Fray Hortensio Félix Paravicino

1633

Vida y escritos de don Luis de Góngora

Édition de Adrián Izquierdo
2018
Source : Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas. Recogidos por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, natural de la ciudad de Córdoba, Madrid: Alonso Pérez, 1633.
Ont participé à cette édition électronique : Mercedes Blanco (relecture), Aude Plagnard (stylage et édition TEI) et Felipe Joannon (stylage et édition Word).

Introducción §

1. [Título] La primera biografía de Góngora y su reescritura §

Como se ha dicho en el estudio correspondiente de la «Vida y escritos de don Luis de Góngora»1, las ediciones de Gonzalo de Hoces y Córdoba de 1633 recogen una versión algo diferente del texto biográfico del poeta cordobés compuesto por fray Hortensio Paravicino para los preliminares del manuscrito Chacón. Aunque compartan idéntico título, la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» que llegó a la imprenta en Todas la obras de don Luis de Góngora es una reescritura con interpolaciones del texto preliminar escrito por el trinitario para el lujoso manuscrito obsequiado al señor de Polvoranca. Si bien la crítica la ha venido llamando «vida intermedia» para diferenciarla de la original de Paravicino (o «vida menor») y de la de Pellicer (o «vida mayor»), en esta edición preferimos la etiqueta de «Vida de la edición de Hoces». Con este nuevo marbete, buscamos desestimar toda idea de que este texto sea una amalgama de la vita original de Paravicino y de la más extensa de Pellicer, y también evitar las confusiones en que incurren aquellos que se refieren a un mismo texto sin diferenciar el original de la reescritura. A los avatares editoriales, cuestión autorial, cambios, eliminaciones y añadidos de esta vita dedicaremos el presente estudio, remitiendo, en su mayor parte, al aparato crítico que acompaña la edición de la «vida» que figura en el manuscrito Chacón y que también es parte de este proyecto2.

A modo de resumen, y para mayor aclaración, recogemos a continuación los títulos y localización de las vitae mencionadas:

  • «Vida y escritos de don Luis de Góngora» en el manuscrito Chacón (atribuida con buenas razones a Hortensio Félix Paravicino).
  • «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas» en la BNE, ms. 3918 (llamada «Vida y escritos de don Luis de Góngora. Defensa de su estilo por don Joseph Pellicer Salas y Tovar» en los preliminares de las Lecciones solemnes) 3.
  • «Vida y escritos de don Luis de Góngora» de las ediciones de Gonzalo de Hoces. Llamada más tarde por Pellicer en su Bibliotheca «Vida de don Luis de Góngora y Argote. Príncipe de los poetas líricos».

2. [Autor] «Vida de la edición de Hoces»: ¿Una autoría compartida? §

Si para las vitae «menor» y «mayor» las cuestiones de autoría han quedado zanjadas, reconstruir las circunstancias en que se produjo esta otra versión de la biografía de Góngora resulta ya más complicado. Ante todo, habría que dejar claro que cuando nos referimos a la paternidad de esta vita estampada en la edición preparada por Hoces, nos referimos a las interpolaciones y cambios respecto a la original del manuscrito Chacón. Si el grueso del texto sigue sin modificar la dispositio de esta última, creemos que las añadiduras, supresiones y permutaciones introducidas en la inventio permiten hablar, más que de otro texto, de una reescritura. ¿Por parte de quién? El testimonio más contundente que ha venido atribuyendo la autoría del texto a José de Pellicer y Tovar se debe al mismo polígrafo zaragozano, quien en su Bibliotheca, al detallar las obras salidas en el año 1634, dice así de esta vita:

Imprimióla con sus Obras todas don Gonzalo de Hoces y Córdoba, caballero del Orden de Santiago, veinticuatro de Córdoba, en la edición que hizo de ellas el año 1634. Después se ha estampado en las demás4.

Según este dato del propio Pellicer, esta biografía comienza a circular a partir de las ediciones de Hoces de 1634, afirmación que solo es verdadera hasta cierto punto debido a que esta figuraba ya en las dos ediciones del año anterior. Lo que sí es cierto es que el texto se publicará sin nombre de autor en las sucesivas reediciones de la de Hoces a lo largo del siglo XVII. Además de haber sido la más conocida y la más leída (la original de Paravicino quedó en el manuscrito Chacón y la de Pellicer sin publicar), el anónimo autor del Escrutinio sobre las impresiones de las obras poéticas de don Luis de Góngora y Argote se vale de ella para reprocharle al autor (cuyo nombre no menciona) su poco conocimiento de la vida y obra del poeta, y de ella también se sirve Enrique Vaca de Alfaro para componer la semblanza que incluye en su colección biográfica Varones ilustres de Córdoba5.

El testimonio de Pellicer, dado el ingente volumen de páginas que escribió a lo largo del XVII, su tendencia a la exageración y manipulación de fuentes, y el tiempo transcurrido entre la composición del texto y la entrada en su Bibliotheca, tendría que tomarse con mucha cautela. Parece ser que los enredos literarios de Pellicer en las prensas por esos años no eran pocos; la crítica reciente ha visto algunas maniobras poco claras en la publicación, por ejemplo, de su El Fénix y su historia natural (1630), impreso en medio de una implacable guerra literaria con Lope, y del que posiblemente existiera una edición exenta del año anterior sin los comentarios6. Al igual que advierte respecto a las Lecciones solemnes, la salida del mencionado libro también sufrió retrasos: «La primavera pasada publiqué el poema del Fénix solo, que había casi un año estado detenido en la prensa»7. Aclara que la demora de dos años en la imprenta de los comentarios o «diabribes» se debió al temor a los ataques que, antes de publicarse, ya le lanzaba Lope de Vega.

Los que me han tenido, Señor, por perezoso, verán agora que mi dilación ha sido desconfianza o temor estudioso; y que haber detenido en la prensa dos años estos borrones ha sido desear limallos para que tuviesen menos en qué tropezar mis émulos8.

Las rivalidades y rencillas literarias que hoy podemos entrever en prefacios, poemas satíricos o nuncupatorias en relación con la obra del joven Pellicer en estos últimos años de la segunda década del XVII y los primeros de la siguiente son todo un rompecabezas difícil de componer. Todo ello, sin embargo, nos sirve para vislumbrar las querellas que animaban el mundillo de los escritores e intelectuales madrileños más representativos del momento, así como las argucias a que recurrían recopiladores, comentadores, impresores y editores para influir en la publicación, censura o deformación de los textos. Eran años, además, en los que «se había puesto de moda imprimir las Rimas de poetas vivos, y más aún incluir portadas heráldicas, elogios y retratos»9. En la carrera por imprimir la poesía de Góngora compitieron, con todas las armas que tuvieran a su alcance, Chacón, Vicuña, Salcedo Coronel, Pellicer y Gonzalo de Hoces. En lo que atañe la vita que nos ocupa, habría que indagar, además, el papel que pudo haber tenido Gonzalo de Hoces como compilador, o el librero Alonso Pérez, en cuyos talleres se gestaron tanto la edición de Vicuña como las madrileñas de Hoces, o cualquier otro participante de la polémica que en algún momento del accidentado proceso editorial decidiera cambiar el texto. La edición de Todas las obras de 1633 apareció en la imprenta del Reino, la costeó Alonso Pérez (el padre de Pérez de Montalbán) y contó con la aprobación de Luis Tribaldos de Toledo y de Tomás Tamayo de Vargas, vinculados también a la polémica.

Muchos podrían ser los factores, imposibles de precisar hoy, que expliquen que Pellicer considerara esta reescritura de la vita como suya10, aunque los datos con los que contamos hoy en día nos llevan a creer que los cambios no son del zaragozano. Sería más probable creer que la «Vida de don Luis de Góngora y Argote. Príncipe de los poetas líricos» que menciona Pellicer en su Bibliotheca es, en realidad, la «Vida de don Luis de Góngora. Por don Joseph Pellicer de Salas», que figura en el ms. 3918, vol. 7 del Parnaso Español, y que compuso un joven Pellicer de 28 años para los preliminares de sus Lecciones solemnes a las obras de don Luis de Góngora y Argote, Píndaro andaluz, príncipe de los poetas líricos de España, publicadas en Madrid en 1630. El casi septuagenario Pellicer, al echar la vista atrás e intentar recordar hacia 1671 este breve opúsculo juvenil, habría fundido el título de la vita, la «vida mayor», con parte del de sus Lecciones solemnes; ambos, como se observa, comparten el sintagma «príncipe de los poetas líricos». La mención de que esta se estampó en las ediciones de Hoces podría explicarse por la estrecha relación del contenido de las vitae aquí estudiadas, y por el hecho de que Pellicer conocía la original de Paravicino y la habría tenido en cuenta para componer la suya.

