Apologético en favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España, contra Manuel de Faría y Sousa, caballero portugués
Source : Apologético en favor de d. Luis de Gongora principe de los poetas líricos de España: contra Manuel de Faria y Sousa caballero portugués, Lima: Juan de Quevedo y Zárate, 1694.
Introducción §
1. Título: el Apologético, un arma de doble filo §
El título del tratado de Juan de Espinosa Medrano, repetido con distinta matriz tipográfica en la cartela con volutas de la portada y, en la página siguiente, dentro de una orla floral, dice así: «Apologético en favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España, contra Manuel de Faría y Sousa, caballero portugués». Viene después, en ambos lugares, la dedicatoria «al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro, duque conde de Olivares, etc.», y el nombre y cargos de «su autor el doctor Juan de Espinosa Medrano, colegial real en el insigne seminario de San Antonio el Magno, catedrático de artes y sagrada teología en él, cura rector de la santa iglesia catedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Perú en el Nuevo Mundo». En ambos casos destacan, por encima de los demás renglones y tipos, los nombres de Luis de Góngora, Luis Méndez de Haro y Juan de Espinosa Medrano. El nombre de Manuel de Faría y Sousa, menos visible, completa la nómina de los citados. El propósito polémico de El Lunarejo queda claro desde el título: el nombre de Espinosa Medrano llega precedido de los de Góngora y del Duque Conde de Olivares, valido de Felipe IV, mecenas de Salcedo Coronel y enemigo del Portugal independiente; el nombre del contrario aparece, por su parte, aislado. Junto a estos cuatro nombres, podía esperarse el de Camões, puesto que Faría ataca a Góngora en su comentario de este poeta. Pero aunque no se le mencione, Camões es aludido en el apelativo «príncipe de los poetas líricos de España», que Espinosa Medrano dedica a Góngora respondiendo directamente al título del comentario del portugués: «Lusiadas de Luis de Camões, príncipe de los poetas de España. Al rey nuestro señor Felipe Cuarto el Grande. Comentadas por Manuel de Faría y Sousa, Caballero de la Orden de Cristo y de la Casa Real»1. La dedicatoria a Luis Méndez de Haro compite también con la de Faría a Felipe IV, que en 1639 era todavía un patrón plausible para el comentador de Camões por ser rey de las dos coronas ibéricas.
Desde la portada, con un título construido sobre el de Faría, Espinosa Medrano exhibe el carácter polémico del Apologético. Este género especializado en la controversia tiene ilustres modelos antiguos: la oratoria forense o judicial y la literatura polémica de los primeros siglos de la cristiandad. En origen, una apología es una pieza de elocuencia forense cuyo objeto es defender a un acusado: se compone de una refutatio de los cargos, seguida por una breve defensa basada en un examen de la vida del acusado, argumentando la nulidad de la inculpación a partir del probabile ex vita2. Posteriormente, historiadores del cristianismo como Eusebio de Cesarea o Lactancio adoptaron el término, como equivalente de refutatio o defensio, para describir una literatura polémica que defiende el cristianismo refutando las calumnias y burlas de los gentiles. Para Eusebio de Cesarea, el primer criterio genérico de la apología es su contexto enunciativo: los tratados que define de esta manera están dedicados y dirigidos a alguna autoridad, emperador, príncipe o senado3. San Jerónimo, en su De viris illustribus y en la Epístola 70, renuncia a este criterio genérico así como al término mismo de apología, refiriéndose a este género como libri contra o adversus gentes. Así culmina un proceso de transformación en el que la apología en sentido estricto, entendida como discurso de un abogado en defensa de su cliente, pasa a abarcar textos dispares de autores cristianos en contra del paganismo (contra gentes): libros que pueden tener forma de defensa o de invectiva, o ser exhortaciones a la conversión, pasando pues del género judicial al deliberativo4.
El Apologético cita varios testimonios de la vertiente cristiana del género, empezando por el Apologeticum de Tertuliano, del que traduce directamente el título, siguiendo un uso muy extendido. Más significativo es el epígrafe, de Gregorio Nacianceno, que pertenece a un texto polémico del santo. En la sección primera del libro, Espinosa Medrano calca un lugar de la apología de San Jerónimo contra Domnio, para dirigir un argumento ad hominem contra Manuel de Faría (sección I, § 2). La máscara de San Jerónimo sirve para que El Lunarejo la emprenda contra el portugués, nuevo Domnio, rebatiendo su acusación hacia Góngora como «Mahoma de los poetas». Esta comparación entre Góngora y Mahoma, quizá por situarse en un plano fronterizo con la religión, da ocasión al cuzqueño de exhibir su cultura teológica y de situar su opúsculo en la gloriosa tradición de los padres de la Iglesia. Para rebatir tal comparación, cita de hecho a Tertuliano y su Apologeticum, asimilando esta vez a Faría con Nerón (sección VII, § 57). En esta misma línea van los ataques de Espinosa Medrano contra la herejía del portugués así como la reivindicación de la ortodoxia y del tomismo, que de nuevo permite apelar a apologetas y padres de la Iglesia5. Aunque la tradición polémica cristiana solo aparezca de forma intermitente en el Apologético, el título recalca la pertenencia de Espinosa Medrano a esta tradición, como corresponde a un profesor de Teología renombrado por sus sermones y dedicado a escribir aquí, como lo subrayan los preliminares, una obra menor que vale, sobre todo, como botón de muestra de una futura obra de mayor aliento. Así, el hecho de poner en el epígrafe un texto de Gregorio Nacianceno supone ponerse bajo el patronazgo de aquel que fuera maestro de San Jerónimo, y por tanto maestro por antonomasia de predicadores6.
La vertiente profana de la apología sitúa por otra parte este texto en un ámbito inequívocamente literario. A juego con el epígrafe tomado de Gregorio Magno, la conclusión de El Lunarejo es una reescritura de la recapitulatio de la Apología de Apuleyo (XI, § 120). Abundan en el tratado entero las referencias a polémicas literarias, de las que Espinosa Medrano retoma el tono7, las formas8, el léxico9 y hasta la estructura de su libro10. En este sentido, el Apologético conecta directamente con el propio Góngora, que en 1615, en una de sus letrillas sobre la polémica de las Soledades, escribe: «Por la estafeta he sabido / que me han apologizado»11. Si bien en estos versos el sentido de ‘apologizar’ es ‘atacar’12, en el título de El Lunarejo se funden los dos sentidos de defensa y ataque, como también ocurre bajo la pluma de algunos de los más fervientes defensores del cordobés. El título de apología o apologético se encuentra así en varios testimonios de la polémica como los Discursos apologéticos de Díaz de Rivas, el Examen del Antídoto o Apología por las Soledades de don Luis de Góngora y Argote contra el autor del Antídoto, de Francisco Fernández de Córdoba, Abad de Rute, la Apología por una décima del autor de las Soledades del mismo abad, o la Apología a favor de don Luis de Góngora de Francisco Martínez de Portichuelo13.
El Apologético es por tanto una cita textual de varios títulos en defensa de Góngora así como del doble modelo genérico anticuario, cristiano y profano, de Tertuliano y Apuleyo. El Lunarejo emplea el término en el doble sentido de defensa y ataque, como primera muestra de erudición filológica y de conocimiento de Góngora en un tratado que las exhibe por doquier. Es una defensa de Góngora y un ataque contra Faría y contra el lusitanismo, como lo comentamos en la sección 7.2. Por todo ello, el título del tratado es un arma de doble filo.
2. Autor: estado de la cuestión §
Tres son las fuentes principales para establecer la biografía de Espinosa Medrano14. Su primera semblanza biográfica procede de los preliminares de La novena maravilla (Valladolid, Joseph de Rueda, 1695), colección de sermones publicada por Agustín Cortés de la Cruz, discípulo de El Lunarejo y autor de un elogio en el que refiere los múltiples talentos de Espinosa Medrano y da cuenta de sus escritos, cargos y relaciones con la intelectualidad cuzqueña15. Diego de Esquivel y Navia firma a mediados del siglo XVIII la segunda vida de El Lunarejo en sus Noticias cronológicas de la gran ciudad del Cuzco, donde aporta datos sobre su nacimiento en Juliaca o con mayor probabilidad en Calcauso, en la provincia de Aymaraes16. La tercera fuente, dispersa en archivos y bibliotecas, es la documentación que la investigación reciente se afana en recopilar y ordenar17, como el testamento18 o la correspondencia19. Resumimos a continuación la biografía y bibliografía de El Lunarejo, basándonos en el más cumplido estudio de la misma, «Juan de Espinosa Medrano, un intelectual cuzqueño del seiscientos: nuevos datos biográficos»20, así como en otros trabajos más recientes del mismo o de otros investigadores, que confirman o completan la información aportada por este artículo. Omitimos voluntariamente lo relativo a sus orígenes indígenas o no, tema debatido por sus biógrafos a partir de Esquivel y Navia: tratamos este tema, junto con su defensa del criollismo, en el aparte correspondiente, infra.
Espinosa Medrano nace entre 1628 y 1630, en Calcauso. En torno a 1645, a los 15 años, se documentan sus estudios en el colegio seminario de San Antonio Abad de Cuzco, donde debió de entrar un año antes. Al cabo de siete años como colegial, en 1651, pasó a ser catedrático de este mismo colegio seminario. Antes de obtener su cátedra, a finales de la década de 1640, tiene escrito su auto sacramental en quechua, El robo de Proserpina y sueño de Endimión21 y su Panegírica declamación. También escribió en sus años de colegial su comedia Amar su propia muerte22. En 1654 obtiene el grado de doctor en teología en la universidad jesuita de San Ignacio de Loyola del mismo Cuzco. A finales de mayo del año siguiente, el día 28, firma su primer asiento bautismal en la parroquia del Sagrario, en la que permanece activo hasta 1659. A partir de 1656 se mencionan sus sermones en distintas fuentes documentales y en 1658, enseña en el seminario de San Antonio Abad como catedrático de teología. El título del Apologético enumera estos cargos: el autor, que ronda en 1660 la treintena, se presenta como antiguo «colegial real en el insigne seminario de San Antonio el Magno», «catedrático de Artes y Sagrada Teología en él» y «cura rector de la santa iglesia catedral de la ciudad del Cuzco», en la parroquia del Sagrario. En 1664 publica su Discurso sobre si en un concurso de opositores a beneficio curado debe ser preferido caeteris paribus el beneficiado al que no lo es en la promoción de dicho beneficio (Lima, Juan de Quevedo y Zárate) y la Panegírica declamación por la protección de las ciencias y estudios. Posterior a 1657, pero de fecha incierta, es la escritura de otro auto sacramental en quechua, titulado El hijo pródigo23. En 1668 es cura de la parroquia de Chincheros y participa con composiciones poéticas en castellano y quechua en la fiesta por la visita del conde de Lemos, virrey de Perú, a Cuzco. En 1676 el obispo Mollinedo elogia sus méritos al presidente del consejo de Indias, y en 1677 obtiene para él el curato de San Cristóbal, una de las parroquias de indios de la ciudad cuzqueña. Entre 1676 y 1678, Mollinedo trata de que le sea concedida a su protegido una ración catedralicia. El cursus honorum eclesiástico de El Lunarejo se prosigue con un puesto de canónigo magistral en la catedral, ganado en concurso en agosto de 1681 y otorgado solemnemente el 23 de diciembre de 1683. El 31 de diciembre de 1684 suma a estos cargos el de tesorero del cabildo catedralicio y en 1686 o 1687 es además chantre de la misma iglesia catedral. El 1 de abril de 1686 otorga al dominico fray Leonardo López Dávalos un poder para que lleve sus obras a Europa24, aunque en el testamento de El Lunarejo sólo se menciona el encargo relativo a una de ellas, el libro de artes que corresponde a su Lógica tomística25. Se publican así la Philosophia Thomistica en 1688 (Roma, Ex Typ. Reu. Cam. Apost.), el Apologético en 1694, y La novena maravilla en 1695 (Valladolid). El Lunarejo fallece el 22 de noviembre de 168826, sin tener por lo tanto noticia de la publicación europea de sus obras. Al morir es un hombre rico, con numerosos bienes inmuebles, ganado y esclavos, numerosas joyas, vestidos y pinturas, y una biblioteca rica y completada por préstamos temporales de la del Colegio de San Antonio Abad27.
3. Cronología: uno de los testimonios del final de la polémica §
El Apologético es uno de los testimonios más tardíos de la polémica gongorina. Su primera edición salió de las prensas de Juan de Quevedo y Zárate, en Lima, en 1662. La segunda es una edición pirata, con el mismo pie de imprenta, pese a que Juan de Quevedo llevaba años difunto cuando se publicó, en 1694, probablemente en España. Esta segunda edición se hizo con una intención que no tiene relación directa con la controversia literaria, sino que deriva de un conflicto jurisdiccional entre jesuitas y clero seglar en Cuzco, centrado en la titularidad universitaria o no del colegio seminario de San Antonio Abad28. La segunda edición del Apologético sirve a todas luces, en 1694, para probar en la Corte metropolitana la valía intelectual de dicho colegio seminario, del que El Lunarejo fue alumno y profesor. Entre 1662 y 1694 no hay pruebas de que el tratado fuera leído en España29. Sin embargo, en 1714, Luis de Salazar y Castro publica en Madrid su Jornada de los coches de Madrid a Alcalá o Satisfación al Palacio de Momo y a las apuntaciones a la carta del Maestro de Niños, obra en la que se muestra enterado de los ataques de Manuel de Faría a Góngora sobre el hipérbaton y en la que se inspira directamente de los párrafos 16 y 17 del Apologético en su «Tercera división», §28-29, además de citar a nuestro autor en una enumeración de letrados ilustres:
[...] don Diego de Mendoza, Martín de Roa, el autor del Guzmán de Alfarache, el doctor Juan de Espinosa y el rector de Villahermosa, varones insignes30.
En Lima, el libro de El Lunarejo se encuentra en varios inventarios de bibliotecas coloniales del siglo XVIII31.
La escritura del tratado es anterior al mes de junio de 1660. El Apologético es por tanto uno de los últimos coletazos que da la controversia literaria iniciada en 1613 en torno a las Soledades32. No tuvo respuesta, como tampoco la tuvo la otra defensa de Góngora que rebatía a Manuel de Faría y Sousa, el AntiFaristarcho de Martín de Angulo y Pulgar, fechado en torno a 1641-164533.
El camino del Apologético de la pluma de Espinosa Medrano a las prensas limeñas de Juan de Quevedo y Zárate cubre un periodo de año y medio, y transita entre las ciudades de Cuzco, Arequipa y Lima. Las fechas de los preliminares dibujan dos etapas claramente definidas en la preparación de la princeps, en la primavera de 1660 y el otoño de 1661:
1 de junio de 1660: censura de frey Fulgencio Maldonado, en Arequipa
8 de junio de 1660: aprobación de Alonso Bravo de Paredes y Quiñones, en Cuzco
10 de junio de 1660: censura de fray Miguel de Quiñones, en Cuzco
14 de junio de 1660: licencia del ordinario, en Cuzco
20 de septiembre de 1661: aprobación de Juan de Montalvo, en Lima
16 de octubre de 1661: aprobación de fray Gonzalo Tenorio, en Lima
18 de octubre de 1661: licencia de Herrera, en Lima
23 de diciembre de 1661: licencia del ordinario, en Lima
20 de febrero de 1662: dedicatoria de Juan de Espinosa Medrano a Luis Méndez de Haro, en Cuzco
El texto del tratado estaba acabado en la primavera de 1660, cuando Espinosa Medrano moviliza a literatos y hombres de iglesia cercanos para establecer las licencias y aprobaciones. Dos de los firmantes de los preliminares afirman haber sido encargados de la lectura del Apologético por Francisco Henríquez, la mayor autoridad de la diócesis de Cuzco entre 1658 y 1663; casi todos son allegados y conocidos de El Lunarejo, como el propio Henríquez34. Durante el mes de junio de 1660, los autores de los preliminares que se encuentran en Cuzco y Arequipa firman sus aprobaciones, recopiladas en las dos ciudades provincianas antes que en la capital del virreinato del Perú. El día 14 de junio, el provisor del obispado cuzqueño, Francisco Henríquez, da su licencia firmada por el notario Alonso Díaz Haldón. Ha de transcurrir más de un año, hasta el otoño de 1661, para que el Apologético sea leído en Lima, seguramente con los primeros preliminares, si tenemos en cuenta la coherencia temática del conjunto de las aprobaciones. El 23 de diciembre de 1661, el tratado recibe su licencia limeña. Dos meses median aún entre esa fecha y el momento en que Espinosa Medrano firma su dedicatoria a Luis Méndez de Haro. Desconocemos la fecha exacta de impresión, posterior a ese 20 de febrero de 1662 en el que El Lunarejo concluye su libro. Curiosamente, falta la tasa en los testimonios que hemos podido consultar, aunque sí hay fe de erratas. La advertencia de la fe de erratas, que hemos editado, es una de las singularidades de este paratexto, como lo es el número de censuras para un libro que, no siendo religioso ni político, no requería quizás tantas precauciones.
4. Estructura: un diálogo fingido §
El Apologético se compone de doce secciones que, salvo la primera y la última, responden a diez citas del comentario de Manuel de Faría a los Lusiadas de Luis de Camões. Las citas pertenecen todas a la glosa de un hipérbaton de Camões35 donde el crítico portugués ataca a Góngora de forma especialmente puntillosa. Espinosa Medrano recorta en diez fragmentos el comentario de Faría y lo copia íntegramente, glosándolo, criticándolo y tomándolo como pretexto para alardes de erudición e ingenio y ataques contra su oponente con todo el arsenal propio de las controversias literarias. De esta manera, El Lunarejo finge un intercambio dialógico, reivindicado expresamente en la sección I, § 2: «Propondránse primero sus palabras y responderá luego el Apologético». Esta estructura retoma un modelo de las polémicas literarias humanísticas, basado en la forma canónica del diálogo: la polémica sobre la primacía épica de Ariosto o de Tasso, entre Camillo Pellegrino y la florentina Academia della Crusca, toma esta forma en la suma Lo 'Nfarinato secondo (Florencia, Anton Padovani, 1588), que inventa un diálogo a partir de dos textos pro-Tasso de Pellegrino y de otro pro-Ariosto de la Crusca36.
El Apologético sigue de cerca la estructura del comentario de Faría al hipérbaton camoniano, o mejor dicho la de sus ataques contra Góngora, salvo en las secciones IX y X. Estas, por una parte, responden como las demás a la cita anterior de Faría. Por otra, toman como pretexto las palabras del portugués para buscar en el resto del comentario a Camões más leña para echar al fuego de su descrédito: así, El Lunarejo ataca a Faría con sus propias palabras y aparenta conocer su comentario en toda su monumental extensión. Para exagerar la ignorancia del portugués, estas dos secciones se siguen sin que se intercale texto alguno de Faría, dando a entender que las pocas frases de su cita VIII dan pie a un catálogo de errores de cuarenta y seis párrafos, ordenados en dos secciones.
La sección XII, por ser la conclusión del tratado, tampoco responde a texto alguno de Manuel de Faría.
En resumidas cuentas, la estructura argumental del Apologético es la siguiente:
Sección 1: §1 a 2: 2 párrafos preámbulo
Faría 1
Sección 2: §3 a 6: 4 párrafos hipérbaton, 1
Faría 2
Sección 3: §7 a 13: 7 párrafos hipérbaton, 2
Faría 3
Sección 4: §14 a 32: 19 párrafos hipérbaton, 3
Faría 4
Sección 5: §33 a 45: 13 párrafos hipérbaton, 4
Faría 5
Sección 6: §46 a 56: 11 párrafos metáfora
Faría 6
Sección 7: §57 a 59: 3 párrafos imitación, 1 (Mahoma)
Faría 7
Sección 8: §60 a 67: 8 párrafos imitación, 2 (Góngora)
Faría 8
Sección 9: §68 a 90: 23 párrafos yerros de Faría, 1
Sección 10: §91 a 113: 23 párrafos yerros de Faría, 2
Faría 10
Sección 11: §114 a 120: 7 párrafos Góngora y Camões son incomparables, pero de no serlo sería superior Góngora
Sección 12: §121 a 124: 4 párrafos conclusión del Apologético y loa al poeta
5. Fuentes: la erudición como autorización37 y arma de controversia §
El trabajo de anotación ha consistido fundamentalmente en identificar las fuentes manejadas por el autor. Como resultado de esta investigación, y siguiendo las pautas generales del proyecto Góngora, se ha intentado reconstruir parte de la bibliografía que manejó Espinosa Medrano para escribir el Apologético. En el apartado correspondiente a la bibliografía hipotética del autor, los datos consignados permiten identificar tres tipos de fuentes. Cuando se cita un título sin datos de imprenta, se está remitiendo a un texto que El Lunarejo manejó; cuando se cita un título y se propone entre paréntesis una edición, se está indicando que por coincidencia del texto y otras circunstancias, la edición citada pudo ser la que manejó el autor, sin que sea posible asegurar que sea la única; cuando se indica una edición con todos los datos de imprenta, se postula que fue la edición manejada por Espinosa Medrano. Puesto que la anotación se afana en identificar las fuentes y que la bibliografía recoge los resultados de esta investigación, presentamos brevemente a continuación los distintos materiales a los que acude Espinosa Medrano para escribir su tratado así como la estrategia de prestigio que supone su selección de «escritores que autorizan este Apologético». Esta presentación no aspira por tanto a ser exhaustiva, sino a mostrar cómo Espinosa Medrano emplea la erudición para atacar a Manuel de Faría y para autorizar su tratado.
Las fuentes a las que acude El Lunarejo son de gran variedad. Ante su contrario, historiador y poeta, hace valer en varios lugares su cultura en lo que se refiere a física, lógica o teología: tres ámbitos que estudió en el colegio San Antonio Abad y en la universidad San Ignacio de Loyola de Cuzco, y que él mismo enseñó. Aristóteles y Santo Tomás son capitales en este sentido, pero también San Agustín, San Juan Cristóstomo, Gregorio Magno y Gregorio Nacianceno, San Jerónimo, Juvenco, Lactancio o Teodoreto de Ciro así como Agustino Barbosa, Martín del Río, Cesáreo de Heisterbach, Alfonso de Mendoza, Luis de Molina, Callistos Nicephorus, Juan de Pineda, Ruperto de Deutz, Hugues de Saint-Cher o François Vatable. San Isidoro de Sevilla, autor de las Etimologías, es otra referencia ineludible. Los conocimientos de física o lógica de El Lunarejo provienen de manuales y de su enseñanza en el colegio seminario de San Antonio Abad, lo cual complica la tarea de identificación de fuentes: los Selecta circa octo libros physicorum Aristotelis subtilioris doctrinae de Francisco Murcia de la Llana pueden ser una de ellas (véase VI, § 52). Alusiones a la polémica sobre las manchas del sol abierta por las observaciones de Galileo a partir de 1611 muestran sus conocimientos en ciencias naturales (VII, § 57), un campo en el que en ocasiones cita a Lucrecio, De rerum natura, que alaba como poeta y como filósofo (VI, § 54). Todo ese alarde de erudición le permite desmarcarse de su adversario para denostarlo, como en la sección IX, § 89:
Linda ignorancia, pues a ser esto así, no habrá negación ni privación que no sea causa positiva del efecto formal de su hábito contrario (bien sé que esto es hablarle en griego a él y a los ignorantes de filosofía, con ser lo más fácil y humilde de ella).
Su cultura humanística proviene de varios tipos de fuentes. Ante todo, de sus lecturas abundantes y variadas de los clásicos latinos y de comedias, novelas y poesía modernas: hemos procurado identificar estas fuentes con ayuda del mencionado catálogo de autores del propio Espinosa Medrano, así como del de su biblioteca, establecido en el inventario de su testamento38. No faltan entre las fuentes de El Lunarejo las compilaciones eruditas y las enciclopedias humanísticas y, como la mayoría de los lectores del siglo XVII, es un aficionado a la emblemática. En varios lugares aparecen citas de Alciato, Boccalini, Camerario, Cartari, Cats, Conti, Erasmo, Pontanus, Rouillé, Schoonhoven o Pierio Valeriano39.
Mención aparte merecen sus lecturas de historia, pues le permiten enfrentarse a Manuel de Faría en su faceta de historiador, al punto de desacreditarlo como crítico y poeta (X, § 111):
Negole el cielo felicidad para los versos, aunque le concedió el genio de historiador con dicha: para esto es, y no más.
A este campo pertenecen autores como Bernardo de Aldrete, Valerio Máximo, Pausanias, Gonzalo de Illescas, Tácito o Tzetzes.
Las fuentes de poesía y poética son las más abundantes y ricas del Apologético y permiten reconstruir la fábrica de algunas secciones del tratado, en especial la sección IV. Para definir el hipérbaton, Espinosa Medrano acude a Isidoro de Sevilla: en las Etimologías encuentra de esta manera ejemplos virgilianos de hipérbaton que consulta a su vez en los comentarios canónicos del autor mantuano. En Servio y Juan Luis de la Cerda recaba otros lugares que alimentan su argumentación: toma de estos comentarios de Virgilio citas de poetas y autores como Varrón que no consulta directamente, aunque pueda haberlos leído en algún momento. Es por lo demás una constante de Espinosa Medrano la consulta de los poetas en ediciones comentadas, de Merlín Cocayo a Garcilaso, de Virgilio a Ovidio o Catulo. Los comentadores como Marc Antoine Muret, Joseph Scaliger, Servio, Fernando de Herrera, Teofilo Folengo, Pietro Crinito, Georg Sabinus, Adrien Turnèbe o Juan Luis de la Cerda son una de las fuentes principales de su cultura humanística y poética, a la que se suman gramáticos como Ambrosio de Morales, Antonio de Nebrija o Nicolas Clénard, además de Baltasar Gracián, señaladamente el de la Agudeza y arte de ingenio. Los comentadores de Góngora son por descontado fuente ineludible y Espinosa Medrano lee al poeta con comentos. Además de esa lectura informada, Espinosa Medrano recurre a otros materiales en algunos lugares del tratado: polianteas y florilegios como el Parnassus poeticus de Nicolas de Nomexy, los Dicta notabilia et in thesaurum memorie reponenda Platonis, Aristotelis, etc. de Sebastianus Vicentinum o el Florilegii magni seu Polyantheae de Jano Gruter.
Por último, hemos de mencionar dos fuentes que cumplen un importante papel en el Apologético: la oratoria sacra y los testimonios de la polémica gongorina. Los predicadores antiguos (San Jerónimo, Gregorio Nacianceno y otros autores, algunos de los cuales autorizan el título de Apologético) y modernos (Hortensio Félix Paravicino y Juan Caballero de Cabrera, véase VIII, § 61), autorizan directamente a Espinosa Medrano, predicador renombrado desde mediados de la década de 1650. Su conocimiento de Góngora está claramente determinado por los tres comentaristas impresos: Pellicer, Salcedo Coronel y Salazar Mardones, aunque también maneja la Circe de Lope de Vega y es probable que conociera la polémica entre Francisco del Villar y Cascales, o el Discurso de Vázquez Siruela, pues el Apologético se asemeja en varios lugares a una reescritura puntual de estos autores (IV, § 24, VIII, § 64). El hecho de silenciar algunas de estas fuentes se explica por motivos estratégicos: al callar el anti-gongorismo de Lope de Vega40, por ejemplo, puede enfrentarlo con Faría (IX, § 77 y X, § 113) y al ocultar, en el «Catálogo de escritores que autorizan este Apologético», a Salazar Mardones, puede acudir a Nicolás de Albiz, que firma uno de los poemas preliminares de la Ilustración y defensa de la Fábula de Píramo y Tisbe y que, en calidad de contador de la Orden de Calatrava, es religioso como el propio Lunarejo. La erudición desplegada por Espinosa Medrano es por tanto instrumento de autorización y arma de controversia.
El comentario de Faría a Camões no aparece como tal en el inventario de la biblioteca de Espinosa Medrano, que sí menciona un volumen de «Faria ystoria portuguesa»; una escueta mención a «Sousa», sin número de volúmenes, puede aludir a este libro41.
6. Conceptos debatidos §
El sistema conceptual del Apologético se compone de una serie de definiciones y postulados que se conectan entre sí de una sección a otra del tratado. Para presentar esta red de nociones, nos basamos en los tres conceptos que estructuran el Apologético: hipérbaton, metáfora e imitación. En la explicación de cada apartado profundizamos conceptos correlativos a los tres principales. Nos referimos para terminar a dos conceptos clave, en cuanto son la piedra de toque del antagonismo entre entre Espinosa Medrano y Manuel de Faría: el misterio y el don poético42.
6. 1. El hipérbaton §
Para rebatir la acusación de Faría según la cual Góngora abusa del hipérbaton, Espinosa Medrano hace de esta figura una característica extensiva de la lengua latina y del estilo poético. De esta manera, superpone tres niveles de definición: el hipérbaton es en primer lugar figura o tropo, en segundo lugar una lengua en sí y en tercer lugar una característica propia del estilo poético. El uso que del hipérbaton hace Góngora lo convierte en un héroe o un mesías poético, lo cual permite entender la tensión en el pensamiento de Espinosa Medrano entre la historicidad del estilo, que progresa paulatinamente, y la aparición del genio poético, que trasciende esa historicidad: una tensión que a su vez explica la dualidad del hipérbaton como tropo y como estilo o lengua.
6. 1. A. Figura: el hipérbaton como transposición §
Para Espinosa Medrano, el término de «trasposición», por oposición a «colocación», se refiere al hipérbaton como tropo. Dos son los supuestos que tiene que cumplir para funcionar como figura: uno es referencial y se basa en la virtud expresiva, el otro es morfológico o sintáctico. El primer aspecto se encuentra desarrollado en la sección III, § 7-8:
Bravamente se encabra aquí nuestro Faría, búrlase con toda truhanería de este verso hermosísimo: «Cuanto las cumbres ásperas cabrío». Dice que hace el verso su cabriola pues podía decir el comentador que exprimió el salto del cabrío con el de la oración. Querer deslucir con el mismo crédito es como engañar con la misma verdad. Muy bien dijera el comentador y con harta más viveza que otros, cuando quisiera explicarnos así la del verso.
En estos dos párrafos, de los que copiamos las primeras líneas, Espinosa Medrano ofrece tres ejemplos de Virgilio, uno de Antonio de Solís, otro de Camões y el citado de Góngora para demostrar que el hipérbaton es capaz de expresar, denotar, delinear, insinuar o representar el referente al que alude. El hipérbaton funciona por tanto como figura por su «conformidad de dicciones con el asunto» (II, § 5), máxime asociado a otros recursos, en particular el acento:
[...] se expresaba la travesura de ese ganado (como Faría quiere) no solo en la transposición, que aparta el “cuanto” del “cabrío”, porque de esta usa el poeta aun cuando no habla de sujeto que salte; sino que aquella transposición acompañada del “ásperas” con su acento dactílico y despeñado insinuaba el arrojo de las cabras, como el “bramavan” y el “horrissonas”, dice él que representan el estruendo de las bombardas.
Este breve comentario del verso gongorino «cuanto las cumbres ásperas cabrío»43 muestra que el hipérbaton como figura no es válido para un solo uso y no debe verse restringido ni a un único referente ni a un único estilo poético, pues se emplea tanto en el género bucólico (Góngora) como en el género épico (Camões). La transposición unida a una característica rítmica de la cláusula a la que afecta, el acento dáctilo, logra efectuar una mímesis microtextual, a escala de un verso: por motivos referenciales, el hipérbaton puede funcionar por tanto como figura o tropo, «transposición».
Si la función de la figura es lograr una «conformidad de dicciones con el asunto» (II, § 5), su definición se basa también en un criterio sintáctico o morfológico, fundamental en los distingos de los gramáticos manejados por Espinosa Medrano. Como anotamos en V, § 34, estos diferencian la frasis y el esquema. La frasis es una expresión correcta, gramaticalmente normativa, que se opone a la falta (barbarismo, impropiedad o solecismo), pero también a la figura (en griego “esquema”), que salva la infracción a la norma por su virtud expresiva. Sin embargo, la figura no debe alejarse demasiado de la corrección sintáctica –y, en el caso del hipérbaton, morfológica-, pues incurriría en barbarismos y solecismos. La figura se define por tanto por su virtud expresiva, como acabamos de ver, pero también por su «suavidad», su «blandura» (IV, § 17), siendo así una infracción, pero moderada o tolerable. Este aspecto se encuentra desarrollado en la sección IV, § 15-17. Allí, tras haber presentado las cinco especies del hipérbaton (anástrofe, hísteron próteron, paréntesis, sínquisis y tmesis), afirma que «en la locución poética la que por antonomasia se nombra hipérbaton es la tmesis, por ser la más rigorosa sección de todas». La tmesis es el hipérbaton que con más propiedad puede ser identificado como figura («por antonomasia se nombra hipérbaton»), siempre y cuando respete la morfología y muestre por parte del poeta un conocimiento rigurosísimo de la lengua y de su potencial poético:
[...] tengo observado lo que nadie reparó en Virgilio, gigante mayor de la Poesía: que las pocas veces que usa de esta especie de hipérbatos que llamamos tmesis, nunca divide la dicción simple, como “dominus”, sino la que consta y se compone de dos términos, como “Ciceromastix”.
Góngora, por descontado, es un ejemplo palmario de este conocimiento de la gramática del castellano, llevado al límite de sus capacidades expresivas44.
6. 1. B. Lengua y estilo: el hipérbaton como colocación §
El principal aporte argumental de Espinosa Medrano a la cuestión del orden sintáctico de la poesía gongorina es el de la definición del hipérbaton como lengua. Como lo demostró Mercedes Blanco en un artículo de 2010, lo que Faría cataloga como vicio no es tal, ni tampoco necesariamente una figura: para El Lunarejo es un lenguaje en sí, el más acorde con el genio español. Por tanto, no es transposición (el hipérbaton como figura) sino colocación: el lenguaje genuino del verso. Esta definición del hipérbaton como lengua se encuentra principalmente en la sección IV, § 21-26. Traemos a continuación la conclusión de este razonamiento, en el § 26:
Lo que importa advertir mucho es que esta colocación (llámese o no latamente hipérbaton) es tan genuina y natural a la numerosa fábrica del verso que aun el nombre de verso (como dice Georgio Sabino) se derivó de este revolver los términos, invertir el estilo y entreverar las voces. [...] Tan lejos está la inversión de las voces, tan distante de viciar los versos, que en ellos no es tropo sino alcurnia, no es afeite sino fayción, no defecto sino naturaleza.
Esta definición implica una distinción, que Espinosa Medrano desarrolla en la misma sección IV, § 27-31. Según el § 27, la colocación, «este lenguaje como nacido en los países de la latinidad», es también un estilo poético y retórico «nativamente acomodado a la poesía latina». La colocación es por tanto un complejo con dos elementos: el idioma latino y el estilo retórico o poético. Existe una tensión dentro del concepto de «colocación» entre la idiosincrasia del latín, ontológicamente intransferible, y el estilo poético-retórico de la latinidad, todavía intrasferido al castellano. Para adaptar el estilo latino al idioma castellano aparece Góngora, para adaptar por lo tanto una parte de la lengua latina, aquella que en el latín mismo fue depositada gradualmente en la lengua por los modelos y artes retóricas y que, siendo construcción artificial, es susceptible de progreso, de aprendizaje e imitación. Lo confirma el § 28: «De ignorar pues esta capacidad de nuestro lenguaje y la dificultad que había de aplicarle el ornato de la elocución latina, nace el condenar neciamente aquellas osadías». Hay pues en el concepto de colocación una dualidad entre lo lingüístico y lo poético, y de modo correlativo, lo inimitable (lo que la lengua tiene de naturaleza o particularidad irreductible) y lo imitable (lo que en la lengua misma participa de un esfuerzo consciente y del trabajo de generaciones de autores).
6. 1. C. Historicidad y mesianismo: Góngora y el hipérbaton §
Ante la tensión entre lo lingüístico y lo poético, Espinosa Medrano no oculta que es «atrevimiento ínclito, proeza ilustre» (IV, § 27) imitar lo que es propio de una lengua ajena. El salto argumentativo que posibilita esta imitación se basa, primero, en una visión inmanente de la historia de la retórica, en la que es fundamental la idea de progreso. El uso del hipérbaton como lengua poética en español es una senda que «hasta hoy» (IV, § 27) no ha sido seguida por ignorancia de la retórica, pero que estaba inscrita «en la capacidad de nuestro lenguaje» (IV, § 28). Por tanto, el logro de Góngora consiste en darle una culminación a la historicidad inmanente del estilo español, confirmando así una tendencia latente de la historia poética castellana, que no es otra que el progreso propio de la asimilación de la retórica.
Esta visión de la historicidad del estilo basada en la idea de progreso se corresponde con la vertiente imitable del hipérbaton: en latín y en castellano, el tropo puede aprenderse en artes retóricas y modelos autorizados de escritores, para entrar paulatinamente en los hábitos lingüísticos de los poetas. El caso de Góngora va sin embargo más allá, como vemos en la sección IV, § 30:
Por tan imposible como quitarle el rayo a Júpiter y a Hércules la clava juzgó la Antigüedad el usurpar los versos a Homero, y habiendo aprovechádose el Marón de muchos para adornar su Eneida, respondió a la calumnia de sus émulos que estaba tan lejos de arrepentirse, que en usurpar los ornatos del Griego para su musa le había parecido haberle despojado a Júpiter del rayo y arrebatado de los hercúleos puños la clava, de que quedaba tan glorioso, cuanto parecía mayor la imposibilidad de tanta hazaña.
Aquí, Espinosa Medrano propone una visión distinta de la historia poética, basada en otros tiempos y en otros ritmos, no tanto en la idea de progreso sino en una translatio studii et stilii que pasa de Homero a Virgilio y de éste a Góngora, avanzando por saltos. Como heredero de esta evolución, Góngora es el unicus castellano, el más sobresaliente de los españoles y el único que merece dialogar directamente con sus avatares antiguos. Por encima de la historicidad de los estilos y del progreso que posibilitan las artes retóricas, sobresalen los tres grandes poetas, el griego, el latino y el español, rodeados de una isotopía heroica que se asemeja a la del Góngora heroico de Vázquez Siruela, como comentamos en la sección IV, § 31.
De esta manera, convergen en Góngora dos visiones distintas de la historia poética, una inmanente y progresiva y la otra trascendente y discontinua. Góngora, en el cruce de ambas, es por ello un prodigio, como puede leerse en la sección V, § 33:
No inventó Góngora las transposiciones castellanas: inventó el buen parecer y la hermosura de ellas, inventó la senda de conseguirlas. Era ese lenguaje ornamento poético de la majestad romana; no cabía en nuestro idioma tanta imitación de lo grande. La ropa que sirvió de gala a las musas latinas arrastraba más aína a la castellana. [...] Mas, ¡oh prodigios del ingenio de Góngora! Levantó a toda superioridad la elocuencia castellana y sacándola de los rincones de su hispanismo hízola de corta sublime, de balbuciente facunda, de estéril opulenta, de encogida audaz, de bárbara culta.
Al hacer del poeta de Córdoba el inventor del hipérbaton castellano, Espinosa Medrano incurre sin embargo en una contradicción aparente, denunciada por Faría: otros poetas castellanos han recurrido antes que Góngora al hipérbaton como tropo, por lo que este no puede ser inventor. En la misma sección V, § 35, El Lunarejo contesta:
Verdad es que Juan de Mena las usó con anterioridad de centenares de años ocasionando centenares de risas, como dice Faría, y también esos otros tres o cuatro que trae muy gozoso de haberlos hallado, pero todos son unos friones y (precindiendo las materias o asuntos) es quererlos equiparar a la elocución de Góngora conferir con sol flamante al candil moribundo [...].
Góngora aparece aquí como «sol flamante», prolongando la isotopía que le rodea desde las primeras palabras del Apologético: el poeta es lucido, luminoso, solar, para nada oscuro. Pero la comparación con el candil resulta cuanto menos insólita45, puesto que deriva directamente de las Revelaciones de Santa Brígida46, que iniciaron una tradición simbólica que oponía en el momento de la Natividad la irrupción en el mundo de una luz flamante y la muerte de un candil, completamente aniquilado (totaliter adnihilaverat) por el splendor divinus47. De esta manera, el paso de la Ley a la Gracia, del Antiguo al Nuevo Testamento, es la llegada de una lex nova que aparece como lux nova.
Así, el poeta de Córdoba es una suerte de mesías heroico que trasciende la historicidad progresiva del estilo, como puede apreciarse en la sección V, § 37, a cuyo comentario remitimos («Cierto es que el hipérbato fue una figura, como ahora aún antes de Góngora; pero antes de Góngora el hipérbato sólo fue una figura. Con haberlos primero usado otros se compadece el que Góngora los inventase en castellano»). Aparece así en el pensamiento de El Lunarejo una tensión entre el mesianismo, una visión de la historia construida en virtud de un agente trascendente, y una historia que transcurre de acuerdo con determinaciones internas inmanentes. Como cristiano, Espinosa Medrano era forzosamente mesianista en el primer sentido48 pero oscilaba tal vez entre una extensión por analogía del patrón mesiánico a cuestiones profanas como la poesía y un concepto de la historia profana, más coherente con sus premisas, como exenta de intervenciones trascendentes.
Esa tensión entre el curso inmanente de la historia y el mesianismo divide también el hipérbaton. La «figura», el hipérbaton como tropo o «transposición», pertenece a la corriente inmanente de la historia y aparece en las artes retóricas que son el motor de aquella: Góngora tiene antecesores en su uso. La «colocación», por el contrario, es la obra gongorina, la nueva ley hiperbática del mesías heroico: es el idioma poético que iguala en castellano al latín. Esta tensión es constitutiva de la idea del hipérbaton de Espinosa Medrano: la nueva era de la historia poética abierta por Góngora se superpone («como ahora aún antes») a la corriente inmanente de la historia, y en la lengua de la colocación el hipérbaton puede funcionar y, sobre todo, ser analizado como transposición, según los criterios ya mencionados. Tanto es así, que Góngora trasciende toda temporalidad, «atropella los tiempos» (V, § 37) hasta el punto de que los latinos deban su primacía histórica en el oficio poético a la imitación del genio poético cordobés encarnado por Góngora (V, § 41-42). Esta inversión en el orden de la imitación y de la historia se basa en última instancia en la igualdad del latín y del castellano a efectos de estilo poético, de «colocación», tanto como en una idea de Góngora como encarnación del genio poético cordobés, de tradición milenaria.
6. 2. La metáfora §
A partir de la Poética y de la Retórica de Aristóteles, Espinosa Medrano hace de la metáfora la piedra de toque de su definición del estilo, de la poesía, y por tanto de su valoración de Góngora. El verso «y en ruecas de oro rayos del sol hilan»49 se convierte así en «frasi benemérita del furor verdaderamente poético».
6. 2. A. Lo peregrino, la senda y lo cercano: la metáfora como distancia alcanzable §
Basándose en la Poética de Aristóteles, Espinosa Medrano define la metáfora como la figura que consiste en emplear términos distintos de los que dicta el uso común (VI, § 46-49). Esta definición se plasma en metáforas espaciales: el término metafórico se distingue por una distancia que lo eleva por encima de la lengua habitual (VI, § 46):
No fuera la poesía de Góngora tan alta y peregrina a no florecer con términos tan remotos de la plática vulgar y plebeya.
Las metáforas son por tanto peregrinas y remotas, conceptualizadas en el § 47 en base a un movimiento de sustitución o alejamiento (las metáforas son «alusivas, o translaticias, o figurales, o conmutadas»50) o, en clave negativa, en base a una separación («no como se habla comúnmente, ni como el vulgo razona»). Este elitismo del estilo, que proviene directamente de Aristóteles, queda compensado por otra metáfora espacial (VI, § 48):
[...] los hombres grandes, aunque usen de metáforas altísimas y remotas, con las palabras consecuentes las dejan declaradas o con las anteriores dejan abierta la senda de entenderlas.
A la altura (sublime) de las metáforas, a la distancia (remota) y al alejamiento (traslaticio) que las caracteriza, responde otra metáfora espacial, «la senda de entenderlas»51, expresión que alude al camino que conduce a entender la metáfora. Esto plantea una tensión en la definición de los límites de la metáfora: los ejemplos de El Lunarejo la reducen a la escala del verso («y en ruecas de oro rayos del sol hilan»52), o incluso de un término («Et liquidi simul ignis»53), pero el paisaje que componen la senda y lo remoto no aclara dónde acaba o empieza la metáfora, si abarca o no la senda que es correlato de lo remoto.
Para El Lunarejo, la metáfora es por tanto un concepto caracterizado por una distancia alcanzable con respecto a la lengua común54: lo alcanzable presupone un locutor capaz de comprender la metáfora. Al entender la metáfora, el locutor anula su distancia semántica al tiempo que mide su distancia pragmática: entender que «rayos del sol» significa «miel» (VI, § 49) equipara ambos términos en lo que se refiere al significado, pero visibiliza la distancia que los separa en cuanto al significante y al uso convencional.
