hora!» No, pues, de aquella sierra, engendradora más de fierezas que de cortesía,     la gente parecía     que hospedó al forastero con pecho igual de aquel candor primero     que, en las selvas contento, tienda el fresno le dio, el robre alimento. Limpio sayal, en vez de blanco lino,     cubrió el cuadrado pino; y en boj, aunque rebelde, a quien el torno forma elegante dio sin culto adorno, leche que exprimir vio la Alba aquel día,     mientras perdían con ella los blancos lilios de su frente bella,     gruesa le dan y fría, impenetrable casi a la cuchara, del viejo Alcimedón invención rara. El que de cabras fue dos veces ciento esposo casi un lustro (cuyo diente no perdonó a racimo aun en la frente de Baco, cuanto más en su sarmiento), triunfador siempre de celosas lides lo coronó el Amor, mas rival tierno, breve de barba y duro no de cuerno, redimió con su muerte tantas vides:     servido ya en cecina, purpúreos hilos es de grana fina. Sobre corchos después, más regalado sueño le solicitan pieles blandas que al príncipe entre holandas púrpura tiria o milanés brocado. No de humosos vinos agravado es Sísifo en la cuesta, si en la cumbre, de ponderosa vana pesadumbre es, cuanto más despierto, más burlado. De trompa militar no, o destemplado son de cajas fue el sueño interrumpido,     de can sí, embravecido     contra la seca hoja que el viento repeló a alguna coscoja. Durmió, y recuerda al fin, cuando las aves, esquilas dulces de sonora pluma,     señas dieron süaves del Alba al Sol, que el pabellón de espuma     dejó, y en su carroza rayó el verde obelisco de la choza. Agradecido, pues, el peregrino deja el albergue y sale acompañado de quien lo lleva donde, levantado, distante pocos pasos del camino, imperïoso mira la campaña un escollo, apacible galería que festivo teatro fue algún día de cuantos pisan faunos la montaña.     Llegó y, a vista tanta obedeciendo la dudosa planta, inmóvil se quedó sobre un lentisco, verde balcón del agradable risco. Si mucho poco mapa les despliega, mucho es más lo que (nieblas desatando) confunde el Sol y la distancia niega. Muda la admiración habla callando, y ciega un río sigue, que, luciente     de aquellos montes hijo, con torcido discurso, aunque prolijo, tiraniza los campos útilmente: orladas sus orillas de frutales, quiere la Copia que su cuerno sea, si al animal armaron, de Amaltea,     dïáfanos cristales; engazando edificios en su plata,     de muros se corona, rocas abraza, islas aprisiona, de la alta gruta donde se desata hasta los jaspes líquidos, adonde su orgullo pierde y su memoria esconde. «Aquellas que los árboles apenas dejan ser torres hoy —dijo el cabrero con muestras de dolor extraordinarias—, las estrellas nocturnas luminarias     eran, de sus almenas, cuando el que ves sayal fue limpio acero. Yacen ahora, y sus desnudas piedras     visten piadosas hiedras,     que a rüinas y a estragos sabe el tiempo hacer verdes halagos». Con gusto el joven, y atención, lo oía, cuando torrente de armas y de perros (que si precipitados no los cerros, las personas tras de un lobo traía) tierno discurso y dulce compañía     dejar hizo al serrano, que, del sublime espacïoso llano al huésped al camino reduciendo,     al venatorio estruendo,     pasos dando veloces, número crece y multiplica voces. Bajaba, entre sí, el joven, admirando armado a Pan o semicapro a Marte en el pastor mentidos que con arte culto principio dio al discurso, cuando rémora de sus pasos fue su oído,     dulcemente impedido de canoro instrumento, que pulsado era de una serrana junto a un tronco, sobre un arroyo, de quejarse, ronco, mudo sus ondas, cuando no enfrenado. Otra con ella montaraz zagala juntaba el cristal líquido al humano por el arcaduz bello de una mano que al uno menosprecia, al otro iguala. Del verde margen otra las mejores rosas traslada, y lilios, al cabello, o por lo matizado o por lo bello, si Aurora no con rayos, Sol con flores. Negras pizarras entre blancos dedos ingenïosa hiere otra, que dudo que aun los peñascos la escucharan quedos.     Al son, pues, deste rudo     sonoroso instrumento,     lasciva el movimiento     mas los ojos honesta, altera otra bailando la floresta. Tantas al fin el arroyuelo, y tantas montañesas da el prado, que dirías ser menos las que verdes hamadrías     abortaron las plantas:     inundación hermosa que la montaña hizo, populosa,     de sus aldeas todas     a pastorales bodas.     De una encina embebido en lo cóncavo, el joven mantenía la vista de hermosura, y el oído     de métrica armonía.     El sileno buscaba de aquellas que la sierra dio bacantes, ya que ninfas las niega ser, errantes,     el hombro sin aljaba,     o si, del Termodonte émulo el arroyuelo desatado     de aquel fragoso monte, escuadrón de amazonas desarmado     tremola en sus riberas     pacíficas banderas.     Vulgo lascivo erraba,     al voto del mancebo el yugo de ambos sexos sacudido, al tiempo que, de flores impedido     el que ya serenaba la región de su frente rayo nuevo, purpúrea terneruela, conducida de su madre no menos enramada, entre albogues se ofrece, acompañada     de juventud florida. Cuál dellos las pendientes sumas graves de negras baja, de crestadas aves, cuyo lascivo esposo vigilante doméstico es del Sol nuncio canoro, y, de coral barbado, no de oro ciñe, sino de púrpura, turbante.     Quién la cerviz oprime     con la manchada copia de los cabritos más retozadores,     tan golosos, que gime el que menos peinar puede las flores     de su guirnalda propia.     No el sitio, no, fragoso, no el torcido taladro de la tierra,     privilegió en la sierra la paz del conejuelo temeroso: trofeo ya su número es a un hombro,     si carga no y asombro.     Tú, ave peregrina, arrogante esplendor, ya que no bello,     del último occidente, penda el rugoso nácar de tu frente sobre el crespo zafiro de tu cuello, que Himeneo a sus mesas te destina. Sobre dos hombros larga vara ostenta en cien aves cien picos de rubíes, tafiletes calzadas carmesíes,     emulación y afrenta     aun de los berberiscos, en la inculta región de aquellos riscos.     Lo que lloró la Aurora      (si es néctar lo que llora)     y, antes que el Sol, enjuga     la abeja que madruga a libar flores y a chupar cristales, en celdas de oro líquido, en panales     la orza contenía     que un montañés traía.     No excedía la oreja     el pululante ramo     del ternezuelo gamo,     que mal llevar se deja, y con razón, que el tálamo desdeña la sombra aun de lisonja tan pequeña. El arco del camino, pues, torcido,     que habían con trabajo por la fragosa cuerda del atajo las gallardas serranas desmentido, de la cansada juventud vencido (los fuertes hombros con las cargas graves     treguas hechas süaves), sueño le ofrece a quien buscó descanso el ya sañudo arroyo, ahora manso: merced de la hermosura que ha hospedado, efectos si no dulces del concento que, en las lucientes de marfil clavijas, las duras cuerdas de las negras guijas hicieron a su curso acelerado, en cuanto a su furor perdonó el viento. Menos en renunciar tardó la encina     el extranjero errante, que en reclinarse el menos fatigado sobre la grana que se viste fina su bella amada, deponiendo amante en las vestidas rosas su cuidado. Saludolos a todos cortésmente,     y, admirado no menos de los serranos que correspondido, las sombras solicita de unas peñas. De lágrimas los tiernos ojos llenos, reconociendo el mar en el vestido (que beberse no pudo el Sol ardiente las que siempre dará cerúleas señas),     político serrano, de canas grave, habló desta manera:     «¿Cuál tigre, la más fiera     que clima infamó hircano,     dio el primer alimento al que, ya deste o de aquel mar, primero     surcó, labrador fïero, el campo undoso en mal nacido pino,     vaga Clicie del viento en telas hecho, antes que en flor, el lino? Más armas introdujo este marino monstro, escamado de robustas hayas, a las, que tanto mar divide, playas,     que confusión y fuego al frigio muro el otro leño griego. Náutica industria investigó tal piedra,     que, cual abraza hiedra escollo, el metal ella, fulminante, de que Marte se viste, y, lisonjera, solicita el, que más brilla, diamante en la nocturna capa de la esfera, estrella a nuestro polo más vecina,     y, con virtud no poca,     distante la revoca,     elevada la inclina     ya de la Aurora bella al rosado balcón, ya a la que sella     cerúlea tumba fría     las cenizas del día. En esta, pues, fiándose atractiva del norte amante dura, alado roble, no hay tormentoso cabo que no doble, ni isla hoy a su vuelo fugitiva. Tifis el primer leño mal seguro condujo, muchos luego Palinuro, si bien por un mar ambos, que la tierra     estanque dejó hecho,     cuyo famoso estrecho una y otra de Alcides llave cierra. Piloto hoy la Cudicia, no de errantes árboles, mas de selvas inconstantes, al padre de las aguas Oceano      (de cuya monarquía     el Sol, que cada día nace en sus ondas y en sus ondas muere, los términos saber todos no quiere) dejó primero de su espuma cano,     sin admitir segundo en inculcar sus límites al mundo. Abetos suyos tres aquel tridente     violaron a Neptuno, conculcado hasta allí de otro ninguno, besando las que al Sol el occidente le corre, en lecho azul de aguas marinas,     turquesadas cortinas. A pesar luego de áspides volantes (sombra del Sol y tósigo del viento) de caribes flechados, sus banderas siempre gloriosas, siempre tremolantes, rompieron los que armó de plumas ciento lestrigones el istmo, aladas fieras: el istmo que al océano divide, y, sierpe de cristal, juntar le impide la cabeza, del norte coronada, con la, que ilustra el sur, cola escamada     de antárticas estrellas. Segundos leños dio a segundo polo en nuevo mar, que le rindió no solo las blancas hijas de sus conchas bellas, mas los, que lograr bien no supo Midas,     metales homicidas. No le bastó después a este elemento conducir orcas, alistar ballenas, murarse de montañas espumosas, infamar blanqueando sus arenas con tantas del primer atrevimiento señas, aun a los bueitres lastimosas, para con estas lastimosas señas temeridades enfrenar segundas. Tú, Cudicia, tú, pues, de las profundas estigias aguas torpe marinero, cuantos abre sepulcros el mar fiero     a tus huesos, desdeñas. El promontorio que Éolo sus rocas candados hizo de otras nuevas grutas para el austro de alas nunca enjutas, para el cierzo espirante por cien bocas, doblaste alegre, y tu obstinada entena cabo lo hizo de esperanza buena. Tantos luego astronómicos presagios frustrados, tanta náutica doctrina, debajo aun de la zona más vecina al Sol calmas vencidas y naufragios, los reinos de la Aurora al fin besaste, cuyos purpúreos senos perlas netas,     cuyas minas secretas hoy te guardan su más precioso engaste. La aromática selva penetraste, que al pájaro de Arabia (cuyo vuelo     arco alado es del cielo,     no corvo, mas tendido) pira le erige y le construye nido. Zodíaco después fue cristalino     a glorïoso pino, émulo vago del ardiente coche     del Sol, este elemento, que cuatro veces había sido ciento dosel al día y tálamo a la noche, cuando halló de fugitiva plata la bisagra (aunque estrecha) abrazadora de un océano y otro, siempre uno, o las colunas bese o la escarlata,     tapete de la Aurora.     Esta, pues, nave ahora en el húmido templo de Neptuno varada pende a la inmortal memoria     con nombre de Victoria. De firmes islas no la inmóvil flota en aquel mar del Alba te describo, cuyo número, ya que no lascivo, por lo bello, agradable y por lo vario la dulce confusión hacer podía que en los blancos estanques del Eurota la virginal desnuda montería, haciendo escollos o de mármol pario o de terso marfil sus miembros bellos, que pudo bien Acteón perderse en ellos. El bosque dividido en islas pocas, fragrante productor de aquel aroma que, traducido mal por el Egito, tarde lo encomendó el Nilo a sus bocas, y ellas más tarde a la gulosa Grecia, clavo no, espuela sí del apetito, que cuanto en conocello tardó Roma fue templado Catón, casta Lucrecia, quédese, amigo, en tan inciertos mares,     donde con mi hacienda del alma se quedó la mejor prenda, cuya memoria es bueitre de pesares».     En suspiros, con esto, y en más anegó lágrimas el resto de su discurso el montañés, prolijo, que el viento su caudal, el mar su hijo. Consolallo pudiera el peregrino con las de su edad corta historias largas, si, vinculados todos a sus cargas, cual próvidas hormigas a sus mieses, no comenzaran ya los montañeses a esconder con el número el camino, y el cielo con el polvo. Enjugó el viejo del tierno humor las venerables canas, y levantando al forastero, dijo:     «Cabo me han hecho, hijo, deste hermoso tercio de serranas: si tu neutralidad sufre consejo, y no te fuerza obligación precisa, la piedad que en mi alma ya te hospeda hoy te convida al que nos guarda sueño     política alameda, verde muro de aquel lugar pequeño que, a pesar de esos fresnos, se divisa. Sigue la femenil tropa conmigo: verás curioso y honrarás testigo el tálamo de nuestros labradores, que de tu calidad señas mayores me dan que del océano tus paños, o razón falta donde sobran años». Mal pudo el extranjero, agradecido, en tercio tal negar tal compañía y en tan noble ocasión tal hospedaje. Alegres pisan la que, si no era de chopos calle y de álamos carrera, el fresco de los céfiros rüido, el denso de los árboles celaje, en duda ponen cuál mayor hacía guerra al calor o resistencia al día. Coros tejiendo, voces alternando, sigue la dulce escuadra montañesa del perezoso arroyo el paso lento,     en cuanto él hurta blando (entre los olmos que robustos besa) pedazos de cristal, que el movimiento libra en la falda, en el coturno ella,     de la columna bella     ya que celosa basa, dispensadora del cristal no escasa. Sirenas de los montes su concento, a la que menos del sañudo viento     pudiera antigua planta temer rüina o recelar fracaso, pasos hiciera dar el menor paso     de su pie o su garganta. Pintadas aves, cítaras de pluma, coronaban la bárbara capilla, mientras el arroyuelo, para oílla,     hace de blanca espuma tantas orejas cuantas guijas lava, de donde es fuente a donde arroyo acaba. Vencedores se arrogan los serranos los consignados premios otro día, ya al formidable salto, ya a la ardiente lucha, ya a la carrera polvorosa: el menos ágil, cuantos comarcanos convoca el caso, él solo desafía, consagrando los palios a su esposa,     que a mucha fresca rosa beber el sudor hace, de su frente,     mayor aun del que espera en la lucha, en el salto, en la carrera. Centro apacible un círculo espacioso a más caminos que una estrella rayos hacía, bien de pobos, bien de alisos,     donde la Primavera, calzada abriles y vestida mayos, centellas saca, de cristal undoso, a un pedernal orlado de narcisos.     Este, pues, centro era meta umbrosa al vaquero convecino, y delicioso término al distante, donde, aun cansado más que el caminante,     concurría el camino. Al concento se abaten, cristalino,     sedientas las serranas, cual simples codornices al reclamo que les miente la voz, y verde cela entre la no espigada mies la tela. Músicas hojas viste el menor ramo del álamo que peina verdes canas; no céfiros en él, no ruiseñores lisonjear pudieron breve rato     al montañés, que, ingrato al fresco, a la armonía y a las flores     del sitio, pisa, ameno, la fresca hierba cual la arena ardiente de la Libia, y a cuantas da la fuente sierpes de aljófar, aun mayor veneno que a las del Ponto, tímido, atribuye, según el pie, según los labios huye. Pasaron todos, pues, y regulados cual en los equinoccios surcar vemos los piélagos del aire libre algunas     volantes no galeras,     sino grullas veleras, tal vez creciendo, tal menguando lunas     sus distantes extremos, caracteres tal vez formando alados en el papel dïáfano del cielo     las plumas de su vuelo. Ellas en tanto en bóvedas de sombras     (pintadas siempre al fresco) cubren las que Sidón, telar turquesco, no ha sabido imitar verdes alfombras. Apenas reclinaron la cabeza cuando, en número iguales y en belleza, los márgenes matiza de las fuentes segunda primavera de villanas, que, parientas del novio aun más cercanas que vecinos sus pueblos, de presentes prevenidas, concurren a las bodas.     Mezcladas hacen todas teatro dulce, no de escena muda, el apacible sitio: espacio breve en que, a pesar del Sol, cuajada nieve, y nieve de colores mil vestida,     la sombra vio florida     en la hierba menuda. Viendo, pues, que igualmente les quedaba para el lugar a ellas de camino lo que al Sol para el lóbrego occidente, cual de aves se caló turba canora a robusto nogal que acequia lava     en cercado vecino, cuando a nuestros antípodas la Aurora las rosas gozar deja de su frente, tal sale aquella que sin alas vuela hermosa escuadra con ligero paso, haciéndole atalayas del ocaso cuantos humeros cuenta la aldehuela.     El lento escuadrón luego     alcanzan de serranos, y disolviendo allí la compañía, al pueblo llegan con la luz que el día cedió al sacro volcán de errante fuego, a la torre, de luces coronada, que el templo ilustra, y a los aires vanos artificiosamente da, exhalada luminosas de pólvora saetas,     purpúreos no cometas. Los fuegos, pues, el joven solemniza, mientras el viejo tanta acusa tea al de las bodas dios, no alguna sea de nocturno Faetón carroza ardiente,     y miserablemente campo amanezca estéril de ceniza     la que anocheció aldea. De Alcides lo llevó luego a las plantas,     que estaban, no muy lejos, trenzándose el cabello verde a cuantas da el fuego luces y el arroyo espejos.     Tanto garzón robusto, tanta ofrecen los álamos zagala, que abrevïara el Sol en una estrella,     por ver la menos bella, cuantos saluda rayos el Bengala,     del Ganges cisne adusto. La gaita al baile solicita el gusto,     a la voz el salterio; cruza el Trïón más fijo el hemisferio, y el tronco mayor danza en la ribera;     el eco (voz ya entera) no hay silencio a que pronto no responda; fanal es del arroyo cada onda, luz el reflejo, la agua vidrïera. Términos le da el sueño al regocijo, mas el cansancio no, que el movimiento verdugo de las fuerzas es, prolijo. Los fuegos (cuyas lenguas, ciento a ciento, desmintieron la noche algunas horas, cuyas luces, del Sol competidoras, fingieron día en la tiniebla obscura) murieron, y en sí mismos sepultados sus miembros, en cenizas desatados, piedras son de su misma sepultura. Vence la noche al fin, y triunfa mudo el silencio, aunque breve, del rüido.     Sólo gime, ofendido, el sagrado laurel, del hierro agudo. Deja de su esplendor, deja desnudo de su frondosa pompa al verde aliso     el golpe no remiso     del villano membrudo.     El, que resistir pudo al animoso austro, al euro ronco, chopo gallardo, cuyo liso tronco papel fue de pastores, aunque rudo, a revelar secretos va a la aldea, que impide Amor que aun otro chopo lea. Estos árboles, pues, ve la mañana mentir florestas y emular vïales, cuantos muró de líquidos cristales     agricultura urbana. Recordó al Sol, no, de su espuma cana, la dulce de las aves armonía, sino los dos topacios que batía, orientales aldabas, Himeneo.     Del carro, pues, febeo     el luminoso tiro, mordiendo oro, el eclíptico safiro pisar quería, cuando el populoso     lugarillo el serrano con su huésped, que admira cortesano, a pesar del estambre y de la seda,     el que tapiz frondoso tejió de verdes hojas la arboleda, y los (que por las calles espaciosas     fabrican) arcos (rosas) oblicuos, nuevos pénsiles jardines, de tantos como víolas jazmines. Al galán novio el montañés presenta su forastero, luego al venerable padre de la que en sí bella se esconde con ceño dulce, y, con silencio afable, beldad parlera, gracia muda ostenta, cual del rizado verde botón, donde abrevia su hermosura virgen rosa,     las cisuras cairela un color, que la púrpura que cela por brújula concede vergonzosa.     Digna la juzga esposa de un héroe, si no augusto, esclarecido, el joven, al instante arrebatado a la que, naufragante y desterrado,     lo condenó a su olvido. Este, pues, sol que a olvido lo condena, cenizas hizo las que su memoria negras plumas vistió, que infelizmente sordo engendran gusano, cuyo diente, minador antes lento de su gloria, inmortal arador fue de su pena. Y en la sombra no más de la azucena, que del clavel procura, acompañada, imitar en la bella labradora el templado color de la que adora, víbora pisa tal el pensamiento, que el alma, por los ojos desatada, señas diera de su arrebatamiento,     si de zampoñas ciento y de otros, aunque bárbaros, sonoros instrumentos, no, en dos festivos coros vírgines bellas, jóvenes lucidos,     llegaran conducidos. El numeroso al fin de labradores     concurso impacïente los novios saca: él, de años floreciente, y de caudal más floreciente que ellos, ella, la misma pompa de las flores, la esfera misma de los rayos bellos.     El lazo de ambos cuellos entre un lascivo enjambre iba, de amores,     Himeneo añudando, mientras invocan su deidad la alterna de zagalejas cándidas voz tierna y de garzones este acento blando: «Ven, Himeneo, ven donde te espera, con ojos y sin alas, un Cupido cuyo cabello intonso dulcemente niega el vello que el vulto ha colorido: el vello, flores de su primavera, y rayos el cabello de su frente. Niño amó la que adora adolescente, villana Psiques, ninfa labradora de la tostada Ceres. Esta, ahora en los inciertos de su edad segunda crepúsculos, vincule tu coyunda     a su ardiente deseo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo». «Ven, Himeneo, donde, entre arreboles de honesto rosicler, previene el día (aurora de sus ojos soberanos) virgen tan bella, que hacer podría tórrida la Noruega con dos soles, y blanca la Etïopia con dos manos. Claveles del abril, rubíes tempranos, cuantos engasta el oro del cabello, cuantas (del uno ya y del otro cuello cadenas) la concordia engaza rosas, de sus mejillas siempre vergonzosas     purpúreo son trofeo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo». «Ven, Himeneo, y plumas no vulgares al aire los hijuelos den, alados, de las que el bosque bellas ninfas cela; de sus carcajes, éstos, argentados, flechen mosquetas, nieven azahares; vigilantes aquéllos, la aldehuela rediman del, que más o tardo vuela o infausto gime, pájaro nocturno; mudos coronen otros por su turno el dulce lecho conyugal, en cuanto lasciva abeja al virginal acanto     néctar le chupa, hibleo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo». «Ven, Himeneo, y las volantes pías que azules ojos con pestañas de oro sus plumas son, conduzgan alta diosa, gloria mayor del soberano coro. Fíe tus nudos ella, que los días disuelvan tarde en senectud dichosa; y la que Juno es hoy a nuestra esposa, casta Lucina, en lunas desiguales tantas veces repita sus umbrales, que Níobe inmortal la admire el mundo, no en blanco mármol por su mal fecundo,     escollo hoy del Leteo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo». «Ven, Himeneo, y nuestra agricultura de copia tal a estrellas deba, amigas, progenie tan robusta, que su mano toros dome, y de un rubio mar de espigas inunde liberal la tierra dura, y al verde, joven, floreciente llano blancas ovejas suyas hagan, cano, en breves horas caducar la hierba; oro le expriman, líquido, a Minerva, y, los olmos casando con las vides, mientras coronan pámpanos a Alcides,     clava empuñe Liëo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo». «Ven, Himeneo, y tantas le dé a Pales cuantas a Palas dulces prendas esta, apenas hija hoy, madre mañana. De errantes lilios unas la floresta cubran, corderos mil que los cristales vistan, del río, en breve undosa lana; de Aracnes otras la arrogancia vana modestas acusando en blancas telas, no los hurtos de amor, no las cautelas de Júpiter compulsen, que, aun en lino, ni a la pluvia luciente de oro fino,     ni al blanco cisne creo. Ven, Himeneo, ven; ven, Himeneo».     El dulce alterno canto a sus umbrales revocó felices los novios, del vecino templo santo. Del yugo aun no domadas las cervices, novillos, breve término surcado, restituyen así el pendiente arado al que pajizo albergue los aguarda. Llegaron todos, pues, y, con gallarda civil magnificencia, el suegro anciano cuantos la sierra dio, cuantos dio el llano     labradores convida a la prolija rústica comida que sin rumor previno en mesas grandes. Ostente crespas blancas esculturas artífice gentil de dobladuras en los que damascó manteles Flandes, mientras casero lino Ceres tanta ofrece ahora, cuantos guardó el heno dulces pomos, que al curso de Atalanta     fueran dorado freno.     Manjares que el veneno y el apetito ignoran igualmente les sirvieron; y en oro no, luciente, confuso Baco, ni en bruñida plata,     su néctar les desata, sino en vidrio topacios carmesíes     y pálidos rubíes. Sellar del fuego quiso, regalado, los gulosos estómagos el rubio imitador süave de la cera, quesillo dulcemente apremïado     de rústica, vaquera, blanca, hermosa mano, cuyas venas la distinguieron de la leche apenas; mas ni la encarcelada nuez esquiva, ni el membrillo pudieran, anudado,     si la sabrosa oliva no serenara el bacanal diluvio. Levantadas las mesas, al canoro son de la ninfa un tiempo, ahora caña, seis de los montes, seis de la campaña (sus espaldas rayando el sutil oro que negó al viento el nácar bien tejido), terno de Gracias bello, repetido cuatro veces en doce labradoras, entró bailando numerosamente; y dulce Musa entre ellas (si consiente bárbaras el Parnaso moradoras)     «Vivid felices —dijo — largo curso de edad nunca prolijo, y si prolijo, en nudos amorosos     siempre vivid esposos. Venza no solo en su candor la nieve, mas plata en su esplendor sea cardada cuanto estambre vital Cloto os traslada de la alta fatal rueca al huso breve.     Sean de la Fortuna     aplausos la respuesta     de vuestras granjerías:     a la reja importuna,     a la azada molesta fecundo os rinda, en desiguales días,     el campo agradecido oro trillado y néctar exprimido. Sus morados cantuesos, sus copadas encinas la montaña contar antes deje que vuestras cabras, siempre errantes, que vuestras vacas, tarde o nunca herradas. Corderillos os brote, la ribera,     que la hierba menuda y las perlas exceda del rocío     su número, y del río la blanca espuma cuantos la tijera     vellones les desnuda. Tantos de breve fábrica, aunque ruda, albergues vuestros las abejas moren, y primaveras tantas os desfloren, que, cual la Arabia madre ve, de aromas, sacros troncos sudar fragrantes gomas, vuestros corchos por uno y otro poro en dulce se desaten líquido oro. Próspera, al fin, mas no espumosa tanto     vuestra fortuna sea, que alimenten la Invidia en nuestra aldea áspides más que en la región del llanto. Entre opulencias y necesidades, medianías vinculen, competentes,     a vuestros descendientes, previniendo ambos daños, las edades; ilustren obeliscos las ciudades, a los rayos de Júpiter expuesta, aun más que a los de Febo, su corona, cuando a la choza pastoral perdona el cielo, fulminando la floresta. Cisnes, pues, una y otra pluma, en esta tranquilidad os halle labradora     la postrimera hora, cuya lámina cifre desengaños, que en letras pocas lean muchos años». Del himno culto dio el último acento fin mudo al baile, al tiempo que seguida la novia sale de villanas ciento a la verde florida palizada, cual nueva Fénix en flamantes plumas matutinos del Sol rayos vestida, de cuanta surca el aire, acompañada,     monarquía canora, y, vadeando nubes, las espumas del rey corona, de los otros ríos, en cuya orilla el viento hereda ahora     pequeños no vacíos de funerales bárbaros trofeos que el Egipto erigió a sus Ptolomeos. Los árboles que el bosque habían fingido, umbroso coliseo ya formando,     despejan el ejido,     olímpica palestra de valientes desnudos labradores. Llegó la desposada apenas, cuando     feroz ardiente muestra hicieron dos robustos luchadores de sus músculos, menos defendidos del blanco lino que del vello obscuro. Abrazáronse, pues, los dos, y luego, humo anhelando el que no suda fuego, de recíprocos nudos impedidos, cual duros olmos de implicantes vides, hiedra el uno es tenaz del otro, muro: mañosos, al fin, hijos de la tierra,     cuando fuertes no Alcides, procuran derribarse, y, derribados, cual pinos se levantan arraigados en los profundos senos de la sierra. Premio los honra igual, y de otros cuatro ciñe las sienes glorïosa rama, con que se puso término a la lucha. Las dos partes rayaba del teatro el Sol, cuando arrogante joven llama     al expedido salto la bárbara corona que lo escucha. Arras del animoso desafío un pardo gabán fue en el verde suelo, a quien se abaten ocho o diez soberbios montañeses, cual suele de lo alto calarse turba de invidiosas aves a los ojos de Ascálafo, vestido de perezosas plumas. Quién, de graves piedras las duras manos impedido, su agilidad pondera; quién sus nervios desata estremeciéndose gallardo. Besó la raya, pues, el pie desnudo del suelto mozo, y con airoso vuelo pisó del viento lo que del ejido tres veces ocupar pudiera un dardo. La admiración, vestida un mármol frío, apenas arquear las cejas pudo; la emulación, calzada un duro hielo, torpe se arraiga, bien que impulso noble de gloria, aunque villano, solicita a un vaquero de aquellos montes, grueso,     membrudo, fuerte roble, que, ágil a pesar de lo robusto, al aire se arrebata, violentando lo grave tanto, que lo precipita, Ícaro montañés, su mismo peso, de la menuda hierba el seno blando piélago duro hecho a su rüina. Si no tan corpulento, más adusto     serrano lo sucede,     que iguala y aun excede     al ayuno leopardo, al corcillo travieso, al muflón sardo que de las rocas trepa a la marina,     sin dejar ni aun pequeña     del pie ligero bipartida seña. Con más felicidad que el precedente, pisó las huellas casi del primero     el adusto vaquero. Pasos otro dio al aire, al suelo coces. Y premïados gradüadamente, advocaron a sí toda la gente, cierzos del llano y austros de la sierra,     mancebos tan veloces, que cuando Ceres más dora la tierra, y argenta el mar desde sus grutas hondas     Neptuno sin fatiga,     su vago pie de pluma surcar pudiera mieses, pisar ondas,     sin inclinar espiga,     sin vïolar espuma. Dos veces eran diez, y dirigidos a dos olmos que quieren, abrazados, ser palios verdes, ser frondosas metas,     salen cual de torcidos arcos, o nervïosos o acerados, con silbo igual, dos veces diez saetas.     No el polvo desparece el campo, que no pisan alas hierba; es el más torpe una herida cierva, el más tardo la vista desvanece,     y, siguiendo al más lento,     cojea el pensamiento. El tercio casi de una milla era     la prolija carrera que los hercúleos troncos hace breves,     pero las plantas leves     de tres sueltos zagales la distancia sincopan tan iguales, que la atención confunden judiciosa. De la peneida virgen desdeñosa los dulces fugitivos miembros bellos en la corteza no abrazó reciente más firme Apolo, más estrechamente, que de una y de otra meta glorïosa las duras basas abrazaron ellos     con triplicado nudo. Árbitro Alcides en sus ramas, dudo     que el caso decidiera, bien que su menor hoja un ojo fuera     del lince más agudo. En tanto, pues, que el palio neutro pende y la carroza de la luz desciende a templarse en las ondas, Himeneo, por templar en los brazos el deseo del galán novio, de la esposa bella, los rayos anticipa de la estrella, cerúlea ahora, ya purpúrea guía de los dudosos términos del día. El jüicio, al de todos indeciso,     del concurso ligero, el padrino con tres de limpio acero cuchillos corvos absolvello quiso. Solícita Junón, Amor no omiso, al son de otra zampoña que conduce ninfas bellas y sátiros lascivos, los desposados a su casa vuelven,     que coronada luce de estrellas fijas, de astros fugitivos que en sonoroso humo se resuelven. Llegó todo el lugar, y, despedido, casta Venus, que el lecho ha prevenido de las plumas que baten, más süaves, en su volante carro blancas aves, los novios entra en dura no estacada, que, siendo Amor una deidad alada, bien previno la hija de la espuma a batallas de amor campo de pluma. **** *book_ *id_poem264C *date_1625 *creator_gongora 264c Soledad Segunda Éntrase el mar por un arroyo breve que a recebillo con sediento paso de su roca natal se precipita, y mucha sal no solo en poco vaso,     mas su rüina bebe, y su fin (cristalina mariposa,     no alada, sino undosa) en el farol de Tetis solicita. Muros desmantelando, pues, de arena, centauro ya espumoso el Oceano,     medio mar, medio ría, dos veces huella la campaña al día, escalar pretendiendo el monte en vano,     de quien es dulce vena     el tarde ya torrente arrepentido, y aun retrocedente. Eral lozano así, novillo tierno,     de bien nacido cuerno     mal lunada la frente, retrógrado cedió en desigual lucha a duro toro, aun contra el viento armado:     no, pues, de otra manera     a la violencia mucha del padre de las aguas, coronado de blancas ovas y de espuma verde, resiste obedeciendo, y tierra pierde.     En la incierta ribera, guarnición desigual a tanto espejo, descubrió la Alba a nuestro peregrino con todo el villanaje ultramarino, que a la fiesta nupcial, de verde tejo toldado, ya capaz tradujo pino. Los escollos el Sol rayaba, cuando     con remos gemidores dos pobres se aparecen pescadores, nudos al mar, de cáñamo, fïando. Ruiseñor en los bosques, no, más blando el verde robre, que es barquillo ahora,     saludar vio la Aurora, que al uno en dulces quejas, y no pocas, ondas endurecer, liquidar rocas. Señas mudas la dulce voz doliente     permitió solamente a la turba, que dar quisiera voces a la que de un ancón segunda haya, cristal pisando azul con pies veloces, salió improvisa, de una y otra playa vínculo desatado, instable puente.     La prora diligente no solo dirigió a la opuesta orilla, mas redujo la música barquilla, que en dos cuernos del mar caló no breves sus plomos graves y sus corchos leves. Los senos ocupó del mayor leño     la marítima tropa,     usando al entrar, todos, cuantos les enseñó corteses modos en la lengua del agua ruda escuela con nuestro forastero, que la popa del canoro escogió bajel pequeño. Aquél, las ondas escarchando, vuela; éste, con perezoso movimiento, el mar encuentra, cuya espuma cana     su parda aguda prora     resplandeciente cuello hace de augusta Coya peruana, a quien hilos el sur tributó ciento     de perlas cada hora. Lágrimas no enjugó más de la Aurora sobre víolas negras la mañana, que arrolló su espolón con pompa vana caduco aljófar, pero aljófar bello. Dando el huésped licencia para ello, recurren no a las redes que, mayores, mucho océano y pocas aguas prenden, sino a las que ambiciosas menos penden, laberinto nudoso, de marino Dédalo, si de leño no, de lino fábrica escrupulosa, y aunque incierta, siempre murada, pero siempre abierta. Liberalmente de los pescadores al deseo el estero corresponde, sin valelle al lascivo ostión el justo     arnés de hueso, donde     lisonja breve al gusto,     mas incentiva, esconde: contagio original quizá de aquella     que (siempre hija bella     de los cristales) una     venera fue su cuna. Mallas visten de cáñamo al lenguado, mientras, en su piel lúbrica fïado, el congrio, que viscosamente liso     las telas burlar quiso, tejido en ellas se quedó burlado. Las redes califica menos gruesas,     sin romper hilo alguno, pompa, el salmón, de las reales mesas, cuando no de los campos de Neptuno,     y el travieso robalo, guloso de los cónsules regalo. Estos y muchos más, unos desnudos, otros de escamas fáciles armados,     dio la ría pescados, que, nadando en un piélago de nudos, no agravan poco el negligente robre espacïosamente dirigido al bienaventurado albergue pobre, que, de carrizos frágiles tejido, si fabricado no de gruesas cañas, bóvedas lo coronan de espadañas. El peregrino, pues, haciendo en tanto instrumento el bajel, cuerdas los remos, al céfiro encomienda los extremos     deste métrico llanto:     «Si de aire articulado no son dolientes lágrimas süaves     estas mis quejas graves, voces de sangre, y sangre son, del alma.     