Poco se ha podido averiguar de la magnitud de la participación de Hoces en la empresa editorial de Todas las obras. El autor del Escrutinio (para Antonio Carreira el poeta cordobés José Pérez de Ribas) sabía que Hoces era también cordobés, y como tal conocería hechos, datos o anécdotas de don Luis y de su familia. La poesía gongorina, como es conocido, tuvo gran número de fieles adeptos e imitadores en su tierra natal11. Parece imposible, por lo tanto, saber con certeza hoy en día de quién fue la mano que intervino en la vita, por lo que tendremos que concordar con Fernando Bouza, quien al estudiar una aprobación inédita de Quevedo a El Fénix de Pellicer concluye que «[e]n materias de imprenta, pocas cosas parecen no haber sido posibles en un Siglo de Oro de enmarañada historia tipográfica sobre la que la nueva documentación de las escribanías de cámara del Consejo de Castilla pueden aportar nueva luz y nuevos retos»12.

Por otra parte, la cuestión autorial se complica aún más tras la lectura de un curioso comentario del anónimo autor del Escrutinio, quien parece relacionar la paternidad de esta vita con otro personaje: «Olvidósele a este ingenio devoto, cuando por mayor se cargó de la vida de don Luis, de describir su efigie con el pincel de su pluma, quizá con más felicidad que salió la lámina del buril»13. Se extraña el crítico de la edición de Hoces de que el biógrafo se olvidara de incluir la descripción física del poeta, como solía hacerse en la composición de una biografía, reprobando de paso la calidad del mencionado retrato calcográfico de los preliminares, obra de Jean de Courbes. Más adelante, vuelve a la carga puntillosamente sobre este texto: «Da que reparar la relación de la vida de don Luis. ¿Posible es que quien no supo sus exterioridades, pues con tantos absurdos estampó sus obras, supo lo interior de su pensamiento?» Ataca nuevamente al biógrafo por tergiversar hechos vitales del poeta y desestima casi todo lo escrito en la vita, en particular los motivos que movieron a Góngora a mudarse a la Corte. Estos, según el anónimo, no fueron la ambición ni el interés, sino la búsqueda de acicate para la creación literaria. Una última y extensa referencia a esta versión de la vita nos ofrece otras pistas:

Esta arenga, inculta por clara, miseria de estos tiempos, conviene: a saber, que si no escribís y aun predicáis oscuro, no es culto, no sois crítico. El escribir, empero, vaya: no le leéis, y si le leéis, quedáis de la misma calidad que no habiéndole leído, pero sermones cultos (oscuros, se entiende), que consiste su mayor cosa, el trabajo, los estudios, en que no los entienda el oyente. No es de burla el caso: que se les predica a las deidades humanas culto, queda el orador con estimación, y no se le ha entendido palabra. Ninguna de ellas lo confiesa, porque a dos por tres le dirán que no es culto. Así ha de ser, pues, todo ministro: admire el sermón, háyase entendido o no. Ahora, pues, si el orador estampa los sudores cultos que predicó, a cuatro días que se los volváis, ni los entiende ni antes los entendió. Maréase y se ignora como el que mejor. Al fin, lector, toda esta mal taraceada armonía se resuelve solo en que el curioso sepa que eligió mal buenas noticias, así de las obras de don Luis, como de sus acciones14.

El anónimo del Escrutinio llama al texto «arenga inculta» y «taraceada armonía» de las obras y acciones del poeta y relaciona a su autor con un «devoto ingenio», predicador, orador, ministro (emplea todos estos sustantivos) notable por unos «sermones cultos» muy adornados y poco inteligibles. Estas y las anteriores alusiones, puestas a dialogar con lo que hemos explicado en el estudio de la vita del manuscrito Chacón, parecen indicar que se refiere claramente al predicador real Hortensio Félix Paravicino. ¿Se refiriere el anónimo del Escrutinio al texto original de los preliminares de Chacón, que muchos entonces sí sabían que era de Paravicino? ¿O es posible acaso que supiera que el texto reescrito de la edición de Hoces era también de Paravicino y que el trinitario, por razones que desconocemos, hubiera modificado y amplificado, en algún momento posterior, el texto original que había concebido para el manuscrito Chacón?

No lo sabemos con certeza. Sin embargo, lo hemos dicho, la vita que figura en Hoces se basa casi en su totalidad en la que compuso Paravicino para Chacón, a excepción de unos breves cambios y algunas interpolaciones extensas. Es poco plausible que el autor de los mismos fuera Pellicer, que hizo su propia amplificatio, la «vida mayor», y quien no debió de intervenir en la edición Hoces (totalmente ajena a su empresa editorial de las Lecciones solemnes, tanto en la forma como en el espíritu) y cuya manera de escribir no era tan enrevesada. También es posible que Gonzalo de Hoces, o el impresor, se hicieran con la vita original de Paravicino, procurándose un manuscrito que la contenía, con o sin el consentimiento del trinitario. Hay que tener en cuenta que Paravicino falleció el año mismo en que se publicó el libro (el 12 de diciembre de 1633) y que para entonces hacía meses que se encontraba enfermo. Es muy posible que lo llegó a la imprenta fuera, pues, un texto manuscrito de la Vida que Paravicino había compuesto para el manuscrito Chacón, pero con revisiones y añadidos. El estilo de esos añadidos es muy similar al suyo, tiene las mismas características de retorcimiento conceptual y laconismo, además de varios paralelos con otras obras suyas, como veremos más adelante.

Queda por aclarar una incoherencia que surge de la hipótesis de atribuir estas interpolaciones a Paravicino que, en muchas partes, son confusas hasta lo incomprensible, con conceptos tan rebuscados como los que él empleaba, pero plagados de incongruencias. El texto de Chacón fue muy cuidado en su copia y se hizo bajo el control de Paravicino, a diferencia del impreso en Hoces que nos ocupa. Es muy posible entonces que dichos añadidos fueran insertados por fray Hortensio, quizá ya enfermo, en una copia en limpio del texto más breve que figuraba en Chacón, trazados con peor letra, quizá utilizando los espacios libres en la copia, los márgenes y el interlineado. Que aceptara ahora dar la Vida a la imprenta y no en el momento de las Lecciones solemnes15 puede deberse a que hubieran amainado las polémicas contra él, o a que Góngora fuera ahora mucho más respetable, famoso y admirado gracias al efecto de los comentarios de Pellicer o de Salcedo Coronel (en preparación), por ejemplo. Esta hipótesis explicaría, en primer lugar, la existencia de cambios muy deliberados y significativos relacionados con la imagen del poeta, su obra y la polémica, que se interpolan en función del texto primitivo, y en segundo, la falta de legibilidad de dichos añadidos respecto a lo que quedaba intacto del texto original. De ahí la peor calidad de su transmisión: en muchos casos falta o sobra una palabra, o algo se ha leído mal. Es posible pues, que dicho manuscrito, poco legible, pasara entonces por copistas o impresores que no supieron entenderlo bien a la hora de restituir el texto y que en esta copia se basaran los cajistas para la composición de las planas, dando un texto deturpado y lleno de incongruencias y fallos.

Por lo tanto, nos inclinamos a pensar que esos añadidos son de la mano de Paravicino y que los defectos de sentido deben ser achacados a la mala calidad de la transmisión textual. De ser así, y esto no deja de ser una hipótesis que permitiría orientar investigaciones futuras, esos añadidos o interpolaciones habrían salido de la pluma del mismo fray Hortensio en una fecha cercana a la publicación de la compilación de Hoces.