6. 2. B. La distancia y su referente: en busca del grado cero de la metáfora §
El razonamiento que justifica el uso del adjetivo líquido referido al fuego en un verso de Virgilio (VI, § 51-56) permite ahondar en la definición de la metáfora. Este concepto, entendido como movimiento o separación, supone un referente que Espinosa Medrano describe como «la plática vulgar y plebeya» (VI, § 47), pero que exige ser precisado. La función y el significado de la metáfora difieren si el término metafórico sustituye a otro término común (claveles por labios) o si apela a un término nuevo o importado de otra lengua para llenar una laguna semántica (avión, derivado del lat. avis): la información que aporta la figura es radicalmente distinta y de esa información depende en gran medida la valoración del estilo poético por El Lunarejo.
En la justificación del adjetivo líquido del verso virgiliano «Et liquidi simul ignis», Espinosa Medrano emplea varios argumentos, tras recapitular la opinión de Macrobio, según la cual la metáfora contradice el sentido literal (propio) del adjetivo líquido (VI, § 51):
Pareciole a Macrobio que lo líquido era propiedad del agua y de lo húmido y, siendo el fuego sumamente seco y cálido, no se pudo arrogar títulos de licor, llamándose líquido.
Tal y como lo presenta Espinosa Medrano, este ataque condena la metáfora a no alejarse del lenguaje literal: si líquido solo puede aplicarse al agua y a lo húmedo, solo puede aplicarse literalmente y de manera tautológica. Este reproche, en última instancia, anula la distancia metafórica: para Macrobio, según El Lunarejo, habría que llamar ardiente al fuego. Esta manera de presentar el reproche lo tergiversa para descalificar a Macrobio como avatar de Faría. Sin embargo, en lugar de defender la libertad del poeta para emplear un término paradójico, El Lunarejo contesta revisando los sentidos de líquido. Primero, entiende que líquido sustituye a puro (VI, § 51); después, avala la metáfora con el sentido etimológico del adjetivo (VI, § 51):
Aunque si fuéramos con el rigor gramatical, fácilmente dijéramos que «liquidum» nace de «liquet», estar claro, patente y perspicuo.
En estos dos argumentos, el término metafórico no se aleja de su sentido literal, ya sea por coincidir con su sentido etimológico, ya sea por coincidir con su sentido figurado, en base a una sustitución tan clara y fácil de reconocer en su contexto como una sinonimia («Ya veis aquí lo tenue y lo líquido hechos sinónomos», en VI, § 52). Estas discusiones de El Lunarejo permiten poner de relieve la casi imposibilidad de concebir rigurosamente lo que es el sentido literal. El tercer argumento para defender el adjetivo virgiliano se divide en dos partes, aparentemente contradictorias. La primera sugiere que la metáfora tiene un aporte semántico, que responde a una carencia de términos significativos (VI, § 52):
Y es llano que muchas cosas absolutas, por entenderlas mejor y por penuria de términos significantes, las demostramos por los respectivos [...]. En el fuego, pues, si queremos absolutamente significar lo leve sin el respeto al centro, no hallaremos término más apto ni cómodo que “líquido”, que expresa la sutileza, levedad y ligereza de ese elemento [...].
Sin embargo, el razonamiento prosigue con una justificación lógica, basada en la antonimia, y por tanto en una nueva sustitución de términos:
[el aire, el agua y las sustancias fluidas] eran y se llamaban líquidos, por lo rarefacto o condistinto de denso, y por lo que se parecen al fuego, que siendo sumamente raro [...] obtiene el principado sobre todo lo líquido, y de cuya liquidez participan proporcionalmente la denominación esos otros.
Lo líquido es por tanto en última instancia sinónimo de raro o rarefacto: el valor semántico específico que podía tener la metáfora se reduce a una nueva sustitución. Así, el término metafórico no cambia fundamentalmente de significado, puesto que ‘líquido’ se toma en ese caso por antónimo de ‘sólido’ y al aplicarse al fuego funciona en uno de sus sentidos usuales. Para acabar su razonamiento, Espinosa Medrano recapitula afirmando que el fuego es líquido en dos sentidos: formaliter porque su forma y su origen son líquidos, pero también causaliter, porque liquida (VI, § 55). En ambos casos, el término metafórico concuerda con sus significados literales: en el primer caso, porque hay que entender líquido como ‘puro’, ‘leve’, ‘líquido’ (en su sentido material u originario: VI, § 53-54); en el segundo, por derivación del verbo liquidar.
Este repaso permite afirmar que para Espinosa Medrano no es paradójico llamar “líquido” al fuego puesto que la distancia metafórica no separa al término metafórico de su(s) sentido(s) literal(es): la metáfora es un desplazamiento del sentido usual a otro sentido, literal, etimológico o figurado. Así, la palabra ‘líquido’ es usada por Virgilio de modo más propio que en sus empleos vulgares: cuando en el lenguaje ordinario se dice de algo que es líquido, es con un significado restringido (algo que se parece al agua); en cambio, al usar la palabra para el fuego, Virgilio profundiza en todo lo que el término implica: lo claro, patente y luminoso, la sutileza o rarefacción de la materia, la capacidad de fundir o volver líquidos los sólidos. Así, El Lunarejo desliga la noción de «plática vulgar» del significado genuino del término: los términos remotos o metáforas se alejan de la primera y concuerdan con el segundo.
6. 2. C. La definición de la poesía, la cercanía mimética y el furor §
Esta definición de la metáfora con una carga semántica reducida concuerda con el desprecio en el que El Lunarejo tiene a la poesía profana por oposición a la poesía revelada: «De las figuras, pues, que sólo sirven y las inventó el arte para la elocución, es bobería pedir que sean concepto, juicio o ingenio» (V, § 45). Además, explica una extrañeza del razonamiento de Espinosa Medrano, y es que el hipérbaton, considerado como estilo poético (colocación), puede ser entendido en cierta medida como metafórico. En la sección IV, § 27, «desviar el lenguaje de la plática común, vulgar y rusticana» es un requisito para alcanzar la colocación (IV, § 27). En la sección V, § 45, El Lunarejo afirma que la colocación «sólo consiste en hermosear la plática con los modos de decir, sin cuidar de si es bueno lo que se dice: y de esto sirven todos los tropos y figuras que enseña la retórica».
Esta confusión de «todos los tropos y figuras» le da una preponderancia especial a la metáfora, puesto que su distancia respecto al habla común, su capacidad de «hermosear la plática», es la piedra de toque de la poesía según Aristóteles: «¿No enseñó Aristóteles en el tercero de sus Retóricos que otro era el lenguaje del poeta y otro el del orador?» (VI, § 48). Así, aunque El Lunarejo afirma que Góngora utiliza «pocas veces» extranjerismos –que son una especia de la metáfora-, caracteriza la lengua poética del de Córdoba por un uso generalizado de este tropo (VI, § 47):
El grande ingenio de don Luis, aunque pocas veces usa de los términos peregrinos por extraños, pero perpetuamente sus frasis lo son ya por alusivas, o translaticias, o figurales, o conmutadas, etc. y en fin remotas [...] de la vulgaridad y plebeyismo.
El hecho de que la metáfora no sea una figura únicamente semántica sino también y ante todo una figura pragmática permite extender la distancia metafórica a un aspecto de la poesía gongorina que no es semántico, sino ante todo sintáctico, como el hipérbaton. Esto explica que Espinosa Medrano, a partir de la Poética de Aristóteles, justifique la distancia respecto al habla común –característica de la metáfora-, aduciendo un hipérbaton («Aquiles de», VI, § 47) y defendiendo la colocación gongorina.
En el sistema poético de Espinosa Medrano, por tanto, a la ocultación del hipérbaton-transposición como figura (sustituida por el hipérbaton-colocación como estilo poético) responde la extensión de la metáfora como figura semántica a otros ámbitos del estilo poético. Todo parece indicar que para El Lunarejo la delimitación de los tropos con respecto al resto de la lengua poética es incierta: el hipérbaton deja de ser figura y se convierte en estilo, pero todo el estilo no es al fin y al cabo sino metáfora. Esta delimitación incierta es consecuencia de la equiparación de la colocación y de la metáfora como recursos lingüísticos y estilísticos que se alejan del habla común: la metáfora atañe a los términos y al significado (términos remotos), la colocación a segmentos más amplios del discurso y a la sintaxis, por lo que lo metafórico abarca un paisaje casi indiviso, hecho de términos remotos y sendas de entenderlos. Esta irradiación de la metáfora a segmentos más amplios del discurso posibilita el razonamiento según el cual la calidad de un poema se deduce de la calidad de un verso, en virtud del furor (o don poético) de su autor, «porque la frasi, la sentencia, el estilo, la colocación, es tan semejante y tan indivisible en todas como fue uno el espíritu que en sagrados furores las dictó altamente arrebatado» (IX, § 68).
Así, el lugar preponderante de la metáfora justifica que El Lunarejo afirme que el verso gongorino «y en ruecas de oro rayos del sol hilan» es «frasi benemérita del furor verdaderamente poético» (VI, § 48). Esta valoración precede un análisis detallado de dicha metáfora, que recurre a Plinio y a su definición de la miel como sudor o saliva de los astros (VI, § 49):
[...] habiendo de subir el estilo a mayor eminencia que Plinio cuanto va de filosofar a metrificar y cuanto va de lo físico a lo metafórico, pues aún están las hebras transparentes y rubias de la miel más cerca de que el Sol las prohije en rayos que de que el Sol las sude en gotas, o las escupa el astro en salivas, o las solloce el lucero en lágrimas.
Espinosa Medrano justifica el término remoto por la cercanía («más cerca de que el Sol las prohije en rayos»), que no es sino su perfecta adecuación a la sustancia que describe o cualifica: la poesía se aleja del lenguaje vulgar, solo autorizado por la rutina, para inventar o restaurar un lenguaje autorizado por la perfecta propiedad o adecuación. Así, podemos definir la poesía según Espinosa Medrano como una lengua remota respecto al habla común y cercana a sus referentes miméticos: la distancia de la lengua poética es pragmática ante todo, en el caso de la colocación se basa en la sintaxis, en el caso de la metáfora stricto sensu en el significado, mediante operaciones de sustitución que despliegan la polisemia de los términos remotos.
6. 3. La imitación §
Menos conceptual que el hipérbaton o la metáfora, la noción de imitación es fundamental en el Apologético porque da pie a la inserción de un fragmento de prosa poética de El Lunarejo, escrito a imitación y emulación de otro de Paravicino. La comparación de ambos ejercicios de hipotiposis los coloca en pugna por el título de «Góngora de los declamadores». La imitación es ante todo imitación de los procesos, siendo la imitación del resultado necesariamente contraria al «genio propio» (VIII, § 63).
6. 3. A. Mahoma en las antípodas de Góngora y la parábola de Hortensio: la conversión del mal imitador §
Las secciones VII y VIII del Apologético constituyen una unidad temática centrada en la imitación. La primera sección consta sólo de 3 párrafos (§ 57-59), y retoma el ejemplo de la sección segunda, que también es preámbulo de secciones mayores sobre el hipérbaton. Aquí, los tres párrafos de la sección VII responden a la acusación de Faría de «que don Luis es el Mahoma de la poesía, que predicando que venía a mejorarla en España, la inficionó con errores». Los seguidores de Góngora están para el portugués «mal informados» y Espinosa Medrano le responde rebatiéndolo punto por punto.
Primero, afirma que Góngora no sólo sigue a rajatabla todas las leyes poéticas, sino que las renueva y amplia. Es por tanto un ortodoxo, y a Mahoma, que define como licencioso, Espinosa Medrano opone a un Góngora legislador (VII, § 57). En cuanto a los seguidores de ambos, opone la ignorancia de los de Mahoma y la erudición y discreción de los de Góngora (§ 58). De esta manera, el cordobés queda exonerado de la responsabilidad que le atribuye Faría de guiar deliberadamente por mal camino a los poetas españoles: «Muchos acometieron a la imitación de Góngora, y viciando sus versos por alcanzar aquella alteza, ocasionaron a Faría a que dijese: “inficionaron peor que Góngora sus secuaces a España”» (VIII, § 60). Más aún, en la sección VIII, Espinosa Medrano defiende que Góngora es inimitable, o inalcanzable en la imitación:
Y esto ha sido lo mayor de don Luis, escribir versos que todos anhelen por imitarlos y nadie o pocos arriben a conseguirlos.
Esta dificultad de la imitación del autor sublime, no impide su difusión a un ámbito de las letras que interesa especialmente a El Lunarejo: «Ya su colocación se ve introducida aun a lo sagrado de los púlpitos» (VIII, § 61). Después de dar unos pocos ejemplos de seguidores de Góngora entre «los mayores oradores de España y América», Espinosa Medrano se centra en el ejemplo de Paravicino, sucesivamente mal imitador del cordobés en poesía y «Góngora de los declamadores». El error, en el que Paravicino no persevera, consiste en emular a Góngora en los géneros, los temas y las composiciones que son propias suyas, en lugar de intentar alcanzar sus logros por otros caminos, en este caso los de la oratoria sagrada, y volverse así inimitable. De este modo el imitador deja de ser la copia de un modelo para volverse un doble del cordobés, si sigue el estilo que le es propio (VIII, § 61):
Este es el maestro fray Hortensio Félix Paravicino, varón sin duda grande (y no lo fuera a proseguir la imitación de Góngora por las floridísimas veredas de aquel monte, que tan estudiosamente tuvo emprendidas): quiso imitar con los pinceles de todo su caudal aquella idea y no pudo arribar más que a la hazaña de haberle con los diseños dado algún aire. Desquitose empero en la oratoria, haciéndose en ella el Góngora de los declamadores [...].
Planteada así la posibilidad de emular sin imitar, Espinosa Medrano lo prueba en la práctica ofreciendo un ejemplo de hipotiposis de la muerte de Absalón, escrita por Paravicino (VIII, § 61). A continuación, el propio Lunarejo imita la hipotiposis y se da por vencido en la competición.
6. 3. B. Imitar el proceso en lugar del resultado: la muerte de Absalón y el esse videatur §
Espinosa Medrano compite con Paravicino en una hipotiposis, ejercicio de destreza retórica consistente en describir o narrar con la mayor consistencia imaginaria e intensidad patética la muerte de Absalón. Por modestia, Espinosa Medrano atribuye la victoria a Paravicino, aunque en conjunto «las porciones de la hipotiposis quedan competidas o superadas» (VIII, § 63) en su reescritura. Entre los recursos de la evidencia, Paravicino parece elegir la metáfora en acto55 para culminar su texto (con tres saetas verbales en gerundio a imitación de las que se clavan en Absalón: «Ellas quedan blandiendo, Absalón palpitando, Joab triunfante»). Abundan en su hipotiposis, preparando ese final, las estructuras tripartitas (VIII, § 61). Por su parte, Espinosa Medrano apuesta decididamente por la descripción extensiva y la acumulatio («rindes en miserable suspendio el pelo a los ramos, el corazón a tres lanzas, la esperanza a los aires, la vida al malogro, la lástima al orbe y el escándalo a los siglos», VIII, § 62) en un texto aliterativo que prueba su apego a la qualitas sonorum virgiliana56. También retoma la metáfora en acto de Paravicino aunque de manera que sólo podemos reconocerla teniendo en mente el original («¡Ay belleza desdichada, infeliz hermosura, malograda juventud...!»). Los dos sermones de la muerte de Absalón son comparados de manera que Espinosa Medrano roza la victoria, reivindicando así su papel de Paravicino peruano y segundo «Góngora de los declamadores»: segundo, pero de los dos el único en vida57. Pierde como debía perder para aclarar que más vale superar que imitar, puesto que el que imita siempre pierde (VIII, § 63):
Solemnizose el bosquejo, examináronse faiciones, aplaudiose la copia y no faltó quien la hombrease en lo crespo de la frasi con el original, como quiera que aquello de «¡ay negro cabello de oro!» es una exclamación tan bella, que aunque las demás porciones de la hipotiposis quedaran competidas o superadas, ella bastaba sola a asegurar de vencimientos al ejemplar.
El verso octosílabo «¡ay negro cabello de oro!» no encuentra aparentemente correspondencia en El Lunarejo, y es motivo de su derrota. Más allá de sus virtudes eufónicas y semánticas58, es posible que Espinosa Medrano reconociera en ese octosílabo un verso de Góngora, sobre el que desarrolla un concepto por acomodación de verso antiguo, a partir del romance gongorino «Que se nos va la pascua, mozas», fechado en 1582:
Por eso, mozuelas locas,antes que la edad avarael rubio cabello de oroconvierta en luciente plata,quered cuando sois queridas,amad cuando sois amadas,mirad, bobas, que detrásse pinta la ocasión, calva.Que se nos va la pascua, mozas,que se nos va la pascua59.
El parecido entre el verso gongorino «el rubio cabello de oro» y la exclamación «¡ay negro cabello de oro!», puede perfectamente ser fortuito, puesto que el oxímoron negro/de oro y el calco de un epíteto común para describir aquello que ocasiona desgracias, como es ‘negro’, son galas suficientes del octosílabo de Paravicino. Sin embargo, al elegir precisamente este fragmento del sermonario para ilustrar la habilidad del orador en la imitación prosística de Góngora, Espinosa Medrano asume como efectiva la reminiscencia del verso gongorino, que pudo reconocer en el octosílabo de su adversario60. Prueba de ello es que el único aporte original de El Lunarejo, más allá de la construcción general de la hipotiposis omitiendo a Joab, es la inclusión de una alegoría de la ocasión, como posible acomodación de verso antiguo a partir de la estrofa citada de Góngora, en la que aparece «la ocasión, calva» a continuación del «rubio cabello de oro» (VIII, § 62):
¡Ay belleza desdichada, infeliz hermosura, malograda juventud, que perdiste la ocasión de reinar con más venturas y cogiola por el cabello tu fortuna!
Al imitar lo que interpreta como una acomodación de verso antiguo en la hipotiposis de Paravicino, Espinosa Medrano demuestra que prefiere imitar el proceso al resultado. Esta imitación ha de huir de facilidades y mecanismos, evitando marcadores de estilo como el «esse videatur» de Cicerón (VIII, § 64) o los dos hipérbatos «el ronco de los bárbaros estruendo» y «esta, si no mortal, veloz saeta»: dos pastiches de estilo gongorino que podían haber entrado en una hipotiposis de la muerte de Absalón.
Los ejemplos que Espinosa Medrano propone de mala imitación de Góngora son dos ejemplos de transposición, mientras que la «venturosa emulación» de la muerte de Absalón propone otros caminos, basados en la retórica de la evidencia y singularmente en la acumulación: seguramente el estilo en el que El Lunarejo es consciente de poder ser el Góngora peruano de los declamadores. El no imitar transposiciones, que son figuras retóricas y pertenecen a la visión inmanente de la historia del estilo en su progresión constante, lleva el concepto de imitación al borde de la aporía, entroncando con otro concepto, el «genio propio» (VIII, § 63) o el ingenio (VIII, § 64):
[...] teneos por notificado que lo sumo, lo grande, lo superior de los oradores o poetas nunca se puede imitar, como el ingenio, la invención, el vigor, la facilidad y todo lo que no enseña el arte.
6. 4. Misterio vs. alma poética §
Además de la glosa de Faría al hipérbaton de Camões61, que estructura el Apologético, hay un lugar del comentario del portugués que resulta extremadamente polémico para El Lunarejo. Se trata del Juicio del poema, § 24, donde compara la poesía de Camões con las Sagradas Escrituras. Espinosa Medrano responde con vehemencia, empleando dos tipos de argumentos. Por una parte, descarta que Camões pueda escribir como profeta, pues su inspiración es la del «don poético» (X, § 103), inferior al «don profético» (II, § 5). Por otra, opone la poesía revelada, que «embozando misterios descoge humildes las cláusulas y llano el estilo», a la poesía profana, que, «toda adorno de dicciones, toda pompa de palabras, toda aliño de elocuencias, yace vana, hueca, vacía y sin corazón de misterio alguno» (II, § 4).
El segundo argumento se opone diametralmente a Faría, que admira en los Lusiadas el «profundo entendimiento» y la interconexión de los lugares del poema (X, § 103). Esta ponderación enfurece a Espinosa Medrano: el texto bíblico es el único que para él puede caracterizarse por ser «perenne manantial de varios sentidos, inteligencias y misterios» (X, § 103). Considerada desde este punto de vista, la lectura de Camões por Faría es irreverente en exceso, casi blasfema.
La contraposición de la poesía revelada y la poesía profana se superpone a una oposición entre dos modos de lectura. Como comentamos detalladamente en otro lugar:
[...] la búsqueda de un juicio o alma poética que abarque un poema entero, como el que encuentra Faría con su exégesis alegórica en Camões, no tiene validez alguna para Espinosa Medrano. Para éste, la poesía es ante todo estilo y no sentido. O quizá sea más justo decir que la poesía es estilo y materia, unidos por una relación mimética microtextual, reducida al verso. El sentido general y macrotextual, aquel que busca Faría, lo acota Espinosa Medrano, mediante el misterio, en el ámbito de la poesía revelada62.
Lo que le da cohesión formal al poema, a escala macrotextual, no es el sentido alegórico, según Espinosa Medrano. Como ya hemos dicho en el apartado relativo a la metáfora, esta cohesión formal deriva de un análisis microtextual a partir de un razonamiento inductivo posibilitado por la unidad del furor del autor. Este término, que permite valorar la metáfora «y en ruecas de oro rayos del sol hilan» como «frasi benemérita del furor verdaderamente poético», es sinónimo de «don poético» (por oposición al «furor» verdaderamente furioso de la sección IV, § 15), y se superpone, como inspiración divina (aunque no profética: X, § 103), al genio o ingenio propio del autor, de su lengua y de su tradición poética: en el caso de Góngora, el genio poético cordobés, «Facunda loquitur Corduba» (V, § 42).
7. Un testimonio criollo de la polémica gongorina §
7. 1. Sátiros y tritones en las Indias §
Uno de los aspectos que más ha interesado a la crítica es la reivindicación criolla de Espinosa Medrano en el Apologético63. El lugar más citado y comentado del tratado es aquel en el que El Lunarejo comenta, en el prólogo Al lector:
Pero, “¿qué puede haber bueno en las Indias?”. ¿Qué puede haber que contente a los europeos, que de esta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, tritones nos presumen, que, brutos de alma, en vano se alientan a desmentirnos máscaras de humanidad. Perdono lo que me cabe, no me atrevo al desengaño.
El Lunarejo denuncia que los europeos consideran a los criollos como sátiros o tritones carentes de alma64 y con un falso barniz de humanidad. Elegimos editar entre comillas altas la pregunta que El Lunarejo atribuye a «los europeos, que de esta suerte dudan», aunque no se trate de una cita literal. Esta crítica en forma de pregunta se parece a la célebre invectiva contra los letrados americanos de Justo Lipsio, sin duda la que mayor repercusión tuvo en el Perú colonial:
Quid etiam? Nouum orbem ibo? Sane ibi barbaries65.
‘Pues ¿qué?, ¿iré al Nuevo mundo? Allí no hay sino barbarie’.
Este dictamen despectivo de Justo Lipsio en su examen de las universidades del mundo, mereció una vehemente respuesta por parte de Diego de León Pinelo en su Hypomnema apologeticum66. El fragmento citado de Espinosa Medrano parece conectar con esta primera e importante reivindicación de las letras peruanas.
El Lunarejo entiende que los europeos consideran a los habitantes del Nuevo Mundo como sátiros que tratan de aparentar humanidad. En este virulento ataque alude a la polémica sobre la racionalidad de los monstruos, basada en la definición agustiniana, de raigambre aristotélica, del hombre como animal racional mortal (De civitate Dei, lib. XVI, cap. VIII). Importaba conocer la naturaleza de los animales y monstruos para establecer los límites del género humano. Los sátiros y tritones, seres híbridos y mitológicos, dejaron su impronta en tal debate: interesaba, primero, discutir su existencia, y sobre todo indagar si tenían alma racional o carecían de ella como animales y monstruos (i.e.: «brutos de alma»). Imperaba la segunda opinión. Sobre los sátiros la controversia iba más allá y se pretendía averiguar si eran avatares del demonio o de algún ente celestial, aunque la opinión dominante era la demonológica67.
Superponiéndose con ese trasfondo infernal, también se daba en algunos autores una visión naturalista en la que se identificaba al sátiro con el indígena americano68: contra esta opinión en concreto se alza aquí El Lunarejo. Un ejemplo de esta doctrina se encuentra desarrollado en la traducción y comentario de Filóstrato por Blaise de Vigenere, Les Images ou tableaux de platte peinture, de 157869. Vigenere identifica al indio con el sátiro, apoyándose en López de Gómara, concretamente en el capítulo 92 de su Historia general de las indias (1552), donde se habla de los patagones, que «no semejan hombres»70. El cronista les atribuye características de animalidad (gigantismo, paso raudo, fuerza descomunal, mortandad en entorno humano) que se prestan curiosamente, según Blaise de Vigenere, a una comparación con el sátiro. Así, afirma el francés: «Car ces gens mesmes si sauvages pourroient tenir lieu de satyres»71, ‘Porque estas gentes mismas tan salvajes podrían figurar a los sátiros’. El mismo López de Gómara alude a rumores, que juzga infundados y mentirosos, que asimilaban a los habitantes de las Bermudas con sátiros: «isla despoblada, aunque no de sátiros, según mienten»72. Curiosamente, Justo Lipsio se apoyaba también en Gómara para deplorar la falta de universidades americanas debida a la barbarie del continente.
Parece sin embargo poco probable que Espinosa Medrano se levante con tanta virulencia contra dos lugares tan alusivos de López de Gómara y es igualmente improbable su conocimiento del francés y su lectura de primera mano del Filóstrato de Vigenere: contra los rumores mentirosos documentados por López de Gómara sí pudo tomar la pluma, pero no sabemos nada de sus divulgadores. Y es que la animalización del indio americano estaba en el aire, como puede apreciarse en la obra de José de Acosta. Del jesuita, Espinosa Medrano poseía en su biblioteca un «de nuevo mundo»73. Aunque el título aparezca en español, la preposición parece referir al De natura noui orbis, tratado compuesto en 1582, publicado junto con el De procuranda indorum salute (1588) y traducido posteriormente en los dos primeros libros de la Historia natural y moral de las Indias. En el De natura noui orbis, Acosta defiende la pertenencia al género humano de los habitantes de las Indias, negando que colonizaran el continente como monstruos marinos, «Syrenas et Nicolaos»74, semejantes a los tritones, como a continuación veremos. En el De procuranda indorum salute, si bien Acosta describe como animales a parte de los pueblos bárbaros sobre los que escribe75, mantiene que merecen ser evangelizados como corresponde a todo ser humano. En el tercer capítulo del libro IV, el jesuita imita el discurso despectivo de quienes consideran a los indios como brutos y animales, recogiendo de estas voces depreciativas la afirmación: «Pecudes potius habendos, quam homines», ‘han de ser considerados como animales más que como hombres’76. Estas noticias sobre la animalidad de los indios y otras sobre la lascivia de los habitantes andinos pueden prestarse a una confusión con el sátiro, si consideramos la facilidad con que la comparación surge bajo la pluma de Blaise de Vigenere77. Como curiosidad señalo que la asimilación del indio americano con el sátiro llega hasta Feijoo, que indaga en su Teatro crítico universal (Madrid: Imprenta de Francisco del Hierro, 1734), las diferencias entre el sátiro y «algunas cerriles naciones de América»78.
Sobre los tritones, el mismo José de Acosta en su Historia natural y moral de las Indias escribe que los pescadores del Callao de Lima «parecían los tritones, o Neptunos que pintan sobre el agua»79. Estas pinturas de tritones pueden verse en mapas coetáneos del Apologético, como por ejemplo en la alta mar peruana del America, quarta pars orbis de Claes Jansz Visscher, de 166980. Tal comparación del nadador con un tritón o monstruo marino es sin embargo un tópico que se encuentra en abundantes fuentes documentales y crónicas de Indias81. Entre los comentaristas gongorinos, Manuel Serrano de Paz alude de hecho, basándose en la Historia general y natural de las Indias de Gonzalo Fernández de Oviedo, a la presencia de tritones en las Indias, en la isla de Cubagua, pero también en otras latitudes, empezando por el «océano de Cádiz», alusión al célebre Pece Nicolao que recorría las bahías y los puertos de Andalucía82.
La relación del tritón con el Perú parece meramente accidental, sobre todo contrapuesta con la alusión al sátiro. Prueba de ello es que en el Diseño historial de los gozos ostentativos con que la regia ciudad de Lima celebró el deseado nacimiento del príncipe N. S. D. Felipe Andrés Próspero, relación de fiesta de Agustín de Salas y Valdés (Lima: Juan de Quevedo y Zárate, 1660), los tritones aparecen en la descripción de las «Fiestas de los pintores» tirando del carro del Agua, en la procesión de los cuatro elementos, y son atributos de lo marino sin relación específica con el mundo americano («y tiraban este carro dos sirenas o tritones»83), a diferencia de los sátiros, que llegan en el carro del Perú, siguiendo en procesión a los reyes Incas. Carecen sin embargo aquí de las connotaciones negativas que les da El Lunarejo:
[...] vestíanse [las faldas del carro] de muchas tarjas adornadas de varias figuras: sátiros, marioletas, grutescos con pendientes y paños de varias frutas, y todo género de follaje, que alcanzó el arte para lleno de sus blancos y adorno de las armas de esta ciudad y otros lugares de este reino, porque llevaba de letras grandes esta inscripción: El Perú. […] los faldones se llenaban con unas cabezas grandes de sátiros de color de bronce. Colgaban de sus bocas paños de frutas y hojas, y amagaban imitar la vigilante guarda de los pomos de Hesperia84.
Es destacable sin embargo que Espinosa Medrano mencione sucesivamente al sátiro y al tritón, puesto que este es para Góngora el «sátiro de las aguas» de la segunda Soledad, identificado como tritón por los comentaristas Pellicer y Serrano de Paz85: los dos monstruos mencionados aquí por El Lunarejo son por tanto cuasi sinónimos.
Espinosa Medrano alude a un debate aparentemente cerrado, asimilando los sátiros y los tritones a monstruos con alma de bestia, «brutos de alma», y por tanto ajenos a la humanidad. Esta asimilación le sirve para situarse en otra polémica de mayor calado, que corresponde a grandes rasgos a la controversia entre Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas sobre la naturaleza del indio americano86, su humanidad o su barbarie. Pretende ridiculizar la opinión que atribuye a Europa entera según la cual el criollo mismo, y por descontado el indio, es considerado como un monstruo ajeno a la humanidad, literalmente desalmado. Uniendo las dos polémicas sobre la naturaleza del indio americano y sobre la animalidad demoníaca del sátiro y exagerando la opinión de los europeos mediante su extensión al criollo, Espinosa Medrano se muestra extremadamente virulento en su reivindicación como letrado cuzqueño. De esta manera prolonga la polémica sobre el reconocimiento de las letras criollas del Perú planteada por Diego de León Pinelo contra Justo Lipsio, buscando un reconocimiento cuya reivindicación se convierte en un tópico característico de las letras de América87.
7. 2. Historia conectada, dinámicas globales y contextos locales §
A menudo se ha querido relacionar este lugar del Apologético con la anécdota según la cual Espinosa Medrano designó como madre suya a una india que había acudido a oír uno de sus sermones. El origen indio de Espinosa Medrano es sin embargo una incógnita a efectos documentales. Es de notar que, si bien alude a las Indias88, El Lunarejo no parece reivindicar en ningún lugar del Apologético la dignidad del indio89: su alusión indirecta a la polémica sobre la humanidad o inhumanidad del indio americano tiene valor de hipérbole para denigrar el desprecio europeo por el Nuevo Mundo. Independientemente de su origen, hay que recalcar que las reivindicaciones de Espinosa Medrano son las de un genuino letrado criollo, un grupo social que emerge por oposición a los europeos tanto como a los indios90.
A partir de esta identidad criolla, se ha planteado a menudo la obra entera de Espinosa Medrano como un intento de amoldarse a un canon foráneo, europeo o español, en todo caso imperialista. Este posicionamiento historiográfico se basa en el modelo centro-periferia: Espinosa Medrano, indio o criollo, trata de asimilar un modelo desde la periferia para obtener en el Perú el reconocimiento que no obtiene del centro, en una pugna por superarlo desde sus márgenes. La escritura criolla se convierte así en una competición que se inicia en la inferioridad respecto al modelo y concluye exitosamente en un sobrepujamiento del patrón inicial, convirtiendo en este caso al Perú o a América en un nuevo centro hasta cierto punto emancipado de su modelo imperial: anacrónicamente, se ha querido en ocasiones iniciar con Espinosa Medrano la historia de la crítica literaria peruana o latinoamericana. Sin embargo, esta tendencia de la crítica no se detiene en estudiar los motivos por los que un criollo cuzqueño toma la pluma para defender a un poeta cordobés denigrado por un polígrafo portugués: parece necesario, dejando de lado el modelo centro-periferia, atender a la dinámica de la mundialización ibérica en función de otro paradigma. Y es que la reivindicación de una identidad periférica o de una nueva centralidad de Espinosa Medrano por parte de la crítica peca a nuestros ojos de parcialidad, pues presenta como excesivamente conflictiva una dinámica constante de negociación entre lo local peruano y lo global mundializado-ibérico, que han de estudiarse necesariamente como fenómenos conectados.
En este sentido surgen vías para la investigación de aspectos todavía inexplorados de historia literaria, incorporando en este campo los aportes metodológicos de la historia conectada91. Esta corriente historiográfica, iniciada bajo el membrete de connected histories por Sanjay Subrahmanyam92 y continuada en el ámbito del imperio español e ibérico por Serge Gruzinski93, se constituye como método alternativo a otras tres corrientes: la historia comparada, acusada en ocasiones de postular identidades culturales estancas o predefinidas en sus análisis; la World History, sospechosa de caer en el etnocentrismo; y la microhistoria, acotada a una escala inadecuada para el estudio de fenómenos globales94. La corriente de la historia conectada aúna por consiguiente el análisis a escala local y a escala global para interpretar los fenómenos históricos más allá de los postulados geográficos y de las tradiciones nacionales que operan en la historiografía tradicional95. Su aporte a la historia colonial consiste en romper la dualidad centro-periferia (o vencedor y vencido, criollo y europeo) para estudiar en su lugar los fenómenos de conexión, relocalización y transformación que redefinen las civilizaciones o las culturas que se hallan en contacto96. El objetivo es situar los fenómenos locales, anacrónicamente considerados como manifestaciones de una identidad endógena, dentro de los conjuntos regionales o globales en los que se insertan97, siendo la escala imperial de la primera modernidad especialmente adecuada para este tipo de análisis98.
En lo que se refiere en particular a la historia cultural, esta metodología ha sido especialmente fecunda en el estudio de la primera modernidad. En La pensée métisse (1999), Serge Gruzinski demostró que el manierismo, el estilo anticuario y los grotescos conectaban las creencias cristianas con las indígenas en la pintura mestiza del virreinato mexicano de la segunda mitad del siglo XVI99. Por su parte, Timothy Brook, con Vermeer’s Hat (2008), ofreció un apasionante estudio de las conexiones existentes entre la cultura material de Delft y de Shangaï en el siglo XVII, demostrando entre otras cosas que la porcelana traída de Shangaï a los Países Bajos era un ersatz de las genuinas porcelanas chinas, ersatz que sin embargo acabó teniendo éxito en su propio lugar de producción, debido al mismo gusto por lo exótico que levantaba pasiones en Delft100. Asimismo, Roger Chartier, con sus clases del Collège de France tituladas Textes sans frontières (2013), retomadas en el capítulo cuarto de La main de l’auteur et l’esprit de l’imprimeur (2015), ha estudiado la circulación de la Brevísima relación de la destruyción de las Indias de Bartolomé de las Casas, traducida, reinterpretada y recontextualizada en distintas ocasiones entre 1578 y 1820 como uno de los textos fundamentales de la leyenda negra española101. Estos tres trabajos analizan el proceso de redefinición material y conceptual de objetos culturales como el estilo manierista, la porcelana china o el tratado de las Casas en función de su inscripción en contextos que les eran originalmente ajenos. Este proceso de relocalización y transformación de los objetos culturales se aplica también a Góngora en el Apologético. Su defensa por Espinosa Medrano lo convierte en el mayor representante del estilo con el que El Lunarejo se reivindica como orador sagrado y en particular como el mejor de los oradores sagrados criollos, por ser el primero en defender desde la colonia el gongorismo tras la muerte del poeta y de su primer emulador desde el púlpito, Hortensio Félix Paravicino. Así pues, el gongorismo no representa un canon foráneo con el que competir sino un instrumento del que valerse para prosperar en la república de las letras virreinal. De esta manera, el Apologético convierte la polémica gongorina en un espacio de autorización letrada a escala imperial, llevado a un nivel —casi— mundializado que dota la obra del poeta de significados que en su origen andaluz y peninsular le eran ajenos: a diferencia de Paravicino, Espinosa Medrano necesita defender a Góngora para convertirse en «Góngora de los declamadores». Esta es quizás la mayor originalidad del Apologético: ser un testimonio criollo de la polémica gongorina, transformando su extensión de la escala peninsular a la escala imperial y produciendo por tanto una redefinición de su historia material y de su significado102.
El propio criollismo de Espinosa Medrano puede ser revisado en base a los postulados metodológicos de la historia conectada, si se considera su superposición con el anti-lusitanismo del Apologético. La separación de las dos coronas ibéricas en 1640 provoca una confrontación entre nacionalismos literarios en la que la imitación y la impugnación de Góngora pudieron servir de banderas de las dos facciones enfrentadas103. Aunque no fuera su intención primera104, el comentario de Os Lusiadas pudo ser entendido como un ejemplo palmario de anti-castellanismo105, deducido del lusitanismo de Faría en el contexto nacionalista posterior a 1640. Esta interpretación del comentario, sumada a su evidente anti-gongorismo, convierte al portugués en el objeto de los ataques de un Espinosa Medrano que se auto-promociona como abanderado del gongorismo y del castellanismo. Así, El Lunarejo combate el complejo de Ovidio de los letrados americanos que se sienten exiliados «en tan remoto hemisferio»106, entrando en esa confrontación entre nacionalismos literarios, cosa que entienden y reproducen la mayoría de autores de los preliminares:
Si como esta pluma hubieraespadas en valentía,como rendís a Faríapresto Portugal se diera107.
En su anhelo de paridad intelectual con Europa y en particular con España, El Lunarejo no se atrinchera en una periferia peruana ajena a la dinámica global del imperio español, sino que toma posición en un campo literario hispano-luso en el que el mundo colonial es actor y parte esencial, lo que la crítica ignora demasiado a menudo108. Así pues, Espinosa Medrano aúna su criollismo con un anti-lusitanismo de circunstancia, con el que trata de hacer leña del árbol caído, de ese Portugal que se ha convertido en enemigo del rey y del valido Luis Méndez de Haro, al que va dedicado el Apologético para mayor gloria de las letras peruanas.
Poner el foco en la dinámica global nos parece indispensable para entender el posicionamiento de Espinosa Medrano en el Apologético, pero no menos necesaria es la variación de escalas en el análisis. Cuando El Lunarejo rebate a Justo Lipsio o a «los europeos», capta parte del prestigio de un León Pinelo en la república de las letras peruana; cuando compite con Paravicino, aspira a ser Góngora de los declamadores en el virreinato: entre lo global y lo local, el estudio del gongorismo en América ha de situarse en ambos terrenos109.
8. Conclusión §
El Apologético de Espinosa Medrano es la primera obra impresa de un autor joven, de treinta años de edad, curtido en el teatro de colegio, tanto en castellano como en quechua, y renombrado por su erudición y sus sermones. Cuando El Lunarejo decide entrar en la polémica gongorina, dispone de contactos influyentes en la ciudad de Cuzco, que le favorecen en este intento de aunar su compromiso en la controversia literaria gongorina con su búsqueda de proyección, una constante desde la publicación de su primera obra en la capital del virreinato, hasta la publicación póstuma de la última, en 1688, en Roma. Los preliminares del Apologético lo conectan con otros seis autores peruanos, con un discurso que denuncia el tratado como un testimonio extemporáneo de la polémica gongorina: Faría es el único adversario citado, además del fallecido Pedro de Oña, su derrota es segura ante la lucida pluma de El Lunarejo y el anti-gongorismo se superpone con el lusitanismo, convirtiendo el tratado en una verdadera máquina de reivindicación criolla dirigida al valido Luis Méndez de Haro. Por ironías del imperio y sus enormes distancias, el patrón elegido había muerto antes de que se publicara el libro. Espinosa Medrano no tendrá más ocasiones de polemizar ni de publicitar su defensa de Góngora: El Apologético no obtiene respuesta conocida y llega a Europa por caminos ajenos a la cuestión de la nueva poesía, de manera póstuma, en edición pirata y deturpada por múltiples erratas. Desde su gestación, muertos Góngora y Faría, hasta su difusión, con el fracaso de una ambiciosa estrategia dedicatoria, el tratado sufre la mala fortuna de llegar tarde a la palestra.
Espinosa Medrano no deja sin embargo de dar con este texto un documento fundamental. Aunque toma por enemigo un autor muerto y en cierto modo desacreditado por un contexto antilusitano, la visión retrospectiva no debe impedirnos reconocer que a El Lunarejo lo mueve un genuino gongorismo. Es indudable su conocimiento detallado de algunos de los testimonios impresos más importantes de la polémica y también que no considera la controversia cerrada, ni por tanto como motivo oportunista de hacer sangre de un autor indefenso: «Si alguien quisiere proseguir la batalla, la pluma me queda sana y volveré sin temor al combate»110. El Apologético lleva de hecho la controversia de las Soledades hasta una dimensión global y permite documentar la amplitud de la república de las letras imperial y comprobar una vez más el papel activo de la colonia en ese campo literario multilingüe. Libros de Madrid, París, Roma o Amberes, ideas de Virgilio, Santo Tomás, Pellicer o Pedro de Oña, tratados en latín, castellano o portugués alimentan un brillante escrito, que no por llegar tarde a Europa deja de ser un verdadero acierto en su concepción. El gongorismo que sobrevive a Góngora, máxime en América111, es una tentación de la oratoria sagrada112, un asunto polémico que todavía muerden algunos «teólogos modernos» (XII, § 123) y se convertirá pronto en una de las mayores galas de un Espinosa Medrano que aspira a ser Demóstenes indiano113 y Góngora de los declamadores114 en el Perú. Los autores de los preliminares, al imitar algunos estilemas gongorinos, dan buena fe de ello, siendo todos religiosos, seglares, franciscanos y de la orden de Alcántara. El joven catedrático de Artes y Teología cuzqueño aúna en el Apologético el rigor escolástico, la cultura humanista y el ingenio de la controversia, convirtiendo su tratado en una vitrina de su capacidad: un rasgo de sus centellas115 en el que reivindica su posición de Góngora peruano, como lo subrayan los preliminares:
Así vuestra Apologíaos ladea con Apolo,que como él pudiste soloresolver nieblas del día:con tan discreta armoníasutil vuestro ingenio hilóen ruecas de oro, que yo(viéndoos penetrar su esfera)con Pitágoras sintieraque su espíritu os dejó116.
Nuevo Góngora, pero también nuevo Tertuliano y Apuleyo, nuevo San Jerónimo contra un Domnio portugués, Espinosa Medrano se muestra en el Apologético como un autor erudito, lector del griego, el latín, el italiano, el portugués y el castellano, detractor de Galileo y Lipsio, heredero de León Pinelo, un verdadero humanista en suma, al tanto de las ideas y los textos más en boga en Lima, Madrid o Roma, que aprovecha la controversia para las más densas disquisiciones lógicas y las más certeras pullas. En esta vitrina de erudición, ingenio y elegancia, muestra al fin sus calidades literarias más admiradas, situándose en la república de las letras como heredero de un canon de autores compuesto por Garcilaso, Lope de Vega, Paravicino y Góngora.
9. Establecimiento del texto §
De la edición príncipe del Apologético se conservan ocho ejemplares conocidos, seis de los cuales en Estados-Unidos, otro en Perú y el último en el Reino Unido117. He podido consultar dos de estos testimonios, los de Nueva York y Cambridge, además del de Lima por vía de la edición facsímil de José Carlos González Boixo. No he apreciado diferencias entre estos tres ejemplares, más allá de la ausencia de un folio en el ejemplar limeño118, aunque no me ha sido posible cotejar íntegramente los tres testimonios. Por ello, entre los ejemplares íntegros que he consultado, he elegido el de la New York Public Library, por encontrarse en una biblioteca pública que me permite publicarlo reproducido junto a esta edición crítica.
He cotejado por tanto dos testimonios para el establecimiento del texto: uno de la primera edición del Apologético (Nueva York, NYPL) y otro de la segunda edición (Madrid, BNE). Se ha elegido A como texto base.
A: NYPL, KE 1662
B: BNE, R/1602
El testimonio B presenta numerosos errores que afectan tanto al texto como a las remisiones marginales. Las correcciones que aporta a A son mucho menos abundantes que las erratas que añade: estas enmiendas de B son principalmente las que se enumeran en la fe de erratas del propio A. Incluso en ese caso, B no las corrige sistemáticamente, como prueba el caso siguiente:
amebeo em. : ama beo AB [Enmienda consignada en la fe de erratas. El testimonio A trae una corrección manuscrita: amebeo.
O el siguiente:
Georgica em. : Georgia AB [Enmienda recogida en la fe de erratas. En el testimonio A encontramos la corrección manuscrita: Georgica.