Fíelas de tu calma, ¡oh mar!, quien otra vez las ha fïado de tu fortuna aun más que de su hado.     ¡Oh mar, oh tú, supremo moderador piadoso de mis daños!:     tuyos serán mis años, en tabla redimidos, poco fuerte,     de la bebida Muerte, que ser quiso, en aquel peligro extremo, ella, el forzado, y su guadaña, el remo.     Regiones pise ajenas, o clima proprio, planta mía perdida,     tuya será mi vida, si vida me ha dejado que sea tuya     quien me fuerza a que huya de su prisión, dejando mis cadenas rastro en tus ondas más que en tus arenas.     Audaz mi pensamiento el cenit escaló, plumas vestido,     cuyo vuelo atrevido, si no ha dado su nombre a tus espumas,     de sus vestidas plumas conservarán el desvanecimiento los anales dïáfanos del viento.     Esta, pues, culpa mía el timón alternar, menos seguro,     y el báculo más duro un lustro ha hecho a mi dudosa mano,     solicitando en vano las alas sepultar de mi osadía donde el Sol nace o donde muere el día.     Muera, enemiga amada, muera mi culpa, y tu desdén le guarde,     arrepentido tarde, suspiro que mi muerte haga leda,     cuando no lo suceda, o por breve, o por tibia, o por cansada, lágrima antes enjuta que llorada.     Naufragio ya segundo, o filos pongan, de homicida hierro,     fin duro a mi destierro, tan generosa fe, no fácil onda,     no poca tierra esconda: urna suya el océano profundo, y obeliscos los montes sean, del mundo.     Túmulo tanto debe, agradecido, Amor, a mi pie errante;     líquido, pues, diamante calle mis huesos, y elevada cima     selle sí, mas no oprima esta, que le fiaré, ceniza breve, si hay ondas mudas y si hay tierra leve». No es sordo el mar (la erudición engaña),     bien que tal vez, sañudo, no oya al piloto, o le responda fiero: sereno, disimula más orejas     que sembró dulces quejas, canoro labrador, el forastero     en su undosa campaña. Espongïoso, pues, se bebió y mudo el lagrimoso reconocimiento, de cuyos dulces números no poca     concentüosa suma, en los dos giros de invisible pluma que fingen sus dos alas, hurtó el viento; Eco, vestida una cavada roca, solicitó curiosa y guardó avara la más dulce, si no la menos clara     sílaba, siendo en tanto la vista de las chozas fin del canto. Yace en el mar, si no continüada, isla mal de la tierra dividida, cuya forma tortuga es, perezosa: díganlo cuantos siglos ha que nada, sin besar de la playa espacïosa la arena, de las ondas repetida. A pesar, pues, del agua que la oculta, concha, si mucha no, capaz ostenta de albergues, donde la humildad contenta mora, y Pomona se venera culta. Dos son las chozas, pobre su artificio más aún que caduca su materia: de los mancebos dos, la mayor, cuna, de las redes la otra, y su ejercicio,     competente oficina. Lo que agradable más se determina del breve islote ocupa su fortuna, los extremos de fausto y de miseria moderando. En la plancha los recibe el padre de los dos, émulo cano del sagrado Nereo, no ya tanto porque a la par de los escollos vive, porque en el mar preside, comarcano, al ejercicio piscatorio, cuanto por seis hijas, por seis deidades bellas, del cielo espumas y del mar estrellas. Acogió al huésped con urbano estilo, y a su voz, que los juncos obedecen, tres hijas suyas cándidas le ofrecen, que engaños construyendo están, de hilo. El huerto le da esotras, a quien debe, si púrpura la rosa, el lilio nieve. De jardín culto así en fingida gruta salteó al labrador pluvia improvisa de cristales inciertos, a la seña, o a la que torció llave el fontanero: urna de Acuario la imitada peña, lo embiste incauto, y si con pie grosero para la fuga apela, nubes pisa, burlándolo aun la parte más enjuta. La vista saltearon poco menos     del huésped admirado las no líquidas perlas, que al momento a los corteses juncos (por que el viento nudos les halle un día, bien que ajenos) el cáñamo remiten, anudado, y de Vertumno al término labrado el breve hierro, cuyo corvo diente las plantas le mordía cultamente. Ponderador saluda afectüoso del esplendor que admira, el extranjero, al Sol en seis luceros dividido; y, honestamente al fin correspondido     del coro vergonzoso, al viejo sigue, que prudente ordena los términos confunda de la cena la comida prolija de pescados, raros muchos, y todos no comprados. Impidiéndole el día al forastero con dilaciones sordas, lo divierte entre unos verdes carrizales, donde armonïoso número se esconde de blancos cisnes, de la misma suerte que gallinas domésticas al grano, a la voz concurrientes del anciano. En la más seca, en la más limpia anea vivificando están muchos sus huevos, y mientras dulce aquél su muerte anuncia     entre la verde juncia, sus pollos éste al mar conduce nuevos,     de Espío y de Nesea (cuando más escurecen las espumas) nevada invidia sus nevadas plumas. Hermana de Faetón, verde el cabello, les ofrece el que joven ya gallardo de flexüosas mimbres garbín pardo tosco le ha encordonado, pero bello. Lo más liso trepó, lo más sublime venció su agilidad, y artificiosa tejió en sus ramas inconstantes nidos, donde celosa arrulla y ronca gime la ave lasciva de la cipria diosa. Mástiles coronó menos crecidos gavia no tan capaz: extraño todo, el designio, la fábrica y el modo. A pocos pasos lo admiró no menos montecillo, las sienes laureado, traviesos despidiendo moradores     de sus confusos senos, conejuelos que, el viento consultado, salieron retozando a pisar flores, el más tímido al fin más ignorante     del plomo fulminante. Cóncavo fresno, a quien gracioso indulto de su caduco natural permite que a la encina vivaz robusto imite, y hueco exceda al alcornoque inculto, verde era pompa de un vallete oculto, cuando frondoso alcázar no de aquella, que sin corona vuela y sin espada, susurrante Amazona, Dido alada, de ejército más casto, de más bella república, ceñida en vez de muros de cortezas: en esta, pues, Cartago reina la abeja, oro brillando vago, o el jugo beba de los aires puros, o el sudor de los cielos, cuando liba de las mudas estrellas la saliva; burgo eran suyo el tronco informe, el breve corcho, y moradas pobres sus vacíos del, que más solicita los desvíos de la isla, plebeyo enjambre leve. Llegaron luego donde al mar se atreve, si promontorio no, un cerro elevado,     de cabras estrellado,     iguales, aunque pocas, a la que, imagen décima del cielo, flores su cuerno es, rayos su pelo. «Estas —dijo el isleño venerable— y aquellas que, pendientes de las rocas, tres o cuatro desean para ciento (redil las ondas y pastor el viento) libres discurren, su nocivo diente paz hecha con las plantas inviolable». Estimando seguía el peregrino,     al venerable isleño, de muchos pocos numeroso dueño, cuando los suyos enfrenó de un pino el pie villano, que groseramente los cristales pisaba de una fuente. Ella, pues, sierpe, y sierpe al fin pisada (aljófar vomitando fugitivo     en lugar de veneno), torcida esconde, ya que no enroscada, las flores que de un parto dio, lascivo, aura fecunda al matizado seno del huerto, en cuyos troncos se desata de las escamas que vistió, de plata. Seis chopos, de seis hiedras abrazados, tirsos eran del griego dios, nacido segunda vez, que en pámpanos desmiente     los cuernos de su frente; y cual mancebos tejen anudados festivos corros en alegre ejido, coronan ellos el encanecido suelo, de lilios, que en fragrantes copos nevó el mayo, a pesar de los seis chopos. Este sitio las bellas seis hermanas     escogen, agraviando en breve espacio mucha primavera con las mesas, cortezas ya livianas del árbol que ofreció a la edad primera duro alimento, pero sueño blando. Nieve hilada, y por sus manos bellas caseramente a telas reducida,     manteles blancos fueron. Sentados, pues, sin ceremonias, ellas en torneado fresno la comida     con silencio sirvieron. Rompida el agua en las menudas piedras, cristalina sonante era tïorba, y las confusamente acordes aves, entre las verdes roscas de las hiedras, muchas eran, y muchas veces nueve aladas musas, que, de pluma leve engañada su culta lira corva, metros inciertos sí, pero süaves, en idïomas cantan diferentes, mientras, cenando en pórfidos lucientes,     lisonjean apenas al Júpiter marino tres sirenas. Comieron, pues, y rudamente dadas gracias el pescador a la divina próvida mano, «¡Oh bien vividos años, oh canas —dijo el huésped— no peinadas con boj dentado o con rayada espina, sino con verdaderos desengaños! Pisad dichoso esta esmeralda bruta en mármol engastada siempre undoso, jubilando la red en los, que os restan, felices años, y la humedecida,     o poco rato enjuta, próxima arena de esa opuesta playa     la remota Cambaya sea de hoy más a vuestro leño ocioso; y el mar que os la divide, cuanto cuestan     océano importuno a las quinas (del viento aun veneradas)     sus ardientes veneros, su esfera lapidosa de luceros. Del pobre albergue a la barquilla pobre, geómetra prudente, el orbe mida     vuestra planta, impedida, si de purpúreas conchas no istriadas, de trágicas rüinas de alto robre, que, el tridente acusando de Neptuno,     menos quizá dio astillas que ejemplos de dolor a estas orillas». «Días ha muchos, oh mancebo —dijo     el pescador anciano—, que en el uno cedí y el otro hermano el duro remo, el cáñamo prolijo;     muchos ha dulces días que cisnes me recuerdan a la hora     que, huyendo la Aurora las canas de Titón, halla las mías, a pesar de mi edad, no en la alta cumbre de aquel morro difícil (cuyas rocas tarde o nunca pisaron cabras pocas, y milano venció con pesadumbre), sino desotro escollo al mar pendiente, de donde ese teatro de Fortuna descubro, ese voraz, ese profundo campo ya de sepulcros, que, sediento, cuanto en vasos de abeto Nuevo Mundo, tributos, digo, américos, se bebe en túmulos de espuma paga breve. Bárbaro observador, mas diligente, de las inciertas formas de la Luna, a cada conjunción su pesquería, y a cada pesquería su instrumento, más o menos nudoso, atribüido, mis hijos dos en un batel despido, que, el mar cribando en redes no comunes, vieras intempestivos algún día (entre un vulgo nadante, digno apenas de escama, cuanto más de nombre) atunes vomitar ondas y azotar arenas. Tal vez desde los muros destas rocas     cazar a Tetis veo y pescar a Dïana en dos barquillas: náuticas venatorias maravillas de mis hijas oirás, ambiguo coro menos de aljaba que de red armado,     de cuyo, si no alado, arpón vibrante supo mal Proteo en globos de agua redimir sus focas. Torpe la más veloz, marino toro, torpe, mas toro al fin, que, el mar violado de la púrpura viendo de sus venas, bufando mide el campo de las ondas con la animosa cuerda, que prolija al hierro sigue que en la foca huye, o grutas ya la privilegien, hondas, o escollos desta isla divididos. Láquesis nueva mi gallarda hija, si Cloto no de la escamada fiera, ya hila, ya devana su carrera, cuando desatinada pide, o cuando     vencida restituye los términos de cáñamo pedidos. Rindióse al fin la bestia, y las almenas de las sublimes rocas salpicando, las peñas embistió, peña escamada, en ríos de agua y sangre desatada. Éfire luego, la que en el torcido luciente nácar te sirvió no poca risueña parte de la dulce fuente (de Filódoces émula valiente, cuya asta breve desangró la foca), el cabello en estambre azul cogido, celoso alcaide de sus trenzas de oro, en segundo bajel se engolfó sola. ¡Cuántas voces le di! ¡Cuántas en vano tiernas derramé lágrimas!, temiendo no al fiero tiburón, verdugo horrendo del náufrago ambicioso mercadante,     ni al otro cuyo nombre espada es tantas veces esgrimida contra mis redes ya, contra mi vida, sino algún siempre verde, siempre cano sátiro de las aguas, petulante vïolador del virginal decoro, marino dios que, el vulto feroz hombre,     corvo es delfín la cola. Sorda a mis voces, pues, ciega a mi llanto, abrazado, si bien de fácil cuerda, un plomo fïó grave a un corcho leve, que algunas veces despedido cuanto, penda o nade, la vista no lo pierda, el golpe solicita, el bulto mueve prodigïosos moradores ciento     del líquido elemento. Láminas uno de viscoso acero, rebelde aun al diamante, el duro lomo hasta el luciente bipartido extremo     de la cola vestido, solicitado sale del rüido, y, al cebarse en el cómplice ligero     del suspendido plomo, Éfire, en cuya mano al flaco remo un fuerte dardo había sucedido, de la mano a las ondas gemir hizo el aire con el fresno arrojadizo; de las ondas al pez, con vuelo mudo, deidad dirigió amante el hierro agudo: entre una y otra lámina, salida la sangre halló por do la muerte entrada. Onda, pues, sobre onda levantada, montes de espuma concitó herida la fiera, horror del agua, cometiendo ya a la violencia, ya a la fuga el modo     de sacudir el asta, que, alterando el abismo o discurriendo     el océano todo, no perdona al acero que la engasta. Éfire en tanto al cáñamo torcido el cabo rompió, y bien, que al ciervo herido el can sobra, siguiéndolo la flecha. Volvíase, mas no muy satisfecha, cuando cerca de aquel peinado escollo hervir las olas vio templadamente, bien que haciendo círculos perfetos; escogió, pues, de cuatro o cinco abetos, el de cuchilla más resplandeciente, que atravesado remolcó un gran sollo.     Desembarcó triunfando, y aun el siguiente Sol no vimos, cuando en la ribera vimos, convecina, dado al través el monstro, donde apenas su género noticia, pías arenas en tanta playa halló tanta rüina».     Aura, en esto, marina el discurso y el día juntamente (trémula, si veloz) les arrebata, alas batiendo líquidas, y en ellas     dulcísimas querellas de pescadores dos, de dos amantes en redes ambos y en edad iguales.     Dividiendo cristales, en la mitad de un óvalo de plata, venía al tiempo, el nieto de la espuma, que los mancebos daban alternantes al viento quejas. Órganos de pluma,     aves, digo, de Leda, tales no oyó el Caístro en su arboleda, tales no vio el Meandro en su corriente. Inficionando, pues, süavemente las ondas el Amor, sus flechas remos, hasta donde se besan los extremos de la isla y del agua, no los deja.     Lícidas gloria, en tanto, de la playa, Micón de sus arenas,     invidia de sirenas,     convocación su canto de músicos delfines, aunque mudos,     en números no rudos     el primero se queja     de la culta Leusipe, décimo esplendor bello de Aganipe,     de Cloris el segundo, escollo de cristal, meta del mundo.     «¿A qué piensas, barquilla, pobre ya cuna de mi edad primera, que cisne te conduzgo a esta ribera? A cantar dulce, y a morirme luego:     si te perdona el fuego que mis huesos vinculan, en su orilla tumba te bese el mar, vuelta la quilla».     «Cansado leño mío, hijo del bosque y padre de mi vida, de tus remos ahora conducida a desatarse en lágrimas cantando,     el doliente, si blando, curso del llanto métrico te fío, nadante urna de canoro río».     «Las rugosas veneras, fecundas no de aljófar blanco el seno, ni del, que enciende el mar, tirio veneno, entre crespos buscaba, caracoles,     cuando de tus dos soles fulminado ya, señas no ligeras de mis cenizas dieron tus riberas».     «Distinguir sabía apenas el menor leño de la mayor urca que velera un Neptuno y otro surca, y tus prisiones ya arrastraba graves;     si dudas lo que sabes, lee cuanto han impreso en tus arenas, a pesar de los vientos, mis cadenas».     «Las que el cielo mercedes hizo a mi forma, ¡oh dulce mi enemiga!, lisonja no, serenidad lo diga de limpia, consultada ya, laguna,     y los de mi fortuna privilegios, el mar, a quien di redes más que a la selva lazos Ganimedes».     «No ondas, no luciente cristal, agua al fin dulcemente dura, invidia califique mi figura, de musculosos jóvenes desnudos.     Menos dio al bosque nudos que yo al mar, el que a un dios hizo, valiente, mentir cerdas, celoso espumar diente».     «Cuantos pedernal duro bruñe nácares boto, agudo raya en la oficina undosa desta playa, tantos Palemo a su Licote bella     suspende, y tantos ella al flaco da, que me construyen, muro, junco frágil, carrizo mal seguro».     «Las siempre desiguales blancas primero ramas, después rojas, de árbol que nadante ignoró hojas, trompa Tritón del agua a la alta gruta     de Nísida tributa, ninfa por quien lucientes son corales los rudos troncos hoy de mis umbrales».     «Esta en plantas no escrita, en piedras sí, firmeza honre Himeneo, calzándole talares mi deseo, que el tiempo vuela. Goza, pues, ahora     los lilios de tu aurora, que al tramontar del Sol mal solicita abeja aun negligente flor marchita».     «Si fe tanta no en vano desafía las rocas donde impresa con labio alterno mucho mar la besa, nupcial la califique tea luciente.     Mira que la edad miente, mira que del almendro más lozano parca es interïor breve gusano». Invidia convocaba, si no celo,     al balcón de safiro las claras, aunque etíopes, estrellas     y las Osas dos bellas,     sediento siempre tiro del carro, perezoso honor del cielo;     mas ¡ay!, que del rüido     de la sonante esfera a la una luciente y otra fiera el piscatorio cántico impedido, con las prendas bajaran de Cefeo     a las vedadas ondas, si Tetis no (desde sus grutas hondas)     enfrenara el deseo. ¡Oh, cuánta al peregrino el amebeo alterno canto dulce fue lisonja! ¿Qué mucho, si avarienta ha sido esponja     del néctar numeroso     el escollo más duro? ¿Qué mucho, si el candor bebió ya puro de la virginal copia, en la armonía, el veneno del ciego ingenïoso que dictaba los números que oía? Generosos afectos de una pía doliente afinidad, bien que amorosa por bella más, por más divina parte, solicitan su pecho a que (sin arte     de colores prolijos) en oración impetre oficïosa     del venerable isleño que admita yernos los que el trato hijos     litoral hizo, aun antes que el convecino ardor dulces amantes.     Concediolo risueño, del forastero agradecidamente y de sus propios hijos abrazado. Mercurio destas nuevas diligente, coronados traslada de favores de sus barcas Amor los pescadores al flaco pie del suegro deseado. ¡Oh del ave de Júpiter vendado pollo, si alado no lince sin vista, político rapaz, cuya prudente disposición especuló estadista     clarísimo ninguno de los que el reino muran de Neptuno! ¡Cuán dulces te adjudicas ocasiones para favorecer, no a dos supremos de los volubles polos ciudadanos, sino a dos entre cáñamo garzones! ¿Por qué? Por escultores quizá vanos de tantos de tu madre bultos canos cuantas al mar espumas dan sus remos. Al peregrino por tu causa vemos alcázares dejar, donde, excedida de la sublimidad la vista, apela     para su hermosura,     en que la arquitectura a la geometría se rebela, jaspes calzada y pórfidos vestida; pobre choza, de redes impedida,     entra ahora, ¡y lo dejas! ¡Vuela, rapaz, y, plumas dando a quejas, los dos reduce al uno y otro leño, mientras perdona tu rigor al sueño! Las Horas ya, de números vestidas, al bayo, cuando no esplendor overo del luminoso tiro, las pendientes ponían de crisólitos lucientes     coyundas impedidas, mientras de su barraca el extranjero dulcemente salía despedido a la barquilla, donde lo esperaban a un remo cada joven ofrecido. Dejaron, pues, las azotadas rocas,     que mal las ondas lavan del livor aun purpúreo de las focas, y, de la firme tierra el heno blando     con las palas segando,     en la cumbre modesta de una desigualdad del horizonte,     que deja de ser monte     por ser culta floresta, antiguo descubrieron blanco muro,     por sus piedras no menos que por su edad majestüosa cano; mármol, al fin, tan por lo pario puro, que al peregrino sus ocultos senos     negar pudiera en vano.     Cuantas del oceano     el Sol trenzas desata contaba en los rayados capiteles, que, espejos, aunque esféricos, fïeles, bruñidos eran óvalos de plata. La admiración que al arte se le debe áncora del batel fue, perdonando poco a lo fuerte, y a lo bello nada     del edificio, cuando ronca los salteó trompa sonante,     al principio distante, vecina luego, pero siempre incierta.     Llave de la alta puerta el duro son, vencido el foso breve, levadiza ofreció puente no leve tropa inquïeta contra el aire armada, lisonja, si confusa, regulada su orden de la vista, y del oído     su agradable rüido:     verde no mudo coro     de cazadores era, cuyo número indigna la ribera. Al Sol levantó apenas la ancha frente     el veloz hijo ardiente     del céfiro lascivo, cuya fecunda madre al genitivo soplo vistiendo miembros, Guadalete florida ambrosia al viento dio, jinete, que a mucho humo abriendo la fogosa nariz, en un sonoro relincho y otro saludó sus rayos. Los overos, si no esplendores bayos,     que conducen el día, les responden, la eclíptica ascendiendo. Entre el confuso, pues, celoso estruendo de los caballos, ruda hace armonía cuanta la generosa cetrería, desde la Mauritania a la Noruega,     insidia ceba alada,     sin luz, no siempre ciega, sin libertad, no siempre aprisionada,     que a ver el día vuelve las veces que, en fïado al viento dada, repite su prisión y al viento absuelve: el neblí que, relámpago su pluma, rayo su garra, su ignorado nido o lo esconde el Olimpo, o densa es nube     que pisa, cuando sube tras la garza, argentada el pie de espuma; el sacre, las del noto alas vestido, sangriento chiprïota, aunque nacido con las palomas, Venus, de tu carro; el girifalte, escándalo bizarro del aire, honor robusto de Gelanda, si bien jayán de cuanto rapaz vuela, corvo acero su pie, flaca pihuela     de piel lo impide blanda; el baharí, a quien fue en España cuna del Pirineo la ceniza verde, o la alta basa que el oceano muerde     de la egipcia coluna;     la delicia volante de cuantos ciñen líbico turbante,     el borní, cuya ala en los campos tal vez de Melïona galán siguió valiente, fatigando     tímida liebre, cuando intempestiva salteó leona     la melionesa gala,     que de trágica escena mucho teatro hizo poca arena. Tú, infestador en nuestra Europa nuevo de las aves, nacido, aleto, donde entre las conchas hoy del sur esconde     sus muchos años Febo,     ¿debes por dicha cebo? ¿Templarte supo, di, bárbara mano al insultar los aires? Yo lo dudo, que al precïosamente inca desnudo y al de plumas vestido mejicano, fraude vulgar, no industria generosa, del águila les dio, a la mariposa.     De un mancebo serrano el duro brazo débil hace junco, examinando con el pico adunco sus pardas plumas, el azor britano,     tardo mas generoso terror de tu sobrino ingenïoso, ya invidia tuya, Dédalo, ave ahora, cuyo pie tiria púrpura colora. Grave de perezosas plumas globo, que a luz lo condenó incierta la ira del bello de la estigia deidad robo, desde el guante hasta el hombro a un joven cela: esta emulación, pues, de cuanto vuela por dos topacios bellos con que mira,     término torpe era     de pompa tan ligera. Can de lanas prolijo, que animoso buzo será, bien de profunda ría,     bien de serena playa, cuando la fulminada prisión caya     del neblí, a cuyo vuelo,     tan vecino a su cielo, el cisne perdonara luminoso, número y confusión gimiendo hacía en la vistosa laja, para él grave, que aun de seda no hay vínculo süave. En sangre claro y en persona augusto,     si en miembros no robusto, príncipe les sucede, abrevïada en modestia civil real grandeza. La espumosa del Betis ligereza bebió no solo, mas la desatada majestad en sus ondas el luciente caballo, que colérico mordía el oro que süave lo enfrenaba, arrogante, y no ya por las, que daba, estrellas, su cerúlea piel al día,     sino por lo que siente de esclarecido, y aun de soberano, en la rienda que besa la alta mano de cetro digna. Lúbrica no tanto culebra se desliza tortüosa por el pendiente calvo escollo, cuanto la escuadra descendía presurosa por el peinado cerro a la campaña, que al mar debe, con término prescripto, más sabandijas de cristal que a Egipto horrores deja el Nilo que lo baña. Rebelde ninfa, humilde ahora caña,     las márgenes oculta     de una laguna breve,     a quien doral consulta     aun el copo más leve     de su volante nieve: ocioso, pues, o de su fin presago, los filos con el pico prevenía de cuanto sus dos alas aquel día al viento esgremirán cuchillo vago. La turba aun no del apacible lago     las orlas inquïeta, que tímido perdona a sus cristales el doral. Despedida no saeta de nervios partos igualar presuma     sus puntas desiguales,     que en vano podrá pluma vestir un leño como viste un ala. Puesto en tiempo, corona, si no escala,     las nubes, desmintiendo su libertad el grillo torneado que en sonoro metal lo va siguiendo,     un baharí templado,     a quien el mismo escollo, a pesar de sus pinos, eminente, el primer vello le concedió pollo, que al Betis las primeras ondas fuente. No sólo, no, del pájaro pendiente las caladas registra el peregrino, mas del terreno cuenta cristalino     los juncos más pequeños, verdes hilos de aljófares risueños. Rápido al español alado mira peinar el aire por cardar el vuelo, cuya vestida nieve anima un hielo que torpe a unos carrizos lo retira,     infïeles por raros, si firmes no por trémulos reparos. Penetra, pues, sus inconstantes senos,     estimándolos menos     entredichos que el viento; mas a su daño el escuadrón atento expulso lo remite a quien en suma un grillo y otro enmudeció en su pluma. Cobrado el baharí, en su propio luto o el insulto acusaba precedente,     o entre la verde hierba     avara escondía cuerva purpúreo caracol, émulo bruto     del rubí más ardiente, cuando, solicitada del rüido, el nácar a las flores fía torcido, y con siniestra voz convoca cuanta     negra de cuervas suma infamó la verdura con su pluma, con su número el Sol. En sombra tanta alas desplegó Ascálafo prolijas,     verde poso ocupando,     que de césped ya blando jaspe lo han hecho duro blancas guijas. Más tardó en desplegar sus plumas graves el deforme fiscal de Proserpina, que en desatarse, al polo ya vecina, la disonante niebla de las aves: diez a diez se calaron, ciento a ciento, al oro intüitivo, invidïado     deste género alado, si como ingrato no, como avariento, que a las estrellas hoy del firmamento     se atreviera su vuelo,     en cuanto ojos del cielo. Poca palestra la región vacía     de tanta invidia era, mientras, desenlazado la cimera,     restituyen el día a un girifalte, boreal harpía que, despreciando la mentida nube,     a luz más cierta sube, cenit ya de la turba fugitiva. Auxilïar taladra el aire luego un duro sacre, en globos no, de fuego,     en oblicuos sí engaños mintiendo remisión a las que huyen,     si la distancia es mucha, griego al fin. Una en tanto, que de arriba descendió fulminada en poco humo, apenas el latón segundo escucha, que del inferïor peligro al sumo apela, entre los trópicos grifaños     que su eclíptica incluyen,     repitiendo confusa     lo que tímida excusa.     Breve esfera de viento, negra circunvestida piel, al duro alterno impulso de valientes palas,     la avecilla parece, en el de muros líquidos, que ofrece, corredor, el dïáfano elemento al gémino rigor, en cuyas alas su vista libra toda el extranjero. Tirano el sacre de lo menos puro desta primer región, sañudo espera la desplumada ya, la breve esfera, que, a un bote corvo del fatal acero, dejó al viento, si no restitüido, heredado en el último graznido. Destos pendientes agradables casos vencida se apeó la vista apenas, que del batel, cosido con la playa, cuantos da la cansada turba pasos,     tantos en las arenas el remo perezosamente raya, a la solicitud de una atalaya atento, a quien doctrina ya cetrera     llamó catarribera. Ruda en esto política agregados tan mal ofrece, como construidos, bucólicos albergues, si no flacas     piscatorias barracas, que pacen campos, que penetran senos,     de las ondas no menos     aquéllos perdonados que de la tierra éstos admitidos. Pollos, si de las propias no vestidos, de las maternas plumas abrigados, vecinos eran destas alquerías, mientras ocupan a sus naturales Glauco en las aguas, en las hierbas Pales. ¡Oh cuántas cometer piraterías un cosario intentó, y otro, volante!, uno y otro rapaz, digo, milano,     bien que todas en vano, contra la infantería, que pïante en su madre se esconde, donde halla voz que es trompeta, pluma que es muralla. A media rienda en tanto el anhelante caballo, que el ardiente sudor niega en cuantas le densó nieblas su aliento, a los indignos de ser muros llega céspedes, de las ovas mal atados. Aunque ociosos, no menos fatigados, quejándose venían sobre el guante los raudos torbellinos de Noruega. Con sordo luego estrépito despliega, injurias de la luz, horror del viento, sus alas el testigo que en prolija desconfïanza a la sicana diosa     dejó sin dulce hija, y a la estigia deidad con bella esposa. **** *book_ *id_poem265 *date_1625 *creator_gongora 265 A la purísima concepción de Nuestra Señora Virgen pura, si el sol, luna y estrellas?     Si ociosa no, asistió naturaleza incapaz a la tuya, oh gran señora, Concepción limpia, donde ciega ignora lo que muda admiró de tu pureza.     Díganlo, oh Virgen, la mayor belleza del día, cuya luz tu manto dora, la, que calzas, nocturna brilladora, los, que ciñen, carbunclos, tu cabeza.     Pura la Iglesia ya, pura te llama la Escuela, y todo pío afecto sabio cultas en tu favor da plumas bellas.     ¿Qué mucho, pues, si aun hoy sellado el labio, si la naturaleza aun hoy te aclama Virgen pura, si el sol, luna y estrellas? **** *book_ *id_poem266 *date_1625 *creator_gongora 266 Para el principio de la Historia del señor rey don Filipe II, de Luis de Cabrera     Vive en este volumen el, que yace en aquel mármol, rey siempre glorioso; sus cenizas allí tienen reposo, y dellas hoy él mismo aquí renace.     Con vuestra pluma vuela, y ella os hace, culto Cabrera, en nuestra edad, famoso; con las suyas lo hacéis victorïoso del Francés, Belga, Lusitano, Trace.     Plumas de un Fénix tal, y en vuestra mano, ¿qué tiempo podrá haber que las consuma, y qué invidia ofenderos, sino en vano?     Escriba, lo que vieron, tan gran pluma, de los dos mundos uno y otro plano, de los dos mares una y otra espuma. **** *book_ *id_poem267 *date_1625 *creator_gongora 267 Para lo mismo     Segundas plumas son, oh lector, cuantas letras contiene este volumen grave; plumas siempre gloriosas, no del ave cuyo túmulo son aromas tantas:     de aquel sí, cuyas hoy cenizas santas breve pórfido sella en paz süave, que en poco mármol mucho Fénix cabe, si altamente negado a nuestras plantas.     De sus hazañas, pues, hoy renacido, debe a Cabrera el Fénix, debe el mundo, cuantas segundas bate plumas bellas;     a Cabrera, español Livio segundo, eternizado, cuando no ceñido de iguales hojas que Filipo estrellas. **** *book_ *id_poem268 *date_1625 *creator_gongora 268 A don Pedro de Cárdenas en un encierro de toros     Salí, señor don Pedro, esta mañana a ver un toro que en un Nacimiento con mi mula estuviera más contento que alborotando a Córdoba la llana.     Romper la tierra he visto en su abesana mis prójimos con paso menos lento que él se entró en la ciudad tan sin aliento, y aun más, que me dejó en la barbacana.     No desherréis vuestro Zagal, que un clavo no ha de valer la causa, si no miente quien de la cuerda apela para el rabo.     Perdonadme el hablar tan cortésmente de quien, ya que no alcalde por lo Bravo, podrá ser, por lo Manso, presidente. **** *book_ *id_poem269 *date_1625 *creator_gongora 269 Inscripción para el sepulcro de Domínico Greco     Esta en forma elegante, oh peregrino, de pórfido luciente dura llave, el pincel niega al mundo, más süave que dio espíritu a leño, vida a lino.     Su nombre, aun de mayor aliento dino que en los clarines de la Fama cabe, el campo ilustra de ese mármol grave: venéralo, y prosigue tu camino.     Yace el Griego. Heredó naturaleza arte, y el arte estudio, Iris colores, Febo luces, si no sombras Morfeo.     Tanta urna, a pesar de su dureza, lágrimas beba, y cuantos suda olores corteza funeral de árbol sabeo. **** *book_ *id_poem270 *date_1625 *creator_gongora 270 A la bajada de muchos señores de la corte al socorro de la Mamora, que estaba cercada     —¡A la Mamora, militares cruces! ¡Galanes de la corte, a la Mamora! Sed capitanes en latín ahora los que en romance ha tanto que sois duces.     —¡Arma, arma, ensilla, carga! —¿Qué? ¿Arcabuces? —No, gofo, sino aquesa cantimplora; las plumas riza, las espuelas dora. —¿Ármase España ya contra avestruces?     —Pica, bufón. ¡Oh tú, mi dulce dueño! Partiendo me quedé, y quedando paso a acumularte en África despojos.     —¡Oh tú, cualquier, que la agua pisas, leño!: escuche la vitoria yo, o el fracaso, a la lengua del agua de mis ojos. **** *book_ *id_poem271 *date_1625 *creator_gongora 271 Refiriendo el suceso de la toma del fuerte y río de la Mamora     Llegué, señora tía, a la Mamora, donde entre nieblas vi la otra mañana, desde el seguro de una partesana, confusa multitud de gente mora.     Pluma acudiendo va, tremoladora, andaluza, extremeña y castellana, pidiendo, si vitela no mongana, cualque fresco rumor de cantimplora.     Allanó alguno la enemiga tierra echándose a dormir; otro soldado, gastador vigilante, con su pico     biscocho labra. Al fin, en esta guerra no vi más fuerte sino el levantado. De la Mamora, hoy miércoles. Juanico. **** *book_ *id_poem272 *date_1625 *creator_gongora 272 A Luis de Cabrera, para la Historia del señor rey don Filipo el segundo     Escribís, oh Cabrera, del segundo Filipo las acciones y la vida, con que el cielo aquistó, si admiró el mundo.     Alto asunto, materia esclarecida, digna, Livio español, de vuestra pluma, y pluma tal a tanto rey debida.     Léase, pues, de este prudente Numa el largo cetro, la gloriosa espada, en culto estilo ya con verdad suma.     Sea la felicísima jornada en sus primeros años florecientes lisonja de mi oreja fatigada.     Provincias, mares, reinos diferentes, peregrinó gentil, pisó ceñido de enjambres, no de ejércitos, de gentes.     Cual ya el único pollo, bien nacido, de crestas vuela, de oro, coronado, si bien de plata y rosicler vestido,     que de tropas de aves rodeado, la variedad matiza del plumaje el color de los cielos turquesado;     tal el joven procede en su viaje, Fénix, mas no admirado del dichoso Árabe en nombre, bárbaro en linaje,     ni del Egipcio un tiempo religioso, sino hospedado del fïel Lombardo, temido del Helvecio belicoso.     