Habida cuenta de esta hipótesis, al analizar las interpolaciones de la vita de Hoces, marcadas por el retorcimiento y dificultad de las expresiones (mucho más que en la vita original de Paravicino, y más aún que en la de Pellicer) y por el uso de metáforas, salen a la luz algunas concomitancias con varios de los recursos empleados repetidamente por el trinitario, a saber:


Expresiones metafóricas «Vida de la edición de Hoces» Similitudes con los sermones y oraciones de Paravicino y con La Gridonia
Flor, abeja y araña «no hablo en esto más claro porque no hay flor que tope con abeja; de arañas se puebla el aire».

«Mirad naturalmente que somos todos envidiosos del mayor al menor. No reparáis que la túnica última cuyo humor sirve a la vista se llama aranea, por telaraña: miramos pues lo que las arañas haremos, no habrá flor que no sea veneno, hasta de Maravillas de Cristo querrán hacérsele como vemos hoy» (Oraciones evangélicas de adviento y cuaresma, 1640, p. 89).

«Pero también las arañas se tiene por de tan buen gusto, como las abejas, y se andan a acechar las flores unas y otras, y sea miel o veneno lo que se forma…» (Ibíd., p. 844).

«Infelices arañas a quien tocó oponerse a las abejas en unas mismas flores, sin dejar palabra hermosa, que no acusen de tierra propia que no la noten de afectada. Estas flores, que con pura emulación pudieran engañar las abejas» (Oraciones evangélicas en las festividades de Cristo Nuestro Señor, 1640, p. 176).

Brazo y cordel «Quien, empero, no puso el dedo entre el cordel y el brazo del que atormentan pudo pesar fielmente el dolor y atreverse a ser severo árbitro de los gritos»

«Padecer por quien se ama no solo es fineza sino comodidad. Dios os libre de ocios forzosos y de amor grande. Que es mudo cordel a la garganta sino gritador al brazo» (Oraciones evangélicas en las festividades de Cristo Nuestro Señor, 1640, p. 147).

«Esto repito, Señor, por el mayor sentimiento vuestro: que donde hay tormento de injurias, ninguna vuelta de cordel duele» (Oraciones evangélicas y panegíricos funerales, 1695, p. 314).

 

«A ti te das el tormento en cada vuelta de ese cordel, y negando la libertad con obstinación la confiesas sin libertad» (Ibíd., p. 320).

«¡Ay del que ausencias adora/ de tan imposible bien, / que si respire es descuido / y no piedad el cordel!» (La Gridonia, 2009: 94, v. 236-239).

Ropilla «si desabrochamos la ropilla del más constante le hallaremos en el pecho hasta peligro y fealdad las llagas». «Por cuanto un bachiller de nuestro pueblo perdiera esta ocasión para salpicar un hábito en pieza, que aun puesto en la ropilla se embarra» (Oraciones evangélicas de adviento y cuaresma, 1640, p. 141).

Galeones

 

«…que al primer soplo del huracán16 pocos galeones reales supieron ocultar el estremecimiento, excusarle ninguno».

«Buenos y malos todos vamos con el galeón si se va a pique: acuda cada uno a su obligación» (Oraciones evangélicas en las festividades de Cristo Nuestro Señor, 1640, p. 244).

 

 

El grueso de lo que hemos venido llamando interpolaciones, como hemos visto, recoge una serie de expresiones metafóricas muy vivas plagadas de agudezas (galeones, abejas, arañas, cordel, ropilla) que si pueden considerarse tópicas –no olvidemos que la imitatio de motivos, conceptos y elementos diversos era el método de producción textual característico del momento– reaparecen en varias ocasiones en los sermones que Paravicino ofrecía desde el púlpito para exponer, adornar y desarrollar sus comentarios.

En esta misma línea va la inserción del amplio párrafo en el que se compara a los polemistas, a quienes se achaca de envidiosos, con fieras, y en el que se sienten ecos de un pasaje que le dedicó el trinitario a don Miguel de Noroña, conde de Linares. En dicho pasaje, jugando con la imagen del león del escudo de armas de la casa de Noroña, dice así:

Tolere, pues, Vuestra Señoría este examen, seguro que no podrán errar la verdad, ni en mí la ignorancia, ni en los demás la envidia, que casi le sirve a Vuestra Señoría, no sólo de lustre, sino de obediencia. Y con esto, parece que no son ya leones solos (aunque imperiales fieras y trabajos coronados de Alcides) los que Vuestra Señoría mata a lanzadas, como esas arenas de África son numerosos testigos, sino hidras y sierpes de veneno tan vivazmente mortal, que halla en las heridas la fecundidad para las cabezas. El fuego, empero, de la virtud, en manos de los verdaderos Hércules, no sólo enjuga la sangre, las vidas de estos monstruos restaña17.

Uno de los términos que aparece en las interpolaciones, «desatención», aunque frecuente en la prosa religiosa del periodo, llama la atención por lo mucho que lo usa Paravicino. De los veinte ejemplos que recoge CORDE entre 1600 y 1650, siete pertenecen al trinitario. Y el pasaje digresivo que aparece en los añadidos donde contrasta la visión de la constancia estoica antigua con la doctrina cristiana, y que se repite en un pasaje de sus sermones18 (sin olvidar el opúsculo que escribió siguiendo el De Providentia de Séneca), es también revelador de los temas y motivos que animaban la pluma del trinitario.

A estas razones se añaden otras también significativas en el texto que llegó a Hoces; una de ellas es el cambio del demostrativo «esta» por el artículo definido «la» en relación con el sustantivo «estampa». Como «esta» se refiere al ms. Chacón en el texto original, el canje se hace necesario ya que el reescrito no se concibió para dicha colección; el uso del artículo definido le otorga un carácter más general al texto, que así podría estamparse en otros libros. También es notable el paso de «el autor de esta prefación» a «el que escribe esta prefación», que quizá busque alejarse de una de las acepciones del término ‘autor’ como del que causa y fomenta discordias, o busque atenuar la noción de autoría del original producto de la intervención en el texto. Por último, llama aún más la atención la transmutación del sintagma «estos atrevimientos» referido únicamente a Góngora por «nuestros atrevimientos» al hablar de las licencias que permitieron llevar a su plenitud la lengua castellana. Con este sutil cambio, quien reescribe el texto se incluye entre la nómina de los innovadores de la lengua. Como hemos explicado, Paravicino, al igual que Góngora, también se consideraba un innovador, y de ello ha dejado constancia en sus escritos. Es notable también que los pasajes referentes a Lerma y Calderón del original («a la gracia del duque de Lerma y del marqués de Siete Iglesias») se intensifiquen levemente («a la generosidad no comparable del duque de Lerma y a la gracia e inclinación del marqués de Siete Iglesias») y no así el referente a la intercesión de Olivares. ¿Un leve reproche al gran ministro por el pobre socorro que le brindara al poeta en sus últimos años? Hacia el final del texto, vuelve este personaje a referirse a sí mismo, revelando que, en otro momento del pasado, cuando el mundo de las letras era menos cruel (muy posible antes del inicio de la polémica), ya había hablado de las grandezas de la poesía.

Las alusiones del anónimo del Escrutinio, los cambios que se dan en el texto reescrito y las concomitancias de giros y expresiones metafóricas en los añadidos y en las obras de Paravicino (que hemos también rastreado en las obras de Pellicer sin mucho éxito) permiten hablar, como hemos explicado antes, de la posibilidad de que estos fragmentos sean del trinitario. Sin embargo, por muy atractiva que nos parezca como hipótesis, y teniendo en cuenta, además, que el responsable de la reescritura bien podría haber estado imitando el estilo de Góngora y Paravicino, no podemos darla por segura, por lo que optamos por seguir refiriéndonos al texto como «Vida de la edición de Hoces». En suma, tendremos que seguir considerando esta vita una reescritura del original de Paravicino, sin poder saber con certeza, por el momento, de quién fue la mano que hace casi cuatrocientos años intervino en el texto.