Entre las demás enmiendas añadidas en B hay casos de lectio facilior, como cuando se cambia el título de Fulgencio Maldonado en la firma y el título de su censura, pese a que como miembro de la orden militar de San Juan merece el que trae A:
frey A : fray B
O también en el caso siguiente, en el f. b2r:
rudeza A : dureza B
En el prólogo Al lector hay sin embargo dos variantes de gran interés en las que B omite lugares de A:
y sino traen las alas del interes; pereçosamente nos visitan las cosas de España; A : om. B
Pero que puede auer bueno en las Indias? Que puede auer que contente a los Europeos, que desta suerte dudan? Satyros nos juzgan, Tritones nos presumen, que brutos de alma; en vano se alientan a desmentirnos mascaras de humanidad. Perdono lo que me cabe A : om. B
Los fragmentos omitidos en B son aquellos en los que Espinosa Medrano condena con mayor virulencia la desconsideración de los europeos o españoles hacia los criollos. Tales omisiones, que suavizan, censurándola, la vehemencia de El Lunarejo, concuerdan con la hipótesis de que la segunda edición se hizo sin supervisión del autor, post-mortem119, y con la intención de gustarle a un público español dentro de una campaña publicitaria en la que estos lugares de A podían haber sido mal recibidos.
Los datos textuales se corresponden por tanto con aquellos que nos aporta la documentación externa. Todo ello permite dibujar el stemma siguiente:
Ω
|
A
|
B
Los criterios de modernización que he seguido son los establecidos para el conjunto del proyecto Góngora. Las enmiendas se limitan a casos imprescindibles y se ha intentado respetar siempre la lección originaria. Como ya se ha dicho arriba, el lector podrá visualizar, en línea con el texto de la edición crítica, una reproducción fotográfica de A.
N.B.
Debo mi mayor gratitud a Mercedes Blanco por su ayuda en la traducción del latín, por sus inestimables revisiones y consejos, y por su siempre amistosa consideración por este trabajo. Idéntica gratitud merece Jaime Galbarro García, que tanto me ha ayudado compartiendo conmigo en todo momento su gran sabiduría y no menor entusiasmo. Conste también mi agradecimiento a Pedro Conde Parrado por su detallada y paciente revisión de esta edición, así como a todos aquellos que la han mejorado con sus consejos, noticias y rectificaciones, especialmente Florence d’Artois, Roland Béhar, Loann Berens, Luis Castellví Laukamp, Arthur Duhé, Muriel Elvira, Johanna Gautier, François-Xavier Guerry, Guillaume Lancereau, Sara Pezzini, Aude Plagnard y David Ruiz.
Retomando el séptimo verso de la Fábula de Polifemo a lo burlesco de Alonso de Castillo Solórzano, esta edición «dedico a vuestro cónclave discreto»120.
10. Bibliografía §
10.1 Obras hipotéticamente citadas o consultadas por el polemista §
Agustín, Santo, obispo de Hipona:
Alciato, Andrea:
Aldrete, Bernardo:
Alessandro Alessandri:
Apuleyo:
Aquino, Tomás de:
Aristófanes:
Aristóteles:
Barbosa, Augustino:
Battista Mantovano, Giovanni:
Boccalini, Traiano:
Caballero de Cabrera, Juan:
Camerarius, Joachim (1534-1598):
Cartari, Vicenzo:
Cats, Jacob:
Catulo:
Cervantes, Miguel de:
Cicerón:
Claudiano:
Clenardus, Nicolaus:
Collatius, Petrus Apollonius:
Conti, Natale:
Crisóstomo, Juan:
Del Río, Martín:
Erasmo de Rotterdam:
Faría y Sousa, Manuel de:
Folengo, Teófilo:
Góngora, Luis de:
Gracián, Baltasar:
Gregorio Magno:
Gregorio Nacianceno:
Heisterbach, Cesáreo de:
Herrera, Fernando de:
Homero:
Horacio:
Illescas, Gonzalo de:
Isidoro de Sevilla:
Jerónimo de Estridón, Santo:
Juvenal:
Juvenco:
Lactancio, Lucio Cecilio Firmiano:
López Pinciano, Alonso:
Lucrecio:
Marcial:
Mendoza, Alfonso de:
Molina, Luis de:
Nebrija, Antonio de:
Nicephorus, Callistus:
Nomexy, Nicolas de:
Ovidio:
Paravicino, Hortensio Félix:
Pellicer de Ossau y Tovar, José:
Pérez de Oliva, Fernán:
Petronio:
Pineda, Juan de:
Polo de Medina, Jacinto:
Pontanus, Jacobus:
Propercio:
Rouillé, Guillaume:
Ruperto de Deutz:
Sabinus, Georg:
Saint-Cher, Hugues de:
Salazar Mardones, Cristóbal:
Salcedo Coronel, García de:
Scaliger, Joseph Juste:
Schoonhoven, Florens:
Tácito:
Teócrito:
Teodoreto de Ciro:
Tibulo:
Torreblanca Villalpando, Francisco:
Turnebe, Adrien:
Tzetzes, Ioannes:
Valeriano, Pierio:
Vatable, François:
Vega Carpio, Lope de:
Virgilio:
Vulgata:
10.2 Obras citadas por el editor §
10.2.1 Manuscritos §
10.2.2 Impresos anteriores a 1800 §
Acosta, José de:
Agostini, Giuseppe:
Agustín, Santo, obispo de Hipona:
Alessandro Alessandri:
Aristóteles:
Basilio, Santo:
Brígida de Suecia, Santa:
Boccalini, Traiano:
Boil, Francisco:
Bravo de Paredes y Quiñones, Alonso:
Cabreros Avendaño, Antonio:
Cats, Jacob:
Catulo:
Caussin, Nicolás:
Cervantes, Miguel de:
Cicerón:
Claudiano:
Collatius, Petrus Apollonius:
Crinito, Pietro:
Crisóstomo, Juan:
Dionisio de Halicarnaso:
Domínguez Camargo, Hernando:
Faría y Sousa, Manuel:
Feijoo, Benito Jerónimo:
Ferrari, Giovanni Battista:
Gómez Manrique:
Granada, Luis de:
Gregorio Magno:
Gregorio Nacianceno:
Gruter, Jano:
Herrera, Fernando de:
Hidalgo, Juan:
Jáuregui, Juan de:
Jerónimo de Estridón, Santo:
Junio, Adriano:
Lactancio, Lucio Cecilio Firmiano:
León, Luis de:
León Pinelo, Diego de:
Lipsio, Justo:
Lucrecio:
Marcial, Marco Valerio:
Nebrija, Antonio de:
Nicephorus, Callistus:
Nomexy, Nicolas de:
Núñez de Guzmán, Hernán:
Oña, Pedro de:
Orozco y Covarrubias, Juan de:
Ovidio:
Palafox y Mendoza, Juan de:
Paravicino, Hortensio Félix:
Pellicer de Ossau y Tovar, José:
Pereira, Benedicto:
Pérez de Montalbán, Juan:
Pérez de Oliva, Fernán:
Petronio:
Plutarco:
Poliziano, Angelo:
Polman, Jean:
Quevedo, Francisco de:
Sabinus, Georg:
Saint-Cher, Hugues de:
Salas y Valdés, Agustín de:
Salazar y Castro, Luis de:
Salcedo Coronel, García de:
Salmerón, Alfonso:
Tácito:
Teócrito:
Teodoreto de Ciro:
Tiraqueau, André:
Valderrama, Pedro de:
Valeriano, Pierio:
Vatable, François:
Villalobos, Esteban de:
Virgilio:
10.2.3 Impresos posteriores a 1800 §
Acosta, José de:
Agustín, Santo, obispo de Hipona:
Aliberti Gaudioso, Filippa Maria y Gaudioso, Eraldo:
Alciato, Andrea:
Alonso, Dámaso:
Alonso Hernández, José Luis:
Alzieu, Pierre, Jammes, Roberto, y Lissorgues, Yvan:
Angevin, Raphaël:
Apuleyo:
Aquino, Tomás de:
Arasse, Daniel:
Arasse, Daniel y Tönnesmann, Andreas:
Arellano, Ignacio:
Aristóteles:
Asturias, Miguel Ángel:
Azaustre Galiana, Antonio:
Battista Mantovano, Giovanni:
Béhar, Roland:
Bénat-Tachot, Louise, Gruzinski, Serge, Jeanne, Boris:
Bérchez Castaño, Esteban:
Bermúdez, José Manuel:
Bienvenu, Gilles:
Blanco, Mercedes:
Boggione, Valter, Casalegno, Giovanni:
Bonilla Cerezo, Rafael:
Bouzy, Christian:
Brook, Timothy:
Budé, Guillaume:
Cacho Casal, Rodrigo:
Caro, Rodrigo:
Cascales, Francisco:
Castellví Laukamp, Luis:
Cayetano, Tomás de Vio:
Cayuela, Anne:
Cervantes, Miguel de:
Chamorro, María Inés:
Chartier, Roger:
Checa Cremades, Fernando:
Cicerón:
Claudiano, Claudio:
Clavelin, Maurice:
Conrad, Sebastian:
Corominas, Joan:
Cisneros, Luis Jaime:
Cisneros, Luis Jaime, Guibovich, Pedro:
Conde Parrado, Pedro y García Rodríguez, Javier:
Corte-Real, Jerónimo:
Crisóstomo, Juan:
Cugusi, Paolo:
Curcio Rufo, Quinto:
Damisch, Hubert:
Daza Somoano, Juan Manuel:
Deremetz, Alain:
Détienne, Marcel, Vernant, Jean-Pierre:
Dionisio de Halicarnaso:
Domínguez Camargo, Hernando:
Dou y de Bassols, Ramón Lázaro:
Dundas, Judith:
Eguiluz, Antonio:
Ennio:
Erasmo de Rotterdam:
Escandell Bonet, Bartolomé:
Espinosa Medrano, Juan de:
Esquivel y Navia, Diego de:
Esteban Martín, Luis Mariano:
Festa, Egidio:
Fouto, Catarina, Weiss, Julian:
Fredouille, Jean-Claude:
Fumaroli, Marc:
Galbarro García, Jaime:
Galilei, Galileo y Scheiner, Christoph:
Garcea, Alessandro:
Garcilaso de la Vega:
Gates, Eunice Joiner:
Góngora, Luis de:
González Echevarría, Roberto:
Gracián, Baltasar:
Gregorio Nacianceno:
Greene, Thomas M.:
Gregorio Magno:
Grimal, Pierre:
Gruzinski, Serge:
Guibovich, Pedro:
Guibovich, Pedro y Domínguez Faura, Nicanor:
Hamou, Philippe:
Heisterbach, Cesáreo de:
Heráclito (s. I):
Herrera Montero, Rafael:
Hesíodo:
Homero:
Hopkins Rodríguez, Eduardo:
Horacio:
Isidoro de Sevilla:
Itier, César:
Jammes, Robert:
Jauralde Pou, Pablo:
Jáuregui, Juan de:
Jeanne, Boris:
Juvenal:
Juvenco:
La Charité, Claude:
Labarre, Albert:
Labertit, André:
Lactancio:
Laercio, Diógenes:
Lalande:
Lara, Jaime:
Laurens, Pierre:
Lavallé, Bernard:
Lavocat, Françoise:
Licofrón:
Lohmann Villena, Guillermo:
López de Gómara, Francisco:
López Estrada, Francisco:
López Pinciano, Alonso:
López Poza, Sagrario:
Lucano:
Luciano:
Lucrecio:
Ly, Nadine:
Macrobio:
Mancera Rueda, Ana y Galbarro García, Jaime:
Marcial, Marco Valerio:
Martinengo, Alessandro:
Martínez, Francisco José:
Martínez, Miguel:
Medina, José Toribio:
Menéndez y Pelayo, Marcelino:
Migne, Jacques-Paul:
Moliner, María:
Morel, Philippe:
Moore, Charles B.:
Mujica Pinilla, Ramón:
Oña, Pedro de:
Pausanias:
Peñasco González, Sandra María:
Persio:
Plagnard, Aude:
Plagnard, Aude y Galbarro García, Jaime:
Plauto:
Plinio, el Viejo:
Plinio Cecilio Segundo:
Plutarco:
Polo de Medina, Jacinto:
Ponce Cárdenas, Jesús:
Pouderon, Bernard:
Ovidio:
Pacuvio:
Panofsky, Erwin:
Pantin, Isabelle:
Paravicino, Hortensio Félix:
Petronio:
Plutarco:
Pouncey, Lorene:
Propercio:
Prudencio:
Quintiliano:
Rabelais, François:
Ramírez Alvarado, María del Mar:
Rico, Francisco:
Ricoeur, Paul:
Robbins, Jeremy:
Rodríguez Garrido, José A.:
Rose, Sonia:
Roses, Joaquín:
Ruiz Soto, Héctor:
Saavedra Fajardo, Diego de:
Ruperto de Deutz:
Sabena, Julia:
Sabena, Julia, y Stein, Tadeo P.:
Sánchez Robayna, Andrés:
Schwartz, Lía:
Sedulio:
Séneca, Anneo L., el Viejo:
Servio:
Soriano Vallès, Alejandro:
Stok, Fabio, y Brugnoli, Giorgio:
Subrahmanyam, Sanjay:
Tácito, Cayo Cornelio:
Téllez, Jorge:
Tertuliano:
Terukina, Jorge L.:
Tibulo:
Trambaioli, Marcela:
Trazegnies, Ferdinand de:
Valerio Máximo:
Valladares Ramírez, Rafael:
Varrón:
Vázquez Siruela, Martín:
Vega Carpio, Lope de:
Vega Ramos, María José:
Vescovo, Pier Mario:
Vigenere, Blaise de:
Virgilio:
Vitulli, Juan:
Vitulli, Juan y Solodkow, David:
Vulgata:
V.V.A.A.:
Warburg, Aby:
Wilmart, André:
Zapata Fernández de la Hoz, Teresa:
Extremos etiam Phoebus deflectit ad Indos.
Apologético en favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España, contra Manuel de Faría y Sousa, caballero portugués. Que dedica al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro, duque conde de Olivares, etc. Su autor el doctor Juan de Espinosa Medrano, colegial real en el insigne seminario de San Antonio el Magno, catedrático de Artes y Sagrada Teología en él, cura rector de la santa iglesia catedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Perú en el Nuevo Mundo. Año 1662121. §
[f. []1v]Apologético en favor de don Luis de Góngora, príncipe de los poetas líricos de España122, contra Manuel de Faría y Sousa, caballero portugués, que dedica al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro, duque conde de Olivares, etc., su autor el doctor Juan de Espinosa Medrano, colegial real en el insigne seminario de San Antonio el Magno, catedrático de Artes y Sagrada Teología en él, cura rector de la santa iglesia catedral de la ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos del Perú123 en el Nuevo Mundo §
Con licencia. En Lima. En la imprenta de Juan de Quevedo y Zárate, Año de 1662.
[f. []2v]Muscae cum in oleo moriuntur ac putrescunt ipsius suauitatem corrumpunt; liuor autem ea, quae recta sunt, inficere quidem volet ille, sed non poterit; omnium enim rerum fortissima est veritas124.
D. Nazianz. orat. 13.
Preliminares §
Aprobación del muy reverendo padre fray Gonzalo Tenorio125 del orden de nuestro padre San Francisco, provincial que fue en las provincias de Lima §
Excelentísimo señor,
Por comisión de vuestra excelencia126 he visto el Apologético que el doctor don Juan de Espinosa Medrano compuso en favor de don Luis de Góngora y no hallo en él cosa que sea contra nuestra fe ni buenas costumbres, ni impedimento para su impresión. Vuestra excelencia hará lo que más convenga. En este convento de Jesús de Lima127, 16 de octubre de 1661 años.
Fray Gonzalo Tenorio
Licencia §
Concédesele la licencia que pide para que pueda imprimir el Apologético en favor de las obras de Don Luis de Góngora de que hizo demostración, constando tenerla del ordinario. Lima, 18 de octubre de 1661128.
Herrera
Aprobación del doctor don Juan de Montalvo129, racionero de la santa iglesia metropolitana de los Reyes130 §
Por comisión del señor doctor don Pedro de Villagómez131, provisor y vicario
general de este arzobispado, he visto este Apologético que en favor del
príncipe de líricos don Luis de
Góngora hizo el doctor don Juan de Espinosa Medrano, etc. Y aunque es
tan celebrado su nombre por las divinas y humanas letras que le adornan, en las
aprobaciones de maestros tan doctos se le aumenta crédito y grande estimación. Y si bien
la primera132 era suficiente para que la obra quedase acreditada, no tengo las otras
por superfluas, cuando aquella influye eficaz a la noticia de los autores de estasI y
todas concurren a una a la más clara noticia del autor133, cuyas calidades y estimables prendas quedan a todas luces examinadas
cuando tales maestros y doctores teólogos se ajustaron tanto, en el examen de este
discurso, a las condiciones y reglas que en los examinadores desea el padre , en el tomo I, in proemio operis de Spiritu Sanctu: «A viris
theologicis —dice el santo— expendendos ipsos literarum apices, ipsas literas et
syllabasII, nec dum vocesIII et orationes
»134, porque está tan
colmado de erudiciones y conceptos que el que por su dicha le leyere ha de ir advertido
del consejo de : «Oportet lectorem perspicacem esse
»135. Y ya deseo la
licencia que con justicia pide para que a todos conste esta verdad y se le ajuste lo que
a otro intento dice : «Nihil est in eo quod non luceat et
splendore suo mundum illuminet
»136. Este es mi parecer, salvo, etc137. Lima,
septiembre 20 de 1661.
Doctor don Juan de Montalvo
Licencia del ordinario §
El provisor de los Reyes138, etc. Por la presente doy licencia para que se pueda imprimir el libro intitulado Apologético en favor de don Luis de Góngora, por el doctor Juan de Espinosa Medrano, atento a que de la aprobación dada por el señor doctor don Juan de Montalvo, racionero de la santa iglesia catedral, consta no tener impedimento. Dada en los Reyes a 23 de diciembre de 1661.
Doctor don Pedro de Villagómez,
por mandado del señor provisor y vicario general,
Tomás de Paredes, notario público.
Censura del doctor don freyIV Fulgencio Maldonado139, del orden de San Juan, capellán de su majestad, protonotario apostólico y chantre de la santa iglesia catedral de la ciudad de Arequipa. §
En este hermosamente vago y docto Apologético he hallado, si no entera
la acreditada noticia de su autor, aumentada sí con su argumento. «Leoni mortuo insultant lepores
»140. No se le atreviera la
calumnia vivo al deliciosísimo e ingeniosísimo don Luis de Góngora, a aquel a quienV, en la general estimación de las naciones todas, cedió Apolo sus
laureles. ¿Y quién pudiera valiente defenderlos y conservarlos en sus sienes como el
doctor Juan de Espinosa
Medrano? Sujeto que (ayudado de perpetuas vigilias su caudaloso ingenio) ha
llegado a ser admiración de su patria dando a ver a la envidia, que desalumbrada suele
concitarse contra los hijos de ella (criollos los llaman con nombre de incógnita
etimología141), que donde crió Dios más quilatados y copiosos los tesoros de la
tierra, depositó también los ingenios del cielo142. Reprehender tan suave, enseñar tan sin rudezaVI,
gravedad tan no pesada, sutilezas tan no ligeras, decires tan floridos, censuras tan
modestas sin descaecer de lo robusto y picante de las apologías, ¿quién como el doctor
Juan de Espinosa
Medrano pudiera avenirlo?
Mal aprovechó aquel grande, aquel ameno, aquel erudito Manuel de Faría y Sousa el escarmiento del otro que pidió la inmortalidad de su fama al temerario incendio de un templo143. En fin los sujetos y materias grandes siempre se vieron sujetas a censuras mordaces: calumniosos émulos tuvo en sus Eneidas , no así en su Mosquito144. Todo es seguro, como docto todo en estos discursos; ni la fe tropieza, ni las costumbres padecen. Así siento en Arequipa, 1 de junio de 1660.
Doctor don freyVII Fulgencio Maldonado
Aprobación del doctor Alonso Bravo de Paredes y QuiñonesVIII145, rector de la iglesia parroquial de San Pedro de Quiquijana, vicario, juez eclesiástico de su distrito, comisario de la Santa Cruzada en él; visitador general del obispado del Cuzco y quondam146 catedrático de filosofía en el real colegio de Antonio el Grande §
Ejecuta mis deseos con precepto el señor doctor don Francisco Henríquez147, chantre de la santa iglesia catedral de la gran ciudad del
Cuzco, provisor y vicario general de su obispado, a que lea el Apologético en
defensa del príncipe de los poetas líricos de España don Luis de Góngora,
escrito por el doctor Juan de
Espinosa Medrano, colegial real y catedrático primario de Teología en el
ilustre colegio de San Antonio Abad; cuando, si no por méritos, por ruegos frecuentes
míos y favor singular de su merced, se había de introducir mi dicha a tamaña pretensión,
«indulgentiae scio istud esse, non iudicii
»1 Seneca epist. 45.148 (dijo ). Felicidad es suma ver en esta corta
patria un sujeto epílogo glorioso de muchos grandes.
Quae sparguntur in omnes
in te mixta fluunt et quae diuisa beatos
dijo 150 que yo lo
repito con experiencia y admiración del doctor Juan de Espinosa Medrano. Miro en este
argumento ya no las luces todas de este Demóstenes indiano: tienen estas otra
esfera mayor a que iluminar brillando, siendo usurero empleo de la atención en los
púlpitos151. Veo no el vuelo
entero de este fénix criollo remontarse con imperceptibles giros al Olimpo, siendo sutil
despertador de las águilas en la cátedra; un rasgo sí admiro de sus centellas152 que, siendo el menor que ha guiado su pluma153, líneas son de oro, en que sin
borrón, excediendo esta obra a su materia, «Materiam
superabat opus
»1 Ovid. lib. 2 Meta.X154, de nuevo se imprimirá
inofenso el nombre del lírico
poeta, a pesar rabioso155 del Crisis lusitano156,
apelativo que dio muy a pelo el griego Budeo a los que en oposición de la dulce
complacencia que el consejo de los dioses tuvo de haber fabricado a [f. b3r] Venus, idea suma de las perfecciones todas, no hallan más punto que
atildar en su belleza que ser sus sandalias un tilde o, cuando más, de pocos puntos,
«Sandalium habet nimis stridulum, et
argutum
»1 Budeus in Philolog.XI157. Crítico
será, y Momo, el que delira contra los ajustados pies de los cultos versos de Góngora, cuando la Fama con sonoros
estruendos de su bronce lo publica por príncipe sin segundo de la lira castellana.
Solo con avecindarse en el cielo y negar sus dilatadas ramas quiso el cedro intentar su
venganza de las fatigas con que le atormentaban los hombres. Consolole un espino que
ciñéndole los pies era fuerte guarnición y segura corona de sus plantas. Dícele que él,
vengativoXII, ensangrentará al que a él158 osado le hiriere. «Eritis, arbores, ab hominum iniuriis tutiores, si mecum commoretis
»1 Rovill.XIII in Histor. Plant.159. No se ciña, no desde hoy, don Luis de Góngora con el halagüeño laurel de Apolo:
sea ya su corona Espinosa, que si Espinosa es su literal escudo en Apologético heroico de tan
viva defensa, por consecuencia le teje la guirnalda espinosa: «Scuto bonae voluntatis coronasti eum
»1 Psal. 5 Sic Covarr.XIV embl. lib 1.XV cap. 32.160, cantó el Músico Rey por los que formaban la
diadema honrosa del presidio favorable161.
Mucho es lo que a este ingenio debe don Luis, pues con el alma que este doctor da a sus frases, a sus
sentencias y demás retóricos adornos, non solum sapit, sed
inebriat
1 August. [August. B : Adgust A] tract. 9 in Joan162. No solo es
apetitoso al paladar más desabrido, sino que embriaga dulcemente al ingenio más
hidrópico de erudición. Pero en más precisa obligación le reconoce esta escondida
América, siendo su ingenio, no el ensaye163 del oro y la plata que pródigas dan sus brutas peñas, de los grandes
talentos, sí, que produce el mineraje racional de sus hijos. Afianzan esta verdad notas
tan curiosas, impugnaciones tan acres, argumentos tan eruditos, con que ilustra el autor
esta obra sin faltar a las de la piedad, que es la vida de nuestra fe. Con que juzgo que
se le puede y debe dar la licenciaXVI que para imprimirle pide. Cuzco y
junio 8 de 1660.
Doctor Alonso Bravo de Paredes y QuiñonesXVII.
Censura del muy reverendo padre fray Miguel de Quiñones164, catedrático de prima, guardián y regente de los estudios del convento de nuestro padre San Francisco de la ciudad del Cuzco. §
Por mandado del señor doctor don Francisco Henríquez165, chantre de la santa iglesia catedral de la ciudad del Cuzco, provisor y vicario general de todo su obispado, vi este tratado Apologético que en defensa de las obras de nuestro insigne castellano don Luis de Góngora ha hecho el doctor Juan de Espinosa Medrano, y no hallo en él cosa contra nuestra santa fe católica, porque es obra de un gran teólogo, ni contra las buenas costumbres, porque la hace quien desde niño las ama; muchas sí de grande ingenio y letras, de tantas que con toda perfección profesa, con crédito grande de nuestros desesperados climas para ultramarinos pechos166. Responde a todas las objeciones de Faría con ingenio, elocuencia y erudición, y tiene ingenio para más elocuencia y erudición. Claro es que no es esto todo lo que sabe, aunque es bastante índice de lo mucho que sabe. Más pudo Dios hacer que al hombre, pero el hombre es crédito de lo mucho que puede, porque es el mundo pequeño, que contiene las perfecciones del grande167. Un mundo hay en este breve tratado de curiosidades de ingenio, pero es, el mundo menor, crédito del mayor que en su ingenio le queda168. Habla elocuente, arguye fuerte, parece que habla Góngora y que responde. El ofendido, sin leer al que defiende, puede señalar sus agravios en lo que obra. ¿Luego el ofendido responde169? ¡Oh qué grande elocuencia! Porque son aun las señas con el agravio elocuentes en un mudo: el calor de una ofensa suele dictarle, si no términos a la lengua, sangre sí a los ojos, con que o explique su inocencia o se satisfaga de la ofensa. Juzgo que aunque respondiera don Luis con la misma verdad, porque es toda su alma, mas no con el mismo calor del pecho, remitiérase magnánimo a lo queXVIII 170 en la misma ocasión de calumnia.
Lector et auditor nostros probat, Aule, libellos,
sed quidam exactos esse poeta negat.
[f. b4r] non nimium curo, nam coenae fercula nostrae
Pero si la magnanimidad mira el desprecio de las afrentas injustasXX, el celo prudente no debe acreditar con el silencio falsedades, porque cobran fuerzas de verdad sin la satisfacción las calumnias. Contra las cenizas frías de un castellano insigne tiende sus banderas un portugués valiente, quizá fiado en que estaban ya frías; pena común de los poetas, se lamenta el mismo:
Viventi decus atque sentienti
rari post cineres habent poetae172
Pero podía temer que si fueron cenizas del fénix de los ingenios castellanos, de ellas mismas saldría otro fénix de ingenio que le llene las medidas. Gustaba Faría de la miel de nuestro Góngora y pudiera no haberle ajado las flores, si hablara más con razón de poeta que con enemiga portuguesa173. Una gota del electro castigó en lucida cárcel y dulce sepulcro a una abeja, que maltrató muchas flores por beberles la dulzura: ¡oh qué honrada muerte!, digna de la ocupación de tal vida, y juzgo conforme a lo que ella misma escogiera. Dijo :
Et latet et lucet PhaetontideXXIcondita
gutta,
ut videatur apis nectare clausa suo.
Dignum tantorum pretium tulit illa laborum,
credibile est ipsam sic voluisse mori.2
Marcial
174
Las mejores flores de los hesperios jardines maltrató Faría, quizá por beberle la miel; pero de la flor de los ingenios le ha caído sola una gota, en que tienen sus injurias lucida cárcel, dulce sepulcro, muerte honrada: juzgo que la misma que él cuando le lea escoja por digno premio de sus trabajos, pues tan felizmente ve acabadas en el mismo néctar de su ocupación gustosa las calumnias de don Luis; yo no hallo alguna en esta obra, por que no merezca la imprenta; muchas razones sí, porque todos la esperan. Esto es lo que siento, etc. En este convento de nuestro padre San Francisco de la ciudad del Cuzco, en 10 días del mes de junio de 1660.
Fray Miguel de Quiñones
Licencia del Ordinario. §
El provisor y gobernador del Cuzco y su obispado, etc., por lo que toca a la jurisdicción del ordinario, dio licencia para que se pueda imprimir este Apologético, atento a las aprobaciones de suso. Cuzco, catorce de junio de mil y seiscientos y sesenta.
Doctor don Francisco Henríquez175
Ante mí,
Alonso DíazXXII Haldon, notario público.
De don Francisco de Valverde Maldonado y Jaraba176, caballero del orden de Alcántara, vecino feudatario de la ciudad del Cuzco y discípulo del autor en Sagrada Teología. Décimas. §
De don Diego de Loaysa y Zárate182, caballero del Orden de Alcántara, alcalde ordinario, vecino feudatario de la ciudad del Cuzco y discípulo del autor. Espinelas. §
Del licenciado don Bernabé Gascón Riquelme193, presbítero, colegial del insigne seminario de la ciudad del Cuzco. §
Magistri Joannis de Lyra197, praeceptori suo, in laudem Apologetici. Epigramma. §
Magister Franciscus López Mejía200, Antonianus collega, sacrae theologiae professor, in laudem Apologetici a magistro suo praeclare editi201. §
Erratas207. §
Enmienda, lector, con pluma estos renglones, que no es justo que sobre los míos me acumules yerros de la imprenta. Son notados de barbaridad en España los indianos y será esforzar la calumnia no barrerle aun los indicios a esta sospecha208.
Al excelentísimo señor don Luis Méndez de Haro209, duque conde de Olivares, etc., Alcides del firmamento católico210, delicias del orbe español, padre de la patria, príncipe de la paz. §
Mucho padrino es vuestra excelencia, príncipe excelentísimo, para que mi pequeñez aspire a su patrocinio; pero menester es que sea tan grande si ha de llegar su sombra hasta el otro mundo. Acá llegan las luces de su valor, prudencia, rectitud, magnificencia y benignidad: hechizo que pudiera contentarse ciñendo su actividad a la esfera de toda esa Europa, pero pasa, arrebatando poderosamente las veneraciones, a inundar nuevos climas con la fragancia de tan [f. c3v] glorioso nombre. Orlen en hora buena trozos de cadenas rotas o eslabones desengazados211 las armas de vuestra excelencia, que a lazos de más suave prisión tiene entregados esta monarquía los cuellos212; y rómpanse, porque no necesite de cadenas quien cautiva con las virtudes.
Humillado escucha el orbe el nombre de Filipo, que Dios guarde, y saludándole por tantos títulos grande, vemos que bastaba para serlo tener por peaña de su celsitud vasallo de este tamaño: que Alejandro no fuera cumplidamente Magno, a faltarle entre la opulencia de sus imperios la amable confidencia de su Hefestión, ni a Darío dio más fama la innumerable potencia de sus ejércitos que la suave fidelidad de su Zopiro213. Vuestra excelencia supo merecerse la gracia de nuestro monarca con créditos tales que nos deja considerar que menos que en tantos méritos no se desahogara voluntad tan soberana. Séanos lícito estimar lo que ella quiere y adorar lo que ella estima, que, para enmudecer a toda la elocuencia, basta saber que estos elogios nadie sino la Real complacencia acierta a significarlos. Gloríese España de haber entre los Haros producido el ramo de oro, que en tan calamitosa edad vuelve a renovar tan dorados siglos como los que hoy goza, ceñida de victoriales palmas la guerra, coronada de fructíferas delicias la paz. [f. c4r]
Dígalo, armada
de paz su diestra, díganlo trepando
Celebre Francia las que florecen hoy en dulce vínculo de ambas coronas, pues debe a vuestra excelencia el que Austria aspirase el suavísimo austro para fecundidad de los franceses lirios215. Con tal Mercurio216 ha vuéltose la guerra en copia217, en concordia el furor, las armas en júbilos, el horrorXXIV en gozo y en serenidad las iras.
Solía la antigüedad de España enviar sus caduceatores218 a establecer la paz,
no con ramos de oliva, ni con guirnaldas de verbena, símbolos que ostentaron griega y
romana milicia, pero con los legados que envió a Marcelo exhibió por caduceo y oliva la
piel de un lobo. «De quibusdam Hispaniae populis legitur
—dice Cartario Cartarius in Mercur. de imag. Deor.
fol. 211.— qui legatos ad Marcellum pro venia ac pace impetranda miserunt,
eos lupi pellem pro caduceo aut olea vel verbena praetulisse
»219. Profecía fue esta que la
ancianidad española se vaticinó, anunciando la presente felicidad, pues para la paz más
importante del mundo no se ha enviado el caduceo que enrosque la sierpe de los Guzmanes,
ni los pacíficos ramos de Olivares, porque no hay más caduceo ni oliva que los lobos
que, en el real escudo de los Haros, anuncian prosperidades no fieros, sino leales; no
truculentos, [f. c4v] sino pacíficos: «Pro pace impetranda
miserunt lupi pellem pro caduceo aut olea
». Florezca pues la paz, cedan las
armas, serénense las musas y abrigue las letras el escudo de tan hermosas fieras220, que si vuestra excelencia es el Apolo que las fomenta,
cierto es que por insignia de sus grandezas escogió lobos el mismo Apolo, árbitro de las
artes, padre de las musas. «Sane aliquot in signis
Apollinis lupos adscultos videas
» Pierius
Valer. Hierog.XXV lib. 11. cap. 2.221.
A semejante caso debió Gelón siracusano sus fortunas: precedió a su prosperidad este portento. Cursando estaba la academia con sus condiscípulos, cuando entrándose al general222 intrépidamente un robustísimo lobo, le quitó los cuadernos de la mano; siguiole sin asombro Gelón223 y yo sigo con veneración esas que la Cantabria procreó, augustas y valentísimas fieras, que si con violencia me arrebatan hoy este papel, con gusto le consagro a los blasones224 de vuestra excelencia; llévensele en hora buena, que con cuadernos o tomos de más serios estudios desempeñaré las deudas de haberme honrado estos borrones225. Discúlpeme haber pensado en que si el docto y feliz intérprete don García Coronel dedicó a vuestra excelencia los Comentarios sobre Góngora, también se le debían las defensas de aquel gran poeta226.
A los príncipes grandes suelen presentarse las [f. d1r] aves peregrinas, los pájaros que crió región remota227: una pluma del orbe indiano se abate a los pies de vuestra excelencia, no de vuelo tan humilde que por lo menos no ha salvado el Antártico mar y el Gaditano228; a tributar llega siquiera esta gota al inmenso océano de sus glorias, océano que jamás encresparon las espumas de la elación229, ni alborotarán huracanes de envidia tempestuosa. Seguro vive vuestra excelencia en la altísima serenidad que ocupa, que si ese asiento le ha de gozar quien le merezca, ¿quién ha de ser sino vuestra excelencia, que ha podido dejar su virtud atrás los límites de la emulación, desahuciando los últimos esfuerzos de la envidia?
Solus hic inuidiae fines virtute reliquit
Porque, ¿quién podrá despecharse de que ardan lucidamente eternidades los astros, de que Júpiter empuñe por cetro el rayo, de que Febo sea príncipe universal de la sabiduría?
Quis enim liuescere possit
quod numquan pereant stellae, quod Iuppiter olim
possideat coelum, quod nouerit omnia Phoebus?231
También tienen los méritos grandes cierto sagrado en su misma sublimidad, ciertos linderos y espacios exentos, adonde jamás arribaron los ímpetus de la envidia más poderosa.
Est aliquod meriti spatium, quod nulla furentis
En esta cumbre tienen colocado a vuestra excelencia sus ínclitas prendas, y en esa le deseamos eternizado los que en tan remoto hemisferio vivimos, distantes del corazón de la monarquía, poco alentados del calor preciso con que viven las letras y se animan los ingenios233, contentándonos con saludarle siquiera con los afectos. Guarde Dios a vuestra excelencia como puede y se lo suplico. Cuzco y febrero 20 de 1662234.
Señor.
Capellán de vuestra excelencia,
Doctor Juan de Espinosa Medrano.
Al lector §
En la palestra nos ves, lector mío, pero en palestra de entendimientos: peléase aquí entre estos límites, sin que pase el desidio235 a la voluntad. Hombre es de crédito mi antagonista, que hace glorioso el triunfo la valentía del enemigo236.
No te pido favorezcas este Apologético, porque no habrá hombre docto a quien don Luis de Góngora no le haya merecido el que mire con afección pía sus causas. Si eres lego te ahorro el que me aplaudas, porque no quiero, y me excuso el que me lastimes, porque no siento. Tarde parece que salgo a esta empresa, pero vivimos muy lejos los criollos y, si no traen las alas del interés, perezosamente nos visitan las cosas de España; además queXXVII cuando Manuel de Faría pronunció su censura, Góngora era muerto y yo no había nacido237. Si alguien quisiere proseguir la batalla, la pluma me queda sana y volveré sin temor al combate. Ya ves cuán poco me va en defender a quien aun sus paisanos desamparan, pero dicen que es linaje de generosidad reñir las pendencias de los buenos.
Si al duque, mi señor y mecenas de este papel, no desagradareXXVIII esta ofrenda
humilde, tenme por animado a mayores empresas. Ocios son estos que me permiten estudios
más severos238. Pero, “¿qué puede haber bueno en las Indias?”. ¿Qué puede
haber que contente a los europeos, que de esta suerte dudan? Sátiros nos juzgan,
tritones nos presumen, que, brutos de alma, en vano se alientan a desmentirnos máscaras
de [f. d2v] humanidad239. Perdono lo que me cabe, no me atrevo al desengañoXXIX. Embargo sí las estimaciones: harto es
que hablemos, mucho valdría papagayo que tanto parlase, pero sucédenos lo que al de
Augusto César. «Oleum et operam perdidi
»240, Dios te guarde, etc.
Catálogo de los escritores que autorizan este Apologético. §
San Alchimo, Alciato, Alfonso de Mendoza, Antonio Verderio, don Antonio de Solís, don Antonio Cabreros, Apolonio, Acquario Lodola, Ambrosio de Morales, Alvar Gómez, Apuleyo, Aretino, Aristóteles, Aristófanes, Ascensio, Asclepíades, san Augustín, Alejandre de Alejandro, Barbosa, Bartolomé Leonardo, Beroaldo, Brodeo, Biblia Sacra, Baptista Mantuano, Camões, Claudiano, Claudio Minoe, Cartario, Camerario241, Catsio, Cervantes, Clenardo, san Crisóstomo, Cicerón, Coronel, Cabrera, Crinito, Cornelio Tácito, san Cipriano, Cesario Cisterciense, Donato, Durancio, Del RioXXX, Erasmo242, Escalígero243, Faría, don Félix de Arteaga, Festo, Góngora, Glosa, Gilberto Cognato244, García de Loayza, Galeotto Marcio, san Gregorio Magno, Georgio Sabino245, san Jerónimo, Garcilaso, Gregorio Silvestre, Halicarnaseo, Horacio Flaco, Hadriano Junio246, Herrera, Homero, Hugo Cardenal, san Isidoro, Juvenco, [f. d3v] Juvenal, Julio Cándido, Juan de Mena, Illescas, Jacobo Pontano, Joan Grial, Lactancio Firmiano, Lelio Tifernate, Lorenzo Gracián, Lucrecio, Lucano, Lope de Vega, Luis Vives, Laurencio Valla, Luis Barahona, Merlín Cocayo, Marcial, Macrobio, Marco Antonio Mureto, MolinaXXXI el Teólogo, Matías Hauzeur, Natal Cómite, Nicéforo, Nebrisense, Nicolás de Albiz, Ovidio Nasón, Hortensio Paravicino, Ferécides, Pacuvio, Pausanias, Pinciano, Propercio, Prudencio, Pedro de Oña, Pedro de BustamanteXXXII, Plinio Mayor, Plinio Menor, Plutarco, Pellicer, Pineda, Persio, Petronio Árbitro, Promptuario delle medaglie, Plauto, Pierio Valeriano, Quintiliano, san Ruperto Abad, Servio, Sedulio, Sousa traductor del Bocal247, Teócrito, Tibulo, Teodoreto, Tertuliano, santo Tomás de Aquino, Turnebo, Tucca, Tzetzes, Tomás Tamayo, Trajano Boccalini, Virgilio, Varrón, Vatablo, Varo, Valerio Máximo, Villalpando, Cerda.
Apologético en favor de don Luis de Góngora, Príncipe de los Poetas Líricos de España §
Apologético en favor de don Luis de Góngora, Príncipe de los Poetas Líricos de España
Sección I §
1248. Pensión de las luces del ingenio fue siempre excitar envidias que muerdan, ignorancias que ladren. Iras entrañables delineó en el natural canino, que al orbe luminoso de la Luna, en la nocturna carrera de sus resplandores, rabiosoXXXIII embiste, enfurecido ladra, mas como ve su figura en el celeste espejo retratada (dice el poeta) parécele que traba rifas249 con su semejante250. Pero sordo a tan importunas voces prosigue el cándido planeta el volante lucimiento de sus rayos Alciat. Embl. 144XXXIV:
Et latrat, sed frustra agitur vox irrita ventis,
Bien puede el ingenio docto brillar elevado en los cuernos de la Luna, que al desatino
de la envidia poco le contenta lo ilustre, cuando le asombra lo soberano. Hay algunos
hombres no ignorantes, pero ni doctos, sino eruditos a lo sátiro, medio necios y todo
locos252, que
con arrojo (iba a decir desvergüenza) censuran, muerden y lastiman las venerables letras
de los varones más insignes. Canes llamó a estos , que voceando al argentado carro
de la Luna, nos dicen que el condenar los aciertos que no podrán imitar es ladrido que
amotina contra la doctitud el desvanecimiento. No hay que culpar a los totalmente
ignorantes, que esta osadía no la cometen, sino los que llama sabidillos. «Solet excitari a quibusdam sciolis in viros doctos, quos cum imitari
nequeant, iis obloqui non verentur, quo sensu accipio illud Alciati: Allatrant; sed
frustra agitur vox irrita ventis, et peragit cursus surda Diana suos
» Gilbert Cognat. Cent 5. adag. 453.253. Que bien dijo un discreto que no temía a los
muy doctos ni a los muy ignorantes en la censura, porque la generosidad de aquellos
perdonaba y la confusión de aquestos no ofendía. Los entreverados son los bachilleres,
mordaces y presumidos. Líbreos Dios de quien con su poco de latín leyó cuatro poetas,
dos historiadores, un cosmógrafo y medio teólogo, que no le ha de quedar autor que no
margene254, poeta que no muerda,
escritor que no lastime. ¡Oh desventura de gramáticos! ¡Que luego se ha de apoderar de
ellos la jactancia y la hinchazón! Tal vez reventaron en errores pestíferos: llórenlo
, , , , , 255, etc.; y tal vez fue menester que el doctor de
las Españas nos
dijese: «Meliores esse grammaticos quam
haereticos
» D.XXXV Isido. Sent. lib. 3. Cap.
13.256, que eran mejores que los herejes los gramáticos. En verdad, que
debía de haber alguna confusión entre ellos, pues fue menester toda esa advertencia, mas
como unos y otros son hijos de la vanidad y elación, parécense en la facilidad de
condenar, como en la progenie del presumir. «Quia ingerunt
hominibus perniciosam mentis elationem
»257. Sobre esta cláusula su ilustrador258
GarsiamXXXVI de Loaisa ibidem. dio las
señas de este linaje de hombres: «Grammaticos vocat hic
Aristarchos illos qui sibi de omni doctrina iudicium vendicabant, censores doctrinae
et styli, quorum et inanem tumorem repraehendit Augustinus Augustinus.XXXVII libro de catechizandis rudibus
»259. Estos son los aristarcos260 que con vara censoria se arrogan el tribunal de todas
las letras: árbitros de toda doctrina, censores de todo estilo. Luna fue
esplendidísimaXXXVIII el
insigne y raro poeta cordobésXXXIX don Luis de Góngora, si es que el ser sol se quedó sólo,
a juicio del mundo, para el mismo Apolo, pues heredero de sus luces resplandece en el
tenebroso siglo de tanto culto, planeta mayorazgo del sol, que en la plenitud de sus
esplendores nunca le advierte corvo sino quien menguante de seso anduviere con la
Luna261.
2. No sé qué Furia se apoderó de Manuel de Faría y Sousa para que, de
comentador de , se pasase a
ladrador de Góngora: pudiera
este fidalgo262 correr su estadio y proseguir su estudio, sin enturbiar con polvo tan
ruin el honrado sudor de su fatiga263. Vileza es del ingenio no acertar con los fines del aplauso sino
tropezando en los medios de algún descrédito. Vituperar las musas de Góngora no es comentar la
Lusíada de XL. Morder para [f. 2r] pulir beneficio es de lima; morder por solo roer hazaña será de perro264.