Tantos siguen al príncipe gallardo, que el río que vadean, cristalino, o al mar no llega, o llega con pie tardo.     Hierve, no de otra suerte que el camino de próvidas hormigas, o de abejas el aire al colmenar circunvecino:     balcones, galerías son, y rejas del número que ocurre a saludarlo, las altas hayas, las encinas viejas.     A los pies llega, al fin, del quinto Carlo, que en sus brazos lo acoge, y tiernamente lo abraza, y no desiste de abrazarlo... **** *book_ *id_poem273 *date_1625 *creator_gongora 273 Al conde de Lemus, habiendo venido nueva de que era muerto en Nápoles Moriste en plumas no, en prudencia cano, gloria de Castro, invidia de Caístro, cisne gentil, cuyo final acento entre fieras naciones sacó al Istro lágrimas, y al segundo río africano señas, aunque bozal de sentimiento. Moriste, y en las alas fue, del viento, lastimando, tu dulce voz postrera, las orillas del Ganges, la ribera     del rey del occidente, flechero Parahuay, que de veneno la aljaba armado, de impiedad el seno,     tu fin sintió doliente. Oh tú, que de Sebeto en las arenas mueres cisne llorado de sirenas. Brazos te fueron de las Gracias cuna y de las musas sueño la armonía en tus primeros generosos paños. Dichoso el esplendor vieras, del día, si la que el oro ya de tu fortuna el estambre hilara de tus años; ¡oh de la muerte irrevocables daños, si de la invidia no ejecución fiera, Parca crüel, más que las tres severa!:     si alimentan tu hambre sierpes del Ponto y áspides del Nilo, ¿cuál pudo humedecer, livor, el hilo     de aquel vital estambre? Camisa del Centauro fue su vida, aun antes abrasada que vestida. No entre delicias, no, si ya crïado entre grandezas, de la falda amada a la magistral férula saliste. En letras luego, en generosa espada de Quirón no biforme ejercitado, togado Aquiles cultamente fuiste. Cuando de flores ya el vulto se viste, al fogoso caballo Valenzuela purpúreas plumas dándole tu espuela,     en el oficio duro de la robusta caza, las riberas del Sil te vieron fatigar las fieras,     y aun a su cristal puro de tu lanza llegar atravesado el mismo viento en forma de venado. De semidioses hija, bella esposa, que nácar su color, perlas su frente, corona de crepúsculos del día, la tea de Himeneo mal luciente te condujo ya al tálamo, y la rosa que a las perlas del alba aun no se abría libaste en paz. Mas, ay, que la armonía del coro virginal, gemido alterno de ave nocturna o pájaro de Averno     interrumpió no en vano. Tú, a pesar de prodigios tantos, hecho, si abejas los amores, corcho el lecho,     el néctar soberano despreciabas de Júpiter, dormido al ventilar alado de Cupido... **** *book_ *id_poem274 *date_1625 *creator_gongora 274 Al importuno canto de una golondrina     A la pendiente cuna vuelves, al que fïaste nido estrecho,     oh huéspeda importuna, de las retamas frágiles de un techo, que arboleda celosa aun no lo fía de cuanta le concede luz el día.     ¡Oh tú, de las parleras aves la menos dulce y más quejosa!     ¿Por qué el silencio alteras de una paz muda, sí, pero dichosa? ¿Quieres en tu rüido que presuma que miente voz la invidia y viste pluma?     Magníficas orejas ofendan, en alcázares dorados,     tus repetidas quejas, mientras yo entre estos sauces levantados aplauso al ruiseñor le niego breve sobre la hierba que ese cristal bebe.     ¿Cuál, di, bárbara arena, de sierpes, has dejado, engendradora,     por turbar la serena dulce tranquilidad que en este mora tan grato como pobre albergue, donde sellado el labio, la quietud se esconde?     Aquí, pues, al cuidado niego estos quicios, niego la cultura     de ese breve cercado, cuyo líquido seto plata es pura de arroyo tan oblicuo, que no deja la fragrancia salir, entrar la abeja. **** *book_ *id_poem275 *date_1625 *creator_gongora 275 En agradecimiento de una décima que el conde de Saldaña hizo en defensa del Polifemo y Soledades     Royendo sí, mas no tanto, el mar con su alterno diente el escollo está, eminente, que del cíclope oyó el canto, como a sí la invidia, en cuanto cisne augustamente dino de sitïal cristalino su pluma hace, elegante, si bastón no de un gigante, báculo de un peregrino. **** *book_ *id_poem276 *date_1625 *creator_gongora 276 A un bufon muy frío llamado Sotés, acatarrado de la burla que se refiere a la margen     Sotés, así os guarde Dios, que dice la noche helada que la Fuenfrida nevada es un Mongibel con vos; y así, infiero que la tos que os llevará al ataúd con prolija lentitud la causan vuestras frialdades, porque de gracia y sepades tenéis lo que de salud.     Tanto sabéis enfrïar al que por desdicha os topa, que le haréis pedir ropa a un día canicular. ¿Qué mucho, si hacéis temblar, en marzo y Andalucía, la que os hace compañía, cuando todo el mundo os niega la que en deciembre y Noruega pudiera ser noche fría?     Ventosedad, y no poca, sacó de vuestra fatiga; yo fío que ella os lo diga, pues las noches tienen boca; aunque la tendré por loca si estimándoos en un clavo, no os habla por otro cabo; porque, señor don Sotés, es noche, y noche de un mes que sabe volver de rabo. **** *book_ *id_poem277 *date_1625 *creator_gongora 277 En la muerte de Bonamí, enano flamenco     Yace Bonamí; mejor su piedra sabrá decillo, pequeña aun para el anillo de su homicida doctor. De Átropos aun no el rigor en tierra lo postró ajena, que un gusano tan sin pena se lo tragó, que al enano le sobra más del gusano que a Jonás de la ballena. **** *book_ *id_poem278 *date_1625 *creator_gongora 278     La vaga esperanza mía se ha quedado en vago, ¡ay triste! Quien alas de cera viste, ¡cuán mal de mi sol las fía!     Atrevida se dio al viento mi vaga esperanza, tanto, que las ondas de mi llanto infamó su atrevimiento, bien que todo un elemento de lágrimas urna es poca. ¿Qué diré a cera tan loca o a tan alada osadía? La vaga esperanza mía se ha quedado en vago, ¡ay triste! Quien alas de cera viste, ¡cuán mal de mi sol las fía! **** *book_ *id_poem279 *date_1625 *creator_gongora 279     Al campo salió, el estío, un serafín labrador, que el sol en su mayor fuerza no puede ofender al sol,     bien que, de su blanca frente, ventecillo adulador, si aljófares suda el nácar, aljófares le enjugó.     A dorar, pues, con su luz tantas espigas salió, cuantas al pie se le inclinan sin esperar a la hoz.     Qué no puede una beldad, si la tierra dos a dos, émulos, lilios aborta, del pie que los engendró,     por que no pise rastrojos la alba de Villamayor, sol de Uclés, y de Cupido el más luciente arpón.     ¿A qué salió, Amor, me digas, tu mayor gloria? A segar más almas con el mirar que tú, con la hoz, espigas.     Si lo mejor ya te di que en tus altares humea, vuelva yo, Amor, a la aldea, tan libre como salí. ¿Tienes alma? Creo que sí. Pues ¿qué aguardas, segador, si yo, con ser el Amor, sus armas temo enemigas?     ¿A qué salió, Amor, me digas, tu mayor gloria? A segar más almas con el mirar que tú, con la hoz, espigas. **** *book_ *id_poem280 *date_1625 *creator_gongora 280     Contando estaban sus rayos aun las más breves estrellas en el cristal que guarnecen los claros muros de Huelva,     cuando a las serenidades cometieron (dulce ofensa de la playa y de la noche) poco leño y muchas quejas: ¡Ay, cómo gime, mas ay, cómo suena,         gime y suena    el remo a que nos condena        el niño Amor!   Clarín que rompe el albor        no suena mejor.     Quejas de un pescadorcillo, honor de aquella ribera, que una roca solicita, sorda tanto como bella.     Con un remo y otro, creo, ondas terminando, y tierra, que su fe escribe en el agua, que su fe escribe en la arena. ¡Ay, cómo gime, mas ay, cómo suena,        gime y suena    el remo a que nos condena        el niño Amor!    Clarín que rompe el albor        no suena mejor.     Lisonja del oceano fue, y de la noche también, cuanta celebra beldad y cuanto acusa desdén.     Del llanto, pues, numeroso lo que pudo recoger, a pesar de las tinieblas, Eco piadosa, esto fue:     «Viva mi fe; viviré como desdichado,       viviré,       moriré.   »Dulce escollo, que aun ahora raya el sol que no se ve:     viva mi fe. Si eres alabastro el pecho, cuando no cristal el pie, viviré como desdichado,       viviré,       moriré.   »¿Qué roca de ti no sabe aun más de lo que yo sé?     Viva mi fe. Pues tu nombre en su dureza con tu dureza grabé, viviré como desdichado,       viviré,       moriré.   «Desátenme ya tus rayos, que yo los perdonaré.     Viva mi fe. Sepulcro el mar a su vuelo, si no a Lícidas, le dé. Viviré como desdichado,       viviré,       moriré».     Salió Cloris de su albergue, dorando el mar con su luz, por señas, que a tanto oro holgó el mar de ser azul.     Cáñamo anudando, engaña al ejercicio común, esto fïando del viento, y él lo escuchó con quietud:     «Pues nacistes en el mar, nadad, Amor, o creed que os ha de pescar la red que veis ahora anudar.         Par, par, par; que vuela y sabe nadar.   «Ciego nieto de la espuma,         par, par, par, monstro con escama y pluma,         par, par, par, nadad pez, o volad pato,         par, par, par, que en estas redes que trato el pato habéis de pagar.   «Pues nacistes en el mar, nadad, Amor, o creed que os ha de pescar la red que veis ahora anudar.       Par, par, par, que vuela y sabe nadar». **** *book_ *id_poem281 *date_1625 *creator_gongora 281     Cuatro o seis desnudos hombros de dos escollos o tres hurtan poco sitio al mar y mucho agradable en él.     Cuánto lo sienten las ondas batido lo dice el pie, que pólvora de las piedras la agua repetida es.     Modestamente sublime ciñe la cumbre un laurel, coronando de esperanzas al piloto que lo ve;     verdes rayos de una palma (si no luciente, cortés norte frondoso) conducen el derrotado bajel.     Este ameno sitio breve, de cabra, apenas, montés profanado, escaló un día mal agradecida fe:     joven, digo, ya esplendor del palacio de su rey, el hueco anima de un tronco nueve meses habrá o diez,     a quien, si lecho no, blando, sueño le debe fïel, brame el austro y de las rocas haga lo que del ciprés.     Arrastrando allí eslabones de su adorado desdén, hierbas cultiva no ingratas en apacible vergel.     ¡Oh cuán bien las solicita sudor fácil, y cuán bien, émulas, responden ellas, del más valiente pincel!     Confusas entre los lilios las rosas se dejan ver, bosquejando lo admirable de su hermosa crüel,     tan dulce, tan natural, que abejuela alguna vez se caló a besar sus labios en las hojas de un clavel.     Sierpe de cristal, vestida escamas de rosicler, se escondía ya en las flores de la imaginada tez,     cuando velera paloma, alado, si no, bajel, nubes rompiendo de espuma en derrota suya un mes,     le trajo, si no de oliva, en las hojas de un papel, señas de serenidad, si al arco de Amor se cree. **** *book_ *id_poem282 *date_1625 *creator_gongora 282 En la beatificación de Santa Teresa     De la semilla, caída no entre espinas ni entre piedras, que acudió a ciento por uno a la agradecida tierra,     media fue, y media colmada, la santa que hoy se celebra, de Ávila, según dispone ley de medidas expresa,     bien que de semilla tal no solo quiere ser media, sino costal de buriel, cuando no halda de jerga.     Patrïarca, pues, de a dos, dividida en dos fue entera: medio monja y medio fraile, soror Ángel, fray Teresa.     Monja ya y fraile, beata hoy nos la hace la Iglesia: trina en los estados y una, si única no en la esencia.     Al Carmelo subió, adonde con flores vio y con centellas zarza quizá alguna, pues se descalzó para vella.     Bajó de él, legisladora, en tablas más que de piedra de su antigua institución la recopilación nueva.     Celante y caritativa, tesbita como elisea, en el carro y con el manto baja, de sus dos profetas.     Baja, pues, y en pocos años tantas fundaciones deja cuantos pasos da en España, orbe ya de sus estrellas.     Moradas, divino el arte y celestial la materia, fabricó, arquitecta alada, si no argumentosa abeja.     Tanto y tan bien escribió, que podrá correr parejas, su espíritu, con la pluma del prelado de su iglesia,     pues, abulenses los dos, ya que no iguales en letras, en nombre iguales, él fue Tostado, Ahumada, ella:     grande en Ávila apellido, por quien tuvo de nobleza lo que de beldad, y de ambas, lo que el pavón, de soberbia.     Lisonjeáronla un tiempo las rosas, las azucenas, que en el cristal de su forma incluyó naturaleza;     mas, a breve desengaño caduca su primavera, frágil desmintió, el cristal, ser de roca su firmeza:     desengaño judicioso, que con perezosa fuerza interno royó gusano la verde lasciva hiedra,     cuya sombra suspendía frutos mil de penitencia, de ciudad no, populosa, mas de provincias enteras:     no encaneció igual, ceniza, oh Nínive, tu cabeza, al sayal de las capillas, que ejemplarmente hoy blanquea     en nuestra Europa, de tanto ciudadano anacoreta, que, escondido en sí, es su cuerpo gruta, de su alma, estrecha.     ¡Oh, con plumas de sayal, penitente pero bella carmelita hierarquía, gloria de la nación nuestra!     ¡Oh religión propagada antes que nacida, apenas plantada, ya floreciente, fecunda sobre doncella!     ¡Oh cuán muda que procedes! ¡Oh cuánto discurres lenta! ¿Qué mucho, si es tu instituto cantar bajo y calzar cuerdas?     Perdona si, entre los cisnes, saludo tu sol, corneja, tu sol, que Alba tiraniza y espumas del Tormes sellan;     perdona si, desatado mi pobre espíritu en lenguas, metal no ha sido, canoro, muda caña sí de aquella     santa, de familias madre, que en dos viñas a una cepa condujo, de un sexo y otro, obreros, a horas diversas,     cuyos silicios, limando aun los hierros de sus rejas, salvados le dan al cielo, hechos cedazos de cerdas.     De esta, pues, virgen prudente (a cuya nupcial linterna el olio que guardó viva está distilando muerta),     a la beatificación, laureada hasta las cejas ha convocado Cordóba sus Lúcanos y Senécas.     Si extrañaren los vulgares y acusaren la licencia, escapularios del carmen mis escapatorios sean;     todo va con regla y arte, que, a Dios gracias, arte y regla nos dejó Antonio; produzga todo escuchante la oreja:     At carmen potest produci, como verdolaga en huerta, a cualquiera pie concede la autoridad nebrisensia,     como sea pie de Carmen, calce cáñamo o vaqueta; y así, quod scripsi, scripsi, a dos de otubre, en Trasierra. **** *book_ *id_poem283 *date_1625 *creator_gongora 283 A la vida de los hidalgos pobres que siguen la corte     Al pie de un álamo negro, y, más que negro, bozal, pues ha tanto que no sabe sino gemir o callar,     algo apartado de Esgueva, porque el sucio Esgueva es tal que ni aun los álamos quieren dalle sus pies a besar,     estaba, en lo más ardiente de un día canicular, entre dos cigarras que le cantan el sol que fa,     un miércoles de ceniza vestido de humanidad, a cuya mesa ayunaran los martes de carnaval,     un hidalgo, introduciendo, en las cuchilladas, paz, de un follado incorregible, puesto que mayor de edad:     que la vejez de unas calzas desgarros contiene más que la juventud traviesa del cantado Escarramán.     Repararlas pretendía, si se pueden reparar cuchilladas tan mortales, con una aguja no más.     ¡Mecánica valentía!, bien que su temeridad lo va entrando en un confuso laberinto criminal,     donde fincará, no obstante que con fin particular envaine su dedo el mismo dedalísimo dedal,     porque le ha mentido el hilo y ha de quedarse, o andar requiriendo a fojas ciento las verdes bragas de Adam.     Congójalo esto de suerte que, desatado, nos da lo Rengifo en el sudor a veinte mil el millar;     porque el sudor de un hidalgo todo ha de ser calidad, tanto, que su escarpín diga a cien pasos el solar.     Mayores el sol hacía las sombras del árbol ya, cuando el prado pisó, alegre, la potrada del lugar.     Temiendo, pues, que la gente no gustase de pasar por las que fueron calzadas a vista del arrabal,     justicia en dos puntos hecho, sin vara (de tafetán), por lo menos llama cuantos de latón esbirros trae,     alfileres que le prendan lo que, pendiendo de atrás, nos hacía su pendencia sentir no bien y ver mal.     Consiguiolo, y atacando las que por su antigüedad primadas fueran de España, a mi voto, en Portugal,     a solicitar se fue dos mulas de cordobán, que le hierran, de ramplón, vecinos de Fregenal:     infante quiere seguir a los príncipes que irán con Su Majestad a Irún el octubre que vendrá;     previene, pues, carrüaje, no alegue anterioridad cualque marqués de Alfarache o conde de Rabanal.     Porque, si no Montesino, montañés, desea catar a Francia, y con el de Guisa tener estrecha amistad;     que tanta hambre no solo cata a París la ciudad, sino a la mesa redonda do los doce comen pan.     Penetrar quiere aquel reino, pues a la necesidad debe cuanto lemosino en Francia puede gastar,     seguro de encontrar nones donde tantos pares hay, si ya no es que en latín son más francos que en vulgar.     No está España para pobres, donde esconde cada cual en el arca de No he lo que vais a demandar;     las espaldas vuelven, todos, al pedir, con priesa tal, que al que buscares con peto lo hallarás con espaldar.     Esto, pues, hará a Rengifo, llevando más de real en las venas que en la bolsa, seguir a Su Majestad. **** *book_ *id_poem284 *date_1625 *creator_gongora 284 A un caballero de Córdoba que estaba en Granada     Hojas de inciertos chopos el nevado cabello, oirá el Genil tu dulce avena, sin invidiar al Dauro en poca arena mucho oro de sus piedras mal limado,     y del leño vocal solicitado, perdonará no el mármol a su vena ocioso, mas la siempre orilla amena canoro ceñirá muro animado.     Camina, pues, oh tú, Anfión segundo, si culto no, revocador süave aun de los moradores del profundo,     que el Betis hoy, que en menos gruta cabe, urna suya los términos del mundo lagrimoso hará en tu ausencia grave. **** *book_ *id_poem285 *date_1625 *creator_gongora 285 A don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba, dedicándole el maestro Risco un libro de música     Un culto Risco en venas hoy süaves concentüosamente se desata, cuyo néctar, no ya líquida plata, hace canoras aun las piedras graves.     Tú, pues, que el pastoral cayado sabes con mano administrar al cielo grata, de vestir, digno, manto de escarlata, y de heredar a Pedro en las dos llaves,     este, si numeroso, dulce escucha torrente, que besar desea la playa de tus ondas, oh Mar, siempre serenas.     Si armonïoso leño silva mucha atraer pudo, vocal Risco atraya un Mar, dones hoy todo a sus arenas. **** *book_ *id_poem286 *date_1625 *creator_gongora 286 En la muerte de tres hijas del duque de Feria     Entre las hojas cinco generosa, si verde pompa no de un campo de oro, prendas sin pluma a ruiseñor canoro degolló mudas sierpe venenosa.     Al culto padre no con voz piadosa, mas con gemido alterno y dulce lloro armonïosas lágrimas al coro de las aves oyó, la selva umbrosa.     Lloró el Tajo cristal, a cuya espuma dio poca sangre el mal logrado terno, terno de aladas cítaras süaves,     que rayos hoy sus cuerdas, y su pluma brillante siempre luz de un Sol eterno, dulcemente dejaron de ser aves. **** *book_ *id_poem287 *date_1625 *creator_gongora 287 A don Diego Páez de Castillejo     No entre las flores, no, señor don Diego, de vuestros años, áspid duerma breve el ocio, salamandria más de nieve que el vigilante estudio lo es de fuego;     de cuantas os clavó flechas el ciego, a la que dulce más la sangre os bebe hurtadle un rato alguna pluma leve, que el aire vago solicite luego.     Quejaos, señor, o celebrad con ella, del desdén, el favor de vuestra dama, sirena dulce, si no esfinge bella;     escribid, que a más gloria Apolo os llama: del cielo la haréis, tercero, estrella, y vuestra pluma, vuelo de la Fama. **** *book_ *id_poem288 *date_1625 *creator_gongora 288 De los que censuraron su Polifemo     Pisó las calles de Madrid el fiero monóculo galán de Galatea y, cual suele tejer bárbara aldea soga de gozques contra forastero,     rígido un bachiller, otro severo, crítica turba al fin, si no pigmea, su diente afila y su veneno emplea en el disforme cíclope cabrero.     A pesar del lucero de su frente, lo hacen obscuro, y él, en dos razones que en dos truenos libró de su occidente,     «Si quieren —respondió— los pedantones luz nueva en hemisferio diferente, den su memorïal a mis calzones». **** *book_ *id_poem289 *date_1625 *creator_gongora 289 A Juan de Villegas, alcalde mayor de Luque por don Egas Venegas, señor de aquella villa     En villa humilde sí, no en vida ociosa, vasallos riges con poder no injusto, vasallos de tu dueño, si no augusto, de estirpe, en nuestra España, generosa.     Del bárbaro rüido a curïosa dulce lección te hurta tu buen gusto; tal del muro abrasado hombro robusto, de Anquises, redimió, la edad dichosa.     No invidies, oh Villegas, del privado el palacio gentil, digo, el convento adonde hasta el portero es presentado;     de la tranquilidad pisas contento la arena enjuta, cuando en mar turbado ambicioso bajel da lino al viento. **** *book_ *id_poem290 *date_1625 *creator_gongora 290 Alegoría de la primera de sus Soledades     Restituye a tu mudo horror divino, amiga Soledad, el pie sagrado, que captiva lisonja es, del poblado, en hierros breves pájaro ladino.     Prudente cónsul, de las selvas dino, de impedimentos busca, desatado, tu claustro verde, en valle profanado de fiera menos que de peregrino.     ¡Cuán dulcemente de la encina vieja tórtola viuda al mismo bosque incierto apacibles desvíos aconseja!     Endeche el siempre amado esposo muerto con voz doliente, que tan sorda oreja tiene la soledad como el desierto. **** *book_ *id_poem291 *date_1625 *creator_gongora 291 De la purificación de Nuestra Señora     La vidrïera mejor     en sus brazos de cristal     entra al Sol, hoy, celestial     en la capilla mayor,     a cuyo resplandor,     sin que más luz espere, Simeón fénix arde y cisne muere. **** *book_ *id_poem292 *date_1625 *creator_gongora 292 En la muerte de tres hijas del duque de Feria     Tres vïolas del cielo, tres de las flores ya breves estrellas,     fragrante mármol, sellas, que aljofaró, la muerte, de su hielo, si las trenzas no están ciñendo ahora de una alba que crepúsculos ignora. **** *book_ *id_poem293 *date_1625 *creator_gongora 293 Égloga piscatoria en la muerte del duque de Medina Sidonia Perdona al remo, Lícidas, perdona     al mar, en cuanto besa maravillas no bárbaras en esa aguja que de nubes se corona; el tridente de Tetis, de Belona     incluye el asta. ¡Oh cuánto sella esplendor, desmiente gloria humana, esa al margen del agua constrüida, si no índice mudo desta vida,     pompa aun de piedras vana, urna hecho dudosa jaspe tanto, de poca tierra, no de poco llanto! Erré, Alcidón. La cudiciosa mano, siguió las ondas, no en la, que ejercitan, piedad o religión. Sobre los remos, los marinos reflujos aguardemos,     que su lecho repitan. Lamer en tanto mira al oceano, Lícida, el mármol que Neptuno viste de tantas, si no más, náuticas señas que militares ya despojos Marte,     y las, que informó el arte     de afecto humano, peñas,     vulto exprimiendo triste. ¿Quién, dime, son aquellas de quien dudo cuál más dolor o majestad ostente,     plumas una la frente, palmas otra, y el cuerpo ambas desnudo?     Mal la pizarra pudo lisonjealles el color. Aquella ara del Sol edades ciento, ahora templo de quien el Sol aun no es estrella, la grande América es, oro sus venas, sus huesos plata, que dichosamente, si ligurina dio marinería a España en uno y otro alado pino,     interés ligurino     su rubia sangre hoy día su medula chupando está, luciente. Esotra naval siempre infestadora de nuestras playas, África es, temida, si no por los que engendran sus arenas, por los, que visten púrpura, leones, en tantos hoy católicos pendones cuantas le ha introducido España almenas, de quien tímido Atlante a más lucida, a región más segura se levanta, debida a tanta fuga ascensión tanta... **** *book_ *id_poem294 *date_1625 *creator_gongora 294 De una yegua que le quiso feriar el duque de Béjar     Ya que al de Béjar le agrada ser hoy de Feria, es muy justo vuele en mi yegua, su gusto, la garza más remontada; mas será cosa acertada, señor, que empuñe mi intento sus escudos más de ciento y de contado, por que don Luis no la siga a pie, corriendo ella más que el viento. **** *book_ *id_poem295 *date_1625 *creator_gongora 295 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor Cuando toquen a los maitines, toquen en Jerusalén, tañan al alba en Belén,     tañan, tañan, que profecías no engañan.     ¿Por qué? Di. Por lo que oirás por ahí a cien alados clarines. ¿Cuándo?     Esta noche.       ¡Oh qué bueno! Toda, pues, gaita convoque     los pastores; dulces sean ruiseñores del Sol que nos ha de dar, no en cuna de ondas el mar, sino en pesebre de heno un portal desta campaña.     Taña el mundo, taña;     toque al alba, toque.     ¡Oh, lo que esta noche harán cuando oyan las campanas los que ilustran con sus canas las tinieblas de Abraham! Mas no las conocerán: David, sí, cuyo rüido lisonja será, a su oído, de concertados violines. Cuando toquen a los maitines, toquen en Jerusalén, tañan al alba en Belén,     tañan, tañan, que profecías no engañan.     Abra el limbo orejas, abra, Dios eterno, que no dudo que rompa el silencio mudo desta noche, tu palabra. No carabela, no zabra traerá el aviso, que es mucho; laúd sí, donde ya escucho zalemas de serafines. Cuando toquen a los maitines, toquen en Jerusalén, tañan al alba en Belén,     tañan, tañan, que profecías no engañan. **** *book_ *id_poem296 *date_1625 *creator_gongora 296 A lo mismo No solo el campo nevado hierba a producir se atreve     a mi ganado, pero aun es fïel la nieve a las flores que da el prado. ¿De qué estás, Gil, admirado,     si hoy nació cuanto se nos prometió?     ¿Qué, Carillo? Toma, toma el caramillo, y ven cantando tras mí: por aquí, mas ay, por allí nace el cardenico alhelí. Ve, Carillo, poco a poco;     mira que ahora pisó tu pie un narciso, aquí más loco     que en la fuente. Tente, por tu vida, tente, y mira con cuánta risa el blanco lilio en camisa se está burlando del hielo. Lástima es pisar el suelo. Písalo, mas como yo,     queditico. Pisaré yo el polvico     menudico; pisaré yo el polvó,     y el prado no. ¿Oyes voces?      Voces oyo, y aun parecen de gitanos: bien hayan los avellanos     deste arroyo, que hurtado nos los han. Al Niño buscando van, pues que van cantando dél     con tal decoro: «Támaraz, que zon miel y oro, támaraz, que zon oro y miel. A voz, el cachopinito,     cara de roza, la palma oz guarda hermoza     del Egito. Támaraz, que zon miel y oro, támaraz, que zon oro y miel». ¡Qué bien suena el cascabel! Grullas no siguen su coro con más orden que esta grey. Cántenle endechas al buey, y a la mula otro que tal, si ellos entran el portal. Halcones cuatreros son     en procesión. Ya las retamas se ven del portal entre esos tejos.     Míroos desde lejos,     portal de Belén,     míroos desde lejos,     pareceisme bien. Brasildo llega también con todos sus zagalejos.     ¡Oh qué entrada tan sonora, tan bailada se puede hacer!      ¡Oh qué ajeno me siento de mí y qué lleno de otro! Tocad el rabel. ¿Qué diremos del clavel     que nos da el heno? Mucho hay que digamos de él,     mucho y bueno. Diremos que es blanco, y que lo que tiene de encarnado será más disciplinado que ninguno otro lo fue; que de las hojas al pie huele a clavos, y que, luego que un leño se arrime al fuego     de su amor, agua nos dará, de olor, piadoso hierro crüel. ¿Qué diremos del clavel     que nos da el heno? Mucho hay que digamos de él,     mucho y bueno. **** *book_ *id_poem297 *date_1625 *creator_gongora 297 A lo mismo     Ven al portal, Mingo, ven; seguro el ganado dejas, que aun entre el lobo y ovejas nació la paz en Belén.     La paz del mundo escogido en aquel ya leño grave, que al hombre, a la fiera, al ave, casa fue, caverna y nido, hoy, pastor, se ha establecido tanto, que en cualquiera otero retozar libre el cordero y manso el lobo se ven. Ven al portal, Mingo, ven; seguro el ganado dejas, que aun entre el lobo y ovejas nació la paz en Belén.     Sobra el can, que ocioso yace las noches que desvelado, y rediles del ganado los términos son que pace. El siglo de oro renace con nuestro glorioso niño, a quien esta piel de armiño de mi fe será rehén. Ven al portal, Mingo, ven; seguro el ganado dejas, que aun entre el lobo y ovejas nació la paz en Belén. **** *book_ *id_poem298 *date_1625 *creator_gongora 298 A lo mismo ¿A que tangem em Castella? A maitines.      ¿Noite é boa? Sí.     ¿E facem como em Lisboa a frutinha de padella? Mucha.      ¿Jantaremos della? Luego que confeséis vos que nació el Hijo de Dios     noche tal, no en Belén de Portugal, sino en Belén de Judea. ¿Zumbáis de Alfonso Correa,     castejão? Ñafete, que el recién nacido no es portugués.      Eso não. Ñafete, se ha derretido todo el sebo.      Ficai lá. Ñafete, que va corrido, corrido va. Ficai lá. ¿Ouvís, cão?      Parientes somos. Deos naceu em Portogal e da mula do Portal procedem os machos romos que teim os frades Jeromos no mosteiro de Belem. ¿Quién lo alumbró deso?      ¿Queim? ¿El sebo de alguna vela? ¿A que tangem em Castella? A maitines.      ¿Noite é boa? Sí.     ¿E facem como em Lisboa a frutinha de padella? ¿Dejó también casta el buey? Gerazão ficou nestremo. ¿Luego era toro?      Era o Demo, era muita que os daréi pancada.     ¿A mí?      A vos, ao rey. Liquidado se ha.      ¿Falades? Haga nuestras amistades mucha enmelada hojuela. ¿A que tangem em Castella? A maitines.      ¿Noite é boa? Sí.     ¿E facem como em Lisboa a frutinha de padella? **** *book_ *id_poem299 *date_1625 *creator_gongora 299 A lo mismo     ¿Cuál podréis, Judea, decir que os dio menos luz: el ver la noche día al nacer, o el día noche al morir? Las piedras sabran oír antes que yo responder. Sabranse al menos romper, para más os confundir.     Si esta noche, o noche tal, flores os sirvió la nieve, zodíaco hecho breve de mucho Sol un portal, adonde un bruto animal, viéndose rayos su pelo, aun con el toro del cielo se desdeña competir, ¿cuál podréis, Judea, decir que os dio menos luz: el ver la noche día al nacer, o el día noche al morir?     Si en expirando Dios, luego del Sol os niega la luz, y en las tinieblas su cruz os fue columna de fuego, ¿cuál daréis, ingrato y ciego pueblo, competente excusa? Si esta noche aun os acusa los días que dejáis ir, ¿cuál podréis, Judea, decir que os dio menos luz: el ver la noche día al nacer, o el día noche al morir? **** *book_ *id_poem300 *date_1625 *creator_gongora 300 A lo mismo     Al gualete, hejo     del senior Alá,             ha, ha, ha.     Haz, vuesa mercé,     zalema e zalá,             ha, ha, ha. Bailá, Mahamú, bailá,     falalá lailá, tania el zambra la javevá,     falalá lailá, que el amor del Nenio me matá,             me matá,     falalá lailá.     Aunque entre el mula e il vaquilio nacer en este pajar, o estrelias mentir, o estar califa vos, chequetilio. Chotón, no l'oiga el cochilio de aquel Herodes marfuz, que maniana hasta el cruz en sangre estarás bermejo.     Al gualete, hejo     del senior Alá,             ha, ha, ha. Se del terano nemego oies vosanced el rabia, roncón tener yo en Arabia con el pasa e con el hego. Yo estar jeque. Se conmego andar, manteca, seniora, mel vos, e serba madora, comerás, senior el vejo.     Al gualete, hejo     del senior Alá,             ha, ha, ha. **** *book_ *id_poem301 *date_1625 *creator_gongora 301 En la misma festividad. Por la vida y ascensos de don fray Diego de Mardones, obispo de Córdoba Niño, si por lo que tienes de cordero, tus favores sienten antes los pastores que el mundo todo a quien vienes. el pastor que de sus bienes     liberal, rico, si no tu portal, ha hecho tu templo santo,     viva cuanto las piedras que ya dotó. Esto, Niño, pido yo.     Y yo también. Y todos, amén, amén.     Al que le concede el mundo los méritos que le han dado en nuestra España el cayado tercero, si no segundo, mar de virtudes profundo, santo ejemplar de pastores, tan modesto en los favores, cuan sufrido en los desdenes, el pastor que de sus bienes     liberal, rico, si no tu portal, ha hecho tu templo santo,     viva cuanto las piedras que ya dotó. Esto, Niño, pido yo.     Y yo también. Y todos, amén, amén.     Años, pues, tan importantes, iguales en la edad sean a las piedras, que desean para esto ser diamantes. No pise las zonas antes que bese el Tíber su pie con esplendor tanto, que nieguen carbunclos sus sienes el pastor que de sus bienes     liberal, rico, si no tu portal, ha hecho tu templo santo,     viva cuanto las piedras que ya dotó. Esto, Niño, pido yo.     Y yo también. Y todos, amén, amén. **** *book_ *id_poem302 *date_1625 *creator_gongora 302 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor Esta noche un Amor nace, niño y Dios, pero no ciego, y tan otro al fin, que hace     paz, su fuego, con las pajas en que yace.     De una Virgen, aun después de ser madre, pura cuanto lo dice el sol, que es su manto, nace el Niño Amor que ves; no es su arco, no, el que es pompa del otro rapaz: el símbolo sí, de paz, que ambos polos satisface. Esta noche un Amor nace, niño y Dios, pero no ciego, y tan otro al fin, que hace     paz, su fuego, con las pajas en que yace.     No venda este Amor divino de sus ojos la alegría: vendaránsela algún día que lo hagan adivino. Sus bellos miembros el lino, ya que no sus soles, vista; que mal puede el heno, a vista, abrigar, de quien lo pace. Esta noche un Amor nace, niño y Dios, pero no ciego, y tan otro al fin, que hace     paz, su fuego, con las pajas en que yace. **** *book_ *id_poem303 *date_1625 *creator_gongora 303 A lo mismo ¡Oh, qué vimo, Mangalena!     ¡Oh, que vimo!     ¿Dónde, primo? No portalo de Belena. ¿E qué fu?      Entre la hena mucho Sol con mucha raia.     Caia, caia. Por en Diosa que no miento. Vamo aiá.      Toca instrumento. Elamú, calambú, cambú,     elamú. Tú, prima, sará al momento escravita do nacimento. ¿E qué sará, primo, tú?     Saró bu, se chora o menín Jesú. Elamú, calambú, cambú,     elamú.     Cosa vimo que creeia pantará: mucha jerquía, cantando con melonía a un niño que e Diosa e Reia, ma tan desnuda que un bueia le está contino vahando. Veamo, primo, volando tanta groria e tanta pena. ¡Oh, qué vimo, Mangalena!     ¡Oh, qué vimo!     ¿Dónde, primo? No portalo de Belena.     Someme e, véndome a rosa de Jericongo, María, «Entra —dijo—, prima mía», que negra so, ma hermosa. ¿Entraste?      Sí, e maliciosa a mula un coz me tiró. Caia, que non fu coz, no. ¿Pos qué fu?      Invidia morena. ¡Oh, qué vimo, Mangalena!     ¡Oh, qué vimo!     ¿Dónde, primo? No portalo de Belena. **** *book_ *id_poem304 *date_1625 *creator_gongora 304 En la fiesta de la adoración de los reyes ¿Qué gente, Pascual, qué gente? ¿Qué polvareda es aquella? La Astrología de oriente, cuyo postillón luciente     es una estrella. ¡Praza!      ¿Quién nos atropella? Mechora, rey de Sabá,     guan guan guá, morenica de Sofalá.     Hi, hi, hi. ¡Qué rey tan fuera de aquí hoy nos ha venido acá!     Ha, ha, ha. ¿Ríe la pastora?      