3. [Cronología] Avatares de la reescritura de la vida de Góngora de la edición de Hoces §

Como apuntábamos en la sección anterior referida a los títulos, las vitae de don Luis de Góngora que se compusieron por estas fechas están tan relacionadas con la polémica que tanto su origen como en su contenido responden, más que al establecimiento de una verdad exacta e histórica de la vida de Góngora, al compromiso de levantar una imagen ejemplar del excelso poeta. Para una mejor reconstrucción cronológica de la gestación de esta «Vida de la edición de Hoces» a partir de la original, repasemos los siguientes datos:

  • La vita original fue escrita por Paravicino entre junio y diciembre de 1628. El terminus post quem sería el mes de junio de 1628, pues alude a la solicitud de retirada de los ejemplares por parte del Santo Oficio tras la revisión del Padre Pineda el 3 de junio de ese año. El terminus ante quem vendría a ser el 12 de diciembre de 1628, fecha de la dedicatoria de Chacón y que contiene esta vita.
  • El 4 de noviembre de 1632, Tomás Tamayo de Vargas firma la censura aprobatoria de Todas la obras, preparada por Gonzalo de Hoces y Córdoba, a quien el rey, el 16 de diciembre de 1632, le otorgó privilegio de impresión por diez años.
  • En 1633 (con tasa de marzo de 1633) sale a la luz en la imprenta madrileña de Alonso Pérez el volumen de Todas la obras de don Luis de Góngora, a cargo de Gonzalo de Hoces, en el que se inserta en los f. A1v-A4r la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» con cambios e interpolaciones.

Por lo tanto, con los elementos de que disponemos hasta ahora, lo único que podemos asegurar es que la «Vida de la edición de Hoces» fue redactada en cualquier momento después de junio de 1628 y principios de 1633, cuando el pliego que la contiene se introduce a última hora en algunos ejemplares de la primera edición de Hoces19.

Para la cuestión de las ediciones de Góngora y, en especial, la preparada por Gonzalo de Hoces, es fundamental el artículo de Jaime Moll, «Las ediciones de Góngora en el siglo XVII», que retrata la complicada historia editorial y tipográfica de Todas las obras de Góngora, así como el Catálogo bibliográfico de manuscritos e impresos del siglo XVII con poesía de Góngora, de Pedro Rojo Alique. La edición de Gonzalo de Hoces, como la de Vicuña unos años antes, fue muy criticada, quizá porque había aprovechado numerosos elementos de la forma y el contenido de esta última. El anónimo autor del Escrutinio sobre las impresiones de las obras poéticas de don Luis de Góngora, por ejemplo, realiza un ataque demoledor de la labor de Gonzalo de Hoces como editor. Por ello se entiende también que Quevedo, al año siguiente de la publicación de lo que considera una maltratada edición de Todas las obras, justifique querer sacar a la luz las suyas, prefiriendo padecer los ataques de los críticos en vida que «su venganza muerto»:

Y viendo cuán impíamente han perseverado en esta maldad los invidiosos de las obras de D. Luis de Góngora, sin hartarse de venganza en la primera impresión, añadiendo leen en esta postrera cosas que no hizo, he determinado de imprimir lo que he escrito todo20.

Ante todo, habría que aclarar que hubo dos ediciones de Todas la obras en 1633 y dos al año siguiente, y es precisamente la inclusión o no de la vida y el retrato de Góngora una de las diferencias más significativas entre ellas. Los preliminares de la primera edición de 1633 (que llamaremos 1633A) tenían inicialmente dos pliegos (uno con las aprobaciones y licencias de rigor y el otro con el índice alfabético de primeros versos) al que se le añadieron cuatro hojas con la signatura A, con el retrato y la vita de Góngora. Ese mismo año de 1633 se realizó otra tirada (que llamaremos 1633B) que se puede diferenciar fácilmente de la primera por una sencilla razón: la vida no constituye un pliego exento, sino que forma parte de la cuenta del original21. Para Moll, en 1633B:

[n]o figura el grabado con el retrato de Góngora (sin duda demasiado gastado después de usarse en dos libros y que, por otra parte, exigía una tirada aparte, en tórculo, lo que encarecía la edición) incorporándose la Vida del mismo dentro de una continuidad de signaturas. Se han suprimido la lista de erratas y los textos de las aprobaciones. De esta manera tienen los preliminares sólo 12 hojas, frente a las 16 que tenía la primera edición22.

En suma, podemos decir que en 1633 se hicieron dos impresiones fácilmente identificables. La primera, 1633A, lleva el grabado y la vida en un pliego inserto23; la segunda impresión, 1633B, carece del grabado y reduce la extensión de los preliminares (sin el grabado de Góngora de Courbes) incorporando la vida de Góngora dentro de una continuidad de signaturas. Esta segunda edición de 1633 fue menos cuidada que la primera y, por desgracia, la que sirvió de molde a casi todas las demás.

Ante el éxito editorial de estas dos ediciones, en el año 1634 salieron dos impresiones más, como explican con detalle Moll y Rojo Alique: una en Madrid, también editada por Alonso Pérez y caracterizada por la supresión de treinta y seis poesías; y la otra en Sevilla, una copia de la primera edición de 1633, contrahecha. El texto de Todas las obras, con la vita en cuestión, se dará a la imprenta una decena de veces entre 1633 y 1654.

4. [Estructura] Una vita auctoris para Todas las obras: una reescritura de la «Vida y escritos de don Luis de Góngora» del Manuscrito Chacón. §

Habida cuenta de que el texto es una reescritura de la vita originalmente compuesta por Paravicino para el ms. Chacón, interesa detenerse en algunas de las maneras en que se reconfiguran o modifican algunas ideas, así como en los recursos utilizados con mayor frecuencia, a saber: la expresión dúplice con verbos o sinónimos, la introducción y eliminación de elementos léxicos, la digresión, la lítote, el paréntesis, la hipérbole, la exageración o la epífrasis. Es notable que en estos añadidos ornamentales se perciban, a menudo, reminiscencias gongorinas.

Cabe mencionar que esta reescritura no es un caso único en este tipo de género: de la primera biografía de Dante, el Trattatello in laude di Dante de Boccaccio, nos han llegado tres versiones escritas entre 1351 y los primeros años de la década siguiente. La diferencia entre la primera versión, el Trattatello, y las otras dos es significativa ya que en estas últimas, por ejemplo, Boccaccio atenúa la diatriba contra Florencia, no menciona la estancia de Dante en Siena ni su aceptación del puesto de enviado del papa Bonifacio y elimina las alusiones a la inclinación lujuriosa del poeta24.

Pasando ahora a analizar los cambios efectuados respecto a la vita original, habría que decir, en primer lugar, que el grueso de las oraciones y párrafos insertados giran en torno a la preeminencia del ingenio poético de Góngora, la defensa de su veta satírica como juego de ingenio juvenil y no movida por un deseo de ofender, la falta de reconocimiento pecuniario y honorífico por parte de su patria y la avaricia de los grandes y cortesanos, temas que, de una u otra manera, remiten a la polémica. En general, las digresiones interpoladas toman un vocablo o idea del texto base para desarrollarlo con disquisiciones metafóricas o alusiones, casi siempre seguidas de una proposición universal, a veces en forma de pregunta retórica o conclusión enfática.

El cotejo realizado de estas dos versiones utilizando el programa MEDITE desarrollado por OBVIL en el marco del taller de Humanidades digitales y literatura del verano de 2016 permite representar claramente las supresiones en el documento original (en rojo), los desplazamientos de términos (en gris), los reemplazos (en azul) y lo más significativo, el añadido de oraciones explicativas, sintagmas gongorinos y bloques (en color verde), fundamentalmente en las secciones intermedia y final25. En esta misma línea, el histograma que genera la herramienta digital Juxtacommnons en el margen izquierdo, como se observa en la imagen que sigue, permite visualizar dónde se concentran la mayoría de estas interpolaciones en el texto: http://juxtacommons.org/shares/7TB3t2.

 

Respecto a la vita original de Paravicino, y también a la más extensa de Pellicer, notamos que estos añadidos se caracterizan por una mayor dificultad sintáctica, derivada de la construcción elíptica de las frases, los hipérbatos y otros estilemas de tipo gongorino. Estas interpolaciones, desde las primeras líneas, apuntan a que quien retoca el texto original maneja el estilo característico de Góngora y de Paravicino. Inserta, desde la primera oración, además de las fórmulas estilísticas de uso frecuente en Góngora, los llamados cultismos y términos que, sin ser necesariamente nuevos, como ha señalado Alonso, «han llegado a ser como la firma de Góngora»26: curso, fábrica, vano, judicioso, pluma, último o generoso27. Por dar solo un par de ejemplos, el epíteto «mayor», en relación con el poeta, es sustituido por el latinismo «eminente», así como el sintagma «este español», que en la reescritura se vuelve «este alto y animoso poeta».