Cuando al libro le haga bueno la erudición propia, nunca le hace ni aun razonable el
deslucimiento ajeno. De don Luis de
Góngora nadie dijo mal, sino o quien le envidia o no le entiende. Si esto
último es culpa, pendencia tienen que reñir con el sol muchos ciegos. Nunca dijo mayor
verdad Manuel de
Faría que cuando escribió estos renglones: «Yo me
obligo que no está fácil la respuesta para muchos que quieren fácilmente entender y
juzgar a los grandes hombres, de que resulta que ni los entienden ni los veneran como
les es debido
» CantoXLI 2. sed tan.
112 fol. 551.265. Bien dicho, pero cógele de medio a medio: pues si Góngora es varón grande, a pesar
suyo, ¿de qué puede nacer no venerarle debidamente, si no le disculpa lo craso de no
entenderle? Pero yo mejor siento del ingenio de Faría: no faltó conocimiento, sobró sí
envidia, que herido de esta peste se confiesa el pobre caballero cuando hablando de su
poeta dijo: «Verdaderamente me hallo con envidia de que don Luis de
Góngora se le haya parecido tanto en esta gracia y aventajádoseXLII en la copia
» Fol.
49266.
Gentil confesión para que le creamos cuanto delira: sentencia que dictó la emulación,
¿qué equidad puede prometer? Muy de garnacha267 y magistrado llama a juicio a
quienes no le temieran crítico, pero le despreciaran aprendiz. Quién le dio a Faría la vara censoria para
que, loco o desvanecido, publique exámenes a su juicio y hecho asesor de Apolo, oráculo
de las Musas, árbitro del Parnaso, prorrumpa en esta bobería diciendo: «Hablo habiéndolos examinado a todos para esta sentencia, que yo confío
aprobará el mismo Apolo, porque la di después de haber revuelto todos los textos de
las Musas, porXLIII no parecerme a los que sin examen se hacen jueces
» Tom. 1. fol. 541.268. ¡Qué buenos cascos! Si don Quijote
lograra el imperio, o Sancho la ínsula269, no se toparan presidente más a propósito. Todo el
comento de Camões le hallo sembrado de estas vanidades, alabanzas propias,
fanfarronerías, roncas270, filaucías271, desvanecimientos y vanaglorias; ya es consulto
del mismo Apolo, ya es águila Fol. 540XLIV
que, registrando el menor rizo a las guedejas del sol, arroja en sus exámenes los
adulterinos pollos del nido272, ya es universal maestro, que enseña a entender lo que nadie, sino
él, llegó ni pudo pensar, ya enseña, ya corrige, ya castiga: ¡salve tú, o maestro
insigne, por ventura hallado, por felicidad venido! Gloríese el mundo de haber merecido
un hombre (como dijo contra otro habladorazo) un hombre, digo, [f. 2v] sin preceptores perfecto, que supo ventajosamenteXLV
exceder en la elocuencia a , en
la argucia a , en la
prudencia a , en la erudición a
, en los libros a
273, en las escrituras
a 274, vencedor ilustre de todos los escritores de su edad. «Inventus est homo sine praeceptore perfectus, qui elocuentia
Tullium, argumentis Aristotelem, prudentia Platonem, eruditione Aristarchum,
multitudine librorum Calcentherum, Dydimum scientia Scripturarum, omnesque sui
temporis vincat tractatores
» D. Hieron.
Apolog. ad Domnio. tom. 2. epist.XLVI275. Faría por lo menos así se sueña, según juzga; y así se pinta, según
condena. Atreviose al fin a dar la más impía, soez y afrentosa sentencia contra
el mayor poeta de nuestros
siglos, condenándole no menos que a «Mahoma de los
ingenios
»276: pero como no descuide el cielo de la
tutela de tan divinos cisnes, como cantó ,
Nam diuum servat tutela poetas Tibullus lib. 2. eleg. 5..277
No falta quien repare verificado el adagio «sus
Minervam
»278, viendo al marrano adiestrandoXLVII a Minerva, y perdonadas
las orejas que mereció Midas279 por censura quizás menos necia. Véanse los procesos, salga a luz
esta iniquidad, examínese el dictamen y desengáñese el mundo: verá frívolas, vanas y
ridículas las razones que bastaron a convencer un ingenio no sé si más apasionado que
desvanecido. Propondránse primero sus palabras y responderá luego el
Apologético.
Manuel de Faría. § I. §
«No puedo contenerme que no diga en tan buena ocasión que
hallándome a donde se habló de esto en presencia de algunos sujetos, de los que tienen
medio pie en los tribunales y medio en el Parnaso y el otro en el aire, asentaron que
don Luis de Góngora
solamente era poeta, resolución que bien parece de quien no estaba asentado, sino muy
aprisaXLVIII y con los pies como ahí dijimos. Apretándoles por el lugar o
lugares, o misterio o juicio o alma poética en que lo fundaban, concurrieron (uno de
ellos el más nuevo, siendo más viejo con pertinacia) en que aquel hipérbaton y ese
otro hipérbaton. De manera que en la opinión de estos toda la alteza [f. 3r] poética con que don
Luis escurece a todos es el hipérbaton o sínquisis, que viene a ser esto
de en este lugar280 y pocos281
más, y en don Luis esto
que se sigue:
“Rico de cuantos la agua engendra bienes282.
Dulce ya concediéndole risueña
A la del viento cuando no sea cama
Marino, si agradable no instrumento.286
A las, que esta montaña engendra harpías.287
Viendo el fiero pastor voces él tantas,
Y tantas despidió la honda piedras.288
Si mucho poco mapa las despliega289
A las que tanto mar dividió playas.290
Tantas del primer atrevimiento señas.291
El fresco de los Céfiros ruido.
El verde de los árboles celaje292.
Mientras el viejo tanta acusa tea
Al de las bodas Dios no alguna sea
De nocturno Faetón carroza293
Apologético. Sección II §
3. No me persuado a que hubiese sucedido esta conferencia con los juristas que este sicofanta296 refiere; introdúcela él por ocasionar su juicio, porque aunque él dice que tenían medio pie en el Parnaso, pudo entender que solo quien tiene todos cuatro allá (si a su contacto manaron las aguas cabalinas297) pudo haber dado sentencia tan caballina, y porque medio pie en el Parnaso basta para saber lo que son hiperbatones y que la alteza poética no puede consistir en sólo el uso de este tropo, que eso fuera necedad. Dirían que en usarlos tenía don Luis peculiar felicidad que no alcanzaron cuantos poetas ha producido España y que, dejado aparte el gloriosísimo caudal de conceptos, historias, alusiones, vivezas, metáforas y demás ornamentos poéticos, excedía a todos en la grandeza y audacia de hacer caber las hipérbases latinas en nuestro [f. 3v] idioma con tanta gracia que ni antes remedó a otro, ni después habrá quien le imite alguno. Y esto es pura verdad y juicio irrefragable, como después probaremos tratando de los hiperbatones difusamente.
4. Dice que les apretó a que le dijesen los misterios, juicio y alma poética de
Góngora y ellos le dieron
con los hiperbatones. No creo tal, pero, ¿quién le dijo a Manuel Faría que los poetas y escritores del
siglo habían de tener misterios? ¿O cuándo los halló en su ? Debe de querer que una octava rima tenga los sentidos
de la Escritura, o que en la corteza de la letra esconda, como cláusula canónica, otros
arcanos recónditos, sacramentos abstrusos, misterios inefables. Sabido es que en eso se
distingue la escritura humana y poesía secular de la revelada y teológica: que esta
embozandoLI misterios descoge humildes las cláusulas y llano el estilo, y
aquella, toda adorno de dicciones, toda pompa de palabras, toda aliño de elocuencias,
yace vana, hueca, vacía y sin corazón de misterio alguno. Pues decía el 298 viendo la opulencia de sacramentos que en tiestos de vocablos
sin adorno ocultaban las Escrituras sagradas: tenemos el tesoro en
frágiles vasos de barro299; cuando al contrario toda la majestad de las
letras seculares consiste en tener los tiestos en el alma y el oropel de fuera. «Exterius verborum eloquentia nitent —dijo Isidoro—, interius
vacua virtutis sapientia manent; eloquentia autem sacra exterius incompta verbis
apparet; intrinsecus autem mysteriorum sapientia fulget, unde et apostolus: Habemus,
inquit, thesaurum istum in vasis fictilibus
» Isidoro senten. lib. 3. cap.LII 13.300.
5. Pues si toda la alma poética consiste en poco más que nada, que será una alusión a historia, costumbre o fábulaLIII, o en un equívoco, en una sal, en un concepto de donaire o gracia, en un viso a la física o política, en una conformidad de dicciones con el asunto301. Como cuando hacen milagros de que expresó en la celeridad de los pies dáctilos la velocidad con que habían de hacer la fuga los troyanos para escapar de la ferocidad de Polifemo en el 3º de su Eneida.
Sed fugite o miseri, fugite, atque ab littore funem
O cuando encarecen lo tranquilo y sosegado de los espondeos con que denotó el poeta la mesura y quietud con que respondió el rey Latino.
[f. 4r] Admiraciones hacía cuando le vio acabar un verso diciendo: «Exiguus mus
»304. Porque con lo menudo de aquel monosílabo expresó la tenuidad y
pequeñez del ratoncillo, maestría que imitó después Horatius in Arte
Poet.LVI en su «ridiculus mus
»305306. Pues si estas y otras vivezas que
, y otros idólatras de
Virgilio307 subliman a las estrellas son los asombros de la poesía, ¿qué misterios
buscaba Faría en los
versos de Góngora? ¿O cuándo
han hablado misterios los poetas, sino los profetas? Mas Faría estaba hecho a comentar a su , profeta grande, como él lo dice,
achacándole notables vaticinios y entre ellos la expediciónLVII para el África,
adivinada alLVIII rey don Sebastián aún en
la cuna: dícelo Faría, canto 9, fol. 36 y 37308. No sé qué desdicha se tiene el don
profético que no hay poeta, por desventurado y ridículo que sea, a quienLIX no tengan
por unLX Oseas309. Hasta de Merlin Cocai., príncipe de
los macarrónicos, dice que vaticinó grandes cosas y entre ellas el pontificado de León
Décimo y Julio Tercero. «Super omnes quae in ipso fuerant
virtutes propheticum habuit spiritum, nam de pontificatu Iulii et Leonis praedixit
deque Gonzagarum foelicitate diversorumque nobilium suae civitatis Acquarius in Laud. Merl. ad Zanitonella.LXI310»
. Mas nuestro Góngora, aunque era vates por lo
poético, no lo era en lo adivino, con que se excusará el haber de exhibir misterios para
calificarse de poeta.
6. Alma poética dice Faría también que les pidió en Góngora311: así suelen llamar la alegoría, que tramando la
invención épica sirve de fundamento al poema heroico312; mas habiendo empleádose el espíritu
de don Luis en lo erótico y
lírico, ¿qué mayor necedad que pedir esta alma en sus obras? Mas si alma llamó las
centellas del ardor intelectivo con que lucidamente animó313 tan
divino canto, mil almas tiene cada verso suyo, cada concepto mil vivezas314. Bien lo significó aquel gran jurisconsulto,
diciendo: «Nadie consiguió estoLXII como don Luis de Góngora, honra
de su patria y lustre de su nación: pues cada verso es una sentencia y cada palabra
una historia, etc.
» L. D. P. de Bustamante,
in censura ad Coment. GongoraLXIII tom. 2.315. Además, que cuando tuviera aquella alma poética (que como
digo no es menester sino en poema heroico), no todos la podrían demostrar, porque no
todos merecen raptos, éxtasis y arrobos en que sus poetas les aparezcan, glorificados, a
revelarles sus almas, como a Faría sucedió. ¡Qué necedad tan ridícula! Él cuenta esta visión o delirio
de su vanidad en el canto 10, fol. 421, [f. 4v] diciendo así: «Estoy por dar crédito a algunos sueños
que tuve, en que me pareció mi poeta muy rojo y resplandeciente (señal de gloria),
diciéndome le había alcanzado el alma que dejó por este poema y animándome a que
prosiguiese. Bien pensé tener esto en secreto siempre, pero la ocasión me obligó a
romperle, como ya hizo con San Pablo, que teniendo oculto muchos años su
arrebatamiento al cielo, al fin lo vino a manifestar obligado antes de la ocasión que
del deseo o la jactancia
»316. ¿Qué hombre cuerdo habrá que, depuesta la severidad, no se
descomponga de risa oyendo desatinos tales? Pudiera este fidalgo soñador excusar el compararse
con San Pablo en el callar los raptos. Velara más y soñara menos, que a otro loco, que
se llamaba Vigilancio, llamóLXIV con donaire Dormitancio («Ut post multa saecula
Dormitantius somniaret
» S. Hieron. aduer.
Vigilantium.LXV317), porque desmintiendo lo desvelado del nombre,
había roncado los disparates de la pluma. Basta que sueños de Faría pasan por éxtasis hombreadas318 con el rapto del Apóstol. Pero
soñar es fácil, y cuando fuera ilustración extática y no desvarío, ya digo que no todos
los comentadores alcanzan estos arrobos para dar con el alma de sus poetas, ni todos los
poetas se amañan a aparecerse coronados de gloriosas luces a sus comentadores.
No sé si fue malicia o desaliño el ensartar los versos de don Luis confusos y sin distinción, pues quien ignorare que son entresacados de distintas partes para ejemplificar los hiperbatones, juzgará que no tienen más conexión que la que allí se les da, pues leídos en aquel amontonamiento parecen disparates, por estar destituidosLXVI del sentido y trabazón que en sus lugares gozaban, agravio que pudiera deslucir aun los versos del 319, si quisiéramos hacer otra retahíla semejante. Habíanse de escribir apartados y con distinción, numerados como hacemos aquí:
1. §. «Rico de cuantos la agua engendra bienes»320
2. §. «Marino, si agradable no instrumento.»321
3. §. «Viendo el fiero pastor voces él tantas,
y tantas despidió la honda piedras.»322
4. §. «El fresco de los Céfiros ruido.
El verde de los árboles celaje»323, etc.
Descuido sería el dejarlo de advertir, mas esme preciso mirarle a las manos a la envidia324.
Manuel de Faría. § II. §
«¿Mas adónde se nos quedaba esto? “Cuanto las
cumbres ásperas cabrío
”325. Aquí para decir que esta poesía hace mucha cabriola no le
faltó más que prestarle la música su sexta voz: bien es verdad que, como el poeta escribió con tanto
juicio326, puede bien decirLXVII quien le comentare que su
intento fue con el salto de la oración exprimir el del cabrío, que vale cabras que son
grandes saltadoras de cumbres ásperas: y por eso salta aquí el cabrío esas, desde el
“cuanto” adonde debiera hallarse327,
hasta esa otra parte adonde se halla, que es salto muy de cabra: y así se descubre que
es misterio328 lo que parece
disparate. Pruébase esto con que en otro lugar dan las mismas cabras otro salto, que no
es menos lindo, antes más a lo de cabriola, por testimonio de la sutileza del sentido
con que comentamos eso otro, veislo aquí: “Llegó pues el
mancebo, y saludado(sin ambición, sin pompa de palabras)de los conducidores fue de cabras.”329
Que en buen romance dice (y no lo entenderá Platón de otra manera) que llegó el
mancebo y fue saludado de cabras, o bien que fue uno de los conducidores de cabras
porque, como era cortés y entendía de cabras330, ayudó los cabreros en la
conducción de ellas. Venga otro saltico de cabras: “Cabras aquí
le interrumpieron cuantasvagas el pie, sacrílegas el cuerno:”331
Otro salto ha de venir por la que vende buen vino, aunque salgamos de la esfera
de nuestro intento. “El que de cabras fue dos veces cientoesposo, etc.,breve de barba; duro no de cuerno,”332
De modo que las buenas de las cabras hacen aquí su oficio de traviesas a las
mil maravillas y es tan ingenioso esto que importa seamos cabreros para entender este
secreto del saltar de las cabras y poderlo comentar con erudición [f. 5v] benemérita del texto. Pero, ¿a dónde iremos a buscar comento de saltos
para tantas cláusulas que los tienen, sin tener cabras con que sanearlos333? Mas si todo esto está usado por afectar el estilo grande, pregunto:
¿qué linaje de grandeza es decir en otras tantas ocasiones cosas semejantes a esta:
“Dando el huésped licencia para ello”334335
? Que para no bajar de esa grandeza debiera
decir: “licencia el para huésped dando ello”. O así, “Para licencia dandoLXVIII el
huésped ello”. Con que de este verso, como de casi todo lo restante, se sacaría después
de desatado un gran fruto de sentencia, concepto y juicio336. Falta sólo que los entendimientos
sean cabras para saltar esas cumbres ásperas de cláusulas o que para saltear lo que hay
en esta Sierra Morena, o lucos de locuciones, sean Cacos, o que para romper estos
Alpestres peñascos sean Aníbales. Y bien me estuviera eso si después de saltar la cabra
aquí hallase rama con jugo y si después de saltear el ladrón hallase hacienda o si
después de romper peñas Aníbal hallase gloria. Pero no halla alguno ni gloria, ni
hacienda, ni sustancia, como se halla todo después de saltar, saltear, o desatar337 lugares de y, aun este hipérbaton tan medido con las fuerzas humanas que no
es menester ser cabra, Caco, ni Aníbal para ello, sino que con una moderada atención se
descubre un pensamiento razonable.»338
Apologético. Sección III §
7. Bravamente se encabra aquí nuestro Faría, búrlase con toda truhanería de este
verso hermosísimo: «Cuanto las cumbres ásperas cabrío
»339. Dice que hace el verso su cabriola pues podía decir el
comentador que exprimió el salto del cabrío con el de la oración. Querer deslucir con el
mismo crédito es como engañar con la misma verdad. Muy bien dijera el comentador y con
harta más viveza que otros, cuando quisiera explicarnos así la del verso340. ¿Qué más halló Hieronymus Columna Georgicor.LXIX 2.
en el del divino poeta, cuando dijo: «Nauigiis pinos,
domibus cedrosque, cupressosque
»341; [f. 6r] donde notó que había hecho un hipermetro, solo porque con lo prolongado del verso y lo
prolijo del cupressosqueLXX, denotó342 la longitud,
eminencia y largura de los cipreses343? Con donaire aludió aquí un poeta castellano encareciendo de luengo
y disforme el pie de una dama:
Pie tan largo y liberal, D.
Anton.LXXI de
Solis, Buen humor de las Musas.
que es más que pródigo, pues
Isabel no es manirrota,
pero es pie rota Isabel.
Pie o verso entero que tiene
cesuras de juanetés:
si fue largo el asonante,
bien tiene a quien parecer344.
¿Qué más ocasión halló Georg. Sabinus I de artific.
comp. carmi. en aquel verso de la Eneida, «Turbati fugiunt Rutuli, fugit acer AthinasLXXII
»345, para vendernos expresada la turbación de los Rútulos en
lo indeciso, tardío y moroso del primer espondeo, y luego la fuga del ejército en lo
presto y acelerado de los cuatro dáctilos que, en la cadencia misma, van delineando el
tropel de la fugitiva gente346?
8. El As bombardas horrissonas bramavan
» Camões Lus. cant.LXXIII 2
est. 100.347, ¿no ocasionó a Faría que dijese que al leer
el verso se estaba oyendo la artillería348? Los
comentadores todos están llenos de semejantes observaciones y quizá de algunas con menos
fundamento afectadas, pues, en este verso, «Cuanto las cumbres
ásperas cabrío
»349, pudiera alguienLXXIV decir que se expresaba la
travesura de ese ganado (como Faría quiere) no solo en la transposición, que aparta el “cuanto” del
“cabrío”350, porque de esta usa el poeta aun cuando no habla de sujeto que
salte351; sino que aquella transposición acompañada del “ásperas” con su acento
dactílico y despeñado insinuaba el arrojo352 de las cabras, como el “bramavan” y el “horrissonas”, dice él que representan el estruendo de las bombardas.
Allá en despidió sus
cabrillas Melibeo, diciendo:
“Andad mis otro tiempo feliz ganado, andad cabritas”. Donde se ve que el “meae” está distante y apartado del “capellae”, ni está más lejos el “cuanto” del “cabrío” en el verso de Góngora que el “mías” del “cabritas” en el de , habiendo de decir “andad, mis cabras”; he aquí muy lindo lance para otra frialdad de Faría, pues dirá que se parten despedidas las cabras y, como su inquietud las aguija a brincos y saltos, denotó sus cabriolas con aquel salto de dicciones354, que aquí viniera lindamente, a ser todos los ingenios pajareros como el suyo. Pasa adelante con que dan otro salto las cabras en aquellos versos.
[f. 6v]Llegó pues el mancebo, y saludado
(sin ambición, sin pompa de palabras)
de los conducidores fue de cabras.355
9. No habrá niño de la escuela que no entienda aquí que el mancebo fue saludado de los
conducidores de cabras y no tiene vergüenza un barbado356 de decir que no
entiende sino que saludaron las cabras al mancebo y que ni lo entenderá de otra suerte. ¡Pobre , que ya ha dado en apadrinar
bufonerías! Días ha que le dolió a el que a Platón arrastrasen para autorizarse los herejes.
«Doleo bona fideLXXVI Platonem omnium haereticorum
condimentarium factum
» Tertul. libroLXXVII de Anima cap. 25.357. ¿Qué
dijera hoy quien sintió ver a Platón padrino de locuras de herejes, viéndole sazonador
de herejías de locos? ¡Cosa de risa es querernos persuadir manchas en el Sol358
y desaciertos en Góngora359 con cuatro
necedades de cabras, brincos y saltos360! El último que trae dice que es «por la que vende buen
vino»361 y cierto que Faría le vende tan malo que
por él no se meneara la cabra362. Véndenos el generoso néctar de los versos del heroico
portugués y poeta insigne ,
pero dale aguado o adulterado con la zupia de tanto disparate como contra Góngora fabrica. Si su
comento era bueno, no le hacía mejor el juicio que hace contra él363. Y, ciertamente, que364 si los fundamentos que trae para reprobar
aquella poesía no son más que saltos de cabras e hiperbatones, que son harto ruines y
más para callados que para exhibidos a la luz del mundo, donde se reirán de él cuantos
vieren que con dos ignorancias frígidas se despeja un pobrete a desmentir y eclipsar el
universal aplauso de todo el orbe. Sucederale al contrario de lo que piensa, pues los
aficionados de don Luis lo
quedarán más viendo que, fatigado su metro en los crisoles de la envidia, no le hallaron
otros lunares que registrarle365. Confiadísimo vive el buen Faría en el vicio
que ha descubierto de lo que él llama hiperbatones y este es el Aquiles y el argumento
fatal con que piensa destruir al divino
cordobés y en que toda su opinión estriba para desestimarle. Mas en la
sección siguiente le daremos a entender que los hiperbatones no son tan buena gente que
se pueda fiar mucho de ellos.
10. Hállase confuso sin saber dónde buscar comento de saltos para tantas cláusulas como los tienen sin haber cabras con que sanearlos y que falta sólo que los entendimientos sean cabras para [f. 7r] trepar estas cumbres tan ásperas. Trabajoso va el argumento, que ya no tiene a qué apelar sino a chanzas366, como un carámbano. Digo pues que nuestro poeta no ha menester hablar de cabras para hacer sus galantes y airosas transposiciones, por sobrarle caudal y artificio para imitar la colocación latina367, como después ponderaremos. Y si sólo faltara que los entendimientos fueran cabras para entenderle, ya el de Faría estuviera muy adelante, porque eso no le falta.
11. Nota de inerte368 aquel verso: «dando el huésped licencia para ello
»369; y aconsejaLXXVIII debiera decir “licencia el
para huésped dando ello”, o así: “para licencia dando el huésped ello”. Esta objeción es
vulgar y aun rancia sobre el verso del : «Irim de caelo misit Saturnia
Iuno
» Virgil Aenei 9.370. Donde no negará Faría que aun siendo más propia la
colocación al lenguaje y verso latino que al castellano, va suelta, llana y humilde la
oración; pues como el poeta otra vez dijo:
Aeream coelo nam Iupiter Irim
pudiera decir muy bien: “Iuno de coelis Irim Saturnia misit” y no
quiso sino afectar la llaneza de aquel estilo. Y no siendo descuido este en aquel
idioma, quiere nuestro Mastige372 que sea crimen en el nuestro, donde sin esa afectación es nativa la
frasi y corriente la locución, sin que por eso se baje de la grandeza del decir, como ni
el verso virgiliano se apeó de aquella celsitud por haber dicho «Irim de coelo misit Saturnia Iuno
». Tiene gracia particular este
hombre para sazonar jerigonzas373 y aunque por burla y
desprecio trastorna aquel verso: «dando el huésped licencia para
ello
», diciendo “licencia el para huésped dando ello” o de otra manera “para
licencia dando el huésped ello”, no se le puede negar la habilidad que Dios le dio para
trasegar374
disparates, pues en un verso que por infelicidad llegó a la ventosa oficina375 de su ingenio, con miserable destrozo ejecutó tan
insolentes anatomías. Llama lucos, Sierra Morena y alpestres peñascos estas locuciones y
que es menester sean cabras, Cacos, o Aníbales, para saltar, saltear y romper por ellas;
y lo que peor es, que después de todo ni la cabra hallará jugo ni el ladrón hacienda ni
Aníbal gloria.
12. No hay piedra que no mueva377 para disuadirnos del engaño en [f. 7v] que vivimos y, declamando a lo retórico, demuestra la utilidad que después
de asperezas tan arduas se malogra. ¡O cielos inmortales, con qué claridad se
desembaraza la vista si le quitan los antojos azules378! ¡Qué distintamente aparecen las cosas a quien mira sin pasión, a quien
juzga sin envidia! Oíd al docto Coronel: «Quien leyere a don Luis sin pasión
—dice— hallará inestimables tesoros en la propiedad de las voces y en la grandeza de
sus sentencias. Quisiera yo que hiciese juicio de sus obras quien fuese grande en la
Poesía, o por mejor decir a quien hubiese el cielo comunicado liberalmente el furor,
que se consigue por naturaleza y no con el arte; pero que culpe a don Luis el profano
de esta profesión es cosa intolerable y digna de castigo. Por ventura algunos quieren
hacerse memorables por la detracción como otros por estudios
» Coronel. to. 2 sonet.LXXX 9. fol. 59.379, hasta aquí este autor y dispeream380 si no lo dijo por Faría. Yo no sé qué jugo, qué hacienda o qué
gloria son los que desea para la cabra, el Caco y el Aníbal. Paréceme que los versos de
Góngora están bullendo
erudiciones, conceptos y sentencias381 de que se
pudieran hacer suficientísimos jugos, haciendas y glorias para esta cabra, este Caco y
este Aníbal. Y si no veamos el hipérbaton de , que tanto aquel sublima en este lugar.
Que em terreno
nam cabe o altivo peito tam pequeno382.
13. ¡Válgame Dios! ¿El decir que un pecho altivo no cabe en poca tierra es la hacienda,
el jugo y la gloria que jamás alcanzó Góngora? ¿Es esto lo inimitable? ¿lo divino? ¿Cuántos pensamientos iguales
a este (por no decir otra cosa)383 ocultarán los lucos y Sierra Morena de Góngora? Y el que generosos ánimos
no quepan en cortos límites, «Em terreno nam cabe / o
altivo peito tam pequeño
», también lo supo decir Góngora, cuando del Conde de Salinas cantó:
Del León, que en la Silva apenas cabe,
o ya por fiero, o ya por generoso384.
Y es tan infelice esta musa que diciendo juntos casi un mismo concepto, aquel tiene
jugo, hacienda y gloria para la cabra, el Caco y el Aníbal, y este otro todo es malezas,
lucos y bosques, sin gloria para Aníbal aunque rompa, sin jugo para la cabra aunque
salte y sin hacienda para el Caco aunque saltee. Váyase norabuena Faría, recoja esas
cabras y déjese de corregir tan ínclita Musa que le podrá decir: «Monitor capras age
». Enseñador [f. 8r] impertinenteLXXXI lleva tus cabras: adagio que usó la Antigüedad
(como dice )
contra quien neciamente se pone a instruir a quien sabe más en negocio que entiende
menos. «Quadrabit in consultorem ineptum, qui alteri
dictare consilium parat, ipse super stiuamLXXXIInon sapiens
» Hadria.LXXXIII
Iun. Centur. 6. adag. 30.385. Tratando
Asclepíades AsclepiadesLXXXIV de que
el solio del ánima no era el corazón ni el celebro, trujo por ejemplar unas cabras que
sin corazón balaron y ciertas moscas que descabezadas volaron, y enfadado Tertullianus. lib. de Anim.LXXXV cap. 15. dijo: «RetususLXXXVI Asclepiades capras suas quaerat sine corde
balantes, et muscas suas abigat sine capite volitantes
»386. Váyase a recoger sus cabras y a
aventar sus moscas, que sin corazón ni cabeza balan y vuelan. Mirad qué dijera de las
que Faría hace
saltar sin pies ni cabeza.
Manuel de Faría. § III. §
«Volvamos a ensartar trozos de esta decantada387 poesía:“Y los que por las calles espaciosasfabrican arcos rosas.388
Cuantas del uno ya, y del otro cuellocadenas de concordia engaza rosas.389
En los que damascó manteles Flandes.390
Los novios entra en dura no estacada.391
Dédalo si del leño no, de lino.392
O la que torció llave el fontanero.393
O cuanta al peregrino el amebeoLXXXVIIalterno canto dulce fue lisonja.394
Del bello de la estigia deidad robo.395
La tantos siglos ya muda sirena.396
Esta le cuente felicidad (en urnaLXXXVIIIsea dorada) piedra.397
El inmenso hará el celestial orbe.398
En sus conchas el sabo la hermosaguardó al tercer Filipo Margarita.399
Dulce un día después la hizo esposa.400
Ninguna de las dos reales persona401
piadoso luego rey cuantas destinapenas rigor legal; tantas perdona.402
Veneciana estos días arrogancia. [f. 8v]De vana procedida preeminencia.Al sacro opuesta celestial clavero403
el fulminante aun en la vaina acero”404
Pero, ¿a dónde voy? Porque esto está a pares en cada verso, y a docenas en cada
cláusula, y aLXXXIX tantos
cientos en tan pocas obras que solo en el Polifemo,
Soledades y Panegírico (poesías singulares en la opinión
de los sectarios de locuciones vanísimas) hay más de seiscientos hipérbatos o sínquisis
de tal calidad que por la mayor parte mueven a risa (a la cordura y al reposo digo)
cuando hubieran de producir respeto si se usaran con templanza así en el modo como en la
cantidad, porque en todas las obras de los latinos (a donde es natural ese término) no
se hallan tantos como en solos tan pocos versos de don Luis, con que hace parecer que sólo de aquello
anduvo cuidando. En los grandes ,
, , , , y
no se hallará que alguno
exceda en usar esto de hasta doce veces, en el que más, por tan largos escritos, y de
esas no se hallará alguna con la deformidad que tantas acá. De este modo se descubren
dos yerros en esto: uno, querer usar en nuestro idioma lo que es sólo del latín; otro,
que lo use un hombre en pocos versos más que todos los latinos en todos los suyos, y eso
con mayor deformidad que ellos y casi sin variedad, porque los más se reducen a dos o
tres modos repetidos perpetuamente. Dejo aparteXC que después de descifrado esto
no contiene sentencia o concepto alguno405: así en casi todo, de suerte que se
cumpleXCI enteramente en esta lira lo que dice de los poetas que cantan a ella: “Quos cum cantuXCII spoliaueris, nuda pene remanet
oratio
”406. Yo no
digo que falten atrevimientos y galas en ingenios tan grandes como el de don Luis; digo solo que se halle más
que eso y eso menos, y que resplandezca el juicio. Trato de lo que escribió de este
género.»407
Apologético. Sección IV408 §
14. Demostración matemática se le ha de hacer a Faría convenciendo su error con evidencias bien fáciles. Toda la munición de combatir consiste en la nimiedad409 de los hiperbatones que en Góngora dice que redunda410 y, si en los grandes poetas, así latinos como toscanos y españoles, el tropo, que cuando más no pasa de doce veces, repite don Luis más de seiscientas en tan pocos versos, no carece de deformidad tal exorbitancia. Discurso es este que con su primera aparencia pudiera persuadir los idiotas a esta barbaridad. Mas va de desengaño411.
15. «Hiperbaton
», según los Retóricos se difine,
«est transcensio cum verbum aut sententia ordine
commutatur
»412. Es un traspasamiento en que o la palabra o la sentencia trueca
su orden. Dije traspasamiento por estar al castellano del Herrera in Com. Garcil.XCIII sonet.
7.413. Difínese aquí un género o especie subalterna, que en su
latitudXCIV incluye cinco especies de hipérbatos, como enseña , y divídese en
ellos: «Huius species sunt anastrophe, histeron proteron,
parenthesis, tmesis, sinchesis
» Isidor.
lib. 2. aetimo.XCV ca. 37414.
La primera especie es anástrofe, que es trueco en el orden de prioridadXCVI o posterioridad que debían guardar dos
dicciones, como «littora circum
»415, habiendo de decir
“circumXCVII littora”, y : «En contra
puestas del airado pecho
» Garcil.XCVIII son. 16., pudiendo decir: “Puestas en contra del airado
pecho”416.
La segunda es hísteron próteron, que es conmutación del mismo orden entre las
sentencias. Vulgar ejemplo el de «Postquam altos tetigit
fluctus, et ad aequora venit
» Virgilius
[Virgilius A : Virgil. B]417. Después
que tocó las altas ondas y vino al mar. Siendo así que primero se viene al mar, que se
toquen sus ondas418. No sé en quién leí excluido
el hísteron próteron del género de los hiperbatones419. Pero solo me acuerdo que no era tan
docto como , que sobre ese
verso dice: «Hyperbaton in sensu, ut progressi subeunt
luco, fluuiosque relinquunt
» Servius in
lib. 3 Aeneid.420. Demás de la autoridad de , que bastaba.
La tercera es paréntesis, que es interposición de una sentencia en otra, la cual quitada queda ileso el sentido de la primera421. Abundan ejemplos.
La cuarta es tmesis, que es una sección o cortamiento de una [f. 9v] dicción por interposición de otras. Como en , «circum dea fudit
amictu
», en vez de “circumfudit”422; y la del otroXCIX versillo: «Deficiente pecu
deficit omne nia
»423, por “deficiente pecunia”.
La quinta es sínquisis, en que de todas partes se confunden las voces, de suerte que totalmente quede barajada la sentencia, como la del
:
Iuuenes, fortissima frustra
pectora, si vobis audentem extrema cupido est
certa sequi, quae sit rebus fortuna videtis.
Excessere omnes adytis arisque relictis
Dii, quibus imperium hoc steterat; succurritisC urbi
incensae; moriamur et in media arma ruamus Virg.
AEne. 2.424.
Cuyo orden debiera ser este: “iuuenes, fortissima pectora, frustra
succurritisCI
urbi incensae, quia excessereCII dii quibus hoc imperium
steterat. Unde si vobis cupido certa est me sequi audentem extrema, ruamus in media
arma et moriamur”425. Estas son todas las especies del hipérbaton, y en la locución poética
la que por antonomasia seCIII nombra hipérbaton es la tmesis, por ser la más
rigorosa sección de todas. Usáronla los grandes poetas pocas veces por gracia y los
principiantes por puerilidad, y cuando niño me acuerdo de haber precipitado con furor
este verso: «Me subito fundit velocia carmina
dranus
»CIV426.
16. Mas esto es juego y en los varones grandes fuera desautoridad. Súfreseles empero
pocas veces sólo en la poesía latina y griega, y tengo observado lo que nadie reparó en
427, que los sumulistas428 pudieran reducir a los términos que llaman
complejos. Y así en su GeórgicaCV,
hablando de la región aquilonar dijo: «Septem subiecta
trioni
»429, por “subiecta septemtrioniCVI”430: porque “septemtrio” consta de “septem”, que es siete, y de “triones”, que son los bueyes de la constelaciónCVII
septentrional que llamamos Carro, compuesto de siete estrellas que por tirarle se
llamaron “triones” a terendo, que es trilladores, o
“teriones”, según enseña CVIII Varro. lib. 6. ling.
Latina.CIX431.
«Hac Troiana tenus
»432. También fue sección de “hactenus”, dicción compuesta
de “hac” y de “tenus”, porciones diversas.
«Nebulae circum Dea fudit amictu
»433: aquí dividió a
[f. 10r] “circumfudit” en sus dos mitades “circum” y “fudit”, que cada una se es
todo por sí.
«Qui tecumque manent isto certamine casus
»434. ¿Quién no ve que cortó con
el “te” a “quicumque”, dicción compuesta de dos
diversas voces? Y finalmente su veneradorCX
siguió estos pasos en el
tercero de Ponto, cuando dijo: «Quale tamen
cumque est, ut tueare rogo
» Ovid. lib. 3 de
Ponto.435,
partiendo siempre lo que por sí se estaba desuniendo. Pareciole mucha violencia el romper
dicciones y destrozar vocablos, y que con menos estruendo y más suavidad los percibiría
el oído desatándose lo añudado que rompiéndose lo sólido, puesto que sus hibérbatos no
quiebran, sino desenlazan; no cortan, sino reparten436. Con toda
esta blandura hubo de introducirlos porque de otra manera serían insolencias
incomportables, como de PacuviCXI, cuando por decir: “Arte hac vescimur”, dijo en Chryse, «Art ves e hac cimur
»437. Y aunque Faría por sólo improbar a GóngoraCXII dice En el
juicio del Poema col. 69. que este hipérbaton puede tolerarse por una vez438, es lo más
cierto que sufrirá una albarda quien tal jerigonza tragare: pues de esta y otras vejeces
de Pacuvio que por caducas pasan a delirios, dijo (riéndose de los que las leían) que aunque todo se
hacía con la boca, no eran palabras sino vómitos439.
Attonitusque legis terrai frugiferai
17. Digo esto, porque en admitir este género de hipérbases los ingenios y juicios
grandes escrupulizan aun mucho más que Faría, a quien todavía no le supo mal
esaCXIV de , y porque realmente aun en verso griego o latino
fuera viciosa su frecuencia, puesto que en castellano aun sería el primer atrevimiento
cosa de risa, como dijo : «El hipérbaton es dicho cuando se trató del
vocablo peregrino cuanto al cuerpo porque en el cuerpo parece su modo diferente, como
se ve en el ejemplo dicho: “elegante habláis mente”: el cual modo de decir lícito fue
a los griegos mucho y aun a los latinos, como se ve en 441; a los italianos ni españoles no es lícito y
sería figura muy ridícula, cuanto más a los históricos y oradores
» , en sus Geórgicas, hablando del
Septentrión Pincianus Philos.CXV antig.
epist. 6 fragmento 4.442. Ya se ve, que aquí se trata del
hipérbaton, que es tmesis, como parece del ejemplo, «elegante
habláis mente
»443. Cuya introducción dice fuera ridícula en
la poesía castellana, ya que en la griega o latina con moderación traída se ve que es
adorno. [f. 10v]
18. De estos principios pues, mal entendidos y peor aplicados, infiere Faría su pésimo discurso. Cierto es que la multitud de hiperbatones aun en el lenguaje latino es viciosa y esto hasta el mismo Faría lo entiende de las que son tmeses o secciones. Y si estas cuando más en los grandes poetas no pasan de doce veces porque fuera vicio, en Góngora no se verá ni una porque todo es bellezas444.
19. He aquí el argumento de Faría: los autores latinos pocas y raras veces usan del hipérbato que
llaman tmesis, luego yerra Góngora en frecuentar muchas la colocación de sus versos. Mala
consecuencia y el antecedente fundado en ignorancia, pues las transposiciones de
Góngora no son tmesis y
los ejemplos que él trae lo son, como la de y el «conquegregantur
» que
dijo Lucret. lib. 6., por decir “congreganturque”445. Mirad pues cuán ciego está
Faría, que compara
estos hipérbatos con aquellos versos de Góngora:
De oyentes, copia el sitio le ofrecíaCXVI ,
silvestres y volátiles, inmensa446.
20. ¿Por ventura es esto lo mismo, que decir «conquegregantur
»? Cierto es que imitar esto de y frecuentarlo sería necedad, por ser tmesis
insufrible; pero ¿qué conveniencia tiene esto con los versos de arriba, para inferir un
vicio de otro? ¿Qué uniformidad halló en dos especies diversas, como rábanos y
turbante447, para que
del reprobado uso de la una, se colija la proscripciónCXVII
de la otra? Yo le concederé a Faría que Góngora es el peor poeta del mundo, si es verdad que en solos pocos versos
afectó más de seiscientas veces lo que y otros poetas insignes en todos sus libros no usaron doce. Pero
va de lo que dice este hombre a la verdad «quantum distat
ortus ab occidente
»448. Véase cuán al revés lo piensa la envidia
todo, pues en lo que y
todos los poetas latinos, por excusar deformidad, se abreviaron a doce veces, Góngora no se verá que lo usase ni
media, como experimentará quien le revuelva: y lo que Góngora más de seiscientas veces usa, no sólo449 lo escasean doce veces y los latinos, pero aCXVIII millares, cuentos450 y infinidades lo usurpan en
cada libro. No piense Faría que le habemos de dar con la docenita de lugares a que él responde
muy fanfarrón, diciendo: «Algunos defensores de esta nueva secta
piensan que lo dejan concluido todo con traer uno o dos, y sean doce lugares [f. 11r] de Virgilio semejantes a los que condenamos, sin acordarse que él trae
esos doce en todo un libro y que los modernos lo usan en cada un verso
» En el juicio del PoemaCXIX col. 67.451. Veo que
Faría no se
acuerda qué sean hiperbatones, pues los que él dice que son doce en , no sólo no los usa Góngora en cada verso, pero ni los
toma en la boca por todo el libro, como ya dije.
21. Lo que frecuenta don
Luis con felicidad notable no es hipérbato ni sínquisis, sino una mera
disposición de voces elegante que los construyentes y sintaxistas llaman colocación452, estructura
genuina del lenguaje latino y tan natural al artificio de metrificar que jamás le
conoció el verso por hipérbaton ni por otro tropo poético, sino por lenguaje común y
corriente, comoCXX «Gracili
modulatus auena
»453 y aquello de «summasCXXI perlabitur
undas
»454 y también «arentia temperat arva
»455. ColocaciónCXXII
ordinaria como la de aquellos bellísimos versos:
El manso de los Céfiros ruido;
el denso de los árboles celaje.456
22. Y verase no ser especie de hipérbaton discurriendo por ellas, puesto que no es
anástrofe, ni histeron, ni parentesis, ni tmesis, porque en su vida no la hizo Góngora; sínquisis mucho menos,
porque esta es total y prolija confusión de unas sentencias con otras, y una que hizo
se ocupó seis
hexámetros457, que en castellano gastaran veinticuatro, y ya
se ve que en los versos que Faría trae por sínquisis no caben sentencias ni cláusulas barajadas, como
en aquel: «Fulminante aun en la vaina acero
»458, ni en este: «Veneciana estos días
arrogancia
»459. Ni en este otro: «Ninguna de las dos
reales persona
»460.
Y finalmente no habrá bárbaro que diga que aquí hay sínquisis: «patulae sub tegmine fagi
»461; ni aquí: «et
pressi copia lactis
»462. Luego ni aquí, que es lo mismo: «El manso de los Céfiros ruido
»463. Pues aun no es media oración y la sínquisis pide muchas
seriamente confundidas.
23. La hacha de Hércules en los cuellos de la Hidra se echara menos al confutar el error de Faría, de que tantas falsedades porfiadamente brotan. Dice que en los versos de arriba se comete sínquisis: es falso, porque no les competeCXXIII su definición. Dice que de eso que Góngora frecuenta, gastó cuando más doce veces: es engaño, porque si eso es sínquisis, en no llegan a cuatro las que son célebres en todos sus libros, luego ni [f. 11v] las usurpó doce veces, ni Góngora las frecuentó seiscientas. Si no es sínquisis, luego no es culpable Góngora, que no las usa.
24. El capital y último error es decir que estas transposiciones o colocacionesCXXIV son hipérbatos no como quiera tales, sino de aquellos que, cuando más, lleganCXXV a doce en libros enteros de poetas latinos. Esto es ignorancia, pues no hay poeta latino que acierte a hablar medio verso sin ellas, tanto que cuanto dicen, cuanto escriben, cuanto componen, está bullendo esos hipérbatos (si es que lo son) a millares y a cientos en cada plana. No hay más que decir sino que el probar esto con ejemplos sería trasladar quinientos tomos de versos latinos, puesto que toda la universal poesía empieza, media, prosigue y concluye con este preciso barajar de los términos, que a ser defectuoso no entraran tropezando en él a los umbrales del poema464. Mirad comenzar a Virgilio:
«Tytire, tu patulae recubans sub tegmine
fagi
» Ecloga 1.465. Que en castellano suena: “O Títiro tú de la coposa recostado debajo del
toldo haya”.
La divina Eneida: «Ille ego, qui quondam gracili
modulatus auena
» Virg. AEne. 1.466. “Yo soy
aquel que en otro tiempo con rústica canté zampoña”.
¿Horacio cómo entró? «Mecoenas atauis edite
regibus
» Horat. ode. 1467. “Oh
Mecenas de ascendientes procedido reyes”.