Sí. Paparico, poco a poco, que samo enfadado ya.      Ha, ha, ha. Entra, primo.      Fuera allá, no piense el Niño que es coco el rey que a adorallo va.     Hormiguero, y no en estío, negros hacen al portal. Hormiga sá, juro a tal, hormiga, ma non vacío. ¿Qué traéis?      La reia mío incienso ofrece sagrado. Humo, al fin, el humo ha dado. Sá de Dios, al fin, presente. ¿Qué gente, Pascual, qué gente? ¿Qué polvareda es aquella? La Astrología de oriente, cuyo postillón luciente     es una estrella. **** *book_ *id_poem305 *date_1625 *creator_gongora 305 A la purificación de Nuestra Señora ¡Oh, qué verás, Carillejo, hoy en el templo!      ¿Qué, Bras? Corre, vuela, calla, y verás cómo en las manos de un viejo     pone hoy franca la Palomica blanca,     que pone, que pare, que pare como Virgen, que pone como Madre.     Subamos, Carillo, arriba, subamos donde ya asoma la deseada paloma con el ramo de la oliva; la esperanza siempre viva de Simeón hoy la aguarda, dejándose, su edad tarda, aun la del Fénix atrás. Corre, vuela, calla, y verás cómo en las manos de un viejo     pone hoy franca la Palomica blanca,     que pone, que pare, que pare como Virgen, que pone como Madre.     Entre uno y otro gemido del legal ofrecimiento, escucha el Final acento de aquel cisne encanecido: «Ya, Señor, ya me despido de mi vida con quietud, pues he visto tu salud, y la nuestra mucho más». Corre, vuela, calla, y verás cómo en las manos de un viejo     pone hoy franca la Palomica blanca,     que pone, que pare, que pare como Virgen, que pone como Madre. **** *book_ *id_poem306 *date_1625 *creator_gongora 306 A don Luis de Ulloa, que enamorado se ausentó de Toro     Generoso esplendor, si no luciente, no solo es ya de cuanto el Duero baña, Toro, mas del zodíaco de España, y gloria vos de su murada frente.     ¿Quién, pues, región os hizo, diferente, pisar amante? Mal la fuga engaña mortal saeta, dura en la montaña, y en las ondas más dura, de la fuente:     de venenosas plumas, os lo diga, corcillo atravesado. Restituya sus trofeos el pie a vuestra enemiga.     Tímida fiera, bella ninfa huya; espíritu gentil, no solo siga, mas bese en el arpón la mano suya. **** *book_ *id_poem307 *date_1625 *creator_gongora 307 De la capilla de Nuestra Señora del Sagrario, de la Santa Iglesia de Toledo, entierro del cardenal Sandoval     Esta, que admiras, fábrica, esta prima pompa de la escultura, oh caminante, en pórfidos rebeldes al diamante, en metales mordidos de la lima,     tierra sella que tierra nunca oprima; si ignoras cúya, el pie enfrena ignorante, y esa inscripción consulta, que elegante informa bronces, mármoles anima.     Generosa piedad urnas hoy bellas con majestad vincula, con decoro, a las heroicas ya cenizas santas     de los que, a un campo de oro cinco estrellas dejando azules, con mejores plantas, en campo azul estrellas pisan de oro. **** *book_ *id_poem308 *date_1625 *creator_gongora 308 En el sepulcro de Garcilaso de la Vega     Piadoso hoy celo, culto sincel hecho de artífice elegante,     de mármol espirante un generoso anima y otro vulto, aquí donde entre jaspes y entre oro tálamo es mudo, túmulo canoro.     Aquí donde coloca justo afecto en aguja no, eminente,     sino en urna decente, esplendor mucho, si ceniza poca, bien que, milagros despreciando egipcios, pira es suya este monte de edificios.     Si tu paso no enfrena tan bella en mármol copia, oh caminante,     esa es la, ya sonante émula de las trompas, ruda avena, a quien del Tajo deben hoy las flores el dulce lamentar de dos pastores,     este, el corvo instrumento que al Albano cantó, segundo Marte;     de sublime ya parte pendiente, cuando no pulsarlo al viento, solicitarlo oyó, silva confusa, ya a docta sombra, ya a invisible musa.     Vestido, pues, el pecho túnica Apolo de diamante gruesa,     parte la dura huesa con la que en dulce lazo el blando lecho. Si otra inscripción deseas, vete cedo: lámina es cualquier piedra de Toledo. **** *book_ *id_poem309 *date_1625 *creator_gongora 309 Contra el interés Tenía Mari Nuño una gallina     en poner tan contina cuanto la vieja atenta a su regalo.     Sucedió un año malo, tal, que el pasto faltándole, süave,     negó su feudo el ave:     perdone Mari Nuño, que la overa se cierra cuando el puño. Mucho nos dicta en la paraboleja     de nuestra buena vieja monseñor Interés. Sangró una ingrata     cierto jayán de plata, enano Potosí, cofre de acero     de un bobo perulero,     a quien le dejó apenas sangre real en sus lucientes venas. Sintiendo los deliquios ella, luego,     con la venda del ciego la sangradura le ata, y se retira.     ¿Quién de lo tal se admira, si en Dueñas hoy y en todo su partido     lo más obedecido     es lo que acuña el cuño? Quien quisiere, pues, huevos, abra el puño. Águila, si en la pluma no, en la vista,     el togado es, legista, atento al pleito de su litigante,     si no a la rutilante bolsa, de cuatro mil soles esfera.     ¡Ciego de aquel que espera     vista, aunque no sea poca, de un aguileño! Cósanme esta boca. ¡Con qué eficacia el pendolar ministro     reduce su registro de la ley de escritura a la de gracia,     batida su eficacia de un acicate de oro! El papel diga     a cuánto rasgo obliga     el dorado rasguño, y qué overas cerró un cerrado puño. Que peine oro en la barba tu hijo, Febo,     ¿quién lo tendrá por nuevo, si lo peina en las palmas de las manos     cualquiera matasanos, si Toledo no vio entre puente y puente     a barbo dar, valiente,     carrete más prolijo que a rico enfermo tu barbado hijo? Cuantos o mal la espátula desata     o desmiente la plata fármacos oro son a la botica:     caudales que lambica, y simples hablen tantos como gasta.     Envainad, musa. Basta     el, que ha pillado, zuño quien os la pegará quizá de puño. **** *book_ *id_poem310 *date_1625 *creator_gongora 310 Al favor que San Ildefonso recibió de Nuestra Señora. Para el certamen poético de las fiestas que el cardenal don Bernardo de Sandoval y Rojas hizo en la traslación de Nuestra Señora del Sagrario a la capilla que le fabricó     Era la noche, en vez del manto obscuro tejido en sombras y en horrores tinto, crepúsculos mintiendo al aire puro, de un albor ni confuso ni distinto. Turbada así de tésalo conjuro, su esplendor corvo la deidad de Cinto a densa nube fía, que dispensa luz como nube y rayos como densa.     Fulgores arrogándose, presiente nocturno sol en carro no dorado, en trono sí de pluma, que luciente canoro nicho es, dosel alado, concentüoso coro diligente a tanto ministerio destinado; en hombros, pues, querúbicos, María viste al aire la púrpura del día.     Al cerro baja, cuyos levantados muros, alta de España maravilla, de antigüedad salían coronados por los campos del aire a recibilla. En tantos la aclamó plectros dorados cuantas se oyeron ondas en su orilla, glorioso el Tajo en ministrar cristales a impíreas torres ya, no imperïales.     Busca al pastor, que del metal precioso sacro es cayado su torcido leño, docto conculcador del venenoso helvidïano áspid no pequeño. Hallolo, mas hurtándose al reposo que los mortales han prescrito al sueño. El templo entraba cuando al santo godo alta le escondió luz el templo todo.     El luminoso horror tan mal perdona cuan bien impide su familia breve, pues con la menos tímida persona un término de mármol fuera leve; águila, pues, al sol que lo corona, intrépido Ilefonso rayos bebe, fïeles a una pluma que ha pasado, con lo que ha escrito, de lo que ha volado.     Póstrase humilde en el que tanta esfera majestüoso rosicler le tiende, y absorto en la de luz región primera se libra tremolante, inmóvil pende; de lo que ilustre luego reverbera, se remonta a lo fúlgido que enciende, ejecutorïando en la revista todos los privilegios de la vista.     Desde el sitial, la reina, esclarecido, ornamento le viste de un brocado cuyos altos no le era concedido al serafín pisar, más levantado; invidïoso aun antes que vencido, carbunclo ya en los cielos engastado en bordadura pretendió tan bella poco rubí ser más que mucha estrella.     De las gracias recíprocas la suma que el don satisficieron soberano, que celebraron la divina pluma, otra la califique en otra mano. Huyendo con su océano la espuma, el margen restituye menos cano, que iluminado el templo restituye extenüada luz que a su luz huye.     ¡Oh Virgen siempre, oh siempre glorïosa aun de humildes dignada afectos puros! Fábrica te construye suntüosa de jaspes varios y de bronces duros, pastor, mas de virtud tan poderosa, que al tiempo (de obeliscos ya, de muros devorador sacrilego) se atreve con la, que te erigió, piedra más breve.     Augusta es gloria de los Sandovales, Argos de nuestra fe tan vigilante, que ciento ilustran ojos celestiales aun la que arrastra púrpura flamante. De los que estolas ciñen inmortales crezca glorioso el escuadrón ovante quien devoto consagra hoy a tu vulto tan digno trono cuan debido culto. **** *book_ *id_poem311 *date_1625 *creator_gongora 311 Al conde de Villamediana, de su Faetón     En vez de las Helíades, ahora coronan las Pïérides el Pado, y tronco la más culta, levantado, suda electro en los números que llora.     Plumas vestido ya las aguas mora Apolo, en vez del pájaro nevado que a la fatal del joven fulminado alta rüina voz debe canora.     ¿Quién, pues, verdes cortezas, blanca pluma les dio? ¿Quién de Faetón el ardimiento, a cuantos dora el sol, a cuantos baña     términos del océano la espuma, dulce fía? Tu métrico instrumento, oh Mercurio del Júpiter de España. **** *book_ *id_poem312 *date_1625 *creator_gongora 312 Al conde de Lemus, viniendo de ser virrey de Nápoles     Florido en años, en prudencia cano, riberas del Sebeto, río que apenas obscurecen sus aguas sus arenas, gran freno moderó tu cuerda mano     donde mil veces escuchaste en vano entre los remos y entre las cadenas, no ya ligado al árbol, las sirenas del lisonjero mar napolitano.     Quede en mármol tu nombre esclarecido, firme a las ondas, sordo a su armonía, blasón del tiempo, escollo del olvido,     oh águila de Castro, que algún día será para escribir tu excelso nido un cañón de tus alas pluma mía. **** *book_ *id_poem313 *date_1625 *creator_gongora 313 Panegírico al duque de Lerma     Si arrebatado merecí algún día tu dictamen, Euterpe, soberano, bese el corvo marfil hoy desta mía sonante lira tu divina mano; émula de las trompas su armonía, el séptimo trïón de nieves cano, la adusta Libia, sorda aun más, lo sienta, que los áspides fríos que alimenta.     Oya el canoro hueso de la fiera, pompa de sus orillas, la corriente del Ganges, cuya bárbara ribera baño es supersticioso del oriente; de venenosa pluma, si ligera, armado lo oya el Marañon valiente, y débale a mis números, el mundo, del fénix de los Sandos un segundo.     Segundo en tiempo, sí, mas primer Sando en togado valor; dígalo armada de paz su diestra, díganlo trepando, las ramas de Minerva, por su espada, bien que desnudos sus aceros, cuando cerviz rebelde o religión postrada obligan a su rey que tuerza, grave, al templo del bifronte dios la llave.     Este, pues, digno sucesor del claro Gómez Diego, del Marte cuya gloria a las alas hurtó, del tiempo avaro, cuantas le prestó plumas a la historia; este, a quien guardará mármoles Paro, que informe el arte, anime la memoria, su primer cuna al Duero se la debe, si cristal no fue tanto cuna breve.     Del Sandoval, que a Denia aun más Corona de majestad que al mar de muros ella, Isabel nos lo dio, que al sol perdona los rayos que él a la menor estrella; hija del que la más luciente zona pisa glorioso, porque humilde huella (general de una santa compañía) las insignias ducales de Gandía.     Alta resolución, merecedora del que ya le previene digno culto su nieto generoso, oculto ahora, bien que prescribe su esplendor lo oculto: debido nicho la piedad le dora; la devoción al no formado vulto de bálsamo, en el oro que aun no pende, alimenta los rayos que le enciende.     Joven después, el nido ilustró mío, redil ya numeroso del ganado que el silbo oyó de su glorioso tío, pastor de pueblos bienaventurado; con labio alterno, aun hoy, el sacro río besa el nombre en sus árboles grabado. ¡Tanta le mereció Córdoba, tanta veneración a su memoria santa!     Dulce bebía en la prudente escuela ya la doctrina del varón glorioso, ya centellas de sangre con la espuela solicitaba al trueno generoso, al caballo veloz, que envuelto vuela en polvo ardiente, en fuego polvoroso; de Quirón no biforme aprende luego cuantas ya fulminó armas el griego.     Tal vez la fiera que mintió al amante de Europa, con rejón luciente agita; tal, escondiendo en plumas el turbante, escaramuzas bárbaras imita; dura pala, si puño no pujante, viento dando a los vientos, ejercita, la vez que el monte no fatiga, vasto, Hipólito galán, Adonis casto.     De espumas, sufre el Betis, argentado, remos que lo conduzgan, ofreciendo el oro al tierno Alcides, que guardado del vigilante fue, dragón horrendo; delicias solicita su cuidado a las nudosas redes, expuniendo lo que incógnito más sus aguas mora, que extraña el cónsul, que la gula ignora.     Napea en tanto a descubrir comienza bien peinado cabello, mal enjuto, siendo al Betis un rayo de su trenza lo que es al Tajo su mayor tributo; salió al fin, y hurtando con vergüenza sus bellos miembros a silvano astuto, que infamar le vio un álamo prolijo, esto en sonantes nácares predijo:     «Crece, oh de Lerma tú, oh tú de España bien nacido esplendor, firme coluna, que al bien creces común, si no me engaña el oráculo ya de tu fortuna; Cloto el vital estambre de luz baña al que Mercurio le previene cuna, al santo rey que a tu consejo cano los años deberá de Octavïano».     Siguió a la voz, mas sin dejar rompido a Juno el dulce transparente seno, aplauso celestial, que fue al oído trompa luciente, armonïoso trueno. A mayoral en esto promovido su pastor sacro, el margen pisó, ameno, en que, de velas coronado, el Betis los primeros abrazos le da a Tetis.     No después mucho lazos tejió iguales de Calíope el hijo intonso al bello garzón augusto, que a coyundas tales rindió no solo, mas expuso el cuello: abeja de los tres lilios reales, dándole Amor sus alas para ello, dulce aquella libó, aquella divina del cielo flor, estrella de Medina,     deidad, que en isla no que errante baña incierto mar luz gémina dio al mundo, sino Apolos lucientes dos a España, y tres Dïanas de valor fecundo; gloria del tiempo Uceda, honor Saldaña, orbes son del primero y del segundo; sidonios muros besan hoy la plata que ilustra la alta Niebla que desata.     La antigua Lemus de real corona ínclito es rayo su menor almena a la segunda hija de Latona, que de Sebeto aun no pisó la arena, cuando al silencio métrico perdona la tantos siglos ya muda sirena, cantando las, que invidia el sol, estrellas, negras dos, cinco azules, todas bellas.     De un duque esclarecido la tercera Cintia el siempre feliz tálamo honora, la que, bien digna de mayor esfera, su luz abrevia Peñaranda ahora; al padre en tanto de su primavera los verdes años ocio no desflora, marqués ya en Denia, cuyo excelso muro de africanos piratas freno es, duro.     Al régimen atento de su estado, a sus penates lo admitió el prudente Filipo, afecto a su elocuente agrado, aun entre acciones mudas elocuente. Ya, mal distinto entonces, el rosado propicio albor del Héspero luciente, que ilustra dos eclípticas ahora, purpureaba al Sandoval que hoy dora.     Cetro superïor, fuerza süave a la gracia, si bien implume, hacía del pollo, Fénix hoy que apenas cabe en los prolijos términos del día, de quien será en los siglos la más grave, la mayor gloria de su monarquía: elección grata al cielo aun en la cuna, si a la emulación áulica importuna;     a la invidia, no ya a la que el veneno del quelidro, que más el sol calienta, sino el alado precipicio ajeno de las frustradas ceras alimenta; esta, pues, que aun el más oculto seno de los augustos lares pisa lenta, celante altera el judicioso terno de los sátrapas ya de aquel gobierno.     Mentida un Tulio, en cuantos el senado ambages de oratoria le oyó, culta, la hiedra acusa, que del levantado apenas muro la estructura oculta; temor induce, y del temor cuidado, tan ponderosamente, que resulta la merced castigada, que en Valencia los eslabones arrastró, de ausencia.     ¡Oh ceguedad! ¿Acuerdo intenta humano fatal corregir curso fácilmente? Tal ya de su reciente mies villano divertir pretendió raudo torrente; mucho le opuso monte, mas en vano, bien que, desenfrenada su corriente, a cuanta Ceres inundó, vecina, riego le fue la que temió rüina.     Sale al fin, y del Turia la ribera, vestida siempre de frondosas plantas, dulce continüada primavera le jura muchas veces a sus plantas. De apacibilidad hace, severa, homenaje recíproco otras tantas el virrey, confirmando, su gobierno, ósculo de justicia y paz alterno.     Examinó tres años su divino talento el que no solo de alabanza, mas de premio, paréntesis bien dino al período fue, de su privanza. Dejando al Turia sus delicias, vino donde ya le tejía la esperanza los verdes rayos de aquel árbol solo que los abrazos mereció de Apolo.     Camina, pues, de afectos aplaudido a expectación tan infalible iguales, cual del puente espacioso que has roído con diente oculto, Guadïana, sales, de los campos, apenas contenido, que templo son bucólico de Pales. La ceremonia en su recebimiento, oro calzada, plumas le dio al viento.     No del impulso conducido vano de la ambición, al pie de su gran dueño asciende, en cuya poderosa mano dos mundos continente son, pequeño; alas batiendo luego, al soberano sucesor se remonta, en cuyo ceño se ríe el Alba, Febo reverbera, águila generosa de su esfera.     Menos dulce a la vista satisface cristal, o de las rosas ocupado o del clavel que con la Aurora nace de aljófares purpúreos coronado, que un pecho augusto: ¡oh cuánta al favor yace —en líbica no arena, en varïado jaspe luciente sí—pálida insidia, bebiendo celos, vomitando invidia!     Servía y agradaba; esta le cuente felicidad, y en urna sea, dorada, piedra, si breve, la que más luciente la antigüedad tenía destinada; servía, y el enfermo rey prudente, de su vida la meta ya pisada, con el hijo asentía en el afeto, dignando de dos gracias un sujeto.     Al mayor ministerio proclamado de los fogosos hijos fue, del viento, que al Betis le bebieron ya el dorado, ya el cerúleo color de su elemento; de sus miembros en esto desatado el rey padre, luz nueva al firmamento en nueva imagen dio: pórfido sella la porción que no pudo ser estrella.     El heredado auriga, Faetón solo en la edad, no Faetón en la osadía, al dïadema de luciente Apolo en sombra obscura perdonó algún día; luto vestir al uno y otro polo hizo, si anegar no su monarquía en lágrimas, que pío enjugó luego de funerales piras sacro fuego.     Entre el esplendor, pues, alimentado de flores ya, süave ahora cera, y el dulcemente aroma lagrimado que fragrante del aire luto era, los oráculos hizo, del estado, digna merced del Sandoval, primera, el Júpiter novel, de más coronas ceñido que sus orbes dos de zonas.     Su hombro ilustra luego suficiente el peso de ambos mundos, soberano, cual la estrellada máquina luciente doctas fuerzas de monte hoy africano: ministro escogió tal, a quien valiente absuelto de sus vínculos en vano el inmenso hará, el celestial orbe que opreso gima, que la espalda corve.     Próvido el Sando al gran consejo agrega de espada votos, y de toga, armados, que cuarto apenas admitió colega la ambición de los triúnviros pasados; de competente número la griega, la prudencia romana sus senados establecieron; bárbaro hoy imperio concede a pocos tanto ministerio.     Tan exhausta, si no tan acabada, halló no solo la real hacienda, mas lastimosa aun a la insacïada del interés voracidad horrenda, que España, del marqués solicitada, generosa a su rey le hizo ofrenda, siglos de oro arrogándose la tierra, Copia la paz y crédito la guerra.     Confirmose la paz, que establecida dejó en Vervin Filipo ya, segundo, que las últimas sombras de su vida, puertas de Jano, horror fueron del mundo; de álamos temió entonces vestida la urna del Erídano profundo sombras que le hicieron, no ligeras, sus Helíades no, nuestras banderas.     Alegre en tanto, vida luminosa el hijo de la musa solicita a la tea nupcial, que perezosa le responde su llama en luz crinita; en sus conchas el Savo la hermosa, guardó al tercer Filipo, Margarita, cuyo candor en mejor cielo ahora süave es risa de perpetua Aurora.     Esta, pues, gloria nuestra, conducida con esplendor real, con pompa rara de Graz, con mayor fausto recebida del octavo Clemente fue en Ferrara. De joya tal quedando enriquecida tan gran corona, de tan gran tïara, en leños de Liguria el mar incierto vencido, Vinaroz le dio su puerto.     De Valencia inundaba las arenas España entonces, que su antiguo muro, digno sí, mas capaz tálamo apenas del Himeneo pudo ser, futuro. Desatadas la América sus venas de uno ostentó y otro metal puro; ¿qué mucho, si pisando el campo verde plata calzó el caballo que oro muerde?     Del leño aun no los senos, inconstante, la bella Margarita había dejado, y de su esposo ya escuchaba, amante, lisonjas dulces a Mercurio alado, al Sandoval en céfiros volante de treinta veces dos acompañado títulos en España esclarecidos, en grana, en oro, el alba, el sol vestidos.     Con pompa recebida al fin, gloriosa, la perla boreal fue, soberana, en ciudad vanamente generosa, de nación generosamente vana. Dulce un día después la hizo esposa flamante el Castro en púrpura romana; fuese el rey, fuese España, e irreverente pisó el mar lo que ya inundó la gente.     Esperaba a sus reyes Barcelona con aparato, cual debía, oportuno a rayo ilustre de tan gran corona, a murado tridente de Neptuno; ninguna de las dos real persona ni de los cortesanos partió alguno sin arra de su fe, de su amor seña, aquella grande, estotra no pequeña.     Al santüario luego su camino del Monte dirigieron Aserrado, donde el báculo viste, peregrino, las paredes que el mástil derrotado; deste segundo en religión Casino sus pasos votan al Pilar sagrado; ufana al recebillos se alboroza, mirándose en el Ebro, Zaragoza.     Del reino convocó los tres estados al servicio, el marqués, y al bien atento del interés real, y convocados, dacio logró magnífico su intento; sus parques luego el rey, sus deseados lares repite, donde entró contento, cuando a la pompa respondía el decoro en estoque desnudo, en palio de oro.     Entre el concento, pues, nupcial, oyendo del Arno los silencios, nuestro Sando las armas solicita, cuyo estruendo freno fue duro al florentín Fernando; el Fuentes bravo, aun en la paz tremendo, vestido acero, bien que acero blando, terror fue a todos, mudo, sin que entonces diestras fuesen de Júpiter sus bronces.     La quietud de su dueño prevenida sin efusión de sangre, la campaña de Carrïón le duele, humedecida, fértil granero ya de nuestra España, pobre entonces y estéril, si perdida, la mejor tierra que Pisuerga baña; la corte les infunde, que del Nilo siguió inundante el fructüoso estilo.     De la esterilidad, fue, de la inopia, Carrïón, dulcemente perdonado, las espigas, los pomos de la Copia al Júpiter, debidos, hospedado; Pisuerga sacro por la urna propia, y sacro mucho más por el cayado, en muros tanto, en edificios medra, que sus márgenes bosques son de piedra.     Vigilante aquí el Denia, cuantos pudo prevenir leños fía a Juan Andrea, que a Argel su remo los conduzga mudo, si castigado hay remo que lo sea; venda el trato al jenízaro membrudo, cuando al corso no hay turco que no crea su bajel, que no importa, si en la playa el mar se queda, que el bajel se vaya.     ¡Oh Argel! ¡Oh de rüinas españolas voraz ya campo tu elemento impuro! ¡Oh, a cuántas quillas tus arenas solas, si no fatal, escollo fueron duro! Imiten nuestras flámulas tus olas, tremolando purpúreas en tu muro, que en cenizas te pienso ver surcado o de tus ondas o de nuestro arado.     No ya esta vez, no ya la que al prudente Cardona, desmentido su aparato, las velas que silencio diligente convocaba, frustró segundo trato; volviéronse los dos, que llama ardiente, sin vanas previas de naval recato, la justicia vibrando está, divina, contra aquesta pirática sentina.     En el mayor de su fortuna halago, la que en la rectitud de su guadaña Astrea es de las vidas, en Buitrago rompió crüel, rompió el valor de España en una Cerda. No mayor estrago, no, cayendo, rüina más extraña hiciera un astro, deformando el mundo, enjugando el océano profundo,     que de Lerma la ya duquesa, dina de pisar glorïosa luces bellas, que a su virtud del cielo fue Medina cuna, cuando su tálamo no estrellas. Cuantas niega a la selva convecina lagrimosas dulcísimas querellas da a su consorte ruiseñor vïudo, músico al cielo, y a las selvas mudo.     Prorrogando sus términos el duelo, los miembros nobles, que en tremendo estilo trompa final compulsará del suelo, en los bronces selló, de su lucilo; de Pisuerga al undoso desconsuelo aun la urna incapaz fuera, del Nilo. ¿Qué mucho, si afectando vulto triste, llora la adulación, y luto viste?     Parte en el duque la mayor tuviera el sentimiento y aun el llanto ahora, si la serenidad no le trujera alta del Infantado sucesora; la, que el tiempo le debe, primavera al Favonio en el tálamo de Flora, siempre bella, florida siempre, el mundo al Diego deberá, Gómez, segundo;     al que, delicia de su padre, agrado de sus reyes, lisonja de la corte, en coyunda feliz tan grande estado, el dote fue, menor, de su consorte, Mecenas español, que al zozobrado barquillo estudïoso ilustre es norte, ¡oh cuánta le darán acciones tales jurisdicción gloriosa a los metales!     No después mucho, madre esclarecida a Margarita hizo el mejor parto que ilustró el hemisferio de la vida desde el adusto Can al gélido Arto. Palas en esto, láminas vestida, quinto de los planetas quiere al cuarto de los Filipos, duramente hecho genïal cuna su pavés estrecho.     Sus Gracias Venus a ejercer conduce el ministerio de las parcas, triste; cardó una el estambre, que reduce a sutil hebra la que el huso viste; devanándolo otra, lo traduce a los giros volúbiles que asiste, mientras el culto de las musas coro sueño le alterna dulce en plectros de oro.     Agradecido el padre a la divina Eterna Magestad, himnos entona en regulados coros, que termina la devoción de su real persona; piadoso luego rey, cuantas destina penas rigor legal, tantas perdona a los que al son de sus cadenas gimen en los tenaces vínculos del crimen.     Señas dando festivas del contento universal, el duque las futuras al primero previene, sacramento, que del Jordán lavó aun las ondas puras: émulo su esplendor del firmamento, si piedras no, lucientes, luces duras construyeron salón, cual ya dio Atenas, cual ya Roma teatro dio a sus scenas.     Diligencia en sazón tal, afectada o casüal, concurso más solene del rey hizo, britano, la embajada, y el aplauso que España le previene, de la vocal en esto diosa alada, aunque litoral Calpe, aunque Pirene, siempre fragoso, convocó la trompa a la alta expectación de tanta pompa.     Ambicïoso oriente se despoja de las cosas que guarda en sí más bellas; Ceilán cuantas su esfera exhala, roja, engasta en el mejor metal centellas; de sus veneros registró Camboja las, que a pesar del Sol ostentó, estrellas el esplendor, la vanidad, la gala, en el templo, en el coso y en la sala.     Desmentido altamente del brocado, vínculo de prolijos leños ata el palacio real con el sagrado templo, erección gloriosa de no ingrata memoria al duque, donde abrevïado el Jordán sacro en márgenes de plata dispensó ya el que, digno de tïara, de la fe es, nuestra, vigilante vara.     Ingenïoso polvorista luego luminosos milagros hizo, en cuanto purpúreos ojos dando al aire ciego, mudas lenguas en fuego llovió, tanto, que adulada, la noche, deste fuego, no echó menos las joyas de su manto, que en la fiesta hicieron subsecuente la gala más lucida más luciente.     Pisó el cenit, y absorto se embaraza, rayos dorando, el Sol, en los doseles, que visten, si no un fénix, una plaza, cuyo plumaje piedras son noveles, de Dafnes coronada mil, que abraza en mórbidos cristales, no en laureles; turbado las dejó, porque celoso a Júpiter bramar oyó en el coso.     No en circos, no, propuso el duque atroces juegos o gladiatorios o ferales; no ruedas que hurtaron ya veloces a las metas, al polvo las señales; en plaza sí, magnífica, feroces, a lanza, a rejón muertos, animales, flechando luego en céfiros de España arcos celestes una y otra caña.     Apenas confundió la sombra fría nuestro horizonte, que el salón brillante nuevo epiciclo al gran rubí del día, y de la noche dio al mayor diamante; por láctea después segunda vía un orbe desató y otro, sonante, astros de plata, que en lucientes giros batieron con alterno pie zafiros.     Prolija prevención en breve hora se disolvió, y el lúcido topacio, que occidental balcón fue, de la Aurora, ángulo quedó apenas del palacio. De cuantos la edad mármores devora, igual restituyendo al aire espacio que ámbito a la tierra, mudo ejemplo al desengaño le fabrica templo.     Solicitado el holandés pirata de nuestra paz, o de su aroma ardiente, no solo no al Ternate le desata, mas, su coyunda, a todo aquel oriente; del mar es, de la Aurora, la más grata, cuando no la mayor de continente isla Ternate, pompa del Maluco, de este, inquirida siempre, y de aquel buco.     Esta, pues, que de aquel gran mundo ha sido universal emporio de su clavo al político lampo, al de torcido labio y cabello tormentoso cabo, domada fue de quien, por su apellido y por su espada ya dos veces Bravo, mayor será trofeo la memoria que el Adelantamiento, a su victoria:     gracias no pocas a la vigilancia del duque atento, cuya diligencia, próxima siempre a la mayor distancia, sombra individua es de su presencia. Veneciana estos días arrogancia, de vana procedida preeminencia, al sacro opuesta celestial clavero esgrimió casi el obstinado acero.     ¡Oh del mar reina tú, que eres esposa, cuyos abetos el león, seguros, conduce, sacro, que te hace undosa Cibeles, coronada de altos muros! Alcïón de la paz ya, religiosa, los reinos serenaste más impuros. ¡Oh Venecia, ay de ti! Sagrada hoy mano te niega el cielo, que desquicia a Jano.     Ay mil veces de ti, precipitada, mas república al fin prudente, ¿sabes la que a Pedro le asiste cuánta espada a sus dos remos es, a sus dos llaves? De una y de otra lámina dorada sus miembros aun no el Fuentes hizo graves, que señas de virtud dieron, plebeya, las togadas reliquias de Aquileya.     Confuso hizo el arsenal armado reseña militar, naval registro de sus fuerzas, en cuanto oyó el senado alto del rey Católico ministro, Néstor mancebo, en sangre y en estado Castro excelso, dulzura de Caístro; este, pues, varïando estilo y vulto, duro amenaza, persüade culto.     Oración en Venecia rigurosa, en Lombardía trompas elocuentes, vïolencia hicieron judiciosa a la mayor corona de prudentes. Adria, que sorbió ríos ambiciosa, tímida ahora recusando Fuentes, reducida desiste, humilde cede al quinto Paulo y a su santa sede.     Jacobo, donde al Támesis el día mucha le esconde sinüosa vela, legítimas reliquias de María, sucesión adoptada es, de Isabela; lo materno que en él ceniza fría de nuevos dogmas semivivo cela a paz con el católico lo induce, afecto que humea, si no luce.     Este, pues, embrión de luz, que incierto vivir apenas esplendor no sabe, la nunca extinta púrpura de Alberto alentó pía, fomentó süave; España, a ministerio tanto, experto varón delega, cuya mano grave, alternando instrumentos, persüada o con el caduceo o con la espada.     El Tasis fue, de Acuña, esclarecido, ya de Villamediana honor primero, el que, a tan alto asunto delegido, süavemente lo trató, severo; el de sierpes, al fin, leño impedido, el fulminante aun en la vaina acero la paz solicitaron, que Bretaña, que deberá al glorioso conde España:     alma paz, que, después establecida del Velasco, del rayo de la guerra, la tantos años puerta concluida abrió al tráfico el mar, abrió la tierra; Iris santa, que, el símbolo ceñida de la serenidad, a Ingalaterra, a España en nudo las implica, blando, de los odios recíprocos ovando.     No menos corvo rosicler sereno el país coronó agradable, donde en varios de cristal ramos el Reno las sienes al océano le esconde; el belicoso de la Haya seno, bélgico siempre título del conde, tronco del néctar fue, que fatigada labró la guerra, si la paz no, armada.     A la quietud de este rebelde polo asintió el duque entonces, indulgente, que por desenlazarlo un rato solo, no ya depone Marte el yelmo ardiente; su arco Cintia, su venablo Apolo, arrimado tal vez, tal vez pendiente, a un tronco este, aquella a un ramo fía, ejercitados el siguiente día... **** *book_ *id_poem314 *date_1625 *creator_gongora 314 De la Fábula de Faetón que escribió el conde de Villamediana     Cristales el Po desata que al hijo fueron, del Sol, si trémulo no farol, túmulo de undosa plata; las espumosas dilata armas de sañudo toro contra arquitecto canoro, que orilla el Tajo eterniza la fulminada ceniza en simétrica urna de oro. **** *book_ *id_poem315 *date_1625 *creator_gongora 315 De una caída que dio de un caballo el conde de la Oliva en el parque     Caballo que despediste, no solo un bello español, mas con los rayos del sol la dura tierra barriste; viste ya de plumas, viste, que si en esto no sucedes a la ave real, no puedes debidamente llevallo, que el águila aun es caballo indigno de Ganimedes. **** *book_ *id_poem316 *date_1625 *creator_gongora 316 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor El racimo que ofreció la tierra ya prometida, esta noche esclarecida en agraz he visto yo.     Mas que no, porque ha mucho que pasó.     Mas que sí, porque ha poco que lo vi.     ¿Dónde? Di. En el heno que le dio un portalillo pequeño, mientras lo cuelga de un leño el pueblo que alimentó.     El bello racimo, que trajeron por cosa rara entre dos en una vara, de aqueste figura fue. ¿Sábeslo tú? Yo lo sé del que lo profetizó.     Mas que no, porque ha mucho que pasó.     Mas que sí, porque ha poco que lo vi.     Entre dos se trajo aquel, y aqueste verá Sïón entre uno y otro ladrón, siendo la inocencia él. ¿Adivinas? Más fïel fue ya quien lo adivinó.     Mas que no, porque ha mucho que pasó.     Mas que sí, porque ha poco que lo vi. **** *book_ *id_poem317 *date_1625 *creator_gongora 317 Fábula de Píramo y Tisbe     La ciudad de Babilonia, famosa, no por sus muros (fuesen de tierra cocidos o sean de tierra crudos),     sino por los dos amantes desdichados, hijos suyos, que muertos, y en un estoque, han peregrinado el mundo,     citarista dulce, hija del Archipoeta rubio, si al brazo de mi instrumento le solicitas el pulso,     digno sujeto será de las orejas del vulgo: popular aplauso quiero, perdónenme sus tribunos.     Píramo, fueron, y Tisbe, los que en verso hizo culto el licenciado Nasón, bien romo o bien narigudo,     dejar el dulce candor lastimosamente obscuro al (que túmulo de seda fue, de los dos casquilucios)     moral que los hospedó, y fue condenado al punto, si del Tigris no en raíces, de los amantes, en fructos.     