En las líneas iniciales, por ejemplo, se introduce el paréntesis «curso arrebatado»; ambos términos, como indicamos en la nota correspondiente, figuran en más de una ocasión en las Soledades. Llaman también la atención, desde el punto de vista retórico, la inserción de dobletes léxicos respecto al original: «habiéndose descripto, o como ellos llaman, matriculado algún año catorce mil», para ensalzar la gran universidad salmantina con el dato de los catorce mil matriculados; y el doblete ‘paremia’ o ‘proverbio’ griego al hablar de la grandeza inimitable del poeta. Además de la sinonimia, procedimiento habitual para la copia dicendi, se recurre a la intensificación («arrebatado» por «llevado»); a la introducción de aumentativos o superlativos parentéticos («en este lo yerra más» al referirse al sustantivo «siglos»); lítotes («generosidad no comparable», al hablar del duque de Lerma; o «ímpetu no corregido» al referirse a la juventud del poeta); de paréntesis (a «ímpetu no corregido» añade: «no tal vez solamente, sino muchas»); y de sustituciones de una palaba del original por otra: ‘encender’ en lugar de ‘levantar’ la llama, al celebrar la amistad de Chacón.

En cuanto a las supresiones, estas son, en realidad, muy pocas; la más importante es, relacionada con la juventud del poeta, el paréntesis sobre el vivir desenfrenado o «mal obediente a siempre justa razón», y que era lugar común por entonces para describir los desmanes juveniles. La comparación no le parecería apropiada a quien reescribe el texto por no respetar el decoro del género de la vita, y por ello la habría eliminado.

La primera oración inserta desarrolla el origen ilustre de los padres de Góngora (ex illustri stirpe progenitus), que se glosa con esta aseveración: «Así nos hace hablar la desatención heredada; la razón toca a la providencia, aun más justificada que oculta», que busca demostrar la dignidad de Góngora, hijo de ilustres padres cordobeses, como resultado de la sapiencia de la providencia divina. Esta aclaración sirve sobre todo para atenuar lo que las acusaciones a la Fortuna, constantes en el texto, pueden tener de levemente heterodoxo, puesto que, si bien se toleran como modos de decir tradicionales y heredados del paganismo, no dejan de ser contrarias a la doctrina cristiana, que estipula que nada sucede sin que Dios lo permita, y que el curso de los asuntos humanos no es azar ni capricho de una divinidad ciega, sino gobierno divino del mundo. De modo que un predicador, un teólogo, otro hecho que apuntaría a la hipótesis de la autoría de estos añadidos por Paravicino tiene que precisar que este modo de hablar a la ligera, atribuyendo a la Fortuna, por ejemplo, malevolencia o envidia con respecto a la Naturaleza, es descuido, o como él dice, «desatención»; puesto que todo lo que parece absurdo o injusto en nuestra suerte, tiene su razón oculta en Dios, y como Dios no puede querer nada que no esté plenamente justificado, esta razón es «más justificada que oculta». Lo que es llamativo en Paravicino, de ser él el autor de estas enmiendas, como sospechamos, es lo muy pensadas y medidas que están las palabras, de modo que entenderlo significa desplegar su pensamiento, siempre muy denso. Esta aclaración sentará la pauta para, considerar al poeta como un elegido y volver sobre el tema en otras interpolaciones a lo largo del texto. Unas líneas más adelante, al referirse a las letras humanas que el joven Góngora aprendió en Salamanca, apostilla que estas «inhumanas se han hecho ya, mas no siendo humanas no deben de ser letras»; es decir, que las letras, desde la década de 1580 en que el joven asistió a la universidad, han pasado al dominio de las fieras. La idea de la deshumanización de las letras en el presente en que se escriben estos textos, como indicamos en las notas correspondientes, se reiterará en otros pasajes añadidos, en particular en la sección final, cuando quien reescribe el texto dice haber defendido la poesía («Y yo, en menos ocupada y calumniosa era, discurrí en esto»), que es un tema tratado con cierta frecuencia en los siglos XVI y XVII: por ejemplo en el Compendio apologético en alabanza de la poesía (1603), de Bernardo Balbuena, o en el Panegírico de la poesía, de Fernando de Vera y Figueroa (1627). En Inglaterra es famosa, por ejemplo, “The Defence of Poesy” de Sidney (1595).

El discurso, al llegar a la sección intermedia, se dilata, y es en esta parte del texto donde se concentran los mayores añadidos, como señalábamos. Una glosa, engarzada a la fama de poeta satírico de Góngora, insiste en dejar atrás lo personal y encuadrarlo dentro de una filosofía o una práctica secular que retóricamente se justifica con el símil de los galeones reales sacudidos por el huracán, pero que resisten a él aunque se estremezcan a su primer soplo; así, los que son víctimas de burlas y sátiras, aunque no puedan evitar sentirse ofendidos en un primer momento, deben saber aguantar los golpes impetuosos de las aguas. Ya sin metáfora, invita a contemplar con filosófico desprendimiento las pullas de los poetas, que en el fondo no deben tomarse a lo trágico, puesto que tienen más agudeza que malicia. Todo esto está dicho, a decir verdad, de una manera un tanto atropellada y confusa. Más adelante, mediante un retruécano («al estruendo como a la arte, y más que al arte, al estruendo), que sigue al grupo nominal «combatientes que lo batallarán», se expresa la vehemencia y la animosidad de la polémica. Sigue una disquisición sobre la necesaria cordura y moderación de quienes se defienden de los agravios. Son virtudes que deben distinguir a quienes defienden al poeta de sus detractores, para mejor desacreditar los desmanes de la pasión, rayanos en la locura, que delatan los escritos de sus adversarios, movidos por ciega ira y venenosa envidia y no por un juicio ponderado.

Una de las interpolaciones más amplias reitera esta idea con una serie encadenada de figuras de pensamiento, comparando el panorama español presente, el de la guerra literaria, con una África infestada de fieras, una India de la que se extraen agudezas como si fueran oro y una madre que actúa como madrastra de sus mejores hijos. La polémica literaria, explica, ya no estaba hecha de pareceres, como sucedió en otros tiempos, sino de facciones que destilaban veneno y rarificaban el aire y la luz. Para ilustrar el perspectivismo de voces que rodean la contienda, echa mano del tópico del engaño de los ojos, haciéndonos pensar en aquellos versos de uno de los Argensola, repetidos por Calderón en Saber del mal y del bien: «Porque ese cielo azul que todos vemos / ni es cielo ni es azul; ¡Lástima grande /que no sea verdad tanta belleza!»28

Más adelante, en un excurso en defensa de los «atrevimientos» gongorinos, el interpolador añade que nadie debe reprochar a Góngora la dificultad que nace de su cultura, y que veda su comprensión inmediata, sobre todo para los indoctos. En todos los idiomas, nos dice, se diferencia lo docto y lo plebeyo, y con esta aseveración de tipo universal defiende la novedosa conceptualización de la realidad gongorina, quizá para rebatir críticas como las de Jáuregui y hacerse eco de opiniones como las de Díaz de Rivas, para quien Góngora, es «en todas voces magnífico y espléndido» aunque hable de «pastores, de chozas, de caza». Es de notar en este pasaje la introducción de un epifonema: los que no censuran a Góngora por envidia, lo hacen por otro vicio, un ocio perezoso que, desde el descanso, acusa a quienes, como él, trabajan la lengua.

Los siguientes añadidos vuelven a insistir en los pocos favores que recibió un hombre tan grande e insta a los que no conocen los dardos de la envidia en carne propia a no juzgar ni criticar. La doctrina antigua, que aconseja la impasibilidad, es rechazada por vana y presuntuosa: estos sabios antiguos no fueron nunca insensibles al infortunio, y solo por orgullo algunos consiguieron guardar las apariencias de un ánimo inalterable, «con mentira estoica». El cristiano no oculta el sufrimiento sino que pide a Dios que lo ayude a soportarlo, y tampoco desprecia o minimiza el de los demás, sino que acude en su auxilio o por lo menos se compadece. Así es digno de compasión Góngora, por no haber llegado al cabo de sus justas pretensiones en la corte.