¿Ovidio cómo empezó? «In noua fert animus mutatas dicere
formas corpora
» Ouid. Meta. lib.
1.468. “En nuevos pretendo las mudadas decir formas cuerpos”.
¿Cómo principia el floridísimo Claudiano? «Inferni
raptoris equos afflataque curru sydera Taenario
», etc Claud lib. 1 de Raptu Proserp.469. “Del infernal robador los caballos, y las empañadasCXXVI con el carro estrellas Tenario”.
¿Marcial cómo entona sus primeros versos? «Barbara
pyramidum sileat miraculae Memphis
»
Martial. Epigram. lib. 1.470. “Los
bárbaros de las pirámides calle milagros Menfis”.
¿Cómo entró Propercio? «Cynthia prima suis miserum me
caepit ocellis
» Propert. lib.CXXVII
1471. “Cintia la primera con sus miserable me cautivó ojuelosCXXVIII”.
Y Tibulo. «Diuitias alius fulvo sibi congerat
auro
» Tibull. lib. 1472. “Riquezas otro en rubio agregue
oro”.
Y Lucano. «Bella per Aemathios plusquam ciuilia
campos
» Lucan. lib. 1.473.
“Guerra por los Ematios más que civil campos”.
Y Baptista Mantuano. «Sancta Palestinae repetens exordia
Nimphae
» B. Mantua. Parthenic.CXXIX lib. 1474. “Los santos de la Palestina repitiendoCXXX principios Virgen”.
Y Prudencio. [f. 12r] «Christe, graues hominum semper miserate
labores
» Prudent. Physiomach.CXXXI lib. 1.475. “Oh Cristo, que de los graves de los hombres
siempre te apiadas trabajos”.
Y San Alchimo. «Quod varii eveniunt humana in gente
labores
» S. AlchimusCXXXII Genes.
lib. 1476. “El que varios sucedan
en la humana gente desastres”.
Y Juvenco. «Rex fuit Herodes iudaea in gente
cruentus
» Iuvenc. Histor.CXXXIII Evangel.
lib.CXXXIV 1.477. “Rey fue Herodes de la hebrea gente
sangriento”.
Y Sedulio. «PaschalesCXXXV quicunque dapes conviva
requiris
» Sedul. Pasch. oper.CXXXVI lib.
1.478. “Pascuales, oh cualquiera que manjares convidado
buscas”.
Y Apolonio Colacio. «Exitium Solymae, et tristes a stirpe
ruinas
» P. Apollon.CXXXVII de exid.
Hyerosol. lib. 1CXXXVIII479. “La destruición de Jerusalén, y las tristes
desde el cimiento ruinas”.
Hasta Merlín. «Phantasia mihi quaedam phantastica
venit
» Merlin. Macarron. lib.
1.480. “Fantasía me una fantástica vino”.
25. Pero, ¿adónde voy? Que esto está a pares en cada verso, a centenares en cada folio
y a millones en cada libro. Por no exhibir toda una librería sólo apuntamos los primeros
versos de cada poeta y juraré que a ninguno de ellos se le pasó por la imaginación el
hipérbato. Y si entraron con él para perpetuarle desde el primero al último verso, ya se
ve falsificada la bachillería de quien los redujo a doce481. No es esto misterio, no paradoja: preceptos
de la niñez los atiende el gramático, líneas del puntero482 son las que demuestro. Discernir las hipérbases figuradas de las colocaciones
vulgares empleo es de la puerilidad: admírame que varón tan erudito tropiece tan
feamente en estas niñerías. Divirtiose sin duda en investigar los inefables sentidos de
su poeta y en maquinar calumnias a Góngora, menospreciando desdeñoso los gritos de tanto gramáticoCXXXIX y orador. «Illud miror —dice el máximo
doctor— quod Aristarchus nostri temporis puerilia ista nescieris; quamquam tu
occupatus in sensibus et adCXL struendam calumniam cernuus grammaticorum et oratorum
praecepta contempseris
» D. Hierony.
Apolog.CXLI aduers.
Rufinum 1.483. Sépase pues Faría, ya que hasta hoy lo ignoraba, que
decir «de vana procedida preeminencia
»484 es lo mismo que “de abuelos procedido reyes”: «atauis edite regibus
»485. Y esto ningún simple lo ha llamado hipérbaton
poético, y si se lo ha llamado, ha hecho la cuestión de nombre, pues concediéndome (como
a su pesar deben) que esa colocación anda a millares en cada plana de los oradores y a
cuentos en cada folio de los poetas y que no es esta la que no llega a doce veces en
, sino la tmesis, importa
nada que la llamen hipérbaton, o que la nombren “pasa Gonzalo”486.487
[f. 12v]
26. Lo que importa advertir mucho es que esta colocación (llámese o no latamente
hipérbaton) es tan genuina y natural a la numerosa fábrica del verso que aun el nombre
de verso (como dice Georgius Sabinus ubi sup.)
se derivó de este revolver los términos, invertir el estilo y entreverar las voces.
«Stylus saepe vertendus est, ut inde etiam nominatos
esse versus perhiberi posse videatur, quod dum fiunt varie huc atque illuc
vertantur
»488. Tan lejos está la inversión de las
voces, tan distante de viciar los versos, que en ellos no es tropo sino alcurnia, no es
afeite sino fayción489, no defecto sino
naturaleza.
27. No negaré que este lenguaje, como nacido en los países de la latinidad, es menos
propio al castellano y nativamente acomodado a la poesía latina, puesto que le usaron
los estrados de la oratoria, la verbosidad de los históricos, la enseñanza de los
padres, la gravedad de los concilios. Pero, ¿quién duda que habilitar el idioma
castellano a entrar en parte en los adornos de la grandeza latina no es
atrevimiento490 ínclito, proeza
ilustre? ¿Por ventura el adornar el patrio dialecto con los atavíos de más excelente
lengua no fue siempre heroicidad loable? ¿Por ventura podrase recabar esta facción sin
desviar el lenguaje de la plática común, vulgar y rusticana? ¿Por ventura esa colocación
latina que hasta hoy ardua, incontrastable y desdeñosa se esquivó a nuestra lengua no
era la que habíamos menester para mezclarla, variarla y repartirla491? Oídselo al más apasionado
patrón y acérrimo defensor de la lengua castellana, : «¿Y quién habrá que diga que el cuidado que se pusiere en así adornar
nuestro hablar castellano no lo ha de desviar mucho del común uso; no en los vocablos,
ni en la propiedad de la lengua (que sería grande vicio), sino en el escogerlos,
apropiarlos, repartirlos, y suavemente con diversidad mezclarlos, para que resulte
toda la composición estremada, natural, llena, copiosa, bien dispuesta y situada, y
este pulir de esta manera la habla, cuán ajeno, cuán diferente y cuán contrario es de
la afectación? El cielo y la tierra, lo blanco y lo negro, lo claro y lo escuro, no
están más lejos de ser una cosa que estas dos de juntarse o parecerse. Por tanto no
condenemos en nuestro lenguaje el cuidado de bien hablar, sino dolámosnosCXLII de ver que estamos
tan fuera de quererlo y saberlo hacer, que tenemos por mal hechoCXLIII aun solo intentarlo, y lo que sería gran virtud y excelencia culpamos
como vicio y fealdad
» AmbrosiusCXLIV de Morales discurso de la lengua CastellanaCXLV apud M.
Olivam.492. Hasta aquí este
insigne escritor. [f. 13r] Tampoco niego que sería afectación querer exactamente regular el verso
castellano con el latino en este modo de colocar dicciones. Como si dijéramos con
: “Oh Títiro tú de la
coposa recostado debajo del toldo haya”.
28. Pero Góngora con su
granCXLVI talento no quiso remedar lo escabroso de esa construcción. Aprovechose
sí galantísimamente, dando a este modo de hablar un temple suave, una moderación
apacible que, dejándole lo suyo a la latinidad, se robó con felice osadía todo el aseo
de que era capaz la musa castellana. Empresa difícil fue, pues no faltando aptitud en
nuestra lengua para recibir este ornamento, desmayaron cuantos le acometieron, dejando
en tal y cual transposición las lánguidas señas de su deseo, bien que generoso, mal
afortunado. Senda fue esta que o por no verla no pisaron, o que aun viéndola no
hollaron, por temerla. «Caeteri autem —Petronio— aut non
viderunt viam qua iretur ad carmen aut visam timuerunt calcare
» Petronius Arbit. Satyr. f. 83.493. De ignorar, pues, esta capacidad de
nuestro lenguaje y la dificultad que había de aplicarle el ornato de la elocución
latina, nace el condenar neciamente aquellas osadías494. Juicio fue de CXLVII Ambros. de Mora. ubi supra.:
«Esta falta de no poder juzgar fácilmente en el castellano lo
acertado viene de ser la lengua en sí de tal calidad, que aunque es capaz de mucho
ornamento, pero recíbelo con gran dificultad
»495. Y más
abajo: «En otras muchas partes también de la elocución es nuestra
lengua y su lindeza dificultosa de alcanzar, mas no es esta la principal causa, que al
fin trabajo y diligencia vencerían esta dificultad y con el uso se amansaría lo que
ahora espanta con representarse casi imposible: la causa verdadera de no acertar a
decir bien, ni diferenciar lo bien dicho en el castellano, está principalmente en no
aplicarle el arte de la elocuencia en lo que ella enseñaCXLVIII mejorar la habla, no
para la propriedad, que esta el uso la muestra, sino para la elegancia y la fineza,
donde no llega el uso y el arte puede mucho suplir el defecto
»496. Pues siendo gran parte y fundamento de la
elocuencia latina esta colocación, ¿quién culpará a Góngora, que con tal valentía la supo aplicar a
nuestra poesía, si no es quien apasionado no atiende a los elogios de la patria y
emprende deslucimientos del honor materno497?
29. Decir Faría que
es yerro usar en nuestro idioma lo que es propio del latino es error suyo, pues si eso
es aliño de la poesía latina, no es tan inepta, baja o incapaz nuestra lengua que [f. 13v] desmerezca romper aquellas galas498. Y tiénele
respondido el mismo , diciendo de él y de otros Idem
ibidem: «Estos, con sus tan ciegas persuasiones, piensan
que todo lo que es elocuencia y estudio y cuidado de bien decir es para la lengua
latina o griega, sin que tengaCXLIX que ver con la nuestra, donde será superfluo todo
su cuidado, toda su doctrina y trabajo: yerran mucho sin duda
»499.
30. Por tan imposible como quitarle el rayo a Júpiter500 y a Hércules la clava juzgó la Antigüedad el usurpar los versos a , y habiendo aprovechádose de muchos para adornar su Eneida, respondió a la calumnia de sus émulos que estaba tan lejos de arrepentirse, que en usurpar los ornatos para su musa MacrobiusCL lib. 5. Satur. le había parecido haberleCLI despojado a Júpiter del rayo y arrebatado de los hercúleos puños la clava, de que quedaba tan glorioso, cuanto parecía mayor la imposibilidad de tanta hazaña.
31. AsómbreseCLII
Faría, clamando por
imposible el trasladar a nuestra lengua la trabazón latina, que esto en Góngora es proeza valiente, audacia
loable, hazaña heroica501; y recojaCLIII esos dos
yerros por suyos, pues el exceso de hipérbatos a fue engaño y el usurpar la inversión latina no ha
sido sino grandeza, «Clauam Herculi
extorquere
»502.
32. Añade Faría que
Góngora la usa con mayor
deformidad que los latinos503. Esto no merece respuesta: véase la
inversión que arriba trajimos de «Tytire tu
patulae
»504 y cotéjese con «Estas que me dictó rimas
sonoras
»505. También nota que hace la colocación sin variedad. Respondo
que es culpa común a toda la latinidad (si culpa llamarse puede) pues toda la variedad
de los poetas latinos consiste en colocar sus términos por interposición del verbo entre
el sujeto y adyacente, como «arentia temperat
arva
»506, “dulce fue lisonja”. Y de los casos entre el sujeto y el verbo,
o del nombre entre adyacente y sujeto, como «pressi copia
lactis
»507, «El verde de los árboles
celaje
»508, etc., que todos juntos se
reducen a tres o cuatro modos que repetidos perpetuamente en toda la latinidad los
tienen contados de memoria los muchachos. Pues si toda la poesía latina, cuya dice
Faría es propia
esa alhaja de colocaciones, no tiene otra ni más variedad, ¿qué necedad es esta de
quererla mayor en quien lo imita todo? El lugarcillo de cerca de los músicos, «Quos cum cantu spoliaueris, nuda pene remanet oratio
»509, ni es de importancia ni a propósito, pues claro es que si a los
músicos les quitan el canto no [f. 14r] quedaránCLIV cantores, y si al orador le despojan de la elocuencia
no quedará retórico, y si al poeta le cercenan sus números no quedará sino prosista.
Quítenle a el ornamento
poético y quedará bárbaro. Tengo respondido hasta aquí a lo de los hipérbatos latinos: a
los de los toscanos y españoles diré con más oportunidad luego.
Manuel de Faría. § IV. §
«Lo mejor es que hallaban aquellos apoyadores de esta gran suerte de
poesía que don Luis había sido el inventor en vulgar, como si ahí no estuviera don Luis con
las suyas al tiempo que escribía con reposo. Veislo aquí en la copla 92: “A la moderna volviéndome rueda
”510. otra vez: “Han fatto
un dolce de morir desio
”511. Otra : “nacieron de la cual otros
”512.
otra: “como en luciente de cristal coluna
”513. Y usábase mucho514 aun en coplas
pequeñas. en
las que hizo al contador Diego Arias: “Hartas hallaras
tristezas
”. Y abajo: “Pues el blanco comen pan
”.
Y más abajo: “Que hartos te vienen días
”. Luego515 este que pone el sello a
todos: “Que con esta son nacidos condición
”516. Y úsalo tanto que se parece a don Luis, o que don Luis se cansó mucho por
parecérsele, y esta es la novedad solene que solenizaron aquellos solenísimos
legisladores para darle el primer lugar entre los poetas. No traigo más de estos
ejemplos que saqué del Cancionero general antiguo, así porque está lleno
de ellos como porque estoy con las narices tapadas mientras los copio, y todavía si esos
autores anduvieron atrevidos en este517 modo, no fue así en el número, pues al fin pueden contarse todos y
sufrirse los más, y hasta allí puede correr un hombre cuando a rienda suelta desatina,
porque hipérbaton [f. 14v] no es otra cosa que una transgresión que perturba y pervierte el orden
del hablar; y hablar pervertido, si cual y cual vez fuere gala, muchas será vicio
grandísimo sin duda alguna. Y ¿quién hay tan insensato que no juzgue por gran
atrevimiento una vez esto: “Las que fabrican arcos rosas”, y por desatino muchas veces?
¿Qué conceto, qué juicio, qué ingenio, qué elegancia arguye eso?»518
con anterioridad de
centenares de años, que dio motivo a centenares de risas con esos modos y, por dicha,
que no le faltó Apologético. Sección V §
33. Difícil cosa fue siempre corregir a los hombres grandes y no fuera lo peor lo difícil si ello no fuera tan infelice. Quédanse siempre grandes los que lo son y malógranse los filos de quien los quiere cercenar, dejándolos mayores.
Corrigere at res est tanto magis ardua, quanto
No inventó Góngora las transposiciones castellanas: inventó el buen parecer y la hermosura de ellas, inventó la senda de conseguirlas. Era ese lenguaje ornamento poético de la majestad romana; no cabía en nuestro idioma tanta imitación de lo grande. La ropa que sirvió de gala a las musas latinas arrastraba más aína a la castellana. Tal vez520 que se atrevió a ostentar esos aparatos, le decía el aliño mal521, porque ella decía mal el aliño. Mas, ¡oh prodigios del ingenio de Góngora! Levantó a toda superioridad la elocuencia castellana y sacándola de los rincones de su hispanismo hízola de corta sublime, de balbuciente facunda, de estéril opulenta, de encogida audaz, de bárbara culta. Maravilla que reconoció , cuando dijo:
O tu Lelio, que heredando
al docto Marcial la pluma
las sales, que el mundo admira
Píndaro mejor renuncias;
a quien el jayán de Ulises,
cuarta de Trinacria522 punta,
debe más luz que a su frente
apagó la griega astucia;
cuyas sacras Soledades
misteriosas, si no mudas,
cuanto respeto las puebla,
tanta deidad las oculta;
34. Harto mejor, pues, que Júpiter en su celebro a Minerva este [f. 15r] «padre mayor de las musas» volvió a dar de nuevo ser a la castellana en la regeneración de su soberano ingenio y amaneció entonces nuestra poesía, de tan divino taller, grande, sublime, alta, heroica, majestuosa y bellísima, digna entonces de mayores ornatos, de pompas mayores; creciole la estaturaCLVIII, igualola al tallazo de la gentileza latina, y quedaron comunes los arreos, indiferentes524 las galas. Adornáronla entonces con decencia los áureos collares, que antes la brumaban con melindre525. Esto fue lo grande, esto lo raro, esto lo nuevo: para jayán ropaje agigantar el bulto y proporcionarCLIX con la regia loriga de Saúl la rústica terneza del pastorcillo Regum lib. 1. cap.CLX 17.526, que apenas rodaba oprimido del peso de tanta malla. Fullería527 del teatro fue, para hacerCLXI capaces las personas de la grandeza trágica, fingir lo corpulento a diligencias del coturno528: porque el lenguaje de los héroes, si no los desmiente el zueco, no cabe en talles ordinarios. En siendo enano el idioma, ¿qué ha de hacer por que no le atropelleCLXII el vulgo si, diligente Zaqueo, no trepa al higuerónCLXIII Luc. cap. 19.529 y encaramado al árbol no remienda la estatura con el troncoCLXIV? Mas la Musa de Góngora no ha menester zancos teatrales ni mentirosos para arrogarse todo el fausto de la elocuencia latina, estrenándole las joyas de su mayor estimación y los adornos más incomunicables de su vanidad, porque este divino Dédalo530 le cultivó el lenguaje, le reformó la sentencia, le encrespó la elocución, le abultó la frasi, le aseó las vocesCLXV, le sazonó las sales, con que la dejó capaz de todo aquel ornamento y llegaron a caber en ella sin azares no sólo esas colocaciones latinas, pero muchas osadías de frasis, construciones, casos y esquemasCLXVI531 latinos, como ponderáramosCLXVII si este papel como es Apología fuera comento.
35. Verdad es que Iuan de Mena. ocasionando centenares de risas, como dice Faría, y también esos otros tres o cuatro que trae muy gozoso de haberlos hallado, pero todos son unos friones532 y (precindiendo las materias o asuntos) es quererlos equiparar a la elocución de Góngora conferir con sol flamante al candil moribundo533. No me olvido de lo que dijo Faría Tom. 1. fol. 135.534 de todos los poetas de España para hacer príncipe de todos a , que eso mismo vuelvo yo a decir, añadiendo que en ese siglo estaba la poesía castellana desceñida, inculta, rústica y humilde, y quererla cargar de los aseos de la latina era cosa de risa, pues si, como Faría dice, esa colocación o [f. 15v] hipérbasis es ornato natural y propio de la grandiosa musa de los latinos, nunca le vendrá bien a la que no fuere de aquel tamaño.
las usó con anterioridad de centenares de años36. Todos los demás anduvieron muy cuerdos en haber usado raras veces de la trasposición y lo fueran más si nunca las usaran, porque cadenas de oro que sirvieron de adorno a robusta matrona, colgárselas a musa pueril más es prenderla que ataviarla. En la poesía latina aquello es gracia; a la castellana, y en aquellas infancias, sólo fue bisoñería535, que no está la gallardía en cargarse los estofos del atavío, sino en lograr los perfiles del donaire536. Ni dejará de parecer ridícula ante la generosidad de un caballo por más que pasee enjaezada una mona537. Por eso los hipérbatos dan que reír en y que burlar en . En los demás, o toscanos o españoles, son rarísimos, porque nunca arribaron a aquellas líneas en que Góngora llegó a igualar la musa castellana al copete de la latina. Supieran ellos sublimar el patrio dialecto y engrandecer la genial elocuencia como hizo el «padre mayor de las musas»538, que yo fío cupieran con desahogo en ella todas esas colocaciones o hipérbatos, pues cuando en el lenguaje latino es tan plausible su frecuencia, nunca los extrañara poesía que fuese de su misma capacidad.
37. Cierto es que el hipérbato fue una figura, como ahora, aun antes de Góngora; pero antes de Góngora el hipérbato sólo fue una figura539. Con haberlos primero usado otros se compadece el que Góngora los inventase en castellano. Nunca saben ser después las facciones grandes, por eso se llama primor el acierto heroico540. AtropellaCLXVIII los tiempos y, de la dignidad del adelantarse en los excesos, capta los elogios de la primacía en las estimaciones. El primero que usó de la quijada que esgrimió Sansón fue el jumento, pero fue Sansón el que primero hiriendo en las palestinas tropas hizo de una quijada estoque, asombro, terror, muerte, estrago, rayo Iudic. cap. 15.541. No siempre es primero el que empieza. En el orden de origen gradúan los filósofos los procedimientos de la naturaleza, echando lo ruin por delante. Y finalmente (en dos palabras) no fue Góngora el que halló los hiperbatones en el castellano, sino el que primero habilitó al castellano a gozar con igualdad de sus colocaciones con el latino. No inventó la tela, pero sacó a luz el traje. Y así hacen muy cuerdamente los que carecenCLXIX del altísimo espíritu y suma elocuencia de Góngora en abstenerse de [f. 16r] colmar sus versos de ornatos de poesía latina, porque como he dicho ha de hombrearse con ella la que quisiere ajustarse sin desaire sus vestidos.
38. El docto chileno y artificiosísimo poeta indiano, el licenciado Pedro de Oña, con ser de los que sintieron y aun escribieron mal de este dulcísimo cisne (ignoro el motivo542), nunca le reprobó los hipérbatos, jamás le afeó las trasposiciones: antes, las frecuentó con celo y las logró con valentía en su poema. Y cuando sin poner nota en la colocación halló o buscóCLXX otros tropiezos (escrúpulos serían) en que emplear la severidad de su censura, cierto es que aquel erudito y cabalísimo juicio no tuvo qué condenar en la colocación, pues aprobándola con dejarla indemne dejo advertido que quien rabiare por acumular defectos a Góngora ha de rastrear otros, sin acordarse de los hipérbatos. En el Ignacio de Cantabria son raras las octavas que carecen de estas inversiones y, aunque las frecuenta bien, como es lenguaje nativo y peculiar a la sublimidad latina, nunca las logra mejor que cuando levanta el estilo a esa cumbre, como cuando describe la ferocidad de Plutón en guisa de comenzar el razonamiento al ejército infernal con este valiente hipérbole:
Dos veces, rodeando, fue la esquiva,
sangrienta vista en torno del teatro,
y tres, la testa sacudiendo altiva,
mostró, de férreo diente, andanas cuatro,
con que se estremeció de abajo arriba,
no el Orco a solas, no el voraz Baratro,
que aun Abila su asombro dijo al Calpe,
Templado otra vez a lo teológico el plectro, entonó grave la creación de los órdenes angélicos así:
De a coros tres crió tres jerarquías,
que son, de Trinidad, como unos lejos,
unas de la verdad alegorías,
unos de aquel divino sol reflejos:
fue el ángel primer paso de sus vías,
el hombre imagen, lo demás bosquejos,
o gradas para Dios, muchas y bellas;
[f. 16v]
39. Bueno, grave, docto y aun tan artificial que juzgamos de este varón lo que de Silio
Itálico pronunció Scribebat carmina maiori curaCLXXIII
quam ingenio
» Plin. Minor lib. 3 epist.
can. Rufo.545. La solemnísima novedad
que, dice Faría,
solemnizaron aquellos legisladores, como digo, consiste en explayar la capacidad de la
elocuencia castellana, hasta hacerla benemérita de la colocación latina, con
aprovechamiento y sin desaire. Y esta gloria conoce por su Colón al espíritu de
Góngora, sin que le hagan
sombra vejeces anteriores, con ser sombras546. Y me espanto se contentase Faría con citar a , , y
de los
españoles, pues para el coraje con que embiste a todo lo que es aplauso de Góngora pudiera traer más lugares.
Pero cegose y cayósele una entre mentira y descuido, diciendo que sólo una vez había dicho «Como en luciente de cristal coluna
»547. Pues con
esta son diez las hipérbasis que a primera mano se topan en él548:
1. «Como en luciente de cristal coluna
.»549
2. «Ya de rigor de espinas intratable
.»550
3. «Los accidentes de mi mal primeros
.»551
4. «Guarda del verde bosque verdadera
.»552
5. «De aquel mancebo, por su mal valiente
.»553
6. «Más helada que nieve, Galatea
.»554
7. «Escondiendo su luz al mundo cara
.»555
8. «Aquella tan amada mi enemiga
.»556
9. «Entre la humana puede, y mortal gente
.»557
10. «Y con voz lamentándose quejosa.
»558
40. Y otros pudieran ayudarle, como 1. Qua de causa cumque568 2. Rareque facit569 3. Quo est cumque570 4. Quibus
aduersabile cumque571 5.
Inquepeditur572 6. Ubi curruscunque573 7. Quae sint cunque 574 8. Quae inter auesCLXXIX
cunque575 9. Quae semina cunque576 11. Qui potes cunque.578 12.
Conquegregantur579 13.
Proque voluta580 14.
Perque voluta581La cual de cifras consta clandestinas
»
Baraho epist ad Gregor. Silvestre fol. 331.559. : «Estos veréis aunque pequeños
lazos
» Silvestre eleg. ad Maria Manrique
fol. 362CLXXIV.560. : «Interior tiene morada
»
Pincia. in Pelayo lib. 7.561. Y
más abajo: «Por misma que tenía abierta entrada
»562. : «De
aquel que más santa nos da invocación
»
Alvar Gom. satyr. 1.563. : «Que
la gran culpa le vistió primera
»
CervantesCLXXV in Persiles lib. 3. cap.
5.564. Pero, ¿adónde vamos? Digan todos lo que quisieren, cite
Faría los que se
le antojarenCLXXVI, aunque es mucho que quien se acordó del «conquegregantur
» de 565 no topase con : «Ferocissimos equos nimio libidinis calore laborantes atque ob id truces vesanosque,
adhibita detestatione mansue exinde factos
»
Apulei. Metam. lib. 7.566, que le socorrieraCLXXVII con trincharle
el “mansuefactos”. Mas no cuidó más que del «conquegregantur
», tan desalumbrado que diciendo que una vez lo dijo
le sucedió lo que con
, [f. 17r] pues sólo en el libro sexto, donde cita a aquel poeta, hay catorce
hiperbatones de la especie tmesis, tan feroces como el «conquegregantur
»567. Véase ahora qué
de ellos habrá en toda la poesía y véase con cuánta verdad se arrojó a decirnos que sólo
una vez en el sexto había salídosele el «conquegregantur
», pues una hoja antes había dicho «inque peditur
»CLXXVIII y después «proqueuoluta
» en lugar de “impediturque” y “prouolutaque”. Pero vea los catorce quien quisiere en el margen
41. Vuelvo a nuestro intento, advirtiendo que cuando digo que es grandeza el imitar la
de los latinos, no apruebo la introducción de sus vocablos, que eso es ignorancia de
muchos que piensan que no hay elocuencia donde no salpican de calepino sus planas583, que puede elevarse la frasi sobre la plática vulgar pero no hablando en
moscovioCLXXXI584, y el lenguaje castellano se ha «de desviar
mucho —como dice Ambrosio de Morales— del común uso, no en los vocablos (que sería
gran vicio), sino en escogerlos, apropiarlos
»CLXXXII585, etc. Esto
hace don Luis con tan
inimitable valentía que, aunque dijimos remedaba la coturnada y altísima elocución
latina, no lo dijimos todo, porque falta por decir que la elocuencia latina tiene mucho
que aprender de la gongoriana, mucho que imitar de sus primores, mucho que admirar de su
espíritu586.
Cada rato lo experimentamos en los lances que ocurrenCLXXXIII en competencia de un mismo
argumento. El de Polifemo escribieron Homerus. en su
Odisea, Virgilius. en su
Eneida y Ouidius. en sus Metamorfosis, pero
¿quién llegó a la eminencia de la musa castellana de don Luis? Solo este parece que escribió el
Polifemo, porque sólo en su estilo llegó a ser gigante aquel cíclope.
Conferida una elocuencia con otra, mira la española para abajo las demás587. Bien levantaron las arduas
cumbres los montes de la elegancia griega y latina, pero de ellos puede el jayán
castellano588 decir:
¿Qué mucho, si de nubes se corona
42. No le igualan, aunque los imita; excédelos, aunque los trasunta; que como adelanta
lasCLXXXV
ideas, remeda ventajoso, y copia dejando que aprender a los dechados mismos. Imite pues
el latino [f. 17v] aquella pompa de frasis, aquel caudal de conceptos vivísimos y aquel
crespo del impetuoso torrente de su elocuencia. Eso llamó Faría «ruido de
palabrones
» Tom. 1 vida del Poeta. fol.
49.590.
Pero este ruido de palabrones enamoró a toda la poesía latina, cuando se dejó enseñar de
la bizarría española. Aquel hablar brioso, galante, sonoro y arrogante es quitárselo al
ingenio español quitarle el ingenio y la naturaleza. Luego que las musas latinas
conocieron a los españoles, se dejaron la femenina delicadeza de los italianos y se
pasaron a remedar la braveza hispana, tan amarteladas591 de ella que se arrastraronCLXXXVI a toda la clase de
sus poetas592 a
querer imitar aquel natural orgullo de los otros. Confiésalo (bien que apasionado y
sentido de que el ingenio español hiciese tal contaminación, como él dice): «Hispani poetae praecipue et Romani sermonis elegantiam
contaminarunt et cum inflatum quoddam et tumidum et gentis suae moribus congruens
invexissent orationis genus, averteruntCLXXXVII exemplo suo caeteros a
recta illa et simplici, in qua praecipua poetarum sita laus est
» M. AntoniusCLXXXVIII Muret.CLXXXIX Prolog. in
Catull.593. Hinchado lo llama, y túmido, y
lenguaje natural de aquella gente: y bien se ve que es natural pues, con no florecer
entonces como ahora la locución castellana, sólo dictaba aquellas bizarrías el ingenio y
la naturaleza que genuinamente las prorrumpía, aun en el idioma extraño: y esto no es
tan nuevo que no haya cerca de diecisiete siglos que los españoles hablan como
españoles, pues casi desde los tiempos de Augusto César se reconoce que introdujo España
este lenguaje en Italia: «Itaque fere post Augusti
tempora, ut quisque versum maxime inflaverat, sententiam maxime contorserat, eo
denique modo locutus fuerat, quo nemo serio soleret loqui, ita in praetio haberi
coepit
» Idem ibidem594. Esto dice el buen con mucho estómago. Recíbasele la
confesión y perdonémosleCXC los desdenes, que ya estamos
advertidos que es muy del genio español nadar sobre las ondas de la poesía latina con la
superioridadCXCI del óleo sobre
las aguas, sin ser la vez primera que poetas cordobeses den que admirar en lo desusado,
peregrino y sonante a sus maestros, como sucedió con , comúnmente citado: «Cuiusque adeo de suis rebus scribi cuperet, ut etiam Cordubae natis poetis pingue
quiddam sonantibus atque peregrinumCXCII, tamen aures suas dederet
» Cicero orat. pro Archia Poeta.595. Donde tomo
yo el “pingüe” como se debe en el adagio «pingui
Minerva
» Erasmus Adag.596 y
como quiere que se entienda
cuando dijo: «Facunda loquitur Corduba
» Martial. lib. 1 Epigr. 62597; y el “peregrinum”, como [f. 18r] yo con Aristotelis.CXCIII explico en la sección 6 número 47598. Hemos dicho esto porque nadie se
asombre de oír a Góngora no
sólo compitiendo a la lira romana, sino venciéndola, pues cuando advertimos tan
ventajosa imitación, sólo recordamos lo que tan de atrás confesó la Antigüedad,
aprendiendo lo culto y lo sonoro y peregrino de los poetas cordobeses. Con que nunca nos
empachará el remedar a los latinos lo crespo y bizarro de su decir, puesto que ellos
primero lo aprendieron de nosotros. Y eso que llama “túmido”, y lo que nombra «ruido de palabrones
» Faría, tan ingénito y tan propio al ardor
hispánico, no es lo que menos excelencia acumuló al grave y facundísimo mártir S. Cyprianus.CXCIV, lustre y gloria mayor de la elegancia
latina, de quien dijo que su
lenguaje no era de quien hablaba con elocuencia sino de quienCXCV
tronaba con asombro: «Non eloqui sed tonare
»599. Cornel. Tacit.CXCVI fue la flor de la gravedad histórica y cultura romana, y eso que
llama “hinchado” («inflatum quoddam
») está tan
lejos de anublarle el aplauso que le recomendó con ese elogio, y calificó la majestuosa corriente de
su locución con lo inflado y soberbio de su lenguaje: «Sed
grauior Tacitus inflaturque magis, siue quod rerum dignitas hoc expostulet, siue quod
sub Vespasianis id dicendi genus magis placuerit
» Alciat annotat. in TacitusCXCVII ad GaleatiumCXCVIII Vicecomitem.600.
43. Vamos adelante: discúlpase Faría de no haber trasladado más ejemplos de la poesía de Góngora porque estaba con las
narices tapadas mientras los copiaba. Respondo que tenía mucho que tapar, porque hombre
tan judicioso y crítico tan severo sería todo narices, pues el censurar de este modo
llamó la erudición «naso agere
» Erasm. Adag.601, y es vulgar lo de : «Nasum noui mores subdolae
irrissioni dicauere
» Plin. lib. 11 cap.
37602; y lo de Horatius: «Naso adunco suspendere
»603. Porque el juez que mofa contrae y frunce la nariz
naturalmente. Y así enojadoCXCIX
Martial CC lib. 13. epigr. 2 dijo a su crítico:
Nasutus sis, usque licet, sis denique nasus604
Pero es menester preguntarle a Faría si se las tapaba con la izquierda cuando con la derecha
escribióCCI aquel chiste de las portuguesas. Cuenta que una libre riñendo
con otra altiva le dijo: «“Todas [f. 18v] somos de barro”. Respondió la otra: “sí, mas hay barro de que se hacen
vasitosCCII regalados, y otro de que se hacen servicios”. A que la otra:
“También de ese se hacen esos muy regalados, y yo tengo uno” Cant. 3 estan. 9. fol. 12.. Añade aquí Faría:
»
¡Qué a tiempo y qué hermosa exclamación! Al mundo y a los príncipes llama, como si los
príncipes y el mundo no tuvieran olfato. Grosería por cierto cuidar sólo de sus narices
agraviando las ajenas.No huela mal la cita, por ser de autor tan nuevo
»605. Pero para él
nada oliera así, si como se tapó allí las narices para Góngora, se las tapiara para sí a piedra y lodo.
Sentidísimo también de que le quitasen cierta secretaría, quizás porque otro la
merecía mejor y él no lo creyó de soberbio, escarneciendo de un secretario dice así:
«Sucediendo responder al ayuntamiento de una ciudad, que en
portugués se llama cámara, al subscrivirla
CCIII dijo: “A la
señora Cámara”; y de cámaras606 son verdaderamente tales secretarios, si no es mejor cámaras de
secretarios tales sujetos. ¡O mundo, o Príncipes, o miseria Canto 6 estan.CCIV 50. fol.
114607!
44. En el juicio que hace de la Lusíada queda por disolver otra
objeción, parienta de la pasada: muérdele pues a Góngora la vozCCV “cuerno” (sin ver que muerde cosa
dura) y dice así: «¿cuántas veces se hallará la voz “cuerno”, o el
cuerno voceando? Yo me obligo, se hallará materia para millares de artífices de
tinteros en millares de siglos. ¿Tan dulce armonía es la del cuerno? Si don Luis fuera
casado, y amigo de ganar con su mujer, no pudiera mostrarse más amigo de
ellos
» Juicio tom. 1 fol. 67.608. ¡Qué lenguaje tan indecente! ¡Qué indecencia tan ajena de escritor cuerdo,
de pluma grave! Responder que don
Luis sólo usa de ese término describiendo monteríasCCVI, estruendos bélicos, aplausos festivos, donde es preciso suenen
bocinas, trompetas o clarines, y apadrinar de autores la honestidad de esa vozCCVII cuando
sólo supone por instrumento corvo, sóplele la caza o anímele la guerra, fuera ahora
bisoñería609; baste que acordemos a Faría que en el abusar de
esa voz él sólo es el delincuente. Pues después de haber en el canto 2 estancia 72
corneado al lector hora y media y repetido once veces “cuerno” en sola una columna,
reparando al fin en tan cornígera dilación, concluye con esta frialdad: «Bien me perdonará el letor, que me haya detenido en darle con este
cuerno
» Can. 2. est. 52. fol.
497.610. Y mucho antes en su prólogo llama a los comentadores de mucha voz y poca
armonía voces de cuerno y sobre otros oprobios concluye «que paran
en cuernos tales comentos
» In PrologoCCVIII
Num. 5.611. No es
esto lo más desaseado de ese término, [f. 19r] que en el canto 4 estancia 4 refiere la censura de algunos que por haber
cantado adúltera a la reina
doña Leonor con el conde don Juan Fernández, haciendo célebre su incontinencia, dijeron
(dice Faría) que
este poema «merecía ser quemado, porque debiendo enseñar virtudes
publica vicios, y procurando exaltar a los príncipes y héroes y actos portugueses hace
patentes sus defectos y teje al rey don Fernando una corona de cuernos y otra de
oprobios a la reina su mujer
»612. A que responde Faría que hizo bien el poeta
en ceñirle de tan sucia guirnalda, porque los que lo son insignes, no solo han de
solemnizar con dulzuras las virtudes plausibles, sino también vituperar con hieles los
vicios odiosos, y en esta defensa gasta columnas enteras. Abstraigo mi juicio: ni culpo
a doña Leonor, ni condeno a ;
acuso sí a Faría
que, pudiendo excusar la disputa de que tan feos desdoros provenían a sujetos reales,
osó a descomedírseles escarbando sus venerables cenizas. ¡Qué fea es la envidia y qué
melindrosa con ser atroz! ¡Que haga ascos Faría de que Góngora ponga cuernos en sus versos y que no se
desdeñe de amontonarlos en la cabeza del rey don Fernando! ¡Cosa rara! ¡Que sea culpa en
Góngora usar de esa voz en
su natural y sencilla significación, y que en Faría aplicársela a su rey en la maliciosa y
torpe sea mérito! ¡Rigor grande! ¿Tantas iras tiene el ánimo presumido? ¿Tantos rigores
sabe fulminar la emulación altiva? ¿Cegarse hasta caer, tropezando en la materia de las
bocinas613, y no reparar en los
oprobios del adulterio? ¡Furor notable!
45. Dejemos esto con otras obscenidades indignas de este lugar, que no queremos
repetir Vide cant. 6 est. 18 fol. 39. Vide cant. 2
est. 37. col. 436.614, y prosigamos respondiendo a lo último de la objeción, donde dice son
insensatos cuantos no tienen por atrevimiento el decir una vez «las
que fabrican arcos rosas
», y por desatino muchas veces, y que ¿qué concepto?,
¿qué juicio?, ¿qué ingenio?, ¿qué elegancia arguye eso615? Decir con esta facilidad que
tantos son insensatos y no probarlo más que con decirlo con facilidad, no muestra más
habilidad que la de ser desvergonzado. No es “las que fabrican”, sino «los que fabrican arcos rosas
»616, que va mucho a decir. Y puesto que esta colocación
no tiene más que todas las demás de arriba y todas quedan bien defendidas, no hay para
que reiterar lo discurrido, ni dar tornos al quicio sin ganar tierra617, como Faría, que no acaba de rumiar estos hipérbatosCCIX que tantas
veces ha mascado. Vedme en la sección 6 número 47. A lo demás respondo [f. 19v] preguntando que para qué dijo «noutras a cabeceira de ouro
finas
»618, y en otro lugar «e de escritura dignas elegante
»619, y en otra parte «que em terreno nam cabe o
altivo peyto tam pequeno
»620, y otras muchas veces: ¿qué
concepto?, ¿qué juicio?, ¿qué ingenio demuestra eso? Pues lo mismo que Faría respondiere a esto, le
responderemos a él en lo otro. Pero por si él no acertare, o porque no nos salga con sus
muchas veces o pocas veces (cosa de burla, pues el número no varía la esencia de la
entidad), respondo absolutamente que la oratoria y la poesía tienen dos géneros de
adorno: uno que se ha de parte del argumento, o de la materia, que pertenece a la
sentencia; y otro que se ha de parte del modo de decir, que pertenece a la elocución
(como si a lo metafísico dijéramos uno formal, y otro objetivo621). La colocación o inversión no pertenece al
ornato primero y así, ni es ingenio, ni concepto, ni juicio; pertenece sí al segundo,
que sólo consiste en hermosear la plática con los modos de decir, sin cuidar de si es
bueno lo que se dice: y de esto sirven todos los tropos y figuras que enseña la
retórica. Puede un pensamiento ser hermosísimo en el concepto, ingenio y juicio, y
decirse desnudo de toda elegancia, aliño y elocución, como puede haber un talle muy bien
proporcionado y muy mal vestido, y al contrario podrá una elocución elegante vestir un
pensamiento humilde (maestría de en sus Ranas, y de en su Mosquito Homeri Batrachomiomachia. Virgilii Culex.CCX). De las
figuras, pues, que sólo sirven y las inventó el arte para la elocución, es bobería pedir
que sean concepto, juicio o ingenio. Pues aunque todo esto se admira en los versos de
Góngora, nunca hemos dicho
que todo eso esté vinculado al hipérbato, pues sus pensamientos, vivezas y conceptos,
cuando carecieran de esas inversiones, nunca perdieran lo sólido de la sentencia, puesto
que les faltase mucha porción de la elocuencia y atavío formal. Y no negará Faría a ley de gramático que
esa transposición que los oradores llaman latamente hipérbato (no siéndolo poético) es
una de las hermosuras de la oración, cuando por haber dicho «in duas
diuisam esse partes
»622, despreciando el orden simple de decir “in duas partes”, llamó esa inversión virtud, ornato, gracia y decoro de la
oración: «Cum orationis structura decoris gratia variatur
neglecto simplicis sermonis ordine, non vitium est, sed virtus, quae hyperbaton
appellatur, id est, transgressio verborum. Cicero: Animadverti, iudices, omnem
accusatoris orationem in duas diuisam esse partes. 'In duas partes' [f. 20r] diuisam esse simplex erat ordo
» Nebrissensis lib. 4. instit. de figur. construct.623. Periodo es queCCXI hurtó entero de
, libro 8, capítulo
6 Quintil. lib. 8 cap. 6.. Enójesenos ahora
Faría, y dígale
también al
que decir «in duas diuisam esse partes
», ¿qué
concepto?, ¿qué juicio?, ¿qué ingenio?, ¿qué elegancia arguye?
Manuel de Faría. § V. §
«No lo arguye más eso otro de metáforas y términos remotísimos y
violentísimos, como: “En ruecasCCXII de oro rayos del Sol
hilan
” para decir cera y miel, y la verdad es que es solamente cera el modo de
decirlo. ¿Qué dijera de esto y de cosas semejantes, usadas a cada paso, , si por una sola vez que dijo “Et liquidi simul ignis
” lo censura con rigor diciendoCCXIII “Illud audaciae maximae videri potest
”? Y esto que en
Virgilio fue lo más es lo menos en don
Luis. ¿Por ventura don Luis iguala a en juicio, o exceden sus defensores a ?»624
Apologético. Sección VI §
46. Hemos venido al segundo fundamento que mueve a este sicofanta (después de los hipérbases) para condenar esta poesía, que es lo remoto de los términos y metáforas, y hemos visto que en tachar la hermosura de Venus, porque los ojos no están en el colodrillo, Faría sacó de puja a Momo625. PareceCCXIV que no nos ha enseñado poesía, o que no nos dio reglas para la retórica y el mismo filósofo en los libros Ad Theodecten626.