Estos, pues, dos babilonios vecinos nacieron, mucho, y tanto, que una pared de oídos no muy agudos,     en los años de su infancia, oyó a las cunas los tumbos, a los niños los gorjeos, y a las amas los arrullos;     oyolos, y aquellos días tan bien la audiencia le supo, que años después se hizo rajas en servicio suyo.     En el ínterim nos digan, los mal formados rasguños de los pinceles de un ganso, sus dos hermosos dibujos:     terso marfil su esplendor, no sin modestia, interpuso entre las ondas de un sol y la luz de dos carbunclos.     Libertad dice llorada el corvo süave yugo de unas cejas, cuyos arcos no serenaron diluvios.     Luciente cristal lascivo, la tez, digo, de su vulto, vaso era de claveles y de jazmines, confusos.     Árbitro de tantas flores, lugar el olfato obtuvo en forma, no de nariz, sino de un blanco almendruco.     Un rubí concede o niega (según alternar le plugo), entre veinte perlas netas, doce aljófares menudos.     De plata bruñida, era, proporcionado cañuto, el órgano de la voz, la cerbatana del gusto.     Las pechugas, si hubo Fénix, suyas son; si no lo hubo, de los jardines de Venus pomos eran no maduros.     El etcétera es de mármol, cuyos relieves ocultos ultraje mórbido hicieran a los divinos desnudos     la vez que se vistió Paris la garnacha de Licurgo, cuando Palas, por vellosa, y por zamba perdió Juno.     Esta, pues, desde el glorioso umbral de su primer lustro, niña la estimó, el Amor, de los ojos que no tuvo.     Creció deidad, creció invidia de un sexo y otro: ¿qué mucho que la fe erigiese aras a quien la emulación culto?     Tantas veces, de los templos a sus posadas redujo sin libertad los galanes, y las damas, sin orgullo,     que viendo, quien la vistió (nueve meses que la trujo) de terciopelo de tripa, su peligro en los concursos,     las reliquias de Tisbica engastó en lo más recluso de su retrete, negado aun a los átomos puros.     ¡Oh Píramo lo que hace, joveneto ya robusto que sin alas podía ser hijo de Venus segundo!     Narciso no, el de las flores pompa, que vocal sepulcro construyó a su boboncilla en el valle más profundo,     sino un Adonis caldeo, ni jarifo ni membrudo, que traía las orejas en las jaulas de dos tufos;     su copetazo, pelusa, si tafetán su testuzo, sus mejillas, mucho raso, su bozo, poco velludo;     dos espadas eran, negras a lo dulcemente rufo, sus cejas, que las doblaron dos estocadas de puño.     Al fin, en Píramo quiso encarnar Cupido un chuzo, el mejor de su armería, con su herramienta al uso.     Este, pues, era el vecino, el amante, y aun el cuyo, de la tórtola doncella, gemidora a lo viudo;     que de las penas de Amor encarecimiento es sumo escuchar ondas sediento quien siente frutas ayuno.     Intimado el entredicho de un ladrillo, y otro, duro, llorando Píramo estaba apartamientos conjuntos,     cuando fatal carabela, émula (mas no) del humo (en los corsos repetidos), aferró puerto seguro:     famïliar tapetada que, aun a pesar de lo adusto, alba fue, y alba a quien debe tantos solares anuncios.     Calificarle sus pasas, a fuer de aurora, propuso: los críticos me perdonen si dijere con ligustros.     Abrazola, sobarcada (y no de clavos malucos), en nombre de la azucena desmentidora del tufo,     siendo aforismo aguileño que matar basta a un difunto cualquier olor de costado, o sea morcillo o rucio.     Al estoraque de Congo volvamos, Dios en ayuso, a la que cuatro de a ocho argentaron el pantuflo:     avispa con libramiento no voló como ella anduvo; menos un torno responde a los devotos impulsos,     que la mulata se gira a los pensamientos mudos. ¡Oh Destino, inducidor de los que has de ser verdugo!     Un día que subió Tisbe, humedeciendo discursos, a enjugarlos en la cuerda de un inquïeto columpio,     halló en el desván acaso una rima que compuso el tiempo, sin ser poeta, más clara que las de alguno.     Había la noche antes soñado sus infortunios, y viendo el resquicio entonces, «Esta es —dijo—, no dudo,     esta, Píramo, es la herida que en aquel sueño importuno abrió dos veces el mío cuando una el pecho tuyo.     La fe que se debe a sueños y a celestiales influjos bien lo dice de mi ama el incrédulo repulgo.     ¿Lo que he visto a ojos cerrados más auténtico presumo que del amor que conozco los favores que descubro?     Efecto improviso es, no de los años diuturno, sino de un niño, en lo flaco, y de un dios, en lo oportuno.     Pared que nació conmigo, del Amor sólo el estudio, no la fuerza de la edad, desatar sus piedras pudo;     mas, ay, que taladró niño lo que dilatara astuto, que no poco daño a Troya breve portillo introdujo;     la vista que nos dispensa le desmienta el atributo de ciego en la, que le ata, ociosa venda, el abuso».     Llegó en esto la morena, los talares de Mercurio calzada en la diligencia de seis argentados puntos,     y, viendo extinguidos ya sus poderes absolutos por el hijo de la tapia que tiene veces de nuncio,     si distinguir se podía la turbación de lo turbio, su ejercicio ya frustrado le dejó el ébano, sucio;     otorgó al fin el infausto advocamiento futuro y, citando la otra parte, sus mismos autos repuso.     Con la pestaña de un lince barrenando estaba el muro, si no adormeciendo Argos, de la suegra substitutos,     cuando, Píramo, citado, telares rompiendo inmundos que la émula de Palas dio a los divinos insultos,     «Barco ya de vistas —dijo—, angosto no, sino augusto, que velas hecho tu lastre, nadas más cuando más surto:     poco espacio me concedes, mas basta, que a Palinuro mucho mar le dejó ver el primero breve surco.     Si a un leño, conducidor de la conquista o del hurto de una piel, fueron los dioses remuneradores justos,     a un bajel que pisa inmóvil un Mediterráneo enjuto con los suspiros de un sol, bien le deberán coluros;     tus bordes beso piloto, ya que no tu quilla buzo, si, revocando su voz, favorecieres mi asunto».     Dando luego a sus deseos el tiempo más oportuno, frecuentaron el desván, escuela ya de sus cursos;     lirones siempre de Febo y de Dïana lechuzos, se bebían las palabras en el polvo del conducto.     ¡Cuántas veces, impaciente, metió el brazo, que no cupo, el garzón, y lo atentado le revocaron por nulo!     ¡Cuántas, el impedimento acusaron de consuno al pozo que es de por medio, si no se besan los cubos!     Orador, Píramo, entonces, las armas jugó de Tulio, que no hay áspid vigilante a poderosos conjuros.     Amor, que los asistía, el vergonzoso capullo desnudó a la virgen rosa que desprecia el tirio jugo;     abrió su esplendor la boba, y a seguillo se dispuso: trágica resolución digna de mayor coturno.     Media noche era por filo, hora que el farol nocturno, reventando de muy casto, campaba de muy sañudo,     cuando tropezando Tisbe a la calle dio el pie zurdo, de no pocos endechada caniculares aúllos.     Dejó la ciudad de Nino, y al salir, funesto búho alcándara hizo umbrosa un verdinegro aceituno.     Sus pasos dirigió donde por las bocas de dos brutos tres o cuatro siglos ha que está escupiendo Neptuno;     cansada llegó a su margen, a pesar del abril, mustio, y lagrimosa la fuente enronqueció su murmurio.     Olmo que en jóvenes hojas disimula años adultos, de su vid florida entonces en los más lascivos nudos,     un rayo, sin escuderos o de luz o de tumulto, le desvaneció la pompa y el tálamo descompuso;     no fue nada: a cien lejías dio ceniza. ¡Oh cielo injusto, si tremendo en el castigo, portentoso en el indulto!:     la planta más convecina quedó verde; el seco junco ignoró aun lo más ardiente del acelerado incurso.     Cintia caló el papahígo, a todo su plenilunio, de temores velloríes que ella dice que son nublos.     Tisbe, entre pavores tantos solicitando refugios, a las rüinas apela de un edificio caduco.     Ejecutarlo quería, cuando la selva produjo del egipcio o del tebano un cleoneo trïunfo,     que en un prójimo cebado, no sé si merino o burdo, babeando sangre, hizo el cristal líquido, impuro.     Temerosa de la fiera aun más que del estornudo de Júpiter, puesto que sobresalto fue machucho,     huye, perdiendo en la fuga su manto: fatal descuido, que protonecio hará al señor Piramiburro.     A los portillos se acoge de aquel antiguo reducto, noble ya edificio, ahora jurisdicción de Vertumno;     alondra no con la tierra se cosió al menor barrunto de esmerjón, como la triste, con el tronco de un saúco.     Bebió la fiera, dejando torpemente rubicundo el cendal que fue de Tisbe, y el bosque penetró inculto.     En esto llegó el tardón, que la ronda lo detuvo sobre quitalle el que fue, aun envainado, verdugo.     Llegó, pisando cenizas del lastimoso trasunto de sus bodas, a la fuente, al término constituto,     y no hallando la moza, entre ronco y tartamudo se enjaguó con sus palabras, regulador de minutos;     de su alma la mitad cita a voces, mas sin fruto, que socarrón se las niega el eco más campanudo.     Troncos examina huecos, mas no le ofrece ninguno el panal que solicita en aquellos senos rudos.     Madama Luna a este tiempo, a petición de Saturno, el velo corrió al melindre y el papahígo depuso,     para leer los testigos del proceso ya concluso que publicar mandó el hado, cuál más, cuál menos, perjuro:     las huellas cuadrupedales del coronado abrenuncio, que en esta sazón bramando tocó a vísperas de susto;     las espumas, que la hierba más sangrientas las expuso que el signo las babeó, rugiente pompa de julio;     indignamente estragados, los pedazos mal difusos del velo de su retablo, que ya de sus duelos juzgo:     violos y, al reconocellos, mármol, obediente al duro sincel de Lisipo, tanto no ya desmintió lo esculpto,     como Píramo, lo vivo, pendiente en un pie a lo grullo, sombra hecho de sí mismo con facultades de bulto.     Las señas repite falsas del engaño a que lo indujo su fortuna, contra quien ni lanza vale ni escudo;     esparcidos imagina por el fragoso arcabuco (¿ebúrneos diré, o divinos?: divinos digo, y ebúrneos)     los bellos miembros de Tisbe; y aquí otra vez se traspuso, fatigando a Praxiteles sobre copiallo de estuco.     La Parca, en esto, las manos en la rueca y en el huso, y los ojos, como dicen, en el vital estatuto,     inexorable sonó la dura tisera, a cuyo mortal son Píramo, vuelto del parasismo profundo,     el acero que Vulcano templó en venenosos zumos, eficazmente mortales y mágicamente infusos,     valeroso desnudó, y no como el otro Mucio asó intrépido la mano, sino el asador tradujo     por el pecho a las espaldas. ¡Oh tantas veces insulso cuantas vueltas a tu hierro los siglos darán futuros!     ¿Tan mal te olía la vida? ¡Oh bien hideputa puto el que sobre tu cabeza pusiera un cuerno de juro!     De vïolas coronada salió la Aurora con zuño, cuando un suspiro de a ocho, aunque mal distinto el cuño     (cual, engañada, avecilla, del cautivo contrapunto, a implicarse desalada en la hermana del engrudo),     la llevó donde el cuitado en su postrimero turno desperdiciaba la sangre que recibió por embudo.     Ofreciole su regazo (y yo le ofrezco en su muslo desplumadas las delicias del pájaro de Catulo),     en cuanto, boca con boca, confitándole disgustos y heredándole aun los tractos menos vitales estuvo.     Expiró al fin en sus labios, y ella, con semblante enjuto que pudiera por sereno acatarrar un centurio     con todo su morrïón, haciendo al alma trabuco de un ay, se caló en la espada aquella vez que le cupo.     Pródigo desató el hierro, si crüel, un largo flujo de rubíes de Ceilán sobre esmeraldas de Muso.     Hermosa quedó la muerte en los lilios amatuntos, que salpicó dulce hielo, que tiñó palor venusto.     Llorolos, con el Eufrates, no solo el fiero Danubio, el siempre Araxes flechero, cuándo parto y cuándo turco,     mas con su llanto lavaron el Bucentoro diurno, cuando sale, el Ganges loro, cuando vuelve, el Tajo rubio.     El blanco moral, de cuanto humor se bebió purpúreo, sabrosos granates fueron o testimonio o tributo.     Sus muy reverendos padres, arrastrando luengos lutos con más colas que cometas, con más pendientes que pulpos,     jaspes, y de más colores que un áulico disimulo, ocuparon en su huesa, que el Syro llama sepulcro;     aunque es tradición constante, si los tiempos no confundo (de cronógrafos, me atengo al que calzare más justo),     que ascendiente pío de aquel desvanecido Nabuco, que pació el campo medio hombre, medio fiera y todo mulo,     en urna dejó, decente, los nobles polvos, inclusos, que absolvieron de ser huesos cinamomo y calambuco,     y en letras de oro: Aquí yacen individuamente juntos, a pesar del amor; dos, a pesar del número, uno. **** *book_ *id_poem318 *date_1625 *creator_gongora 318 A Nuestra Señora de Atocha, por la salud del señor rey don Filipe III     En vez, Señora, del cristal luciente, licores nabateos espirante, los faroles, ya luces de Levante, las banderas, ya sombras de Occidente,     las fuerzas litorales, que a la frente eran de África gémino diamante, tanto disimulado al fin turbante con generosidad expulso, ardiente,     votos de España son, que hoy os consagra sufragios de Filipo, a cuya vida aun los siglos del Fénix sean segundos.     Fiebre, pues, tantas veces repetida perdone al que es católica bisagra, para más gloria vuestra, de ambos mundos. **** *book_ *id_poem319 *date_1625 *creator_gongora 319 En la misma ocasión     Esta de flores, cuando no divina, industrïosa unión, que ciento a ciento las abejas, con rudo no argumento, en ruda sí confunden oficina,     cómplice prometea en la rapina del voraz fue, del lúcido elemento, a cuya luz, süave es, alimento, cuya luz su recíproca es, rüina.     Esta, pues, confusión hoy coronada del esplendor que contra sí fomenta, por la salud, oh Virgen Madre, erijo     del mayor rey, cuya invencible espada, en cuanto Febo dora o Cintia argenta, trompa es siempre gloriosa de tu Hijo. **** *book_ *id_poem320 *date_1625 *creator_gongora 320 A fray Esteban Izquierdo, fraile francisco, en agradecimiento de una bota de agua de azahar y unas pasas     La Aurora, de azahares coronada, sus lágrimas partió con vuestra bota, ni de las peregrinaciones rota ni de los conductores esquilmada.     De sus risueños ojos desatada, fragrante perla cada breve gota, por seráfica abeja fue, devota, a bota peregrina trasladada.     Uvas os debe Clío, mas ceciales, mínimas en el hábito, mas pasas, a pesar del perífrasis absurdo.     Las manos de Alejandro hacéis escasas, segunda la capilla del de Hales, Izquierdo Esteban sí, no Esteban zurdo. **** *book_ *id_poem321 *date_1625 *creator_gongora 321 En la jornada de Portugal     ¿En año quieres que plural cometa infausto corta a las coronas luto los vestigios pisar del Griego astuto? Por cuerdo te juzgaba, aunque poeta.     Salga a otro con lanza y con trompeta mosquito antonïano resoluto, y aun a pesar del tiempo más enjuto, Amor con botas, Venus con bayeta;     fresco verano, clavos y canela, nieve mal de una Estrella dispensada, aposento en las gavias el más bajo;     el primer día folïón y pela, el segundo, en cualquier encrucijada, inundaciones del nocturno Tajo. **** *book_ *id_poem322 *date_1625 *creator_gongora 322     Tonante monseñor, ¿de cuándo acá fulminas jovenetos? Yo no sé cuánta pluma ensillaste para el que sirviéndote la copa aun hoy está.     El garzón frigio, a quien de bello da tanto la antigüedad, besara el pie al que mucho de España esplendor fue, y poca, mas fatal, ceniza es ya.     Ministro, no grifaño, duro sí, que en Líparis Estéropes forjó, piedra, digo, bezahar de otro Pirú,     las hojas infamó de un alhelí, y los Acroceraunios montes no. ¡Oh Júpiter, oh tú, mil veces tú! **** *book_ *id_poem323 *date_1625 *creator_gongora 323 En persona de un galán, a una dama que le había ofrecido ir a un jardín     Vamos, Filis, al vergel, y dejarás invidiosa de tus mejillas, la rosa, de tus labios, el clavel; libaré en ellos la miel de quien son vaso y son flores a los enjambres de amores. Ven, Fili, que tardas ya; mas ay, quien palabras da bien sabrá mentir favores. **** *book_ *id_poem324 *date_1625 *creator_gongora 324     Guerra me hacen dos cuidados de contrarios accidentes: uno de males presentes, otro de bienes pasados; en la memoria cebados, voraz símil cada cual del bueitre ha sido, infernal, cuyo insaciable desdén plumas ha vestido al bien, garras ha prestado al mal. **** *book_ *id_poem325 *date_1625 *creator_gongora 325 Al mismo don Antonio Chacón, que, por acudir apresuradamente a excusar una pendencia, se desconcertó un pie     Ya que indignada caída tan grave pie desconcierta en pascua, señor, y en huerta no sé cuál menos florida, décima va condolida de vuestro fracaso, pues si a lo claudicante no es, visitarán a lo honrado un pie no bien concertado diez mal concertados pies. **** *book_ *id_poem326 *date_1625 *creator_gongora 326     Ojos eran, fugitivos, de un pardo escollo, dos fuentes, humedeciendo pestañas de jazmines y claveles,     cuyas lágrimas risueñas, quejas repitiendo alegres entre concentos de llanto y murmurios de torrente,     lisonjas hacen undosas tantas al sol, cuantas veces memorias besan de Dafnes en sus amados laureles.     Despreciando al fin la cumbre, a la campaña se atreven, adonde, en mármol dentado que les peina la corriente,     sus dos cortinas abrocha (digo, sus márgenes breves) con un alamar de plata una bien labrada puente.     Dichosas las ondas suyas que, entre pirámides verdes que ser quieren obeliscos sin dejar de ser cipreses,     y entre palmas que celosas confunden los capiteles de un edificio, a pesar de los árboles, luciente,     cristales son, vagarosos, destos bellos muros, de este galán Narciso de piedra, desvanecido sin verse,     y con razón, que es alcázar de la divina Sirene, arco fatal de las fieras, arpón dulce de las gentes.     Armada el hombro de plumas, Cintia, por las que suspende, Cupido, por las que bate, a la ambición es, del Betis.     Un día, pues, que, pisando inclemencias de diciembre, treguas hizo su coturno entre la nieve y la nieve,     corcillo, no de las selvas sino del viento más leve hijo veloz, de su aljaba dos o tres alas desmiente.     Síguelo, y en vez de cuantas a los copos más recientes blancas huellas les negó, blancos lilios les concede.     Joven, coronado entonces, no sin esplendor, las sienes de los trémulos despojos de un volado martinete,     cebando estaba, a las orlas de un estanque transparente, su baharí, que hambriento picaba los cascabeles.     Alterado del rüido tienta el acero que pende, cobra el caballo que pace, si pace quien hierro muerde;     mas, salteado después del bellísimo accidente, si intempestivo se opone, desalumbrado se ofrece:     con media luna ve un sol que rayos y flechas pierde tras un corzo que no huye, sino al Amor obedece.     Sagaz el hijo de Venus, vengativo como siempre, vana piel le vistió al viento, que aun las montañas la creen:     engañó la cazadora, conducida desta suerte a ilustrar carro lascivo de virginales desdenes. **** *book_ *id_poem327 *date_1625 *creator_gongora 327 Romance amoroso     ¿Callaré la pena mía, o publicaré el dolor? Si la callo, no hay remedio, si lo digo, no hay perdón.     De cualquier suerte se pierden alas de cera: ¿es mejor que las humedezca el mar, o que las abrase el sol? ¿Qué me aconsejas, Amor?     De un instrumento acordado al dulce doliente son, ¿será su piedad más sorda que el infierno, que lo oyó?     Al son, pues, deste instrumento, ¿intimarele al albor quejas que beba su oído en el cristal de una voz? ¿Qué me aconsejas, Amor?     Con las centellas del alma que ofrecen mis ojos hoy (templada su actividad, desmentido su color),     ¿será bien que de tus alas, no digo la más veloz, sino la más dulce pluma la acuse tanto rigor? ¿Qué me aconsejas, Amor?     Niño dios, tú me aconseja, que bien podrás, pues sé yo lo que ignoras como niño que lo sabes como dios.     Oráculo de ti mismo, desatar, no sólo, no, mis dudas, pero aun el hielo, sabrás, de su corazón. ¿Qué me aconsejas, Amor? **** *book_ *id_poem328 *date_1625 *creator_gongora 328 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo?    Yacía la noche, cuando las doce a mis ojos dio el reloj de las estrellas, que es el más cierto reloj.    Yacía, digo, la noche, y en el silencio mayor una voz dieron los cielos,     amor divino, que era luz aunque era voz,     divino amor.     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo?    Ruiseñor no era, del alba dulce hijo, el que se oyó: viste alas, mas no viste vulto humano el ruiseñor.    De varios, pues, instrumentos al confuso acorde son, gloria dando a las alturas,     amor divino, paz a la tierra anunció,     divino amor.     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo?    Levanteme a la armonía, y cayendo al esplendor, o todo me negó a mí, o todo me negué yo.    Tiranizó mis sentidos el soberano cantor, el que ni ave ni hombre,     amor divino, era mucho de los dos,     divino amor.     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo?    Restituidas las cosas que el éxtasis me escondió, a blando céfiro hice de mis ovejas pastor.    Dejelas, y en vez de nieve pisando una y otra flor, llegué donde al heno vi     amor divino, peinalle rayos al sol,     divino amor.     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo?    Humilde, en llegando, até al pesebre la razón, que me valió nueva luz, topo ayer y lince hoy.    Oí balar al cordero, que bramó un tiempo león, y vi llorar niño ahora,     amor divino, al que ha sido siempre Dios,     divino amor.     ¿Quién oyó?     ¿Quién oyó? ¿Quién ha visto lo que yo? **** *book_ *id_poem329 *date_1625 *creator_gongora 329 A las primeras fiestas que se prevenían después de acabada la Plaza Mayor de Madrid. Pídele al río Manzanares que cite a los más bravos y viejos toros de Jarama para que vengan a estrenar la plaza     Manzanares, Manzanares, vos que, en todo el acuatismo, duque sois, de los arroyos, y vizconde de los ríos:     soberbio corréis; mi pluma miércoles sea corvillo del polvo canicular en que os veréis convertido;     bien sea verdad que os harán marqués de Poza el estío los que, entrando a veros sucios, saldrán de veros no limpios,     no os desvanezcáis por esto, que de la piedra sois hijo, pues tomastes carne undosa en las entrañas de un risco;     enano sois de una puente que pudierais ser marido, si al besalla en los tres ojos le llegareis al tobillo.     ¿Al tobillo? Mucho dije: a la planta apenas, digo, y esa, no siempre desnuda, porque calzada ha vivido.     Solicitad deligente, alcanzándoos a vos mismo, los abrazos de Jarama, minotauro cristalino,     para que sirváis la copa a los parientes del signo que lame en su piel diamantes y pisa en abril safiros.     Y sepa luego de vos todo cuerno masculino que de sus agitaciones está ya acabado el circo:     la real plaza, del fénix de Pisuerga ilustre olvido, teatro de carantoñas, cadahalso de castigos.     Decildes a esos señores que ha más que fueron novillos, que serán, sin duda, encenias de este hermoso edificio,     espectáculo feroz, émulo de los antiguos, mas desmentido en España de dos cañazos moriscos.     Decildes que a tanta fiesta prevengan, los más lucidos, sus martinetes de hueso, pompa de tantos cintillos;     que estudien ferocidad, y de sus corvos cuchillos, si tienen sangre las sombras, beban la sangre, los filos;     que salgan de los toriles entre feroces y tibios, sin bramar a lo casado ni escarbar a lo gallino;     mas si escarbaren, que sea para dar luz al abismo, o sepulcros a los muertos que no se comieren vivos.     Toros sean de Diomedes, a cuyo rocín morcillo el pienso más venïal fue un celemín de homicidios.     Que aspiren a ser leones para que los haga erizos pluralidad generosa de rejones bien rompidos.     ¿Qué más se querrá un bicorne que verse hecho un sotillo de fresnos azafranados, desbarrigando pollinos?     Perdonen, que el asonante rebuzno ha hecho el relincho del que morirá cornado y escudos costó infinitos.     Los menos, pues, criminales por esta vez consentimos que ronden, que prendan capas, y den en fïado silbos     (porque un silbo es necesario para cómicos delictos, munición de mosqueteros que pretendo por amigos);     que, al fin, para embravecerse, vacunos armen garitos del juego del hombre, padre de chachos o de codillos;     y a fe que reyes fallados y matadores vencidos hagan a los bueyes, toros, y a los toros, basiliscos. **** *book_ *id_poem330 *date_1625 *creator_gongora 330 Al Serenísimo Infante cardenal     Purpúreo creced, rayo luciente del Sol de las Españas, que en dorado ya trono el Tíber os verá, sagrado, leyes dar algún día a su corriente.     De coronas entonces vos la frente, vuestro padre de orbes, coronado, deba el mundo un redil, deba un cayado a vuestras llaves, a su espada ardiente.     Creced a fines tan esclarecidos, oh vos, a cuyo glorïoso manto sombras son eritreos esplendores,     y en quien debidamente repetidos de vuestros dos se ven, progenitores, el nombre, lo católico, lo santo. **** *book_ *id_poem331 *date_1625 *creator_gongora 331 Al padre maestro Hortensio, de una audiencia del padre maestro fray Luis de Aliaga, confesor del señor rey don Felipe III     Al que de la conciencia es del tercero Filipo digno oráculo prudente, de una y otra saeta impertinente, si mártir no lo vi, lo vi terrero.     Tanto, pues, lo ceñía ballestero, cuanta lo estaba coronando gente, dejándole el concurso el despidiente hecho pedazos, pero siempre entero.     Hortensio mío, si esta llamo audiencia, ¿cuál llamaré robusta montería, donde cien flechas cosen un venado?     Ponderé en nuestro dueño una paciencia que en la atención modesta fue alegría, y en la resolución, sucinto agrado. **** *book_ *id_poem332 *date_1625 *creator_gongora 332 De don Francisco de Padilla, castellano de Milán     A este que admiramos en luciente, émulo del diamante, limpio acero, igual nos lo dio España caballero, que de la guerra Flandes rayo ardiente.     Laurel ceñido, pues, debidamente, las coyundas le fían del severo süave yugo, que al Lombardo fiero le impidió sí, no le oprimió, la frente.     ¿Qué mucho, si frustró su lanza arneses, si fulminó escuadrones ya su espada, si conculcó estandartes su caballo?     Del Cambresí lo digan los franceses: mas no lo digan, no, que en trompa alada, musa aun no sabrá, heroica, celebrallo. **** *book_ *id_poem333 *date_1625 *creator_gongora 333 En la muerte de un caballero mozo     Ave real de plumas tan desnuda, que aun de carne voló jamás vestida, cuya garra, no en miembros dividida, inexorable es guadaña aguda,     lisonjera a los cielos o sañuda contra los elementos de una vida, florida en años, en beldad florida, cuál menos piedad árbitra lo duda,     no a deidad fabulosa hoy arrebata garzón que en vez del venatorio acero cristal ministre impuro, sino alado     espíritu que, en cítara de plata, al Júpiter dirige, verdadero, un dulce y otro cántico sagrado. **** *book_ *id_poem334 *date_1625 *creator_gongora 334 Del rey y reina nuestros señores, en el Pardo, antes de reinar     Dulce arroyuelo de la nieve fría bajaba mudamente desatado, y del silencio que guardaba helado en labios de claveles se reía.     Con sus floridos márgenes partía si no su amor, Fileno, su cuidado: no ha visto a su Belisa, y ha dorado el sol casi los términos del día.     Con lágrimas turbando la corriente, el llanto en perlas coronó las flores, que ya bebieron en cristal la risa.     Llegó en esto Belisa, la alba en los blancos lilios de su frente, y en sus divinos ojos los amores,     que de un casto veneno la esperanza alimentan de Fileno. **** *book_ *id_poem335 *date_1625 *creator_gongora 335 De los mismos     Peinaba al sol Belisa sus cabellos con peine de marfil, con mano bella, mas no se parecía el peine en ella como se escurecía el sol en ellos.     En cuanto, pues, estuvo sin cogellos, el cristal solo, cuyo margen huella, bebía de una y otra dulce estrella en tinieblas de oro rayos bellos.     Fileno en tanto, no sin armonía, las horas acusando, así invocaba la segunda deidad del tercer cielo:     «Ociosa, Amor, será la dicha mía, si lo que debo a plumas de tu aljaba no lo fomentan plumas de tu vuelo». **** *book_ *id_poem336 *date_1625 *creator_gongora 336 De una dama que, quitándose una sortija, se picó con un alfiler     Prisión del nácar era, articulado, de mi firmeza un émulo luciente, un dïamante, ingenïosamente en oro también él aprisionado.     Clori, pues, que su dedo apremïado de metal aun precioso no consiente, gallarda un día, sobre impacïente, lo redimió del vínculo dorado.     Mas ay, que insidïoso latón breve en los cristales de su bella mano sacrílego divina sangre bebe:     púrpura ilustró menos indïano marfil; invidïosa sobre nieve, claveles deshojó la Aurora en vano. **** *book_ *id_poem337 *date_1625 *creator_gongora 337 Al doctor Narbona pidiéndole unos albarcoques que había ofrecido enviarle desde Toledo     Mis albarcoques sean de Toledo, cultísimo doctor; lo damasquino a un alfanje se quede, sarracino, que en albarcoques aun le tengo miedo.     Vengan (aunque es la voz antigua) cedo, no a manos del señor don Bernardino, que por negarle un cuesco al más vecino, degollará sin cadahalso un pedo.     Si expiró el cigarral, barbo luciente supla las frutas de que se corona, cuando no anguila que sus tactos miente:     de parte de don Luis se les perdona la calidad de entre una y otra puente, como sean del golfo de Narbona. **** *book_ *id_poem338 *date_1625 *creator_gongora 338 A un pintor flamenco, haciendo el retrato de donde se copió el que va al principio deste libro     Hurtas mi vulto, y cuanto más le debe a tu pincel, dos veces peregrino, de espíritu vivaz el breve lino en las colores que sediento bebe,     vanas cenizas temo al lino breve, que émulo del barro lo imagino, a quien (ya etéreo fuese, ya divino) vida le fïó muda esplendor leve.     Belga gentil, prosigue al hurto noble, que a su materia perdonará el fuego, y el tiempo ignorará su contextura.     Los siglos que en sus hojas cuenta un roble, árbol los cuenta sordo, tronco, ciego; quien más ve, quien más oye, menos dura. **** *book_ *id_poem339 *date_1625 *creator_gongora 339 Madrigal. Inscripción para el sepulcro de doña María de Lyra, natural de Toledo La bella Lira muda yace ahora debajo deste mármol que, sin duda,     lo ha convocado muda,     como solía canora:     si el Tajo arenas dora, ilustre piedras, culto monumento a este de las musas instrumento. **** *book_ *id_poem340 *date_1625 *creator_gongora 340 Para doña María Hurtado, en ausencia de don Gabriel Zapata, su marido Mátanme los celos     de aquel andaluz: háganme, si muriere,     la mortaja azul. Perdí la esperanza     de ver mi ausente: háganme, si muriere,     la mortaja verde. Madre, sin ser monja,     soy ya descalza, pues me tiene la ausencia     sin mi Zapata. La mitad del alma     me lleva la mar: volved, galeritas,     por la otra mitad. Muera yo en tu playa,     Nápoles bella, y serás sepulcro     de otra sirena. Pídenme que cante,     canto forzada: ¡quién lo fuera vuestro,     galeras de España! Mientras hago treguas     con mi dolor, si descansan los ojos,     llore la voz.     Ausente de mi vida:     tú en agua, yo navego     en lágrimas de fuego     después de tu partida;     esta mi voz perdida dulce te seguirá, pues dulce vuela; suspiros no, que abrasarán tu vela.     No de tu media luna     ha sido, Amor, flechada     saeta más alada     que la ausencia importuna;     defensa hay sola una contra su penetrante vuelo, y esa, el duro, es, mármol de una breve huesa. **** *book_ *id_poem341 *date_1625 *creator_gongora 341 En persona de un portugués. A una dama que le había dado un búcaro     Dulce niña, el barro bello con que tan rico me hallo hice mal en aceptallo, si dejastes de comello. Granjeáramos en ello gusto vos, y yo interés, que mi conterráneo es, el bucarillo süave, y os dijera cuán bien sabe aun en barro un portugués. **** *book_ *id_poem342 *date_1625 *creator_gongora 342 A Pedro Vergel, alguacil de corte, que en unas fiestas dio su caballo a un caballero a quien un toro había herido el suyo, y yendo a pie a darle de cuchilladas, no lo aguardó     No hay que agradeceros nada cuando agradecerlo importe, si es vuestra vara de corte, que lo sea vuestra espada; la resolución honrada, más que la dichosa suerte, canta la Fama de suerte que nos dice en trompas de oro que no solo os temió el toro, pero que os huyó la muerte. **** *book_ *id_poem343 *date_1625 *creator_gongora 343 En persona de un ministro importunado de una dama que descubriese un secreto     ¿Para qué me dais tormento, aprovechando tan poco? Perdido, mas no tan loco que descubra lo que siento.     Sabiendo, señora, que, como en firmeza lo he sido, en silencio lo seré, mármol que Amor ha erigido por término de su fe;     y habiéndoos dicho ya ciento y más vueltas de cordel cuán mudo es mi sufrimiento, mi constancia cuán fïel, ¿para qué me dais tormento?     De rigores excusados se arma vuestra porfía contra unos labios sellados, señas más de la fe mía que los ojos más vendados.     Las veces, pues, que provoco vuestro desdén, si veis cuánto desmentido os lo revoco, ocioso es ya desdén tanto, aprovechando tan poco.     El tiempo gastáis en vano solicitando, señora, secreto tan soberano que, aun callando, temo ahora que su religión profano.     Perdido diréis que toco hipérboles, en que doy indicios de seso poco, y respondereos que estoy perdido, mas no tan loco.     Porque en la siempre süave monarquía del Amor, del suceso menos grave, del más humilde favor es el silencio la llave;     con un establecimiento del vendado legal dios tan en favor de mi intento, mirad cómo queréis vos que descubra lo que siento. **** *book_ *id_poem344 *date_1625 *creator_gongora 344 Ánsares de Menga al arroyo van: ellos visten nieve, él corre cristal.     El arroyo espera las hermosas aves, que cisnes süaves son, de su ribera, cuya Venus era hija de Pascual. Ellos visten nieve, él corre cristal.     Pudiera la pluma del menos bizarro conducir el carro de la que fue espuma. En beldad, no en suma, lucido caudal, ellos visten nieve, él corre cristal.     Trenzado el cabello los sigue Minguilla, y en la verde orilla desnuda el pie bello, granjeando en ello marfil oriental los que visten nieve, quien corre cristal.     La agua apenas trata cuando dirás que se desata el pie, y no se desata, plata dando a plata con que, liberal, los viste de nieve, le presta cristal. **** *book_ *id_poem345 *date_1625 *creator_gongora 345 No vayas, Gil, al Sotillo,     que yo sé quien novio al Sotillo fue, que volvió después novillo.     Gil, si es que al Sotillo vas, mucho en la jornada pierdes; verás sus álamos verdes, y alcornoque volverás. Allá en el Sotillo oirás de algún ruiseñor las quejas, yo en tu casa, a las cornejas, y ya tal vez al cuclillo. No vayas, Gil, al Sotillo,     que yo sé quien novio al Sotillo fue, que volvió después novillo.     Al Sotillo floreciente no vayas, Gil, sin temores, pues mientras miras sus flores, te enraman toda la frente; hasta el agua transparente te dirá tu perdición, viendo en ella tu armazón, que es más que la de un castillo. No vayas, Gil, al Sotillo,     que yo sé quien novio al Sotillo fue, que volvió después novillo.     