El último gran añadido, que defiende la calidad de Góngora como verdadero poeta y merecedor de los más altos encomios, remite a las interpolaciones iniciales de una España que no ha sabido valorar a sus genios: ni aun situado entre los más eminentes, sus contemporáneos supieron darle lo que se merecía. Concluye el añadido con una críptica nota mediante la cual indica, como hemos dicho, haber salido en defensa de la poesía con anterioridad, en tiempos menos ‘calumniosos’, remitiendo así a un término que, a lo largo del texto, irá siempre asociado a la guerra literaria en torno al cordobés.

5. Fuentes §

Para la naturaleza encomiástica del texto así como para las pocas y veladas alusiones tanto de Paravicino como del anónimo que reescribe algunos fragmentos del texto, remitimos al estudio que acompaña la vita compuesta por el trinitario para el manuscrito Chacón y a las notas correspondientes de la edición de dicho texto y del que nos ocupa.

6. Conceptos debatidos §

Si el propósito de Paravicino era trazar una breve semblanza biográfica de Góngora como «prefación» para el manuscrito Chacón, como apuntábamos, esta reescritura, en la línea que sigue Pellicer de desautorizar a los detractores del cordobés y defenderlo de calumnias y ataques, también recoge duras críticas a la polémica desatada a raíz de los poemas mayores de Góngora, y reprocha a los envidiosos y ociosos, a quienes tilda de monstruos y fieras, su poca capacidad para entenderlos.

En los insertos de mayor extensión, como decíamos antes, quien reescribe el texto toma como base una palabra o idea para desarrollarla con una recusatio, interpolación o disquisición de tipo universal. Grosso modo, estos suplementos giran en torno a los campos semánticos de la fortuna/naturaleza, la sátira/envidia, defensa/maledicencia, lo docto/plebeyo, el gran genio/las pocas recompensas, que, como se ve, son indisociables de la polémica y que, respecto a la vita original, no aportan en realidad nada nuevo sobre el biografiado y sí mucho sobre el malestar de los poetas del XVII español que buscaban legitimar la figura de Góngora y su innovador legado literario.

7. Otras cuestiones §

8. Conclusión §

La «Vida y escritos de don Luis de Góngora» de las ediciones de Gonzalo de Hoces, es, en suma, la reescritura de un texto de Paravicino no sabemos con certeza si por parte del mismo trinitario o por una mano anónima que busca acentuar aún más la naturaleza encomiástica del texto, la defensa del poeta y la buena opinión y noticia de su obra. En conclusión, quien reescribe el texto recurre a varios métodos que, en su conjunto, ponen de relieve la valía, eminencia y vicisitudes que sufrió el cordobés, la execración de los vicios de sus contemporáneos (en particular la envidia y el ocio), y atenúa la fama de satírico y los excesos de juventud del poeta con el fin de refutar los argumentos o rumores adversos que propalaban los detractores.

Por último, volvemos a insistir en el marbete «Vida de la edición de Hoces» y desestimamos el de «vida intermedia» ya que creemos de manera irrefutable que los añadidos y otros cambios no proceden de la vita escrita por Pellicer. Por lo tanto, no pensamos que esta vita sea una tercera «a medio camino entre la ‘menor’ y la ‘mayor’», ni que tampoco haya podido ser «acaso 29mero borrón para la que conocemos como ‘mayor’». Los datos presentes en la vita de Pellicer que coinciden con las interpolaciones eran vox populi y moneda corriente en el conjunto de textos de la polémica que circulaban en esos años, a saber, que ganó fama de gran ingenio entre los que «se describían o matriculaban» en Salamanca; que vivió once años en la Corte; que enfermó precisamente cuando el rey se ausentó de Madrid en lo que se conoce como la Jornada de Aragón; que la reina le envió socorro por intercesión de un verdadero amigo; y que falleció el segundo día de Pentecostés.

9. Establecimiento del texto §

Para la edición de la «Vida de la edición de Hoces» tomamos como texto base el primero que sale a la luz, el de la primera edición de Todas las obras de don Luis de Góngora en varios poemas de 1633 (es decir, 1633A), por considerarlo la versión más cercana a lo que creemos que pudo ser el original, ese desconocido manuscrito que llegó a última hora a los talleres del librero Alonso Pérez. Hemos consultado el ejemplar que se encuentra en la Hispanic Society of America, que contiene el cuadernillo con la vida y retrato calcográfico insertos en los pliegos de los preliminares. Los cambios que se observan en varias de las reediciones posteriores a la de 1633A tienen poco interés y no los consideramos variantes de autor ya que parecen ser atribuibles a errores de lectura o de imprenta. Por esta razón, por los muchos descuidos y enmiendas cometidos por cajistas, rectificadores o compiladores, no hemos creído conveniente cotejar las diferentes versiones de la vita en cada una de las ediciones salidas hasta 1670.

Parecer ser, además, que tanto el pliego con la vita de 1633A como el de 1633B no se hicieron a plana y renglón, hecho que enreda aún más aún el cursus editorial de este texto. Como se sabe, el uso de la misma plana permitía ahorrar mucho tiempo y gastos de impresión y que no se hiciera así no deja de ser curioso. Es muy posible, sin embargo, que el cajista sí utilizara el texto impreso de 1633A para componer el de 1633B, y no un manuscrito. Si pensáramos en un estema, tanto 1633A como 1633B estarían, en ese caso, en el mismo nivel y las variantes, de las que mencionaremos las más relevantes, se deberían a mala lectura, descuido o interpretación.

Por ejemplo, al hablar de los errores juveniles que «las musas más libres muestran achacarle» al poeta, la edición 1633B (seguimos el ejemplar de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, signatura  BH FLL 29393) escribe incorrectamente «achacarles»; incluye una preposición: «sabor sazonado a ardor picante»; rectifica otro verbo, que coloca en plural («fuesen la causa»); omite palabras que cambian el sentido («no sé si diga» pasa a ser «no se diga»), deja de lado el sintagma «más tiempo pide» y transforma una oración: «buscar la razón aun de lo que no la tiene, más tiempo pide, y más notas de erudición» en «buscar la razón aun de lo que no la tiene, más notadas de erudición». Otras variantes de 1633B parecen debidas a una semejanza o aproximación fonética, como si el texto hubiera sido dictado y el oyente hubiera tenido que, en base a lo escuchado o leído con celeridad, darle sentido a las frases: «alivios» en lugar de «los labios», «benéficos» por «beneficios’, «al agrado’ por «al grado.

Esta segunda edición de 1633, menos cuidada que la primera, fue la que sirvió de base a casi todas las demás, reproduciendo estos errores de imprenta e intervenciones en las subsiguientes, a las que se fueron sumando, además, otros errores. Si tomamos las dos últimas ediciones del siglo, las de 1654 y la contrahecha de 167030, vemos que los errores de lectura o las rectificaciones innecesarias se multiplican: «estímulos» en lugar de «estimarlos’; «facilidad» por «felicidad’; «al vicio no suelen negar» por «al vicio le suelen negar». Tampoco remitimos a las enmiendas manuscritas de un pliego suelto de esta vita que figura en la Biblioteca Nacional de España (signatura 2-34594, f. 1r-3v) ya que Antonio Valiente Romero ha demostrado que no son, con toda seguridad, de la mano de Pellicer, quien, como explicamos al inicio, se atribuyó la autoría de la misma. Estas hojas están relacionadas muy probablemente con la mencionada edición contrahecha de alrededor de 1670. Algunas de las anotaciones manuscritas de dichos folios, para añadir más desconcierto al número de manos que fueron interviniendo en este texto a lo largo del XVII, están presentes también en las Obras de don Luis de Góngora impresa en Bruselas por Francisco Foppens en 1559.

Por último, en las notas de la edición en ocasiones remitimos a la vita original de Paravicino del manuscrito Chacón para la intelección de algún término cuando ha sido necesario, o rectificamos lo que obviamente son errores de imprenta.

10. Bibliografía §

10.1 Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista §

10.2. Obras citadas por el editor §

10.2.1 Manuscritos §

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– Biblioteca Nacional de España, ms. RES/45 (vol. 1): Obras de D. Luis de Góngora. Manuscrito Chacón, f. 2v-4v.