47. No fuera la poesía de Góngora tan alta y peregrina a no florecer con términos tan remotos de la
plática vulgar y plebeya. Lo peregrino definió : «Peregrinum
voco varietatem linguarum, translationem, extensionemCCXV, tum
quodcumque a proprio alienum est
»
Aristotel. in Poetica.627. Llámase vocablo, o
término propio, el que vulgarmente usan todos: «Proprium
voco quod omnibus in usu est
»628. Y todo término que saliere de esa vulgaridad será peregrino o
siendo extraño, o traslaticio, o fingido, o figural, etc.: «Aut ab alia lingua aut [f. 20v] translatio aut ornatus aut fictum aut productum aut substractum aut
commutatum
»629. La oración que
constare sólo de términos propios será clara, pero humilde y descaecida. «Quae igitur ex propriis nominibus constabit, maxime perspicua
erit, humilis tamen
»630. Pero la que de peregrinos
términos se compone saldrá grave, sonora y veneranda, como dice : «Illa veneranda et omne prorsus plaebeium excludens quae peregrinis utetur
vocabulis
» Idem ibidemCCXVI631. El grande ingenio de don Luis, aunque pocas veces usa de los términos
peregrinos por extraños632, pero perpetuamente sus frasis633 lo son ya por alusivas, o translaticias, o
figurales, o conmutadas, etc. y en fin remotas (como Faría confiesa sin saber que se
degüella)CCXVII de la vulgaridad y plebeyismo, y así de
sentencia de erró
Faría en haber
acusado este lenguaje de remoto, siendo esto lo que más le sublima: «Quapropter errant non parum qui huiusmodi dictionis genus
accusant quique poetam ipsum incessere audent
» IdemCCXVIII ibidem634. De
ignorante trató a
Ariphades.635 porque había censurado a los trágicos el
que hablasenCCXIX no como se habla comúnmente, ni como el vulgo razona, pues
por decir “de Aquiles” decían “Aquiles de”, y por decir “de casa” trocaban “casa de”, y
otras cosas así: «Ariphades praeterea carpebat tragaedos
perinde ac in tragaediis suis his uterentur quae in communi sermone diceret nemo, ut
domibus ab pro ab domibus, Achille de pro de Achille, caeteraque
huiusmodi
»636. Sin advertir que el lenguaje
trágico, que por alto había de alejarse mucho de la plática común, siquiera de esa
suerte llegó a huir del razonamiento trivial de la plebe: «Prorsus ignorans quod haec omnia, dum proprium vitant, plaebeiam interim dictionem
effugiunt
»637. Mirad ahora si, con no faltarle razón a , bastó el fin de huir la vulgaridad para que en
una posposición638 tan ridícula saliese un a la disculpa, llamando
ignorante al censor639; pregunto, viendo que Faría llamaba desatino una colocación grave,
decente y no monstruosa como decir:
Y los que por las calles espaciosas
fabrican arcos rosas640
¿No os parece que nos lo tratara de ignorante para abajo o de majadero para arriba?
48. El riesgo que pueden traerse los términos remotosCCXX y
peregrinos es obscurecer la oración, pero Góngora (como ya dije) no frecuenta los peregrinos
por extraños, sino los translaticios y [f. 21r] metafóricosCCXXI, y los hombres grandes,
aunque usen de metáforas altísimas y remotas, con las palabras consecuentes las dejan
declaradas o con las anteriores dejan abierta la senda de entenderlas. En castellano lo
dijo lindamente : «Eso mismo también dicen los gramáticos: que
de lo que precede, y de lo que se sigue, se saca la claridad de la cosa; y así vemos
en
metáforas altísimas y
remotas, las cuales de esta manera son entendidas del mundo todo. Y sea ejemplo cuando
de lo que precede se saca lo por venir, el que se ve en el octavo de la
Eneida adonde dice de Caco:
“Vomita por la boca espeso humo,
la casa envuelve de tiniebla ciega,
arrebata la vista de los ojos
y mezcla claro a escuro en noche humosa.”
¿Quién, pregunto, entendiera la altísima algarabía del último
verso, que no estuviera apercebido con el primero?
PincianusCCXXII Philos antig epis.CCXXIII
6. fragm 6. num. 7641
»
Trujimos el ejemplo de cuando se declara la oración de lo anteriormente dicho, para
responder a Faría,
que culpa de remotas las metáforas de Góngora y exhibe la de «En ruecas de oro rayos del
Sol hilan
»642, por decir cera y miel. Este verso es el último de una
octava, en que aquel gigantazo643 describe la afluencia de miel y panales que le
rinden sus colmenas, árboles, y cortezos diciendo así:
«Sudando néctar, lambicando olores,
senos que ignora aun la golosa cabra
corchos me guardan, más que abeja flores
liba inquïeta, ingenïosa labra;
troncos me ofrecen árboles mayores,
cuyos enjambres, o el abril los abra
o los desate el mayo, ámbar distilan,
Sola esta octava vale más que todos los versos juntos de Faría y cuantos puede hacer en toda su vida.
Y lo mejor de ella es el último verso, que quedó claro, abierto y patente con las frasis
que le precedieron. Habían primero los corchos y los senos sudado néctar y habían
destilado olores, precedieron las abejas libando inquietas y labrando ingeniosas las
flores, ofrecieron antes los troncos enjambres que desatados o esparcidos a la amenidad
del mayo o abril destilaban ámbar, y concluye últimamente que «en
ruecas de oro rayos del Sol hilan»645. ¿Hemos de pensar por [f. 21v] ventura que los enjambres tiraban oro de Milán646 o hilaban (como suena) las guedejas
rubicundas del Sol? ¿O hemos de entender que en las pellas de cera pálidas o doradas
devanaban las rubias hebras de la olorosa miel? JúzgueloCCXXV Apolo. Remota es la metáfora, ¿quién lo ha negado? Pero
parece que le oyó ese término a Faría
CCXXVI cuando dijo: «
, llamando mármol al mar y tresquiladas
a los remos. Más dicha tienen los pícaros, que se les tolera y aun aplaude en su idioma
jacarando que llamen “trena” a la cárcel, “jaque” al valiente, “chillón”CCXXXII al
pregonero, “gurapas” a las galeras, “mosca” al dinero, “trongas” a las rameras y “finibus terrae” a la horca, y otra inmensidad de términos disparatados
que merecieron tener quien los quisiera entender y quien por de diversa clase los
segregase por estilo de ladrones, azotados, pícaros y tacaños654; y asómbranse de que los poetas tengan
otra categoría de frasis, otro aparato de locuciones.Así vemos en Virgilio metáforas
altísimas y remotas, las cuales de este modo son entendidas del mundo
todo
» Ubi supra.. Y esta y otras,
¿cómo y cuándo se dejan entender? «Cuando —dice— de lo que
precede se saca lo por venir
»647. Luego malamente
lo pensó en condenar de remotos los términos y metáforas gongorianasCCXXVII, pues con lo peregrino que sublima
los números de su verso, los califica de grandes y, con lo próvido que asegura la
perspicuidad de su inteligencia, los acredita de claros y comprensibles. Y es lo más
gracioso que, por ejemplo de las que reprueba, trajo esa bellísima metáfora de la cera
y de la miel. ¿Qué más hermosa y poéticamente pudo describirse el melificioCCXXVIII648 que diciendo de los enjambres
que en ruecas de oro hilaban rayos del Sol? ¿No es frasi benemérita del furor
verdaderamente poético649? ¿No enseñó
en el
tercero de sus Retóricos que otro era el lenguaje del poeta y otro el del
orador Arist.CCXXIX 3. Rhetor.650? ¿No están las musas cansadas de inspirar esos
atrevimientos? O sepamos con qué privilegio llaman los poetas a las alas remos, a los
remos pies, copa de Marte al escudo, escudo de Baco a la copa (sabedlo de en su
Poética en el texto ProportioneCCXXX
vero)651; y, ¿qué algarabía es la de cuando para significar la navegación dificultosa dice: «Luchan
en tardío mármol las tresquiladas652» —«Lento luctantur marmoreCCXXXI
tonsae
» Virgilius Aeneid. 7.653—
49. Dejo aparte el que la cera se llame «ruecas de
oro
»655, que es elegante y clarísima traslación por la color y el
oficio en la colmena, como deben de explicar e ilustrar los comentadores de [f. 22r] Góngora sobre este verso, a quienes dejo esas observaciones656. Y vamos a lo que parece más obscuro, aun con tenerse hilado todo el Sol
en luces, que es haber llamado a la miel «rayos del
Sol
»657. Y veréis que habiéndola llamado aérea o etérea, y dádiva celeste,
«aerii mellis coelestia dona
» Virgil. Geor. 4.658, no se le quedó atrás quien la adelantó a ser «rayos del Sol
». Y si Faría antes de condenar la metáfora hubiera
dado una vista a Plinio en el libro once, capítulo doce, supiera que la antigua
filosofía659 jamás creyó que las abejas formasen miel de las flores, sino que la
recogían de los pimpollos, donde la llovía el sol a rocíos o el cielo a gotas. Duélese
Plinio de que no gocemos este licor que desciende de entre las luces del cielo como de
allá destila, puro y líquido, pues ahora cayendo de tanta altura, no dejándose de
enturbiar y desvanecer mucho mientras por tanto intervalo baja, y luego inficionado de
los vapores terréos660 que al
encuentro le reciben vaheando661, y luego
chupado de los ramos, bebido de las yerbas, y luego trasegado a los ventrículos de las
abejas, y sobre esto mezclado y corrompido con el jugo de las flores, macerado en las
colmenas, y con tantas mudanzas alterado, aun todavíaCCXXXIII retiene aquella dulzura
soberana y causa aquel deleite de su celestial naturaleza. Hasta aquí Plinio, y si le
preguntáis que qué es al fin ese humor celeste que las flores baña, responde: «siue ille est coeli sudor, siue quaedam siderum saliua, siue
purgantis se aeris succus
» Plinius lib. 11.
cap. 12662, “Que debe de ser el sudor de los cielos o la saliva de
las estrellas o zumo de los aires alambicado”. Cierto que parece poeta , pues con no requerir
elocuencia en los
filósofos663, este parece que poéticamente confunde el contar con el
cantar. Demos caso que Góngora solo hubiese dicho lo que y que hubiese faltado a la poesía, que debe
levantar el contrapunto sobre la plática oratoria y filosófica. ¿Qué dijera Faría si hubiera dicho que
los enjambres habían hilado el zumo del Céfiro, el sudor del sol y la saliva de los
luceros? Dijera que era desatino, que era delirio, que era confusión, que era locura, y
ahora decimos que la suya fue pensar que habiendo un filósofo, sin afeites poéticos,
metáforas ni hipérboles, llamado a la miel de las abejas «sudor del cuerpo celeste» o
«saliva de los astros», era desafuero en un poeta grande haber dicho de los enjambres
que «en ruecas de oro rayos del Sol hilan
»664, habiendo de subir el estilo a mayor eminencia que
cuanto va de
filosofar a metrificar y cuanto va de lo [f. 22v] físico a lo metafórico, pues aún están las hebras transparentes y rubias
de la miel más cerca de que el Sol las prohije en rayos que de que el Sol las sude en
gotas, o las escupa el astro en salivas, o las solloce el lucero en lágrimas; pues a
toda esa erudición filosófica atendióCCXXXIV
Góngora aquí, como cuando
ilustremente dijo:
«República ceñida, en vez de muros,
de cortezas; en esta pues CartagoCCXXXV
reina la abeja, oro brillando vago,
o el jugo beba de los aires puros,
o el sudor de los cielos, cuando liba
de las mudas estrellas la saliva.» Gongora.
Soledad 2.665
50. Dijimos que de aquella octava el mejor verso era: «en ruecas
de oro rayos del Sol hilan
»666, y bien. Porque el circunspecto y profundísimo poeta
aragonés, quiso honrar un epigrama667 suyo con ese
verso, estimándole por joya de su musa y ornamento de sus versos: bastante calificación
de aquel, ser (sin empacho de tan gran poeta) admitido por lucidísimo esmalte de un
soneto que llamó grande668. He aquí:
Rompe la tierra y en el centro afila
el buey pesado la esplendiente reja;
de varias flores la discreta abeja
“en ruecas de oro rayos del sol hila”;
no solo labra el ruiseñor, perfila
nidos de paja, que en las ramas deja;
de hurtada yerba, la inocente oveja
nevados copos al vellón distila.
Mano enemiga su labor desflora,
triunfan malos y trabajan buenos,
discanta el grajo lo que el cisne llora,
¿No advertís ya que en todo el soneto el cuarto verso brilla por astro670 de todo él? Pues por tal le puso allí quien debidamente estimaba sus esplendores. Pero Faría por desprecio dice que esto de la cera y la miel, como lo demás, todo es cera; y cierto que si todo es cera para él, haremos que todo sea cebo671, y parecerale mejor. [f. 23r]
51. En negra hora se topó con CCXXXVIII, que llamó
atrevimiento el haber dicho : «Et liquidi simul
ignis
»672; y aplícanoslo, culpando estas
osadías por inescusables, cuando aun llamar «líquido» al fuego fue reprehensible en
673 Macrobius. Virgil.
ecl. 6. Bien sabemos que fue mejor gramático que filósofo y que, de Virgilio y de
Macrobio, en puntos filosóficos (como en las demás artes) sin controversia se ha de
juzgar que erró y no
674, que ninguna ciencia ignoró ni
en facultad alguna erró, como confiesaCCXXXIX el mismo
libro 1 del Sueño de Escipión: «Nullius
disciplinae expers. Disciplinarum omnium peritissimus
» Macrob. lib. I de Somn.CCXL675; y en el libro
2: «Virgilius, quem nullius unquam disciplinae
error involvit
» Idem lib. 2676.
Luego o se contradice, o
si jamás erró en ciencia
alguna, no fue yerro en filosofía llamar líquido al fuego. Tan lejos está ese fuego así
líquido677 de tiznar o chamuscar aquellos admirables versos, que
antes dijo CCXLII
había agradádose tanto el poeta de ese epíteto que adornó con él, como con una brillante
y preciosísima joya, la hermosura de sus Bucólicos: «Quae tamen adiectio ita Maroni adrisit, ut suum bucolicum carmen hac tanquam
gemma ornandum sibi putarit
» Turneb.CCXLIII
lib. 10. cap. 8.678.
Pareciole a que lo líquido
era propiedad del agua y de lo húmido y, siendo el fuego sumamente seco y cálido, no se
pudo arrogar títulos de licor, llamándoseCCXLIV líquido Macrob.CCXLV Saturnal lib. 6. cap. 5.679. No ignoramos lo que los gramáticos aglomeran
aquí de textos en defensa de esto líquido. explicó: «purum aetera
» ServiusCCXLVI680. Mejor que todos CCXLVII entendió líquido por sin heces, por puro, por no turbio,
por claro, por limpio: «Sed liquidum etiam appellatur quod
defoecatum, quod purum, quod non turbidum, quod clarum, quod sincerum
» Turneb. ibid., tomándose la metáfora del vino
cuando más depurado del borujo en los coladeros (dice él), con que en esta acepción
«fuego líquido» será el puro, el que no ofuscan pavesas, el que no añublan humos:
«qua notione liquidum ignem dici reor purum, non
admixtum, neque inquinatum a fumo
» Idem
ibidem681.
Aunque si fuéramos con el rigor gramatical, fácilmente dijéramos que «liquidum» nace de «liquet», estar claro, patente y perspicuo,
y así los oradores como los dialécticos a cada paso nos dicen que sus razones «liquent», son claras y patentes, y, con todo, sus razones no son agua ni
húmidas. Dejo nuestro término español de «liquidar cuentas», números y trampas, que todo
se sale a sacar a luz y aclarar. Lo más cierto es que aquí no habló para gramáticos, sino [f. 23v] como profundísimo filósofo y teólogo natural682. Introdujo en aquella Écloga a Sileno cantando las
infancias del mundo, los principios del universo, la disposición de los elementos, la
procreación de las formas y la serie de las mutaciones meteorológicas, y así llamaron
esta écloga los antiguos «Sileni Theologia». Después desde aquel verso, «hinc lapides Pyrrae
»
Virg. Eclo. 6683, pasa a cantar transformaciones raras, amores fabulosos,
pues porque no fuese todo filosofía hizo tránsito de la física a lo poético, como
agudamente reparó aquí :
«Post physicam narrationem poeticam ac fabulosam
interserit… Nam si ipsis dumtaxat philosophicaCCXLVIII recitasset, non
bucolicam, sed philosophiam profiteri videretur
Ascensius in Eclo. 6. Virg684
». Colijan de aquí CCXLIX y su ahijado Faría que cuando llamó “líquido” al fuego estaba hablando como delicadísimo
filósofo, y llamó dignamente “líquido” al fuego por lo sutil, penetrable, pervio685 y diáfano, a distinción de grueso, sólido, denso,
corpulento y opaco. Líquido aquí es lo común al aire y al fuego, y el mejor término para
explicar aquella delgadez de su raridad, según que se contrarían a los demás elementos
pesados y densos, porque si es verdad que lo raro y lo denso son cualidades añadidas a
una misma cantidad686, como siente la mejor escuela, que es la tomística,
líquido es lo que mejor explica esa substancia sutil, aun antes que se considere
sobrevenir la raridad687.
52. También “líquido” expresa mejor y más absolutamente la levedad de ese elemento,
porque aunque esos términos “grave” y “leve” denoten la ligereza y pesadumbre de
diversos elementos, empero laCCL explican en orden al ubi y al centro,
porque leve entendemos «quod tendit sursum
», lo
que vuela arriba; y grave «quod pergit deorsum
»,
lo que se derriba abajo688. Y es llano que muchas cosas absolutas, por entenderlas mejor
y por penuria de términos significantes, las demostramos por los respectivos, como
discurren los metafísicos en las especificaciones de las potencias, hábitos y respectos
transcendentales, y los teólogos en lo de omnipotencia y otras formalidades divinas, que
parece, dicen, conexión esencial con las criaturas689. En el fuego, pues, si queremos absolutamente significar lo leve
sin el respeto al centroCCLI, no hallaremos término más apto ni cómodo que “líquido”,
que expresa la sutileza, levedad y ligereza de ese elemento y la del aire, que como leve
participó del mismo epíteto, llamándole también “líquido” el poeta en su [f. 24r]
Eneida cuando le rasgaban las alas de aquella célebre paloma690:
Radit iter liquidum, celeres neque commouet alas Virg. Aeney. lib. 5.691.
Y Quicquid liquidus complectitur aer
» Claud. [Claud. A : Claud B] de rap
Pros lib. 2692.
Ilustremos este sentir con todo el oro de , que, maravillado del rapto de Elías,
se asombraba del ardiente carro que, atropellando nubes, elevó la pesadumbre de un bulto
terrestre y grave: Espántame, dice, que el cuerpo líquido y tenue del fuego pudiese
levantar y sostener el pesado y sólido del profeta, «Hoc
ipsum magis mirum est tenue ac liquidum corpus ignis solidum auferreCCLIIpotuisse
» S. Chrysostom.CCLIII tom. 1. hom. de ascenso. Heliae. Erasmus. Laelius Tifernas.
—sea versión de o de —693. Ya veis aquí lo tenue y lo líquido hechos sinónomos,
veis también lo líquido contrapuesto hermosamente a lo sólido en la misma elocuencia del
,
cuya autoridad sola pesa aquí más en nuestra veneración que la póliza de quinientos
y Farías694.
Antes había de pensarse que de los elementos, el agua y el aire, y de los mixtos las substancias fluidas, eran y se llamaban líquidos, por lo rarefacto o condistinto de denso, y por lo que se parecen al fuego, que siendo sumamente raro (o ralo, como quiere el castellano), obtiene el principado sobre todo lo líquido695, y de cuya liquidez participan proporcionalmente la denominación esos otros. Y dado caso que este atributo fuese peculiar y singularísimo del agua (como quiere ) aun con todo debió llamar el poeta “líquido” al fuego.
53. Porque la opinión de Homerus. Claudianus.CCLIV Lucretius. Virgilius.) de
que la agua era principio de todas las cosas y padre del universo el océano696. Como dice en el primero de su Metafísica: «Primo theologizantes sic putant de natura existimandum, Oceanum
et Thetin generationis parentes fecerunt
»
Aristoteles Metaphys. lib.CCLV 1.697. Con que procediendo todos
los elementos, y mixtos, y cuerpos celestes del agua, era preciso haber también el fuego
brotado de los licores y encendídose en la misma humedad el calor, como advierte sobre
este lugar : «Calor autem ex humore fieri videtur,
cum ipse humor sit quasi caloris materia
»
D. Thom.CCLVI I. Metaphysic.CCLVII698. Y que fuese de la misma opinión de es más que cierto, pues casi con las palabras de
lo confiesa
diciendo: «Oceanumque patrem rerum, Nimphasque
sorores
» Virg. Geor. 4699. Con que pudo llamar el poeta “líquido” al
fuego por denotar su líquida materia, como se llama “florida” la miel por haberse
destilado de las flores. [f. 24v]
54. Ni tiene esto menor fundamento en las sagradas letras, cuando queramos teologizar,
puesto que es probabilísimo dogma de muchos teólogos que no crio Dios al fuego en el
principioCCLVIII del mundo, sino que le edujo700 de la
materia ácuea, que criada le antecedió. Persuádelo el oráculo divino en el
capítulo 1 del Génesis, refiriendo que Dios, al segundo día de las
infancias del orbe, mandó conglobarse el firmamento entre las aguas, dividiendo las
ínfimas de las superiores: «Dixitque Deus: fiat
firmamentum in medio aquarum et diuidat aquas ab aquis. Et fecit Deus firmamentum
diuisitque aquas quae erant sub firmamento ab iis quae erant super firmamentum, et
factum est ita
» Genes. cap. I701. De donde fácilmente se forma este discurso: el
firmamento fue hecho en medio de las ondas y con él dividió Dios las aguas de las aguas
(como expresamente enseñan las Escrituras); luego antes del firmamento no había aire ni
fuego, porque a haberlos, ya estarían las aguas superiores divididas de las inferiores
por el aire y el fuego, y consiguientemente no las hubiera Dios dividido con el
firmamento, ni refiriera la Escritura había dicho Dios: «Fiat firmamentum in medio aquarum et diuidat aquas
». Siendo así, pues, que
ese intersticio o espacio que ahora ocupa el firmamento no estuviese vacío desde el
principio de la creación del cielo y tierra hasta el segundo día en que fue construido
el firmamento, ni haya otro cuerpo que hubiese llenado esa capacidad si no son las aguas
que el oráculo refiere haberse criado con el cielo y la tierra, colígese bien que
ocuparon ese espacio las aguas y que de ellas fue fabricado el firmamento, esto es todos
los orbes celestes y juntamente el aire y el fuego, como infiere bien : «Colligitur profecto in eo spatio fuisse aquas, ex eisque fabricatum fuisse
firmamentum, hoc est orbes omnes coelestes ignemque et aerem
» Molina I p. tract.CCLIX de oper 6 dierum. disput.
2702. He ahí el sequísimo y calidísimo fuego nacido de
los líquidos humores del agua. Ni hay que decir que esas aguas que el espacio del
firmamento ocupaban se aniquilaron o tornaron a su nada y que de nada el segundo día se
cuajó el firmamento, se encendió el fuego y se explayó el aire: no, porque el autor del
universo, cuanto por rigorosa creación produjo, todo lo crió junto y en un día, como
dice el Eclesiástico: «Qui vivit in
aeternum creavit omnia simul
»
Ecclesiast.CCLX cap. 18.703. Y también porque es común y
constantísimo sentir de los doctores que Dios jamás redujo a la nada ninguna de sus
criaturas, y últimamente porque no es [f. 25r] conforme a razón que Dios al principio hinchese de aguas aquel espacio,
para aniquilarlas luego al segundo día por producir de nada al fuego, al aire y al
firmamento Vide Molinam ubi sup.704.
55.CCLXI Ved pues al fuego líquido desde su origen y, aunque por la mutua generación de los elementos (aun disímbolos705) hoy nace cada día el fuego del agua, empero esto se ha dicho por demonstrar que le viene de alcurnia lo líquido, pues aun la primeraCCLXII llama del mundo prendió en las líquidas humedades de aquel elemento, y de licores fue encendido el ardor primero. Claro está que al poeta706 no le persuadieron estos motivos revelados, aunque bastaron los filosóficos para llamar congruentísimamente “líquido” al fuego, habiendo sido buen filósofo el primero que lo dijo, que fue :
A otros citan en esta comprobación los comentadores de Virgilio, pero escapóselesCCLXIV aun a los más presumidos el lugar de :
Largus item liquidi fons luminis aeterius Sol,
irrigat assidue coelum candore recenti. Lucan.
lib. 5. Pharsaliae.
708
Y otro del platónico Praeterea cum tot vaga sydera, ut jam prius dictum est, sursum in aethere, hoc est in
ipso liquidissimo ignis ardore compareant
»
Apul. lib. de Deo Socr.709.
No se haga pues espantadizo de que se le atribuya al incendio cualidad que a ninguna de sus
pasiones se contraría. Déjelo para cuando oiga al Madaurense filósofo cuyo asnillo de
oro, en la elocuentísima oración que hace a la luna, entre otras útiles benignidades de
su influjo le dice que a sus fuegos húmedos deben su nutrición alegres las semillas.
«Luce foeminea conlustrans cuncta moenia, et udis
ignibus nutriens laeta semina
» Apulei.
Metam. lib. 11.710. ¿No es más esto? ¿Cómo no los asombra el fuego húmedo y los admira la
llama líquida? ¿Cómo no reclaman contra estos aguados o mojados incendios, «udis ignibus
»? Pues en verdad que dijo que esta
plática de con la luna era
de entre los arcanos de la filosofía y erudición egipcia: «Plurima ex secretariisCCLXV philosophiae et religionis
Aegyptiae
» Ph. Beroald.CCLXVI
argum.CCLXVII in 11 Metamorphoseon.; y que esta oración no era jumentil
(como se finge) sino teológica: «Eloquenter explicatur
oratio non asinalis, sed theologica
»711. Parece que han dado
los filósofos en mojar los incendios o en humedecer las llamas. Responda o sus fiadores, ¿qué es lo que
entienden por «udis ignibus
», húmidos [f. 25v] fuegos? Y si a fuer de buenos filósofos dijeren que a los rayos de la
luna, que aquí se llaman fuegos712,
denominó el otro húmedos causaliter pero no formaliter713, les preguntaremos que por qué el fuego de no será también líquido causaliter, siendo su efecto liquidar, no menos que lo es de la luna el
humedecer.
56. En fin, pues, aquí Non apte
Macrobius exprompsit in Virgilium suam criticam, cum scripsit audaciae maximae fuisse
dici ignem liquidum
» Zerda in Ecl. 6.
Virgilii.714. También Faría, que en eso lo sigue, censura
ineptísimamente y con menos disculpa que el otro, que sólo dice que fue atrevimiento y
no más, y cuando esto se le note a Góngora no lo negamos. Que atrevimiento fue embestir AcilioCCLXVIII, cortado el brazo diestro, con solo el escudo, vibrando rayos de furor
por los ojos con toda la nao de Masilia hasta rendirla él solo, pero fue arrojo
ilustre Valer. Max. lib.CCLXIX 3715. Atrevimiento fue acometer
Aristómenes con todo un ejército, y matar cuatrocientos Lacedemonios de una mano, pero
fue osadía heroica Pausanias lib.CCLXX 3716. Atrevimiento fue prender el famoso Cortés al
emperador MoctezumaCCLXXI dentro de su corte misma ceñido de innumerables
bárbaros, pero fue audacia loable IllescasCCLXXII Hist. Pont. clem. 7717. Atrevimiento fue conquistar Góngora frasis nuevas, periodos esquisitos,
metáforas peregrinas, pero fue insigne atrevimiento, que no hubiera admirado el mundo
hazañas grandes a no haberse usado gigantes718 osadías. Y así a
Faría, cuando nos
dice que «¿qué dijera de
estas cosas, si de dijo
aquellas?», le respondemos que si había de juzgarlo tan ruinmente como de , haríamos de la suya el caso que
de la censura de Faría contra Góngora. Luego nos embiste con que si don Luis por ventura iguala a o sus defensores a . Desatinada pregunta: indigna es
de respuesta interrogación tan furiosa. Pero si hay defensores de Góngora que a
entiendan tan bien como
CCLXXIII, otros lo digan,
que aquí con más modestia sólo dijimos que en algunos lances que ocurren entre don Luis y , y , no pocas veces sale más airoso Góngora, venciendo algunas la lira castellana a la
grandeza griega y latina, porque lo demás se quedó para Faría, que para ensalzar a su echa a rodar los , los , los , los ,
los y Fol. 47. vidaCCLXXIV del poeta. N.CCLXXV 24.719. Aquí los atropella, aquí los excede, aquí los anochece,
pues la fábula de Adamastor dice él que «sin duda hace sombra a Homero y
a Virgilio» Canto 5. est. 50. fol. 540.720. Y es tan dueño [f. 26r] de estas arrogancias que ya no nos quiere dejar de barato algunas migajas
de vanidad para que comparemos a Góngora con ,
pues pudiera, ya que le
escurece y excede con tantas distancias, sobrarnos el que le cotejemos igualado, ya que
él se lleva lo excedido.
Manuel de Faría. § VI. §
«¿Por ventura la poesía no está sujeta a leyes, a juicio, a cordura,
a inteligencia, a suavidad y a cláusulas líquidas721? Dicen algunos que me atrevo a mucho en querer deslucir lo que tantos
aprueban. Respondo que no pretendo negar a don Luis la alabanza adonde la merece, ni tengo por
ignorantes los que le aprueban adonde no lo merece, pero téngolos por mal informados y
que miran solo a la flor superficial, y el seguir muchos una cosa no la califica, aunque
la esfuerce. La mayor parte del mundo sigue a . Pregunto si eso califica sus preceptos. Pues entiendan cierto que
don Luis es el Mahoma de
la poesía722, que predicando que venía a mejorarla en España, la inficionó con
errores: “Cogitauit ut faceret uuas: et fecit
labruscas
”723.»724
Apologético. Sección VII §
57. Gran patrón tienen las leyes poéticas en Faría. Celoso de su observancia acusa a nuestro Góngora por transgresor de ellas. Pero, ¿quién no se reirá de ver acusado de ese crimen a quien, no contento con solo observar todas las de la poesía castellana, pero introducido en las clases griega y latina, descubrió nuevos preceptos a que regularse y solicitó leyes estrañas a que ceñirse? Él lo dijo hablando con los Patos de Aganipe725:
[f. 26v] Olvidósele a Faría el que poco antes conjurado con condenaba la osadía virgiliana de llamar “líquido”
al fuego. Y ahora dice que “la poesía está sujeta a leyes y cláusulas líquidas”. Como si
las cláusulas tuvieran bula para ser más líquidas que el fuego, y no siendo atrevimiento
esto, ha de ser audacia aquello. Demos que Góngora tal vez exorbitase de la norma poética (que
es falso y soñado). ¿Por ventura el mismo Faría defendiendo a su no dijo: «tanto
respeto se debe a los grandes hombres, que ni de todo se les ha de pedir cuenta,
porque pueden dar leyes ellos, y dárselas a ellos solo lo podrán hacer otros
mayores
» Cant. 6. est. 18CCLXXVII fol. 39727? Pues véase ahora si quien lo dijo es mayor
que Góngora para doblarle la
cerviz al yugo de sus leyes, que don
Luis con la autoridad que le decora puede estatuirlas y discernirlas como
varón grande. Como creyó su comentador don García Coronel, cuando viendo la
novedad de la composición del Soneto 88 dijo: «Autoridad tuvo don
Luis de introducir estas novedades
» Coronel
tom. 2. son. 88 fol. 445.728. Deseamos ver estos
quebrantamientos de las leyes poéticas: salgan a luz estas facinorosas transgresiones,
porque hasta ahora Faría no ha exhibido más que saltos de cabras ridículos, hipérbatos mal
entendidos y metáforas peor penetradas. Cuerdos eran los que le decían que se atrevía a
mucho en querer deslucir lo que tantos aprueban729, porque eso de deslucir al sol es vanidad
imaginaria de vapores ruines, que suben borrones para despeñarse lágrimas, siendo así
que lo pardo que anubla solo es tiniebla de la nube, no opacidad del flamantísimo
planeta730. Dice que no pretende negar a don Luis las alabanzas adonde las merece. Como si
aquí hubiéramos menester sus elogios. Nunca las diga, ni jamás las dé, que de labio que
(fuera de ) no supo más que
alabarse a sí mismo y en cuyas palabras padecieron común oprobio y vilipendio universal
tantos hombres insignes, más son de estimar los desprecios que los loores, pues
vituperios de quien aborrece tanto bueno, más que lastiman, halagan, más que afrentan,
acreditan. Por eso dijo que cuando no afianzaran a la religión cristiana tan soberanos
créditos, bastaba para calificarla de loableCCLXXVIII el haberla aborrecido Nerón:
«Tali dedicatore damnationis nostrae etiam gloriamur;
qui enim scit illum intelligere potest non nisi grande aliquod bonum a Nerone
damnatum
» Tertul. frag. apud Nicephor. lib.
2. cap. 37.731.
58. Añade que no tiene por ignorantes a los que le aplauden, sino por mal informados, etc. Pero diciendo después que Góngora [f. 27r] inficionó a España con errores, ¿qué más ignorantes los ha de llamar, si les culpa que aplauden errores? Y no entendemos qué es lo que quiere decir en que el seguir muchos una cosa no la califica aunque la esfuerce732, porque la certidumbre o probabilidad que proviene de principios extrínsecos a una opinión, lo mismo es esforzarla muchos que calificarla muchos. Y si no la califican, menos la esfuerzan, y si la esfuerzan, es imposible no calificarla, porque como dijimos proviene esta calidad de principios extrínsecos733. Pero aquí este gran lógico ha hallado nuevas formalidades que enseñarnos.
59CCLXXIX. Si a Mahoma sigue la mayor parte del mundo y no califica su pestífero dogma el innumerable séquito de tanta muchedumbre, sepa Faría que no supo lo que se dijo, que a Mahoma por la largaCCLXXX del apetito y por lo licencioso de la sensualidad bestial le siguen hombres ignorantes, brutos, ciegos, bárbaros, selváticos y bestiales. Pero a Góngora, que no escribió para todos, penétranle los discretos, sóndanle los eruditos y apláudenle los doctos. Pues de aclamar bárbaros y de calificar doctos véase la distancia que hay. Siempre son pocos los sabios, y si por haber banderizado734 Góngora más doctos en su aplauso que otro poeta, parece que son muchos los que le aclaman, perdónesele a Faría haberlos comparado con los sátiros y jumentos735 de la morisma736. Perdónesele también el desahogo de llamar a Góngora «Mahoma que inficionó de errores a España», porque aquí no tratamos de vengar oprobios con oprobios, que es puerilidad, sino de satisfacer calumnias con razones y desvanecer escrúpulos con evidencias. Pésanos de que tan indignamente traiga un texto sagrado para profanarle con su mordacidad, con ser que el «Cogitauit ut faceret uuas et fecit labruscasCCLXXXI»737 por más que adulteró el «expectauit» en «cogitauit», ni es a propósito, ni él lo entiende.
Manuel de Faría. § VII. §
«Peor sus secuaces. Ellos serán gustosos en parte. Pero razonables
jamás lo serán en las orejas cuerdas, judiciosas y científicasCCLXXXII: y el ingenio (que ese
no se le negamos insigne) no coloca a nadie en el asiento de la verdadera gloria. Yo
venero a don Luis, y digo
que en lo que escribió antes de aquel [f. 27v] capricho, o libre de él, es excelentísisimo, y casi invencible en muchas
cosas, a lo menos en las burlas, y esto es porque esas no constan de ciencia sino de
ingenio, y genio para ellas: y seguramente creo que si esto faltase en el tomo que vemos
impreso de sus obras, poquísimos lo conocieran. Y si yo fuera enemigo de quien le alaba
por lo otro, no le deseara mayor mal que haberle descubierto el juicio.»738
Apologético. Sección VIII §
60. Imitar lo grande siempre fue tan difícil como deseado. Mal se remeda lo soberano.
Por eso diría Aristóteles que abatió las plumas la pintura y sofrenaron su osadía los
pinceles en retratar el arco celeste. Aquel nácar de los cielos, aquel zafiro de las
nubes, aquel verdor del iris etéreo, aquel colorido celestial, quizá por serlo, no se
permiten traducir fielmente a la tabla, por más que Apeles encienda los carmines o sude
los pinceles: «Soli colores Iridis non possunt fieri a
pictoribus
» Aristotel.CCLXXXIII lib. 3
Meteor.739.
Muchos acometieron a la imitación de Góngora y viciando sus versos, por alcanzar
aquella alteza, ocasionaron a Faría a que dijese inficionaron peor que Góngora sus secuaces a España.
Confesamos que aquel peregrino ingenio tan soberanamenteCCLXXXIV
abstraído del vulgo fue inimitable, o se deja remedar poco y con dificultad. Eso tiene
lo único, eso tiene de estimable el Sol, que no admitir émulo feliz, tolerando las
competencias, es la valentía de lo singular. Si os parece fácil imitar a Góngora, durará
la presunción hasta la experiencia, pero estimaréis la hermosura de sus versos a costa
de vuestra flaqueza y desengaño740. Así, decía
Plinio el menor que entonces reconocía la sublimidad de los versos de Antonino cuando él
intentaba emularlos: «cum versus tuos aemulor, tum maxime
quam sint boni experiorCCLXXXV
»
Plin. Iunior. epist. lib. 5 ad Antoninum.741. Suele atreverse el pincel a
copiar una perfecta y absolutísima pintura, y resistiéndose el original, rebatiendo742 conatos y esgrimiendo primores, turba al artífice, tanto
que mientras más trabaja por trasuntar la idea con bizarría, empeoran las porfías el
trabajo con desaire. Así las imitaciones que acometenCCLXXXVI al ejemplar de aquella
poesía resbalan del original y desmienten con el despeñoCCLXXXVII sus esforzamientos.
«Ut enim [f. 28r] pictores pulchram absolutamque faciem raro nisi in peius effingunt, ita
ego ab hoc archetypo labor ac decido
» Idem
ibidem743. Y eso ha sido lo mayor de don Luis, escribir versos que todos
anhelen por imitarlos y nadie o pocos arriben744 a conseguirlos:
«Ut quamplurima proferas quae imitari omnes
concupiscant, nemo aut paucissimi possint
»745. En particular lo dijo de Góngora su
comentador don Joseph Pellicer
en la Dedicatoria al infante Cardenal: «Irritados —habla de los
envidiosos— de genio tan más allá de todos, que pudo y supo mejorar el idioma
castellano, enseñando rumbo, entre la novedad misma docto y grave con la imitación de
griegos y latinos, conspiraron contra él, y echando la culpa al estilo bien admitido
de todos, y mal imitado de muchos, de cuanto los cansaba su ingenio se dio por
ofendida la calumnia, se agravió la envidia
» D. JosephCCLXXXVIII Pellicer leccion. solem. in GongoraCCLXXXIX Dedic.,
etc746. Sin duda
dijo bien, pues por más que lo afecteCCXC curiosidad presumida, siempre se queda
aquel estilo bien admitido de todos y mal imitado de muchos. Porque son sus colores los
del arco celeste, inimitables a la fatiga, fénix en fin raro cuya pluma y matices en
líneas de celestes renglones iris forman no corvo, que en altísimos vuelos se ostenta a
los remedos fugitivo y a las admiraciones sereno747. Así lo dijo él de sí mismo en cabeza del fénix:
«el pájaro de Arabia (cuyo vuelo
arco alado es del cielo,
no corvo, mas tendido)». Soledad 1.748
61. Ya su colocación se ve introducida aun a lo sagrado de los púlpitos. Los mayores
oradores de España y América imitaron la transposición. Allá Hortensio severísimamente
hablando dijo «Armará enojosCCXCI insoportables, iras
fulminará eternas
» Hortens. ser. I
Advent.749 y en otra
ocasión «Al espejo de sus claridades inmenso
» Serm. de S. Francisc.CCXCII de Borgia.750. Acá don Juan de Cabrera: «Una de las más erróneas al parecer impiedades
» Cabrer. serm.CCXCIII
var. ser. 1. et 13.751. Y otra vez: «En este que me escucha
vigilante corazón
»752. No es de estrañar en Hortensio que leCCXCIV siga en prosa cuando siempre le imitó en verso. También don Joseph Pellicer y don García Coronel son
perpetuos discípulos de aquel bizarro espíritu753. Hortensio en el tomo que
anda de sus poesías demuestra bien cuánto se fatigó remedando aquellas ideas754. Callo otros, así españoles como peruanos, que siguieron esta
senda, pero de todos habla agriamente Faría en su fuente Aganipe, tomo 2, y
espumando las hieles755 que suele
contra don Luis, dice de él y de ellos: «Góngora ingenio grande,
mas duro; siguiéronle en [f. 28v] esta composición otros, errando menos en eso que en pensar le imitaban,
que si bien no es digno de imitación, y ninguno de los que la intentaron la consiguió,
es dignísimo de veneración, por el singular ingenio que por allí vino a
descubrir
» Faria fuente de Aganipe to. 2.
in prologoCCXCV756. Quede recomendada esta dificultad con solo que
el más elocuente ingenio de España más aína se hizo inimitable en el estilo oratorio
suyo que émulo del poético de Góngora. Este es el maestro fray Hortensio Félix
Paravicino, varón sin duda grande (y no lo fuera a proseguir la imitación de Góngora por
las floridísimas veredas de aquel monte757, que tan estudiosamente
tuvo emprendidas): quiso imitar con los pinceles de todo su caudal aquella idea y no
pudo arribar más que a la hazaña de haberle con los diseños dado algún aire758. Desquitose empero en la oratoria, haciéndose en ella el
Góngora de los declamadores, pues de tantos que aspiraron a su competencia, apenas hay
quien dibuje sus huellas cuando apenas hay quien no amague sus pasos. En cierto estudio
nos hallamos un día donde se descogió759 un hermosísimo lienzo de
aquella mano. Era de la fuga y desastre de Absalón760, célebre por cierto con razón por la viveza
de las colores y por la valentía de su primor. Corriose el velo, y era esta la pintura.
Hortensio, sermonario 1 de Adviento §. 3 Hortensi.CCXCVI serm.CCXCVII 1. Adv..
«Mirad hacia lo más de ese campo, veréis que viene huyendo Absalón la
indignación de su padre: desapoderada corre la bastarda bestia en que se escapa —el pie
frecuente al cuidado, largo el freno a la huida, caliente al hierro la boca—. Ya llega a
aquellas encinas (algo medroso a las sombras, más al estorbo medroso): ¡detente, ardor
juvenil!, ¡para, fugitivo inconsiderado, que te despeñas en llano!, ¡guarda, guardaCCXCVIII de ese tronco!, ¡baja
la cabeza a esa rama, recoge las guedejas que vuelan mucho! ¡AhCCXCIX, que te traban en ella!,
¡ahCCC, que sirven no de lazo solo, sino de soga!; ten atado el freno, ¡ay
que perdiste las riendas, no pierdas los estribos también, que no hay detener el bruto
firme!; ¡que dejas la silla, échale a la cerviz o al cuello las manos!, no te falte su
cabello ya que el tuyo te ha sobrado. Pasó la bestia mestiza, así infiel761: ¡ay, que te quedas pendiente también del
árbol, maltratado de las ramas, mal atento joven!, ¡ay negro cabello de oro, y qué
altamente te pierde, así es! ¿No veis que le viene siguiendo un soldado? No es sino un
capitán; el general es, sí, Joab, sin duda, Joab es: terciando viene una lanza. Ya se
detuvo y la arroja, por el pecho le [f. 29r] atraviesa; otra le da un soldado, y otra: todas tres las logra en el
desdichado. Ellas quedan blandiendo, Absalón palpitando, Joab triunfante. ¡Oh, malograda
hermosura, miserable juventud, espectáculo horrendo a todos!»762
62. Enamorado otro de la descripción, cogió el carboncillo y afilando el dibujador con propósito de no dibujar a Joab, mas que763 al Absalón, por copiarle, acometió a este rasguño764765:
«Tended la vista del espíritu por el llano de aquella campaña: envuelto en nubes de polvo se desbarata un poderoso ejército entre el estruendo de alaridos y atambores. Fugitivo atraviesa el bosque, en apresurado tropel, un mancebo que del estrago escapa. Absalón es, que huye de la batalla, Absalón sobre un bruto que, bañado de espumas el freno, teñidos de mucha sangre los ijares, a todo correr endereza a los encinos. ¡Pica, pica, príncipe mal aconsejado! Cometa parece en la fogosidad, como en lo cabelludo, pues lamiéndoleCCCI el viento la melena en ondas de oro dilatada, se tremolan poderosamente sus rizos por el aire. Mas ¡ay!, que al romper por la espesura, el ganchoso tronco de una encina leCCCII trabó enmarañadas las guedejas; confuso ignora si ataque el bruto que apresura o desgaje la rama que prende: tiró repelado las riendas, mas mordiendo los alacranes766 al freno, pasó espumoso el mulo desbocado, crujió el tronco, cabeceó el árbol, encorbose el ramo, sonaron las hojas, pendió el joven. ¡Ay belleza desdichada, infeliz hermosura, malograda juventud, que perdiste la ocasión de reinar con más venturas y cogiola por el cabello767 tu fortuna! ¡La verde encina que coronara el copete a tu fortaleza ya sirve de frondoso patíbulo a tu osadía, pues rindes en miserable suspendio768 el pelo a los ramos, el corazón a tres lanzas, la esperanza a los aires, la vida al malogro, la lástima al orbe y el escándalo a los siglos!»
63. Solemnizose el bosquejo, examináronse faiciones, aplaudiose la copia y no faltó
quien la hombrease en lo crespo de la frasi con el original, como quiera que aquello de
«¡ay negro cabello de oro!