Mas si vas determinado, y allá te piensas holgar, procura no merendar de esto que llaman venado; de aquel vino celebrado de Toro no has de beber, por no dar en qué entender al uno y otro corrillo. No vayas, Gil, al Sotillo,     que yo sé quien novio al Sotillo fue, que volvió después novillo. **** *book_ *id_poem346 *date_1625 *creator_gongora 346 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor     ¡Cuántos silbos, cuántas voces tus campos, Belén, oyeron, sentidos bien de sus valles, guardadas mal de sus ecos!     Pastores las dan, buscando el, que, celestial cordero, nos abrió piadoso el libro que negaban tantos sellos. ¿Qué buscáis, los ganaderos? Uno, ay, niño, que su cuna los brazos son de la luna, si duermen sus dos luceros.     No pastor, no abrigó fiera frágil choza, albergue ciego, que no penetre el cuidado, que no escudriñe el deseo.     La diligencia, calzada, en vez de abarcas, el viento, cumbres pisa coronadas de paraninfos del cielo. ¿Qué buscáis, los ganaderos? Uno, ay, niño, que su cuna los brazos son de la luna, si duermen sus dos luceros. Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso, que dormir vi al niño. Paso. Quedo, ay, queditico, quedo.     Tanto he visto celestial, tan luminoso, tan raro, que (a pesar) hallarás claro (de la noche) este portal. Enfrena el paso, Pascual, deja a la puerta el denuedo. Pediros albricias puedo. ¿De qué, Gil? No deis más paso, que dormir vi al niño. Paso. Quedo, ay, queditico, quedo. **** *book_ *id_poem347 *date_1625 *creator_gongora 347 Del rey y reina nuestros señores en Aranjuez, antes de reinar     Las esmeraldas en hierba, los alcázares de quien, si jardinero el Jarama, el Tajo su alcaide es,     Fileno, que lo narciso desprecia por lo clavel, con Belisa coronaba, divino lilio francés:     pastores que, en vez de ovejas, y de corderos en vez, rayos del sol guarda ella, de abril guarda flores él.     Amor, que indignas, sus flechas, de tan altos pechos, ve, los vínculos de Himeneo nudos hizo de su red:     de algún álamo lo diga la corteza, que les fue bronce en la legalidad, y en la obediencia, papel.     ¡Cuántos afectos les deben los ecos de Aranjüez, que, naciendo a ser deseos, fueron suspiros después!     A cuya casta armonía breves ofreció un laurel, para números, sus hojas, para lámina, su pie.     Dulces les tejen los ríos, si en sus márgenes los ven, alegres coros de ninfas dos a dos y tres a tres.     Un día, pues, que los cisnes de su espuma tïorbas fueron de pluma, esto el aire oyó sereno:     «Viva el amor de Fileno, cuando no exceda, a la par, de la fe de su Belisa,      que no hay más.     Viva la fe de Belisa, cuando no mayor, igual al amor de su Fileno,      que no hay más.     Siempre amantes, venzan siempre la recíproca amistad de las vides con los olmos,      que no hay más.     Sus años sean, felices, en número y en edad, las encinas destos sotos,      que no hay más.     Y no sabiendo jamás lo que la fortuna es, bese la invidia sus pies,      que no hay más». **** *book_ *id_poem348 *date_1625 *creator_gongora 348 A la consumación del matrimonio entre los príncipes don Filipo IV y doña Isabel de Borbón, nuestros señores, ahora reyes de España     Al tronco de un verde mirto, enamorado Fileno dos escuadrones vio armados en la campaña de un sueño:     Amor conducía, en las señas que tremolaban deseos, esperanzas Bradamantes entre cuidados Rugeros;     las perezosas banderas seguían, del tardo Tiempo, horas, en el mal, prolijas, días, en el bien, ligeros.     Cerraron, pues, las dos haces, y el bello garzón, durmiendo, que, cerrados, es, los ojos, aun más Cupido que el ciego,     «¡A ellos —dice—, a ellos;      cierra, cierra,      arma, arma,      cierra, cierra, suenen las trompas, suenen,      guerra, guerra!     »A ellos —dice—, soldados: embestidlos, advirtiendo que láminas son de pluma cuantas mienten el acero;     mas perdonad a sus alas, aunque las ignora el viento, que es fomentar su tardanza disminuilles su vuelo.     No hagáis volver las espaldas a los enemigos nuestros: huyendo quiero los días, pero no retrocediendo.     Las horas vuelen; mas, ay, que, si el bien, saben, que espero, por hacerme desdichado, joven me harán eterno.     «¡A ellos —dice—, a ellos;      cierra, cierra,      arma, arma,      cierra, cierra, suenen las trompas, suenen,      guerra, guerra!» **** *book_ *id_poem349 *date_1625 *creator_gongora 349 Al rey y reina, nuestros señores, antes de reinar     Hiedra vividora,     dichosa, vestía     luciente alquería     de aquel sol que adora     garzón siempre bello     que un cordero al cuello     su ganado es:     a esta hiedra, pues,     fía el sueño breve,     cuando perlas bebe     la abeja en las flores,     cuando ruiseñores     en el mirto verde «Recuerde —dicen—, recuerde     quien amores tiene, que un sol con dos soles viene».     Dulce más que el arroyuelo que las azucenas pisa,      llegó Belisa: de rayos se bordó el suelo;      y el zagal, aunque es águila real, su luz apenas sostiene, que un sol con dos soles viene.     Gallardo más que la palma que besa el aire sereno,      salió Fileno: en sus ojos salió el alma      a recibilla, y amorosa tortolilla hizo el caso más solene, que un sol con dos soles viene. **** *book_ *id_poem350 *date_1625 *creator_gongora 350     Por las faldas del Atlante, no como precipitado sino como conducido, arroyo desciende claro     a fecundar los frutales, y a dar librea a los cuadros, de las huertas del Xarife, del jardín de su palacio.     Divertido en caracoles como jinete africano, comienza cristal corriente y acaba perlas sudando.     Plantas lo beben, y hierbas; pero en diferentes vasos, de pórfidos, unas, duros, de jaspes, otras, manchados,     varias figuras informa, y, a no informarlas él tanto, Alfeo no fuera río ni Aretusa fuera mármol.     Sus convecinos leones en bronce huelga que cuanto lo bebieron ya sangrientos lo restituyan dorados.     Sus ondas besa la copia, mas nada lo tiene vano sino el desatar aljófar a los deliciosos baños     donde Amor fomenta el fuego con la leña de sus dardos para templarle a Xarifa uno con otro contrario:     Xarifa, Cintia africana, que, absuelto el hombro del arco, en las termas de su abuelo el sudor depone casto.     En tanto, pues, que se baña, y se compiten lo blanco y aun se desmienten lo terso, sus miembros y el alabastro,     con dulce pluma, Celinda, y no menos dulce mano, en un laúd va escribiendo lo que Amor le va dictando:       «Con arco y aljaba,     ¿quién dicen que soy?     ¿El hijo de Venus?     ¿La hermana del Sol?     ¿Quién dicen que soy?     ¿El hijo de Venus?       Dicen bien.      ¿La hermana del Sol?       Dicen mejor.       »La cuna real,     que con esplendor     abrigo inquïeto     en la infancia os dio,      árbol fue en las selvas,     que sombra prestó     a la melodía     de algún ruiseñor.      Esta cuna es, pues,     quien solicitó     a su natural     vuestra inclinación.      ¿Quién dicen que soy?      ¿El hijo de Venus?       Dicen bien.      ¿La hermana del Sol?       Dicen mejor.      »Si ignoráis crüel     cuántas beben hoy     vuestro mirar, almas,     fieras, vuestro arpón,      el reino lo diga     donde más, por vos     tiene, que el Xarife,     vasallos Amor;      el monte lo calle,     cuyos troncos no     visten por cortezas     pieles de león.      ¿Quién dicen que soy?     ¿El hijo de Venus?       Dicen bien.      ¿La hermana del Sol?       Dicen mejor». **** *book_ *id_poem351 *date_1625 *creator_gongora 351     En la fuerza de Almería se disimulaba Hacén, Abencerraje hurtado a la indignación del rey:     entre el cuchillo y su cuna interpuso Bahamet la parte del capellar que lo bastó a defender.     Negado, pues, al rigor, galán se crïaba él, tan hijo, y más, del alcaide que Celidaja lo es;     Celidaja, que en sus años virgen era rosa, a quien del verde nudo, la aurora le desata el rosicler.     Beldad ociosa crecía en sus jardines tal vez, al son de un laúd con ramas, que eran cuerdas de un laurel,     coros alternando y zambras con sus moras, hasta que daba al céfiro su frente aljófares que beber;     de cuya dulce fatiga apelaba ella después al baño que le templaban curiosidad y placer.     Un día, en las, que le dieron los jazmines del vergel, estrellas fragrantes más que claras la noche ve,     averiguando la halló los días de casi tres lustros de su tierna edad aquel niño dios, aquel     fénix desnudo, si es ave, pollo siempre, sin deber segundas vidas al sol, nieto del mar en la fe.     Por no alterar a la mora, en un listado alquicel, manto del Abencerraje, desmintió su desnudez.     Fïando a un mirto sus armas, verde frondoso dosel de un mármol que ni Lucrecia ni fuente deja de ser,     pliega el dorado volumen de sus alas el doncel, redimiendo ciegas luces que más vendadas más ven.     Del Abencerraje luego copia hecho tan fïel que los dudara el concurso equivocado jüez,     la ocupación inquiriendo, donaire hace, y desdén, de que solicite niña lo que escusará mujer:     «Ejerced —le dice—, hermana, vuestra hermosura, y creed que tan vana es la de hoy como ingrata la de ayer;     fugitivas son las dos: usad de esos dones bien, que en un cristal guardáis frágil lo caduco de un clavel.     Si os reguláis con las flores que visten esa pared, horas son breves: el día las ve morir que nacer.     Gozaos en sazón, que el tiempo, tesorero ya infïel de ese oro que peináis, de ese marfil que escondéis,     desengaños restituye; necia en el espejo fue la memoria: mudad antes parecer que parecer».     Extrañando la dotrina del joven que hermano cree, la vergüenza a Celidaja le purpureó la tez.     Ardiente veneno entonces hielos comenzó a lamer, y muda lima, a labrar, süave mas sorda, red.     El ya fraternal engaño, mal bebido en su niñez, disolvía, cuando Amor, sintiendo el dichoso pie     del que ya conduce amante, cuanto cauteló el pincel desvanece, y en su forma, pisando nubes, se fue. **** *book_ *id_poem352 *date_1625 *creator_gongora 352 A don Antonio Ponce de León y Chacón, señor de la villa de Polvoranca, yendo a Colmenar     Con su querida Amarilis va Danteo a Colmenar, tan bella como divina, tan culto como galán.     No han dejado, no, su albergue, y ya lo siente el lugar, que, imaginada, su ausencia, aun, induce soledad.     La sierra que los espera, rejuvenecida ya, la canas greñas de nieve suelta en trenzas de cristal:     arroyos que ignoran, breves, la monarquía del mar, no ya el prevenir delicias a su cáñamo o sedal.     Frutas conserva en sus valles (indulto verde a pesar del tiempo) al docto garzón y a la hermosa deidad.     Obediencia jura el monte al venablo del zagal y a las flechas de la ninfa, que aun vuelan en el carcaj:     dará al valiente montero, si no el cerdoso rival de Adonis, la fiera alada que las selvas en edad     venza, y en ramas, su frente; y a la bella montaraz un corzo expondrá, en la forma, y en la fuga, un vendaval.     Agradecida Amarilis, flores las abejas más deberán a su coturno que al novillo celestial.     De las cortezas, Danteo, del alcornoque vivaz, fabricará albergues rudos, mas distinto cada cual,     a los enjambres copiosos, que, políticos, harán lo que su número breve su economía, capaz... **** *book_ *id_poem353 *date_1625 *creator_gongora 353     Minguilla la siempre bella, la que, bailando en el corro, al blanco fecundo pie suceden claveles rojos;     la que dulcemente abrevia en los orbes de sus ojos soles con flechas de luz, Cupidos con rayos de oro:     esta deidad labradora, de donde comienza arroyo a donde fenece río, Tajo la venera undoso.     Gil desde sus tiernos años aras le erigió devoto, humildemente celando tanto culto, aun de sí propio;     profanolo alguna vez pensamiento que, amoroso, volando en cera atrevido nadó en desengaños loco.     Del color de la violeta, solicitaba su rostro en la villana divina el afecto más ocioso.     Esperanzas, pues, de un día, prorrogando engaños de otro, a silencio, al fin, no mudo respondió mirar no sordo:     sus zafiros celestiales volvió a un suspiro tan solo, como breve de cobarde, como indistinto de ronco.     La divinidad depuesta, desde aquel punto dichoso mirar se dejó en la aldea y saludar en el soto.     Con más aliento, aquel mayo, un blanco sublime chopo en su puerta amaneció, de tan bello sol, coloso;     en las hojas de las hiedras a su muro dio glorioso cuantos corazones verdes palpitar hizo Favonio.     Las fiestas de san Ginés, cuando sobre nuestro coso fulminó rayos Jarama en relámpagos de toros,     mientras extinguía las fieras el garzón, palor hermoso la púrpura robó a Menga y le restituyó el robo:     cambiar le hicieron semblante, mas guardándole el decoro, en los peligros, el miedo, en las victorias, el gozo.     Paseó Gil el tablado, de aquella hermosura trono, que, en los crepúsculos, ciega, del temor y el alborozo,     nevó jazmines sobre él, tan desmentidos sus copos, que engañaran a la invidia si él no les pusiera cobro.     Desde entonces la malicia su diente armó venenoso contra los dos, hija infame de la intención y del ocio.     Mucho lo siente el zagal, pero Minguilla, de modo que indignada aun contra sí se venga en sus desenojos:     las verdes orlas excusa de la fuente de los olmos, por no verse en sus cristales, por no leerse en sus troncos;     a los desvíos apela, partiendo en lo más remoto con el céfiro, suspiros, con el eco, soliloquios.     Llora Gil estas ausencias al son de su leño corvo, en números que, süaves, desataran un escollo;     sus dichas llora, que fueron en el infelice logro pajarillos que serpiente degolló en su nido, pollos;     caducaron ellas antes que los caducos despojos, y el que nació favor casto murió aplauso escrupuloso.     En los contornos la inquiere, doliéndose en los contornos de que le niegue, un recato, lo que concediera un odio.     Teme que esta retirada, si las flechas no le ha roto al Amor recién nacido, las arme de ingrato plomo.     Buscándola en vano, al fin, imitar al babilonio ya quería, y en su espada buscar por la punta el pomo,     cuando la brújula incierta del bosque le ofreció, umbroso, todo su bien no perdido, aunque no cobrado todo,     porque sin cometer fuga, teatro hizo no corto aquel campo, de un rigor que árbol es hoy de Apolo. **** *book_ *id_poem354 *date_1625 *creator_gongora 354 En el túmulo de las honras del señor rey don Felipe III     Este funeral trono, que luciente, a pesar de esplendores tantos, piensa fragrante luto hacer la nube densa de los aromas que lloró el oriente,     avaro, niega con rigor decente, y ponderoso oprime sin ofensa en breve, mas real, polvo la inmensa jurisdicción de un cetro, de un tridente,     ley de ambos mundos, freno de ambos mares. Rey, pues, tanto, que en África dio almenas a sus pendones, y a su Dios, altares,     que las reliquias expelió, agarenas, de nuestros ya de hoy más seguros lares, rayos ciñe en regiones más serenas. **** *book_ *id_poem355 *date_1625 *creator_gongora 355 Al conde de Villamediana, celebrando el gusto que tuvo en diamantes, pinturas y caballos     Las que a otros negó piedras oriente, émulas brutas del mayor lucero, te las expone en plomo su venero, si ya al metal no atadas, más luciente.     Cuanto en tu camarín pincel valiente, bien sea natural, bien extranjero, afecta mudo voces, y parlero silencio en sus vocales tintas miente.     Miembros apenas dio al soplo más puro del viento su fecunda madre bella, Iris, pompa del Betis, sus colores,     que fuego él espirando, humo ella, oro te muerden en su freno duro, oh esplendor generoso de señores. **** *book_ *id_poem356 *date_1625 *creator_gongora 356 Estando enfermo Su Majestad Filipo cuarto     Los rayos que a tu padre son cabello, barba, Esculapio, a ti, peinas en oro; tu facultad en lira humilde imploro, dicte números Clío para ello.     Asiste al que dos mundos, garzón bello, veneran rey, y yo deidad adoro; purpureará tus aras blanco toro que ignore el yugo su lozano cuello.     Piedras lavó ya el Ganges, hierbas Ida escondió a otros, la de tu serpiente, o más limada hoy o más lamida,     en polvo, en jugo virtüosamente soliciten salud, produzgan vida: humano primer Fénix siglos cuente. **** *book_ *id_poem357 *date_1625 *creator_gongora 357 De un jabalí que mató en el Pardo el rey nuestro señor     Teatro espacïoso su ribera el Manzanares hizo, verde muro su corvo margen y su cristal puro undosa puente a calidonia fiera.     En un hijo del Céfiro la espera garzón real vibrando un fresno duro, de quien aun no estará Marte seguro, mintiendo cerdas en su quinta esfera.     Ambiciosa la fiera colmilluda, admitió la asta, y su más alta gloria en la deidad solicitó, de España.     Muera feliz mil veces, que sin duda siglos ha de lograr más su memoria, que frutos ha heredado la montaña. **** *book_ *id_poem358 *date_1625 *creator_gongora 358 En la muerte de don Rodrigo Calderón     Sella el tronco sangriento, no lo oprime, de aquel dichosamente desdichado, que de las inconstancias de su hado esta pizarra apenas lo redime,     piedad común; en vez de la sublime urna que el escarmiento le ha negado, padrón le erige en bronce imaginado, que en vano el tiempo las memorias lime.     Risueño con él, tanto como falso, el tiempo, cuatro lustros en la risa, el cuchillo quizá envainaba agudo.     Del sitïal después al cadahalso precipitado, ¡oh cuánto nos avisa! ¡Oh cuánta trompa es su ejemplo mudo! **** *book_ *id_poem359 *date_1625 *creator_gongora 359 Al mismo     Ser pudiera tu pira levantada, de aromáticos leños construida, oh Fénix en la muerte, si en la vida ave aun no de sus pies desengañada.     Muere en quietud dichosa y consolada, a la región asciende, esclarecida, pues de más ojos que desvanecida tu pluma fue, tu muerte es hoy llorada.     Purificó el cuchillo, en vez de llama, tu ser primero, y glorïosamente de su vertida sangre renacido,     alas vistiendo, no de vulgar fama, de cristiano valor sí, de fe ardiente, más deberá a su tumba que a su nido. **** *book_ *id_poem360 *date_1625 *creator_gongora 360 En la muerte de una dama portuguesa en Santarén     Aljófares risueños de Albïela: al blanco alterno pie fue, vuestra risa, en cuantos ya tejió coros Belisa, undosa de cristal, dulce vihuela;     instrumento hoy de lágrimas, no os duela su epiciclo, de donde nos avisa que rayos ciñe, que zafiros pisa, que, sin moverse, en plumas de oro vuela;     pastor os duela amante que, si triste la perdió su deseo en vuestra arena, su memoria en cualquier región la asiste,     lagrimoso informante de su pena en las cortezas que el aliso viste, en los suspiros cultos de su avena. **** *book_ *id_poem361 *date_1625 *creator_gongora 361 A una dama que estando dormida la picó una abeja en la boca     Al tronco Filis de un laurel sagrado reclinada, el convexo de su cuello lamía en ondas rubias el cabello, lascivamente al aire encomendado.     Las hojas del clavel, que había juntado el silencio en un labio y otro bello, vïolar intentaba, y pudo hacello, sátiro mal de hiedras coronado;     mas la invidia interpuesta de una abeja, dulce libando púrpura, al instante previno la dormida zagaleja.     El semidiós, burlado, petulante, en atenciones tímidas la deja de cuanto bella tanto vigilante. **** *book_ *id_poem362 *date_1625 *creator_gongora 362 Tardándose el conde de Villaflor en volver a don Luis unos dineros que le había prestado en el juego     El conde mi señor se fue a Cherela, lïó el volumen, y picó el bagaje; segovianos de a ocho: buen viaje, que no os pienso ver más en mi escarcela;     en lebrel convertidos, o en lebrela, os llevará de la traílla un paje, que en este ya canicular linaje gasta lo que a presbíteros repela.     Perros vivos al hombre, perros muertos concede a la mujer su señoría: bobo he sido en prestarle mi dinero;     bien que si los refranes salen ciertos, cuanto más bobo he sido, más espero se me aparecerá Santa María. **** *book_ *id_poem363 *date_1625 *creator_gongora 363 Nenias en la muerte del señor rey don Filipe III Suspenda, y no sin lágrimas, tu paso,     oh peregrino errante, este augusto depósito, este vaso, émula su materia del diamante, su forma, de la más sublime llama que a egipcio construyó bárbara fama. No admires, no, la variedad preciosa     de piedras, de metales; no la arte que, sudando estudïosa, señas dará a los siglos de sí tales, que caduque, que muera el tiempo, y ellas besando, permanezcan, las estrellas. Húrtale al esplendor (bien que profano,     altamente debido) la atención toda; no al objeto vano ciego le fíes el mejor sentido: abran las puertas exterioridades al discurso; el discurso, a las verdades. Rey yace excelso; sus cenizas sella     esta aguja eminente. Quién fue, muda lo está diciendo aquella piedra animada de sincel valiente, religión sacra, que, doliente el vulto, el un pecho da al celo, el otro al culto. Su fin, ya que no acerbo, no maduro,     dulcemente llorando, acusa la clemencia en mármol duro, de sus vertidas bien lágrimas blando, al tronco de Minerva suspendida la invicta espada que ciñó en su vida. La Liberalidad, si el jaspe llora,     ver, caminante, puedes, tan copiosa de lágrimas ahora cuanto fue cuatro lustros de mercedes; desatada la América sus venas, suplió munificencia tanta apenas. Aquel mórbido bronce mira, y luego,     oh huésped, solemniza, no del buril mentida la que el fuego en el palor bebió de la ceniza, sino aquella que fue por excelencia o pureza fecunda o continencia. Estas virtudes, altamente santo,     ejercitó el tercero de los Filipos; tú, confuso en llanto, las venera, y prosigue, oh forastero, tus pasos antes que se acabe el día, porque es breve aun del Sol la monarquía. **** *book_ *id_poem364 *date_1625 *creator_gongora 364 En la muerte de don Rodrigo Calderón     Cuanto el acero fatal glorioso hizo tu fin cuesta a la fama un clarín del más sonoro metal; si él ya promulgare mal acto tan superïor, ninguno podrá mejor que tu muerte referillo, siendo tu lengua el cuchillo que examinó tu valor. **** *book_ *id_poem365 *date_1625 *creator_gongora 365 A la señora doña Francisca de Távora, habiendo dado una banda leonada a don Diego de Vargas     Mil veces vuestro favor, serafín menino, beso, en vuestra banda más preso que en las redes del Amor. Mi sangre le dio color, luego que mi pecho entrada a vuestra flecha dorada, porque mi sangre, después que leonada supo que es vuestra color, fue leonada. **** *book_ *id_poem366 *date_1625 *creator_gongora 366 A don Antonio Chacón, que desde Colmenar Viejo le había enviado un requesón     Este de mimbres vestido requesón de Colmenar bien le podremos llamar panal de suero cocido. A leche y miel me ha sabido: decidme en otro papel lo que se confunde en él, que sin duda alada oveja, cuando no lanuda abeja, leche le dieron, y miel. **** *book_ *id_poem367 *date_1625 *creator_gongora 367 Redondilla varia Latraui ad fures: tacui cum venit amator;     Sic placui domino, sic placui dominae.       A los ladrones ladré;      al amante enmudecí;      a mi amo agradé así,      así a mi ama agradé. **** *book_ *id_poem368 *date_1625 *creator_gongora 368 En una fiesta de san Josef, estando descubierto el Santísimo Sacramento     Hoy el Josef es, segundo, que sin término prescripto guardó el pan, no para Egipto, sino para todo el mundo.     Guardó el grano, aunque pequeño incomprehensible, que su tierra una Virgen fue, y su piedra un duro leño: deste, pues, grano fecundo tan uno como infinito, guardó el pan, no para Egipto, sino para lodo el mundo.     Meseguero desta mies la hoz burló de un tirano, conduciendo a Egipto el grano que volvió a traer después: en número, al fin, segundo, y sin número bendito, guardó el pan, no para Egipto, sino para todo el mundo. **** *book_ *id_poem369 *date_1625 *creator_gongora 369 Al nacimiento de Cristo, Nuestro Señor     Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!     Cuando el silencio tenía todas las cosas del suelo, y coronada del hielo reinaba la noche fría, en medio la monarquía de tiniebla tan crüel, caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!     De un solo clavel ceñida la Virgen, Aurora bella, al mundo se lo dio, y ella quedó cual antes florida; a la púrpura caída solo fue el heno fïel. Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él!     El heno, pues, que fue dino, a pesar de tantas nieves, de ver en sus brazos leves este rosicler divino, para su lecho fue lino, oro para su dosel. Caído se le ha un clavel hoy a la Aurora del seno: ¡qué glorioso que está el heno, porque ha caído sobre él! **** *book_ *id_poem370 *date_1625 *creator_gongora 370 En persona del marqués de Flores de Ávila, estando enfermo     Aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy.     La Aurora ayer me dio cuna, la noche ataúd me dio; sin luz muriera, si no me la prestara la luna; pues de vosotras ninguna deja de acabar así, aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy.     Consuelo dulce el clavel es a la breve edad mía, pues quien me concedió un día, dos apenas le dio a él; efímeras del vergel, yo cárdena, él carmesí, aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy.     Flor es el jazmín, si bella, no de las más vividoras, pues dura pocas más horas que rayos tiene de estrella; si el ámbar florece, es ella la flor que él retiene en sí. Aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy.     Aunque el alhelí grosero en fragrancia y en color más días ve que otra flor, pues ve los de un mayo entero, morir maravilla quiero, y no vivir alhelí. Aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy.     A ninguna flor mayores términos concede el sol que al sublime girasol, Matusalén de las flores; ojos son aduladores cuantas en él hojas vi. Aprended, Flores, en mí lo que va de ayer a hoy, que ayer maravilla fui, y hoy sombra mía aun no soy. **** *book_ *id_poem371 *date_1625 *creator_gongora 371     En lágrimas salgan mudos afectos, que hasta hoy ni aun en suspiros el alma al aire se los fïó;     afectos que, el pie en un grillo, andan con el corazón, y se fueran por los ojos, a no revocarlos yo.     Salgan por los ojos, pues, centellas sin esplendor, entre ondas, sin rüido, desmintiendo lo que son,     que el recato aun al silencio señas teme, si no voz: tanta a la divina causa se debe veneración.     Adoro en perfiles de oro dos bellas copias del sol; tan bellas, que él pide rayos a cualquiera de las dos;     adórolas, y tan dulce, tan mental culto les doy, que no penetra sus aras, si no es la imaginación.     Por no profanar, grosero, su sagrado templo, estoy, entre celos y temores que la envidia me causó,     previniendo diligente el más luciente arpón que viste plumas de fuego en la aljaba del Amor,     para ejercitarlo el día que ausencia haga, un garzón, más que yo, sí, venturoso, pero más amante, no.     Entretanto, la lisonja me hurta a la emulación, que, a una deidad, el silencio mudo es adulador. **** *book_ *id_poem372 *date_1625 *creator_gongora 372     Guarda corderos, zagala, zagala, no guardes fe, que quien te hizo pastora no te excusó de mujer;     la pureza del armiño, que tan celebrada es, vístela con el pellico y desnúdala con él;     deja a las piedras lo firme, advirtiendo que tal vez, a pesar de su firmeza, obedecen al sincel.     Resiste al viento la encina, mas con el villano pie, que con las hojas corteses a cualquier céfiro cree;     aquella hermosa vid que abrazada al olmo ves, parte pámpanos discreta con el vecino laurel;     tortolilla gemidora, depuesto el casto desdén, tálamo hizo segundo las ramas de aquel ciprés;     no para una abeja sola sus hojas guarda el clavel: beben otras el aljófar que borda su rosicler;     el cristal de aquel arroyo, undosamente fïel, niega al ausente su imagen hasta que lo vuelve a ver;     la inconstancia, al fin, da plumas al hijo de Venus, que, poblando dellas sus alas, viste sus flechas también:     no, pues, tu libre albedrío lo tiranice interés, ni amor que de singular tenga más que de infïel.     Sacude preciosos yugos, coyundas de oro no den, sino cordones de lana, al suelto cabello ley.     Mal hayas tú si constante mirares al sol, y quien tan águila fuere en esto, dos veces mal haya y tres;     mal hayas tú si imitares en lasciva candidez las aves de la deidad que primero espuma fue.     Solicitando prolija la ingratitud de un doncel, ninfa de las selvas ya vocal sombra vino a ser:     si quieres, pues, zagaleja (a tu hermosura, crüel), dar entera voz al valle, desprecia mi parecer. **** *book_ *id_poem373 *date_1625 *creator_gongora 373 De las señoras doña Francisca y doña Margarita de Távora, y doña María Cotiño     Las tres auroras que el Tajo, teniendo en la huesa el pie, fue dilatando el morir por verlas antes nacer,     las Gracias de Venus son, aunque dice, quien las ve, que las Gracias solamente las igualan en ser tres:     flores que dio Portugal, la menos bella, un clavel, dudoso a cuál más le deba, al ámbar o al rosicler.     La que no es perla en el nombre, en el esplendor lo es, y concha suya, la misma que cuna de Venus fue.     Luceros ya de palacio, ninfas son de Aranjüez, napeas de sus cristales, dríadas de su vergel.     Tirano, Amor, de seis soles, süave cuanto crüel, si mata a lo castellano, derrite a lo portugués.     Francelisa es quien abrevia los rayos de todos seis: sé que fulmina con ellos, cómo los vibra no sé;     en un favor homicida envaina un dulce desdén, sus filos, atrocidad, y su guarnición, merced.     Forastero, a quien conduce cuanto aplauso pudo hacer a los años de Fileno Belisa, lilio francés:     de los tres dardos te excusa, y si puedes, más de aquel que resucita al que ha muerto, para matallo otra vez. **** *book_ *id_poem374 *date_1625 *creator_gongora 374 Del conde de Villamediana, prevenido para ir a Nápoles con el duque de Alba     El conde mi señor se va a Napóles con el gran duque. Príncipes, addío; de acémilas de haya no me fío, fanales sean sus ojos, o faroles.     Los más carirredondos girasoles imitará siguiéndoos mi albedrío, y en vuestra ausencia, en el puchero mío será un torrezno la Alba entre las coles.     En sus brazos Parténope festiva, de aplausos coronado Castilnovo, en clarines de pólvora os reciba;     de las orejas yo teniendo al lobo, incluso esperaré en cualque misiva beneficio tan simple, que sea bobo. **** *book_ *id_poem375 *date_1625 *creator_gongora 375 De las muertes de don Rodrigo Calderón, del conde de Villamediana y conde de Lemus     Al tronco descansaba de una encina que invidia de los bosques fue, lozana, cuando segur legal una mañana alto horror me dejó con su rüina.     Laurel que de sus ramas hizo dina mi lira, ruda sí, mas castellana, hierro luego fatal su pompa vana (culpa tuya, Calíope) fulmina.     En verdes hojas cano el de Minerva árbol culto, del sol yace abrasado, aljófar, sus cenizas, de la hierba.     ¡Cuánta esperanza miente a un desdichado! ¿A qué más desengaños me reserva, a qué escarmientos me vincula el hado? **** *book_ *id_poem376 *date_1625 *creator_gongora 376 Tomando ocasión de la muerte del conde de Villamediana, se burla del doctor Collado, médico amigo suyo     Mataron al señor Villamediana: dúdase con cuál arma fuese muerto; quién dice que fue media partesana; quién, alfanje, de puro corvo, tuerto; quién el golpe atribuye a Durindana, y en lo horrible tuviéralo por cierto, a no haber un alcalde averiguado que le dieron con un doctor Collado. **** *book_ *id_poem377 *date_1625 *creator_gongora 377     Siempre le pedí al Amor, divina Fili, después que mi rendimiento es ejercicio a tu rigor, que a un desdén otro mayor le suceda; y que pues sabe cuánto el morir me es süave por ti, concederme quiera vida en que siempre se muera, muerte en que nunca se acabe. **** *book_ *id_poem378 *date_1625 *creator_gongora 378     Esta hermosa prisión, que tan dulce me lastima, limarla deseo, y la lima nuevo acrecienta eslabón. Indignada, la razón mi libertad solicita, y los medios que ejercita (cual hizo, aleando, el ave el sutil lazo, más grave) más los imposibilita. **** *book_ *id_poem379 *date_1625 *creator_gongora 379 De un caballero que había de hacer una jornada a Italia     Al hermoso dueño mío, Carillejo, le dirás que más ardo cuanto más de sus ojos me desvío. Bras, el Apenino frío tanto ardor templará luego. La jurisdicción le niego, antes hacerlo presumo Etna supirando humo, cuando no llorando fuego.     El mar será no pequeño de sus llamas enemigo. ¿Qué podrá el mar, si conmigo navega mi dulce dueño? Mal redimirá tu leño la que en el Tajo se queda. Si a la naval arboleda dieren las ondas enojos, ausentes sus bellos ojos estrellas serán de Leda.     Tierras interpuestas ciento divertirán tu cuidado. El imán, cuanto apartado más procede al polo atento. ¿Váleste del pensamiento? ¿Qué fuera de mí sin él? Su inconstancia es infïel. Inquïeta es el abeja, y poco su vuelo deja de coronar el clavel.     ¡Ay, si el viento se te opone! Al norte que ausente miro conduzga solo un suspiro, y a las velas no perdone. Quien el pie en la ausencia pone hielos pisa y mortal siente el veneno de su diente. Bien puedes atribuirme inmensidades de firme a cada paso de ausente. **** *book_ *id_poem380 *date_1625 *creator_gongora 380 A don Agustín Fiesco, en quien un administrador de sus prebendas le tenía librados los alimentos que le pagaba por meses     Señor, pues sois mi remedio, y sabéis que me he comido medio mes que aún no he vivido, enviadme el otro medio. Traza no tengo, ni medio para vivir, si no holgado, a lo menos sin cuidado, porque, en faltándome el mes, cada falta cuido que es opilación o preñado. **** *book_ *id_poem381 *date_1625 *creator_gongora 381 De un perrillo que se le murió a una dama, estando ausente su marido     Yace aquí Flor, un perrillo que fue, en un catarro grave de ausencia, sin ser jarabe, lamedor de culantrillo: saldrá un clavel a decillo la primavera, que Amor, natural legislador, medicinal hace ley, si en hierba hay lengua de buey, que la haya de perro en flor. **** *book_ *id_poem382 *date_1625 *creator_gongora 382     Tropezó un día Dantea, ninfa del mar, con quien son grosera la discreción, y la hermosura, fea; si caída es bien que sea tropiezo tan a compás, a la que presume más de hermosa y de entendida, darle quiso esta caída para dejársela atrás. **** *book_ *id_poem383 *date_1625 *creator_gongora 383     «Ave del plumaje negro, si bien de tanto splendor que, despreciando sus rayos, vuestras plumas viste el sol:     no por vuestra beldad sola reina de las aves sois, sino porque ministráis armas que fulmine Amor.     Gloria será siempre vuestra, y dudaré cuál mayor, vestir luces a un planeta o prestar flechas a un dios.     Muchos siglos coronéis esta dichosa región, que cuando os mereció ave, serafín os admiró.     Modesta permitid ya que los ojos de un pastor lo menos luciente os sufran, examinándose en vos;     de un pastor que, en vez de ovejas, sigue el impulso veloz de vuestras hermosas alas con las de su corazón.     ¡Cuántas veces, remontado a esfera superïor, de donde os perdía mi vista os cobraba mi atención!     Solicité vuestro nido, que hallarse apenas dejó sobre un escollo, de quien aprendistes el rigor;     visítolo, y si desierto lo halla mi devoción, cuantos juncos dejáis, fríos, abraso en suspiros yo:     cenizas lo digan, cuantas están humeando hoy, que humedecidas después, aun no olvidan el calor.     ¡Oh gloria de cuanto vuela, invidia de cuantas son águilas por previlegio, por naturaleza no!:     perdonad al aire un día, si no merecemos dos, que el Tajo os espera cisne, cuando no su margen flor».     Esto Felicio cantaba, al dulce doliente son de ninfa que ahora es caña, de caña que ahora es voz. **** *book_ *id_poem384 *date_1625 *creator_gongora 384 Para doña María Osorio, mujer de don Antonio Chacón     La cítara que pendiente muchos días guardó, un sauce, solicitadas sus cuerdas de los céfiros süaves,     a Amarilis restituye, que, orillas de Manzanares, viste armiños por trofeo, pisa espumas por ultraje.     El dulce, pues, instrumento, pisados viendo sus trastes de los, que süavemente articuló Amor, cristales,     órgano fue de marfil (bien que le faltaba el aire, porque enmudeció los soplos del viento más espirante),     a cuyo son la pastora, cantando, dejó llamarse Filomena de las gentes, Amarilis de las aves,     el curso enfrenó del río, y a su voz el verde margen, respondiendo en varias flores, aplausos hizo fragrantes.     De golosos cupidillos mudo la corona enjambre, libándole en la armonía cuantos espira azahares;     asistir quisieron todos a esta lisonja que hace al que anudaron esposo los mismos lazos que amante:     al siempre culto Danteo, invidia de los zagales, en valor, primero a todos, en dichas, segundo a nadie.     Manteniendo él, pues, los ojos, de lilios, que dulces nacen en la frente de Amarilis a caducar nunca o tarde,     néctar bebe numeroso entre perlas y corales, escuchando a la sirena que tremola plumas de ángel:      «¿Quiéreme la Aurora     por su ruiseñor?:     busque otro mejor,     que yo canto ahora     a mi dulce amor.      »Con la alba me envía     cuanto jazmín bello     trenza en su cabello     al nacer del día;     poca es mi armonía     para tanta flor:     busque otro mejor,     que yo canto ahora     a mi dulce amor.      »¿La Aurora no sabe     que mujer casada     es ave enjaulada,     si muda no es ave?     Ya mi voz süave     saluda otro albor:     busque otro mejor,     que yo canto ahora     a mi dulce amor». **** *book_ *id_poem385 *date_1625 *creator_gongora 385 Al Santísimo Sacramento     Quién pudiera dar un vuelo por todo lo que el sol mira, y solicitar las gentes a cena jamás oída:     cena grande, siempre cena, a cualquier hora del día, donde en poco pan se sirve mucha muerte o mucha vida.     Esta sí es comida,     y tan singular,     que Dios nos convida     a Dios en manjar.     Mire, pues, cómo se sienta a mesa el hombre tan limpia, que aun los espíritus puros crïaturas son indignas.     Nupciales ropas el alma, blanca, digo, estola, vista, que, a pesar del oro, es, la más blanca, la más rica.     Esta sí es comida,     y tan singular,     que Dios nos convida     a Dios en manjar.     ¡Oh tres y cuatro mil veces magnificencia divina!: el Verbo eterno hecho hoy grano para la humana hormiga.     ¿Quién, pues, hoy no se desata en voces agradecidas? Alternen gracias los coros, y responda la capilla:     Esta sí es comida,     y tan singular,     que Dios nos convida     a Dios en manjar. **** *book_ *id_poem386 *date_1625 *creator_gongora 386 Al marqués de Velada, herido de un toro que mató luego a cuchilladas     Con razón, gloria excelsa de Velada, te admira Europa, y tanto, que celoso su robador mentido pisa el coso, piel este día, forma no, alterada.     Buscó tu fresno, y extinguió tu espada en su sangre su espíritu fogoso, si de tus venas ya lo generoso poca arena dejó calificada.     Lloró su muerte el Sol, y del segundo lunado signo su esplendor vistiendo, a la satisfacción se disponía,     cuando el monarca deste y de aquel mundo dejar te mandó el circo, previniendo no acabes dos planetas en un día. **** *book_ *id_poem387 *date_1625 *creator_gongora 387 De la ambición humana     Mariposa, no solo no cobarde, mas temeraria, fatalmente ciega, lo que la llama al Fénix aun le niega quiere obstinada que a sus alas guarde,     pues en su daño arrepentida tarde, del esplendor solicitada, llega a lo que luce, y ambiciosa entrega su mal vestida pluma a lo que arde;     yace gloriosa en la que dulcemente huesa le ha prevenido abeja breve, ¡suma felicidad a yerro sumo!     No a mi ambición contrario tan luciente, menos activo, sí, cuanto más leve, cenizas la hará, si abrasa el humo. **** *book_ *id_poem388 *date_1625 *creator_gongora 388 Infiere, de los achaques de la vejez, cercano el fin a que católico se alienta     En este occidental, en este, oh Licio, climatérico lustro de tu vida, todo mal afirmado pie es caída, toda fácil caída es precipicio.     ¿Caduca el paso? Ilústrese el jüicio. Desatándose va la tierra unida; ¿qué prudencia, del polvo prevenida, la rüina aguardó del edificio?     La piel no solo, sierpe venenosa, mas con la piel los años se desnuda, y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!     ¡Oh aquel dichoso que, la ponderosa porción depuesta en una piedra muda, la leve da al zafiro soberano! **** *book_ *id_poem389 *date_1625 *creator_gongora 389 De la brevedad engañosa de la vida     Menos solicitó veloz saeta destinada señal, que mordió aguda; agonal carro por la arena muda no coronó con más silencio meta,     que presurosa corre, que secreta, a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada sol repetido es un cometa.     Confiésalo Cartago, ¿y tú lo ignoras? Peligro corres, Licio, si porfías en seguir sombras y abrazar engaños.     Mal te perdonarán a ti las horas, las horas que limando están los días, los días que royendo están los años. **** *book_ *id_poem390 *date_1625 *creator_gongora 390 En alabanza de una dama de poca edad     Oro no rayó así flamante grana como vuestra purpúrea edad ahora, las dos que admitió estrellas vuestra aurora, y soles expondrá vuestra mañana.     Ave, aunque muda, yo, émula vana de la más culta, de la más canora, en este, en aquel sauce que decora verdura sí, bien que verdura cana,     insinuaré vuestra hermosura, cuanta contiene vuestro albor, y dulce espera en horas no caducas vuestro día.     Responda, pues, mi voz a beldad tanta; mas no responderá, aunque Apolo quiera, que la beldad es vuestra, la voz mía. **** *book_ *id_poem391 *date_1625 *creator_gongora 391 Al excelentísimo señor el conde-duque     En la capilla estoy y condenado a partir sin remedio de esta vida; siento la causa aun más que la partida, por hambre expulso como sitïado.     Culpa sin duda es ser desdichado, mayor, de condición ser encogida; de ellas me acuso en esta despedida, y partiré a lo menos confesado.     Examine mi suerte el hierro agudo, que a pesar de sus filos me prometo alta piedad de vuestra excelsa mano.     Ya que el encogimiento ha sido mudo, los números, señor, de este soneto lenguas sean, y lágrimas no en vano. **** *book_ *id_poem392 *date_1625 *creator_gongora 392 Dilatándose una pensión que pretendía     Camina mi pensión con pie de plomo, el mío, como dicen, en la huesa; a ojos yo, cerrados, tenue o gruesa, por dar más luz al mediodía la tomo.     Merced de la tijera a punta o lomo nos conhorta aun de murtas una mesa; ollai la mejor voz es, portuguesa, y la mejor ciudad de Francia, Como.     No más, no, borceguí ni chiminea; basten los años que ni aun breve raja de encina la perfuma, o de aceituno.     ¡Oh cuánto tarda lo que se desea! Llegue; que no es pequeña la ventaja del comer tarde al acostarse ayuno. **** *book_ *id_poem393 *date_1625 *creator_gongora 393 Determinado a dejar sus pretensiones y volverse a Córdoba     De la Merced, señores, despedido, pues lo ha querido así la suerte mía, de mis deudos iré a la Compañía, no poco de mis deudas oprimido.     Si haber sido del Carmen culpa ha sido, sobra el, que se me dio, hábito un día: huélgome que es templada Andalucía, ya que vuelvo Descalzo al patrio nido.     Mínimo, pues, si capellán indino del mayor rey, monarca al fin de cuanto pisa el sol, lamen ambos oceanos,     la fuerza obedeciendo del destino, el cuadragesimal voto en tus manos, desengaño, haré, corrector santo. **** *book_ *id_poem394 *date_1625 *creator_gongora 394 De la esperanza     Sople rabiosamente conjurado contra mi leño el austro embravecido, que me ha de hallar el último gemido, en vez de tabla, al áncora abrazado.     ¿Qué mucho si, del mármol desatado, deidad no ingrata la Esperanza ha sido en templo que de velas hoy vestido se venera, de mástiles besado?     Los dos lucientes ya del cisne pollos, de Leda hijos, adoptó: mi entena lo testifique dellos ilustrada.     ¿Qué fuera del cuitado, que entre escollos, que entre montes, que cela el mar, de arena, derrotado seis lustros ha que nada? **** *book_ *id_poem395 *date_1625 *creator_gongora 395 Acredita la esperanza con historias sagradas     Cuantos forjare más hierros el hado a mi esperanza, tantos oprimido arrastraré cantando, y su rüido instrumento a mi voz será, acordado.     Joven mal de la invidia perdonado, de la cadena tarde redimido, de quien por no adorarlo fue vendido, por haberlo vendido fue adorado.     ¿Qué piedra se le opuso al soberano poder, calificada aun de real sello, que el remedio frustrase del que espera?     Conducido alimenta, de un cabello, uno a otro profeta. Nunca en vano fue el esperar, aun entre tanta fiera. **** *book_ *id_poem396 *date_1625 *creator_gongora 396 A la señora doña Antonia de Mendoza     Ni a rayo el sol perdonó, ni a esplendor suyo dorado, el día que, examinado del cristal por do pasó, temerario os embistió y os solicitó importuno, sin valor quedando, alguno, de vuestros ojos vencido, si bien alega, corrido, que fueron dos contra uno. **** *book_ *id_poem397 *date_1625 *creator_gongora 397 De la jornada que Su Majestad hizo a Andalucía     Los días de Noé bien recelara si no hubiera, Señor, jurado el cielo en su arco tu piedad, o hubiera el hielo dejado al arca ondas que surcara.     Denso es mármol la que era fuente clara a ninfa que peinaba undoso pelo; montes coronan, de cristal, el suelo, atado el Betis a su margen para.     A inclemencias, pues, tantas no perdona el Fénix de Austria, al mar fïando, al viento, no aromáticos leños, sino alados.     Aun a tu Iglesia más que a su corona importan sus progresos acertados: serena aquel, aplaca este elemento. **** *book_ *id_poem398 *date_1625 *creator_gongora 398 Del casamiento que pretendió el príncipe de Gales con la Serenísima Infanta María, y de su venida     Undosa tumba da al farol del día quien ya cuna le dio a la hermosura, al sol que admirará la edad futura, al esplendor augusto de María.     Real, pues, ave, que la región fría del Arturo corona, esta luz pura solicita no sólo, mas, segura, a tanta lumbre vista y pluma fía.     Bebiendo rayos en tan dulce esfera, querrá el Amor, querrá el cielo, que cuando el luminoso objeto sea consorte,     entre castos afectos verdadera divina luz su ánimo inflamando, Fénix renazca a Dios, si águila al norte. **** *book_ *id_poem399 *date_1625 *creator_gongora 399 De san Francisco de Borja, para el certamen poético de las fiestas de su beatificación, en el cual dieron por jeroglífico la garza que, previniendo las tormentas, grazna al romper del día     Ciudad gloriosa, cuyo excelso muro fábrica fue sin duda, la una parte, de la lira de Apolo, si del duro concento la otra del clarín de Marte, cuyos campos el céfiro más puro jardinero cultiva no sin arte: a tus cisnes canoros no sea injuria que ánsar del Betis cuervo sea, del Turia.     Obscuro, pues, la voz como la pluma, cantaré el generoso Borja santo, si de su gloria la pureza suma no ofenden las tinieblas de mi canto. Depuso el fausto, parto de la espuma la púrpura ducal creyendo: ¡tanto le indujo horror la más esclarecida corona en un cadáver definida!     Fomentando este horror un desengaño que a trompa final suena, solicita crecer humilde el número al rebaño del silbo, del cayado jesüita. ¿Del palacio a un redil? Efecto extraño de impulso tan divino que acredita al mayoral y alienta su ganado, apostólico este, aquel sagrado.     Religioso tirón, no solo iguala, sino excede en virtud al más perfecto; sucediendo silicios a la gala, que aun el más venïal liman afecto. El ayuno a su espíritu era un ala, la oración otra, siempre fiscal recto de su conciencia, bien que garza el santo las plumas peina orillas de su llanto.     Tempestades previendo, suele esta ave graznar volando al despuntar del día. Él redimió después tormenta grave, que antes amenazó su profecía. Al que a Dios mentalmente hablar sabe, mucho de lo futuro se le fía: bajel lo diga, de quien fue piloto, de escollos mil besado y nunca roto.     Pisando pompas quien del mejor cielo en su celda la luz bebía más clara el sacro honor renuncia, del capelo, glorioso ingreso a la tercer tïara; húrtase al mundo, que, en tocando el suelo, sierpe se hace aun de Moisén la vara; religioso sea, pues, beatificado quien duque pudo ser canonizado. **** *book_ *id_poem400 *date_1625 *creator_gongora 400 Contra los médicos     Doctor barbado, crüel como si fuera doctora, cien enfermos a esta hora se están muriendo por él; si el breve mortal papel en que venenos receta no es taco de su escopeta, póliza es, homicida, que el banco de la otra vida, al seteno vista, aceta. **** *book_ *id_poem401 *date_1625 *creator_gongora 401 A un caballero que estando con una dama no pudo cumplir sus deseos     Con Marfisa en la estacada entrastes tan mal guarnido, que su escudo, aunque hendido, no lo rajó vuestra espada. ¿Qué mucho, si levantada no se vio en trance tan crudo, ni vuestra vergüenza pudo cuatro lágrimas llorar, siquiera para dejar de orín tomado el escudo? **** *book_ *id_poem402 *date_1625 *creator_gongora 402     Casado el otro se halla con la del cuerpo bellido, de quien perdonado ha sido por ser don Sancho que calla; los ojos en la muralla, su real ve acrecentado de uno y otro que entra armado y sale sin alborozo por aquel postigo mozo que nunca fuera cerrado. **** *book_ *id_poem403 *date_1625 *creator_gongora 403 Contra los abogados     Oh tú de los bachilleres, que siempre en balde has leído y más pleitos has perdido que una muchacha alfileres: médico en derechos eres, pues no has tomado a proceso pulso, que en el buen suceso hayan tu ciencia ostentado la cera del demandado o las cadenas del preso. **** *book_ *id_poem404 *date_1625 *creator_gongora 404 Contra los mismos     ¡Oh jurisprudencia! ¡Cuál por esos lodos he visto con caperucilla un mixto de médico y colegial! Peticiones a real hace de su misma mano, y, cual si fuera Ulpïano, informaciones a tres, y aun con esto dicen que es carísimo en Cristo hermano. **** *book_ *id_poem405 *date_1625 *creator_gongora 405 Al conde de Villalba, a quien lo había remitido el conde de Villaflor, para que le diese una empanada de capón que le había prometido     Un conde prometedor que Portugal dio a Castilla (tal conociera su Villa como conozco su Flor) me remite a vos, señor, para que me deis en pan y en adobo un Florïán, süavísimo bocón, si le visten al capón sotana de mazapán. **** *book_ *id_poem406 *date_1625 *creator_gongora 406 Contra una roma     Quisiera, roma infeliz, decir de vos maravillas, si bien entre esas mejillas da higas vuestra nariz.     Sois tan roma, que colijo (y lo tengo por constante) que de vos y un elefante aun saliera romo el hijo.     Culpa es vuestra, que los días que jardín pisáis florido, por vagabundo un sentido os lo destierran de Olías:     porque el respirar aun leve en vuestra nariz no cabe del menos jazmín süave, de la violeta más breve.     Libre viviréis, y sana, del catarro aun más liviano: Soplillo (aunque tan enano) no cabrá en vuestra avellana.     Podéis sin inconvinientes con la lengua alcoholaros, cuando no queráis miraros uno a uno vuestros dientes.     Roma, lástima es cuán poca indulgencia nos presenta vuestra nariz como cuenta, como cepo vuestra boca.     Sobre nariz, pues, tan braca, una ventosa os echad, ya que una ventosidad no es conjuro que la saca.     Casaos, si no lo estáis ya, con quien de palos os dé; porque no es Roma la que sin cardenales está.     Cáigale mi maldición oh roma, a todo mortal que intente ser curïal de vuestro papa varón.     Y baste, no algún desmán le venga a mi fisonoma, que despachado por roma lo cure después Román. **** *book_ *id_poem407 *date_1625 *creator_gongora 407     Tejió de piernas de araña su barba un colegïal, pensando con ella el tal gobernar a toda España. Cuando el impulso lo engaña, de las partes que no tiene, pisándose a Madrid viene la barba desde Sigüenza:     tenga vergüenza.     Alguno conozco yo que médico se regula por la sortija y la mula, por el ejercicio no: toda su vida salió a vender de balde peste; nadie lo llamó, ¡y que a este su ocio no le convenza!     tenga vergüenza.     El marido de la bella que nos vende por fïel, vistiéndose aquello, él, que gana desnuda ella, paciente sus labios sella, buscándole ella por eso entre dos plumas de hueso una de oro en rica trenza:     tenga vergüenza.     La mayor legalidad, si el preso tiene dinero, salvadera hace el tintero, salvando su libertad, que mentira es la verdad del que es litigante pobre; gato, aun con tripas de cobre, no habrá gato que no venza:     tenga vergüenza.     En tener dos no repara doña Fulana Interés, que solo de esgrima es esto de guardar la cara, de sí ya tan poco avara, que el cuatrín no menos pilla a Oliveros de Castilla que a un hilero de Olivenza:     tenga vergüenza.     ¡Cuánto hoy hijo de Eva, afectando lo galán, se desmiente en un Jordán que ondas de tinta lleva, forma sacando tan nueva que la extrañan por lo sucio! Rocín que, parando rucio, morcillo a correr comienza     tenga vergüenza. **** *book_ *id_poem408 *date_1625 *creator_gongora 408     Pondérenos la experiencia, lo que es el dinero hoy, porque yo dosel le doy, y tarima, a su excelencia; tomando mayor licencia, pues el cuño me perdona, le daré también corona, y difinir más no quiero     qué es dinero.     Desvanecido un pelón, y aun a título aspirante, cera gasta de Levante mientras enristra blandón. Tan superflua ostentación si no pretensión tan necia, cera alumbre, de Venecia, y a mí de Génova acero,     que es dinero.     Visitado en su posada de una dama, cierto amante al escudero portante de porte le dio una espada. Yo quiero que la Colada sea del Cid Campeador; armado vuelve mejor de un escudo, un escudero,     que es dinero.     Fuelles de seda calzado, calzones digo, un cencerro, que ascendió de edad de hierro a siglo más que dorado, menos ahora tiznado con terciopelado estruendo, va por las calles diciendo, hoy tratante, ayer herrero,     qué es dinero.     Pendolista, si enemigos granjeó su pluma tantos, uno más o menos, cuantos su bella mujer amigos, deje de inducir testigos y conduzga infantería: vendiendo la escribanía, quédese con el tintero,     que es dinero. **** *book_ *id_poem409 *date_1625 *creator_gongora 409 Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor     Nace el niño y, velo a velo, deja en cabello a su madre, que esto de dorar las cumbres es muy del sol cuando nace.     Leves reparos al frío son todos, pero más graves que los alientos de un buey, que, aunque calientes, son aire.     De flacos remedios usa, que, a servirse de eficaces, estufar pudiera al norte la menor pluma de un ángel.     Tiembla, pues, y afecta el heno cuanto pudieran prestalle, Colcos, en preciosa lana, Moscovia, en pelo süave.     Parte corrige, la hierba, del rigor helado; y parte engaña, el sueño, negando sus faroles celestiales.     Mas luego los restituyen ganaderos, que los traen o resplandores que ignoran o conceptos que no saben;     y viendo en tanto diciembre que los campos, más fragrantes hace, un niño junto a un buey, que el sol en el toro hace,     tañen en coros, tañen     salterios pastorales, que por tïorbas y por liras valen.     Tañen, todos los pastores, instrumentos que, sonoros, de los celestiales coros son dulces competidores; mereciendo sus amores que ángeles los acompañen,     tañen en coros, tañen     salterios pastorales, que por tïorbas y por liras valen.     Más que no el tiempo templados, suenan dulces instrumentos; cielos trasladan, los vientos, auroras copian, los prados. Quiriendo en los más nevados que los abriles se engañen,     tañen en coros, tañen     salterios pastorales, que por tïorbas y por liras valen. **** *book_ *id_poem410 *date_1625 *creator_gongora 410 Madrigal. A la Serenísima Infanta María, de un jabalí que mató en Aranjuez Las duras cerdas que vistió celoso     Marte, viste hoy amante,     y a deidad fulminante el planeta ofrecido, belicoso, de un plomo al rayo muere glorïoso.     Muere, dichosa fiera, que España ilustrará la quinta esfera. Bellísima tú, pues, Cintia española,     cerdosos brutos mata,     en cuanto de tu hermano     no esplendor soberano, sombra sí de las señas que tremola     altamente desata vapores de la invidia coligados, ejércitos, provincias, potentados. **** *book_ *id_poem411 *date_1625 *creator_gongora 411 A una dama que, habiendo dejado un galán por otro más rico, volvía a procurar su amistad     Tu beldad, Clori, adoré, culto aun a tu sombra di, sacrificándote en mí cuanto me dictó mi fe. Gloriosa, pues, llama sé que aun en tus ojos lucía, cuando yo víctima ardía en tus aras; mas después desvaneció el interés la pobre ceniza mía.     Oro te suspendió, y plata, que lo que consume el fuego humo es, inútil, y juego del aire que lo desata; tú, a los metales más grata que al afecto del amante, le corriste en un instante a tu hermosura divina desde la primer cortina hasta el último volante.     Tanto en pocos días, y tal, vistió tus paredes voto, que quebró con lo devoto ateísta su caudal, y con aversión igual a su fe primera, el culto negando a tu bello vulto, el esplendor juzga vano de todo mármol humano, si bien dulcemente esculto.     Perdóneme tu deidad si acusare tu jüicio, pues segundo sacrificio pides a mi libertad; si cudicia o voluntad absolvieron un düelo, si escapó, lamido el pelo de tu llama, el desengaño, ¿víctima bruta otro año me quieres? Corre tu velo. **** *book_ *id_poem412 *date_1625 *creator_gongora 412 De don Antonio Coloma, canónigo de Toledo y arcediano de Madrid, camarero del Serenísimo Infante don Fernando, tardándose en enviarle un regalo que le había prometido     Al cardenal mi señor sirve el que en lo que promete una copia es, con bonete, del conde de Villaflor. Callo el nombre por su honor, si bien, a lo cortesano, cuanto ha prometido en vano canónigo de Toledo, que lo cumple decir puedo de Madrid arcedïano. **** *book_ *id_poem413 *date_1625 *creator_gongora 413     Absolvamos el sufrir, desatemos el callar; mucho tengo que llorar, mucho tengo que reír.     Pues no levanta la espuma con su remo en la agua aquel que ya levantó en papel testimonios con su pluma, por que otro tal no presuma que ley se establece en vano, quíntenle la diestra mano, y mienta un guante el pulgar. Mucho tengo que llorar.     Al humo le debe cejas la que a un sepulcro cabellos, de ojos graves, porque en ellos aun las dos niñas son viejas: este mico de sus rejas, y de los muchachos juego, aojada ayer de un ciego, hoy se nos quiere morir. Mucho tengo que reír.     Con la gala el interés indignado ha descubierto que no se dio perro muerto sin ella aun en Leganés. Cuánta verdad esto es Madrid, que es grande, lo diga, bien que juzga cierta amiga que es mayor gala pagar. Mucho tengo que llorar.     Médico hay, aunque lego, que a la menor calentura su cura, no siendo cura, da el olio y entierra luego; lo que de ciencia le niego se lo conceden de grado un pergamino arrollado y un engastado zafir. Mucho tengo que reír.     Trajo en dote, un serafín, casa de jardín gallardo con dos balcones al Pardo y un postigo a Valsaín; mientras pisan el jardín visitas, el maridón, espejo hecho el balcón, sus canas ve pardear. Mucho tengo que llorar.     La que ya en casta belleza viuda igual no tenía, y blanco muro ceñía de cambray su fortaleza, batiola con una pieza de lama cierto señor, y dejose ella mejor aun escalar que batir. Mucho tengo que reír. **** *book_ *id_poem414 *date_1625 *creator_gongora 414     A la fuente va, del Olmo, la rosa de Leganés, Inesica la hortelana, ya casi al anochecer.     La luna salir quería, mas los dos soles de Inés le dijeron a la luna no tenía para qué.     A los tres caños llegó, y su mano a todos tres correr les hizo el cristal que ya les hizo correr.     Llenaba su cantarilla y vaciábala después, cantando, por no llorar, la tardanza de Miguel:     Si viniese ahora,     ahora que estoy sola. Hola, que no llega la ola. Hola, que no quiere llegar.     Las olas calmó la niña, porque, en oyendo el rabel del mancebo que esperaba, perdió la voz, de placer.     Mas viéndolo con Quiteria, la de Gil, perdió otra vez la voz, mas fue de pesar, y escucholos sin querer: Mala noche me diste, casada:     Dios te la dé mala.     Sin permitirle acabar, para Quiteria se fue, que la recibió con señas, si llegó mudilla Inés.     De sus cuatro labios ambas más se dejaron caer virtudes que del romero califica no sé quién.     Miguel a lo socarrón, mientras se abrasan por él, con aguas turbias apaga el fuego en que las ve arder. Turbias van las aguas, madre,      turbias van: mas ellas se aclararán.     —Diga, señora la buena, la que se precia de casta, ¿la propia a Gil no le basta, que le hace criar la ajena?     —Amiga, sí, y tan sin pena como tu bendita madre costas le hizo a tu padre, siendo tú del sacristán. Turbias van las aguas, madre,      turbias van: mas ellas se aclararán.     Aclaráronse las aguas tanto, que fue menester que Miguel se moje entre ellas, cantando como un angél: Ya no más, queditico, hermanas,      ya no más.     Llegó en esta sazón Bras, la mejor que pudo ser, pues un favor le escuchó lo que cantaba a un desdén:     «Bien sé que a la muerte vengo, zagala, en venirte a ver, mas tal cariño te tengo que no puedo más hacer».     Seis meses, de ruiseñor, de pelícano otros seis, Bras ha servido a Inesilla; otros tantos, de crüel     ha sufrido a la que ahora, agradecida a su fe, un listón le dio, encarnado como Dios hizo un clavel.     Por vengarse del ingrato, favor le hizo y merced del que a Bras será listón, y a Miguelillo, cordel.     Él, desmintiendo su rabia, al plectro hizo morder las cuerdas de su instrumento, y cantando esto se fue: «Vámonos, que nos pican los tábanos, vámonos donde moriré.     »Por Quiteria dormí al hielo, y por Inés voy corrido: si de necio me he perdido, ninguno me tenga duelo; si no me negare el suelo aun adonde ponga el pie, vámonos, que nos pican los tábanos, vámonos donde moriré». **** *book_ *id_poem415 *date_1625 *creator_gongora 415 Madrigal para inscripción de la fuente de quien dijo Garcilaso: «en medio del invierno», etc. El líquido cristal que hoy desta fuente     admiras, caminante,     el mismo es de Helicona:     si pudieres, perdona     al paso un solo instante;     beberás cultamente     ondas que del Parnaso a su Vega tradujo Garcilaso. **** *book_ *id_poem416 *date_1625 *creator_gongora 416 En la creación del cardenal don Enrique de Guzmán     Generoso mancebo, purpúreo en la edad más que en el vestido, en rosicler menos luciente Febo     a invidiarte ha salido.     Tú, en tanto, esclarecido del rubí en hilos reducido a tela, dignamente serás hoy agregado     al colegio sagrado, fecundo seminario de claveros. ¡Oh cuánta beberás en tanta escuela religión pura, dogmas verdaderos, gobierno prudencial, profundo estado,     política divina!     ¡Consistorio del Santo     Espíritu asistido! Dígalo tanto dubio decidido,     tanta sana doctrina.     ¿Aclamaré, a los tales, príncipes? Mucho más es cardenales, flamante en celo el más antiguo manto; si bien toda la púrpura de Tiro grana es de polvo al último suspiro.     Tu exaltación instada de Filipo fue, el cuarto, del monarca     que al sol fatiga tanto lustralle sus dos mundos en un día.     Al siempre Urbano santo, octavo en nombre, y en prudencia uno, santísimo piloto de la barca, que, repetido en él, Pedro le fía,     no fue el ruego importuno del Católico, pues si dilatada tu creación, la gracia le fue hecha. ¡Oh quiera Dios unir en liga estrecha estos dos de la Iglesia tutelares y al joven cristianísimo con ellos! Libarán tres abejas lilios bellos, y melificarán, no en corchos vanos, sino en las que abrirán nuestros leones bocas, de paz tan dulce alimentadas. Llaves dos tales, tales dos espadas, escondiendo con velas ambos mares, cuantos le dio sacrilegos altares     Europa a la herejía     extirparán un día, y otro, no solo, no, abominaciones, darán de Babilonia al fuego, entrando los muros de Sïón, mas alternando himnos sagrados, cánticos divinos, abrirán paso a cuantos peregrinos tan libres podrán ya como devotos, besando el mármol, desatar sus votos. El conde-duque, cuya confidencia reclinatorio es de su gran dueño     (¡cuán bien su providencia timón del vasto ponderoso leño, gobierno al fin de tanta monarquía,     lamiendo escollos ciento lo ha conducido en paz a salvamento!), este, pues, pompa de la Andalucía, gloria de los clarísimos Sidones, de los Guzmanes, digo, de Medina, solicitó süave tu capelo.     ¿Qué mucho ya, si el cielo, entre los muchos que te influye dones, sobrino te hizo suyo, de una hermana valerosa y real, sobre divina? Dígalo el Betis, de quien es Dïana; El Carpio, de quien es deidad, lo diga.     Tú a la Fortuna amiga átomo no perdones de propicia. Goza la dignidad cardenalicia, unos días clavel, otros vïola. La ingenuidad observes española, la duplicidad huyas extranjera, tus colegas admiren la severa dulce afabilidad que te acompaña, que al duodécimo lustro, si no engaña     cuanto abrazan las zonas, te espera el Tíber con sus tres coronas. **** *book_ *id_poem417 *date_1625 *creator_gongora 417     Todo se murmura y la culpa toda tiene, la malicia, fondo en invidiosa.     Luce un caballero con hacienda poca; anda otro, más rico, su persona sola.     Ríense los dos (la razón les sobra) de que el uno gaste, de que el otro esconda.     Ríese la zorra, búrlase la mona, de que le falte cola, de que le sobre cola. **** *book_ *id_poem418 *date_1625 *creator_gongora 418     Doña Menga, ¿de qué te ríes? Don Pascual, de que porfíes.     Tres años ha que te quiero. Seis años ha que me enfadas. Servite en dos empanadas un jabalí casi entero. Pocos fueran en dinero dos montes de jabalíes. Doña Menga, ¿de qué te ríes? Don Pascual, de que porfíes.     ¿Qué joya de oro te abona? Toma de un pobre galán, que moros mató en Orán, cien reales, y perdona. De un galán de Melïona quisiera más cien cequíes. Doña Menga, ¿de qué te ríes? Don Pascual, de que porfíes.     ¿Por un monigote dejas un tan valiente soldado? Obligome.     ¿Qué te ha dado? ¿No le han oído tus quejas repicar en mis orejas campanitas de rubíes? Doña Menga, ¿de qué te ríes? Don Pascual, de que porfíes. **** *book_ *id_poem419 *date_1625 *creator_gongora 419 (¿ca. 1580?) Al mordelle la mano una mona a una monja de don Luis, y despedille un galán que era su amigo     Por el nombre me da pena cualquier daño en tal persona, Figueroa Magdalena, y más de una mala mona en una mano tan buena,     aunque tengo por muy llano de que el morderos la mano no careció de misterio, que monas de monesterio no abren las bocas en vano.     Dos razones hallo yo que disculpen esta vez a la mona que os mordió: la una fue dar la nuez a quien la muerte me dio;     la otra, sin ocasión fue el mostraros tan esquiva contra vuestra devoción, haciendo a la mano escriba lo que mintió el corazón.     y por que entiendan las gentes que es el consejo más llano el no agraviar a inocentes, que si damas tienen mano, también monas tienen dientes.     Quédome porque la vena no ha estado a tercia tan buena como lo estuviera a nona, porque fuera Luis de mona ya que no soy Juan de Mena. **** *book_ *id_poem420 *date_1625 *creator_gongora 420 (¿1582?) A una dama muy blanca, vestida de verde     Cisne gentil (después que crespo el vado dejó, y de espuma la agua encanecida) que al rubio sol la pluma humedecida sacude, de las juncias abrigado;     copos de blanca nieve en verde prado, azucena entre murtas escondida, cuajada leche en juncos exprimida, diamante entre esmeraldas engastado,     no tienen que preciarse de blancura después que nos mostró su airoso brío la blanca Leda en verde vestidura.     Fue tal, que templó su aire el fuego mío, y dio, con su vestido y su hermosura, verdor al campo, claridad al río. **** *book_ *id_poem421 *date_1625 *creator_gongora 421 (¿1582?) A don Juan de Castilla y de Aguayo, autor de El perfecto regidor     Generoso don Juan, sobre quien llueve la docta erudición su licor puro, con que nos dais en flor fruto maduro, y un bien inmenso en un volumen breve:     dele la eternidad, pues se lo debe, para perpetuo acuerdo en lo futuro, a vuestro vulto heroico en mármol duro glorioso entalle de inmortal relieve,     pues hoy da vuestra pluma nueva gloria de Córdoba al clarísimo senado, y pone ley al español lenguaje     con doctrina y estilo tan purgado, que al olvido hará vuestra memoria ilustre injuria y valeroso ultraje. **** *book_ *id_poem422 *date_1625 *creator_gongora 422 (¿1587-1588?) A Martín Alonso de Montemayor, que colgó en la capilla de los condes de Alcaudete un alfanje y una banderilla que trajo de Orán     —¿Qué es, hombre o mujer, lo que han colgado? —Uno y otro: él, dorado, ella, amarilla. —¿Cómo es su nombre? —Alfanje y banderilla, moros ambos, y cada cual errado.     —¿Qué quieren ser? —Vergüenza de un soldado, aunque él los cuelga aquí por maravilla. —¿Qué piden a la iglesia? —Su capilla, si a necedades vale lo sagrado.     —Pues, maldito dïablo, reconoce tu sentencia de olvido, y da la gloria al conde, tu señor, de esos despojos,     y, pues quien fama y número a los doce creció no cuelga señas de victoria, no hagas lenguas tú de nuestros ojos. **** *book_ *id_poem423 *date_1625 *creator_gongora 423 (¿1590?)     Ya que rompí las cadenas de mis grillos y mis penas, de extender con mucho error la jurisdicción de Amor, que ahora me da por libre,     Dios me libre. Y de andar más por escrito publicando mi delito, sabiendo de ajenas vidas tantas culpas cometidas de que puedo hacer alarde,     Dios me guarde.     De dama que se atribula de comer huevos sin bula, sabiendo que de su fama un escrúpulo ni dragma no podrá lavar el Tibre,     Dios me libre. Y del mercader devoto, de conciencia manirroto, que, acrecentando sus rentas, pasa a menudo sus cuentas y da las ajenas tarde,     Dios me guarde.     De doncella con maleta, ordinario y estafeta, que quiere contra derecho, pasando por el estrecho, llegar entera a Colibre,     Dios me libre. Y del galán perfumado, para holocaustos guardado, que hace cara a los afeites para dar a sus deleites espaldas, como cobarde,     Dios me guarde.     