Paravicino y Arteaga, Hortensio Félix:

– Hispanic Society of America, ms. 2472: Constancia Cristiana o discursos de la igualdad del ánimo y tranquilidad estoica,  f. 1-70.
10.2.2 Impresos anteriores a 1800 §

Azpilcueta, Martín de:

–, Manual de confesores y penitentes, Amberes: Juan Steelsio, 1557.

Góngora y Argote, Luis de:

–, Obras en verso del Homero español, que recogió Juan López de Vicuña, Madrid: por la viuda de Luis Sánchez, a costa de Alonso Pérez, 1627.
–, Todas las obras de Don Luis de Góngora en varios poemas recogidas por don Gonzalo de Hoces y Córdoba, Madrid: Alonso Pérez, 1633.
–, Todas las obras de Don Luis de Góngora en varios poemas, ed. de Gonzalo de Hoces y Córdoba, Madrid: Alonso Pérez, 1634.

Libavius, Andreas:

–, Praxis alchimiae, Francofurti: Ioanes Saurius, 1604.

Pantaleón de Ribera, Anastasio:

–, Obras de Anastasio Pantaleón de Ribera ilustradas por don Joseph Pellicer de Tovar, Madrid: Francisco Martínez, 1634.

Paravicino y Arteaga, Hortensio Félix:

–, Jesucristo desagraviado u Oración evangélica de los ultrajes de Jesucristo nueva y sacrílegamente repetidos por unos hebreos, Madrid: Francisco Martínez, 1633.
–, Oraciones evangélicas que en las festividades de Cristo, nuestro Señor, y su santísima madre, predicó el muy reverendo padre maestro fray Hortensio Félix Paravicino, Madrid: en la Imprenta del Reino, 1640.
–, Oraciones evangélicas de adviento y cuaresma, Madrid: Francisco García, a costa de Alonso Pérez de Montalbán, 1645.
–, Oraciones evangélicas y panegíricos funerales, Madrid: Antonio González, 1695.

Pellicer de Salas, Joseph:

–, Argenis continuada o segunda parte, Madrid: Luis Sánchez, 1626.
–, El Fénix y su Historia natural, Madrid: Pedro Coello, 1630.
–, Lecciones solemnes a la obra de don Luis de Góngora y Argote, Madrid: Pedro Coello, 1630.
–, Fama, exclamación, túmulo y epitafio de fray Hortensio Félix Paravicino y Arteaga, Madrid: por la viuda de Alonso Martín, 1634.
–, Bibliotheca formada de los libros y obras públicas de don Joseph Pellicer de Ossau y Tovar, Valencia: Gerónimo Vilasagra, 1671.

Quevedo, Francisco:

–, La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas, Madrid: Imprenta del Reino, 1634.

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–, Obras de Don Juan de Tassis, Conde de Villamediana, recogidas por el Licenciado Dionisio Hipólito de los Valles, Zaragoza: Juan de Lanaja, 1629.
10.2.3 Impresos posteriores a 1800 §

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Vida y escritos de don Luis de Góngora §

 

Fue breve, habiendo nacido jueves once de julio de mil quinientos sesenta y uno y muerto lunes veinticuatro de mayo de mil seiscientos veintisiete, que sesenta y cinco años, diez meses y trece días brevísimo periodo fue de vida, curso arrebatado31 a nuestro esplendor del más lucido y vehemente ingenio que ha llevado32 nuestra nación, no gozado: que hombres tan grandes en ninguna profesión los sabe gozar, a estimarlos a lo menos en ningún siglo acierta, en este lo yerra más33. Su sangre fue noble34 de un padre y otro. Su padre, don Francisco de Argote, corregidor de esta villa y de muchas ciudades, padre de don Luis de Góngora. Su madre, doña Leonor de Góngora, igual en la dicha del linaje y la sucesión a su marido, madre de don Luis de Góngora. Este fue el mayor lugar que alcanzaron de la Fortuna, el que no pudo quitar a la naturaleza. Así nos hace hablar la desatención35 heredada; la razón toca a la providencia, aun más justificada que oculta36.

Nació en Córdoba, honrada porfía de pueblo y feliz a ser en todos siglos, y entre tanta nobleza, célebre patria de los espíritus más elevados37 de su nación, quizáI digo del mundo en esto. Pasó los años infantes, hasta quince, con el decoro y cuidado que pedía la educación de su sangre, advertida de esperanzas mayores que, con el sol de la razón, comenzaron a amanecer en sus menores muestras38 [f. 2]. De esta edad le enviaron sus padres a Salamanca, madre y, como lo enseñaron sus hijos,39 príncipe de las ciencias todas, numeroso seminario, examen y taller de la juventud, genios e ingenios de España. Entre todos se hizo conocer por el primero don Luis, mirado y admirado Saúl de aquel pueblo estudioso, de los hombros arriba eminente a todos, habiéndose descrito40 (o como ellos llaman, matriculado) algún año catorce mil41. No se adelantó en el estudio de los Derechos porque desinclinado a ellos genialmente42, y llevado43 de la violencia natural y amor de las letras humanas (que inhumanas se han hecho ya, mas no siendo humanas no deben de ser letras),44 se entregó todo a las Musas. Festivas ellas demasiadamente45 en aquellos años dulces y peligrosos, le dieron a beber (desatadas las gracias en los números) tanta sal que pasó el sabor sazonado ardor picante. La edad floreciente, el espíritu46 gallardo, gustoso el ingenio, ardiente y singular la libertad de la nobleza mal obediente de su pluma, ni los demás escaparon de ella, y entre las costumbres comunes, que en doctrinales sátiras y españolas vivezas (cual ningún otro, cuando47 volviera Marcial a tomar la pluma) acusó la de don Luis, tal vez salpicó la tinta las personas. De este ímpetu no corregido se dolió, no tal vez48 solamente, si no muchas. Sea quietud a los ofendidos, que es raro el caso en que no han jurado los consonantes de mentirosos, que los siglos todos lo han reconocido así, y que los mayores hombres del mundo han padecidoII, si sensible49, desatentamente50 este daño en la duración a lo menos51; que al primer soplo del huracán pocos galeones reales supieron ocultar52 el estremecimiento, excusarle53 ninguno. Finalmente, tiaras y coronas cierran el número de los lastimados. ¿A quién tendremos la envidia? Cuando no lo enseñe el valor54. Séale a don Luis (cuya agudeza ha movido la memoria de otros errores55) disculpa su entendimiento, y aun este mismo que hemos dado a entender56, pues en prosa, conversación y trato, más ingenuo, más cándido hombre y más sin ofensa de otros, antes con suma estimación de los que parecía haber ofendido, no ha visto España.

Escribió muchos versos amorosos a contemplaciones que llaman ajenas: no se le prohíjen a su intento si no se le pueden emancipar a su pluma todos. Sea, empero, verdad pública como cierta, que desde el [f. 3] día que fue sacerdote no escribió verso ni cayó en error de los que las musas más libres57 muestran achacarle.

En sus ancianos años, si no últimos58, o acusado59 de la edad en los asuntos, o reprehendido del decoro interior en60 el estilo menos grave de tantas obras como le granjearon aplausos en todas gentes61 y, no sin generosa vergüenza (confesó él) de algún amigo de menor edad62 que desde los primeros años vio si no conseguir, arrebatarse63 a la sublimidad o alteza de la cultura, que tan odiosa intenta hacer la ignorancia, se empeñó a la grandeza del Polifemo, Soledades y otros, si no64 más breves, no menores poemas que enseñará la65 estampa. Discurrir de la estimación de este estilo, o sus calumnias, y buscar la razón aun de lo que no la tiene, más tiempo pide, y más notas de erudición, bien que no muy peregrina66, que estos borrones permiten, amigos67 y apresurados68, apenas libres69. En la liza andan combatientes70 que lo batallarán al estruendo como a la arte, y más que al arte, al estruendo71, achaque natural de las cosas vanas y violentas, especialmente en la contradicción, que las defensas, como tocan al calumniado, dicen que han de ser más templadas. Al fin la cordura ha de estar siempre de parte del agraviado, o el poco fino72; no es sabrosa73 filosofía, mas forzosa74 es, que el seso toca a la razón como a la pasión, la locura75. El que escribe esta prefación76 a las Obras de don Luis no hace, por ahora, más profesión que de amigo suyo; lega y brevemente refiere la verdad y entre la ternura de haberle él perdido 77, fía del aliento78 grande de este verdaderamente alto y animoso79 poeta que vivirá en la memoria y labios de los siglos e irá debiendo y cobrando a la posteridad más aplauso, judicioso siempre, pues por lo que tiene de muerte la ausencia80, le veneraron en vida otras naciones. La nuestra81 se dividió más en facciones que en pareceres; no es poca gloria en la fama tenerlos, mas todos, ni a las acciones divinas les ha sido dado, siéndoles debido82. Extraña sangre da vida a algunos corazones humanos, pues respirando venenos viven muerte y no apestan solo el aire, sino la luz, que oscurecerla no importaraIII tanto. Nublado decimos que está el cielo; decimos, mas no lo está; gracia tiene el cielo, o claro o oscuro, o azul o nublado83, que todo es mentira cuanto de él se dice. Y España es la patria de estos monstruos humanos, como África de las fieras, y para el oro de [f. 3] sus ingenios es nueva India, pues ya tiene mina y la hornaza84 en las mismas venas con que confunde85 los oficios86, sino los intentos de madre y de madrastra, en sus mejores hijos87.