» es una exclamación tan bella,
que aunque las demás porciones de la hipotiposis quedaran competidas o superadas, ella
bastaba sola a asegurar de vencimientos al ejemplar769. En fin, más a riesgo
de venturosa emulación vemos a Hortensio en sus prosas que a Góngora de que Hortensio le
remede los versos con felicidad, con ser que Hortensio y Góngora han echado a perder más
ingenios en su [f. 29v] imitación que juicios la piedra filosofal en su seguimiento. No tienen la
culpa las facciones grandes de que se le atrevan competencias aun a la misma
individualidad770. De que
Salmoneo mintiese el estruendoso embeleco de los rayos, ¿qué culpa tuvo Júpiter, que
únicamente los fulmina771? Cuando sea muy bien lograda la imitación, junto a las
vivezas de la idea, no sólo descubre la menoría, pero aun la monería772. Eso tiene de
vitalidadCCCIII el genio
propio, que menos que en el sujeto nativo, no tendrá consistencia en otro773. Empresa fue
siempre ardua el lograr las semejanzas afectando las imitaciones. Lo que se compite,
mejor suele ser tal vez repasallo que seguillo, porque quien lleva bríos de exceder
puede lograr la ventura de igualar. «Nam qui agit ut prior
sit, —dice Quintiliano tratando del punto— forsitan si non transierit,
aequabit
» Quintil. lib. 10. cap.
2774. Pero solo a aquel no
podrán alcanzar a quien siempre le atienden los pasos y le compasan las huellas, por ser
preciso que siempre se quede atrás quien siempre trata de seguirCCCIV: «Eum vero nemo potest aequare cuius vestigiis sibi utique
insistendum putat: necesse est enim semper sit posterior qui sequitur
» Idem ibidem775. Acabaos de persuadir
que muchas veces fue más fácil hacer más que hacer otro tanto: tan ardua es de recabarse
una semejanza, que apenas acierta a dibujarla aun la naturaleza misma. «Adde quod plerumque facilius est plus facere quam idem: tantam
enim difficultatem habet similitudo, ut ne ipsa natura in hoc ita eualuerit Idem ibidem776»
. Y donde aun estas esperanzas
acabaron de marchitarse es en la imitación del estilo de Góngora, que de suerte se
levanta, sublima y erige que rematan sus cumbres en despeñadero, como decía Plinio de la
elocuencia eminente: «Effervescere, efferri, ac saepe
accedere ad praeceps
» Plinius Iun. epist.
lib.CCCV 9. Luper.. Porque no hay celsitud que no empariente con los
amagos del precipicio: «nam plerumque altis et excelsis
adiacent abrupta
»777. La de
Góngora está tan cerca de él, que de su sublimidad al despeño solo dejó un paso: quien
le diere, primero se hará pedazos que se le adelante. Pues, ¿para qué le compiten,
carrera en que no han de ganar sino ruinas o atrasamientos?
64. Aun en las excelentísimas oraciones de Tulio (entre otros defectos) repararonCCCVI era enfadosa una cláusula continua, un dejo frecuentísimo en que
remataban los más de sus periodos, que era el «esse
videatur
». Pues de a legua se le puede adivinar que la sentencia tiene
precisamente de cerrar con su «esse videatur
».
Notolo Tácito: «Nolo irridere rotam fortunae et ius
Verrinum et illud tertio quoque [f. 30r] sensu in omnibus pro sententia positum: esse videatur
» Corn. Tatit. dialog. Orato.CCCVII778. Muchos
imitaron la elocuencia de Cicerón, y muchos que no pudieron dieron que reír a
Quintiliano con dar a entender que ya le tenían imitado con solo largar el «esse videatur
». Soñándose cicerones, porque iban
remachando con un «esse videatur
» una y otra
cláusula. «Noueram quosdam qui se pulchre expressisse
genus illud coelestis huius in dicendo viri sibi viderentur, si in clausula
posuissent: ‘esse videatur’ Quintil. lib. 10. cap.
2.779»
. Así pues entre nuestros
imitadores vemos que quien sabe decir «el ronco de los bárbaros estruendo», o dice
«esta, si no mortal, veloz saeta»780, con dos hipérbatos, seis voces, y «plumas calzada
»781 o «aljófares vestida
»782, se tiene persuadido a que el alma de Góngora se le pasó a sus
carnes783. Pues
desengañaos, legosCCCVIII, desengañaos, presumidos (aunque lo mismo sois presumidos que
legos), y teneos por notificado que lo sumo, lo grande, lo superior de los oradores o
poetas nunca se puede imitar, como el ingenio, la invención, el vigor, la facilidad y
todo lo que noCCCIX enseña el
arte. Algo tiene, empero, común y mediocre la elocuencia grande, y esto solo se os
permite que remedéis: «Ea quae in oratore maxima sunt
imitabilia non sunt: ingenium, inventio, vis, facilitas, et quidquid arte non
traditur
» Idem ibidem784. Y concluye: «Habet tamen omnis eloquentia aliquid commune: id imitemur quod commune
est
»785. No me arguyáis que os niego el
imitar a los varones grandes, cuando no hay escuela en que no se nos propongan
ejemplares insignes para eso. Porque aquí solo os distingoCCCX dos porciones en
el estilo: una, hija de la naturaleza, que no se alcanza, y otra, parto del arte, que se
consigue. Así os lo enseñan juicios grandes786. Tienen los dechados un no sé qué de
natural gracia y hermosura, un cierto donaire ínsito (como dice Halicarnáseo): «quod omnibus archetypis et exemplaribus naturalis quaedam
venustas et gratia conveniat
»
Halicarnassaeus cap. 7 de Dinarcho.787. Y aunque la copia haya
llegadoCCCXI a la suma excelencia de la imitación, jamás deja de
traslucírsele lo contrahecho de la afectación desairada. «Quamvis ad summam imitationis excellentiam perveniant, affectatum quiddam et non
naturale accedit788»
. El estilo de don Luis solo puede ser suyo, en él es
faición789, en otro máscara.
Siempre le veneramos, nunca presumimos imitarle. Dar a logro790 el talento de la naturaleza, si le adelanta el arte y le
duplica la cultura, tenemos por usura hidalga y por la más segura791. Porque quien se halla mal con el genio propio
¿cómo hará milagros con el ajeno? Finalmente el refrancillo de «cada uno [f. 30v] estornuda
»792
tenemos por infalible, porque cada uno está necesitado de la naturaleza a no
desmentirla. Aun de aquellos cuatro divinos animales que tan lucidamente volátiles
tiraban la carroza de Dios, con ser que todos volaban poblados de alas y esgrimiendo
plumas, reparó el profeta que el águila sobresalía remontada encima de los demás:
«Et facies Aquilae de super ipsorumCCCXII quatuor
» Ezechiel cap.
1793. Y era que aunque todos batían plumas, eran nacidas las
del águila y las del novillo advenedizas. Mucho volaban el hombre, el león y el buey con
sus alas, pero eran prestadas, y cedían ventajas a las nativas. Y apostar un buey, por
emplumado que esté, con un águila al vuelo, solo es colocarla sobre su cabeza a que
remontada le enseñe no ser lo mismo arrastrar flemáticamente la reja por el barbecho que
aventar con velocidad el plumaje por las nubes, «de super
ipsorum
». Por esto llamaría (claro está) Lope de Vega «Ícaros» a los
imitadores de Góngora, porque siendo contrahechas las alas de su osadía, es preciso ser
arriesgadoCCCXIII el vuelo de suCCCXIV emulación. Alábale primero
y luego dice que sus imitadores son los que han menester las defensas, que por don Luis
se hacen ostentosas794CCCXV:
Claro cisne del Betis, que, sonoro
y grave, ennobleciste el instrumento
más dulce que ilustró músico acento,
bañando en ámbar puro el arco de oro,
a ti la lira, a ti el castalio coro795
debe su honor, su fama y su ornamento,
único al siglo y a la envidia esento,
vencida, si no muda, en tu decoro.
Los que por tu defensa escriben sumas,
propias ostentaciones solicitan,
dando a tu inmenso mar viles espumas.
65. Es forzoso el precipicio, siempre que tratare de volar quien no ha nacido pájaro, que no bastan plumas para el vuelo, pues aunque de ellas se hacen las alas, también los plumeros.
66. Basta esto de los que Faría mentó diciendo: «peorCCCXVII sus secuaces
»797; lo demás es mera pugnacidad sin
fuerzas ni fundamento. Dice serán los versos de Góngora gustosos en parte, pero no a las
[f. 31r] orejas judiciosas y científicas. A que decimos que conocemos muchas de
hombres más doctos que él, que no solo se deleitan mucho con su armonía sino que la
recomiendan con veneración. Dice que también él le venera, pero esto es hipocresía
cuando constan sus vejaciones. Llámale casi invencible en lo que escribió antes de aquel
capricho, y el capricho es hipérbatos, que las burlas en que es excelentísimo no han
menester ciencia, sino ingenio y genio para ellas. Hasta los aciertos que confiesa los
pellizca con el rencor, como si todo lo científico y artificioso que puede ennoblecer
una lira no hubiese resonado en la de Góngora con admiración del mundo. Mirad lo que
decimos a esto en la sección undécima, número 116.
67. Añade que a faltar las burlas en sus obras, poquísimos le conocieran798. Este hombre, aun de los
pensamientos ajenos y futuros quiere ser árbitro. Pero diga si el Polifemo,
Soledades y Panegírico799 tienen burlas. Y
si no las tienen, ¿cómo los conocen tantos por de Góngora y él mismo las llama «poesías singulares en la opinión de los sectarios
»800? Y si son muchos los que siguen a
Góngora y aun tantos que los comparó con los dicípulos de Mahoma801, ¿cómo dice ahora le
conocieran sin las burlas muy pocos, cuando eso que carece de ellas lo conocieran
tantos? Añade que no le quisiera mayor mal, si fuera enemigo de sus aplausos, «que haberle descubierto el juicio
»802: ¡qué gracia! Cierto que
puede estar muy vano de tan glorioso descubrimiento. Desde que Faría escribió esto (¡ay triste!) ya no hay
quien lea a Góngora, no hay quien aplauda sus versos, no hay quien estime sus números.
En verdad que no pudo hacérsele mayor daño que haber desengañado al mundo. Descubriole
Faría el
juicio803, y
eclipsose Góngora, espiró aquella musa. ¡Oh poder grande, oh elocuencia fatal de Faría,
que a tu arbitrio degüellas aplausos, apagas opiniones, destruyes famas, aniquilas
renombres! Mas ¿cómo le venera quien así le desacredita o cómo le vitupera quien tanto
dice que le respeta? Delira la envidia, titubea el odio, confunde contrariedades la
iniquidad. Importa un ardite le venere o no le venere, le precie o le desestime, porque
la musa de Góngora es de la complexión de la virgiliana, en que ni crece con los
elogios, ni con los vituperios mengua: «Ea est Maronis
gloria —dice Macrobio— ut nullius laudibus crescatCCCXVIII, nullius vituperatione
minuatur
»804. Macrob. 1.
Saturnal.
Manuel de Faría. § VIII §
«Hablo en general, que en particular no hay duda que en el
Polifemo y Soledades hay cláusulas beneméritas de
poetaCCCXIX de estima. Mas, por una parte, la
lujuria del ingenio y, por otra, la falta de fuerzas para concluir las obras le ataba e
impedía: si no, díganme sus devotos por qué no acabó él obra que empezase, de las que aspiraban a tener
cuerpo de principio, medio y fin. Las Soledades,
PanegíricoCCCXX y dos Comedias tuvieron
principio, pero no tuvieron fin, ni aun medio, y el Polifemo acabado
tiene poquísima traza.»805
Apologético. Sección IX §
68. Pareciole a FaríaCCCXXI se descubría mucho la venenosa y profundísima llaga de
su envidioso corazón en haber prorrumpido tan pestíferos hálitos, y por no hacer patente
su dolencia, moderó la censura y templó artificiosamente el juicio, como enmendándole,
con decir: «Hablo en general, que en particular no hay duda que en
el Polifemo y Soledades hay cláusulas beneméritas
de poeta de estima
». Estas son caravanas806 de desmentir la envidia, pues por disimularla en hábito de celo o
crítica doctrina, a cada paso nos enfada con sus reverencias y veneraciones. Ya confiesa
cláusulas estimables y de poeta benemérito en el Polifemo y
Soledades, y no ve que de ahí se colige serlo también las restantes,
porque la frasi, la sentencia, el estilo, la colocación, es tan semejante y tan
indivisible en todas como fue uno el espíritu que en sagrados furores las dictó
altamente arrebatado807. Esto no necesita de más probanza que de la
exhibición de los versos: léanse y sean los ojos árbitros de su igualdad con el juicio,
que si hay cláusulas de estima, todas la merecen o todas deben proscribirse si periodos
hay dignos de óbelo808. Tal es su uniformidad, tal su consonancia.
69. El que don Luis no hubiese dado fin a las Soledades, Panegírico y Comedias809 no convence falta de caudal en aquel espíritu, sino poca ambición de dar a la prensa sus escritos, lujuria de estos [f. 32r] tiempos insaciable, que en los pasados era solo comezón importuna, como dijo Juvenal:
Tenet insanabile multos
Y fue también notoria falta de patrones, pues no habiendo mecenas que aliente propicio,
no hay que estrañar poeta que fallezca desvalido. Fuese en fin esto o lo otro, el no
concluir algunas obras, habiendo otras que basten para el crédito, no arguye en hombres
de aquel tamañoCCCXXIV811 falta de capacidad. O dígase que el
mayor poeta que conoció la naturaleza812 no la tuvo, pues
no solo dejó de acabar su Eneida, poema divino, pero versos particulares
de ella no pudo o no quiso concluir, de que vemos tantos hemistiquios en sus obras. Y
¿quién será tan ignorante que, porque Virgilio no pudo acabar una docena de versos, o no
quiso, le acuse de crimen de lesa poesía, por falto de fuerzas de ingenio y espíritu? El
mismo poeta en su testamento mandó que, por imperfecta y no acabada, su
Eneida se entregase a la llamas, «Testamento comburi iussit —dice Donato— ut rem inemendatam imperfectamque» Donatus in vita Virgilii.813.
Pues los retazos de versos que así quedaron, digan Tuca,
Varo y otros muchos si han podido ser zurcidos, con haber acometido a este suplemento
los mejores ingenios de aquel siglo814. Y responderán que aquello
imperfecto, manco y no cabal de Virgilio se quedó así para confusión de presumidos y
arrogantes, que con todo su caudal no pudieron remendar cuatro hemistiquios. ¿Qué fuera
todo el poema? Ni Virgilius acabó su Eneida, ni
Lucanus dio fin a su Farsalia, ni Claudianus concluyó su Rapto de Proserpina, ni
Ronsardo Ronsardus su
Franciada815, ni otros muchos clarísimos
varones, ni por eso perderán la corona que sus gloriosas fatigas les ganaron. ¿Pues del
ingenio de Góngora se ha de presumir que no acabase una comedia816 porque no pudo, cuando no hay hoy zapatero de
viejo817 en España y aun en
nuestras Indias que no las escriba a docenas818? Digan eso los que se
atrevieren a calumniar de sin fuerzas, de enervado, de lánguido el genio virgiliano,
solo porque no pudo acabar aquel verso:
Proiice tela manu, sanguis meus819
Eso imperfecto, eso por acabar que se dejó Góngora es mucho mejor que lo muy concluido y sellado de los otros. Y eso poco ha sabido arrastrarse al mundo erudito a sus admiraciones. [f. 32v]
70.CCCXXV Lo grande no
está en lo mucho. Nunca es poco lo bueno. El bulto del libro solo denota que tiene mucho
papel. No crecen los tomos por echar hojas, sino por madurar frutos, eso les quedó a los
libros de su linaje de árboles820. Al otro profeta se le mandaba hacer un libro grande: «SumeCCCXXVI tibi librum grandem
» Isai. cap.CCCXXVII 8.821, y al cabo no contenía más que cuatro palabras todo
aquel tomo: «Spolia detrahere, festina,
praedari
»822. Y aun de todas estas las dos primeras eran título (dice
Vatabl. schol.CCCXXVIII sup. 8 Esai.) con que no
quedaba más que otras tantas para toda la profecía: «Haec
duo verba sunt vice tituli, duo sequentia sunt ipsius epistolae
»823. Para que
acabásemos de creer que podía ser libro grande, libro de dos palabras.
71. Escribió Faría unos cuatro o cinco tomillos de versos824 y parécele que estos le hacen mayor poeta que es Góngora con el suyo. Mas como no se regula por pliegos el espíritu, podrá aquel decirle lo que al otro:
Tu bis denis grandia libris
qui scribis Priami proelia magnus homo es.
Nos facimus Bruti puerum, nos Lagona vivum,
tu magnus luteum, Gaure, Giganta facis.825
72. El Polifemo acabado dice que tiene poquísima traza y en verdad que se lo hemos de averiguar. Esta poca traza, ¿respecto de cuál es poca? Porque poco y mucho no son contrarios, como enseña el Filósofo, sino relativos y es preciso que esta traza en orden a alguna mucha o mayor sea poca827. Diga pues Faría si es poca, o porque don Luis la pudo hacer mayor, o porque los poetas griegos o latinos trazaron mejor esta fábula, o porque el mismo Faría la pudiera haber mejorado o escribe otras fábulas de más traza828.
73. En lo primero fácilmente queda convencido con que bastó haber Góngora dado aquella
traza que otros no solo no han excedido, pero ni aun igualado, y aunque de su ingenio se
cree la pudiera haber superado, él no estaba obligado a exhibir la mayor de su
posibilidad. Pues aun Dios con obrar con solo querer, no debe hacer lo mejor que puede
obrar829. Ganen el tiro de aquella [f. 33r] barra, que, si Góngora la puede adelantar, eso está por hacer y, respeto
de lo que no es, nada es mayor ni menor830. En lo segundo, salgan a luz de los griegosCCCXXX
y de los latinos , que más profesamente cantaron los
amores de Polifemo. El griego no solo no escribe mejor que Góngora este asunto en el
Idilio undécimo, que intitula Cyclops y comienza:
«Nullum contra amorem est remedium aliud
» Teocritus Idillion [Teocritus Idillion A : Teocrit† Idilion B] 11CCCXXXI831.
Pero es indigno aun de ser admitido al certamen. Allí propone al jayán pastor enamorado
y a Galatea ninfa desdeñosa, y luego introduce rústicamente aquella cantilena pastoril,
que comienza «O candida Galatea
». Consta de
requiebros a su hermosura y ofertas a su esquivez, y con dos frialdades se acabó el
cuento. Además, que la campestre musa de Teócrito (según Quintiliano) no solo huye de la
majestad cortesana, pero aun de la policía cívica se aleja temerosa: «Sed Musa illa rustica, et pastoralis, non forum modo, verum
etiam ipsam urbem reformidat
» Quintili.
lib. 10 cap. 1.832.
74. El latino la escribió con acierto en el treceno de sus MetamorfosisCCCXXXII833 y así le atendió Góngora por dechado de aquella labor insigne y, tal cual es aquella traza del ingeniosísimo Ovidio Ovid. Meta. lib. 13, toda la embebió en su Polifemo, pero con tantos realces que, variándola de bellísimos episodios, descripciones, frasis, sentencias y esquemas834, queda el dechado como suelen quedar las líneas del dibujo sobreviniendo la bordadura de oro y perlas835. A quien esto dudare le es fácil abrir ambos libros y conferir836 una traza con otra, un ornato con otro. Dejo los lances en que de y se vale con ventaja en lo que toca a la robustez y deformidad del gigante, en cuya descripción los dejó atrás. Ya por esta parte no le exceden ni , ni en la traza de esta fábula: aquel porque ninguna tiene, este porque sobre toda la de él añadió Góngora la suya. Luego respeto de estos no es poquísima la traza del Polifemo, como dice el sicofanta.
75. Resta lo tercero, ver si es poca respeto de la que puede o suele disponer Faría en sus poemas. A que responderá Góngora lo que en semejante caso:
Ista tamen mala sunt: quasi nos manifesta negemus,
Cuanto escribo, es manifiesto
que es malo; mas, si lo igualo,
veo que, siendo esto malo,
[f. 33v] nada haces tú mejor que esto.838
Por ventura, ¿es muchísima la traza de Faría en su fábula de Dafne y
Apolo839, o la de Tamiras y
las Musas840? ¿O es mayor
la de Pan y Apolo841? Y
la de otros poemas ridículos, fríos, lánguidos, forzados, inertes, mal puestos y bien
cacareados, como los que su clueca Musa abortó en el segundo tomo de su
Aganipe842? (Dejo los
pecados de los demás, porque se haga la comparación de fábula con fábulas). Y ¿a quién
no asombrará tanto disparate, como agrega en los esdrújulos forzados de que tejió el
poema de Tamiras843? Donde por consonante de
«número», largó «cucúmero
»844, que malos
cucumerazosCCCXXXV845 le habían de dar
al cucúmero de sus cascos, pues aun en latín es cucumis846. Pero donde se ensartan «satúrnicos
»847, «admirábiles
»848, «ebúrnicos
»849, «orfénica
»850, «puérpera
»851, «pérpera
»852, «saxátiles
»853 y otras monstruosidades semejantes, bien podía pasar el «cucúmero
». Y la gracia de todo es que al fin de tanto desatino
sin traza quiere persuadirnos en un párrafo en prosa que en aquel género de poesía ha
excedido a cuantos con fama y acierto la ejercitaron en nuestro idioma, como el insigne
Cairasco, Lope de Vega, etc854.
76. Dejemos los consonantes forzados, que a cada paso descubren los callos del remo y las ronchas del látigo855. En la fábula de Pan acabó la estancia 56 así:
Del gran Petrarca
Y es tan buen esto como si dijéramos, alabando al famoso historiador: «Fue Salustio Crispo / De romanas historias Arzobispo», pues no sabemos si le faltaba algo para ser arzobispo a
en sus Historias, cuando el con sus versos llegó a ser patriarca.77. No es tanto nuestro ocio, que le hayamos de malograr en espulgarle las
boberías857: baste decir que este hombre censura
los versos como que nadie es mejor y los escribe como que es peor ninguno. Horror es
oírle fulminar intrépidamente su crítica, siendo en ella «mero
prosista
»858, «no mondado» Aganipe tom.
CCCXXXVII
2 in NotaCCCXXXVIII859, «mero romancista y
gran hablador» Lusiad. C.CCCXXXIX X. est. 3. fol. 299860, Góngora «duro
»861,
«infelice»862, el «arrogante sin saber nada»863, el «desnudo de erudición
» Juicio n 24.864. ¡Válgate dios por
hombre! O escribe como censuras, o censura como escribes, que quien te oyere árbitro de
ese dosel865
[f. 34r] condenar tantos defectos en poetas tan ilustres juzgará que o los excedes
o los enmiendas, hablando de ellos como superior a sus aciertos. ¡Oh, cuánto le valió a
haber sido su
amigo y dedicádole una comedia866! Pues a buen librar escapó con que «escribía mejor
redondillasCCCXL que otra cosa»867. ¡Y aun esas dice que las
aprendió del buen aire de su !
Fuele preciso prorrumpillo, por que no se le fuese sin nota, como de advirtió en semejante ocasión , «Plane adverto Scaligerum haec in illum eructasse, ne ei
innotatus abiret
» A.CCCXLI Verdarius in Vita Pierii Val.
Aretinus.CCCXLII868. Esto le valió a Francisco, rey de Francia, para acallar el
mordacísimo espíritu de (Faría de aquel siglo), pues temiéndole venenosamente satírico de
las acciones de los príncipes, le presentó una cadena de oro eslabonada de lenguas, con
que enfrenó la maledicentísima del Aretino: «Tra gli altri
Francesco il primo Re di Francia con averli fatto presentare una gran collana d’oro
fatta a lingue, raffrenó quella lingua si maledica
» Promptuar.CCCXLIII de le CCCXLIV medaglie. p. 2. fol. 250.869, dice el Promptuario de
las Medallas. Y el mismo temor se apoderó de quien nunca le supo tener, del
invictísimo Carlos Quinto, que por lo propio cohechó su malignidad con una ropa de
brocado recamada de orejas de oro, y decía el picarón que aquella dádiva le haría
ensordecer para no oír mal del emperador, pero que no le dejabaCCCXLV mudo870. ¡O
poder fatal de una dicacidad sangrienta, que haga temblar una lengua al héroe que no
amedrenta una bombarda! con su dedicatoria y sus versos consagrados a Faría logró lo que Ulises
con el brindis del Cíclope: «Donum Cyclopis
» Adag. Donum Cyclo. vide Erasmum.871.
78. En fin no quedó poeta, ni comentador, ni varón insigne, por favorecido que fuese de las Musas y la Fama, que no lastimase esta pluma y parécele que todo el humano acierto, desdeñando cuantos ingenios tiene el mundo, vive únicamente entronizado en el suyo, por sus frigidísimos versos entre los poetas y por sus quiméricas observaciones entre los comentadores.
79. Qué de estudio le costaría el comentar aquello del Camões: «De tecida seda
»872. Donde dice que en aquel coludir873 de sonidos «cida seda»,
significó el poeta el ruido de la seda, que con su tejido apretado suena «cida seda». Como el tafetán, que en su mismo vocablo dice su sonido «tafe
tafe»874. Esto es cosa grande. Y Góngora carece deCCCXLVI estos misterios.
80. Trabaja notablemente en acomodar los dioses que [f. 34v] poéticamente introduce el divino en su Lusíada y válese de unas analogías ridículasCCCXLVII, vanas y fantásticas para que sean santos aquellas deidades. Y dice que Marte es san Pedro Apóstol (sería porque desorejó a Malco875) y que Vénus es la Iglesia católica Canto 2876. Pero como la conexión de los disparates no tenga más consistencia que la que el antojo quiso trabar, en otra parte ya Marte dejó de ser san Pedro y es Santiago877. Y en el canto 1, estancia 37 Cant. I. est. 37.CCCXLVIII, deja de ser uno y otro, y es ya Alonso de Alburquerque, y Venus la reina doña Isabel878. Y Júpiter, que era Cristo879, se pasó a ser el rey don Manuel880, y san Pedro, que lo habían hecho Marte, se trueca en Neptuno en el canto 5, estancia 50 col. 546CCCXLIX, y la razón es porque Neptuno es abogado de pescadores en la gentilidad y porque (es notable y profundísimo el misterio) reina Neptuno en el mar de agua salada y es fuerza que sea san Pedro «porque el agua del bautismo lleva sal»881: ¡qué necedad!
81. Venus vuelve a ser la Iglesia romana y en el canto 1, estancia 34 Coluna 269, lo prueba con que el alba que los
sacerdotes visten es blanca y así es la Iglesia Venus (a quien pintó el poeta vestida de
lino puro) y hace monacillos a las Parcas, porque acompañan a Venus «y como las vestes blancas —dice— son las propias de la Iglesia,
propiamente son las Parcas sus acólitas en esta acción
»882, etc. Aquí mismo convida a los golosos de secretos, agudezas y arcanos
a que le oigan en otra parte diciendo: «Los apetitosos de
delgadezas y secretos me vayan a oír en la estancia 18, canto 9
»883. Quien esto
oyere, pensará que yendo allá registrará las hojas de la Sibila o romperá los siete
sellos del Apocalipsis884. Vayan enhorabuena allá los «apetitosos de
delgadezas y secretos» y verán probado que Venus, la Iglesia, es autora de sementeras,
con que la doctrina evangélica es representada en las divinas letras por la mies, y
porque Cristo dijo al rey don Alonso en Orique «que tenía elegidos
a los portugueses para una sementera suya en partes remotas
»885. Si estos son misterios, secretos y
delgadezas, díganlo los apetitosos de ellas, que a Faría sutilísimo le pareció este hilado,
pues antes de decir esas delgadezas nos previno diciendo: «Aunque
todo esto no es hilado muy gordo, vuelvo con otro más delgado
» Cant. 9 est. 18. col. 25.886. ¡Presunción vana, arrogancia
necia, ciega altivez! Pues a hilar estos cables el araña, no solo prendiera moscones
pero enredara elefantes887.
82. En el canto 1, folio 128, daCCCL en que el rey don Manuel ha de [f. 35r] ser hijo de la Iglesia, que es Venus (y no se acuerda de esto cuando después hace Júpiter al rey don Manuel888, pues Venus no es madre sino hija de Júpiter), pruébalo con que «el ama que hizo el oficio de madre con el rey don Manuel, criándole, era de la Iglesia, por ser amiga de un obispo»889. ¡Qué iniquidadCCCLI! ¿Quién tan impía y violentamente arrastró congruencias mendigadas para una analogía tan impropia y remota? Un príncipe tan ilustre y famoso como el rey don Manuel no ha menester que le acomoden necedades sacrílegas para que la Iglesia le reconozca por uno de sus más esclarecidos hijos y, si él viviendo viera que esta filiación le confirmaban por el lado de haberle criado una ramera, y con tan notorio y escandaloso descrédito del estado pontificio, mandara borrar (creémoslo de su piedad) los insolentes caracteres que en este libro infaman la autoridad regia y episcopal.
83. Aprenda Faría siquiera de la profanidad gentílica más modestia, pues aun en la educación de los mellizos príncipes de Roma, por no confesarlos alumnos de una mujer deshonesta, los celebró colgados de las ubres de una fiera, juzgando más decente a la majestad el que Rómulo y Remo mamasen de una loba, que no que debiesen pecho a pechos de una perdida.
Hic patrius Mauortis amor, foetusque notantur
Romulei, post amnis inest, et bellua nutrix.
Claudia. Paneg. lib. 5
890
84. Había el famoso Camões fingido, con la felicidad que suele, que el cabo de Buena Esperanza habló una noche a los portuguesesCCCLII en forma de un terrible gigante891, y díjoles que fue uno de los titanes que dieron guerra a los dioses892, y que convertido por esta osadía en aquella robustísima punta que se descuella en esos mares893, serviría de náufrago peligro a las lusitanas flotas. Mete aquí sus misterios Faría y persuádenos que aquel cabo representa a Mahoma894, cosa que se la creyéramos con la misma facilidad que la dijera él, pues como quiera que el sentido acomodaticio en todas materias es tan fácil que cualquier beata simple puede producirle con media similitud hallada y treinta salteadas, no había para qué aglomerar tantas boberías en su probanza. Dejémoslas por muchas. Aunque, ¿quién dejará de reírse de algunas ilustres? Como decir que el gigante al responder volvió los ojos y torció la boca, señal infalible de que es Mahoma, pues como condenado está en el infierno haciendo gestos895. Mas si aquel [f. 35v] cabo primero se llamó Tormentorio y hoy de Buena Esperanza896, cuando fuese Mahoma por el primer apellido es forzoso que Faría haga mayores gestos que el gigante al torcer la violentísima aplicación de esta plácida, hermosa y santa denominación a ese infame seductor y falso profeta897.
85. Que se llama el jayán Adamastor, y que este nombre se deduce de adamo, adamas, que es enamorar. Con que es Mahoma, porque fue enamorado de mujer ajena y concedió el trato de muchas en su seta898.
Que el tal gigante, peñasco, cabo o promontorio de piedra es Mahoma, porque está en sepulcro de piedra imán899.
Que Mahoma es también de piedra, porque los moros echan por entre los muslos unas piedras hacia atrásCCCLIII, ceremonia suya900.
Que rodean al cabo las ondas del mar, y Mahoma murió hidrópico, que es lo mismo901.
86. Que el tal cabo por lo menos es el demonio en figura de MahomaCCCLIV, o es Baco, pues habiendo sido hidrópico Mahoma, representa a Baco, a quien pintan con gran barriga, y aquel murió con otra tanta902.
¿Pero adónde vamos? Que en estas vanísimas y mendicantísimas alusiones gasta este hombre veinticinco columnas de a folio903, para risa de los cuerdos y burla de los doctos, que es el afán estudioso de la araña (como decía Camerario) cuando la trabajada tela que tramaron sus entrañas, urdida del tesón y tejida de la fatiga, al fin viene a parar en ultraje de la atención y desprecio del reparo.
Ingenti studio componit aranea telam Camerarius emblem. 73 centur 4.
et tamen a cunctis spernitur illud opus.
Sic magnas magno promis molimine nugas
dum vigilas studiis vane, * Faria *
Sophista, tuis.904
87. Toda esta exposición es lo mejor y más misterioso que él celebra en su libro, que
todo se funda en gestos, hidropesía, amo, amas, barriga grande, piedra
imán, etc905. Y siendo estos los misterios, no hay que admirar
que anden tan a rodo906 que aun sus olvidos y sus descuidos son misteriosos, como él dijo: «Olvidábaseme lo mejor, si ya no fue misterioso el olvido
» En el juicio num.CCCLV 24907.
Mirad si no se han de temer avenidas908 de misterios cuando no hay olvido ni desatino que no lo sea.
88. Sobre quién es el dios nocturno (de quien hace mención Camões en el canto 2,
estancia 1909) llama a Lambino
«pesado hablador
», y con la hinchazón que suele, dice que
a él y a JacoboCCCLVI
[f. 36r] Durancio Jacobus DurantiusCCCLVII les ha de
enseñar quién es Nocturno en Plauto: en fin asienta que «es el
Sol
»910. Y en probarlo se
muestra que Lambino LambinusCCCLVIII es pesado hablador y Faría hablador de liviandades, pues demás de
que hacer a Nocturno el Sol es contra el texto de su poeta, que le introduce abriendo al
Sol la puerta del marítimo palacio911, y contra san AgustínCCCLIX August. lib. 6 de civit Dei cap.
9, acérrimo multiplicador de estas deidades gentílicasCCCLX912, son las pruebas tan ruines como ya veremos. Fúndase en que Plauto
introduce a Sosia913, que porque le pareció que tardaba el día y era prolija la
noche, dijo «que dormía Nocturno borracho, según emperezaba la noche». Y porque después,
acusando la tardanza del Sol, dice también que debe estar roncando el Sol muy bien
bebido: «Credo edepol equidem dormire Solem, atque appotum
probe
» Plautus in AmphytrioneCCCLXI.914. Colije: luego Nocturno es el Sol915. Mala consecuencia,
pues de los gallos, si no cantan a media noche, se pudiera decir que dormían borrachos,
y no son los gallos el sol.
89. La razón filosófica con que confirma este dislate es graciosa. Oídla: «Digo que este dios Nocturno es el Sol, porque el sol es autor de la
noche con su ausencia
»916. Linda ignorancia, pues a ser esto así, no habrá negación
ni privación que no sea causa positiva del efecto formal de su hábito contrario917 (bien sé que esto es hablarle en griego a él y a los
ignorantes de filosofía, con ser lo más fácil y humilde de ella). A ese tono diremos que
la ceguedad es causa de la vista del lince, porque con su ausencia causa la vista la
ceguedad, que la ignorancia con su receso produce la ciencia, que las tinieblas alumbran
el medio día, porque con su falta se ilustra918 el aire, que la muerte es autora de la vida,
pues su ausencia nos deja vivir, y al contrario. Finalmente el sol con su ausencia es
autor de la noche, como la vista con la suya lo es de la ceguedad. Debámosle pues a
Faría este
disparate y aprendamos a decir que la vista es ceguedad, o ciega, como el Sol es noche o
Nocturno.
90. Dando de ojos en principios filosóficos919, pasa a ostentarse
escrituristaCCCLXII y acaba de probar esto con que «pidiendo Ezequías a Esaías señal de la certeza de su salud, le dijo el profeta: “Vis, ut ascendat umbra decem lineis, an ut revertatur?” Adonde
explican algunos autores que quiso decir si quería que el Sol volviese atrás o pasase
adelante. Y el mismo profeta en el cap. 38. refiriendo el propio suceso: “Et reversus est Sol decem lineis”. Luego si lo que allá es sombra, es Sol
aquí, y la sombra es la noche, bien es Nocturno el Sol
»920. Todo el [f. 36v] sol tiene Faría sobre los ojos o toda la noche en el entendimiento, pues con
miserable ceguedad no ha visto el espigón del relojCCCLXIII de Acaz, o no acertó a leer el
contexto de aquel lugar, que dice «in horologio
Achaz
» Reg. 4 cap.CCCLXIV 20.921. Advierte, ¡oh el más presumido de los hombres!, que yerras en
probar que el sol es noche o NocturnoCCCLXV, con que el sol es sombra. YerrasCCCLXVI
en pensar que la EscrituraCCCLXVII llamó sombra a ese clarísimo
planeta, yerrasCCCLXVIII en creer que somos simples los que te escuchamos, yerrasCCCLXIX
en suprimir las cláusulas del sagrado texto. Volvió el sol diez pasos atrás y,
retrógrados los ejes de su brillante carro, cejaron922 la carrera del día, retirado al aurora en diez líneas todo el flamante
viaje de las luces. Reparó el rey, en el reloj de su padre Acaz, que la sombra del
puntero, que señalaba los grados conforme al movimiento solar, había retrocedido diez
líneas, que para el ocaso tenía atrasadas el apuntador, y coligió a posterioriCCCLXX que las había desandado el día: «Et
reduxit umbram per lineas, quibus iam descenderat in horologio Achaz retrorsum decem
gradibus
»923. Pues, ¿qué
tiene que ver esto con el desvarío de Faría? Demonstrar la retrocesión del sol en
las líneas de un reloj de sombra, ¿es decir que es sombra el sol? ¡Gentil
gramaticada924!
Sección X925 §
91. Prosigamos aprendiendo algunas doctrinas que ostenta nuestro Mastige926. Enseña en el canto 9, estancia 54 que «los naranjos, cidros y limones son los pomos de oro que guardaban las
Hespérides y cogió Hércules, y los que se echaron entre las tres diosas, por premio de
la hermosura, y a Atalanta para grillos de ella
»927.
92. No ignoramos que toda fruta de color pajizo llama la poesía pomos de oro, como
observan los intérpretes profanos sobre el «Aurea mala
decem missi
» Virgi. Eclo. 3928 del gran
poeta, égloga 3, y los sagrados sobre el «Mala aurea in
lectis argenteis
» Prover. cap.CCCLXXI
25929 del capítulo 25 de los
Proverbios. Pero sobre cuáles sean, cada uno pinta la fruta que se le
antoja. Válida opinión el que sean cidros o naranjos los del sagrado texto, como veréis
en Martín del Río: «Quidam volunt indicari mala aurea, hoc
est Medica seu citriaCCCLXXII
»
DelriusCCCLXXIII ada. sacr. tom.CCCLXXIV 2.
adag. 235930. Y también los del poeta, aunque estos últimos, otros los
presumen membrillos (como Brodeo BrodeusCCCLXXV
lib. 1 Miscellan. cap. 34 y Galeoto Marcio
Galeot. MarcioCCCLXXVI 1 de prom. doct. cap.CCCLXXVII 28)931, otros manzanas (como Antonio Augustín,
Cerda Cerd.CCCLXXVIII eclog. 3932 y otros). Esto es cuanto a las
frutas de oro en común [f. 37r] sobre esos lugares. Más en particular sobre las de las Hespérides, unos
piensan que fueron ganados que robó Hércules, porque en griego es equívoco el nombre de
manzana con el de oveja, pues con decir «myla
» lo
significan todo933, y como tenían vellones dorados o pajizos asentáronles lo áureo. Y en
fin si aquellas reses eran como nuestras vicuñas y pacos, que por su color rubio y
encendido merecen el pelo de oro, mejor que en África pudieran en nuestro Perú haber
fingido el huerto de las Hespérides934.
Y el dragón que guardaba estas manzanas era (dicen935) un río, que
porque las rodeaba flexuoso936 y culebreado, le
fingieron serpiente: vulgar metáfora de los poetas llamar los ríos sierpes de plata,
culebras de diamante, etc.937, como del
Luco dijo nuestro cordobés Gongora.:
En roscas de cristal, serpiente breve,
por la arena desnuda el Luco yerra.938
93. Otros pensaron que las Hespérides fueron hijas del famoso astrólogo Héspero, o
Atlante, que por especular el movimiento de los cielos dijeron de ellas guardaban en el
occidente las manzanas de oro. Esto es, observaban las estrellas que por su esplendor
dorado y su rotundidad bermeja parecen pomos de oro, fingiendo que solo en el occidente
nacía tal fruta, porque solo al ocaso del sol comienzan a brillar los astros. Y el
dragón jardinero hicieron al zodiaco de los signos que como sierpe en luciente rosca
voltea por todo el globo. «At quis est Draco qui haec mala
servabat? Signiferum circulum nonnulli sunt arbitrati»939
: Natal Cómite
Natalis Comes lib. 7. cap.CCCLXXIX 7..
94. Más luces que las de su zodiaco conduce a esta opinión una agudeza de Augustino.
Reparó en que sobre distribuir estrellas a sus deidades el gentilismo, andaba el astro
matutino en desidio sobre si había de ser de Venus o de Juno, porque unos adjudicaban el
lucero a la una y otros a la otra: «Luciferum enim quidam
Veneris, quidam dicunt esse Iunonis
» S.
Agustin, de Civit. D. lib. 7. cap. 15.CCCLXXX. Pero tan luciente y
hermosa estrella (dice), manzana puede ser de oro, sobre que dignamente contiendan otra
vez Venus y Juno, «quamvis de illo fulgentissimo sydere
apud eos, tanquam de malo aureo Iuno Venusque contendant
». Pero en verdad que
por estrella de Venus aclaman al lucero todos los crepúsculos del alba, todos los
arreboles del ocaso, porque Venus al fin vence como suele, «sed ut solet, Venus vincit
»940. Y suya es la manzana,
si son fruta doradaCCCLXXXI los astros. Últimamente [f. 37v]
Faría dice que no
fueron sino limones. Vaya con dios, pero mirad la inconsecuencia de este hombre que dice
de los limones que «el apropriar a esta fruta el color de oro es
frecuente, y no solo eso, sino llamarla totalmente pomos de oro
» Canto 9. est. 56.941. Pues si esta fruta por la
color pajiza es pomo de oro, ¿por qué la cera por su palidez no será rueca de oro? ¿Cómo
acusa a Góngora el que por la cera de la colmena dijese «en ruecas
de oro rayos del sol hilan
»942? Si la color motiva esas licencias, ¿por qué no será oro
la cera por rubia si lo es la cidra943 por pálida?
95. Ilustre necedad decir que se echaron limones para el certamen de hermosura entre
las diosas y mayor el motivo de haberse ellas desnudado, pues dice que fue limón «sobre el que se desnudaron las diosas, por ser fruta exquisita
entonces
». Reparad mucho el porqué. ¿Por qué se desnudaron? «Por ser fruta exquisita entonces
»944. Ya veis que un niño dirá aquí que no fue sino por obtener el lauro y
corona de la mayor belleza, por ser aquella fruta índice de la victoria. Pues si venía
escrita de estas letras: «Pulchriori?
»945, “dese a la más hermosa”, no por fruta exquisita ni por
ser limón (como Faría sueña), pero por un guijarro que se propusiese en el certamen con
esa circunstancia se desnudaran ellas, cuando aun el refrán de las vejezuelas
vulgarmente clama: «No por el huevo, sino por el
fuero
»946. Y realmente
Juno en el gran poeta no tiene por injuria el que le salteasen947 la fruta nueva, sino el que pospusiesen su hermosura.
Iudicium Paridis, spretaeque iniuriae formae. Virgil. Eneid lib. 1948
Díganlo los griegos desnudándose en el Olimpo por un ramo de encina, díganlo los romanos vertiendo su sangre por una guirnalda de grama. Además, que es disparate sin más fundamento que el antojo de decirlo, decirnos que era fruta esquisita entonces el limón, naranja, cidra o toronja. Pruébolo con evidencia. Esa fruta lo es de Venus y su árbol es dedicado a su deidad.
dice Alciato de la cidra y, aquí, Claudio Minoe: «Medica
malus, quae et citrus, et apud nostros ob aliquam cum auro similitudinem nomen
reperit, Amoris potest esse nota
» Claud.
Min. ibidem950, etc. Luego no pudo hacérsele nueva a Venus fruta que nace a
su influjo, luego no era exquisito árbol que por tal le obligase a desnudarse el que se
plantó a la protección de esa deidad y al concurso de ese planetaCCCLXXXIII, pues
[f. 38r] tambien se le hicieran nuevas las uvas a Baco y las espigas a Ceres.
Apuro más. Estas frutas, según Faría confiesa, son los pomos de oro de las Hespérides, luego no eranCCCLXXXIV
exquisitas, ni nuevas para Juno. Pruébolo. Luego que se casó Júpiter con Juno, tributó
en el occidente aquel solar esas doradas frutas, como dice Ferécides, libro 10 Pherecydes lib.CCCLXXXV 10, citado por Natal
Cómite951. Pero traigoos un autor que nunca habréis visto citado para el
caso952. Este es Tzetzes, que cuenta
que para las bodas de Juno se trajeron los pomos áureos de las Hespérides, para que
fuesen dote esponsal de la diosa:
Ex Hesperidibus ferre, ex Hiperboreis
IunoniCCCLXXXVI poma aurea Iuppiter, quae in nuptiis habuit,
in Iunonis sponsalibus ut pro pulcherrima dote essent. Ioan. Tzetzes Histor. Chiliad.CCCLXXXVII 2953
Luego no se desnudara Juno porque la fruta era exquisita, cuando por dote suya había tanto que la conocía y poseía. Venus mucho menos, pues si el pomo era un limón, como el otro quiere, no había menester certamen o litigio para llevarse lo que notoriamente era suyo, como ni Palas se desnudara para llevársela si fuera aceituna. Luego Venus ni por esa fruta, ni con ese motivo, hizo el célebre alarde de su hermosura,
la vez que se vistió Paris
la garnacha de Licurgo,
cuando Palas, por vellosa,
y, por zamba, perdió Juno. Gongora in fabu.