De dama que de un ratón huye al postrero rincón, desmayada de mirallo, y no temerá a caballo que Ruger su lanza vibre,     Dios me libre. Y del galán que en la plaza acuchilla y amenaza, y si sale sin terceros, hará como don Gaiferos, aunque Melisendra aguarde,     Dios me guarde.     De doncella que entra en casa porque guisa y porque amasa, y hace mejor un guisado con la mujer del honrado que con clavos y jengibre,     Dios me libre. Y de amigo cortesano con las insignias de Jano desvelado en la cautela, cuyo soplo a veces hiela y a veces abrasa y arde,     Dios me guarde. **** *book_ *id_poem424 *date_1625 *creator_gongora 424 (1593) A don Jerónimo Manrique, obispo de Salamanca, electo de Córdoba     Huésped, sacro señor, no: peregrino llegué a vuestro palacio. El cielo sabe cuánto el deseo hizo más süave la fatiga del áspero camino.     Mas ay, que apriesa en mis alcances vino la cruda enfermedad, ministro grave de aquella inexorable en quien no cabe piedad, si no es de solo lo divino.     Conseguí la salud por la piadosa grandeza vuestra. Libre destos daños piséis del Betis la ribera umbrosa,     y, en púrpura teñidos vuestros paños, concédaos Dios, en senectud dichosa, en blancas plumas ver volar los años. **** *book_ *id_poem425 *date_1625 *creator_gongora 425 (ant. a 1594) A doña Luisa de Cardona, monja en Santa Fe de Toledo     Señora doña Luisa de Cardona, del bel donaire y del color quebrado, así goce el galán iluminado, y logre la capilla cagalona,     que de su vista queda la persona con ciertos dolorcillos en un lado, que, si no son dolores de costado, son flechas del que a nadie no perdona.     Mil ratos he pasado sin sentido después que Dios no quiere que la vea, quiero decir, los que pasé durmiendo.     Si ausencia por allá no causa olvido, cuando en melada trate, o en jalea, en sus manos mi espíritu encomiendo. **** *book_ *id_poem426 *date_1625 *creator_gongora 426 (Post. a 1597) A un hijo del duque de Medina Sidonia, que por ser impotente se metió fraile trinitario     Señor marqués trinitario, pida vuestra reverencia que le dé su omnipotencia quien le dio su escapulario, y profeso Sagitario salga armado, y no de acero, creyendo que en un terrero cualquiera de esas coronas hará como tres personas, que es un fraile verdadero. **** *book_ *id_poem427 *date_1625 *creator_gongora 427 (1598) A cierto señor que le envió la Dragontea de Lope de Vega     Señor, aquel Dragón de inglés veneno, crïado entre las flores de la Vega más fértil que el dorado Tajo riega, vino a mis manos: púselo en mi seno.     Para ruido de tan grande trueno es relámpago chico: no me ciega; soberbias velas alza: mal navega; potro es, gallardo, pero va sin freno.     La musa castellana bien la emplea en tiernos, dulces, músicos papeles, como en pañales niña que gorjea.     Oh planeta gentil, del mundo Apeles, rompe mis ocios, por que el mundo vea que el Betis sabe usar de tus pinceles. **** *book_ *id_poem428 *date_1625 *creator_gongora 428 (¿1598?) A la Arcadia, de Lope de Vega Carpio     Por tu vida, Lopillo, que me borres las diecinueve torres del escudo, porque, aunque todas son de viento, dudo que tengas viento para tantas torres.     ¡Válgante los de Arcadia! ¿No te corres armar de un pavés noble a un pastor rudo? ¡Oh tronco de Micol, Nabal barbudo! ¡Oh brazos Leganeses y Vinorres!:     no le dejéis en el blasón almena. Vuelva a su oficio, y al rocín alado en el teatro sáquele los reznos.     No fabrique más torres sobre arena, si no es que, ya segunda vez casado, nos quiere hacer torres los torreznos. **** *book_ *id_poem429 *date_1625 *creator_gongora 429 (¿1598?) A la gala, curiosidad y cuidado con que algunos caballeros entran a torear     Hecha la entrada, y sueltos los leones, el que a mejor caballo bate espuela, o la lanza, el rejón, o la cañuela la dé a la redención de los peones,     y en altas y arriscadas ocasiones, a vista ya de quien lo abrasa o hiela... **** *book_ *id_poem430 *date_1625 *creator_gongora 430 Véase el poema 453bis **** *book_ *id_poem431 *date_1625 *creator_gongora 431 (¿1603?) A don Gaspar de Aspeleta, a quien derribó un toro en unas fiestas     Cantemos a la jineta, y lloremos a la brida, la vergonzosa caída de don Gaspar de Aspeleta. ¡Oh si fuera yo poeta, qué gastara de papel en decir cositas de él! Dijera a lo menos yo que el majadero cayó por que cayesen en él.     Dijera del caballero, visto su caudal y traza, que ha entrado poco en la plaza, y menos su despensero; que, si cayera en enero, quedara con Saulo honrado, aunque el apóstol sagrado, cuando Dios lo hizo fiel, cayó de alumbrado, y él cayó de desalumbrado. **** *book_ *id_poem432 *date_1625 *creator_gongora 432 (Post. a 1603) A Miguel Musa que escribió contra la canción de Esgueva     Musa que sopla y no inspira, y sabe por lo traidor poner los dedos mejor en mi bolsa que en su lira, no es de Apolo, que es mentira, hija Musa tan bellaca, sino del que hurtó la vaca al pastor. A tal persona pongámosle su Helicona en las montañas de Jaca.     Musa que en medio de un llano, llevando gente consigo, tradujo al mayor amigo de francés en castellano; Musa que a su medio hermano, hijo del planeta rojo, o por trato o por antojo, sin besallo lo vendió, no estoy muy seguro yo, pues me ha besado en el ojo.     Remitirele el proceso a quien me pusiere dudas en dalle nombre de Judas por el trato o por el beso; y aun acumularle a eso la mano de Judas quiero, pues me juró un caballero que en casa de una señora, la semana pecadora, mató vela y candelero.     Y en delitos tan soeces, ved que gramática se usa, que ha declinado esta Musa por templum templi mil veces; y a pesar de los jüeces y de las leyes, acierta con el templo y con la puerta, si no es que dicen por yerro que entra el gato como el perro porque halló la puerta abierta. **** *book_ *id_poem433 *date_1625 *creator_gongora 433 (ant. a 1604) Al sepulcro de una dama que tuvo veintidós años amistad con un caballero del apellido de la Cerda     Yace debajo de esta piedra fría mujer tan santa, que ni escapulario, ni cordón, ni correa, ni rosario, de su cuerpo jamás se le caía.     Trajo veintidós años, día por día, un cilicio de cerdas ordinario; todo el año ayunaba a san Hilario, porque nunca hilaba ni cosía.     Fue su casa un devoto encerramiento donde iban a hacer los ejercicios y a llorar sus pecados las personas.     Murió sin olio, no sin testamento, en que mandó a una prima sus oficios, y a cuatro amigas, cuatro mil coronas. **** *book_ *id_poem434 *date_1625 *creator_gongora 434 (1604)     Entre los dos reyes magos, entre el chantre y el deán, el buen obispo Laguna cagó de pontifical. **** *book_ *id_poem435 *date_1625 *creator_gongora 435 (1606) A la prisión que de de ciertos ministros hicieron los alcaldes Vaca y Madera en la fortaleza de la Alameda     En una fortaleza preso queda quien no tuvo templanza, y desplumado cual la corneja morirá enjaulado, infamando sus plumas la almoneda.     ¡Oh, qué bien está el Prado en la Alameda, mejor que la Alameda está en el Prado!, y en un cofre estuviera más guardado, que esta es cárcel de gatos de moneda.     ¿Por qué le llaman Prado, si es montaña de Jaca, y aun de Génova, que abriga bandoleros garduños en España?     Su nombre a cada cosa se le diga: si es Prado, Vaca sea su guadaña, si es montaña, Madera le persiga. **** *book_ *id_poem436 *date_1625 *creator_gongora 436 (1606) A lo mismo     Senteme a las riberas de un bufete a jugar con el tiempo a la primera; pasose el año, y luego a la tercera carta brujuleada me entró un siete.     Hizo mi edad cuarenta y cinco, y mete una corona la ambición fullera, y aunque es de falso, pide que le quiera la que traigo debajo del bonete.     Piérdase un vale, que el valer hogaño no es muy seguro: no haya mazo alguno cuya Madera pueda dar cuidado.     Éntrome en la baraja, y no me engaño, que, aunque pueda ganar ciento por uno, yo no quiero ver Vacas en mi prado. **** *book_ *id_poem437 *date_1625 *creator_gongora 437 (1607) Contra el abad de Rute, que hizo un epitafio a don Pascual, obispo de Córdoba, lleno de imperativos     Detente, buen mensajero, aunque te parezca tarde, que Dios de inscripciones guarde de un pedante caballero: don Pascual soy, que ya muero en la región de los vivos tras tantos imperativos; si quies saber más, detente, que harto más cortésmente te lo dirán los archivos. **** *book_ *id_poem438 *date_1625 *creator_gongora 438 (¿1609?)     Érase en Cuenca lo que nunca fuera, érase un caminante muy ayuno; pidió un mollete, si había tierno alguno, y diéronle un biscocho de galera.     Desta piedad fue un ángel la arrobera, y si pidiera más el importuno, le dieran los peñascos uno a uno que el Júcar lava en su áspera ribera.     De biscochos apela el caminante para piedras, que en Cuenca eso se usa, y de eso están las piedras tan comidas.     Quizá vieron el rostro de Medusa estos peñascos, como lo vio Atlante, y damas son, de pedernal vestidas. **** *book_ *id_poem439 *date_1625 *creator_gongora 439 (¿1609?) A Galicia     Pálido sol en cielo encapotado, mozas rollizas de anchos culiseos, tetas de vacas, piernas de correos, suelo menos barrido que regado;     campo todo de tojos matizado, berzas gigantes, nabos filisteos, gallos del Cairo, búcaros pigmeos, traje tosco y estilo mal limado;     cuestas que llegan a la ardiente esfera, pan de Guinea, techos sahumados, candelas de resina con tericia;     papas de mijo en concas de madera, cuevas profundas, ásperos collados, es lo que llaman reino de Galicia. **** *book_ *id_poem440 *date_1625 *creator_gongora 440 (1609) A la Jerusalén Conquistada que compuso Lope de Vega     Vimo, señora Lopa, su epopeia, e por Diosa, aunque sá mucho legante, que no hay negra poeta que se pante, e si se panta, no sá negra eia.     ¡Corpo de San Tomé con tanta reia! ¿No hubo (cagaiera fuse o fante) morenica gelofa, que en Levante as Musas obligase aun a peeia?     ¿Turo fu Garcerán? ¿Turo fu Osorio? Mentira branca: certa prima mía do rey de Congo canta don Gorgorio     la hecha. Si vos turo argentería, la negrita sará turo abalorio, corvo na pruma, cisne na armonía. **** *book_ *id_poem441 *date_1625 *creator_gongora 441 (¿1609?) A un ídolo     Lugar te da sublime el vulgo ciego, verde ya pompa de la selva obscura, que no sin arte religión impura aras te destinó, te hurtó al fuego.     Mudo mil veces yo la deidad niego, no el esplendor, a tu materia dura; ídolos a los troncos la escultura, dioses hace a los ídolos el ruego.     En lenguas mil de luz, por tantas de oro fragrantes bocas el humor sabeo te aclama, ilustremente suspendido.     En tus desnudos hoy muros ignoro cuantas de grato señas te deseo, leño al fin con lisonjas desmentido. **** *book_ *id_poem442 *date_1625 *creator_gongora 442 (¿1609?) A don Francisco de Quevedo     Anacreonte español, no hay quien os tope, que no diga, con mucha cortesía, que ya que vuestros pies son de elegía, que vuestras suavidades son de arrope.     ¿No imitaréis al terenciano Lope, que al de Belerofonte cada día sobre zuecos de cómica poesía se calza espuelas y le da un galope?     Con cuidado especial vuestros antojos dicen que quieren traducir al griego, no habiéndolo mirado vuestros ojos.     Prestádselos un rato a mi ojo ciego, por que a luz saque ciertos versos flojos, y entenderéis cualquier greguesco luego. **** *book_ *id_poem443 *date_1625 *creator_gongora 443 (¿1609?) Al padre Juan de Pineda, de la Compañía de Jesús, por haber antepuesto un soneto al que el poeta hizo en la beatificación de San Ignacio     ¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia de un positivo padre azafranado? Paciencia, Job, si alguna os han dejado los prolijos escritos de su encia.     Consuelo me daréis, si no paciencia, porque en suertes entré, y fui desgraciado, en el mes que perdió el apostolado un justo por divina providencia.     ¿Quién justa do la tela es pinabete, y no muy de Segura, aunque sea pino, que ayer fue pino, y hoy podrá ser vete?     No más judicatura de teatino, cofre, digo, overo con bonete, que tiene más de tea que de tino. **** *book_ *id_poem444 *date_1625 *creator_gongora 444 (1610) A Juan de Mora     Aquí yace un capellán que, de puro majadero, dejó por su heredero al cabildo y al deán. **** *book_ *id_poem445 *date_1625 *creator_gongora 445 (1610)     Que pretenda el mercader, sin que ni al grande ni al chico restituya un alfiler, en nombre de Dios tener lo que hurtó en Puerto Rico:     ¡oh, qué lindico!     Que disimule un paciente, sin que a risa me provoque, que en el espejo luciente nunca se ha visto la frente coronada de alcornoque:     ¡oh, qué lindoque!     Que una moza que bien charla, dama entre picaza y mico, me quiera obligar a amarla, siendo su pico de Parla, y de Getafe su hocico:     ¡oh, qué lindico!     Que Hero se precipite por la mitad de un bayoque, y ser Tisbe solicite quien por menos de un confite se envaina en cualquier estoque:     ¡oh, qué lindoque!     Que pretenda una doncella que por su gracioso pico se case un hombre con ella, y cualquiera la atropella por el interés más chico:     ¡oh, qué lindico!     Que piense un bobalicón que no hay quien su dama toque, y en la casa del rincón sé que la tomó un peón y que no la quiso un Roque:     ¡oh, qué lindoque!     Que pretenda un estudiante, aun siendo galán y rico, rendir a doña Violante con hacer muy del amante sin dejar flaco el bolsico:     ¡oh, qué lindico! **** *book_ *id_poem446 *date_1625 *creator_gongora 446 (ant. a 1611)     Tenga yo salud,     qué comer y quietud     y dinero que gastar, y ándese la gaita por el lugar.     Para cuando haga el son la gaita murmuradora, y más sorda que sonora cantare mi condición, sepan que es ya mi opinión vivir lo largo por ancho, y si al callar llaman Sancho, yo santo llamo al callar, y ándese la gaita por el lugar.     No haga yo a nadie el buz por ninguna pretensión; tenga mi bota y jamón, aunque me acueste sin luz, mis frascos sin arcabuz, no para quien mal me quiere, mas por que, si sed tuviere, la pueda mejor matar, y ándese la gaita por el lugar.     Viva yo sin conocer, y retirado en mi aldea, a quien la merced rodea porque no la sabe hacer; no vea a nadie comer si no comiere a mi lado, ni me hable nadie sentado si en pie tengo que escuchar, y ándese la gaita por el lugar.     No me cojan sepan cuantos debajo de sus quimeras; tenga mi puerco y esteras el día de Todos Santos; juguemos años por tantos tras la cama yo y Pascuala, pues no se paga alcabala de engendrar y bostezar, y ándese la gaita por el lugar.     El médico y cirujano sean, para mi gobierno, calentador en invierno y cantimplora en verano; acuésteme yo temprano y levánteme a las diez, y a las once el almirez toque a la panza a mascar, y ándese la gaita por el lugar. **** *book_ *id_poem447 *date_1625 *creator_gongora 447 (¿1612?) Contra un privado     Arroyo, ¿en qué ha de parar tanto anhelar y morir, tú por ser Guadalquivir, Guadalquivir por ser mar? Carillejo, en acabar sin caudales y sin nombres, para ejemplo de los hombres.     Hijo de una pobre fuente, nieto de una dura peña, a dos pasos los desdeña tu mal nacida corriente; si tu ambición lo consiente, ¿en qué imaginas, me di? Murmura, y sea de ti, pues que sabes murmurar. Arroyo, ¿en qué ha de parar tanto anhelar y morir, tú por ser Guadalquivir, Guadalquivir por ser mar? Carillejo, en acabar sin caudales y sin nombres, para ejemplo de los hombres.     ¿Qué día tienes reposo? ¿A qué noche debes sueño? Si corres tal vez risueño, siempre caminas quejoso; mucho tienes de furioso, aunque no en el tirar cantos, y así tropiezas en tantos cuando te quies levantar. Arroyo, ¿en qué ha de parar tanto anhelar y morir, tú por ser Guadalquivir, Guadalquivir por ser mar? Carillejo, en acabar sin caudales y sin nombres, para ejemplo de los hombres.     Si tu corriente confiesa sin intermisión alguna que la cabeza en la cuna y el pie tienes en la huesa, ¿qué fatal desdicha es esa en solicitar tu daño? Pésame que el desengaño la vida te ha de costar. Arroyo, ¿en qué ha de parar tanto anhelar y morir, tú por ser Guadalquivir, Guadalquivir por ser mar? Carillejo, en acabar sin caudales y sin nombres, para ejemplo de los hombres. **** *book_ *id_poem448 *date_1625 *creator_gongora 448 (¿1612?) Murmuraron de don Luis diciendo que era loco porque hizo contra el duque y don Rodrigo una satirilla en alegoría de un arroyo que quiere ser río y de un río que quiere ser mar, y a este propósito hizo este soneto     No más moralidades de corrientes, bien sean de arroyuelos, bien de ríos, corran apresurados o tardíos, que no me hizo Dios conde de Fuentes.     A un rincón desvïado de las gentes apelaré de todos sus desvíos, choza que abrigue ya los años míos, aunque pajas me cueste impertinentes.     Ministros de mi rey: mis desengaños los pies os besan desde acá, sea miedo o reverencia a sátrapas tamaños.     Adiós, mundazo. En mi quietud me quedo, por esconder mis postrimeros años al señor Nuncio, digo, al de Toledo. **** *book_ *id_poem449 *date_1625 *creator_gongora 449 (¿1613?) Contra los que dijeron mal de las Soledades     Con poca luz y menos disciplina, al voto de un muy crítico y muy lego, salió en Madrid la Soledad, y luego a palacio con lento pie camina.     Las puertas le cerró de la Latina quien duerme en español y sueña en griego, pedante gofo, que, de pasión ciego, la suya reza, y calla la divina.     Del viento es el pendón pompa ligera, no hay paso concedido a mayor gloria, ni voz que no la acusen de extranjera.     Gastando, pues, en tanto, la memoria, ajena invidia, más que propria cera, por el Carmen la lleva a la Victoria. **** *book_ *id_poem450 *date_1625 *creator_gongora 450 (Post. a 1613) Al sepulcro de don Luis Venegas de Córdoba, señor de la Villa de Zuheros, que murió en su mocedad     Pare en este mármol frío, oh, juventud, tu carrera, viendo que a tan breve esfera se reduce el mayor brío; flor que aljofaró rocío fue esplendor, ya noche obscura. Escarmiente tu locura; su vida invidia en su muerte: perdió una villa, su suerte, y halló un reino en paz segura. **** *book_ *id_poem451 *date_1625 *creator_gongora 451 (1614) Epitafio a Simoncillo el enano     Murió Simón, en efeto, que una piedra lo mató, que otro instrumento no halló la muerte para un discreto; si este es enano conceto, otro va más gentilhombre: debió de la muerte al nombre más que al privilegio humano, pues viviendo como enano, vino a morir como hombre. **** *book_ *id_poem452 *date_1625 *creator_gongora 452 (1614) Redondilla propuesta para glosar en el certamen celebrado en Córdoba a la beatificación de Santa Teresa     Del que ya ilustró el Carmelo lilio, y el Tormes hoy baña, ceñida la Alba de España no invidia la alba del cielo. **** *book_ *id_poem453 *date_1625 *creator_gongora 453 (1615)     Por la estafeta he sabido que me han apologizado, y a fe de poeta honrado, ya que no bien entendido, que estoy muy agradecido de su ignorancia tan grasa, que aun el sombrero les pasa, pues imputa obscuridad a una opaca Soledad quien luz no enciende en su casa.     Melindres son, de lechuza, que en lo umbroso poco vuele quien en las tinieblas suele no perdonar a una alcuza. Musa mía, sed hoy Muza: si empuña, si embraza acaso lanza y adarga el Parnaso, defended el honor mío, aunque no está, yo lo fío, en la vega Garcilaso. **** *book_ *id_poem453a *date_1625 *creator_gongora 453bis (1615) Al licenciado Alonso Lobo, racionero de Toledo     Los edictos con imperio mase Lobo ha prorrogado, quizá hasta que barbe el Grado de su vocal magisterio. Si no tiene otro misterio, el nuevo término corra, y juegue en tanto a la morra nuestro pretendiente bobo, o apele de un mase Lobo para otro mase Zorra. **** *book_ *id_poem454 *date_1625 *creator_gongora 454 (ant. a 1616) A su sobrina doña Francisca de Argote, que se hizo monja     Alma mil veces dichosa y otras tantas veces bella, pues tan buen esposo cobras y tan rüin mundo dejas,     respóndele al que hoy te llama y mira al que te desea, procura al que te recibe y recibe al que te espera.     Nobles padres dejas hoy, vida dulce y lisonjera, regalos y gustos pisas, descanso y contento huellas.     No las sirenas del mundo, poca edad, mucha belleza, vendan tus hermosos ojos y amenazan tus orejas.     Balcones de azul y oro por nudosas redes truecas, libertad, por sujeción, voluntad, por obediencia.     Valor es este, señora, y animosidad es esta de un pecho muy más robusto y de una edad no tan tierna.     Plantas hoy tus verdes años en esta Religión nuestra, jardín de olorosas flores de donde el esposo lleva     rosas de las disciplinas, de las vigilias, violetas, y de las virginidades, purísimas azucenas.     Tú se las guardas a él, y él a ti, del fruto dellas, después de pisado el mundo, te suba a pisar estrellas. **** *book_ *id_poem455 *date_1625 *creator_gongora 455 (Post. a 1616) A Lope de Vega     Dicho me han por una carta que es tu cómica persona sobre los manteles mona, y entre las sábanas, marta; agudeza tiene harta lo que me advierten después, que tu nombre, del revés, siendo Lope de la haz, en haz del mundo, y en paz, pelo de esta marta es. **** *book_ *id_poem456 *date_1625 *creator_gongora 456 (¿ant. a 1617?) A un caballero que tenía dos hijos bastardos, y para entrarlos en religión juntó de limosna las dotes     Antes que alguna caja luterana convierta a Hernandico en mochilero, y antes que algún abad y ballestero le dé algún saetazo a Sebastiana,     procuradles, hoy antes que mañana, como padre cristiano y caballero, a la una un seráfico mortero, al otro, una domínica campana.     Si os faltare la casa de los locos, no os faltará Aguilar, a cuyo canto salta Pan, Venus baila y Baco entona.     Él se aprovechará de vuestros cocos, de su rabazo vos, que es todo cuanto se pueden dar un galgo y una mona. **** *book_ *id_poem457 *date_1625 *creator_gongora 457 (1617) A una oposición de un canonicato de la Santa Iglesia de Toledo, que llevó el doctor Cámara     Cierto opositor, si no el más valiente, el no menos, votos perdonando ajenos, él mismo se proveyó; cúlpanlo algunos, mas yo siempre me he hecho entender, que, sabiendo había de ser Cámara el canonicando, se hizo cámara cuando pretendió mejor leer. **** *book_ *id_poem458 *date_1625 *creator_gongora 458 (¿Post. a 1617?) A María de Vergara, comedianta     No sois, aunque en edad de cuatro sietes, María de Vergara, ya primera; dad gracias al Amor, que sois tercera de gorras, de capillas, de bonetes.     Los tocados, las galas, los sainetes, use de ellos de hoy más vuestra heredera, vuestra sobrina, cara de contera, pechos de tordo, piernas de pebetes.     Pues de oficio mudáis, mudad vestido, y tratad de enjaular otro canario que le cante a la graja en vuestro nido,     y por que no se enoje fray Hilario, véngala a visitar, que, a lo que he oído, digno es de su merced el mercenario. **** *book_ *id_poem459 *date_1625 *creator_gongora 459 (Post. a 1617) A Lope de Vega     En vuestras manos ya creo el plectro, Lope, más grave, y aun la violencia süave que a los bosques hizo Orfeo, pues cuando en vuestro museo por lo blando y cebellín cerdas rascáis al violín, no un árbol os sigue, o dos, mas descienden sobre vos las piedras de Valsaín. **** *book_ *id_poem460 *date_1625 *creator_gongora 460 (¿1618?) Cuando don Francisco de Quevedo se puso hábito de Santiago     Cierto poeta, en forma peregrina cuanto devota, se metió a romero, con quien pudiera bien todo barbero lavar la más llagada disciplina.     Era su benditísima esclavina, en cuanto suya, de un hermoso cuero, su báculo, timón del más zorrero bajel, que desde el faro de Cecina     a Brindis sin hacer agua navega. Este sin landre claudicante Roque, de una venera justamente vano     que en oro engasta, santa insignia aloque, a San trago camina, donde llega, que tanto anda el cojo como el sano. **** *book_ *id_poem461 *date_1625 *creator_gongora 461 (1618) Al licenciado Enrique Vaca de Alfaro, médico y cirujano, que escribió un libro acerca del modo de curar los heridos de la cabeza     Vences, en talento cano, a tu edad, a tu experiencia, así con tu sabia ciencia como con tu diestra mano; oh, Enrique, oh, del soberano Febo imitador prudente: ciña tu gloriosa frente su verde honor, pues es dina ya por el arte divina, ya por la pluma elocuente. **** *book_ *id_poem462 *date_1625 *creator_gongora 462 ¿1621? A un libro de doce sermones que imprimió el padre Florencia, de la Compañía de Jesús     Doce sermones estampó Florencia, orador cano, sí, mas, aunque cano, a cuanto ventosea en castellano se tapa las narices la elocuencia.     Humos reconocí en su chimenencia de abstinente no menos que de vano, pues que por un capón deja un milano: ¡oh bien haya tan rígida abstinencia!     En su Religión santa, de modesto, nunca ha querido lo que no le han dado: ¡oh bien haya modestia tan ociosa!     En palacio, más mucho de lo honesto del dueño solicita, y del privado: ¡oh mal haya ambición tan ambiciosa! **** *book_ *id_poem463 *date_1625 *creator_gongora 463 (ant. a 1622) A Lope de Vega y sus secuaces     Patos de la aguachirle castellana, que de su rudo origen fácil riega y tal vez dulce inunda nuestra Vega, con razón Vega por lo siempre llana:     pisad graznando la corriente cana del antiguo idïoma y, turba lega, las ondas acusad, cuantas os niega ático estilo, erudición romana.     Los cisnes venerad, cultos, no aquellos que escuchan su canoro fin los ríos; aquellos sí, que de su docta espuma     vistió Aganipe. ¿Huís? ¿No queréis vellos, palustres aves? Vuestra vulgar pluma no borre, no, más charcos. Zabullíos. **** *book_ *id_poem464 *date_1625 *creator_gongora 464 (ant. a 1622) A los mismos     «¡Aquí del conde Claros!», dijo, y luego se agregaron a Lope sus secuaces: con la Estrella de Venus, cien rapaces, y con mil Soliloquios, sólo un ciego;     con la Epopeya, un lanudazo lego, con la Arcadia, dos dueñas incapaces, tres monjas, con la Angélica, locuaces, y con el Peregrino, un fray borrego;     con el Isidro, un cura de una aldea, con los Pastores de Belén, Burguillo, y con la Filomena, un idïota.     Vinorre, Tifis de la Dragontea, Candil, farol de la estampada flota de las Comedias, siguen su caudillo. **** *book_ *id_poem465 *date_1625 *creator_gongora 465 (1622) A la comedia de La Gloria de Niquea que escribió el conde de Villamediana     ¿Quién pudo a tanto tormento dar gloria en tan breve suma? Otra no fue que tu pluma, otro no fue que tu aliento. A tu canoro instrumento Anaxtarax lisonjea, por que tuyo el nombre sea que hoy se repite feliz, o a la espada de Amadís, o a la Gloria de Niquea. **** *book_ *id_poem466 *date_1625 *creator_gongora 466 (¿1623?) A Vallejo, autor de comedias, que, representando la de El Antecristo, y habiendo de volar por una maroma, no se atrevió, y en su lugar voló Luisa de Robles     Quedando con tal peso en la cabeza, bien las tramoyas rehusó Vallejo, que ser venado y no llegar a viejo repugna a leyes de naturaleza.     Ningún ciervo de Dios, según se reza, pisó jurisdicciones de vencejo; volar, a solo un ángel lo aconsejo, que aun de Roble supone ligereza.     Al céfiro no crea, más ocioso, toro, si ya no fuese más alado que el del evangelista glorïoso.     «No hay elemento como el empedrado», dijo, y así el teatro numeroso volar no vio esta vez al buey barbado. **** *book_ *id_poem466a *date_1625 *creator_gongora 466bis (1623) Contra don Juan Ruiz de Alarcón porque se valió de algunos amigos suyos para celebrar las fiestas reales que su majestad hizo en Madrid     De las ya fiestas reales sastre y no poeta seas, si a octavas como a libreas introduces oficiales. ¿De ajenas plumas te vales, corneja? ¿Desmentirás la que delante y detrás gémina concha te viste? Galápago siempre fuiste y galápago serás. **** *book_ *id_poem467 *date_1625 *creator_gongora 467 (ant. a 1624) A don Egas Venegas de Córdoba, señor de Luque (hoy conde de la misma villa), recién heredado por muertes de un tío suyo y de su padre, que habían vivido muchos años Si de consuelo está necesitado     un bien afortunado que en menos de un verano y un invierno mató a un primo inmortal y a un padre eterno, consuélelo el señor Pero Gonzales con arrendarle a Luque en trece reales. **** *book_ *id_poem468 *date_1625 *creator_gongora 468 (1624) A la fábula de Orfeo que compuso don Juan de Jáurigui     Es el Orfeo del señor don Juan el primero, porque hay otro segundo; espantado han sus números al mundo por el horror que algunas voces dan.     Mancebo es ingenioso, juro a san, y leído en las cosas del profundo, pluma valiente, si pincel facundo: tan santo lo haga Dios como es Letrán.     Bien, pues, su Orfeo, que trilingüe canta, pilló su esposa, puesto que no pueda miralla, en cuanto otra región no mude.     Él volvió la cabeza, ella, la planta; la trova se acabó, y el autor queda cisne gentil de la infernal palude. **** *book_ *id_poem469 *date_1625 *creator_gongora 469 (1624) Al padre Gregorio de Pedrosa, predicador del rey, que, habiéndolo hecho obispo de León, no solo dejó la religión de san Jerónimo, su padre, pero aun se desnudó totalmente el hábito religioso     El más insigne varón de su orden, el que ya a san Jerónimo ha dejado por el León, su celo, su devoción ni a la cogulla ni al manto perdonan, y no me espanto que su modestia hoy no quiera vestir la piel de la fiera sobre el hábito del santo. **** *book_ *id_poem470 *date_1625 *creator_gongora 470 (¿?)     No de la sangre de la diosa bella fragrante ostentación haga la rosa, y, pues tu luz la perdonó piadosa, acometa segura a ser estrella.     Cuando destruye con nevada huella el hibierno las flores, victoriosa, menos distinta, pero más hermosa, los helados rigores atropella.     Florida mariposa, a dos imperios igual se libra, y a juzgalla llego más advertida, cuando más se atreve.     Solo el Amor entiende estos misterios: en el mayor incendio burla al fuego, y en la nieve se libra de la nieve. **** *book_ *id_poem471 *date_1625 *creator_gongora 471 (¿?) A una dama a quien servía, ponderando de los varios efectos de su amor, que muere y renace de sí mismo, como el fénix     Donde con labio alterno el Eritreo besa a Arabia las faldas olorosas, rosadas plumas o volantes rosas el ave viste, que es del sol trofeo;     ya mariposa del farol febeo muere, y aquellas ramas, que piadosas fueron pira a sus plumas vagarosas, cuna son hoy de su primer gorjeo.     Único fénix es mi amor constante, que en la luz de esos soles abrasado muere, y en él, las esperanzas leves;     mas renace, hallando, en un instante, túmulo triste en llamas levantado, y cuna alegre en sus cenizas breves. **** *book_ *id_poem472 *date_1625 *creator_gongora 472 (¿?)     Tan ciruelo a san Fulano lo conocí, que a pesar del barniz, ha de sudar gomas, que desmiente en vano. Si ingrato ya al hortelano árbol fue, ¿qué será bulto? Ni público don, ni oculto, santo me deberá, tal, que el que a la cultura mal, peor responderá al culto. **** *book_ *id_poem473 *date_1625 *creator_gongora 473 (¿?)     Hágasme tantas mercedes, temerario pensamiento, que no te fíes del viento ni penetres las paredes.     Pensamiento, no presumas tanto de tu humilde vuelo, que el sujeto pisa el cielo y al suelo bajan las plumas: otro barrió las espumas del Mediterráneo mar, pudiendo mejor volar que tú ahora volar puedes. Hágasme tantas mercedes, temerario pensamiento, que no te fíes del viento ni penetres las paredes.     No penetres lo escondido de aquel corazón amado, mientras lava su cuidado en las aguas del olvido, pues un montero atrevido sabes que pagó sus yerros en las bocas de sus perros y en los nudos de sus redes. Hágasme tantas mercedes, temerario pensamiento, que no te fíes del viento ni penetres las paredes. **** *book_ *id_poem474 *date_1625 *creator_gongora 474 (¿?) A cierto mancebo indiciado del pecado nefando     Valeroso el de las quinas, no deis más pasos de amor, porque son pasos de falso y se restarán con vos.     Adviértoos que vuestros pasos serán pasos de pasión para un espiritüal que adora en su Salvador.     Destierran os de la calle, porque es ya pública voz que sois corredor de lonja de las de junto al jamón.     Y vos, Pedro, que negastes a vuestro flechero dios, cuando no hay gallo que cante, ya que no canta capón,     llorad, pues, amargamente, y por esta negación sea el un ojo Guadiato y el otro sea Guadajoz.     Mucho tiempo os sobra, amigos, sin esta conversación: mucho baldío pisáis, mucho berro os da su flor. **** *book_ *id_poem475 *date_1625 *creator_gongora 475 (¿?) A una dama que, siendo ya mujer bien cumplida de años, le llamaba su madre Isabelica, como cuando era niña     Señora la siempre niña, díganos vuesa merced qué leguas pone su madre de Isabelica a Isabel,     pues ha tanto que las pisa, y menos ratos a pie que cabalgando, y no llega al estado de mujer. **** *book_ *id_poem476a *date_1625 *creator_gongora 476a (¿?)     Oh, tú, que pendiente al hombro, la aljaba ostentas de Amor, grato asombro, dulce ofensa del más libre corazón,     cazadora, que a los bosques (nunca los pisara yo), divinamente piadosa te ofrece, tu inclinación,     sagrado a las libertades: ¿dónde lo habrá, si ya son por ti los montes peligro, amable cuanto mayor?     Bien quien su aljaba te fía, previsto el fin, como dios, en común daño del orbe sus armas calificó.     Cuando él tiraba, ya vimos que algún pecho se mostró, si no diamante a sus puntas, hielo rebelde a su ardor.     Mas, ya que tú inmortalizas de sus armas la opinión, diamantes haces diamantes, obediente el hielo al sol,     ¿por qué fatigas las fieras, ignorantes del valor de heridas que en pechos nobles fueran glorioso blasón?     Cese el seguir a quien huye, cazadora, cuando estoy rindiendo un alma, a tus flechas, que las pide por favor. **** *book_ *id_poem476b *date_1625 *creator_gongora 476b (¿?)     Oh, tú, que pendiente al hombro, la aljaba ostentas, de Amor, que le hurtaste dormido, que despierto te ofreció.     ¿Qué piensas que fue tu hurto? ¿Qué piensas que fue tu don? Desabrocha mi silencio, cuando mi pellico no.     Verás, negando, mi pecho, las plumas del ciego dios; verás, bebiendo, sus puntas, la sangre del corazón.     Todas me las flechó el día que tu desdén lo halló, si por la venda una vez, ciego, por el sueño, dos.     No las ignoras, aunque las señas de tu rigor, sano las niega el pellico, mudo las desmiento yo. **** *book_ *id_poem477 *date_1625 *creator_gongora 477 (¿?) Versión latina del poema n.° 235 Ad Franciscum de Castro, ex societate Iesu, epigramma Si orator nostro meruisset tempore Graius,     Arpinasue, fori dulcis in arte, frui, Doctior hic foret, elloquioque potentior ille,     Si altisonum hunc fontem Rhetoricae biberent, In tot qui fluuios culto est sermone solutus,     In tua quot libros ars dedit eximia, Fusam ex diffusis, uiuamque canalibus undam     Exiguum, o Castro, contrahis in spacium. Destruat o nunquam hoc opus inuidiosa uetustas,     Consumat nullo tempore tempus edax, Quod facis, ut linguae, ut calami, redimitus oliua,     Dicant et scribant nectar et ambrosiam.