No se puede negar alguna más licencia que dio a sus Musas don Luis para huirse a la sencillez de nuestra habla castellana. Si no hubiera habido de nuestros88 atrevimientos, no solo no hubiera dejado los primeros paños de su niñez, mas ni sacado los brazos de las fajas supersticiosas de la ignorancia y el miedo nuestra infancia. Demás que no ha habido idioma clásico o vulgar jamás que en su misma patria no diferencie lo docto y lo plebeyo entre la arte y la conexión89. ¡Oh, cómo desde el ocio se acusa descansadamente el trabajo, aun sin el dolor de la envidia!90 Cuando, pues, religioso el seso en la ocupación latina y profana le achaque, o en la locución y voces peregrinas, o en la continuación y oscuridad de las metáforas, descuidos o afectación, prueben a vencerle con imitación no jocosa y reconocerán el paremia o proverbio griego: que el desliz del pie de un gigante es carrera para un enano.

El estado y comodidad de don Luis no es, entre otros, leve argumento91 de su excelencia y de la venganza civil92 que quiso tomar la Fortuna de la Naturaleza, reconociéndole, si no presumida93, satisfecha del cuidado que en don Luis puso, pues un caballero de partes tales, en una y otra edad, no pudo ascender de una ración de la Iglesia de Córdoba. Gloria de su Iglesia, de su patria, de sus méritos no haberle mirado ni contemplado ceño94, cuanto y más reídose con él, esta vana diosa, cuyos imaginarios altares en más que mental veneración, ocupa de ofrenda y devociones el despecho o amor de los mortales95. ¿Mas cuándo méritos de tan superior data96 a la mortalidad común no solicitaronIV en el sentimientoV de los buenos lágrimas97? La felicidad de los envidiados hermoso argumento es de las plumas, o crédito ajeno98. Quien, empero, no puso el dedo entre el cordel99 y el brazo del que atormentan pudo pesar fielmente el dolor y atreverse a ser severo árbitro de los gritos. La solución de todo consiste en el favor del cielo y ejemplo de Jesucristo. Toda otra doctrina no es obstinación estoica, mentira estoica sí es, que disimular el semblante no es no sentir el cuidado, sino recatarle largamente. Nos enseñaron la igualdad del ánimo los antiguos, ¿quien de ellos la consiguió? Es fácil [f. 4] el aparato100 de las voces; la ostentación tranquila obra crédito; si desabrochamos la ropilla101 del más constante102 le hallaremos en el pecho hasta peligro y fealdad las llagas.

Llamado don Luis, entre esta cortedad de suerte103, de grandes príncipes a esta Corte, los gozó familiares mucho, benéficos poco; de toda grandeza mayor achaque: todavía al vicio no suelen negar tan fácilmente el amparo 104. Es verdad también [que]VI a la generosidad no comparable del duque de Lerma y a la gracia e inclinación del marqués de Siete Iglesias debió la merced de una capellanía de honor de su Majestad, del señor don Felipe Tercero el Piadoso; y al conde duque de Sanlúcar, el favor de dos hábitos de Santiago para dos sobrinos suyos. Y si no le estorbara la muerte, se prometió más deshielo de su menos dicha al abrigo de este príncipe. Once años gastó en esta Corte105 no en desengaños ni esperanzas, que de un afecto y otro trajo sobre caudal experiencias; la necesidad lo trajo, la necesidad le detuvo: no sé si diga que lo acabó. Gran nota106 de muchos ver arrastrar a sus ojos con inútil compasión la singularidad de tal hombre.

Enfermó peligrosamente cuando la jornada del rey nuestro señor a Aragón107, en ausencia de sus amigos, si merecen tanto nombre las apariencias108. Alguno a lo menos, en menor estado que todos, lo supo ser109, y en honra110 de la reina nuestra señora111 le envió médicos y cuidó de su salud, digna atención de ánimos reales la necesidad miserable de los beneméritos112; no hablo en esto más claro porque no hay flor que tope con abeja, de arañas se puebla el aire113. En algunas treguas del mal que se le atrevió a la cabeza (¿a qué cabeza, aun sin excusa de enfermedad, [no]VII se le atreven males? Niéganlo los que padecen, mas no los esconden)114 volvió a Córdoba para que no le mereciese sepulcro sino el lugar que se honró patria con él. No fue lesión del juicio el mal de la cabeza; en la memoria cebó la violencia toda115, acaso porque al morir don Luis en nosotros todos se debía repartir su memoria. Reconoció cristianísimamente lo116 a que le obligaron su profesión, su sangre117, y el segundo día de la Pascua de Espíritu Santo restituyó a las manos de su Hacedor el suyo118 plácidamente. Dejó consuelo de su muerte a sus amigos, descansó119 de su envidia a sus émulos120: no les doy cortas gracias de sus ofensas121. Y enterrado con pocas lágrimas en aquella luz postrera, algo pudieron desear sus ojos [f. 5] satisfacción, que en la verdad falta a muchos (decir quisiera a todos)122. Todavía, aun en siglo libre de mortales accidentes don Luis, sus obras los padecen, y ya codicia, ya curiosidad fuese la causa, las estampó la prisa. Conque faltas, si no reparadas, mendosas todas y prohijadas muchas, aun las propias con ajeno y oscuro título, si bien ilustre nombre, con amor y providencia de mayor autoridad, recogerlas importó123.

Hallóse en esta ocasión, o dejóse ver la amistad que de amor y de miedo (que todo hace errar) no parecía124 en tantos, en don Antonio Chacón, señor de Polvoranca. Las cenizas de un amigo, si no olvidado, muerto125, levantaron llama, no encendieron fuego que siempre vivió, y no recatado126, en la verdad de este caballero, si en la de otros amigos o no prendió nunca o ya se había apagado127. Juntolas en vida de don Luis con afición y cuidado, comunicolas con él con libertad y doctrina, y en su muerte, copiándolas en hermosas vitelas, en caracteres hermosos, las consagró al agrado y estimación del conde duque de Sanlúcar en el monumento inmortal de su biblioteca128, en el mismo agrado y estimación, y la ambición generosa y magnánima (aunque se encuentren los términos129) de ilustrar las letras de España y honrar los ingenios de ella, dando a la estampa130 para común noticia y seguridad del crédito de don Luis como para lustre de nuestra nación. En este linaje de estudios, que si bien siempre fue peligroso en naturales duros131 demasiadamente, o tiernos132, en los que verdaderamente son poetas y como tales deben huir todo perjuicio, nunca fue desmerecedor de loores y premios imperiales. Ni envuelto en este número133, por eminente que sea, las plumas134 sagradas, que heridas135 de más segura deidad de luz, y aliento más puro, sonaron armonías celestiales. Y yo en menos ocupada y calumniosa era discurrí en esto136. Finalmente será esta publicidad para quietud de muchas naciones, adonde acaso de los escritos de don Luis no llegó más pluma que las de su fama137.

A. A. L. S. M P.138

Anonymus Amicus Lubens Scripsit Moerens Posuit.