Pyrami954
96. El que fuesen también limones los que entorpecieron la velocidad de Atalanta955, también es error contra toda buena mitología y contra toda la
intención de la moralidad filosófica de la Antigüedad, que fue enseñarnos cuánto puede
armado de oro el interés contra la honestidad y cómo rinden las dádivas el recato y
esquivez femenil, cuando a tiros de moneda no hay almena segura en las murallas del
decoro. Por eso fingieron a Júpiter penetrando la torre y la clausura de Dánae en
lluvias de oro, como enseñan Lactancio Firmiano
Lactant. lib. I de falsa doctrina.956, Catsio Catsius emb.
30.957, Natal958, y todos August. de Civit. lib. 18. cap.CCCLXXXVIII 13.CCCLXXXIX959.
Si no es que digamos que la conquistó granizando limones, o a naranjazos, pues es cosa
ridícula pensar que Atalanta, dama incansable, esquiva, cruel, zahareña, y en negocio
que le iba no menos que la sujeción conyugal, había de rendirse en la verdad histórica
con tres limones y no a repetida profusión de escudos y doblones960. Últimamente convencemos a Faría
ad hominem (como dicen los artistas), reconviniéndole [f. 38v] consigo mismo. Pues después en la estancia 76 se contradice, y en la
explicación historial de esta fábula se deja los limones y lleva lo que todos, diciendo:
«Es buen remedio de alcanzar damas que huyen por la campaña del
rigor, echarlesCCCXC palabras de oro
para detenerlas: y eso parece es lo que descifra la fábula de que se echaron pomos de
oro a Atalanta, para detenerla en la carrera. Entiéndese esto con las que obedecen a
las penas del verdadero amor: que a las otras no hay palabras de oro como monedas de
cobre, porque es de hierro su amor; ya veo lo que dijo la copla por ellas:
Aunque venga Salomón
disfrazado en un soneto,
no hallaré mejor conceto,
que en las letras de un doblón.»961
97. En el canto 2 sobre el «auri sacra
fames
»962 del
poeta, dice que llama «sacra a la
hambre o codicia de oro, por sacrílega, y así se ha de entenderCCCXCI aquel lugar y no de otra manera. Y
a este modo el de Improbus labor, por trabajo
grande, aunque sea glorioso: acordándonos que en parte usan aquí estos valientes
hombres del tropo antífrasis o ironía, que es llamar bueno a lo malo, por un modo de
darle peor nombre que malo, y malo a lo bueno por encarecer más la
bondad
» Estancia 52963.
¡Notable vanidad la de este hombre! ¡Rara presunción de gramático! Que podía pasar con
su interpretación de sacrílega por sacra, y no que
con aquella arrogantísima decisión, que a prorrumpirla parece que se encaramó a la
universal cátedra del mundo. Diciendo: «Así se ha de entender este
lugar y no de otra manera
», nos obliga a que veamos si se puede entender de
otra manera. Dejo que la inteligencia de sacrílego, si es lo mismo aquí que execrable, o
maldito por sacro, es común y vulgar, que no hemos menester que ahora nos la enseñe
Faría, pues esa es
su llana significación, sin que sea necesarioCCCXCII recurrir a
antífrasi ni ironía, como enseña Festo FestusCCCXCIII y como veréis en Jacobo Pontano I. Pontan.CCCXCIV in 3 AEneyd. sobre este
lugar964. Sólo le preguntaremos (si sacro es sacrílego) ¿por qué llaman al
espinazo os sacrum, o sacra spina965? Y,
¿por qué a la lepra blanca, o fuego de san Antón, nombran ignis
sacer966? ¿Cómo no siendo sacrílegos esta peste y aquel hueso se llaman sacros? Y
si estos se llaman así, dándole otra inteligencia a lo sacro, ¿por qué sacra fames no se dirá por esa inteligencia? Decid lo que quisiereis del fuego
sacro, llamándole así por pestilente, mortífero y abominable, que no lo habéis de decir
del espinazo. [f. 39r] Y si sacro se dice por cosa grande, crecida y desmesurada (como quieren
otros967):
¿por qué no lo será la hambre del oro? Luego de otra manera puede y aun debe entenderse
«sacra fames
». Advertid aquí, por si os place
saberlo, que ese hueso espinal se llamó sacro por ser eso en las
hostias y sacrificios lo primero que consagraba a sus dioses la gentilidad, como dice
san Isidoro Hispalense. «Ideoque, ex hostia id primum a
gentilibus Diis suis dabatur, unde et sacra spina dicitur» Isidor. aetim. lib. 11. c. 1.968
.
98. De improbus también dice Faría lo que se le antoja, que allí no hay
antífrasi ni ironía, porque cuando el poeta dijo: «Labor
omnia vincit improbus
» Virgil.CCCXCV
Georg. I969, no
quiso llamar al trabajo glorioso ni ilustre (encareciendo lo bueno con nombre de malo),
sino trabajo perpetuo, infatigable, instante, porfiado, continuo, importuno, sin
descanso, con tesón. «Improbus labor est indefessus,
continuus, requietis impatiens labor
» I.
Pontanus symbolar. in I Georgic.CCCXCVI970, dice
Jacobo Pontano. Insigne lugar el de san Lucas: aquel que a media noche fue a pedir
prestados tres panes a su amigo, dice el Evangelio que, repelido muchas veces, instaba
muchas más; en fin tanto le golpeó las puertas, tanto le desasosegó el sueño, tanto le
rebatió las repulsas, que se levantó a darleCCCXCVII los panes, más por su
importunación que por la correspondencia. «Et si non dabit
eo quod amicus eius sit, propter improbitatem tamen eius surget et dabit» Luc. cap. 11.971
. He
ahí improbitas, la instancia, importunidad, tesón y porfía. Dejo
losCCCXCVIII textos
profanos. Mirad si para labor improbus, trabajo continuo, es menester
antífrasi ni ironía.
99. También se metió en escarbar etimologías y dícenos que teta se
dijo en castellano de tita, cierta letra griega, que parece teta, y píntala así ʘ _ ʘ Cant.CCCXCIX 9.
est. 56. col. 157972. Sin duda ignoró este hombre cuán mal han salido
de este negocio de etimologizar cuantos han querido escudriñar los abolengos al
vocabulario, empresa en que se acometen de contado los peligros y el acierto en
libranza973. «Origines verborum qui
tradunt —dice Juan Grial sobre Isidoro— periculosae tractant plenum opus
aleae
» Ioan. Grial sup. aetim. Isid. in
prologo974. Díganlo
Platón, Servio, Varrón, y otros muchos antiguos como modernos, que no son bien vistos en
esta disciplina. Esta de nuestro Faría se parece a aquella gentil
porrada975 que dio la Glosa de las Decretales in 6 Gloss. in cap. fundamenta de elect. et electiCD
pot. in 6., que averiguándole la etimología a Roma, dijo que quería decir
“roedora de manos”: «Roma quasi rodat manus
» Vide Barbos.CDI ibid. num 17976.
100. Riose del disparate aquel varón doctísimo, fray Juan de [f. 39v] Pineda, el franciscano, y con el desahogo que suelen los hombres de su
tamaño burlarse de estas gracias Alph. de Mendoça
quaest. 4 schol. § 1977, añade
otra diciendo: Roma quiere decir «roedora de manos, y si dijera
roedora de queso, pensáramos que era de casta de ratones
» Pined. in Monarch. Eccles. tom. I. lib. 2 cap. 17 § 2978. Lo cierto es que este queso se hizo de aquellas tetas
griegas que ordeñó Faría, pues ni él ni quien se lo enseñó supieron lo que se mamaban. Dejo
el que aquella figura que dibuja más parece de antojos quebrados que de femeniles
pechos979.
101. Todo lo ingenioso de esta etimología consiste en que dice que teta es una letra, que lo parece por ser como una ʘ, en cuya mitad puesto un punto representa el pezón en medio del pecho. Pero consultad a Clenardo ClenardusCDII institut.980 y a cuantos alfabetos griegos hay, y veréis que la tita si es mayúscula y circular (porque dejemos las minúsculas, que son largas y angostas, y sin la figura que Faría pinta) no tieneCDIII tal pezón, ni tal punto, sino atravesada en diámetro una línea Θ Θ θ, y fue tan célebre este rasgo, saeta o flechilla que divide el círculo, que los jueces para condenar a muerte señalaban el nombre del reo con esta letra, que en aquel dardo denotaba la muerte, de donde se llamó carácterCDIV infeliz, letra infausta como dijo aquel versillo:
O multum ante alias infoelix littera Theta.981
102. Así mismo en los padronos o matrículas de milicia, se usaba de las dos letras Tau
y Tita. Los soldados vivos denotábanse con la T o Tau, signo de vida, los que
habíanCDV muerto en la batalla los indicaba la Θ, que es la thita, porque aquella
línea o lanza (así la llama san Isidoro) que atraviesa el círculo era símbolo de muerte:
«Θ vero ad uniuscuiusque defuncti nomen apponebatur,
unde habet per medium telum, idest, mortis signum
»982. De donde se
ocasionó el temerse tanto la marca letal de ese carácter. Y así cantó Persio:
Et potis est nigrum vitio praefigere theta. PersiusCDVI saty. 4
983
Y Marcial:
Nosti mortiferum quaestoris, Castrice, signum?
Mirad ahora qué diferencia hay de lanza a pezón, de línea a punto, de centro a diámetro, pues toda esa distancia va del dicho de Faría a la verdad. Fue falso acomodar el punto en medio de la O, para figurarCDVIII la teta, pues si Faría formara esa letra como debía, el rasgo no le dejara aplaudir desvaríos ajenos985 cuando más parece cuchillada que pezón. [f. 40r]
103. Olvidábasenos lo mejor («si ya no fue misterioso el
olvido»986) olvidábasenos el que Faría, idolatra de su
Camões, tanto quiso ensalzarleCDIX sobre nuestra humanidad que
comparó sus versos con las Sagradas Escrituras, y le aclamó iluminado
de toda la soberanaCDX asistencia del Espíritu santo. Los divinos oráculos,
como los autorizan razones que prorrumpió el entendimiento inefable del Altísimo,
tienen tal inteligibilidad en sus sacramentos que cada cláusula, cada ápiceCDXI
es perenne manantial de varios sentidos, inteligenciasCDXII y
misterios. Y como los asegura la infalibilidadCDXIII de una verdad por
esencia, no solo no pueden contradecirse, pero unos lugares a otros, por maravillosa
conexión que guardan, se ayudan a la interpretación y corroboranCDXIV
mutuamente su inteligencia, cansando a innumerables ingenios, que hubiera, con darles
a cada luz, nuevos misterios que sondar, nuevos arcanos que especular. «
»988? ¿Qué
asistencia es esta? Esta, ¿qué singularidad? Si entiende que el espíritu de Dios asistió
cooperando a los versos con el poeta, no es elogio, pues siendo causa primera ese
espíritu de todo efecto ad extra, como las demás personas, con el
concurso general también influye con el jumento al rebuzno, como con el poeta al soneto.
Si piensa que asiste ese espíritu porque él es el soberano piélago de las gracias y el
dador liberalísimo de los dones gratis datos y así reparte las artes,
habilidades y ciencias a quien y como es servido, también es cierto, pero de ninguna
singular excelencia como él quiere, pues también los sastres, carpinteros, bordadores y
otros artífices mecánicos son asistidos del [f. 40v] mismo espíritu, si asistirles es darles aquel don por hábito o
infundirseles por inspiración. Como sucedió con Beseleel, a quien en el
Éxodo se le concedieronCDXVII esas facultades mecánicas
para la fábrica del tabernáculo de Dios: «Así pues en este poema —dice Faría por la Lusiada—
se ve tanto de esto, que me persuado a que Luis de Camões arrebatado todo de un
divino espíritu procuró imitar aquella admirable Escritura con esta. Y que, si se
puede decir de algún modo que hay alguna parecida a ella en esto, es esta solamente,
porque siendo tan suave y fácil de estilo, esa fácil y suave claridad contiene
profundo entendimiento, y para lo que esa profundidad nos hace difícil, apenas hay
lugar en este poema para embarazarnos el entendimiento, que en el mismo no hallemos
otros que nos le allanen, sembrados para eso con providencia más que
humana
» Juicio del Poema num.
24987. Parécele
a Faría que en
esto ha dicho para elogio de su poeta una cosa grande y le parece bien, porque para
necedad, esta es de buen tamaño. ¿Qué quiso decir este hombre? ¿Qué es lo queCDXV suenan
aquellas palabras: «Este rarísimo poeta fue
singularmente
CDXVI asistido de espíritu divinoEt impleui eum
spiritu Dei sapientia, intelligentia et scientia in omni opere ad excogitandum fabre
quicquid fieriCDXVIII poterit ex auro et
argento
» Exod. c. 31989, etc. Donde la pericia del
edificar, el tejer, etc., son del espíritu de Dios, por ser dones suyos al hombre para
su uso concedidos, como dice Teodoreto Theodoret.
CDXIX q. in Exodum.990 y Hugo Cardenal: «Spiritu Dei,
per quem mechanica fiunt
» Hugo Card. in
cap. 31 Exodi.991. Y así en esta acepción también Góngora escribió por ese y
con ese espíritu, y todos los poetas, no solo católicos pero paganos, como Virgilio,
Homero, Ovidio, y cuantos de Dios participaron el don poético. Pudo contentarse
Faría con decir
que de ese participó su Camões más que todos, pues bastaba para fundar en ese exceso la
singularidad que pretende, mas no la constituyó sino en que el poema de Camões se parece
a las Escrituras en lo misterioso y profundo. Y como la Escritura (que no
es menos que la Ley, Profecía y Evangelio) tuvo autores que asistidos del Espíritu Santo
prorrumpieron sus cláusulas de dictamen soberano992 impelidos, pareciole a
Faría que no
saldría la Lusiada parecida a las Escrituras en lo
misterioso si no era uno el divino espíritu que dictaba las Escrituras y
la Lusiada, inspirando a Camões y a David un mismo numen993.
104. Ilustre y famosísimo poeta fue Ovidio Nasón, y por menor desatino que el de
Faría fueron
ajusticiados en Francia los herejes parisienses con su maestro Guilielmo
Pictaviense994, pues entre otros errores ocasionó su condenación el decir
que así hablaba Dios por boca de Ovidio como por boca de Augustino: «Dicebant non aliter esse corpus Christi in pane altaris quam in
alio pane et inCDXX qualibet re, sicque Deum loquutum fuisse in Ouidio, sicut in
Augustino
» Caessar. Heisterbac.CDXXI dialo. Mirac. de Daemonibus lib. 5 cap. 22.995, etc., como refiere el venerando y
doctísimo varón Cesario Heisterbaccense. Pues si por la diversidad que hay entre un
doctor de la Iglesia y un poeta de la gentilidad fue habido por error abominable el dar
un mismo dictamen soberano entre las obras de Augustino y los versos de Ovidio, ¿cuánto
más yerraCDXXII
Faría, habiendo
mayor distancia entre la LusiadaCDXXIII de Camões y el
Evangelio de San Juan996? Ni entiende, ni conoce las Escrituras quien con
profanas poesías las parea. ¿Qué saben de los meridianos rayos del [f. 41r] cénit los nocturnos ojos del fúnebre lechuzo? El que solo supo
deslumbrarse al tizón fumigante de una octava rima, hecho a especular crepúsculos, así
juzga que son todos los esplendores que no ha visto997. ¿Quién fue tan bárbaro que osase a hombrear el
sol con la tiniebla, la verdad con la mentira, la divinidad con la criatura, el trueno
evangélico con el pífaro militar, la pluma del Espíritu Santo con los borrones de un
mortal, en quien son barro el origen, pecado la herencia, mentira la naturaleza,
ignorancia el caudal, desaciertos la inclinación y vanidad su ser todo? No hay que decir
que no fue propia ni rigorosa la comparación, porque no dijo que la
Lusiada se parecía a las Escrituras en que esta y
aquella eran escritas o eran palabras, o convenían en tener versos o en ser libros de
caracteres y papel compuestos, porque en solo eso puede haber conformidad y analogía
entre ellas. Pero en los misterios fue la comparación. En la profundidad de sus sentidos
y en la inspiración de sus sacramentos puso el paragón de su similitud. Y lo peor es que
poco antes había dicho que se parecía Camões a Homero y a Virgilio «en lo misterioso que se encierra en toda esa perfección
» Ibidem num.CDXXIV 24998. Con que si
Camões se parece en los mismos misterios por una parte a Virgilio y a Homero, y por otra
a la divina Escritura, la consecuencia es que las
Escrituras en lo misterioso se parecen a Virgilio y a Homero, que es
otra pajarada999. Colígese precisamente de aquel axioma dialéctico:
«quae sunt eadem uni tertio»1000. Pues si dos
estatuas del César se parecen al César, sin duda se parecen entre sí. Luego si la
Escritura y la Eneida se parecen a la
Lusiada (porque esta se parece a ellas en lo misterioso), asemejarse
han entre sí en eso mismo la Eneida y la Escritura,
y , y .
105. ¡Oh ignorancia atrevida, que osaste a equiparar con los sagrados oráculos lo mismo
que asemejaste a las profanidades gentílicas! Son las Escrituras emporio
de la verdad increada, sonido del verbo mental, que prorrumpió el entendimiento de Dios,
corazón del mismo Cristo S. Thom. in Psal.CDXXV
211001, abismo de la Sabiduría, volcán del Espíritu Santo, alma de la
Iglesia, hipoteca de la infalibilidad divina, epístolas soberanas del comercio entre
Dios y los hombres S. Gregor.CDXXVI M. lib. 4 ep. 84.CDXXVII1002, y hoy
se ven comparadas no solo a las poesías de Camões, sino a las de Virgilio y Homero. Aquí
pudiera exclamar el apóstol: «Quae societas luci ad
tenebras? Quae autem conventio Christi ad Belial? Qui autem consensus templo Dei cum
idolis?
» Corint.CDXXVIII 2. cap. 61003. [f. 41v]
106. Por aquellas ranas de Egipto, plaga inmunda de la gitana1004
obstinación, significó el Espíritu Santo a los poetas del siglo y metrificadores
profanos, por ser ese vulgo asqueroso de los charcos, esa ruidosa y verdinegra progenie
del cieno, símbolo del coro poético (dice Ruperto Abad) cuyas voces roncas embaucaron en
los teatros al mundo, cambiando con el estrépito el aplauso de las gentes: «Qui iustius comparantur foeditati ranarum quam poetae
perstrepentes in theatris ridicula figmenta fabularum?
» S.CDXXIX Rupert. in Exod. lib. 1 cap. 32.1005. Verdad que
aun contra sí confesó Aristófanes, cuando introdujo a Baco ir1006 al infierno al
examen de los mejores poetas que tuvo Grecia, donde Carón le prometió un coro de ranas
que le cantasen como cisnes:
Bach. Quos cantus, obsecro?
Cha. Ranarum, velut olorum. Aristophanes in
Ranis1007
Y apenas la mohosa barca esgrimió el remo en las perezosas ondas del lago Estigio, cuando comenzó a saludarle el disonante número de ruiseñores de cuatro pies en verso y números poéticos1008:
Aquae paludosa stirps,
laudum modos consonos
dicamus hic concentibus canoris, etc.1009
107. Y ciertamente que aunque a los mejores poetas del orbe en el cieno de la profanidad y erudición mundana los admiremos cisnes, otra cosa son al viso de la verdad y al desengaño de las Escrituras1010. Confusión sea para quien tan frenéticamente los pareó con los oráculos divinos, asemejando las acordes y sonoras armonías del Espíritu Santo con la ronca y sucia clamosidad de las ranas. Aquí esto no tiene más que la respuesta de los necios, que es el «en su tanto» y el «a manera de decir» y el «en cierto modo»1011, caravanas1012 de la ignorancia y proporcionalidades que indujo la locura invencioneraCDXXX.
108. Todavía le admitimos a Faría un resguardo de su temeridad, que es aquella proposición condicional
con que cotejó la Escritura divina con la Lusiada,
diciendo: «si se puede decir
»1013, y
como no se puede decir, no ha dicho nada. Ridículos encarecimientos, elogios güeros1014 con que pretendió sublimar a su poeta,
y quedó corto, pues no hay blasfemia que añadiendole «si se puede
decir
» no pudiese haberle servido de hipérbole.
109. En fin, en todas materias yerra nuestro Faría harto más que Góngora en sus hiperbatones. Pudiéramos compilar un libro [f. 42r] entero de sus desaciertos, pero baste conocerle por gramático puro, mal filósofo, peor teólogo y pésimo escriturista, poeta ni malo ni bueno. Lo que él acertó siempre se lo confesaremos, ni es de nuestra ingenuidad negarle los aplausos a la virtud por envidia o trampearles1015 el conocimiento a los méritos con malignidad.
Confiteorque tulit, nec enim benefacta maligne
detrectare meum est… Ovid. lib. 13
Meta.1016
110. En lo que Manuel de Faría
y Sousa se hizo dignamente famoso fueron las Historias
Portuguesas1017. En esa
facultad cronística merece todo aprecio. Pero hizo mal en desvanecerse con ese acierto y
soñarse luego un Homero, cuando es más fácil ser buen historiador que poeta. Cualquier
juicio desnudo de pie y pierna sobra para narrar con agrado, mas no cualquiera voz basta
para cantar con delicias. Requieren los versos gran talento y elocuencia suma para su
belleza y estimación; la historia de cualquier manera escrita deleita: «carmini est parva gratia, nisi eloquentiaeCDXXXI
sit summa: historia quoquo modo scripta delectat
» Plinius Iun. lib. 5 epist. ad. capiton1018. Son los hombres naturalmente
noveleros, por la genuina curiosidad con que nacen de saberlo todo. Cualquier desnuda
noticia de los sucesos los atrae, vemos que cuentos de viejas y fábulas de burla los
entretienen. «Sunt enim homines naturaCDXXXII curiosi
—prosigue Plinio— et qualibet nuda rerum cognitione capiuntur, ut qui sermunculis
etiam fabellisque ducantur»1019
. Esta es la razón que aquel gran juicio da de que historia
cualquiera agrade y no regale poesía cualquiera. Más fácil juzgó la senda para la fama
en quien camina por el llano del érase que se era1020, que en quien vuela por las cumbres del
metro y las esferas de la cítara.
111. Del mesmo sentir fue Alciato, que reconoció en la historia tan de suyo el agrado y
tan nativo el ganarse al lector para su aplauso, que dice no ha menester atavíos el
estilo historial, pues aun el desaliñado aplace, y cualque mediocre narración es
gustosa: «Tantum ex se iucunda est lectorisque gratiam
aucupatur, ut quoquo modo scripta sit, lectio eius plurimum delectet» Alciat. adnotCDXXXIII in C. TacitusCDXXXIV1021
. Nace esta majestad en la historia del mismo
objeto y ministran las materias todo el hechizo de las atenciones. Bueno es Faría para contar, nunca
empero lo será para cantar. Las proezas, hazañas y facciones ínclitas del valor
lusitano, en cualquiera pluma fueran muy plausibles. Los Alfonsos, los Manueles, los
Gamas, los Alburquerques y demás [f. 42v] héroes que (en mejores tiempos que este) alistó gloriosamente la nación
portuguesa, tejer pueden historia que en cualquier estilo asombre y en cualquier trompa
retumbe1022. No le parezca a Faría que su locución, porque deleitó
histórica, pudo luego asombrarnos poéticaCDXXXV, para que ansar palustre
quiera graznar competencias con el cisne más sonoro que escucharon las ondas del
Betis1023. Negole el
cielo felicidad para los versos, aunque le concedióCDXXXVI el genio de historiador
con dicha: para esto es, y no más. Su estilo es bien trabado, limpio, expresivo, libre,
acre y propio: nacido para engazar anales. Y así vemos que en cuanto escribe, lo que más
sobresale es tal y tal retazo histórico, y deleita con algunas narraciones que esparce,
porque de verdad cuenta con despejo y refiere con gracia1024.
112. El comento de Camões (con ser que allí abrió todo el almacén de sus estudios),
prescindiendo las sofisterías, palillos1025, arrogancias y
críticas mazadas1026 de poetas, veréis que lo mejor es lo que enarra, y lo de más
importancia son algunos trozos de historia de que salpica a veces aquella prolijísima
tarea: como notó don Tomás Tamayo de Vargas (a quien Faría confiesa por «judicioso docto
»1027) en la misma aprobación que hace de tal comento,
diciendo: «Aquí no solamente se descubren y deleitan las galas de
la poesía —habla de la de Camões—, sino se ejecutan y aprovechan los aciertos de la
historia con tal conocimiento de sus veras, que parece que aun lo que toca de paso es
su principal intento
» Tamaius in censu. ad
Comentar.CDXXXVII Camões.1028. Y es queCDXXXVIII como el
talento no es más de para historia, es eso lo que más acierta. Con que eso que toca de
paso, ya que1029 no sea su principal intento, lo parece,
porque es su principal habilidad.
113. Mucho más que su locuencia había menester Faría para ser buen poeta, si es otra cosa
locuencia de elocuencia, como pensaba Julio Cándido: «Non
invenuste solet dicere aliud esse eloquentiam, aliud loquentiam
» Plin. Iunior lib. 6 episto.1030.
Porque, como hemos dicho, ha de descollarse sobre lo sumo de la elocución la poesía para
ser venerada: «Carmini est parva gratia, nisi eloquentia
sit summa, historia quoquo modo scripta delectat
»1031.
Atropelló empero Faría sus límites y, profanando la sagrada espesura del Parnaso, arrojó
los labios a las aguas de Aganipe, donde, bebiéndole las frialdades1032, lanzó del estómago agrios y
acerbísimos hálitos contra los mejores poetas de aquella amenidad1033, llamando a «mero
prosista
»1034, a «no [f. 43r] mondado»1035, a «mero romancista y
gran hablador»1036, a Góngora «duro
»1037, «Mahoma de los ingenios»1038, a «infelice»1039, al «arrogante sin saber
nada»1040, al «desnudo
de erudición
»1041, «coco de los ingenios abobados de
un estilo cultísimo desnudo de artificio»1042,
a
«redondilleroCDXXXIX»1043, y así
de todos, con que vemos que al Helicón1044 le estuviera mejor no habérsele introducido esta sabandija, sino
quedádose en el valle de sus Epítomes historiales, pues solo sirve de ser
tábano del Pegaso, lagarto de sus cristales, víbora de las Musas, sierpe de los
ingenios, diablo de los poetas1045.
Manuel de Faría. § IXCDXL. §
«Finalmente cada uno se tenga su alma en su palma, pero no haga
comparación de Góngora con
, porque los estilos
y asuntos a que cada uno se dio no lo sufren. Y es la razón por que yerran los que le llaman
a Góngora, y por que no
errarán en llamar y a , y a Góngora en las burlas. Y si sus Silvas y
Polifemo y Panegírico agradan, llámenle , con que también agrada a muchos, ni
yo pretendo que desagraden. Pretendo sólo reírme de todos aquellos que pretendieren
medir con una misma vara a los dos en esto que se llama espíritu poético científico,
ejecutado en obras artificiosas y profundas, con principio, medio y fin. Porque comparar
a Góngora con en esto es como contender Aracne con
Palas, Marsias con Apolo y la mosca con el águila. Esto digo yo de los que acertaron a
leer enteramente estos dos autores, que de los que dicen que Góngora es mejor que el , no solo sin haber entendido al , sino ni leídole (de que hay muchos),
aun después de muerto espero reírme.»1046
Apologético. Sección XI §
114. También en este punto habla apasionado Faría, no errando menos que en los demás,
porque el no compararse las obras [f. 43v] de Góngora con la Lusiada de Camões, no es porque el
Camões fuese de mayor ingenio y letras que Góngora, pues cuando ambos fuesen iguales en
todo eso, siempre quedaban desiguales los escritos, por ser unos épicos y otros líricos,
entre los cuales por ser de diversas clases no puede haber comparación unívoca de
igualdad específica1047. De un consumado
astrólogo y un excelente pintor, mal se puede dar la ventaja a ninguno, si cada cual es
primoroso en su facultad. Comparar un esgrimidor con un citarista es ignorar que se ha
de convenir en la especie para regular los excesos en la cualidad. Para estos casos sí
se inventó la proporcionalidad y la analogía del «en su tanto»1048. Dirase pues que proporcionalmente en su pericia es tan diestro el
esgrimidor como sabio en sus números el músico. Puédese conferir1049 quién sea el mejor poeta heroico entre los heroicos y entre los
líricos quién lo sea más ilustre, pero cuando se sepa quiénesCDXLI lo son en cada
profesión, no puede entre ambos balanzarse la mejoríaCDXLII porque ambos serán mejores.
Si no es ya que respondamos disparando1050 y fuera de los límites de la comparación, como lo hizo
Pirro, de quien refiere Plutarco PlutarchusCDXLIII que preguntándole quién le parecía más insigne músico, Casías
o Fición, respondió: Polipercón es mejor capitán. «Rogatus Pyrrus Caphias
an Phytion melior musicus videretur, Polyperconta meliorem ducem respondit» Alexand. ab Alex.CDXLIV Genial. 2 cap. 25.1051. Respuesta que con el
despropósitoCDXLV envolvió dos reprehensiones. La una insinuando que a un
capitán como él, rayo de la guerra, no se le debía preguntar que juzgase de cantilenas,
sino de quién peleaba más bien y qué capitán ordenaba mejor un ejército. La otra fue
culpándoles de que entre hombres de guerra se estimase ni tomase en la boca el preciarse
de música, ejercicio leve para gente de cuidados más robustos. Así dijéramos, pues, que
de Camões y de Góngora el mejor escritor es fray Luis de Granada, que enseña lo que
importa y escribe lo que nos está mejor. Porque es imposible la comparación entre lo
épico del uno y lo lírico del otro, bien que en lo lírico y erótico que escribió Camões
comúnmente con Góngora, preferimos a este a voto de los más doctos. Y si esto quiso
decir Faría cuando
dice: «No se haga comparación de Góngora con Luis de Camões, porque
los estilos y asuntos a que cada uno se dio no lo sufren
»1052, dijo bien, que la disparidad
está en los asuntos, no en los ingenios, ni en los talentos, pues con eso solo [f. 44r] prueba que la trompeta no se compara con la lira, no que el clarinero sea
más diestro que el citarista1053.
115. Dice también que yerranCDXLVI en llamar Homero a Góngora y no errarán llamando
Virgilio y Homero a Camões, y que acertarían en llamar, a Góngora, Marcial por sus
gracias y Estacio por sus silvas. Infelice es este hombre en imponer errores, porque
solo descubre los suyos. Si Góngora dice él que es Marcial, ya no yerra quien llamó
Homero a Góngora, porque vemos que el emperador Elio Vero, hombre erudito, llamaba
«Virgilio suyo» a Marcial, y aun nos embarga las admiraciones por escusadas Crinito,
juzgando por merecido aquel encomio: «Itaque minime mirari
oportet, si Aelius Verus Imperator solitus est singulari affectu prosequi lepores
atque iocos poetae Martialis suumque Virgilium vocareCDXLVII
» P. Crinitus in vita Martial1054. Vea ahora Faría en qué sentido o manera le cabe a
Marcial el blasón glorioso de que le nombrasen Virgilio. Porque siendo Góngora otro
Marcial (como él quiere), con ese mismo título pueden aclamarle Homero, puesto que
siendo por sus burlas poeta jocoso y no heroico, tan lejos estaba Marcial de llamarse
Virgilio como Góngora de apellidarse Homero1055.
116. Aquí es menester reconvenir con sus palabras a Faría, pues poco ha que decía que Góngora
«era invencible en las burlas, porque esas no constaban de
ciencia, sino de ingenio y genio para ellas
»1056. Y ahora dice que es un Marcial en las burlas. Con
que siendo Marcial poeta doctísimo, cuya erudición y letras sólo en el comento del
primer libro de sus Epigramas hizo (como dice Faría) gastar una resma de papel a Nicolao
Peroto Perotus.CDXLVIII1057,
venimos a inferir que las burlas también envuelven doctitud, y que si Góngora es Marcial
por lo festivo, ha venido a confesar que constan de ciencia sus sales, pues las de
Marcial aclamó Plinio bullendo ingenio y erudición, como dice Crinito: «Relata sunt a C. Plinio permulta de ingenio et eruditione Val.
Martialis
» C. Plinius.1058. Y por sus excelentes
letras y gran doctrina aun vivo mereció que los varones más insignes colocasen su imagen
en las bibliotecas: «Tantum concessit ipsius ingenio atque
doctrinae, ut viuenti adhuc illi imaginem more veterum in sua bibliotheca
posuerit
» Crinitus1059. Luego el
gracejo no desdeña la doctrina, luego amigarse pudieron el donaire y la erudición.
117. Añade que no iguala Góngora al Camões en obras científicas y profundas, que tienen principio, medio y fin1060. A que [f. 44v] respondemos con dos preguntas. La una, si Marcial y Estacio juntos igualan al Camões. Porque si le igualan, no queremos darle a Góngora más de lo que Faría quiere darle, haciéndole Marcial y Estacio. La otra es si las obras de Marcial tienen principio, medio y fin, porque si no los tienen, y con todo son de igual estimación que la de Camões, ¿por qué no lo serán las de Góngora, ya que a Faría le plugo equipararle con Marcial?1061
118. Vemos que puede responder Faría que, «proporcionalmente», «en su tanto» y «en su clase»1062, Marcial no es menor que Camões, ni Camões que Marcial en la suya. Y eso mismo le diremos a él cuando entre Góngora y Camões se alterque sobre la primacía. Con que resolvemos últimamente que el que dijo que Góngora era mejor poeta que Camões no dijo bien, y Faría, que porfió que Camões lo era, dijo mal1063. Aquello de la Araña y Palas y lo de la mosca y el águila es niñería1064, y por ahora no merece respuestaCDXLIX. Además, que este hombre se desmiente a sí mismo, porque si Góngora es Marcial y Estacio, ya eso es decirnos que Estacio y Marcial son moscas y arañas.
119. Concluye Faría que aun después de muerto se ha de reír de los que hicieren aquella comparación1065. La risibilidad, perfección fue de naturaleza racional: en el medio consiste la humanidad, en quien falta es bruto, en quien sobra es bobo. Quien después de muerto se ríe, ¿qué será? Parecerase a lo menos a aquella figura de jaspe que refiere aquel pícaro, que introduce el gran cómico de España, fingiendo que se rio Julio César muerto y en mármol:
En el cuadro de un jardín
de un gran señor castellano
estaba un César romano
de mármol, medalla en fín.
Mirándole un paje un día
le dijo: “César, albricias,
si ver el laurel codicias
de la antigua Monarquía,
que hoy el cielo decretó
vuelvas a reinar en Roma.”
Mira si placer se toma,
pues la estatua se rio
y estuvo así muchos días,
hasta que el paje volviendo
le dijo: “¿Qué estás riendo
con esperanzas tan frías?
Que Octavio es rey, César fiero.”
Y el mármol como le oyó,
dicen que a poner volvió
la boca como primero. Lope de Vega p. 11 Comedia
Principe perfeto.1066
120. Así se reirá nuestro muerto1067, que cierto estará para estas gracias entonces, y ahora nos reímos de sus
objecionesCDL, que hasta aquí han sido frívolas, vanas, ineficaces y
ridículas. Súmense sus [f. 45r] argumentos todos, que todos quedarán con facilidad resueltos y
desvanecidos. Mirad si con dos razones vencemos tantas opuestas sinrazones: «caeterum ad haec quae obiecistis, numera an binis verbis
respondeam
» ApuleiusCDLI in
ApologiaCDLII1068. Mirad con la brevedad que respondemos:
«Góngora tiene muchos hipérbatos»: imita a los latinos1069. «Usáronlo los
antiguos»: nadie tan felizmente1070. «Frecuéntalos muy
continuoCDLIII»: paréceseCDLIV a quien imita1071. «Quita lo que es propio de la latinidad»: es mayor
valentía1072. «Tiene
metáforas remotas»: lícito fue a Virgilio1073.
«Descubre poco juicio»: ¿qué poeta le tiene?1074 «No acabó algunas obras»: esas vencen a las acabadas1075. «En el Polifemo tiene poca traza»: Homero tiene
menos1076. «Son muchos sus
atrevimientos»: nadie es grande sin ellos1077. «Llámanle Homero algunos»: él no tiene la culpa1078.
«No lo entienden muchos»: no importa, si son necios1079. «No tienen alma sus versos»: no lo juzgue la envidia1080, censúrelo la verdad, reviente la pasión, léalos el docto,
escudríñelos el erudito1081.
Sección XII §
121. Cese aquí la pluma, cese ya el celo de sacudir calumnias, de persuadir
escarmientos. Sépase la mordacidad que la serpiente fue célebre símbolo de la ciencia,
quizá porque aunque la erudición yace simplemente enroscada entre las flores de su
inocencia, tal vez, pisada de grosero pie, fue áspid que espeluce las escamas, que muña
el silbo, que vibre la lengua, que clave los colmillos y torne los antídotos en
venenos1082. No queremos obelar1083 muchos desaciertos que pudiéramos en todas las obras de Faría, por ser bajeza
acecharCDLV ajenos yerros, cuando tan de cosecha los tiene el caudal de los
mortales. Si algunos notamos arriba, pasen a pesar de nuestra modestia, ya porque
primero lo aprendimos de Faría, ya porque la verdad provocada se venga con acerbidad. A pesar digo
de nuestraCDLVI modestia, porque aun en quien tan bien merece la invección1084, no es valentía ensangrentar el ingenio; ¿qué será
en quien tantas coronas merece como el de don Luis de Góngora1085? Si fue culpa el hipérbaton, descuéntese por
sus muchos primores. Además, que es hazaña poco hidalga por cuatro cáscaras de palabras,
o por tal qué descuido que humanamente se desliza, zaherir a los hombres grandes,
arriesgandoCDLVII su nombre y fama a los peligros del descrédito: «Illiberale facinus —dice bien Escalígero— propter nescio quas
[f. 45v] verborum quisquilias aut propter errorem aliquem qui humanitusCDLVIII contigerit, tantorum hominum eruditionem atque adeo totum nomen et
famam in periculum vocare
» Ios. Scaliger
super Catullum ad PuteanumCDLIX. HaganCDLX esoCDLXI hombrecillos de bruta
discreción, de necia sutileza, que despuntándose de agudos, gastan el tiempo en hablar
cardos y pronunciar abrojos: «Hoc solent facere arguti
homunciones, qui in huiusmodi acanthologias totam aetatem contriuerunt
» Idem ibidem1086. Mas, ¿quién podrá tolerar estos cambrones ásperos, estas
punzantes zarzas, que aparradas al suelo de su tenuidad y gloriándose de solo brotar
puntas y florecer satíricas espinas, presumen reinar sobre los incorruptibles cedros
delCDLXII
Líbano? «Quis ferat rhamnos illos humi repentes —dice
Matías Hauzeur— et solis spinis ac aculeis satyricis gloriosos supra cedros Libani
regnare praesumentes?
» MathiasCDLXIII
Hauzeur epitom. in S. August.CDLXIV prolog.1087
122. A todos había de intimarse aquella célebre sentencia de Apolo que promulgó el
discretísimo Trajano Boccalini y con elegancia tradujo el otro más florido Sousa y
cortesanoCDLXV portugués1088. Diéronle al otro crítico, por otra rigorosa censura, en pena, a purgar
la neguilla de mucho trigo y a venderla o darla a quien la compre o la gratule1089, y desesperado de su estimación escuchó de
Apolo: «Que si las inmundicias que algunos sacaban de las
cosasCDLXVI buenas no eran mercadería de hombres sabios y no aprovechaban ni
para venderlas ni para darlas, él mismo venía a confesar haber sido mal aconsejado
cuando emprendió el indiscreto e impertinente trabajo de dejar las rosas que halló en
el poema que había censurado, y amontonó y guardó inútilmente las espinas. Y que en
los estudios de los trabajos ajenos los críticos sabios y discretos imitaban las
abejas, que aun de las hojas amargasCDLXVII sabían sacar miel y que, no
hallándose cosa debajo del cielo que no tuviese mezcla de muchas imperfecciones,
cuando alguno quisiese curiosa y cuidadosamente cerner los escritos de Homero,
Virgilio, Livio, Tácito y Hipócrates, que eran la maravilla del mundo, con el cedazo
de un continuo estudio, no dejaría también de sacar de ellos algún poco de salvado. Y
que él se daba por contento y satisfecho que la harina de los escritos de sus
estudiosos secuaces fuese en la plaza mercadería corriente y vendible. Y que los
judiciosos y cortesanos ingenios ocultaban los defectos de los sabios y estudiosos
escritores que los mal intencionados publicaban. Y que la profesión de sacar de los
poemas ajenosCDLXVIII solas las inmundicias era oficio solamente de viles y
hediondos escarabajos que, con los asquerosos [f. 46r] excrementos ajenos, con sumo deleite, entretenían la vida, cosa muy
ajena del ejercicio de los sujetos nobles que fructuosamente sustentan sus ánimos de
cosas honestas y virtuosas
» Trajan.CDLXIX
Bocal Raguall.CDLXX Sousa centur. avisoCDLXXI 391090, etc. Verdaderamente que a los hombres del tamaño de don Luis
no se ha de calumniar si hay seso, sino cambiar las censurasCDLXXII en respetos. Esa es
la distancia de los hombres grandes a los otros, porque de los que escriben con pocos
aciertos se entiende que por yerro acertaron algo Ad
hominem retorquet., y de los que con muchos aciertos escriben, se entiende que
nos dan a entender que se descuidaron para darnos qué cuidar, o que no cuidaron de eso
para enseñarnos que de menudencias no cuidan espíritus sublimes. Así pues, a quien mucho
acierta no se le ha de ajar la veneración por tropiezos leves, porque a la humanidad es
imposible la perfección y el yerro en ella es menos de admirar que el acierto, y así la
buena dicha consiste solo en errar menos uno que otro.
123. Esto debiera hacer nuestro Faría (cuando los hipérbatos fueran yerros) y esto nuestros teólogos modernos, que en pendencias e impugnaciones de ajenos descuidos nos gastan el papel, el tiempo y la vida, sin acordarse de que mientras pelean, no nos han enseñado ni un átomo de la verdad, ni dejádonos a la paciencia un átomo1091.
124. Viva pues el culto y floridísimo Góngora, viva a pesar de las envidias, «rumpantur et ilia Codro
»1092. Viva esta rara ave, cuya
pluma, en altísimos vuelos remontada, no nos deja columbrar si es cisne de la armonía de
las Musas o si es águila de todas las luces de Apolo, o es fénix de todos los aromas de
la erudición1093. Bien que el docto crítico
Gracián todo dijo que lo era: «Aquel que fue cisne, fue águila, fue
fénix en lo canoro, en lo agudo y en lo estremado
» L. Gracian Arte de ing. disc. 3 fol. 111094. Lo mismo repite en el discurso quinto: «fue
este culto poeta cisne en los concentos, águila en los conceptos y en toda especie de
agudeza eminente
» Discurso 5 fol.
25.1095. Tampoco es de perder otro
elogio que le dá, cuando trata de la sublimidad en que cada poeta exaltó su idioma por
las naciones diciendo: «Tomé los ejemplos de la lengua en que los
hallé, que si la latina blasona al relevante Floro, también la italiana al valiente
Tasso, la española al culto Góngora, y la portuguesa al afectuoso Camões
» Arte de ingenio ad lectorem1096. Viva merecedor de eternos loores, pues en el glorioso
ámbito de su erudición pudo de toda la enciclopedia agotar meritísimamente los elogios
(«Ut sic meruit totius [f. 46v] Encyclopediae laude unus nostro aevo clarissimus concivis et amicus
noster don Ludovicus de Gongora
» D. Fran.
Torreblanc. Villalpandus libroCDLXXIII I Mag. c.
71097), dice el erudito
Villalpando en su Magia. Débensele estos honores por los que con su
ingenio logró el idioma español, venerándole por su primera y más ínclita gloria el
Betis:
Boetis oliuiferi Gongora primus honor. Nicol. Albiz elog. ad com. Christophori Salaçarii1098
Pero son breve esfera los andaluces términos que opulentamente bañan sus espumas1099, para la afluencia de tanto lustre cuando, como
dice aquel grave jurisconsulto, es sin primero el segundo Píndaro, el padre de la
cultura, el esplendor de Córdoba, el ornamento de España y el portento del orbe todo:
«Cui allusitCDLXXIV alter Pindarus, crysis
pater, Cordubae decus et ornamentum totius Hesperiae orbisque portentum don Ludouicus
a Gongora
» D. Anton.CDLXXV de Cabreros
Avendaño lib. 2 de Met. c. 4 n. 15 1100.
Salve tú, divino poeta, espíritu bizarro, cisne dulcísimo. Vive a pesar de la
emulación, pues duras a despecho de la mortalidad. Coronen el sagrado mármol de tus
cenizas los más hermosos lilios del Helicon, «manibus date
lilia plenis
»1101.
Descansen tus gloriosos manes en serenísimas claridades, sirvanCDLXXVI a tus huesos de
túmulo ambas cumbres del Parnaso, de antorchas todo el esplendor de los astros, de
lágrimas todas las ondas de Aganipe, de epitafio la Fama, de teatro el orbe, de triunfo
la muerte, de reposo la Eternidad. Dixi1102.
Laus deo.